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Como Superar Las Perdidas en La - Alba

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Cómo superar las pérdidas en la vida

MARÍA MERCEDES P. DE BELTRÁN


CONTENIDO

1. ¿Cuándo estamos ante una pérdida?

Tipos de pérdidas

- Deliberadas

- Involuntarias

- Repentinas y progresivas

- Temporales y definitivas

Las tres etapas del duelo

- De negación

- De confrontación

- De restablecimiento del equilibrio y del control

2. El papel de las emociones

3. Todo lo que usted puede hacer

Diferencias entre las distintas actitudes

Actitudes que ayudan a “ sobrevivir” a las pérdidas

4. El lado bueno de las pérdidas


Aprenda el desapego
Amigo Lector:
Quiero comenzar por darle la bienvenida.

Si ha acudido a estas páginas buscando entender, manejar o mitigar


el dolor que está experimentando ante una pérdida, a usted no lo ha
paralizado su pena. Se encuentra actuando, punto de partida que está
completamente a su favor.

No quiero subestimar su sufrimiento ni lo difíciles y confusos que le


estarán resultando estos momentos. Sin embargo, lo invito a considerar
su situación bajo la percepción de la doctora Elizabeth Kubler-Ross,
médica y profesora de psiquiatría en la Universidad de Chicago, que
se especializó en asistir a personas moribundas, para ayudarlas a
aceptar su condición, y en aliviar el sufrimiento de sus familiares
después de la pérdida:

«Cuando podamos ver cada hecho de la vida, incluso


una tragedia, como un regalo oculto, ese día habremos
encontrado la mejor forma de nutrir nuestra alma».

Cualquier proceso de separación, desde la muerte hasta las


situaciones más frecuentes de la vida (como el traslado de un amigo a
otra ciudad) trae implícitas pérdidas. Ahora bien, una pérdida
significativa produce una herida emocional. Decir adiós a algo
apreciado es un trabajo complejo y delicado. Toda herida, física o
emocional, necesita adelantar un proceso natural de recuperación
antes de sanar.
Su tarea consiste en no dejar prolongar esa herida... en vivir los
cambios sabiendo sanarla. No importa que el dolor se agudice en
algunos momentos; confíe en que pasará; el tiempo hará sabiamente
su parte y usted vivirá un proceso de sanación natural que, manejado
en forma adecuada, finalmente se convierte en un excelente aliado
para volverse más fuerte, más sensible y conocerse mejor a sí mismo.

Recuerde que, a pesar de lo mucho que haya perdido, no lo perdió


todo y aquello que sobrevivió merece la pena. ¿Ha observado usted
que, muchas veces, cuando lo ha sacudido alguna pérdida finalmente
ha salido airoso de ella? ¿Ha pensado que eso le facilitó dar un
enorme paso en su proceso de madurar? ¿Y sabe por qué? Porque si
hoy vive una pérdida muy significativa, probablemente ésta lo llevará a
fortalecerse y a evolucionar hacia una forma de vida más eficaz.

Pero, para ello, es necesario que pase por una etapa de sanación y
que comprenda que la forma como usted trate esa herida será
definitiva para su futuro. Existen métodos equivocados –como el
alcohol, las drogas o los alucinógenos– que en un momento
parecerían aliviar el duro peso de las pérdidas pero, indudablemente,
las “ fórmulas” sanas son mucho más eficaces y exitosas. De eso se
trata este libro.

Le aseguramos que las experiencias, por más negativas que se nos


presenten, siempre traen consigo una oportunidad... una perspectiva
de crecimiento, sin subestimar lo difícil que resulta el tener que pasar
por ellas.

Saber descubrir dónde está esa oportunidad, encontrar cuánto


provecho hay detrás de las lecciones que nos da la vida y cuántas
“ cosas valiosas” aún nos quedan después de haber sufrido un
infortunio es, definitivamente, el mejor regalo que nos podemos dar.
Con este Practilibro pretendo que se sienta invitado a desarrollar la
habilidad de mirar sus pérdidas en una forma diferente... a aprender a
conocer las reacciones emocionales que éstas desencadenan y a
percibir su sufrimiento como una oportunidad. En resumen, a saber
preguntarse: ¿Qué lección tengo que asimilar ante este nuevo reto de
mi evolución interior... espiritual... vivencial?
1.
¿Cuándo estamos ante una pérdida?

En nuestra vida no existe evolución sin pérdida, ni pérdida sin


evolución. Es decir, avanzar, “ crecer” , significa dejar atrás algo...
desprendernos... y enfrentar lo nuevo que encontramos.

En eso consiste el ciclo de la existencia desde su comienzo, cuando


abandonamos la calidez, la comodidad y la seguridad del útero de
nuestra madre para enfrentarnos a la luz, al ruido y a la extrañeza del
mundo. Sin aquella primera pérdida no podríamos comenzar a
evolucionar.

Y este ciclo sigue siendo un denominador común en nuestro


desarrollo: si no perdemos nuestros dientes “ de leche” , no tenemos los
de adulto; si no dejamos atrás nuestra niñez, nunca somos
adolescentes... ni adultos... ni ancianos.

Cada etapa es un paso más de nuestra evolución, y con ella viene


implícita una pérdida... hasta la muerte, cuando nuestro espíritu
abandona el cuerpo, que ya no necesita para seguir su proceso.

Las pérdidas, por lo tanto, son parte de nuestra evolución. A veces se


identifican fácilmente como pasos necesarios para continuar con
nuestro “ avance” pero, otras, nos resultan incomprensibles pues
pensamos que no deberían suceder, sentimos que nos causan
demasiado dolor y no concebimos que puedan significar una
experiencia positiva para nuestra vida.

Cuando nos encontramos ante una pérdida, experimentamos un


desequilibrio; lo único claro es el enorme desconcierto que nos
produce y la apremiante necesidad que percibimos de adaptarnos a
un nuevo esquema que, en un principio, ni conocemos ni entendemos.

