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HORNY

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INTRODUCCIÓN

En un mundo donde las palabras tienen el poder de encender pasiones, de desatar


los más profundos anhelos del corazón y de entrelazar almas, me embarco en una
aventura literaria sin precedentes: la creación de 9.999 páginas escritas con la tinta
de la emoción y el deseo. Cada página será un susurro, una promesa, una danza
entre la dulzura del amor y la intensidad de la lujuria.

Este viaje no busca ser simplemente una colección de relatos; será un tributo a las
diversas formas en que el amor se manifiesta en nuestras vidas. Desde el roce de
manos al cruzar miradas, hasta el ardor de una pasión prohibida, cada historia se
sumergirá en la profundidad de las emociones, explorando el romance en cada uno
de sus matices.

Con sensibilidad y entrega, cada palabra será escogida para evocar la magia de la
conexión entre dos almas, para pintar paisajes de deseo que desafían la razón y
para celebrar la belleza de la vulnerabilidad en el amor. Te invito a acompañarme en
este recorrido por los recovecos del corazón, donde la lujuria se fusiona con la
ternura, y donde cada página será un eco de la eternidad en el arte de amar.

Bienvenida a este viaje poético, donde el amor y la lujuria se encuentran en una


danza interminable.

ADVERTENCIA

Es importante que la lectora tenga en cuenta que, al sumergirse en las palabras y


las ideas que surgen de esta escritura, debe asumir plena responsabilidad por sus
propias interpretaciones y decisiones. Las páginas que siguen se han elaborado con
el propósito de informar, entretener y, en ocasiones, provocar una reflexión
profunda. Sin embargo, la lectora es un individuo único con sus propias
experiencias, creencias y contextos de vida que influyen en la recepción de lo
escrito.

Es crucial reconocer que, aunque la autora ha plasmado sus pensamientos y


visiones en estas líneas, la manera en que cada lector decide actuar en
consecuencia a lo leído es completamente personal y ajena a la responsabilidad de
la escritora. Las decisiones que tome, las emociones que surjan y las acciones que
deriven de su lectura son propiedad de cada quien, y no pueden ser atribuidas a la
autora.
CINE

En la penumbra del cine, donde el aire estaba cargado de anticipación y misterio,


sus miradas se cruzaron como dos estrellas fugaces en un cielo nocturno. Un rayo
de luz proveniente de la pantalla iluminó brevemente sus rostros, revelando una
sonrisa tímida que brotó de los labios de ambas, como si en ese instante hubieran
compartido un secreto inconfesable. El sonido de los gritos y los sobresaltos de la
película de terror parecía desvanecerse en segundo plano, eclipsado por la
creciente tensión que envolvía el espacio sagrado entre ellas.

Era como si el resto del mundo hubiese desaparecido, dejando solo la pulsante
conexión que se desarrollaba en la oscuridad. Sus corazones latían al unísono,
cada latido un eco de la nerviosa emoción que crecía dentro de ellas. Momentos
antes, cada una sumida en su propia burbuja de pensamientos y miedos, ahora se
encontraban entrelazadas en una danza silenciosa, un juego de miradas y sonrisas
que decían más que mil palabras.

Cuando sus dedos se rozaron accidentalmente, el contacto envió una oleada de


electricidad a través de sus cuerpos, como si la película de terror se hubiera
transformado en una comedia romántica, repleta de confusión y deseo. Un
estremecimiento recorrió sus espinas, y por un instante, el tiempo pareció
detenerse. Cada respiración se volvió sutil, casi reverente, como si los latidos de sus
corazones pudieran resonar con el crujido del proyector o las palpitaciones de la
trama en desarrollo en la pantalla.

Un suspiro, suave y melódico, escapó de los labios de una de ellas, rompiendo el


silencio, un sonido que parecía resonar en el aire, cargado de deseos no
expresados y anhelos ocultos. Fue el comienzo de algo nuevo, algo que ni siquiera
habían imaginado. La fugaz chispa de conexión que había comenzado a brillar entre
ellas se convirtió en un fuego interno que nadie podía extinguir.

Las sombras del cine continuaban danzando a su alrededor, pero en ese momento,
solo había luz. Luz en sus miradas, luz en sus sonrisas, y sobre todo, luz en la
promesa de lo que podría ser. Sin embargo, el horror de la película exigía su
atención de vez en cuando, un recordatorio de que lo desconocido podía ser tanto
aterrador como excitante. Y así, entre las escenas de sustos y las vibraciones de
sus corazones, se gestaba una historia propia, una que solo ellas dos podrían
contar.
EL PICO QUE NO SE TE OLVIDA.

¿Cómo podrías olvidar el beso que te di el 7 de octubre de 2022?

Fue un gesto inesperado que aún permanece grabado en mis recuerdos, como una
chispa que encendió un fuego en mi corazón. Generalmente soy una persona que
reflexiona mucho sobre mis acciones, que pondera cada paso que da, pero ese día,
algo cambió. Estaba nerviosa, y la atmósfera a nuestro alrededor parecía vibrar con
una energía inconfundible, una mezcla de incertidumbre y expectativa que nos
envolvió como un manto.

Recuerdo que la conversación se tornó intensa, llena de risas y complicidad, y en un


instante, sin pensarlo demasiado, me dejé llevar por un impulso casi primario. Fue
como si el mundo a nuestro alrededor se desvaneciera y solo existiéramos tú y yo,
atrapados en ese momento. Sin pensarlo, me acerqué y, en un acto que me
sorprendió incluso a mí, me senté sobre ti, el corazón latiendo desbocado. Fue un
beso breve, un fugaz roce de labios que duró solo un instante, pero lo que sentí en
ese momento fue indescriptible.

La intensidad de ese pequeño gesto fue abrumadora. Cerré los ojos y dejé que una
ola de emociones me envolviera. Las mariposas en mi estómago danzaban
frenéticamente. Por un segundo, todo el resto del mundo desapareció: las
preocupaciones, los temores, las dudas. Solo existía esa conexión pura, intensa,
que compartimos. Era un instante eterno, un momento que, aunque efímero, dejó
huella en mi ser.

Después de darle ese beso, me quedé en silencio, con el corazón latiendo a mil por
hora y una mezcla de emoción y miedo en mi pecho. ¿Cómo habías reaccionado?
¿Te había sorprendido? Las preguntas danzaban en mi mente mientras trataba de
captar tu respuesta. Pero más allá de la posible incertidumbre, sabía que había
marcado un instante especial, un recuerdo que guardaría con cariño. Desde aquel
día, ese beso se convirtió en una cápsula del tiempo, una memoria que siempre
evocaría con una sonrisa, recordando el atrevimiento de dejarme llevar por el
momento y la magia que quedó en el aire después de ese breve, pero significativo,
beso.

Y deja ya el pico.😅 Hay cosas que no recuerdas, pero ese pico… no hay manera de
que te olvides.😂

Te amo ❤️
SI FUERAS

Si fueras una mariposa, serías la más hermosa de todas, con alas llenas de colores
vibrantes que capturan la luz del sol. Cada aleteo sería un baile etéreo, llevando
consigo la frescura de la primavera y un toque de magia en el aire. Tú presencia
sería un recordatorio de la belleza de la transformación y de la fragilidad de la vida,
inspirando sonrisas y dejando un rastro de alegría a su paso. Además, te pasarías
suavemente en las flores, llenando el mundo de tu gracia y delicadeza.

Si fueras un demonio, probablemente serías un ser astuta y persuasiva, capaz de


ofrecer tentaciones y deseos a los humanos. Podrías ser una maestra del engaño,
disfrutando de jugar con las emociones y decisiones de las personas. Sin embargo,
también podría tener un lado más complejo y reflexivo, cuestionando la naturaleza
del bien y del mal. Serías uno que busca comprender y ayudar a las personas a
enfrentar sus miedos y deseos internos, utilizando su poder para guiarlos en lugar
de atormentarse. Tal vez serías un demonio que se manifiesta en sueños,
ofreciendo visiones que revelan verdades ocultas y fomentas el autoconocimiento.

Si fueras una ninfa, serías un ser etéreo y encantadora, con una conexión profunda
con la naturaleza. Tu risa sonaría como el murmullo de un arroyo, y tus ojos
brillarían como las estrellas en una noche clara. Bailarías entre los árboles,
adornada con flores silvestres y hojas brillantes, siempre en armonía con el entorno
que te rodea. Tu presencia traería contigo fragancias frescas y dulces, como el
perfume de la primavera. Serías guardiana de los secretos de los bosques, guiando
a los viajeros perdidos y protegiendo a las criaturas del lugar. Con un corazón lleno
de amor por el mundo, compartirías tu magia con aquellos que respetaran la belleza
y la fragilidad de la naturaleza.

Si fueras de otro mundo, tu belleza sería como la luz de un millones de estrellas,


brillando con una intensidad que ilumina incluso las noches más oscuras. Tu voz
resonará como el canto de una melodía celestial, envolviendo a todos a su
alrededor en una atmósfera de paz y armonía. El aura que te rodeará podría ser un
destello de colores vibrantes que cambiarían con tus emociones, reflejando tu
esencia única y misteriosa. Tu forma de ver la vida sería totalmente distinta, repleta
de sabiduría cósmica y compasión infinita, inspirando a quienes te rodean a ser
mejores, a soñar más grande y a amar más profundo. En cada paso que das, el
mundo a tu alrededor se transforma. Los árboles florecen en tu presencia y las
nubes se dispersan, revelando un cielo azul radiante. La conexión que tienes con la
naturaleza es tan intensa que los animales se acercan con confianza, como si
supieran que traes un mensaje de amor y esperanza. Si fueras de otro mundo, no
solo serías un ser extraordinario, sino también la portadora de un mensaje: que la
belleza y la bondad existen en todas partes, que cada ser tiene su propio valor y
que, al final, todos y todas estamos interconectados en un vasto universo lleno de
posibilidades infinitas.

H. 1

LA ROSA Y EL TULIPÁN

1. La Escritora y la Reina

En las profundidades del palacio, donde la luz del sol apenas se atrevía a penetrar,
vivía Victòria, una escritora de alma libre. Sus ojos avellana, brillantes como dos
almendras, reflejaban la profundidad de su imaginación, y su cabello rizado, de un
rubio oscuro , se rebelaba contra cualquier intento de orden. Victòria encontraba su
refugio en un pequeño estudio, donde las palabras fluían de su pluma como un río
caudaloso, dando vida a mundos fantásticos y personajes inolvidables.

La reina Lucía era todo lo opuesto a la bohemia Victòria. De porte majestuoso y una
belleza clásica, Lucía poseía una mirada intensa, gracias a sus ojos verdes claros
que parecían penetrar hasta el alma. Su cabello castaño oscuro, ondeado con
elegancia, contrastaba con la rigidez de los protocolos reales. A pesar de su
posición, Lucía anhelaba una conexión auténtica, algo más allá de las formalidades
y las intrigas palaciegas.

Sus caminos se cruzaron en la biblioteca del palacio, un lugar donde ambas


encontraban paz y solace. Victòria, sumergida en un libro, no notó la presencia de la
reina hasta que una suave voz la sacó de su ensimismamiento.

—Perdone la interrupción, pero me llamó la atención el título de su libro.

Victòria levantó la mirada y se encontró con los ojos verdes de Lucía. Sintió una
extraña electricidad recorrer su cuerpo.

—Es una historia de amor imposible —respondió Victòria, sintiendo un rubor invadir
sus mejillas.

—El amor, en todas sus formas, es posible —replicó Lucía con una sonrisa
enigmática.

A partir de ese encuentro, una amistad inesperada comenzó a florecer entre la


escritora y la reina. Compartían largas conversaciones sobre literatura, filosofía y
sus sueños más profundos. Victòria, cautivada por la inteligencia y la sensibilidad de
Lucía, comenzó a sentir algo más que una simple amistad. Sus sentimientos se
intensificaron con cada encuentro, hasta que se dio cuenta de que estaba
profundamente enamorada de la reina.
Lucía, por su parte, también se sentía atraída por Victòria. La espontaneidad y la
pasión de la escritora contrastaba con la rigidez de su propia vida. Sin embargo, el
amor entre una reina y una escritora parecía una fantasía imposible, condenada al
fracaso.

A pesar de los obstáculos, el amor entre Victòria y Lucía se hizo cada vez más
fuerte. Se encontraban a escondidas en los jardines del palacio, donde se
entregaban a apasionados besos y caricias. Sin embargo, sabían que su amor era
un secreto que debían guardar celosamente, pues cualquier revelación podría poner
en peligro sus vidas y sus posiciones.

La historia de Victòria y Lucía es una historia de amor prohibido, de lucha contra las
convenciones sociales y de la búsqueda de la felicidad en un mundo lleno de
restricciones.

2. Un Reflejo de Inspiración

Victòria, con sus gafas de montura fina que realzaban sus ojos avellana, observaba
a Lucía. Cada movimiento de la reina, cada gesto sutil, se convertía en una fuente
inagotable de inspiración para la escritora. En la biblioteca, bajo la tenue luz de las
lámparas, Lucía se sentaba a leer, y Victòria, desde su rincón, la estudiaba con una
admiración que rozaba la obsesión.

Los ojos verdes de Lucía, profundos y enigmáticos, eran como un espejo donde
Victòria encontraba reflejada la belleza y la complejidad del alma humana. Cada
arruga alrededor de esos ojos, cada sombra que bailaba en su rostro cuando se
concentraba en la lectura, eran pinceladas que la escritora plasmaba en sus
historias.

Una noche, mientras Lucía tocaba el clavicémbalo, Victòria se acercó sigilosamente.


La música llenaba la sala, creando una atmósfera de ensueño. Lucía, con los ojos
cerrados, parecía flotar en una melodía celestial. Victòria, hipnotizada, sacó su
cuaderno y comenzó a escribir. Las notas musicales se transformaban en palabras,
las emociones de Lucía en versos.

A la mañana siguiente, Lucía encontró el cuaderno olvidado sobre el clavicémbalo.


Al leerlo, se quedó sorprendida. Victòria había capturado su alma en cada palabra,
había expresado sus sentimientos más profundos con una sensibilidad que la
conmovía hasta las lágrimas.

Desde entonces, Lucía y Victòria se unieron aún más. La reina compartía sus
pensamientos y sueños con la escritora, y Victòria, a su vez, le ofrecía un mundo de
fantasía donde ambas podían escapar de las restricciones del palacio.
3. Un Escape hacia la Libertad

La tensión en el palacio era palpable. Los rumores sobre la relación entre la reina y
la escritora comenzaban a circular entre los sirvientes y la nobleza. Lucía y Victòria,
conscientes del peligro que corrían, decidieron que era hora de tomar una decisión
drástica. Una noche, bajo la luz de la luna llena, escabulleron del palacio, dejando
atrás sus vidas y sus títulos.

Con solo unas pocas pertenencias, se adentraron en un bosque cercano. La


naturaleza las recibía con los brazos abiertos, ofreciendo un refugio seguro y un
escape de la opresión. Caminaron durante días, disfrutando de la libertad que
sentían al no estar confinadas por las paredes del palacio.

Victòria, con su cuaderno y su pluma, encontraba inspiración en cada paisaje que


cruzaban. Lucía, por su parte, se sentía revitalizada por la cercanía de la naturaleza
y la compañía de Victòria. Las noches las encontraban sentadas alrededor de una
fogata, compartiendo historias y sueños.

Un día, llegaron a una pequeña aldea costera. Allí, alquilaron una humilde cabaña y
comenzaron una nueva vida. Victòria se dedicaba a escribir, encontrando en la
tranquilidad del lugar la paz que necesitaba para crear sus mejores obras. Lucía,
mientras tanto, aprendió a vivir de manera sencilla, disfrutando de las pequeñas
cosas de la vida.

Su amor floreció en este nuevo entorno. Lejos de las miradas indiscretas y los
protocolos de la corte, pudieron entregarse por completo a sus sentimientos. Se
bañaban juntas en el mar, paseaban por la playa tomados de la mano y se leían
mutuamente sus escritos.

FÍN
H.2

Aquí tienes una historia en la que imagino que eres mi profesora y yo soy tu
alumna.

Capítulo 1

Estuve todo el curso provocando a mi profesora de literatura desabrochando en


clase el botón de arriba para mostrar mi escote, entraba la última en clase moviendo
exageradamente mis caderas o la miraba con cara de lujuria mientras ponía mi
mano entre mis piernas. Al principio lo estuve haciendo solamente para divertirme
porque llamaba su atención y normalmente Lucía perdía el hilo de lo que estaba
diciendo parando la clase y tartamudeando ligeramente. Pero a medida que fue
pasando el curso me di cuenta que me sentía traída por ella y muchas noches
cuando me tocaba en la oscuridad de mi habitación pensaba en ella.

Los meses fueron pasando y mis juegos iniciales fueron haciéndose más
descarados. Al final de curso en sus clases solía meter mi mano por mi escote hasta
tocar mi pecho y me acomodaba sabiendo cuando ella me estaba mirando.

Me excitaba hacerlo además que me gustaba ejercer ese poder sobre ella;
especialmente porque Lucía es una persona dulce y decidida que se hace respetar
por los alumnos. Es muy atractiva, con pelo castaño oscuro y ondulado que le caía
sobre su espalda, de piel clara y ojos verdes claros muy expresivos, suele vestir con
mucho estilo y le gustan las transparencias y las prendas muy ajustadas.

Tiene unas tetas pequeñas y se suele poner unos sujetadores push up que le hacen
un escote exuberante. Es bastante alta, con unas caderas contundentes y un culo
bien formado.

Con los compañeros de clase solíamos emparejarla con otros profesores porque se
corrió la voz que vivía sola y muchos chicos fantaseaban con ella. Aunque corrió la
voz de que ella era lesbiana y le gustaban las mujeres y fantaseaba que le gustara
yo.

Aunque yo era una buena estudiante y solía sacar buenas notas, los resultados de
la asignatura de literatura fueron siempre sobresalientes e intuía que Lucía subía
mis notas sin que yo lo mereciera. A pesar de mis provocaciones y de las notas.
Lucía nunca me trató de forma diferente a mis compañeros y yo me guardaba para
mí la atracción que sentía por ella que no comportaía con nadie.

Todo cambió cuando me fuí a hablar con ella antes del examen final. Me vestí con
una falda corta y ajustada que me subí un poquito más de la cuenta y un top negro
ajustado que me marca especialmente las tetas.

Espere en la puerta de la sala de profesores hasta que se quedó sola y me decidí a


entrar totalmente confiada en mi misma y del poder que creía haber ejercido en ella
hasta ese momento.

- Buenos días Lucía - le dije con voz sensual y una sonrisa pícara mientras me
acercaba a su mesa. Moví mi cadera para que la falda se balanceara y vi los
ojos de Lucía hipnotizados en mis piernas que pasaron por mis tetas hasta
mirarme a los ojos cuando llegamos a su mesa. - Vengo para que me digas
las preguntas del examen

Lucía se apoyó en el respaldo de la silla y cruzó sus brazos. Su cara se fue


transformando de la sonrisa bobalicona inicial a enfadada, frunció los labios con
fuerza, se empezó a poner colorada y de repente estalló en gritos:

- ¡Qué te has creído niña descarada haciendo esta pregunta ! ¿ Qué piensas
que eres viniendo de esta manera?

A medida que sus gritos aumentaban yo me ponía más colorada y me abrace a la


carpeta que mantenía delante de mi pecho como queriendo protegerme de su mal
humor.

- Lo que tienes que hacer es estudiar más para llevar mejor mi asignatura! -
acabo de gritarme y se hizo un silencio incómodo.

Casi me doy la vuelta para huir de allí, pero me dió una última orden.

- Te vas a quedar esta tarde en la sala de profesores para estudiar mi


asignatura - dijo haciendo un gesto con la cabeza para señalarme una mesa
redonda que hay en el centro de la sala.

La obedecí rápidamente, saque de la mochila los apuntes de literatura. No entendí


la reacción tan violenta de Lucía y me sentí muy estúpida al pensar que yo pudiera
ejercer alguna atracción sobre ella a lo que se añadió la vergüenza al recordar todas
mis insinuaciones y provocaciones que había estado haciendo durante todo el año
que ahora me parecían infantiles y patéticas. Al cabo de mucho rato dando vueltas a
estas ideas sin poder concentrarme en nada concreto miré de reojo a Lucía y vi que
me estaba mirando fijamente con los brazos cruzados apoyada en la silla. Me sentí
intimidada y aparte la vista estirando la falda para tratar de cubrirme la pierna y
maldiciendo el momento en el que se me ocurrió haberme vestido tan corta. A pesar
de que no volví la cabeza hacia ella notaba su mirada clavada en mí y la rabia me
abrasaba por dentro.

Finalmente me dejó ir, recogí mis cosas soplando fuertemente y salí del despacho
arrastrando los pies sin despedirme.

Capítulo 2

Durante las semanas siguientes fui borrando a Lucía de mi mente pensando que mi
deseo por ella hubiese sido realmente una de mis fantasías y traté de olvidarme de
ella. Pasaron las semanas, ya se acercaba el fin de curso y yo había dejado de
pensar en Lucía. Hice el examen final con desgana y sin haber estudiado mucho
porque había perdido todo el interés por ella y por la literatura.

Pero todo volvió a cambiar cuando Lucía repartió los exámenes corregidos en el
aula a todo el mundo excepto a mí, excusándose que los había perdido. Me dijo
que la única solución que veía era ir a su casa a hacerlo al día siguiente, que era
sábado, porque tenía que poner las notas finales el lunes a primera hora. Acepté
resignada con ganas de que ese curso acabara de una vez sin pensar que había
gato encerrado en la pérdida de mi examen.

Así que al día siguiente me vestí sin prestar mucha atención con unos shorts y una
camiseta blanca no demasiado ajustada y fui a mediodía a su casa como habíamos
quedado.

Me abrió la puerta con una gran sonrisa y yo entré sin mirarle a la cara frunciendo el
ceño, arrastrando mis pies y mi saludo pareció más bien un gruñido. Si me hubiera
fijado habría visto que a pesar de que era un sábado por la mañana Lucía iba bien
maquillada y que se había vestido con un pantalón súper ajustado y una camiseta
de tirantes que le resaltaba todas sus curvas. El apartamento era muy coqueto y
moderno, con pocos muebles tipo Ikea que le daba un aspecto cómodo y
desenfadado además de bastantes plantas bien cuidadas haciéndome sentir
cómoda desde el primer momento tanto por la actitud de Lucía como por el
ambiente del apartamento así que mi enfado se fue diluyendo poco a poco.

Me hizo sentar en la mesa del comedor y me dio unas hojas en blanco. Me entregó
exactamente el mismo examen que habíamos hecho la semana anterior. Por
supuesto que recordaba todas las respuestas entre otras cosas porque al salir del
examen con mis compañeros lo habíamos comentado.

- Tienes una hora para responder las preguntas - me dijo con dulzura y se
sentó en el sofá con su iPad que quedaba delante de mi campo de visión.
Me puse a hacer el examen confiada en mí misma sabiendo que lo estaba haciendo
muy bien y se me fue olvidando que estaba enfadada con mi profesora pensando
que al fin y al cabo había tenido suerte en repetir el examen ya que me serviría para
subir la nota final. Acabé el examen rápidamente, se lo hice saber y ella se acercó
inclinándose detrás de mí para ver lo que había escrito. El olor de un ligero perfume
a flores y su cercanía me empezaron a turbar . Sé quedó leyendo por encima de mi
hombro más tiempo del necesario y yo me quedé inmovil sin poder levantarme.

- Bien. Muy bien - iba susurrando Lucía

Giré mi cabeza y de reojo me asomé a su escote para ver sus tetas levantadas y el
reborde de un sujetador de encaje blanco. Con su mano levantó ligeramente mi
examen para leerlo mejor. Me fijé que sus manos estaban muy bien cuidadas.

- Ahora quiero que leas una cosa y me contestes - volvió a decir con voz
suave.

Asentí con la cabeza pensando que era parte del examen y con ganas de hacerlo
bien. Oí cómo pasaba las páginas de un libro detrás de mí y yo levanté la vista para
observar de nuevo su apartamento intentando memorizar algún detalle para
explicarselo a mis amigos, sin pensar que estaba siendo conducida a una trampa.
Lucía alargó sus dos brazos detrás de mí, uno por cada lado de mi cabeza y me
rozó la espalda. Debería haber notado que estaba demasiado cerca sin motivo, pero
al sentir el calor de su piel y aspirar de nuevo su perfume, mi mente voló por un
momento recordando cuando me masturbaba pensando en ella. Lucía apoyó sus
manos en mis hombros que noté tan calientes como si me hubieran puesto una
plancha ardiendo. Me quedé un instante muda y me susurró al oído:

- Bien, sigue leyendo - me exito al escuchar tu voz

Las tres últimas líneas del poema las leí sin que saliera la voz de mi boca, pero
seguí oyendo el poema porque Lucía lo estaba susurrando en mi oreja. Lucía
seguía en mi espalda , se acercó un poco más a mí y en ese momento me di cuenta
que lo que notaba apoyado en mi espalda desde el principio eran sus pechos. Al fin
logré ordenar todas las piezas como si hubiese acabado de montar un puzle y
entendí claramente lo que estaba pasando. Se me puso la piel de gallina, hinché
tanto mis pulmones que parecía que mis pechos no cabían en el sujetador y miles
de mariposas revoloteaban en mi vientre empezando a formarse una espiral como el
que siento antes de tener un orgasmo.

Levanté la vista y giré mi cuello todo lo que pude hacia atrás para mirarle la cara
como un corderito asustada, perdida y desvalida que sabe que está acorralada. Nos
miramos unos instantes y me dijo :
- Ay, Vicky… - no acabó la frase porque sus labios se apoyaron en los míos.

Nos quedamos mucho rato en un beso precioso y cálido mientras ella me acariciaba
la mejilla. Intenté girarme un poco más, pero la postura era muy incómoda para las
dos, ella se separó de mí y me dijo con su voz autoritaria.

- Levántate

Me levanté como un resorte, asustada aún sin saber si lo que había sucedido era
bueno o malo. Me dio la mano y me condujo al sofá. En cuanto me senté a su lado,
Lucía se abalanzó sobre mí que me tumbó sobre el sofá apoyando su cuerpo sobre
el mío y me besó apasionadamente, como si no hubiera un mañana, mordiendome
los labios y explorando con su lengua dentro de mi boca. No me atreví a tocarla y
me dejé hacer. Su mano se movió por debajo de mi camiseta y noté como llegaba al
sujetador que lo movió con brusquedad hacia arriba para acceder a mi pecho y
manoseó mis tetas. Levantó mi camiseta que dejó arrugada en mis axilas y bajó a
chuparme los pezones. Con sus manos me desabrochó el botón de mi short y bajó
la cremallera. Ella me bajó mi short con agresividad, con mis tetas al aire, mis brgas
al descubierto y el pantalón en mis muslos. Lucía se separó ligeramente de mí,
levantó la vista para mirarme seriamente:

- No haremos nada que no quieras hacer. ¿De acuerdo?

Asentí con la cabeza. Se separó ligeramente y se sacó su camiseta por la cabeza


quedando al descubierto un sujetador de encaje blanco con muchas transparencias.
El sujetador era precioso además que le levantaba los pechos formando un escote
perfecto. Se sentó de nuevo en el sofá para sacarse el pantalón. Vi que llevaba un
culotte precioso a juego con el sujetador que le realzaba sus piernas. Cerré mis
piernas y me giré levemente porque me avergonzaba de mi ropa interior básica de
algodón blanco, incluso mis braguitas tenían una florecita minúscula en el centro
que aumentó la sensación de ser una niña pequeña.

- Tranquila , Vicky , te deseo …- me susurró a la oreja mientras me abrazaba


cariñosamente y me besaba en la mejilla. - Anda vamos a un sitio más
cómodo - dijo con una sonrisa

Entramos en su habitación y me quedé de pie con la boca abierta como una tonta
observando como una tonta observando a cierta distancia el cuerpo grande y
contundente de Lucía en esa ropa interior que le realzaba las curvas. Bajó la
persiana, se me acercó a mí y me mordió el labio interior notando como se
humedecía mi sexo, mi corazón empezó a palpitar rápidamente mientras la luz del
salón que llegaba del salón creaba un ambiente cálido. Se acercó a mí y me besó
abrazándome. Nuestros pechos se tocaron a través de la ropa y me estremecí, me
cogió ambas manos y me condujo hacia la cama donde subí de rodillas, Lucía se
situó detrás de mí, me levantó la camiseta y la sacó por mi cabeza. Jadeé, me
abrazó por detrás y yo le cogí sus manos para sentirla mía. Me estaba empezando
a acostumbrar a que me tratara como una niña pequeña y me dejé llevar. Obedecí y
me dejé acariciar por ella con los ojos cerrados. Lucía empezó a darme besos en el
cuello. Me desabrochó el sujetador , jugó un poco con mis tetas y ya empecé a
gemir de placer mientras que mis miedos pasaron a un segundo plano. Pasó un
dedo por el elástico de las braguitas y las bajó hasta la mitad del muslo. Traté de
girar para besarla .

- Vicky, no te muevas y déjate hacer - me susurró con voz tranquila y volví a


quedarme quieta y confundida porque aunque estaba disfrutando con lo que
me estaba haciendo quería darme la vuelta para tocarla yo también.

En sus caricias sus dedos recorrieron mi coño y jugaron enredándose con mi vello
público y siguieron bajando entre mis piernas para tratar de encontrar mi abertura.
Traté de separar mis piernas hasta que las braguitas quedaron tensionadas. Bajé la
mano para quitarlas, pero ella volvió a impedírselo.

- No te las quites aún - me susurro con voz dulce aunque realmente fue una
orden.

