Capítulo Iv Moral Social
Capítulo Iv Moral Social
Capítulo Iv Moral Social
Estamos ligados por nuestro organismo corporal con la naturaleza de que es parte, y de
ese vínculo natural entre todo. y parte se derivan las relaciones de la moral natural. Así
es que de una serie de relaciones con la naturaleza social nace la rama de la moral que
tiene por objeto patentizar y hacer amables los deberes que hacen efectivo el bien social.
La ciencia moral, para ser ciencia, no puede salir de ahí: sus límites están precisamente
dentro de las relaciones que enlazan la vida orgánica, psíquica y social del hombre con
el orden cósmico, moral y social. Por tanto, si la moral general está fundada en las
relaciones del hombre con la naturaleza general, la moral social se funda en las
relaciones particulares del hombre con la sociedad2.
El individuo humano está tan íntimamente relacionado con todos y cada uno de los
órganos sociales que integra, y con la humanidad que personifica
Depende de otros individuos en cuanto la ley de la generación, de la herencia y de los
medios sociales lo sujetan a la influencia biológica, fisiológica y sociológica de sus
generadores, de sus antepasados y de sus contemporáneos.
1
DE HOSTOS, E. M. Moral social. 44 p.
2
Ibíd. 45-46 p.
porque el individuo está ligado a la Provincia por cuantas relaciones nacen del interés
individual, del egoísmo de familia y de la vanidad local3.
El hombre es ser de deber, y la sociabilidad es una ley natural de la Sociedad para hacer
posible ese enaltecimiento de la personalidad, ese triunfo de la naturaleza humana, esa
solución del problema de la vida individual y colectiva por el más poderoso factor de la
naturaleza humana: la conciencia. En términos directos: el hombre, en cuanto ser social,
es un compuesto de esos cinco elementos infalibles: la necesidad, la gratitud, la utilidad,
el derecho, el deber.
La necesidad lo obliga con las tres fuerzas de su triple naturaleza, física, racional,
consciente, a utilizar y cumplir la ley de asociación. La gratitud lo persuade, con todas
las impulsiones de su sensibilidad y con todos los resplandores de su imaginación, a
someterse a una ley de la naturaleza, tan eficaz en su propósito y tan armoniosa con el
objetivo de la humanidad, que sin ella no podría el individuo identificarse con la especie
y reconocer en ella su eterno bienhechor.
La utilidad lo induce, con todos los impulsos de su egoísmo y con todos los atractivos
de su cálculo y su ingenio, a aprovecharse, en beneficio propio, y si es posible, en
beneficio ajeno, de una ley natural que, sorprendiéndolo en una de las realidades de su
ser, se le muestra como menos vergonzosa de lo que él temía, y lo solicita a emplearla
en bien de todos.
La causa de esa potencia esencial del deber es obvia: es una fuerza natural que,
operando sin obstáculos en un momento de conciencia individual o colectiva, produce
lo llamado por su propia naturaleza a producir; la armonía de las fuerzas en la actividad
del individuo y la espontánea conciliación del propósito característico de cada vida
individual con el propósito ideal de la existencia colectiva6.
Ahora bien, de este modo, el desarrollo, del derecho es coeficiente del desarrollo del
deber; y en este sentido el derecho está con tan estrecho lazo enlazado a la moral, que
ésta por la intrínseca fuerza de las cosas, será y es más eficaz, más progresiva, más
positiva, más elevada, más humana, cuanto más coadyuve el derecho al desarrollo de la
ciencia y a la práctica de los deberes9.
5. Desafíos y responsabilidad
Así pues, el hombre «no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como
exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le
aprovechen a él solamente, sino también a los demás». El individuo no puede obrar
prescindiendo de los efectos del uso de los propios recursos, sino que debe actuar en
modo que persiga, además de las ventajas personales y familiares, también el bien
común. De ahí deriva el deber por parte de los propietarios de no tener inoperantes los
bienes poseídos y de destinarlos a la actividad productiva, confiándolos incluso a quien
tiene el deseo y la capacidad de hacerlos producir12.
La propiedad de los nuevos bienes, fruto del conocimiento, de la técnica y del saber,
resulta cada vez más decisiva, porque en ella «mucho más que en los recursos naturales,
se funda la riqueza de las Naciones industrializadas». La plena actuación del principio
del destino universal de los bienes requiere, por tanto, acciones a nivel internacional e
iniciativas programadas por parte de todos los países: «Hay que romper las barreras y
los monopolios que dejan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos
—individuos y Naciones— las condiciones básicas que permitan participar en dicho
desarrollo»13.
Hemos de tener en cuenta también que el hombre o la sociedad que llegan al punto de
absolutizar el derecho de propiedad, terminan por experimentar la esclavitud más
radical. Ninguna posesión, en efecto, puede ser considerada indiferente por el influjo
10
Ibíd.
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PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”. Compendio de la doctrina Social de la Iglesia.
www.vatican.va. 112 p
12
Ibíd. 113 p.
13
Ibíd. 113 p.
que ejerce, tanto sobre los individuos, como sobre las instituciones; el poseedor que
incautamente idolatra sus bienes resulta, más que nunca, poseído y subyugado por
ellos14.
La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad: se trata
del deber, común y universal, de respetar un bien colectivo. Es una responsabilidad que
debe crecer, teniendo en cuenta la globalidad de la actual crisis ecológica y la
consiguiente necesidad de afrontarla globalmente, ya que todos los seres dependen unos
de otros en el orden universal establecido por el Creador. Esta perspectiva adquiere una
importancia particular cuando se considera, en el contexto de los estrechos vínculos que
unen entre sí a los diversos ecosistemas, el valor ambiental de la biodiversidad, que se
ha de tratar con sentido de responsabilidad y proteger adecuadamente, porque constituye
una riqueza extraordinaria para toda la humanidad15.
Los graves problemas ecológicos requieren un efectivo cambio de mentalidad que lleve
a adoptar nuevos estilos de vida, «a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la
belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo
común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y
de las inversiones». Tales estilos de vida deben estar presididos por la sobriedad, la
templanza, la autodisciplina, tanto a nivel personal como social. La cuestión ecológica
14
Ibíd. 115 p.
15
Ibíd. 283-284 p.
16
Ibíd. 285 p.
17
Ibíd. 286 p.
no debe ser afrontada únicamente en razón de las terribles perspectivas que presagia la
degradación ambiental: tal cuestión debe ser, principalmente, una vigorosa motivación
para promover una auténtica solidaridad de dimensión mundial18.
BIBLIOGRAFÍA
18
Ibíd. 294 p.
19
CEC, 1807
20
PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”. Compendio de la doctrina Social de la Iglesia.
www.vatican.va. 128 p.
21
Ibíd. 129 p.