Ese desconcierto es completamente normal; es una situación propia


de los cambios significativos que se dan en la vida. Algunas veces,
viene acompañado de un gran dolor y, otras, de un enorme
aturdimiento como efecto de no saber cuál debe ser nuestro próximo
paso.

De todas maneras, la forma como interpretemos y manejemos esos


cambios y lo que decidamos hacer respecto a ellos, influye de forma
significativa en los resultados que obtengamos, tanto a corto como a
largo plazo. Esto –que es un principio aplicable a todo lo que hacemos
en nuestra vida– resulta aún más cierto en los momentos de crisis.

La palabra pérdida parece referirse sólo a eventos negativos que


nada tienen que ver con nuestra voluntad y que nos producen intenso
dolor. Sin embargo, no siempre es así.

Cuando aquí nos referimos a pérdidas, debemos


entenderlo como los cambios radicales que se producen
en nuestra vida, que suponen dejar algo significativo y,
como consecuencia de ello, nos sentimos
profundamente afectados.

Como veremos más adelante, las pérdidas también se dan a partir de


nuestras propias decisiones; inclusive, eventos de gran alborozo, como
una boda deseada, son pérdidas significativas (los novios dejan atrás
una forma de vida, algunas costumbres, ciertas personas, su hogar,
etc.).

Aun cuando nuestro análisis se referirá siempre a pérdidas


significativas, quiero advertir que, muchas veces, las más pequeñas o
aparentemente superficiales pueden afectar nuestras emociones más
de lo que imaginamos.

Además, algunas pérdidas son obvias y nos resultan de fácil


identificación, por ejemplo la muerte de un ser querido, un divorcio, un
revés económico grave, la pérdida del empleo, un secuestro, un robo,
un accidente... En estos casos, generalmente, las personas son
rodeadas por sus familiares y amigos, y la solidaridad es una especie
de bálsamo para el alma.

Sin embargo, éstas no son nuestras únicas pérdidas significativas.


Hay otras que vivimos casi sin tomar conciencia de que lo son: en la
existencia de todo ser humano hay una lista interminable de hechos
que implican “ dejar atrás” , “ decir adiós” .

He aquí algunas de las circunstancias más corrientes que pueden


ser consideradas como “ pérdidas” –según el grado en que afecten a
cada persona– a las cuales debe hacérsele el “ duelo”
correspondiente.

Unas duelen más que otras, pero todas producen alguna clase de
herida que necesita atención y “ tratamiento” para sanar.

- Abandono forzoso de una actividad: jubilación, no poder


volver a hacer un deporte o a frecuentar un sitio de descanso (se
volvió peligroso, muy turístico, ruidoso), no verse con una
persona por exceso de compromisos...
- Mudanza: de ciudad, de casa, de colegio, cambio a otro grupo
de compañeros de estudio, traslado a otra área de trabajo, a otro
empleo.

- Renuncia a una meta deseada: no poder tener hijos, ver que


la empresa no llegará adonde se esperaba, no ser seleccionado
para el puesto que había luchado (deportivo, político, artístico,
comunitario, laboral...).

- Pérdida de la salud o de un porcentaje notorio de las


habilidades habituales: disminución de la visión o de la buena
memoria, no poder competir como antes en actividades
deportivas, tener recurrentes malestares de salud que antes no
sufría, presentar una enfermedad invalidante, crónica o grave,
pérdida de la juventud, de la belleza, de la voz, de la agilidad, de
la fuerza...

- Pérdida de una parte del cuerpo o de sus funciones: ojo,


riñón, mano, matriz, seno, cabello, dientes; pérdida del bebé
durante un embarazo, de la potencia, apetito o placer sexual,
menopausia...

- Pérdida de una forma de vida acostumbrada: de la libertad,


de la posición económica, de la vida social, deportiva, espiritual o
cultural...

- Pérdida del poder: cambio de empleo o actividad, del lugar


ocupado en la familia (nacimiento de un hijo; generalmente, con
el primero, es una gran pérdida de poder para el padre),
sustitución en las actividades cotidianas por parte de una
persona más joven (relevo generacional para que los mayores
“ descansen” ).

- Pérdidas materiales: un incendio, un robo, un golpe en el


carro, joyas, objetos muy valiosos (materiales o sentimentales),
de la empresa o negocio al que se le ha dedicado mucho tiempo
y trabajo (por venta, por mala situación económica o por relevo
generacional).
- Pérdidas o cambios en las relaciones: cambio de jefe, de
colaboradores, de vecinos, de estado civil, matrimonio de un hijo
(de un amigo), ruptura amorosa, pérdida de una amistad
importante (impacta mucho a niños y a adolescentes y,
generalmente, pasa inadvertida para los padres).

- Pérdidas por evolución: destete de la leche materna,


abandono de la niñez (con la primera menstruación), de la
capacidad de procrear (con la menopausia), abandono de la
secundaria para ingresar a la universidad y de la vida de
estudiante para trabajar, de la soltería para casarse o
consagrarse como religioso...

- Pérdida del buen nombre, de la buena imagen: a este tipo de


pérdidas se le da gran importancia en la adolescencia, cuando
el joven está construyendo su imagen personal, y constituye una
pena inmensa.
Tipos de pérdidas
Puesto que la forma como se nos presentan y su misma naturaleza
tienen gran importancia en las reacciones emocionales que producen,
hemos dividido las pérdidas en cuatro categorías principales:

1. Deliberadas

2. Involuntarias

3. Repentinas y progresivas

4. Temporales y definitivas

En cualquier circunstancia, las pérdidas siempre van acompañadas


de otros hechos menores que acarrean consecuencias en nuestra vida
emocional y nos desestabilizan. Son como pequeñas pérdidas
asociadas, que van a exigirnos flexibilidad y adaptación.

Es algo así como cuando lanzamos una piedra en un estanque de


aguas tranquilas: los efectos esperados, los más inmediatos, se
presentarán en el punto donde cayó la piedra, pero las ondas
resultantes se van extendiendo, y llegan casi hasta donde no
imaginamos. Por ejemplo, cuando perdemos un empleo (o renunciamos
a él) también estamos dejando atrás algunos amigos, hábitos en
horarios, comidas, relaciones interpersonales, etc.).