Acepté que solo podía gemir y disfrutar y esto me excitaba todas las células de mi
cuerpo. Me cogió la cabeza y me la giró hacia atrás para besarme mientras me
empujó de lado levemente para tumbarnos sobre la cama y me coloqué boca arriba
con ella sentada a horcajadas encima de mi barriga. Lucía pasó sus manos hacia
su espalda y se quitó el sujetador delante de mí. Vi sus pechos, pequeños,
redondos y contundentes. Levanté las dos manos y los acaricié con prudencia para
acabar amándolos mientras ella echaba su cabeza hacia atrás, gimiendo. Me
incorporé para abrazarla y notas sus pechos en contacto con los míos y la besé en
el cuello. Oí como gemía y se dejaba hacer hasta que se dejó caer sobre la cama.
Al cabo de un rato bajé mi cabeza para darle besos a las tetas y jugar con mi lengua
en sus pezones y una mano fue a su coño. Aprecié de nuevo su suavidad, pero esta
vez con los dedos separé ligeramente sus labios para tocarla por dentro. Le di
besitos bajando de su boca hasta llegar a su coño y oí sus gemidos que me
animaron a seguir. Lucía fue separando las piernas con las rodillas dobladas y yo
me situé de cuclillas entre ellas. Subí mis dos manos y le amase las tetas mientras
me concentraba en pasar mi lengua de abajo a arriba por sus pliegues, notaba sus
pliegues y cada vez me iba atreviendo más a introducir mi lengua para ir sintiendo
como se abría. Me gustó hacérselo y su coño depilado ayudaba a mi placer. Lucía
empezó a gemir moviendo sus pelvis tratando de que mi lengua se posara donde
quería. Al final entendí lo que quería y me quedé inmóvil entre sus piernas para que
ella moviera sus caderas para que mi lengua rozara donde ella quería. Mi lengua
entraba en su vulva y se movía de abajo a arriba. Lucía agarró mi cabeza
dirigiéndose hacia su clítoris y gimió más fuerte. Me gusto que me inmovilizó y que
ella me dirigiera. Jugué con mis labios tratando de agarrar el clítoris y sorbiendo
levemente. Notaba sus espasmos que se hicieron más rápidos y se corrió con el
clítoris entre mis labios. Sonreí y la miré desde la posición donde estaba , con las
piernas abiertas y sus tetas pequeñas a los lados y bien levantadas. Lucía movía
sus caderas con frenesí y se convulsionaba, apreté mi muslo sobre su muslo,
empecé a moverme para tratar de acercar mi coño al suyo, noté el coño de Lucía
caliente en contacto con el mio. Volvieron a mi las mariposas en mi vientre previas a
un orgasmo, pero hice esfuerzos para retenerlo, era la primera vez que se me
ocurría hacerlo y me costó por un momento lograrlo. Nuestras miradas se clavaron
una en la otra mientras conseguimos mover nuestras caderas al mismo compás,
percibí un pequeño movimiento de su boca que interpreté que ella iba a correrse y
eso propició que yo también explotara en un orgasmo que fue creciendo dentro de
mí de forma brutal y de una intensidad que nunca había sentido. Nuestras caderas
se movieron convulsivamente al unísono corriéndonos las dos a la vez, gritando y
gimiendo como dos posesas. Caí sobre la cama, un poco apartada de ella, mirando
el techo mientras mi respiración volvía a la normalidad. Me dio la mano y me la
acarició en gesto de ternura y confianza. Estaba con mis piernas abiertas sobre su
cama. Sonreí al techo satisfecha de mi misma y cuando giré la cabeza para mirar a
Lucía, ella ya me estaba mirando con una sonrisa bobalicona con devoción. Lucía
se movió despacio sobre la cama, se levantó y se puso su ropa interior de espaldas
a mí mientras yo la miraba. Me gustó disfrutar viéndola en ese movimiento tan
íntimo, se giró y me sonrió con esa sonrisa amplia y limpia.

FIN

H.3

Aquí tienes una historia en la que imagino no menos erótica que la otra.
Espero que la disfrutes

Capítulo 1

Besó castamente sus labios y sé alejó para observar las temblorosas piernas
abiertas debido a la mucha sensibilidad que ahora tenía Lucy en su vulva. De
nuevo, unos finos dedos se acercaron queriendo mimar y hacer mermar la
sensación de éxtasis un poco.

- Tu coño en mi cara, ahora -. Demandó Vicky

Lucy no perdió tiempo y se posicionó como Vicky le dijo. Sus manos se posaron en
el plano del abdomen, podía sentir la respiración de esta contra su coño y eso no
hacía más que hacerla chorrear. Gimió gustosa cuando Vicky por fin cedió a darle
su lengua. Los brazos de Vicky rodearon los muslos de Lucy atrayéndola lo más
posible a su cara. Lucy estaba en las nubes, gemía muy alto. Vicky la follaba tan
bien con su lengua , de un momento Vicky comenzó también a gemir cuando Lucy
con sus dedos la masturbaba. Lucy estaba de cara y hacía malabares para alargar
su mano hasta llegar a los pliegues rosados de Vicky. Lucy se sentaba más en el
rostro de Vicky queriendo sentir mucho más aquella lengua. Lucy se alejó con
sensualidad, moviendo sus caderas y pasos lentos, Y luego se puso tumbada donde
podías ver las pequeñas tetas y duras como una roca, muy sugerentemente, Lucy
se estaba tocando de nuevo, como incitarla a Vicky a que ella tomara el mando
sobre ella y Vicky la miró divertida. Cuando por fin Vicky dirigió su mano al coño de
Lucy, insertando dos dedos de una vez, Lucy gimió contra sus labios. Quería
empezar suavemente, pero Lucy agarró la muñeca de Vicky y la obligo a que se lo
hiciera más rudo.

- ¿Eso es lo único que puedes hacer? ¿No eres un demonio? Demuestramelo


- lo dijo mientras se mordía la boca

Vicky mirándola se abalanzó a su boca y la beso con pasión donde sus salivas se
mezclaban mientras Vicky le metia los dedos rudamente como Lucy le pedía, pero
por dentro deseaba romperla por dentro como si tuviera rabia pero su corazón lo
único quería hacerlo cuidadosamente, quería cuidar sus heridas no quería
lastimarla. Mientras las emociones y la competencia salían por sus venas le daba
estampidas acompasadas mientras Lucy se retrocedía en la cama si poder respirar

- Vicky… pa…ra… mmm… para….demo…Nio..ohhmmm - su cuerpo palpitaba


y tenía espasmos cada vez gemía y jadeaba

Vicky sonrió ante sus palabras y con esa acción se lamió los dedos para llevarlos a
los labios de Lucy, Lucy enmudeció, Vicky era una mujer que le gustaba mucho el
silencio pero desde cuando descubrió los jadeos de su amada y sus gemidos era lo
único que deseaba escucharlos todos los días. Vicky frotó principalmente
reconociendo su terreno Lucy gimió al oído mientras le frotaba más fuerte.

- ¿ No querías al demonio? Ahora no te quejes - Sonrió con picardía

Jugó con sus fluidos, esparciéndose por toda su vulva hasta que metió su dedo
corazón en sus paredes apretadas, y con su lengua estimuló su rico clítoris
hinchado, hasta verla retorcerse de nuevo, a Vicky le produce placer ver a su mujer
verla en ese estado, siempre deseo que Lucy tuviera placer con ella que con otros
hombres, eso a Vicky la impulsaba a ser mejor que esos hombre que tocaron la piel
de su amada, en sí le producía celos, Vicky quería que Lucy siempre fuera suya sin
acostarse antes con hombres antes de salir del armario como lesbiana, mientras
pensaba en eso Vicky le metio sus tres dedos lo más rapido que pudo y mas fuerte
que Lucy se ahogo con el poco aire que le quedaba en sus pulmones, Vicky sintió
las pocas uñas que tenia su amada inyectadas en su espalda, Vicky la miró a la
cara, esa carita rogaba que parase antes de llegar al orgasmo pero Vicky enfurecida
con sus pensamientos de los cerdos que la tocaron antes que ella ,se sobrepaso y
la hizó gritar tan fuerte que seguido fue un gemido con su nombre y Vicky volvió en
si, y se delizo hacia su clitoris a Vicky le gustaba el rico sabor de su vulva, la hizó
gemir cuando la lengua de Vicky hiba mas depresa y Lucy no podia parar de dar
espasmos y gemir como nunca lo había echo, Vicky bebió todos los jugos de Lucy y
le termino haciendole círculos lentos antes de apartar la cara, cuando Lucy no podia
más la dejo suave, mientras Vicky deslizaba hasta encontrase cara Lucy tenia sus
dedos entre su cabello rizado medio largo y rubio oscuro, los ojos verdes claros de
Lucy de haber conseguido exitosamente que Lucy disfrutara de cada instante del
sexo Vicky le sonrió placidamente y yació en las tetas aunque fueran pocas era un
lugar donde podía escuchar los latidos de su amada y Vicky sabia que cada latido lo
habia ganado en esa batalla entre las sabanas.

H.4

Aquí tienes una historia en la que imagino que no existió “Adan y Eva” sino
Lucy y Vicky.

Capítulo 1

La voz de Lucy resonó en el silencio que reinaba en el frondoso Jardín del Edén.
Escondida tras la higuera, llamaba a su compañera mientras procuraba ocultarse y
arrancaba con nerviosa avidez algunas hojas para entretejerlas y cubrir con ellas su
cuerpo. Indecisa y asustada, volvió a llamarla, esperando una respuesta que le
indicara qué hacer. Todo había ocurrido tan rápido que no podía pensar con
claridad. Sentía miedo, habían desobedecido la única norma que les había impuesto
el Creador y estaba aterrada.

—Vicky, ¿dónde estás? —dejó escapar de nuevo con voz vacilante,


experimentando un desasosiego que la ahogaba sin poder remediarlo, temía ser
descubierta por el Hacedor.

El sonido del viento y el batir de las alas de las aves posadas en las ramas
cercanas fue todo lo que recibió como respuesta. “¿Dónde estará Vicky?”, se
preguntó intrigada. Intentaba recordar losucedido. ¿Habría huido temeroso del
castigo que les impondría? Pero ¿adónde?,y además sin ella. Su mente estaba
bastante confusa. Solo tenía claro que, desde el momento en que mordió la
manzana y se la dio a probar a Vicky, lo único que recordaba de manera nítida y
limpia era que aquel atrayente trozo de fruta fresca y deliciosa le pareció algo que
nunca antes había probado y que había despertado en ella una sensación que
jamás había experimentado, un escalofrío le había recorrido de arriba abajo la
espalda mientras el vello del cuerpo se le ponía de punta. Cuando se la ofreció a
Vicky, con templó gustosa cómo este arrancaba con sus dientes otro pedazo de la
fruta y cómo sus labios se llenaban de un jugo que le chorreaba por las comisuras
mientras masticaba.Esa primera sensación que surgió sin pensarla en su cabeza
desencadenó un pinchazo ardiente que le erizó la piel. Era su primer deseo, recoger
con su lengua aquel líquido de la boca de Vicky y saborearlo de sus mismos labios.
¡Qué néctar más delicioso debía ser aquel! ¡Qué profunda emoción la de aquella
codicia! Abrumada de percibir tantas emociones nuevas a la vez, se sintió
perturbada. Trataba de comprender lo que estaba descubriendo en la belleza de las
facciones de aquella mujer que Dios le había dado por compañera: su rostro joven y
terso con ojos avellana, su cuerpo fuerte y vigoroso y el placer que experimentaba al
morder la fruta dejando escurrir sus jugos. Quizá sin darse cuenta todavía de lo que
estaba a punto de sucederle, parecía que con el trozo de fruta se estaba tragando
todo el conocimiento del universo, que de una forma increíble, ella vio aparecer
asomado a un brillo distinto de sus ojos cuando la miró y la descubrió
hermosamente desnuda, para desearla al instante también. Pero un espantoso
sentimiento de vergüenza afloró enseguida y Vicky se retrajo de inmediato al notar
los ojos verdes claros de Lucy posados en su cuerpo. Y ella, más curiosa, a pesar
de nacer en ella la misma vergüenza, fue consciente de aquella desconocida
atracción por su mujer, por verla de la forma en que ahora lo veía y contemplarla
como realmente era por primera vez. ¿Qué hechizo había liberado aquella manzana
prohibida para ver a Vicky como una mujer distinta? Sin duda, los mil secretos
escondidos entre sus néctares abrieron los ojos de Lucy de un modo esclarecedor.
Temerosos de la presencia del Creador, cada una huyó a esconderse. La tronante
voz de Dios retumbó en cada rincón del Edén, pero sobre todo en sus oídos. Y
aquella misma voz que no dejaba de reprenderlos y sentenciarlos por su
indisciplina, se tornó difusa en la mente de Lucy cuando, al pensar de nuevo en su
mujer, recordó con estremecimiento e impactante sorpresa que la desnudez de su
pareja era algo bello y sin duda muy atractiva. La voz del Creador ya no le
importaba lo más mínimo, no quería que nadie le impidiera volver a admirar tan
excitante belleza. Y con carnal deleite, al contemplarse a sí misma descubrió, con
asombro, su propia desnudez y entendió por qué los ojos de Vicky también la
habían devorado en aquellos escasos momentos en los que sus miradas se
cruzaron Instintivas, sus manos corrieron a cubrir el objeto de su turbación. La
derecha ocultó sus senos, la izquierda su pubis, pues ni allí, bajo el amparo de la
inmensa higuera y los arbustos que la ocultaban, se creía a salvo del Omnipresente.
Y más ahora que, desde la improvisada guarida donde escondía su desabrigo,
creyó oír la voz de su mujer que la acusaba ante el Hacedor de haberle seducido
para comer de la fruta.Recibieron una dura condena por su desobediencia.Lucy
pensó que castigarlas por probar la fruta que la Serpiente le ofrecía como única, y
que le hizo ser consciente de su propia feminidad, era excesivo. El tiempo que
estuvo oculta y asustada, la imagen de Vicky frente a ella no se apartó de su mente,
recordarlo la puso nerviosa y, sin saber por qué, rememorar cada parte de su
cuerpo le producía un placer desconocido que la llenaba de alegría y gozo.
Experimentaba nuevas emociones conforme sus ojos mentales repasaban aquel
cuerpo formidable y desnudo: su carne joven, lisa y, sus pechos grandes, aquel
monumental culo de curvas perfectas, sus fornidas piernas que, como dos
columnas, le sostenían y entre ellas, aquella vulva con pliegues de una frondosa y
oscura pelambrera. Extraordinariamente, su mano posada sobre la piel de sus
pechos estaba caliente, y recorrerlos en su redondez mientras pensaba en Vicky
resultó tan agradable . Descubrir el deleite que le ofrecían sus pezones al ser
acariciados por ella misma, le erizó la piel. La otra mano, sobre el vello de su pubis,
se deslizó hasta la húmeda entrepierna, donde serpenteaba una sensación de
cosquilleo encantador,que más y más agradable resultaba si repetía las caricias.
Una inefable impresión de asombro y calor la invadió reiteradamente al hallar en ella
un deleite sin comparación y repetir aquella excursión por su cuerpo pensando en
su compañera. No sabía si era miedo o era algo más, pero estaba muy alterada, la
respiración muy agitada y su sexo tan húmedo y palpitante que la claridad de sus
pensamientos se enturbió volviéndolos borrosos y confusos. Solo podía
concentrarse en la delicia que recibía de su cuerpo. Poco a poco, empezaba a arder
con claridad su único deseo: vivir esa experiencia junto a Vicky, tocarla, reconocerla,
descubrir todos los secretos del paisaje de su anatomía para poder dibujarlo en su
mente y renovar aquel proceso de placer sensual que aún no llegaba a entender
muy bien, pero que era adorable y la llenaba de un gozo insólitamente indescriptible.
Sin embargo, en el fondo de su ser, advertía la sombra triste de una culpa, un
terrible sentimiento de estar portándose mal, que su conciencia le gritaba haciéndola
sentir que su conducta la apartaba del Hacedor y de todo lo que conocía hasta ese
momento. Pero cuanto más pensaba en eso, más grande era aquel deseo
incomprendido e intenso que le provocaba querer estar con Vicky: tocarse, tocarla,
besarla, acariciarse y acariciarla… Ya no era la Lucy de siempre, la que tenía todo.
Una metamorfosis se había obrado en ella. Ahora era una nueva Lucy, la que no
tenía nada, la que tenía todo por experimentar, la que deseaba saber más de aquel
hallazgo seductor que, al ver a la nueva Vicky, su cuerpo demandaba con premura.
Quizá estaría portándose mal allí, escondida, sin dar la cara, gozando de aquel
instante íntimo en que se acariciaba a sí misma, pero ya no había marcha atrás.
Sabía bien que ni acusando a la sibilina serpiente, procaz y astuta, que la enredó,
iba a salvarse del réspice divino. Tenía que salir de su escondite y afrontar su
destino; si morder la manzana le había abierto los ojos y destapado tales delicias,
¿qué más estaría por venir? Decidió ir al lado de su compañera para correr juntos la
misma suerte por haber sucumbido a la tentadora Serpiente. Dos ángeles provistos
de espadas flamígeras los arrojaron del Edén con unas pieles para cubrir sus
cuerpos. Largo fue el caminar cuando quedaron desamparados de la Omnipotente
Protección, y dura la jornada, sin agua, sin nada que llevarse a la boca… Al caer la
noche, bajo la brillante luz de una inmensa luna llena, el frío arreció. Buscaron cobijo
en una cueva que encontraron a su paso y Vicky encendió un fuego para recobrar el
calor a su vera. Sentadas, abrazadas muy juntas, Lucy comenzó a evocar todo lo
que experimentó al ver a Vicky desnuda. Podía parecer extraño que en medio de
tanta desgracia,aquella imagen, solo aquella imagen, llenara su mente; pero había
sido tan impactante que, con morbo, se recreaba en ella. Deseaba decirle a su
mujer qué emoción había sentido al verla, pero llena de pudor, le impedía ser tan
natural como era antes.
—Vicky, esta mañana me encantó verte desnuda, nunca antes me fijé en ti de esa
manera y me ha gustado tanto… —dijo al fin haciendo un esfuerzo.

—A mí me pasó lo mismo —aseguró ella con más soltura—. Después de morder la


manzana algo cambió en mí de repente. Vi tu cuerpo tan hermoso, tan atractivo, las
curvas de tus caderas y la tersura de tus pechos. Y deseé tocarlo, saborearlo
intensamente, como la fruta que me diste a probar. Y eso es lo que me pide el
cuerpo ahora. Levanta, Lucy —la ordenó—. Haré una cama suave con la piel de tu
ropaje y nos taparemos al amor del fuego con la que me cubre a mí. Estaremos así
más juntas, más cómodas y más calientes, ¿no crees?

—Estoy segura —dejó escapar con un hilo de voz suave y mordaz acompañado de
una sonrisa que atrapó a Vicky de inmediato.

El improvisado tálamo quedó listo al lado de la fogata. Lucy y Vicky se recostaron


sobre él y se cubrieron. Abrazadas notaron por primera vez el calor de sus cuerpos
y la suavidad de su roce en contacto directo. Con cierta timidez, Lucy se disponía a
acariciar a Vicky, pero ella le cogió la mano y la detuvo. Sus ojos brillantes
reflejaban las lenguas rojizas del fuego que ardía cercano; se miraron un largo rato
en la penumbra de la gruta y ella acercó su boca a la de ella para besarla
suavemente.Lucy recordó como un fogonazo las emociones de aquella misma
mañana y arrastró la mano de la mujera hasta uno de sus senos, la posó sobre ella
y le incitó a acariciarlo. Algo confuso, Vicky aprendía con ella, intuía lo que deseaba
y se dejaba invadir por aquella pasión que llenaba de golpe su cabeza al sentir entre
sus manos las tetas turgentes de una hembra joven y atractiva y un cuerpo que
respondía al tacto. Dentro de su ser, un placer infinito le robaba la cordura a cada
instante. Ella la tocó por fin, recorrió con avidez contenida el pecho de Vicky; notaba
cómo su piel se erizaba a su paso y sus pezones reaccionaron al igual que los
suyos al ser rozados. Vicky se volvió hacia ella y la besó como respuesta a la cálida
oleada de excitación que recorrió su cuerpo ante tal acierto, descubriendo una
erección, que Lucy notó asombrada entre sus piernas. Con extraordinaria curiosi
dad destapó la piel que les cubría, y delante de ella en todo su esplendor vió como
había un charco sobre la piel Sin saber cómo había, lo cierto era que su atracción
enigmática le reclamaba potente, brillante, poderosa. Le gustó desde que lo vio,
adoró para siempre aquellos labios amagados y la textura de sus pliegues bien
escondidos. Loca por jugar con él, lentamente alargó una de sus manos para
tocarlo. Estaba preparada para ser invadida por nuevas emociones, que se
acrecentaron con su suavidad. Instintivamente subía y bajaba la mano por su clítoris
atrayendo leves gemidos de Vicky lo que ella le ofrecía expectante, complacida por
aquella maniobra sabia de Vicky. Vicky se dejaba hacer presa de las mil
sensaciones que ella le proporcionaba gustosa. Extasiada, buscaba sus labios para
besarlos como una fiera, con una pasión que le nacía de lo más hondo de su ser.
Amasó sus pechos con un deleite especial, con un placer inusitado, en tanto
descubre el sabor de sus besos desenfrenados. Un ardor profundo que crecía con
cada gesto de aquellos inexpertos tocamientos manifestaba la naturaleza de su
sexualidad. Excitante y apasionante… Mientras Vicky se la comía a besos, Lucy
deseó algo parecido a lo que ella le había ofrecido y, de un modo natural, llevó una
de las manos de Vicky hasta su entrepierna, que cada vez estaba más y más
húmeda y resbaladiza. Posó la mano de su mujer sobre la grieta donde su vulva
nacía, para que la sintiera palpitar, invitándole a que hundiera sus dedos en ese
abismo desconocido de su cuerpo.Con respiración jadeante y ansiosa, Vicky la
obedeció; sus dedos abrieron los labios y resbalaron entre los pliegues húmedos de
su sexo. Lucy sintió que la invadía un maravilloso placer, una felicidad prodigiosa e
inesperada ante aquellos apéndice juguetones e investigadores que encontraron el
hueco más profundo de su feminidad. Primero suave, temerosa de dañarla, pero al
ver que Lucy la invitaba a seguir y se mostraba cada vez más excitada, continuó
introduciéndolos en el mágico hueco repetidas veces: hacia dentro y hacia fuera,
una y otra vez, a dentro, a fuera, arrancando de su compañera un sinfín de oleadas
de placer que la elevaban fuera de la realidad, mientras su mano se embadurnaba
de aquella secreción resbaladiza que emanaba de su interior. Sin dejar de parar
para recobrar el aliento, Lucy la deseaba, la ansiaba y rozó sus dedos en la parte
intima de ella, mientras se tocaba sus pequeños pequeños endurecidos por el
momento, dispuesta a disfrutar y dar rienda suelta a un instinto interno que se
desbordaba por momentos. Quería más, mucho más de aquel placer encontrado.El
ardor la abrasaba y, con la respiración completamente agitada, miró la expresión de
Vicky, que no ocultaba su deseo, y la sonrió; acarició con cierto ritmo el clítoris
erecto, y ella se dejó hacer envuelta en aquella delicia. Sus cuerpos desprendían un
calor húmedo y un olor a sudor desconocidas que la apasionaban del mismo modo
que Lucy continuó con aquel juego de movimientos acompasados hasta que oyó de
su mujer un gruñido placentero y notó en sus manos un líquido transparente,
caliente y pegajoso que como el chorro de una fuente se desparramaba. Fascinada,
percibió que emanaba un olor fuerte, que, sin dudarlo, se lanzó a probar con la
punta de su lengua, llenándose del sabor agridulce de aquella crema. Vicky parecía
muy complacida observándola; lentamente alargó uno de sus dedos y restregó
sobre sus labios el fluido transparente que había salido de su coño. Ella vibró de
gusto, pero se daba cuenta que estaba agotada. Se arrimó a su lado para acoplarse
a ella y Vicky la rodeó con un brazo. Cubiertos con la piel, los dos amantes
sonrieron llenos de satisfacción y felicidad.

—Debemos dormir —le dijo besándola en la frente.

—¿Vicky , qué nos ha pasado que hasta ahora no habíamos descubierto este don

de nuestros cuerpos? —le preguntó todavía sorprendida—.La luna sigue en el


mismo sitio, el sol saldrá tras el alba como cada día, los animales corren por el
campo y las aves vuelan en el cielo. Las flores abrirán sus pétalos por la mañana…
¿Qué ha pasado? ¿Dónde estuvimos que nada de esto conocimos hasta hoy?
Andábamos desnudas y nunca me di cuenta de la belleza de tu desnudez. La adoré
nada más comer de aquella fruta; se nos abrieron los ojos. La Serpiente tenía razón
cuando me dijo que obtendríamos el conocimiento, que descubriríamos cosas
insospechadas. No sé por qué corrí a buscar aquellas hojas para cubrirme; no sé
por qué no me dejé caer en tus brazos cuando se destapó tu hermosura para gozar
de esto que somos, mujer y mujer.

—Dios nos dijo que moriríamos por comer la fruta del Árbol de Conocimiento —le
recordó Adam pensativo—, pero si he de morir tras haberte conocido de esta
manera, mi Lucy, nada me importará, pues he descubierto verdaderamente la
felicidad de tenerte. Mañana lo repetiremos a la luz del sol. Será más placentero
mientras nos entregamos a este deseo que nos arrebata bajo sus cálidos rayos.

—Sí… a la luz del sol será mucho mejor.

—Ahora durmamos juntas, abrazadas todos los días que nos queden a partir de
hoy.- dijo Vicky

—¿Y cómo llamaremos a esta delicia? —añadió Lucy tras unos segundos de duda.

—Amor, lo llamaremos amor —dijo sin dudarlo.

—A-m-o-r —pronunció sonoramente y despacio, arrastrando cada letra—. Me gusta.


Amor. Suena muy bien —la sonrió—. Cuando salga el sol volveremos a hacer más
amor de este para las dos.

Antes de caer vencida por el sueño, ahíta de placer,Lucy cerró los ojos para revivir
una vez más los increíbles placeres descubiertos aquel día. No se sintió desdichada
por haber perdido su privilegiado lugar en el Edén: acaba de descubrirse a ella
misma y por ende a su compañera y deseó intensamente que llegara pronto el
nuevo día para repetir la experiencia bajo el astro rey. Remolona, Lucy se
desperezó bajó la piel que la envolvía y alegre alargó su brazo en busca del cuerpo
de Vicky, pero ella no estaba. Intentó incorporarse para buscarla entre los rincones
abruptos de la gruta. Todavía humeaban los rescoldos de los troncos, cuyas brasas
rojizas desprendían un suave calor. Las imágenes de ellas juntas se impusieron en
sus pensamientos, y como un resorte se levantó dispuesta a encontrarla. Ella había
salido de caza y poco después había regresado con un trozo de panal repleto de
miel y una liebre, que despellejaba junto a un árbol. Al salir de la gruta, Lucy la vio
ocupada en la faena y la deseó vivamente.

H.5

Aquí tienes una historia en la que imagino que yo soy la sacerdotisa y tu la


devota que quiere pecar.

Capítulo 1: Secreto de confesión


Empujé el postigo hacia dentro e inmediatamente arrugué la nariz. Era como
volver a entrar en la capilla del colegio; todas las iglesias del mundo olían
igual.
Una mujer de pelo canoso pasó por mi lado y me aparté, sonriendo sin
enseñar los dientes. La desconocida me devolvió el gesto y caminó
sigilosamente hacia los bancos de madera. La seguí con la mirada, casi sin
verla. Tragué saliva. No podía creerme lo que estaba a punto de hacer.
Miré hacia los dos lados y empecé a caminar por el lateral derecho del
edificio, pegándome todo lo que pude a la pared de piedra. Habría unas cua-
tro personas repartidas por toda la sala, pero por suerte ninguna me estaba
prestando demasiada atención.
«Claro que no me prestan atención —pensé—. Ni que pudieran leerme la
mente.» Si pudiesen, probablemente ya se habrían levantado para echarme
de allí. Eso, o alguien se habría acabado desmayando. Sonreí, nerviosa,
imaginándome la escena. Habría sido bastante divertido.
Avancé un par de pasos más y enseguida di con lo que estaba buscando.
Cogí aire y lo solté poco a poco como me había enseñado mi amiga Líria en
momentos de estrés, intentando tranquilizarme, aunque no funcionó
demasiado. Paré delante del confesionario, mirándolo de arriba abajo. Era
más grande de lo que me había imaginado. El confesionario era uno de esos
con cabinas dobles de madera tallada, muy bonito, cuidado y antiguo, con
una puerta a cada lado y una separación entre ambas.
Cuadré los hombros, cogí la manilla que tenía delante y, sin pensárselo dos
veces, entré. Cerré la puertecilla detrás de mí y me quedé completamente a
oscuras. La única luz que entraba era la que se filtraba a través de las
rendijas del techo y de la celosía que separaba los cubículos. Era casi
imposible ver lo que había a cada lado. Eso, por lo menos, también jugaba
en mi favor. Oí cómo se abría la puerta del otro lado y salté un poco sobre el
asiento. Me mordí el labio con tanta fuerza que casi me hice sangre. Me
palpitaba el corazón a toda velocidad.
Una sacerdotista vestida de negro se sentó a un par de centímetros de
mí, haciendo crujir el banco de madera.

—Ave María purísima.

—Sin pecado concebida.


Parecía una mujer de unos veintitrés años de edad. No, parecía un poco
más mayor; debía de estar al principio de los treinta . Entrecerré un poco los
ojos, intentando verle la cara. Sí, definitivamente; era la típica sacerdotisa
con pinta de saberlo todo, pero con ese aura inocente de alguien que no ha
tenido sexo en su vida. En su vida o en mucho, mucho tiempo.
Eso sí, tenía un toque atractiva.
La mujer se había quedado allí sentada, sin hacer nada. Me aclaré la
garganta. Quizá estaba esperando a que yo dijese algo. No recordaba bien el
proceso, la verdad. Hacía quince, o quizá veinte años que no pisaba una
iglesia por otra cosa que no fuese turismo, menos aún para confesarme. Por
un momento sentí como si hubiese vuelto al colegio. Vi a sor María, con la
cara seria enmarcada en la toca, exigiendo que fuese a «redimir mis peca-
dos». Mi yo de once años ya era poco devota por aquel entonces.
—Perdóneme, madre. Hace mucho que no vengo a confesarme —dije al
final.
La sacerdotisa respondió con voz tranquila y alentadora. Seguía sin poder
verla bien, pero me la imaginé sonriendo.

—No pasa nada, cuando quiera puede decirme lo que le preocupa.

Reprimí otra risa nerviosa. Levanté la vista y clavé los ojos en el techo de
la cabina, intentando concentrarme.
—Pues, verá —continué—, es algo que me pasa últimamente, ¿sabe? Siempre
he intentado ser la mejor versión de mí misma, y creo que en general no lo
hago mal, pero…
La sacerdotisa esperó pacientemente a que continuase. Físicamente no
había sitio a donde ir, pero es que ni aunque lo hubiese habido no habría
sabido dónde meterme. Cogí aire, intentando parecer decidida.
—Últimamente, bueno, digamos que tengo... —iCómo se le decía algo así
a una sacerdotisa ?—. Muchos... deseos carnales?
Se hizo un silencio incómodo. Oí a la mujer removerse en el asiento,
haciendo rozar la sotana contra la madera.
—No se preocupe, señorita —respondió ella, intentando guardar las
formas—. A veces hay fuerzas mayores, deseos, que nos nublan la mente e
intentan apoderarse de nosotras. Si la confunden o le impiden pensar con
claridad, entonces debe...
—No, madre, es más fuerte que eso —lo interrumpí, sorprendiéndome a
mí misma.
—iQué quiere decir?
—Son deseos que ocupan mi mente todo, todo el rato —continué,
urgente—. No consigo frenarlos. Cada vez son más perversos.
—Rece entonces diez avemarías y cinco padrenuestros.
Se disponía a irse.

—Pero, madre, ¿Y si soy ninfómana? Por favor, ayúdeme... —la interrumpí.

La pobre sacerdotisa tosió un poco y yo me tapé la boca para evitar


soltar una carcajada.
—Debe tener fe en Dios —continuó, preocupada—. Puede intentar rezar
un poco cada noche, o venir los domingos. Venga cada día, si lo prefiere.
Este templo siempre estará aquí para ayudar a los que lo necesiten.
Mantenga la cabeza ocupada en Dios.
—Pero, madre, es muy difícil. No paro de pensar en cuerpos... desnudos.
Cuerpos desnudos —repetí con más decisión, tapándome la cara con la
mano—. Cuerpos desnudos que acarician otros cuerpos desnudos. Genial,
qué elocuente.
—Se... señorita, por favor, intente no centrarse en el pecado. Recemos un...

—Lo intento, de verdad, pero me viene a la mente una... una vagina.

