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Argar Libro

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EN LOS CONFINES DEL

ARGAR
UNA CULTURA DE LA
EDAD DEL
BRONCE
E N A L I C A N T E
EN EL CENTENARIO DE JULIO FURGÚS
EN LOS CONFINES DEL ARGAR
Una cultura de la Edad del Bronce en Alicante
MARQ, 2 Diciembre 2009 - 28 Febrero 2010
ORGANIZA COLABORA
Fundación MARQ Caja Mediterráneo
Diputación de Alicante
Museo Arqueológico de Alicante

Director Gerente de la Fundación MARQ


Josep A. Cortés Garrido

Director Técnico
Manuel H. Olcina Doménech

Director de Exposiciones
Jorge A. Soler Díaz

Comisariado
Mauro S. Hernández Pérez
Jorge A. Soler Díaz
Juan A. López Padilla

PRODUCCIÓN EXPOSICIÓN

Diseño Empresas auxiliares Entidades Prestatarias


José Luis Navarro y Ángel Rocamora Grupo SuLuz British Museum
Cota Cero diseño y comunicación Fotograbados García Museu d’Arqueologia de Catalunya
Signes y Pedrós S.L. Museo Arqueológico de Murcia
Unidad de Exposiciones MARQ Frasa2. Diseño y Montajes Museo Arqueológico de Lorca
Juan A. López Padilla Thron S.L. Museu de Prehistòria de València
José L. Menéndez Fueyo Museo Arqueológico Municipal “José María Soler”, Villena
Teresa Ximénez de Embún Sánchez Audioguía Museo Arqueológico e Historia de Elche
Lorena Hernández Serrano Hachelius S.L. Museo Arqueológico Municipal de Callosa de Segura
Laura Acosta Pradillos Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela
Actividades Didácticas Museo Arqueológico Municipal de Novelda
Restauración MARQ Gemma Sala Pérez Museu Arqueològic Municipal “Camil Visedo Moltó”, Alcoy
Silvia Roca Alberola Rafael Moya Molina Colegio Inmaculada Jesuitas de Alicante
Elena Santamaría Albertos José María Galán Boluda
Antonio Chumillas Sáez María Briones Marín Documentación Gráfica
Ana Rodríguez Izquierdo Instituto Arqueológico Alemán
Susana Serra Pacheco Corrección y traducción lingüística Archivo Gráfico de la Diputación Provincial
Cota Cero diseño y comunicación Proyecto La Bastida
Construcción y montaje Archivo Gráfico del MARQ
Trescar S. L. Transporte y manipulación Museu de Prehistòria de València
Expomed
Audiovisuales Agradecimientos
Cota Cero diseño y comunicación Seguros Bernat Martí, Carles Ferrer, J. Enrique Tormo, Miguel
Alianz Kunst, Fernando Moreno Sáez, H. José Mompó.
Mauro S. Hernández Pérez, Jorge A. Soler Díaz y Juan Antonio López Padilla (Eds.)
7

E n este 2009 se cumple el centenario de la desaparición del Padre Julio Furgús,


jesuita y pionero en la investigación arqueológica de las tierras más meridionales de
nuestra provincia de Alicante. De sus excavaciones e investigaciones proviene importante
información de la Edad del Bronce del Bajo Segura, constituyendo sus textos publicados
en diversas revistas de prestigio de su época, la mejor fuente documental para aproxi-
marse a la Edad del Bronce en esa comarca alicantina que en el II milenio a.C. constituyó,
con El Bajo Vinalopó, el límite septentrional de una manifestación cultural característica
del sureste peninsular y que la Arqueología Prehistórica conoce como Cultura del Argar.
La Exposición En los confi nes del Argar. Una Cultura de la Edad del Bronce en Alicante
responde a distintas intenciones. De una parte vuelve a reunir materiales que en su día
estuvieron en lo que fue el primer Museo Arqueológico de la Comunidad V alenciana en
Orihuela, al conseguir Furgús disponer, en el Colegio de Santo Domingo de ésta ciudad,
materiales obtenidos en un buen número de yacimientos arqueológicos, destacando los
de los poblados argáricos de San Antón de Orihuela y el de Laderas del Castillo de Ca- JOSÉ JOAQUÍN RIPOLL SERRANO
llosa de Segura. De aquel museo se conservan ahora piezas en el Museu d’Arqueologia Presidente Diputación
de Catalunya, en el Museo Comarcal de Orihuela y , desde noviembre de 1991, en
el MARQ, como consecuencia de un convenio de cesión en depósito fi rmado por la
Diputación y el Colegio de la Inmaculada PP . Jesuitas de Alicante, institución docente
heredera del de Santo Domingo de Orihuela, que conser vaba un interesantísimo con-
junto de objetos áureos, en plata y bronce de cronología argárica, además de una más
que notable colección de monedas y otros restos de época ibérica, romana y medieval.
De otra parte, la exposición asume el compromiso del MARQ por dar a conocer las inves-
tigaciones más recientes desarrolladas sobre la Cultura del Argar en Alicante, resultado de
excavaciones de la Universidad de Alicante y en gran medida de la misma Diputación a
través de su Museo Arqueológico, si se tienen en cuenta las intervenciones arqueológicas
en el Cabezo Pardo de San Isidro y las que durante muchos años se han venido practi-
cando en la Illeta dels Banyets de El Campello, el único parque arqueológico que ofrece
restos del Argar en Alicante, tan sorprendentes como sus cisternas y canalizaciones.
El esfuerzo ha sido considerable si se tiene en cuenta que, a esta exposición de produc-
ción propia del MARQ comisariada por Mauro Hernández Pérez, Jorge A. Soler Diaz y
Juan A. López Padilla, vienen piezas de más de una decena de museos, recogiéndose
materiales relacionados con el Argar que se conser van en museos de las provincias de
Alicante y Valencia y de la Región de Murcia. A modo de colofón se consigue la muestra
de dos conjuntos áureos principales; el que integra el denominado Tesorillo del Cabezo
Redondo de Villena y el de Abía de la Obispalia (Cuenca), que conser va el British Mu-
seum y que por primera vez se muestra en España.
De todo ello trasciende este catálogo donde se recogen un buen número de colabora-
ciones de prestigio, consiguiéndose un volumen que será referencia para la investigación
de la Edad del Bronce, no sólo en Alicante. Felicitando a todo el equipo del MARQ por
este brillante resultado quiero hacer constar, asimismo, mi agradecimiento público al pa-
trocinio que Caja Mediterráneo ha prestado para la realización de esta muestra, eviden-
ciando así su compromiso no sólo con el MARQ, sino con Alicante y la cultura.
9

E n Caja Mediterráneo consideramos de gran relevancia la puesta en marcha de la


exposición “En los Confi nes del Argar” . Magnífi ca muestra que sigue la estela de
calidad, importancia y rigor científico, de las exposiciones temporales programadas por el
Museo Arqueológico Provincial de Alicante y a la que aportamos gustosamente nuestra
colaboración.
“En los Confines del Argar”, es sin duda una gran exposición que descubrirá a los alican-
tinos los conocimientos que a lo largo de estos últimos cien años nos ha proporcionado
la investigación arqueológica de la cultura argárica en la zona meridional de Alicante. El
valor de esta muestra no pasará desapercibido en la provincia, ya que el trabajo de Julio
Furgús recoge también diversos estudios en yacimientos prehistóricos de la Edad del
Bronce en Alicante, que son sin duda, reconocidos en la actualidad.
Esta muestra nos permitirá adentrarnos, gracias a una cuidada selección de piezas ar -
queológicas y elementos audiovisuales, en los distintos aspectos que constituyeron la
vida diaria de las comunidades argáricas que durante el periodo comprendido entre ARMANDO SALA LLORET
2200 a.C. y 1500 a.C habitaron el Bajo Segura y el Bajo Vinalopó. El recorrido histórico Presidente del Consejo Territorial
y cultural que nos presenta el MARQ a través de esta colección, es todo un homenaje, de Alicante. Caja Mediterráneo
digno de reconocimiento, a todos aquellos investigadores que a lo largo de los años han
aportado su grano de arena para que hoy podamos ser conscientes de nuestras raíces
y de las de nuestros antepasados.
Comisariada por reconocidos especialistas se trata de todo un acontecimiento cultural,
reuniendo más de 270 piezas de museos arqueológicos de Lorca, Murcia, Orihuela,
Callosa de Segura, Elche, Novelda, Villena, Alicante, Alcoy , Valencia y Barcelona, a los
que se suma el reto de haber conseguido traer por primera vez a nuestro país, las piezas
de oro del tesoro de Abía de la Obispalía conservadas en el British Museum y que en la
exposición encuentran su lugar a modo de brillante epílogo del Argar mostrándose junto
al importante conjunto aúreo del Tesorillo que Jose Mª Soler descubriera en el Cabezo
Redondo de Villena.
Con estas iniciativas, Caja Mediterráneo pretende acercar a los ciudadanos de nuestra
tierra una de las joyas culturales que nos muestra la evolución de sus gentes, desde la
Edad del Bronce hasta nuestros días. Conocer nuestra historia, costumbres y tradiciones
es la mejor forma para llegar al entendimiento de lo que hoy somos.
Así las cosas, Caja Mediterráneo, a través de su Obra Social, ahonda en su compromi-
so con el fomento y la promoción de los valores culturales en los pueblos y ciudades.
Es fundamental destacar que esto no habría sido posible sin el constante e inestimable
trabajo del MARQ y de la Diputación Provincial de Alicante y por ello, reiteramos nuestro
agradecimiento por contar con Caja Mediterráneo en el desarrollo de este proyecto.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Índice Presentación
Mauro S. Hernández Pérez, Jorge A. Soler Díaz y Juan A. López Padilla 12

El Argar en Alicante. Breve historia de un centenario 14


Mauro S. Hernández Pérez.

1 El legado de Julio Furgús (1856-1919) 26


Reseña biográfica de Julio Furgús 28
Fernando de Lasala
El Museo Arqueológico de Santo Domingo de Orihuela 34
Jorge A. Soler Díaz
Del Museo de Antigüedades de Santo Domingo 54
al Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela
Emilio Diz Ardid
Objetos argáricos alicantinos en el Museu d’Arqueologia de Catalunya 62
Lourdes Andugar
La Colección Furgús en el MARQ 72
Manuel Olcina Domènech y Jorge A. Soler Díaz
Las monedas de la colección Furgús 82
Julio J. Ramón Sánchez

2 Los yacimientos argáricos de San Antón y


Laderas del Castillo a partir de la colección Furgús 90
Los materiales argáricos de la Colección Furgús. La Metalurgia 92
José Luis Simón García
La cerámica argárica de San Antón y 100
Laderas del Castillo a partir de la colección Furgús
Francisco Javier Jover Maestre y Juan A. López Padilla
La colección de instrumentos líticos de San Antón y Laderas del Castillo 110
Francisco Javier Jover Maestre
La producción ósea en los yacimientos argáricos 124
de San Antón y Laderas del Castillo
Juan A. López Padilla
De hilos, telares y tejidos en el Argar alicantino 136
José Antonio López Mira
11

3 El Argar en Alicante. Excavaciones recientes 154


Cabezo Pardo (San Isidro/ Granja de Rocamora) 156
Juan A. López Padilla
Entre el Medio y Bajo Vinalopó. Excavaciones arqueológicas 160
en el Tabayá (Aspe, Alicante) 1987-1991
Mauro S. Hernández Pérez
Los confines de El Argar en el registro arqueológico. 170
Sobre la Illeta dels Banyets de El Campello, Alicante
Jorge A. Soler Díaz
Los restos vegetales recuperados en la cisterna nº 1 de la Illeta dels Banyets 190
Yolanda Carrión

4 El Argar y su confín oriental 194


La cultura argárica en Granada y Jaén 196
Fernando Molina González y Juan Antonio Cámara Serrano
El Argar: la formación de una sociedad de clases 224
Vicente Lull, Rafael Micó, Roberto Risch y Cristina Rihuete Herrada.
El grupo argárico en los confines orientales del Argar 246
Juan A. López Padilla
Más allá de los confines del Argar. Los inicios de la Edad del Bronce 268
y la delimitación de las áreas culturales en el cuadrante suroriental
de la Península Ibérica, 60 años después
Francisco Javier Jover Maestre y Juan A. López Padilla
Tiempos de cambio. El final del Argar en Alicante 292
Mauro S. Hernández Pérez

5 Catálogo de la exposición 306


MAURO S. HERNÁNDEZ PÉREZ
JORGE A. SOLER DÍAZ E n 1909 fallecía en Orihuela Julio Furgús. Su fi gura se encuentra estr echamen-
te ligada al estudio de la Cultura de El Argar en las tierras alicantinas, tras sus
excavaciones en los yacimientos de San Antón de Orihuela, donde años antes ha-
JUAN A. LÓPEZ PADILLA
bía realizado “exploraciones” el oriolano Santiago Moreno Tovillas, y las Laderas del
Castillo de Callosa de Segura. También a la creación en el Colegio de Santo Domin-
go de Orihuela, del primer museo arqueológico de la Provincia de Alicante, que por
la novedad e interés de sus colecciones sería destacado a nivel nacional y serviría de
modelo en los primeros intentos de creación de los museos municipales alicantinos.
Ahora, cien años después, el MARQ acoge en una de sus salas una exposición en
la que se analiza la figura de Furgús y de otros pioneros en el estudio de la cultura
argárica en nuestras tierras y de las investigaciones que, siempre ligadas al Museo
Arqueológico Provincial de Alicante, alcanzan hasta la actualidad, con una activa
y fecunda participación de Francisco Figueras Pacheco y de Enrique Llobr egat
Conesa en el pasado, con sus trabajos en la Illeta dels Banyets de El Campello, y
en la actualidad con un ambicioso pr oyecto de investigación en la V ega Baja del
Segura, Bajo Vinalopó y en la propia IIleta dels Banyets.
Evocando la museografía que iniciara el Museo de Santo Domingo, donde se ex-
ponían los primeros objetos argáricos de nuestras tierras, el MARQ ha organizado
esta exposición, en la que se reúne de nuevo buena parte de la antigua colección
oriolana, a la que se incorpora una cuidada selección de objetos exhumados a lo
largo de esta centuria en otr os yacimientos argáricos alicantinos, algunos de los
cuales se exhiben por vez primera en Alicante. Es el caso de los pr ocedentes de
antiguas excavaciones, como las realizadas en los años veinte del pasado siglo por
13

J. Colominas en Callosa de Segura; y también de otras más recientes llevadas a cabo


en otros yacimientos del ámbito argárico alicantino, el cual se hallaba situado en los con-
fines más orientales del territorio de El Argar. Esta muestra pone de manifiesto la evidente
relación del área más meridional de Alicante con sus vecinos en época argárica –de ahí
la cuidada selección de materiales arqueológicos de los museos de Murcia y Lorca– al
igual que en sus momentos finales, que en Alicante alcanzan un espectacular desarrollo
durante el denominado Bronce T ardío, del que el T esorillo del Cabezo Redondo es fi el
testimonio. Junto a él se expone también el llamado Tesorillo de Abia de la Obispalía que,
descubierto hace casi noventa años en este municipio de Cuenca y en la actualidad
depositado en el British Museum, se exhibe por vez primera en España, evocando una
estrecha relación con los hallazgos áureos alicantinos, al igual que ocurre entre otros
materiales de nuestros yacimientos y los registrados para este momento en diferentes
culturas peninsulares, mediterráneas y europeas.
En suma, con esta exposición se ha pretendido mostrar los avances que, en lo que se
refiere a la investigación de la cultura de El Argar , se han producido en Alicante a partir
de los trabajos pioneros de inicios del siglo XX. Han sido cien años en los que nuestro
conocimiento ha crecido considerablemente, de manera que ahora pueden ya fi jarse
con gran aproximación no sólo los límites territoriales que alcanzó el ámbito argárico
sino también el marco temporal en el que El Argar se gestó y desarrolló como sociedad
concreta. Pero también disponemos de más información acerca de otros muchos as-
pectos: cómo sus gentes seleccionaban los lugares en los que ubicaban sus poblados,
de qué modo organizaban la construcción de sus casas e incluso cómo acometían la
planificación y construcción de las complejas infraestructuras de las que eran capaces
de dotarlos, como canalizaciones hidráulicas y cisternas. Las excavaciones más recien-
tes nos han permitido comprender mejor sus prácticas funerarias, conocer más de sus
gentes a partir del estudio de sus esqueletos, y saber más sobre cómo organizaban su
vida cotidiana y de qué modo producían y empleaban un amplio y variado conjunto de
objetos, herramientas y adornos, de los que se ser vían para sobrevivir y permanecer
siendo como sociedad. Por último, las excavaciones en el excepcional yacimiento de
Cabezo Redondo, en Villena, iniciadas a mediados del siglo pasado y retomadas anales fi
de los años ochenta, nos acercan cada vez más a desentrañar el complejo proceso de
disolución de la cultura argárica y la desaparición de los elementos que permitían reco-
nocerla arqueológicamente.
Agradeciendo la confi anza que en el proyecto han depositado el Museo y la Fundación
C.V. MARQ, así como el apoyo de la Caja Mediterráneo, debe hacerse constar que la ex-
posición y monografía-catálogo ha sido posible gracias a la colaboración de un conside-
rable número de instituciones que han cedido parte del fondo documental y material que
conservan. Así mismo, deseamos expresar nuestro agradecimiento a las instituciones
prestatarias de documentación y, por supuesto, a los numerosos investigadores que han
colaborado con sus trabajos en la redacción de los artículos y las fi chas catalográfi cas
que integran este catálogo, entre los que se cuentan algunos de los máximos especia-
listas en la Cultura de El Argar.
El Argar en Alicante.
Breve historia
Mauro S. Hernández Pérez
Universidad
Un de Alicante de un centenario
Años antes de que los hermanos Enrique y Luis Sir et identifi caran, tras sus excava-
ciones en el Sudeste peninsular , la denominada Cultura del Argar , Santiago Mor eno
Tovillas (1832-1888), coronel de Ingenieros, natural de Orihuela, había realizado explo-
raciones en un paraje de unos quinientos metr os que identifi ca como Ladera de San
Antón, en el que excavó dos sepulturas r odeadas de piedras y r ecogió cerámicas,
molinos y láminas dentadas de sílex y cuar cita, caparazones de moluscos marinos y
huesos humanos y de animales, entr e los que hace r eferencia a caballos, materiales
que en 1872 r emitiría a la Sociedad Ar queológica Valenciana junto a una Memoria en
la que daba cuenta de sus trabajos en Orihuela dos años después. Señala, asimismo,
anteriores hallazgos en el mismo lugar por Joaquín Soto en 1853, de los que no se
conservan noticias, como tampoco de los r ealizados por Tomás Brotons, de los que
años después se publicaría un excepcional conjunto de materiales (Albert Ber enguer,
1945: Nieto Gallo, 1959), actualmente en el Museo Arqueológico Provincial de Murcia.
A pesar de la tardía publicación de su Memoria (Moreno Tovillas, 1942), la identificación
de San Antón como yacimiento arqueológico es recogida por los hermanos Siret quie-
nes visitaron en Orihuela a Santiago Moreno, conocieron su “hermosa colección” y re-
corrieron el poblado, del que ofrecen una breve descripción y en el que quizás debieron
realizar alguna excavación o estudiar alguno de los perfi les existentes, ya que señalan
un espesor de hasta dos metros de potencia “debajo de una tierra negruzca mezclada
con carbón, piedras, pedazos de vasijas de barr o, ripio y sierras de peder nal, como
también muelas de piedra”, para concluir que “se extendería por la vertiente misma, en
la que debieron haberse practicado algunos desmontes en forma de escalinata, de
los cuales, por otra parte, no existe el más pequeño resto” (Siret, 1890: 308-309).
15

Sorprende la escasa atención que prestan a este yacimiento, ya que las exploraciones
de Julio Furgús, cuyo centenario de su muerte se conmemora con esta Monografía y
Exposición, ponen al descubierto apenas unos años después –entre 1902 y 1908– un
excepcional conjunto de materiales pertenecientes en su opinión a una necrópolis que al
final de sus trabajos evalúa en un millar de tumbas. Sin duda, Furgús conocía los trabajos
de los hermanos Siret en el Sudeste, de los que apenas hace referencia, conser vando
la Biblioteca del Colegio un ejemplar de Las Primeras Edades del Metal en el Sudeste de
España. Como se ha señalado “no hay citas pero es seguro que Furgús contestaba a las
observaciones de Siret” (Martí Oliver, 2001: 127), cuando iba modifi cando su discurso
en sucesivas publicaciones acerca de la valoración de yacimiento, sobre el que insiste
en su carácter de necrópolis, aunque al referirse a las Laderas del Castillo de Callosa de
Segura, ya al final de sus trabajos (Furgús 1909), identifica un muro y fragmentos de barro
con improntas de caña, planteando la duda de que pudiera tratarse de un poblado en la
ladera de más fácil acceso.
Los trabajos de Julio Furgús en la Vega Baja del Segura constituyen, con sus virtudes y
sus múltiples carencias, una excepcional aportación a los inicios de la arqueología prehis-
tórica alicantina, tanto en la vertiente patrimonial con la creación del Museo Arqueológico
en el Colegio de Santo Domingo de Orihuela, del que era docente, sobre el que se dis-
pone de múltiples referencias, recogidas por Jorge A. Soler en esta monografía, como en
la difusión de los resultados de su investigación en artículos dispersos en varias revistas,
en especial Razón y Fe, de la Compañía de Jesús, que serían recopilados, traducidos al
valenciano y editados por el Ser vei d’Investigació Prehistórica del Institut d’Estudis V alen- 1. Portada del trabajo de Santiago Moreno sobre los
yacimientos prehistóricos de Orihuela.
cians en su serie de Treballs Solts (Furgús, 1937).
Sus aportaciones han sido ampliamente referenciadas por otros autores (Anuari, 1907;
Martí Oliver, 2001) y por J. Soler Díaz en esta misma monografía. De ellas interesa desta-
car aquí la insistencia en considerar a San Antón y Laderas del Castillo Callosa de Segura
como necrópolis, a pesar de que Enrique Siret señalara, en respuesta a sus trabajos, que
San Antón es un poblado con enterramientos bajo las casas similar a los que con su her-
mano había descubierto y excavado en Almería insistiendo en que los trabajos de J. Fur-
gús en el yacimiento oriolano confirman que se trata del mismo pueblo (Siret, 1905: 24).
Hacia 1906 Pedro Flores, capataz de su hermano Luis, visitó varios yacimentos en Ali-
cante, entre los que se cita el denominado Cabezo de La Granja, que posiblemente
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

corresponda al actual Cabezo Pardo, donde excavó un enterramiento tardorromano,


del que realizó uno de sus característicos croquis, y recogió diversos materiales, depo-
sitados en la actualidad en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, entre los que se
encuentran fragmentos de dos copas, un amplio y variado conjunto de útiles líticos y de
adornos sobre caparazones de moluscos marinos y un fragmento de parietal humano
(Simón García, 1997).
Pronto se interesó el Institut d’Estudis Catalans por los poblados excavados por J. Fur -
gús, según se recoge en una nota de su Anuari de 1907. Años después la institución
catalana se plantea la realización de excavaciones en las Laderas del Castillo, bajo la
2. Portada de Las Primeras Edades del Metal de E.
y L. Siret (1890).
dirección de J. Colominas Roca, de la que apenas se publican unas breves notas (Co-
lominas, 1925, 1931 y 1936), en las que se reitera su carácter de necrópolis, aunque
también se indique la presencia de paredes trabadas con barro que seguían las cur vas
de nivel. Se insiste en su semejanza con los yacimientos excavados por los Siret en Al-
mería y “es continua amb altres estacions de la mateixa naturalesa en tota la costa llevan-
tina i està estesa des de València per la regió d’Alcoi, Alacant, Callosa, Oriola i Múrcia fins
de a la provincia d’Almeria” (Colominas, 1927/31: 34). De extraordinario interés son las
descripciones y dibujos de sus cuatro tipos de enterramientos y una cuidada selección
de materiales, algunos de los cuales se pueden contemplar en esta exposición.
En estas primeras décadas de la pasada centuria, la Edad del Bronce de la Península
Ibérica se asociaba a Argar, remitiendo todos los poblados y hallazgos a los yacimientos
de Almería y a los materiales recogidos por Siret.
En los años veinte del pasado siglo la arqueología prehistórica alicantina conoce un mo-
mento de esplendor que se prolonga hasta el inicio de la Guerra Civil. En esos años se
excavan –y publican- una serie de yacimientos de la Edad del Bronce en Alcoy –Mas de
Menente (Ponsell, 1926; Pericot y Ponsell, 1929), Mola Alta de Serelles (Botella, 1926
y 1928), Barranc del Cinc (Visedo, 1937) y en la Illeta dels Banyets de El Campello. En
la publicación de sus resultados siempre se insiste en su relación con los yacimientos
del Sudeste, tanto eneolíticos como argáricos, sin descartar movimientos humanos. Así
en una breve y temprana síntesis sobre la prehistoria de Alcoy y su comarca se com-
paran los materiales de algunos de sus poblados –Ull del Moro, Mas de Menente y
Mola d’Agres– con los depositados en el Museo de Santo Domingo de Orihuela con “la
convicció de que és tracta d’un mateix poble que movent-se de S. a N. i sens apartar -
se gaire de la costa, es va anar establiment per les verges muntanyes de la provincia
3.Tipos de enterramientos de Laderas del Castillo
según J. Colominas (1936:36). d’Alacant i les poblà fortament” (Visedo, 1925: 176). T ras la excavación del poblado de
Mas de Menente, F. Ponsell también señala su relación con el Sudeste “y más concre-
17

4. La Illeta dels Banyets de El Campello a comienzos


del siglo XX (Figueras Pacheco, 1950).

tamente, de la provincia de Almería, cuyas estaciones del Argar y muchas excavadas


por los hermanos Siret tanto material han producido, así como posteriormente los de la
provincia de Murcia y Orihuela, enlazadas con las de Callosa de Segura, Elche y otras
varias que se encuentran diseminadas por todo el litoral, habiéndola conceptuado los
arqueólogos como una verdadera civilización costera que parece terminar en Cataluña”
(Ponsell, 1926: 7-8). T ambién para la Illeta dels Banyets de El Campello se insiste en
que “aparece la cerámica pulimentada propia de la cultura argárica” (Figueras Pacheco,
1934: 41). Influencias argáricas que se hacen extensivas a todas las tierras valencianas,
incluso en el propio título de algunas de las aportaciones (Alcácer, 1946).
Sin embargo, resulta curioso que C. Visedo Moltó en su síntesis sobre Alcoy no men-
cione la cultura argárica, incluyendo la relación de poblados de la Edad del Bronce en el
Eneolítico o Bronce I (Visedo, 1959), indicando dos “vías de ingreso” desde Almería hasta
los valles alcoyanos, una desde Villena hasta Agres por Bocairente y la otra por el puerto
de Biar. En esos mismo años se destaca que en la Illeta dels Banyets de El Campello “de
la cultura argárica son vestigios claros varios de los barros descubiertos, restos de tulipas
y otras formas con acabado pulimento” (Figueras Pacheco, 1950: 21).
La información disponible en aquellos momentos, permite a Juan de la Mata Carriazo
incorporar en el capítulo correspondiente a la Edad del Bronce en la Historia de España
de Menéndez Pidal, sendos epígrafes a la zona argárica de Orihuela y a otros hallazgos
levantinos. En la primera, una lectura de la confusa información de Furgús le llevaría a
identificar dos necrópolis en Orihuela –La Mora y San Antón–, destacando sus tipos de
enterramientos, los huesos humanos pintados y las cerámicas, entre las que hace refe-
rencia a las tulipas y “por caso único al parecer fuera de Almería, el extraño vaso de forma
lenticular” (Carriazo, 1947: 775). En el segundo epígrafe cita dos cuencos de Elche y los
pequeños poblados y cuevas de Alcoy, en los que “la relación con lo argárico la estable-
cen una alabarda de bronce y tulipas y cuencos(¿) pulimentados” (Carriazo, 1947: 776),
mientras los materiales de Mas de Menente le dan “la impresión de la cultura de El Argar 5. Portadas de los trabajos de
infiltrándose en otra de ambiente más arcaico” (Carriazo, 1947: 776). E. Botella y F. Ponsell sobre la
Mola Alta de Serelles y Mas de
La ruptura de la identifi cación del Argar con la Edad del Bronce peninsular , viene de la Menente.
mano de M. Tarradell, cuando, tras una posición no bien definida en un primer momento
(Tarradell, 1947), identifica (Tarradell, 1949) dentro de la Edad del Bronce peninsular tres
zonas, incluyendo en la primera –zona de cultura argárica– los poblados de San Antón y
Laderas del Castillo, mientras el resto de la provincia de Alicante se incluye en una zona
de influencia argárica, separadas ambas por el Segura, aunque en el coloquio que siguió
a su comunicación A. Ramos señaló que “más allá del Segura, en Elche, hay varios
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

7. Jose María Soler en el yacimiento de Las Peñicas

6. Miguel Tarradell en Mas d’En Miró. hallazgos argáricos, incluso enterramientos de urnas ”y F. Ponsell dice” que la expansión
cultural argárica no puede limitarse al Segura” (Tarradell, 1959: 85).
Tras los primeros trabajos de J. Mª Soler en Villena, señala que en sus alrededores “hay
un grupo de poblados, además de Cabezo Redondo que por no haber sido excavados
ignoramos si hay que incluirlos en el grupo argárico o en el Bronce Valenciano” (Tarradell,
1963: 150), al tiempo que realiza un detenido análisis de los hallazgos en San Antón y
Laderas apuntando la posibilidad que “la presencia de la cultura del Argar hacia tierras
del sur valenciano tiende a comprobarse a medida que avanzan las investigaciones y dar
noticia de un yacimiento que permite esperar que esta vez nos será permitido conocer el
doble aspecto del poblado y de la necrópolis, por vez primera en el extremo meridional
del territorio valenciano” (Tarradell, 1963: 165). La excavación por parte de J. Mª Soler de
un enterramiento infantil le permite asegurar que “la expansión argárica, y no solamente
sus infl uencias, llega por lo menos hasta la cuenca del Vinalopó, importante vía de pe-
netración de culturas primitivas” (Soler , 1953). Tras estos trabajos de J. Mª Soler en el
Cabezo Redondo traslada las fronteras del Argar hasta el Vinalopó (Tarradell, 1965: 6). A
partir de este momento las fronteras entre los bronces Argárico y Valenciano oscilan entre
el Segura y Vinalopó, generando una discusión que ha perdurado hasta la actualidad.
Cuando hace ahora treinta años me incorporé a la Universidad de Alicante inicié una línea
de investigación desde su área de Prehistoria sobre la Edad del Bronce en las tierras
valencianas, cuya problemática y yacimientos tuve ocasión de conocer de la mano de
J.F. Navarro Mederos, que en el primer número de la revista Lucentum publicó una serie
de poblados del tramo inferior del Vinalopó Medio, tras una ardua recopilación de sus
materiales recogidos por los coleccionistas de Novelda. De sus conclusiones interesa
destacar aquí la adscripción de estos yacimientos del Valle Medio del Vinalopó, al Bronce
Valenciano, señalando que el Alto Vinalopó, “concretamente la vega de Villena, manten-
19

8. Yacimiento del Puntal del Búho.

dría estrechos contactos con el Círculo Argárico durante el Argar B a través del pasillo
Jumilla-Yecla. Sostiene, asimismo, que los poblados del Bajo Vinalopó, entre los que cita
Pic de les Moreres (Crevillente) y Serra del Búho (Elche), deben inscribirse en el Bronce
Valenciano, aunque con fuertes infl uencias argáricas, porque propone una nueva fron-
tera del Argar y el Bronce V alenciano que “debe extenderse por el Sistema Subbético,
concretamente a lo largo de una vaga línea que, partiendo de algún punto impreciso en
torno a Elche, enlazaría con las Sierras de Crevillente y Abanilla... Ya en la segunda mitad
del II milenio, la vega de Villena –y quizás la de Elche– habrían entrado a formar parte de la
Cultura Argárica, aunque solo fuera marginalmente” (Navarro Mederos, 1982: 66).
Los yacimientos del Bajo Vinalopó habían sido publicados años antes por J.L. Román
Lanjarín que en relación con el Pic de les Moreres, señala que sería aventurado decan-
tarse por el Bronce V alenciano o el Bronce Argárico (Román Lanjarín, 1975: 60-61)
para luego inclinarse por el segundo ante la presencia de enterramientos humanos en
el interior del poblado y un pie de copa en la Serra del Búho IV (Román Lanjarín, 1978
y 1980). Para otros yacimientos de Elche, en cambio, se propone su adscripción al
Bronce Valenciano. Es el caso del estrato II del Promontori del Aigua Dolça i Salada, que
se identifica con el Bronce Valenciano Final (Ramos Fernández, 1981: 246) o Caramoro
I, considerado una fortaleza vigía del Bronce V alenciano II y fechado entre 1500 y 1150
a.C. (Ramos Fernández, 1988).
En los años ochenta de la pasada década, la “cuestión argárica” en las tierras alicantinas
parecía resuelta, al menos parcialmente. San Antón y Laderas se consideraban incues-
tionablemente argáricos, aunque se realizaran diferentes valoraciones sobre ellos. En este
sentido cabría recordar que ya en la década anterior las sistematizaciones sobre la meta- 9. Portada del trabajo de V. Lull (1983).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

lurgia (Blance, 1971) y la cerámica sepulcral argáricas (Schubart, 1975) hacen referencia
10. E. Llobregat en la Illeta dels Banyets. a materiales de estos dos yacimientos, incluyéndose en la gura
fi correspondiente al Argar
A, según H. Schubart, un brazalete de arquero y una alabarda de Laderas, procedentes
de las excavaciones de Colominas.
Vicente Lull incluye estos dos yacimientos –los únicos en las tierras alicantinas– en su es-
tudio de la Cultura de El Argar, considerándolos como poblados argáricos típicos por sus
ajuares y enterramientos en el interior del poblado. En su opinión la cercanía entre ambos,
su proximidad a afl oramientos mineros y a fértiles tierras, sugieren una clara asociación
de intereses, por lo que estos dos poblados “podrían pertenecer a la misma comunidad
tribal” (Lull, 1983: 341).
Desde la Universidad de Valencia R. Soriano centra su atención en los yacimientos de la
Vega Baja del Segura, insistiendo en la adscripción argárica de sus poblados, tanto los
ya conocidos, de los que da a conocer los materiales depositados en los museos de
Orihuela, Callosa y Colegio de la Inmaculada de Alicante (Soriano, 1984), al igual que de
nuevos yacimientos, la mayoría del Bronce Tardío (Soriano, 1985). Para la autora, la Vega
Baja del Segura se incluye en la Cultura del Argar, al igual que el Cabezo Redondo y otros
yacimientos del Vinalopó Medio.
En esos mismos años E. Llobregat, desde el Museo Arqueológico Provincial, reanuda
las excavaciones en la Illeta del Banyets, confirmando una ocupación anterior infrapuesta
a lo ibérico y la existencia de varios enterramientos en cista con un abundante y variado
ajuar, entre los que cita alabardas y un pomo del mango de un puñal, que incluye “dentro
del Bronce Valenciano aunque algunos ajuares y la misma existencia de cistas inclinen a
una clasificación más pronto argárica” (Llobregat, 1986: 66). Estas excavaciones serían
estudiadas por J.L. Simón, que señala dos momentos de ocupación prehistórica identifi-
cando el primero con el Bronce Antiguo sin adscribirla a una u otra cultura, si bien destaca
los paralelos en cada una de ellas de los diferentes elementos culturales (Simón, 1988).
21

En la década siguiente, tras una corta intervención en el yacimiento, estudia de nuevo la


información disponible y los materiales, para concluir que el primer grupo humano que se
asienta en la Illeta tiene “características culturales claramente argáricas”, comparándolo
con los de San Antón y Laderas (Simón, 1997).
En la Universidad de Alicante, A. González Prats, dentro de un estudio integral de la
Sierra de Crevillente, excava el poblado del Pic de les Moreres que incluye en el Bronce
Argárico, al tiempo rechaza la datación de un hueso de la fase más moderna –2919-
2197 cal. a.n.e. (GAK-9775)– (González Prats, 1983: 266) que, como otras muchas del
laboratorio japonés, resulta inaceptable.
Por mi parte, desde un primer momento planteé un estudio de la Edad del Bronce en el
Medio y Alto Vinalopó que incluyera la excavación de algunos poblados y la realización,
como Memorias de Licenciatura, de cartas arqueológicas y de estudios de materiales,
con el objeto de caracterizar el Bronce local, para el que llegué a proponer el estableci-
miento de facies comarcales (Hernández Pérez, 1985). En el marco de esta revisión se
inscribe mi participación al Homenaje de Luis Siret, organizado por la Junta de Andalucía
en 1984, en la que abordé el análisis de Bronce Argárico en Alicante y sus relaciones
con el mundo del Bronce Valenciano (Hernández Pérez, 1986). En aquella ocasión, tras
revisar toda la documentación publicada o accesible en los museos, se insiste en la
presencia en la provincia de Alicante de yacimientos argáricos en la Vega del Segura y de 11. Portada del Homenaje a Luis Siret (1986).
influencias argáricas en otros del Vinalopó y Camp d’Alacant, entre los que se incluían los
del Pic de les Moreres, Tabayá e Illeta dels Banyets, señalando que San Antón y Laderas
dominan la vía del Segura y la Illeta, el Camp d’Alacant y la penetración hacía l’Alcoià y
Vinalopó, donde el Tabayá jugaría el mismo papel entre las cuencas media y alta de este
río, y el curso del río serviría de camino de difusión de las influencias argáricas hasta Villena
que se intentan rastrear en algunas formas cerámicas y en la abundancia de metalurgia
y en su progresiva disminución a medida que se distanciaban del núcleo argárico. Era
esta infl uencia argárica, diluida a lo largo del territorio, la que, en mi opinión, explicaba la
aparición de las facies comarcales dentro de la Edad del Bronce.
Eran muchas las preguntas, y todas las hipótesis que trataba de explicar necesitaban
de una contrastación en el campo y una revisión de los materiales depositados en los
museos. Tras una primera excavación en La Horna, en Aspe (Hernández Pérez, 1994),
se programó excavaciones en el T abayá, entre el Bajo y Medio Vinalopó, y el Cabezo
Redondo, en otro extremo del río. Del primero ya se conocían sus materiales argáricos
(Hernández Perez, 1983), entre ellos una tulipa y un conjunto metálico, con una alabarda,
en la que apenas se detectó la presencia de estaño -0.113 %. Se inició a partir de este
momento un ambicioso programa de análisis metalográficos que continuaría y desarrolla-
ría J. L. Simón. Las excavaciones, de las que se da cuenta en esta misma monografía,
pusieron al descubierto la más completa secuencia estratigráfica para la Edad del Bronce
en las tierras valencianas, con una importante y temprana ocupación argárica con en-
terramientos humanos en cistas, fosas y urnas, entre los que destaca el de un adulto
con un ajuar compuesto por una alabarda sobre el pecho que conser vaba restos de
la madera del enmangue, una pequeña vasija carenada y un fragmento de hueso de la
pata de un ovicaprino (Badal, 1990; Hernández Pérez, 1990. Por otra parte, las excava-
ciones del Cabezo Redondo, sin descartar una ocupación anterior, identificada por unos
como del Bronce Valenciano, y argárica por otros, y que por el momento no me atrevo
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

a caracterizar, confirman su pleno desarrollo al Bronce Tardío, sobre el que también en la


presente monografía se realizan las correspondientes precisiones.
Estos trabajos en el Vinalopó motivaron la necesidad de disponer de una sólida informa-
ción sobre la Edad del Bronce en Alicante, por lo que, aprovechando una convocatoria
pública de Patronato García Rojel, se desarrolló en 1981 un proyecto de investigación
bajo el título La Cultura de El Argar en Alicante. Relaciones entre Alicante y Murcia en el II
milenio a.C., en el que participaron, bajo mi dirección, J.A. López Mira, J.A. López Padilla,
F.J. Jover Maestre, A. Puigcer ver Hurtado y J.L. Simón García. Se catalogaron 1.420
objetos depositados en museos y colecciones particulares considerados argáricos y se
realizó un estudio sobre la presencia de esta cultura en las tierras alicantinas, que han
permanecido inéditos, salvo algunos avances realizados por los integrantes del equipo
en sus memorias de Licenciatura o de Doctorado o en algunas publicaciones. Aquel tra-
bajo es el germen de la actual exposición que, con el título de En los confines del Argar,
conmemora el centenario de la muerte de Julio Furgús.
La última década del pasado siglo se iniciaba con buenos presagios para la Edad del
Bronce en las tierras alicantinas. Fueron momentos de entusiasmo y lo fueron también,
con sus luces, sombras y zonas en penumbra, de excelentes trabajos y resultados, de
los que en esta monografía se da cumplida información. Sin ánimo de repetirlos, me pa-
rece conveniente hacer referencia a las excavaciones y trabajos que se han realizado en
estos años como cierre de este recorrido por los cien años –y algo más–, de la Cultura
12. Portada del congreso celebrado en Villena Argárica en Alicante.
en 2002.
A nivel territorial su distribución espacial parece defi nitivamente cerrada. A las comarcas
tradicionales de la Vega Baja del Segura y Bajo Vinalopó se ha incorporado, de manera
definitiva, parte del Camp d’Alacant para incluir el yacimiento de la Illeta dels Banyets, del
que nadie duda sobre su adscripción argárica.
A nivel temporal se dispone de dataciones absolutas para algunos momentos de las
ocupaciones argáricas, no necesariamente las primeras, del Cabezo Pardo, T abayá e
Illeta dels Banyets que permiten constatar su presencia en torno a 2000 a.C. El Bronce
Tardío se iniciaría entre el 1600-1550 cal. a.n.e.
Se han realizado excavaciones en los yacimientos del Cabezo Pardo, en Albatera, Cara-
moro I, en Elche, y la Illeta dels Banyets, esta última dentro de un modélico proyecto de
puesta en valor del yacimiento, de la del Cabezo Pardo, en el que se han realizado tres
campañas de excavaciones arqueológicas por parte de J.A. López Padilla, dentro de un
proyecto de investigación del MARQ, se da cuenta en esta monografía.
23

En Caramoro I se retoman las excavacionesnes por parte de A. González Prats y E. Ruiz


Segura, que modifi can sustancialmente la anterior planimetría de R. Ramos al identifi car
una compleja fortifi cación que ponen en relación con el vecino Tabayá, a unos 3 km de
distancia, que consideran el poblado nuclear del Bajo Vinalopó. T ambién proponen una
diferente adscripción cultural, ya que tanto su registro cerámico entre los que destacan
copas, pies de copa y vasos carenados como el enterramiento en el interior de una ha-
bitación de un niño de poco más de un año de edad, con una herida en la cabeza por
arma metálica (Cloquell y Aguilar, 1996), demuestran de manera incuestionable, que se
trata de un yacimiento argárico (González y Ruiz, 1995).
De los trabajos en la Illeta dels Banyets se ha publicado una extraordinaria monografía
(Soler Díaz, 2006), en la que se ofrece una detallada y precisa información sobre su
ocupación prehistórica, de la que aquí interesa destacar la referida a los niveles argáricos
de los que se ocupan diferentes artículos, en el que, entre otros, se aborda el estudio,
creo que defi nitivo, sobre sus cisternas (Soler Díaz, Pérez Jiménez y Belmonte Mas,
2006), enterramientos humanos (López Padilla, Belmonte Mas y Miguel Ibáñez, 2006) y
las diferentes áreas de actividad (Belmonte Mas y López Padilla, 2006), al tiempo que se
completa un anterior estudio zooarqueológico (Benito Iborra, 2006).
También se han revisado yacimientos y materiales, entre los que se incluyen estudios
exhaustivos sobre los enterramientos (Jover Maestre y López Padilla, 1997) y metalurgia
(Simón García, 1998) y los primeros análisis antropológicos y paleopatológicos de restos
humanos argáricos (Cloquell y Aguilar , 1996; de Miguel Ibáñez, 2001; López Padilla,
Belmonte Mas y de Miguel Ibáñez, 2006) y los más genéricos de F .J. Jover Maestre,
J.A. López Padilla y J.A. López Mira sobre, respectivamente, el trabajo de la piedra, del
hueso, asta y marfi l y el tejido, cestería y cordelería recogidos en la monografía editada
con ocasión de la exposición itinerante …y acumularon tesoros. La Edad del Bronce en
nuestras tierras. Esta exposición y el congreso sobre la Edad del Bronce en las tierras
alicantinas y zonas limítrofes que se realizó en Villena en abril de 2002 (Hernández Alcaraz
y Hernández Pérez, 2004) se han convertido en precisos referentes del estado actual de
la investigación sobre nuestra Edad del Bronce, en la que, a los cien años de la muerte
de Julio Furgús, la Cultura de El Argar en Alicante aparece bien identificada a nivel espacial
y, en menor medida, temporal. Sin embargo, son muchas las cuestiones sin resolver ,
sobre las que esta exposición supondrá, sin duda, un nuevo impulso en su conocimiento
e investigación.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

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Villena, 3, Villena.
1
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

El legado
de Julio Furgús
(1856-1919)
27
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Reseña biográfica Fernando de Lasala, S.J.

de Julio Furgús
Prof. Ordinario en la Facultad
de Historia de la Iglesia.
Pontificia Universidad Gregoriana – Roma

Julio Furgús1 nació el 13 de enero de 1856 en Agen (Toulouse, Francia); siendo niño, se
trasladó con su familia a Tarragona y, después, a Barcelona, asimilando gustosamente el
modo de ser catalán.
Durante su adolescencia y primeros años de juventud se dedicó a ayudar en el comercio
familiar, mientras manifestaba su afi ción por los estudios, en particular por las coleccio-
nes –como la de coleópteros, que iba completando los días festivos–2 . Aprendió por su
cuenta, a ratos perdidos, la gramática latina.
Ingresó en la Compañía de Jesús el 7 de octubre de 1875, en el noviciado de Dussède
(Francia), en donde residían los jesuitas de la Provincia de Aragón 3, exiliados esa vez
como consecuencia de la revolución “Gloriosa” de septiembre de 1868; fue ordena-
do presbítero en 1890, en T ortosa (Tarragona); pronunció su Profesión solemne como
miembro de la Compañía de Jesús el 2 de febrero de 1894, en el Colegio Santo Do-
mingo de Orihuela (Alicante); murió el 30 de enero de 1909, como consecuencia de un
accidente sufrido mientras daba su acostumbrado paseo matinal por el cerro de San
Miguel, detrás del edificio de dicho colegio.

1
El apellido francés se escribía Fourgous, pero él mismo para evitar confusiones, siempre quiso que se escribiese Furgús.
2
Muchos de estos detalles fueron relatados por un jesuita contemporáneo suyo, JOAQUÍN Mª DE BARNOLA Y ESCRIVÁ DE ROMANÍ, “El R. P. Julio Furgús, S. I.”, en
Boletín de la Sociedad Aragonesa de Ciencias Naturales, marzo-abril 1909, p. 83-91. con una foto retrato de Furgús.
3
Nos referimos a la “Provincia de Aragón” de la Compañía de Jesús, que comprendía tradicionalmente las actuales autonomías de Ca taluña, Aragón, Valencia y las
Baleares.
29

1. La comunidad de jesuitas hacia 1905.

A pesar de su debilidad nerviosa –dolores de cabeza frecuentes–, su memoria fuera de


serie le ayudó a dominar la escritura de muchas lenguas: griego, latín, hebreo, francés,
catalán, inglés, castellano e italiano; hablaba bien casi todas ellas. Además, se interesó
mucho por estudiar el alemán, pero, al no encontrar libros adecuados, y teniendo a su
alcance textos de gramática y literatura arábigas, se dedicó a estudiar el árabe.
Desplegó primeramente su actividad magisterial como profesor de Gramática y de Huma-
nidades de los propios jesuitas “juniores” en el monasterio de Santa María de Veruela (Za-
ragoza, al pie del Moncayo), desde 1881 hasta 1884 4; más tarde, desempeñó el cargo
de Prefecto de Estudios del Colegio San Ignacio de Sarriá (Barcelona). Pero demostró par -
ticularmente su talento en el Colegio de segunda enseñanza Santo Domingo de Orihuela
(Alicante), desde 1893 a 1895, y más tarde, desde el curso 1898-99 hasta su muerte.
Los superiores lo destinaron al Colegio de Orihuela, principalmente por motivos de salud,
ya que opinaban que el clima orcelitano era más benigno que el de las tierras catalanas.
Además de impartir lecciones de retórica, griego, historia natural, francés, matemáticas
–álgebra y trigonometría– y literatura española, creó el Museo Arqueológico del Colegio
Santo Domingo, a base de fondos de sus propios hallazgos.
Este catalán de adopción fue uno de los pioneros españoles en Arqueología. Contribuyó
notablemente, como arqueólogo de campo –tal como lo demuestra esta exposición
que ahora se presenta en el Museo Arqueológico de Alicante–, al conocimiento de la
expansión del mundo metalúrgico de Almería por las comarcas meridionales de la actual
Comunidad Valenciana. En sus investigaciones, J. Furgús demostró afán por conocer
los lugares de procedencia de las materias primas utilizadas por los antiguos núcleos

4
J. Furgús,–siendo todavía novicio–, había acompañado al Superior Provincial de Aragón, Román Vigordán, en la toma de posesión del viejo Monasterio de Sª María de
Veruela, el 16 de abril de 1877, como casa matriz en donde se iban a formar misioneros jesuitas para las Filipinas. Véase: M. REVUELTA GONZÁLEZ, La Compañía de
Jesús en la España Contemporánea. I: Supresión y reinstalación (1868-1883), Madrid, 1984, p. 551, nota 10.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

2. Santo Domingo de Orihuela.


Foto: Archivo Diputación de Alicante

de población sur -valencianos para la confección de utensilios. Inició sus excavaciones


arqueológicas en las cimas de la Cruz de la Muela, punto culminante de la sierra de San
Antón, en donde halló, bajo un túmulo, una urna funeraria de tosco barro. Durante ocho
años desplegó mucha actividad investigadora, pues encontró allí mismo una necrópolis
y estudió “in situ” los sistemas de inhumación. Luego clasifi có los objetos hallados, los
coleccionó y los depositó en el Museo de Santo Domingo.
Desgraciadamente, algunos de los objetos encontrados por Furgús han desaparecido,
mientras otros se hallan en el Museo Arqueológico de Orihuela; y otros, pertenecientes
al Colegio Inmaculada de los Jesuitas de Alicante, han sido depositados en el Museo
Arqueológico de la Excma. Diputación de la Ciudad de Alicante.
Julio Furgús mantuvo asidua relación epistolar con los estudiosos hermanos H. y L. Siret,
intercambiando con ellos sus pareceres acerca de los trabajos que unos y otros realiza-
ban en los yacimiento de Los Millares y El Argar (Almería).
Mientras estuvo en Orihuela, J. Furgús recibió abundantes consultas sobre inscripciones
y monedas musulmanas; el mismo monte de San Miguel se encontraba, en 1909, se-
ñalado por abundantes inscripciones arábigas que el jesuita incidió sobre la roca o pintó
sobre mesas rústicas y sobre las peñas. Hombre de gran actividad, Furgús añadía a las
clases en el Colegio las lecciones privadas a ilustres personas de Orihuela, los sermones,
las predicaciones cuaresmales y los triduos sagrados. Disfrutaba los días de vacación,
dedicándose a realizar excursiones por los alrededores de la Ciudad, llegando a conocer
muy bien los contornos geográficos de Orihuela en varios kilómetros a la redonda5. El Mar-
qués del Bosch secundaba, con su protección económica, los trabajos de Julio Furgús.
Reunía también buenas cualidades como teólogo, especialmente en asuntos dogmá-
ticos y morales; por eso, el obispo de Orihuela, Don Juan Maura i Gelabert, lo nombró
miembro de la Junta Diocesana contra el Modernismo, de acuerdo con lo prescrito por
el Papa Pío X6.

5
Durante las Navidades de 1908-1909 realizó unas excavaciones en Bigastro; estaba preparando una excursión a las fincas del Marqués de Algorfa, cerca de Rojales,
que se proponía realizar durante las vacaciones de Carnaval de 1909.
6
Al fi nalizar en Manresa el año de “T ercera probación” –una especie de segundo noviciado que los jesuitas practican inmediatamente antes de pronunciar sus votos
Solemnes–, el P. José Mª Pujol, Rector de dicha Casa de jesuitas, comunicaba a Roma sus impresiones sobre Julio Furgús, escribiendo así: P. Juilus Furgús/ Aragón. /
bonus [profectus in virtute]/ Magnus [in studio Instituti], cuya versión en castellano es: Padre Julio Furgús, de la Provinciade Aragón, aprovecha bien en la virtud, y destaca
en el conocimiento de la Compañía de Jesús. Véase: Archivo Romano S.I., Arag. 2-II-37, Manresa, 30. VIII. 1893.
31

La primera sociedad académica que lo nombró miembro suyo fue la Societé Archéolo-
gique de Belgique. Por su parte, la Asociación Arqueológica Barcelonesa, con fecha 7
de Junio de 1907, lo hizo su corresponsal. A propuesta del arqueólogo M. Paris –quien
estuvo en el Colegio de Orihuela visitando el Museo durante el veranos de 1908– fue
nombrado corresponsal de la Société de Correspondence Hispanique. Finalmente, fue
propuesto como socio de la Real Academia de la Historia.
A las 7,30 a.m. del 30 de enero de 1909, cuando se encontró, en el “Jardín de Lourdes”
del Colegio Santo Domingo con el alumno externo Don Luis Ezcurra, bromeando le dijo:
“Ezcurra, no te escurras!” Luego subió por la ladera del cerro de San Miguel, tal como
acostumbraba. Arrancaba tierra vegetal de los rincones peñascosos, ejercicio físico que
él mismo se había impuesto, porque así combatía una cierta neurastenia que le aque-
jaba. Encontraron su cuerpo yerto en un precipicio de 30 metros de desnivel, junto a la
gruta de “Lourdes”, boca abajo, junto al capazo en el que transportaría la tierra. Había
sufrido una tremenda contusión en la sien derecha y se había fracturado el antebrazo.
Julio Furgús había muerto a los 53 años de edad 7. Tal desgracia causó en Orihuela
profundo dolor8. En carta del Rector del Colegio Santo Domingo, Bartolomé Arbona, con
fecha 15 de febrero de 1909, dirigida al Superior General Francisco Xavier Wernz, se lee:
“El P. Julio Furgús, sobre el cual yo mismo he escrito a su Paternidad muchas alabanzas
en mi última carta, ha fallecido el 30 de enero”. Y añade que en las primeras horas de la 3. Noticia sobre la muerte del P. Julio Furgús. La
Iberia, Año III, nº 476 de 30 - 1- 1909.
mañana, según su costumbre, había subido a la montaña en cuya falda se encuentra el
colegio, para descansar y trabajar; y que, como no venía a dar la clase a la hora que le
tocaba darla, después de buscarlo por toda la casa, lo hallaron muerto en una cueva alta
(“in alta spelunca”). El mismo Rector de Santo Domingo afirma que ignoraban cuál había
sido la causa de la muerte de J. Furgús, pues nadie había visto nada. Quizá resbaló en
el mantillo húmedo, o quizás sufrió un desvanecimiento.
Claramente confesaba el entonces Rector del Colegio Santo Domingo que, nada más
morir Julio Furgús, se echó a faltar quien se encargase del Museo y de los estudios
prehistóricos iniciados por el difunto jesuita. La cosa era verdaderamente difícil, porque
no se encontraba un sustituto para un hombre consultado repetidamente en España y
en el extranjero por los hombres de ciencia. Lo mismo opinaba el superior provincial de
Aragón, Antonio Iñesta, cuando comunicaba a Roma que estaban pasando apuros para
encontrar alguien que hiciera las veces de J. Furgús –en este caso el Superior Provincial
escribe “Fourgous”–9.

