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Capítulo Iv Moral Social

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CAPÍTULO IV: MORAL SOCIAL

1. Objeto de la moral social

El objeto de la moral social no es otro que la aplicación de las leyes morales a la


producción y conservación del bien social. En otros términos: el objeto de la moral
social es aplicar al bien de las sociedades todas aquellas leyes naturales que han
producido el orden moral. Hablar de un orden moral es distinguirlo de un orden físico, e
implícitamente considerarlo determinado o producido por leyes distintas de las que
rigen el mundo físico, puesto que no pudiendo existir orden sin leyes, debe haber y
puede haber leyes peculiares de orden peculiar que distinguimos del orden general de la
naturaleza1.

Estamos ligados por nuestro organismo corporal con la naturaleza de que es parte, y de
ese vínculo natural entre todo. y parte se derivan las relaciones de la moral natural. Así
es que de una serie de relaciones con la naturaleza social nace la rama de la moral que
tiene por objeto patentizar y hacer amables los deberes que hacen efectivo el bien social.
La ciencia moral, para ser ciencia, no puede salir de ahí: sus límites están precisamente
dentro de las relaciones que enlazan la vida orgánica, psíquica y social del hombre con
el orden cósmico, moral y social. Por tanto, si la moral general está fundada en las
relaciones del hombre con la naturaleza general, la moral social se funda en las
relaciones particulares del hombre con la sociedad2.

2. La relación del hombre con la sociedad

El individuo humano está tan íntimamente relacionado con todos y cada uno de los
órganos sociales que integra, y con la humanidad que personifica
Depende de otros individuos en cuanto la ley de la generación, de la herencia y de los
medios sociales lo sujetan a la influencia biológica, fisiológica y sociológica de sus
generadores, de sus antepasados y de sus contemporáneos.

Depende de la familia en cuanto a ella lo llaman el instinto de reproducción y el de


conservación, el egoísmo y el altruismo, las pasiones más perturbadoras y las más
ordenadoras, las fuerzas más indisciplinadas de su naturaleza y las facultades a que más
inmediatamente encomendado está el cumplimiento del destino individual. Depende del
Municipio, cuanto más capaz es de apreciar en su valor propio la fuerza orgánica de esa
entidad social, con la cual está relacionado como individuo aislado, como individuo en
la familia, como factor de producción y de consumo, como elemento jurídico y moral,
como hombre de su derecho y como hombre de su deber. Depende de la provincia,

1
DE HOSTOS, E. M. Moral social. 44 p.
2
Ibíd. 45-46 p.
porque el individuo está ligado a la Provincia por cuantas relaciones nacen del interés
individual, del egoísmo de familia y de la vanidad local3.

El hombre social es un ser de necesidad, y la ley de sociabilidad es un medio propuesto


por la naturaleza al hombre para que, realizando ese fin, cumpla con una de las
condiciones de su vida. El hombre social es un ser de gratitud, y la ley primordial que lo
rige, al cumplimiento de esa condición coadyuva. El hombre es un ser de utilidad, y la
ley de asociación universal promueve la realización de ese fin individual y colectivo. El
hombre es un ser de derecho, y la sociabilidad es ley natural de las sociedades para
determinar, desarrollar y concurrir a realizar esa altísima condición de la dignidad de
nuestra especie.

El hombre es ser de deber, y la sociabilidad es una ley natural de la Sociedad para hacer
posible ese enaltecimiento de la personalidad, ese triunfo de la naturaleza humana, esa
solución del problema de la vida individual y colectiva por el más poderoso factor de la
naturaleza humana: la conciencia. En términos directos: el hombre, en cuanto ser social,
es un compuesto de esos cinco elementos infalibles: la necesidad, la gratitud, la utilidad,
el derecho, el deber.

La necesidad lo obliga con las tres fuerzas de su triple naturaleza, física, racional,
consciente, a utilizar y cumplir la ley de asociación. La gratitud lo persuade, con todas
las impulsiones de su sensibilidad y con todos los resplandores de su imaginación, a
someterse a una ley de la naturaleza, tan eficaz en su propósito y tan armoniosa con el
objetivo de la humanidad, que sin ella no podría el individuo identificarse con la especie
y reconocer en ella su eterno bienhechor.

La utilidad lo induce, con todos los impulsos de su egoísmo y con todos los atractivos
de su cálculo y su ingenio, a aprovecharse, en beneficio propio, y si es posible, en
beneficio ajeno, de una ley natural que, sorprendiéndolo en una de las realidades de su
ser, se le muestra como menos vergonzosa de lo que él temía, y lo solicita a emplearla
en bien de todos.

