Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

El Precatecumenado en La Dicesis de Getafe

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 8

El precatecumenado en la diócesis

de Getafe.
Una experiencia de primer anuncio del Evangelio que marca todo el
itinerario del Catecumenado

Comunicación en la Conferencia Episcopal Española

A los delegados episcopales y directores diocesanos del

Catecumenado y de la Catequesis

11 de abril de 2011

1. LA DECISIÓN DE PROMOVER UN ANUNCIO MISIONERO Y DE ESTABLECER UN PROGRAMA


DE PRIMERA EXPLANACIÓN DEL EVANGELIO EN UN TIEMPO DE PRECATECUMENADO
SUFICIENTEMENTE PROLONGADO

Desde que empezamos a pensar cómo poner en marcha el catecumenado en


nuestra diócesis, tuvimos la idea de que era necesario un anuncio claro de la
persona de nuestro Señor, antes de dar comienzo cualquier etapa propiamente
catequética. Y que este anuncio debía ser preciso, debía ofrecer lo fundamental
y esencial del misterio de Cristo. Pero también entendimos que no podía ser
demasiado esquemático.
Debíamos mostrar el rostro de Cristo, permitir el conocimiento de su persona
y posibilitar el diálogo de las personas con él. Debíamos hacer posible que los
hombres experimentasen que Cristo tiene que ver, por un lado con el Dios
verdadero y absoluto; por otro, que tiene que ver con lo que somos cada uno de
nosotros, con nuestra naturaleza, con el deseo de nuestro corazón, con la
llamada de Dios en nuestra conciencia y en el mundo que nos rodea.
Debíamos permitir que cada hombre que se acercase pudiese darse cuenta de
que la oferta que la Iglesia hace de Cristo no es un mero añadido religioso a su
vida, sino que ante él cada uno de nosotros nos jugamos el logro o el fracaso de
nuestra vida.
Y nos dimos cuenta de que todo esto no se podía hacer con un estilo
meramente informativo, sino que era necesario poner al hombre ante Cristo

1
vivo, para que se viese en la necesidad de decidirse ante él, de adherirse
libremente a él por la fe y seguirlo, o por el contrario, abandonar.
Y lo cierto es que al examinar el texto fundamental que rige la restauración
del catecumenado, es decir, el RICA, así como el DGC, nos encontramos con la
luz necesaria para orientar esta idea.

En el RICA encontramos lo siguiente en sus “Observaciones Previas”:

9. Aunque el Ritual de la Iniciación comienza con la admisión o entrada en el catecumenado, sin


embargo el tiempo precedente o «precatecumenado» tiene gran importancia; no se debe de omitir
ordinariamente. En ese período se hace la evangelización, o sea, se anuncia abiertamente y con decisión
al Dios vivo y a Jesucristo, enviado por él para salvar a todos los hombres, a fin de que los no cristianos,
al disponerles el corazón el Espíritu Santo, crean, se conviertan libremente al Señor y se unan con
sinceridad a él, quien por ser el camino, la verdad y la vida, satisface todas sus exigencias espirituales;
más aún, las supera infinitamente.

10. De la evangelización, llevada a cabo con el auxilio de Dios, brotan la fe y la conversión inicial,
con las que cada uno se siente arrancar del pecado e inclinado al misterio del amor divino. A esta
evangelización se dedica íntegramente el tiempo del precatecumenado, para que madure la verdadera
voluntad de seguir a Cristo y de pedir el Bautismo.

11. En este tiempo se ha de hacer por los catequistas, diáconos y sacerdotes, y aun por los
seglares, una explanación del evangelio adecuada a los candidatos; ha de prestárseles una ayuda atenta
para que con más clara pureza de intención cooperen con la divina gracia…