Por otra parte, y al igual que la piedra en el estanque, debemos


tener presente que cualquier cambio en nuestro entorno afecta a
quienes nos rodean, así como todo cuanto les sucede a ellos nos
afecta a nosotros.

1. Deliberadas:
Son aquellas que producimos por nuestra propia voluntad. Este
hecho, sin embargo, no implica que sean más fáciles de sobrellevar o
que no produzcan estrés.

Aun si tomamos la decisión libremente, por un objetivo conveniente


para nosotros o para alguien cercano, va a haber dificultades.
Abandonar situaciones ya vividas que tienen muchos aspectos
agradables y que proporcionan la seguridad de lo conocido es triste,
atemoriza y nos puede llevar temporalmente por senderos de mucha
angustia.

Quienes efectúan cambios deliberados en su vida, que implican


atravesar por períodos de mucho dolor, necesitan:

- tener una alta autoestima,

- estar convencidos de que su renuncia y su esfuerzo se verán


recompensados, y

- tener confianza sobre su capacidad para sobreponerse a las


circunstancias difíciles.

Las pérdidas deliberadas (dejar el país o la familia para estudiar,


trabajar o contribuir a alguna causa; renunciar a una relación amorosa
por decisión propia; abandonar un proyecto al que se le han invertido
muchas energías, dinero o tiempo; renunciar a una posición económica
o de poder, o dejar algo para seguir la propia evolución...) tienen
ciertas características que dificultan el manejo de la situación y otras
que lo hacen más fácil.

Se dificulta porque: por voluntad propia, no es sencillo enfrentarse


a una decisión de renunciar a algo que ha sido muy importante para
nosotros, que extrañaremos en el futuro y que, además, nos exigirá
cambios significativos. Nos coloca ante el dilema de que podríamos no
hacerlo y evitarnos el dolor.

Muchas veces, también depende de nuestra voluntad el hacer


reversible esa situación; esto sugiere que la renuncia “ no queda
hecha” de una sola vez, sino que cada vez que sentimos el dolor y la
angustia de la pérdida, tenemos que enfrentarnos a seguir eligiendo
mantener nuestra decisión.

Se hace más fácil porque: la pérdida deliberada casi siempre tiene


una razón suficientemente poderosa que nos lleva a creer y a
esperar que todo será pasajero, o sea que, tarde o temprano,
disfrutaremos de la recompensa esperada.

Por lo general, una persona con baja autoestima es reacia a tomar


esta clase de decisiones, pues tiende a pensar que es incapaz de
soportar las situaciones difíciles. Prefiere “ esperar para ver qué
sucede” y evitar el dolor que voluntariamente se causaría a sí misma. Y,
en últimas, si se atreve a hacerlo, una vez tomada la decisión inicial,
siempre estará dudando de su capacidad para salir adelante.

2. Involuntarias:

Son aquellas en las que nada decidimos y que se dan por fuera de
nuestros planes. Pueden ser positivas con carácter negativo. O
negativas con carácter positivo.

Positivas: Cuando presentan un cambio favorable que, a su vez,


trae consigo otras formas de pérdida.

Por ejemplo, ganarse la lotería implica que, después del tiempo


inicial de alborozo, venga un estrés inevitable: el del manejo del
dinero, cuidarse del despilfarro, establecer en quién confiar y en quién
no, etc.
Otro ejemplo clásico es el del nacimiento de un hijo, en especial el
del primero. La madre pierde la tranquilidad de vivir despreocupada
en aras de la felicidad de tener un hijo.

Esto significa que se pierde un ritmo, un modo habitual de vida y se


pasa a uno nuevo y diferente al que es necesario adaptarse.

Negativas: Cuando se presentan con apariencia de desgracia,


como perder una relación amorosa porque la pareja encuentra a
alguien más compatible con sus expectativas del momento.

Este tipo de pérdida suele ser juzgada como negativa cuando acaba
de ocurrir; sin embargo, más tarde, la persona “ abandonada” puede
encontrar en ella la oportunidad de buscar una relación
emocionalmente más sólida y, por lo tanto, más gratificante.

3. Repentinas y progresivas:

Las pérdidas –ya sean voluntarias o involuntarias– tienen distinto


impacto dependiendo de si se dan en forma progresiva o si llegan de
manera totalmente imprevista.

Las progresivas a veces ni se sienten; las personas, las cosas o los


hechos se van volviendo, poco a poco, menos cercanos, se van
desplazando gradualmente, lo cual nos permite tener tiempo para
equilibrar y adaptar las emociones a las nuevas circunstancias.

Entre las pérdidas progresivas están los cambios que acontecen


con la vejez o a lo largo de una enfermedad crónica; el deterioro de
una relación a partir del alejamiento paulatino; la pérdida de una
fortuna a través de los años o del poder y la influencia profesional
después de alejarse poco a poco de su actividad. Las personas
alcanzan a presentir, a prever lo que pasará y, de alguna manera,
preparan su espíritu.

Por su parte, las pérdidas repentinas y totalmente inesperadas


(una muerte por un accidente, un incendio, un terremoto, la pérdida de
un órgano –ojos, piernas, brazos–, un secuestro, etc.) pueden producir
choques tan grandes que alteran la conducta de la persona, por lo
general de manera temporal. La persona afectada, por ejemplo, no
quiere volver al trabajo, abandona su actividad favorita, se encierra en
sí misma y no desea hablar con nadie o rechaza por completo el
alimento. Inclusive, en casos graves, hay personas que pierden
temporalmente el habla o su facultad de razonamiento lógico.

4. Temporales y definitivas:

Aun cuando sean muy dolorosas, las pérdidas temporales como


separarse de un hijo que va a prestar su servicio militar, ausentarse de
su ciudad natal para asumir un empleo en otro lugar, estar inmovilizado
en una cama para recuperar la salud, se soportan con mayor facilidad
porque se basan en la esperanza de que algún día se recuperará el
equilibrio perdido y las cosas volverán a ser iguales o, inclusive,
mejores.