—iUna... ?
—De una mujer. Húmeda, rozándome el cuerpo.
—«Padre nuestro que estás en el cielo» —empezó la sacerdotisa
apresuradamente—, «santificado sea tu nombre...» Rece conmigo, por favor.
—«Padre nuestro que estás en el.» Lo siento, pero tengo que preguntarle:
cómo puede aguantar usted el celibato?
—Señorita, por favor, concéntrese y rece. Creo que le hará bien para
empezar. «Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad...»

—Llámeme Lucy, por favor.

—Lucy, por favor, concéntrese. «Hágase tu voluntad...»


En ese momento, la puerta de mi lado del confesionario empezó a abrirse.
La madera vieja chirrió junto a las bisagras y yo volví al rezo rápidamente,
intentando camuflar el sonido. No me atreví a girarme del todo, pero parecía
que los devotos seguían totalmente absortos en sus rezos, ajenos a la
portezuela que se abría y a la persona que, silenciosamente, había
empezado a asomar la cabeza dentro del cubículo. Era la sacerdotisa que
había escuchado todos mis pensamientos lujuriosos.
La sacerdotisa me miró y sonrió. Esa sonrisa perversa me ponía a mil, y
ella lo sabía. Me la imaginé con unos cuernos, inteligente y confiada, pícara
como un demonio.
Se coló en el confesionario tan sigilosa y escurridiza como pudo, cerrando
la puerta detrás de ella. Parecía casi un milagro que las personas no se
percataran de que la sacerdotisa había entrado.
Con cuidado, me levanté ligeramente y dejé que mi sacerdotisa ocupase mi
lugar en el banquillo de madera para poder sentarme sobre sus piernas. Me
dejé caer sobre ella y, al hacerlo, noté su mano entre mi entrepierna . Seguí
rezando, pero me restregué hacia delante un poco, para que supiera que la
había notado. Pero ella se quedó quieta, en silencio, observando la situación.
—«... no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén» —
terminé.
Hice lo primero que se me ocurrió. Me moví hacia delante para alejar la
mirada de la sacerdotisa de quien tenía detrás, me desabroché los dos
primeros botones del cuello de la blusa y metí la mano, tocándome el pecho.
—Señorita Lucy, eso no es apropiado.Le pido que …
—Discúlpeme, madre. ;Ve lo que le decía? No puedo evitarlo, me dejo
llevar.

—Si no puede comportarse, tendré que pedirle que se vaya.

Por primera vez en toda la conversación el tono de la sacerdotisa se


había endurecido. Parecía enfadada. Volví a cerrarme los botones de la
blusa y levanté las dos manos hacia ella en signo de paz.

Perdóneme, madre; deme otra oportunidad, volvamos a rezar


juntas.Necesito su ayuda, no se vaya.

Me miró y, después de pensárselo un momento, se echó otra vez hacia atrás


en el banco de madera. Un poco molesto, volvió a empezar con otro rezo.

—«Dios te salve, María; llena eres de gracia. El señor es contigo.»

Solté un suspiro de alivio. Repetí la letanía al unísono y apoyé la espalda


en el pecho de mi sacerdotisa, que enseguida se relajó. Notó su aliento en
mi nuca. Se estaba aguantando la risa; una risa maléfica que se extendió
hasta sus manos cuando empezó a tocarme por detrás. Me dio un beso en la
base del cuello, justo por encima del borde de la camisa. Tuve que hacer
acopio de cada gramo de fuerza que tenía para no dejar de rezar.

—«Bendita tú eres entre todas las mujeres...»

Escurrió la mano izquierda por el espacio que quedaba entre nosotras


para llegar a subirse la toga porque se la pisaba . Noté cómo forcejeaba
intentando hacer el menor ruido posible, hasta que me pudo colocar como
ella quería. Me cogió el trasero con ambas manos e hizo fuerza hacia arriba,
indicándome que me levantara. Carraspeé un poco, intentando disimular el
movimiento. Me levantó la falda como pudo y yo intenté que no se subiera
también por delante, sujetándola por el dobladillo.
La sacerdotisa colocó su mano entre mis piernas y empezó a masajear
mi parte intima encima de mis bragas .El corazón me latía tan fuerte que me
palpitaba todo el cuerpo. Un calor repentino me subió por el pecho y me llegó
hasta las mejillas. Probablemente las tenía rojas como tomates, como me
pasaba siempre. Menos mal que estábamos a oscuras.
Con una mano, mi sacerdotisa apartó la tela del tanga que llevaba puesto.
Empezó a restregarse sus dedos contra los pliegues de mi sexo, mojando su
dedos en mí, lentamente.

Estaba empapada. La voz me tembló.

—«Bendita... Bendita eres entre todas las mujeres.»


— Lucy? ¿Se encuentra bien?
Abrí los ojos y enseguida los bajé hasta mi falda. Los había cerrado en
algún momento sin darme cuenta. La sacerdotisa me mordió con delicadeza
mi lóbulo de mi oreja dejando salir mis gemidos bien guardados, no me
dejaba disimular ni en un lugar sagrado y, aunque no podía verla bien, me la
imaginé con el ceño fruncido, preocupada, con las manos aún puestas enmis
pliegues

—Sí, no se preocupe. Siga, por favor. Estoy mucho mejor.

—Bien, bien, me alegro de que esté más tranquila.


«En este momento solo hay una cosa que pueda tranquilizarme», pensé.
Pero sonreí a través de la rejilla de madera, alentando a la madre, y la
sacerdotisa reanudó la oración un poco más animada que antes. Recó con
ella, cerrando los ojos, y la sacerdotisa o el diablo me beso el cuello,
mientras me masajeaba el clítoris con delicadeza, teniendo unos pequeños
espasmos y orgasmos que silenció con la otra mano en mi boca . Pensé,
acabaría conmigo. Los labios de mi sexo estaban empezando a envolver los
dedos de mi sacerdotisa. No podía más. Quería que entraran, que me
penetrara, y entonces yo estallaría en mil pedazos y nos descubrirían, pero
ya me daba igual.

Me levanté un poco, dejando espacio suficiente como para que ella se coloease en
el ángulo adecuado. Pilló la indirecta al instante. Con la mano, empujó sus dedos y
quedó alineado con la entrada de mi sexo. Tenía ganas de bajar de golpe, pero me
contuve a tiempo.

Poco a poco, fui notando cómo se iba abriendo camino dentro de mí. Me
acerqué todo lo que pude hasta que noté sus piernas contra las mías, y
entonces me dejé caer suavemente sobre sus dedos . Sus dedos me los
metió hasta el fondo sin previo aviso.
No entendía cómo había conseguido seguir rezando. Subí despacio y bajé,
atenta a la reacción de la sacerdotisa que seguía penetrando con más
fuerza. Repetí el movimiento otra vez y oí a la sacerdotisa reírse levemente
mientras ahogaba un gemido. No recordaba haber estado tan excitada en
toda mi vida, Mi instinto me pedía que me moviera más rápido; quería pedirle
que me penetrara con fuerza hasta correrme. Quería gritar y notar el aliento
de mi sacerdotisa contra el cuello. Me atropellaron sentimientos encontrados;
excitación, descaro, vergüenza, fascinación conmigo misma. La sacerdotisa
seguía recitando, mientras me penetraba.
El contoneo paró de repente y noté cómo la cabeza de mi sacerdotisa se
levantaba un poco, prestando atención a lo que estaba a punto de decir.
Seguía totalmente excitada, mi coño palpitante y los dedos que llevaba a
pecar dentro de mí , la deseaba, quería quitarle la toga ridícula y rezarle las
aves Marías entre sus piernas, quería sacarle su demonio bien guardado y
que ella también pecara como yo.
—Sí, claro. ¿De qué se trata?
—Leí algo sobre el sigilo sacramental. ¿Me puede explicar exactamente qué
es? Tengo alguna duda. - entre jadeos
—Claro, sí. Verá, nosotros tenemos la obligación de no manifestar de
ninguna manera lo sabido por confesión sacramental. - mientras me
masturbaba apretando sus dedos en mi clítoris obligando salir un gemido
fuerte
—Mmm sacerdotisa - gimió

—¿De ninguna manera? Y me llamo Victòria querida - O Vicky si no llegas a


gemir del todo- Sonrió levemente —No, Lucy; no podemos contar nada de lo
que hablemos aquí usted y yo —me dijo, y esperó un poco antes de volver a
hablar—. ¿Qué es lo que quiere contarme? - mientras me hacía círculos
rápidos y yo me desesperaba, mis piernas temblaban y ella me sujetaba hacia
ella con más fuerza

—¿Está segura? Me da mucha vergüenza. - se mordió el labio inferior


—No se preocupe, ni aunque usted estuviera muerta podría contárselo a
nadie. Me excomulgarían, así que en ese sentido puede estar tranquila. Es
solo que, dependiendo de lo que sea, podría ponerle una penitencia u otra, y
en casos muy graves le denegaría la absolución. Pero esté tranquila, seguro
que lo que ha hecho no es tan grave como para llegar a ese caso. Venga,
cuéntemelo. - mientras me hacia gemir divertida
—Vale… ah , pero promé..tame una co…sa.mmm
—Dígame, me tiene intrigada.- hizo una carcajada leve
—No se vaya cuando se lo cuente.- lo dijo rápido mientras iba deslizándose
para abajo, pero la sacerdotisa con arte del diablo me subió en un santiamén
—Me está empezando a preocupar, Lucy —dijo, riendo un poco—. No me
iré, se lo prometo.
—De acuerdo, se lo cuento. - Clavando las uñas que tenía en sus piernas y
apoyando su cabeza en su cuello mientras se mordía la boca tan sensual
—Le presto atención.- Le dijo mientras le metió los tres dedos sin previo aviso
y la noto muy ajustada para su sorpresa, a la persona que no paraba de tener
sueños que no eran aptos para ojos de la iglesia.
Un pequeño silencio invadió el confesionario.
—Ahora mismo me están penetrando. - jadeó
La sacerdotisa se quedó quieta, pasando la lengua por mi cuello . Se hizo
un silencio pesado; —Pero... ¿qué dice, señorita? ¿Otra vez con sus
provocaciones?
—Le digo la verdad y más te digo voy a venir todos los domingos a que me
penetres.
A través de la rejilla, entre luces y sombras, pude llegar a ver su cara de
confusión total. Empezaba a ponerse nerviosa, a sonrojarse. Por un
momento pensé que se estaba excitandose.

—No sé qué pretende, pero esto ha terminado.- dijo divertida

—Por favor, madre…., me prome…tió que no se iría.- dijo en jadeos


—iQué quiere, entonces?- dijo otra vez divertida
—Quiero su secreto de confesión, quiero que me lo hagas todos los días. -
mientras se mordía la boca - quiero hacerlo contigo Vicky… mmm- ¿Quién se
va enterar que me follo a quien no debería hacerlo? ¿Dónde queda tu
celibato?
Empecé a moverme otra vez, arriba y abajo, primero más despacio para no
impactar demasiado a la sacerdotisa . Volví a repetir el movimiento, más
rápido, y la sacerdotisa aceleró sus dedos al compás de cómo bajaba y
subía, ya poco importaba la discreción. Empecé a subir más, y los dedos de
la sacerdotisa me penetró con más brusquedad, me cogió la cintura con
fuerza para ayudarme y coger ritmo.
Subí los brazos y los apoyé en el techo, intentando estabilizarme, mientras
ella me embestía por detrás. La miré a los ojos, sonrojada, extasiada. Por fin
podía perder el control, desatar la lujuria, aunque con ciertos límites. Fuera
empezaban a oírse pasos y voces de gente murmurando sus rezos. Era
mejor seguir siendo prudentes. No podíamos vernos envueltos en un
escándalo así; ni soñarlo.

—Promete que me lo harás , madre , y tampoco puede contar a nadie


nuestro secreto de confesión.

—Solo Dios lo sabe… - mientras la penetraba con más fuerza balanceando la


cabina del confesionario —Además, no va a salir así como está con toda esa
gente rezando ahí fuera, verdad? Lucy? - La penetró hasta que la mano ya le
resbalaba por ese agujero ya no ajustado, sino amplio para poder meterle los
cuatro dedos sin piedad.

—Esto no tiene perdón. Irá usted al infierno, si me penetras así de fuerte- dijo
casi gritando y ahogándose con sus jadeos

La sacerdotisa empujó más fuerte y aceleró el ritmo, excitada por lo que yo


acababa de decir. Empujé a la vez y ella me agarró un pecho, pellizcando el
pezón . Noté cómo se endurecían y gemí, mirando a la sacerdotisa con el
rabillo del ojo.
Todo me parecía extrañamente erótico; yo con la mano en el techo, la
sacerdotisa hundiéndose en mí, follándome desde atrás mientras me res-
piraba en la nuca, Me gustaba pensar que hacía mucho que reprimía sus
deseos y que yo estaba ayudando a liberarse. Su mirada furtiva me decía
que, en el fondo, la deseaba, y que esa era su excusa perfecta ante Dios
para darse el placer que le negaba a diario su vida de castidad.
Nuestras miradas se encontraron y apartó la cara, fijando los ojos en la
puerta, pero al poco rato se volvió hacia nosotras otra vez, hacia mí,
respirando entrecortadamente. Me apretó con fuerza el pecho , intentando
aliviar un poco la tensión. Casi me entraron ganas de ineitarle, pero no
quería llegar a ser tan perversa. Seguimos follando, cada vez más rápido. La
robusta cabina del confesionario se quejó, absorbiendo los golpes, pero no
se movió ni un milímetro. Yo ya no podía más. Su dedos fuertes y salvajes
me estaba dando demasiado placer. Toda esa energía fluyó y arqueé la
espalda, abriendo la boca y ahogando un grito. Los espasmos del orgasmo
me recorrieron todo el cuerpo, inmovilizándome, pero ella seguía entrando y
saliendo, entrando y saliendo, y las contracciones volvieron. Me corrí por
segunda vez, temblando. La sacerdotisa perdió el control. Me cogió el pecho
y la cintura con tanta fuerza que estuve a punto de soltar un grito. Chocó
contra mí tres, cuatro veces, resoplando, y de golpe bajó el ritmo,
tensándose y levantando las caderas. Noté cómo reanudaba el ritmo en mi
clítoris , inundando cada rincón de mi sexo. Nos quedamos quietas un
momento, exhaustas, intentando recuperar el aliento. La sacerdotisa no
reaccionó. Movió los labios, pero de ellos no salió ni una sola palabra.
La sacerdotisa me besó la espalda, pidiéndome silenciosamente que me
levantara, y yo la dejé salir. Cuando estuvo de pie se dejo caer la toga
levantada, abrió la puerta y desapareció discretamente, igual que cuando
había entrado.
Empecé a ponerme la ropa. Tenía que darme prisa si quería alcanzarla.
—Como le dije, madre —empecé, arreglándome un poco el pelo—, a
veces los deseos pueden conmigo, pero no por ello dejo de ser una persona
humilde y honesta.
—Si lo que quiere es que la absuelva de sus pecados —contestó con un
hilo de voz—, no va a suceder.
—No es lo que pretendo. Revise los suyos madre, y los de la institución a
la que pertenece. Parece usted una buena mujer —dije, abriendo la puerta y
poniendo un pie en el suelo de piedra—. Que tenga un buen día.

La iglesia se había llenado de gente. Me quedé allí un momento, quieta, con


la mente prácticamente en blanco. No me creía lo que acababa de hacer.
Las piernas me llevaron solas de vuelta a la entrada de la iglesia. Contraje mi
sexo, el ardor de mi sexo seguía ahí. Necesitaba un baño para quitar la
lujuria que desbordó en mi, es como si el diablo la estuviera controlando
sobre su ser a la sacerdotisa . El paseo se me estaba haciendo interminable.
Aceleró, intentando no pensar en el potencial lío en el que acababa de
meterme. Agarré el postigo, tiré de él y salí a la calle.
El aire fresco me golpeó y eché la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos,
dejando que el sol me tocara la cara. Era un cambio de ambiente agradable.
Abrí el bolso y saqué el móvil, buscando el mensaje que sabía que me aca-
baba de llegar.
«Te espero en la cafetería de la esquina. Cruzando, a la izquierda.»
Miré a mi alrededor y la localicé enseguida, al final de la calle. Salí disparada hacia
allí acogiéndome al asa de mi propio bolso, como si alguien me hubiese puesto en
piloto automático. El café era pequeño, con unas ventanas enormes que daban a la
calle. Tenía una barra a la derecha y cuatro mesas repartidas justo delante, tres de
ellas ya ocupadas. Me bastó con echar un vistazo rápido para dar con lo que
buscaba. En la mesa del final, la de la esquina que quedaba al sol, ella me
esperaba. Al verme, levantó la mano y me saludó, sonriente, señalando el café que
ya había pedido para mí. Yo respondí señalando el lavabo. Necesitaba una visita al
baño urgentemente. Un par de minutos después salí, sintiéndome como nueva, y
caminé hacia la sacerdotisa bastante más relajada. Ya no llevaba la toga sino hiba
de negro pantalones apretados y una camisa negra abrochada, dejando ver su
escote profundo, pelo rizado rubio oscuro, ojos avellana y con gafas. Poco a poco
estaba volviendo en mí. Era como si, al ver a mi sacerdotisa allí, tan tranquila,
bebiéndose el té negro con leche, el agua del río que se había desbordado
estuviese volviendo poco a poco a su cauce, la corriente más o menos controlada.
Aunque, bueno, solo era un decir. Aquello no tenía nada de controlado, ni de
corriente. Noté cómo me volvía el calor a la cara. Nos habíamos vuelto
completamente locos. Aparté una silla y me senté delante de la invitada,
cruzando los dedos encima de la mesa. Ella me miró por encima de su taza,
divertida, esperando a que dijese algo. Contuve una sonrisa.

—Reto superado.
Vicky dejó el té negro con leche en la mesa y se pasó la lengua por el
labio superior, limpiándose la espuma de la leche. Intentó no sonreír, pero no
lo consiguió.

— ¿sigilo sacramental? —dijo lentamente, vocalizando a cada sílaba.

—¿Qué? —pregunté yo, haciéndome la ofendida—. Tenía curiosidad.


—No puede ser. Lo tenías preparado.
—iCómo lo iba a tener preparado? ¡Si se nos ha ocurrido al pasar por de-
lante de la iglesia!

Vicky rio y negó con la cabeza, dándole otro sorbo al té.

—Te llevo un punto de ventaja —añadí, cogiendo mi propia taza—. Va a


ser muy difícil igualar eso. Lo sabes, verdad?

—No seas tan competitiva Vicky; lo importante es participar.


—Eso lo dices porque no te gusta perder —rebatí yo, riendo por encima
de mi café.
—He de decir —concedió ella — que he estado a punto de no entrar.
—¿Me habrías dejado allí, sola?
—¿Dejarte con las ganas? Ni hablar, ¡pobre mujer!
Le tiré la servilleta a la cara y Vicky se rió, protegiéndose con el antebrazo.
Me derretí un poco. Solo llevábamos dos años juntos, pero a veces me
parecía casi imposible. Debíamos habernos conocido en algún tipo de vida
anterior. Si no fue así, era incapaz de explicar la conexión que teníamos las
dos. Esa comodidad que sentía cuando estaba a su lado era algo fuera de lo
normal. Hacía que todo pareciese fácil, menos extraño. Incluso el pelearnos
nos salía bien. Vicky me cogió la muñeca y tiró de mí hacia sí, inclinándose
por encima de la mesa. Sonreí y dejé que me besara todo lo que no me
había besado durante la media hora anterior. Estábamos agotadas, pero
notar su lengua en el labio fue suficiente como para querer llevármela de allí
y empezarlo todo otra vez; arrastrarla al lavabo del café, a nuestro piso, a
cualquier parte. Le pasé los dedos por el pelo, pensando en todo lo que
había pasado durante nuestra representación.
«iCómo hemos llegado hasta aquí?»

H.6
Aquí tienes una historia en que Vicky y Lucy se conocen en un internado de
monjas, se enamoran y tratan de que sus caminos, que a lo largo de la vida les
van separando, vuelvan a coincidir.

Capítulo 1: Sin miedo

Hasta que no se vio rellenando aquellas humildes tarjetas de invitación, Lucy no fue
consciente de que habían pasado ya casi veinte años de infelicidad. Le temblaba el
pulso y le sudaban las manos por la indecisión. Cada angustioso trazo de su pluma
era como un tirón que ella misma daba a la soga que le apretaba el cuello. Cuando
cerró el último sobre, se arrojó sobre la mesa y enterró la cabeza entre sus brazos.
La suerte estaba echada y no había vuelta atrás. Ya no le quedaban agallas para
seguir. Cualquier esfuerzo resultaba inútil. Su futuro era hoy. Alguien llamó a la
puerta con los nudillos. Lucy salió de pronto de su mundo paralelo y regresó a la
realidad. Sobresaltada, fue a abrir. Sus ojos parecían no creer lo que estaban
contemplando. Vicky apareció al otro lado de la puerta, sonriéndole, como siempre.

—Hola, Lucy.

— ¿Qué haces aquí? Te dije que no quería volver a verte jamás. Bastantes
problemas me has causado ya. —Intentó cerrar la puerta pero la otra mujer lo
impidió.

—Vengo a dejar las cosas claras de una vez. Y voy a entrar, por las buenas o por
las malas.

—Mi marido está al llegar —dijo Lucy, y notó que su corazón latía a mil por hora.

—Me importa una mierda tu marido. Apártate —dijo la rubia oscura retirando el
brazo que le impedía el paso.

Vicky caminó hasta el salón con paso seguro pero rápido. Dejó su bolso en el suelo,
se sentó en el sofá y cruzó los pies sobre la mesa, mostrando sin tapujos las
robustas botas negras que llevaba puestas. Desafió a Vicky con la mirada. Ante
aquella presencia tan amenazante pero a la vez tan deseada, Lucy no tuvo más
remedio que sentarse también, no fuera a ser que sus piernas la traicionaran y
dejaran al descubierto el temblor que las azotaba, sin duda provocado por los
nervios. La dueña de la casa recogió su pelo azabache en una cola y se desabrochó
los dos primeros botones del pijama por el calor. Momentos antes, había puesto la
calefacción a tope y ahora, por la tensión del momento, se estaba cociendo viva.

—Bueno, cuéntame. ¿Qué te trae por aquí? —dijo Lucy con cinismo intentando
echar balones fuera.

—Quería saber cómo te iban las cosas y si estabas bien. —La mujer de cabello
rizado y rubio oscuro le devolvió el sarcasmo.

—Todo va perfectamente —dijo Lucy, y bajó la mirada al suelo.

—He estado muy preocupada. No me has dejado saber nada de ti después de...

—No quería molestarte. —La morena la interrumpió.

—Vale, dejémonos de tonterías. —Vicky comenzó a desesperarse—. Estás muy

desmejorada desde la última vez.

—Desde que mi marido se enteró de lo nuestro... cada día que pasa es peor. Mi

psicóloga me está tratando cada miércoles... Pero lo superaré —carraspeó—. ¿Y tú

dónde vives ahora?

—En Barcelona, estoy asistiendo a unas conferencias sobre teatro. Toma, ésta es

la tarjeta del hotel donde estaré las dos próximas semanas. Ven a verme, por favor.
Sal de aquí de una vez por todas. —Lucy se acercó a su amiga para darle la tarjeta
y advirtió, gracias al escotado pijama de la mujer que tenía a su lado, algo nuevo
entre la clavícula y el pecho de Lucy.

—Ya basta. No em...

—Oye —dijo Vicky interrumpiendo a Lucy con brusquedad—, eso que tienes ahí

es... ¿un moratón?

El reloj del salón dio diez campanadas. La mujer del pijama apretó la mandíbula y
esquivó la mirada inquisitiva de su amiga mientras, inconscientemente, tragaba
saliva para humedecer la sequedad de su garganta. Uno de sus pies comenzó a dar
frenéticos golpecitos en el suelo. Por un momento, pareció que sus pensamientos
flotaban en aquella habitación. Los ojos de Lucy se abrieron de par en par, pero no
tenían expresión alguna. Con la mirada perdida, reunió fuerzas para seguir
hablando.

—Dios mío, está a punto de llegar mi marido —dijo casi con un susurro.

— ¿Sí? ¿Y qué? —Vicky aún permanecía en estado de shock.

— ¡Pues que no puede verme aquí contigo!

— ¿Tienes algún problema...?


Vicky no pudo terminar la frase porque su amiga ya la estaba empujando
hasta la salida. Lucy abrió la puerta y la invitó a que se marchara.
—Lo siento, hoy no puedo hablar. Vuelve otro día.
—No me lo puedo creer. ¿Te pega y no lo denuncias? —La mujer de ojos
avellana se sintió muy violenta—. Voy a matar a ese hijo de puta —dijo a la
vez que impedía que Lucy le diera con la puerta en las narices—. Por favor,
escúchame. He venido para sacarte de aquí. La policía ya lo sabe todo.
Hazme caso y denúnciale. Con una sola llamada, estará entre rejas. —La
castaña oscura parecía no escucharla—. ¡Dame una sola razón por la que
no deba ayudarte!
—La conoces.
Y dejando perpleja a su interlocutora, cerró la puerta y esperó a que se
marchara. Cuando vio por la mirilla que ya no estaba, rompió a llorar
apoyándose con la espalda en la puerta para no caerse al suelo.
A los pocos segundos, su móvil empezó a sonar. Se secó las lágrimas y
fingió una voz serena.
—Hola, Carlos —dijo esbozando una sonrisa falsa.
—Hola, cariño.
— ¿Cómo estás?
—Deseando celebrar nuestro decimonoveno aniversario. —A juzgar por el
tono en que le hablaba su marido, parecía estar bastante ilusionado.
—Ya he terminado todas las invitaciones.
—Estupendo, mi vida. En una hora llego a casa. Siento el retraso, pero es
que han cortado las carreteras por un accidente y llevo desde las nueve
parado en la M30.
—No te preocupes, cariño. Aquí te espero —dijo, y sonrió sin ganas.
—Un beso, mi amor.
Sin responder a su efusiva despedida, Lucy colgó el teléfono. Se miró las
manos y deseó con toda su alma reunir fuerzas para hacer aquello que
durante tanto tiempo tenía planeado. Quizá no todo estaba perdido. Aún
podía permitirse otra oportunidad. Se dirigió al despacho de su esposo y
abrió el primer cajón de su buró. Empuñó el revólver que él guardaba desde
el día en que le intentaron atacar hacía ya dos años y le quitó el seguro. Esta
vez, los músculos estaban tensos y no le flaqueaba el pulso. Sentada en el
cómodo sillón negro, apoyó el brazo izquierdo sobre la mesa. Echó un
vistazo a aquella habitación por última vez y, cerrando los ojos fuertemente,
se metió el cañón en la boca y….
—Nooooooo —dijo esbozando una sonrisa aterrozida y le tiró el revólver
mientras se escapaba un disparo al techo y la policía mientras estaba ahí
esperando a su marido.
—Hola, cariño —dijo mientras los policías le ponían las esposas por maltrato
y por delincuencia, tráfico de drogas.
—Quiero a Vicky y no puto imbécil —dijo esbozando una sonrisa
faterrorizada.
—Ven, Lucy —la besó con ternura invadiendo celos a su exmarido.

