Los Nabateos 0
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Versión
digital por cortesía del autor, como parte de su Obra Completa y bajo su supervisión].
© José María Blázquez Martínez
© De la versión digital, Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia
Los nabateos
José María Blázquez Martínez
des rebaños, de ovejas y de cabras, que pastoreaban al norte del Mar Rojo, en la región
de Midian, al mismo tiempo que robaban los barcos egipcios, que navegaban por este
mar. Los nabateos monopolizaban también el comercio de bálsamo de Hadramaut, en el
sur de Arabia, del arrayán, del incienso, de las especias procedentes de la India y de
toda clase de productos exóticos, con cuya venta obtenían fabulosas ganancias, como lo
indica el lujo de sus tumbas.
El geógrafo griego, contemporáneo de Diodoro, Estrabón, en su Geografía (XVI,
4, 230) recoge algunos datos valiosos sobre la historia de la región de los nabateos, que
se ha visitado recientemente, con ocasión de narrar la expedición del año 25 a. C. de los
romanos apoyados por los nabateos y, más concretamente, por el ministro de Obadas
III, de nombre Sylheus, con la finalidad de conquistar el sur de Arabia. El ministro na-
bateo tenía posesiones en Hagra, que es precisamente la región que se ha visitado en el
corazón de Arabia. Esta región, situada a más de 600 kilómetros de Petra, estaba habi-
tada por los nabateos, como lo indican las inscripciones de sus tumbas. La expedición
romana terminó con un fracaso, pero tuvo una importancia excepcional para el comercio
caravanero de Hagra, pues, según indica Estrabón, se abrió con esta expedición una
nueva ruta más rápida hacia el Mediterráneo; desde Hagra se viajaba ahora en línea rec-
ta a Leuke Kome, localidad situada en la costa del Mar Rojo; se pasaba a Leukos Limen
y a Myos Hormos, ciudades situadas en la orilla egipcia opuesta. Desde este último
puerto las mercancías eran transportadas a Tebas y a Koptos, para descender río abajo
hasta Alejandría, desde donde eran repartidas por todo el Mediterráneo. Esta nueva ruta
orillaba a Petra y a Gaza, con lo que ambas ciudades poco a poco perdieron su impor-
tancia corno centros de distribución de productos exóticos en el Imperio Romano. La
antigua ruta caravanera iba de Hagra a Petra y desde aquí se dirigió a Gaza o a Damasco
para acabar en Tiro.
Los nabateos bajo el gobierno romano
El cénit del reino nabateo se sitúa en los primeros 40 años que siguieron al cambio
de Era, bajo el reinado de Aretas IV, que gobernó su pueblo desde el año 9 a. C. hasta el
40 (Jos. Ant. XVII, 109-125). Su reino se extiende desde Hagra hasta Damasco. Man-
tuvo este monarca excelentes relaciones con sus vecinos judíos, como lo indica el ma-
trimonio de su hija, celebrado hacia el año 20, con Herodes Antipas, rey de Galilea y de
Perea, pero pronto la repudió el monarca hebreo, para casarse con Herodias, la esposa
de su hermano. La denuncia de este matrimonio escandaloso costó la vida a Juan Bau-
tista, que fue decapitado en la fortaleza de Maqueronte. Durante su reinado, comercian-
tes nabateos tenían sucursales de sus productos exóticos en Puteoli, el gran puerto, que,
junto, con Ostia, abastecía a Roma de mercancías. En este puerto se levantó un templo
nabateo.
Estrabón (XVI, 2.26) ha dejado una descripción de Petra y de sus habitantes, que
remonta a su amigo el filósofo Athenodoro, que residió en la ciudad. Dice así:
«Los nabateos son gente moderada y tan laboriosa que castigan públicamente a los que
disminuyen sus bienes y honran a los que los aumentan. Se los emplea para intercambios pocos
esclavos entre ellos. A veces ellos mismos se sirven y esta costumbre la tiene incluso el mismo
rey. Forman grupos de 13 hombres y de dos músicos. El rey tiene en su palacio muchos grupos
de éstos. Ninguno bebe más que 11 copas de una vez y termina con una copa grande de oro. El
rey es de tendencia democrática y, en vez de ser servido, él sirve a otros. Muchas veces pre-
senta en público sus cuentas al pueblo, y otras veces incluso las acciones de su vida privada.