Las pérdidas definitivas golpean muy fuerte al principio,


especialmente si son repentinas; también pueden ser paulatinas. El
hecho de que sean irreversibles empujan más a la persona a tener
que adaptarse; esto, claro está, cuando comprende realmente que es
el único camino que le queda. Pues, con frecuencia, vemos personas
obsesivamente apegadas al pasado: lo que fue su relación con
alguien... su poder... su fortuna... su belleza... su autoridad profesional...
Las tres etapas del “duelo”
De un tiempo para acá, la doctora Elizabeth Kubler-Ross y sus
colaboradores –en su trabajo con pacientes terminales y sus deudos–
han venido identificando ciertas etapas por las que atravesamos los
seres humanos cuando estamos en el proceso de “ duelo” .

Aun cuando, en un comienzo, sus investigaciones se referían sólo a


pérdidas de seres queridos, poco a poco se ha ido comprobando que
se transitan las mismas etapas ante todo tipo de pérdidas. El proceso,
entonces, puede aplicarse, con las modificaciones personales
pertinentes.

Si comparamos nuestra pérdida con una herida física,


diríamos que el duelo es el tiempo que transcurre entre
el momento en que se produce la herida hasta cuando
sana y sólo queda una cicatriz.

La psicóloga colombiana, Isa Fonnegra de Jaramillo, discípula de


Elizabeth Kubler-Ross, en su libro “Separación de las parejas, cómo
prevenirla, cómo afrontarla” , señala que, después de una pérdida, son
tres las etapas por las cuales atraviesan las personas:

1. De negación:

No querer creer lo que está ocurriendo. Es una especie de


“ anestesia emocional” . En el plano intelectual se acepta y se entiende
la pérdida; pero en lo emocional, se niega. Se piensa que es una
equivocación, una pesadilla, en no estar entendiendo o, simplemente,
se reacciona con frialdad.
En esta etapa, la persona tiende a olvidar temporalmente que la
pérdida sucedió. Sigue hablando (en presente) del individuo o de la
situación como si todo continuara igual.

Por lo general, el individuo tiene sueños –dormido o despierto– en


los que vive aferrado al pasado. Por eso, despertarse, recibir
“ información” o “ hablar de lo sucedido” que le compruebe que la
pérdida es real, le resulta muy impactante.

Cuando se lleva el “ duelo” en una forma normal, es decir, cuando la


persona no se aferra a lo perdido buscando el consuelo en eso (como
en los casos en que continúa viviendo o dependiendo del objeto o
circunstancia como si nada hubiera cambiado), esta etapa
generalmente no dura mucho. Pronto reconoce que la ruptura se
produjo, y éste es el primer paso para avanzar en la sanación de la
herida.

En el caso de la muerte de un ser querido, el sepelio ayuda a marcar


una especie de etapa terminada y el comienzo de una nueva. Es un
refuerzo simbólico para la despedida.

No sucede así con los demás tipos de pérdida. Por tanto, los
psicólogos recomiendan realizar algún ritual que nos ayude a
despedir aquello que dejamos. Por ejemplo, escribir una carta. En ella,
debe expresarse todo lo bueno que fue vivir esa situación... la tristeza
que siente al perderla... el significado que tuvo en su vida... lo que
aprendió... Esta técnica de escribir cartas no sólo es útil para las
pérdidas recientes.

Usted puede utilizarla con todas aquéllas en las que sienta que no
efectuó el proceso adecuado de desprendimiento.

Si siente que le resulta difícil, empiece por las pérdidas menos


profundas y, poco a poco, vaya llegando a las más dolorosas.
Inclusive, durante los momentos de intensa tristeza, ésta es una
buena actividad para recuperarse del dolor inmediato. Piense que las
cartas son sólo para usted mismo. Guárdelas en un lugar privado; con
el tiempo puede desear releerlas.

2. De confrontación:

Es la segunda y la más dolorosa de las etapas y se inicia cuando la


realidad ya se ha aceptado.

En ella, sentimientos y emociones muy agudos inundan a la persona,


al igual que sensaciones de soledad, de desprotección, de culpa por
lo que se hizo mal o por lo bueno que se dejó de hacer. Rabia,
frustración y miedo se suceden bruscamente, incluso en un mismo día.

Ante esta etapa, la doctora Isa de Jaramillo propone reaccionar; es


decir, permitirse vivir las experiencias afectivas que la pérdida deja:
tomarse el tiempo para pensar, llorar, sentir la tristeza y el vacío.

Sin embargo, éste resulta ser uno de los pasos más difíciles, por la
sencilla razón de que “ el duelo duele” y nosotros le tememos al dolor.
En consecuencia, para no sufrir, muchas personas buscan
insensibilizarse desvalorizando lo que han perdido, enfocándose, por
ejemplo, sólo en sus recuerdos negativos. O enmascaran el dolor para
anular artificialmente el sufrimiento y todos los otros sentimientos
asociados –rabia, culpa, miedo– mediante sustitutos, que pueden ser
actividades agotadoras, trabajar o practicar un deporte en exceso,
ingerir alcohol, tranquilizantes, drogas, buscar diversión o relaciones
afectivas artificiales, etc.

Otra forma de “ descargar insanamente” los sentimientos es


asumiendo una actitud de “esto a mí no me afecta, debo seguir como si
nada . Es entonces cuando la persona comienza a ver su salud
afectada por hipertensión, úlcera, herpes, alergias, parálisis
temporales de los miembros o, inclusive, enfermedades más serias
como el cáncer (en investigaciones recientes, todas estas
enfermedades se han vinculado a casos de pérdidas no asumidas
adecuadamente).

Para vivir sanamente la etapa de la confrontación es necesario


tener en cuenta:

- Que el proceso de sanación requiere tiempo y que será mayor


cuanto más dolorosa sea la pérdida.

