Boom Latinoamericano - Cuentos de Gabo
Boom Latinoamericano - Cuentos de Gabo
Boom Latinoamericano - Cuentos de Gabo
Un soldado argentino que regresaba de las Islas Malvinas al término de la guerra llamó a su madre
por teléfono desde el Regimiento I de Palermo en Buenos Aires y le pidió autorización para llevar a
casa a un compañero mutilado cuya familia vivía en otro lugar. Se trataba —según dijo— de un
recluta de 19 años que había perdido una pierna y un brazo en la guerra, y que además estaba
ciego.
La madre, aunque feliz del retorno de su hijo con vida, contestó horrorizada que no sería capaz de
soportar la visión del mutilado, y se negó a aceptarlo en su casa. Entonces el hijo cortó la
comunicación y se pegó un tiro.
Un niño de unos cinco años que ha perdido a su madre entre la muchedumbre de una feria se
acerca a un agente de la policía y le pregunta: “¿No ha visto usted a una señora que anda sin un
niño como yo?”.
Mary Jo, de dos años de edad, está aprendiendo a jugar en tinieblas, después de que sus padres, el
señor y la señora May, se vieron obligados a escoger entre la vida de la pequeña o que quedara
ciega para el resto de su vida. A la pequeña Mary Jo le sacaron ambos ojos en la Clínica Mayo,
después de que seis eminentes especialistas dieron su diagnóstico: retinoblastoma. A los cuatro
días después de operada, la pequeña dijo: “Mamá, no puedo despertarme… No puedo
despertarme”.
Es el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde un décimo piso, y a medida que caía
iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas,
los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta
la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había
cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella
vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.
Dos exploradores lograron refugiarse en una cabaña abandonada, después de haber vivido tres
angustiosos días extraviados en la nieve. Al cabo de otros tres días, uno de ellos murió. El
sobreviviente excavó una fosa en la nieve, a unos cien metros de la cabaña, y sepultó el cadáver.
Al día siguiente, sin embargo, al despertar de su primer sueño apacible, lo encontró otra vez
dentro de la casa, muerto y petrificado por el hielo, pero sentado como un visitante formal frente
a su cama. Lo sepultó de nuevo, tal vez en una tumba más distante, pero al despertar al día
siguiente volvió a encontrarlo sentado frente a su cama. Entonces perdió la razón. Por el diario
que había llevado hasta entonces se pudo conocer la verdad de su historia. Entre las muchas
explicaciones que trataron de darse al enigma, una parecía ser la más verosímil: el sobreviviente
se había sentido tan afectado por su soledad que él mismo desenterraba dormido el cadáver que
enterraba despierto.
Ladrón de sábado
Hugo, un ladrón que sólo roba los fines de semana, entra en una casa un sábado por la noche.
Ana, la dueña, una treintañera guapa e insomne empedernida, lo descubre in fraganti. Amenazada
con la pistola, la mujer le entrega todas las joyas y cosas de valor, y le pide que no se acerque a
Pauli, su niña de tres años. Sin embargo, la niña lo ve, y él la conquista con algunos trucos de
magia. Hugo piensa: «¿Por qué irse tan pronto, si se está tan bien aquí?» Podría quedarse todo el
fin de semana y gozar plenamente la situación, pues el marido -lo sabe porque los ha espiado- no
regresa de su viaje de negocios hasta el domingo en la noche. El ladrón no lo piensa mucho: se
pone los pantalones del señor de la casa y le pide a Ana que cocine para él, que saque el vino de la
cava y que ponga algo de música para cenar, porque sin música no puede vivir.
A Ana, preocupada por Pauli, mientras prepara la cena se le ocurre algo para sacar al tipo de su
casa. Pero no puede hacer gran cosa porque Hugo cortó los cables del teléfono, la casa está muy
alejada, es de noche y nadie va a llegar. Ana decide poner una pastilla para dormir en la copa de
Hugo. Durante la cena, el ladrón, que entre semana es velador de un banco, descubre que Ana es
la conductora de su programa favorito de radio, el programa de música popular que oye todas las
noches, sin falta. Hugo es su gran admirador y. mientras escuchan al gran Benny cantando Cómo
fue en un casete, hablan sobre música y músicos. Ana se arrepiente de dormirlo pues Hugo se
comporta tranquilamente y no tiene intenciones de lastimarla ni violentarla, pero ya es tarde
porque el somnífero ya está en la copa y el ladrón la bebe toda muy contento. Sin embargo, ha
habido una equivocación, y quien ha tomado la copa con la pastilla es ella. Ana se queda dormida
en un dos por tres.
A la mañana siguiente Ana despierta completamente vestida y muy bien tapada con una cobija, en
su recámara. En el jardín, Hugo y Pauli juegan, ya que han terminado de hacer el desayuno. Ana se
sorprende de lo bien que se llevan. Además, le encanta cómo cocina ese ladrón que, a fin de
cuentas, es bastante atractivo. Ana empieza a sentir una extraña felicidad.
En esos momentos una amiga pasa para invitarla a comer. Hugo se pone nervioso pero Ana
inventa que la niña está enferma y la despide de inmediato. Así los tres se quedan juntitos en casa
a disfrutar del domingo. Hugo repara las ventanas y el teléfono que descompuso la noche anterior,
mientras silba. Ana se entera de que él baila muy bien el danzón, baile que a ella le encanta pero
que nunca puede practicar con nadie. Él le propone que bailen una pieza y se acoplan de tal
manera que bailan hasta ya entrada la tarde. Pauli los observa, aplaude y, finalmente se queda
dormida. Rendidos, terminan tirados en un sillón de la sala.
Para entonces ya se les fue el santo al cielo, pues es hora de que el marido regrese. Aunque Ana se
resiste, Hugo le devuelve casi todo lo que había robado, le da algunos consejos para que no se
metan en su casa los ladrones, y se despide de las dos mujeres con no poca tristeza. Ana lo mira
alejarse. Hugo está por desaparecer y ella lo llama a voces. Cuando regresa le dice, mirándole muy
fijo a los ojos, que el próximo fin de semana su esposo va a volver a salir de viaje. El ladrón de
sábado se va feliz, bailando por las calles del barrio, mientras anochece.
FIN
Algo muy grave va a suceder en este pueblo
Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de
17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos
le preguntan qué le pasa y ella les responde:
-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este
pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se
va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le
dice:
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó,
si era una carambola sencilla. Contesta:
-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana
sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o
una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su
mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.
-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame
dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están
preparando y comprando cosas.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora
agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en
que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de
pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y
tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados
por irse y no tienen el valor de hacerlo.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central
donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y
otros incendian también sus casas.
-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.
FIN