El derecho y el deber, inseparables resplandores de la conciencia, no brillan nunca en la


conciencia que no lucha4

3. El deber y su función en la economía moral del mundo

El deber es el freno de la conciencia. Sin él, la con., ciencia se desboca. Ya la estimule


el instinto capitaneando la legión de necesidades que él concita y que lo excitan, ya la
espolee el egoísmo con el aguijón de la utilidad y la pasión; ya la persuadan o 1a
engañen la sensibilidad y la imaginación, aunque el generoso derecho la impulse, la
3
Ibíd. 47 p.
4
Ibíd. 51 p.
conciencia individual estaría desenfrenada sin descanso y desviada sin remisión, si el
deber no pudiera dirigirla.
Sin moral no hay orden y sin deber no hay moral. Todos los preceptos de los moralistas,
todos los dogmas morales de las religiones positivas y filosóficas, todas las persuasiones
del ejemplo del bien, todas las virtudes, nada son si no son expresiones concretas de
deberes cumplidos concienzudamente5.

La causa de esa potencia esencial del deber es obvia: es una fuerza natural que,
operando sin obstáculos en un momento de conciencia individual o colectiva, produce
lo llamado por su propia naturaleza a producir; la armonía de las fuerzas en la actividad
del individuo y la espontánea conciliación del propósito característico de cada vida
individual con el propósito ideal de la existencia colectiva6.

Como a medida que se desarrolla la razón se des, arrolla también la conciencia


individual, cuando motivos de vida práctica inducen al individuo a torcer la dirección y
a contener el desarrollo del núcleo de nuestra actividad moral, se establece una lucha del
individuo consigo mismo, que da por resultado el malogro de su felicidad.7

4. Escenarios y problemas: la moral y el derecho positivo

En primer lugar, el derecho, por su nativa virtualidad orgánica. trasciende tan


hondamente a la actividad general de la vida humana, que la mejora y, por tanto, la
perfecciona si se ejercita; por tanto, el derecho es un elemento activo de moralidad. a
más conciencia, más derecho; a más actividad del derecho, más vida en la conciencia.
Ahora, como la conciencia es el más alto órgano de la personalidad humana, siendo por
eso la más elevada expresión de humanidad, es por sí misma un exponente del esfuerzo
hecho para elevarse, y de la evolución consumada por individuo y sociedad para realizar
su desarrollo8

Ahora bien, de este modo, el desarrollo, del derecho es coeficiente del desarrollo del
deber; y en este sentido el derecho está con tan estrecho lazo enlazado a la moral, que
ésta por la intrínseca fuerza de las cosas, será y es más eficaz, más progresiva, más
positiva, más elevada, más humana, cuanto más coadyuve el derecho al desarrollo de la
ciencia y a la práctica de los deberes9.

Elemento do moral y motivo de moralidad, el derecho concurre a la nación del bien


como a la práctica del bien; pero es necesario que concurra deliberadamente al progreso
del bien social e individual. Se objetará con razón que, siendo progresivo o evolutivo, el
derecho no puede mejorarse por arte y ciencia del legislador: pro se salva la objeción
5
Ibíd. 67 p.
6
Ibíd. 68 p.
7
Ibíd. 69 p.
8
Ibíd. 149 p.
9
Ibíd. 150 p.
pensando que también es progresiva y evolutiva la moral a que está enlazado por su
origen y órgano común, que es la conciencia. Si la una progresa, el otro la seguirá en su
progreso; y recíprocamente, si el derecho progresa, con él progresará la moral10.

5. Desafíos y responsabilidad

5.1. La propiedad privada

Mediante el trabajo, el hombre, usando su inteligencia, logra dominar la tierra y hacerla


su digna morada: «De este modo se apropia una parte de la tierra, la que se ha
conquistado con su trabajo: he ahí el origen de la propiedad individual». La propiedad
privada y las otras formas de dominio privado de los bienes «aseguran a cada cual una
zona absolutamente necesaria para la autonomía personal y familiar y deben ser
considerados como ampliación de la libertad humana (…) al estimular el ejercicio de la
tarea y de la responsabilidad, constituyen una de las condiciones de las libertades
civiles». La propiedad privada es un elemento esencial de una política económica
auténticamente social y democrática y es garantía de un recto orden social 11.

Así pues, el hombre «no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como
exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le
aprovechen a él solamente, sino también a los demás». El individuo no puede obrar
prescindiendo de los efectos del uso de los propios recursos, sino que debe actuar en
modo que persiga, además de las ventajas personales y familiares, también el bien
común. De ahí deriva el deber por parte de los propietarios de no tener inoperantes los
bienes poseídos y de destinarlos a la actividad productiva, confiándolos incluso a quien
tiene el deseo y la capacidad de hacerlos producir12.

La propiedad de los nuevos bienes, fruto del conocimiento, de la técnica y del saber,
resulta cada vez más decisiva, porque en ella «mucho más que en los recursos naturales,
se funda la riqueza de las Naciones industrializadas». La plena actuación del principio
del destino universal de los bienes requiere, por tanto, acciones a nivel internacional e
iniciativas programadas por parte de todos los países: «Hay que romper las barreras y
los monopolios que dejan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos
—individuos y Naciones— las condiciones básicas que permitan participar en dicho
desarrollo»13.