- Que, aunque muchas veces creemos ser las únicas personas


en el mundo que se han enfrentado a dificultades como las que
nos aquejan, no existe ningún problema que no haya sido ya
vivido por muchas otras personas y que, por insuperable que
parezca, siempre habrá formas de salir de él.

- Que, aun cuando estemos rodeados de gente solidaria y


muchos nos expresen sus consejos y su apoyo, nos sentimos
solos. Pensamos que tenemos que descubrir por nosotros
mismos cómo manejar el problema; que debemos inventar lo que
ya está inventado. Nos negamos, por lo tanto, a consultar con
profesionales o a pedir ayuda a parientes o amigos.

- Que el proceso tiene sus altibajos. Un día usted puede sentirse


mucho mejor y al otro día experimentar un dolor irresistible, casi
como al comienzo. Eso es parte del camino para avanzar. No
quiere decir que usted no esté enfocando bien su pena. El
proceso de sanación está en marcha, aun cuando a veces le
parezca que ha perdido la capacidad de control sobre su propia
vida.

- Que durante el primer período puede presentar una especie de


“ endurecimiento emocional” natural: no quiere nada, no le llama
la atención nada, no reacciona ante nada.

- Que después de una pérdida significativa solemos “ estar en las


nubes” , olvidamos todo y obramos torpemente... Tal vez usted
pierda las llaves, no recuerde el número de su cuenta bancaria o
hasta se le olvide el del teléfono de su oficina.

- Que se sentirá indefenso, temeroso, vacío, desesperado,


pesimista, irritable, cansado.

- Que puede experimentar pérdida total de la esperanza, de la


motivación, de la concentración, de la energía.

- Que es posible que presente cambios en su apetito (no quiera


comer o no pueda parar de hacerlo), en sus hábitos de sueño o
en su deseo sexual.

- Que tienda a hablar, a moverse y a reaccionar más lentamente.

Todos estos síntomas pueden suceder después de una pérdida.


Hacen parte del proceso de readaptación que comienza en esta
etapa y se extiende a la siguiente, del período natural de sanación, en
el cual se están utilizando todas sus energías para recobrar
nuevamente el equilibrio perdido.

Viva esos cambios. No los combata. Todo eso estará bien. Llegará un
momento en que su mente acepte que la vida –sin aquello que ha
perdido– sigue siendo posible.

3. De restablecimiento del equilibrio y del control:

Lentamente llegará este momento; la herida empezará a dejar de


doler y parecerá empezar a cicatrizar; ya el pensamiento no estará fijo
a toda hora en el sufrimiento causado por la pérdida.

Se irá consolidando el proceso de readaptarse. Es decir, se


asimilarán los cambios que supone afrontar la pérdida. Desde los más
prácticos y elementales que tienen que ver con la vida cotidiana hasta
los complejos de la autoimagen. Por ejemplo, si se trata de una pérdida
amorosa, usted deberá empezar a verse como individuo y no como
pareja. Si es una jubilación, comenzará a acostumbrarse a no tener
que cumplir un horario y unas obligaciones de trabajo.
2.
El papel de las emociones

Todas las pérdidas nos afectan emocionalmente, en mayor o menor


grado, según la importancia que tengan para cada cual. Así mismo, nos
producen periódicos niveles de sufrimiento –unas veces cortos, otras
veces largos– según el impacto que nos hayan causado y el buen o
mal manejo que le demos a nuestras emociones.

Por consiguiente, es necesario que tomemos conciencia, aceptemos


y expresemos nuestra manera de sentir para no crear en nosotros
mayores conflictos. Entre dichas emociones o estados de ánimos se
encuentran...

- rabia contra Dios, a quien podemos llegar a tildar de


improcedente e injusto.

- envidia hacia personas que aún conservan su pareja, su


trabajo, su poder, su salud, según el tipo de pérdida que
hayamos tenido.

- culpa por cosas que hice o dejé de hacer y que pienso que
contribuyeron en mi pérdida.

- odio hacia una o varias personas que señalo como causantes


directas del dolor que estoy sintiendo: el médico que no llegó a
tiempo, el gerente del banco que no me “ quiso” dar el préstamo
necesario, el jefe que me despidió, etc.

Estos sentimientos no sólo son normales sino que resultan válidos y


no podemos sepultarlos internamente, tratando de negar que existen.
Un sentimiento censurado y guardado por mucho tiempo se distorsiona
y exagera y, finalmente, se vuelve en contra de nosotros mismos. A
veces, se manifiesta en enfermedades y otras, en problemas
sociológicos, cuando se descarga en determinadas personas o en la
sociedad.

Igualmente, si al vivir una pérdida nos culpamos a nosotros


mismos, pues asumimos de manera irreal que hubiéramos podido
controlar circunstancias que eran inevitables, podemos cargar con este
sentimiento por mucho tiempo, hecho que afecta nuestra autoestima y
pone en peligro nuestro amor propio.

Sin embargo, algunas personas no expresan lo que sienten por no


preocupar a quienes los rodean. Esa actitud, con frecuencia, genera
alguna clase de temores interiormente o una tristeza que se va
ahondando.

No obstante, hay que advertir que, en ciertos casos, el silencio


emocional es aceptable, siempre y cuando la persona sea capaz de
ser sincera consigo misma y reconocer: “estoy triste , “tengo miedo ,
“estoy confundido , en otras palabras, que se permita manejar sus
propios sentimientos a partir de su aceptación tal como son.