Capítulo 2: El principio

El pasillo era largo, pero estaba bien iluminado. En él había muchas puertas
contiguas, las de las habitaciones del resto de las chicas. Llegó a la suya, la
número ocho, y la encontró abierta. Entró despacio, dejó la maleta en el
suelo y comenzó a observarlo todo, como era costumbre en ella. Su cuarto
no estaba nada mal. Las paredes eran de un marfil muy pálido y la ventana
estaba pintada de un celeste tan bonito como el del cielo de una mañana de
primavera. Había dos camas y entre ellas había colgado un crucifijo. Una de
ellas, la del lateral derecho, estaba desnuda. Encima de la mesita de noche
descubrió una nota.
«Encontrarás las sábanas en el armario. Las tuyas son las de florecitas. Te
corresponden dos estantes de la cajonera: el tercero y el cuarto. Bienvenida
al Monelos.
Lucy»
A través de la ventana, podía ver a sus nuevas compañeras corretear
alegres y jugar despreocupadas. Suspiró cansada, pero sabía que tenía que
deshacer la maleta o se le haría tarde. A las nueve se servía la cena y no
quería perdérsela por nada del mundo. De modo que fue colocando sus
cosas en el armario mientras pensaba en su nuevo hogar. Estaba algo
nerviosa, aunque confiaba en que pronto se adaptaría a aquella nueva
situación. A fin de cuentas, el internado no podía ser peor que su casa.
Cuando hubo terminado, echó un vistazo general a la habitación. Tenía
curiosidad por saber quién era su compañera de cuarto, así que se fijó en la
decoración que rodeaba la cama de la otra chica. “Al menos ha tenido la
delicadeza de decirme su nombre”, pensó. Exhibía en su mesilla un marco
con una foto y un cuaderno de color verde. La cama estaba hecha y en ella
había un oso de peluche apoyado sobre la almohada. Sobre su mesa de
estudio, descansaban una lámpara, un libro de historia y un lapicero de tela
de un rojo muy intenso. Sintió la necesidad de abrir los cajones e investigar
más a fondo, pero en el momento en que se acercó a la mesa más de lo
debido, sonó el timbre que anunciaba la hora de comer.
Todas las miradas se clavaron en ella al entrar. Cuando ya llevaba la
bandeja con su comida, intentó acercarse a las mesas en las que estaban
sentadas las demás alumnas del centro, pero vio que ninguna le dejaba sitio
para sentarse. No tuvo más remedio que comer sola en la mesa vacía del
fondo sin dejar de ser observada. Sabía que ése era el precio que tenía que
pagar por ser la nueva, pero desde luego, no le gustaba ser el mono de feria
al que todas señalaban con el dedo. En el instante en que iba a tragarse la
cuarta cucharada de sopa, una chica de las que había visto en la mesa
contigua se levantó de su silla. Sin perder la sonrisa, se acercó hacia donde
estaba ella, colocó su bandeja frente a la suya y se sentó encarándola. Vicky
se quedó pasmada. Era el rostro más bonito que había visto nunca. La
muchacha tenía el cabello ondulado y morena. Pero lo que más destacaba
del conjunto eran los ojos: verdes claros. Su nariz estaba repleta de traviesas
pecas bien difuminadas y su sonrisa dejaba al descubierto dos preciosos
hoyuelos que hacían que aquella cara fuera la más dulce del universo.
—Lucía Egea Lozano —le dijo estrechándome cordialmente la mano—, pero
todas me llaman Lucía, pero tu me puedes llamar Lucy.
—Victòria, pero tú me puedes llamarme Vicky —contestó la niña
devolviéndole el saludo sin dejar de mirarla a los ojos—. Encantada.
Sus manos se separaron para disgusto de Vicky, pero el hecho de tener a
aquel ángel sentado a su lado ya era más de lo que nunca habría podido
desear.
—La comida es asquerosa, ¿eh? No te preocupes, al final te gustará y todo.
Aunque parezca mentira, aquí siempre nos salimos con la nuestra. Y cuando
digo siempre... es siempre.
—Es raro. Siempre pensé que un internado de monjas era lo más parecido a
una cárcel.
—Al principio este sitio es un poco extraño. Pero te aseguro que dentro de
poco te sentirás mejor aquí que en casa.
—Eso espero —dijo, y tragó otra cucharada de la espesa sopa.
—De modo que eres mi compañera de habitación. —La castaña oscura la
analizó con la mirada mientras se servía agua de una jarra.
—Exacto. Supongo que se nota a la legua que soy la nueva...
—Pues sí.
— ¿Por qué me han puesto contigo si no soy de tu curso?
—A la que ocupaba tu cama la han cambiado de habitación. —Elisa
siguió examinándola detenidamente—. ¿Qué edad tienes? ¿Trece, catorce?
—Dieciocho —dijo, y terminó con el primer plato.
—Vaya, pues no los aparentas... ¿Y por qué te han metido aquí? ¿Acaso
por mal comportamiento? Eres una chica mala, ¿eh? —Elisa rió con malicia
y bebió despacio.
—Y tú eres la típica niña de papá que ha venido a empollar, ¿no? —Vicky
supo derribarla al instante.
—Oye, tranquila... No era mi intención ofenderte —dijo Lucy, y volvió a
sonreír picarona.
— ¿Y tú qué edad tienes? —preguntó Vicky, y con sólo volver a mirarla
quedó de nuevo hechizada por la castaña oscura.
—Dieciocho —dijo Lucy recién cumplidos cortando su filete en trocitos
pequeños.
—Vaya. Entonces, tú debes estar ya en Bachiller.
—Bingo. Y de ciencias puras, olé yo. —Elisa se llevó a la boca un
pedacito de pollo con el tenedor.
—Yo soy de letras. Debe ser duro segundo...
—Primero también lo fue. —La chica de ojos verdes claros comenzó a
hablar con la boca llena y vio que a su compañera no le molestaba en
absoluto—. Pero puedes superarlo sin problemas. De todas formas, si
alguna vez necesitas que te ayude con alguna asignatura, no tienes más que
decírmelo. Aún conservo los apuntes de tu curso —dijo volviéndose a llenar
la boca con otra porción de filete.
—Gracias —dijo Vicky, y una tímida sonrisa acompañó a su réplica.
—No hay de qué. Primera lección de hoy: cuidado con sor Margarita. Da
universal y es un hueso. A mí por poco no me la deja para septiembre...
—Estupendo. —Vicky comenzó a agobiarse.
—Oye, tranquila. Tampoco pretendía asustarte... Me temo que lo he
conseguido, tu cara se ha puesto blanca.
Las carcajadas de ambas sonaron al unísono. La preocupación de la más
pequeña desapareció con sólo escuchar la endulzada risa que le llegaba
desde el otro lado de la mesa, así que empezó a engullir sin reparos su
sabroso bistec. Siguieron conversando apaciblemente mientras terminaban
de almorzar. Cuando llegaron al postre y Lucy se comió su manzana, se
levantó de la mesa y cogió su bandeja.
—Bueno, me tengo que ir a la biblioteca a estudiar. Nos vemos luego, a la
hora del descanso.
—Hasta la noche, Lucía.
—Llámame Lucy. Me has caído bien...
La diosa disfrazada de colegiala se retiró en silencio, dejando tras de sí
un halo de perfume con aroma a violetas. Cuando Lucy desapareció por la
puerta, Vicky empezó a contar frenéticamente las interminables horas que le
restaban para volver a encontrarse junto a la mujer de la voz de sirena.
Salió al jardín para tratar de aplacar sus nervios. Mañana iba a ser un día
duro. A las diez, tendría que enfrentarse a una prueba complicada: el
examen trimestral de matemáticas. Últimamente no cesaba de preguntarse
el motivo por el cual había acabado escogiendo ciencias puras, con lo mal
que se le daban a ella los números. Pero claro, como era habitual, la
respuesta a todo era la misma: su vida era agobiante gracias a su
reverendísimo padre.
Se sentó en uno de los bancos de piedra. Justo enfrente de ella encontró
a un grupo de colegialas charlando alegremente y riendo a carcajadas. Al
lado de una jovencita de cabello corto, divisó a Vicky. Aunque aún era una
completa desconocida para ella, algo le decía que acabaría haciendo buenas
migas con la rubia oscura . En el fondo deseaba fervientemente tener una
amiga de verdad, porque las que tenía eran un timo.
Pero ¿cómo contarle a una novata que a veces las apariencias engañan?
¿Cómo podría confiarle todos sus secretos a una perfecta extraña?
Mientras sus miedos más ocultos la asediaban indiscriminadamente, los
ojos de Lucy permanecían clavados en los de su compañera de habitación.
Dudaba si era su mirada profunda o ese atisbo de madurez tan poco común
en chicas de su edad lo quela atraía de ella; el caso es que Vicky acaparaba
en aquel momento toda su atención.
Hubo un cruce de miradas intensas. Lucy experimentó en el estómago
una sensación anteriormente conocida. Al notar el rubor en sus mejillas,
presa de la vergüenza, no dudó en abandonar el lugar de los hechos a toda
velocidad. A su vez, Vicky, que no había dejado de observar
disimuladamente desde que la vio aparecer,lanzó una pregunta al aire: ¿era
Lucy realmente inalcanzable para ella?
Dieron las diez. Recostada en su cama, Vicky cerró los ojos al dejarse
ganar por el sueño. Lucy no aparecía y sólo faltaba media hora para el
control nocturno. Si su compañera no regresaba pronto, Sor Inés le iba a
echar una buena bronca. El tremendo cansancio que invadía su cuerpo le
impidió continuar su vigilancia. Estaba tan rendida que ni siquiera escuchó la
conversación que estaba teniendo lugar tras la puerta de su cuarto.

En el pasillo, dos estudiantes intentaban no elevar la voz en medio de una


violenta conversación. Una de ellas era Lucy, que pretendiendo conservar la
calma, miraba a ambos lados para no ser pillada por la monja acusica.
—No quiero hablar más del tema. Lo nuestro se acabó, Ana.
—Sabes que no —respondió furiosa la otra joven.
—Se acabó el día en que te pillé con Miriam. ¿Crees que soy tonta y que
no me iba a enterar? Las paredes tienen ojos y oídos. Deberías saberlo ya,
llevas más tiempo aquí que ninguna. —Sus ojos verdes claros seguían
estando alerta.
—Pues no pararé hasta que me perdones.
—No es momento de seguir hablando del tema.
—Yo te quiero...
—Tú quieres a todas. —Lucy también sabía hacer daño.
—Repite eso y...
— ¿Y qué? ¿Me vas a pegar? Déjame en paz. Estás enferma.
Ana dejó pasar unos segundos para volver a recuperar la paciencia.
Suspiró hondo y miró a su interlocutora con aire apesadumbrado.
—Oye... Ya te he dicho que lo siento. —Se apoyó contra la puerta de su
habitación y se alisó la falda al no saber qué hacer.
—Mira, están a punto de pillarnos. ¿Por qué no lo dejamos para mañana?
—dijo Lucy con tono conciliador.
— ¡Porque no puedo esperar más! ¿Qué tengo que hacer para que veas
que estoy arrepentida? —Se le saltaron las lágrimas por la impotencia.
—Nada. Somos amigas y quiero que sigamos siendo amigas.
—El dolor me está hiriendo por dentro. ¡Déjame dormir contigo! —Ana
quemó su último cartucho del día.
—Ya está bien, ¿vale? Olvidemos esta conversación.
Lucy entró en su habitación y cerró la puerta de un portazo. Su
compañera se despertó con un grito de espanto. Al ver que se trataba de la
castaño oscura, se fue tranquilizando, aunque su pulso seguía estando a mil
por hora.
—Lo siento. —La chica de ojos verdes claros se sentó toscamente sobre
su cama y comenzó a desnudarse.
— ¿Te han pillado? —preguntó Vicky con preocupación.
—No —dijo Lucy, parca.

—Entonces, ¿qué ocurre? —dijo Vicky frotándose los ojos con el dorso
de la mano.
—Acabo de tener una pelea con... una de mis amigas —contestó la
morena a la vez que se recogía la melena en una coleta—. Dios mío, ¿por
qué todo me sale tan mal?—dijo mientras comenzaba a ponerse el pijama.
— ¿Quieres contarme de una vez lo que te pasa?
Vicky fue tan cortante que Lucy no atinó a responderle. Es más, hasta se
sintió cohibida y avergonzada ante la firmeza de aquella chica. Pero no
siempre era así. A la morena le encantaba ver sonrojada a su compañera
porque la encontraba sumamente adorable. Pero lo que más le gustaba era
llegar tarde de la biblioteca y verla dormida.
Alguna vez se acercó a la cama de Vicky para darle un beso de buenas
noches en la frente, hecho que siempre fue costumbre con su hermana
pequeña. De alguna forma le recordaba a ella, pero el cariño que estaba
empezando a sentir por esa chica no tenía nada que ver con el amor
fraternal.
—Vale, nos vemos tres veces al día y casi no hablamos, pero desde el
primer día en que nos conocimos, te he considerado mi amiga. ¿Por qué no
haces tú lo mismo? —La rubia oscura se armó de valor para reprender a la
mujer de sus sueños.
—Tienes toda la razón —contestó la otra con la mirada gacha.
—Cuéntame qué está pasando aquí. A mí no me engañas. Tú estás muy
rara últimamente... Te encuentro muy triste e incluso te he oído llorar. ¡Estás
empezando a preocuparme!
A pesar de que al día siguiente tendría que hacer un examen a primera
hora, la muchacha de cabello moreno decidió abrir por fin su corazón a su
nueva amiga. No resultó fácil revelarle que llevaba un año de relación con la
chica que antes le gritaba en el pasillo, y mucho menos decirle que acababa
de terminar con ella por motivos de infidelidad. En todo momento, Vicky se
mostró paciente y comprensiva, y en más de una ocasión fue el paño de
lágrimas de la deidad de ojos color agua marina. Por su parte, Lucy
comprobó la ternura que la rubita oscura estaba dispuesta a regalarle.
Encontró en ella alguien sólido a quien aferrarse, a una joven firme y dulce
con quien reír y pasar un buen rato. Pero, sobre todo, fue aquella forma tan
especial en que le hablaba lo que hizo saltar la chispa dentro de su corazón.
Cuando las confesiones llegaron a su fin, ambas regresaron a sus
respectivas camas. No supo por qué, pero si hubiera besado a Vicky como
algunas noches, en esta ocasión no lo habría hecho en la frente.
Vicky se desperezó y comprobó que había parado de nevar. Los cristales de
la ventana estaban cubiertos de vaho, así que tuvo que retirarlo con la palma
de la mano para ver el exterior. La nieve cubría todo lo que alcanzaba su
vista. Sin duda aquel era uno de los inviernos más crudos que había
conocido nunca.
—Buenos días. —Lucy se había despertado triste.
—Buenos días. Por fin es sábado.
—Sí...
— ¿Qué te pasa? —Vicky temía saber la verdad.
—He dormido mal.
—Ya sé que la cena de anoche no fue para tirar cohetes, pero tampoco es
para que sigas con mala cara.
—Idiota ... —La rubita siempre lograba arrancarle una sonrisa cuando menos
lo esperaba.
—Es Ana otra vez, ¿no?
—Algún día se dará por vencida. Ya no puede hacerme más daño.
—Anda, vamos a dar un paseo. Tengo ganas de que me dé el aire. —Vicky
cogió del brazo para animarla.
Aunque hacía bastante frío aquella mañana, las dos jovencitas se abrigaron
bien para caminar un rato. Habían vuelto a las clases tras el fin de la navidad
y, como había llegado el fin de semana y no habían tenido ocasión hasta la
fecha de conversar más de un minuto con el regreso de las tareas,
aprovecharon para contarse al detalle todo lo que les había ocurrido durante
las vacaciones.
— ¿Qué tal con tu padre? —preguntó Vicky .
—Como siempre. Fatal. Ya sabes cómo me llevo con él. Me ha dicho que
está deseando que llegue el verano para que vuelva a casa.
—Pero eso no es malo...
— ¿Sabes para qué? Para presentarme al distinguido hijo de su viejo socio.
No he cumplido los diecinueve y ya me está eligiendo novio.
— ¿Un novio? —El corazón de Vicky se quebró como el cristal.
—Pero no un novio cualquiera, sino el perfecto para él: culto, cristiano y, lo
más importante, con bastante dinero. Su padre y el mío son accionistas de
una gran empresa.
Supongo que tiene miedo a que yo elija el hombre equivocado y se vayan al
traste sus sueños de fortuna.
— ¿Y tu madre qué opina?
—Ella no tiene ni voz ni voto. Nunca lo ha tenido. Es el precio que tuvo que
pagar cuando se casó con el hombre que le paga todos sus caprichos.
—Comprendo. Pero si tanto odias que tu padre maneje tu vida, ¿por qué no
haces algo?
— ¿Cómo? Si al menos me conociera tal y como soy... Ni siquiera sabe que
soy atea, imagínate el disgusto que se llevaría al enterarse de que... Bueno,
ya sabes, de que soy lesbiana. Me mataría... o peor, me metería en un
convento de por vida.
—No sabía que tus padres fueran tan... conservadores. Tú no eres así.
—Esa faceta de mí es algo que sólo conoces tú. Para sobrevivir aquí hay
que aprender a mentir.
—Pues yo no puedo. Ya sabes que traigo de cabeza a todas las monjas
porque no me creo nada de lo que dicen. Yo no tengo la culpa de haber
nacido así.
—Y entonces, ¿por qué estás aquí?
—Por mi madre. No soporta que sea tan contestona y rebelde. Piensa que
aquí me formaré debidamente y que regresaré a casa hecha una señorita.
—Otra como mi padre.
—Sí. Es más tradicional. Mi padre es diferente, es más como yo. El me
anima continuamente diciendo que, estudie donde estudie, siempre seré yo.
Supongo que hay cosas que no cambian. Es cuestión de genes.
— ¿Lo estás pasando mal aquí?
—Lo llevo bien. Aunque lo que más detesto es el olor a viejo que tiene todo l
edificio. —Se detuvo para hacer una mueca de desagrado.
—No es el edificio, son las monjas.
Las dos adolescentes se miraron a los ojos y estallaron en sonoras
carcajadas. Lucy notó que sus manos sudaban bajo los guantes, señal
inequívoca de que Vicky andaba muy cerca de ella. La rubia vio que su
amiga también es-taba tensa, una vez más, por el influjo de su mirada. De
modo que, para relajar el ambiente, tosió y prosiguió caminando.
Se adentraron en la arboleda, casi en los límites del recinto. Ninguna de las
dos pronunciaba palabra alguna. Fue Vicky la que de nuevo intentó romper
el hielo.
—Fíjate, está nevando otra vez —dijo mirando al cielo.
—Vaya, pues no me he traído mi gorro. —Lucy apoyó su espalda contra un
robusto árbol.
—Toma, ponte el mío.
Vicky se acercó hasta la chica de pelo moreno y le colocó el gorro con
delicadeza. Sólo las separaba una delgada línea de aire fresco, así que sus
miradas se encontraron y no pudieron hacer nada para evitarlo. Los
corazones de ambas latían a una velocidad devértigo y sus labios pedían a
gritos un beso. Pero, en el último momento, cuando las bocas iban a juntarse
por primera vez, el pánico se adueñó de la más veterana.
—Oye, esto no está bien. —Se separó y empezó a correr en dirección al
edificio dormitorio.
—Lucy, ¡espera! —No podía creer que la chica a la que tanto amaba
estuviera huyendo de ella.
Se quedó inmóvil por unos instantes mientras miles de copos helados caían
sin cesar. Aquello era una ironía: Lucy, que para ella era sinónimo de
alegría, ahora era igual a llanto. No podía comprender cómo el amor a veces
podía doler de una manera tan desgarradora.

Capítulo 3: El cambio

Terminó de ducharse y se colocó una toalla. Se secó con cuidado su rubia


oscura rizada melena y se calzó las zapatillas. Al salir de la ducha, se topó
de frente con la ex de Lucy. Ana la esperaba apoyada contra la pared del
baño, con los brazos cruzados. Cuando la vio aparecer, se irguió para
empezar con sus amenazas.
—Mira, enana —dijo la de más edad agarrando a la rubia por el cuello de
una forma muy violenta—, se me ha acabado la paciencia. O te apartas de
Lucy y la dejas en paz o te van a sobrar motivos para largarte de este sitio.
— ¿Qué pasa? ¿Que en esta ocasión, en vez de mandarme para la
biblioteca, prefieres venir a espantarme en persona? ¿Crees que aún tienes
oportunidades para conseguir a Lucy? Escúchame bien: no te quiere. Y yo
no voy a dejar que sigas molestándola con tus pamplinas de niña
caprichosa.
—Ahora verás.
Ana estampó a su oponente contra la pared. Aumentó la presión que ejercía
sobre la jovencita de ojos avellana mientras sus nervios aumentaban de
forma vertiginosa.
Vicky conservaba aparentemente las formas, pero por dentro estaba
atemorizada. Sus pensamientos se desordenaban caóticamente en su
cerebro y no le proporcionaban una solución útil para aquel entuerto.
—Tú decides. Si te apartas de Lucy, no volveré a acercarme a ti. Pero si no
lo haces... —le acercó el puño hasta la nariz.
—Tú no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer —dijo Vicky
revolviéndose bruscamente y zafándose de las garras de su opresora—.
Óyeme tú ahora: no te tengo miedo —dijo enfurecida—. Sé que Lucy no te
quiere. ¿Y sabes por qué? Porque me quiere a mí.
Ante aquella demoledora declaración, Ana no pudo contener la rabia que le
corría por las venas. Con toda su fuerza, la agarró por un brazo y, con la otra
mano, le lanzó un potente puñetazo. Los reflejos de la otra chica la salvaron
de ser el blanco de aquel misil sin control. Se escuchó un grito de dolor. En
un segundo, Vicky había desaparecido. En el baño quedó sola la terrible
agresora que, con los nudillos tremendamente doloridos por el impacto en la
pared, lloraba con la mano y el orgullo heridos. En el suelo apareció
abandonada la toalla que, segundos antes, envolvía el cuerpo mojado de la
muchacha rubia oscura .
Por la penumbra del largo pasillo, Vicky corría desnuda a toda velocidad
tratando de llegar a su habitación en el menor tiempo posible. Su cuerpo aún
no se había recuperado del subidón de adrenalina provocado por la
excitación. Ya sólo le quedaban unos metros para alcanzar su puerta pero,
justo cuando se vio a salvo, Sor Inés salía de una de las habitaciones que
rodeaban a la suya. De nuevo, poniendo a prueba toda destreza, consiguió
zafarse de la vergonzosa situación, ya que consiguió entrar en su habitación
tan rápido como le permitieron sus piernas.
El destino quiso volver a gastarle una broma pesada. No teniendo bastante
con todo lo anterior, al entrar en su cuarto tropezó con unos zapatos que
horas antes había dejado desparramados y cayó de bruces al suelo. Antes
de que levantase la vista, oyó una armoniosa carcajada. Era Lucy. Estaba
sentada justo enfrente de ella contemplando la escenita sin poder parar de
reír. Vicky se levantó poco a poco, intentando cubrirse las vergüenzas con
las manos. Sus mejillas estaban tan coloreadas que podía notar el calor que
desprendían. Cuando estaba a punto de darle a la mujer de ojos verdes
claros una explicación racional del porqué se encontraba en pelotas, la
puerta de la habitación se abrió y de nuevo se vio las caras con Sor Inés. La
rubia se quedó completamente paralizada, aunque su cerebro parecía estar
tratando de inventar cualquier historia creíble para defenderse.
—Señorita Díaz, ¡quiero verla mañana, a primera hora, en Dirección!
La monja se marchó dando un portazo. Hubo un segundo de silencio. De
pronto, Lucy volvió a estallar en carcajadas mientras Vicky seguía sin saber
qué hacer.
—La próxima vez, me ducho con el pijama puesto —dijo la rubita presa de la
vergüenza.
Y tras oír esto, Lucy se levantó sin dejar de reír y tapó a su compañera con
una de las toallas limpias.
—Gracias —dijo Vicky todavía ruborizada.
—No hay de qué —contestó Lucy mientras su mirada se clavaba en la piel
desnuda de su compañera de habitación.
La muchacha rubia oscura se puso el pijama lo más rápidamente que pudo.
Lucy, por su parte, se puso a leer para obligar a sus ojos a fijarse en otro
punto que no fuera el cuerpo de Vicky. El silencio empezó a espesar aún
más el aire, que ya de por sí estaba demasiado cargado debido a la alta
temperatura que irradiaba la calefacción central.
El profundo suspiro que Vicky soltó mientras se recostaba cansada sobre la
cama, junto a su libro de literatura, hizo que la morena se diera cuenta de
que ambas fingían estar ocupadas.
“Mentira. Puro teatro”, pensó mentalmente Lucy. ¿Hasta cuando iban a estar
así?
¿Por qué demonios tenía que continuar refrenando las muestras de afecto
hacia su amiga si su cuerpo le gritaba lo que su cabeza intentaba enterrar?
Sabía perfectamente que no sólo era afecto lo que sentía por ella. El miedo a
tropezar con la misma piedra la tenía atada de pies y manos.
“No puede ser y punto”, concluyó Lucy antes de cerrar los ojos e imaginarse
de nuevo entre los brazos de Vicky.
Aquellas sentidas palabras estaban calando muy hondo en el corazón de
Lucy. De hecho, tenía ganas de llorar porque necesitaba desahogarse y
rápido, pero al final decidió mantener el tipo para no sentirse ridícula.
—Vicky... ¿Estás completamente segura de tus sentimientos hacia mí?
—He estado segura desde siempre.
Lucy se levantó de pronto.
—Oye, ¿no irás a huir como la última vez...? —dijo Vicky poniéndose
también de pie.
—Ven.
Sin decir una palabra más, rodeó a la muchacha rubia por el cuello y la besó
tan dulcemente que hasta sus labios temblaron por el cálido contacto.

Fín

H.7
Dos mujeres es un libro que rompe con las normas establecidas, que plantea
un amor diferente, una relación de pasión sin límites, en la que dos mujeres
dan todo sin medida. La protagonista de la novela, Lucía ( Lucy) , es miembro
de una adinerada familia judía de la ciudad de México. Está casada y tiene dos
hijos. Inteligente y sensible, se da cuenta de que las convenciones
tradicionales de su cultura se desmoronan cuando conoce a Victòria ( Vicky) ,
pintora y lesbiana. Las dos vivirán una historia de amor que hará que exploren
las limitaciones de la identidad, de la familia y de la sociedad.

Capítulo 1:

La velocidad era constante. La carretera parecía una enorme culebra gris que partía
en dos las tierras rojas de Michoacán. Ella sacó un cigarrillo de mariguana. Me
preguntó si quería.

— ¿Manejando?

—Sí, ¿por qué no?

—Es cierto, verdad, ¿por qué no?

La sensación de la mariguana me encantaba. Me hacía fijar la atención en mi


pensamiento, se me afinaba la vista, el oído, la piel: todo se volvía más presente.
Ella miraba de frente sumergida en quién sabe qué cosas. Hacía un año, en el
aeropuerto De Gaulle, le dije que si alguna vez volvía a México me gustaría tenerla
como invitada. Me preguntó si estaba hablando en serio. Cuando le dije que estaba
hablando absolutamente en serio se le llenaron los ojos de lágrimas y me aseguró
que lo tomaría en cuenta. Ahora había vuelto a casa, como ella decía de forma
irónica. En este tiempo la vida se le había vuelto tremendamente difícil. Ella quería
saber cómo me sentía. Le dije que perfectamente bien. Nos reímos. Por primera vez
bajé la velocidad y comencé a gozar el paisaje. Le aseguré que me iba a pervertir.
¿Yo a ti?, preguntó riendo. La miré con ternura.

— ¿Qué? —preguntó.

—Nada, simplemente...
Por nuestra diferencia de edades yo era más mayor de eso nunca hablábamos.
Llegamos a Pátzcuaro entrada la tarde. Me aseguró que no le gustaría albergarse
en un hotel de lujo. Algo más... autóctono, dijo. Yo no tenía ningún inconveniente:
por el contrario, la idea me atraía. Morena era para mí un símbolo de libertad a
pesar de lo mal que le iba. Entramos al Hotel Janitzio, de color azul añil y olor a
bidé. Mientras preguntamos por un cuarto, alguien dijo con voz rasposa atrás de
nosotras que Lupita era una pendeja. Cuando volteamos a ver quién decía aquello
resultó ser un loro verde y desplumado que no soltaba su frasecita. Tenía hambre y
le pedí a Morena que dejásemos el equipaje en el cuarto y fuéramos
inmediatamente a comer. Sugirió la plaza. Llegamos al zócalo a la hora en que los
pájaros cantan entre el follaje de los árboles. Sobre una banca de hierro color verde
yacían tres cabezas sangrantes de toros.

— ¿Ya viste?

—Sí —me contestó—. Solo son cabezas desprendidas de su cuerpo.

— ¿Y qué, lo ves todos los días de tu vida? —le pregunté.

—No, pero así son las cosas que se ven en México.

— ¿Y por eso no te impactas? Vaya...

El sangriento espectáculo finalizó cuando un hombre con la bata blanca toda


manchada de sangre, amarró los cuernos de las cabezas y se las llevó sobre su
espalda. Morena tenía ganas de una sopita caliente. Vislumbró al otro lado de la
plaza un puesto donde vendían fritangas. Yo me dejé llevar por ella. Sabía que mis
remilgos provenían de una educación y quería, aunque fuera por unos días,
quitármelos. Morena pidió una sopa de médula, un taquito de buche y otro de ojo.
Cuando vi la preparación del taco de ojo me levanté, di la vuelta al puesto y vomité.
Al día siguiente fuimos a Santa Clara del Cobre a visitar a su amiga Ana,
descendiente de famosos poetas que se dedicaba a la orfebrería en cobre. Estaba
haciendo las joyas para la estatua de la Libertad en Nueva York. El anillo de la
dama podía ser el cinturón de un elefante. Su inventiva era alucinante. Le preguntó
a Morena por su tío David quien había sido su marido y gran amor de su juventud.
Ana, por fin, estaba tranquila en su vida. El trabajo con las mujeres del pueblo la
había convertido en una figura pública. Preguntó por Victòria ... «Sí, sigue pintando
y también sigue con Andrea… pero ya no por mucho tiempo». «Ay, las cosas del
corazón», replicó Ana. Al día siguiente vino a Pátzcuaro para cenar con nosotras.
Llegó elegantemente vestida como para una noche en París. La velada fue
absolutamente deliciosa.

Capítulo 2
Llegando a México invité a Morena a comer a mi casa. Nunca lo hacía porque a mis
hijos les parecía una rara. ¿Por qué siempre anda en huaraches, qué, no tiene
dinero paracomprarse unos zapatos? Detestaban su facha y les parecía increíble
que pudiera ser mi amiga. Morena se me quedó viendo y me preguntó si me daba
miedo volver a mi casa.

—Miedo no —le dije—, pánico.

—Qué franqueza.

Nos reímos hasta las lágrimas. Aún teníamos aires michoacanos en los pulmones y
nos veíamos chapeadas. Cuando llegamos a la casa, mis hijos ya estaban
comiendo. Los saludé con un besito en la mejilla, Morena les preguntó cómo
estaban. Contestaron en monosílabas: bien, regular. María Luisa nos sirvió de
comer. Ella era de una ranchería cerca del Oro.«Pasamos cerca de ahí —le dije—:
todo Michoacán me gustó mucho pero sobre todo sus gentes.» María Luisa sonrió
feliz. Le preguntó a Morena si también a ella le había gustado tanto como a mí. Le
contestó que todavía más. Las dos se rieron. Mis hijos la apuraronpara que les
trajera la carne. «Ya voy joven Alberto», dijo dirigiéndose a la cocina con su rítmico
movimiento de enorme caderón. Dicky le gritó que le trajera el Excélsior.

— ¿Desde cuándo lees el periódico mientras comemos?

—Desde ahora —contestó sin mirarme a la cara.

Cuando subimos a mi cuarto le expliqué a Morena que mis hijos eran muy celosos:
que no era nada personal contra ella.

—Pero si eso ya lo sabemos. ¿Cómo podría yo caerles mal a tus hijitos...?

— ¿Sí, verdad?

— ¿O sea que a ti te parecen unos celosillos cualquiera? Pues a mí me parece que


cuidan su cara, ¿qué te crees? No vayan a verte sus amigos, en tan malas
compañías — me dijo sarcástica.

—Tienes razón: el problema es ideológico.

Crispina vino a saludarme con la cola en alto sacudiéndola de un lado al otro. La


agarré del pelambre blanco del cuello y me la acerqué a la cara. Era una Collie
divina que le había regalado a mi hijo hacía unos meses. Morena tenía que regresar
a su casa o de lo contrario su mamá la mataría. Bueno, yo necesitaba encerrarme a
hacer la tesis que tenía que entregar tan pronto acabaran las vacaciones.

Capítulo 3
Habían pasado dos semanas y estaba a punto de acabar el manuscrito final de la
tesis de licenciatura de Sociología, lo cual significaba que estaba por terminar mi
carrera. ¿Y ahora qué?, me pregunté. ¿Me voy a meter en un cubículo a producir
mamotretos que me van a llenar de vanidad y luego van a servir para un carajo?
Evidentemente era tiempo de salir del encierro. Agarré el álbum de familia. Siempre
había tenido necesidad de volver una y otra vez a reconocer mis lazos de
parentesco. Hacía poco había recuperado una serie de fotografías que
pertenecieron a mi abuela materna. Me encontré frente a dos bellas de antaño. Una
era mi abuela y la otra mi madre cuando aún creían que el tiempo no iba a marcarse
en sus rostros. Ay, padecí mi ingenuidad. Yo, que toda la vida huí conscientemente
de las taras de mi estirpe femenina tratando de convertirme en una mujer pensante,
autosuficiente: para no volverme una de esas mujeres ridículas que no pueden
envejecer con dignidad. Estaba por cumplir los veintitrés años y la dorada juventud
iba a desaparecer: mi poderío de mujer guapa quedaría como un recuerdo para el
álbum, pensé recordando las palabras de mi amigo Theo que decía que las mujeres
de cuarenta le daban horror. Ese pequeño monstruo de cincuenta y seis años, bah.
Me miré las manos: acababan de salirme unas asquerosas flores de panteón. La
rabia se aposentó en mi lóbulo izquierdo; con furia tiré las fotografías al piso. Iba a
detener el golpe pero, ¡ay!, era tarde: sin querer cayó el florero repleto de rosas y
agua sobre mi herencia visual. No hice nada por rescatar el tesoro. Me levanté del
escritorio que por horas había acogido mi mente y mis nalgas. Las masajeé con
movimientos circulares y me dispuse a subir las escaleras. Conté uno por uno los
escalones según una vieja costumbre mía. Diez hasta el rellano. Allí, reptaban las
buganvilias sobre un muro encalado, un rayo ilegal entraba por la claraboya
esparciéndose sobre las flores. Me sentí perturbada por mis aberrantes juegos de
hablar sola. Seguí hasta el veinteavo escalón, empujé la puerta de mi recámara que
se negaba a abrirse. Le impuse mi peso y por fin cedió abruptamente. Ah, qué
sorpresa: adentro reinaba el orden, hasta parecía el espacio de otra mujer. Me miré
en el espejo de la entrada; recogí con las manos la piel fláccida de mis mejillas.
«Soy la misma, padre, la misma que de haber sido macho sería tu legítimo orgullo»,
grité. Prendí un cigarro, con paso tenso me dirigí al borde del tapanco: desde ahí
podía ver el charco. Prendí el mecanismo del carrusel. La danza magistral se inició.
Tres eran los caballitos. Seis al reflejarse en el espejo de mi recámara. Lancé el
cigarro al charco. Me pregunté si algún día me atrevería a lanzarme. Al visualizar la
escena con horror, sonó el teléfono. Era Morena. Quería saber cómo estaba,
¿seguía con vida?, ¿había terminado el trabajo? Le dije que estaba bien y que
simplemente estaba esperando al amor de mi vida.