Hemos de tener en cuenta también que el hombre o la sociedad que llegan al punto de
absolutizar el derecho de propiedad, terminan por experimentar la esclavitud más
radical. Ninguna posesión, en efecto, puede ser considerada indiferente por el influjo
10
Ibíd.
11
PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”. Compendio de la doctrina Social de la Iglesia.
www.vatican.va. 112 p
12
Ibíd. 113 p.
13
Ibíd. 113 p.
que ejerce, tanto sobre los individuos, como sobre las instituciones; el poseedor que
incautamente idolatra sus bienes resulta, más que nunca, poseído y subyugado por
ellos14.

5.2. El ambiente, un bien colectivo

La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad: se trata
del deber, común y universal, de respetar un bien colectivo. Es una responsabilidad que
debe crecer, teniendo en cuenta la globalidad de la actual crisis ecológica y la
consiguiente necesidad de afrontarla globalmente, ya que todos los seres dependen unos
de otros en el orden universal establecido por el Creador. Esta perspectiva adquiere una
importancia particular cuando se considera, en el contexto de los estrechos vínculos que
unen entre sí a los diversos ecosistemas, el valor ambiental de la biodiversidad, que se
ha de tratar con sentido de responsabilidad y proteger adecuadamente, porque constituye
una riqueza extraordinaria para toda la humanidad15.

La responsabilidad de salvaguardar el medio ambiente, patrimonio común del género


humano, se extiende no sólo a las exigencias del presente, sino también a las del futuro.
La solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un
deber». Se trata de una responsabilidad que las generaciones presentes tienen respecto a
las futuras, una responsabilidad que incumbe también a cada Estado y a la Comunidad
Internacional. Por otra parte, el contenido jurídico del «derecho a un ambiente natural
seguro y saludable» será el fruto de una gradual elaboración, solicitada por la opinión
pública, preocupada por disciplinar el uso de los bienes de la creación según las
exigencias del bien común y con una voluntad común de instituir sanciones para
quienes contaminan16.

El actual ritmo de explotación amenaza seriamente la disponibilidad de algunos


recursos naturales para el presente y el futuro. La solución del problema ecológico exige
que la actividad económica respete mejor el medio ambiente, conciliando las exigencias
del desarrollo económico con las de la protección ambiental. Cualquier actividad
económica que se sirva de los recursos naturales debe preocuparse también de la
salvaguardia del medio ambiente y prever sus costos, que se han de considerar como
«un elemento esencial del coste actual de la actividad económica»17.

Los graves problemas ecológicos requieren un efectivo cambio de mentalidad que lleve
a adoptar nuevos estilos de vida, «a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la
belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo
común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y
de las inversiones». Tales estilos de vida deben estar presididos por la sobriedad, la
templanza, la autodisciplina, tanto a nivel personal como social. La cuestión ecológica
14
Ibíd. 115 p.
15
Ibíd. 283-284 p.
16
Ibíd. 285 p.
17
Ibíd. 286 p.
no debe ser afrontada únicamente en razón de las terribles perspectivas que presagia la
degradación ambiental: tal cuestión debe ser, principalmente, una vigorosa motivación
para promover una auténtica solidaridad de dimensión mundial18.

5.3. La justicia social

La justicia «consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que


les es debido»19. Desde el punto de vista subjetivo, la justicia se traduce en la actitud
determinada por la voluntad de reconocer al otro como persona, mientras que, desde el
punto de vista objetivo, constituye el criterio determinante de la moralidad en el ámbito
intersubjetivo y social. La justicia social es una exigencia vinculada con la cuestión
social, que hoy se manifiesta con una dimensión mundial; concierne a los aspectos
sociales, políticos y económicos y, sobre todo, a la dimensión estructural de los
problemas y las soluciones correspondientes20.

La justicia, en efecto, no es una simple convención humana, porque lo que es «justo» no


está determinado originariamente por la ley, sino por la identidad profunda del ser
humano. La justicia resulta particularmente importante en el contexto actual, en el que
el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, a pesar de las proclamaciones
de propósitos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir
exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener. Es así como junto al valor de la
justicia, la doctrina social coloca el de la solidaridad, en cuanto vía privilegiada de la
paz. La meta de la paz, en efecto, «sólo se alcanzará con la realización de la justicia
social e internacional, y además con la práctica de las virtudes que favorecen la
convivencia y nos enseñan a vivir unidos, para construir juntos, dando y recibiendo, una
sociedad nueva y un mundo mejor»21.

BIBLIOGRAFÍA

- DE HOSTOS, E. M., Moral Social. Pensamiento Dominicano. Santo Domingo,


1968.
- FLECHA ANDRÉS, J.R. Moral Social. Sígueme. 2007
- PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”. Compendio de la doctrina Social
de la Iglesia. www.vatican.va.

18
Ibíd. 294 p.
19
CEC, 1807
20
PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”. Compendio de la doctrina Social de la Iglesia.
www.vatican.va. 128 p.
21
Ibíd. 129 p.

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