Y en el DGC leemos:
En el número 56:
“En el proceso de la fe y de la conversión se pueden destacar, desde el punto de vista teológico,
varios momentos importantes:
a) El interés por el Evangelio. El primer momento se produce cuando en el corazón del no creyente,
del indiferente o del que pertenece a otra religión, brota, como consecuencia del primer anuncio, un
interés por el Evangelio, sin ser todavía una decisión firme. Ese primer movimiento del espíritu humano
en dirección a la fe, que ya es fruto de la gracia, recibe varios nombres: « atracción a la fe », (160) «
preparación evangélica », (161) inclinación a creer, «búsqueda religiosa ». (162) La Iglesia denomina «
simpatizantes » (163) a los que muestran esta inquietud.
b) La conversión. Este primer interés por el Evangelio necesita un tiempo de búsqueda (164) para
poder llegar a ser una opción firme. La decisión por la fe debe ser sopesada y madurada. Esa búsqueda,
impulsada por la acción del Espíritu Santo y el anuncio del kerigma, prepara la conversión, que será —
ciertamente— « inicial », (165) pero que lleva consigo la adhesión a Jesucristo y la voluntad de caminar
en su seguimiento. Sobre esta « opción fundamental » descansa toda la vida cristiana del discípulo del
Señor.(166)
c) La profesión de fe. La entrega a Jesucristo genera en los creyentes el deseo de conocerle más
profundamente y de identificarse con El. La catequesis les inicia en el conocimiento de la fe y en el
aprendizaje de la vida cristiana, favoreciendo un camino espiritual que provoca un «cambio progresivo de
actitudes y costumbres », (167) hecho de renuncias y de luchas, y también de gozos que Dios concede

2
sin medida. El discípulo de Jesucristo es ya apto, entonces, para realizar una viva, explícita y operante
profesión de fe. (168)

Y en los números 61 y 62, el DGC dice lo siguiente:


61. El primer anuncio se dirige a los no creyentes y a los que, de hecho, viven en la indiferencia
religiosa. Asume la función de anunciar el Evangelio y llamar a la conversión. La catequesis, « distinta del
primer anuncio del Evangelio », (182) promueve y hace madurar esta conversión inicial, educando en la
fe al convertido e incorporándolo a la comunidad cristiana. La relación entre ambas formas del ministerio
de la Palabra es, por tanto, una relación de distinción en la complementariedad.
El primer anuncio, que todo cristiano está llamado a realizar, participa del « id » (183) que Jesús
propuso a sus discípulos: implica, por tanto, salir, adelantarse, proponer. La catequesis, en cambio, parte
de la condición que el mismo Jesús indicó, « el que crea », (184) el que se convierta, el que se decida.
Las dos acciones son esenciales y se reclaman mutuamente: ir y acoger, anunciar y educar, llamar e
incorporar.

62. En la práctica pastoral, sin embargo, las fronteras entre ambas acciones no son fácilmente
delimitables. Frecuentemente, las personas que acceden a la catequesis necesitan, de hecho, una
verdadera conversión. Por eso, la Iglesia desea que, ordinariamente, una primera etapa del proceso
catequizador esté dedicada a asegurar la conversión. (185) En la « misión ad gentes », esta tarea se
realiza en el « precatecumenado ». (186) En la situación que requiere la « nueva evangelización » se
realiza por medio de la « catequesis kerigmática », que algunos llaman «precatequesis », (187) porque,
inspirada en el precatecumenado, es una propuesta de la Buena Nueva en orden a una opción sólida de
fe. Sólo a partir de la conversión, y contando con la actitud interior de « el que crea », la catequesis
propiamente dicha podrá desarrollar su tarea específica de educación de la fe. (188)
El hecho de que la catequesis, en un primer momento, asuma estas tareas misioneras, no dispensa a
una Iglesia particular de promover una intervención institucionalizada del primer anuncio, como la
actuación más directa del mandato misionero de Jesús. La renovación catequética debe cimentarse sobre
esta evangelización misionera previa.

Conclusión: antes de iniciar lo que propiamente es el catecumenado, era


necesario posibilitar una conversión y una fe inicial en aquellos que accedían al
grado de los catecúmenos a través del Rito de Ingreso en el Catecumenado.
Para ello propusimos un tiempo relativamente prolongado de
precatecumenado con una catequesis kerigmática.
Así quedó fijado en el documento director del catecumenado en Getafe
(Implantación del Catecumenado en la Diócesis de Getafe)1.

