Libro 5
Libro 5
Libro 5
Por una
parte, el sojuzgamiento e inicio del despojo de los indígenas. Por otra, la resolución en
beneficio del poder metropolitano, del conflicto creado por los primeros colonos que
intentaron retener buena parte del control local. Al comienzo de la colonización, para manejar
las tierras y las gentes recién conquistadas, los españoles necesitaron de los caciques locales,
que siguieron como autoridades de sus pueblos. Así se dio el “mandato indirecto”. Pero desde
el inicio establecieron mecanismos de control de los indígenas. La institución básica del período
fue la encomienda, que consistía en el encargo o “encomienda” –de allí su nombre– que hacía
la Corona a un colono español –el encomendero– de un grupo de indígenas, para que los
catequizara. Para esta labor, el encomendero pagaba a un eclesiástico –el doctrinero– que
tenía a su cargo la “evangelización”. Los indígenas debían pagar un tributo a la Corona y, como
pago del beneficio de la cristianización, quedaban obligados a prestar servicios al encomendero
o a darle dinero. Así se estableció un mecanismo de extracción de excedentes en forma de
trabajo e impuestos, y un instrumento de control ideológico de las masas indígenas, que
fueron catequizadas por el clero. Entre la década de 1530 y la de 1590 se extiende un período
de asentamiento del poder colonial en el que, por una parte, se establece el sistema hispánico
(fundación de ciudades, diócesis, audiencias, etc.), y se consuma, por otra, la dominación de
los pueblos aborígenes. Todo esto se da bajo condiciones del “encuentro” de dos sociedades:
de un lado, la metropolitana, que estaba inmersa en la transición del orden feudal al capitalista
en Europa; de otro, la indígena, que experimentaba una aguda crisis de las formas aborígenes
de organización social que precipitaron su derrota. Organización administrativa Luego de la
conquista militar se institucionalizó el poder colonial, pasando de este modo paulatinamente al
“mandato directo”. Las ciudades hispánicas se fundaron desde el inicio: Quito (1534),
Portoviejo y Guayaquil (1535), Popayán y Cali (1536), Pasto (1539), Loja (1548), Zaruma y
Zamora (1550), Cuenca (1557), Baeza (1559), Tena (1560), Riobamba (1575). En estas villas o
ciudades propiamente dichas se estableció un cabildo representante de los intereses
dominantes locales, que cumpliría un papel crucial en el régimen colonial. El cabildo de Quito,
asiento también del gobernador nombrado por el Rey, asumió funciones de reparto de tierras y
organización de servicios. Desde la década de los cuarenta se buscó organizar la administración
religiosa. Vaca de Castro pidió el nombramiento de obispo para Quito. La diócesis fue creada
en 1545 con jurisdicción en lo que hoy es territorio del Ecuador, el sur de Colombia y el norte
del Perú. Para primer obispo fue nombrado el bachiller García Díaz Arias, que se posesionó en
1550. La administración legal y política adquirió organización definitiva en 1563, cuando se
creó la Real Audiencia de Quito, con jurisdicción parecida a la del obispado. Su primer
Presidente fue el licenciado Hernando de Santillán, que se posesionó en 1564. Además de las
ciudades de fundación española, se conservaron en las tierras de la Audiencia de Quito varios
asientos indígenas. No solo en este aspecto se dio continuidad a la sociedad indígena, ya que la
prevaleciente “Legislación de Indias” mantuvo una división entre la República de blancos, que
agrupaba a los colonos, y la República de indios, que mantenía sus elementos comunitarios
constitutivos e inclusive sus autoridades étnicas, como los caciques, asimilados a la burocracia
para efectos de gobierno y recaudación de impuestos. Durante el gobierno del virrey Francisco
de Toledo en el Perú (1569-1581) se realizaron fundamentales reformas administrativas y
fiscales que consolidaron el poder colonial en todo el Virreinato y en la Audiencia de Quito.
Hacia finales del siglo XVI en Quito se dio un conflicto entre el presidente de la Audiencia
Manuel Barros, de inclinaciones pro indígenas, y el Cabildo, defensor de los intereses locales
blancos. En 1592 y 1593 se produjo la Rebelión de las Alcabalas contra la aplicación de un
impuesto que afectaba al comercio local. Al fin triunfó una vez más la Corona, pero se mantuvo
una suerte de equilibrio de fuerzas entre ella y los poderes locales. SEGUNDO PERÍODO: AUGE
DEL ORDEN COLONIAL Mitas y obrajes Desde fines del siglo XVI se abre un nuevo período de la
dominación colonial en la Audiencia de Quito. La estrategia española orientada a hacer de
América un centro proveedor de metales preciosos, generó una especialización regional dentro
del imperio colonial. La Real Audiencia de Quito emergió entonces como un importante
abastecedor de tejidos y alimentos para los grandes centros de explotación minera de Potosí.