7
En el Archivo Romano de la Compañía de Jesús [ARSI] (Curia Generalizia, V. Borgo S. Spirito, nº5.-00193 ROMA -) se encuentran datos sobre J. Furgús, en el fondo
correspondiente a “Aragón” [Arag.]. En el Arxiu Històric S.I. Catalunya [AHSJC] (en la casa de los jesuitas de la calle Roger de LLuria -Barcelona-) hay también documen-
tación en: Casas, 7: Orihuela: 1) Regalo de un ejemplar del Mapa Geológico Ofi cial; Cartes, 4 b: Orihuela – si bien no se conservan cartas de 1909, año de la muerte
de Furgús-.
8
“(…) Pater Julius Furgús, de quo praeclare scribebam in postremis meis litteris ad Paternitatem vestram, vita cessit die trigés imo januarii (…)”. La muerte del. P. Furgús
–sigue comunicando el Rector del Colegio Santo Domingo– causó mucha tristeza a toda la Ciudad, empezando por el Obispo de quienera muy apreciado, y con quien
precisamente el día anterior había conversado sobre la necesidad de instaurar en la diócesis un día de retiro mensual para los sacerdotes. “(…) Quonam autem fueri
infortunii causa ignoramus casum enim vidit Nemo mortalium (…)”. Una hermana de Julio Furgús había fallecido repentinamente tre s meses antes. Véase: ARSI. Arag.
1003-I, 1909. B. Arbona al P. General F.X. Wernz, Oriolae, 15.II.1909.
9
ARSI. A. Iñesta, Prov. de Aragón, al Superior General Wernz, Barcinone, 1 februarii 1909. Carta dactilografada. Arag. 1009.I.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

3. Ultimos hallazgos del P. Furgús publicados en el


Anuari del Institut d’Estudis Catalans.

Veinte años después perduraba el recuerdo del P . Furgús: los colegiales de Cuarto
año de Bachillerato del Colegio Santo Domingo, el 22 de diciembre de 1929, en una
solemne proclamación de dignidades, con toda razón dedicaron un Acto de Prehistoria
cuyo título era: “A la santa memoria del R. P. Furgús, S.J., esclavo y mártir de la Ciencia
Prehistórica en Orihuela”10.
No es este un caso único en la Historia. En enero de 1992, tuvo lugar en Zaragoza la
apertura del Museo del P. Longinos Navás, S.J. en un aula especialmente preparada en
los locales de la antigua Facultad de Medicina. Los jesuitas del Colegio del Salvador (Za-
ragoza) habían depositado allí el precioso museo formado por un émulo de nuestro Julio
Furgús. “En el desarrollo de la vocación de L. Navás a la Compañía de Jesús inter viene
un buen amigo suyo de Barcelona, de origen francés y dos años mayor que él: Julio
Furgús, también futuro jesuita (…) Mantuvieron buena amistad, si bien durante su vida
pocas veces estuvieron destinados a la misma casa”11.
En el Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans (1907, p. 474) se daba cuenta acerca de las
investigaciones que J. Furgús iba llevando a cabo. En un apartado titulado El P. Furgús a
Oriola, leemos lo siguiente: “Seguint les seves investigacions tocant a Oriola, el P. Furgús
ve complit el seu interesant museu del col.legi dels Padres Jesuites. Després d’haver
explorat el Cerro d e Sa n A ntonio, sembra que’ s proposa fer excavacions a la Lade ra
de Callosa. Continùa trobant els enterraments amb les grans ànfores cineraries sense
pintar. Els pochs vasos sencers y fragments ibèrichs pintats són de simples cèrcols
concèntrichs. Abunden els objectes en os treballat y armes ja de ferro…” En la misma
publicación, en el número correspondiente a los años 1909-1910, cuando J. Furgús
había fallecido, se puede ver una fotografía (p. 704) en donde aparecen industrias óseas
y collares de piedras “trobats a Oriola”, con la indicación siguiente: “Colección Rubio de
la Serna. Barcelona”. Lo cual indica que dichos objetos – y supongo que también otros
más– fueron a parar a la Ciudad Condal. En la p. 706 de este volumen se da noticia de la
desaparición de J. Furgús: “La mort inesperada del P. Furgús ens excita a publicar els gra-
bats dels últims objectes trobats per ell en la ribera de Callosa y les fotografi es dels quals
va facilitarnos D. Joan Rubio de la Serna…La semblansa d’aquestes estaciones d’Oriola
amb les primeres descubertes pels germans Siret…se pot veure amb la coincidencia de
la forma dels objectes d’os, de les destrals de bronzo i de les grans olles pels cadavres…”
Gracias a los escritos de Joaquín Mª Barnola y Escrivá de Romaní, S.J. (véase la nota 2) sa-
bemos que J. Furgús había enviado objetos “repetidos” del Museo del Colegio Santo Do-

10
El Acto tuvo lugar a las 10 de la mañana, y dichos alumnos ilustraron sus explicaciones mediante la exposición del material del Museo Arqueológico del Colegio, así
como de numerosas proyecciones sobre el tema. Véase: Archivo del Colegio Inmaculada S.J. de Alicante. Fondo del Colegio Santo Domingo de Orihuela (1868-1956)
[ORIALSI]. Pers- 3.11., III, 1929.
11
Véase: JUAN JESÚS BASTERO MONSERRAT, S.J., Longinos Navás, científico jesuita, Zaragoza, 1989, p.26.
33

mingo para iniciar el Museo Arqueológico del Colegio de los jesuitas de Sarriá (Barcelona).
Cuando J. Mª Barnola describió el Museo del Colegio de Orihuela, enumeró fragmentos
de tela y madera adheridos a las puntas de lanza, granos de trigo intactos o carbonizados,
espirales y puntas cónicas de oro, objetos de plata ya oxidada, una colección de cráneos,
etc. A todo ello se unía, en primer lugar , una colección denominada “románica” en la que
había algunos objetos preciosos, donativos del Sr . Marqués del Bosch, protector de los
trabajos de J. Furgús, a los jesuitas del Colegio Santo Domingo. Además, en segundo
lugar, se encontraba allí mismo una colección numismática compuesta por varios miles de
monedas [sic]. Estos datos fueron recogidos por J. Mª Barnola en Orihuela, con fecha 6 de
febrero de 1909, siete días después del fallecimiento del P. J. Furgús.
Agradezco de corazón a mi amigos y colegas, los Doctores Manuel H. Olcina Domenech
y Jorge A. Soler Díaz, la ocasión tan estupenda que me brindan para poner de manifi
esto
que entre los educadores del pasado han existido auténticos modelos de rigor científico,
y que Orihuela y Alicante se cuentan entre las Ciudades que se benefician ahora de tan-
tos desvelos en la búsqueda de la verdad.
Como bibliografía fundamental, además de las fuentes y de las obras ya citadas, véanse
las siguientes:
FURGÚS, J., S.J., La Edad Prehistórica en Orihuela, en Boletín de la Sociedad Arago-
nesa de Ciencias Naturales, I, N.7 (Octubre 1902) 167-172, con 5 láminas y 10 guras.

IDEM, Breve exploración arqueológica: en Razón y Fe, 9 (mayo-agosto 1904) 213-217,
con 3 figuras.
IDEM, Tombes P rehistoriques d es en virons d’ Orihuela ( Prov. d’Alicante, E spagne), en
Anales de la Société d’Archeologie de Bruxelles, 19 (1905) 359-370. [Furgús divide el
artículo en dos partes: I. Petite excursión a Algorfa (p. 359-366), con 3 figuras; II. Nouve- 5. Julio Furgús. Retrato y firma.
lles fouilles á Sain-Anton (p.366-370) con 2 figuras. A continuación sigue un escrito de H.
Siret, Notes sur la Communications du R.P. Furgús relatives à des tombes préhistoriques
à Orihuela : dans Anales de la Société…, 371-380].
IDEM, Arte mahometano, en Razón y Fe, 19 (set.-dic. 1907), Madrid, 509-514. [Sobre
un fragmento epigráfi co correspondiente, al parecer , a un monumento sepulcral des-
cubierto en 1902 en Vinaroz (Castellón), y sobre el jarro metálico que se hallaba en
Barcelona en 1872 y que procedía probablemente de Granada o T oledo: jarro que se
conservaba en el Museo del Colegio Inmaculada (Alicante), y ahora en el Museo Arqueo-
lógico de la Diputación Provincial alicantina]
Voz: FURGÚS, JULIO, en Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, tomo 25,
Barcelona, Espasa, 245-246. (Anónimo, pero muy seguro en fuentes).
PÉREZ GOYENA, A., [noticia necrológica y biográfi ca], en Razón y F e, XXIII (enero-abril
1909), Madrid, 404-405.
DE LASALA, FERNANDO-J. S.J., Orihuela, l os j esuitas y e l C olegio Sa nto D omingo,
Alicante, Patronato “Ángel García Rogel” de la Obra Social de la CAM, 1992.
L. C. RODRÍGUEZ MARTÍNEZ, Dos inscripciones modernas en montañas de Alicante,
en Sharq Al-Andalus. Estudios Árabes, nº4, 385-391. (Sostiene la hipótesis de que J.
Furgús es el autor de una inscripción árabe en el Cabezo del Castillo, en Orihuela).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

El Museo
Arqueológico
de Santo Domingo
de Orihuela Jorge A. Soler Díaz
MARQ

Sea a gloria de Dios y contra


los que pretenden que está reñido
el progreso y la ciencia con los hábitos religiosos
Joaquín de Barnola S.J.
A la memoria de José Soler Llorca, médico y jesuita

Recoge nuestro querido profesor Fernando Jesús Lasala Claver S.J. en la Reseña bio-
gráfica de Julio Furgús que incluye este catálogo que el Padre Julio Furgús SJ (1856-
1909) residió primero en Orihuela de 1883 a 1895 y luego, tras un paréntesis en el
recién inaugurado Colegio de Sarriá ejerciendo como Prefecto, de 1898 hasta su falle-
cimiento el 30 de enero 1909, impartiendo clases de diversas disciplinas del ámbito de
las ciencias y las letras en el Colegio de Segunda Enseñanza que la Compañía de Jesús
dispusiera en Santo Domingo. De su segunda estancia resulta la combinación de la do-
cencia con trabajos propios de investigación arqueológica, realizando excavaciones del
todo trascendentes para la Prehistoria en el ámbito del Eneolítico ,y sobre todo de la Edad
del Bronce, publicando artículos relativos a su investigación y hallazgos entre 1902 y
1909 en revistas como la propia de la Compañía de Jesús,Razón y Fe, y en otras como
el Boletín de la Sociedad Aragonesa de Ciencias Naturales o los Annales de la Societé
d’Archaelogie de Bruxelles. Con los objetos que encontrara, creó el Museo Arqueológico
de Santo Domingo de Orihuela, primera institución museística vinculada a la Arqueología
en tierras valencianas.
35

1. Sala del Museo Arqueológico de Santo Domingo.


Al fondo a la derecha, probablemente Julio Furgús.
Postal fotográfica.

2. Sala del Museo Arqueológico de Santo Domingo


¿años veinte?. Al fondo en el centro se observa
dentro de la vitrina la imagen de Julio Furgús. Postal
fotográfica. Archivo Museo Arqueológico Regional
de Orihuela.

Del Museo de Antigüedades de Orihuela trasciende una fotografía (Fig. 1) publicada en


el Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans 1 donde parece reconocerse la fi gura del jesuita
al fondo de una sala con una lámpara de techo y dos módulos diferenciados de vitrinas
de madera y cristal, resultando uno perimetral, adosado a la pared donde se distinguen

1
Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans. MCMVII, p. 474.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

cuerpos o puertas verticales que, de suelo a techo, integran contando la base 4 baldas
sobre las que apoyan los objetos de manera directa o bien mediante soporte. En la
foto, incompleta, de esa composición se recoge la parte derecha, distinguiéndose 9
puertas en un lateral y 4 en la vista parcial que se ofrece del fondo, quedando en los
dos estantes de arriba vasos cerámicos soportados por pies metálicos y entre ambos,
en una leja de menor tamaño dispuesta en algunos tramos, otros recipientes similares.
También se observa una buena serie de urnas dispuestas en la balda o estante inferior .
Contando desde abajo, la segunda balda se destina a objetos de tamaño más reducido
y volumen más plano, como elementos metálicos, óseos o líticos y algún vaso cerámico
de tamaño menor , dispuestos ahí y en una estrecha leja distinguida entre esta balda
y la superior , así como en composiciones a modo de paneles que integran posibles
fragmentos de cerámica y otros objetos menudos pegados o cosidos a una suerte de
lienzo. El otro cuerpo es exento, de planta rectangular con la parte superior prismática,
conformando un acabado característico a modo de tejado a doble vertiente. En la parte
inferior se expondrían elementos de formato grande, mientras que en la superior , sobre
una superficie plana del mueble quedarían piezas de un tamaño menor, distinguiéndose
en primer término posibles recipientes cerámicos de tamaño reducido y hacia la mitad
3. Santo Domingo de Orihuela. Claustro interior.
Foto: Archivo Diputación de Alicante.
del mueble una suerte de pequeños elementos, de lo que se infiere la posibilidad de que
ahí se mostrara el monetario.
Por lo recogido en la foto, es fácil asumir el hecho de que la colección integrara por
entonces varios millares de elementos (Rubio de la Serna, 1907, 365), distinguiéndose
en el lateral derecho del módulo perimetral objetos que en su mayor parte deben con-
siderarse propios de la Edad del Bronce, seguramente del yacimiento de San Antón,
procedencia principal que se adjudica a los materiales en el texto del Anuari que ilustra la
fotografía, con título El P. Furgús a Oriola . En el fondo de la sala se distinguen ánforas y
lo que podría ser un vaso grande ibérico que, conforme a lo que expone E. Diz en este
mismo catálogo es muy posible que, en su mayor parte procedieran del mismo San An-
tón, lo que es coherente con el comentario de la nota antedicha en la que se mencionan
vasos enteros ibéricos pintados a base de círculos concéntricos y armas de hierro.
En la nota del Anuari de 1907 también se refi ere la intención de excavar en la ladera de
Callosa. Los objetos que ahí se hallaran se incluyen en el contenido de una segunda y
posterior ilustración fotográfica, donde de la misma sala se recoge una panorámica más
completa con título Colegio de Santo Domingo -S.J.- Orihuela. 19. Museo de Antigüe-
dades. Ahí se descubre el carácter central del módulo exento, los cuerpos del lateral
izquierdo del módulo perimetral y el fondo del mismo, donde, tras la lámpara que cuelga
del techo, se observan 5 puertas que protegen 4 lejas corridas con objetos de una cro-
nología más avanzada que los de la Edad del Bronce que se disponen en el lateral dere-
cho. De este modo en el centro de la fotografía y al fondo de lo que alcanza el objetivo se
identifica un pie de ánfora, acaso similar a las 5 romanas que quedan delante del cuerpo
exento, con un detalle que no se nos escapa, una vez que por encima de la mencionada
ánfora cuelga la imagen fotográfi ca de J. Furgús que otro jesuita residente también en
Santo Domingo, Joaquín de Barnola publica en su necrológica (Barnola, 1909)
El aire más recargado del lateral derecho, donde se obser van barrocas composiciones
a base de pequeños objetos conformando paneles que, adosados al la pared, guardan
una disposición vertical, informa del efecto que en la sala ha producido la incorporación de
los objetos de la Edad del Bronce procedentes de las excavaciones que practicara en el
37

4. Santo Domingo de Orihuela. Vista aérea.

yacimiento de Callosa de Segura, circunstancia a la que el mismo J. Furgús (1909, 355)


alude en 1908, al anotar que la primera sección del Museo Arqueológico del Colegio de
Santo Domingo acaba de enriquecerse con un nuevo y valioso acopio de escogidos ob-
jetos prehistóricos descubiertos en una exigua ladera (Furgús, 1909, 365), primeras líneas
del informe de la que previsiblemente fuera su última actuación arqueológica, donde queda
explícito que en la organización de la sala se consideraron distintas secciones, resultando la
primera la que recogiera contenidos propios de la Prehistoria de Orihuela y Callosa.
La imagen resulta menos nítida en cuanto al contenido también sumamente abigarrado
del lateral izquierdo, donde se visualiza una entrada a la sala rectangular , identificándose
una piedra de molino, acaso de cronología ibérica, apoyada en el pie de uno de los
cuerpos de la vitrina perimetral. Con respecto a la anterior fotografía, con difi cultades
se anotan cambios en el módulo central pareciendo obser varse en lo más próximo al
objetivo del fotógrafo objetos planos y cartelas en la más reciente, de modo que no sería
descartable que ahí se hubiera preferido exponer más monedas o las medallas que tam-
bién integraban los fondos del Museo de Antigüedades . La disposición de cajones en
la base de todo el módulo perimetral advierte de la posibilidad de su aprovechamiento,
resultando del todo asumible el hecho de que la colección integrara varios miles de ele-
mentos guardando una disposición ordenada, de manera que en el módulo perimetral se
recogieran objetos de la Edad del Bronce de San Antón y Laderas del Castillo, elementos
ibéricos de San Antón y de otras procedencias, como la que apunta en este catálogo
E. Diz, relativa a la muestra de dos esculturas de la colección del Marqués del Bosch, y
también de objetos romanos localizados en el Cerro de San Miguel, inmediato al mismo
Colegio de Santo Domingo, y procedentes de otras provincias, al identificarse en los fon-
dos que a día de hoy conserva el Museo Comarcal de Orihuela materiales procedentes
de Cehegín y de Baelo Claudia, emplazamiento gaditano que fuera objeto de estudio por
el mismo J. Furgús (1907).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

De haberse seguido un estricto orden cronológico es posible que en el lateral izquierdo


se dispusieran los materiales más avanzados, algunos de cronología romana y los de
época medieval que a día de hoy se recogen en las colecciones que disponen el Museo
Comarcal de Orihuela y el MARQ, o aquellos de otra procedencia como los talayóticos y
precolombinos que cita también E. Diz. Tampoco debe descartarse que, tras el fotógrafo
quedara un primer cuerpo perimetral, con piezas previas a las de la Edad del Bronce,
como las de la eneolítica Necrópolis de la Algorfa.
El hecho que del Museo Arqueológico de Santo Domingo se hicieran postales prueba
el interés que se tenía en favorecer su visita. En sí mismo Santo Domingo no era sólo un
centro de enseñanza. Al respecto, apuntamos el dato que proporciona J. Rubio de la
Serna (1907, 362) en cuanto a que en el Palacio había también una gran biblioteca inde-
pendiente de la propia de la comunidad que ocupaba las cuatro galerías superiores del
claustro. Por otra parte la mención delMuseo Arqueológico en la guía Levante. Provincias
valencianas y murcianas de E. Tormo (1923) no sólo es buena referencia del interés que
se tendría en mostrar el Museo, sino también de la constatación de que años después
de la muerte de Furgús, acaso en la misma época que la segunda imagen retrata, el
Museo, bien cuidado, merece el interés de su visita, referenciándose en la misma la
ubicación de la colección en la segunda planta de la parte del edificio reservada al centro
de enseñanza, el nombre de quien reuniera y catalogara la colección, así como la mues-
tra de un buen número de objetos procedentes de yacimientos también relacionados 2,
posible testimonio de una adecuada rotulación y presencia de los objetos expuestos.
Entre la realización de las dos fotos queda en lo cronológico el texto que sobre el Museo
Arqueológico de Santo Domingo publica el erudito J. Rubio de la Serna, quien viajó en el
otoño de 1905 a Orihuela para visitar durante tres semanas al jesuita y la colección que
reuniera3. En ese texto, presentado en formato de comunicación el 20 de diciembre de
1907 a la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, se hace constar la cesión a
Bélgica de parte de la colección que del Sureste reunieran los hermanos L. y E. Siret, tras
su venta a un tal Luis Cavens, para figurar ahora en uno de los Museos Reales de las Ar-
tes Decorativas, el llamado del cincuentenario en Bruselas, donde ahora, cumplidos cien
años del depósito, se muestra desde 2006 una exposición monográfica con elementos
del todo sobresalientes de la Cultura de El Argar.
El depósito de Bruselas hacía que la colección permanente de Santo Domingo constitu-
yera el mejor referente para conocer en España el material extraído y resultante del interés
común que, por la Edad del Bronce del Sureste, guardaran los ingenieros belgas y el
reverendo jesuita; colección abierta al público o al menos a quienes muestran inquietud
científi ca, complaciéndose los buenos religiosos en permitir la entrada en el Museo á

2
Sto. Domingo y Antigua Universidad... “En el 2ª piso de la parte del Colegio, el Museo Arqueológico, con muy interesante colección de antigüedades prehistóricas,
halladas, ordenadas y catalogadas por el jesuita P. Furgús, en las inmediaciones de Orihuela y aun del mismo Colegio. Las estaciones aludidas son las de Cuevas de la
Roca (al NE. y poca distancia de Orihuela), y de Gil, Las Peñetas, Meseta de San Miguel, Barranco del Escanotel y Cerro de la Muela o ladera de San Antón, importante
necrópolis de la edad postneolítica principalmente. Además de lo prehistórico y de donación especial, cinco o seis mosaicos biz antinos, los más del baptisterio (?) de
la episcopal ciudad bizantina de Bigastro, cerca de Cehegín (v . adelante). Un ánfora árabe procede del comercio de Barcelona, y un fragmento de sepulcro árabe, de
Vinaroz”. Elías Tormo: Levante. Calpe, Madrid, 1923, p. 304.
3
A Julio Furgús lo refi ere como Profesor de Historia y Lengua árabe (…) infatigable cuanto afortunado explorador de la comarca orcelitana.(…) Para comprender s u
actividad y celo en tamaña empresa, en cuanto a sus deberes de Religioso y profesor se lo permiten, hay que verle, ó vislumbrar su negra figura trepando por aquellas
violentas y resbaladizas vertientes, con su herramienta terciada en la clásica faja, para excavar allí donde su fi no olfato de arqueólogo le avisa la existencia de restos de
civilizaciones remotas (DE LA SERNA, 1907, 361y 363).
39

5. Imágenes de las tumbas excavadas por Furgús


en San Antón. Montaje (Furgús, 1902, 172 y Lams
II-VI).

cuantos por estímulo científico, ó por mera curiosidad desean visitarlo (Rubio de la Serna,
1907, 365). El testimonio del erudito en arqueología catalana sobre el hacer cotidiano de
J. Furgús guarda buen interés a la hora de considerar el valor científi co y la importancia
arqueológica de una colección que integraba un buen número de elementos materiales
hallados en la ladera de San Antón, del todo relacionables con los hallazgos que se des-
criben en la monumental y laureada obra de los Siret, a tenor delsincronismo de la mayor
parte de éstos y los exhumados de la sepulturas de El Garcel, Puerto Blanco, El Argar ,
Campos y Fuente Álamo (Ibid, 366).
De su observación trasciende la disposición en sala de buenas urnas funerarias argáricas
de diferentes formas y de otros vasos localizados en su interior, describiendo una tumba
de lajas que acaso también pudieran resultar expuestas en la colección con los restos
de un esqueleto y dos calaveras dispuestas a los pies con una vasija entre ellas (ibid,
372), tal y como la reproduce el mismo J. Furgús en sus láminas (Vilar, 1975, 50), foto-
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

grabados éstos que probablemente figurarían en el montaje, para informar al visitante de


las diferentes estructuras funerarias que el jesuita señala para San Antón –los llamados
cromlech, túmulo, hoya sepulcral (fosa), urna sepulcral y sepultura o tumba de lajas– en
su primer trabajo sobre la excavación en San Antón (Furgús, 1902, 172 y LAMS II-VI).
También llamó la atención de J. Rubio de la Serna, el número de elementos metálicos de
cobre o bronce que se exponían en Orihuela: hachas, puntas de lanza, adargas, dagas,
cuchillos, puñales y flechas, conservando las clavijas del mismo metal que las sujetaban
á su correspondiente mango de madera ; la colección de armas y utensilios de piedra ,
destacando las hachas y los cuchillos, raspadores y punzones de pedernal, haciendo
alusión a la presencia de dientes de hoz en sílex osierras trabajadas con esmero pero de
tan reducidas dimensiones que algunos ejemplares no sobrepasan 1 cm de longitud y a
la de molinos de brazo, adjudicando estos materiales, como erróneamente creía el mis-
mo Furgús, a los ajuares funerarios, con los que también relaciona piedras con cazoletas,
ilustrando su artículo con una de ellas (Rubio de la Serna, 1907 431-435).
De la importancia del conjunto de la Edad del Bronce, del todo enriquecido tras las ac-
tuaciones en Callosa de Segura, da cuenta su contemporáneo y prestigioso docente en
6. Pulseras, collar, conos de oro, puñal metálico
envuelto en tela y punzón con mango de hueso. ciencias P. Barnola (1909, 87), quien en la necrológica sobre Furgús de 6 de febrero de
(Furgús, 1905, Fig. 5). 1909 señala características que advierten de la calidad que en ese momento alcanzan
los objetos al dar cuenta de la presencia de fragmentos de tela y madera adheridos á
lanzas, conservados indudablemente por la acción antiséptica de las sales de cobre que
los impregnan, procedentes de la alteración del bronce; granos de trigo intactos y otros
carbonizados; espirales y puntas cónicas de oro; diversos objetos de plata ya oxidada; y
la colección de cráneos calidad del todo testimoniada en algunas de las imágenes que,
sobre los objetos publica el mismo Furgús (1905, Fig. 5) (Fig. 6).
También por referencia J. Rubio de la Serna (1907, 436) se conocen los problemas que
en un principio tuvo Furgús para excavar en las Laderas de Callosa, contraponiendo la
actitud del dueño que impidiera la excavación con la del Marqués de la Algorfa, Rafael de
Rojas (1853-1936), del que como bien señala Furgús (1904, 213 y 217) obtiene todas
las facilidades para excavar en la necrópolis eneolítica de La Algorfa y luego incorporar al
Museo Arqueológico del Museo de Santo Domingo, sus materiales. De conversaciones
con Furgús, J. Rubio de la Serna (1907, 375) destaca distintos objetos, por entonces de
reciente encuentro, como la vasija de la forma 6 de la clasificación de los Siret hallada en
noviembre de 1905 en una tumba dispuesta en la cumbre de la ladera de San Antón 4.
La mención de la restauración del recipiente informa de la prontitud que en las tareas de
conservación de los elementos caracterizan el buen hacer del sacerdote, testimonio que
también se refiere cuando, en referencia a vasos ibéricos decorados también localizados
en San Antón, se hace constar que el P. Furgús, con suma paciencia y habilidad, ha
podido reunir los fragmentos y reconstruir algunos ejemplares que resultan primorosos,
superando en este concepto á cuanto del mismo género se ha obtenido en diversas
estaciones y sepulturas de la Península, especialmente en el Cerro de los Santos, en los
de Amarejo y Meca, en Elche, en Almedinilla, etc (Ibid, 373).
De la importancia del conjunto ibérico que se reuniera en Santo Domingo, también es
buena referencia la anotación que realizan P . Paris y A. Engels, de la que da cuenta el

4
Se trata del recipiente cerámico nº 39 de de este catálogo
41

mismo J. Rubio de la Serna, traduciéndola de la Revue Archéologique5, resultando tes-


timonio de la visita que a la colección debieron efectuar los prestigiosos investigadores
franceses, indicando el buen hacer que en lo científico caracterizaba el trabajo de jesuita.
Como el actual de Orihuela, el Museo de Santo Domingo guardaba una vocación co-
marcal. De este modo, además de los materiales de Algorfa, sabemos por el texto de
Rubio de la Serna y por lo que anota el mismo Furgús (1902B, 706) que la colección
recogía objetos de Redován, Callosa, Abanilla y Bigastro, indicando de esta localidad
la procedencia de ánforas, producto del desmantelamiento de una bodega de época
romana (Rubio de la Serna, 1907, 437), tomando Furgús la intención de que en Santo
Domingo se depositaran distintas piezas de las otras localidades donde excavara, como
se demuestra con la inclusión en la colección de distintos objetos procedentes deBaelo.
De la misma época el investigador invitado tomaría buena nota de la presencia delampa-
ritas y trozos de grandes ánforas recogidas en el Cerro de San Miguel. Como medallas
se refi ere J. Rubio la Serna a las monedas que integran la buena colección en Santo
Domingo, muchas de ellas encontradas en la misma comarca, indicando la presencia de
ejemplares romanos, ibéricos, griegos, árabes y españoles (Ibid, 437-38), conformando
una colección que, según su contemporáneo J. de Barnola (1909, 87) acogería varios
miles de monedas.
Pero es en la Prehistoria donde la colección reunida por el jesuita alcanza su mayor
reconocimiento. Así se hace constar al poco de fallecer Furgús en el Anuari de l’Institut
d’Estudis Catalans6, mediante una anotación con título Els ultims treballs del P. Furgús a
Oriola, donde en homenaje al sacerdote se indica que la Arqueología Española al menos
debe a Furgús una mayor amplitud geográfica para la realidad cultural que han descubier- 7. Portada de la edición del trabajo de J. Furgús en
los Annales…
to los hermanos Siret en Almería. En la conformación de todo ello, no deja de inter venir
el azar, teniendo en cuenta que Julio Furgús, como bien comenta el P . Barnola en su
necrológica, cuando tratando el origen de sus afi ciones arqueológicas, menciona que
llega por primera vez a Orihuela interesado en ahondar en el estudio del alemán y sobre
todo, como solución a sus deseos de no continuar en el cargo de Prefecto en el Colegio
de San Ignacio de Sarriá. Contrariado por no encontrar en Orihuela gramáticas y libros
de la lengua germana, decidiría ahondar en un mayor conocimiento del árabe, proyecto
personal al que vincula la necesidad de prospectar los cerros cercanos de San Antón y
San Miguel en la intención de descubrir vestigios materiales de los antiguos habitantes
de Orihuela, que una vez descubiertos, resultan para su sorpresa previos al medioevo
(Barnola, 1909, 86-87). Esta es la causa y origen de una colección que si en lo ibérico
es valorada por P. Paris y A. Engel, en lo que afecta a la Prehistoria es merecedora de una
nota por parte de H. Siret a propósito de la publicación de J. Furgús (1905) deLes Tom-
bes Préhistoriques des environs d’Orihuela en los Annales de la Societé d’Arqueologie de
Bruxelles, donde, si bien guardando un tono crítico, diferirá de la propuestas de nuestro
jesuita, como aquella de valorar únicamente San Antón como necrópolis, revindicará su
figura y hallazgos en el árido panorama que caracterizaba la arqueología peninsular
(SIRET, H. 1905, 373). A todos los efectos resultaría de altísimo interés disponer de la co-
rrespondencia que mantuvieron los hermanos Siret con Furgús a la que F. Lasala Claver

5
La preciosa colección que ha formado el R.P. Furgús en el colegio de Orihuela es muy reciente y absolutamente inédita. En ellahay ya piezas de primer orden que sería
muy importante publicar. Los objetos han sido recogidos por el mismo P . Furgús en una Necrópolis que él ha estudiado muy al por menor, y cuyo conocimiento daría
fechas precisas para fijar ciertos puntos de la cronología de las antiguas cerámicas españolas. Revue Archéologique. Quatrieme Série. T. VIII, Juliet – Aut. 1906, p. 66
6
Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans. MCMIX-X, Any III, Barcelona, Figs. 1, 2 y 3 y p. 706
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

alude en este volumen, correspondencia del todo probable a la vista del hecho de hacer
realidad la publicación de Bruselas. Sobre el interés de los ingenieros e investigadores
de El Argar en el área, sí queda el testimonio de su visita al predecesor de Furgús en
los trabajos arqueológicos, el ingeniero de minas Santiago Moreno Tovillas (1832-1888)
accediendo a la colección particular de un juez de Orihuela donde se obser van materiales
de la Cueva de Roca7 y al mismo yacimiento de San Antón, donde describen material en
superficie (Siret y Siret, 1890, 308 y 309) y al parecer llegaron a excavar en la parte más
alta de la explanada que se extiende en la parte alta del yacimiento sin alcanzar resultados
(Soriano, 1984, 105).
Tal fue el prestigio de la colección en lo que afecta a la Prehistoria, que años después
Orihuela figuraba entre las 15 poblaciones de las que el prestigioso prehistoriador sueco
Nils Åberg extrajera datos para realizar su síntesis sobre la Civilización Eneolítica en la
Península. Es posible que el investigador visitara Orihuela hacia 1912, fi gurando en su
trabajo como única referencia de la Comunidad Valenciana los localizados por J. Furgús
en San Antón y La Algorfa entre un selecto conjunto de yacimientos que entre otros
integraba Los Millares o el Argar en Almería; las Cueva de La Mujer (Granada) y la de los
Murciélagos (Córdoba), o el propio de Ciempozuelos de Madrid. En Orihuela, reconocía
N. Åberg, entre los materiales de la necrópolis de San Antón asimilada el periodo de El
Argar, una punta de cobre de tipo Ciempozuelos y 2 fragmentos de cerámica de tipo
Palmela bien decorados, de los que presentaba dibujo con un tercero de decoración
diferenciada y otros dos también ornados procedentes del yacimiento próximo de Ca-
llosa. El prehistoriador sueco, sin haber tratado a Furgús no conoce las referencias de
los materiales que observaría en vitrina, con excepción de los que acaso visualizara de la
necrópolis de La Algorfa, citando el conjunto material que expusiera Furgús en el artículo
recogido en los Annales de la Societé d’Archélogie de Bruxelles(Åberg, 1922, 141-142).
La reunión de un número tan importante de piezas procedentes de excavaciones practi-
cadas en menos de una década, de 1902 a 1908 en la comarca de El Bajo Segura, y
su muestra procurando su restauración y digna exhibición junto a otras de procedencia
8. Materiales cerámicos publicados por N. Åberg
diversa nos acercan a un sacerdote tremendamente inteligente, portador de una intensa
(1923).
actividad a la vez que apoyado por la misma Compañía de Jesús, muy probablemente
en atención a los ser vicios prestados en el ejercicio de anteriores responsabilidades,
como las que desempeñara en Sarriá, y por guardar la actividad de Furgús una total
consonancia con los fi nes docentes que se consiguen en unos colegios de jesuitas
orgullosos de los museos que disponen. En este sentido es interesante comentar que
el Museo Arqueológico de Santo Domingo no es una iniciativa aislada, recordando que
también en 1901 en el Colegio que dispone la Compañía en Valladolid, a iniciativa del P.
Apalategui se funda un museo con contenidos de arte e historia de alto interés didáctico
al integrar colecciones de numismática y arqueología, además de recursos como diapo-
sitivas, mapas históricos o modelos de estilos en madera o escayola, y que en 1902 en

7
La mención de materiales de la Cueva de Roca en la guía de E. Tormo (1923), junto con los otros yacimientos citados del informe de Santiago Moreno (1942) –Ladera
de San Antón, Barranco de Escorratel, Ladera de San Miguel y las Peñetas–, abre la posibilidad de que el Museo de Santo Domingo se nutriera de colecciones parti-
culares previas. Sin embargo, la falta en la relación de E. Tormo de materiales de seguro excavados por Furgús como los recogidos en Laderas del Castillo posibilita el
hecho de que el autor de la guía completara con errores el contenido del Museo, accediendo a algún volumen de la publicación del trabajo de S. Moreno que permite,
según apunta N. Primitivo en su Introducción a la edición de los Apuntes sobre las estaciones prehistóricas…, la publicación del trabajo del ingeniero por el Ser vicio de
Investigación Prehistórica de Valencia en 1942 El mismo autor señala la pérdida de esos materiales, en principio enviados a la Sociedad Arqueológica Valenciana.
43

el Colegio de Chamartín se funda un Museo de Arqueología y Numismática parafomento


de la ciencia y honra del Colegio (Revuelta, 1998, 120).
En su empeño también contaría J. Furgús con el defi nitivo apoyo de ilustres terratenien-
tes, destacados nobles como el Marqués de la Algorfa y , sobre todo el de su hermano
mayor José de Rojas y Galiano (1850-1908), Grande de España y Marqués del Bosch
de Ares, fi gura enormemente destacada en el Partido Conser vador de Alicante (Zurita,
2006) que secundaba con decidida protección los trabajos del Padre (Barnola, 1909,
87), quien conocería bien al jesuita por haberse formado en Santo Domingo y visitar des-
pués el colegio con asiduidad para realizar ejercicios espirituales, y con el que compartiría
aficiones, teniendo en cuenta no sólo sus conocimientos de latín y griego sino también
el gusto por las antigüedades al disponer de una colección de buen valor artístico que
integraba numerosas monedas (Zurita, 1994, 146), objetos algunos de los cuales ter -
minarían formando parte del mismo Museo de Santo Domingo, como queda constancia
en las esculturas ibéricas antedichas o en el origen de un jarro de Bronce que Furgús
(1907b) publicará como propio del Arte mahometano.
La disposición de esos apoyos hace más comprensible la prontitud de los trabajos de
campo del jesuita y la rapidez con la que se muestra de una manera digna la enorme 9. Recorte de Prensa sobre la muerte de Julio
colección reunida a partir de excavaciones y donaciones. Abierto el Museo, se agranda el Furgús. “A última hora. Pérdida sensible”. EL
SOCIAL de Orihuela, Año 1, nº 3, 30 de Enero de
reconocimiento social de J. Furgús, de lo que deviene el impacto que en la prensa oriola- 1909.
na provoca su temprana (fallece a los 53 años) a la vez que poco esclarecida muerte en
el Monte de San Miguel8, el buen número de muestras de condolencia que se recibieron
a su óbito, uno de ellos del Instituto General y Técnico de Alicante, y el alcance que tuvie-
ron sus exequias a las que concurriera todo Orihuela, con representaciones del Cabildo,
de las Comunidades de Religiosos Capuchinos y Franciscanos, numerosos particulares
de todas condiciones y comisiones de los vecinos pueblos donde era conocido por sus
excavaciones (Barnola, 1909, 89).
Reconocimiento también científi co. Quien realiza su necrológica el P . Barnola (1870-
1925) lo define como hombre de ciencia (IBID), lo que es todo un elogio viniendo de uno
de los científicos más sobresalientes de la Compañía de Jesús, especialista de recono-
cido prestigio en el ámbito de la fi tología que años después llegaría a ser Presidente de
la Institució Catalana d’Estudis Naturals 9. No en vano, en la Orihuela de principios del s.
XX J. Furgús no sólo consigue la lectura de libros especializados de Prehistoria, algunos
de los cuales se conservan en el Colegio Inmaculada de Alicante con el cuño de Santo
Domingo10 o recibir y cartearse con especialistas, sino que también alcanza a ser nom-

8
La muerte del P. Furgús encontró eco en 3 periódicos, noticias a las que hemos tenido acceso gracias a Emilio Diz. Se trata de EL SOCIAL de Orihuela, Año 1, nº
3, 30 de Enero de 1909 con la noticia “A última hora. Pérdida sensible”; EL ORDEN. Diario de la mañana. Organo del Partido Cons ervador de los distritos de Orihuela
y Dolores. Año II. nº 74, 31 de enero de 1909 con la noticia “Un martir de la ciencia” y LA IBERIA. Diario de la tarde. Año III , nº 476 de 30 de enero y nº 477 de 1 de
febrero de 1909. En todos los periódicos notas se recoge la importancia que guarda el Museo. En la nota de El Social se hace valer la figura de Furgús como científico;
y en la de El Orden, se glosa la trascendencia internacional de la labor desarrollada por el Padre jesuita. En la primera noticia de la Iberia se llega a escribir que ha muerto
haciendo unas excavaciones en la falda de la sierra, con objeto de enriquecer el Museo; en la segunda se comenta el entierro dela tarde del 30 de enero, considerando
al religioso como víctima de la ciencia y apuntando que se estaba en trámites para nombrarlo Academíco de número de la Historia.
9
Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús. Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, 2001, p. 347
10
En una visita rápida a la biblioteca de la Comunidad de Jesuitas que se dispone en el Colegio de la Inmaculada hemos podido ide ntificar libros de J. Dechelette. Ma-
nuel d’Archéologie Préhistorique, Celtique et Gallo-romaine. I. Archéologie Prehistórique, París, 1908 ; M. de la Peña y Fernández . Manual de Arqueología Prehistórica,
Sevilla, 1890; y J. Evans The Ancient Stone Implements weapons and ornaments of Great Britain. London and Bombay, 2ª Ed., 1897. Agradezco las atenciones que
al respecto me dispensó el H. José Mompó.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

brado seguramente a instancias de prestigiosos conocedores de su trabajo y museo,


como los Siret, J. Rubio de la Serna o P. Paris miembro de la Societé Arqueologique de
Belgique, de la Asociación Arqueológica Barcelonesa , y de la francesa Societé de Co-
rrespondance Hispanique. Del interés de las aportaciones del jesuita resulta la edición de
la Col.lecció de treballs de P.J. Furgús sobre Prehistória valenciana que en 1937 realiza
el Servicio de Investigación Prehistórica de V alencia, trabajo que para I. Ballester resulta
del todo oportuno al tratarse de las primeras actuaciones merecedoras de considerarse
excavaciones arqueológicas, recogidas hasta entonces en revistas de difícil consulta por
resultar alejadas de la especialidad (Ballester, 1937).
En lo que afecta a la desaparición y dispersión de lo que reuniera el P. Furgús, debe indi-
carse que en vida, él mismo provoca la cesión de un buen lote de objetos repetidos en
la intención de incoar el Museo de Sarriá (Barnola, 1909, 87), acción que sería favorecida
por la intención de la Compañía de dotar de medios al Colegio de San Ignacio, inaugurado
en 1895 en un edifi cio del todo notorio, y que pudo resultar de la propia iniciativa de J.
Furgús, quien como ya se ha dicho, había sido Prefecto de Estudios en ese centro. El
Museo del Colegio de Sarriá se nutrió de materiales de Baleares y de Orihuela, llegando a
reunir una colección de 3.000 monedas (Revuelta, 1998, 120). Del Museo existe una foto
publicada en un magnífi co volumen editado con ocasión del centenario de la Institución
(Vila, 1995, 21), fotografía que por la idéntica rotulación del pie debe formar parte de la
misma serie de postales que incluye las dos comentadas de Santo Domingo11.
En la misma (Fig. 11) se obser va en el centro un mobiliario expositivo integrado por tres
o cuatro módulos de vitrina vertical que, vistos desde arriba conformarían una cruz o “T”.
Con marco metálico de tono claro y buena superfi cie traslúcida, se organizan en dos
cuerpos, el inferior de forma cúbica y el superior troncopiramidal. Ampliando la imagen,
en los cuerpos inferiores se guarda la intención de exponer los enterramientos, obser ván-
dose a la izquierda una urna con mamelones de forma elipsoide vertical que recuerda a
otra reproducida en uno de los conjuntos cerámicos que publica J. Furgús (1902B, Fig.
14) y a la derecha otra mayor, ésta distinguida con mucha dificultad. En el centro, es del
todo nítida la imagen de una cista de lajas, y delante de la misma una suerte de vasos
carenados o tulipas que recuerdan del todo a otros publicados por el jesuita (1902B, Fig.
16). Observándola con detalle, quedan en el plano superior un recipiente de la forma 4
de Siret, acaso la misma vasija que otra publicada en la misma imagen, dispuesta por
encima de los vasos carenados (Ibid), y toda una suerte de elementos planos con cierto
volumen que podrían tratarse de hachas pulimentadas o de útiles metálicos, ejemplifi ca-
10. Volumenes de Arqueología y Prehistoria de
dos en un caso que en su momento conocimos por D. Brandhem, quien tras su estan-
finales del s. XIX y principios del XX. Fondos del cia en Alicante a los efectos de estudiar los materiales metálicos de la Colección Furgús
Colegio de Santo Domingo, ahora en la Biblioteca S.J. que ahora conser va el MARQ 12, nos remitió en diciembre 1993 una fotografía con
de la Comunidad de Jesuitas del Colegio la identificación de una alabarda de San Antón publicada por Furgús (1902B, Fig. 19) 13
Inmaculada. Probablemente los consiguió el P.
Furgús.
y depositada en el MAC como elemento del poblado almeriense de El Oficio, y como tal
reproducido en una síntesis de H. Schubart (1973).

11
Se trataría entonces de postales realizadas por la Compañía de Jesús a los efectos de promocionar sus centros docentes. Agradez co al Colegio de San Ignacio de
Sarriá y de modo particular a Dª Mercedes Tapia el acceso al volumen de Ignasi Vila S.J (VILA, 1991)
12
Ver en este volumen el trabajo suscrito por M. Olcina y J.A. Soler
13
Ver la reproduccción de esta imagen en la figura nº del trabajo de…. La alabarda es la pieza más grande de todas las que se dispone en las lejas.
45

11. Museo de Antigüedades del Colegio de San


Ignasi de Sarriá. Postal fotográfica (VILA, 1991, 104).

1 2 3

Por detrás de esa vitrina que, a tenor de todas las referencias, incluía piezas de San
Antón de Orihuela, se obser va un mueble de considerables dimensiones donde debió
disponerse el amplio monetario. T anto en ese Museo como en el de Orihuela hubo un
gabinete Ciencias Naturales, resultando alma de ambos el P. Barnola. De la suerte de los
materiales arqueológicos, tras la expulsión de los Jesuitas en 1932 y la incautación del
Colegio de Sarriá, da cuenta aquí L. Andújar quien indica su adscripción a los fondos que 3
contiene el Museu d’Arqueología de Catalunya, material, ahora que se ha identificado su
procedencia, de necesaria catalogación y publicación a los efectos de conocer bien los
fondos que contuviera el Museo Arqueológico de Santo Domingo. 1 2

A su muerte, informa aquí F. Lasala, de los problemas que tuvo el Rector del Colegio
de Santo Domingo para encontrar sustituto a J. Furgús a los efectos de encargar -
se de la conser vación y cuidado de colección reunida. La correspondencia que F .
12. 1 y 2 - Conjuntos cerámicos de San Antón
Lasala apunta es buena muestra del respeto que tenía la Compañía por el trabajo (1902B, Fig 14 y Fig. 16). La urna de la primera
realizado por el jesuita, a quien se le debía tratar al menos del mismo modo que se imagen pudo estar en el Museo de Sarriá, de igual
hacía con los docentes en ciencias a la hora de considerarlos como conser vadores modo que el vaso carenado grande y la vasija de
u custodios de las colecciones de ciencias naturales – custos.mus.rer.naturalium– o buen tamaño que se observa por encima en la
segunda imagen.
de física –custos.mus.rer.phys.– (Revuelta, 1998, 114), cuestión comprensiblemente 3 - Alabarda de San Antón depositada en el Museo
dificultosa en el ámbito de la Arqueología y la Prehistoria dado el escaso desarrollo que de Barcelona. Foto D. Brandhem.
entonces guardaban esas disciplinas (Soler y Olcina, 2005) que en cualquier caso
y a diferencia de la Física o las Ciencias Naturales, no estaban en los programas de
enseñanza media.
Con todo, hubo un cierto empeño para que la colección no quedara olvidada. El mismo
autor, a quien debemos buen conocimiento del hacer de los jesuitas en Santo Domingo
nos recuerda que en el año de la muerte de J. Furgús, se muestran materiales del Museo
de Santo Domingo en la Exposición Regional de Valencia (Lasala, 1992, 297), efeméride
que, a propuesta del Ateneo de V alencia se celebró entre el 22 de mayo y el 22 de di-
ciembre en distintos pabellones sitos en el área de La Alameda. La carta que al respecto
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

escribe el P. Joaquín Mª de Barnola al P. Juan Capell14 con título Instalación del Colegio de
Orihuela en la Exposición Regional de V alencia indica que, accediendo a la instancia del
Ingeniero Jefe del Distrito Minero de Valencia, el Colegio había presentado un montaje en
el departamento de Fomento de la sección de Minas cuyo pabellón resultaba el mejor y el
más científico. Ahí se habían dispuesto 4 vitrinas con rótulos diferentes: 1ª, sección pre-
histórica local; 2ª, sección arqueológica de la provincia; 3ª, sección geológica; 4ª, sección
paleontológica, acompañando a las dos primeras numerosas fotografíaspara dar idea del
Museo Orihuela y del monte de San Antón, con sus enterramientos para la primera, junto
con un retrato de nuestro malogrado P. Furgús15. Además fuera de las vitrinas se relata la
disposición de algunas ánforas de grandes dimensiones y fósiles de buen tamaño. Sobre
la instalación que ocupaba una cuarta parte de lo que presentaba el cuerpo de Minas
informaba y refl exionaba J. de Barnola que el conjunto y detalles están bien, no desme-
recen, y sí gustan a inteligentes y profanos . Si bien veía el esfuerzo como satisfactorio y
justifi cado –Sea a gloria de Dios y contra los que pretenden que está reñido el progreso
y la ciencia con los hábitos religiosos – era del todo consciente de que el lugar no había
resultado el más idóneo para la muestra, por el ambiente de feria conkioskos de bebidas
y medios de diversión como montañas rusas y análogos que restaban el carácter serio a
la muestra, Terminaba la carta indicando comentara al P . Pelegrín que llegaron perfecta-
mente las dos últimas piezas mandadas a disecar. Son lo mejor que hay en la sección de
mamíferos, frase refl ejo de la responsabilidad que J. de Barnola tuviera en la sección de
Ciencias del Museo como custodio, desde la que, a la muerte de J. Furgús, procuraría
también la conser vación del Museo Arqueológico, hasta que en 1911 retornara a San
Ignacio de Sarriá para continuar con el magisterio de las Ciencias Naturales.
Se comprende la cierta frustración del Padre Barnola a la vista del catálogo de la exposi-
ción, del todo accesible gracias a la Biblioteca Digital Valenciana, observándose el carác-
ter único de la sección de Fomento en un evento donde primaba fundamentalmente lo
comercial, no mencionándose los objetos que aportaba de Santo Domingo en la relación
de elementos notables que se exponen. Sí se recogen en la entrada 1422 16, indicando
la presencia de objetos que, coherentemente con lo apuntado por Barnola procederían
de San Antón, resolviéndose como mejor época a llevar a V alencia la propia de la Edad
del Bronce, de la que expondría un enterramiento en urna, dato acorde con el de su
presencia en el montaje permanente. Al parecer también J. de Barnola, tras la muerte
de J. Furgús procuró la continuidad de las excavaciones en Laderas del Castillo, aunque
de ello solamente queda el testimonio que hiciera el que más tarde emprendiera nuevas
actuaciones en el yacimiento, J. Colominas (1931, 34).
Una cuestión a resolver en lo que afecta a una colección que debiera resultar merecedo-
ra de la realización de un inventario que recogiera todo lo que se sabe estuvo expuesto
en aquella habitación de Santo Domingo, son las tres fotos de los últimos hallazgos del .P

14
Agradecemos a Francesc Casanovas, sj, Director Arxiu Històric S.I. Catalunya el envio del original publicado en las Cartas Edifi cantes de la Asistencia en España
(1900-1910) nº 1 Burgos, 1910, pp. 85-86.
15
Del evento también se hizo eco la prensa de Orihuela, publicándose en LA IBERIA (Año III, nº 541) el 28 de abril de 1909 que “E
n la exposición Valenciana, figurará una
síntesis del museo arqueológico de Santo Domingo de esta ciudad”.
16
“1422. Santo Domingo de Orihuela, Alicante. Sección de Cuadros. Material Escolar .- Molino de piedra con su mano número 815 y 83 0.- Mortero de piedra.- Taza
de barro.- Urnas con huesos humanos.-Pucheros.-Pesas de telar de barro cocido.” Catálogo de la Exposición Regional de Valencia, 1909, Valencia p. 294. Disponible
en la Biblioteca Digital Valenciana.
47

Furgús, que ilustran la segunda nota que se publica en el Anuari, con materiales óseos,
cerámicos y líticos de Laderas del Castillo. La identificación de alguno de esos objetos en
la serie que conserva el MARQ, hace que el pie que afecta a las fotografías, por otra parte
publicadas también por el mismo Furgús (1909, Figs 1-3) 17, - Col. Rubio de la Serna.
Barcelona-, sea referencia de la copia fotográfica y no de los materiales que contiene.
Tras la muestra de 1909 y la vuelta del P . Barnola a Sarriá, la colección posiblemente
quedaría como se ilustra en la imagen que contiene al fondo y centrada la foto de Furgús.
F. Lasala, antes (1992, 297) y en este catálogo, hace referencia a un acto docente en
homenaje al jesuita en 1929, lo que permite señalar que para el Colegio los materiales re-
unidos años antes continuarían teniendo su importancia. Así la vería N. Åberg, a quien se-
guro atendería alguien pacientemente, acaso en 1912, dejándole observar los materiales
con los que ilustra su trabajo, y así permanecería incluso cuando los jesuitas se vieran
obligados a abandonar la sede en mayo de 1931, pues como nos recuerda de nuevo .F
Lasala, durante la República cuando Santo Domingo fue sede del Instituto de Enseñanza
Secundaria “Gabriel Miró” 18 y de las “Escuelas Graduadas”, y luego en la Guerra Civil,
de la “Academia de Carabineros”, las colecciones no se vieron del todo afectadas por
los destrozos que sí fueron notorios en la iglesia, de modo que los violentos ocupantes
habían respetado casi todo lo contenido en los Museos de Antigüedades, el Literario, el
de Hª Natural y Arqueología y el de Física y Química, si bien tales dependencias se veían
ajadas por la incuria y el tiempo (Lasala, 1992, 133-135)19.
Sin descartar alteraciones y daños en los años en los que la Compañía no estuvo en
Santo Domingo, parece que lo que ocurrió después fue también lamentable y tuvo efec-
tos irreversibles en la colección dispuesta en la dependencia que ocupara de Santo
Domingo hasta 1943. Como el antecesor Joaquín de Barnola, otro científi co se ocupa
entonces de la docencia de Ciencias. Se trata del P . Vicente Muedra, quien en 1930
ya se había encargado del Museo de Historia Natural de Santo Domingo (Lasala, 1992,
131) y que pensamos, debe tratarse del mismo jesuita que después publicara un buen
número de tratados de anatomía y zoología. Como bien apunta en el trabajo que aquí
presenta E. Diz, según consta en el Libro de Actas del Patronato Artístico de la Ciudad
de Orihuela, a partir de 1941 comenzó a solicitarse se trasladara el Museo al Palacio de
Teodomiro. Se continuaba con ello una tendencia que se había iniciado ese año con el
traslado de los fondos de la Biblioteca Pública que también dispusiera Santo Domingo a
esa misma sede, lo que se consideraba bueno para el colegio a los efectos de disponer
más espacio para los alumnos internos (Lasala, 1992, 137). En esa dinámica entró la

17
Imágenes reproducidas aquí en el artículo de F. Lasala.
18
En esos años estudió en el Instituto don José Mira Cartea, quien luego sería profesor de Ciencias Naturales en el Colegio de laInmaculada. Con el mismo mantuvimos
una entrevista el 9 de diciembre de 1991. Situaba el Museo en la segunda planta, subiendo la escalera principal de Santo Doming o a la izquierda. Cuando le enseñamos
la fotografía publicada en el Anuari, inmediatamente reconoció el Museo al que entró pocas veces, pero lo recordaba ordenado.
19
Esta información resulta acorde a la que con más datos recoge E. Diz en este mismo volumen, resultando del todo novedosa por cu anto que difiere de la que hasta
ahora ha trascendido en ámbitos propios de la investigación arqueológica. Se pensaba que los materiales se habían perdido y dis persado durante la Guerra Civil (SOLER
GARCÍA, 1965, 46; ALBERT, 1945, 86; VILAR, 1975, 50) , según hacía constar I. Ballester (1937, 6), quien indicaba en diciembre de 1937 que el material trobat (por
Furgús) figuraba fins fa poc en el museu del col.legi. Los daños especificados por F. Lasala en la Iglesia pudieron hacer creer que todo el contenido de Santo Domingo
se habría visto afectado por acciones violentas, no constatándose lo contrario hasta que al reinstalarse desde la Compañía se h iciera una evaluación de los daños. De
manera concreta se ha anotado que los materiales de la Necrópolis de la Algorfa depositados en Santo Domingo se habrían perdido en 1936, que los de San Antón
se habrían trasladado a Alicante durante la República (SIMÓN, 198, 17), y, sin embargo, y en concordancia con lo apuntado en el texto, que los materiales de Laderas
del Castillo habrían sido trasladados a Alicante en la posguerra (SIMÓN, 1998, 17 y 30).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

colección reunida por el P. Furgús, si bien los jesuitas se reservaban la propiedad de los
fondos tal y como se recoge en una anotación de las Noticias de la Provincia de Aragón
S.J20. En su texto, desarrolla con más detalle la desazón que experimentó V . Muedra
cuando contempló las malas condiciones en las que se materializó el transporte (Lasala,
1992, 296), indicando que el naturalista y sacerdote vio con muchísima pena cómo se
realizó en condiciones pésimas el traslado de los vasos de cerámica, puñales de bron-
ce, cristales romanos, anillos de plata y de oro, desde el Colegio de Santo Domingo al
Palacio de Teodomiro (Lasala, 1988, 384)21. A la vista de la no conservación en las dos
colecciones que se derivan de ese traslado, la del MARQ y la del Museo Arqueológico
Comarcal de Orihuela, de materiales notorios y de escaso valor crematístico como los
grandes vasos que, de la Edad del Bronce, se recogían enteros en Santo Domingo, es
fácil suponer que V. Muedra no exageraba y que de manera inexplicable no se impidió
un traslado defi ciente, no localizándose a día de hoy toda la serie de documentos foto-
gráficos y gráficos que en Santo Domingo debieron acompañar los objetos. Luego, en el
Palacio de Teodomiro la colección no encontró su debido lugar, de modo que como aquí
indica E. Diz, museo y materiales, fueron perdiendo espacio en beneficio de la biblioteca
y el archivo. Al respecto, es del todo gráfico el testimonio de G. Nieto (1959, 300) quien,
con oportunidad de publicar los materiales procedentes de San Antón integrados en la
colección Brotons, hace constar los pocos restos que se conser van de aquel Museo
que describiera J. Rubio de la Serna, observándolos depositados en cajas en una habi-
tación interior de la biblioteca22.
En tan triste panorama, ignoraba G. Nieto que parte de la colección se había trasladado
a Alicante cuando en 1956 los jesuitas dejaron defi nitivamente Santo Domingo para
ocupar el Colegio de la Inmaculada. Sí que hubo una intención de reparto por materiales,
13. Colegio Inmaculada Jesuitas de Alicante.
Imágenes del Museo Ciencias, octubre, 2009.
dejando en Orihuela la cerámica y la piedra pulimentada y llevándose a Alicante casi todo
el instrumental metálico, incluyendo el monetario, los materiales de hueso, los adornos y
solo dos pequeños vasos de la Forma 5 de Siret (Soriano, 1984, 108). De su estancia
en el Colegio de la Inmaculada, de parte de la Compañía de Jesús queda la referencia
del P. Fernando Lasala quien fue docente de Historia del Arte en el Colegio, donde residió
de 1975 a 1988, redactando una excelente tesis doctoral donde refiere de modo sucin-
to la pequeña colección conser vada23, haciendo constar la no localización de un buen
número de objetos que en su día hallara J. Furgús. De seguro en el archivo del Colegio
Inmaculada debe de haber referencias al menos sobre las necesidades que a efectos de
conservación tuvieran el monetario y las piezas arqueológicas que, como los minerales y