— ¿Todavía? —preguntó.

— ¿Te parece que a mi edad no es posible que suceda?

— ¿Una varita mágica podría ayudar? —corrigió.

— ¿Y si salen mis sierpes?


— ¡Sierpes!

—Sí.

—No te preocupes de nada, y te enseño a usarla. Me quería invitar a ver teatro


amateur. Iría Vicky una mujer con ojos avellana, pelo rizado rubio oscuro y con
gafas —Ah, no, no tengo ganas de recomponer los ánimos ante unos desconocidas
—le aseguré. Además tenía una cita.

—La cancelas —me dijo veloz.

—Está bien, pero en punto porque soy impaciente, como tú bien lo sabes.

Capítulo 4

Le propuse caminar alrededor del lago. La luna llena se reflejaba en el agua. Todo
bajo esa luz parecía estático. Volteé a ver a Morena. Tenía la mirada lejana. Me
pregunté si no estaría recordando aquella maldita clínica donde hacen recortes de
inteligencia con la anuencia de la familia. Tuve un fogonazo de imágenes: cristos
dolorosos sobre muros blancos, enfermeras resecas manteniendo el orden. Morena
volvió su mirada hacia mí, parecía una niña pillada en alguna fechoría infantil. Le
pedí que no regresara a París.

—Necesito regresar —me dijo—, tú sabes que hice una promesa: debo mostrarle a
Marta que sí es posible dejar el caballo. —Marta era para mí una historia sin cara y
sin embargo la detesté. Tuve el presentimiento que Morena pronto volvería a la
heroína.

Nos levantamos del ruedo del lago y nos tomamos de las manos, giramos hasta
sentirnos mareadas.

—Te voy a extrañar —le dije.

—Yo te voy a extrañar a ti.

La invité a caminar por los pasillos del bosque. A lo lejos, las luces de la ciudad
parecían hilos fosforescentes. Los pájaros trinaban y los árboles se volvían sombras
sobre el asfalto. Los eternos jugadores de ajedrez se arremolinaban alrededor de
largas mesas de madera. «Jaque Mate», dijo una voz como salida de ultratumba.
Ese pequeño instante me hizo consciente de la muerte y padecí. Morena extrajo de
su bolso negro una bufanda azul que enredó alrededor de su cuello y, con su brazo
en mi brazo, me avisó de que era la hora. Subimos la escalinata como gacelas
cansadas. Adentro, una araña de luces amarillentas iluminaba el salón. Una pareja
observaba detenidamente nuestra entrada. Ella, al verme, sacó las manos de los
bolsillos de su pantalón. Yo también saqué las mías de mi pantalón. Sonreímos.
Morena me presentó Vicky, la pintora rara pero bella, pensé. nos había ido en
nuestro viaje a Michoacán. Morena le contó sobre Ana de Santa Clara. Yo agregué
algunos datos picantes. La prima me miraba extrañada: seguramente no entendía
cómo alguien mucho mayor fuese amiga de su prima menor.

El destino estaba tramándose: una dama cadavérica salió de entre las cortinas de
color vino. Con voz trémula dio a conocer que, por causas de fuerza mayor, la obra
de teatro anunciada para esa noche se cancelaba. La mirada de Victòria se perdió
entre las duelas amarillentas. Vicky levantó la mirada y suspiró:

— ¿Yo ? Yo no estoy con nadie, solo espero a la mujer de mis sueños, y creo que la
encontré —dijo mirando a los ojos verdes claros de Lucy con descaro y
acompañado con una amplia sonrisa.

Capítulo 5

Me había anticipado que vivía en un cuarto piso sin elevador. Subí ágil como una
gaviota. Ella recargada en el rellano me esperaba con la puerta abierta. Se parecía
a mí. Sentí taquicardia. Me preguntó si me pasaba algo.

—No, nada. —Sonrió invitándome a pasar.

Entré a un enorme espacio con piso de madera y duelas desvencijadas. Un vacío


apabullante. Sentí frío. No supe si de afuera o era mío. Rodeé mis brazos con las
manos. Seguramente ella notó la sorpresa que me había causado su departamento.
Me preguntó si era diferente a lo que esperaba.

— ¿Diferente a lo que esperabas o diferente a lo tuyo?

— ¿A las dos cosas?

Rio de mi franqueza. Al fondo del estudio había un cuadro a medio pintar reclinado
sobre un caballete. A través de una ventana se miraba un mar congelado.

—Un sueño vuelto realidad —comenté.

Ella dijo que tenía que ver con su deseo de mar. Al otro lado del cuadro había dos
bancos altos. Me destinó el más alto. Supuse que tendría que mostrar alguna dote
histriónica pero me aseguró que los lugares eran intercambiables. Un espejo
rodeado de latón enmarcaba nuestras cabezas; como fondo se veía el mar del
cuadro. Me encontraba en el punto de fuga donde convergían todos los ángulos. Me
dijo que había olvidado algo y me dejó sola para desglosar su espacio con mi vista
barroca. En uno de los muros blancos había tres fotografías de mujeres de otras
épocas.

La Condesa venida a menos volvió de la cocina; traía un regalo estupendo: Siglo, mi


vino favorito. Lo vertió en dos vasos. Mi mirada fluyó entre su boca y el líquido rojo.
Recogió la mata de su pelo cobrizo dejando al descubierto su cuello y se miró en el
espejo. Sentí tal deseo por la desconocida que estuve al borde del llanto. Se
escuchaba una música constante: Pink Floyd a la deriva sonaba en un viejo aparato.
Me dijo que había pertenecido al abuelo oso. Un hombretón que le daba besos
mojados cuando de niña lo visitaba en su taller de relojería. Describió sus enormes
manazas arreglando las delicadas maquinarias de relojes antiguos. Me gustaban
sus orígenes. Pregunté quiénes eran las mujeres de las fotografías. Me respondió
que su tatarabuela, su bisabuela y su abuela. Bellas y distinguidas, las tres mujeres
tenían algo de distantes. A un lado del corazón, un maravilloso camafeo
perteneciente a la madre de la tatarabuela las adornaba.

—Qué sorprendente que este mismo camafeo haya pasado de mano en mano sin
perderse —dije.

Vicky tocó coquetamente el camafeo a un lado del escote de su blusa negra.Me


acerqué a ella, le dije que era bellísimo. Cortó la alusión sirviéndose más vino.

—Con razón eres tan guapa —dije después de ver a las mujeres de quienes
provenía.

Sorbí un trago de Siglo y de pronto me percaté de que un pequeño buró, al lado de


la puerta principal, estaba como esperando salirse en cualquier momento. El
pequeño mueble fue la clave para situarme en el presente de mi anfitriona.

—Roberta se acaba de mudar... El buró no cupo en la mudanza.

Ahora Vicky se daba cuenta lo mujer de pocas pertenencias que era. Recorrió con
la mirada su estudio, suspiró, en adelante iba a tener mucho tiempo a su
disposición: tiempo para la pintura, para leer, para pasear por las calles de México.
Ah, pero sobre todo, nunca volvería a enamorarse.

—El amor no existe —aseguró cabizbaja.

—¿A qué te refieres? - dijo Lucy interesada

—No, hablo en general…


Mi mirada se posó en su boca. Se levantó nerviosa para dirigirse a la ventana. Se
embebió con algo que solo ella podía ver. Mi vista volvió a ocuparse de su mar. Mi
deseo se agitó violentamente. Vicky regresó la cara al estudio y pareció
sorprenderse con mi presencia. Quiso negarlo invitándome a su lado. Me indicó que
mirase a la derecha. Afuera, rodeado por una nube amorfa y ambarina se erguía el
Castillo de Chapultepec. El último rayo de sol se metía en su cabellera volviéndola
más dorada. Mi mano traviesa obedeció una orden irreflexiva y la acarició. Vicky
volteó asombrada. Me disculpé apenada por el exabrupto. Tomó mi mano como si
fuera a castigarla.

Cuando al fin nos acostamos solo pensaba en su cuerpo, en cómo tocarla. Cuando
me decidí a hacerlo, ella con mucha delicadeza, quitó el brazo que se había
deslizado bajo su cintura antojadiza.

—Es mejor dormir —dijo susurrante, Vicky - Ninguna de las dos durmió nada.

Capítulo 6

—No, claro que no tienes ningún derecho sobre mí. No soy tu esposa y aunque lo
fuera.

Colgué intempestivamente. Vicky volteó a verme.

— ¿Es con quién ibas a casarte? —preguntó irónica.

—No, no me iba a casar con él ni con nadie. Nunca he durado más de seis meses
con mis galanes —confesé.

— ¿Y con las mujeres?

— ¿Con las mujeres? Después de revisar ventanas y puertas te contesto.

— ¿Temes por nuestra seguridad? Cadena y candado —dijo con voz ronca cuando
crucé la demarcación de mi territorio.

Abajo todo estaba oscuro. Sentía un miedo idéntico a cuando era niña. Fui
prendiendo luces a mi paso. Salí y corté la única rosa roja como de terciopelo que
quedaba en el jardín. Cuando volví Vicky se había acomodado plácidamente sobre
los almohadones y buscaba algo entre las cosas de su bolsa.
— ¿Una menta? —preguntó.

Me ofreció una menta. Sin recato la tomé con mi boca. Sentí el contacto
desconocido de sus dedos en mi lengua: un rayo luminoso se abrió camino por mi
cerebro. Ella me miró atónita sin quitar la mano. Hice un avance hacia su boca
entreabierta por la sorpresa. Temblé, temblamos, con el corazón enloquecido metí
mi lengua en su boca, circundé sus dientes: sabía a flor nueva. Nuestras miradas se
desprendieron como dos pájaros en fuga. Nos perdimos en el espejo frente a la
cama. Alrededor de nosotras miles de ojos rellenos de azul y mar, gusanos y
despojos. En medio dos mujeres, una hincada frente a la otra; alrededor de ellas un
panteón de ojos. Caíamos en un silencio inhóspito. Gulp, vi mis profundos interiores.
Negras entrañas enrojecían, pequeñas estrías se marcaron en mis ojos. Vicky
seguía clavada en el espejo. Su vista se había poblado de nardos.

Todo duró un instante que a mí me pareció una eternidad. Ella salió lentamente del
entramado de refracciones. Parecía una doliente milenaria. Me reconocí en ella
como aquella joven mujer que había sido hacía no mucho tiempo. Tomé su mano
que reposaba sobre el edredón beige. Las dos veníamos de dos experiencias tan
diferentes pero en algo nos parecíamos. —No es fácil hacer añicos a los fantasmas
genitores —le dije—. Lo nuestro significa romper con los símbolos más antiguos:
símbolos aprendidos desde antes de nacer. —Bajó la cabeza y acomodó el edredón
sobre sus piernas.

—Sí —dijo suavemente—, tiene que ver con algo muy antiguo. —Al verme retraída
me pasó la mano por la mejilla. Me preguntó si a mí también me preocupaba.

—Sí —le dije. Mi afirmación pareció tranquilizarla. Poco a poconuestras formaciones


graníticas se fueron disolviendo y el deseo volvió a ser transparente. Pronto supe
que la entrega de su cuerpo era lenta. Había que acariciarla con la mirada, eliminar
la tristeza que encubría su voluptuosidad. Tal quehacer se asemejaba a la delicada
factura de una acuarela japonesa. Lamí su cuello, su boca...Afuera, una lluvia fina
golpeaba las ventanas. La música de Alain Barrière nos acompañaba en la entrada
de un territorio nuevo.

«Dos mujeres», pensé con todo mi deseo a flor de cada poro. Mi boca se detuvo en
su cuello. Bajé por su vientre, retuve sus caderas. Ella acercó sus senos a mis
senos, a mi cara, a mi boca; lamió con su lengua mi cuello. Volvimos a las bocas
reconociendo nuestras lenguas. Las palpitaciones de mis sienes se transportaban a
mi sexo. Los caballos, oh Dios, galopan a la velocidad del viento, de sus hocicos
brotan llamaradas al rojo vivo. Nuestros cuerpos danzan.

—Qué fuerte siento contigo —susurró Lucy —Deseo hacerte mía: volverme tuya —
musité a su oído.
Mi lengua perturbada recorre sus senos, sus pezones inflamados, su vientre liso, se
interna en su vulva: está hecha de musgo fresco. Destellos plateados caen sobre un
mar plumbago. Me siento fuerte, ilimitada.

—Le temo al vértigo —dijo.

La tierra se vuelve líquida. Nos detenemos la una de la otra. Reconoce su sabor a


través de mi boca... Los leños regurgitan secamente mientras nuestras voces se
dicen coplas. Una voz urbana clama: te amo. Esa voz es mía y de nadie más.

Capítulo 7

Cuando desperté la vi acostada a mi lado. Era muy bella. Me gustaba que solo
tuviera la misma edad que yo y que estuviera allí, en mi cama, tranquilamente
dormida. Movió la boca como si fuera a decir algo pero solo era un movimiento del
sueño. Deseé que nunca terminará el puente de Muertos. «Es ella a quien he
estado esperando toda mi vida», pensé. Pero que fuera una mujer no era cualquier
cosa. Recordé a Morena que nunca quería hablar conmigo de su querida prima,
pero que finalmente me la presentó y luego le dejó una nota diciéndole que me
llamara cuando ella partiera. Qué diferentes eran la una de la otra. Con Morena yo
tenía el papel de protectora. Vicky, a pesar de la misma edad que yo, podía
mostrarme caminos que yo anhelaba recorrer. Abrió los ojos. Noté que algo la
afligía. Ya habían pasado tres días y no quería que terminaran las vacaciones.
¿Qué va a pasar después? No había que preocuparse antes de tiempo...

—Me gustas —le dije.

Me pasó la mano por la nuca y el hombro. Qué delicia de manos. Se las miró
detenidamente como si no fueran suyas.

—Parecen de pintora.
— ¿Y cómo son las manos de pintora?

—No lo sé, pero las tuyas son muy sensibles.

Me pidió que le mostrara las mías. Me dijo que no sabía de qué podían ser, pero
que definitivamente no eran de socióloga. Me preguntó qué me gustaría ser.

—Escritora.

— ¿De veras? Qué guardado te lo tenías.

—Te lo juro, toda mi vida lo he deseado. Me he metido a estudiar teatro, creación


dramática, sociología, etcétera. Todo, para un día poder escribir. Pero ya se me
pasó el tiempo.

—Decídete: deja de hacer otras cosas y ponte a escribir —me urgió.

—Voy a escribir una historia de amor.

— ¿Sí? ¿Alguna muy importante en tu vida?

La besé y le dije que la nuestra era la historia de amor más importante de mi vida.
Me preguntó cómo podía saberlo si apenas la conocía. Así es el amor, pega como
un destello de luz y sabes que esa persona es la esperada.

—A mí me falta vivir, conocer —dijo. No sabía qué quería en su vida. Le preocupaba


terriblemente que su gran historia de amor fuera con una mujer—. No es lo más
común —sonrió. Además yo era madre de dos hijos e hija de padres muy
conocidos.

— ¿Debo negarme a vivir lo que tanto he anhelado? Seguro terminaré siendo una
vieja amargada. Mis hijos pronto se van a casar, ¿y yo qué? ¿Voy a casarme con
alguien a quien no quiero? Qué injusto para mí.

—Para mí también sería injusto no vivir lo que estoy viviendo —dijo.

Pasó su mano sobre mis senos. Era la primera vez que se atrevía. Su boca se abrió
levemente y pude ver su lengua húmeda. Saqué mi lengua pidiendo la suya. El
gesto la enloqueció y me agarró de la cintura, me hizo subir sobre ella. Nos
besamos hasta agotar la respiración.

Capítulo 8

Los espejos devolvían nuestras imágenes desnudas. Un rayo de sol, como lengua
de gato, entraba por la rendija de la ventana. Vicky parecía animal joven que ha
desechado la tensión mediante juegos amorosos. Abrió un ojo, luego el otro. Se
sobresaltó al verme mirándola. Para que recordara quién era yo la besé
suavemente. Se agarró de mí como una gata mimosa. Nos dimos el primer beso de
la mañana. Abrazadas giramos de un lado al otro de la cama. Pronto, nos
encontramos sobre el tapete africano. Frente a la chimenea nos detuvimos a ver los
leños carbonizados de la noche anterior. Nos hicimos el amor sin ninguna otra
finalidad que dejarnos sentir. Rotos los límites sugerí que saliéramos a la terraza.
Aceptó diciendo que el jardín era bello. Saqué de la covacha un par de colchones
amarillo chillante y los puse sobre el piso de ladrillo. Ella volvió a entretenerse con
las flores.

—Están más abiertas, están más felices —dijo. Jugamos con las palabras: más
abiertas, más felices. Las pusimos, las antepusimos, las propusimos: las tornamos y
las alternamos.

—Las posibilidades son muchas —dijo plácidamente recostada sobre el colchón.


Cerró los ojos. El sol daba directo en su cara.

Se sentó a verme. Pasó un dedo sobre mi boca, la delineó. Con la punta de mi


lengua toqué su dedo. ¡Ay! Mi boca se hizo una cueva, su dedo necesitaba conocer
sus escondites: entrar y descubrir y salir y volver... La volteé boca abajo. Lamí su
espalda, acaricié su cintura pronunciada, sus nalgas.

—Tus manos parecen palomas —dijo.

Un viento recio hizo que los sauces llorones se cimbraran. Volteó desesperada a
buscar mi boca. Nos besamos. Acarició la curvatura de mi espalda, sentí duros sus
pezones bajo mi boca que hacía una débil presión sobre ellos. Sus caderas subían y
bajaban, abrí con mi rodilla sus piernas, acoplamos ritmos, pasó su mano por mis
senos, su mano volvió a mi cintura, me hizo girar para montarse sobre mí, su mata
de pelo cubría mi cara, a través de ese enjambre dorado veía las nubes
aborregadas viajar veloces. Puse mis dedos en su clítoris, con mi muslo ayudé a mi
mano. Ella acariciaba mi brazo y susurraba: más, más, más: el susurro acabó en
gemido: en un grito, en una risa. Se abrió un placer indescriptible.

El sol se escondió bajo una nube. Ansiosa, ella buscó mi vagina. El sol no tardó en
salir para que no sintiéramos frío. Una luz iridiscente me traspasó. Ella entraba y
salía de mí rítmicamente. El mundo de todos los principios... En medio de toda esta
euforia escuché un ruido extraño. Vi miles de conchas marinas romperse. Corrí a
asomarme a la calle. Alejandro se estaba brincando la reja. Desesperada corrí a
avisarle a Vicky...

No entendía nada. La tomé de la mano y tal como estaba la escondí en la covacha.


Me puse la bata que había dejado sobre la cama. Alejandro ya estaba tocando
furioso la puerta de mi recámara que por suerte tenía echado el cerrojo. Ay, el
corazón. Le abrí con la resolución de… Como amo por su casa entró mirándome de
soslayo. « ¿Cómo se atreve?», pensé. Abrió la puerta del baño y se asomó al
vestidor. Volvió a la recámara. Giró la llave del ropero antiguo, percibió los siete
jarrones de rosas. Me volteó a ver. Deseé tener las agallas para sacarlo a patadas.
En medio de ese odio trastabilló y sin querer oprimió el mecanismo de carrusel. Se
escuchó un alarde de cornetas y trombones. Gritó como rata atrapada.

—¿Qué es esto? ¿Una casa de locos?

Me atraganté de terror al verlo salir a la terraza.

—¿Conque sí, eh? —dijo mirando el colchón amarillo—: aquí hay gato encerrado —

agregó.

Un destello surgió de sus lentes negros. Determinado se dirigió a la covacha.


Tomóla perilla de la puerta. No quise decirle: «Adentro hay alimañas». Uf, soltó la
perilla. —Ahorita mismo te me vassss —silbé aplomada.

Entré a mi recámara por un par de piedras milenarias y llevándolas a lo alto de mi


cabeza lo amenacé con romperle la crisma. Maldiciendo se dio la media vuelta. Bajé
trasél para abrirle el candado. Le pedí las llaves de mi casa y di tal portazo que lo
supuse clavado en la banqueta. Subí corriendo a sacar a Vicky de la covacha.
Estaba encorvada y lívida.

— ¿Ya se fue? —preguntó seca.

Algo se había roto en ella. No entendió qué tipo de mujer era yo. Cómo era posible
que ese hombre tuviera las llaves de mi casa y no hubiera tomado ninguna medida.
Traté de explicarle que él, ese hombre, se había brincado la reja, que lo del candado
y la cadena eran la medida. No le interesaban mis explicaciones. Preguntó cuándo
regresaban los demás miembros de mi familia.

—Posiblemente hoy en la noche —le dije.

—Pues es tiempo de que me vaya.

El mundo se me vino abajo. Me pidió que la acompañara al vestidor. Sentada en la


alfombra vi cómo guardaba su ropa en el maletín café. Parecía una niña
enfurruñada. —Debe haber algo que te convenza de quedarte: no puedes irte así.
No sería justo para la historia, Vicky —le dije.

— ¿Para la historia, Lucy? Deja a tu marido y vente conmigo.

Le aseguré que su huida era un pretexto para no enfrentar lo que había sucedido
entre nosotras. Dejó la maleta y vino a sentarse a mi lado. Me miró y supe que iba
por buen camino...
— ¿Tú crees que de eso se trata?

Metí mi mano por su camisa blanca. Me detuvo la mano...

—Eres peligrosa, Lucy —opinó.

Capítulo 9

Los espejos recogían el destello de las estrellas. La nombré y enloquecí de deseo.


Oprimí el botón del carrusel, los caballitos iniciaron el ritual; la sensual Mina
cantaba… Vicky se miró en el espejo oval de la entrada, metió los dedos en su
cabellera: un juego de cobres se esparció por la recámara, apareció una mujer
voluptuosa.

—Ven, le dije a Vicky.

Caminó hacia mí como si fuera una orden que estaba dispuesta a obedecer.

—Desvístete, le ordené

Sin desprender los ojos de mis ojos se fue quitando prenda por prenda. Bajo sus
pies quedó diseminado un círculo de colores. Cubrí sus hombros con el mantón
filipino,mientras tanto ella fue desabrochando los botones de mi camisa. Cuando
terminó con el último de los botones se dio la media vuelta.

Bajó las escaleras con calma tensa. Mis botas lustrosas marcaban sus pasos. Los
espejos, a su paso, la multiplicaban. Mi latido normalmente lento se aceleró. Llegó al
carrusel y sin dudar se montó sobre Mahoma. Sus manos se agarraron fuerte del
eje axial. Envolví sus senos con los míos. El mantón filipino cayó al suelo. Sus
hombros brillaron con el reflejo de una luna que parecía el ojal en una blusita de
bebé. Giró la pelvis sobre el animal negro dejándome perpleja ante su destreza.
Monté en Mahoma quedando frente a ella. Se agarró de mi cuello. La música fue en
crescendo. Besé sus senos erguidos, bajé por su vientre: un viaje completo de mi
lengua hasta su flor higo. Las notas destacaban el viento. El espejo cómplice me vio
nacer entre las sombras de su pubis. Amanecimos frente a la chimenea cubiertas
por los claveles rojos del mantón.

FIN

H.8

Una simple y encantadora historia, espero que la disfrutes y te deleites al


leerla. “Quiero estar en tu vida y te he quitado a él de la tuya.”

Capítulo 1
Me sentía excitada y ansiosa, estaba segura de que el sexo con él haría que me
olvidara de esa extraña tarde con esa extraña mujer de la que ni siquiera sabía el
nombre, pero no fue eso lo que ocurrió, fue mucho peor, en cuanto mi novio me
penetró y cerré los ojos para dejarme llevar por su empuje, ella apareció en mi
mente. La veía con total claridad, casi podía sentir su olor y de pronto, pasé de
sentir las caricias de las manos grandes y rudas de mi marido sobre mis pechos, a
sentir las de unas manos finas y suaves, y de sentir unos besos ásperos que me
irritaban la piel con frecuencia por culpa de su barba de tres días, a sentir la calidez
y la ternura de unos labios cálidos y de terciopelo. Esa noche no fue Isaac el que me
llevó al orgasmo, fue ella, ella en mis pensamientos fue la que me hizo sentir un
placer exquisito que solo fue interrumpido durante unos segundos por la habitual
pregunta de mi marido. Me dormí sintiendo que había traicionado a Isaac, aunque
no había sido algo físico para mí había sido real, la había sentido dentro de mí. Me
intenté engañar pensando que solo pasaría esa vez, que no habría una siguiente,
que había sido culpa del estrés que me había provocado el nuevo proyecto, que
equivocada estaba.

Capítulo 2

Al día siguiente me levanté pensando de nuevo en ella, quería verla otra vez. Tenía
la esperanza de que cuando lo hiciera se me pasara el encantamiento que me había
provocado, que hiciera o dijera algo que me obligara a odiarla, pero claro, eso no iba
a pasar, y yo era consciente de ello cuando pensé en volver a verla. Sabía los
horarios y los niveles de todas las clases de Karate , y el día que la vi era martes,
estaba impartiendo clase nocturna de adultos principiantes que iban del cinturón
blanco hasta el negro. Todos los niveles tenían dos clases semanales, y en su caso
eran los martes y los jueves. Me pasé toda la mañana del jueves inquieta y
totalmente ausente en el trabajo, mi secretaria tuvo que repetirme las cosas no sé
cuántas veces porque era incapaz de concentrarme, tenía ganas de verla, pero
también me odiaba a mí misma por tenerlas. Intentaba sacarla de mis pensamientos
poniendo en su lugar a Isaac, pero a él ni siquiera conseguía verlo con nitidez, era
como una sombra borrosa que se acababa difuminando en cuestión de segundos
para dejar paso a la figura de la rubia oscura con pelo rizado y su mirada avellana a
través de sus finas gafas .

—Lucy, tu novio está aquí—me anunció mi secretaria.

Por un momento el corazón se me desbocó, y no fue precisamente porque me


alegrara de su visita, fue porque estaba tan sumida en mis pensamientos que me
sentí como si acabara de pillarme in fraganti.

—¿Te he asustado? —preguntó después de besarme.


—No, perdona amor, es que estaba distraída pensando en el proyecto nuevo.

Esa fue la primera mentira que dije en su nombre.

—Pero recuerdas que habíamos quedado para comer ¿no?

—Sí, claro, cojo el bolso y nos vamos. Esa fue la segunda, lo había olvidado por
completo.

Durante la comida, Isaac no dejaba de hablar entusiasmado de las perspectivas de


ampliar los horarios de las clases debido a la cantidad de gente que poco a poco se
estaba apuntando. Yo intenté concentrarme en él con todas mis fuerzas, y durante
muchos momentos lo conseguí y me sentí bien, era como si el amor por mi novio le
ganara la batalla a mis pensamientos ocultos, pero había otros momentos en los
que ella volvía a aparecer y yo solo podía pensar en las ganas que tenía de que
llegara la hora de su clase. Cuando crucé la puerta del gimnasio un terrible
sentimiento de culpa me invadió, porque mi novio me miró de nuevo entusiasmado,
orgulloso de que su novia estuviera allí para verlo a él. Que bonita es la ignorancia a
veces, no sé con qué cara me hubiera mirado si supiera lo que realmente hacía yo
allí, lo que ocupaba todos mis pensamientos desde aquella última tarde que fui a
verle, o la tremenda excitación que sentí cuando la vi de nuevo. Me quedé
petrificada al lado de la puerta, sin saber si quedarme allí o cruzar al otro lado del
tatami para tenerla más cerca. Durante unos instantes me planteé la opción de salir
por donde había entrado y no volver a esa clase nunca más, pero había algo más
fuerte que mi voluntad que me mantenía anclada al suelo, y ese algo era ella.
Estaba hablando con un compañero, pero sus ojos avellana estaban clavados en
mis verdes claros, sin miramientos, como si fuera incapaz de dejar de mirarme y me
deseara tanto como yo la deseaba a ella. Entonces cogió su botella de agua y la
toalla, y mirándome de reojo las colocó justo al lado del banco en el que yo me
había sentado aquella vez, lo interpreté como lo que era, una clara invitación para
que volviera a colocarme cerca de ella. El corazón me iba a mil por hora, cada vez
que ella tenía la oportunidad, se plantaba frente a mí y me miraba con gesto serio,
como si le molestara sentir lo que fuera que sentía o le molestara mi presencia. Me
estaba volviendo loca, ¿me deseaba o no me deseaba aquella mujer? Decidí
ignorarla, o intentarlo al menos, así que saqué mi móvil y empecé a mirar fotos de la
galería hasta que de pronto oí a mí novio.

—Vale, dos minutos para beber agua y seguimos.

Ni siquiera tuve tiempo de entender lo que eso significaba porque en cuanto alcé la
vista, mi novio estaba hablando con un par de alumnos y ella se había agachado a
mi lado para coger su botella.

—Espérame cuando termine la clase, me ducho en diez minutos...— susurró.

—¿Cómo dices?
—Ya me has oído, espérame fuera...

Su voz sonó dulce y autoritaria a la vez, y en cuanto me miró y vi sus labios todavía
humedecidos por el agua supe que no tenía sentido negarme, no podía, deseaba
con todas mis fuerzas poder verla fuera de allí y escuchar lo que fuera que quisiera
decirme, pero aun así lo intenté. Creo que en un vago intento de limpiar un poco mi
conciencia, supongo que para poder decirme a mí misma cuando me arrepintiera
que al menos había puesto de mi parte para evitarlo.

—Creo que es mejor que me marche ahora—susurré.

—¿Cómo te llamas?

¿A qué venía esa pregunta? Le estaba diciendo que me iba a ir y ella me


preguntaba mi nombre. ¿Daba por hecho que iba a quedarme? No importaba, era
cierto, no tenía ninguna intención de irme, así que contesté.

—Lucía, llamame Lucy ...

—Yo , Victòria, la gente me llama Vick, no me gusta que me llamen Vicky,...

—Vicky …

— Me gusta como me lo dices… - me sonrió nerviosa - .... es un placer Lucy.


Espero que cambies de opinión...me encantaría que charláramos un rato…

Dejó la botella en el suelo, me dedicó una mueca cariñosa y se volvió con el resto
de la clase, con sus alumnos . Me encantó la seguridad que mostró cuando me
habló y lo discreta que fue con nuestra corta conversación. Diría que volví a
plantearme la opción de irme pero no es cierto, me quedé esperando, y en cuanto la
clase finalizó besé a mi novio y me despedí de él. No le dediqué ni una sola mirada
a ella, simplemente salí a la calle, caminé hasta una esquina y me apoyé en la
pared a esperarla. Nunca me habían temblado tanto las piernas como en el
momento en que la vi salir y su mirada me encontró, empezó a caminar en mi
dirección con decisión y firmeza y yo solo podía sentir ganas de llorar, una terrible
angustia me invadió en cuanto vi su mirada y supe lo que iba a pasar. Yo me iba a
convertir en una de esas personas a las que tanto había criticado, uno de esos
seres despreciables a los que nunca había sido capaz de comprender. Siempre
había tenido el firme pensamiento de que si amabas a tu pareja una infidelidad era
inexcusable, jamás me creí a esas personas que decían que no habían podido
remediarlo, que había sido algo superior a sus fuerzas. Creo que el karma me
estaba castigando por bocazas, porque pese a estar terriblemente en amorada de
mi novio y de quererlo con locura, el deseo que sentía por Vicky estaba muy por
encima de la voluntad que necesitaba para negarme a lo que ella iba a decirme.