Sus casas están generalmente hechas de piedra y sus ciudades no tienen murallas, pues son
pacíficos. Abundan los frutos naturales, salvo la aceituna. Usan sésamo. Sus ovejas tienen pelo
blanco; sus bueyes son grandes; su tierra no cría caballos, en lugar de ellos hay camellos. Los
mismos reyes salen a la calle sin túnica, sólo llevan cinturones, zapatillas, vestidos pintados
con púrpura...
Creen que los cuerpos muertos son como estiércol. Como afirma Heráclito: los cadáveres
hay que arrojarlos como abono amontonado. Por esta razón, entierran incluso sus reyes al lado
de sus retretes. Veneran al sol; ponen un altar en su casa, hacen libaciones todos los días y
usan francincense...
La capital de los nabateos se llama Petra, porque se extiende por una planicie, pero alre-
dedor está rodeada de rocas; fuera de ella hay arroyos y dentro de la ciudad hay fuentes abun-
dantes de agua corriente y para los jardines...»
Con el sucesor, su hijo Melicus II, empezó la decadencia del reino nabateo, que se
consumaría cuando en el año 106 Trajano formó con gran parte del antiguo reino na-
bateo la provincia romana de Arabia Pétrea, poniendo la capital en Bostra. Adriano vi-
sitó en el año 131 Petra y le concedió el título de metrópoli, con el que aparece citada en
las leyendas monetales. Ambas ciudades nabateas recibieron el año 221 el título de co-
lonias romanas por el emperador de origen sirio Heliogábalo.
Las tumbas de Hagra
La ciudad que visitamos, Hagra, la actual Madain Saleh, ha sido frecuentemente
recordada, como se ha indicado, por los escritores griegos y romanos. Fue identificada
por los historiadores árabes Al-Balathuri, Al-Tabary, y Al-Quasvini, corno la capital de
la región de Midiam, que comprendía la amplia región que hoy día es toda la parte nor-
oeste de Arabia. Los geógrafos árabes, Al-Idrisi, Al-Istakhari y Al-Mogaddisi aluden a
ella como a la patria de los Thamúdicos, habitada después por los libyanitas y por los
nabateos. Estos últimos son el pueblo que excavó las tumbas en la roca, a imitación de
Petra, cuyos monumentos funerarios son del mismo tipo, aunque no gemelos, de los de
Madain Saleh. Este parentesco, además de las inscripciones, demuestra que desde Hagra
hasta Petra se asentaba un mismo pueblo. Aunque se discute la fecha, se admite gene-
ralmente que estas tumbas pertenecen al siglo I, y coinciden en parte con el mayor mo-
mento de esplendor de Petra.
El paisaje es maravilloso. En pleno desierto de Arabia se levantan unos gigantescos
conos y montículos de color amarillento, que son formaciones terciarias, acumuladas
por sedimentación en los fondos marinos, llenos de oquedades, que muchas veces dan a
la roca un aspecto de panal de miel, o de superficies recubiertas de estalactitas. Los co-
nos y montículos forman complicadas figuras y combinaciones geométricas. Apenas
crece un arbusto en la región. Las tumbas están talladas en la roca, carecen de puertas, y
generalmente tienen en el interior una sola pero amplia cámara funeraria.
Los nabateos, al igual que los habitantes de Palmira, inhumaban a sus muertos,
como lo indican los nichos alargados para contener el cadáver, unos encima de otros, o
las fosas del suelo. Muchas de estas últimas se encuentran hoy día sin tapadera y sin
violar, llenas de arena, con el cadáver y las ofrendas funerarias en el interior. Con cierta
frecuencia se recogen monedas en las tumbas.