1
El documento se puede descargar libremente de página web de la Diócesis de Getafe:
http://www.diocesisgetafe.es/index.php/delegaciones/catecumenado/

3
2. EL ITINERARIO DE LAS CATEQUESIS DEL PRECATECUMENADO. EL PROTAGONISMO DEL
ESPÍRITU SANTO Y LA IMPORTANCIA DEL TESTIGO, EL CATEQUISTA. DESCRIPCIÓN DEL
ITINERARIO DE CATEQUESIS

Conforme a lo dicho, en el precatecumenado realizamos una catequesis que


ofrece a los simpatizantes la persona de Jesucristo. Ofrecemos a alguien real y
vivo, no a un personaje sepultado por el tiempo, sino presente en la Iglesia,
como "Dios con nosotros".
Sin ninguna duda, el protagonista de esta catequesis, como de toda la
evangelización, es el Espíritu Santo. Sólo él es capaz de llevar al hombre hasta
Cristo. Confiamos en su acción, que permite al hombre actual resistir la
tentación de negar su necesidad radical de Dios y la búsqueda del que es a la
vez Ignoto y Conocido. Confiamos en que el Espíritu Santo muestre a cada
hombre el vínculo existente entre su propia razón, que necesita a Dios, y el
hombre-Dios que vivió en la historia y que nosotros presentamos como
realmente vivo, presente y actuante en la Iglesia: Jesucristo.
Ahora bien, suplicando la acción del Espíritu Santo, para que conduzca al
hombre a Cristo y le permita reconocer en él al Dios verdadero y al bien de su
alma ¿qué hacemos nosotros?

1º. Apelamos al sentido religioso del hombre. Es decir, la capacidad de la razón,


entendida en su sentido más amplio, como apertura a Dios, al ser que da razón
del origen, del ser presente y del fin de todo lo que existe. Apelamos a esta
capacidad del corazón humano, que anhela un único amor verdadero y
perfecto, que, a su vez, asuma y rescate todo amor verdadero pero limitado.
Apelamos a la libertad del hombre para que decida si encerrarse en los límites
del propio poder para controlar y decidir sobre sí, su vida y su futuro; o decida,
por el contrario, abrirse al don que pueda venir de lo alto y superar sus propios
límites.

2º. A este sentido religioso, ofrecemos no una quimera, no una idea de Dios, no
una noción de su infinitud o de su grandeza, sino a Aquel que vive entre
nosotros, a Jesucristo. Él es el Logos, la razón, la verdad y el amor que todo lo
origina y todo lo sostiene y hacia el que todo se encamina. Y el que se ofrece al
hombre de forma definitiva en su encarnación, en los misterios de su vida, en
su muerte y en su resurrección.
Ésta Palabra de Dios que se ha expresado de forma definitiva en la vida, en
la muerte y en la resurrección de Cristo, es la que ofrecemos al hombre, no sólo
como respuesta a su sentido religioso, sino como arado con el que poner al
descubierto este sentido religioso tan encadenado, tan confundido y tan
ahogado en el espíritu de nuestra época.

4
No buscamos un primer momento pedagógico de despertar religioso para
luego proponer a la persona de Jesús. Nosotros proponemos desde el inicio a la
persona de Cristo e intentamos que el sumo Bien, que en acto se expresa en
cada palabra y en cada gesto de su vida, sea el reclamo que permita al hombre
reconocer que está hecho para él. Proponemos desde el principio el amor
verdadero y perfecto de Cristo como el verdadero acicate capaz de despertar un
espíritu dormido.
Muchas veces, sólo la presencia real, palpable y presente de este amor de
Cristo, su belleza y su claridad, da valor al hombre para reconocer la vocación
del propio corazón, la llamada que seguramente desde niño ha querido acallar
en la conciencia. “Ningún mortal debe fomentar pensamientos que
sobrepasen su condición mortal”, decía Esquilo, en el s. VI antes de Cristo
[Esquilo, 527-455 a d C. Los persas]. A no ser que, como un don, la clave para
dar respuesta al misterio del hombre, aparezca ante uno. Pues bien, nosotros
tenemos esta clave, no una idea, sino a un hombre vivo: Jesús. Antes de
conocerle a él todo es oscuro y es posible que para muchos hombres no merezca
la pena adentrarse en su propio misterio, pero la cosa cambia cuando se tiene la
luz que el corazón reclama, entonces se disipa el miedo y el hombre puede
reconocer su sed, seguro de que esta sed puede ser saciada. Con palabras de san
Clemente de Alejandría: “No conociendo al Verbo hecho carne, por medio del
cual se obra la maravilla, y no habiendo oído la llamada de su lira, se
desconocían a sí mismos”. Ante el don de un amor verdadero y eterno, el
deseo insaciable del hombre deja de ser un problema pernicioso y se convierte
en el don original que nos capacita para acoger la vida de Dios.