En cualquier caso, el individuo debe contar con un canal de


desfogue. Éste puede ser alguien ajeno a la situación que le brinde un
buen nivel de confianza, un pariente o un amigo que le proporcione
soporte emocional; también, alguna actividad física intensa (deporte) o
social, o una ocupación creativa, deportiva, artística o espiritual que le
ayude a trabajar su interior.
Un consejo para tener en cuenta

Piense que la comunicación con quienes lo rodean es


fundamental para facilitar el proceso de “ duelo” . Cuando
usted comenta sus sentimientos con personas en quienes
confía:

- siente que disminuye esa presión interna que lleva,

- gana en perspectiva para juzgar los acontecimientos;


al conocer el punto de vista de los demás,
probablemente descubra “ aspectos” o “ soluciones”
relacionadas con su nueva situación que a usted no se
le habrían ocurrido,

- abre las puertas al apoyo de los demás,

- permite a esas personas entenderlo mejor y, por lo


tanto, les evita el trabajo de suponer qué le pasa,

- da el primer paso para descubrir sus sentimientos,


aceptarlos y validarlos.
3.
Todo lo que usted puede hacer

Cuando somos golpeados por una pérdida, los seres humanos


hacemos uso de todas y cada una de nuestras capacidades para
superarla de la mejor manera.

Entre los factores que se nos presentan para “ desafiarla” , quizás el


más definitivo es la forma como nos explicamos a nosotros mismos lo
sucedido.

Por eso, es tan importante descubrir el “verdadero sentido” de la


situación. Para ello, examínese a sí mismo y pregúntese: ¿Cómo me
estoy explicando lo que me sucede? ¿Considero que estoy pasando
por: una prueba, un reto, un desafío, una desgracia, una maldición, un
castigo, una injusticia...?

De lo que usted piense sobre su situación depende, en


gran parte, cómo la afronte y qué resultados futuros
(positivos o negativos) obtenga de este momento crítico
de su vida.
Diferencias entre las distintas actitudes:
- Las personas que ven su situación como un reto o una
prueba a la que es necesario hacerle frente, se inclinan a
funcionar con mayor eficacia y productividad; pueden mantener
más alta la moral y, en consecuencia, superan el trance con
mayor facilidad y rapidez.

Su reacción se centra en recurrir a todo el potencial de


crecimiento personal del que puedan disponer (estudios,
lecturas, conferencias, ayuda psicológica, apoyo de amigos, etc.).
Se sienten capaces de salir adelante, se ven a ellos mismos
fuertes, preparados y, a veces, hasta entusiasmados y con buen
grado de dinamismo, a pesar del dolor y de la angustia. Y eso lo
proyectan ante los demás lo cual, a su vez, les otorga ventajas
para superar las dificultades.

Esta forma de afrontar la situación, les da la capacidad de


apostar a salir adelante a pesar de que las cosas no “ pinten”
fáciles (por ejemplo, quien pierde su empleo y es capaz de
renunciar a estar cerca de su familia –en su ciudad– para
arriesgarse a desarrollar un proyecto importante en otro lugar,
aunque el éxito del mismo sea incierto).

- Quienes perciben sus pérdidas como amenazas,


desgracias o maldiciones tienden a tener mayores obstáculos
no sólo para sobrellevarlas sino para visualizar las
oportunidades de crecimiento que les llegan con el cambio.

Reaccionan con resentimiento e impotencia. La situación se les


vuelve más dolorosa y el tiempo de recuperación es muy lento y
más “ traumático” .

- Cuando las interpretan como castigo o injusticia, se sienten


víctimas y se colocan en el cómodo escenario de “ sobrellevar” la
pérdida. Se alejan de todas las oportunidades y posibilidades de
luchar y, en consecuencia, de salir adelante airosos; por lo
general, rechazan los estímulos para sacar fuerzas en busca de
caminos nuevos y constructivos.
Actitudes que ayudan a “sobrevivir” a las pérdidas
Aunque vivir cada etapa de la recuperación o “ duelo” es necesario,
natural y hace parte del proceso de sanación, hay varias formas de
hacerlo de manera menos dolorosa. Le señalaremos algunas que
puede ir realizando gradualmente, según el avance de su
recuperación emocional. El orden es arbitrario ya que usted puede
acudir a ellas según sus necesidades del momento.

En la etapa de negación

- Cuando se encuentre en uno de los momentos difíciles, no


olvide que todo proceso de sanación tiene un comienzo, un
desarrollo y un final, aunque el dolor que experimenta hoy sea
tan fuerte que le haga dudar de que así sea.

- Una herida emocional tiene tanta prioridad para su tratamiento


como una herida física. Por tanto, reserve un tiempo del día
exclusivamente para su duelo. Permítase pensar en su pena. No
escape de su dolor. Todo lo demás puede esperar, mientras que
usted necesita atravesar por ese camino para salir adelante.
Llore cuantas veces lo sienta necesario. Cuando nos resistimos a
hacerlo, estamos interfiriendo con las etapas naturales de
sanación.

- Respire profundamente, deje que entre el aire a la parte


inferior del abdomen. Esta respiración balancea, tranquiliza y
oxigena su cerebro lo cual puede producirle momentos de paz.
Practíquela cuantas veces sienta necesidad de “ descansar de
sufrir” . Puede hacerlo en un sitio público, en la oficina, mientras
ve televisión.

- Duerma mucho. El sueño es reparador. Haga arreglos en su


vida cotidiana para descansar más. Ésta no sólo es una
necesidad psicológica de quien está adolorido, sino un
requerimiento del organismo que está concentrando toda su
energía en sanar esa herida profunda del alma.

- Sin embargo, no caiga en el letargo. Manténgase activo. El


trabajo puede ayudar al descanso de las emociones. Haga todo
lo que pueda y le resulte cómodo.

- Recuerde que el dolor y la tristeza bajan las defensas del


organismo y, entonces, somos mucho más vulnerables a las
enfermedades. En estos momentos, cuide especialmente su
salud.

- Aliméntese bien, en forma balanceada, aunque no sienta


apetito. Cuando usted está débil físicamente, aumenta su
decaimiento y su energía disminuye. Dejar de comer no
soluciona y sí agrava su situación.

- Tampoco se deje llevar por el otro extremo: comer y comer para


calmar su dolor. No se engañe. No es éste el tipo de
satisfacciones que necesita, siempre estará frustrado y buscará
comer más y más.