20
De Santo Domingo, de Orihuela- Museo de Antigüedades.“Este célebre Museo, que fundó y formó casi en su totalidad el malogrado .PFurgús, ha sido trasladado
al “Palacio de Teodomiro”. Sigue siendo propiedad del Colegio; pero se ha trasladado a aquel local más céntrico a ruegos del Patronato Artístico de la Ciudad”. Noticias
de la Provincia de Aragón S.J., Barcelona, 25 de octubre de 1941, p. 355.
21
Conforme al trabajo referido en el texto, esa información se recoge en un dossier con título “Orihuela 1943” (LASALA, 1988, 384
) en el Archivo de la Provincia Jesuítica
de Aragón.
22
Al respecto más explícito es el comentario de J. Vilar (1975, 50) quien da constancia de que el residuo de los fondos retirados de Santo Domingo permanecerían en
cajones polvorientos repartidos por rincones y buhardillas del viejo caserón en que se encuentra instalada la referida biblioteca.
23
En la actualidad quedan unas pocas piezas del aquel antiguo Museo de Santo Domingo en el Colegio Inmaculada S.J. de Alicante.orPejemplo: pesas de telar romano;
fragmentos de vasos de terra sigillata; clavos romanos; pies de lucernas; vasos ibéricos pequeños del estilo “Elche-Archena” o simbólico; tres espirales, seis anillos y un
pequeño collarcito de oro (…). Además objetos de época argárica, todos menudos, tanto en cerámica como en bronce (puñales, anillos, etc). También indica la posibi-
lidad de que algunos restos cráneos humanos también fueran hallazgo de Furgús (LASALA, 1988, 398). Luego, en el completo dossie r que realiza sobre el P. Furgús,
en cuyo momento tuvimos el gusto de colaborar, apunta la presencia en la Inmaculada de una sucinta relación de objetos de la Ed ad del Bronce como elementos de
adorno, conchas, útiles de piedra pulimentada y objetos de metal (LASALA, 1988, 555). Agradecemos al autor su consulta.
49

14. José Mira Cartea junto con otros 15. Javier Bistué S.J.
profesores en el Colegio Inmaculada.
Centrado en la segunda fila desde
abajo. Hacia los años sesenta.

fósiles, se conservaban en cajones y en vitrinas planas, al lado de una exposición mayor


donde en una vitrina vertical grande quedaba toda una suerte de mamíferos disecados,
restos de aquel museo de ciencias que impulsara Barnola, reformado recientemente con
ocasión del cincuentenario del Colegio en Alicante, del todo impactantes para los que
ahí los contemplábamos, cuando los que fueran también profesores de esas materias,
José Mira Cartea y Javier de Bistué S.J. nos lo mostraban a los alumnos más pequeños.
Por testimonio verbal del primero sabemos que fue el P. Bistué quien se encargó de su
conservación y de la colocación de etiquetas que referían algunos de los objetos conser-
vados, recordando el que subscribe al jesuita y su máquina de escribir en un lado de una
habitación sobrecargada sí, pero con todo en su sitio24.
Por parte de la investigación, los materiales del Colegio Inmaculada no pasaron des-
apercibidos, resultando el primero de los que tenemos referencia J. Mª Soler García,
quien en torno a 1964 accede a la colección y reproduce fotográfi camente los anillos y
espirales de oro de San Antón, con ocasión de publicar su investigación sobre El Tesoro
de Villena25. Luego, con la incorporación de M.S. Hernández a la Universidad de Alicante
se impulsaría todo un programa de investigación en torno a la Edad del Bronce que haría

24
En octubre del corriente acompañados de José Enrique Tormo y del H. José Mompó pudimos visitar y fotografiar el Museo de Ciencias del Colegio de la Inmaculada.
Aunque la disposición de los objetos ha cambiado con respecto a 1992, la disposición del mobiliario es idéntica. El cráneo humano que se conserva ahí pudiera ser de
la Necrópolis de La Algorfa o de los poblados argáricos de San Antón o Laderas del Castillo
25
Todo ello estuvo depositado en el Museo del Colegio de Santo Domingo, en Orihuela, cuyos materiales se dispersaron durante la c ontienda española, y ha sido una
vez más la afortunada gestión de D. Alfonso Arenas la que nos ha deparado la oportunidad de contemplar de cerca estos materiale s al descubrir su presencia en el
Colegio de la Inmaculada, recientemente edificado por la Compañía de Jesús en las inmediaciones de Alicante. Agradecemos cordialmente al ilustre villenense D. José
María de Selva, que ejerce el cargo de Padre Ministro en aquella Comunidad, la gentileza de permitirnos fotografi
ar aquellas piezas para ofrecerlas de nuevo a la curiosidad
de los estudiosos, en la seguridad de que han de suplir con ventaja a las deficientes reproducciones que figuran en las publicaciones de FURGÚS, de difícil consulta en
la actualidad (SOLER GARCÍA, 1965, 46-47).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

que la colección de la Inmaculada fuera visitada. De la serie de trabajos que ahí se desa-
rrollaran el primero fue el de Rafaela Soriano, quien realizaría su Memoria de Licenciatura
conjuntando la información de los objetos reunidos en el Colegio de la Inmaculada y el
Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela. Me cuenta la autora, quien guarda buen
recuerdo de su estancia en el año 1981, la sorpresa que supuso su petición de dibujar
los materiales, guardándose una lógica reserva a la hora de abrir las vitrinas en un centro
no acostumbrado a recibir investigadores y donde los objetos se conser vaban con au-
téntico celo, como todo lo que provenía de Santo Domingo. La publicación de su trabajo
advierte de la importancia de lo conser vado en el Colegio enumerándose en lo metálico
10 objetos de oro, uno de ellos compuesto por 44 pequeños conos, 14 objetos de plata
y más de una treintena de objetos en bronce o cobre entre los que destacan alabardas,
puñales, punzones y adornos, a la vez que de la importancia de lo perdido, a poco que
se observe ampliada la foto más reciente que se dispone del montaje de Santo Domingo
o se tome en cuenta que el collar de conos de oro inventariado y reproducido (SORIANO,
1984, 143), es aquel con 73 piezas que también menciona y reproduce Furgús (1905,
Fig. 5), o se advierta de la imposibilidad de diferenciar las series procedentes de la Ladera
de San Antón o de la Ladera del Castillo de Callosa.
Atendida por el profesor de Física y Química F . Moreno y el P. Lasala, la colección se abría
a la investigación. Por este último (Lasala,1988, 398), quien se ocupó de la ordenación
y estudio de los fondos documentales que la Inmaculada conser va de Santo Domingo,
sabemos de la revisión en los ochenta, Alicia Perea en lo que respecta a la orfebrería pre-
histórica, trabajo del que también trascienden datos e imágenes (Perea, 1991, 59-60, 64,
84-89), o de aquel jarrón atribuido al arte islámico, por parte de L. Rodriguez a instancias del
recientemente fallecido M. Epalza. El mismo M. Hernández publica fotografías de elementos
metálicos prehistóricos, con ocasión de tratar el tema de la Cultura de El Argar en Alicante
(Hernández, 1986, LAM. II y III.1), como anticipo a todo el programa de inventario y catalo-
gación que con el mismo título asumía el reto de catalogar los diferentes materiales de esa
manifestación conservados en diferentes sedes, programa en el que colaboraron F . Jover
Maestre, J.A. López, J.A. López Padilla, A. Puigcerver Hurtado y J.L. Simón García, proce-

16. Conos (detalle), espirales y anillos de oro de


la Colección Furgús, reproducidos por A. Perea
(1991).

17. Firma del convenio de la Colección


Furgús. Prensa.
51

diéndose a una revisión exhaustiva de la colección del Colegio de la Inmaculada de la que


resulta una completa memoria entregada en 1991 a la Fundación García Rogel. De todo
ese esfuerzo trasciende ahora las colaboraciones de esos investigadores en este catálogo, y
antes el trabajo de inventario de J.L. Simón del que resulta buena parte del magnífico corpus
de la metalurgia prehistórica valenciana (Simón, 1998, 17-45).
La constatación de la importancia social de lo conser vado y la continua demanda para
su investigación, crearon el clima adecuado para que en el Colegio de la Inmaculada
comenzara a guardarse la intención de ceder al Museo Arqueológico Provincial la co-
lección que custodiaba. Aunque bien recogidas, las piezas en la Inmaculada quedaban
en un ámbito restringido al público, a la vez que reser vado al apoyo de una docencia
que en las aulas no abordaba contenidos en los que cupieran materiales especializados
en exceso. Los objetos arqueológicos se habían encontrado por empeño de un Padre
Jesuita en los inicios del siglo XX y en el Colegio de la Inmaculada ocupaban su lugar
junto a unas colecciones de ciencias que siempre resultaban más didácticas y del todo
acordes a las materias impartidas. Además los investigadores venían advirtiendo del ries-
go de conser vación de los objetos, atendiendo a su naturaleza metálica. La posibilidad
de ceder las piezas al Museo resultaba una acción cabal y de alto valor en la sociedad
de finales de siglo, entendiendo que se podían depositar en un ámbito con condiciones
y profesionales que además de asegurar su conservación e investigación, procuraba su
exposición y difusión.
En 1991, a poco de incorporarnos a la plantilla de conser vadores del Museo supimos
de esa intención de la mano de M.S. Hernández, encargándonos E. Llobregat de realizar
las gestiones técnicas que de parte del Museo posibilitaran la cesión. A esos efectos
se mantuvieron reuniones con los Rectores del Colegio, primero con el P . Vicente Parra
y después con el P . Lorenzo A yerdi, mostrando ambos buena predisposición para la
cesión siempre y cuando se aseguraran las debidas condiciones de conser vación de
las piezas y no se perdiera su referencia como colección. De ahí surgió la denominación
“Colección Julio Furgus S.J.”, título con el que aparece en el documento de cesión en
depósito que se conserva en el Archivo del MARQ. Entre el 22 y el 31 de julio un equipo
de especialistas procedió al inventario detallado del contenido conser vado en los jesui-
tas26, recibiendo durante su estancia todas las facilidades de parte del actual Director del
Colegio de la Inmaculada, Profesor Fernando Moreno Sáez.
La tarde del 13 de noviembre de 1991, asistiendo E. Llobregat como Director del Museo
y Antonio Amorós Sánchez como Diputado de Cultura, el Presidente de la Diputación,
Antonio Mira-Perceval Pastor y el Rector del Colegio de la Inmaculada, Lorenzo A yerdi
S.J., suscribieron el convenio que rige la cesión en depósito de los materiales que inte-
gran la colección, acto que tuvo su buena repercusión en prensa. Alcanzándose distintos
compromisos de aquel acuerdo, como el que atendió en 1993 a una muestra selectiva
de la colección en la remodelación del ámbito que a la Prehistoria se dedicaba en la
exposición permanente del Museo en el Palacio de la Diputación, ahora se llega a aquel
que hacía imprescindible la realización de una exposición que de manera monográfi ca
tratara la fi gura del Padre Julio Furgús, jesuita que murió hace un siglo explorando una
de las montañas de estas tierras que fueron en el II milenio a.C. confi nes de la Cultura
de El Argar.
26
Participaron del inventario y clasifi cación Juan Manuel Abascal, Rafael Azuar Ruiz, Carolina Domenech Belda, José Luis Menéndez Fueyo, Manuel Olcina Domenech,
Julio Ramón Sánchez y Jorge A. Soler Díaz (coordinador).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

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EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Del Museo
de Antigüedades
de Santo Domingo
al Museo
Arqueológico
Comarcal de Orihuela Emilio Diz Ardid
Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela

La creación del Museo de Antigüedades del Colegio de Santo Domingo


La creación del Museo de Antigüedades del Colegio de Santo Domingo pudo producirse
gracias a la convergencia de una serie de hechos favorables: la existencia de un centro
educativo, pionero para la época; el nacimiento de la ciencia prehistórica y arqueológica
en España, el descubrimiento de importantes yacimientos en el sur de la Provincia de
Alicante, que originaron la formación de las primeras colecciones de prehistoria y arqueo-
logía en la zona y, finalmente, el concurso de la figura de Julio Furgús, sacerdote jesuita.
Los Jesuitas habían contado en Orihuela con un colegio, situado en el solar del actual
Convento de las Salesas con el nombre de Colegio de la Inmaculada Concepción, San
Joaquín y Santa Ana (Lasala, 1992, 73-79). Justo un siglo después de su expulsión de
todos los territorios de la corona española que tuvo lugar en 1767, volvieron a Orihuela,
estableciéndose en la sede de la antigua Universidad Literaria, creando el efímero Colegio
de San Estanislao que no pudo consolidarse debido a la Revolución de 1868. En este
mismo lugar comenzaron a impartir clases a partir de 1872, el centro pasó a denominarse
Colegio de Santo Domingo, contó con un internado y posteriormente unas escuelas para
niños pobres denominadas del A ve Maria. (Lasala, 1992, 79-94 y Sánchez, 2003, 60-
63) En él se educaron buena parte de las élites locales y regionales.
El colegio se fue dotando a fi nales del siglo XIX y principios del XX con toda una serie
de equipamientos, excepcionales para la época pero comunes en los colegios jesuitas,
como el Museo-Gabinete de Historia Natural, Gabinete de Física y Química, Gimnasio,
Museo Artístico-Literario, biblioteca colegial, etc. (Revuelta, 1998; Lasala, 1992, 293-
55

298; AA.VV. 2000, 45-46). Este contexto favoreció la creación del Museo de Antigüe-
dades, por otra parte presente también en otros colegios, así tenemos constancia de
la fundación en 1901 en el Colegio de San José de V alladolid de un museo de Arte,
Arqueología y Numismática, de un Museo Arqueológico, fundado en 1902 en el Colegio
de Chamartín, y de un Museo de Antigüedades en el Colegio de Sarriá de Barcelona,
con una importante colección de numismática y arqueología, con objetos procedentes
de Baleares y Orihuela (Revuelta, 1998, 120-121).
En torno a mediados del siglo XIX se crean en nuestro país las bases de la Prehistoria
y de la Arqueología científi cas, en contraposición al “anticuarismo”, gracias a la meto-
dología y aportaciones realizadas desde la Historia Natural y la Geología (AA.VV . 2004,
pp.75-76). Ya a fi nales del siglo XIX importantes investigadores de la época como Juan
Vilanova y Piera y los hermanos Henri y Louis Siret se interesan por el conocimiento de
los yacimientos oriolanos de la Cueva Roca y San Antón y los visitan acompañados
por su descubridor, D. Santiago Moreno Tovillas (Orihuela 1832-1888), ingeniero militar,
auténtico pionero de la arqueología local y autor de los Apuntes sobre las Estaciones
Prehistóricas de la Sierra de Orihuela, informe remitido a la Sociedad Arqueológica V a-
lenciana en 1872 y que ésta cita en su memoria anual, aunque no fue publicado hasta
1942 por el Ser vicio de Investigación Prehistórica de la Excma. Diputación provincial de
Valencia. (Moreno,1942).
Ya en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX se forman las primeras coleccio-
nes arqueológicas en la Provincia de Alicante. Entre ellas podemos destacar la Colección
de Aureliano Ibarra, formada principalmente por materiales de La Alcudia de Elche y
Santa Pola, vendida por sus herederos en 1892 al estado y depositada en el Museo
Arqueológico Nacional (Papí, 2008); la de su hermano Pedro Ibarra, que constituirá con
posterioridad la base del Museo Municipal de Elche (Ramos, 1944); la del Marqués del
Bosch en Alicante, formada en torno a 1894 y de la cual Pierre Paris estudia algunas pie- 1. El Museo de Antigüedades en el Colegio de
zas (Paris, 1903, 182 y 188 ); y en la comarca de la Vega Baja la Colección de Valeriano Santo Domingo de Orihuela.

Foto: Archivo Diputación de Alicante.


EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Aracil (Paris, 1904, 20-21) y la de José Mazón ((El Independiente, año IV 597 y 605)
ambas en Redován; la de Santiago Moreno T ovillas (1942, 11) y la de T omás Brotons
(Albert, 1945) en Orihuela.
Al calor de los descubrimientos, aparecen también en nuestra provincia por estas fechas
dos importantes personajes: Pierre Paris y Arthur Engels. Ambos fueron comisionados
por el Museo del Louvre para adquirir piezas de la cultura ibérica con que enriquecer sus
salas, así Pierre Paris comprará entre otras piezas la Dama de Elche en 1898 y Arthur. En-
gels la cabeza del Grifo de Redován. Estas adquisiciones originarán una gran polémica
en Elche y con anterioridad y en menor medida en la Vega Baja, donde con motivo de los
hallazgos de Redován, se establece una polémica entre Arthur Engels y el coleccionista
y alcalde de Redován, D. José Mazón, al sostener el investigador francés en una con-
ferencia la supuesta existencia en Redován de un mercado de falsifi caciones y objetos
de procedencia extranjera, noticia que recogen las páginas de El Globo, de Madrid y El
Independiente, diario de la tarde publicado en Orihuela (Galiano Perez, A.L., en prensa),
este último periódico toma claramente partido por el Alcalde de Redován:
“Por n uestra p arte d esconocemos l os ob jetos a rqueológicos d e referencia, y au nque
los hubiésemos visto, no somos peritos en la materia, para poder dar nuestro parecer
sobre l a au tenticidad de d ichas a ntigüedades; p ero sí p odemos aseg urar, p or que lo
2. Valeriano Aracil y su colección arqueológica. estamos viendo con frecuencia, que los franceses tienen el prurito de rebajar el valor de
Redován. Fotografía tomada de la obra Essai sur l’Art todas las cosas referentes a España; y lo más doloroso es, que los mismos españoles
et le industrie de l’Espagne Primitiva de P. Paris.
les hagamos coro en sus apreciaciones la mayor parte de las veces”. (El Independiente,
año IV, Núm. 605, 27 de Abril de 1894).
En este contexto de interés por la Prehistoria y la Arqueología, hace su aparición en Ori-
huela Julio Furgús, profesor del Colegio de Santo Domingo de Orihuela, regentado por
los jesuitas, entre 1893 y 1909, fecha de su fallecimiento, salvo tres años (1895-1898)
en que estuvo de prefecto en el Colegio de San Ignacio de Sarriá en Barcelona. En el
colegio oriolano impartió clases de retórica, griego, historia natural, francés, matemáticas
y literatura (O’neil y Domínguez, 2001, 1543).
Durante su segunda etapa de estancia en Orihuela, prospectó y excavó en diversos
yacimientos de la comarca del Bajo Segura. Con los materiales así obtenidos y algunas
donaciones y posiblemente intercambios, formó el Museo de Antigüedades del Colegio
de Santo Domingo de Orihuela, probablemente en 1902, año en que Julio Furgús pu-
blica sus trabajos en la Revista Razón y Fe y en un apéndice de la Historia de Orihuela
de Ernesto Gisbert, en una de cuyas notas, se cita por primera vez la existencia de “un
curioso museo prehistórico” (Furgús, 1902) hecho confirmado por las fotografías de sus
publicaciones de este año, en las que se aprecian algunos de los materiales dispuestos
en estantes de armarios, y por la correspondencia intercambiada entre los jesuitas. Así
pues la creación del museo debió producirse siendo rector el P . Francisco Javier Tena
(1900-1904), las fechas propuestas por algunos autores durante el rectorado del P .
Bartolomé Arbona (1904-1909) (Lasala, 1992, 114) o en 1909 (AA.VV ., 2000, 50)
creemos que no son las correctas.
El museo recibió distintos califi cativos y denominaciones, Museo Arqueológico del Cole-
gio de Santo Domingo (Rubio de la Serna, 1906 y Furgús,1909), Museo Prehistórico del
3. Santiago Moreno Tovillas.
57

Colegio de Santo Domingo (M.G., 2007, 243), museo geológico (La Iberia, 30 de Enero
de 1909 y El Orden, 31 de enero de 1909) prehistórico de antigüedades (El Social de
Orihuela 30 de enero de 1909), aunque el nombre ofi cial parece ser el reseñado en las
postales de la época “Museo de Antigüedades del Colegio de Santo Domingo”.
Todas estas denominaciones eran ciertas. El museo disponía, al parecer, de varias sec-
ciones, así Furgús cita el ingreso en la 1ª sección de un lote de materiales procedentes
de Callosa de Segura, que correspondería con toda seguridad a la sección de Prehistoria
local, que debió ser la principal de todas ellas (Furgús, 1909, 354). Al poco del falleci-
miento del Padre Julio Furgús se presentaron en la Exposición Regional V alenciana de
1909 una selección de materiales del museo, dispuestos en cuatro vitrinas que corres-
pondían a sus cuatro secciones: 1ª, sección de Prehistoria local; 2ª, sección arqueológi-
ca de la provincia; 3ª, sección geológica y 4ª, sección paleontológica (Lasala,1992, 297)
El contenido del museo, por lo menos en lo referente a la sección de Prehistoria, fue
descrito en una conferencia leída por Juan Rubio de la Serna en la Real Academia de
Buenas Letras de Barcelona el 29 de diciembre de 1905, publicada al año siguiente en
la Revista de la Asociación Artístico-Arqueológica Barcelonesa (Rubio de la Serna, 1906),
este autor se centra principalmente en la descripción de los riquísimos ajuares de la
Necrópolis de San Antón, citando la existencia en el museo de materiales de otros yaci-
mientos como Callosa de Segura, Necrópolis de Algorfa, Redován, Peña Roja (Abanilla),
Bigastro, Baelo (Tarifa) y Ladera de San Miguel (Orihuela); destaca asimismo la existencia
de una buena colección de monedas.
El museo de los jesuitas de Orihuela, fue el primer museo de Prehistoria y Arqueología de
la Provincia de Alicante y no se limitó a coleccionar los objetos, sino que se expusieron y
clasificaron con criterios científi cos, contextualizándolos en algunas ocasiones, al exponer
conjuntamente las urnas funerarias con sus respectivos restos óseos y ajuares funerarios.
4. Dama ibérica reproducida en el trabajo de P.
A la muerte de J. Furgús la actividad investigadora del museo decayó notablemente, aun- Paris. Essai sur l’Art et le industrie de l’Espagne
que aún tenemos constancia en torno a los años 20 de la existencia de un responsable Primitiva de P. Paris
del mismo, el Padre José Calbet (Lasala, 1992, 119).
En mayo de 1931 son expulsados del colegio los jesuitas, creándose en sus depen-
dencias una escuela de carabineros. Por esta época Justo García Soriano estaba co-
misionado por la Junta Central de Protección del Tesoro Artístico para cooperar con sus
delegados de Murcia y Alicante, siendo además presidente de la subjunta de Orihuela
(A.M.O. Legado Justo García Soriano). Este investigador oriolano, en el ejercicio de sus
competencias, entre otras actividades, se ocupó de la creación del Museo de Orihuela,
que reunió toda una serie de objetos artísticos procedentes de iglesias, conventos y pa-
lacios, sin que se haga referencia alguna a la presencia en él de materiales arqueológicos
(García, 1937). Por eso creemos que lo más plausible es considerar que tanto el Museo
de Antigüedades como los otros gabinetes y museos existentes en el colegio, fueron
tutelados por Justo García Soriano, ya que durante gran parte de su jornada trabajaba
en la Biblioteca Pública, ubicada en el Colegio de Santo Domingo. De hecho los jesuitas
al recobrar el colegio después de la Guerra civil, a pesar de los 8 años de ausencia, no
apreciaron mermas de importancia en los gabinetes y museos del colegio, entre ellos el
de antigüedades (Lasala, 1992, 135).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

5. Materiales argáricos de la Colección Furgús


expuestos en la sede del Museo Comarcal en el
Palacio de Rubalcava. Principios de los años 90.

La dispersión de los fondos del museo de Antigüedades y la formación del Museo


Arqueológico Comarcal
Finalizada la Guerra Civil, a principios de los años 40, el Patronato Artístico de la Ciudad
de Orihuela, realizó gestiones ante el Colegio de Santo Domingo para el traslado del
museo al Palacio de T eodomiro, lugar donde se había trasladado la Biblioteca Pública
y creado una pinacoteca (L.A.P .A.C.O., Actas de 25-06-1941, de 08-07-1942 y de
03-10-1943). En 1943, los materiales del Museo se trasladaron en depósito al Palacio
de Teodomiro, al parecer en unas condiciones que no fueron las más idóneas, ya que el
P. Vicente Muedra se lamenta de los desperfectos sufridos por algunos de ellos (Lasala,
1992, 296)
En 1956, los jesuitas se trasladaron a la ciudad de Alicante, fundando en Vistahermosa el
Colegio de la Inmaculada, trasladando parte de la colección de arqueología a este nuevo
centro y dejando en Orihuela la otra parte.
No será hasta fi nales de los años 60 y principios de los 70, con el descubrimiento y
posterior excavación del importante yacimiento de “Los Saladares”, cuando las autori-
dades locales muestren interés‚ por los temas arqueológicos. Así, el A yuntamiento crea
el Museo Arqueológico Comarcal, con sede en el “Palacio de T eodomiro” merced a la
autorización del Ministerio de Educación y Ciencia, según Orden de 16 de Febrero de
1970 (B.O.E. Núm. 54, de 4 de marzo de 1970).
Las crecientes necesidades de la Biblioteca y del Archivo Histórico de Orihuela, junto con
la inexistencia de un técnico competente que estuviese a cargo de las colecciones, mo-
tivaron que las piezas arqueológicas se fuesen arrinconando, disminuyendo la superfi cie
destinada a museo. Desgraciadamente se produjeron mayores mermas y deterioros en
las colecciones durante su estancia en el Palacio de Teodomiro que durante la República
y la Guerra Civil.
En 1979, ante la presión pública, la mayor parte de los fondos fueron trasladados a unos
locales provisionales en el Hospital Municipal y gestionados por un grupo de afi cionados
(Pomata, 1979). En 1980 el Ayuntamiento contrató a un arqueólogo y finalmente el museo
se instaló en unos locales adecuados, primero en el Palacio de Rubalcava, en 1986 (Diz,
1986) y a partir de 1997 en la Iglesia del hospital de San Juan de Dios.
59

6. Mosaico romano de la Colección Furgús,


“expuesto” en la sede del Museo Arqueológico
comarcal en la Biblioteca Pública. Principios de los
años 70. Detalle en foto actual.

La Colección Furgús del Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela


En el Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela, procedentes del antiguo Museo de
Antigüedades del Colegio de Santo Domingo, se guardan en torno a unas 500 piezas
en distinto grado de conservación.
En líneas generales podemos decir que los materiales conservados en Orihuela son más
variados que los conservados en el MARQ, cubriendo un amplio marco cronológico, que
abarca desde el Calcolítico hasta probablemente época bajo medieval.
Correspondientes al Calcolítico se conser van una lámina de sílex, dos vasos cerámicos
ovoides y otro subcilíndrico procedentes de la Necrópolis de Algorfa y que han podido
ser identifi cados a través de las fotografías de las publicaciones de J. Furgús; fueron
revisados por Jorge Soler (2002).
La parte más importante de los fondos del Museo de Antigüedades del Museo del Co-
legio de Santo Domingo, la constituían, sin lugar a dudas, los materiales argáricos proce-
dentes de San Antón (Orihuela) y Laderas del Castillo (Callosa de Segura), publicados en
su día por el Padre Furgús. Grosso modo, podemos decir que en Orihuela permaneció
el lote cerámico más importante, mientras que los jesuitas se llevaron al nuevo colegio de
Alicante el conjunto metálico de mayor entidad. Entre los materiales que se conser van
en Orihuela hay que destacar varios objetos de hueso como alisadores y punzones, las
ya mencionadas cerámicas con la representación de gran variedad de formas, donde
están presentes todas las de la tipología de Siret y algunas más: cuencos, boles, va-
sos carenados, tulipas, vasos globulares, cuencos y vasos carenados con repié anular,
cucharita, vaso lenticular, etc. así como varias pesas de telar . Por lo que respecta a los
objetos metálicos, estos son bastante escasos, sólo un punzón, varios puñales y dos 7. Cerámicas argáricas de la Colección Furgús.
hachas planas, a los que hay que añadir los cuchillos procedentes de la antigua colec- Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

ción Brotons ingresados en el museo en 1981 (Diz, 1982, 22). Finalmente citar , en lo
referente a utillaje lítico, la presencia de gran cantidad de molinos barquiformes. T odos
estos materiales fueron revisados a principios de los años 80 del pasado siglo por Rafae-
la Soriano en su Tesis de Licenciatura, un resumen de la cual fue publicada en la revista
Saguntum (Soriano, 1984)
Pero la colección reunida por J. Furgús no era sólo de Prehistoria, así en el Museo
Comarcal de Orihuela, procedente de ella, se conser va un conjunto de materiales de la
Cultura Ibérica, entre los que destacan abundantes cerámicas, que en su mayoría deben
proceder de San Antón; destacan dos urnas bicónicas y un conjunto de fusayolas y pe-
sas de telar. De especial interés son dos esculturas ibéricas procedentes de la colección
del Marqués del Bosch, estudiadas en su día por Pierre París (1903, 182 y 188) y más
recientemente por Mónica Ruiz (1989).
Pertenecientes a la Cultura Romana se conservan un conjunto de ánforas, algunas de las
cuales aparecen en las antiguas postales del museo, así como abundantes fragmentos
de cerámicas campanienses y sigillatas, sin que tengamos referencias exactas de su
procedencia, su origen debe estar en B aelo Claudia (Tarifa) y en la ladera de San Mi-
guel, varias lucernas, quizás también de este yacimiento oriolano, un conjunto de vidrios
procedentes de Cehegín (Sánchez, 1984), y varios mosaicos también de esta localidad
(Ramallo, 1984) y una pequeña colección de monedas, posiblemente fruto de intercam-
bios en su mayor parte (Diz, 1982, 17).
A un momento tardoantiguo pertenece una pieza, presente con anterioridad a la creación
del Museo Arqueológico Comarcal en 1970, por lo que presumiblemente procede de la
Colección Furgús, se trata de la “Lápida de Orihuela”, siglo VI-VII interpretada como una
estela hebraica (Vilar, 1975, 172-173 y García Iglesias, 1978, 175) o más recientemente
cristiana (Poveda, 2005).
Finalmente entre los fondos antiguos del Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela se
encuentran también cerámicas precolombinas y talayóticas que debieron ser fruto del in-
tercambio de materiales, posiblemente con el museo del Colegio de San Ignacio de Sarriá.

8. Materiales argáricos de la Colección Furgús


expuestos en la sede actual del Museo
Arqueológico Comarcal de Orihuela.
61

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EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Objetos argáricos
alicantinos en el
Museu d’Arqueologia
de Catalunya Lourdes Andúgar
Universidad Autónoma de Barcelona

La Colección argárica en el Museu d’Arqueologia de Catalunya


Los materiales arqueológicos de época argárica conser vados actualmente en el Museu
d’Arqueologia de Catalunya (MAC) alcanzan la cifra de 540 objetos, entre los que se
cuenta un numeroso grupo de vasijas cerámicas conservadas íntegramente y, en menor
número, una serie de artefactos macrolíticos, constituida por pulidores con ranura, pla-
quetas con y sin perforación, alisadores, percutores, azuelas, hachas y un disco perfora-
do. Los artefactos metálicos son más escasos, entre ellos destacan cuchillos, puñales,
punzones, cinceles, hachas, alabardas, espirales y brazaletes. En algunas ocasiones,
estos elementos metálicos se han podido identificar como ajuares metálicos pertenecien-
tes a tumbas argáricas de yacimientos como El Oficio, El Argar y Fuente Álamo (Andúgar
2006:227-242). También forman parte de esta colección elementos ornamentales que
completaban los ajuares funerarios como es el caso de cuentas de hueso, metal y pé-
treas que constituían los collares propios de esta época.
Este importante conjunto está constituido por varias colecciones de diversas procedencias:
Colección Siret. Reúne materiales procedentes de tres yacimientos almerienses: El Ofi-
cio, El Argar y Fuente Álamo y se debe al empeño de Francisco Martorell y Peña. Este
Corredor Real de Cambios y , durante muchos años, asociado de la importante casa
comercial de Martorell y Bofi ll, nació en Barcelona el día 19 de Noviembre de 1822. Es-
tudioso de la Historia Natural empezó en 1854 a formar su colección malacológica que
llegaría a alcanzar las 6.000 especies. Diez años más tarde comenzó a formar su colec-
ción arqueológica y dedicó sus últimos años a estudiar esta disciplina, especialmente la
63

arqueología balear (talayots y navetas) y sarda (nuragas), entre otras. Además, hizo re-
corridos por España, Portugal, Bélgica e Italia que le brindaron la oportunidad de obtener
una excelente documentación y reunir notables objetos que pasaron a formar parte de
sus colecciones. Murió el día 9 de noviembre de 1878 y dejó entre sus disposiciones
testamentarias dinero para la creación de un Museo público local y una biblioteca; fundó
además un premio con su mismo nombre que se otorgó a la mejor obra de arqueología
española. En su primera convocatoria, el premio fue concedido a los hermanos Henri
y Louis Siret por Las primeras edades del metal en el Sudeste de España. Resultados
obtenidos en las excavaciones hechas por los autores desde 1881 a 1887. Esta obra
fue galardonada también con la medalla de oro en las Exposiciones Universales deolosaT
(1887) y de Barcelona (1888). Por estos motivos, en abril de 1888, Louis Siret hizo entre-
ga de una colección de objetos procedentes de sus trabajos de investigación en la zona
de Almería para que formasen parte del nuevo Museo Martorell. Debido a la escasez de
espacio del edifi cio la denominada colección Siret sufrirá varios traslados. En 1891, los
objetos fueron depositados en el Museo de Bellas Artes de Barcelona y en 1907 se tras-
ladaron al Museo de la Ciudadela. Finalmente, estos materiales entraron a formar parte
de los fondos del Museu d’Arqueologia de Catalunya, donde permanecen hasta hoy.
Colección Furgús. Forman parte de la colección objetos recuperados en las excavacio-
nes realizadas, entre 1902 y 1908, por el sacerdote jesuita Julius Furgús en los yacimien-
tos de San Antón (Orihuela) y Laderas del Castillo (Callosa de Segura).
Colección Colomines. El Ser vei d’Investigacions Arqueològiques del Institut d’Estudis
Catalans (IEC), representado por Josep Colomines Roca, excavó por encargo de la
Junta de Museus el poblado argárico de Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alican-
te) (Colomines 1921-26:61). Los hallazgos de esta excavación se conser van hoy en el
Museu d’Arqueologia de Catalunya y reúne objetos cerámicos, metálicos, líticos, óseos y
malacológicos. Desgraciadamente, los huesos humanos no se conservan ya que según
palabras de Colomines estaban tan mal conservados que no se pudieron recoger.
La colección granadina. La componen más de un centenar de piezas cerámicas en
muy buen estado de conser vación. Su integridad puede deberse a que proceden de
contextos funerarios donde la conser vación del material cerámico suele ser más favora-
ble. No es posible adscribir este material a yacimientos concretos puesto que una parte
ingresa en el MAC, a través de un Depósito Judicial (1962) procedente de Lanjarón,
y otra se debe a una donación del Sr . Vives. Este Sr . Vives podría ser Vives Escudero
quien a inicios del s. XX vende al MAC materiales arqueológicos procedentes de Ibiza y
Mallorca. De la última donación se conserva una inscripción que se repite en un elevado
número de piezas y en la que se puede leer: “Vives (nº) – Guadíx (nº)”. Esta evidencia
sugiere que los materiales arqueológicos proceden de Guadíx mientras que los números
que les identifican quizá responderían a una numeración propia de la colección o a la que
el museo les otorgaba como registro de entrada.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

La llegada de la Colección Furgús a Barcelona


Julius Furgús nació en Agen el 13 de enero de 1856. Ingresó en la orden jesuita a la
edad de 19 años. Inició sus estudios de noviciado en Humanidades en V eruela (1875-
1879). Tras este período marchó a Manresa e ingresó como profesor y tutor en el Col·legi
Sant Ignasi de esta localidad, donde permaneció unos años, entre 1879 y 1882. Des-
pués de su estancia en Manresa, volvió a V eruela en 1883 esta vez como profesor de
Humanidades, donde pasó dos años. Con 29 años se traslada a T ortosa donde se
dedica a estudiar Teología y Filosofía, ordenándose fi nalmente como sacerdote el 30 de
julio de 1890. Su vida transcurre en Tortosa hasta 1893, año en que se traslada a Man-
resa para concluir sus estudios. Entre 1894 y 1895 se traslada a Orihuela donde imparte
clases de matemáticas y francés. Antes de su instalación definitiva en esta ciudad vuelve
a Barcelona donde pasa tres años (1896-1898) como prefecto (cargo similar al de los
directores pedagógicos de hoy en día) del Col·legi de Sant Ignasi de Sarrià. Debido a
problemas de salud fue relevado de su cargo y se vio forzado a retirarse defi nitivamente
1. Col·legi de Sant Ignasi de Sarrià, Barcelona
(VILA 1995) a Orihuela donde vuelve a impartir clases de francés y matemáticas, tarea que mantuvo
hasta el último año de su vida alternándola con la de encargado del Museo de Antigüe-
dades del Colegio de Santo Domingo de Orihuela.
El Col·legi de Sant Ignasi de Barcelona, sucesor del anterior Col·legi de Manresa se
traslada a Sarrià en 1892. T res años más tarde, el 3 de diciembre de 1895, se inau-
gura el nuevo edifi cio del colegio, construido por el arquitecto barcelonés Joan Martorell
i Montells (1833-1906) en el pueblo de Sarrià. Esta obra ha sido considerada como
precedente del modernismo catalán y sorprende por la monumentalidad de su fachada
(Revuelta González 1998:104). En este colegio de Sarrià se aplicaba la política educativa
de Manresa, aunque adaptada al momento y suavizada (Revuelta González 1998:13).
Un año más tarde de la inauguración del nuevo edificio, Furgús es nombrado prefecto de
esta institución. Su vinculación a ella durante tres años explica que el sacerdote jesuita
fundase un museo de Antigüedades en el Col·legi de Sant Ignasi de Sarrià.
Entre los años 1902 y 1908 llevó a cabo sus excavaciones arqueológicas en las proximi-
dades de Orihuela, en los yacimientos de San Antón (Orihuela) y Laderas del Castillo (Ca-
llosa de Segura). Barnola (1909:87) informa acerca del museo arqueológico creado por
Furgús en el Colegio de Sto. Domingo de Orihuela y concreta que el padre jesuita envía
objetos repetidos al Col·legi de Sant Ignasi de Sarrià para iniciar la colección del Museo de
Antigüedades de este colegio barcelonés. Parece ser que estos objetos arqueológicos
sirvieron para ilustrar las lecciones impartidas por los profesores jesuitas.
También Revuelta González (1998:120-121) habla del Museo de Antigüedades situado
en el Col·legi de Sarrià y destaca la importante colección de numismática y arqueología,
formada con objetos procedentes de Orihuela y de Baleares. Es en este lugar donde se
reunió la colección Furgús que hoy se conserva en el Museu d’Arqueologia de Catalunya.
En 1915 se cerró la escuela y los alumnos fueron derivados a otros centros jesuitas de
Barcelona, Zaragoza y Valencia. En ese año se traslada al edificio la que hoy llamaríamos
Facultad de Teología (entonces Col·legi Màxim) debido a que su anterior ubicación en
Tortosa no reunía las condiciones necesarias. Al año siguiente, se trasladan también des-
de Tortosa, los estudios de Filosofi a. En estos momentos las dependencias del Col·legi
de Sant Ignasi las ocupan jesuitas en fase de formación.
65

Unos años más tarde, en 1927, se reabrió el colegio de Bachillerato, dirigido por el P .
Moisés Vigo. El colegio fue creciendo en coexistencia con el Col·legi Màxim de Filosofi a y
Teología. Suponemos que en estos momentos y a pesar de los cambios, el museo de an-
tigüedades no sufre ninguna reforma y los objetos allí conservados siguen sirviendo de so-
porte didáctico a las clases permitiendo a los alumnos un contacto directo con el pasado.
A inicios de 1932 y como consecuencia del decreto de expulsión de los jesuitas procla-
mado por la II República, la Generalitat confi scó el colegio. Los jesuitas abren entonces
la Academia Ramón Llull, que sería igualmente confi scada al inicio de la Guerra Civil, y
aún se abriría otra más, llamada Academia Margenat. En ambas academias, hasta el fi n
del curso 1935-36, siguieron trabajando varios jesuitas, aunque no ofi cialmente sino a
título individual.
Se cree que en una de estas confi scaciones bien durante la II República o bien a inicios
de la Guerra Civil, la colección Furgús pasó a formar parte de los fondos del MAC. El edi-
ficio albergó durante la guerra civil gran cantidad de objetos arqueológicos en un refugio 2. Ajuar femenino: collar de oro, espirales de plata,
puñal y pañuelo de tela (Furgús 1906: lám VI, fig. 1ª)
construido para tal fin en sus dependencias.

La colección Furgús
La parte de la colección Furgús que se conser va en el MAC se compone de piezas
procedentes del yacimiento de San Antón de Orihuela 1. La primera referencia a este
yacimiento se remonta a 1872, fecha en la que Santiago Moreno T ovillas, coronel de
ingenieros, presenta a la Sociedad Arqueológica Valenciana una memoria con el nombre
de “Apuntes sobre las estaciones prehistóricas de la Sierra de Orihuela”. En este trabajo
se nombra por primera vez el yacimiento de San Antón.
Poco después los hermanos Henri y Louis Siret, ingenieros belgas conocidos por sus
investigaciones arqueológicas, viajan a Orihuela. Se encuentran allí con Santiago Moreno
quien les muestra una “hermosa colección de cuentas de collar de esteatita y serpentina
noble de diversas formas, entre las cuales aparece un tipo que nosotros no poseemos,
consistente en un pequeño cilindro hueco con dos agujeros laterales. Posee también él
mismo algunas elegantes puntas de fl echa y hojas y sierras de pedernal, así como frag-
mentos de objetos de alfar” (Siret, H. y L. 1890:308). Estos objetos conservados por el
entonces juez de Orihuela, Francisco López, que pertenecían a la Cueva de la Roca y a
la Ladera de San Antón, atrajeron lo suficiente a los hermanos Siret para iniciar trabajos de
investigación en la zona. Pero el resultado fue nulo. Buscaron en la estrecha explanada
de la parte alta de la montaña las viviendas del poblado, pero tan solo encontraron roca
pelada por todas partes. Esto les hizo suponer que las habitaciones debían estar esparci-
das por la falda de la montaña y que el desnivel existente lo salvarían con rampas o esca-
linatas de las cuales no queda nada. Esta suposición les hizo abandonar su búsqueda.
Fueron los trabajos de Furgús entre 1902 y 1908 los que aportaron mayor información
acerca de este yacimiento. Publica los objetos hallados y diferentes tipos de enterra-

1
Sabemos que Furgús inter vino en el yacimiento de Laderas del Castillo, desconocemos dónde se conser van estos materiales. En el MAC se conser van 47 piezas
cerámicas procedentes de Laderas del Castillo de las cuales tan solo 19 de ellas están publicadas por Colomines y proceden por tanto de su investigación, igual sucede
con 22 piezas de sílex, de las cuales tan solo 10 están publicadas. T anto la cerámica, como el lítico tallado no incluido en el trabajo de Colominas puede haber sido
hallado tanto por Colomines como por Furgús.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

miento (cromlechs, túmulos, hoyas, urnas y losas) localizados en sus investigaciones, y


excava más de 600 tumbas (1902:43). Especial mención merece una tumba femenina
en túmulo cuyo ajuar detalla el autor de la siguiente manera: “ Dos grandes espirales de
plata fueron encontradas, una a cada lado del cráneo, las cuales sirvieron indudablemen-
te de pendientes para las orejas o de adorno para sujetar el cabello. A poca distancia
aparecieron los restos de una gran vasija de barro negro casi pulverizada a excepción de
un fragmento de muy buenas dimensiones, el cual fácilmente permite adivinar la forma
total del vaso. La hechura es bastante grosera y la pasta que es algo basta lleva en la
superficie exterior una ligera capa de ocre amarillo obscuro con manchas negras. Entre
las vértebras inmediatas al cráneo se recogieron los granos de un precioso collar de
oro formados por diminutos conos huecos diestramente trabajados y provistos de dos
3. Objetos metálicos procedentes de San Antón
agujeros poco menos que microscópicos que sir ven para el engarce de estas valiosas
(Furgús 1902: lám 19).
perlas. Pudimos encontrar 73 de ellas, pero es seguro que no pocas se nos escaparon,
no solamente a causa de su pequeñez, sino mucho más aún porque desgraciadamente
advertimos su presencia después de haber revuelto y retirado atrás una buena porción
de la tierra que envolvía la parte superior del esqueleto. (…) Se recogieron igualmente con
los mencionados granitos de oro tres conos marinos perforados en su extremidad aguda
por frotación y dos circulitos de marfi l de ½ centímetro de diámetro también perforados
en el centro. Es posible que formaran parte del collar , pues era costumbre muy usada
en aquellas remotas épocas, unir en un mismo collar perlas de muy diferentes materias.
En la región de la cintura se descubrió un gran cuchillo o puñal de cobre de 0.m14 de
largo y dos punzones. Uno de ellos era también de cobre y tenía por mango una canilla
4. Muestra de cerámica argárica procedente de de ave; el otro era de hueso y no de los mejores de este género. Adherente al puñal
San Antón (Furgús 1902: lám 16). había un pañuelito de tela muy bien doblado que debe su casi total conser vación a las
sales de cobre que le impregnan. El tejido está formado de hilos algo recios y el conjunto
resulta bastante grosero. Una de las manos del esqueleto descansaba sobre el pañuelo,
descubriéndose en ella varias falanges igualmente impregnadas de verdete. Este ejem-
plar de tela prehistórica es sumamente notable y no tengo noticia de que en parte alguna
se conserve otro de tamaño parecido y de tan buena conservación.
Finalmente al pie de esta sepultura apareció un montoncito de docena y media de gui-
jarros redondos del tamaño de una nuez, habiendo sido ennegrecidos en la hoguera y
representaban, sin duda alguna, ofrenda funeraria muy usada en esta clase de enterra-
mientos.” (Furgús 1906:236-240)
Furgús califi ca el yacimiento de necrópolis. Afi rmación con la que E. Siret no está de
acuerdo. E. Siret (1905) presenta sus discrepancias con Furgús en los Anales de la
Sociedad Arqueológica de Bruselas en una nota sobre el estudio que J. Furgús publica
en el mismo número de la citada revista relativa a las tumbas prehistóricas de Orihuela.
Furgús defi ende que la superfi cie reducida de la necrópolis de San Antón imposibilitaba
la presencia de un poblado capaz de originar un cementerio tan rico. Siret, al contrario,
considera que una superfi cie de 2 o 3 hectáreas es más que sufi ciente para edifi car
las viviendas de una localidad prehistórica y que “los antiguos habían enterrado a sus
muertos en el suelo de sus viviendas (...) el número de sepulturas es simplemente pro-
porcional a la duración de la ocupación, sin contar las epidemias que pueden haber
incrementado la cantidad”.
El desacuerdo de Siret se extiende a otros temas como la reconstrucción que hace
Furgús sobre la ceremonia de enterramiento. Según este autor el cadáver era quemado,
67

después de este ritual, se recogían los huesos a medio carbonizar , quizás en una es-
pecie de sudario, y se enterraban o metían en una gran urna. En este momento tendría
lugar la comida funeraria, compuesta sobre todo de carnes asadas, donde el difunto
tendría un lugar reser vado. Una vez acabado el banquete, las sobras y la ceniza serían
dispersados sobre la tumba.
Para describir la opinión de E. Siret a este respecto citamos sus propias palabras “creo
que, para concluir en el uso de un rito funerario tan raro como la cremación parcial, dete-
nida justo a tiempo antes de que la carne, la grasa, y los tejidos blandos hayan sido tos-
tados o fundidos; antes de llegar a esto, afirmo, hay que ser extremadamente prudente.
La hipótesis de esta horrible parrilla, nauseabunda durante y después de la acción del
fuego, tras esta comida pantagruélica, en la que se devoran cuartos de buey , de jabalí,
aves, pescado, se me hace difícil de creer . Toda esta ceremonia, en relación con este
pobre y único difunto, que yace allí respetuosamente enterrado a algunos pies bajo tierra,
me deja muy escéptico (...)”
Siret califi ca el mobiliario que Furgús interpreta como parte del ritual, como un mobiliario
habitual de las viviendas y considera las osamentas de animales y las vértebras de pesca- 5. Artefactos óseos de San Antón (Furgús 1902: lám
do como restos de comida de la vida normal de estas personas. En cuanto al carbón de 26).
madera y a las cenizas, los considera testigos de hogares antiguos y también pruebas de
que el incendio destruyó las viviendas preexistentes. “Si se admite la morada del vivo por
encima de la del muerto no hay necesidad de buscar explicaciones un poco extrañas.”
(Siret 1905)
Años más tarde Lull (1983:337) añade lo siguiente: La información que da Furgús de las
fosas no invalida la idea de que estuvieran situadas debajo de un nivel de habitación. Lo
mismo puede decirse de las urnas y las cistas. Los túmulos podrían haberse formado
por el derrumbe de las estructuras murarias, quedando los enterramientos por debajo de
los aparejos destruidos, o bien tratarse de un tipo de enterramiento solo común a este
yacimiento y en las Laderas del Castillo, aunque consideremos esto poco probable.
El hecho de que no se conser van muros de vivienda puede deberse a la fuerte erosión
(eólica y por las corrientes de agua) y a los propios niveles de destrucción. No se puede
aludir a construcciones de materia vegetal, pues las piedras abundan en el cerro y están
diseminadas por toda su superficie.
Debido a que Furgús no diferencia el material procedente de un contexto funerario del
de contexto doméstico no disponemos de más información espacial acerca de los ma-
teriales conservados en el MAC. Sí contamos con imágenes que el autor publicó en su
trabajo de 1902: “La edad prehistórica en Orihuela”.
Tenemos noticias de los últimos trabajos que llevó a cabo Furgús antes de su muerte,
gracias al Anuario de l’Institut d’ Estudis Catalans (IEC) de 1909-1910. En él se publican
las fotografías de los últimos objetos que recuperó en la ribera de Callosa, estas imáge-
nes fueron facilitadas por Rubio de la Serna. (Anuari IEC 1911:705).
El total de objetos procedentes de San Antón conser vados en el Museu d’Arqueologia
de Catalunya alcanza la cifra de 92. Entre ellos destacan 24 vasijas cerámicas con cin-
co cuencos (forma 2), una olla globular (forma 3), otras tres de borde exvasado (forma
4), trece vasijas carenadas (forma 5), un vaso (forma no clasifi cada por Siret) y algunos
fragmentos.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Los artefactos metálicos que aparecen más frecuentemente en el mundo argárico y


que han sido mayoritariamente documentados en las tumbas son: adornos persona-
les (anillos, pendientes, brazaletes, cuentas de collar y diademas), herramientas (punzo-
nes, cinceles y sierras) y sobre todo armas (cuchillos o puñales con remaches, hachas
planas, espadas y alabardas) (Siret, H. y L. 1890). En la colección Furgús del Museo
d’Arqueologia de Cataluya existen ejemplos de gran número de estos tipos. De los 17
objetos metálicos conser vados procedentes de San Antón destacan una alabarda de
seis remaches, un cuchillo de seis remaches, siete puñales de dos y cinco remaches,
dos hachas2, dos puntas de flecha, un brazalete de una vuelta en aro cerrado, dos cin-
celes de sección rectangular y cuadrada, y un fragmento de escoria.
Se deduce de lo dicho por Furgús que los objetos metálicos están presentes en los di-
ferentes tipos de enterramiento por él descritos, salvo en las urnas cerámicas. Es impor-
tante mencionar la presencia en San Antón, de un crisol de barro cocido que conser vaba
restos de metal en el fondo. Furgús dice que este ejemplar se conser vaba en el Museo
de Santo Domingo de Orihuela (Furgús 1903:93)
De los enterramientos hallados por Furgús tan solo los de inhumación pertenecen a
época argárica. Sus ajuares funerarios fueron mezclados con materiales domésticos
hallados en las capas de tierra que cubrían los enterramientos y que Furgús consideró
parte de los mismos. Coincidiendo con Lull: Este material es más propio de un nivel de
habitación que de enterramiento, pues los instrumentos de producción, líticos y óseos,
no se caracterizan por su presencia en ajuares funerarios. (1983:337)
Los restos óseos procedentes de este yacimiento son 10, aunque tan solo ocho de ellos
son artefactos. Cuatro son puntas biseladas fabricadas a partir de metápodos de buey ,
dos corresponden a cinceles, uno hecho de cuerno de cier vo y el otro a partir de un
metápodo de buey. Por último hay dos denticulados producidos sobre costillas de buey.
Entre el material lítico encontrado en San Antón aparece una cuenta de piedra caliza y 23
ejemplares de sílex, entre los que se han podido identificar, lascas, fragmentos de lascas
y algún fragmento de lámina. Diecisiete de ellos presentan un retoque denticulado que
permite identificarlos como dientes de hoz.