3º. Esto lo hacemos fundamentalmente a través del testimonio de los


catequistas. Confiamos en que a través de su pobreza, se muestre vivo Aquel
que nos habita por la fe y los sacramentos. Tenemos confianza en que a través
de sus palabras llegue hasta los hombres la semilla de la fe. De que a través de
sus mismas personas, con sus torpezas y con sus deficiencias se muestre Quien
es más grande que toda la Iglesia, pero que la habita.
Al tiempo, pedimos a los catequistas que no se conformen con informar a los
simpatizantes. Que tampoco se conformen con acompañar con verdadera
condescendencia a los simpatizantes. Les pedimos que hagan eso, pero que
además asuman la responsabilidad de tomar sobre sí la persona y la vida de
aquellos a los que les encomendamos. O dicho de otra forma: que no les
ofrezcan sólo palabras, ni siquiera sólo buenos ejemplos, sino que les ofrezcan
la propia vida y la posibilidad de acompañarles realmente en su vida, para así
mostrarles a Cristo y que en esta compañía sean capaces de soportar y cargar
con las debilidades y miserias de los hombres. Les pedimos a los catequistas
que ofreciendo sus propias vidas, y una verdadera y comprometida amistad,

5
puedan seguir sonando como reales, a los oídos de los simpatizantes, aquellas
palabras que escucharon los primeros discípulos: “Venid y lo veréis”.
Apelar a la capacidad y a la necesidad del hombre para entrar en diálogo con
Dios, decirle con la máxima claridad la Palabra definitiva que Dios ha
pronunciado en la historia y mostrarla viva en la vida de la Iglesia concreta,
esas son las tres cosas que encomendamos a la acción del Espíritu Santo y al
testimonio de los catequistas y de la comunidad cristiana en su conjunto.

Parémonos en uno de esos momentos, en el decir con la máxima claridad la


Palabra definitiva de Dios. Para ello nos servimos de un itinerario de catequesis
kerigmática.
Su contenido son los misterios de la vida de Cristo. Mostramos la
humanidad de Cristo en su historia y a través de ella el misterio de su persona,
y la oferta de perdón divino, la llamada a la conversión y al seguimiento, la
llamada al amor trinitario. Recorremos así los misterios de la vida pública de
Cristo, de su Pasión, su Cruz y su Resurrección.
Este contenido tiene dos polos de atención: la humanidad de Cristo a través
de la cual se ofrece la palabra definitiva y última de Dios y el hombre concreto
al que nos dirigimos que se ve obligado a tomar una decisión ante nuestro
anuncio. Dios que se ha revelado en Cristo de una vez para siempre y el
hombre concreto con sus temores, sus esperanzas, sus alegrías y sus angustias
que es llamado por él.
En estas catequesis nos proponemos mostrar el misterio divino ofrecido al
hombre en Cristo; que este misterio sea suficientemente entendido como oferta
salvífica, como oferta de perdón y de reconciliación con Dios, también como la
oferta de un don que ningún hombre hubiera podido soñar: el don de una vida
verdaderamente divina; que este don está vinculado a la humanidad asumida
por el Hijo de Dios, a la humanidad de la Iglesia, que les habla.
Y el fin es que los simpatizantes se decidan ante esta oferta y den fe al
anuncio de la Iglesia: un hecho que ha acaecido ya en la historia, el
acontecimiento de Cristo, que es irrepetible y en el que Dios ha dado su vida al
hombre; un acontecimiento que permanece actual en la vida cotidiana de la
Iglesia. Por tanto, el fin es que se adhieran a la persona de Cristo en la Iglesia,
entrando a participar de su fe, de su oración, de su liturgia y de su caridad.
En este sentido la última catequesis del precatecumenado se centra en el
discurso de Pedro en Pentecostés. Tras explicar el discurso, la catequesis
desemboca en dos momentos en los que se les pide a los simpatizantes una
decisión meditada. La primera es que se confronten con aquellas palabras que
el libro de los Hechos de los Apóstoles ponen en labios de los judíos que dan fe
a las palabras de Pedro: “¿Qué tenemos que hacer?”. La respuesta de Pedro
indica ya un camino claro hacia el Bautismo, que para los simpatizantes es el