—Me alegro de que te hayas quedado Lucy...


Asentí sin mirarla, no podía levantar la vista del suelo, la culpa me estaba
consumiendo sin miramientos por no hablar de que además estaba aterrada. No fue
hasta el instante en el que ella se plantó frente a mí y el olor a limpio y húmedo de
su pelo me inundó, cuando pensé en ella como lo que era, una mujer. Jamás había
estado con una y eso me estaba creando una inseguridad tremenda. Creo que pudo
notar mi miedo y mi angustia en seguida, fue entonces cuando colocó una de sus
manos en mi cintura y me animó a caminar hasta doblar la esquina, después nos
refugiamos en la entrada de un cajero automático para dejar de ser visibles al resto
de sus alumnos que pudieran salir. Colocó su mano debajo de mi barbilla y me
obligó a levantar la cabeza para mirarla.

—Nadie lo sabrá nunca Lucy, te lo prometo, si así lo deseas...

Su voz fue tan dulce y sensual que tuve que contener el impulso de lanzarme a por
sus labios allí mismo.

—Aún estamos a tiempo de evitarlo...—susurré con los ojos vidriosos.

Ella se acercó despacio y me besó la mejilla con cuidado, sentí como mi sexo
palpitaba deseoso de contacto y entonces me besó cerca de la oreja y me susurró
de nuevo.

—Quiero follarte Lucy...te deseo como no he deseado nunca a nadie...quiero


acariciarte...y besarte...vivo cerca, quiero hacer que te corras Lucy...

Si hubiera habido un medidor de excitación y pulsaciones allí creo que lo hubiera


hecho explotar sin remedio. Entre que Isaac terminaba su última clase, charlaba un
rato con los que hacían estiramientos al final y se duchaba cuando se iban los
últimos alumnos, sabía que disponía de al menos una hora y media antes de que él
llegara, eso me bastó para asentir temblorosa y seguir a Vicky hasta su
apartamento. Era consciente de que ese delito solo lo iba a cometer esa vez, era lo
que Vicky había dicho con claridad, no había que ser muy lista para leer entre
líneas, ella no quería causarme problemas, tan solo me deseaba y quería follar
conmigo, nada más, una vez lo hubiera hecho probablemente se iría a por su
siguiente presa, porque creo que eso era yo para ella, una presa a la que había
cazado con una facilidad aplastante. Solo encendió la luz del recibidor, su destello
iluminaba de forma tenue el sofá de su comedor. Me quedé plantada a los pies del
sofá, mirando aterrada como ella se desnudaba ante mí sin mostrar un ápice de
pudor.

—Desnúdate venga...—dijo con una sonrisa mientras me lanzaba su camiseta.

No sé porque, pero ese divertido gesto acompañado de su mirada traviesa y su


sonrisa, de pronto hizo que me relajara lo suficiente como para devolverle la sonrisa
y empezar a quitarme la ropa. Estaba bajándome los pantalones cuando ella se
acercó para ayudarme, ya no quedaba ni una sola prenda de ropa que cubriera su
cuerpo y no pude evitar contemplarlo de forma descarada, siempre he pensado que
el cuerpo de una mujer desnuda es precioso, pero el de Vicky...el suyo me pareció
el de una diosa, era demasiado apetecible. Interrumpiendo mi fascinación por su
cuerpo desnudo Vicky se acercó más y me besó sin que me lo esperara, de pronto
sentí como una tímida lengua recorría mi labio inferior para después sorberlo entre
los suyos. Simplemente gemí con intensidad, me pareció lo más sensual y
maravilloso del mundo, tan solo eso, un simple beso que provenía de unos labios
suaves, calientes y húmedos. Me quitó la ropa interior y me ayudó a tumbarme en el
sofá, creo que perdí la noción del tiempo y olvidé quien era mientras ella me follaba
con empeño. Pude sentir como sus manos acariciaban mis pechos, y como las
yemas de sus dedos jugaban con mis pezones en su máximo esplendor mientras
me besaba y restregaba su sexo contra el mío cuando tuve el primer orgasmo,
como lamía mis pechos con ansia mientras su mano acariciaba mi sexo con un
ritmo y una intensidad exquisita cuando tuve el segundo, y como me besaba
lánguidamente mientras no sé cuántos de sus cortos y gruesos dedos me
penetraban y masajeaban la parte más íntima de mi cuerpo, haciéndome sentir un
gusto mortal cuando llegó el tercero

Capítulo 3

Esa fue la última vez que vi a Vicky , jamás he vuelto al gimnasio en ese horario, sé
que sigue acudiendo a las clases porque soy yo la que gira los recibos en el banco
cada mes. Esa noche llegué a casa pocos minutos antes de que lo hiciera Isaac, me
metí en la ducha con rapidez para eliminar hasta el último rastro de las huellas de
Vicky sobre mi cuerpo, le dije que no había preparado la cena porque me
encontraba mal y me metí en la cama sin esperarlo. Desde esa noche Vicky ha
estado presente en todos y cada uno de mis encuentros sexuales con Isaac, aunque
no he dejado de quererle y sigo enamorada de él, todo el placer me lo regala ella,
porque aunque mi novio pone el cuerpo y el empeño, yo cierro los ojos y solo la
siento a ella. He pensado muchas veces en confesar mi delito, y aunque parezca
una cobarde, creo que mi mayor castigo es vivir el resto de mis días sabiendo que
traicioné a Isaac sin que él se lo mereciera, pero he decidido no hacerlo, no se
merece que le cause ese dolor. Solo hay una cosa que me hace sentir mejor, desde
que aquello pasó mi apetito sexual ha aumentado, ahora soy yo la que lo busca a
diario, así que mirándolo de la forma más fría y egoísta por mi parte, él también ha
salido ganando. Ya hace tres meses que sucedió y aunque a veces me distraigo
pensando en ella, creo que Isaac no sospecha nada, cuando me pregunta que me
pasa le digo que son cosas del trabajo y se da por satisfecho, o al menos lo parece.
Creo que mi secreto está a salvo, ahora solo me falta olvidarme de ella, aunque de
momento lo veo como algo muy lejano e imposible.

Capítulo 4

Y volviendo al principio de esta historia, Isaac seguía con su empuje pausado


debido a la lesión y yo jadeaba cada vez más fuerte imaginando a Vicky recorriendo
mi cuerpo desnudo con sus sabias caricias, pero esa noche algo iba a cambiar y yo
no lo sabía, no lo supe hasta que gemí inundada por el placer y él lanzó su habitual
pregunta. Fue en el momento de siempre, pero el contenido no fue el mismo:

—¿Estás conmigo o estás con ella?

Abrí los ojos de golpe y Isaac salió de mi interior dejándome a medias por primera
vez.

—Contéstame...—me pidió mientras se ponía un pantalón corto.

No sé qué era lo que mi novio sabía o intuía, no sé si alguien nos vio, no sé si ella
se lo había contado o si simplemente él sospechó en su momento al ver como la
miraba, jamás se lo he preguntado. Esa noche le confesé a Isaac mi delito con total
sinceridad, le dije las dos únicas verdades que había en mi vida en aquel momento:
la primera era que sí, lo había engañado, había traicionado su confianza por no
haber sido capaz de controlar mi deseo por ella, y la segunda era que lo seguía
amando a él por encima de todas las cosas. Puede que durante un tiempo la
siguiera deseando a ella, pero a quién yo quería era a mi novio, de eso estaba
segura.

Capítulo 5

Hoy hace diez meses que Isaac decidió perdonarme. Después de mi confesión me
dijo que necesitaba tiempo para pensar, fui incapaz de rogarle que se quedara
conmigo porque no tenía ningún derecho a pedirle nada, así que esa misma noche
se fue a casa de su hermano. Después de dos semanas en las que sentí el dolor
más insoportable que había experimentado nunca, mi novio volvió, Isaac me
perdonó. Y aunque jamás podré demostrarle lo infinitamente agradecida que estoy
por la segunda oportunidad que me dio, esta noche seré yo la que lo deje a él
definitivamente. Solo yo sé la cantidad de mañanas que me he pasado llorando en
mi despacho para tomar esta decisión, pero hay una cosa que sigue siendo
innegable en mi vida ahora, y es que aunque mi novio me perdonó no ha habido un
solo día en el que yo no me haya sentido culpable, y no es justo para Isaac, porque
detrás de sus caricias no está él, sigue estando Vicky.

Lucy está a punto de entregar su corazón a una hermosa mujer, que puede ser
su salvación... o su perdición. Vicky , escritora y guionista que se mueve por
lo más in de la cultura lésbica, es deliciosamente peligrosa. Conoce a todas
las personas que hay que conocer, va a las fiestas a las que hay que ir y dice
lo que hay que decir. Cuando conoce a Lucy, una mujer tranquila y elegante,
en el bar de un hotel, Vicky hace los movimientos precisos para llevarse a
Lucy a la cama. Después, hará las promesas necesarias para convencer a
aquella agente de patentes, habitualmente tan prudente, para que se vaya con
ella a vivir a San Francisco. Absolutamente cautivada por primera vez en su
vida, Lucy se entrega por completo. Cegada por el resplandor de la ardiente
sensualidad de Vicky, ¿se estará metiendo Lucy en la boca del lobo?

Capítulo 1

El hombre que había dejado su vaso medio vacío en la barra era muy atractivo y se
movía con una actitud marcadamente arrogante. Lucy empezó a mirarlo sin la más
mínima intención de intervenir cuando se dio cuenta de que le resultaba familiar. Los
recuerdos encajaron: se habían conocido en un seminario durante la convención del
año anterior.

Hola, monada. ¿Tienes algún plan para la cena... y para el desayuno? — Él sonrió
con suficiencia y sus encantadores ojos azules centellearon.

Lucy decidió pagarle con la misma moneda y le pasó la mano sobre el muslo,
haciéndole dar un salto. ¡Eh!, donjuán, invita a una copa a esta dama.

Theo empezó a reírse y se recostó cómodamente en la barra. Por un momento he


creído que estabas acostumbrada a ligar con hombres en los bares. Nunca con
hombres, como muy bien sabes. Me he fijado en que la sesión de práctica de la
diversidad de este año sigue sin mencionar lo no mencionable.

Yo también. Supongo que nuestros comentarios en el formulario de evaluación del


año pasado no les han abierto los ojos. — Theo dio un sorbo de su vaso, sonrió y se
acomodó en el taburete que había junto a ella.

Me he vuelto a inscribir — dijo Lucy—. La sesión es mañana y pienso sacar el


tema, si consigo mantener el valor.

Qué suerte tienes tú — repuso Theo—, que trabajas para CompuSoft y puedes
estar fuera del armario.

¿Tú sigues en...? ¿Cómo se llamaba? ¿H and G Chemical?

Sí, pero tengo un astuto plan — confesó, con una de aquellas sonrisas que cortaban
la respiración—. Han despedido por lo menos a dos tíos del departamento de
investigación que yo sabía que eran gays y ninguno de ellos ha montado un
número. Pero si se enteran de lo mío, voy a hacerme cliente de Lambda Legal a
tanta velocidad que la cabeza les dará vueltas y así después conseguiré que- darme
en una buena posición.

Tras una larga batalla legal — dijo Lucy, siendo práctica—. ¿Lo dices en serio?

No — respondió él—. Quiero decir, sí, los demandaré si me echan, pero no es lo


que quiero. No creo que haya más vacantes para agentes de patentes en
CompuSoft, ¿verdad? Estaría dispuesto a trasladarme. — Theo jadeó imitando a un
perrito suplicante.

Abajo, chico. Tengo una lista de espera kilométrica de tipos que estarían dispuestos
a pagarme un montón de dinero sólo para que hable bien de ellos.

Así que me quedo redactando patentes para el último fluido de limpieza en una
empresa donde ser un hombre soltero ya te convierte en sospechoso. De hecho,
ése fue el motivo de que me haya acercado hasta aquí. — Sus ojos volvieron a
centellear.

¿Sabes que tienes los ojos como los de Robert Redford? — Lucy tuvo la sensación
de que aquello no era nada nuevo para él.

Theo le lanzó una mirada enfadada.

Eso dicen. Y tengo que confesarte que es una de las razones por las que me gusta
ir con lesbianas. Estoy harto de que siempre intenten ligar conmigo. — Se echó
hacia atrás su pelo rubio y rizado, con un gesto inconsciente, que era también
decididamente seductor.

Siento haberte dicho algo tan cruel, pobrecito acosado — dijo Lucy con sequedad.
Si existía un hombre que fuera de su tipo, ése era Theo. Tenía el aspecto preciso
para llevar armadura y cabalgar sobre un blanco corcel. Un jubón y unas mallas le
hubieran sentado de maravilla.

— Theo se rió.

Cambiando de tema, he venido aquí porque el cabeza de chorlito que está sentado
en mi mesa y que trabaja conmigo no hace más que intentar hacerme admitir
mediante engaños que soy gay... Ya conoces ese tipo de gente. Habla de música de
espectáculos y de Judy Garland como si yo fuera a ponerme a chillar y a arremeter
con Somewhere over the rainbow. — Movió la cabeza, lanzando un suspiro, y dio un
sorbo a su bebida.

¿Y bien? —Lucy le dio un codazo—. ¿Cómo es que el señor Cabeza de


chorlito te ha hecho venir hasta aquí?
El muy estúpido se ha apostado cien dólares a que no consigo que una
mujer baile conmigo. Parece que cree que las mujeres llevan un radar incorporado
que les permite saber que soy gay y en consecuencia...

¿En consecuencia no van a bailar contigo? Menudo imbécil. Si a una mujer


le gusta bailar, baila hasta con el Bigfoot si sabe cómo llevar el ritmo en un foxtrot —
Lucy, con disimulo, inspeccionó la sala para echar una ojeada a don Cabeza de
chorlito, que estaba muy ocupado lanzando miradas lascivas a la camarera del
cóctel. Era un tipo pálido, que seguramente siempre tenía las manos sudadas.

Ya te he dicho que es un idiota, así que ¿cómo quieres que nos repartamos
los cien dólares? — Hizo un gesto hacia la pista de baile. La música acababa de
cambiar de una estridente e ininteligible canción disco al sensual Let’s Give Them
Something to Talk About1 de Bonnie Raitt.

Perfectamente sincronizado — dijo Lucy y dejó que Theo la hiciera girar


sobre la pista de baile, donde apenas había unas pocas parejas.

A Lucy le encantaba bailar, pero no bailaba desde que rompió con Ellen.
Nunca hubiera dicho que habría alguna posibilidad de bailar en la convención anual
de agentes de patentes. Cuando no sueles bailar con hombres y no conoces a
ninguna otra lesbiana en la asociación, no te hace falta llevarte los zapatos de baile.
Pero, cuando llegó y vio en el tablón de anuncios de la conferencia que en el mismo
hotel había una convención de escritoras lesbianas, por un momento tuvo una
fantasía romántica: conocería a alguien y mantendrían una tórrida aventura, que
incluiría bailar toda la noche y andar, con los pantalones arremangados, entre la
espuma de las olas a la orilla del mar —un momento de postal—, aunque sabía
perfectamente que no había playas ni espuma de las olas a menos de 2.000
kilómetros de Louisville, Kentucky.

La última cosa que había imaginado que iba a hacer era bailar con un
hombre. Y mucho menos con un bailarín de la talla de Theo. Mentalmente, envió su
sincero y habitual agradecimiento a Jenny, una campeona de bailes de salón. El
pasado también había tenido sus momentos buenos, claro que sí. Lástima que el
futuro se presentara tan aburrido.

Él la atrajo hacia sí durante el estribillo y le dijo:

Mira, voy a hacerte un favor. — La condujo con suavidad hacia el lado opuesto de
la pista de baile y después, lentamente, la hizo girar de manera que quedó mirando
sobre el hombro deTheo, hacia una mesa ocupada sólo por mujeres.

No era más que una suposición, pero estaba bastante convencida de que no
eran agentes de patentes. Vestían ropa de demasiados colores y tenían mucho
estilo, y las chaquetas bomber de ante marrón y de cuero negro que colgaban de los
respaldos de sus sillas eran toda una declaración de su actitud. Sin duda, procedían
de la conferencia de escritoras y dos de ellas estaban prácticamente sentadas una
encima de la otra. Se dio cuenta de que varios hombres que había alrededor no
podían apartar sus ojos de las tortolitas, incluido don Cabeza de chorlito, el muy
gusano.

Cruzó la mirada con la de una morena pálida y anoréxica, quien le respondió


contemplando con desdén deliberado los tacones de Lucy. Divertida, Lucy se
acurrucó contra Theo y le guiñó un ojo a la morena. Esta se inclinó hacia la mujer
regordeta y con la piel de color chocolate que tenía a la derecha y le dijo algo, que
Lucy supuso que sería poco halagador, sobre las mujeres heterosexuales que
coqueteaban con lesbianas.

Podía notar que Theo se estaba riendo.

¿Qué haces?

Coquetear — dijo Lucy—. Buscando a la señora Goodbar.

Hubiera jurado que no eras de ese tipo de chicas.

Normalmente no lo soy, pero me voy haciendo mayor y las noches cada vez
son más frías. ¿Sabes a qué me refiero?

Theo la balanceó en una pirueta y giraron de manera que él quedó de cara a


la mesa.

Sé a lo que te refieres. Bueno, hay una chica muy mona lanzándome miradas
asesinas. Rubia oscura, rizada, ojos avellana y lleva gafas finas pero diría que tiene
a todas controladas y no se ha enamorado en su vida — le dijo al oído.

— No seas malo.

—- Es verdad.

—-- A ver. ----

Theo la hizo girar, la atrajo hacia sí y bailaron con las mejillas pegadas.

Ella contempló, a través de las pestañas, a la mujer rubia. Mona no era en


absoluto la palabra apropiada, pensó. Quizás atractiva, pero ni mona ni guapa.
Tendría que pasar algún tiempo buscando la palabra adecuada para ella.

¡Oh la lá! —dijo Lucy, al oído de Theo—, Quizá tenga que contratar ya el camión de
mudanzas.
Theo se rió.

¡Mujeres! — exclamó con fingido disgusto—. Id arriba y pasáoslo bien. No tiene por
qué ser para siempre jamás.

Ja, pensó Lucy. Conocía a montones de mujeres que lo hubieran hecho, pero
ella no era así. Nunca lo había sido.

Su maldición era que ella quería más que lo que su amiga Debra llamaba
relaciones de «Hola-follemos-hasta luego». Estaba segura de que con Ellen había
acertado en la diana del felices-para-siempre, pero las dos acabaron con las
cuerdas de sus arcos rotas.

Pues casi que lo haría, pero no hay nadie que me convenza. — Excepto aquella
rubia oscura , de melena rizada, cuello largo y hombros fuertes, pero no demasiado
anchos. Sin embargo, Lucy no podía andar hacia ella y, sencillamente, preguntarle
si quería bailar. No se sentía con ánimos para hacer frente, primero, a las miradas
hostiles que recibiría mientras se le acercaba y, después, a las miradas hostiles que
estaba convencida de que iban a recibir si bailaban.

La canción se acabó y Theo la llevó de vuelta a la barra.

Voy a recoger mis cien pavos y, después, ¿qué te parece si compartimos una
botella de vino caro, unas exquisiteces del servicio de habitaciones y nos
lamentamos sobre nuestras vidas amorosas?

Además, si vienes conmigo a la habitación resulta todo mucho más creíble,


¿no? —Lucy lo decía en broma, pero Theo hizo una mueca.

Pues no lo decía por eso, pero tienes razón.

Está bien — dijo Lucy, poniéndole la mano en el brazo—. Ve por la pasta del
señor Cabeza de chorlito.

Mientras esperaba a Theo, volvió a echar una ojeada a la mesa de las


mujeres y descubrió que la rubia la estaba observando. Lucy intentó contener el
rubor cuando los expresivos labios de aquella mujer le hicieron llegar una insinuante
sugerencia, mientras miraba primero a Theo y después, de nuevo, a Lucy.
Entonces, arqueando levemente una ceja, le prometió a Lucy todo lo queTheo
pudiera hacerle y más.

Lucy sucumbió al rubor y estaba sonriendo sin darse cuenta cuando Theo
volvió. Se sintió malvada de verdad cuando, colgándose del brazo de Theo , le envió
a la rubia oscura una sonrisa de ven-y-tómame, con los labios entreabiertos, que
Lucy esperó que recordara en sueños.
A la mañana siguiente Lucy tenía la cabeza embotada y deseó sinceramente
que Theo estuviera igual. Se habían acabado un cabemet sauvignon impresionante
y una bandeja de entremeses, se quejaron de las mujeres y de los hombres y de la
desaparición del amor, clamaron contra la Homofobia y suspiraron juntos viendo la
película de la noche en la cadena local: Camille. Geoff imitaba la tos de la Garbo a
la perfección. Fue una velada divertida, pero con demasiado vino para su cabeza y
ahora lo estaba pagando. Si no hubiera sido porque lo primero era la sesión de la
diversidad, se hubiera quedado en la cama hasta la hora de comer.

El año anterior se alegró al ver que la convencional Asociación Americana de


Agentes de Patentes incluía una sesión sobre cómo tratar la diversidad en el lugar
de trabajo. Hacía años que en CompuSoft se celebraba este tipo de sesiones y,
aunque a veces Sarah las encontraba malas, eran necesarias. Hacían falta aquellas
sesiones, más un compromiso declarado y decidido con la diversidad por parte de
todos los niveles de la dirección, para que un lugar de trabajo fuera tan abierto como
CompuSoft. No era perfecto, pero, al menos en el departamento legal, la vida
privada de cada uno no interfería en la valoración de su trabajo.

Estaban más o menos a la mitad de la sesión del año pasado cuando ella
masculló entre dientes algo sobre la diversidad sexual y el hombre que estaba
sentado delante de ella — uno de los pocos hombres blancos que había en la sala
— se giró y le sonrió. En la primera ocasión que hubo de trabajar en parejas, Theo
se reunió con ella. Aprovecharon el tiempo del ejercicio para discutir si tenían que
convertirlo en un tema de debate. Theo estaba a punto de hacerlo, pero entonces
describió el ambiente hostil que reinaba en H and G Chemical y los dos se dieron
cuenta de que él no estaba dispuesto a arriesgar su trabajo. No obstante, en los
formularios de evaluación, que eran anónimos, indicaron de manera clara y
persuasiva que la formación para la diversidad no tenía ningún sentido cuando no
era diversa.

Lucy también sabía que, para que la formación tuviera algún efecto, hacía falta
que algún gay dijera lo que pensaba. De modo que, mientras la representante de la
conferencia de la asociación presentaba a la formadora, Lucy echó una ojeada a los
materiales y descubrió que, una vez más, no había ninguna referencia a gays,
lesbianas y bisexuales. De hecho, la única diversidad que la asociación pensaba
discutir era la racial: ni tan siquiera se tocaba la cuestión del género.

Paseó la mirada por la sala. Daba la impresión de que toda la gente de color
que asistía a la conferencia estaba en aquella habitación. Le pareció que la sesión
dedicada únicamente a las relaciones interraciales predicaba entre los que ya
estaban convencidos. Había muchas más mujeres que hombres y, sin embargo, su
punto de vista tampoco iba a ser tratado. A Theo no se le veía por ninguna parte, el
muy gandul, y si había alguien más en la sala que fuera gay era tan invisible como
ella misma, con su traje de chaqueta y sus tacones.
Suspiró. Estaba enfadada. Anna Ramos, la representante de la asociación,
presentó a la ponente, quien, llena de vitalidad y con los ojos brillantes, se lanzó con
entusiasmo a revisar los objetivos de la sesión. Cuando hizo una pausa para
preguntar si a todo el mundo le parecía bien el programa, Sarah levantó la mano. La
formadora la animó a compartir sus comentarios.

— Me gustaría explicar el programa para cubrir otros terrenos — dijo Lucy—.


Si vamos a hablar de la diversidad, además de la raza, me gustaría que habláramos
sobre cómo tratar con las diferentes percepciones de los hombres y de las mujeres
en el lugar de trabajo. — Tomó aire—. Y también me gustaría que hubiera un
debate sobre cómo hacer que el lugar de trabajo sea un sitio seguro para los gays,
las lesbianas o los bisexuales.

La formadora se quedó helada por un momento y después lanzó a Anna


Ramos algo que sólo podía ser una mirada de «ya te lo había dicho».

«Bien —pensó Lucy—, la ponente tiene experiencia con los temas y es


evidente que cree que deberían haberse incluido.»

¿Alguien quiere hacer algún comentario sobre la sugerencia de..., Lucy, ¿verdad?...
de Lucy para ampliar el programa?

Anna Ramos, la única mujer de color en la dirección de la asociación, en


realidad parecía aliviada.

La verdad es que yo estaré encantada — dijo con firmeza. Lucy ató cabos. Anna
quería incluir esos temas en el programa, pero el comité de la asociación que
organizó la conferencia los había rechazado.

Un hombre blanco, corpulento, que estaba en la parte delantera de la sala, se


puso de pie, con el aspecto de quien cree que tiene que hacerse cargo de la
situación. «Ahí va», pensó Lucy . Buck Thurgood también estaba en la dirección de
AAAP y Lucy sospechó que la única razón de su presencia allí era no perder de
vista a Anna Ramos, quien, como todo el mundo sabía, no era más que una
alborotadora con ideas radicales que — horror de los horrores- podían llevar al
cambio.

No estoy seguro de que los límites horarios nos permitan llegar tan lejos — dijo
Buck.

La formadora se apresuró a añadir:

Estos temas pueden incluirse en los ejercicios previstos sin apenas alterar el
programa.
Estoy seguro de que es lo que crees — dijo Thurgood con una risita
condescendiente, que indignó a Lucy . Miró hacia donde Lucy seguía de pie y
replicó fríamente—: Nada más lejos de mi intención que ignorar los intereses de un
miembro, pero no querría que una actividad tan valiosa como la que realizamos aquí
se viera salpicada por temas controvertidos.

La diversidad es controvertida — dijo un hombre negro desde el centro de la


habitación. Se levantó un momento para añadir—: Si no lo fuera, no estaríamos
aquí. A mí me gustaría hablar de cómo se pueden hacer las paces entre los dos
sexos. Estoy cansado de cargar con las consecuencias de las acciones de otros
hombres y supongo que me gustaría saber por qué tantas de las mujeres con las
que trabajo están enfadadas.

La formadora se apresuró a decir:

Noto un interés por hablar sobre el tema del género, además de sobre razas — y
lanzó una mirada a Buck que no era desafiante, sino que más bien le sugería que se
adaptara a lo inevitable.

Una pequeña mujer asiática se levantó y dijo con seriedad:

—Creo que nos estamos engañando a nosotros mismos si pensamos que


podemos ignorar a los gays. Yo trabajaba con un chico fantástico, pero, de repente,
todo su rendimiento se quedó en nada. Intenté averiguar si tenía problemas
personales, pero me dijo que no. Entonces, por medio de otra persona, me enteré
de que su pareja lo había dejado. Después de eso ya supe cómo tratarlo: igual que
a alguien que se acaba de divorciar. Le di tiempo y espacio, y lo ayudé a centrarse
en el día a día. No obstante, si no llego a saber lo que ocurría, lo habría despedido y
hubiera perdido a uno de mis mejores trabajadores. Cuando le dije que podía
hablarme con claridad sobre su vida privada, me confesó que creía que yo era
homófoba porque soy china... Así que tenemos que hablar de todos los tipos de
diversidad porque todos están interrelacionados. Hay que acabar con la ignorancia.

Yo no creo que tengamos que hablar de sexo en el trabajo — dijo un hombre


asiático más mayor.

Lucy , que seguía de pie, suspiró.

Si me explicas que el sábado por la noche fuiste al cine con tu novia, ¿me estás
hablando de tu vida sexual? Entonces, ¿por qué yo no puedo explicarte que el
sábado fui al cine con mi novia?

La formadora dijo con suavidad:


Está claro que tenemos algo sobre lo que hablar y que hay mucho interés en el
tema. Será muy sencillo incluir estos puntos en nuestra discusión. Muchas gracias a
todos por hablar con tanta franqueza.

Lucy se sentó y lanzó una mirada a Buck. Parecía como si estuviera a punto
de vomitar, pero su agria expresión no redujo ni un ápice la satisfacción que ella
sentía. Sonrió para sus adentros y se dio cuenta de que el dolor de cabeza había
desaparecido.

Al final del día, Lucy se detuvo frente a los ascensores que llevaban a las
habitaciones. Le tentaba la idea de pasar la velada en su habitación con el misterio
de Kay Scarpetta que había empezado en el avión, pero no estaba de humor para
un thriller. Deambuló por la tienda de regalos del hotel y encontró, para su alegría,
un ejemplar en rústica de Orgullo y prejuicio, un viejo favorito. Pasar una velada con
Elizabeth Bennett, Fitzwilliam Darcy y un sutil y discreto romance sería maravilloso y
mucho más agradable que la opción prevista por la convención: irse de excursión a
Churchill Downs . No tenía ninguna intención de salir con los 35 grados de
temperatura y el 100% de humedad de la noche de Louisville. Además, ya había
estado allí, el Derby Day, en compañía de una elegante mujer que coleccionaba
amantes deportistas como quien colecciona muñequeras de tenis. Jane había sido
la última aventura de Lucy en un círculo de lesbianas ricas y/o famosas. Lo que le
abrió las puertas del círculo a Jane fue el dinero. Las credenciales de Lucy fueron
dos Olimpiadas.

En un principio, Lucy pensó que había encontrado su lugar en el mundo, pero


después se cansó de viajar e ir en comitiva hacia el siguiente acontecimiento en el
que se reunirían las lesbianas. También se cansó de vivir del dinero de los demás.
Ella tenía sus propios fondos, aunque no muchos, heredados de la madre de su
madre, pero no podía gastar como Jane y sus amigas. Los asientos centrales en las
gradas de Wimbledon y los pases para el torneo de la asociación de golf profesional
femenino fueron bajando puestos gradualmente en su lista de prioridades y dejó a
Jane sin rencor.

Después de años de ir de una ciudad a otra, anhelaba echar raíces,


asentarse en un lugar y con una mujer. Dejó aquella vida fastuosa sin mirar atrás.
Informó al comité olímpico de Estados Unidos de que dejaba el tiro con arco de
competición y se retiró a la tierra arcillosa de la granja de la abuela MacNeil en las
Cascades. Se pasó todo un verano y un otoño recogiendo tomates y calabacines,
preparando conservas de manzana, mirando en las perchas de las gallinas a ver si
había huevos y practicando con el arco de su abuela. Su madre le decía que estaba
perdiendo el tiempo, pero resultó ser el último verano que ella y su abuela pasaron
juntas, y Sarah nunca lamentó haber empezado las clases de derecho a mitad de
curso, en vez de en otoño, como sus compañeros. Tenía largas charlas con su
abuela sobre el destino, el amor y la felicidad, y sobre lo que Sarah tenía que
esperar de la vida ahora que ya había dejado atrás la juventud. Tenía que tomarse
la vida en serio, le decía su abuela. Al fin y al cabo, ya tenía veintiocho años y la
presión y las recompensas de la competición habían quedado atrás.