A diferencia de Palmira, donde las tumbas están frecuentemente pintadas, como en
el hipogeo, llamado de los Tres Hermanos, en el que la bóveda está decorada con moti-
vos geométricos tomados de los mosaicos, los pilastres con medallones, con retratos en
el interior, levantados por nikes o con damas de pie que sostienen niños en brazos, y un
gran cuadro central con una composición, que gozó de gran aceptación en el Bajo Impe-
rio, cual es la de Aquiles en Esciros, a otras tumbas, cuyos nichos están tapados por los
retratos de los difuntos, presididas por grupos escultóricos con la familia de los muertos
recostados sobre klines. En las tumbas de Madain Saleh, las paredes nunca estuvieron
cubiertas con pinturas, ni con esculturas, ni con mobiliario esculpido en la roca. Son
totalmente lisas. La roca se dejaba trabajar fácilmente. Las habitaciones y las fachadas
están talladas con una perfección exquisita.
Algunas tumbas se encuentran aisladas; otras están colocadas unas a continuación
de otras, como en Qasr-al-Bint, formando un conjunto de 23 tumbas y en Hreba de 13;
ambas localidades son parajes de Madain Saleh. El tamaño varía mucho de unas tumbas
a otras. La mayoría son monumentales. También las hay de pequeñas proporciones
como en Ibremat, buen indicio de que las familias nabateas que se enterraban en estos
hipogeos se diferenciaban enormemente entre ellas por su riqueza y posición social.
No siempre la fachada excavada en la roca se encuentra al aire libre; a veces se ta-
lló en el corredor estrecho, formado entre dos gigantescos macizos rocosos, como la
gran habitación, denominada Majlisas-Sultan, cuyas medidas son 40 x 25 pies y que se
interpreta como un santuario, ya que las tumbas alternan con nichos con betilos en el
interior. El estrecho y serpenteante corredor –encontramos varios nichos con betilos el
día que nos dedicamos a recorrer este espléndido yacimiento– recuerda muy de cerca al
siy de Petra, por donde penetra el visitante en la ciudad de los muertos, y que desem-
boca enfrente del Khasneh o Tesoro. En este barranco de Petra las paredes están ador-
nadas con gran cantidad de nichos con un betilo, imagen de Dushara, el dios principal
de los nabateos, flanqueado con cierta frecuencia por otras deidades nabateas, como
Manatu y Allat, a las que se aludirá más adelante.
Las fachadas son casi uniformes en Madain Saleh. Ello las diferencia de Petra,
donde alguna, como la citada de Khasneh, lleva tres templetes sobre el frontón, con es-
culturas sostenidas por seis columnas corintias, o el Deir de Petra, que es de fachada aún
más complicada. Tampoco posee Madain Saleh complejos monumentales, corno el que
se halla enfrente del teatro de Petra, las llamadas tumbas reales.
Tienen todos los elementos típicos de la arquitectura griega con algunos otros adi-
tamentos orientales, corno los dos escalonados contrapuestos de origen asido o las pi-
rámides escalonadas. Este hecho es un testimonio claro de la profunda helenización de
los nabateos. Hay algunos otros elementos de origen griego en Qasr-al-Bint, como los
jarrones monumentales, que coronan los frontones de las tumbas, unas veces triangula-
res y otras arqueados, y que se han interpretado como urnas funerarias, lo que indicaría
que los nabateos unas veces enterraban y otras quemaban a sus muertos. En la parte
superior del frontón, a veces dentro de él, está esculpida el águila nabatea, con las alas
desplegadas. Urnas y águilas se encuentran igualmente en las tumbas de Petra, como en
las de Sextus Florentinus, en la citada de Deir, etc.
Otros relieves, que aparecen esculpidos más rara vez, son máscaras entre serpien-
tes, de claro significado funerario, dentro del frontón, y sobre un friso en el arquitrabe
decorado con triglifos y metopas, como en tumbas de Qasr-al-Bint. En esta misma loca-
lidad, con cierta frecuencia, a juzgar por los huecos vacíos, encima del águila, se colo-
caba una tabula ansata, en escritura nabatea, donde se colocaba el nombre y los años
del difunto. A veces se representaba en las esquinas del frontón una esfinge, un indicio
claro de la aceptación por este pueblo de la simbología griega, relacionada con las ideas
funerarias.