La colección Colomines y Laderas del Castillo


Las primeras noticias sobre la intención de Furgús de iniciar excavaciones en las Laderas
del Castillo de Callosa se publican en el anuario del IEC de 1907.
La intervención de Furgús en este yacimiento es comentada por Colomines cuando dice
que los padres Furgús y Barnola “descubrieron, y excavaron en parte, unos enterramien-
tos al pie mismo de Callosa de Segura ” (Colomines 1936:34). El editor de la Col·lecció
de Treballs del Padre Furgús, en una nota en la que hace referencia al trabajo de Furgús,
coincide con Colomines en que la Necrópolis prehistórica de Orihuela es Laderas del
Castillo. En esta nota aclara que el padre jesuita no quiso precisar la situación del yaci-
miento al que hace referencia, posiblemente para evitar la inter vención de excavadores

2
Publiqué previamente (2006: 227-242) una de estas hachas, la nº 25698, con una procedencia errónea. Un examen posterior permitió comprobar que se trataba de
la fotografiada por Furgús procedente de San Antón.
69

clandestinos. El editor identifica el lugar como la necrópolis de la sierra de Callosa de Se-


gura basándose en datos publicados por el autor: “ que es trobava a sobre llegua i mitja
a llevant d’Oriola, en una petita costera, part inferior de la ràpida vessant iniciada al peu
del Castell enderrocat que la corona, prop d’un poblet ric i industrial. T ots estos detalls
coincidixen, llevat d’un petit error en la orientació, amb un punt de la serra inmediata a Ca-
llosa de Segura, i com es sap va excavar el P. Furgús” (nota al pie en Furgús 1937:63).
Furgús (1909:357-359) identifi ca este yacimiento como la necrópolis de Orihuela y ca-
lifica de improbable la presencia de viviendas. Comenta las diferencias obser vadas con
San Antón en que no hay presencia de cremaciones en este lugar y no todos los tipos
de enterramientos identificados en San Antón aparecen en Laderas, faltan los cromlechs
y las hoyas describe los enterramientos localizados como túmulos, urnas y sepulcros de
losas (cistas). Los objetos encontrados en uno de los túmulos de Laderas del Castillo
son una pequeña vasija situada junto a la cabeza del difunto, dos grandes espirales y
dos anillos de plata, una pulsera maciza de plata, 2 anillos de oro, una daga de 10 cm
de largo y un hacha de cobre. Las urnas de enterramiento aparecieron muy destruidas
y comenta el autor que tan solo se pudieron reconstruir dos. Descubre cuatro cistas. En
una de ellas halla una vasija globular , un hacha de cobre, otra de diorita, tres espirales,
un anillo de plata y seis docenas de botones de marfi l pintados de rojo de forma cónica
o piramidal. De esta cista, al aparecer rota y con la tapa desplomada se perdió probable-
mente una espiral y un anillo de plata, pues suelen aparecer a pares. Furgús incluye en
este trabajo (1909:359) una relación de objetos encontrados durante sus excavaciones.
Son muchas las referencias al yacimiento de Callosa (Rubio de la Serna, Siret, Almarche
y Albert) tras las excavaciones de Furgús y más tarde del padre Bartola. Sin embargo,
únicamente Josep Colomines realizó excavaciones allí, en la década de los 20. Este
investigador del Servei d’Investigacions Arqueològiques del IEC lo excavó por encargo de
la Junta de Museus (Colomines 1921-26:61). Los objetos encontrados durante estos
trabajos son los que se conservan en el Museu d’Arqueologia de Catalunya.
Colomines cae en el mismo error que Furgús cometió en San Antón, el de identifi car el
poblado de Laderas del Castillo como una necrópolis, aunque hace una apreciación
interesante acerca del lugar que eligen para enterrar los habitantes del lugar:
Per a salvar el fort pendent s’aixecaren llargues parets fetes de pedres mal tallades jun-
tades amb fang i que seguien aproximadament les línies de nivel. Darrera de les parets,
que s’alçaven dos o tres metres, el sòl era omplenat de terra nsfi a guanyar el desnivell de
la roca i en aquest espai eren practicats els enterraments que formaven, doncs, una ver-
tadera graonada de marges del tot semblants per llur disposició als que es construeixen
amb finalitats agrícoles (Colomines 1936:37-38)
Los objetos procedentes de Laderas del Castillo conser vados en el MAC alcanzan la
cifra de 92. Posiblemente, la suma de estos materiales no proceda únicamente de los
trabajos de investigación de Colomines, sino que también contemos con ejemplares
procedentes del mismo yacimiento resultado de las inter venciones de Furgús 3. Aunque
hemos podido identifi car los publicados por Colomines (1936), no tenemos la certeza
de que los no fotografiados puedan pertenecer a la colección Furgús, ya que él también
desarrolló trabajos en este lugar, o bien formen parte de la colección Colomines.

3
Véase nota 1.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

En cuanto al material cerámico contamos con 52 piezas. De ellas, cuatro son cuencos
de borde saliente (forma 1) y de borde entrante (forma 2), quince ollas globulares (forma
3), ocho de borde exvasado (forma 4), diecisiete vasijas carenadas (forma 5), dos copas
(forma 7), un vaso (forma 8) y algunos fragmentos.
Los objetos metálicos procedentes de Laderas del Castillo son cinco, una alabarda de
cuatro remaches, dos puñales de tres remaches y dos punzones de sección cuadrada
uno y el otro de sección mixta cuadrada y redonda al tiempo. Este punzón conser va el
enmangue de hueso.
Existe una segunda alabarda catalogada en el MAC de procedencia de Laderas del
Castillo y, aunque no aparece en la publicación de Colomines, es posible que pertenezca
a la colección Furgús aunque no lo podemos afirmar con seguridad. Esta alabarda tiene
nueve remaches.
Se conservan seis objetos óseos, cuatro de ellos son punzones de los cuales dos son
tibias de ovicáprido y buey trabajadas; el tercero es una ulna de ovicáprido y el cuarto un
radio de ovicáprido. También se conser va una punta biselada y un fragmento de fauna
que no presenta modificación antrópica alguna.
Entre los objetos líticos se conservan un cincel de diorita y tres plaquetas con perforacio-
nes de esquito (afiladores). Los artefactos de sílex procedente de Laderas del Castillo son
nueve denticulados cuyo soporte son lascas o fragmentos de lasca de sílex.
Las conclusiones del estudio de los materiales citados en este artículo fueron el resultado
del trabajo de investigación de tercer ciclo presentado en la división de Prehistoria de la
Universidad Autónoma de Barcelona, titulado “Catálogo y análisis de la colección argárica
del Museo de Arqueología de Catalunya: materiales contextualizados”. Este trabajo fue
presentado en diciembre de 2001 y se centró precisamente en un análisis exhaustivo de
todos los materiales argáricos que se conservan en el Museu d’Arqueologia de Catalun-
ya, no solo de los procedentes de yacimientos alicantinos.

6. Urnas de enterramiento de Laderas del Castillo (Colomines 1936: 63).


71

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d’Alicante.- Petite excursión a Algorfa” Annales de la Société d’Archéologie de
Bruxelles, Tomo XIX. 5-16. Bruxelles.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

La Colección Furgús
en el MARQ
Manuel Olcina Domènech
Jorge A. Soler Díaz
MARQ

A partir de la cesión en depósito de los fondos de la Colección Furgús S.J. por parte del
Colegio Inmaculada a la Diputación en Alicante, se conserva en el MARQ un interesante
conjunto de materiales, resto de lo que contuviera el Museo Arqueológico de Santo Do-
mingo de Orihuela. En el documento de cesión, de fecha de 13 de noviembre de 1991,
suscrito por los entonces Presidente de la Diputación, Antonio Mira-Perceval y del Rector
del Colegio Inmaculada, Lorenzo Ayerdi S.J. se expone que el Museo Arqueológico Pro-
vincial es el instrumento adecuado para “la exposición y demás trabajos vinculados con
la colección”, indicándose que las dos instituciones fi rmantes, “sensibles a las metas a
alcanzar con la exposición y trabajos de difusión cultural de la colección citada, deciden
unir sus esfuerzos colaborando en un proyecto común de conser vación e investigación
de dichos fondos, y para la contemplación por parte de todos los ciudadanos”.
Luego, en las CLÁUSULAS del Convenio se detallan las acciones que a partir de surma fi
debían realizarse por parte de la institución museística, indicándose la obligación que
contraía el Museo como entidad considerada idónea para conser var la colección: “rea-
lizar un inventario defi nitivo de la colección, base de un catálogo a publicar por parte de
personal especialista del propio Museo Arqueológico, y de otras Instituciones interesadas
en la materia”; procurar “la restauración y tratamiento especializado de aquellas piezas de
la colección, que estuvieran necesitadas de ello”; “realizar una exposición temporal de
carácter monográfico de las piezas más notables, dedicada a la vida y obra del Arqueo-
lógo Jesuita”; y promover “una exposición selectiva y estable (de las piezas) en las salas
correspondientes del Museo Arqueológico Provincial”.
73

Ahora, a 18 años vista de la fi rma de aquel acuerdo y con ocasión de la exposición En 1. Selección de materiales de la Colección Furgús
los Confi nes de El Argar , una cultura de la Edad del Bronce. En el centenario de Julio S.J. Archivo MARQ, 1995.
Furgús, resulta muy adecuado trazar un repaso a la labor desarrollada sobre la colección
conservada en lo que ahora es el MARQ. En sí misma, esta exposición cumple uno de
los compromisos que se alcanzaron en aquel acuerdo. En sus contenidos, del todo evi-
denciados en este catálogo, se rinde homenaje a la fi gura de aquel sacerdote que trabajó
con ahínco en El Bajo Segura, consiguiendo la realización de un Museo que luego, y de
manera lamentable, se disgregó con una considerable pérdida de objetos. Desde esa
perspectiva, la realización de la exposición ha sido una iniciativa del todo oportuna, que sin
limitarse a ofrecer la sola visión de tan ilustre personaje, ha procurado reunir a un elenco de
especialistas para considerar el desarrollo de El Argar en Alicante, un tema que en el discur -
so expositivo encuentra su inicio en el comentario de los trabajos del jesuita en la Sierra de
la Muela o de San Antón de Orihuela y en Las Laderas del Castillo de Callosa de Segura,
procedencia principal de los fondos de la Edad de Bronce que recoge la colección que
custodia el MARQ.
Su revindicación como pionero de la investigación de El Argar en Alicante se comprende
considerando aspectos de un montaje que, sin escatimar esfuerzos, a la vez que vuelve
a reunir fondos del Museo Arqueológico de Santo Domingo, considerando los de el
MARQ, el Museo Comarcal de Orihuela y los que por fortuna recientemente se identifi can
en el Museo d’Arqueologia de Catalunya, recoge los últimos datos de una investigación
centenaria, incluyendo resultados de las excavaciones practicadas por el Museo en la
Illeta dels Banyets de El Campello, El Cabezo Pardo de Albatera y las realizadas por la
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Universidad de Alicante en el T abayá de Aspe o el Cabezo Redondo de Villena, éste a


modo de brillante epílogo de la cultura argárica, al producirse no sólo el logro de mostrar
el magnifico Tesorillo hallado en el yacimiento villenense, sino también su muestra al lado
del conjunto de fi liación argárica de Abia de la Obispalia (Cuenca), piezas conser vadas
en el British Museum.
Afortunadamente, la muestra de ese relevante conjunto de objetos puede parecerle al
público fidelizado un hecho felizmente normalizado. No en vano en la sala “Enrique Llobre-
gat” en la que ahora se expone una parte significativa de nuestra Edad del Bronce se han
dispuesto en los últimos años piezas de enorme valor , resultado de cuidados montajes
vinculados al programa de Museos locales en el MARQ, y a otros internacionales como
el del “Señor de Sipán. Misterio y esplendor de una Cultura Pre-Inca”; “Arte e Imperio. Te-
soros asirios del British Museum”; “Escitas. Tesoros de Tuvá”; ” Pompeya bajo Pompeya”
y, hasta este mismo mes de octubre, esculturas y cerámicas de la exposición, resultado
también de la fructífera colaboración con el Museo Británico, “La Belleza del Cuerpo. Arte
y Pensamiento en la Grecia Antigua”, un montaje que en 6 meses ha sido visitado por
más de 200.000 personas.
2. Ara votiva en piedra. S. II d.C. Siendo sinceros, si bien de todo ello estamos orgullosos a la vez que agradecidos al
equipo humano del MARQ y a la Fundación MARQ que apoya este tipo de realizaciones,
todo ello no deja de soprendernos, sobre todo cuando se evocan las primeras actuacio-
nes, al abrir carpetas para realizar textos o cotemplar las primeras fotos. El convenio de
la Colección Furgús nos remonta 18 años atrás, cuando el Museo estaba dirigido por
Enrique Llobregat y nosotros nos acabábamos de incorporar a la plantilla como conserva-
dores compartiendo, durante meses, mesa en el único despacho que se disponía para
director, conservadores y administración. Desde esa perspectiva la Colección Furgús nos
evoca el ilusionante principio en la planta baja del Palacio de la Diputación, el tiempo de
generación de los proyectos que en más o menos una década harían realidad el MARQ
o los parques arqueológicos, proyectos vinculados al Museo desde sus inicios y que se
consideraban prioritarios para la consolidación del Museo. V a también en ello la íntima
sensación de incredulidad, cuando nos damos cuenta del trabajo y las metas alcanzadas,
y también, a la vista del tiempo transcurrido, del por qué de la tardanza en dar forma a la
tercera cláusula del Convenio con el Colegio de la Inmaculada, aquella que obligaba a la
realización de una exposición temporal dedicada a la vida y obra del arqueólogo jesuita.
La pausada lectura del contenido de la cuarta cláusula nos sitúa perfectamente en aquel
escenario. “En su momento, y con todas las piezas relevantes de la colección “J. Fur -
gús S.J.” y previa adquisición del continente preciso, la Excma. Diputación Provincial de
Alicante, promoverá una exposición selectiva y estable en las salas correspondientes
del Museo Arqueológico Provincial”. La contención del objetivo que se obser va en la
redacción, además de dar cuenta de la generosidad que los jesuitas mostraban en el
acuerdo, es fi el refl ejo de lo lejos que estábamos de la realidad actual, considerándose
desde la jefatura administrativa del Area de Cultura de la Diputación, por entonces llevada
por Rafael Aura Jorro, muy difi cil poner fecha a ese reto, entendiendo que el Museo es-
taba al completo y aunque se anhelaba, todavía no se preveía como realidad inmediata
el crecimiento de la institución.
3. Puñal argárico. Fotografía de D. Brandherm.
Archivo MARQ, 1992. Sí pudo contemplarse una primera muestra en la sala con ocasión de la remodelación
de la parte que se dedicaba a la Prehistoria en 1993, acción que en buena medida se
75

hacía necesaria para acoger el nuevo ingreso, y que signifi có junto con la exposición de
El Cabezo Lucero de 1992, las primeras experiencias expositivas desarrolladas por los
que subscriben. Para ello se encargó una vitrina metálica rectangular de pie, grande y
del todo similar a las que disponía la sala. Como se trataba de presentar la colección se
planteaba al final del contenido del ámbito de la Prehistoria, a modo de enlace con lo que,
desde 1985, se mostraba del desarrollo de lo ibérico y lo romano. Ahí volvía a exponerse
la imagen de Furgús entre dos aras romanas votivas en piedra, una de ellas con ficha en
este mismo catálogo, dispuestas por encima de una selección de lucernas y vidrios de
esa época, y de los candiles medievales, quedando a la derecha un conjunto de mone-
das y a la izquierda, ocupando la mitad de la vitrina, una relevante muestra del conjunto
prehistórico, exhibiéndose las espirales, anillos y conos en oro, las elaboraciones en plata
y bronce, así como una selección del utillaje metálico en cobre, como alabardas, puñales
y hachas, todo acompañado de un sucinto texto de presentación con el recurso de la
negrita para su lectura abreviada 1. Así estuvo expuesto lo más señalado de la colección
hasta el año 1999, cuando se cerró la sala que el Museo disponía en el Palacio de la
Diputación, para comenzar el desmontaje de las vitrinas, a los efectos de preparar el
traslado al MARQ.

4. Vitrina con los


materiales de la Colección
Furgús en la remodelación
de la sala de Prehistoria
en el Palacio de la
Diputación. Esquema de
montaje, 1993. Archivo
MARQ.

1
Los materiales que aquí se exhiben son una serie de la muestra de la colección que en 1991 cedió a este museo el Colegio de la Inmaculada de Alicante. Formaban
parte del antiguo Museo del Colegio que la Compañía de Jesús tenía en Santo Domingo (Orihuela), y en su mayoría, proceden de los trabajos de campo que, entre
1902 y 1908 realizó el jesuita Julio Furgús (1856 – 1909) en la comar ca de La Vega Baja. La colección se compone de piezas de d istinta cronología, mos-
trándose además de elementos prehistóricos, otros del mundo ibero-romano y de época Medieval. Dentr o del conjunto prehistórico destacan los adornos
de oro y el utillaje de cobr e o bronce. Proceden de los enterramientos que en el II milenio a.C. se realizaron bajo las casas de dos poblados de la Cultura del Argar
(Edad del Bronce): Laderas del Castillo, en Callosa de Segura y Laderas de San Antón, en Orihuela.En algunos útiles (puñales y alabardas) pueden observarse los
restos de la madera del enmangue y de la tela con la que se envolvían para depositarlos en las tumbas.”
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Revisando ahora papeles con motivo de escribir este texto, recordamos que al poco de
ingresar la colección en el Museo, de la mano de W. Schülle se presentó D. Brandherm
con la intención de estudiar los materiales metálicos argáricos, pudiendo obser var los
objetos de la Illeta dels Banyets, a la vez que los recien incorporados materiales de la
colección Furgús. La visita del investigador alemán que en 2003 publicara un extenso
corpus de elaboraciones metálicas prehistóricas referido a toda la Península en la pres-
tigiosa serie de Stuttgart Prähistorische Bronzefunde se producía cuando el proyecto de
publicación de la Colección Furgús, aspecto contemplado en la cláusula segunda del
Convenio empezaba a tomar forma, encargándose del monetario A. Alberola, J.M. Abas-
cal, C. Domenech y J. Ramón, de los objetos de cronología ibero - romana M. Olcina y
J. Ramón; de los vidrios Mª D. Sánchez de Prado; de los objetos de cronología medieval
Rafael Azuar y José Luis Menendez; y de los de cronología prehistórica aquel equipo que
coordinado por Mauro Hernández e integrado por J. Jover J.A. López Mira, J.A. López
Padilla y J.L. Simón había obser vado los materiales en el Colegio de la Inmaculada, de-
biendo realizar J.A. Soler una introducción sobre la colección, posterior a una reseña bi-
bliográfica a escribir por el P. Lasala, quien nos envió un primer texto, adelanto del que en
este volumen se publica desde laPontificia Università Gregoriana de Roma, en noviembre
de 1991. Con todo ello el Museo disponía de un buen inventario, que con un poco más
de esfuerzo podía convertirse en una monografía de la serie de Catálogo de Materiales
del Museo Arqueológico Provincial de Alicante, edición que hubiera podido lograrse de no
haber entrado el Museo en la afortunada dinámica de proyectar y materializar el MARQ.
Sin embargo esa vorágine resultó del todo beneficiosa para otros aspectos que se con-
sideran en el Convenio, como aquel que atiende al inventario reglado y a la restauración.
De ese modo se vio favorecida la realización de las fi chas, base de las que actualmente
integran el Catálogo Sistemático que en soporte informático dispone el MARQ, realización
que partía del inventario básico realizado en el Colegio de la Inmaculada, y que antes del
traslado a la nueva sede del Museo recogía una información básica del contenido de
la colección, a los efectos de asegurar el correcto desplazamiento de los objetos y de
codificar una información que resultaba del todo necesaria para el futuro montaje. De ma-
nera obvia, teniendo en cuenta que esa operación debía afectar a las aproximadamente
15.000 piezas de los fondos que se consideraban idóneas para su muestra en las salas
del MARQ, sólo pudo considerarse un nivel simple de información, posponiéndose la
ampliación del contenido de muchas de las fichas hasta que la realidad museológica que
aprovechara la sede del antiguo Hospital de San Juan de Dios fuera una realidad.
Los preparativos del nuevo museo también afectaron a las tareas de restauración, en
principio planteadas mediante la intervención pausada de la Escuela de Restauración de
Madrid, animados por el magnífico trabajo realizado con las piezas de latumba del orfebre
de Cabezo Lucero de Guardamar del Segura. De ese modo en el laboratorio que dis-
pusiera V. Bernabeu, en una estancia anexa a la misma sala de exposición permanente,
se procedió de la mano del restaurador M. Mahrous Moselhy , a una intensa actuación
de los materiales metálicos prehistóricos, procediéndose a inter venir en 75 piezas de la
colección, trabajo que se completó en 2000 con la intervención en otras 82
Con la apertura del MARQ en 2000, las condiciones de conser vación, catalogación,
restauración y exposición de la Colección Furgús se mejoran considerablemente, si bien
5. Ungüentario de candelero. Vidrio romano. los logros a los efectos de una ubicación estable de las piezas no se alcanzan de un
Colección Furgús S.J.
modo global hasta 2007, cuando en el Museo se abre el llamado Gabinete de Coleccio-
77

6. Proceso de restauración del brazalete de marfil


CS 1615. Colección Furgús S.J.

nes e Investigadores. Ahora en el MARQ quedan distribuidas las piezas de la Colección


Furgús S.J. en las salas de la exposición permanente, en el mencionado Gabinete y en
el Monetario del Museo donde se recogen los fondos numismáticos y las medallas que
integra la colección.
Como quiera que a continuación y de manera monográfi ca, J. Ramón Sanchez aborda
en este volumen el importante conjunto de monedas que integra la Colección Furgús
S.J, sólo destacaremos aquí en lo que afecta al benefi cio de la colección, las tareas de
control y seguimiento que de manera específi ca se han considerado para el Monetario
del MARQ, así como la importancia del trabajo de sistematización que al fi nal puede lo-
grarse con el importante lote de monedas cedido en depósito. La incorporación de las
442 unidades al inventario que en soporte informático y de modo específico atiende a la
numismática del Museo, ha exigido la realización de fotografías del anverso y reverso y la
cumplimentación de los campos establecidos en la fi cha de cada una de ellas, donde 7. Materiales metálicos de la Colección Furgús S.J.
constan datos básicos tales como el como peso, módulo, posición de cuños, nº inven- en la sala de Prehistoria del MARQ
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

tario, edad y estado de conservación, lográndose con todo el catálogo básico que, con
ocasión de la exposición aquí se presenta.

Distribución de las unidades de la Colección Furgús S.J. en la exposición


permanente del MARQ. Algunas fichas incluyen más de un elemento
UBICACIÓN FICHAS CATÁLOGO SISTEMÁTICO
Sala Prehistoria 90
Sala Iberos 1
Sala Cultura Romana 4
Sala Edad Media 1
Total 96

De las monedas de la Colección se pueden contemplar en la exposición del MARQ 8


dinares, ¼ de dinar de oro y 6 dirham de plata de época califal y almorávide en el apar -
tado de moneda de la sala de Edad Media y un mancuso de oro de Ramón Berenguer
I, un real de plata de Fernando I y 1 croat de Fernando II plata en el apartado del mundo
del dinero que se recoge en la parte que a lo feudal dedica la misma; así como dos
monedas de plata –1 real de a 1 de Carlos II y 1 real de a 2 de Felipe V– y una en cobre
de dos pesetas del Gobierno Provisional de 1868 en el ámbito de introducción a la sala
de Moderna y Contemporánea.
En lo que atiende a la muestra de objetos contemplados en el Catálogo Sistemático
del MARQ se resuelve su actual exposición en las 4 salas de la exposición permanente
abiertas al público en 2000, donde se exponen siempre haciendo constar su adscrip-
ción a la Colección. De modo permanente, y salvo movimiento para una muestra tempo-
ral como la que ahora se determina, en la sala de Prehistoria se exhibe la mayor parte de
la colección por su singularidad y volumen, pudiéndose ilustrar con ella la metalurgia en la
Edad del Bronce, al contemplarse en varios modulos de vitrinas objetos como alabardas,
puñales, hachas, escoplos, cinceles, punzones, puntas de fl echa, sierras o cuchillos; y
la orfebrería, mostrándose un conjunto aúreo de minúsculas cuentas cónicas, espirales
y anillos junto con una suerte de brazaletes, espirales y anillos en plata o bronce. El resto
de la colección, integrado por una variado conjunto de elementos, útiles u adornos, en
piedra, hueso o marfi l, se distribuye en los distintos expositores que recogen otros as-
pectos de los primeros metalúrgicos.
En la sala de ibérico se dispone en el ámbito de la decoración cerámica del jarro con mo-
tivos pintados y boca trilobulada, mostrándose en la de Cultura Romana dos ungüentarios
de vidrio en el ámbito de la vida cotidiana y dos aras votivas en piedra en el de Religión,
una de ellas con la inscripción proxumius-pollento-v(otum) l (ibens) m(erito); y en la sala de
la Edad Media uno de los atifles que reúne la Colección en el apartado de Alfarerías.
Ello en lo que atiende a lo que se muestra al público en la cuidada exposición permanente
del premiado MARQ, un Museo que de puertas adentro también ha alcanzado conside-
rables logros, consiguiéndose unas condiciones de control y conservación que no guar-
8. Brazal de arquero. Edad del Bronce. Colección
dan relación alguna con las que a esos efectos reunía la institución en el almacén que en
Furgús S.J. las inmediaciones del Palacio Provincial se disponía a la fi rma del Convenio. Ahora en el
79

Gabinete de Colecciones e Investigadores del MARQ se dispone de un espacio idóneo


para la observación detallada de unos fondos que a la vez que ordenados por épocas
y según su naturaleza, y debidamente conser vados en módulos de armarios-vitrina y
cajones, resultan fácilmente visibles a los efectos de control por parte de conservadores
y técnicos, disponiendo todas las piezas de la etiqueta con los campos básicos de la
ficha de catálogo correspondiente.

Cómputo y distribución de los objetos de la “Colección Furgús S.J.”


en el Gabinete de Colecciones e Investigadores
UBICACIÓN MA TERIALES CRONOLOGÍA nº fichas
catálogo sistemático
IV 2 Vasos carenados Edad del Bronce 2
XA Cerámicas, lítico, Edad del Bronce 24
tallado y pulimentado
XB Lítico pulimentado, objetos de Edad del Bronce 33
hueso y adornos de piedra y
9. Lucerna romana. Alto Imperial. Colección Furgús
concha Eneolítico
S.J.
LXIII D Objetos de metal Edad del Bronce 39
(alabarda, cuchillos, puñales,
aretes, anillos)
LXIII E Objetos de metal Edad del Bronce 50
(puñales, puntas de flecha,
punzones, cinceles, brazaletes)
XXX C Fusayolas y pondus Ibérico 7
XXXI 3 Cerámicas áticas e ibéricas Ibérico 6
XLIV C Cerámica sigillata, lucernas, sello Romano 29
y ungüentarios de vidrio
XLIV D Objetos de vidrio, agujas y Romano 38
alfileres de hueso y figura
de yeso
LIV B Clavos de hierro y otros Romano 14
objetos metálicos
LI E Cerámicas (candiles y atifles) Edad Media-Moderna 12
y objetos de piedra
LII E Agujas, hebillas y otros Edad Media-Moderna 14
objetos metálicos
TOTAL 268
10. Atifle. Medieval islámico. Colección Furgús S.J.

El sistema informático permite reunir virtualmente todos los elementos de la Colección


Furgús, los mostrados en sala y los que ahí se disponen, quedando todos sometidos
a controles periódicos que se establecen para todo lo que ahí se deposita. Con la sigla
“CF” de indentifi cación de la Colección se computa en el sistema 268 fi chas de piezas
determinadas en ese depósito, elementos recogidos en la tabla anexa. Se guarda el
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

objetivo para el año 2010 de proceder a una revisión exhaustiva de todo lo que integra
la Colección Furgús, procediéndose a la cumplimentación de un modelo de fi cha más
preciso que recoja toda la información que se ha venido estableciendo en los distintos
inventarios previos, intentando ahondar en la procedencia de los distintos elementos,
dato no considerado en el Colegio de la Inmaculada pero que en muchos casos y no sin
dificultades, puede rastrearse en la información que en su día publicara Furgús, y que en
lo que afecta a la Prehistoria permite identificar un buen número de objetos procedentes
de las Laderas de San Antón; un conjunto menor , resultado de las excavaciones del
jesuita en Las Laderas del Castillo de Callosa, y una muestra exigüa de lo que hallara en
la Necrópolis de La Algorfa.
Al respecto de esa información puede hacerse constar que uno de los objetos que mejor
describiera el jesuita, es el jarrón de latón que el MARQ dispone en el depósito de arte
suntuario. Publicada en el trabajo de“Arte Mahometano” del número 19 deRazón y Fé, el
objeto tiene como valor añadido el de resultar testimonio de las donaciones que realizara
el Marqués del Bosch al Museo de Santo Domingo, quien compró la pieza al precio de
7.000 reales.
La disposición de los elementos de la Colección Furgús en las salas de exposición y el
gabinete de colecciones e investigadores, hace que los objetos se beneficien de los con-
troles que de manera concreta se establecen para esos ámbitos y que se guian por pa-
rámetros de calidad (ISO-EN-UNE 9001: 2008) sometidos a auditoría externa. Al riguroso
control que se consigue en el Gabinete se suma la diposición de un programa de revisión
mensual de la totalidad de las piezas que se recogen en la salas de exposición perma-
nente, acción que se atiende todos los lunes del año, cuando el museo está cerrado
al público, cumplimentándose estadillos específi cos y partes de incidencia en caso de
determinarse anomalías. La disposición de temohigrómetros en vitrinas o el cumplimiento
de un programa de control de la humedad en salas, redunda muy favorablemente en la
11. Trabajos de revisión de los materiales de conservación de lo expuesto, sobre todo de las piezas metálicas, elementos éstos que
la Colección Furgús S.J. en el Gabinete de
en el Gabinete permanecen embolsados al vacío, como medida también idónea para su
Colecciones e Investigadores
manipulación en los controles establecidos.
Las incidencias se trasladan a los conser vadores, procediéndose si es necesario a la
intervención del Laboratorio de Restauración. Conforme a la información que se recoge
en el laboratorio, desde 1998 se ha intervenido en un total de 191 piezas (173 de metal,
9 de hueso, 3 de vidrio, 2 de piedra,1 de cerámica y 3 monedas), considerándose en
ello la intensa actuación aludida de los años 1998 y 2000 y la que resulta del seguimiento
que de manera continua se establece de las piezas en sala desde 2003.

METAL VIDRIO PIEDRA MONEDAS HUESOS CERÁMICA


173 3 2 3 9 1
81

OBJETOS RESTAURADOS DE LA COLECCIÓN FURGÚS.


NÚMERO Y NATURALEZA
90
80 82
70 75
60
50
40
30
20
10 12
5 7 5 5
0
1998 2000 2003 2005 2006 2007 2008

Conforme a la información que para esta nota se nos aporta desde el laboratorio, las pa-
tologías más frecuentes resultaban de la presencia en superficie de sedimentos terrosos
y concreciones calcáreas, efl orescencias salinas, pérdidas de material, descohesiones
internas, deformaciones en los objetos orgánicos y , en las piezas metálicas, focos ac-
tivos de cloruros y productos de corrosión. De todo ello se conser va una considerable
documentación que recoge y que consiste en un estudio y diagnóstico de las patologías,
estabilización de los objetos, limpieza, consolidaciones, desalaciones, decloruraciones,
eliminación de productos de alteración, montajes, reintegraciones volumétricas y cromá-
ticas, realizando un registro gráfi co de toda la actuación y de los materiales empleados
para su documentación posterior.
Es evidente que en los 18 años trancurridos desde la fi rma del Convenio con el Colegio
de la Inmaculada, se han realizado distintas actuaciones que benefician este legado que
formara parte del antiguo Museo Arqueológico de Santo Domingo, entidad que renace
en la memoria a partir del esfuerzo documental que provoca una exposición como la que
ahora se muestra. Sin duda, la disposición en el MARQ de un Archivo Gráfi co y de una
Biblioteca, permiten afrontar estos retos que implican directamente a la Unidad de Expo-
siciones y Difusión que asume el control y calidad de los montajes, y también al Gabinete
Didáctico del Museo, desarrollando acciones que harán llegar al público y los menores la
importancia del Argar y también del Padre Furgús y de su legado.
Alcanzados buena parte de los compromisos recogidos en aquel Convenio, el MARQ
continuará ejerciendo todas las acciones que resulten pertinentes para asegurar la con-
servación y difusión de todo lo que atiende la cesión. En esa mayoria de edad como
depositarios, ambos conservadores ahora sí podemos asumir el reto de promover la pu-
blicación especializada y pormenorizada de los fondos que provienen de lo que fue el pri-
mer Museo de nuestra provincia, acción que resultaría muy beneficiada si a ese esfuerzo
se sumaran aquellas otras instituciones que conservan piezas que en los primeros años 12. Jarro metálico con inscripciones en árabe.
del siglo pasado se reunieron en el Museo Arqueológico de Santo Domingo de Orihuela. Colección Furgús. S.J.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Las monedas de la
colección Furgús Julio J. Ramón Sánchez
MARQ

La colección Furgús, depositada en el MARQ de Alicante desde el año 1991, cuenta


con una sección numismática formada por un conjunto de 442 monedas que hasta ese
año había estado ubicada en el colegio Inmaculada Padres Jesuitas de Alicante, junto
con otros materiales arqueológicos. Este lote de monedas proviene de la colección for -
mada por Julio Furgús a partir de excavaciones y hallazgos de procedencia desconocida,
aunque podemos presuponer que los yacimientos estarían mayoritariamente emplaza-
dos en las comarcas próximas a Orihuela. No obstante, determinados repertorios, como
el grupo de emisiones de época moderna, y sobre todo contemporánea, se sumarían al
conjunto numismático por otros conductos, bien porque permanecían en circulación en
el momento de formarse la colección o bien porque, tal vez, se integraron en la misma
a partir de donaciones o fueron adquiridas en los circuitos de coleccionistas. Además,
puesto que el padre Furgús falleció el año 1909, hay un grupo de monedas, al menos
una treintena, que se integró en la colección con posterioridad a su fallecimiento, al ser
su fecha de emisión posterior.
No se pretende realizar con este trabajo un catálogo completo de este muestrario de
monedas, sino simplemente un esbozo general de su composición, que podemos des-
glosar de la siguiente manera: la moneda asignable a la Antigüedad está formada por un
total de 197 monedas, de ellas 22 son emisiones romano-republicanas, 16 hispánicas
y 159 romanas imperiales. Las emisiones medievales están integradas por 61 monedas,
56 pertenecientes a ceca de período islámico y 5 a ceca de reinos cristianos. El nume-
rario de época moderna y contemporánea agrupa a un total de 174 monedas (64 de Denario romano-republicano
83

Europa y Asia, 104 de estados del norte de África y 6 de estados americanos). Diez de
las monedas no han sido clasificadas1.

DISTRIBUCIÓN DEL CONJUNTO POR PERIODOS


180
160
140
Nº DE MONEDAS

120
100
80
60
40
20
0
Romano
republicanas

Hispánicas

Romano
imperiales

Cecas
islámicas

Reinos
cristianos

Europa
y Asia

Norte
de Africa

Estados
Americanos
Antigüedad Medievales Modernas y Contemporáneas No clasif.

El conjunto de monedas de cronología más antigua de la colección se data a fi nales


del siglo III a. C. y primera mitad del siglo II y está formado por un grupo de cinco ases
romano-republicanos que, como ocurre con buena parte de las monedas antiguas y
medievales de esta colección, muestran un notable grado de desgaste, lo que indi-
ca que seguramente proceden de excavaciones y hallazgos casuales y , además, que
debieron permanecer en circulación durante un prolongado período de tiempo 2. Mejor
estado de conservación muestran los 17 denarios de plata, que constituyen uno de los
conjuntos más interesantes de esta colección y que cronológicamente se enmarcan en
la segunda mitad del siglo II, salvo uno datado en el 90 a. C. Su estado de conservación
y la homogeneidad cronológica que muestran en conjunto, sugiere la posibilidad de que
provengan de una ocultación o conjunto cerrado3.
La moneda hispánica está representada por un grupo de 16 ases y semises, también
con un elevado grado de desgaste, que podemos tratar en dos grupos separados. El
primero, integrado por monedas de ceca fenicio-púnica, ibérica e hispano-latina datadas
entre mediados del siglo II y principios del siglo I a. C., está constituido por un as de
Malaka, un semis de Gades, dos ases de Sagunto y tres ases de Valentia4. El segundo

1
Las abreviaturas empleadas para la bibliografía son las siguientes: RRC = Crawford, Roman Republican Coinage; CNH = Villaronga, Corpus nummun Hispaniae ante
Augusti aetatem; RPC = Burnett, Amandry y Ripollès, Roman Provincial Coinage, vol. I.; RIC = The Roman Imperial Coinage; Miles = Miles, The Coinage of Umayyads of
Spain; Vives = Vives, Monedas de las dinastías arábigo-españolas; Lavoix = Lavoix, Catalogue des Monnaies Musulmanes de la Bibliothèque Nationale; K-M = Krause
y Mishler, Standard Catalog of World Coins.
2
Uno de ellos se data entre los años 206-195 a. C. (RRC113.2), otro entre los años 169-158 a. C. (RRC 192.1) y los tres restante
s no pueden ser clasificados, si bien
debieron ser acuñados a finales del siglo III o comienzos del siglo II a. C., si tenemos en cuenta su metrología.
3
Catorce de ellos datados entre el 153 y el 123 a. C, dos en el 109/108 a. C. y uno en el 90 a. C. (RRC 203.1 a, RRC 224.1, RRC231.1, RRC 236.1, RRC 238.1,
RRC 239.1, RRC 243.1, RRC 250.1, RRC 256, RRC 262, RRC 266.1, RRC 273.1, RRC 274.1, RRC 302.1 y RRC 342, variante 4-5).
4
CNH, 100, nº 9; CNH, 90, nº 61; CNH, 308, nº 30; CNH, 310; CNH, 317, nº 1; CNH, 317, nº 7.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

conjunto agrupa a las emisiones provinciales romanas, con un total de siete ases y dos
semises de las cecas de Ilici, Dertosa, Turiaso y Segobriga acuñados durante el gobierno
de los emperadores Augusto, Tiberio y Calígula5.
Llama la atención el reducido número de monedas pertenecientes a emisiones ibéricas,
pues únicamente se ha descrito una moneda de Sagunto, así como la ausencia de
Denario de Augusto ejemplares de la ceca ibérica de Saiti, cuyas emisiones circularon con profusión por las
As de Ilici comarcas alicantinas.
La moneda romana es otro conjunto bien presente en la colección, puesto que las
emisiones acuñadas desde el Principado de Augusto hasta el siglo IV d. C., suman un
total de 159 ejemplares. Si desglosamos este grupo podemos adscribir a la dinastía
julio-claudia un total de 30 monedas, que en conjunto muestran un grado medio de des-
gaste. Podemos destacar, por su estado de conservación, dos denarios del emperador
Augusto, que también está representado por dos ases de la ceca de Nemausus y un
sestercio y dos dupondios de Nerón, de quien también hay en la colección tres ases 6.
As de Claudio Dupondio de Nerón
Por lo demás, están reflejados los restantes emperadores de la familia julio-claudia: Tiberio
con un denario y tres ases, Calígula con un sestercio y cuatro ases y Claudio con dos
dupondios, siete ases y dos cuadrantes7.
Las emisiones de los soberanos del período de la Guerra Civil y de los emperadores de
la familia flavia suman un total de 18 monedas. Galba y Vitelio están testimoniados por un
sestercio y un as respectivamente y Tito por dos ases. De Vespasiano contamos cuatro
ases, dos de ellos acuñados en Tarraco y un dupondio, y de Domiciano dos denarios,
As de Vitelio Sestercio de Trajano dos sestercios y cinco ases8.
De la dinastía antonina se documentan en la colección 12 sestercios, 6 dupondios y
18 ases, estando refl ejados todos los emperadores salvo Cómodo. El soberano más
representado es Adriano, con 15 monedas, sobre un total de 36. Podemos cerrar la
relación de piezas del siglo II con un medallón del emperador Didio Juliano y un as, muy
desgastado, datable en los siglos I-II d. C.9.
El siguiente grupo de monedas, cronológicamente encuadrable en el siglo III d. C., está
integrado por 22 sestercios comprendidos entre los gobiernos de los emperadores Ale-
jandro Severo y Trajano Decio, constituyendo otro de los conjuntos más interesantes de
la colección al comprender algunas monedas con un notable estado de conser vación.
Medalla de Didio Juliano Gordiano III es el emperador mejor representado, con 10 sestercios, y en menor medida
Filipo I, Alejandro Severo, Filipo II y Trajano Decio10.

5
RPC 196, RPC 198, RPC 192, RPC 197, RPC 207, RPC 418/419, RPC 476.
6
Augusto: RIC I 207, 210, 156 y 155/157; Nerón: RIC I 430, 519/597, 518/596, 351/368 y 312.
7
Tiberio: RIC I 30, 45 y 64; Calígula: RIC I 55, 38, 38/54 y 58; Claudio: RIC I 92, 95, 94/110, 97, 97/113, 100/116, 84; 86-88 y 90.
8
Galba: RIC I 237; Vitelio: RIC II 121; Vespasiano: RIC II 387/388, 389, 497, 594; Domiciano: RIC II 166, 190, 240, 322/363, 270, 298, 333/353, 395 y 409.
9
Nerva: un sestercio y un as sin clasifi car y un dupondio, RIC II 61/74/84; Trajano: RIC II 388/399/412/430/445, 402, 413, 512, 527, 560, 634; Adriano: RIC II 555,
596, 605, 612 b, 664, 657, 678, 716, 827, 1067 a, 1083 y 1095; Antonino Pio: RIC III 533 b, 557, 569 a, 612, 828, 970, 1045, 11 70 y 1240 a; Marco Aurelio:
RIC III 1657 y 1755.
10
Alejandro Severo: RIC IV.2, 477, 648 d, 676; Gordiano III: RIC IV.3, 255 a, 286 a, 298 a, 301, 301-304, 305, 305-308, 311 y 332 a; Filipo I: RIC IV.3, 150 c, 168
a, 169, 173 y 209; Filipo II: RIC IV.3, 256 y 267; Trajano Decio: RIC IV.3, 117 y 124 a.
85

El Imperio Galo y el período comprendido entre los emperadores Galieno y Diocleciano


(260-284 d. C.) están escasamente testimoniados con sólo cinco antoninianos: dos del
Impero galo (Tétrico I y Victorino), dos de Galieno a nombre de Salonina y uno de Aure-
liano a nombre de Severina11.
Las monedas emitidas de acuerdo a la reforma monetaria de Dioclecianofollis( y nummia)
suman un total de 26 ejemplares que, en general, muestran un alto grado de desgaste.
Los emperadores más documentados son Constancio II, Maximiano y Crispo 12
. En cuan-
Sestercio de
to a las emisiones comprendidas en las dinastías de Valentiniano y posteriores suman un Alejandro Severo
montante de 19 monedas de bronce, también muy desgastadas, de los emperadores
Arcadio, Honorio, Magno Máximo, Valentiniano II, Valente y Graciano13.
El siguiente conjunto, integrado por 56 monedas, se enmarca ya dentro de la moneda
islámica y constituye, sin lugar a dudas, el grupo más interesante de toda la colección de-
bido a su valor numismático, patrimonial e histórico, su vistosidad –sobre todo en el caso
de las monedas de oro–, y el excelente estado de conservación de parte de este numera-
rio. Sorprende la ausencia de la moneda de bronce de época emiral así como el reducido Sestercio de
Moneda de bronce
de Honorio
número de otras emisiones, caso de la moneda califal, repertorios que habitualmente son Trajano Decio
los más abundantes en las colecciones que integran moneda andalusí. Destaca en todo
caso el dinar de oro de al-Hakam II de la ceca de Madinat al-Zahra. Y si bien la moneda
de época taifa posterior a la disgregación del Califato únicamente está documentada por
un dirham de plata, la colección dispone de una espléndida muestra de las emisiones
almorávides, como los 8 dinares y 3 quirates y el dinar de la taifa almorávide de ibn Sa’d
ibn Mardanish, acuñado en Murcia, hallado el año 1905 en Busot (Alicante)14.
El período almohade y el inmediatamente anterior a la conquista cristiana, están también Dinar califal de Dinar almorávide
al-Hakam II de Ali Ibn Yusuf
magníficamente testimoniados por los 23 dirhams almohades de los siglos XII/XIII y los
trece dirhams y semidirhams de plata de las taifas almohades (especialmente el numera-
rio de Ibn Yusuf ibn Hud al-Mutawaqil y al-Watiq del reino hudí de Murcia), y tres dirhams
y un semidirham del reino nazarí de Granada. Podemos cerrar el espacio dedicado a
la moneda medieval islámica refi riéndonos a dos cuartos de dinar ( ruba’a), uno de ello
acuñado por el califa fatimí al-Hakim en la ceca de al-Mahdia (Túnez)15.
La moneda medieval cristiana está representada por cinco monedas, entre las que des-
taca el mancuso de oro bilingüe acuñado por Ramón Berenguer I en Barcelona, tres Dirham de Ibn Yusuf
Dinar de Ibn Mardanish ibn Hud al-Mutawaqil
monedas de un real de plata de los monarcas de la Corona de Aragón Ferran I, Alfons III
y Ferran II, y una moneda de 1 grave de plata del rey Fernando I de Portugal16.

11
Tétrico I: RIC V.2 132; Victorino: RIC V.2 114; Galieno: RIC V.1, 16 y 35; Aureliano: RIC V. 1, 4.
12
Diocleciano: ceca de Cartago, RIC VI 37 a; Maximiano: ceca de Cartago, RIC VI 21b y RIC VI variante de 37 b; Alejandría, RIC VI 46b; Ticinum, RIC VI 58 var.; Roma,
RIC VI.76b; Magencio: ceca de Roma o Roma/ Aquileia, RIC VI 202 a y sin clasifi car; Licinio: ceca de Tréveris, RIC VII 58; Arelate RIC VII 67; Siscia, RIC VII 88; Crispo:
ceca de Arelate, RIC VII 210; Aquileia, RIC VII 106; Siscia, RIC VII 130; Tréveris, RIC VII 372; Constantino II: ceca deNicomedia, RIC VII 200; Constancio II: ceca de Cízico,
RIC VII 139; Aquileia, RIC VIII 18; Lugdunum, RIC VII 277/282/287; Siscia, RIC VIII 352/361; Roma, RIC VII 352; Juliano: ceca de Arelate, RIC VIII 318; Constante: ceca
de Siscia, RIC VIII 195; series urbanas: ceca de Tesalonica, RIC VII 188.
13
Arcadio: sin clasificar; Honorio: ceca de Constantinopla, RIC IX 88c; Nicomedia, RIC IX 46c; ceca indeterminable; Magno Maximo: ceca de Arelate, RIC IX 26 a; Lug-
dunum, RIC IX 32; Lugdunum/ Arelate, RIC IX 26/ RIC IX 32; Valentiniano II: ceca de Roma, RIC IX 43c; Siscia, RIC IX 26b; Valente: ceca de Roma, RIC IX 24b y ceca
indeterminable; Graciano: ceca de Roma, RIC IX 24c; Siscia, RIC IX 26 a y ceca indeterminable.
14
Miles 251b, Vives 1651, Vives 1633, Vives 1612, Vives 1657, Vives 1458, Vives 1658, Vives 1596, Vives 1726, Vives 1775, y Vives 1945.
15
Vives 2046, Vives 2088, Vives 2101, Vives 2105, Vives 2107, Vives 2135, Vives 2144, Vives 2145, Vives 2154, Vives 2164 y Lavoix 19.
16
Crusafont 1992, 21 nº 26 A; Crusafont, 1992, 128, nº 773.1; Crusafont, 1992, 138 nº 864.2; Crusafont, 1992, 172 ss.; Gomes, 1978, est. 13.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

El grupo de monedas modernas y contemporáneas presentan en conjunto un estado de


conservación sustancialmente mejor a la parte antigua y medieval de la colección, lo que
sugiere una procedencia diferente a la supuesta para los repertorios mostrados hasta el
momento.
Dirham almohade
Dirham de Al-Watiq Las monedas modernas y contemporáneas de Europa y Asia suman en total 64 ejem-
plares. El estado más documentado es España, con un total de 16 monedas, siendo las
más antiguas 2 monedas de 2 reales de los Reyes Católicos. Las siguientes emisiones
son ya del siglo XVII, y se trata de un real de a 1 odihuité y una moneda de medio dihuité
del monarca Felipe III, un dihuité de Felipe IV y un real de a 1 o croat de Carlos II17. Como
en otros casos, notamos la falta de monedas de cobre españolas de los siglos XVI y
XVII, como los diners del Reino de V alencia o los maravedís castellanos, relativamente
Mancuso bilingüe de abundantes en las excavaciones arqueológicas y en los círculos de coleccionistas. Las
Ramón Berenguer I. Real de a 1 de Alfons III.
monedas españolas del siglo XVIII están representadas por reales de Felipe V y las del
siglo XIX por un real de a 1 de Carlos IV, 3 cuartos de cobre de Fernando VII, dos pese-
tas del Gobierno Provisional, una pieza de cobre del Pretendiente Carlos y otra de cinco
céntimos, que no llegó a circular, de la Unión Catalanista18.
El segundo estado europeo más caracterizado es Francia con 12 monedas de plata
comprendidas entre los años 1828 y 1917: un cuarto de franco de Carlos X, monedas
Croat de Ferran II.
de 25 céntimos y de un franco de Luis Felipe I, de 20 céntimos de Napoleón III y de 50
céntimos y de un franco de la Tercera República19.
Real de a 2 de Felipe V
De Portugal la colección dispone de monedas de plata de 200 reis y de 50 reis del rey
Luis I, de 100 reis de Pedro V, de 50 centavos de los años 1928 y 1957 y de un escudo
del año 194020.
La primera de las 6 monedas procedentes de las Islas Británicas es una moneda de
Carlos II de Inglaterra de dos peniques, de los años 1660-1662, muy interesante por
pertenecer a la última emisión de este país realizada a martillo. Las siguientes emisiones
Franco de la Tercera de Gran Bretaña son ya de los siglos XIX y XX, se trata de dos monedas de 10 céntimos
Diez céntimos de cobre República francesa
del Pretendiente Carlos de plata de la Reina Victoria y tres monedas de 25 céntimos, seis peniques y un chelín
del rey Jorge V21.
De Suiza proceden tres monedas de medio franco de plata de los años 1920, 1928
y 1948 y dos monedas de 1 franco de plata de los años 1901 y 1920 y de T urquía 1
moneda de 40, 20, 10 y 2 de 5 para22.
Otros estados están caracterizados únicamente por dos monedas, caso de Rusia (10
Chelín de Jorge V de kopeks de plata de Alejandro II y 15 kopeks de Alejandro III) y China (dos monedas de 10
Gran Bretaña céntimos de plata), y otros únicamente por una, como Holanda (25 céntimos de plata del

17
Calicó, 1994, 46, tipo 158; Calicó, 225, tipo 113 nº 401; Calicó, 1994, 226, tipo 118 nº 425; Calicó, 1994, 275, tipo 159 nº 826 y Calicó, 1993, 339, tipo 118.
18
Calicó, 1994, 384, tipo 174 nº 995; tipo 208, nº 1264; tipo 208, nº 1268; tipo 202, nº 1232 y tipo 218 nº 1458; Calicó, 1994, 5 22 ss.; Calicó, 1994, 599, tipo
311 nº 1330, Calicó, 1994, 648, tipo 3; Calicó, 1994, 674, tipo 29 nº 93 y Calicó, 1994, 685, tipo 44, nº 93.
19
K-M 505 nº 185; K-M 505 nº 197; K-M 510 nº 201; K-M 504 nº 22; K-M 504 nº 27/8; K-M 510 nº 63; K-M 508 nº 62.
20
K-M 1458 nº 10; K-M 1458 nº 8; K-M 1458 nº 117; K-M 1461 nº 54; K-M 1462 nº 55.
21
K-M 846 nº 4; K-M 1218 nº 14; K-M 1589 nº 22; K-M 778 nº 66; K-M 780 nº 72.
22
K-M 1644 nº 30; K-M 1644 nº 31; K-M 1695 nº 286; K-M 1694 nº 285; K-M 1694 nº 5; K-M 1694 nº 283a.
87

año 1901), Grecia (50 lepta de plata), Bélgica (un franco de Leopoldo II), Imperio Austría-
co (un tálero de plata del año 1753), el Estado Vaticano (con 10 sueldos de plata de Pío
IX), Filipinas (10 centavos de plata), Baviera (seis kreutzer de Maximiliano I) y Dinamarca
(dieciséis chelines de plata de Federico VII)23.
De entre las monedas emitidas por países del norte de África, las procedentes de Ma- Diez kopeks de Alejandro Diez céntimos de China
II de Rusia de 1861 de 1889
rruecos forman uno de los conjuntos más numerosos de la colección Furgús con un
total de 69 ejemplares. Hay monedas de tres feluses (acuñados por Muhammad XVII),
dos feluses (entre los años 1797 y 1871, de los monarcas Sulaiman II, Abd al-Rahman
II y Muhammad XVII) y un felús (de los monarcas Sulaiman II y Abd al-Rahman II)24. Otros
valores presentes en la colección son dirhams (de Abd al-Rahman II y de Abd al-Aziz) y
medio dirhams (de Mulai Hasan III y de Abd al-Aziz); y las monedas de 10, 5 y 2 muzu-
nas de Abd al-Aziz, Hafiz y Yusuf. La aportación de la moneda marroquí a la colección se Moneda de 50 lepta de
Jorge I de Grecia de 1883
completa con una moneda de un franco de níquel del año 1921y otra de 25 céntimos Franco de Leopoldo II
de Bélgica
del año 192425.
También hay una buena representación de las emisiones de Túnez, con un total de 26
monedas, todas (salvo una de 50 céntimos de plata) de cobre, emitidas por los sultanes
Ali, Muhammad al-Nasir, Abdul Mejid, Abd al-Aziz y Muhammad al-Sadiq en la segunda
mitad del siglo XIX y primera década del XX. Los valores presentes en la colección Furgús
son monedas de cincuenta, diez y cinco céntimos, de seis aspers y de un asper y mo-
nedas de ocho, cuatro, dos, uno y medio jarub26. Moneda de 1/20 de
guerche de Abdul Moneda de 5 muzunas
La contribución del norte de África fi naliza con nueve divisores y múltiplos de guerche y Hamid II acuñada en de Abd al-Aziz de
Egipto Marruecos
para de bronce y cobre emitidos en Egipto por Mahmud II, Abdul Mejid, Abdul A ziz y
Abdul Hamid II en 187627.
Cerramos el muestrario numismático con las emisiones del continente americano, del
que la colección sólo contiene cuatro monedas de los Estados Unidos (de los años
1851, 1858, 1900 y 1947), una de medio Bolívar de plata de Venezuela del año 1893
y cinco centavos de plata de Nicaragua del año 188728. Cinco centavos de
plata de Nicaragua

23
K-M 1490 nº 20; K-M 1490 nº 21; K-M 318 nº 195.2; K-M 1352 nº 24; K-M 796 nº 6 a; K-M 135 nº 6; K-M 1790 nº 187; K-M 1429 nº 18 ; K-M 558 nº 139;
K-M 420 nº 137.
24
K-M 1315, nº 166; K-M 1315, nº 96; K-M 1315, nº 126; K-M 1315, nº 163; K-M 1315, nº 95; K-M 1315 nº 122.
25
K-M 1316, nº 140; K-M 1317, nº 10; K-M 1317 nº 4; K-M 1317, nº 6; K-M 1317 nº 18; K-M 1317 nº 17; K-M 1317 nº 29; K-M 1316 nº 1 6; K-M 1317 nº 28;
K-M 1316 nº 15; K-M 1319 nº 36; K-M 1318 nº 34.
26
K-M 1683 nº 15; K-M 1683 nº 28; K-M 1682 nº 13; K-M 1682 nº 27; K-M 1678 nº 98; K-M 1677 nº 96; K-M 1680 nº 166; K-M 1680 nº 16
5; K-M 1680 nº 164;
K-M 1680 nº 163; K-M 1680 nº 171.
27
K-M 448 nº 162; K-M 448 nº 197; K-M 448 nº 2; K-M 449 nº 3; K-M 450 nº 4; K-M 447 nº 12; K-M 447 nº 13.
28
K-M 1726 tipo 1; K-M 1727; K-M 1732; K-M 1733; K-M 1802 nº 21 y K-M 1369 nº 7.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

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2
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Los yacimientos
argáricos de San
Antón y Laderas del
Castillo a partir de la
colección Furgús
91
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Los materiales
argáricos de la
Colección Furgús.
La Metalurgia J. L. Simón García