6
camino del catecumenado. El segundo es que se confronten con la vida que se
genera tras este anuncio entre aquellos que han dado testimonio y aquellos que
lo han acogido, lo que resume el libro de los hechos con estas palabras:
“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la
fracción del pan y a las oraciones” (Hch 2,42).
Esto se concreta, para los catecúmenos, en la decisión libre y meditada de
entrar en la comunión de la Iglesia para allí recibir la fe apostólica, para allí
aprender una nueva relación con Dios en la oración y en la liturgia y para allí
aprender una nueva forma de vida, la vida en Cristo.
Esta decisión es la que da paso al ingreso en el catecumenado.

3. LA CORRESPONDENCIA DEL ITINERARIO, DE SU OBJETO Y DE SU FIN CON LA


CELEBRACIÓN DEL RITO DE INGRESO EN EL CATECUMENADO. LA SIGNACIÓN CON LA
CRUZ. EL INGRESO EN LA IGLESIA PARA ESCUCHAR LA PALABRA DE DIOS

Con la puesta en práctica de este itinerario catequético nos hemos ido dado
cuenta de la correspondencia que existe entre este itinerario y la celebración del
Rito de Ingreso en el Catecumenado.
Es muy útil examinar lo que significa cada uno de los gestos y de las
palabras de este rito. Ciertamente el rito es un comienzo, el punto de partida de
la fe inicial que ha de alcanzar la profesión viva explícita y operante en el marco
de la celebración del Bautismo.
Pero el rito es también un punto de llegada. Que implica una aceptación
explícita de Cristo como único Salvador y, por tanto, la renuncia a los ídolos.
Implica un verdadero pacto de amor con Cristo, que se expresa en el gesto de la
signación2. Implica la aceptación del misterio de la Iglesia, como la casa de Dios,
como el lugar de su escucha, como el lugar donde se recibe la vida divina. Todo
eso, expresado de forma muy rica en el Rito, requiere un recorrido personal
previo por parte del catecúmeno. Sin este recorrido todo es un conjunto de ritos
esotéricos.

4. UNA EXPERIENCIA QUE MARCA TODO EL CATECUMENADO

2
Cf. ENRIQUE SANTAYANA LOZANO, Pedagogía de Dios en el Catecumenado. – Signación y Bautismo –. En:
MANUEL DEL CAMPO GUILARTE, Ed., La Pedagogía de la Fe al servicio del Itinerario de Iniciación Cristiana
(Madrid 2009)165‐214

7
Por último tengo que decir que la experiencia de un precatecumenado así
desarrollado, marca todo el itinerario catequético, litúrgico y espiritual del
catecumenado propiamente dicho.
La experiencia personal de haber sido llamado y de haber hecho un pacto
personal con Dios en la persona de Cristo, sellado con el signo de la cruz, es un
referente continúo en el progreso de las cuatro tareas de la catequesis. Tanto la
iniciación en la verdad de la fe y de la vida de Dios, que se ofrece en la liturgia,
como de la verdadera respuesta de fe eclesial en la vida moral y en la vida de
oración, puede ser referida a esta celebración del Rito de Ingreso en el
Catecumenado y a la plena realización que ella anuncia, la celebración de los
Sacramentos de Iniciación.
Esta referencia es capaz de dar un tono de enseñanza “viva” a la catequesis,
de llamada constante a la libertad del catecúmeno para hacer crecer su decisión
al paso de la fe de la Iglesia hasta la plena profesión de fe dialogada de la
celebración del Bautismo.

P. Enrique Santayana Lozano C.O.

También podría gustarte