Imágenes de los dioses: Dushara, Manatu y Allat
Entre las tumbas se esculpieron con cierta frecuencia nichos con tres o con un sólo
betilo, que, según se indicó, representan muy probablemente a la triada de dioses naba-
teos: Dushara, Manatu y Allat. El primero es en Petra el dios nacional, una encarnación
del dios semítico de la fertilidad. A él está dedicado un gran número de inscripciones
funerarias, que indican claramente el carácter de ultratumba que tuvieron los dioses de
la fertilidad en todas las religiones, Allat es una diosa panarábiga que, en compañía de
Allah, forman el núcleo del panteón nabateo. Es típico de los árabes pre-islámicos la
existencia de esta triada divina; así, en la Meca, en tiempos de la predicación de Ma-
homa, se veneraban Allat, Al-Manat y Al Uzza; encima de ellas se encontraba Allah,
dios panarábigo, que Mahoma identificó con el único dios. En Petra se halla esta triada
o alguno de sus componentes, con mucha frecuencia representada, ya con un betilo,
como en el citado Siq en el interior de un frontón, o con grupos de tres, como en la en-
trada al Siq, en la llamada roca Rekenn. Otras veces se tallaron en la roca obeliscos,
corno los cuatro que coronan la tumba de Bab el Siq.
Tumbas mineas de Al-Ula
Los mineos, junto con los sabeos, formaron en el primer milenio a. C. unos reinos,
el de Qataban y el de Hadramut, en la Arabia meridional. No lejos de Madain Saleh,
unos 20 kilómetros al sur y al norte de Medina, está asentado, a lo largo del Wadi Ula,
Al-Ula, ciudad que desempeñó un papel importante en la historia de toda esta parte nor-
occidental de Arabia. La ciudad de Al-Ula, no lejos de la capital del reino de Dedan, fue
habitada sucesivamente por los lihyanitas, por los tamuditas y probablemente también
por los nabateos. Una montaña cortada a pico está llena de cámaras rectangulares en el
interior, sin ninguna decoración exterior en la fachada salvo dos leones que, colocados
en el interior de nichos, coronan una tumba fechada en la mitad del primer milenio a. C.
Los leones son de una gran originalidad en el modelado, gran fuerza de expresión aun-
que trabajados de un modo impresionista. Dentro de las representaciones de estos ani-
males en el arte del Próximo Oriente forman una pareja única por la calidad de su arte.
El león con carácter funerario está bien documentado en el Oriente, desde finales del
segundo milenio a. C. Baste recordar los seis leones, cuatro sosteniendo el mueble y dos
sobre la tapa, del sarcófago de Ahirarn de Biblos. En Petra también hay una tumba cuyo
ingreso está escoltado por una pareja de leones. Toda la fachada de esta roca está
cubierta de tumbas, agrupadas formando conjuntos de diferentes unidades.
A cuatro kilómetros al norte de la ciudad de Al-Ula, se encuentra el Wadi Ekmeh,
que es una gigantesca torrentera, encajonada entre dos abruptas montañas, que
impresionan al visitante por las tonalidades amarillentas y granates de sus laderas. El
paisaje es desértico. Tan sólo crecen algunos matorrales espinosos, que contrastan vi-
vamente con el oasis plagado de palmeras, de naranjos, y de fuentes con rápidos torren-
tes. En las proximidades pastan los rebaños de cabras, de ovejas y de camellos.
Las laderas del Wadi Ekrnech están llenas de inscripciones y de grafitos, fechados
en el siglo IV a. C., que han sido estudiados en 1968 por una expedición científica de la
Universidad de Londres. Las inscripciones y grafitos pertenecen a diferentes poblacio-
nes que han ocupado la región; mineos, lityanitas, thamúdicos y nabateos. La mayoría
están relacionados con las gentes enterradas en las próximas tumbas. La superficie de
las rocas en su parte inferior está materialmente cubierta por las inscripciones, pero
también por gran número de figuras, ya aisladas, ya formando grupos. Algunas de estas
figuras se repiten mucho; otras aparecen una sola vez. Así, están representados hom-
bres, que parecen monigotes infantiles, con los brazos extendidos en forma de cruz y las
palmas de las manos abiertas.