Hace casi veinte años que entramos en contacto con la Colección Arqueológica del
Colegio de la Inmaculada de Alicante (Simón García, 1998), compuesta mayoritariamen-
te por las piezas obtenidas por el jesuita Julio Furgús en la primera década del siglo XX
(Furgús, 1937). Las piezas proceden de las excavaciones que realizó en los yacimientos
arqueológicos de la Vega Baja, esencialmente en San Antón de Orihuela y Laderas del
Castillo de Callosa de Segura, con las que compuso una colección en el Museo de
Santo Domingo de Orihuela.
La citada colección se componía mayoritariamente de objetos metálicos, en parte debido
a los avatares sufridos desde su gestación hasta su depósito en Alicante, especialmente
durante la Guerra Civil y los años de la posguerra, que había supuesto la pérdida de un
significativo número de piezas, las más pequeñas, algunas realizadas en oro, o las que
se consideraron de menor valor en el apresurado traslado, tal y como se podía com-
probar al comparar la colección actual con las fotografías publicadas en los artículos del
citado investigador en las primeras décadas del siglo XX.
El grupo de objetos metálicos correspondía mayoritariamente a piezas que habían forma-
do parte de ajuares funerarios pertenecientes a tumbas de la Edad del Bronce, hecho
corroborado por la adscripción cultural y cronológica de los yacimientos excavados, las
características generales y particulares de los mismos, en especial el emplazamiento de
las necrópolis argáricas bajo los niveles de habitación, y por el tipo de inter venciones ar-
queológicas que se realizaban por aquellos años en la Península Ibérica, donde primaba
la obtención de objetos signifi cativos o con valores estéticos, que posteriormente eran
93

analizados, por sí solos o en conjunto, en los estudios de gabinete, comparándolos


con otras colecciones peninsulares o europeas. Escasamente importaban los contextos
arqueológicos en los cuales se encontraban, y no era de extrañar que las piezas ape-
nas tuvieran una adscripción breve al yacimiento del cual procedían, y sólo en contadas
ocasiones tenemos su relación con otras piezas, habitualmente singulares, como vasos
o adornos realizados en oro o plata, que se encontraban claramente en contextos ce-
rrados, como las tumbas.
En los trabajos de campo e interpretación, Julio Fúrgus seguía la estela de otros investiga-
dores del momento, especialmente la de Luís Siret, al cual evitó mostrar muchos de sus
hallazgos en la visita que este último le hizo a Orihuela en los primeros años del siglo, algo
habitual en el marco de desconfianza y competencia por los descubrimientos y la primicia
a la hora de mostrarlos a la sociedad y la comunidad científi ca. Como era habitual en la
época, Furgús buscaba el mayor resultado y rentabilidad a sus trabajos de campo, por lo
que pronto se percató de que las tumbas argáricas de San Antón y Laderas del Castillo
le ofrecían unas magníficas piezas para la constitución de una colección de referencia, en 1. Objetos de metal de San Antón figurados en las
la cual se entremezclaban, y apenas se distinguía, si su origen eran niveles de poblado o láminas de Julio Furgús (1937, II. Lám. V. fig. 8ª).
tumbas, llegando en ocasiones a dudar, como en el caso de las Laderas del Castillo, de
que existieran niveles de hábitat, pese a señalar que las tumbas estaban entre dos y tres
metros de profundidad, pues no percibía estructuras arquitectónicas significativas para él.
Pese a ello describe que en las capas superiores a las tumbas documenta crisoles, mar-
tillos, punzones metálicos y otros objetos de la cultura material que hoy en día sabemos
que se dan esencialmente en los niveles de habitación de los poblados.
Estas circunstancias condicionan la aproximación que podemos efectuar a la colección
formada por Furgús, esencialmente desde el punto de vista tipológico y metalográfi co,
y tenemos que presuponer por dichos análisis, y por las constantes en los tipos, ritos
y circunstancias de las necrópolis argáricas, las connotaciones sociales, económicas y
políticas de las sociedades a las cuales pertenecieron los objetos metálicos de la Colec-
ción Furgús.
Pese a los avatares sufridos por la colección, el grueso de la misma se había conser -
vado, tal y como se constata en las fotografías publicadas por Fúrgus, permitiendo la
identificación de la mayoría de las piezas y su adscripción a uno de los dos yacimientos
señalados (Fig. 1). Se componía de un elevado número de puñales completos, junto
a un reducido número de fragmentos, tanto de hojas como de bases o enmangues,
circunstancia que apuntaba nuevamente hacia una procedencia funeraria, pues las ex-
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

cavaciones en este tipo de poblados desarrolladas hasta la fecha, muestran que su nú-
mero y conservación en niveles de hábitat suele ser muy pequeño, por lo que el elevado
contingente de piezas, y su estado de conservación, sólo podía proceder de tumbas de
cista o urna –pihoi–, en las cuales las condiciones de conservación son muy elevadas. La
hipótesis sobre su origen se veía reforzada por la conservación en los puñales, alabardas
y algunos punzones, de restos de materia orgánica, tanto del enmangue, normalmente
restos de madera, o de tejido, procedente de las ropas del difunto, circunstancia que se
vio favorecida al impregnarse los ropajes de los óxidos procedentes de la alteración de
la superficie del objeto metálico. Por otra parte el elevado número de objetos de adorno,
algunos de reducidísimo tamaño, solo podía tener una explicación en un registro fune-
rario, más aún si tenemos en cuenta los métodos de excavación de la época, donde
precisamente no era prioritario el detalle sino el objeto. Pese a ello, en la búsqueda de
las tumbas se tuvo que excavar previamente los niveles de hábitat y por lo tanto no cabe
descartar que en dichos trabajos se encontrasen objetos metálicos, principalmente de
uso cotidiano o artesanal, como cinceles, escoplos, y especialmente los punzones, de
los que se señala su singular abundancia en las capas superiores a las tumbas. Igual-
mente cabe la posibilidad de que se localizase alguna de las hachas de la colección, y
sobre todo objetos vinculados con la transformación metalúrgica, como crisoles, mazos
o picos, piezas que por su escaso valor estético, fueron las que han desaparecido a lo
largo de los años y los traslados sufridos.
Actualmente la colección se compone de puñales, cuchillos, hachas, alabardas, punzo-
nes, cinceles, escoplos, puntas de fl echa, sierras, adornos, como aretes anillos, espi-
rales, brazaletes, cuentas de collar, un pequeño disco metálico, un elevado número de
fragmentos de puñal, de punzón, remaches y , relacionados con la producción metalúr -
gica, mazos de piedra.
Desde el punto de vista tipológico, las piezas se inscriben en los parámetros de la Cultura
del Argar, hasta el punto de no dejar lugar a duda alguna sobre su adscripción cultural,
pese al emplazamiento relativamente septentrional y supuestamente marginal de los ya-
cimientos de la Vega Baja respecto a las áreas nucleares de la citada cultura. Ello no es
óbice para que de forma muy puntual, algunas piezas apunten a tipos de etapas ante-
riores o posteriores a las del grueso del conjunto, como algún puñal con un enmangue
de lengüeta, pero con perforaciones para remaches (Fig. 2), o algún adorno, como una
chapita circular para revestir otra pieza, o la morfología de alguna de las hachas.
Pese a su academicismo tipológico, cabe efectuar algunas refl exiones sobre los tipos
recogidos en la colección. En el caso de las hachas destaca su forma estilizada, don-
de prima la diferenciación del fi lo del talón, fruto de una optimización del metal y de su
aplicación funcional. Se registra un número mayor en Laderas del Castillo, donde hay
una mayor variabilidad, pero dentro de las características señaladas. Al tratarse de un
objeto con ambivalencia funcional, arma y útil, puede proceder tanto de tumbas como
de niveles de hábitat, pero por sus características nos inclinamos hacia una amortización
funeraria complementaria de otras piezas con alto valor simbólico, como las alabardas y
los cuchillos de gran formato (Fig. 3). En las descripciones de alguna de las tumbas más
significativas Furgús señala la presencia de este tipo, normalmente un solo ejemplar y
2. Puñal de lengüeta con remaches de la Colección formando parte de un conjunto donde aparecen otros tan significativos como alabardas,
Furgús. MARQ. puñales y un conjunto de adornos de oro, plata y cobre.
95

El conjunto de puñales y cuchillos es el más numeroso dentro de los objetos metálicos


de la colección, especialmente los procedentes de San Antón, con unas características
muy similares entre todos ellos, una longitud media de 7 a 8 cm, una base redondeada,
dos o tres remaches de sujeción y unos fi los relativamente convergentes (Fig. 4). Pero
ello no significa que no existan ejemplares singulares, algunos tan pequeños que hacen
dudar de su funcionalidad y por lo tanto de su adscripción tiopológica. En otros casos
se trata de puñales, o cuchillos, de gran tamaño cuyos filos son mucho más paralelos, y
en otros casos pudieron ser empleados como puntas de lanza o jabalina, como el que
posee una base pedunculada y remachada. Todos presentan un sistema de engarce al
mango mediante remaches, mayoritariamente de sección cuadrada, alguno circular, con
ambas cabezas remachadas, sin especial cuidado, y con una aleación similar a la del
puñal. No se constatan remaches en plata o en otras aleaciones.
La conservación de varios pomos de puñal en marfil, muestra el valor simbólico, más que
el funcional, que estas piezas llegaron a tener dentro de los grupos sociales que los fabri-
caron y utilizaron, lenguaje simbólico cuyo contenido por desgracia apenas si podemos
atisbar, pero que debió de ser muy parecido al que otras culturas les han dado, relacio-
nado normalmente con el varón y su posicionamiento en el escalafón social.
Si existiera una relación entre el número de puñales y tumbas, pese a lo aleatoria de la
3. Hacha de Laderas del Castillo. MARQ.
muestra, la primera conclusión que obtendríamos sería que las excavaciones de Furgús
se centraron esencialmente en el yacimiento de San Antón, respecto a Laderas del Cas-
tillo, donde sólo parece que efectuó alguna visita puntual, algo lógico por la proximidad
del yacimiento oriolano a la residencia del jesuita. Sin embargo, llama la atención que el
número de alabardas recopiladas es mucho mayor en Laderas del Castillo que en San
Antón, siendo extraño que el azar en las excavaciones de Furgús le llevase a dar con
un mayor número de tumbas de alto rango en las escasas visitas a Laderas del Castillo
que en San Antón, donde sus excavaciones se prolongaron durante un mayor tiempo.
A esta circunstancia se suma que en las excavaciones realizadas por José Colominas
al amparo del Ser vicio de Investigaciones Arqueológicas de la Diputación de Barcelona,
también se documentasen tumbas con una alabarda como ajuar , pese a las reducidas
intervenciones que realizó en el yacimiento callosino y que las tumbas expoliadas a lo
largo del tiempo en el mismo, alguno de cuyos ejemplares han sido recopilados por el
museo local, han aportado otros ejemplares de alabarda similares a los anteriores.
Si las alabardas poseen un mayor prestigio social respecto a los puñales, y son indicativo
de una posición superior en el escalafón social de estas comunidades, nos encontra-
mos que en las Laderas del Castillo se produce una mayor concentración de este tipo
de tumbas de alto rango frente a San Antón, donde también se dan, como lo prueba la
presencia de algún ejemplar de alabarda y un número de adornos singulares dentro del
ajuar argárico, pero sin lugar a dudas la balanza se inclina claramente hacia el yacimiento
de las Laderas del Castillo, que por otra parte se encuentra en un ámbito geográfico tan
próximo a San Antón que hace muy difícil disociar a ambos de una estructura política
que no sea unitaria, al menos durante el amplio periodo de tiempo en el que coinciden
ambos asentamientos.
Las alabardas de Laderas del Castillo han conser vado un elevado número de restos 4. Puñal de remaches de San Antón. Museu
orgánicos, tanto de los enmangues como de textiles, que sin lugar a dudas nos aproxi- d’Arqueologia de Catalunya.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

man a otros aspecto sociales que con toda seguridad estarían en consonancia con la
complejidad técnica y social de los individuos inhumados (Fig. 5).
Por desgracia ha desaparecido de la colección, seguramente por su fragilidad o atractivo
estético, un estoque que en las fotografías de Furgús aparece con otras piezas de San
Antón y que encuentra sus paralelos en piezas similares de yacimientos de las áreas nu-
cleares de la Cultura del Argar. Por el contrario, y hasta la fecha, no se han documentado
espadas, ni completas ni fragmentos de ellas, hecho que puede estar relacionado con el
desarrollo cronocultural de los yacimientos o con cuestiones sociales y técnicas.
La colección posee un número importante de cinceles, escoplos y sobre todo punzo-
nes, algunos de los cuales conser van el enmangue o huellas del mismo, y que están
realizados en hueso o madera. La mayoría formaron parte del ajuar funerario de individuos
inhumados en tumbas, y otros seguramente provienen de los niveles de habitación, de
los cuales deben de proceder las escasas y poco signifi cativas puntas de fl echas, nor-
malmente de cabeza triangular y vástago muy alargado.
Todos ellos son exponentes de las actividades económicas desarrolladas por sus po-
5. Alabarda de Laderas del Castillo. MARQ. seedores y que por desgracia en muy pocos casos nos han llegado a través del registro
arqueológico al estar realizado en materiales orgánicos. Los cinceles y escoplos, junto
a las sierras y los punzones, con secciones generalmente cuadrangulares, son claros
exponentes de actividades artesanales con alto valor social y económico dentro y fuera
de los ámbitos geográfi cos del mundo argárico. Las actividades textiles, de ebanistería
de madera, hueso y marfil, la orfebrería y la creación de un variado conjunto de adornos,
quedan refl ejadas en estos pequeños instrumentos que son introducidos junto a otros
con el difunto para su viaje y vida en el más allá.
Los adornos, por su tamaño y fragilidad, deben ser el conjunto de objetos que más ha
podido extraviarse o deteriorarse. Su origen es claramente funerario y muchas de las
piezas estaban asociadas entre sí, y con otros tipos, tal y como se describe por Furgús
de algunas de las tumbas que le resultaron más signifi cativas. Aparecen en San Antón,
donde se documentan espirales de diferente diámetro (Fig. 6), empleadas para el pelo,
los lóbulos de la oreja o como brazaletes, los aretes, de una o dos vueltas, un brazalete
de extremos abiertos y un conjunto de cuarenta y dos conos de oro con dos perforacio-
nes cerca de la base para su engarce a modo de collar (Fig. 7). En Laderas del Castillo
nos encontramos con piezas similares, espirales, aretes y especialmente dos brazaletes
de plata de sección cuadrada y extremos separados, que formarían parte de ajuares
97

complejos formados por una amplia panoplia de objetos, que en casos puntuales llega
a comentar Furgús.
Los análisis metálográficos sobre los objetos de la colección mostraron una gran homo-
geneidad. Salvo algunos adornos realizados en oro y plata, el resto de los objetos se
efectuó utilizando cobre arsenicado en una proporción que no supera el 6 % de arsénico
y que se sitúa como media en el 3%, por lo que parece que se trata de una aleación na-
tural resultante de la composición de la mena de la cual se extrae el mineral. La cuestión
que se plantea es si los metalúrgicos argáricos eran capaces de detectar los benefi cios
que proporciona el arsénico, y por lo tanto seleccionar la veta cuprífera adecuada, o por
el contrario efectuar una mejora intencionada de la colada mediante la adición intencio-
nada de arsénico o cobre con altas concentraciones de dicho metal. La cuestión está
por resolver, al menos con el registro arqueológico y metalográfi co actual, si bien todo
apunta a una aleación natural intuida, y por tanto aprovechada, por los metalúrgicos del
momento.
La Sierra de Orihuela y la de Callosa de Segura se encuentran en el extremo septentrio-
nal de los afloramientos metalúrgicos del Sureste de la Península Ibérica, ricos en cobre,
plata, plomo, hierro, zinc, entre otras mineralizaciones, que han sido explotados, esen-
cialmente las vetas más superficiales, desde el Calcolítico. No es de extrañar que los gru-
pos humanos de San Antón y Laderas del Castillo se suministrasen de estos recursos,
algunos de los cuales han sido explotados hasta mediados del siglo XX, circunstancia
que ha impedido que se conserven las huellas de las actividades extractivas de la Edad
del Bronce.
La colección Furgús, poseía,, al menos en su origen,
g ,un crisol y yun pico,
p que
, q porp des-
gracia han desaparecido, pero actividades de
ero que permiten atisbar la existencia de unas actividades de
transformación secundaria en ambos poblados, circunstancia que permitiría el el abasteci-
abasteci-
miento de las demandas de la población y las elites de estos poblados.

6. Espiral de oro de San Antón. MARQ.


EN LOS CONFINES DEL ARGAR

El registro de moldes de fundición es muy escaso, quizás por la falta de identifi cación
de este tipo de piezas por el jesuita en su búsqueda de tumbas y la suposición de la
inexistencia de niveles de hábitat. Hasta la fecha en la zona se han registrado unos frag-
mentarios moldes de alabarda y de varilla, de los cuales podemos suponer que el mineral
llegaba al poblado ya reducido, labor que seguramente se realizaba en las cercanías de
la mina y era manipulado en el poblado, o en áreas próximas acondicionadas para ello
(Fig.8). El mineral reducido se fundía en pequeños crisoles, como lo prueban los restos
de escoria detectados en ambos poblados. Salvo piezas complejas como las alabar -
das, donde se necesita un molde bivalvo, normalmente en piedra arenisca para resistir
el impacto término, el resto de piezas se elabora a partir de la fundición de barras que
posteriormente son modeladas mediante la forja en caliente y frío, hasta obtener los ob-
jetos deseados, como hachas, que pudieron también funcionar como lingotes, puñales,
cuchillos, cinceles, punzones, e hilos de metal que mediante estiramiento se convierte en
adornos. Su acabado se finalizaba con el pulido, afilado o remachado, dejando el objeto
7. Conos de oro procedentes de una tumba de listo para su uso o enmangue.
San Antón. MARQ.
Como se ha señalado no se emplean aleaciones intencionadas, ni en el cobre, carente
de estaño, en el oro, cuyas proporciones de plata y cobre son naturales, ni en la plata,
donde se emplearon nódulos de plata nativa que se localizan en las mineralizaciones de
cobre del Sureste peninsular . Las posibilidades de reutilización de las piezas metálicas
debió de ser un hecho común, circuito del cual tan solo es posible salir cuando se pro-
duce, como en San Antón y Laderas del Castillo, una amortización intencionada, que
además posee una connotación sacra al tratarse de un enterramiento.
Podemos concluir que el conjunto de objetos metálicos de la colección de Julio Furgús
se caracteriza por su homogeneidad, tanto desde el punto de vista tipológico como
cronocultural. Se encuadra claramente dentro de los tipos de la Cultura del Argar, y más
concretamente dentro del Argar A, por lo que no sorprende que carezca de tipos tan
singulares y algo más tardíos como las diademas, las espadas y determinados tipos de
alabardas. Quizás en Laderas del Castillo algunas alabardas posean ciertas variaciones
que pudieran apuntar hacia una perduración en el tiempo algo mayor que la de San
Antón, circunstancia que debería de corroborarse en otros conjuntos ergológicos o en
intervenciones sobre el terreno, algo muy difícil por lo dañado que se encuentran los
yacimientos.
Esta homogeneidad en el conjunto y su correlación canónica con otros conjuntos de
“áreas nucleares” del mundo argárico, ha desconcertado habitualmente a muchos estu-
diosos, hasta el punto de quedar relegada el área de la V ega Baja del Segura en las in-
terpretaciones de las estructuras sociales y territoriales de la Cultura del Argar, teniéndose
tan solo en cuenta para fi jar con claridad los límites septentrionales de dicha cultura. Un
hecho que ha ahondado en el citado desconcierto es la proximidad geográfica de ambos
yacimientos, haciendo casi imposible su disociación en un análisis territorial y geopolítico,
más aún cuando cronológicamente parecen coincidir en su desarrollo temporal. Sólo San
99

Antón, con registros que apuntan hacia un inicio a fi nales del campaniforme, ausente en
Laderas del Castillo, y una cierta pervivencia algo mayor del yacimiento callosino, frente al
oriolano, apuntan hacia una cierta y escasa variación en su periplo temporal en el territorio.
Esta dualidad complica la interpretación del papel de ambos poblados siguiendo los
modelos empleados para otros territorios argáricos, donde la prevalencia de un asenta-
miento, la jerarquización y la especialización en la explotación del territorio, han permitido
efectuar unos modelos territoriales bastante comunes entre sí.
La existencia de tumbas con ajuares donde los objetos metálicos tienen un papel relevan-
te, muestran, como en otras áreas argáricas, una estructuración social jerarquizada, con
unos modos y unos rituales funerarios que en nada divergen del de otras comunidades
más meridionales, por lo que sus procesos culturales y sociales no sólo son semejantes
sino que en el caso de los yacimientos de la Vega Baja, en ocasiones, o al menos en la
fase de mayor esplendor, son de una riqueza y complejidad superior , prueba de lo cual
sería la presencia, y elaboración, de piezas técnicamente complejas como las alabardas,
o el acceso al suministro de metal, ya sea el cobre, el oro y la plata.
La singularidad de estos yacimientos se extiende a la ausencia de determinados tipos de 8. Fragmento de molde de alabarda. Museo
Arqueológico de Callosa de Segura.
objetos metálicos que se dan entre las elites del Argar B, como las diademas, o al menos
las cintas de oro, que encontraremos en poblados relativamente próximos y con claras
ocupaciones en la segunda mitad del II milenio a.C., como el Tabayá (Aspe) y el Cabezo
Redondo (Villena); las espadas, que no aparecen en la zona hasta el Bronce Final, y las
alabardas propias de estas fases más avanzadas. Sólo las hachas, quizás por su simpli-
cidad formal, sí parecen estar en relación con estas facies más recientes. La solución a
estas ausencias parece ser una adscripción muy central en el desarrollo cronocultural de
la Cultura del Argar en los poblados de la Vega Baja, sin que podamos atisbar las causas
de su abandono dentro de las dinámicas territoriales del último tercio del II milenio a.C.
Los objetos metálicos de la Colección Furgús son, sin lugar a dudas, uno de los conjun-
tos metálicos más homogéneos de la metalurgia argárica en el Sureste peninsular , y sin
lugar a dudas, la principal colección de las tierras alicantinas, que ha llegado hasta noso-
tros gracias a la labor de custodia, transmisión y valoración que a lo largo de las décadas
realizaron los colegios de la Compañía de Jesús en Alicante.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

La cerámica argárica
de San Antón
y Laderas del
Castillo a partir de la
colección Furgús Fco. Javier Jover Maestre
Juan A. López Padilla. MARQ

Hace ya más de cien años, los hermanos Enrique y Luís Siret proponían, a partir de la
colección de vasijas recuperadas en el interior de las sepulturas argáricas excavadas por
ellos, una tipología que en lo esencial ha seguido manejándose hasta la actualidad (Siret
y Siret, 1890: 170. Lám. XVIII). Los ocho tipos diferenciados han ser vido, en efecto, de
base a diferentes propuestas que, sobre todo, perseguían integrar el registro funerario
con el procedente de los poblados, con la pretensión de ofrecer un procedimiento con el
que describir el proceso de evolución y expansión de la cultura argárica por la península
(Cuadrado, 1950).
Tras intensos debates en los años setenta a cuenta precisamente de la cronología atri-
buible a la cerámica sepulcral argárica (Schubart, 1975; Ruiz- Gálvez, 1977; Lull, 1982)
quedó claro que el único modo de generar una propuesta crono-tipológica al uso que
integrara la vajilla de uso doméstico, pasaba necesariamente por la excavación de ya-
cimientos desde presupuestos metodológicos renovados que permitieran disponer de
nuevas bases estratigráficas.
Las excavaciones iniciadas a partir de los años ochenta en enclaves como Fuente Álamo,
Gatas, Peñalosa, Castellón Alto, y la continuación de los trabajos desempeñados en otros
durante los años setenta, como el Cerro de la Encina o la Cuesta del Negro han propor -
cionado material sufi ciente para abordar esta cuestión, alumbrando nuevas propuestas
tipológicas que no obstante han seguido, en su mayoría desarrollando la propuesta de
los hermanos Siret (Lull 1983; Schubart y Arteaga, 1986; Arteaga y Schubart, 2000;
Schubart, 2003; Schumacher, 2003). Otros autores, sin embargo, se han embarcado
101

1. Recipientes de las formas 1, 2 y 3.

en la elaboración de propuestas analíticas alternativas a partir de las consideraciones de


las partes estructurales de los recipientes –base, cuerpo, cuello, borde y labio– (Castro et
al. 1999: 36-42) o también a partir de los resultados obtenidos en análisis estadísticos de
los atributos morfológicos de conjuntos vasculares más o menos amplios (Aranda, 2001).
También en el territorio argárico alicantino el material cerámico conocido, casi en su to-
talidad procedente de San Antón y Laderas del Castillo (Soriano, 1984), provenía de las
tumbas excavadas por J. Furgús (1937) mientras que de los innumerables fragmentos
que debieron aparecer en los contextos domésticos destruidos durante las excavaciones
nunca hemos sabido prácticamente nada. De manera que sólo a partir de los trabajos
más recientes realizados en yacimientos como Tabayá (Molina Mas, 1999) y Cabezo Par-
do será posible comenzar a llenar el vacío que supuestamente existe en el registro acerca
del ajuar cerámico doméstico de los enclaves argáricos del Bajo Segura y Bajo Vinalopó.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

En el marco del proyecto que bajo la dirección de uno de nosotros se viene impulsando
en los últimos años desde el MARQ, y que aborda el análisis del proceso histórico desa-
rrollado a lo largo de la primera mitad del II milenio ANE en el territorio argárico alicantino,
se acometió la ardua labor de recopilar la información del conjunto vascular exhumado
por Furgús y que actualmente se encuentra repartido en tres instituciones museísticas
distintas: el Museo Comarcal de Orihuela, el MARQ de Alicante y el Museu d’Arqueologia
de Catalunya, en Barcelona.
Una parte del trabajo había ya sido llevada a cabo a comienzos de los años noventa del
2 siglo pasado, bajo la dirección de Mauro S. Hernández, fi nanciada por el Patronato “Án-
gel García Rogel” que por entonces concedía la Caja de Ahorros del Mediterráneo 1. En
aquél trabajo ya se estudiaron e inventariaron los conjuntos materiales conser vados en
Orihuela, Callosa de Segura, Murcia y también en la Colección del Colegio Inmaculada
Jesuitas de Alicante, que poco tiempo después sería entregada en depósito al Museo
Arqueológico Provincial de Alicante, MARQ.
El estudio realizado entonces, que ha permanecido inédito, no incluía el conjunto cerá-
mico que se encontraba en las dependencias del Museu d’Arqueologia de Catalunya,
y que en el marco del proyecto que venimos realizando fueron añadidos al inventario en
otoño de 20072.
De ese modo, las consideraciones que con carácter preliminar efectuamos en el presen-
te trabajo se hacen ya partiendo del estudio de todo el conjunto cerámico conser vado
3 de los dos yacimientos, procedente de los trabajos de Julio Furgús.
La propuesta tipológica que hemos seguido para la clasifi cación del material es la que
recientemente proponen O. Arteaga y H. Schubart (2000), resultante del análisis del
registro cerámico del yacimiento de Fuente Álamo (Schubart y Arteaga, 1986; Schubart,
2003; 2004), sobre el que ha trabajado también T . Schumacher (2003), y que ensaya
un desarrollo de la propuesta tipológica clásica de Siret, la cual, a pesar de sus inconsis-
1 tencias y limitaciones, coincidimos en que continúa ofreciendo en su uso más ventajas
que inconvenientes, como por ejemplo el que permita trabajar con un abanico de grupos
tipológicos limitado que por otra parte es el que se ha consagrado a lo largo de décadas
de investigación sobre el grupo argárico por parte de un gran número de investigadores.
4 El conjunto del material analizado asciende a algo más de 300 recipientes cerámicos, la
mayor parte de ellos enteros o fácilmente reconstruibles en sus formas originales, entre
los que no se incluye el material procedente de las excavaciones de J. Colominas en
2-4. Recipientes de las formas 1, 2 y 3 de San
Antón y Laderas del Castillo.
Laderas del Castillo, depositado en el Museu d’Arqueologia de Catalunya, en Barcelona
(Colominas, 1932).
Aunque sólo de contadas piezas conocemos fehacientemente su procedencia de uno u
otro de los yacimientos excavados por Furgús, aún es más exiguo el porcentaje del que
se tienen referencias de su segura procedencia de alguna sepultura en concreto, como
en los casos de las piezas B-181 (Fig. 14) –hallada por Furgús en una cista de lajas, en
la cima de San Antón– o la B-161 (Fig. 5) –que formaba parte del ajuar de una cista de
mampostería– (Furgús, 1937: 57).

1
En dicho trabajo colaboraron Fco. Javier Jover Maestre, José A. López Mira, Juan A. López Padilla, Ana Puigcerver Hurtado y José L. Simón García.
2
Labor en la que se contó con la inestimable colaboración de Lourdes Andújar y José Luis Simón.
103

Formas 1, 2 y 3
Al contrario que las ollas y tinajas de la forma 4, los vasos carenados de las formas 5 y 6
o las copas de la forma 7 y los vasos de la forma 8, todas ellas fácilmente diferenciables
unas de otras y perfectamente reconocibles, las ollas, cuencos, cazuelas y escudillas
incluidas en las formas 1, 2 y 3 presentan una variedad formal y métrica muy amplia que
en ocasiones hace difícil diferenciarlas entre sí, especialmente en el caso de fragmentos.
Contamos con algo más de un centenar de recipientes cerámicos clasifi cables dentro
de estas formas, siendo especialmente numerosos los cuencos pequeños o medianos
de la forma 1, de los que la inmensa mayoría quedarían adscritos a la forma 1b1 de
Schubart (Fig. 1). Tan sólo algunas piezas –y con reservas– podrían atribuirse a los tipos
1a1 –pieza B-9 (Fig. 1.1 y Fig. 2)– y 1b2 –pieza B-12 (Fig. 1.2)–.
Otros ejemplares se ajustan más o menos claramente a los parámetros propuestos para
la forma 2 –por ejemplo, las piezas B-106, B-112 y B-22 (Fig. 1.5, 1.7 y 1.8)– alguno
de ellos añadiendo además un rasgo particularmente característico de los yacimientos
alicantinos, como es la presencia de un asa vertical –en la pieza B-37 (Fig. 1.10)– que
también aparece en otras formas, como a continuación veremos. No obstante, entre
el material analizado existe un considerable número de piezas que morfológicamente
se sitúan a medio camino entre los tipos 1, 2 y 3 de la propuesta de Schubart, en las
diferentes variantes consideradas.
Los recipientes de la forma 3 no son especialmente numerosos pero a pesar de ello encon-
tramos algunos ejemplares claramente adscribibles al tipo, tanto cuencos como escudillas
–piezas B-27, B-31, B-48, B-51 y B-70 (Fig. 1.6, 1.9, 1.12, 1.14 y 1.16)– como también
piezas con bases de tendencia aplanada –B-114 (Fig. 1.15 y Fig. 3)– de la forma 3c2.
De acuerdo con los datos que han proporcionado las secuencias estratigráficas y radio-
carbónicas de yacimientos como Fuente Álamo y Gatas, la producción de los tipos 1,
2 y 3 permanecería vigente prácticamente durante todo el desarrollo del grupo argárico,
aunque a juicio de T. Schumacher (2003) los cuencos de la forma 2 podrían ir ganando
importancia a lo largo de la secuencia de Fuente Álamo en detrimento de la forma 1.
Tales consideraciones no pueden desde luego hacerse extensibles al territorio argárico
alicantino más que desde un registro cerámico estratificado, lo que por de pronto excluye
el conjunto que aquí analizamos de manera preliminar.

Forma 4
Las ollas de la forma 4 con borde o cuello indicados no son muy abundantes en el re-
gistro de San Antón y Laderas del Castillo conservado. En comparación resultan mucho
más numerosas las ollas de la forma 3, que en la tipología propuesta por H. Schubart
(2004: 44) no terminan de diferenciarse netamente de la forma 4a1, caracterizada por
la ausencia de borde diferenciado y, fundamentalmente, por la orientación más o menos
vertical del perfil elipsoide de la pieza.
Uno de los ejemplares mejor documentados es la pieza B-124 (Fig. 5), que al igual que
sucede con otras formas de San Antón va provista de un asa de cinta vertical. De acuerdo
con las descripciones de J. Furgús (1937: 57) apareció como parte del ajuar de una se- 5. Vasija de la forma 4 provista de asa vertical
pultura en fosa, en compañía de dos pequeños anillos de oro (Jover y López, 1997: 65). procedente de una sepultura de San Antón.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Forma 5
Junto con las copas, las vasijas carenadas de la forma 5 constituyen, sin duda, uno de
los tipos cerámicos más identifi cados con el registro material argárico. Los Siret ya lla-
maron la atención acerca de la enorme variedad formal que se escondía tras los rasgos
morfológicos básicos que la definían, de tal manera que casi es posible imaginar cualquier
tipo de combinación entre la parte inferior y la superior de este tipo de vasos, en concre-
to, en lo relativo a la base, a la presencia o no de cuello, al perfil cóncavo o recto del mis-
mo o a la altura de la carena que separa a una y otra parte del recipiente (Figs. 7, 8 y 9).
Entre el conjunto vascular de San Antón y Laderas del Castillo exhumado por Furgús
constituyen el grupo mejor representado, con casi 70 ejemplares de prácticamente to-
dos los tamaños y variedades (Fig. 6). Algunos de los más singulares, procedentes
ambos de San Antón, son las piezas B-179 (Fig. 6.12 y Fig. 10) –provista de un ónfalo
en la base– y la B-174 (Fig. 6.9) –en la que se advierte el arranque de un asa de cinta
vertical que unía la parte superior del vaso con la línea de la carena.
Así como los ónfalos se documentan esporádicamente en algunos yacimientos como
Fuente Álamo (Schuhmacher, 2003: 285. f. 35) o El Argar (Siret y Siret, 1890: 172), de
las asas se ha supuesto que constituyen un elemento ajeno a la tradición alfarera argárica

6. Recipientes de la forma 5.
105

7 8 9

(Soriano, 1984: 129). Ciertamente este extremo parece confirmarse sólo en relación con 7-9. Vasijas carenadas de la forma 5 de San Antón
algunas de las formas argáricas, pues los hermanos Siret refieren la existencia de un asa y Laderas del Castillo.
en varias ollas de la forma 4 halladas en El Argar (Siret y Siret, 1890: 173). En cambio,
su presencia en la forma 5 es prácticamente inexistente en el registro argárico, por lo
que la adición de asas a algunos de los vasos carenados de San Antón –y que también
se observa en el registro cerámico de otros yacimientos de la zona, como Caramoro I
(González y Ruiz, 1995: 104, Fig. 12.2)– puede atribuirse, en efecto, a la asimilación de
un elemento funcional foráneo, más propio de los grupos arqueológicos situados al norte
del Vinalopó.
Forma 6
Sólo se conoce un ejemplar de este tipo entre el conjunto de vasos cerámicos hallados
por Furgús –B-181 (Fig. 14)–, el cual pasa también por ser el mejor conser vado de los
que se conocen en territorio alicantino, en donde puede considerarse por ahora una
forma muy escasa. De hecho, para este ámbito tan sólo se ha referido la existencia de
otro ejemplar, localizado en Pic de les Moreres (Crevillente), procedente de un contexto
doméstico (González Prats, 1986: 175, Fig. 15).
La íntima relación que parece mostrar este tipo de vasos con las prácticas funerarias ar-
gáricas, y en especial con el enterramiento de hombres y mujeres de destacada relevan-
cia en el conjunto social (Castro et al., 1993-94) explicaría su menor representatividad en
el repertorio vascular del Bajo Segura y del Bajo Vinalopó, así como su completa ausencia
en el territorio donde no se constatan prácticas sociales argáricas (Jover y López, 1997).
De acuerdo con la propuesta cronológica que H. Schubart hace para estas piezas a
partir de la secuencia de Fuente Álamo, el vaso de San Antón se situaría en las etapas
iniciales del desarrollo del grupo argárico, en función de la morfología de las paredes de
la parte superior del mismo, poco convexas (Schubart, 2004: 51). 10. Vasija carenada de San Antón.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Forma 7
A pesar de estar mucho mejor representada en el conjunto cerámico analizado, tam-
poco las copas constituyen una forma frecuente. De hecho, su presencia en el registro
argárico del Bajo Segura y del Vinalopó no es demasiado amplia, aunque sí ha sido
registrado en las excavaciones efectuadas en yacimientos como Caramoro I (González y
Ruiz, 1995: 104, Fig. 2, 6, 7, y 8) con al menos 3 ejemplares procedentes de contextos
domésticos, y también en Tabayá (Hernández Pérez, 1997: 102, Fig. 1.2) y en la Serra
del Búho IV (Román Lajarín, 1980: 50). El propio Furgús (1937: 57) llegó a indicar que en
11 su colección sólo contaba con algo más de una docena de copas de diversos tamaños,
lamentándose de que sólo una de las más pequeñas apareciera completa.
Tal y como se constata en otros yacimientos argáricos, también en los poblados de San
Antón y Laderas del Castillo aparecen cuencos de las formas 1 y 2 con pies en forma
de anillo –B-188 (Fig. 4 y Fig. 13.1)– rasgo detectado en la estratigrafía de Fuente Álamo
desde los horizontes más antiguos (Schubart, 2004: 53). La consideración de estas
piezas como copas –forma 7a– no puede hacerse extensiva a otros casos, pues como
hemos visto, la presencia de pie se constata en San Antón no sólo en el caso de los
cuencos sino también en algunas vasijas carenadas de la forma 5 –piezas 25727 (Fig.
13.4) y B-189 (Fig. 11 y Fig. 13.3)– y también en vasos que, como la pieza de la Fig.
12 y 13.2, procedente de Laderas del Castillo, van provistos además de un asa vertical.
La pequeña copa que se muestra en una de las láminas que ilustran el trabajo de Furgús
(1937: Lám. IV. I, f. 2ª) no es la que hemos analizado –pieza B-186 (Fig. 15 y 16.5) –
12
pues ésta no se asemeja a la que allí se representa ni en proporciones ni tampoco en el
perfil marcadamente inclinado que muestra en la línea del borde. Sin embargo coinciden
11-12. Recipientes con pie de Laderas del Castillo. en su reducido tamaño, rasgo que a la luz de diversos fragmentos conser vados no
compartían otros ejemplares, más cercanos en cuanto a proporciones y morfología a
lo que conforma el tipo de copa de peana más o menos estandarizado –B-182, 183 y

14. Vaso lenticular de la forma 6 procedente de una


cista de San Antón.
107

13. Vasijas con pie de San Antón y Laderas del


Castillo.

184 (Fig. 16.2, 3 y 4)– y que también se registró en las excavaciones de Colominas en
Laderas del Castillo (Fig. 16.1).

Forma 8
En sentido estricto, no se han registrado vasos de la forma 8 entre el material cerámico
revisado. Al menos no en las características morfológicas defi nidas por Siret. Sin embar-
go, son varios los ejemplos de vasos que presentan en su mayor parte una forma de
tendencia convexa en las paredes y bases más o menos aplanadas, lo cual los aleja de
los bordes netamente exvasados y las paredes de tendencia cóncava característicos del
tipo definido por Siret. Sólo contados ejemplos –B-128 y 129 (Fig. 16.10 y 11)– ofrecen
rasgos formales que se aproximan un tanto a la forma 8a que propone H. Schubart
(2004: 56) (Fig. 17), mientras que los demás vasos presentan características poco usua-
les en el repertorio cerámico argárico (Fig. 16.8 y 9).
Los trabajos arqueológicos llevados a cabo en Fuente Álamo permitieron a O. Arteaga y
H. Schubart (2000) ampliar el repertorio tipológico argárico hasta la decena, incluyendo
así algunas clases de recipientes que, fundamentalmente, forman parte del ajuar domés-
tico. Es probablemente a causa de ello que no se encuentren claramente representadas
entre el material analizado ni la forma 9 ni tampoco la 10. Sin embargo, los recientes
trabajos llevados a cabo en Cabezo Pardo han permitido constatar al menos la presencia
de fuentes de perfil en S, de base aplanada, de la forma 9, y también algunos fragmentos
de paredes de vasijas de almacenamiento que probablemente corresponden a la forma
10. 15. Copita de San Antón.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

16. Copas y vasos de San Antón y Laderas del


Castillo.

A juicio de H. Schubart cabría proponer una evolución en el estilo de determinados tipos


cerámicos argáricos, consistente en un alargamiento de las formas a lo largo del tiempo,
que sería especialmente apreciable en el caso de las formas 5 y 7. Sin embargo, contra
esta hipótesis se ha señalado que no cuenta, a juicio de algunos investigadores, de
suficiente apoyo en los datos (Castro et al., 1993-94: 102). Como es natural, el material
procedente de las excavaciones de Furgús no permite añadir nada nuevo con respecto
a esta controversia, ya que se trata de piezas de las que, más allá de suponer su pro-
cedencia funeraria, desconocemos prácticamente todo, pero sí proporciona, al menos,
una amplia base documental con la que poder contrastar los resultados que se obtengan
en las excavaciones de Cabezo Pardo y de otros yacimientos argáricos de la zona, a
partir del material estratifi cado y contextualizado en coordenadas temporales bien fi jadas
a partir del radiocarbono.

17. Vaso de la forma 8 de San Antón.


109

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EN LOS CONFINES DEL ARGAR

La colección de
instrumentos líticos
de San Antón
y Laderas del Castillo Fco. Javier Jover Maestre
Universidad de Alicante

Aunque las investigaciones prehistóricas en las tierras alicantinas tienen una larga tradi-
ción que se remonta más allá del último tercio del siglo XIX, los trabajos de excavación
efectuados por el jesuita Julio Furgús (1937) en varios yacimientos de la Vega Baja, entre
los que destacan sus intervenciones en San Antón de Orihuela y Laderas del Castillo de
Callosa de Segura, y por Josep Colominas (1932) en este último, siguen sido las que
más información han aportado sobre la cultura argárica en su zona septentrional.
Diversas circunstancias, que no vamos a tratar aquí, han generado la disgregación de
las colecciones de estos yacimientos. Por un lado, los materiales arqueológicos recupe-
rados por J. Colominas (1932) en Laderas del Castillo fueron trasladados a Barcelona,
y desde entonces, se conser van en el Museo Arqueológico de dicha ciudad. Por otro,
la colección arqueológica del jesuita J. Furgús (1937) se encuentra repartida en diver -
sas instituciones museísticas. En la publicación de sus trabajos de excavación, junto a
diversas tumbas y un destacado conjunto artefactual integrado por vasos cerámicos,
instrumentos metálicos, óseos y malacológicos, también incluyó un amplio volumen de
instrumentos líticos entre los que cabe destacar diversos dientes de hoz, hachas, azue-
las y percutores (Furgús, 1937: I.Lám II. Fig 5ª; V .Lám. II. fi gura 3ª), brazales de arquero
(Furgús, 1937: I.Lám. III. Fig. 6ª; II.Lám VIII. Fig. 13ª) y molinos de diversos tamaños
(Furgús, 1937: II. Lám. VI.Fig.11ª; II. Lám. IX. Fig. 14ª). Parte de todo ese material, al
que la investigación posterior ha prestado muy poca atención, se encuentra depositado
actualmente en al menos dos grandes instituciones museísticas: el Museo Arqueológico
Provincial de Alicante y el Museo Arqueológico Municipal de Orihuela.
111

En total, el número de piezas líticas conservadas procedentes de los fondos de J. Furgús


es de 44, 39 piezas en el Museo Arqueológico Provincial de Alicante y las 5 restantes en
el Museo Arqueológico Municipal de Orihuela, no pudiendo determinar en su mayor par-
te, si proceden del yacimiento de San Antón o de Laderas del Castillo. Por otro lado, son
28 los objetos líticos depositados en el Museo Arqueológico de Barcelona procedentes
de las excavaciones de J. Colominas en Laderas del Castillo. A los anteriores fondos,
también tenemos que sumar la existencia de diversos materiales líticos procedentes de
ambos yacimientos en otras instituciones museísticas. Cinco piezas procedentes de
San Antón, se encuentran depositadas en el Museo Arqueológico de Murcia y otras 84
(brazales de arquero, placas perforadas, hachas, azuelas, mazos, botón de perforación
en “V” y dientes de hoz) procedentes de Laderas el Castillo en el Museo Arqueológico
Municipal de Callosa de Segura. El total de piezas conservadas en las distintas institucio-
nes museísticas asciende a 161, aunque en el presente trabajo prestaremos especial
atención a las colecciones de Julio Furgús y Josep Colominas.
Como ya hemos indicado, el problema de los fondos de Furgús reside, sin duda alguna,
en la imposibilidad de adscribir muchas de las piezas a los yacimientos arqueológicos en
los que intervino, ya que la información escrita conservada es enormemente escasa, por
no decir que nula. En cualquier caso, el reconocimiento de algunas de las piezas y su
adscripción a los asentamientos de San Antón y Laderas del Castillo se ha realizado a
partir de su identificación en las fotografías publicadas por J. Furgús (1937), y en algunos
casos, aunque siempre con reser vas, a partir de la información escrita conser vada en
las propias piezas.
1
Así, del conjunto de 39 objetos depositados en el MARQ, únicamente y con total segu-
ridad, se han podido reconocer 6 piezas:
CS-1745. Cincel sobre diabasa. Necrópolis de Algorfa. (Furgús, 1937, IV. Lámina II,
Figura 3ª, ubicada en el ángulo inferior izquierdo).
CS-1755. Brazal de arquero de Laderas del Castillo. (Furgús, 1937, V . Lámina II.
Figura 3ª. Ubicada en el centro (Fig. 1).
CS-9005. Azuela de Laderas del Castillo. (Furgús, 1937, V. Lámina II. Figura 3ª, ubi- 2 3
cada la segunda por la izquierda) (Fig. 2)
CS-9006. Azuela de San Antón de Orihuela. (Furgús,1937, I. Lámina III. Figura 5ª,
quinta pieza por la izquierda) (Fig. 3).
CS-9009. Azuela de San Antón de Orihuela. (Furgús,1937, I. Lámina III. Figura 5ª,
cuarta pieza por la izquierda) (Fig. 4).
CS-9010. Percutor pulido sobre diabasa de San Antón de Orihuela. (Furgús,1937, I.
Lámina III. Figura 5ª, segunda pieza por la izquierda) (Fig. 5).
No obstante, si tenemos presente la información escrita en algunas de las piezas o la 4 5
existente en la institución depositaria, otras piezas tendrían una probable adscripción. De
San Antón procederían los números CS 9003, 1742, 1743, 9002, 3876, 9001,1744, 1. Brazal de arquero procedente de Laderas
9004 y 3878. Del resto es imposible determinar su procedencia, aunque tal vez se del Castillo. MARQ. 2. Azuela sobre diabasa
puedan adcribir a alguno de estos dos yacimientos, con la excepción de tres láminas procedente de Laderas del Castillo. MARQ. 3.
Azuela sobre diabasa procedente de San Antón.
de sílex de muy buena calidad, dos ellas retocadas, cuya posible procedencia conside- MARQ. 4. Azuela sobre diabasa procedente de
ramos que debe corresponder más bien con la necrópolis de Algorfa (CS 9020, 9019 San Antón. MARQ. 5. Percutor sobre diabasa
y 9018) u otro contexto de similares características, aunque no podemos descartar de procedente de San Antón. MARQ.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

forma rotunda ni a San Antón, ni a Laderas del Castillo, ya que también pudieron tener
ocupaciones previas.
De los fondos de J. Furgús depositados en el Museo Arqueológico Municipal de Orihuela
proceden 2 brazales de arquero, dos placas pulidas perforadas y un fragmento de brazal
o de placa pulida perforada. Tres de las piezas han podido ser identifi cadas a través de
las fotografías publicadas en la colección de trabajos de J. Furgús (1937). En primer
lugar, un brazal de arquero con una perforación en cada extremo que procede de San
Antón (Furgús, 1937, I. Lámina III, Figura 6ª, zona central inferior); en segundo lugar, otro
brazal de arquero con cuatro perforaciones, también de San Antón (Furgús, 1937, II. Lá-
mina VIII, Figura 13ª, ángulo superior izquierdo quinta pieza). Y, la tercera, una placa pulida
con una perforación en un extremo, procedente de Laderas del Castillo (Furgús, 1937,
V. Lámina II. Figura 3ª, ubicada la segunda en el ángulo inferior derecho). De las otras dos
placas no podemos determinar su procedencia, aunque en el Museo de Orihuela consta
que el fragmento de placa pulida con una perforación procede de San Antón.

6. Diente de hoz de gran tamaño sobre lasca En cualquier caso, con independencia de las difi cultades de adscripción de los fondos
depositado en el Museo Arqueológico de Murcia. de J. Furgús, es evidente que por sus características técnicas y morfológicas las piezas
analizadas proceden o de San Antón o de Laderas del Castillo, con la excepción de las
láminas de sílex –5 en total–, para las que consideramos que, por sus rasgos tecnológi-
cos, su procedencia habría que relacionarla con contextos arqueológicos anteriores a la
Edad del Bronce, preferentemente calcolíticos o campaniformes (aunque no se puede
descartar su procedencia de estos yacimientos).
De las excavaciones de J. Colominas (1932) proceden 28 piezas entre las que cabe
destacar la presencia de 10 dientes de hoz (nº de inventario 27056, 37801, 38162,
38163, 38164, 38165, 38166, 38167, 38168 y 38169), una lasca retocada (37802),
2 láminas fragmentadas retocadas (25600, 37799), 5 lascas (37800, 37803, 37804,
37806, 37810), 5 fragmentos de lascas (25602, 37807, 37805, 37808, 37809), 3
brazales de arquero (25610, 37787, 41650), un cincel de piedra pulida (25603) y un
fragmento de brazalete calizo (35972). De todos ellos existía referencia escrita de su
procedencia así como también pudieron ser reconocidas en las fotografías publicadas
por J. Colominas (1932)1.
Otros conjuntos están depositados en los Museos de Murcia y Callosa de Segura. Del
primero, integrados en la colección Brotons y procedentes de San Antón, se conservan
3 placas pulidas sobre esquisto, dos de ellas con perforaciones en sus extremos (1769,
1770) y la restante sin perforaciones (1783). A éstas cabe añadir dos dientes de hoz de
gran tamaño, uno de ellos elaborado sobre un fragmento de placa tabular (0/441) y el
restante sobre una lasca muy espesa y de gran tamaño (1781). Un conjunto más variado
procedente de Laderas del Castillo se encuentra depositado en el Museo Arqueológico
Municipal de Callosa de Segura. Del conjunto de piezas que asciente a 84, cabe desta-
car la presencia de al menos 4 brazales de arquero (enteros o fragmentados), una placa
de esquisto con tres perforaciones, 3 mazos de diabasa, 6 hachas, 2 azuelas, un botón
piramidal de perforación en “V” elaborada sobre caliza y 63 dientes de hoz sobre lascas
o fragmentos de placa tabular de sílex.

1
En la fotografía publicada por J. Colominas (1932) de arriba abajo y de izquierda a derecha se han reconocido las siguientes ezas:
pi en la parte superior:25603, 35972,
37979, 38979, 38166, 27056 (en este caso con ciertas dudas) y 38169. En la parte inferior: 38163, 38162, 38165, pieza indeterminada y 38167.
113

Por otro lado, cabe indicar que en su mayor parte se trata de piezas seleccionadas y
conservadas intencionalmente por su singularidad o acabado, ya que por sus caracterís-
ticas podrían ser expuestas en colecciones museísticas. Es el caso de los instrumentos
pulidos con fi lo, tanto hachas como azuelas o cinceles, brazales de arquero o placas
pulidas perforadas, o las cuentas de piedra verde. Otros instrumentos de trabajo como
los molinos, de los que tenemos constancia que fueron documentados ampliamente
(Furgús, 1937), no se ha conser vado ninguno de ellos en los museos, probablemente
por su volumen, peso, amplia estandarización y poca vistosidad.
En definitiva, el conjunto lítico conservado es diverso aunque claramente sesgado, en el
que se priorizó la conservación de dientes de hoz, instrumentos pulidos con filo, brazales
de arquero (probablemente procedentes de tumbas) y algunos adornos singulares. En el
mismo faltan la amplia diversidad de instrumentos y objetos localizados en los yacimientos
de la Edad del Bronce, especialmente, los instrumentos de molienda, otros instrumentos
macrolíticos y el conjunto de restos de talla y soportes retocados. No obstante, es de
mencionar la conservación en el Museo de Barcelona de una lasca retocada y de otros
diez productos de talla lascares. A continuación realizaremos algunas consideraciones
generales sobre sus características morfológicas y tecnológicas en relación con otros
materiales documentados en el ámbito comarcal.

