Cupido 13 - Ricardo Marino
Cupido 13 - Ricardo Marino
Cupido 13 - Ricardo Marino
guchi Kamisato fruncía el ceño mientras volaba, haciendo un gran esfuerzo para
mantenerse concentrado y poder sostener el chorizo que llevaba pendiendo del
hilo. Desatar el chorizo le había costado un gran esfuerzo mental. Y una vez que
había logrado liberarlo de la cinta y lo llevaba flotando a cierta altura para hacerlo
pasar por encima de la pared, tuvo que moverlo rápidamente para que el hombre que
estaba asando no pudiera agarrarlo como había ocurrido en el primer intento.
Desde allí Eguchi había trasladado el chorizo hasta las cercanías del perro y ni
bien éste olió ese delicioso aroma, se lanzó a la carrera en su persecución. Eguchi
volvió entonces hacia la casa de Dimitri, acompañado por el asombrado Hitoshi que
volaba a su lado. Abajo, corriendo y dando saltos desesperados, iba Confuso.
El perro no podía creer que ese rico chorizo pudiera volar a centímetros de su
nariz y que él no pudiera alcanzarlo.
Así, con gran destreza, Confuso fue guiado hasta la vereda de la casa de Dimitri.
Finalmente Eguchi se paró sobre el tapial, en espera de que el perro se pusiera a
ladrar y alertara a su dueño.
—Allí está de nuevo el chorizo que se fue volando —comentó Dimitri desde el
patio. Irina lo miró como si estuviera loco y después miró el chorizo que
efectivamente estaba flotando sobre el tapial.
No hubo tiempo para explicaciones.
De pronto una cosa enorme y peluda pasó por arriba del tapial y aterrizó sobre la
delicada mesa con copas finas que estaba preparada en el centro del patio…
—¡Confuso! —ladró Nerviosa.
—¡Confuso! —gritó Dimitri.
—¡Dios mío! —exclamó Irina, confundida.
Los ladridos de alegría de Confuso, las lamidas que le daba a su dueño en la cara,
los saltos y gritos de Nerviosa, las carcajadas de Dimitri y el chorizo que regresó solo
a la parrilla, desconcertaron un tanto a Irina.
El director de la sección «Libros» del diario la había llamado por teléfono tres
veces exigiéndole que le enviara la nota y en los tres casos ella le había contestado
«¡Ya se la envío, señor!».
Pero la verdad era que no la tenía escrita. La nota consistía en una crítica sobre un
libro recientemente publicado. En los últimos días Irina se lo había pasado buscando
a su perrita y no había tenido tiempo de leer nada ni de hacer la crítica. Menos aun
Confuso contra los marcianos, por culpa del cual precisamente había perdido a su
perrita. La había dejado en la vereda para entrar a la librería a comprar ese libro y al
salir, cinco minutos después, no había ni rastro de Nerviosa. «Maldito libro», había
gritado Irina en ese momento.
Después había recorrido el barrio, cuadra por cuadra, preguntándoles a los
diarieros, floristas, policías, a los que atendían los puestos de artesanías del parque y
cuanta persona se había cruzado, sin obtener ningún dato.
De todas formas no tenía más remedio que cumplir con su trabajo, así que
desconectó el teléfono, apagó la radio y trató de concentrarse en la lectura. Su perra
sabía leer y muchas veces esa parte del trabajo la hacían juntas. De hecho, la opinión
de Nerviosa era muy tenida en cuenta por Irina al escribir sus críticas.
Pese a su mal estado de ánimo a las dos horas había terminado con la lectura y ya