Otros varones están sumamente estilizados, y levantan en alto sus manos. No faltan
figuras femeninas, reconocibles por la indicación de los senos. Hay también grupos de
camellos marchando uno detrás de otro, o aislados, y de ganado vacuno de grandes
cuernos en forma de lira; estos últimos, de todos los tamaños. No podía faltar un animal
tan importante en la economía de los pueblos que viven en el desierto, corno las cabras,
que marchan en grupos, o sea, formando rebaños igualmente están presentes animales
salvajes, como del tipo de gacelas, fácilmente identificables por sus largos y arqueados
cuernos, a no ser que haya que interpretarlos como cabras también. Llama mucho la
atención el hecho de que junto a representaciones del mundo animal o humano, están
presentes alusiones a las ciudades. Hay figuras que son puertas de ingreso en la ciudad,
probablemente torreadas y de forma rectangular, que serían de barro; algunas otras son
rectangulares. También se representaron unos enrejados que deben ser corrales de ga-
nado colocados en el campo y jinetes al galope.
Este arte recuerda muy de cerca al arte esquemático hispano, que cronológicamente
es más antiguo, por el esquematismo de las figuras humanas con idénticas actitudes, y
por los grupos de cabras parecidas a las de los abrigos de Casas Viejas y de la laguna de
la Janda, ambas localidades de Cádiz.
No están descubiertos todavía los poblados de los habitantes de estas tumbas. En
cambio, se ha conservado en buen estado, salvo la pérdida de la cabeza, una escultura de
un santuario lihyanita, en Al-khuraibah, junto a Al-Ula. Está modelada en una piedra
arenisca rojiza típica de la región. Representa a un varón de pie, con los brazos caídos a
lo largo del cuerpo y las manos cerradas en una actitud que recuerda mucho a las esta-
tuas de los jóvenes del arcaísmo griego. Un doble cinturón con lazo ciñe la cintura. No
hay indicaciones anatómicas sobre el pecho. Cubría la cabeza una peluca egipcia, de la
que se conserva la parte posterior.
En las proximidades del oasis, y probablemente perteneciente al citado santuario,
se encuentra un tanque circular de agua, probablemente usado para purificaciones ri-
tuales, a las que fueron tan aficionados los semitas.
Esta figura y algún torso aislado, que se conservan, son el equivalente en la región
noroccidental de Arabia de las esculturas de tumbas encontradas en el Yemen, que re-
presentan a un personaje sentado, toscamente trabajado. No se han descubierto hasta
hoy en las necrópolis visitadas estelas con la cabeza plana y triangular en relieve del
difunto, con ojos, nariz y boca toscamente modelados, pero bien indicados, que se docu-
mentan entre los árabes pre-islámicos, tan próximas a algunas representaciones huma-
nas del arte celta europeo. Otras veces estas estelas reducen la decoración a una simple
indicación de los ojos, con una inscripción en la parte inferior.
Llama la atención no encontrar entre los árabes nabateos, pueblo esencialmente ca-
ravanero, entre los que el camello era el animal más importante para atravesar el de-
sierto, relieves planos con figuras de camellos, como uno de procedencia desconocida,
pero con seguridad arábigo, que tiene en la parte superior una inscripción himiárica, con
el banquete funerario; y, en la inferior, un jinete con lanza, que sigue a un camello; o un
segundo, de origen también desconocido, con dos caminantes arriba; un camello co-
rriendo con dos personas montadas en el centro y un caballo al galope, seguido del ser-
vidor del jinete, a pie.
En una tercera estela hallada en las proximidades de Marib, en el antiguo reino de
Saba, en el sur de la Península Arábiga, un varón armado de lanza, que le sirve de bas-
tón, cabalga en camello, que marcha detrás de un servidor a pie.
Este arte nabateo de la región noroccidental de Arabia es hermano del arte de Petra,
pero ofrece algunas particularidades que le dan gran originalidad dentro del arte de los
pueblos árabes pre-islámicos, probablemente porque los nabateos de la región de Hagra,
debido a vivir en un oasis en pleno desierto, se diferenciaban un tanto de sus hermanos
de Petra. Estos nabateos supieron aprovechar magníficamente la topografía del terreno y
adaptar a ella los modelos recibidos junto a otros elementos típicos de ellos.