La encomienda fue perdiendo importancia hasta ser suprimida, y se consolidó el mecanismo
básico de la organización económica, la llamada mita. Esta institución de origen incaico,
reformulada por los colonizadores, consistía en un determinado tiempo de trabajo obligatorio
que los indígenas varones adultos tenían que realizar. La Corona distribuía este tiempo de
trabajo, reservándose parte de los mitayos para obras públicas y entregando los demás a los
colonos españoles que requerían de mano de obra. Aunque el trabajo era forzado, tenía que
pagarse un salario, lo cual garantizaba al Estado que los indígenas dispusieran de recursos para
el pago del tributo. Los mitayos trabajaban principalmente en la producción textil y la
agricultura. Los llamados obrajes –centros de elaboración de paños– se desarrollaron
enormemente, de manera especial en la Sierra norte y centro. La Real Audiencia de Quito se
transformó de ese modo en uno de los polos dinámicos del imperio colonial español, con una
actividad productiva y de intercambio especializada, aunque por ello sumamente vulnerable. El
poder económico se concentró en manos de los grandes productores y comerciantes de
textiles, que manejaban obrajes propios o alquilaban los de la Corona. Se definió una relación
de explotación metrópoli-colonia, en la cual las riquezas producidas iban en parte a manos de
los grupos dominantes locales y fundamentalmente a alimentar el funcionamiento de la
economía española, que a su vez era crecientemente dependiente de los centros más
dinámicos de la manufactura y el comercio europeos. Determinada estructuralmente por el
hecho colonial, la economía de lo que hoy conocemos como Ecuador era desde esta época
influenciada en forma directa por su inserción en la economía internacional. La sociedad
colonial Luego del primer siglo de colonización hispánica se había definido una estructura
social fuertemente diferenciada y asentada sobre la desigualdad. Los blancos, especialmente
los españoles de origen peninsular (miembros de la burocracia civil y eclesiástica,
encomenderos, obrajeros y comerciantes) estaban en la cúspide de la pirámide social. Ellos
controlaban los principales centros de produción económica, la circulación de los bienes y el
poder político en la Audiencia y en los cabildos locales. En la base de la estructura social
colonial, de otro lado, estaban los pueblos indígenas que sufrieron cambios profundos, pero al
mismo tiempo lograron mantener la continuidad de varios elementos de su organización. El
más importante de ellos fue la lucha por la conservación de las tierras, que iban pasando a
manos españolas, no sin hallar de parte de las comunidades dura, y a veces exitosa, resistencia.
La mantención de la estructura comunitaria indígena, de sus caciques y formas culturales, fue
usada por los colonizadores como mecanismo para el cobro del tributo que los indígenas
debían pagar al soberano español. Pero eso significó también la persistencia de formas de
organización e identidad que permitieron nuevos tipos de inserción de los pueblos indios en la
vida del conjunto social. Sería, pues, un error pensar que la diferenciación entre la República de
blancos y la República de indios era una barrera de incomunicación, puesto que ambas estaban
estrechamente imbricadas por relaciones de interdependencia y dominación. Los indígenas
aprendieron pronto ciertas técnicas agrícolas, el cultivo de plantas y la domesticación de
animales venidos del viejo continente. El quichua, que comenzó a ser difundido por los incas,
terminó por ser la lengua común de los indios, por influencia también de los misioneros. Se dio
una interrelación de ese idioma con el castellano. La religión, usada para el sojuzgamiento, fue
asimilada como forma de identidad y de expresión de la resistencia indígena. Muchas veces las
formas religiosas y culturales fueron más efectivas para la continuidad aborigen, que las fugas
masivas, los suicidios y los levantamientos violentos que, desde luego, tuvieron gran incidencia
sobre todo en determinados momentos de la vida colonial. Conforme avanzó la época colonial
fue adquiriendo mayor importancia el mestizaje. Éste se originó fundamentalmente entre las
uniones de conquistadores y mujeres indígenas, gestándose de este modo un grupo social
intermedio entre blancos e indios dedicado a ciertas labores agrícolas, el mediano comercio y
la artesanía. Los mestizos bregaron por abrirse campo entre sus dos polos de origen social y
étnico y lograron el reconocimiento de ciertos “privilegios” reservados a los blancos
peninsulares, pero quedaron relegados a una situación intermedia y subalterna en la sociedad,
puesto que no podían demostrar “pureza de sangre”. Solo con el paso del tiempo irían
logrando el reconocimiento de cierta identidad propia que se expresó en varias
manifestaciones de la cultura popular urbana de la época. Ya para el siglo XVII, en la Real
Audiencia de Quito se habían asentado varios grupos de esclavos negros importados para
realizar trabajos en la Costa y en ciertos valles cálidos de la Sierra. Fue creciendo de ese modo
un grupo social que, aunque minoritario, adquiriría importancia sobre todo en ciertos espacios
regionales. La situación de esclavitud colocó a los negros en el último lugar de la vida colonial.