Los materiales líticos de San Antón y Laderas del Castillo y su contextualización


con el poblamiento en la vega baja del Segura
Ya desde los trabajos de S. Moreno (1870 (1942)), J. Furgús (1937) y G. Nieto (1959)
en yacimientos como San Antón (Orihuela) y también de J. Colominas (1932) en Laderas
del Castillo (Callosa de Segura), se puso en evidencia la destacada importancia de los
instrumentos líticos como medios de producción en las comunidades de la Edad del
Bronce del Sureste peninsular , a pesar del amplio desarrollo que para la metalurgia del
cobre había sido señalada (Siret y Siret, 1890). En prácticamente la totalidad de los asen-
tamientos conocidos y publicados de la V ega Baja del río Segura, se ha evidenciado la
presencia de productos líticos relacionados con la siega (dientes de hoz), la molturación
de cereales (molinos de mano, morteros), el trabajo de la madera (hachas y azuelas),
trabajos de percusión directa (percutores y mazos), numerosos cantos y placas pulidas
con o sin perforaciones de carácter multifuncional y , en menor medida, adornos. No
obstante, aunque esta afirmación también tiene como apoyo los resultados obtenidos en
excavaciones arqueológicas como la realizada en Pic de les Moreres (González, 1986a;
1986b) o más recientemente en las excavaciones en curso en Cabezo Pardo (Albatera)
(López Padilla, cp), la mayor parte de la información disponible hasta el momento para la
Vega Baja del río Segura procede de antiguas exploraciones, excavaciones y recogidas
superfi ciales.
Productos y evidencias de talla de sílex (núcleos, lascas, productos retocados) han sido
documentados en prácticamente la totalidad de yacimientos conocidos, tanto campa-
niformes, como argáricos: Hurchillo, Loma de Bigastro, Arroyo Grande, Cabezo Pardo,
Laderas de San Miguel, San Antón (Soriano, 1984; 1985), Cabezo de Redován (Ros
y Bernabeu, 1981), Bancalico de los Moros-Rincón (Ros, 1980), Laderas del Castillo
(Colominas, 1927, Furgús, 1937), Les Moreres, Pic de les Moreres (González, 1986a),
Serra del Búho I y Serra del Búho III (Román, 1980), La Alcudia, Castellar de Morera o La
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Moleta (Ramos Folqués, 1953). No obstante, en otros yacimientos argáricos excavados


hace pocos años y situados en el curso bajo del río Vinalopó, la producción lítica está
muy poco representada. En Caramoro I (Ramos Fernández, 1988: 97) sólo se señaló
la presencia de “ un diente de hoz, una punta unifacial y una hoja ”, mientras que en el
Promontori d’Aigua Dolça i Salada (Ramos Fernández, 1986; 1989) se indicó el registro
de un “raspador” en el estrato A, un “fragmento de cuchillo” en el B y un “cuchillo” de sílex,
además de una azuela y un punzón de metal en el estrato C, este último considerado
como “del tránsito al Bronce Valenciano”. En el resto de yacimientos –Cantera del Tío Je-
romo, Los Gerona, La Aparecida (Orihuela), Cabezo del Rosario (Almoradí), Cabezo del
Muladar, Monte del Calvario y Cabezo de las Particiones (Rojales)– no se ha documen-
tado su presencia al no estar excavados ni tampoco prospectados sistemáticamente,
siendo conocidos por la existencia en su superfi cie de escasos fragmentos cerámicos
informes.
La similitud cromática y de grano de los tipos de sílex documentados en varios de los
yacimientos, de tonos grisáceos y marrones de grano medio-grueso opaco, similares a
los diez dientes de hoz depositados en el Museo Arqueológico de Barcelona, a los de-
positados en el Museo Arqueológico de Callosa de Segura y de Murcia procedentes de
Laderas del Castillo y San Antón respectivamente(Fig. 6), y la existencia en el corredor de
la Vega Baja del Segura de bandas de conglomerados con nódulos de sílex de similares
características, permiten inferir que se trata de un materia prima local de fácil obtención.
La diversidad registrada abogaría por un abastecimiento local según la disponibilidad del
entorno inmediato. En este sentido, creemos importante destacar la información que
proporciona J. Furgús (1937: 36) sobre el yacimiento de San Antón al comentar el ha-
llazgo de núcleos de sílex, algunos de gran tamaño, que solían ir acompañados de nú-
merosos restos de lascados. Incluso señala que en 2 ó 3 sepulturas fueron observadas
estas concentraciones, hasta el punto de llegar a plantearse si el difunto era el artesano
que tallaba. En este sentido, no debemos olvidar que las labores de talla estuvieron
orientadas fundamentalmente a la manufactura de elementos de hoz sobre lasca, como
es el caso de los diez dientes de hoz conser vados en el Museo de Barcelona (Fig. 7).
Incluso en este mismo yacimiento son empleados fragmentos de placas tabulares debi-
damente conformadas (Jover, 1997)2. Por este motivo, aunque tenemos constancia de
la presencia de otros grupos tipológicos como, por ejemplo, lascas retocadas como la
documentada en Laderas del Castillo (37802), denticulados sobre lasca en Pic de les
Moreres, alguna hoja retocada –Loma de Bigastro (Soriano, 1985)– o de algunas puntas
de fl echa –de base cóncava en Laderas del Castillo (Furgús, 1937) y de pedúnculo y
aletas en San Antón (Furgús, 1937; Soriano, 1984)–, siempre se trata de piezas únicas
o de grupos cuya representación es tan poco signifi cativa que no pueden relacionarse
con una producción sistemática. Es muy probable, que al igual que han sido señalados
para otros yacimientos, elementos como las puntas de flecha o incluso algunas láminas,
sean reclamos de yacimientos arqueológicos efectuados por los pobladores argáricos
(Jover, 1998; 2008). De ahí, que los tres productos laminares de la colección Furgús,
depositada en el MARQ (CS-9020, CS-9019 y CS-9018), elaborados sobre un sílex de
muy buena calidad y presentando retoque dos de ellos, y los otros dos soportes lamina-

2
Los ejemplares están depositados en el Museo Arqueológico de Callosa y no corresponden a las excavaciones ni de J. Furgús ni deJ. Colominas. Proceden de reco-
gidas y hallazgos efectuados con posterioridad.
115

res retocados procedentes de las excavaciones de J. Colominas (1939) en Laderas del


Castillo correspondan, o bien a reclamos (2008), o bien a posibles ocupaciones previas
calcolíticas o campaniformes. No obstante, en el caso de las láminas de los fondos de
Furgús también debemos considerar una posible procedencia de yacimientos como la
necrópolis de la Algorfa, también excavada por J. Furgús (1937).
Otro grupo de instrumentos de trabajo relacionados con el ciclo agrícola y bastante im-
portantes en el equipamiento material de los yacimientos son los molinos y molederas,
aunque por desgracia su tamaño, peso y amplio número constituyeron un factor de-
terminante para desestimar su recogida y traslado a las colecciones o museos. En la
colección Furgús del MARQ y en el Mueso de Barcelona no se conserva ninguno de los
ejemplares recogidos por el jesuita ni por Colominas en sus excavaciones.
No obstante, los molinos de mano están presentes en todos los yacimientos de la Edad
del Bronce de la zona y en número muy elevado. Se ha documentado su presencia
–molinos barquiformes y molederas– en Pic de les Moreres (González, 1986a), Arroyo
Grande, Bancalico de los Moros-Rincón, San Antón, Laderas del Castillo (Furgús, 1937), 7. Dientes de hoz procedentes de Laderas del
Castillo depositados en el Museo Arqueológico de
Cabezo Pardo, Caramoro I, Serra del Búho I, Serra del Búho IV , Castellar de Morera y Barcelona.
Tabayá (Jover, 1997). Quizás, su importancia resida, además de en poder documentar la
realización de actividades relacionada con los procesos de trituración y procesamiento del
grano, en la información que se puede obtener de su análisis en contextos arqueológicos
y más concretamente de las áreas de consumo documentadas en los asentamientos
aunque, por el momento, son muy escasas las referencias con las que contamos.
S. Moreno (1942) apuntó, a este respecto, que la mayor parte de las piedras que cons-
tituían las sepulturas de mampostería que encontró en San Antón fueron realizadas con
molinos de gran tamaño, siendo objetos necesarios y difíciles de reemplazar , ya que la
roca en la que estaban fabricados no se encontraba en la misma sierra de Orihuela. El
punto más cercano se encuentra en las estribaciones montañosas de la sierra de la Es-
cotera, justo en la margen contraria del río Segura y a unos 4 kms de distancia.
J. Furgús (1937:15) también señaló lo mismo, e incluso destacó por su escasez, la
existencia de algún molino de gran tamaño próximo a los 90 cm de longitud, aunque, al
parecer, lo normal era sobre los 20 cm (Furgús, 1937: 38). También indicó la presencia
de morteros. De Laderas del Castillo pudo documentar docenas de molinos y molederas
(Furgús, 1937: 67), cuestión habitual en las excavaciones realizadas en diversos yaci-
mientos de la zona como Tabayá, Pic de les Moreres o Cabezo Pardo.
Junto a estas notas aportadas por los pioneros de las investigaciones prehistóricas en la
Vega Baja, también disponemos de la información de otros yacimientos excavados. De
Caramoro I (Elche), asentamiento de muy pequeñas dimensiones, del que se opina que
se trata de un fortín, procede “ una variada gama de molinos barquiformes integrada por
9 piezas y 4 manos agrupados en dos tipos en función, dimensiones y silueta ” (Ramos
Fernández, 1988: 97) sin que dispongamos de datos referentes a su distribución espa-
cial en las tres unidades ocupacionales de planta irregular , comunicados entre sí y que
se han podido determinar a través de los planos publicados (González y Ruiz, 1995).
El otro asentamiento para el que sí que disponemos de datos sobre los instrumentos de
molienda es Pic de les Moreres. Es muy importante la información apuntada por A. Gon-
zález Prats (1986a) sobre su distribución dentro de las unidades domésticas excavadas
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

en el sector B, más si tenemos en cuenta que casi la totalidad de los materiales arqueo-
lógicos estaban fuera de las respectivas viviendas, rellenando el espacio comprendido
entre ellas, lo que señala un sistemático barrido y limpieza del suelo en el interior de las
mismas (González, 1986a: 160) y, por lo tanto, la existencia de áreas de desecho o de
basureros en el exterior de las unidades contructivas de carácter habitacional. En el corte
B1 se localizaron varios molinos barquiformes, tanto en el suelo interior de un departa-
mento, como utilizados como mampostería en los muros (González, 1986a: 151); en
los estratos IIA y IIB del corte C2 se localizó un molino barquiforme boca abajo, junto a
un hogar y un vasar delimitado por piedras de pequeño tamaño defi niendo un espacio
semicircular, donde se localizaron una vasija carenada, una gran urna globular y 3 ollas
con mamelones (González, 1986a: 153). En los estratos IID y IIC-F del corte C1 se loca-
lizaron varios molinos in situ. Por último en el corte BC7 se documentaron varios molinos
entre los muros, claramente reutilizados como materiales de construcción. En defi nitiva,
parece evidente que estamos ante la documentación de dos unidades habitacionales
superpuestas, de carácter doméstico, localizadas en los cortes B, C y D, donde se ha
podido determinar la existencia de espacios o áreas de actividad de consumo domésti-
co, relacionados con la transformación y almacenamiento y consumo de cereales.
Otro conjunto de útiles que también se documentan a través de antiguas excavaciones
son los instrumentos pulidos con fi lo o extremo cortante, tradicionalmente conocidos
como hachas, azuelas y cinceles. El número de instrumentos de la colección Furgús
del MARQ es muy elevado –17– aunque para su mayor parte es imposible determinar
el yacimiento de procedencia. El cincel depositado en el Museo Arqueológico de Bar -
celona (nº 25603) procede, como ya hemos comentado, de Laderas del Castillo. Con
respecto a la colección del MARQ, con total seguridad únicamente 4 piezas han sido
reconocidas a través de las fotografías incluidas en la colección de trabajos de J. Furgús
(1937), siendo todas ellas azuelas procedentes de San Antón (CS-9009 y CS-9006),
Laderas del Castillo (CS-9005) y un cincel de la necrópolis de Algorfa (CS-1745). No
obstante, otros instrumentos podrían proceder de San Antón o de la necrópolis de Al-
gorfa, si tenemos en cuenta la información escrita asociada a las mismas en el momento
de su depósito en el Museo Arqueológico Provincial de Alicante. Las hachas CS-9003,
CS-1743, CS-9002, CS-3876, CS-9001, CS-9004 y las azuelas CS-9009 y CS-
1742 probablemente procedan, aunque con ciertas dudas, de San Antón. En algún otro
caso, cuya procedencia también puede ser atribuible a San Antón, como la CS-1744 y
CS-3878, se trata de hachas reutilizadas como percutor, presentando el filo redondeado
y aplanado. No obstante, el elevado número de instrumentos procedentes de San Antón
no debe de extrañarnos, ya que no se trata de un caso único que podría explicarse por
su localización al lado de un asomo masivo de diabasas, sino que en otros yacimientos
como Laderas del Castillo también se ha documentado la presencia de un importante
conjunto de instrumentos pulidos con fi lo (5 hachas, 2 azuelas y 1 fragmento de instru-
mentos con filo), depositados en el Museo Arqueológico Municipal de Callosa de Segura
y en los que no nos detendremos aquí.
Sin duda, el conjunto mejor representado es el de los intrumentos pulidos con bisel
simétrico o hachas, con una serie de características morfo-métricas muy variadas, docu-
mentándose tanto piezas cortas, anchas y espesas como largas estrechas y de espesor
medio. Quizás las consideraciones más sobresalientes proceden del tipo de materias
primas utilizadas en su manufactura, al tratarse casi en forma exclusiva de rocas ígneas,
117

de las que existen importantes afl oramientos de diabasas de diferentes texturas en la


sierra de Orihuela y sierra de Abanilla (Jover, 1997; Orozco, 2000). Así, se constata una
preferencia por la utilización de materias primas locales, posiblemente seleccionadas del
afloramiento más próximo. En general, este tipo de roca posibilita la manufactura de ins-
trumentos pulidos con filo de morfologías trapezoidales y triangulares, con cortes normal-
mente convexos -existen algunos rectilíneos-. El corte visto de frente describe una silueta
en muchos casos asimétrica, característica con un importante significado tecno-funcional
al indicar que su enmangamiento se realizaría con el filo dispuesto de forma paralela al eje
longitudinal del enmangue y con la zona irregular del corte en el extremo proximal, para
facilitar así la penetración en las materias leñosas duras. Al mismo tiempo, es en la parte
irregular del corte donde se localizan pequeños descochados y algunas estrías, siempre
dispuestas de forma oblicua en ambas caras del lo, fi constatándose así su empleo como
hachas. Se trata, por tanto, de instrumentos cuya anchura y parte activa se sitúa entre 4
y 6 cm, aunque con diferente lontigud y peso.
Existen otras características que también podemos relacionar con las propiedades tec-
no-funcionales del instrumental. La presencia de bordes biconvexos, secciones elípticas
u ovaladas y la importante diversidad constatada en el proceso de acabado de los instru-
mentos son aspectos importantes. Podemos encontrar piezas con exclusivamente el filo
pulido y el resto de la superficie repiqueteada; piezas con gran parte de la superficie puli-
da, incluido el filo y con los bordes repiqueteados; y objetos totalmente pulidos. Ninguna
pieza aparece con la superfi cie en el estado inicial de desbastado o con modifi caciones
primarias exclusivamente, aunque sí que se han publicado algunos fragmentos de rocas
ígneas desbastadas, documentadas en Pic de les Moreres (González, 1986b) y en la
Serra del Búho IV (Román, 1980) que pueden corresponderse a fragmentos de roca en
un primer paso de desbastado.
En defi nitiva, parece evidente que estas unidades de poblamiento utilizan habitualmente
como instrumentos de trabajo este tipo de productos claramente relacionados con la
tala y desbastado de troncos. Son productos más o menos estandarizados desde un
punto de vista morfológico, aunque con una cierta diversidad tipométrica, posiblemente
en relación directa con obtener mejores rendimientos productivos en función de la labor a
desarrollar, además de que con el uso, el fi lo se desgasta coniserablemente y es nece-
sario reavivarlo con la consecuente reducción de la longitud de útil. Si tenemos en cuenta
que toda esta serie de útiles son usados hasta su agotamiento o rotura, la longitud del
soporte puede ser muy variable.
Por otro lado, los instrumentos pulidos con bisel asimétrico, también denominadas azue-
las, presentan unas características más normalizadas y con una especifi cidad tecno-
funcional más evidente. De tamaño más reducido, son de morfología trapezoidal, trian-
gular o rectangular , de corte simétrico convexo o rectilíneo, secciones plano-convexas
–exclusivas de este tipo de instrumentos que debe relacionarse con su disposición con
respecto al mango–, superfi cies plenamente pulidas y cortes con anchuras entre 30 y
50 mm. Se manufacturan así, instrumentos empleados en labores de mayor precisión.
La característica más importante es que, al igual que las hachas, la materia prima utilizada
para su manufactura son las rocas ígneas. Desde un punto de vista funcional podemos
señalar la presencia de claras estrías de uso y algunos pequeños desconchados en las
caras no biseladas de algunas azuelas elaboradas sobre rocas ígneas, lo que evidencia
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

su inserción en mangos con la disposición del lo


fi transversal al eje longitudinal del enman-
gue, siempre con filos activos entre 3 y 5 cm.
Por útimo, como instrumentos pulidos con fi lo, cabe referirnos al único cincel (25603)
procedente de Laderas de Castillo y depositado en la colección del Museo de Barcelona.
Se trata de una pieza alargada, totalmente pulida, de bisel simétrico, elaborada sobre
una roca metamórfi ca. Presenta una serie de roturas y de astillamiento en la zona proxi-
mal o del talón, fruto de su empleo en actividades de percusión directa. Son pocas las
evidencias de cinceles en yacimientos de la Edad del Bronce, aunque siempre parecen
elaborarse sobre rocas metamórficas (Jover, 1997).
Otro conjunto de instrumentos pulidos, aunque con la cara activa plana, aplanada o irre-
gular, son los percutores. En la colección Furgús depositada en el MARQ se conser van
varios ejemplares (11), elaborados sobre diabasas, cuya procedencia es difícil de deter -
minar, aunque existe una alta probabilidad de que provengan de San Antón y Laderas
del Castillo. En algunos casos existe o existía información escrita sobre su procedencia
de San Antón o de Orihuela (CS-9011 y CS-3878) y solamente han sido reconocidos a
través de las fotografías publicadas en los trabajos varios de J. Furgús (1937) el percutor
sobre diabasa CS-9010. Por lo tanto varios percutores podrían proceder de San Antón,
de los que dos (CS-1744 y CS-3878), fueron hachas reutilizadas, otro aspecto resaltable
de los conjuntos líticos, ya que todos los útiles son aprovechados y reutilizados al máximo,
desechándolos cuando del mismo ya no se puede obtener mayor rendimiento laboral.
Por otro lado, en San Antón y Laderas del Castillo, y probablemente asociados a con-
textos funerarios, fueron documentadas algunas placas pulidas con perforaciones en
ambos extremos, tratándose de los denominados brazales de arquero con una o dos
perforaciones en cada uno de los extremos cortos. Diversos brazales se conser van en
las colecciones analizadas.
De la colección Furgús depositada en el MARQ, destaca la presencia de un brazal de
arenisca con una perforación en cada extremo, al que se le inició nuevamente la rea-
lización de sendas perforaciones alineadas con las anteriores (una de ellas acabada),
procedente con seguridad de Laderas del Castillo (Furgús, 1937,V. Lámina II, figura 3ª) y
de un fragmento de brazal con una perforación de la que existen dudas de que proceda
de San Antón.
En el Museo Arqueológico de Barcelona y procedentes de las excavaciones de J. Co-
lominas en Laderas del Castillo, se conser van tres brazales de arquero: uno rectangular
muy alargado realizado en esquisto, con una perforación en cada extremo (25610); otro
corto, más ancho de un extremo, con tres perforaciones paralelas, elaborado también
sobre esquisto (37787); y por último un fragmento con una perforación central en un
extremo de la misma materia prima (41650)(Fig. 8). En el caso de las dos últimas piezas,
el desgaste por fricción en una de las caras es muy patente, tratándose con mucha
probabilidad de afiladeras para su empleo con objetos metálicos.
Por su parte, en el Museo Arqueológico Municipal de Orihuela se conservan dos brazales
de San Antón con una perforación en cada extremo (Furgús, 1937, I. Lamina III. Figura
8. Brazales de arquero de Laderas del Castillo
6ª) o con dos (II. Lámina VIII, Figura 13ª, quinta pieza en el ángulo superior izquierdo) y
depositados en el Museo Arqueológico de una placa pulida perforada de Laderas del Castillo (Furgús, 1937: V . Lámina II. Figura
Barcelona. 3ª, ángulo inferior derecho, segunda pieza). Junto a estas conocemos la presencia de
119

otras placas perforadas depositadas en el Museo Arqueológico de Murcia (2 brazales de


arquero sobre esquistos –0/441 1769 y 1770– y un fragmento de placa en proceso de
elaboración -0/441 1783-) procedentes de San Antón de Orihuela (Fig. 9). Por último,
en el Museo Arqueológico de Callosa de Segura se conservan procedentes de Laderas
del Castillo, pero sin más información, otros cuatro fragmentos de brazales de arquero y
tres placas pulidas con perforaciones. T odas ellas están realizadas, o bien en areniscas
de colores rojizos o verdosos, procedentes de contextos geológicos triásicos, o bien en
esquistos de tonos marrones oscuros o gris plateado, especialmente los brazales.
En general, las placas pulidas perforadas que responden al tipo brazal de arquero tienden
a ser de morfología rectangular, de igual sección, y con una perforación o dos en cada
uno de los extremos. Los lados largos suelen ser rectilíneos, con la excepción de uno de
los brazales de Laderas del Castillo depositado en el Museo de Barcelona (37787) y otro
depositado en el Museo de Murcia. Por el contrario, la pieza conser vada en el Museo
Arqueológico de Murcia y publicada por G. Nieto (1959) presenta dos perforaciones en
cada uno de los extremos (Fig. 10).
La singularidad de la placa pulida con dos perforaciones en cada extremo, con lados
largos cóncavos –tipo III de E. Samgmaister (1964)– depositada en Murcia y con unas
dimensiones mayores que el resto de placas, la aproximan a un ejemplar singular con
5 perforaciones en cada lado corto procedente de una de las tumbas de la Illeta dels 9. Brazal de arquero procedente de San Antón
con 3 perforaciones depositado en el Museo
Banyets (Figueras Pacheco, 1934; 1950: 34) que presenta señales de desgaste con Arqueológico de Murcia.
orientación transversal al eje longitudinal en las perforaciones situadas en los extremos
de uno de los laterales. Estas características permiten considerar que estamos ante un
placa que estuvo suspendida como colgante o adorno. Además, si tenemos en cuenta
su inclusión como elemento de ajuar junto, al menos, un puñal de cobre de una sepultura
de inhumación en una cista de lajas, su consideración como objeto suntuario de claro
prestigio social parece evidente.
Por último, los elementos ornamentales son escasos. Cabe destacar la documentación
de dos cuentas de collar de piedra verde y un fragmento de brazalete de piedra.
Las dos cuentas de collar depositadas en la colección Furgús del MARQ, procedentes
con mucha probabilidad de San Antón de Orihuela, están totalmente pulidas y realizadas
sobre un mineral verdoso. Este tipo de mineral, también fue documentado –4 cuentas–
en el Departamento 11 de La Bastida (Totana) (Martínez et alii, 1947), una pieza en una
tumba en cista de lajas del yacimiento de la Cabeza Gorda (T otana) (Ayala y T udela,
1993), junto a un ajuar compuesto por una espada, un puñal, una forma lenticular o
forma 6 de Siret y un pequeño vaso también lenticular, y otra cuenta en una tumba en el
asentamiento de Gatas (Turre, Almería) (Castro et alii, 1995).
Aunque la mofología de las piezas de San Antón son claramente bitroncocónicas con una
perforación centrada, las cuentas procedentes de los yacimientos murcianos son ovoides.
No conocemos la procedencia del mineral sobre el que están fabricadas, aunque se ha
señalado como punto más próximo la presencia de afl oramientos en Almería (Chapman,
1991), ni tampoco el contexto en el que aparecieron. Pero lo que no podemos olvidar es
su relación con los yacimientos argáricos situados en el Corredor de Murcia y Almería, así
como las implicaciones que se derivan si tenemos en cuenta su presencia como ajuar en
sepulturas que, siguiendo a V. Lull y J. Estévez (1986), corresponden a la clase dominante
argárica al incluirse en la 1ª categoría establecida según la composición del ajuar.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Por último cabe señalar la documentación de un fragmento de brazalete de piedra blan-


ca, probablemente caliza, de sección de tendencia rectangular con un lado corto angu-
lado, depositado en la colección del Museo de Barcelona (35972). Aunque son poco
frecuentes en contextos de la Edad del Bronce, han sido documentados en diversos
yacimientos del ámbito argárico y levantino (Jover, 1997, 1998) entre las que cabe citar
la documentada en el Cabezo del Navarro de Ontinyent.
Por lo tanto, teniendo en cuenta la base empírica detallada, podemos considerar que el
conjunto de productos líticos procedentes de San Antón y Laderas del Castillo, deposita-
dos en las coleccions del MARQ, Museo Arqueológico de Barcelona y Museo Arqueológi-
co Municipal de Orihuela, unido a otros conjuntos líticos fruto de otras actuaciones y deposi-
tados en el Museo Arqueológico Provincial de Murcia y en el Museo Arqueológico Municipal
de Callosa de Segura, es uno de los más variados y signifi cativos del ámbito argárico, similar
a los documentados por los hermanos Siret (1890) en yacimientos como El Argar.
San Antón y Laderas del Castillo son dos asentamientos plenamente argáricos (Furgús,
1937; Lull, 1983; Hernández, 1986; Jover y López, 1997), de gran tamaño, aunque
el primero parece ser algo mayor, al estar próximo a las 2 Ha de extensión superfi cial. El
carácter agropecuario de ambos está plenamente constatado no sólo por su ubicación
en la zona de mejores tierras de todo el corredor , sino indirectamente por los conjuntos
artefactuales relacionados con la siega y la molturación de cereales documentados en los
trabajos de excavación realizados por S. Moreno (1942), J. Colominas (1927), G. Nieto
(1959) y por J. Furgús (1937), de los que en el presente texto hemos expuesto algunas
10. Brazal de arquero con 4 perforaciones
consideraciones.
procedente de San Antón y depositado en el Museo Los datos sobre el poblamiento en el corredor de la Vega Baja durante la Edad del Bronce
Arqueológico de Murcia.
muestran la existencia de un importante número de asentamientos ubicados en cerros o
estribaciones montañosas que delimitan el corredor , siendo los núcleos de San Antón y
de Laderas del Castillo los de mayor tamaño, con una amplia continuidad ocupacional y
sobre los cuales parece articularse el poblamiento durante buena parte del II milenio BC
(Furgús, 1937; Lull, 1983; Soriano, 1984, 1985; Hernández, 1986). En todos ellos las
actividades productivas dominantes fueron las relacionadas con las prácticas agropecua-
rias aunque, a diferencia de otras zonas más meridionales como el campo de Lorca, no
tenemos constancia de asentamientos de orientación agrícola ubicados en zonas llanas
(Ayala, 1991), cuestión no achacable a la falta de prospecciones o de seguimientos y
excavaciones arqueológicas en dichas zonas.
Por otro lado, aunque podemos inferir que gran parte de la materia prima seleccionada
para la elaboración de instrumental lítico debía proceder de afl oramientos cercanos, ob-
tenidos a través de un abastecimiento directo, y que buena parte del instrumental era
usado hasta su agotamiento, la falta de información contextual imposibilita realizar valora-
ciones que vayan más allá de la información contenida en el análisis de los objetos en sí
mismos. No obstante, todo parece indicar que cada unidad de asentamiento tendería a
producir por sí mismos la mayor cantidad de productos necesarios en su mantenimiento
y reproducción, primando la autosufi ciencia y el autoabastecimiento. Ahora bien, existe
un serie de evidencias líticas a las que debemos de unir otras de productos realizados
sobre diferentes materias primas –rocas verdes, metal, marfi l–, que nos permiten inferir
que su adquisión se realizó a través de procesos de intercambio.
121

Mientras la obtención del sílex y de la mayor parte de las rocas parece gestionarse me-
diante el autoabastecimiento, a partir de laboreos superfi ciales por parte de los miembros
de cada una de las unidades domésticas, el aprovisionamiento de materias primas como
rocas ígneas, no parece gestionarse de la misma forma al tratarse de asomos masivos
puntuales. Los únicos afloramientos de rocas ígneas se localizan en las sierras de Orihuela
–Cabezo de San Antón–, Abanilla –Cabezo Negro–, isla de aTbarca y en el término munici-
pal de Orxeta, al norte de El Campello. Por eso, mientras cabe suponer un abastecimiento
directo –en función de su proximidad a los afloramientos– por parte de yacimientos como
el de San Antón, o de Hurchillo o Pic de les Moreres por su proximidad al Cabezo Negro,
el resto de yacimientos de la V ega Baja, Camp d’Elx y Camp d’Alacant los obtendrían a
través de procesos de intercambio y distribución con los anteriores. Lo mismo podemos
considerar de los productos manufacturados en esquistos, sólo presente en las sierras
de Orihuela, Callosa y diversos cabezo aislados próximos, como el Cabezo Pardo. Pero
también para cobre, cuyos únicos fi lones cúpricos parecen estar en la sierra de Orihuela
(Simón, 1998).
En este sentido, el asentamiento de San Antón tuvo que desempeñar un papel funda-
mental en las tierras septentrionales del ámbito argárico, ya que en sus proximidades
es donde se localiza uno de los asomos de rocas ígneas más importante, las únicas
vetas cúpricas y auríferas de la V ega Baja y constituir uno de los asentamientos de ma-
yor tamaño. En este mismo sentido, ya J. Furgús (1937) señaló la excavación de más
de 800 tumbas, un número enormemente elevado, algunas de las cuales pudieron ser
reinterpretadas y destacadas por sus ajuares en trabajos posteriores (Hernández, 1986;
Jover y López, 1997). De este modo, su importancia como centro político redistribuidor
en las tierras septentrionales de la zona argárica tuvo que ser muy destacada, aunque
ese extremo no podrá ser contrastado mientras no se ponga en marcha un proyecto de
investigación que contemple, entre otras actuaciones, su excavación.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

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EN LOS CONFINES DEL ARGAR

La producción ósea
en los yacimientos
argáricos de
San Antón y
Laderas del Castillo Juan A. López Padilla
MARQ

A poco que revisemos, aun de forma exhaustiva, la bibliografía disponible hasta ahora
acerca de la producción ósea de la Edad del Bronce en la Península Ibérica, podremos
constatar rápidamente que su estudio nunca ocupó un lugar destacado en la investiga-
ción. Si nos remontamos a los primeros trabajos clásicos –los de E. y L. Siret (1890)–
comprobaremos que la atención prestada a los utensilios y adornos elaborados sobre
soportes óseos fue francamente escasa. Tan sólo en el caso del yacimiento de El Argar
se extendieron un tanto en ciertas consideraciones, que ocuparon apenas seis párrafos
para la descripción de más de 600 piezas (Siret y Siret, 1890: 152). De las cuentas de
collar localizadas fuera de las sepulturas ni se hace mención (Siret y Siret, 1890: 153) y
los objetos de hueso depositados en el interior de las tumbas apenas ocupan unas líneas
(Siret y Siret, 1890: 170). Bien poco en comparación con las 10 páginas dedicadas a la
cerámica o con los capítulos enteros dedicados en la obra a la metalurgia y a los distintos
metales trabajados en los yacimientos explorados.
Este desinterés por los artefactos óseos de la Edad del Bronce, no sólo evidente en la
obra de los Siret, se fundamentaba por un lado en la aparente monotonía de sus formas
y, por otro, en su magra presencia en los ajuares de las tumbas, las cuales constituían
ya entonces el principal objeto de estudio de los yacimientos de este momento. Sólo en
contados trabajos se reconocía una importancia sustancial al trabajo de las materias óseas.
Curiosamente, J. Furgús (1937) exponía en varias páginas la diversidad y calidad de los
productos óseos hallados en sus excavaciones de las Laderas del Castillo en Callosa de
Segura y de San Antón en Orihuela, durante las cuales exhumó, como más adelante vere-
mos, punzones, sierras, cinceles, espátulas, puntas de flecha, botones y cuentas de collar.
125

No obstante, esto no dejaba de resultar casi la excepción a la norma, pues la tendencia


a minusvalorar el registro artefactual óseo de esos momentos de nuestra prehistoria, lejos
de atemperarse en la primera mitad del siglo XX, se acentuó de forma notable en los años
siguientes como puede comprobarse en trabajos como los de E. Cuadrado –para quien,
de las 22 páginas dedicadas a ensayar una tipología para los productos argáricos, sólo
una resultó ser a su juicio sufi ciente para resolver la clasifi cación de los útiles de hueso
(Cuadrado Ruiz, 1950: 110) o M. T arradell– que en su fundamental estudio sobre la
prehistoria reciente del País V alenciano, apenas dedicó un párrafo de siete líneas al tra-
bajo de las materias óseas, “industria” a su juicio en manifi esto proceso de decadencia
debido a que el punzón de hueso, herramienta tan importante en la época anterior , se
veía sustituido ahora por el de cobre (Tarradell Mateu, 1963: 145).
Esta idea se ha mantenido más o menos vigente durante mucho tiempo. Así, a comien-
zos de los años ochenta veía la luz el trabajo de V . Lull (1983) en el que se pretendía
ofrecer un nuevo panorama globalizador de la cultura argárica desde una óptica mate-
rialista histórica y en un marco claramente economicista. Sin embargo, en contradicción
con esos propósitos, el autor también dejó de lado desde el primer momento los uten-
silios de hueso, a pesar de constituir una parte signifi cativa del registro arqueológico de
los yacimientos. Primero, se vieron excluidos de estudio en el capítulo dedicado a los
artefactos argáricos dada su general ausencia en los contextos funerarios, relegándose
su tratamiento al apartado del trabajo centrado en el análisis de los procesos de produc-
ción –para, en dicho capítulo, hacer en la práctica una nula referencia a los mismos–;
más adelante, el autor admite el escaso interés que para sus propósitos presentaban
la mayor parte de los productos óseos por causa de su carácter tecnómico “ ...con
tendencias de fabricación que se ajustan más a la función a que están destinados que
a las modas culturales, y esto hace que se establezcan identidades de modelos en cul-
turas distintas para útiles que desarrollan la misma función” (Lull, 1983: 219). Sin duda
por estos motivos los únicos productos óseos a los que dedicó una especial atención
fueron los botones de perforación en V (Lull, 1983: 214) y algunos tipos de cuentas de
collar y elementos de adorno localizados en el interior de las tumbas (Lull, 1983, 211).
En resumidas cuentas, para V. Lull los artefactos óseos seguían ofreciendo entonces un
carácter extracultural y escaso valor cronológico, lo que justifi caba un débil interés en su
tratamiento.
En esas fechas comenzó a señalarse la necesidad de un análisis riguroso de los produc-
tos óseos de los yacimientos de la Edad del Bronce (Hernández, 1985) al hilo del impulso
que desde mediados de la década anterior se estaba dando en Europa al estudio de los
objetos de hueso paleolíticos y postpaleolíticos, gracias principalmente a los esfuerzos de
H. Camps-Fabrer y un nutrido grupo de colaboradores. La infl uencia de estos trabajos
fue decisiva para que en los años ochenta se multiplicaran los trabajos concernientes a
la industria ósea neolítica –con estudios pioneros como los de V . Salvatierra (1980), P.
Utrilla y V. Baldellou (1982) o E. Vento (1985)– a los que seguirían los primeros ensayos
relativos a colecciones óseas de la Edad del Bronce (Fonseca, 1988; López Padilla,
1991, 1993, 1994, 1995, 1998; Pastor Vélez, 1994; Pascual Benito, 1995; Maicas y
Papí, 1996; Barciela, 2006, entre otros).
Aunque enfocados desde ópticas diversas, el modelo tipológico propuesto por H.
Camps-Fabrer y sus colaboradores terminó por imponerse en la mayoría de los ensayos
llevados a cabo en nuestro país (Utrilla y Baldellou, 1982; Ruiz Nieto et al., 1983; Roda-
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

nés, 1987; Pascual Benito, 1999). Sin embargo, el modelo –con claras pretensiones
paneuropeístas– que se refl eja en las fi ches typologiques ha necesitado, en todos los
casos en los que se ha tratado de aplicar a un registro concreto de materiales, de una
cierta adaptación que le permita ser útil en contextos regionales menores que el conti-
nente europeo.
En lo que, sin embargo, todos los autores han venido hasta la fecha a coincidir es en
separar, explícita o tácitamente, dos grandes conjuntos de objetos: instrumentos y ador-
nos. Su diferenciación, basada fundamentalmente en un criterio funcional, resulta igual-
mente operativa desde una óptica centrada en el proceso productivo y el consumo social
de los objetos óseos: los primeros, en cuanto herramientas, se destinan a un consumo
productivo, pues se hallan involucrados en la producción de otros bienes, mientras que
los adornos participan de un consumo no productivo ya que son bienes que, aunque
puedan ser objeto de intercambio, están en principio destinados a un consumo inmedia-
to. Al hilo de estos argumentos, en un trabajo reciente en el que abordamos el análisis de
la producción y consumo de artefactos óseos de la Edad del Bronce en el área central y
meridional del Levante peninsular (López Padilla, 2009), hemos seguido una ordenación
basada en la propuesta de R. Risch (2002) que separa los artefactos en artefactos me-
diales –aquéllos involucrados en la producción de otros bienes– y artefactos finales –los
producidos para ser usados y consumidos sin participar en dicha producción–. En base
a esa diferenciación esencial establecimos el marco principal de análisis del heterogéneo
conjunto de artefactos óseos registrado en esta zona de la Península Ibérica, en el que
se incluyen también, como es lógico, los procedentes de los yacimientos de San Antón y
Laderas del Castillo y que en su gran mayoría se hallaron en las excavaciones que entre- fi
nales del siglo XIX y primeros años del siglo XX realizaran en estos dos yacimientos J. Fur
-
gús y J. Colominas, así como algunos eruditos y aficionados locales, como T. Brotóns.

La colección de artefactos óseos de San Antón y Laderas del Castillo


El considerable tiempo transcurrido desde su hallazgo y los avatares sufridos por la co-
lección de objetos reunida por J. Furgús en el Colegio de Santo Domingo de Orihuela
explican las difi cultades que ha conllevado la correcta identifi cación de buena parte de
estos materiales. Para algunos de los objetos hemos dispuesto de ciertos indicios –fun-
damentalmente su mención en el texto o su representación en alguna de las láminas
que ilustran los trabajos de J. Furgús– que han posibilitado reconocer su pertenencia al
registro de uno u otro de los yacimientos excavados por Furgús. De otros no ha sido
posible determinarlo, aunque existe la certeza de que todos los aquí analizados fueron ex-
humados por el arqueólogo jesuita en San Antón o en las Laderas del Castillo de Callosa.
En contados casos algunos detalles nos permitirían al menos proponer la procedencia de
ciertos artefactos, como ocurre con la pieza B- 347 del Museo Arqueológico Comarcal
de Orihuela, que tal vez se corresponda con un objeto hallado en Laderas del Castillo
figurado en una de las láminas (Furgús, 1937: V, Lám. II. fig. 4ª) o algunas cuentas sobre
pequeñas diáfisis óseas que quizá correspondan a los “tubitos cilíndricos” mencionados
en una ocasión por J. Furgús (1903: 755).
Como resultado de ello, apenas hemos inventariado un total de 22 piezas que con se-
guridad proceden del yacimiento de San Antón, la mayoría pertenecientes a la Colección
Brotóns que se encuentra depositada en el Museo Arqueológico de Murcia y que ya
127

fuera publicada al completo por G. Nieto (1959). Así mismo, en los almacenes del Museu
d’Arqueologia de Catalunya se conser van varias piezas que han podido reconocerse
entre el material fi gurado en las láminas publicadas por Furgús (1903: f. 26-27). Se ha
de admitir por tanto que la muestra que incluimos en este trabajo resulta muy poco re-
presentativa de la abundancia relativa de los tipos presentes en este yacimiento, extremo
fácilmente constatable a partir de la referencia gráfica de la obra de Furgús (1937), por la
que sabemos de la existencia de otros muchos objetos más que no hemos conseguido
localizar o analizar directamente.
Menos problemático ha resultado identifi car el material óseo procedente de las exca-
vaciones de J. Colominas en Laderas del Castillo, que pudimos analizar en las depen-
dencias del Museu d’Arqueologia de Catalunya, en donde hoy se conservan, pues éste
resulta fácilmente reconocible en las láminas publicadas. Pero en lo que concierne a
este yacimiento, el conjunto de productos óseos más numeroso es el conservado en el
Museo Arqueológico Municipal “Antonio Ballester Ruiz” de Callosa de Segura, no pudién-
dose identifi car más que en el caso de parte de los objetos conser vados en el Museo
Arqueológico Comarcal de Orihuela su procedencia de las excavaciones de J. Furgús,
como ya se ha comentado.
Artefactos mediales.
Los punzones son, sin duda, el conjunto más numeroso entre los distintos tipos de
1. Punzones de San Antón y Laderas del Castillo.
instrumentos de hueso y asta, no sólo de los yacimientos de la Edad del Bronce de la
mitad oriental de la Península, sino en prácticamente todas las regiones y etapas de la
Prehistoria reciente. A juzgar por las láminas y comentarios publicados por Furgús, de
entre los punzones hallados en San Antón y Laderas del Castillo destacaron por su nú-
mero aquéllos caracterizados por conservar la epífisis natural del hueso completa o poco
modificada. Cabría aquí además distinguir dos grandes grupos: los punzones obtenidos
a partir de diáfisis con cavidad medular y los elaborados con huesos sin cavidad medular.
En el primer grupo los soportes óseos utilizados para su fabricación son principalmente
las tibias, aunque también se utilizan metapodios y , muy esporádicamente, radios de
ovicaprinos, mientras que en los segundos es mayoritario el empleo de ulnas y fíbulas
de suido.
De San Antón sólo contamos con un punzón, bastante completo, perteneciente a un
tipo muy común en el Sudeste peninsular y áreas aledañas durante las primeras centurias
del II milenio ANE, elaborado sobre tibias de ovicaprino con el canal medular comple-
tamente abierto (fi g. 1), de los que al parecer existió una nutrida representación en el
yacimiento (Furgús, 1903: 752- 754, fig. 26ª a 28ª). Por descontado que muchos otros
tipos existentes en San Antón no aparecen en las colecciones estudiadas, a pesar de
que sabemos que se encontraban entre los artefactos exhumados por el jesuíta, como
varios ejemplares de punzones sobre soportes óseos diafi siarios sin canal medular. Así
mismo, aparecen fi gurados en sus láminas alfi leres elaborados sobre fíbulas de suidos,
de los que tampoco hemos llegado a localizar ninguno.
También en Laderas del Castillo los punzones son, con diferencia, el grupo de artefactos
óseos más representado. Una buena parte de las piezas depositadas en Callosa de
Segura corresponden a fragmentos –siete piezas– demasiado pequeños, que constitu-
yen porciones imposibles de clasifi cación precisa, aunque al menos dos de ellos fueron
elaborados claramente sobre tibias de ovicaprino y es probable que pudieran adscribirse
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

al tipo de punzones de canal medular abierto del que ya hemos tratado, al que así mismo
corresponden varios otros ejemplares –ocho– mucho mejor conservados, que se suman
a los dos que recoge J. Colominas en su publicación (Colominas, 1932, f. 67), por lo
que se trata también en este yacimiento del tipo de artefacto punzante mejor representa-
do (fi g. 2). Del resto de los punzones catalogados del yacimiento, uno pertenece al tipo
de base epifisial sobre ulna y otro está elaborado sobre un radio de ovicaprino con canal
medular abierto (Colominas, 1932, f. 67). Además de éstos, en la colección conservada
en Callosa de Segura se conservan fragmentos de dos punzones elaborados sobre pa-
redes diafisiarias de apreciable grosor y otros dos con extremos proximales modifi cados
probablemente para posibilitar su inserción en mangos de madera o hueso.
Resulta difícil pronunciarse acerca de la fi nalidad concreta a la que estaban destinados
estos objetos. Probablemente, la misión de la mayor parte de los artefactos reunidos en
esta categoría sería realizar múltiples operaciones manuales relacionadas con un am-
plio elenco de actividades de tipo doméstico, entre las que además de perforar , estaría
2. Punta de flecha
pedunculada. San Antón.
también la elaboración de productos de cestería, con la que parecen mostrarse muy
acordes las señales de uso preser vadas en los objetos de este tipo que mejor se han
conservado (Becker, 2001: 132). Ocasionalmente, en alguno de los ejemplares se apre-
cia también cómo la continuada labor de reafilado del punzón ha provocado una desvia-
ción de alguno de los ejes laterales longitudinales de la pieza. Ello puede apreciarse de
forma especialmente clara en el caso del punzón de San Antón que aparece en nuestra
figura 1, donde se observa claramente cómo éste ha quedado desplazado lateralmente
hacia el eje izquierdo a consecuencia del reavivado. Estos datos indican una labor de
mantenimiento de la vida útil de este tipo de artefactos que implica un valor mayor del que
hasta ahora se había supuesto en cuanto a su aportación al conjunto de la producción
social argárica.
J. Furgús (1903: 752) llegó a mencionar el hallazgo de alguna punta de flecha de hueso
en San Antón. Sin embargo, el único ejemplar de este tipo que hemos podido analizar ,
procedente de este yacimiento, es una punta pedunculada sin aletas perteneciente a
la colección Brotóns. Se trata de una pieza de pequeño tamaño, de sección aplanada,
con pedúnculo fragmentado de sección rectangular , que apenas conser va 3,5 cm de
3. Punta de flecha de longitud y que ofrece señales de trabajo por abrasión en ambas caras de la hoja (fi g. 2).
cuatro aletas laterales. No hemos podido tampoco localizar las puntas de fl echa que Julio Furgús fi gura en sus
Laderas del Castillo.
láminas correspondientes a los materiales óseos de Laderas del Castillo (Furgús, 1937:
V. Lám II. 4ª), si bien de este yacimiento se cuenta con un ejemplar excepcional, hallado
durante los trabajos de J. Colominas (1932: f. 67), caracterizado por presentar cuatro
pequeñas aletas agudas en los extremos de una hoja de sección aplanada con bordes
laterales convergentes, justo a la altura del arranque de un pedúnculo de sección rec-
tangular de aproximadamente 0,8 cm de ancho (fi g. 3). La pieza en cuestión se elaboró
a partir del recorte de una lámina de asta de ciervo, de la que conserva aún apreciables
señales del tejido esponjoso en una de sus caras.
La fabricación de puntas de fl echa de hueso es un fenómeno que, constatado en eta-
pas anteriores, parece tomar cuerpo definitivamente entre las sociedades de la Edad del
Bronce peninsular. Registradas cada vez en mayor número en los yacimientos, presen-
tan una diversidad formal muchísimo mayor que las puntas de fl echa metálicas. Éstas
últimas aparecen replicadas en hueso en casi todos los casos aunque algunas piezas,
como las de tres aletas o las de pedúnculo tubular, dan la sensación de anticiparse a los
129

modelos metálicos que se impondrán al fi nal de la Edad del Bronce (Hernández Pérez y
López Padilla, 2001).
Tras los punzones, los utensilios óseos mejor representados en los yacimientos de San
Antón y Laderas del Castillo son, curiosamente, los cinceles y alisadores elaborados so-
bre diversos tipos de soportes óseos, principalmente gruesos fragmentos diafi siarios de
metapodios de bóvidos o equinos o astas de ciervo, lo que implica una selección cons-
ciente de soportes de especial dureza, sin duda para facilitar el desempeño de labores
que requerían instrumentos con una especial resistencia o para los que conviniese dotar
de una prolongada vida útil.
A falta de análisis traceológicos rigurosos, cabe suponer un abanico de aplicaciones
bastante amplio para este tipo de artefactos, y no siempre ligado a la percusión y extrac-
ción de porciones de materias duras y consistentes, sino también a otras vinculadas con
el frotamiento y eliminación de materiales semi-rígidos, como por ejemplo la corteza de
árboles, o incluso de materias grasas como los residuos adheridos a las pieles.
La operatividad de este tipo de piezas para el trabajo de la madera está comprobada
en diversas experiencias, entre las que es posible encontrar incluso la producción de
artefactos relativamente complejos, como por ejemplo cuencos (Camps- Fabrer et al., 4. Cinceles de hueso y asta de San Antón.
1998: 105, fi g. 13.1), pero también han demostrado su efi cacia en otras labores más
exigentes, como el trabajo del asta de cér vidos (Schibler, 2001). Pero a pesar de que
un número relevante de las piezas analizadas ofrecen marcas evidentes de impactos y
señales de percusiones, manifestando bien a las claras el tipo de trabajo desempeñado
de manera predominante, otras muchas conser van un lustre de uso que también per -
mite relacionarlas con el ablandado de pieles y preparación de cueros, como evidencian
los estudios de A. Legrand e I. Sidéra (2007) realizados a partir de la comparación de
piezas originales y réplicas empleadas principalmente en labores de peletería y curtiduría.
La colección de cinceles y alisadores de San Antón que aparecen figurados en las lámi-
nas de la obra de J. Furgús es muy importante, contándose no menos de una quincena
(Furgús, 1903: 752- 754, fi g. 26ª a 28ª). Algunos de ellos han podido reconocerse
entre los materiales depositados en el Museu d’Arqueologia de Catalunya, como las
piezas nº 37911, 37948 y 37949 (fi g. 4). Se trata en los tres casos de porciones diafi -
siarias longitudinales, sólo una de las cuales conserva como base el extremo epifisial del
hueso. Todas presentan un acusado lustre de uso en los extremos distales, que denota
el desempeño de actividades que conllevaron el frotamiento continuado con algún tipo
de superfi cie. Uno de los ejemplares mejor conser vados pertenece, no obstante, a la
colección Brotóns (fi g. 5). Presenta casi 15 cm de longitud y un acusado lustre de uso
en el extremo distal.
Además de los ejemplares elaborados sobre porciones diafi siarias, otra parte relevante
de este tipo de artefactos se realizó a partir de láminas longitudinales de asta de cier
vo re-
cortadas. Algunos de los exhumados por Furgús en San Antón también aparecen entre
la colección del Museu d’Arqueologia de Catalunya (fi g. 5), aunque la pieza de este tipo
mejor conservada es una de las que encontró el jesuita en Laderas del Castillo (fi g. 6) y
que aparece figurada en una de sus láminas (Furgús, 1937: Lám. V.II. f. 4ª).
La resistencia y dureza del asta de ciervo la convertía en la materia prima indicada para la 5. Cincel de hueso de San Antón.
elaboración de herramientas resistentes, destinadas a golpear o trabajar materias duras.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Este es un hecho especialmente evidente, como acabamos de ver , en el caso de los


cinceles y cuñas, pero también en el de los picos y utensilios punzantes fabricados sobre
luchaderas o candiles de astas de ciervo, fabricados la mayoría mediante aserrados metá-
licos que han dejado nítidas huellas sobre su superficie. Aunque algunos parece evidente
que se empuñaban de forma directa, asiéndolos por la parte más roma, otros en cambio
muestran indicios de haber sido enmangados, bien sea por medio de ligaduras o engar -
ces o bien atravesados por algún tipo de remache o clavo –no necesariamente metálico–
que los sujetara a un astil de madera por su parte mesial o por la proximal. De acuerdo con
los contextos estratigráficos en los que se han documentado, su uso parece generalizarse
a partir de etapas avanzadas, y resultan sumamente escasos en el conjunto de artefactos
exhumado por Furgús. Tan sólo puede anotarse una pieza fragmentada de Laderas del
Castillo, depositada actualmente en el Museo Arqueológico de Callosa de Segura.
En menor número que punzones, cuñas y espátulas se cuentan otros tipos de herra-
mientas, tales como sierras –normalmente elaboradas sobre costillas y escápulas- o fu-
sayolas fabricadas con la roseta perlada que se encuentra en la base de las astas de los
ciervos. La mayoría de las primeras parecen en principio presentar señales de uso que
indican una relación muy directa con el aserrado de materiales de mediana consistencia,
aunque no se puede descartar completamente su uso como peine de cardado, tal y
como ya planteara el propio Furgús (1937: 39). Sin embargo, el estudio detallado de las
huellas presentes en la zona activa del instrumento ha revelado en los casos analizados
6. Paleta y cincel recortados sobre asta de ciervo. que el desgaste se concentra mayoritariamente en el ápice de los dientes, y no en los
intersticios, lo que supone una evidencia en principio contraria a su empleo en el trata-
miento de ningún tipo de fibras, y nos orienta hacia otra clase de usos, como por ejemplo
la eliminación de residuos en las tareas de tratamiento de las pieles.
El yacimiento de San Antón proporcionó a J. Furgús (1903: 752, Fig. 26ª) un número muy
elevado de sierras de hueso, casi todas elaboradas a partir de costillas de bóvido, alguna
de las cuales se ha conservado en la colección del Museu d’Arqueologia de Catalunya (fi g.
7) aunque uno de los ejemplares más completos pertenece a la colección que los herede-
ros de T. Brotóns cedieron al Museo Arqueológico de Murcia, y que se incluye en el catá-
logo de la exposición. Furgús también halló este tipo de utensilios en Laderas del Castillo,
aunque de este yacimiento la única pieza que hemos podido analizar directamente procede
de un hallazgo casual depositado en el Museo Arqueológico de Callosa de Segura.
Encontramos también un cierto número de mangos de hueso, siendo con diferencia los
metapodios de ovicaprinos el soporte óseo más empleado para su fabricación. En la
colección Furgús se conservan dos mangos de este tipo, uno de ellos aún con el pun-
zón de metal insertado en su interior y con una perforación en la base, probablemente
destinada a pasar un cordel para llevar el objeto sujeto de este modo a la muñeca o a la
cintura. Son un tipo de producto depositado con cierta frecuencia en las necrópolis argá-
ricas, como demuestra su presencia, entre otras, en tumbas de Los Cipreses (Martínez,
Ponce y Ayala, 1996: 38) o Los Molinicos (Lillo Carpio, 1993: lám. IV-B2).
Por último, no faltan tampoco las paletas y espátulas generalmente fabricadas sobre
porciones óseas de escápulas, pelvis o costillas, e incluso también de mandíbulas de
7. Sierra elaborada sobre una costilla de
bóvido. San Antón. ovicaprinos. Algunas de ellas presentan apéndices apuntados en la parte proximal con
señales que indican claramente que se diseñaron para ser enmangadas.
131

Artefactos finales.
Otra parte importante de la colección de productos que hemos estudiado son objetos
destinados al ornato personal o al de otros utensilios, siendo de destacar la importante
presencia de elementos de marfi l. Del yacimiento de San Antón J. Furgús menciona
expresamente la presencia de botones cónicos, brazaletes y también un fragmento de
peine (Furgús, 1937, 40) que no hemos podido localizar. Sí que se han conservado, en
cambio, alguno de los brazaletes y tres botones fragmentados que muy probablemente
se corresponden con los descritos por él.
Los brazaletes son el tipo de artefacto de marfil más común en el ámbito argárico. De los
yacimientos de San Antón y Laderas del Castillo hemos localizado cinco ejemplares aun-
que sólo uno se conserva completo (fi g. 8). Se trata de un brazalete de sección pseudo
triangular con el vértice orientado hacia el exterior, lo que le confi ere una gran semejanza
8. Brazalete de marfil de San Antón o Laderas del
con el excepcional brazalete de oro macizo hallado en Fuente Álamo, el cual formaba
Castillo.
parte del ajuar funerario de una tumba –la 75– del tipo covacha en la que se hallaban
inhumados un hombre y una mujer. El brazalete se encontraba en el brazo del individuo
masculino, aproximadamente a la altura del codo, y por el signifi cativo ajuar metálico y
cerámico que le acompañaba puede considerarse uno de los enterramientos más rele-
vantes de la cultura argárica, encuadrable en momentos tempranos de la ocupación del
yacimiento (Schubart, Arteaga y Pingel, 1985: 97).
A estos objetos se suman otras piezas empleadas como elementos de adorno, como
los tres botones cónicos de perforación en V, ya mencionados, y varias cuentas de collar
de marfi l y hueso de diversa morfología. Una de las más relevantes es una cuenta de
collar en forma de dos troncos de cono unidos por la base. T ambién de marfi l eran, al
parecer, dos discos con una perforación central que J. Furgús localizó en el interior de
una sepultura de San Antón (Furgús, 1905: 369) y que fueron hallados junto con tres
conchas de conus perforadas y un conjunto de más de medio centenar de minúsculos
conos de oro perforados transversalmente en la base. Hoy se desconoce el paradero de
estas dos piezas, pero por lo que puede apreciarse en la lámina publicada por el excava- 9. Brazalete de cuentas tubulares de hueso.
dor jesuita se asemejan bastante en forma y dimensiones a uno de los objetos apareci- Cabezo Pardo.
dos en el ajuar de la tumba 3 de Los Cipreses, en Lorca (A
yala, Martínez y Ponce, 1996).
Además de estas cuentas de marfi l de San Antón y Laderas del Castillo proceden tam-
bién algunas otras elaboradas a partir de soportes óseos diversos, como porciones
diafisiarias de huesos de pequeño tamaño y vértebras de peces de diferentes morfolo-
gías. De las primeras se conservan tres piezas, todas ellas elaboradas con porciones de
fémures y tibias de pequeñas dimensiones. Un reciente hallazgo en Cabezo Pardo hace
sospechar que posiblemente estas pequeñas cuentas tubulares se emplearan también
para elaborar brazaletes, además de collares (fi g. 9).
Algo más numerosas son, en cambio, las cuentas realizadas a partir de vértebras de
distintas especies de escualos. Parece indudable que al margen de la morfología ósea
natural, el propio origen marino de las piezas pudo dotarlas de un valor singular . Su em-
pleo como elementos para collar ya fue documentado por los Siret en el yacimiento de
El Argar, donde los hallaron en abundancia tanto fuera de los ajuares funerarios (Siret y
Siret, 1890: lám. 25.21-23) como formando parte de ellos, por ejemplo, en las tumbas
22, 65 y 432 (Siret y Siret, 1890: lám. 50 y 52).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Entre los objetos de la colección Brotóns se encuentra también un aro de marfi l perforado
en uno de sus extremos, sin duda para llevarse suspendido o para engarzar en él un aro
metálico u otro tipo de elemento, pero que es posible que en origen se hubiera empleado
como brazalete. Así mismo, de San Antón procede igualmente un colmillo de suido con
una entalladura en uno de los extremos, circunstancia que en la mayoría de los casos
suele acompañar en este tipo de objetos a un extremo opuesto perforado. Se trata de un
elemento que probablemente debió constituir parte de collares, aderezos para vestidos o
brazaletes, tal y como han propuesto algunos autores a partir de la información contextual
recabada en algunos yacimientos funerarios y su comparación con el registro etnográfico
(Armendáriz Gutiérrez, 2007: 138). A juicio de los hermanos Siret, en el yacimiento de
El Argar este tipo de piezas debía posiblemente asociarse a los individuos enterrados
de sexo masculino (Siret y Siret, 1890: lám. 30. 580). Parece que este extremo puede
afirmarse para algún caso, como el de las tumbas 554, 580 y 813, en las que está
constatada la presencia del hacha entre los elementos de ajuar, pero por el momento es
algo muy difícil de corroborar.
Finalmente, las dos piezas más relevantes del conjunto que hemos estudiado son dos
conteras que adornaban los extremos de los mangos de dos puñales, probablemente
hallados en el interior de sepulturas, pertenecientes también al conjunto de objetos de
San Antón hallado por T . Brotóns y que constituyen un tipo de producto singular en el
repertorio artefactual argárico.
El primero de los ejemplares (fig. 10 y 11) conser va una perforación intacta en la cara
anterior de la pieza, mientras que la parte posterior se encuentra fracturada. Además del
número de remaches, sus diferencias con el otro pomo o contera (fi g. 12) también resi-
den en la morfología de la parte superior, que presenta una anchura considerablemente
10 y 11. Pomos de marfil de San Antón. mayor que la de la zona de inserción en las cachas del mango.
Este tipo de objetos, de los que para la Edad del Bronce se conocen varios ejemplares
en el ámbito mediterráneo, constituyen un ejemplo de ostentación y ornato en un objeto
de carácter utilitario. Presentan morfología diversa, desde las piezas de forma más o me-
nos cilíndrica sujetas por medio de remaches, como los de San Antón, hasta los ejem-
plares de apéndice esférico y engarce en espiga como el hallado en el Departamento XXIII
de Cabezo Redondo, en Villena.
La mayoría de los pomos y apliques de marfil argáricos localizados hasta el momento pro-
ceden del interior de sepulturas, como se acredita en la tumba 265 de El Ofi cio (Schubart
y Ulreich, 1991: 241), en la tumba I de la Illeta dels Banyets y también, probablemente,
en el caso de los pomos de San Antón que acabamos de ver , aunque tampoco faltan
133

piezas registradas en contextos domésticos, como en el caso de la casa “x” de El Oficio