Su abuela ni siquiera pestañeó cuando Lucy le confesó su lesbianismo. Al


contrario, le explicó una maravillosa historia sobre una mujer caballero que
conquistó el amor de una viuda y cómo se retiraron a las montañas de granito de
Snowdon. Su abuela tenía un don para explicar cuentos y, desde que Lucy podía
recordar, le explicaba leyendas románticas galesas en las noches sin televisión, con
el fuego crepitante iluminando la habitación.

El último verano que pasaron juntas Lucy se sentía demasiado cansada para
decir que seguía creyendo en el amor, pero se tragó las historias como una
adolescente famélica. Sin embargo, desde que su abuela murió, cada vez se le
hacía más duro mantener la esperanza de que se enamoraría del mismo modo en
que su abuela galesa se enamoró de su esposo americano, igual que la mujer
caballero se enamoró de la viuda, del mismo modo en que Lady Joanna se enamoró
de Llewellyn Fawr.

Cuando empezó el segundo semestre, en primavera, hizo una solicitud para


cursar un doctorado en derecho en la Universidad de Washington. La abuela
MacNeil murió de repente unos meses después y Lucy se convirtió en la propietaria
de la granja y de algo aún más precioso: el arco de la abuela MacNeil. Desde
entonces, cada año pasaba algún tiempo en la granja, excepto el último año,
cuando un ascenso en el trabajo y un truncado romance hicieron su vida demasiado
estresante como para tomarse unas vacaciones.

Si quisiera, podría echarle al ascenso la culpa de toda la infelicidad del año


anterior. Empezó a trabajar más horas, lo que comenzó a molestar a Ellen, y
entonces Lucy se molestó porque Ellen se sentía molesta. Y a ella también le
molestaba lo mucho que la ex de Ellen dependía de Ellen para todas las cosas,
desde cuadrar el talonario de cheques hasta salir corriendo a media noche porque
Judy había oído un ruido que la había asustado. A Ellen le molestaba que Lucy
fuera tan posesiva y las dos empezaban demasiadas frases diciendo: «Si me
quisieras de verdad...».

En los cincos años que habían transcurrido desde que acabó la carrera y
pasó el examen para ejercer como abogado, únicamente se había sentido atraída
con fuerza por Ellen, con su risa fácil y su amor por la naturaleza. La mayor parte
del año que precedió a la ruptura, Lucy estuvo trabajando como jefa de proyecto de
una solicitud de patente de un producto de software, que de repente, fue
desechado. Unas semanas después, su relación con Ellen también se fue al traste.
Bueno, hacía tiempo que había desaparecido el amor que las dos habían sentido, si
es que en realidad había existido alguna vez, para empezar.
En lugar de Ellen, sus días y sus fines de semana se llenaron hasta rebosar
de memorias de programas de ordenadores, expedientes legales y solicitudes de
patentes de 2.500 páginas. Era difícil que alguna cosa sobreviviera bajo ese peso.

Lucy se dio cuenta de que estaba en las nubes, en medio del vestíbulo del
hotel, y se zarandeó mentalmente.

Una velada con Jane Austen sería reconfortante y sólo Dios sabía lo bien que
le iba a sentar un buen sueño nocturno. Se giró, decidida, hacia los ascensores.

Lucy , espera.

Lucy se giró y saludó a Anna Ramos con una sonrisa.

Sólo quería darte las gracias por el valor que has tenido esta mañana — dijo Anna
—. No tienes ni idea de cuánto he discutido...

Me lo imagino — repuso Lucy—. Y me alegro de haberlo hecho.

Bueno, sé que no ha sido fácil, así que gracias de nuevo. ¿Vas a la


excursión?

Lucy negó con la cabeza:

Ya he estado en los Downs antes. He pensado que podía repantigarme a leer un


libro, ya que en casa nunca encuentro el momento.

Suena tentador — dijo Anna—. Entre los niños pequeños y el niño grande
con el que me casé, por no hablar del trabajo y de la colaboración voluntaria con la
asociación, hace años que no leo ni una novela.

En mi caso, el trabajo es el único obstáculo — replicó Lucy.

Si te he de ser sincera, si no fuera por los gritos de los niños, yo también


sería una adicta al trabajo.

«Supongo que soy una adicta al trabajo», se dijo Lucy a sí misma, después
de despedirse de Anna. Bueno, ella no había empezado de aquella manera, pero en
algún punto del camino había dejado de ser Lucy la Arquera o Lucy la Campesina
para convertirse en Lucy la Agente de Patentes. A la abuela MacNeil no le hubiera
parecido bien.

¿Cuánto hacía desde la última vez que se permitió un baño caliente, un buen
libro y un helado con salsa de chocolate? Los proyectos laborales transitaban por el
amargo vacío que le había dejado la marcha de Ellen y descargaba gran parte de su
ira aporreando el teclado del ordenador. Antes de Ellen, ninguna de sus relaciones
había terminado con amargura. Jane aceptó con una sonrisa resignada la decisión
de Lucy de dejarla. Jenny, la de los bailes de salón, fue quien dijo que creía que lo
suyo se había acabado. Y antes de Jenny había habido amantes en la universidad y
compañeras de atletismo..., relaciones que nunca supuso que tuvieran que durar.
No es que fueran superficiales, pero no eran nada serio.

Entonces, ¿por qué con Ellen el final fue tan amargo? ¿Era porque las dos
creyeron — durante dos años cómodos y agradables, y uno más amargo— que
estaban en el camino del felices-para-siempre?

Fue un picor en la nuca lo que hizo que Lucy levantara la cabeza y dejara de
estudiar el suelo del ascensor. Alguien la estaba observando. Sólo tardó un
momento en ver quién era: la rubia del bar de la noche anterior. Enrojeció al
recordar la lasciva sugerencia que le había hecho por señas y vio que la rubia lucía
una sonrisa cada vez más sensual, que la hacía entrar en calor lentamente.

Se quedaron mirando una a la otra, desde ambos extremos del ascensor


repleto. Permanecieron cada una en un lado, mientras los demás pasajeros iban
saliendo paulatinamente. Sólo cuando se quedaron solas se dio cuenta Lucy de
que se había pasado de piso.

¡Cielos! — exclamó entrecortadamente y pulsó el botón de su piso, mientras el


ascensor descendía. Justo a tiempo. Las puertas se abrieron y ella salió; después,
miró por encima del hombro. La rubia oscura enarcó las cejas y Lucy notó otra vez
que el rubor se extendía por sus mejillas; se encontró sonriendo como una estúpida
y sintiéndose terriblemente torpe.

La rubia oscura se deslizó fuera del ascensor justo cuando las puertas se
cerraban y se quedó contemplando a Lucy y disfrutando de la turbación que le
provocaba. Al final, Lucy dio media vuelta y empezó a recorrer el largo camino
hasta su puerta. La rubia ajustó su paso al de Lucy, detrás de ella.

«Dios mío —pensó Lucy—, me está acosando.» La cabeza le daba vueltas y


se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que se sintió
así en presencia de otra mujer. No iba a permitirse pensar que aquello era el
principio de algo importante, que aquél era el momento, la primera mirada que
significa amor y una vida de «para siempre jamás». Aquello no era nada de eso. Era
deseo, puro y simple. Y, bueno, ¿por qué no disfrutarlo?

Se detuvo ante la puerta y miró hacia atrás por encima del hombro. La rubia
aflojó el paso, pero sus brillantes ojos avellan no cejaron en su persistente mirada,
que cada vez se hacía más íntima. Lucy abrió la puerta y se apartó haciendo un
gesto de «detrás de ti». La rubia pasó por delante de Lucy en una nube de Pierre
Cardin.

Lucy dejó el portafolios y la chaqueta en la silla que había junto a la cama,


mientras la rubia avanzaba hasta la ventana y miraba hacia fuera, a las luces
titilantes de Louisville.

Creo que debería...

No hables, si no quieres — dijo la rubia—. Tu comunicación no verbal es


excelente. — Se giró con un gesto de complicidad en los labios, quedando de
espaldas a la ventana.

Bonitos labios. A Lucy le recordaron una puesta de sol sobre el estrecho de


Puget: carmesí y anaranjado, calor y frío. Se deshizo de aquella sugerente imagen.
Una mujer de carne y hueso estaba cruzando lentamente la habitación en dirección
a ella.

¿Era sólo una fanfarronada?... — murmuró la rubia—. ¿Sólo tenías curiosidad? ¿O


estás pensando en serio... — su aliento cálido le hizo cosquillas en la oreja y Sarah
contuvo la respiración—... cómo debe de ser estar con una mujer?

Lucy abrió la boca para decir que sabía perfectamente cómo era, pero, en
lugar de eso, dijo:

No puedo continuar pensando en ti como en «la rubia».

Me llamo Victòria, Vicky solamente para ti. Y tú eres Lucy.

¿Cómo lo...? ¡Ah, la etiqueta con el nombre!

Vicky, lentamente, se bajó la cremallera de la chaqueta de cuero y dejó ver


una camiseta imperio, blanca y ceñida, que incomprensiblemente hizo que a Lucy
se le hiciera la boca agua. Hacía demasiado tiempo que no sentía el cosquilleante
temor de la expectación ni la algarabía de su cuerpo al irse despertando en diversos
puntos: la lengua, las orejas, los pezones, los dedos de los pies. Tenía ganas de
frotarse los muslos entre sí y no pudo evitar ponerle una mano sobre el estómago.

No muerdo. — Vicky, lentamente, llevó las manos de Lucyh hasta sus pechos y
suspiró cuando ésta los tomó entre sus manos—. No puedes contenerte, ¿verdad?

No.

No acostumbro hacer estas cosas, pero había algo en tu manera de bailar


con él y de coquetear conmigo que me hizo desearte. Y desear hacer que lo olvides.
Sólo es un amigo — dijo Lucy. Y las puntas de sus dedos se cerraron sobre
los pezones erizados de Vicky.

No me importa lo que sea para ti — musitó Vicky. El avellana de sus ojos se


había enturbiado—. Sólo me importa el ahora. ¡Oh!... —Los dientes de Lucy
encontraron un pezón a través de la camiseta y Vicky se arqueó para acercarse a su
boca—. Aprendes rápido — jadeó.

Llevo años planeando este momento — Lucy se enderezó, sonriendo para


sí misma. Lo que dijo era verdad.

Sólo evitó mencionar que, después de planearlo, lo había practicado en


muchas ocasiones.

Pues si llevas años esperando, será mejor que me esfuerce por hacerlo inolvidable,
¿no? — Vicky entrelazó sus manos con las de Lucy, luego la rodeó con sus brazos
y le dio un beso ardiente y apasionado.

Lucy, desprevenida, se encontró arqueando la espalda para que Vicky


pudiera levantarle la falda y bajarle las medias.

Vicky gruñó y se separó de ella:

Así es como lo haría un hombre, ¿no? Te tomaría ahora. La primera vez sería de
manera rápida y enérgica, y después lo volveríais a hacer, más despacio.

No sé —dijo Lucy con voz temblorosa. No le parecía un mal plan, si aquello


era lo que tenía previsto Vicky. Temblaba de deseo y las manos de aquella mujer,
que le acariciaban las caderas y la parte baja de la espalda, estaban haciendo que
le fallaran las rodillas.

Pues no va a ser así — replicó Vicky—. Dime qué es lo que quieres.

Yo... Quiero que me seduzcas — dijo Lucy en voz baja—. Normalmente yo


no... Quiero decir que normalmente soy yo quien lleva la iniciativa — Lucy
titubeaba, no porque tuviera miedo de que Vicky descubriera que ya había estado
con mujeres, sino porque no le resultaba fácil hablar de sexo. La mayoría de sus
amantes anteriores esperaban que Lucy, la atleta, fuera la agresiva y ella se había
acostumbrado al papel. Pero ahora quería que la buscaran, que la sedujeran, que le
hicieran el amor.

Es más o menos lo que estamos haciendo, ¿no crees? — Vicky soltó a Lucy
y dio un paso atrás. Se llevó las manos hacia la bragueta, desabrochó los botones y
se deshizo de la chaqueta.
Lucy asintió en silencio y se mordió el labio inferior mientras Vicky se quitaba
los pantalones. Su cuerpo era firme, propio de quien hace deporte con regularidad,
el tipo de cuerpo que Lucy acostumbraba tener antes de que cinco años de
patentes le hubieran añadido algunas curvas, especialmente en las caderas.

Ven aquí — Vicky la llamó desde la cama.

Lucy se quitó los zapatos y se deshizo de las medias, mientras salvaba los
pocos pasos que la separaban de la cama. Se dejó llevar por la irrealidad del
momento, preguntándose sólo por un instante si aquello era lo que significaba
«perder la cabeza». No recordaba haber estado nunca así, tan ansiosa por
entregarse, ni siquiera la primera vez.

Le pareció que pasaban horas entre cada uno de los botones de la blusa que
se iban desabrochando bajo los dedos de Vicky . Entre botón y botón, la boca de
Vicky la rozaba entre sus pechos tensos, su lengua pasaba rápidamente sobre la
piel recién descubierta y sus dedos se hundían bajo el borde del sujetador de Sarah.
Sarah sabía que se estaba tambaleando sobre sus pies, pero sólo podía mirar cómo
se desabrochaba cada botón y esperar, ansiosa y sin aliento, a que le desabrochara
el siguiente.

El tiempo se alargó y, al fin, Vickyle retiró la camisa de los hombros. Lucy


tenía la boca seca y la cabeza un poco confusa. Vicky deslizó los tirantes del
sujetador de Lucy y, con las manos por debajo de la tela, fue bajándoselo muy
lentamente.

Por favor — gimió Lucy. Tenía los pechos desnudos y Vicky seguía excitándola—.
No puedo aguantar más.

Como respuesta, Vicky se dejó caer de rodillas, con la boca tan cerca del
lugar donde Lucy ansiaba sentirla que ésta percibió los bordes grisáceos del
desmayo. Entonces Vicky la empujó hasta hacerla sentar en el borde de la cama y,
arrodillándose entre sus piernas, llevó su boca a los pechos de Lucy.

Podría pasarme así toda la noche — susurró Vicky.

Lucy apenas podía oírla. Su cerebro únicamente procesaba el modo en que


la lengua de Vicky le acariciaba la suave piel de debajo de sus pechos y después el
placer afilado de sus dientes sobre sus ansiosos pezones. Podía haber pasado por
allí una banda de música y Lucy ni se hubiera enterado. Se sentía como si se le
estuviera cayendo la piel a trozos, como si sus nervios fueran cables desnudos que
chisporroteaban por el calor.

No notó los dedos de Vicky entre sus piernas hasta que prácticamente los
tenía en su interior. Al darse cuenta, se quedó sin aliento y sintió las primeras
sacudidas del orgasmo. Vicky gimió contra los pechos de Lucy y la aferró con más
fuerza mientras Lucy se estiraba hacia arriba, rodeaba a Vicky con las piernas y se
apretaba rítmicamente contra la hábil presión de sus dedos. Un momento más de
silencio. Su corazón golpeaba con fuerza y se dejó caer de espaldas en la cama
respirando entrecortadamente.

Después de unos minutos, pudo levantar la cabeza. Vicky no se había


movido y Lucy esperaba encontrarse con una sonrisa de triunfo. Pero no era triunfo,
sino deseo incontenible lo que vio en la cara de Vicky y lo que hizo que Lucy se
sintiera desfallecer de nuevo. Entonces se dio cuenta de que los dedos de Vicky aún
seguían en su interior... Un dedo se movió ligeramente y la mirada de Vicky se clavó
rauda en Lucy, buscando en su cara los efectos de aquel leve movimiento.

Los labios de Lucy temblaron y se dejó caer de espaldas sobre la cama,


abandonándose al delirio de sentir la boca de Vicky contra ella, al fin. Un dedo
seguía haciendo presión en su interior. Lucy se sintió como un río de agua que
corre sobre la arena y se entregó totalmente a la hambrienta boca de Vicky.

El añil se convirtió en violeta, el violeta se convirtió en carmesí y luego llegó


la suave luz de la noche. Vicky se reunió con ella sobre la cama, respirando
suavemente al oído de Lucy.

Lucy, un poco inestable, se puso de pie y se quitó lo que le quedaba de ropa.


Después se agachó hacia el cuerpo expectante de Vicky.

— No es que me hayas dejado mucha energía — dijo con suavidad—, pero lo


haré. —Mordisqueó el muslo de Vicky y luego le pasó lentamente la lengua sobre la
parte más alta del hueso de la cadera—. Y voy a hacerlo lo mejor posible.

Concentrarse... Hacía mucho tiempo que no se concentraba tan


profundamente en un único objetivo. Tenía las manos de Vicky entre su pelo y la
empujaban hacia abajo con avidez. Lucy inspiró el aroma de Vickyy saboreó la
embriaguez que la invadió. Cerró los ojos y dejó que los demás sentidos la guiaran
sin pérdida hasta el punto exacto que hacía gemir a Vicky.

Disfrutaron juntas del baño que Lucy había previsto para ella sola, mientras
se ofrecían mutualmente fresas bañadas en salsa de caramelo, que tomaban de la
bandeja del servicio de habitaciones que estaba en el suelo. Los besos largos y
lánguidos no les dejaban tiempo para hablar. El baño las llevó de nuevo a la cama y,
finalmente, mucho después, al sueño.
Capítulo 2

A Lucy le costó mucho concentrarse durante la sesión de la mañana


siguiente. Cada vez que entraba en el tema, planificación en las patentes de ideas,
se acordaba de Vicky. Cuando se despertó estaba sola, pero una nota en la
almohada lo hizo más llevadero. Se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta. No
le hacía falta sacarla para saber que la nota aún decía: « ¿Quedamos en el
ascensor a la hora de comer?».

« Lucy, en serio, céntrate.» Empezó a tomar notas de nuevo y pasó la página


de su cuaderno. Ahogó un grito, aunque se oyó lo suficiente como para atraer la
atención de su vecino, y cerró la libreta precipitadamente. Sabía que se había
ruborizado, pero, por suerte, el hombre se volvió a girar. Grabado en el fondo de sus
retinas había un dibujo a lápiz en el que se la veía dormida y desnuda, y debajo, en
mayúsculas, se leía: «buena alumna».

En el mismo instante en que la sesión se acabó, se dirigió a toda prisa hacia


los ascensores, mirando a su alrededor por si veía a Vicky. Anna Ramos la detuvo
un momento para presentarle a un miembro de la dirección. Lucy vio en el brillo de
los ojos de Anna la voluntad de reclutarla, pero ella no tenía intención de sumarse a
ningún comité de la AAAP. Había gente a quien le encantaba: viajes pagados y
pasar un tiempo alejados del trabajo, pero a Lucy no le gustaban demasiado ni los
hoteles ni los aviones. A los pocos días, ya ansiaba volver a las verdes colinas de
Seattle.

Prácticamente había llegado a los ascensores cuando Theo la llamó desde el


otro lado del vestíbulo.

Hola, guapa. ¿Por qué no comes conmigo?

Lo siento, Theo— dijo Lucy y entonces, maldita sea, se ruborizó. ¿Por qué
no se escribía en la frente con un rotulador «Anoche tuve suerte»?—. Es que tengo
otros planes.

Theo arqueó las cejas, sorprendido.

Tienes que contármelo. Pareces tremendamente culpable.


¿Irás esta tarde a la sesión de procedimientos formales? —Cuando Theo
asintió, Lucy le dijo—: Pues te lo cuento entonces. Podemos pasarnos notas.

Explícame algo más ahora. — Y empezó a mirar a su alrededor, como si


buscara a la amante de Lucy.

He quedado y voy a llegar tarde — dijo Lucy remilgadamente.

¿He quedado? La gente elegante lo llama tener una cita. O si las


circunstancias no son tan elegantes se habla de echar un polvo. Anda, vete, mujer.

Lucy le dedicó su mirada más furibunda, con los ojos entrecerrados. «Te
tengo en el punto de mira — pensó—. Diez segundos con un arco de competición,
¡qué caramba!, con cualquier clase de arco, y podrás cantar como una soprano,
chaval.»

No me lances esa mirada altiva, que estoy verde de envidia. ¡Oh! — Su voz se fue
apagando a medida que sus ojos se abrían cada vez más al divisar algo o a alguien
justo detrás de ella—. Ya dejo que te vayas. Corre, que se te escapa el ascensor.

Palurdo. — Lucy intentó ocultar una sonrisa, pero no pudo. Corrió hacia el
ascensor e introdujo el portafolios justo entre las puertas que se estaban cerrando,
para el fastidio de todos los pasajeros, excepto de la sonriente Vicky.

Lo siento — masculló y se hizo sitio enfrente de Vicky.

Vicky volvía a mirarla fijamente, pero esta vez Lucy le respondió con otra
mirada. «Te tengo en el punto de mira — pensó, igual que con Theof—. No vas a
convertirme otra vez en una colegiala tonta. Estás a punto de descubrir que lo de
buena alumna se queda corto para describirme.»

Estaban solas en el pasillo mientras se acercaban a la puerta de la habitación


de Lucy.

Sujétame esto — dijo Lucy y le tendió el portafolios a Vicky. Le resbaló entre los
dedos y, cuando Vicky se agachó para recogerlo, Lucy, sin ningún tipo de
vergüenza, le pasó las manos por las caderas y apretó con fuerza los dedos contra
la entrepierna de los vaqueros de Vicky. Ésta, impresionada, ahogó un grito, se
irguió y se giró completamente desconcertada.

Un truco muy sucio... — empezó, pero Lucy la hizo callar con un beso.

Apoyó a Vicky contra la pared y le sacó la camiseta de los pantalones. Se


sumergió en el beso y en el tacto de las costillas de Vicky bajo las puntas de sus
dedos. No llevaba sujetador y Lucy sentía un cosquilleo por todas partes.
Vicky interrumpió el beso con una risa.

¿No crees que sería más prudente alejarnos del pasillo?

Lucy consiguió frenarse. Había olvidado dónde estaban y eso que creía que
controlaba la situación. A tientas buscó la llave de su habitación y logró abrir la
puerta.

Vicky levantó un dedo para advertirle, mientras se agachaba a recoger el


portafolios:

— Guarda las distancias.

Una vez dentro, se miraron a los ojos y Lucy, de pronto, se sintió muy tímida.
Vicky se estaba mirando los pies. Lucy dijo con suavidad:

Tengo la sensación de que soy un fraude, ¿sabes?

¿Porque cuando regreses a casa volverás a estar con tu novio, marido o lo


que sea?

No — dijo Lucy tímidamente—. Porque soy demasiado cobarde para decir lo


que siento y porque, en cierta manera, te he engañado: siempre he sido y siempre
seré lesbiana. — La boca de Vicky se abrió hasta formar una «o» pequeñita—.
Aunque cueste de creer, algunas lesbianas acabamos convirtiéndonos en agentes
de patentes.

Bueno, eso explica algunas cosas. Tú, bueno... La verdad es que tú... — El
rubor de Vicky era adorable—. Quiero decir que anoche estuviste increíble.

La verdad es que no acostumbro hacer estas cosas. Ni siquiera sé tú


apellido.

Tenebris — dijo Vicky , mientras se desvanecía su rubor. Miró a Lucy


fijamente y prosiguió—: Estabas diciendo algo sobre ser una cobarde.

Lucy asintió.

Creo que tendríamos que comer juntas, hablar sobre nuestras vidas y todo eso. Así
esto sería un poco más civilizado.

Yo no me siento muy civilizada — dijo Vicky.

Ni yo — Lucy avanzó unos pasos para acercarse a ella—. No soy el tipo de


persona que le dice a alguien a quien acaba de conocer: «Baby, vamos a la cama».
Pero eso es precisamente lo que quieres, ¿no?

Sí — respondió Lucy, lanzándole una sonrisa descarada—, eso es


precisamente lo que quiero.

Bueno, pues hagamos como que ya hemos mantenido algunas


conversaciones civilizadas, que nos respetamos como personas y que no estamos
aquí únicamente para una sola cosa. — Vicky redujo la distancia que las separaba y
se situó tan cerca de ella que Lucy podía percibir su tentador perfume.

Creo que podré hacerlo — dijo Lucy débilmente y repitió como un espejo los
movimientos de Vicky: se quitó la chaqueta y los zapatos, luego las medias, cuando
Melissa se sacó los vaqueros, y la blusa, cuando Vicky se sacó por encima de la
cabeza el polo que llevaba. Unos pocos pasos la llevaron a sus brazos y cayeron
juntas sobre la cama.

Vicky saboreó los pechos de Lucy con la atención y delicadeza que ésta
siempre había ansiado, tal como se estaba dando cuenta en ese momento.

¡Me alegro tanto de que no hayas estado nunca con hombres! — dijo Vicky—. Lo
de anoche no fue precisamente sexo seguro.

Eso no es ninguna garantía de que estar conmigo sea seguro —replicó Lucy.

Por encima de su lánguido suspiro, Vicky dijo: Tengo la sensación de que


para mí eres cualquier cosa menos segura.

Lucy quiso reír, pero la lengua de Vicky empezó a serpentear por encima de
su estómago.

Incluso si fuera heterosexual, creo que ahora mismo estaría cambiando de opinión.

No fue como la noche anterior. No podía serlo. No fue como un maremoto,


sino como estar sobre una ola suave y persistente y, a veces, violenta y, oh, tan
deliciosa. Saboreó la boca de Vicky sobre la suya y luego se tomó su tiempo para
devolverle el placer.

Lucy no tenía ni idea de la hora que era cuando, por fin, se acurrucaron una
junto a la otra en la cama. Seguramente se habría perdido la sesión de la tarde. La
mitad de los agentes de la conferencia se habían ido a jugar al golf. Aquello era más
divertido. Suavemente, tiró del lóbulo de la oreja de Vicky; le gustó el pequeño
labrys de plata que la adornaba. Hacía años que no veía ninguno.

¿Dónde vives?
Vicky se estiró a conciencia, como un gato, y dijo:

Cuido la cabaña de unos amigos y seguro que no te suena el nombre de la ciudad


más cercana.

Ponme a prueba — repuso Lucy, con el cerebro preparado para calcular las
tarifas de avión.

Suquamish.

En algún punto muy profundo de su ser, Lucy sintió que lo que le quedaba de
su fe en el amor y en la felicidad empezaba a bailar una conga.

¿Eso a cuánto queda? ¿A cuarenta minutos del ferry de Bremerton?

Vicky se incorporó, apoyándose en un codo:

¿Tú dónde vives?

En Snoqualmie. Si hace buen tiempo, está a sólo media hora del


embarcadero del ferry en Seattle.

¿Por qué no nos saltamos las sesiones de la tarde y vamos a comer algo?
Me muero de hambre.

Creía que estábamos intentando no ser civilizadas — dijo Lucy, mientras


miraba cómo Vicky recuperaba su ropa.

Ahora tenemos todo el tiempo del mundo para ser civilizadas. Bueno, si es
que quieres volver a verme cuando regresemos a casa.

Aunque tenga que cruzar nadando el estrecho de Puget.

Vicky se quedó de pie, sonriéndole, y el color avellana de sus ojos


resplandecía como el oro. Aunque Lucy les advirtió con severidad que no lo
hicieran, el Amor y la Felicidad siguieron bailando la conga y el Destino también se
sumó a la fiesta.

Capítulo 3

Debra le dijo:

¿Dónde vas con tantas prisas? ¿Tienes grandes planes para el fin de semana?
Voy a buscar a alguien al ferry y no quiero llegar tarde. — Lo último que Lucy
necesitaba era que Debra la interrogara.

¿Alguien a quien yo conozco? ¡Claro que no! Si yo no conozco a nadie. ¿Y


esa persona tiene algo que ver con lo contenta que andas desde hace una semana
y media?

No sé de qué me hablas.

Los ojos azules de Debra bizquearon:

¡Anda ya! ¿Crees que soy idiota o qué?

Los labios de Lucy temblaron mientras recogía su maletín. Estaba lleno de


trabajo pero no creía que pudiera encontrar el momento para hacerlo. Tenía previsto
pasar todo el tiempo con Vicky. Echó a Debra de su despacho y se dirigió hacia el
ascensor. Debra la siguió. Sus tacones repiqueteaban en las baldosas del vestíbulo.
Sarah la miró después de pulsar el botón para llamar al ascensor. Cada centímetro
de Debra se estremecía, como si fuera un curioso perrito faldero.

Tienes que decirme algo o no sobreviviré hasta el lunes. Un nombre o algo.

Vicky — dijo Lucy con paciencia.

¿Melissa Etheridge? — A Debra se le pusieron los ojos como platos—. Por


eso guardabas tanto el secreto. Ella y Julie son mamis. Eso sí que es un karma
muy, muy malo.

Lucy puso los ojos en blanco.

Si sigues sacando conclusiones con esa avidez, al final te ganarás un empacho.

¿Qué se supone que he de pensar si tú no me dices nada? Yo no tengo mi


propia vida y tengo que vivir a través de la tuya. Y últimamente tu vida ha sido tan
aburrida como la mía. Voy a volverme loca.

Si hubiera sido cualquier otra persona, Lucy se habría enfadado. Pero, con
Debra, arrugó la nariz y dijo:

Bueno. Estás un poco demasiado cuerda para trabajar aquí. Y no voy a decir ni una
palabra más.

Mientras las puertas del ascensor se cerraban, Debra espetó:


Vas a pagar por esto, Lucía Egea Lozano . Más te vale que para el lunes tenga el
informe completo o...

Mientras bajaba en el ascensor, Lucy acabó la frase mentalmente: «O hará


que mi vida sea un infierno».

Esbelta. Aquella era la palabra que Lucy había estado buscando desde que
Theo dijo que Vicky era «mona». Nunca había llegado a entender plenamente el
significado de esbelta, hasta que vio a Vicky cruzar el embarcadero hacia donde
estaba ella, con la brisa marina levantándole sus rizos rubios, con sus vaqueros
pitillo ciñéndose a cada curva de sus pantorrillas y de sus muslos, y con la eterna
chaqueta bomber desabrochada hasta la cintura. Ni siquiera la mochila estropeaba
el elegante balanceo de sus caderas. No, no era guapa, ni siquiera mona, pero sí
increíblemente atractiva a los ojos de Lucy.

Vicky la atrajo hacia sí en un cálido abrazo y, después de un momento de


duda, besó a Lucy en la boca. El beso duró hasta que Lucy, algo cohibida, se
separó. El muelle del ferry en Seattle no era el mejor lugar para que dos mujeres
hicieran público su lesbianismo. Agarró la maleta de Vicky y se dio cuenta de que
habían atraído algunas miradas lascivas, pero en realidad la mayoría de los
pasajeros y de los trabajadores del muelle estaban ocupados con sus propios
asuntos. Aun así, en cuanto estuvieron en el coche, Lucy no perdió tiempo en poner
distancia entre ellas y el muelle.

Bonito coche — dijo Vicky y pasó un dedo sobre el salpicadero de madera de teca.

Me lo compré justo el día después de acabar de pagar el préstamo para mis


estudios. No quería un sedán, por lo menos no tan pronto. Supongo que pensé que
no era lo bastante vieja. — El Jaguar XJS parecía clásico por fuera hasta que bajó
la capota. En el tramo de la 1-90 entre Seattle y Spokane que llevaba a la granja de
la abuela MacNeil, a veces bajaba la capota y circulaba hasta a 160 cuando la
autopista estaba desierta. Claire, la de después de Jenny y antes de Jane, había
participado en carreras como miembro del equipo Jaguar.