Pero en Esmeraldas surgió una sociedad de negros libres y mulatos o zambos que mantuvo
cierta autonomía frente a las autoridades coloniales. Con la diferenciación socioeconómica y
étnica, se consolidó una sociedad estamentaria que consagraba la desigualdad. Sus grupos
tenían deberes y derechos diversos de acuerdo a su lugar en la estructura social y el control de
la propiedad. Los blancos podían estar exentos del trabajo, epecialmente manual, y podían
ejercer en forma exclusiva funciones de dirección política y religiosa. Los mestizos que no
pudieran ser reconocidos como blancos, ejercían ciertos oficios, pero estaban excluidos de la
educación formal y las funciones públicas. Los indios, y desde luego los negros, se dedicaban
exclusivamente al trabajo manual. En esta sociedad se consagró también una realidad de
discriminación de la mujer, que soportaba el peso del trabajo familiar en todos los niveles y
estamentos. Estado, Iglesia y cultura En toda la Época Colonial, el papel del Estado fue decisivo.
No solo cumplió una función de conservador del orden, garante de la actividad económico-
social y de las funciones políticas e ideológicas consiguientes, sino que se constituyó en una
suerte de escenario de las contradicciones entre los intereses metropolitanos y locales. Al
mismo tiempo fue también un regulador de las condiciones de reproducción del conjunto de la
sociedad, puesto que participaba activamente en el funcionamiento de las mitas y la
distribución del trabajo social. El Estado colonial no comprendía solamente la administración
de la Audiencia, sino todas las instituciones donde se daba la dirección política. En este sentido,
los cabildos deben también considerarse como parte del aparato del Estado. Lo mismo puede
decirse de la Iglesia, que estaba sometida al control de las autoridades estatales. En efecto,
gracias a una concesión del Papa, los soberanos españoles ejercían el derecho llamado de
patronato sobre la Iglesia americana. Como patronos se comprometían a protegerla y dotarla
de recursos, al tiempo que ejercían celosamente las atribuciones de nombrar y remover
funcionarios, inclusive disponer sobre cuestiones de culto. La Iglesia estaba firmemente
enquistada en el aparato estatal colonial y ejercía un virtual monopolio de la dimensión
ideológica de la sociedad. La burocracia eclesiástica no solo tenía a su cargo la evangelización
de las masas indígenas y la función educativa de los colonizadores, sino que, al imponer su
cosmovisión de la cristiandad como horizonte ideológico, fundamentaba el “derecho de
conquista” y consolidaba las relaciones de explotación imperantes. Junto a esto, la Iglesia fue
adquiriendo cada vez mayor poder económico, hasta transformarse en el primer terrateniente
de la Audiencia. La Iglesia era la institución con más recursos para promover las actividades
culturales; en realidad una de sus funciones básicas. Entre los más notables intelectuales de la
época estaban los clérigos y algunas monjas. Las manifestaciones artísticas se desarrollaron
bajo la protección de los conventos, que demandaban obras con motivos religiosos destinados
a la evangelización. El enorme desarrollo de la escultura, la pintura y la construcción, que se dio
en el siglo XVII hasta bien avanzado el siglo XVIII, se asentó en la utilización de la mano de obra
artesanal mestiza y aborigen, que no solo copió calificadamente modelos europeos sino que
introdujo elementos originales que han hecho de nuestro legado cultural una de las más altas
expresiones del arte americano. Quito y su jurisdicción fueron un centro muy importante de la
pintura, la imaginería y el tallado.