(Siret y Siret, 1890: 244) o el registrado al exterior de la Casa 1 de Los Cipreses (López
Padilla, 2009).
Conclusiones
La colección de artefactos óseos conocida hasta la fecha de los yacimientos argáricos
de San Antón y de Laderas del Castillo creemos que resulta sufi cientemente represen-
tativa de la diversidad de objetos que durante casi mil años fueron producidos a partir de
la transformación de dientes y de distintas partes esqueléticas de animales domésticos y
salvajes y también de las astas de cérvidos. Estos objetos se usaron y consumieron en el
marco de una amplia gama de actividades relacionadas tanto con la reproducción física
como ideológica de las comunidades argáricas allí asentadas.
En cualquier caso su estudio, junto con las evidencias del registro obtenido en las ac-
tuaciones de las dos últimas décadas, ha revelado que la visión a grandes rasgos man-
tenida desde mediados del siglo XX, de una artesanía del hueso decadente y de unos
productos paulatinamente suplantados por los artefactos metálicos que comienzan a
generalizarse durante la Edad del Bronce, debe dejar paso a una imagen mucho más
compleja y dinámica. Hoy es fácil comprobar lo errado de estas apreciaciones ante la
abundancia de artefactos óseos registrada en yacimientos como Cabezo Redondo (Vi-
llena, Alicante) en los que la metalurgia comienza a aparecer, por primera vez, como una
actividad plenamente desarrollada (Simón, 1998). De hecho, la decisiva participación del
instrumental metálico en los procesos de elaboración de las piezas se revela como una
de las características más sobresalientes de la industria ósea de momentos avanzados
del Argar. La generalización progresiva del uso de sierras, cuchillos y punzones metálicos
vino en realidad a reducir la inversión de tiempo y esfuerzo en los procesos de produc-
ción, como queda patente en el elevado número de señales y de cortes realizados con
objetos metálicos en un gran número de piezas de Cabezo Redondo.
Bien es verdad que hasta entonces las herramientas de metal restringían prácticamente
su uso, en lo que a la producción de artefactos óseos se refiere, a la manufactura de ob-
jetos de marfil, material del que también se había supuesto una reducción en la demanda
en comparación con épocas precedentes. Sin embargo, esta supuesta decadencia
del consumo del marfi l no se ve tampoco corroborada por los datos, sino que, muy al
contrario, éste aparece claramente reflejado en el registro en forma de objetos manufac-
turados –principalmente botones y brazaletes– y también en forma de rodajas en bruto
o barras prismáticas, concentrándose generalmente su hallazgo en los yacimientos más
importantes, como sin duda lo fueron San Antón y Laderas del Castillo.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

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EN LOS CONFINES DEL ARGAR

De hilos, telares
y tejidos en el Argar
alicantino José Antonio López Mira
UNED

Introducción
El proceso de transformación de la fi bra, tanto la vegetal como la de origen animal, en
tejido se realiza mediante un largo y, en ocasiones, complejo proceso que en el registro
arqueológico se puede documentar a partir del estudio de una serie de restos materiales
–fragmentos de hilos, tejidos, cestos y cuerdas–, o a partir de objetos relacionados con
este proceso, realizados en hueso –punzones, agujas, peines, fusayolas–, en madera
–lanzaderas, peines, husos, ruecas– y en barro cocido –fusayolas y pesas de telar–.
Los primeros son los llamados testimonios directos primarios y los segundos testimonios
indirectos primarios (Stordeur, 1989; López Mira, 1993, 2001).
Por otro lado, también se documenta este proceso a partir del estudio de improntas
de tejidos, cestería y cordelería sobre cerámicas, paredes y pisos realizados en arcillas,
limos y/o cenizas: testimonios directos secundarios y de la documentación y estudio
de los vestidos y cestos presentes en las manifestaciones de arte rupestre: testimonios
indirectos secundarios.
No obstante, es necesario señalar que la documentación del registro material en los
yacimientos arqueológicos está supeditada a la naturaleza de la materia prima con la que
éste se ha realizado. Por ello, la exhumación de restos arqueológicos realizados en ma-
teria orgánica fácilmente perecedera, como es el caso de las manufacturas en materias
vegetales –madera, lino, esparto, junco, etc.– y animales –pieles y lana–, es mucho más
difícil y/o reducida que la de restos realizados en materias inorgánicas.
137

Esta dificultad está desapareciendo de forma progresiva y/o directamente proporcional a 1. Huso de Terlinques en el
la aplicación de los modernos criterios de excavación arqueológica, y a la confi guración momento de su hallazgo.
de equipos multidisciplinares, que conllevan que como proceso de excavación sea con-
siderado desde la exhumación de los restos en el yacimiento, mediante la aplicación de
medidas preventivas de conser vación, hasta su restauración y estudio de composición
de materias primas en el laboratorio y su posterior exposición en el Museo, en unas con-
diciones expositivas adecuadas: temperatura, humedad, etc.
Esta realidad es la que ha motivado, que si bien hasta fi nales del siglo XX los objetos
realizados sobre madera relacionados con la actividad textil, solamente estaban perfecta-
mente documentados en base a paralelos etnográficos, con la aplicación de sistemas de
registro exhaustivos en las nuevas excavaciones se recuperen restos “espectaculares”.
Este es el caso de la exhumación de varios husos de madera con hilo, 4 cestos o sacos
de esparto y una fusayola en la Unidad Habitacional nº 1 de T erlinques (Villena, Alicante)
(Jover y López, 1999b; 2004, 291; Jover et alii, 2001; Machado, Jover y López, 2004,
365) (fi g. 1).
Por ello, es necesario establecer un proceso de refl exión, respecto a la presencia de
estos elementos, porque su presencia y uso en todos los yacimientos del territorio aquí
analizados y su documentación sería una realidad en el caso de realizar nuevas excava-
ciones en ellos.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Registro Material
En el área de estudio –provincia de Alicante– y en la cultura material en la que se cir -
cunscribe este artículo –Cultura del Argar–, se han documentado testimonios directos e
indirectos primarios en los siguientes yacimientos:
1.- Ladera de San Antón (Orihuela). De las excavaciones realizadas por el Padre Furgús
se exhumaron numerosos testimonios directos, es decir , restos de tejido adheridos a
útiles metálicos, y testimonios indirectos primarios, pero para la mayoría de los casos
actualmente se desconoce su paradero (Furgús, 1905, 1937). Solamente los materiales
integrantes de la Colección J. Furgús, depositada actualmente en el MARQ de Alicante
y en el Museo Arqueológico de Berlín, se han podido estudiar , aunque siempre con las
reservas lógicas de no poder precisar si pertenece a este yacimiento o a las Laderas del
Castillo.
Por otro lado, también existen testimonios indirectos primarios en el Museo Arqueológico
Comarcal de Orihuela.
Testimonios directos primarios: Se han inventariado 5 restos de tejido de entramado
liso y realizados posiblemente en lino (López Mira, 1990, 2004; Pingel (1992, 15,
fig. 7). (fig. 2)
Testimonios indirectos primarios: Se han inventariado 1 fusayola Bitroncocónica o
Subtipo IIA y 4 pesas de telar –2 Circulares con dos perforaciones o Subtipo IA(2), 1
Rectangular con cuatro perforaciones o Subtipo IIA(4) y 1 Elipsoidal con cuatro perfo-
raciones o Subtipo IIIA(4)– (López Mira, 1990, 2004). (fig. 3, 4 y 5).
2.- Laderas del Castillo (Callosa de Segura). De las excavaciones realizadas tanto por
el Padre Furgús (Furgús, 1937), como más tarde por J. Colominas (Colomines Roca,
1936), se exhumaron numerosos testimonios directos, es decir, restos de tejido adheri-
dos a útiles metálicos, y testimonios indirectos primarios, pero por desgracia actualmente
se desconoce su paradero. Como ocurre con los materiales de Ladera de San Antón,
algunos forman parte de la Colección J. Furgús depositada actualmente en el Museo
Arqueológico Provincial de Alicante (MARQ), pero tampoco se puede precisar si perte-
nece a este yacimiento o al de San Antón. No obstante, las piezas aquí incluidas sí que
se sitúan con claridad en este yacimiento, al proceder de la acción clandestina de unos
aficionados en el yacimiento y que actualmente se encuentran depositadas una –fusayo-
la– en el Museo Arqueológico Municipal “Antonio Ballester Ruiz” de Callosa de Segura, y
la pesa de telar en el Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela.
Testimonios indirectos primarios: Se ha inventariado 1 fusayola Bitroncocónica o Sub-
tipo IIA y 1 pesa de telar Triangular o Subtipo IVB (López Mira, 1990, 2004).
3.- Cabezo Pardo (Albatera). Los escasos materiales existentes en el Museu Arqueo-
lògic, Etnològic i Paleontològic Municipal de Guardamar del Segura, nos indican una
ocupación del yacimiento durante la Edad del Bronce, pero no podemos precisar en
qué momento del II milenio a.C. se produce. No obstante, en los últimos años se ha
incluido en un proyecto de investigación del Museo Arqueológico Provincial de Alicante
(MARQ), dirigido por el Dr. López Padilla, y según comunicación verbal se ha exhumado
el fragmento de una pesa de telar.
139

Testimonios indirectos primarios: Se ha inventariado 2 pesas de telar , 1 Circular con


una perforación o Subtipo IA(1) depositada en el citado Museo (López Mira, 1990,
2004) y 1 Rectangular con cuatro perforaciones o Subtipo IIA(4) en las recientes
excavaciones.
4.- Loma de Bigastr o (Bigastro). Los escasos materiales documentados en las pros-
pecciones denotan una clara cronología del Bronce T ardío para el yacimiento. T odos
ellos se encuentran actualmente depositados en el Museo Arqueológico Comarcal de
Orihuela (Soriano Sánchez, 1984, 1985).
Testimonios indirectos primarios: Se ha inventariado 4 pesas de telar Circulares con
una perforación o Subtipo IA(1) (López Mira, 1990, 2004).
5.- Tabayá (Aspe). Los materiales aquí analizados proceden de las excavaciones siste-
máticas realizadas por el Dr. Hernández Pérez desde 1987 hasta 1991, cuyo resultado
ha sido parcialmente publicado en los últimos años (Molina Mas, 1999; Belmonte Mas,
2004) y entre ellos destaca un resto de tejido exhumado en un enterramiento en fosa,
cuyo ajuar estaba formado por una alabarda y un pequeña tulipa o forma 5 de Siret
(Hernández, 1990). Adherido a esta alabarda se encontraba el tejido. Además también
se han exhumado en el Corte, 8 testimonios indirectos primarios de primer orden por el
conocimiento estricto de su contexto, cuyo material cerámico ha sido también estudiado
y publicado por F.A. Molina (Molina Mas, 1999). Todos ellos se encuentran depositados
en el Museo Arqueológico Provincial de Alicante (MARQ).
Por otro lado las actividades clandestinas, perennes en el yacimiento, han exhumado tres
nuevos testimonios indirectos que también los analizamos al estar depositados en el Mu-
seo Histórico-Artístico de la Ciudad de Novelda, dentro de la Colección de M. Romero.
Testimonios directos primarios: Se ha inventariado 1 resto de tejido de entramado liso,
realizado posiblemente en lino (Hernández Pérez, 1990; López Mira, 1990).
Testimonios indirectos primarios: Se han inventariado, procedentes de las excava-
ciones sistemáticas, 1 fusayola Bitroncocónica o Subtipo IIA y 10 pesas de telar –3
Circular con dos perforaciones o Subtipo IA(2), 1 Rectangular con dos perforaciones
o Subtipo IIA(2), 5 Rectangular con cuatro perforaciones o Subtipo IIA(4) y 1 Elipsoidal
con cuatro perforaciones o Subtipo IIIA(4)–, todos ellos depositados en el MARQ de
Alicante, mientras que de la Colección anteriormente citada se han inventariado 3
pesas de telar: 1 del tipo IIA(4) y 2 del tipo IIIA(4), depositados en el Museo Histórico-
Artístico de Novelda (Navarro Mederos, 1982; López Mira 1990, 2004).

Tejido
El tejido es el eslabón final dentro de la cadena de producción textil, y es el resultado de
entrelazar dos series de hilos perpendiculares entre sí, denominadas urdimbre y trama.
La urdimbre –soporte del tejido–, es un conjunto de hilos dispuestos longitudinal y pa-
ralelamente entre sí, en posición horizontal o vertical según el tipo de telar , por el que se
cruza perpendicularmente la trama –conjunto de hilos introducidos en la urdimbre de
forma perpendicular a la dirección de la misma–. Mientras la urdimbre está ja fi en el telar y
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

su amplitud es la que fija el ancho de la tela, la trama se va colocando pasada a pasada


en cada entrecruzamiento de los hilos de urdimbre.
La finalidad básica del tejido es crear superfi cies lisas, más o menos abrigadas, con las
que el hombre cubra su cuerpo. Es de suponer que esta idea tiene un remoto origen,
aunque como dice Siret (1890, 180) difícilmente puede admitirse que, en todas las es-
taciones del año, los vestidos de lienzo fuesen más convenientes que otros, y es lícito
suponer que pieles de animales, mejor o peor preparadas, a falta de tejidos de lana, se
hayan usado ampliamente.
El tejido que se ha documentado en los yacimientos anteriormente enunciados, presenta
un mismo tipo de trama “armazón cuadrado” (Stordeur , 1989, 25), o “entramado liso”
(Alfaro Giner, 1984, 113). Es el más elemental, primitivo y base de todos los posteriores,
ya que sólo necesita un lizo, y se le puede considerar como el originario, a partir del cual,
añadiendo nuevos sistemas y lizos, se conseguirán los más complejos.
Los hilos presentan una torsión en S –hilos simples–, y algunos en Z –hilos dobles–,
2. Puñal con tejido de Laderas de San Antón.
encontrándose incluso dentro de un mismo tejido algunas variantes, como los bordes
ribeteados o simplemente consolidados por una cuerdecita. Su realización se produce
tanto en el telar horizontal como en el vertical de pesas, con un único lizo, mediante el
cual se elevan o descienden a la vez los hilos pares o impares, dejando así dos huecos,
que se utilizan para el paso de la trama de manera alterna. El resultado fi nal es una tela
en la que la trama pasa por encima de un hilo de urdimbre, y acto seguido por debajo
del que viene a continuación y así sucesivamente. En la vuelta siguiente ocurre lo mismo,
pero el orden en el paso por encima o por debajo cambia, con lo que se logra ese as-
pecto característico en damero, que técnicamente se indica: 1/1.
Conviene señalar, que este tipo de entramado, a veces, no produce un tejido completa-
mente cuadrado, ya que el grosor de los hilos de la urdimbre puede ser distinto al del hilo
de trama. No obstante, para la realización de este entramado el material idóneo es el lino,
del que se pueden obtener hilos finos a la par que resistentes, de ahí que muchas veces
se le llame “tejido de lino o de lienzo” (Alfaro Giner, 1984, 113; Stordeur, 1989, 25).
Los testimonios dir ectos primarios que se han inventariado son 6 repartidos en dos
yacimientos: 1 en Tabayá y 5 en Ladera de San Antón (Furgús, 1905, 15; 1937, 56.
Soriano Sánchez, 1984, 115), todos ellos con este tipo de entramado y posiblemente la
materia prima utilizada en su elaboración sea el lino (Linum usitatissimum), cuyas propie-
dades le confieren unas características buenas para su aplicación textil.
Paralelos de tejido de este tipo hay documentados en gran parte de los poblados argári-
cos excavados, tanto en la provincia de Almería, como en la de Granada y Murcia.

Hilo
El hilo es el primer eslabón de la artesanía o industria textil. Se obtiene de fi bras de
origen animal y vegetal mediante un proceso que, sin signifi cativas modifi caciones, ha
perdurado hasta la mecanización industrial. Estas fi bras son en su estado natural cortas
y pequeñas, por lo que es necesario unir varias en un proceso continuado de rotación
sobre sí mismas si se desea alcanzar un hilo de buena calidad, que se debe caracterizar
por su longitud, elasticidad y resistencia.
141

Es de suponer que las materias primas naturales utilizadas en el periodo que ahora nos
ocupa serían el lino, el cáñamo y la lana, aunque es el primero el único del que tenemos
constancia directa mediante hallazgos arqueológicos: testimonios directos primarios.
Para la Península Ibérica se constatan semillas de lino cultivado alóctono (Linum usitatis-
simum) y de tejidos de lino a partir del Eneolítico y, en especial, la Edad del Bronce en el
Sureste y Portugal. Especial interés reviste el hallazgo de una túnica entre los hallazgos
de los enterramientos Eneolíticos del yacimiento arqueológico de La Cueva Sagrada en
la murciana Sierra de la Tercia en Lorca (Ayala Juan, 1987).
Para el estudio de producción y zonas de cultivo de esta planta en la Península durante
la época clásica, las fuentes literarias aportan datos de interés. Los autores latinos se-
ñalan la extensión de su cultivo, desde Ampurias a Lusitania, y la calidad del producto,
destacando el procedente de Saitabi, cuyos productos eran muy renombrados y su lino
ocupaba el primer lugar en cuanto a calidad, no sólo entre los hispanos, sino también
entre los del resto del Mediterráneo1.
El hilo del lino se obtiene de las fi bras interiores del tallo leñoso de la planta, destacando
por su gran elasticidad, enorme suavidad, fi nísimo diámetro, lo que le confi ere una gran
sutileza, y un color blanco que aumenta a medida que se lava.
El lino cultivado (Linum usitatissimum) es una especie de rápido crecimiento, que nece-
sita alta humedad en sus primeros momentos de crecimiento y temperaturas suaves,
agotando las tierras donde se cultiva (Alfaro Giner, 1984, 52). Así el lugar óptimo para su
cultivo son los suelos arenosos, ya que es necesario el drenaje para evitar el encharca-
miento y putrefacción de las raíces, y ricos en humus. Su cultivo puede ser de secano en
zonas húmedas o de regadío, por lo que el área de cultivo en nuestras tierras no debió
ser excesivamente amplia, al menos hasta la aparición y generalización del regadío.
De todo este proceso interesa destacar aquí exclusivamente el relacionado con la pre-
paración de la fi bra. La planta no se siega. Una vez arrancada y extraída la simiente se
procedía al enriado o proceso destinado a desencadenar reacciones químico-biológicas
que permitan disolver la pectosa o sustancia intercelular , que se quedaba en el agua.
Esta operación es conocida con diferentes denominaciones como, por ejemplo, “cocer”
o “curar el lino”, utilizándose diversos procedimientos. Para la época romana este proce-
so se encuentra perfectamente narrado por Plinio (NH XIX, 16-18)2.
Cuando las fi bras se separaban fácilmente de la parte leñosa, se extraía del agua y una
vez seco se procedía al machacado, espadado o agramado (operación de batir el lino
con la maza o espadilla), operación con la que se extraía el hilo grueso y basto por la

1
Estrabon III, 4, 9 [C 160] hace mención a la habilidad de los emporitanos para tejer lino (García y Bellido, 1968). Por otro do
la Plinio, NH XIX, 10 al hablar de las diferentes
calidades del lino del Mediterráneo, cita como uno de los más blancos al de Tarragona (García y Bellido, 1947). Es de nuevo Plinio, NH XIX, 9 y Catulo XII, 14 quien nos
habla de la calidad y fama del lino de Saetabis en el Mediterráneo.
2
“… se arranca la planta y se la ata en manojos que quepan en la mano, poniéndolos, colgados, a secar al sol con las raíces vueltas hacia arriba durante un día, después
durante otros cinco días oponiendo las cabezas de los hatillos a fin de que el grano caiga en medio... Después, tras la recolección del trigo, los tallos son colocados en
agua tibia al sol y mantenidos en el fondo mediante un peso, pues no hay material más ligero. Se reconoce que están sufi cientemente enriados porque la corteza está
más suelta; entonces se les hace secar otra vez al sol, boca abajo como antes. Después, una vez secos, se les muele sobre piedra con una maza al efecto. La parte
más próxima a la corteza recibe el nombre de estopa; su lino es de calidad inferior , y ordinariamente más propio para hacer mechas de lámparas; la estopa misma es
cardada con peines de hierro hasta sacarle toda la corteza”.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

cantidad de corteza que aún tenía la fibra. Después se procedía al rastrilleado, con objeto
de liberar totalmente las fi bras de la estopa –hilo de estopa de calidad intermedia– para
lo que se utilizaba un cepillo con dientes de hierro.

Hilado
El hilado, es el proceso por el que las fi bras naturales, animales o vegetales, de escaso
tamaño y reducida longitud, son unidas varias de ellas para poder obtener hilos largos,
flexibles y resistentes.
Para precisar el origen del proceso del hilado se dispone de una excepcional información
3. Pesa de telar circular con dos perforaciones arqueológica consistente en los útiles relacionados con la producción del hilo:testimonios
-Subtipo IIA(2)- (López Mira, 1990, 2004). indirectos primarios.
Normalmente uno de los testimonios indirectos primarios que podríamos documentar
sería la rueca o elemento, generalmente de madera, en el que se coloca la fi bra –tanto
de lino, como de lana– a hilar (López Mira, 2004, 83). Presenta la forma de un “palo” en
cuyo extremo, un abultamiento indica el lugar donde se coloca la fibra.
Existen, en base a los paralelos etnográfi cos, un elevado número de tipos de ruecas,
pero es posible que la más extendida, quizás por su simplicidad a la hora de confeccio-
narla, sea la rueca “de papo” (Fraile Gil, 1987, 81), construida sobre diferentes maderas,
en las que a un tercio del extremo superior se le hacía un “rocadero” u ojal, abriéndolas en
dos o más secciones a modo de ventanas. Estas ventanas se conseguían introduciendo
palos recios por las secciones practicadas, que creaban ojales entre las diferentes sec-
ciones realizadas, y se mantenían en esta posición hasta que se secaba y adoptaban la
forma deseada.
No obstante, este testimonio indirecto primario no ha sido documentado en el área de
4. Pesa de telar rectangular con cuatro nuestro estudio, ni siquiera en la Península Ibérica (Alfaro Giner, 1984, 75), ausencia que
perforaciones -Subtipo IIA(4)- (López Mira, 1990, puede deberse al material orgánico con el que se fabrica –madera–, o a su sustitución
2004).
por un tipo de rueca más “natural” como podrían ser las propias ramas de un arbusto o
incluso de un árbol. Lo cierto es que su ausencia, en este caso, no presupone su inuti-
lización, por lo que se supone su uso en todos los poblados aquí constatados, ya que
en todos ellos hay testimonios determinantes para asegurar la realización de actividades
textiles, siendo, pues, la rueca un elemento básico de éstas últimas.
Para hilar la fibra ubicada en la rueca un método, también primitivo, pero ya técnicamente
más complejo, consiste en enrollar las fi bras sobre una superfi cie plana, muslo o panto-
rrilla, ayudándose con la palma de la mano, agregando fi bras hasta obtener un hilo de
cierta longitud. Se necesitaría entonces otro elemento para hacer una bobina con el hilo
a medida que éste se va produciendo. Éste elemento podría ser un pequeño palo corto
y delgado que también debía hacerse girar (Castro Curel, 1980, 128). El uso de un palo
para ir devanando el hilo resultante se convierte en una necesidad del proceso de hilar , ya
que las fibras retorcidas por torsión, tratan de volver a su posición original desenrollándo-
se y dando al pequeño palo, si lo dejamos libre, un movimiento inverso de rotación que
invertiría de nuevo el proceso, deshaciendo el hilo.
Creemos que la obser vación de este hecho, pudo ser la causa original de la aparición
del huso, pequeña barra realizada sobre cualquier material sólido: madera, hueso, asta,
143

etc, cuya función consiste en hacerlo girar en la misma dirección en que el hilo se desen-
redaba, creando con ello una forma más eficaz para unir las fibras, tal como realizan en la
actualidad indios y mestizos sudamericanos (Castro Curel, 1980, 128).
En el área argárica de la provincia de Alicante no se ha documentado ningún huso,
pero sí en sus áreas limítrofes como es el caso de T erlinques (Villena, Alicante) donde
se exhumó –en las Campañas de 1997 y 1998– de 9 fragmentos de huso –hechos
de una pequeña rama de Fraxinus sp de 7 mm de diámetro máximo– con hilo enrollado
obtenido de Junco churrero (scirpus holoschoenus) 3, todos ellos documentados en el
interior de la Unidad Habitacional nº 1 y fechados en función de dos dataciones absolutas
en cualquier momento del inter valo 2202+/-296 cal BC y abandonado por un incendio
sobre el 1837+/-148 cal BC (Jover y López, 1999b) (fi g. 1). Como singularidad también
merece destacar la presencia de una fusayola de barro cocido –exhumada también en la
campaña de 1998–, a escasos centímetros del saco nº 1 donde estaban almacenados
los husos, cuyas características y registro en contextos iniciales de la Edad del Bronce
constituye uno de los pocos ejemplos que se pueden citar conocidos en buena parte de
los yacimientos peninsulares (Jover et alii, 2001) (fi g. 5).
Anteriormente los Siret también constataron restos de husos en varios de los yacimientos
argáricos (Siret, 1890, 88, 157, 222, 258), donde se describen como “pequeños palos
de madera con forma estilizada conocidos como husos y relacionados con la elabora-
ción del hilo para la actividad textil”, pero no dibujan ninguno de ellos, aunque sí indican
que este procedimiento de obtención del hilo todavía existía en el Sudeste de España
(Siret, 1890, 158).
Todo huso por defi nición presenta forma de cono estilizado en cuyo vértice se practica
una muesca para guiar el hilo que se va obteniendo. Este cono, como tal, suele presen-
tar en la parte inferior un mayor diámetro, cuya función es acumular un mayor peso, que
permita tensar las fi bras durante su transformación en hilo. No obstante, también puede
presentar el huso una forma mucho más estilizada, y en la parte inferior se le añade un
accesorio o pieza anexa que ejerza esta tensión: la “torta”, “tortera” o fusayola, pieza de
forma circular en cuyo centro se asienta, perforando o no, el huso.
Su función está perfectamente atestiguada en paralelos etnográfi cos y testimonios in-
directos secundarios como pueden ser las representaciones pictóricas en cerámica y
escultóricas, tanto del mundo ibérico, como griego y romano.
La fusayola es, por tanto, otro de los testimonios indirectos primarios del proceso de
hilar. Es el complemento, con cierto peso y forma, del huso, cuyo fin básico es mantener
un movimiento giratorio, durante el mayor tiempo posible, y una tensión constante, para
conseguir enrollar en el huso la mayor cantidad de hilo posible antes de que disminuya
la velocidad del giro.
La forma de la fusayola es básica, ya que ésta debe presentar una planta circular , para
así ofrecer los mínimos puntos de resistencia al movimiento giratorio en el aire. Éste es,
en definitiva, su fin primordial, ya que debe ayudar al huso a mantener, durante el mayor

3
Queremos incidir en la peculiaridad de que el hilo sea de junco, por cuanto plantea una serie de cuestiones a considerar . Cuál puede ser la función de dicho hilo:
¿tejer?, ¿coser?, ¿cestería?. Realmente es un hallazgo importantísimo por cuanto supone la materia prima en la que está fabrica do y por cuanto supone para un mejor
conocimiento de la explotación del medio en el que se encuentra el yacimiento.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

tiempo posible, un equilibrio giroscópico que acelere el retorcido de éste, y, por la fuerza
de gravedad que pasa por su centro, aumentar la tensión y el estiramiento de las fi bras
que se van agregando y arrollando sobre sí mismas. T odo ello se traducirá en una ma-
yor uniformidad, resistencia y fi nura del hilado. El equilibrio es tal que el peso y la forma
geométrica de la fusayola es directamente proporcional al grosor del hilo que se quiere
crear (López Mira, 1990, 2004).
Por todo ello, para un estudio correcto de estos testimonios indirectos primarios, es ne-
cesario basarse en los dos elementos más determinantes de ellos: la forma geométrica
de la sección frontal 4 y el peso, por su directa relación, anteriormente descrita, con el
grosor del hilo resultante.
Las tres fusayolas constatadas en los yacimientos aquí analizados –Ladera de San An-
tón, Laderas del Castillo y T abayá– son Bitroncocónicas y pertenecen al Subtipo IIA 5
(López Mira, 2004, 87, Tabla 4).
Las fusayolas bitroncocónicas son piezas de gran perfección técnica, realizadas única-
mente en barro cocido –registrándose por igual la cocción reductora y la oxidante–, un
5. Fusayolas de Cabezo Redondo. tratamiento externo de la pasta muy depurado y una forma más compleja que las del ipoT
I (López Mira, 2004, 87, T abla 4). Esta complejidad formal podría estar indicando una
cronología un tanto avanzada como realmente veremos más adelante, aunque es difícil
precisar una evolución en función de la forma de las piezas.
Paralelos se han documentado en yacimientos prehistóricos de la provincia de Alicante,
aunque en número muy reducido, pero su presencia se incrementa notablemente en
yacimientos ibéricos (López Mira, 1991a y b).
Lo cierto es que la cronología de este tipo está muy limitada por la escasez de piezas do-
cumentadas, pero existe un dato incuestionable: la pieza del Tabayá procede de las re-
cientes excavaciones y se encuentra contextualizada en claros niveles del Bronce Tardío,
como ocurre también con otras exhumadas en las recientes excavaciones del Cabezo
Redondo. Cronología que también parece alcanzar , aunque en sus momentos fi nales,
las Laderas de San Antón donde se ha documentado otra de las piezas.
Así pues, parece claro que estas piezas se fechan, al menos en la provincia de Alicante,
en un Bronce Medio avanzado, casi en contacto con el Bronce T ardío, desarrollándose
en el Bronce Tardío y evolucionando hasta el Bronce Final, con una per vivencia clara en
el mundo ibérico e incluso romano. Cronología que también defiende, sólo en momentos
finales, Z. Castro (Castro Curel, 1980, 132), donde afi rma que quedan defi nitivamente
documentadas desde el Bronce Final-Hierro I en yacimientos de Francia meridional y NE
de Cataluña.

4
Debemos aclarar que la forma geométrica de la planta de todas las fusayolas es circular, por lo tanto el parámetro de la forma de la planta no sirve para poderlas dife-
renciar. En cambio la sección sí que evidencia diferencias en cuanto a la velocidad del giro y en cuanto a su posible clasifi cación tipológica. El hecho de que nosotros
analicemos la sección frontal es por la distribución del dibujo realizado en cada pieza, donde la sección frontal siempre aparece debajo de la vista de la planta.
5
Fusayola cuya sección frontal presenta una figura formada por la unión de dos conos truncados por su base. Su peso oscila entre 11 y 65 gr. También se ha denomi-
nado bicónica (López Mira 1990; 1991, 93; 1995) y bitroncocónica (Castro 1980, 139; 1990, 179; Mata y Bonet 1992, 139).
145

Telar
El tercer elemento de la cadena textil lo constituye la conversión del hilo en tejido, para lo
que es necesario la utilización de un telar, entre los que se han diferenciado varios tipos:
telar de placas, de rejilla, de marco, vertical de pesas y horizontal (Alfaro 1984, 85).
El más utilizado en el periodo que nos ocupa es el telar vertical de pesas . Consta de
dos montantes apoyados sobre el suelo, inclinándose contra una pared, de forma que
los hilos de urdimbre tendidos desde un travesaño superior –plegador– cuelgan verti-
calmente. Los hilos pares e impares de urdimbre se atan agrupados a dos hileras de
pesas que los mantienen tensados colgando cerca del suelo. El ángulo que forman los
montantes inclinados permite el movimiento en vaivén de una hilera de pesas, cuando
se separan los hilos de urdimbre, para pasar alternadamente entre ellos la lanzadera con
el hilo de trama. Los hilos de trama se aprietan hacia arriba cubriendo paralelamente a la
urdimbre que es el soporte del tejido (Castro 1986, 170; Fortin 1991, 17).
La existencia de este tipo de telar se constata por la presencia de otros testimonios indi-
rectos primarios, las denominadas pesas de telar o pondera. Se trata de objetos realiza-
dos en barro cocido o piedra, de diversos tamaños, formas y número de perforaciones,
implícitamente asociadas a este telar, y que constituyen el único vestigio de este aparato
que permanece inalterable entre el registro material de los yacimientos arqueológicos,
porque el resto de su estructura, realizada en materiales orgánicos y por tanto perecede-
ros –madera–, ha desaparecido.
Según A. Bocquet (1989, 122), los restos más antiguos de pesas de telar realizadas en
barro cocido, se sitúan en el Próximo Oriente. En Europa se fechan a partir del Neolítico,
pero no obstante será, sin embargo, en la Edad del Bronce cuando se generalice su
presencia, por lo general en barro cocido y con formas piramidales, cónicas y cilíndricas,
y cuyos pesos oscilan entre 150 gr para las más pequeñas y 1000 gr para las grandes.
Para un estudio correcto de estos testimonios indirectos primarios hay que centrarse
en sus dos elementos más determinantes: la forma geométrica de la sección frontal y
el peso, por su directa relación, anteriormente descrita, con el tipo de tejido resultante.
Las 24 pesas de telar constatadas en los yacimientos aquí analizados 6 pertenecen, en
función de nuestra tipología (López Mira, 1990), a los siguientes Subtipos: 5 Circular
con una perforación –Subtipo IA(1)–, 4 Circular con dos perforaciones –Subtipo IA(2)–,
1 Rectangular con dos perforaciones –Subtipo IIA(2)–, 8 Rectangular con cuatro perfo-
raciones –Subtipo IIA(4)–, 4 Elipsoidal con 4 perforaciones –Subtipo IIIA(4)– y 1 Triangular
–Subtipo IVB–.
Las pesas de telar cir culares también se han denominado troncocilíndricas (Castro
1985, 232), discoidales (Fatas 1967; Mata y Bonet 1992, 139) y cilíndricas (Beltrán
1977, 205; López 1991b, 101), para su estudio se deben considerar de forma diferente
en función del número de perforaciones, en este caso 1 ó 2.

6
Laderas de San Antón: 4 pesas de telar –1 del subtipo IA(2), 1 del subtipo IIA(4) y 1 del subtipo IIIA(4)–; Laderas del Castill o: 1 pesa de telar del subtipo IVB; Cabezo
Pardo: 2 pesas de telar -1 del subtipo IA (1) y 1 del subtipo IIA(4); Loma de Bigastro: 4 pesas de telar del subtipo IA(1); T abayá: 13 pesas de telar –3 del subtipo IA(2),
1 del subtipo IIA(2), 6 del subtipo IIA(4) y 3 del subtipo IIIA(4)–.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Las circulares de una perforación, siempre en la parte central de la pieza, tienen paralelos
en yacimientos de la Edad del Bronce de la provincia de Alicante y otras limítrofes con
una desigual distribución.
Su cronología para nuestra zona de estudio se sitúa en el Bronce T ardío, como de-
muestran las exhumadas en las excavaciones recientes de varios yacimientos alicantinos
como Cabezo Redondo, Tabayá y La Horna (Hernández Pérez, 1994), en los que han
aparecido piezas de este subtipo en unos niveles estratigráfi cos claros de este período
cultural. En este sentido, conviene señalar que las pertenecientes a Laderas de San
Antón o Laderas del Castillo, como proceden de actuaciones antiguas, donde se desco-
noce el contexto, su adscricpción cronológica se realiza por la cronología general de los
materiales exhumados en ellos, que en este caso oscila desde el Bronce Antiguo hasta
el Bronce Tardío, caso de San Antón, o incluso Bronce Final como Laderas del Castillo
(Soriano Sánchez, 1985, 126). Esta misma cronología tienen las piezas de Loma de
Bigastro, poblado que surge en el Bronce Tardío hasta el Bronce Final (Soriano Sánchez,
1985, 127), o incluso el Cabezo Pardo.
No obstante, este Subtipo, si bien puede surgir en el Bronce Medio en los yacimientos
plenamente argáricos, tiene su expansión máxima en el Bronce T ardío perdurando in-
cluso hasta el mundo ibérico, ya que en una vivienda ibérica de la Illeta de Campello se
encontraron unas 50 piezas, de distintas formas, de las que actualmente sólo subsisten
8, 6 de las cuales son idénticas a las de este Subtipo. Estas piezas aparecieron en un
contexto que se fecha de mediados del siglo V hasta mediados del IV a.C. (Castro Curel,
1985, 237). Cronología que también hemos documentado en otros yacimientos ibéricos
de la provincia de Alicante (López Mira, 1993; 1995).
Las circulares de dos perforaciones tanto en la parte central de la pieza, como en la parte
superior, también tienen paralelos en yacimientos de la Edad del Bronce de la provincia
de Alicante y otras limítrofes, pero su cronología presenta indudables problemas al contar
con un exiguo registro.
No obstante, se obser van ciertas semejanzas con las del subtipo anterior , por cuanto
las dos piezas de la Ladera de San Antón, junto con otras documentadas en otras
provincias, están perfectamente cocidas y sus perforaciones son simétricas. Formal-
mente parecen contemporáneas a las circulares de una perforación, presentan el mismo
aspecto formal, tamaño y peso aproximado, siendo su única diferencia el número de
perforaciones.
Se puede indicar una cronología algo anterior a las circulares de una perforación, por
cuanto aparecen en la mayoría de los yacimientos argáricos excavados por Siret, pudien-
do situar su origen en el Bronce Medio, coexistiendo con las del Subtipo anterior –de las
que a nuestro parecer son predecesoras– y desapareciendo paulatinamente a lo largo
del Bronce Tardío.
Podría ser una variante que surge en el mundo argárico y que se difunde únicamente por
los yacimientos de su órbita correlacional más directa, ya que en la provincia de Alicante
solamente se constata en Laderas de San Antón, mientras que está presente en casi
todos los yacimientos de Murcia.
147

Este subtipo perdura en la provincia de Alicante hasta época ibérica al constatarse un


ejemplar en la Illeta de Campello (Figueras Pacheco, 1934, 27) con grafi tos ibéricos, pero
con un material mucho más compacto y con un cocido perfecto.
Las pesas de telar rectangulares –Tipo II– también se han denominado prismáticas (Bel-
trán 1977, 205; Castro 1985, 232; López 1991a, 101), paralelepípedas y cuadrangula-
res (Fatas 1967; Mata y Bonet 1992, 139) y tienen dos subtipos en función del número
de perforaciones, en este caso 2 ó 4, cada uno de los cuales presenta una variante en
función de la posición de las perforaciones y del tamaño de la pieza.
Su cronología está perfectamente constatada por la excavación arqueológica realizada
en el Tabayá7, donde se exhumaron todas las aquí analizadas, las cuales se documen-
taron en un mismo nivel arqueológico “Postcampaniforme” en contacto directo con otro
del Bronce Antiguo. Estas piezas formalmente son similares a las que aparecen en ya-
cimientos campaniformes, pero son algo más evolucionadas en cuanto al peso, que es
más elevado. Esta cronología, Bronce Antiguo o incluso anterior , es coincidente con la
pieza exhumada en las recientes excavaciones de Cabezo Pardo.
Así pues, la cronología de este subtipo se puede remontar hasta el Calcolítico Inicial e
incluso Neolítico Final, en base a las piezas procedentes de los contextos calcolíticos
estudiados, tienen su máximo desarrollo en el Campaniforme y Bronce Antiguo, pudién-
dose prolongar su presencia hasta como mínimo el Bronce Medio.
Como veremos a continuación, no descartamos que las piezas Elipsoidales puedan
considerarse como las sucesoras de estas piezas (López Mira, 1990), las cuales se
diferencian únicamente en el aspecto formal de su planta.
Las pesas de telar elipsoidales –Tipo III– también se han denominado ovoides (Castro
1985, 232) y al igual que las rectangulares tienen dos subtipos en función del número de
perforaciones, en este caso 2 ó 4, y cada uno de ellos presenta una variante en función
de la posición de las perforaciones y del tamaño de la pieza.
Se han inventariado 4 piezas –1 en Laderas de San Antón y 3 en T abayá– , todas ellas
con cuatro perforaciones y procedentes de actuaciones antiguas, de las que se desco-
noce el nivel y el contexto arqueológico en el que aparecieron. No obstante, en la Ladera
de San Antón su excavador, el Padre Furgús, encontró más piezas de este tipo (Furgús,
1937, 39; Barbera, 1909, 86), pero actualmente se desconoce su paradero, como
también ocurre en las Laderas del Castillo (Furgús, 1937, 69).
Este Tipo presenta, en su aspecto técnico, un tamaño y un peso similar al del anterior
–Rectangulares– y un igual número de perforaciones –2 ó 4–. Su constitución es sólida,
pero no tanto como la del Tipo I –Circulares–, presentando en muchos de los casos un
estado de conser vación lamentable, lo que conlleva su enorme fragmentación, que a
veces ha supuesto incluso la desaparición de la pieza.

7
En el interior del corte 8 documentó en su nivel inferior , ya en contacto directo con la roca, una estructura de habitación que presentaba unas cerámicas decoradas
con incisiones y puntillado que recuerda enormemente las decoraciones campaniformes del cercano poblado del Promontori d’Aigua Dolsa i Salada (Elche), junto con
4 piezas de este tipo de un peso medio de 1100-1200 gr que se encontraban en cuanto al peso a caballo con las campaniformes pro pias de este yacimiento y las
posteriores de la Edad del Broce documentadas en yacimientos cercanos.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Paralelos se han documentado tanto en yacimientos argáricos, como en calcolíticos,


pero para establecer su cronología, se debe contar con las piezas documentadas en 2
yacimientos recientemente excavados –Lloma de Betxí (V alencia), Tabayá en Alicante–
para las cuales conocemos su contexto e incluso, en uno de ellos, poseemos datacio-
nes absolutas del nivel arqueológico en el que se documentaron las piezas de este Tipo
–Lloma de Betxí–.
En los dos casos se encuentran en niveles de una cronología clara de la Edad del Bron-
ce, cronología similar a la que nos dan todos los yacimientos argáricos excavados por
Siret en los que se documentan piezas de este tipo (Siret, 1890). Pero no obstante,
también hay cronologías anteriores, en cuanto a la forma de las piezas, pero no del peso
de las mismas, en el mundo Calcolítico y Campaniforme, como ocurre en los yacimientos
de estos periodos existentes en las provincias de Alicante.
En los yacimientos aquí analizados, para los que no poseemos contextos específi cos
en donde se documentaban estas piezas, todos presentan una cronología similar , bien
Bronce Antiguo o bien Bronce Medio. Si a ello unimos los 2 con contextos claros, todo
parece indicar que la aparición de estas piezas se produce por igual en torno al Bronce
Antiguo y perdurarán casi de forma similar hasta el Bronce Medio. Esta cronología la
corroboran al menos, para la Lloma de Betxí las dataciones absolutas obtenidas, refirién-
dose siempre al momento de ocupación más antiguo del yacimiento (De Pedro Michó,
1998).
Las pesas de telar triangulares –Tipo IV– también se han denominado prismáticas (Cas-
tro 1985, 232) y troncopiramidales (Fatas 1967; Ramos 1974, 256; Beltrán 1977, 205;
Mata y Bonet 1992, 139), y tienen dos subtipos en función de la forma geométrica de la
sección frontal que presenta la pieza: A –rectangular– y B –elipsoidal–
Se ha inventariado 1 pieza en las Laderas del Castillo –Subtipo IVB–, procedente de ac-
tuaciones antiguas, de las que se desconoce el nivel y el contexto arqueológico en el que
apareció. No obstante, en cuanto a su aspecto técnico, presenta una buena cocción,
que se refleja en su solidez y configuración compacta, fruto de una cocción desarrollada,
lo cual implica que se considere su cronología en momentos avanzados de la Edad del
Bronce.
Sólo se ha documentado un paralelo para este T ipo, lo que limita, todavía más, la ads-
cripción cronológica del mismo, ya que de las dos piezas conocidas, una procede de
excavaciones antiguas –Laderas del Castillo–, y la otra procede de actuaciones clandes-
tinas –Lloma Redona (Monforte del Cid), por lo que hay que basarse en las cronologías
relativas de estos yacimientos.
En la Lloma Redona, también fruto de las actividades clandestinas, aparece una pesa
circular con una perforación y otra elipsoidal co cuatro perforaciones. La primera la fe-
chamos en el Bronce Tardío y la segunda en el Bronce Antiguo, siendo la cronología del
yacimiento según su excavador (Navarro Mederos, 1986, 103) del Bronce V alenciano
Medio.
La pieza de las Laderas del Castillo procede de las excavaciones del Padre Furgús, yaci-
miento al que Rafaela Soriano, tras el estudio de todos los materiales sitúa en cronología
que abarca desde el Bronce Antiguo hasta fi nes del Bronce Tardío, sin ningún elemento
del Bronce Final (Soriano Sánchez, 1984, 138).
149

Por todo ello y en función de su aspecto técnico y formal, se sitúa este T ipo en una
cronología idéntica a la de las circulares con una perforación, es decir , Bronce Medio
avanzado-Bronce Tardío, como una forma nueva que surge en estos momentos, que
no tiene mucha difusión ante el desarrollo extraordinario de estas últimas, pero que pro-
gresivamente se irá imponiendo en el Bronce Final, siendo el precedente de las piezas
prismáticas tan características del mundo ibérico.

Cestería y Cordelería
Por último, se deben analizar las otras dos manufacturas relacionadas con las actividades
textiles: cestería y cor delería. No obstante, como no se conser va ningún testimonio
directo o indirecto, en los yacimientos de nuestra área geográfi ca y de la cronología en
estudio, nos limitaremos a un simple enunciado de lo documentado en otros lugares
próximos al área argárica de la provincia de Alicante, como es el caso de los ya citados
4 cestos o sacos de esparto 1 de T erlinques (Villena, Alicante) (Jover y López, 1999b;
2004, 291; Jover et alii, 2001; Machado, Jover y López, 2004, 365) (fig. 6 y 7) o en las
recientes excavaciones de Cabezo Redondo (Villena).
A través del estudio de los restos textiles –tanto tejido, como cestería y cordelería–, se
puede conocer la manufactura de ciertos productos animales y vegetales con la que se
obtienen productos que mejoran las condiciones de vida de estas gentes: creación de
tejidos fi nos, suaves, tupidos, ajustables al cuerpo, que sustituyen o complementan a
los vestidos de pieles de animales, y de cestos que faciliten la realización de actividades
básicas; y el proceso de adaptación del hombre a las condiciones que le ofrece el medio
en el que vive, no solo por la transformación de productos que éste le ofrece, sino por
la función a la que están dedicados los objetos que elabora con estos productos (López
Mira, 1990, 1993, 2001, e.p.).

6. Cesto de esparto de Terlinques (Villena, Alicante)


en el momento de su hallazgo.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

El hilo y la pleita son los primeros eslabones, dentro de la cadena textil y cestera, de una
industria de transformación de productos naturales. Se obtienen de materias primas
específicas, animales y vegetales para el primero, y sólo vegetales para el segundo, que
son transformadas desde su forma original tras un proceso de elaboración concreto,
conocido desde la Prehistoria y que perdura hasta la actualidad, aunque siempre de
acuerdo con los adelantos técnicos de cada momento.
La elaboración del hilo y la pleita supone el paso previo para la posterior confección de
tejidos y cestos, esteras, etc., ya que las bras,
fi naturales o vegetales, en su estado natu-
ral, son cortas y pequeñas, por lo que se necesita unir varias en un proceso continuado,
bien de rotación sobre sí mismas para lograr las calidades precisas de todo hilo: longitud,
elasticidad y resistencia, bien de trenzado de varias de ellas para lograr las calidades
óptimas de la pleita: longitud y resistencia.
Las materias primas naturales, usadas para este fi n en la Prehistoria e Historia Antigua,
son en el caso de la pleita: el esparto (López Mira, 1996).
El esparto es una planta de la familia de las gramíneas, con la designación botánica de
Stipa tenacissima L. , nombre que recuerda las estepas salinas donde se cría (Kuoni,
1981, 151). En la Península a la planta de esparto se la llama atocha y a sus hojas
esparto; éstas son lineales y planas, abiertas cuando están verdes y arrolladas sobre sí
mismas y filiformes cuando están secas.
Su cultivo conlleva ciertas actividades y cuidados básicos, ya que las plantas jóvenes
son delicadas en los dos o tres primeros años, siendo muy sensibles a los fríos intensos
y heladas; su crecimiento es muy lento al principio y va aumentando hasta los doce o
quince años, en que pueden aprovecharse ya sus hojas. Se desarrolla mal a la sombra,
por lo que se ubica en los rasos y calveros. Su reproducción no sólo es por semilla, sino
también por plantación de los brotes, e incluso se puede regenerar mediante el fuego,
con el que las atochas viejas, quemadas después de arrancadas las hojas, retoñan con
fuerza y vitalidad. Crece en tierras esteparias y de mucho sol, por lo tanto su zona de culti-
vo idónea es toda la franja mediterránea de España, y Norte de Africa (Kuoni, 1981, 151).