- Algunas personas le aconsejarán que ‘‘sea fuerte” , que se


“ libere de eso” , que “ es la ley de la vida” . No se deje presionar
por estos consejos. Usted necesita ir a su ritmo. No se sienta
obligado a comprender de inmediato lo que pasó. La sanación
es un proceso y cada uno necesita un tiempo diferente para
lograrla.

- Acepte la tristeza, el dolor o el miedo cuando lleguen, pero no


los invite, no los busque ni los cultive excepto en el tiempo que
tiene destinado al “ duelo” .
- Busque el equilibrio entre el descanso y la actividad, teniendo
en cuenta que usted no debe asumir retos demasiado exigentes
antes de haber mejorado un poco su malestar emocional. Si le
parece oportuno, haga que sus colegas y sus jefes se enteren
de que usted está asumiendo una pérdida y, por tanto, que está
“ convaleciente en el campo emocional” .

- Apóyese en los demás (amigos, familiares, compañeros de


trabajo). Si les habla de su dolor, seguramente podrán ayudarle.

- Hay quienes ayudan profesionalmente a otros a sanar sus


heridas y a crecer a partir de ellas. No sólo estamos hablando de
psicólogos. Se encuentran trabajadores sociales, consejeros
espirituales, de familia, sobre el manejo del estrés, homeópatas,
masajistas, quiroprácticos... Además, muchas personas han
conformado grupos de apoyo para el manejo de situaciones
extremas que pueden aportarle muy buenas ideas para manejar
su crisis. Póngase en contacto con alguien que pueda orientarlo.

En la etapa de la confrontación

- Cuando alguien se enferma físicamente, sus amigos lo visitan, lo


llaman, están pendientes de él. Pero cuando tiene un dolor en el
alma, la gente parece olvidar que también necesita esos mismos
cuidados. Ante esta realidad: ¡mímese a sí mismo! Concédase
caprichos. Vaya a un buen restaurante, vea una exitosa película,
cómprese su perfume favorito, haga un viaje corto, etc.

- Establezca cuáles son los momentos del día o de la semana en


que más soledad o angustia experimenta (los días de descanso
son, para muchas personas, los peores) y pídale a quienes lo
rodean que, al principio, lo acompañen y ayuden a pasar esos
difíciles ratos hasta que, poco a poco, vaya asumiéndolos solo.
- Sin embargo, como no siempre encontrará compañía, programe
actividades especialmente gratificantes para esos períodos de
tiempo: cocine algo delicioso, lea algún libro que le llame la
atención, grabe su programa de televisión favorito y véalo, llame
por teléfono a algún amigo reconfortante, haga deporte o
camine, tome un baño turco o un masaje relajante...

- Sea benévolo consigo mismo. No se reproche las faltas que


pudieron producir esta pérdida. Ya habrá tiempo para
analizarlas y aprender de los errores. Acepte que tiene una
herida emocional que lo debilita y que tomará tiempo hasta que
esté totalmente curada.

- Por ahora, no haga cambios muy drásticos en su vida (mudarse


de ciudad, vender su casa, invertir una importante cantidad de
dinero). Posponga las decisiones fundamentales hasta que haya
restablecido un poco su equilibrio interno. En el momento de la
pérdida, sus intereses y valores son muy cambiantes y usted está
mucho más vulnerable que de costumbre.

- En lo posible, tampoco asuma nuevas responsabilidades y evite


situaciones y personas que lo lleven a estresarse.

- Busque y comparta su situación con personas que hayan tenido


una pérdida similar. Ellos no sólo pueden orientarlo y son más
sensibles a su estado, sino que le sirven de modelo real de que
sí es posible sobrevivir a estas pruebas y que usted lo logrará.

- Busque otras cosas maravillosas diferentes a seres humanos:


plantas que quiera cuidar, mascotas, música, paisajes
relajantes...

- Acuda a cualquier creencia (religiosa, psicológica, filosófica) en


la que tenga fe o que le haya sido útil en el pasado. O, a
cualquier conocimiento que lo consuele, lo inspire o le eleve el
espíritu.

- Dentro de lo posible, vístase y arréglese con colores alegres y


cuide su aspecto personal aun cuando no tenga ningún deseo
de hacerlo.

- Busque actividades en las que pueda reír. La risa es sanadora,


cultívela.

En la etapa de recuperación del equilibrio

- Empiece de nuevo. Haga cambios en la decoración de su casa.


Ábrase a nuevas amistades y actividades inusuales. Compre
ropa nueva. Tome clases de algo que siempre quiso aprender.

- Asista a reuniones sociales, a conciertos, a recitales de poesía.


Frecuente sitios en donde pueda compartir con personas afines.

- Aprenda un nuevo idioma, deporte o actividad artística.

- Empiece una dieta. Deje de fumar. Ingrese a un grupo de


oración.

- No se ofenda porque algunas personas no acepten sus planes.


Ni trate de que alguien quiera compartir todas sus iniciativas.
Busque personas que disfruten igual que usted y no se apegue
a que deban ser siempre las mismas.

- No se sienta culpable cuando vuelva a disfrutar


verdaderamente de algo después de una pérdida. Esto no es
insensibilidad ni deslealtad; se trata de que su herida está casi
cicatrizada.
- Ayude a otras personas en cualquier campo. Esto le
proporcionará una gran satisfacción. Dar a los demás es el mejor
regalo que usted puede hacerse a sí mismo.

- Utilice cualquier método de relajación, oración o meditación


que conozca o busque alguno que le llame la atención.

- Esté preparado para que el pasado vuelva como oleadas en


algunos momentos en los que creyó haberlo superado. Cada
vez, esto sucederá con menos frecuencia.
4.
El lado bueno de las pérdidas

Cuando son afrontadas de una manera constructiva, las pérdidas


pueden hacer que la persona, al entender que vive una nueva etapa
que también tiene aspectos promisorios, vea con mayor facilidad las
muchas cosas que tiene por disfrutar.

Esto significa que, aunque las pérdidas se nos presenten como algo
negativo, cada uno de nosotros puede darles carácter positivo...