Es como tú — dijo Vicky—: engaña por fuera.

Vaya, gracias — replicó Lucy, mientras tomaba el camino más corto hacia la
190 para cruzar la isla de Mercer. Era una cálida tarde de finales de verano. Las
hojas de los árboles eran de un verde cada vez más intenso y se movían con la
brisa marina que había hecho desaparecer las nubes del día anterior—. Pensaba
que ibas a compararme con el motor o algo así. Ya sabes: se calienta enseguida,
tiene el ralentí acelerado, con mucho nervio...
Bueno, todo eso es cierto, pero no es el estilo de cumplidos que suelo hacer.
— Vicky se giró, dejando de mirar el panorama del lago Unión enclavado entre
montañas siempre verdes—. ¡Dios! Me alegra volverte a ver.

¡A mí también! — exclamó Lucy—. Tenía un poco de miedo de que


cambiaras de idea y...

¿No estabas segura de que tu corazón palpitara cuando me vieras?

Nunca he dudado de mis sentimientos — dijo Lucy, dirigiéndole una sonrisa


de felicidad.

Entonces, ¿por qué dudas de los míos? — Vicky deslizó una mano
lentamente sobre la rodilla de Lucy, cubierta por unos vaqueros. Después la movió
hacia arriba y Lucy, inconscientemente, separó los muslos. Lanzó un suspiro,
acompañado de una sonrisa, y luego el pie se le salió del acelerador.

Ya es suficiente — dijo Lucy—. Será mejor que lleguemos enteras a casa.

Lo que tú digas. La verdad es que me merezco un descanso porque he


trabajado muy duro esta semana.

¿Haciendo qué?

Más de veinte mujeres en la conferencia de escritoras me pidieron un


resumen de mi proyecto de documental, así que lo he escrito y se lo he enviado.
Espero que me concedan una subvención para poder hacerlo. Marsha Davis, la
directora ejecutiva de la Fundación Arco Iris, estaba particularmente interesada.

Eso suena muy interesante — dijo Lucy—. ¿De qué va el documental?

Es un estudio sobre el arte creado por lesbianas, especialmente vídeo y


películas. Y también fotografía. Quiero centrarme en los trabajos lésbicos sin
ninguna influencia masculina.

Si han sido creados por lesbianas, ¿cómo pueden tener influencia


masculina? Quiero decir que es obvio que virtualmente cualquier cosa que una
lesbiana pueda hacer está influida por la sociedad masculina..., empezando por
Miguel Ángel y las clases de historia del arte, y siguiendo por todo lo demás.

A mí lo que me interesa es el acto de crear en sí, más que el resultado. Si


una lesbiana concentra toda su vida y sus energías en mantenerse separada de los
hombres y acaba pintando como Miguel Ángel, a mí me seguirá interesando, porque
lo verdaderamente importante es su proceso y su lucha por construirse una
identidad lésbica.
¡Oh! — Sarah no lo acababa de entender—. Pero, si su obra es como la de
Miguel Ángel, ¿cómo puede considerarse arte Lésbico, con L mayúscula?

Eso es precisamente lo que quiero explicar. — Vicky dio un bote en su


asiento, entusiasmada—. Sea lo que sea, no es arte Lésbico, sino arte Creado por
Lesbianas — aclaró, dirigiéndole una gran sonrisa—. Con C y con L mayúsculas.
Tengo montones de ideas, pero nunca he tenido dinero para darlas a conocer.

Es una queja frecuente. Orson Welles tuvo que mendigar, pedir prestado y
robar para producir Ciudadano Kane porque no quería hacerlo dentro del sistema de
los grandes estudios. — A Sarah le parecía difícil mantener la conversación. No
porque no le interesara saber en qué estaba trabajando Vicky, sino porque la mano
de Vicky seguía ligeramente apoyada sobre su muslo.

Bueno, yo sin duda estoy fuera del sistema de los grandes estudios y no
tengo ningún interés por estar dentro. En cuanto cruzas la puerta, hay hombres por
todas partes esperando para atrapar tus ideas y adaptarlas para el mercado de
masas, y las mujeres son casi igual de malas. Ha habido muchos escritores a los
que admiraba que se han vuelto convencionales, por lo que ha dejado de valer la
pena seguir leyéndolos. Quiero hacer algo importante, pero cuando lo haya hecho
quiero seguir siendo una lesbiana de verdad.

Lucy dio un volantazo para adelantar a una furgoneta que había decidido
ponerse en el carril rápido y redujo la velocidad.

¿Y qué es una lesbiana de verdad? — Hacía mucho tiempo que no pensaba en las
teorías políticas del lesbianismo.

Bueno, una lesbiana de verdad no tiene nada que ver con los hombres.

¿Y qué hay de una mujer que se da cuenta de que es lesbiana después de


haber estado con hombres?

Bueno, es lesbiana, pero no... Puede que real no sea la palabra. Parece que
las lesbianas que siempre hemos sabido que lo éramos tenemos un punto de vista
diferente.

Puede que tengas razón — dijo Lucy—. Yo siempre he sabido que era
lesbiana, pero un punto de vista no tiene por qué ser necesariamente más válido
que el otro. Sencillamente hemos recorrido caminos distintos para llegar al mismo
lugar.

No estoy segura de que estemos en el mismo lugar. Un ejemplo que viene al


caso: yo trabajaba en una antología con una mujer que yo pensaba que era una
lesbiana de verdad. Necesitábamos dinero para seguir con el proyecto y ella recurrió
a su ex marido. Yo ni siquiera sabía que había estado casada. ¡Creía que teníamos
tanto en común! Cuando me enteré, me largué y lo peor de todo es que ella publicó
la antología y se quedó con todo el mérito y el dinero, cuando gran parte del trabajo
era mío. No quiero volver a pillarme los dedos con una mujer cuya primera reacción
es correr a pedir ayuda a un hombre.

¿Y tú crees que el origen del dinero cambiaba el contenido de vuestro libro?

Hablas igual que ella. — Vicky miró por la ventanilla, frunciendo el entrecejo.

No quería decir eso — repuso Lucy, asustada—. Me paso la mayor parte del
día con hombres, pero no creo que eso me haga menos lesbiana.

El ceño de Vicky se suavizó.

Tengo que admitir que no pongo en duda tus credenciales — y, con un dedo, dibujó
una línea a lo largo del muslo de Lucy.

Me alegra que hayas tenido una semana tan productiva — dijo Lucy,
intentando cambiar de tema—. Yo he tenido que ponerme a trabajar muy en serio,
pero me las he arreglado para quitarme de encima algo de trabajo.

También hice fotografías a algunas de las personas famosas que asistieron


a la conferencia y he enviado unas pruebas a Curve y a The Advócate . Puede que
me compren una o dos fotos. El dinero me vendrá bien y, de todos modos, tenía que
hacerlo, ya que fui a la conferencia con un pase de prensa. Entonces estaba tan
excitada que creía que iba a enviar casi cien resúmenes de mi novela. De la
segunda, no de la primera. Creo que voy a tener que volver a escribir la primera, ya
que no parece que pueda encontrarle el mercado adecuado, aunque no quiero
cambiarla sólo para venderla. Un tipo que conocí en Putnam me dijo que salían
demasiadas mujeres y que, ya que algunas eran heterosexuales, ¿por qué no había
ningún hombre? Menuda tontería.

Lucy no le preguntó lo que realmente quería saber, que era si Vicky había
llegado a publicar algo. No quería que pareciera que ella pensaba que publicar era
la única prueba de que algo tenía valor, ya que sabía perfectamente que un montón
de grandes escritores habían permanecido en la sombra durante años, hasta que
fueron descubiertos. En vez de eso le preguntó:

¿Hace mucho que intentas publicarla?

Siglos. Hace unos tres años. La escribí en la universidad, cuando estaba


saliendo del armario y descubrí que existe una sociedad de mujeres oculta. ¿Te has
dado cuenta alguna vez de que las mujeres saben dónde encontrarse? ¿Que se
reúnen de forma natural? No todas las mujeres, sólo las que no están tan
relacionadas con los clubs o con los hombres. Por ejemplo, las estudiantes de
humanidades o las que no pertenecen a ninguna asociación de mujeres.

Sé a lo que te refieres. Las atletas siempre tienen un sitio al que ir...

No es exactamente el mismo lugar al que me refiero — dijo Vicky—. Las


chicas de gimnasio...

¿Me estás llamando chica de gimnasio? — Lucy arqueó las cejas fingiendo
un enfado y aceleró bruscamente.

Vicky enrojeció.

No lo decía como un insulto.

Es broma —dijo Lucy—. Yo era deportista y me di cuenta de que, mientras


nosotras las deportistas nos sentábamos en el club de estudiantes a tomarnos una
cerveza, había un montón de mujeres de aspecto interesante cerca del bufete de
ensaladas. Siempre supuse que eran lo que quedaba del Centro de Mujeres.

Probablemente lo eran — dijo Vicky —. Puede que los centros hayan ido
cerrando con el paso de los años, pero todavía sigue existiendo la necesidad. La
necesidad de un espacio separado donde no haya que preocuparse por los
hombres, por salir con ellos y...

¡Oh! Siempre he creído que había mucha tensión en lo de salir con alguien,
pero no sólo con hombres.

Vicky se rió.

Me has pillado. Pero es un tipo de tensión diferente. No es tan agresiva, ni


tan desesperada.

Lucy no dijo que ella había visto algunas relaciones lésbicas desesperadas.
La mujer que ocupaba la vida de Jane, antes que Lucy se desesperó cuando
terminó la relación con la llegada de Lucy. Estaba impaciente por encontrar a
alguien, cualquiera, que le permitiera seguir en el tiovivo del círculo social de Jane,
donde todo el mundo era una celebridad de algún tipo y donde las novias que no
eran una celebridad por sí mismas se veían apartadas cuando la relación llegaba a
su fin. Al final, a Lucy había dejado de gustarle tanta impasibilidad: el modo en que
las relaciones terminaban con un simple gesto de la mano, mientras los dos
miembros de la pareja se preguntaban con qué tipo de mujer se lo iban a montar a
continuación. Siempre estaban muy solicitadas las tenistas cabeza de serie y las
golfistas profesionales.
Vicky estaba diciendo:

Así que me concentré en sacarle una instantánea en aquel momento. Cómo


muchas mujeres que viven al margen de las tendencias más comunes dan forma a
sus vidas y constituyen su propia sociedad. De ahí viene el nombre Contracorriente,
en oposición a la corriente dominante.

¿Y de qué va tu segunda novela?

De vivir un tiempo que te han prestado. Así es como me siento,


generalmente.

¿Por qué? —Lucy le lanzó una mirada furtiva y Vicky se encogió de


hombros.

Quiero escribir, fotografiar y documentar nuestras vidas. Pero no son cosas


con las que pueda ganarme el sustento, y menos si el tema central son las
lesbianas. Así que me dedico a cuidar casas mientras los dueños no están,
encuentro espacios en colectivos y me voy mudando. Me da miedo anquilosarme si
me quedo en un sitio durante demasiado tiempo, pero siempre me preocupa dónde
voy a ir después. Podía haberme quedado un año en un rancho en Dakota del Sur,
pero no había ni electricidad —ya sabes, integristas de verdad, que viven como los
Amish— y mi ordenador, a pesar de lo antiguo que es, necesita electricidad.
También había un editor de Simón & Schuster que estaba interesado en una historia
sobre aquellos integristas, pero no puedo imaginarme escribiendo a mano, aunque
sé que hasta hace cien años era precisamente así como lo hacía todo el mundo.

Que no haya electricidad también es un poco demasiado rústico para mí.

También está el tema del baño. Tener que calentarme mi propia agua no es
exactamente la idea que tengo de un baño de lujo.

Lucy se rió.

Mi abuela vivió de un modo bastante parecido hasta el día de su muerte. Tuvo


electricidad los últimos veinte años de su vida pero, aparte de eso, llevaba una vida
muy sencilla, muy natural. No obstante, siempre sostuvo que todo el mundo se
merecía tener agua caliente. Recordaba el día y la hora en que se la instalaron en
su cabaña y lo celebraba igual que algunos celebran el 4 de julio. Era todo un
carácter.

Creo que la gente debería vivir de un modo más sencillo — dijo Vicky, muy
seria— o, mejor dicho, que todos podríamos vivir de un modo más sencillo. Me
gusta vivir en una cabaña, aunque a veces me sienta un poco sola. Voy en coche al
mercado a comprar lo que necesito y el montón de leña es todavía bastante alto.
Los que me han dejado la cabaña se han ido a Nueva York a cuidar de la casa de
unos amigos que están en Venecia cuidando de la casa de otros amigos, etcétera,
etcétera. Voy a disponer de ella lodo el invierno y puede que hasta junio.

Suena de maravilla. — Lucy aceleró para evitar la confluencia de tráfico de la


405 y después se colocó en el primer carril de la autopista de Sunset, bordeando el
lago Sammamish por el sur—. Llegaremos a casa en unos quince minutos, más o
menos.

Esta zona es preciosa — dijo Vicky—. Mi cabaña también es espectacular.


Tienes que venir a visitarme: está decidido.

Lucy le advirtió con severidad al Destino que se estuviera quieto y que por
favor hiciera callar al Amor que seguía cantando todas las estrofas de I think I love
you, una canción nauseabunda.

Charlaron del paisaje que estaban atravesando y del amor que ambas
sentían por el estado de Washington. Momentos después, Lucy entraba en el
camino que llevaba hasta su casa y abría la puerta del garaje con el control remoto.
De repente, se puso nerviosa al pensar que tenía que enseñarle la casa a Vicky. Sin
duda, ella era una capitalista decadente, pero intentaba cumplir con la parte que le
tocaba en el mundo: apoyaba las campañas para plantar árboles, acabar con la
deforestación y conservar los pocos bosques originales que quedaban, y daba
dinero a la Fundación de la Comunidad de Seattle. Sin embargo, la casa que se
había comprado no reflejaba sus instintos ecologistas. Se la había comprado
especialmente por las vistas que tenía al monte Snoqualmie desde el salón y por el
jardín trasero, que era muy largo, aunque algo estrecho.

¡Qué casa tan bonita! — exclamó Vicky—. ¡Guau!

Se detuvo a la entrada del salón. Al fondo, enmarcada por una ventana sin
cortinas, quedaba la imagen de la montaña, de más de dos mil metros. La cara
oeste, la más cercana, era de granito salpicado por árboles de hoja perenne. La
nieve seguía pegada a la cara norte y la parte superior de la montaña estaba
rodeada de bruma y niebla, desafiando al cielo, que, con esa única excepción, era
de un azul brillante.

Era mística y pura, pensó Lucy , y el largo y poblado valle que la separaba de
la montaña no tenía ninguna importancia.

¡Qué romántico! — dijo Vicky—. Y ayuda a inspirarse, ¿verdad?

Yo también lo creo — repuso Lucy. Cuando se acababa de mudar allí, se


pasaba horas en el jardín trasero lanzando flechas. La montaña de telón de fondo la
hacía sentir como Robin Hood o como los arqueros galeses de las leyendas que le
contaba su abuela, que habían echado a los invasores normandos del pie del Eyri.
Se dio cuenta de que no había salido al jardín desde principios de primavera,
cuando una nevada imprevista hizo que tuviera que apartar la nieve de las plantas
menos resistentes. Por lo general, el servicio de jardinería se encargaba de
mantener el jardín en buenas condiciones. Sintió punzadas en los músculos de los
hombros y supo que la próxima vez que tensara un arco pagaría por ello.

¿En qué piensas? — le preguntó Vicky—. A veces no sé lo que te pasa por


la cabeza.

Lucy agarró la maleta de Vicky y le dijo:

Estaba pensando en que ya es hora de enseñarte la habitación.

Enseñarle la habitación a Vicky les llevó unas cuantas horas —horas


deliciosas y apasionadas, que borraron la inquietud de Lucy por si lo que ella y Vicky
habían descubierto en Louisville no se repetía en su casa. Se repitió.-Es maravilloso
—fue lo que Lucy susurró a Vicky mientras yacían una junto a la otra.

¡Oh, sí! — exclamó Vicky con énfasis—. Maravilloso se queda corto.

¿Qué te parece si cenamos? Hice acopio de comida china para que no


tuviéramos que salir esta noche. No soy una gran cocinera. Quiero decir que puedo
cocinar, pero no tengo tiempo para hacerlo como es debido. Sé cómo hacer
conserva de manzanas en plena tormenta, pero necesito preparación.

Una habilidad útil — dijo Vicky, resiguiendo el hombro de Lucy con un dedo
—. Como soy vegetariana, cocino mucho para mí misma. Además, viviendo en un
lugar tan apartado, agradezco enormemente que sea otro quien cocine y que haya
restaurantes. Pero, por lo menos, al vivir justo al lado del estrecho puedo conseguir
marisco fresquísimo.

Bueno, esta noche tenemos verduras mu shu, langostinos con piña y una
sopa agria y picante, sin carne.

Suena delicioso y yo estoy muerta de hambre — dijo Vicky.

Después de cenar, Lucy volvió a sentirse incómoda. En Louisville nunca se


habían preguntado qué hacer después de la cena. Allí hacían el amor hasta caer
rendidas, dormían, comían, llegaban tarde a los talleres y se iban pronto, y luego
volvían a hacer el amor. Ahora que no tenían que aprovechar al máximo cada
momento, sugerir que volvieran a la cama le parecía de mal gusto, aunque había
partes muy influyentes de su cuerpo que no estaban de acuerdo con aquella
afirmación.
¿Quieres ver una película? Tengo una buena colección.

Fantástico — respondió Vicky y se giró de repente—. Estás nerviosa. No lo


estés, no tienes por qué hacer de anfitriona.

No puedo evitarlo. — ¿Cómo podía decirle que tenía miedo de que algo
saliera mal? Que le daba miedo que acabaran sintiendo indiferencia una por la otra
o que descubrieran una diferencia irreconciliable. No quería enfrentarse a las
repercusiones de sus miedos, que le decían que se sentía más atraída que nunca
por Vicky.

Bueno, tendré que hacer que te sientas cómoda de algún modo — dijo
Vicku, tomándole la mano y pasándole la punta de la lengua por la muñeca.

Esto no me ayuda nada a mantener la calma — replicó Lucy, consciente de


que el albornoz que se había puesto se estaba desatando otra vez.

Vicky la dejó ir y le ató bien atado el albornoz.

Veamos una película.

«Me siento como una criatura», pensó Lucy. Contempló a Vicky mientras
pasaba revista a su colección de vídeos y se preguntó cómo era posible que ella,
una mujer con tanto control de su vida, con una buena cabeza sobre los hombros (el
mayor elogio de la abuela MacNeil), estuviera hecha un flan por una mujer que era,
por lo menos, seis años más joven que ella y que acababa de salir del resguardado
mundo académico. Sentía que Vicky la miraba como si la conociera perfectamente,
tanto en lo bueno como en lo malo.

¿Qué haces tú con todas estas películas de La jungla de cristal? — La nariz de


Vicky se arrugó en señal de disgusto.

Me gustan — admitió Lucy tímidamente—. Sé que son machistas y violentas.


He suprimido las partes más violentas, pero me gusta la historia y la puesta en
escena.

Pero Bruce Willis es republicano.

Bueno, eso bastó para que perdiera el interés por las películas de
Schwarzenegger, excepto por las Terminator. A él no lo aguanto y el guión no es
muy bueno, pero las películas de La jungla de cristal, bueno, me gustan. ¿Qué
quieres que te diga?
Vicky frunció los labios y le dirigió a Lucy una sonrisa que indicaba que creía
que podría hacer que Lucy cambiara de opinión, pero se limitó a inspeccionar una
cinta.

Odio tener que reconocerlo, pero no la he visto nunca.

Lucy sonrió, contenta de que Vicky hubiera pasado por alto su absurda
aunque completa colección de películas de ciencia ficción de mala calidad, del estilo
Mystery Science Theater.

Me encantará volver a verla.

Se pusieron cómodas para ver Media hora más contigo. Vicky apoyó la
cabeza sobre el regazo de Lucy.

Por fin lo he entendido — dijo Melissa cuando Kay se equivocaba al contar el


cambio mientras Patsy Cline cantaba con suavidad Sweet dreams.

¿Qué has entendido?

Por qué a las mujeres les encanta esta película — respondió, con una
sonrisa—. La historia es buena y la puesta en escena es magnífica.

La novela era diferente, pero aun así la película le hace justicia. Y estoy
convencida de que intervinieron hombres.

Vicky le sacó la lengua.

Nunca sabremos lo que podría haber llegado a ser si no hubieran intervenido


hombres.

A mí me gusta tal cual es — repuso Lucy.

Vicky estuvo callada hasta la mitad de lo que, en opinión de Lucy, era la más
tórrida escena de sexo entre mujeres jamás filmada.

No puede ser que estén teniendo un orgasmo — dijo Vicky.

¿Y a quién le importa? — inquirió Lucy, respirando profundamente. Hizo


caso omiso de la sonrisa de complicidad de Vicky, pero no protestó cuando ésta se
las arregló para deslizarle una mano bajo el albornoz.

Tienes razón — dijo Vicky y mordisqueó los muslos de Lucy por encima de la
tela.
Con la distracción que vino a continuación, tuvieron que acabar de ver la
película a la mañana siguiente.

Capítulo 4

Mira qué buen color tienes en las mejillas. — Debra estaba de pie, en el umbral del
despacho de Lucy, mirándola acusadoramente—. Ahora ya puedes empezar a
cantarlo todo, y más.

¿Qué es lo que quieres saber? — Lucy mostraba una actitud paciente que
sabía que sacaría aún más de quicio a Debra.

Pues todo, idiota. — Se sentó en la silla para las visitas con el aspecto de
alguien que no pensaba moverse en todo el tiempo que hiciera falta—. ¿Dónde os
conocisteis?

En la conferencia.

¿También es agente de patentes? — Debra abrió mucho los ojos.

No. Ella estaba en otra conferencia.

No seas tan pesada. ¿No éramos amigas? ¿Voy a tener que someterte a un
interrogatorio?

Lucy suspiró con el aspecto más resignado que pudo, pero sabía que el
pequeño gesto de sus labios la traicionaba.

Vale. Estaba en una convención de escritoras lesbianas.

¡Oh, Dios! ¡Menuda suerte!

Congeniamos desde el principio, sobre todo después de que ella descubriera


que yo no era heterosexual.

¿Y eso fue antes o después de que vosotras... mmmm... congeniarais?

Después. Hubo un pequeño malentendido, pero ella me perdonó.

Ya sé que no me lo vas a contar —dijo Debra—, pero es igual. ¿Y dónde


vive? ¿Es famosa? — Debra ahogó un grito—. ¿Es esa escritora que vive en la isla
de Vashon? ¿Aquella tan famosa? Por eso no querías decirme quién era y tenías
que ir a recogerla al ferry. Pero yo creía que tenía una novia con la que llevaba
años. Eres una destrozahogares.
Debra, no soy una destrozahogares. Se llama Victòria Tenebris, todavía no
es famosa y creo que esto se está complicando demasiado. ¿Ya tienes bastantes
detalles?

Debra parecía un poco decepcionada.

¿Qué quieres decir con eso de que se está complicando demasiado?

Tardé dieciocho meses en llegar a plantearme si podría vivir con Ellen y eso
que la quería muchísimo. Una parte de mí sigue queriéndola. Sin embargo, este fin
de semana quería preguntárselo a Vicky. Y ni siquiera hace un mes que la conozco.
Llevo toda la mañana pensando en esto.

¡Guau! Has perdido la chaveta por ella.

Sara rió:

¿Qué coño quiere decir perder la chaveta?

No cambies de tema. ¿Por qué yo no puedo conocer a alguien y


enamorarme?

Yo creo que ésa es la parte fácil — dijo Lucy—. Lo difícil es lo que viene
después — Debra parecía confundida—: el «felices para siempre jamás», la
monogamia.

Nadie es feliz para siempre jamás, con excepción, quizás, de Joanne


Woodward y Paul Newman. Además, la monogamia forma parte del patriarcado.

Una lesbiana sabia, no recuerdo cuál, dijo una vez que siempre son los
necesitados los que están a favor de la redistribución.

¡Ah, ya lo entiendo! Si alguna vez tengo una relación seria, me volveré


monógama. Pues muchas gracias — dijo Debra con desdén—. ¿Crees que no soy
fiel a mis convicciones?

No lo decía en ese sentido — empezó Lucy, pero Debra se levantó


indignada.

Pues mira cuánto me importa que te rompan el corazón. Lo que tú quieres es


algo que sencillamente no va a suceder y te ríes de mí porque acepto el mundo tal y
como es. — Se fue, profiriendo un gruñido lleno de indignación.
Mierda — dijo Lucy. Trabajar con Debra era como tener alrededor un
caniche de pura raza. Un tropezón y hacían falta dos almuerzos y una caja de
bombones See para reparar los daños causados.

Intentó concentrarse en el trabajo, pero leer la memoria detallada del último


producto de sistemas operativos le estaba provocando dolor de cabeza.
Normalmente podía sumergirse en la lectura inmediatamente y no levantaba la
cabeza hasta seis horas después. ¿Dónde estaba su concentración?

Capítulo 5

En una pequeña cabaña, justo al lado del estrecho de Puget, pensó. Una vez
que consiguió superar sus nervios, ella y Vicky se dispusieron a pasar un fin de
semana encantador. Alquilaron bicicletas en el Elizabeth Park y luego se pusieron
en camino a través del Pike Market. Encontraron un precioso restaurante regentado
por lesbianas cerca de la universidad y cenaron allí. El domingo se levantaron tarde,
leyeron el periódico, devoraron salmón ahumado con bagels y queso cremoso, y
luego bajaron paseando por la colina hasta el mercado y compraron ensaladas para
hacer un picnic. Después del picnic, Vicky reconoció que sería una buena idea
poder lavar la ropa del fin de semana, ya que lavar ropa en la cabaña resultaba
bastante incómodo. Como no tenía nada que ponerse, ni siquiera ropa interior, Vicky
se quejó, dijo que se sentía muy vulnerable, así que Lucy se sumó al nudismo y,
antes de que pudieran darse cuenta, se encontraron haciendo el amor en el suelo
del salón, con las mismas ganas y la misma falta de aliento de la primera vez.

Capítulo 6

Si se quedaba mirando aquellos papeles, tampoco conseguiría nada. Salió a


comer, algo que hacía pocas veces, e intentó quitarse a Vicky de la cabeza. Aún
llevaba retraso por haber ido a la conferencia y sólo podría tomarse el viernes libre
si se las arreglaba para adelantar algo de trabajo. De acuerdo, no tenía a nadie que
la controlara, pero ella sabía perfectamente cuáles eran sus plazos de entrega y se
conocía a sí misma lo bastante bien como para saber lo que tenía que hacer si
quería cumplirlos. A su jefe no le importaba si ella se tomaba un mes de vacaciones,
siempre que cumpliera los plazos para completar las solicitudes de patentes. Era un
tipo de relación jefe-empleada llano y sencillo, y a ella le gustaba. Si aquel fin de
semana quería disponer de un día extra para pasar en la cabaña de Melissa, tenía
que concentrarse.

Le costó concentrarse cuando volvió al trabajo, pero lo logró. Estuvo leyendo


durante varias horas y tomó notas en su ordenador portátil del lenguaje preciso que
quería citar de la memoria detallada. Al final, se levantó para ir a buscar una taza del
pésimo café de la máquina de la oficina y luego se pasó por el despacho de Debra
para dejar la chocolatina que le había comprado a la hora de comer.

Como de costumbre, Debra estaba colgada del teléfono — todos los


abogados especializados en pleitos que Lucy conocía habían nacido con un
auricular en la mano—, pero le dijo por señas: «Sigues teniendo un problema»,
mientras Lucy deslizaba la chocolatina sobre la mesa de Debra.

De vuelta a su silla, se preparó para un largo trayecto y consiguió acabar con


un grupo de reivindicaciones antes de que su diminuto reloj marcara las nueve.
Guardó bajo llave su carpeta y su ordenador portátil en el mueble ignífugo diseñado
para ello y condujo a casa, sintiéndose aliviada por no haber perdido todo el día
soñando con Vicky. La verdad es que no volvió a pensar en ella hasta después de
haber pedido su cena favorita. Una hamburguesa iría la mar de bien con las sobras
de la ensalada que tenía en casa. Estaba esperando dentro del coche en la
autohamburguesería cuando recordó que Vicky le había preguntado que a qué se
había referido la primera vez que estuvieron juntas, cuando le dijo que solía ser ella
quien llevaba la iniciativa en la cama.

El recuerdo le hizo sentir que toda ella se aflojaba. Estaba sentada a


horcajadas sobre la cintura de Vicky , le había agarrado las muñecas y las sujetaba
contra el suelo. La besó lentamente y luego le dijo al oído:

Como yo era una deportista, las mujeres que no lo eran esperaban que yo fuera
así, que estuviera encima. Y a mí no me importaba. — Le mordió el lóbulo de la
oreja y luego le pasó la lengua, muy despacio, por la clavícula.

Yo tampoco puedo decir que me importe — dijo Vicky—. Sólo que no te veo
como una camionera.

Lucy dejó lo que estaba haciendo y miró a Vicky a los ojos.

Yo tampoco me he considerado nunca una camionera. Además, no estoy segura de


equiparar la agresividad sexual con el hecho de ser masculina. Ni femenina. Pero
eso era lo que mis amantes esperaban de mí.

Yo tampoco me he sentido nunca entusiasmada por ningún papel — dijo


Vicky—. ¿Pero qué te parece...? —Consiguió liberar las muñecas que Lucy tenía
aferradas y ésta se encontró debajo, con Vicky sentada a horcajadas encima de ella
—. ¿Arriba y abajo?

Lucy sonrió pero la lengua de Vicky rozándole un pezón le cortó la


respiración.
Me gusta, mientras no me hagas daño. No me gusta el sufrimiento, por eso era tan
mala corredora de fondo.

De momento estamos batiendo nuestro propio récord —dijo Vicky—. Esto


me gusta: tener el control durante un rato, hacer lo que quiero y adivinar lo que
quieres tú, pero también me gusta cuando mandas tú, cuando eres agresiva.

Muy bien. — Lucy había conseguido vencer la falta de aliento que empezaba
a asociar con su deseo por Vicky —. Ahora que hemos decidido que somos
sexualmente compatibles, ¿podemos continuar?

Por supuesto — respondió Vicky, agachándose para besarla. No le soltó las


muñecas hasta que necesitó las manos para excitarle los pechos. Se había
tumbado al lado de Lucy, de manera que ésta pudo girar la cabeza y tomarle un
pecho con la boca.

Algo blanco golpeó la ventanilla del coche y Lucy gritó, asustada. El pie se le
escapó del pedal del freno y el coche salió disparado hacia delante apenas un
metro.

Señora, su hamburguesa — le dijo bruscamente el camarero cuando Lucy bajó el


cristal de la ventanilla.

Lo siento — masculló y se giró para recoger la bolsa.

Lo mires como lo mires, pensaba mientras se iba, estaba loca por Vicky .
Podía ser incluso que estuviera para que la encerraran.

FIN

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