Pocas personas creerían que alguien que ha sufrido un accidente


grave del que ha resultado con una severa discapacidad, o de una
pérdida significativa (de fortuna, por ejemplo), más tarde en su vida
llegue a reconocer que es “ lo mejor” que le ha podido suceder.

A través de experiencias extremas, las persogas


descubren los valores fundamentales de la vida y
transforman su existencia en una nueva etapa con
mucho más sentido, claro está que según la forma como
las vivan.

Así, pueden...
- .. hacer de cualquier experiencia algo insoportable o
convertirla en una oportunidad para crecer.

- .. amargar para siempre sus vidas y las de quienes los rodean o


convertirse en seres que sirven de inspiración por saber usar el
sufrimiento positivamente y, entonces, ser ejemplo de que sí es
posible convertir los problemas en oportunidades.

- .. mirar hacia adelante, explorar el camino nuevo –aun si se


siente temor–, aceptar lo que viene y despedir lo que se va,
asumiendo los riesgos y dirigiendo nuestra nueva vida.

Las personas que asumen una pérdida como un reto, la


convierten en una experiencia de aprendizaje:

- Adquieren sentido de profundidad ante la vida. Abandonan la


“ liviandad” y el énfasis en objetivos superfluos.

- Aprenden a confiar en ellas mismas y a creer en su poder para


manejar las circunstancias adversas que la vida les depara
(desde el mal carácter de una persona allegada, hasta la muerte
de un ser querido).

- Valoran más la solidaridad y el apoyo en sus relaciones con


otros seres humanos. Se vuelven más perceptivos, más sensibles
y más dispuestos a colaborar en los dolores ajenos.

- Aprenden a mirarse a sí mismas, a conocer sus limitaciones y


sus fortalezas y a manejar sus sentimientos.

- Visualizan su crecimiento: después de superada la crisis, se ven


más alegres, independientes, evolucionados, más fuertes y, como
ya dije, hasta llegan a celebrar la pérdida.
Aprenda el desapego
El sufrimiento que se experimenta tras vivir una pérdida es
directamente proporcional al grado de apego que se tenía hacia lo
perdido. Así lo enseña maravillosamente el jesuita hindú, Anthony de
Mello en sus conocidos libros...

En cuanto ponemos todas nuestras ansias de felicidad


en una cosa, una circunstancia o una persona, nos
exponemos a la desilusión de perderla o de no
conseguirla. Cuando no hay apego no hay miedo a la
decepción.

Depender de algo externo para nuestra felicidad, sostienen los


orientales (igual que Anthony de Mello), es ir contra la corriente
porque la felicidad no puede venir de fuera, solamente está dentro de
la persona misma.

¿Cuánto dura realmente el placer de poseer lo que deseamos, si –


como dice De Mello– “el primer sorbo de placer es un encanto, pero va
prendido irremediablemente al miedo de perderlo y allí llegan las
tristezas ? La alegría y exaltación de cuando llega el objeto, la
circunstancia o el amigo es proporcional al miedo y al dolor de cuando
lo perdemos o cuando se marcha.

“Puedo tener una melodía o más que me agraden en particular –


explica el sacerdote–, pero no me agarro de ellas sino que me
agradan cuando las escucho, pues no tengo la enfermedad de la
nostalgia, sino que estoy tan feliz que no añoro nada... Donde hay
amor no hay apego y por eso no existe ningún miedo .
Al hablar de los amigos y de las personas a las que nos apegamos,
dice: “...Si amas de verdad a tu amigo tendrás que decirle
sinceramente: así, sin los cristales del apego, te veo como eres y no
como yo desearía que fueras y así te quiero, ya sin miedo a que te
escapes, a que me faltes, a que no me quieras .

Todo este esquema del desapego no sólo nos muestra que mientras
para muchos occidentales el apego significa “ amor verdadero” , para
los orientales tiene exactamente el significado contrario. Algo en lo que
merece la pena reflexionar...

Nuestra cultura, muchas veces, nos lleva a equiparar la felicidad con


conseguir el objeto de nuestros apegos, y no comprendemos que la
felicidad verdadera está en la ausencia de los apegos, en que
ninguna persona ni cosa tenga poder sobre nosotros. Al respecto,
Buda decía: “El mundo está lleno de dolor que genera sufrimiento y la
raíz del sufrimiento es el apego. Si quieres arrancarte de esa clase de
dolor, tienes que arrancarte del apego .

Para alguien que ha tenido una pérdida y está viviendo el proceso


de sanación de su herida, puede resultar un poco confuso pensar de
un momento para otro en el desapego. Pero... precisamente, es ésta
una de las lecciones maravillosas que nos pueden quedar de este
proceso.

Mientras tanto, ¿cómo podemos hacer más llevadera la tristeza y el


dolor? Anthony de Mello nos dice:

“Llamando a las cosas por su nombre. A los apegos: apegos. A las


exigencias: exigencias y no disfrazarlas con otros nombres. El día que
entres de lleno a tu realidad, el día que ya no te resistas a ver las cosas
como son, se te irán deshaciendo tus ceguedades. Puede que aún
sigas teniendo apegos, pero ya no te engañarás .
ACERCA DE LA AUTORA

MARÍA MERCEDES PÉREZ DE BELTRÁN. Con títulos


universitarios en Trabajo Social, Psicología y Periodismo,
actualmente se enfoca en la Literatura. Ha sido docente
universitaria, conferencista y consultora en Comunicación
Motivacional. Fue miembro del consejo de redacción de la
Revista del Jueves del diario El Espectador de Bogotá, Colombia,
donde laboró por más de 10 años. Autora de los Practilibros:
Piense positivo, cambie el disquete de su mente, Desarrolle su
Inteligencia Emocional, De esta crisis usted puede salir adelante,
Cómo superar las pérdidas en la vida, Ser feliz es tu decisión,
Preocúpese menos y viva más. Coautora junto con el Dr. Carlos
Devis, especialista en temas de autoayuda, del libro Convierta
sus problemas en oportunidades.
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