7. Detalle de la trama del cesto de esparto hallado


en Terlinques.
151

En España las zonas más óptimas para su cultivo, e incluso para su existencia en es-
tado silvestre son las de las actuales provincias de Murcia y Albacete, incluyendo parte
de la de Alicante y Almería, zona que corresponde aproximadamente con las antiguas
demarcaciones del Campus Spartarius (Vilá V alentí, 1962, 54) donde se recogen las
condiciones climáticas especiales y necesarias para su cultivo, inviernos fríos y veranos
muy cálidos, incluso con grandes diferencias térmicas entre el día y la noche, y una plu-
viosidad escasa.
La manufactura del esparto conlleva una serie de fases o trabajos que nosotros pode-
mos enumerar en base a los paralelos etnográficos actuales, como ocurre en el caso de
la provincias de Valencia y Alicante (Bernabeu Rico, 1986; Soler Vila, 1990/91).
En la Peninsula Ibérica la aparición de la cestería del esparto se constata ya en el Neolítico
(Ayala Juan, 1986, 286; Martí Oliver , 1983, 53). Esta cronología tan temprana tiene su
comprobación con los hallazgos en yacimientos como La Gerundia (Siret, 1890, 13)
donde encontró una impronta de estera de esparto en el fondo de una vasija, y también
la desarrollada cestería de la Cueva de los Murciélagos (Albuñol, Granada) (Góngora,
1890, 111), que se puede fechar hacia mediados del IV milenio a.C. Esta última cro-
nología también parece ser la de los testimonios directos secundarios –improntas de
cestería en cerámicas– del yacimiento La Fuente de Isso (Hellín, Albacete) y entre las que
destacan, el menos, cuatro tipos diferentes de entramados textiles (López Mira, e.p).
También se puede corroborar esta cronología si analizamos las representaciones rupes-
tres del Arte Levantino –testimonios indirectos secundarios– (Jordá Cerdá, 1975, 173;
Hernández Pérez et alii, 1988, 277; Hernández Pérez y Martínez Valle, 2008, 75) donde
aparecen representadas figuras humanas con cestos o vasijas en el brazo. Luego, con-
forme avanzamos en el tiempo, la presencia y restos de cestería cada vez son mayores,
destacando la estera y la cuerda encontrada en el enterramiento Eneolítico de la Sierra de
la Tercia (Lorca, Murcia) (Ayala Juan, 1987, 11; 1991), hasta llegar a la Edad del Bronce
donde la presencia de restos de cestería alcanza una gran profusión.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

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3
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

El Argar en Alicante.
Excavaciones
recientes
155
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Cabezo Pardo
(San Isidro/ Granja de Rocamora) Juan A. López Padilla
MARQ

El yacimiento de Cabezo Pardo se encuentra emplazado a 59 m s/n/m, sobre una eleva-


ción destacada del conjunto conocido como Cabezos de los Ojales –topónimo derivado
de los diversos manantiales explotados en el paraje desde la antigüedad y todavía activos
en su mayoría hasta hace poco tiempo– por cuyas cimas discurre actualmente la divisoria
de los términos municipales de San Isidro y Granja de Rocamora, en Alicante.
Su reconocimiento como yacimiento arqueológico se remonta a los primeros años del si-
glo XX, cuando al parecer el propio L. Siret, o más probablemente Pedro Flores o alguno
de sus hijos, llevó a cabo excavaciones arqueológicas en el emplazamiento, fruto de las
cuales son un conjunto de objetos cerámicos, líticos y malacológicos que actualmente
forman parte de la Colección Siret que se custodia y conserva en el Museo Arqueológico
Nacional de Madrid.
El yacimiento se ha conservado en mal estado, habiéndose visto afectado por la erosión
y la acción antrópica –todavía resulta claramente visible el trazado de unas pistas de
motocross que lo cruzaban de parte a parte– y también por numerosas remociones in-
controladas, principalmente en la cima, donde se localizan hasta media docena de fosas
y trincheras de enormes proporciones entre las que se amontonan tres grandes terreras.
Los trabajos arqueológicos emprendidos en 2006 han afectado por el momento a una
pequeña superficie de apenas 300 m², trazada sobre uno de los puntos de la cima en
la que afl oraba un mayor número de estructuras murarias, y donde las inter venciones
incontroladas habían alcanzado una mayor profundidad. Con ello se confiaba en adquirir
157

con celeridad datos referentes a las cronologías atribuibles a las estructuras exhumadas
y sobre la naturaleza del paquete estratigráfico conservado en el yacimiento.
El Cabezo Pardo es un yacimiento cuya investigación acaba de comenzar y del que
sólo se cuenta con tres campañas de excavaciones. Éstas han permitido, no obstante,
constatar dos fases de ocupación superpuestas separadas por un hiatus cronológico de
aproximadamente un milenio y medio:
1)-el nivel correspondiente a la ocupación prehistórica, que comprende básicamente el
paquete estratigráfi co perteneciente a la Edad del Bronce, y que parece extenderse de
forma continua a lo largo de la superficie del yacimiento;
2)-el nivel perteneciente a la ocupación de época emiral, datable entre los siglos VIII y IX
d.C., que por ahora se restringe a una sola unidad habitacional –UH 1– de dimensiones
todavía por concretar (López Padilla y Ximénez de Embún, 2009), con la que además
cabe relacionar alguna inhumación cuyo carácter esporádico está todavía por determinar ,
y que el radiocarbono sitúa claramente en torno al siglo IX d.C.
Por lo que respecta a la ocupación prehistórica, la excavación en la zona más próxima a
la vertiente meridional del cerro ha permitido el registro de varias unidades habitacionales,
con sus respectivos pavimentos. Situada al oeste a la vivienda de época emiral, la UH 2
está integrada por dos muros de mampostería –UE 2003 y 2007– y por un pavimento
–UE 3007– sobre el que se recogieron diversos restos cerámicos y óseos, de uno de los
cuales se ha obtenido una fecha radiocarbónica –Beta-258467– que sitúa sus últimos 1. Vista general de las excavaciones en la cima de
momentos en torno a 1600 cal BC. Cabezo Pardo (San Isidro- Granja de Rocamora)

Bajo el pavimento de esta habitación aparecieron varios amontonamientos de cascotes


interpretados como derrumbes de las paredes de otra unidad habitacional infrapuesta
–UH 3– parcialmente contenidos en una gruesa capa de arcilla de color anaranjado que
se habría formado como consecuencia del derrumbe del techo de la vivienda. Bajo todo
este paquete sedimentario se localiza el pavimento UE 3005, al que se asocian por aho-
ra otras dos estructuras murarias –UEs 2030 y 2027– que defi nen espacialmente otra
vivienda: UH 7. Ambos muros se encuentran cortados en sus extremos más orientales
por la zanja de cimentación de la vivienda emiral, quedando además el muro septentrional
–UE 2030– parcialmente cubierto por el muro UE 2003 de la UH 3. Sobre el pavimento
de la habitación se recogen diversos restos cerámicos y óseos, y se identifi có parte de
un hogar de forma aproximadamente circular . Una muestra de hueso arrojó una fecha
–Beta-258466– en torno a 1700 cal BC para la amortización de esta vivienda.
Al norte de las UH 3 y UH 7 se encuentra la UH 6, aunque por ahora desconectada
estratigráficamente de aquéllas. El ámbito queda definido por el muro UE 2026 y el pavi-
mento UE 3006, ambos muy deteriorados a causa de la acción erosiva de conejos y de
las excavaciones incontroladas. Asociada a esta habitación se encuentra una estructura
de forma rectangular construida mediante lajas y algunos bloques de mampostería, y
rellena por un sedimento arcilloso de textura heterogénea, cuya funcionalidad no es fácil
precisar por el momento. Junto a ésta se documentó un hogar de forma aproximada-
mente circular, con tierra rubefactada en su interior, similar en factura al registrado sobre
el pavimento de la UH 3.
Más al norte de esta UH 6 se localizan otras dos unidades habitacionales. La primera
–UH 4– se encuentra ubicada al sur del muro UE 2008, que constituye la única estruc-
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

tura muraria con la que es posible asociarla. Aparece muy alterada en su parte meridional
por fosas y agujeros rellenos de cascotes –correspondientes a la fase de ocupación
emiral del yacimiento– y por una amplia capa erosiva que acentúa su importancia confor-
me nos desplazamos hacia el sur de la zona excavada. No obstante, en algunos tramos
pudo documentarse un pavimento –UE 3007– sumamente alterado por madrigueras de
conejos que lo han horadado casi completamente.
Al norte del muro UE 2008, y claramente en contacto con éste, encontramos el pavi-
mento correspondiente a otra unidad habitacional –UH 5– probablemente relacionado
con la estructura UE 2039, tal vez una especie de banco bajo adosado a la pared de la
vivienda. Este pavimento recubre un estrato con abundantes cascotes y derrubios bajo
los que localizamos un momento previo de ocupación de la vivienda, sobre cuyo pavi-
mento, si bien que conservado en muy poca extensión, se registraron diversos enseres
domésticos entre los que destaca una vasija de forma globular casi completa.
2. Vista parcial de la Unidad Habitacional nº 7 de
Cabezo Pardo, correspondiente a la Fase III de la Por debajo del muro UE 2008 se localiza otro pavimento perteneciente a otra unidad ha-
secuencia del yacimiento. Al fondo, vano de acceso bitacional anterior, designada como UH 9, con la que no nos es posible asociar ninguna
a la vivienda emiral del siglo IX- X d. C. estructura muraria. Es posible que, aunque desconectada estratigráfi camente de ésta,
pueda considerarse coetánea de la UH 6.
Infrapuesto a este nivel de pavimentación, hallamos un estrato con abundancia de car -
bones, material calcinado y fragmentos de tapial con improntas de cañizo y ramas –UE
1009– bajo el cual se localiza el pavimento más antiguo de los registrados hasta el
momento –UE 3003– sobre el que se ha registrado una amplia diversidad de artefactos
cerámicos y un pequeño conjunto de restos faunísticos, productos óseos y otros obje-
tos, entre los que se encuentra una pesa de telar de cuatro perforaciones elaborada en
barro cocido. Este pavimento aparece también registrado bajo un nivel de incendio similar
por debajo del pavimento UE 3006, en la UH 6, de manera que el pavimento UE 3003
puede considerarse perteneciente a una unidad habitacional de amplias dimensiones
establecida en la cima del cerro en los momentos iniciales de la ocupación del mismo.
La única datación disponible para el momento de destrucción procede de unas semillas
de trigo y cebada carbonizadas localizadas sobre el pavimento –Beta-258468– y que se
remonta a 1850 cal BC, aproximadamente.
Por lo que respecta al registro funerario, la única sepultura argárica localizada hasta el
momento en el área excavada –tumba 1– se encontraba afectada parcialmente por
excavaciones incontroladas realizadas hace ya algún tiempo. Corresponde a un enterra-
miento doble que contenía restos de dos individuos inhumados allí de forma sucesiva,
y que estratigráfi camente se asocian a la ocupación detectada en la UH 5. De acuerdo
con el estudio antropológico preliminar parece que se trata, como es habitual en muchas
3. Cabezo Pardo (San Isidro- Granja de Rocamora).
Tumba 1.
159

tumbas dobles argáricas, de un hombre y una mujer, si bien los resultados no son todavía
concluyentes respecto a este extremo. Para introducir al último inhumado –depositado
en posición encogida, con las piernas y brazos fl exionados hacia el pecho y recostado
sobre su lado izquierdo– se retiraron parcialmente los restos del primero, los cuales fue-
ron después colocados de forma desordenada sobre el cadáver de aquél. El radiocar -
bono –Beta 237765– indica que el primer enterramiento se remonta a c. 1800 cal BC,
mientras que el segundo se realizaría en torno a 1700 cal BC –Beta-237766-, es decir,
aproximadamente 100 años más tarde.
A pesar de que los trabajos en Cabezo Pardo no han hecho sino iniciarse, éstos han
conseguido ya ampliar notablemente nuestra información acerca de la dinámica ocupa-
cional del asentamiento prehistórico que, a falta aún de un engarce cronológico preciso,
nos permite por ahora vislumbrar, al menos, tres fases arqueológicas:
Fase I: Integrada por dos niveles de ocupación correspondientes al momentos funda-
cional del asentamiento, sin que a nivel arquitectónico dispongamos aún de elementos
que nos permitan caracterizar las unidades habitacionales a los que éstos corresponden.
Sobre los pavimentos se determinan evidencias claras de abandonos relacionados con
la destrucción de las casas, con un abundante repertorio de artefactos de carácter do-
méstico.
Fase II: Representada por las UH 4, 5 y 6, y estratigráfi camente caracterizadas por la
construcción de los muros UE 2008 y 2027, y posiblemente también el muro UE 2026.
A éstas se asociarían los materiales localizados sobre los pavimentos UE 3007, 3010 y
3011.
Fase III: Última de ocupación del asentamiento prehistórico. Se caracterizaría por el em-
pleo de abundante tapial de color anaranjado, procedente del propio cerro, como ma-
terial constructivo de las paredes y techos de las casas, que aparece registrado sobre
los pavimentos de las UH 3 y UH 7. Sobre ellos, en los últimos momentos de ocupación
argárica del poblado, se levantan nuevas viviendas –UH 2– de las que apenas han que-
dado conservados algunos pavimentos –UH 3008–.
La reocupación del cerro durante los inicios de la Edad Media parece haber tenido, como
ya se ha indicado en anteriores informes, un carácter disperso en cuanto a la distribución
de las unidades habitacionales. Ello ha supuesto que en la presente campaña no se
hayan registrado nuevos datos relativos a niveles de hábitat, pero sí se ha evidenciado el 4. Planta de la Unidad Habitacional nº 10 de
uso funerario del emplazamiento en estos momento o en momentos ligeramente anterio- Cabezo Pardo, correspondiente a la Fase I de
ocupación del yacimiento, con la dispersión de
res o posteriores, como pone de relieve la excavación de la tumba 2. restos arqueológicos localizados sobre el suelo.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Entre el Medio
y Bajo Vinalopó
Excavaciones arqueológicas
en el Tabayá (Aspe, Alicante)
1987-1991 Mauro S. Hernández Pérez
Universidad de Alicante

El extremo occidental de la Sierra del Tabayá, recayente por la izquierda sobre el río Vina-
lopó que en este punto se estrecha para separar sus cuencas baja y media, adopta la
forma de espolón rocoso con tres crestas entre las cuales, tanto en las laderas superio-
res y laterales de la central y en una plataforma entre ésta y la última de ellas que prác-
ticamente carece de tierra, se localizaron restos de una ocupación prehistórica alterada
en superfi cie por labores agrícolas, hoy abandonadas, que habían abancalado la parte
baja de la ladera superior, quizás aprovechando parte de antiguas paredes que, a juzgar
por el relleno puesto al descubierto en algunos puntos por las remociones clandestinas,
podrían tratarse de construcciones prehistóricas, quizás de las plataformas donde ubicar
las casas o de sus propios muros, como sucede con otros poblados en ladera de la
Edad del Bronce. El poblado, con una superfi cie que supera la media Ha, se extiende
entre las cotas 330 y 250 m sobre el nivel del mar y a unos 150 m sobre el cauce del
río. Coordenadas UTM: X: 698848 Y: 4245371.
En 1972 J. F. Navarro Mederos publicó una excepcional colección de cerámicas, junto
a algunos objetos metálicos y adornos personales, que afi cionados de Novelda habían
recogido en las laderas de este poblado que revelaban una larga ocupación que, al
parecer, de manera ininterrumpida se iniciaba en el campaniforme y alcanzaba hasta el
Bronce Final y Edad del Hierro, con materiales que se asociaron al Bronce V alenciano
–timidamente también al Bronce Argárico– y al Bronce Tardío. A partir de este momento
el Tabayá, pese a la dureza de su acceso, se convirtió en el yacimiento alicantino de
mayor interés para el estudio de la Edad del Bronce.
161

Tras finalizar la excavación de La Horna (Aspe), consideré oportuno realizar algunas cam-
pañas en el Tabayá, también en Aspe, al tiempo que, con José María Soler, se retoma-
ban las excavaciones en el Cabezo Redondo de Villena, en el otro extremo del río. El ob-
jetivo de la excavación del Tabayá era obtener una secuencia estratigráfica en vertical que
sirviera de apoyo para la revisión de la Prehistoria Reciente en el Vinolopó que se abor -
daba en aquellos momentos y que comprendía la realización de cartas arqueológicas y
estudios de materiales. La primera campaña se realizó en agosto de 1987 continuando
los trabajos en campañas anuales de tres/cuatro semanas, hasta 1991, cuando se de-
cidió abandonar ante los continuos destrozos que infringían al yacimiento las actuaciones
clandestinas que removían los sedimentos y perforaban los testigos, seguramente con el
apoyo de detectores de metales una vez concluida la campaña e, incluso, durante ésta.
La redacción de la Memoria fi nal se ha retrasado en exceso, en parte por el abandono
de algunos estudios que habían sido asumidos por jóvenes licenciados en sus tesis de
Licenciatura y de Doctorado, en parte también por un lamentable acontecimiento que
significó la inundación del Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Alicante, que
generó una pérdida de información que ha sido necesario reconstruir pacientemente.
Ahora, catalogado, dibujado, descritos y revisados todos los materiales, en la actualidad
depositados en el MARQ, se ha iniciado su estudio defi nitivo que espero ver concluido
en unos pocos meses y del que aquí se presenta un breve avance.
Previamente a los inicios de los trabajos de campo se realizó una exhaustiva documenta-
ción del yacimiento, partiendo de la documentación publicada por F.J. Navarro Mederos.
Se obtuvo información sobre la localización de algunos de los hallazgos y se localizaron
nuevos materiales, entre los que se encontraba una alabarda (Hernández Pérez, 1983),
y noticias sobre otros, como una diadema de plata, que nunca conseguí ver.
La excavación se centró en dos puntos de la ladera central. Uno de ellos se situó en su
parte superior, aprovechando los lugares menos afectados por las actividades clandesti-
nas, en donde se realizaron 6 cortes en ninguno de los cuales se alcanzaron los 40 cm 1. Vista aérea del yacimiento del Tabayá.
de potencia, ya que la erosión, favorecida por la pendiente, había demudado parte de la
ladera. No obstante, se descubrieron restos de muros de piedras de mediano tamaño,
de los que apenas se conservaba el zócalo, pertenecientes a unidades habitacionales de
lados rectos, que correspondían al Bronce Final a juzgar por las cerámicas recogidas en
estos cortes. En efecto, en el ángulo SE del Corte 4 se descubrió una alineación rectilínea
de cinco piedras a modo de un muro, al que se asociaban cinco vasijas del Bronce Final, y
los restos de otra sobre un suelo endurecido de cenizas y tierras que se extendía por otros
puntos del corte. Por desgracia, durante la excavación, cuando todavía no se habían retira-
do las vasijas, unos aficionados levantaron las piedras y dispersaron las vasijas, removiendo
prácticamente todos los sedimentos y paredes (Hernández Pérez y López Mira, 1992).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

La máxima potencia se registró en la plataforma inferior, previa a la última de las crestas,


donde se concentraron las excavaciones. Aquí se plantearon en principio dos cortes de
5 m de lado –Cortes 7 y 8–, a los que, a medida que se desarrollaban las excavaciones
anuales, se añadieron otros –Cortes 9 a 15–, de diferentes dimensiones para adaptarse
a las construcciones que se iban descubriendo y , en especial, a las actuaciones clan-
destinas que cada año destruían parcialmente los testigos o los perforaban con grandes
agujeros. Sólo en dos de ellos –Cortes 8 y 11– se alcanzó la roca, que en el caso del
primero, prolongado en su lado N por el Corte 12, estaba a 3 m de la superfi cie. En
otros, como en los cortes 7 y 10 la roca afl oraba en algunos puntos próximos a sus
perfiles S a unos pocos centímetros, entre 20 y 40, para luego descender hacia el N
con un buzamiento progresivo. En este sector las excavaciones pusieron al descubierto
sólidos muros de piedras trabajadas con barro que parecen delimitar varios espacios
habitacionales de grandes dimensiones, ninguno de ellos excavados en su integridad.
En las excavaciones de este punto se han podido diferenciar cuatro Fases por sus mate-
riales arqueológicos que prácticamente coinciden con los cuatro niveles geomorfológicos
detectados por Mª Pilar Fumanal en su estudio de los perfiles N del Corte 8 y W del Corte
2. Estructuras correspondientes a la fase I.
11, sobre los que realizó un estudio que no pudo concluir por su temprana muerte.
El nivel IV se localizó en un reducido espacio de los cortes 8 y 11. Se asociaba a un nivel
arcilloso compacto con abundancia de piedras que podría responder a arroyadas por haber
intervenido procesos naturales o a una humedad ambiental con alguna aportación antrópica.
El Nivel III estaba compuesto por un potente paquete de tierras, sin apenas piedras, forma-
do por una serie de capas de tierras arcillosas de color verdoso que alternaban con suelos
de ocupación formados por capas de cenizas y tierras blanquecinas, todas con un ligero
buzamiento hacia el Norte. Todos estos suelos se asocian, al menos en el Corte 8, a un
muro de piedras trabadas con barro en dirección E-W , cuya altura superaba en algunos
puntos los 1.50 m, que separaría dos unidades habitacionales paralelas.
La parte inferior del II correspondía a una irregular capa de piedras, algunas de las cuales
todavía conser vaba el barro que las unía, que debían pertenecer al derrumbe de las
paredes y techos de las habitaciones del anterior nivel. Cubría estas piedras un paquete
de sedimentos de color marrón claro con abundante fracción fina y limosa (58 %) que M.
P. Fumanal relacionó con arroyadas o eolizaciones, que en su tramo superior , separada
del anterior por una laminación rosada de arcilla, la proporción de limos alcanza el 71 %..
El Nivel I se encontraba alterado por las remociones agrícolas y las actividades clandestinas.
Su potencia variaba en cada uno de los cortes. Con un color pardo-grisáceo, no se ob-
servó nada significativo en su contacto con el nivel II, salvo pequeñas y delgadas líneas de
pequeños carbones en algunos puntos, que también se detectaban en el nivel infrapuesto.
La secuencia cultural
Pese al tiempo transcurrido desde la fi nalización de la excavación, no se ha publicado
la memoria correspondiente a estos trabajos, aunque muchos de sus materiales han
sido objeto de diferentes estudios. Las cerámicas del Corte 8 han sido estudiadas por
F.A. Molina Mas, que publicaría los correspondientes niveles del Bronce Tardío y Bronce
Final (Molina Mas, 1999), y la del Corte 11 por D. Belmonte Mas (2004). J.L. Simón
catalogó, estudio y realizó análisis metalográfi cos de todos los objetos relacionados con
la metalurgia (Simón García, 1998), que incluiría en su Tesis Doctoral, al igual que harían
163

F.J. Jover Maestre, J.A. López Padilla y J.A. López Mira con todas las evidencias de,
respectivamente, el trabajo de la piedra, el hueso, asta y marfil y las actividades textiles.
Mª P. de Miguel Ibáñez ha realizado el estudio antropológico y paleopatológico de los
restos humanos (de Miguel, 2003) y , recientemente, C. Rizo Antón ha publicado el
estudio arqueozoológico del Corte 11 (Rizo Antón, 2009), que había presentado para
obtener el D.E.A. en la Universidad de Alicante. A estos estudios se deben añadir los
publicados con anterioridad que, si bien se trata de materiales procedentes de hallaz-
gos superfi ciales o de actividades clandestinas, enriquecen la secuencia obtenida en
las excavaciones, ya que, como ocurre a menudo, los materiales fuera de contexto
complementan los registrados en las excavaciones.
Las cerámicas y , en menor medida, otros elementos de la cultura material, conjun-
tamente con los enterramientos, permiten caracterizar los distintos momentos de la
ocupación prehistórica del Tabayá, en que se han identificado claramente estratificadas
cuatro fases o momentos culturales, a los que se pueden añadir otros a partir de ha- 3. Enterramientos y estructuras correspondientes a
llazgos aislados en otros puntos de sus laderas. la fase II.

El hallazgo de varios fragmentos de un cuenco con decoración campaniforme tipo


Ciempozuelos en un punto no precisado de una de las laderas del Tabayá, que según
los diferentes informantes en ocasiones se situaba en el interior de un pequeño abrigo y
en otras dispersos por diferentes puntos de las laderas, es, en el caso de confi rmarse
su pertenencia a este yacimiento, el testimonio más antiguo del T abayá que también
se podría relacionar con las informaciones, tampoco confi rmadas, sobre el hallazgo
de fragmentos de campaniformes incisos en otros puntos de las laderas (Hernández
Pérez, 1982: 15 y 16).
En el registro cerámico del nivel más antiguo del T abayá –Fase I– se componía de
numerosos fragmentos, por lo general de pequeño tamaño, pertenecientes a reci-
pientes de pequeño y mediano tamaño de perfi les cur vos, aunque no fue posible
reconstruir formas que permitieran su clara adscripción cultural, ya que eran diferentes
a las conocidas para el calcolítico del Medio Vinalopó y también a las de la siguiente
fase. Entre estas cerámicas destacan unos pocos fragmentos decorados con incisio-
nes y puntillado, pertenecientes al borde, cuello y cuerpo de, posiblemente, de una
misma vasija decorada con líneas incisas y de puntillado, formando líneas horizontales
paralelas al borde de las que cuelgan otras en zigzags, mientras las del cuerpo parece
formar triángulos incisos rellenos de puntillado. En su momento se relacionó esta fase
con un Bronce Antiguo preargárico de una perduración campaniforme, a partir de los
fragmentos decorados que recordaban a los del Promontori de Aigua Dolça i Salada
(Hernández Pérez, 1997).
La fase II es incuestionable argárica, como demuestran tanto los hallazgos cerámicos,
entre los que no son extrañas las vasijas con carenas acusadas, de pastas y trata-
mientos de buena calidad y algunos pies de copas, como el utillaje metálico y el tipo y
ajuares de las tumbas. Las dataciones absolutas, las únicas que por el momento se
disponen para este poblado, sitúan esta ocupación argárica entre el 3557 ± 26 y 3340
± 40 BP, dataciones obtenidas sobre huesos humanos y de un fragmento de hueso
animal depositado como ajuar en una de las tumbas.
La fase III se asocia al Bronce T ardío por la presencia de cerámicas de pastas de
buena calidad, en las que predominan las fuentes y cazuelas de carena alta, algunas
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

4. Planta general del área excavada en la terraza bases con órfalo o con pie indicado y escasos fragmentos decorados con la técnica del
inferior. boquique, que por su pequeño tamaño no es posible determinar los motivos, aunque
se registró la presencia de guirnaldas (Molina Mas, 1999). T ambién en este momento
se empiezan a diferenciar, frente a los anteriores, los recipientes de superfi cies groseras
(Belmonte Mas, 2004). Las pesas de telar con cuatro perforaciones de las fase anterior
son sustituidas ahora por las cilíndricas con una perforación. Esta Fase III del T abayá se
podría relacionar por sus materiales con el desarrollo del Cabezo Redondo de Villena, que
se abandona a finales del Bronce Tardío.
165

La Fase IV corresponde al Bronce Final, cuyas evidencias se han podido constatar en


el último momento de ocupación de la plataforma inferior , en muchos puntos alterado
por la erosión, las remociones agrícolas y las actividades clandestinas que no permiten
precisar las construcciones de este momento y el tipo de contacto con el Bronce Tardío.
En la parte alta de esta ladera el único nivel detectado corresponde al Bronce Final, con
materiales similares a los recuperados en la plataforma inferior y también a otro conjunto
de recipientes recogido en una de las laderas laterales tras la correspondiente excavación
clandestina. En otro lugar se analizaron muchas de estas cerámicas (Hernández Pérez y
López Mira, 1992), en las que predominan las decoraciones incisas y acanaladas, que
recuerdan a otras de Peña Negra, en Crevillente (González Prats, 1981), Mola d’Agres
(Gil Mascarell, 1981; Peña, Tejedo, Grau y Martí, 1996). Al igual que ocurre en estos dos
yacimientos, también en el Tabayá se constata la presencia de dos grupos cerámicos,
uno con “superficies cuidadas”, con un predominio de formas carenadas, bases de ten-
dencia plana y algunas con ónfalo, y el otro “con superficies groseras”, con pastas poco
cuidadas, desgrasantes vegetales junto a piedras de varios calibres, paredes de tenden-
cias cilíndricas y globulares y fondos planos. Estas diferencias también se confi rman en
las decoraciones, reducidas en los ejemplares groseros a incisiones e impresiones digi-
tales o de instrumento, mientras las decoraciones incisas y las acanaladuras se reservan
para los recipientes de superfi cie cuidadas. Otro rasgo característico de los ejemplares
groseros es la presencia de improntas de cestería en la base plana del recipiente.
Entre los materiales que se conser van en el Museo Municipal de Novelda procedentes
del Tabayá, se encuentran dos piezas metálicas en defi ciente estado de conser vación,
procedentes al parecer de algún punto no precisado del yacimiento que según las no-
ticias que pudimos obtener en su momento se situaba hasta en tres lugares, uno de
ellos en una tumba. Se trata de dos hachas-lingote, similares a los del depósito de los
alrededores de La Alcudia de Elche y a otros de Peña Negra, además de los de la isla
de Formentera, que A. González Prats fecha entre los siglos VIII y VI a.C., asociándolos a
Peña Negra II, aunque existe un ejemplar en la fase precedente (González Prats, 1985).
De ser cierto su hallazgo en el T abayá cabría la posibilidad de relacionarlos con otras
noticias sobre la presencia de túmulos de la Edad del Hierro en otros puntos de la Sierra
del Tabayá (Navarro Mederos, 1982: 57), con los que quizás se podrían relacionar va-
rias construcciones de piedras con un agujero de “clandestinos”, sin ningún vestigio de
restos arqueológicos.

Los enterramientos humanos


Durante las campañas realizadas en el T abayá, entre 1987 y 1991, se documentó un
total de 11 enterramientos, algunos de ellos del Bronce Final o de momentos avanzados
del Bronce Tardío, ya que se encontraban prácticamente en superfi cie y, al menos dos
de ellos, habían sido saqueados para extraerles los objetos que tuvieran adheridos a
brazos, piernas, en el caso de un niño, y al cráneo de un adulto. Otros por su situación
estratigráfica, ritual y ajuar son incuestionablemente argáricos.
Los enterramientos del Bronce Final corresponden a dos niños, localizados en los Cortes
5 y 9. El primero se encontraba apenas cubierto por una delgada capa vegetal y en parte
arrastrado por la erosión, asociado en el mismo corte y en el contiguo a cerámicas del
Bronce Final con decoraciones incisas y acanaladas (Hernández Pérez y López Mira,
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

1992: 13). El enterramiento infantil del Corte 9, prácticamente también en superfi cie,
estaba alterado por un agujero que afectaba a sus brazos que podrían portar algún bra-
zalete u otro tipo de adorno metálico, localizado mediante un detector.
En el Corte 10 –Campaña de 1988– se localizó parte de un cráneo y el enterramiento de
un individuo adulto, en un punto donde existían remociones clandestinas en las que se
mezclaban materiales del Bronce Tardío y otros del Bronce Final, junto a algunos argáricos,
por lo que resulta difícil precisar su cronología. Con las piernas dobladas y uno de los brazos
doblado sobre el pecho y el otro colocado entre las piernas, tenía un agujero a la altura de
la cabeza, posiblemente para extraerle algún pendiente metálico adherido al cráneo, del que
sólo se conservaba la mandíbula y unos pocos huesos de su bóveda craneal. En sus proxi-
midades se halló una espiral de plata y, algo más distante, parte de otro cráneo humano.
El resto de los enterramientos son por su posición estratigráfi ca incuestionablemente
argáricos. Dos de ellos utilizaron vasijas como contenedores funerarios, mientras los res-
tantes se inhumaron en cistas de mampostería y fosas apenas protegidas por algunas
piedras. Los primeros corresponden a un niño localizado en el Corte 8 –Campaña de
1988–, mientras que el otro, depositado en el Museo Municipal de Novelda, contenía el
cadáver de una mujer con un ajuar compuesto de un anillo/arete de cobre, una tulipa con
la línea de carena en el tercio inferior y dos punzones de hueso (Jover y López, 1997).
De acuerdo con los estudios paleoantropológicos realizados por M. P. de Miguel (2003),
todos los inhumados en las cistas de mampostería localizadas en el yacimiento eran
probablemente varones, y todos adultos o adultos jóvenes. Tan sólo tres de estas tum-
bas contenían ajuar y sólo una un objeto metálico. Esta última fue excavada durante la
campaña de 1988 del Corte 11. La cista, de 1.30 m de largo y unos 0.45 m de ancho,
estaba formada por piedras de mediano tamaño. La cubrían otras similares que al hundir -
se habían producido una acusada fragmentación de los huesos. El esqueleto perteneció
a un individuo masculino adulto joven de 167 cm de altura, con escaso desgaste dental,
sarro y ligera hipoplasia del esmalte (de Miguel, 2003: 265). Se colocó en posición de
cubito supino con las piernas ligeramente fl exionadas hacia la derecha, en una posición
que a nuestro juicio indica que en origen debieron estar dobladas hacia arriba, al igual
5. Enterramientos en cista de mampostería de un que se han registrado en otras tumbas argáricas: tumba 3 del Cerro del Culantrillo (García
individuo acompañado de alabarda y vaso cerámico
carenado. Sánchez, 1963: 72), tumba 12 de Madres Mercedarias (Martínez, Ponce y Ayala, 1996:
44) o la tumba 14 del Cerro de la Virgen (Schüle, 1980: f. 117.a), entre otras. Su ajuar
se componía de un pequeña vasija carenada, de 5.8 cm de altura y 7.9 cm de diámetro
de boca y carena, y una alabarda de 17 cm de largo con una marcada ner vadura central
con seis remaches que conservaban restos de la madera del mango (Badal, 1980), que
debía sostener con la mano derecha a la altura del bajo vientre.
El resto de los enterramientos en las cistas de mampostería del Tabayá, dos de ellas loca-
lizadas en las campañas de 1987 y 1991 en el Corte 7, y una tercera en la campaña de
1991 en el Corte 16, se depositaron en posiciones encogidas, con las piernas y brazos
flexionados y las rodillas y los codos próximos entre sí, a veces en contacto directo. La
mayoría de los esqueletos se encontraban recostados sobre el costado izquierdo, al con-
trario que los hallados en las tumbas en fosa –tumbas del Corte 11/perfi l W de la campaña
de 1988 y del Corte 7 de la campaña de 1991. En la primera con un molino se protegía
la cabeza de un varón adulto, de 167 cm de altura, con sarro, enfermedad periodontal
y artrosis en las articulaciones costal y vertebral con las costillas (de Miguel, 2003: 265).
167

En el caso de la tumba del Corte 16, Capa III los cascotes que habían caído sobre el
esqueleto y unas particulares condiciones de conser vación, permitieron comprobar que
el difunto –un hombre adulto de aproximadamente 1,68 m de talla, con pérdida post
mortem de varias piezas dentales, sarro, enfermedad periodontal, artrosis en vértebras
cervicales, dorsales y lumbares y fractura de Colkes en el radio izquierdo con artrosis
postraumática (de Miguel, 2003: 256)– vestía un traje o sudario que al menos cubría su
cuerpo hasta las rodillas, ya que en contacto directo sobre los huesos y bajo algunas de
las piedras de la tapa de la cista desplomadas sobre ellos, se localizaron unas fi nísimas
láminas que correspondían a pequeños fragmentos de tejido –posiblemente lino– que
por circunstancias que se nos escapan habían sufrido un proceso de desecación que
las había preservado in situ. Lamentablemente, un desgraciado incidente hizo desapare-
cer estos restos junto con los demás elementos contenidos en la tumba, a excepción de
los huesos del esqueleto y los de una pata de cabrito que se hallaba depositada junto al
cráneo. No obstante, durante la excavación se pudo comprobar que el individuo lucía los
restos de un brazalete de marfi l en su brazo derecho, por debajo del codo, y que junto
a la ofrenda cárnica se encontraba también un canto rodado de medianas dimensiones.
Este último objeto, aunque único en el registro funerario del yacimiento, no resulta en cam-
bio excepcional ni en el registro de otros yacimientos argáricos alicantinos ni tampoco en
el del resto del territorio argárico peninsular . En efecto, los hermanos H. y L. Siret (1890:
250) ya mencionaban que muchas sepulturas de El Oficio contenían cantos redondos “del
tamaño de un puño”, que a su juicio debían ser percutores, semejantes a los que también
documentaron en algunas tumbas de El Argar (Siret y Siret, 1890: 170), e igualmente
conocida es la mención de numerosos cantos rodados depositados en algunos enterra-
mientos de San Antón (Furgús, 1937: 57). En cualquier caso, su desaparición nos impide
hoy evaluar su importancia en relación con el ajuar de esta tumba, y establecer posibles
vinculaciones entre el enterramiento y determinadas actividades productivas, como se ha
señalado recientemente para la tumba 3 de Los Cipreses (Delgado y Risch, 2006).
En lo concerniente al resto de los ajuares en las otras tumbas, tan sólo puede mencio-
narse un cuenco de cerámica que acompañaba al adolescente inhumado en la tumba
del Corte 7 en la Campaña de 1991 (de Miguel, 2003). Los demás elementos incluidos 6. Enterramiento en cista de mampostería de un
en las sepulturas corresponden a restos óseos de fauna pertenecientes a las ofrendas individuo adulto de sexo masculino.
cárnicas que, como se ha apuntado (Aranda y Esquivel, 2006) debieron formar parte de
algún tipo de festín o banquete funerario incluido en el rito de enterramiento. En la mayor
parte de los casos documentados en el Tabayá, los restos corresponden a extremidades
anteriores de ovicaprinos y en un caso de lagomorfo.
De acuerdo con los datos registrados durante la excavación, la orientación de las cistas
de mampostería del T abayá era mayoritariamente este-oeste, mientras que las tumbas
en fosa presentaban una orientación sur-norte.
Para concluir, podemos hoy añadir que las dataciones radiocarbónicas obtenidas de
algunas de las sepulturas del Tabayá, realizadas en el marco del proyecto que sobre el
grupo argárico del Bajo Segura se viene impulsando desde el MARQ de Alicante, per -
miten corroborar la antigüedad de las prácticas funerarias argáricas en el asentamiento,
fijándolas en torno al horizonte del 2000 cal BC, claramente en sintonía con lo que ya se
había avanzado en este sentido a partir de los ajuares y materiales arqueológicos localiza-
dos durante los trabajos de campo (Hernández Pérez, 1990; 1997).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

BP 1 Med. 2 Med.
Beta-240409 3480±40 1878-1749 1814 1898-1691 1795 Corte 11_Tumba_hueso de ovicaprino
Beta-240410 3340±40 1686-1537 1612 1737-1522 1630 Corte 11_Tumba_hueso humano
KIA-38217 3557±26 1944-1882 1913 2010-1777 1894 Corte 10_Tumba_hueso humano

En concreto, las tres dataciones realizadas proceden de las dos tumbas halladas en
las cistas de los cortes 10 y 11. Al margen de dotar de cronología radiocarbónica a la
secuencia de ocupación en el yacimiento, la elección de estas dos tumbas respondía
también a la posibilidad que ofrecían de relacionarlas estratigráfi camente. Sin embargo,
las fechas que han proporcionado han resultado controvertidas, pues las dos dataciones
que se obtuvieron a partir de los restos óseos de la tumba del corte 11 –una del esque-
leto y otra de un hueso de ovicaprino perteneciente al ajuar cárnico depositado junto al
cadáver– además de diferir considerablemente en sus respectivos intervalos a 1 y 2 , re-
sultan más recientes que la que ha proporcionado el esqueleto de la tumba del corte 10,
estratigráficamente superpuesta a la anterior. A ello se une el que sólo uno de los cuatro
intentos realizados para datar el esqueleto de la tumba del Corte 11 resultara fructífero,
dado que el resto de las muestras no contenían, al parecer , colágeno suficiente. Todo ello
nos hace pensar que muy probablemente los restos óseos de esta tumba se encuen-
tren afectados por ácidos húmicos que invalidan las dos fechas que han proporcionado,
especialmente cuando la datación de la tumba del corte 10 fi ja un horizonte ante quem
que necesariamente la sitúa con anterioridad a c. 1900 cal BC.
Sobre el río Vinalopó, dominando visualmente sus cuencas baja y media, el aTbayá es, sin
duda, un yacimiento excepcional. Lo es por su larga secuencia –la más completa para la
Prehistoria valenciana–, la abundancia de enterramientos argáricos y el número y variedad
de sus materiales, muchos recuperados en las excavaciones y otros –los menos pero
de extraordinario interés– en actuaciones clandestinas y recogidas superfi ciales. Situado
durante algún tiempo en los bordes septentrionales de los confi nes alicantinos de la Cul-
tura de El Argar, nunca ocupó un lugar marginal. Ni en los inicios de una Edad del Bronce
todavía no bien definida, ni en El Argar con sus enterramientos y el ajuar de una tumba con
evidente carga simbólica, pero tampoco en el Bronce Tardío y en el Bronce Final, aunque
el conocimiento de este último se encuentre lastrado por lamentables actuaciones de
quienes en nombre de su “amor” a la arqueología, destrozan nuestro Patrimonio.
169

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EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Los confines
de El Argar en el
registro arqueológico.
Sobre la Illeta dels
Banyets de
El Campello, Alicante Jorge A. Soler Díaz
MARQ

Para Isidoro de la Ossa,


Maestro en El Campello
Intuir lo perdido desde lo conservado
Se admite que el enclave de la Illeta dels Banyets de El Campello resulta el yacimiento
arqueológico más septentrional de la Cultura de El Argar. Así lo atestiguaban las estruc-
turas, tumbas y materiales arqueológicos exhumados en distintas actuaciones desarro-
lladas en los años treinta, setenta y ochenta del siglo XX (Simón, 1997), de modo que
tras cierta indecisión (Llobregat, 1986, 63), provocada por la lejanía del yacimiento con
respecto a los yacimientos clásicos de esa manifestación cultural en las tierras de El Bajo
Segura, resulta desde hace más de dos décadas un hecho admitido referirse a la Illeta
como enclave plenamente argárico (Hernández, 1986, 340).
La investigación de la Illeta está ligada al Museo Arqueológico Provincial de Alicante desde
los propios inicios de la institución, determinándose distintas fases en el desarrollo de
unas actuaciones que al final en colaboración con el Departamento de Arquitectura de la
Diputación de Alicante, no solamente han conseguido la recuperación de un importante
conjunto arqueológico, sino también la génesis de un parque cultural donde además
de sugestivos restos de época ibérica y romana, se muestran al inicio del recorrido
estructuras arqueológicas, una cabaña, dos cisternas, dos tramos de canalizaciones y
una tumba, de cronología prehistórica debidamente conservadas para la contemplación
y disfrute del público (Pérez, Olcina y Soler , 2006). Sin considerar la unidad habitacional
referida, conforman el único conjunto de la Cultura del Argar que se abre al visitante en
171

Alicante, resultando, en lo que atiende al devenir del propio yacimiento arqueológico, 1. Parque Arqueológico de la Illeta dels Banyets de
prácticamente los únicos restos prehistóricos que restan del cúmulo de vestigios que, El Campello. Detalle de las estructuras prehistóricas
conservadas.
del II milenio a.C., se vinieran a descubrir en el transcurso de las quince campañas que
entre 1974 y 1986 dirigiera el que fuera Director del Museo Arqueológico de Alicante,
Enrique Llobregat.
En la relación de circunstancias que determinan el hecho de que el parque no integre
un mayor número de estructuras prehistóricas, pueden estimarse las alteraciones que
provocaran ocupaciones posteriores, considerando al respecto la entidad del poblado
ibérico que ahí se asienta, y que sabemos en su génesis aplanó el terreno, llegando a
ahondarlo en alguna área para afectar de un modo destacable algunas de las estructuras
previas, como es el caso de la cisterna prehistórica nº 2 (Soler, Pérez y Belmonte, 2006,
80-84). Siempre debieran destacar las alteraciones de índole medioambiental, teniendo
en cuenta la tremenda erosión a la que se somete el paraje costero, siendo vivo ejemplo
la pérdida de lo que podría haber sido un aljibe –cisterna nº 3– infrayacente e inmediato a
la terma romana, cuyos restos se descubren en 2003, interrumpidos por la delimitación
natural del yacimiento (Soler, Pérez y Belmonte, 2006, 85-86). Pero en cualquier caso,
ambos tipos de alteraciones se ven superadas con creces por las antrópicas provoca-
das avanzado el s. XX. De éstas es obligado recordar que el yacimiento sufrió años de
abandono con la consecuente pérdida de información y de estructuras no consolidadas
tras las campañas anuales, como se evidencia en tumbas y tramos de canalización, y
hasta su desaparición dispuestas en un solar desprovisto de cualquier medida de pro-
tección frente a visitantes ociosos, o permítaseme, desaprensivos. Al respecto siempre
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

2. Brazal de arquero o “Labrys” según F. Figueras resulta interesante la relectura de la penosa situación del conjunto hace poco más de una
Pacheco. década (Olcina y García, 1997, 41), y como hecho más dramático el recuerdo, como
principal causa de la desaparición de buena parte de lo prehistórico, de la voladura que,
sobrados de dinamita, en los primeros meses de 1943 se realizó con la intención de unir
el islote a tierra fi rme al objeto de facilitar el acceso a pescadores; bárbara acción refl ejo
de una conducta de irrespeto al Patrimonio que luego, perfeccionada, devendría en con-
siderar posteriores proyectos urbanísticos, como el que se materializó en los alrededores
de la torre vigía del s. XVI, construyendo cimientos y el armazón de hormigón de una
enorme torre de apartamentos hoy afortunadamente demolida, donde con anterioridad
se habían localizado objetos prehistóricos, o el que por fortuna no llegó a ejecutarse en
el mismo solar del yacimiento (Olcina, Sala y Martínez, 2009, 50).
Del desastre de 1943 da unos años después sobrecogedora cuenta .FFigueras cuando
recuerda recibe la noticia de que la isla del Campello se estaba desmontando para col-
mar con sus ruinas el estrecho que la separa de tierra, lo que equivalía a la destrucción
definitiva, por lo menos, de una parte del yacimiento, quizá la más interesante, por ser
la inmediata al estrecho donde los estratos se presentaban más defi nidos y numerosos
(Figueras, 1950, 33). De informantes, recoge el autor invidente la noticia del hallazgo en-
tre voladuras de 9 tumbas, 3 de ellas directamente sobre la roca madre y formadas por
losas hincadas canto. Las noticias sobre ese trío revelan cómo aquella locura afectó en
gran medida al registro argárico, al señalar que en una había un esqueleto y que en las
otras dos enterramientos dobles, que en todas se localizaba un puñal metálico y que en
una destacaba un precioso labrys (Figueras, 1950, 34).
50 años después, en 1993 ingresó en el Museo un puñal metálico con dos remaches,
del que considera J.L. Simón su posible vinculación con una tumba parcialmente exhu-
mada en el transcurso de la obras realizadas en 1994 para viabilizar un acceso al puerto
deportivo (Simón, 1997, 62 y 98), camino trazado justo enfrente del yacimiento. A día de
hoy esta sepultura queda aislada, distando un centenar de metros del conjunto que se
conforma en la parte occidental del islote, donde en los trabajos de E. Llobregat se des-
cubrieron 7 tumbas en las campañas de 1974 (1), 1975 (1) y 1982 (5), recientemente y
de modo muy brillante revisadas (López, Belmonte y De Miguel, 2006) y previamente, en
1935, gracias a los trabajos emprendidos por F. Figueras, otras 2, una de ellas, también
con las losas hincadas de canto y otra cubierta de piedras por debajo de un contexto
habitacional donde destacaba el hallazgo de vasos cerámicos, un par de cuchillos en
sílex, otro de de hachas en piedra y tres elementos metálicos del todo característicos: un
hacha, un cuchillo y una sierra (Figueras, 1939, 39-40).
Es posible que la tumba identifi cada en 1994 (VIII, en la última revisión) no estuviera tan
aislada en el pasado del conjunto que, en la parte más occidental del islote conformaban
las estructuras funerarias referenciadas por F. Figueras, las voladas en la posguerra y las
3. Puñal vinculado a la tumba VIII. Dibujo de J.L. documentadas por E. Llobregat, porque no es insensato considerar una buena afección
Simón (1997, Fig. 30, 2). del poblado, cuando tras la época romana, entrado el medioevo, el yacimiento dejó de
estar en un cabo o punta al mar para alcanzar la fi sonomía de isla, por un fenómeno
sísmico o neotectónico (Rosselló, 1999), resultando esa circunstancia la primera de las
distintas causas que han hecho desaparecer todo aquello que mediara entre la tumba
VIII y ese conjunto funerario al que se adscribe la única que se presenta al público en el
parque arqueológico (tumba IV), como único testimonio visible de lo que posiblemente
constituiría un importante conjunto funerario, el propio del enclave costero y habitacional
173

más septentrional de la Cultura de El Argar , cobrando de algún modo vigencia aquel


apunte de F. Figueras que refiere al yacimiento, para él isla y no como ya sabemos cabo
o punta al mar (Ferrer , 2006, 212), como una de las estaciones de la cadena argárica
que bordeó nuestro litoral (Figueras, 1950, 21), si bien es cierto que por entonces Argar y
Edad del Bronce en la vertiente mediterránea peninsular eran términos del todo próximos,
por no decir sinónimos, y el texto de F . Figueras se remite a una época previa a las pri-
meras aproximaciones del verdadero alcance territorial de El Argar (Tarradell, 1947), una
manifestación con propias señas de identidad, pero que en tierras de Alicante coexiste
con otras realidades culturales (Hernández, 1997B).

Sobre la habitación y el tiempo


De manera afortunada los trabajos de restauración, conser vación de los restos y acon-
dicionamiento del parque, se han visto acompañados de un exhaustivo proceso de
documentación de todas las estructuras, las conser vadas, sometidas ahora a un inte-
resante programa de conser vación arquitectónica (Pérez, 2008) y las perdidas tras su
exhumación en inter venciones previas, por haber podido acceder a las fuentes, a los
textos mecanografi ados de F . Figueras conser vados en la Biblioteca Gabriel Miró de
Alicante y a la serie de fotografías y diarios de excavación manuscritos que a disposición
del proyecto de puesta en valor del yacimiento puso para beneficio de todos Helena Re-
ginard, viuda del Dr. Llobregat. Haber participado del proyecto de puesta en valor con M.
Olcina y R. Pérez ha sido una magnífi ca experiencia para el que subscribe; satisfacción
que en ningún caso impide aceptar la evidente limitación que al respecto de la última pá-
gina de la investigación prehistórica de la Illeta (Soler, 2006) supone no haber dispuesto
de la memoria arqueológica que tenía previsto redactar E. Llobregat, así como el hecho
de no haber alcanzado a investigar in situ todos aquellos restos que, exhumados en las
campañas de los 70 y 80 del siglo pasado, no se conser van. Al exhaustivo corpus de
los materiales prehistóricos hallados en las campañas previas, publicados a la génesis
del proyecto de consolidación, desde primera instancia impulsado por M. Olcina (Simón,
1997), en los trabajos arqueológicos de 2000 a 2003 (Soler, 2006) se alcanzan diferen- 4. Materiales de cronología prehistórica encontrados
tes objetivos de investigación como el que se dirime de la distinción de una ocupación en las excavaciones de F. Figueras (1950, Fig. 9).
previa sustentada en una nueva evaluación de los restos de la cabaña conservada (Soler
y Belmonte, 2006) o el que atiende a la disposición de una buena batería de fechas
de radiocarbono (Soler, Pérez y Belmonte, 2006, 106) que remiten a dos periodos de
ocupación del yacimiento: Calcolítico y Edad del Bronce, entendiendo en esta última el
desarrollo que, estimado desde el análisis material, comprende una fase propiamente
argárica y otra posterior que atiende al denominado Bronce Tardío.
A lo largo de todo ese periodo se ordenan las diferentes estructuras, acercándonos de
modo verosímil a la evolución de la ocupación prehistórica de enclave. De la batería de
fechas considerada en la tabla anexa, en adelante de no indicarse lo contrario, siempre
expresadas a.C., considerando la media de su expresión calibrada a 1 σ-CAL BC (m)-,
hay que distinguir las extraídas de muestras de sedimento y las realizadas sobre huesos
humanos, siempre más precisas por tratarse de análisis de vida corta de restos hallados
en las campañas de E. Llobregat en los contextos cerrados que constituyen las tum-
bas. De todas ellas, la más antigua –Beta 152951: 3010 a.C– remite a una capa de
cenizas vinculada a la destrucción de la cabaña preser vada. Pese a no tratarse de una
muestra de vida corta, la exhaustiva delimitación de capas que D. Belmonte efectuó en el
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

5. Plano de las estructuras prehistóricas


documentadas en los trabajos desarrollados a partir
de 2000, con la posible ubicación de las tumbas
localizadas en las excavaciones de E. Llobregat
(López, Belmonte y De Miguel, Fig. 52).

transcurso de la excavación del año 2000 de los testigos de esa estructura habitacional
descubierta en el otoño de 1982, asegura la validez del análisis radiocarbónico, resultan-
do la fecha del todo coherente con los vestigios líticos, malacológicos y cerámicos que
caracterizan el registro arqueológico obtenido en los trabajos de campo más recientes
(Soler y Belmonte, 2006).
Si al estudio de esa cabaña se añaden los otros indicios que detectara F. Figueras en las
campañas que de 1931 a 1935 dirigiera en el yacimiento, podrá percibirse la instalación
de una aldea eneolítica característica, resolución que ya no permite proponer una ocupa-
ción exnovo del paraje del cabo por parte de gentes argáricas, si bien no hay nada que
permita considerar una continuidad en la habitación del yacimiento desde el Calcolítico.
Al respecto, la determinación de capas estériles en los testigos de referencia, la falta
de materiales de cronología intermedia como el campaniforme, y el millar de años que
separa su datación de la más antigua del conjunto que proporciona la Edad del Bron-
ce –Beta 152950: 2085 a.C–, podrían hacer factible la desocupación del sitio, si bien
todos esos datos pudieran resultar más aparentes que reales, considerando la extensión
prevista para el yacimiento, acaso desde los aledaños de la torre vigía para alcanzar la
mar, frente a la exigüedad de lo que con precisión se documenta en los inicios del s. XXI
(Soler, 2006B, 291).
La fecha –Beta 152950: 2085 a.C– también se obtiene de sedimento, ahora extraído
de una capa superior del mismo testigo excavado en la documentación de la cabaña.
No negaremos que ahí queda más desdibujado lo que se data, una vez que la capa
cenicienta de la que se extrae la muestra, si bien recoge fragmentos cerámicos, no que-
da delimitada por ningún tipo de estructura en el proceso de excavación. Sin embargo,
175

desde el análisis de la documentación, sí ha podido precisarse que esa área estaría


afectada por restos murarios de la unidad habitacional recogida en los diarios de la
excavación que E. Llobregat realizara en 1974. Aunque describiera el lienzo como oval
de doble cara , el trazado del perímetro parcial de la estructura que recoge su croquis
parece representar piedras más gruesas que las que restan del zócalo de la cabaña
calcolítica, del que también se diferencia por guardar una alineación más rectilínea. En
el proceso de su descubrimiento, por debajo de las construcciones ibéricas relataba
la abundancia de muchas improntas de gruesos palos cañas entre tierras amarillentas,
como nivel superpuesto a otro negruzco, con cenizas, o restos de hogares o restos
orgánicos (Soler y Belmonte, 2006, 30-35). Croquis y descripción hacen posible que
en el área inmediata al testigo excavado en 2000 y 2001 se dispusiera una vivienda
más sólida que la cabaña erigida siglos antes, debiendo acompañar su referencia a la
de aquella de F. Figueras sobre la localización de 1935 en una zona inmediata de un
amontonamiento regular de piedras medianas y pequeñas, trabadas con barro y pellas
con improntas, y restos de maderas conformando un derrumbe superpuesto a un piso
de cenizas, quedando entre medias los hallazgos materiales, destacando los metálicos
antes referidos (Figueras, 1939, 37).
Con las referencias de F. Figueras y E. Llobregat, y teniendo en cuenta la fecha aludida
es difícil no considerar la posibilidad que en la Illeta del II milenio a.C hubieran viviendas,
más sólidas y rectilíneas que la cabaña circular previa. Además en sintonía con la nor -
ma argárica, por debajo del piso de una ellas, F . Figueras descubrió los restos de una
tumba cubierta por piedras cuya fosa pudo excavarse afectando restos más antiguos,
teniendo en cuenta el encuentro inmediatamente por encima de aquella de una capa
rojiza con restos de recipientes, cuya descripción – de grandes vasos de paredes grue-
sas, superfi cie, desigual, barros pobres y cochura imperfecta – (Figueras, 1939, 39-40)
recuerda los fragmentos de barro cocho que tras una paciente restauración conforman
los contenedores troncocónicos vinculados a la cabaña calcolítica (Soler y Belmonte,
2006, fi g. 14). Además, están los datos que proporciona la excavación más reciente
del terraplén existente entre las dos cisternas que conser va el parque, localizándose
vestigios de construcciones por debajo de las capas asimiladas al Bronce Tardío. De esa
área y procede la datación –Beta 152948: 1955 a.C– también obtenida analizando una
muestra de una capa cenicienta resultante de un perfil de excavación. En capas similares
se advierte de una buena presencia de restos de marfi l y bloques constructivos y de 6-7. Cabaña calcolítica y restitución de los restos
madera que parecen responder a buenos calzos de postes (Fig. 18) que ser virían para habitacionales exhumados por E. Llobregat en 1974
soportar una techumbre (Soler, Perez, y Belmonte, 2006, 95-100) en un área que, por en las inmediaciones y por encima de la Cabaña
calcolítica (Soler y Belmonte, 2006, Fig. 6).
su registro, podría considerarse un taller vinculado a manufacturas ebúrneas.
De manera indirecta la dos dataciones antedichas sirven para considerar la posibilidad de
vincular con El Argar las arquitecturas del agua que presenta el conjunto, posibilidad más
que certeza, por cuanto que se deduce de la muestra de sedimentos extraídos de capas
determinadas en la excavación de sondeos o testigos menores intactos y dispuestos
junto a estructuras negativas, canalizaciones y aljibes exhumados en 1982, campaña de
la que dispone de un registro documental parco en exceso. El sedimento datado en el
análisis -Beta 152951: 2085 a.C- es suprayacente al conglomerado que une las lajas
que conforman un tramo de una de las dos canalizaciones –Canalización 1– que, de
modo parcial se conservan en el parque arqueológico, mientras que sedimentos equiva-
lentes al datado en las inmediaciones del área de trabajo marfileña –Beta 152948: 1955
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

a.C– rellenan, incluyendo esquirlas de marfi l, un cúmulo de mampuestos localizados en


el perímetro de la cisterna 2, susceptibles de interpretarse como un refuerzo exterior del
aljibe (Soler, Pérez y Belmonte, 2006, 91 y 100).
Sí quedan del todo relacionadas con estas arquitecturas las dataciones de la cisterna 1,
una vez que se ajustan a su proceso constructivo. Su vaso, tras un magnífi co proceso de
restauración y conser vación (Pérez, 2008, 100-101), nos llega entero, resultando con
todo una de las mejores referencias en el ámbito de los aljibes de la Edad del Bronce.
Su construcción (Soler et alii, 1994; Soler, Pérez y Belmonte, 2006, 107-109) resuel-
ve en primer término el ahondar en las areniscas miocenas. La cuestión no es baladí,
porque desde la interpretación de la Illeta como un emplazamiento en una punta al mar
y de cierta extensión, éste aljibe podría haberse excavado más hacia el interior , cerca
de aquella tumba exhumada en 1994, donde los sedimentos de cono aluvial alcanzan
mayor espesor y resultan más fáciles de ahondar. Muy probablemente sea su ubicación
del todo inmediata al mar la que diera sentido a este enclave, y su sentido se acrecienta
8. Restos de la canalización nº1 al lado de la
cabaña calcolítica. 1982. Archivo MARQ.
cuando se considera sus 50.000 l de capacidad y se recuerda que inmediata a la misma
hay otra similar, de la que sólo resta la mitad (cisterna 2), y una tercera que sólo se intuye
desde lo que se conserva (cisterna 3).
Bien documentado, el proceso de construcción de la cisterna nº 1 advierte del carácter
prioritario de su emplazamiento, como materialización de una intención planifi cada, no
solamente por la dureza del sustrato sino también porque ante una tremenda grieta
descubierta ahondado el terreno, quienes la construyen, rellenan donde aflora, reducien-
do considerablemente con ello el tamaño previsto del vaso en la vertiente noreste del
depósito, una vez que la pared que conforman las tierras vertidas sir ve ahí de apoyo al
paramento de bloques trabados característico del interior del aljibe, cubrición de mam-
puestos que en el resto de su perímetro se apoya directamente en una matriz arcillosa
que recubre el recorte de la roca y que se caracteriza por unas adecuadas condiciones
de impermeabilización, conforme a los resultados de muestras tomadas en su mitad
inferior, de las que se infi ere un cierto nivel conocimientos en cuanto a la idoneidad a
ese respecto de los sedimentos empleados (Ferrer, 2006, 236). Del vaso del depósito,
como rasgo diferencial es interesante indicar la determinación de bloques de tamaño
mayor en la mitad superior de todo su perímetro, anotándose menos aglutinante para el
trabado de los mampuestos que el que se emplea en la mitad inferior , donde los bloques
son considerablemente más pequeños (Soler, Pérez y Belmonte, 2006, 77).
En los trabajos recientes se sondeó un testigo de unos 1,20 m de potencia que, restante
9. Restos de la canalización nº 1 al lado de la de la excavación de 1978, documentaba bien el vertido que conformaba el relleno supra-
cabaña Calcolítica. 2000. Archivo MARQ.
yacente a la grieta. Las características de ese paquete sedimentario permiten descubrir
capas de tierra alternadas con otras de cenizas, acaso también dispuestas al objeto de
asegurar la consistencia e impermeabilidad, teniendo en cuenta que la alta concentración
de carbones que integran abogan por su génesis en encendidos contemporáneos a
su vertido, como procedimiento idóneo para obtener cenizas y , con ellas incrementarla
cohesión del paquete. En lo que afecta al análisis de sedimentos, la base de ese relleno
que tapona la grieta ha sido bien estudiada por C. Ferrer, quien indica que el material em-
pleado procedería de un contexto aluvial no expuesto a la acción directa de los agentes
ambientales, habiéndose extraído probablemente de un escarpe, mientras que la parte
superior inferida del muestreo del testigo ofrece rasgos muy diferentes al observarse bue-
177

nos bloques y tierras muy alteradas por la acción humana antes de su depósito (Ferrer ,
2006, 228).
De una de las laminaciones de cenizas más profundas procede la datación Beta 152946:
1985 a.C., mientras que otra lámina suprayacente se extrae una datación posterior en
el tiempo –Beta 15294: 1570 a.C.– En primera lectura (Soler et alii, 2004), la diferencia
nos ha hecho considerar que la fecha más antigua era buen indicio de la construcción o
reparación del aljibe en los inicios de II milenio a. C., interpretando el carácter más avan-
zado de la segunda como posible evidencia de una inter vención posterior en esa parte,
en consonancia con las diferencias observadas en cuanto a la naturaleza del relleno y los
cambios en el paramento del vaso. Es cierto que esa valoración no ha estado exenta de
riesgos en atención a que la datación se tomó de una muestra de carbones no identifi -
cada previamente, pudiéndose considerar la posibilidad de que las muestras carbonosas
resultaran de la combustión de un elemento viejo, esto es, previo al hecho constructivo,
de tipo viga o poste de una construcción entonces centenaria y amortizada, circunstan-
cia no imposible en un espacio habitado.
La sola consideración de ese riesgo debe hacer valorar la posibilidad de que el aljibe
pudiera resultar una construcción próxima en el tiempo a la datación más reciente, re-
cuperándose aquella propuesta de M. Gil - Mascarell (1981, 147) de incluir la cisterna
en el panorama de la investigación del Bronce Tardío, del mismo modo que otras cons-
trucciones del Sureste. Sin embargo la asunción del carácter tardío de la cisterna llevaría
implícita no sólo la consideración de la contemporaneidad de todo el sistema de acopio
de agua que se define en la Illeta- cisterna, canalizaciones y el terraplén que se determina
entre ellas- sino también el posible contrasentido de su rápida amortización, una vez que
el relleno, en su depósito contrapuesto a la construcción y cuidado de los dos aljibes
excavados en el Campello, incluye materiales del Bronce T ardío, informando el que se
ha podido excavar de la cisterna 2, del inicio del descuido del aljibe, atestiguado por la
recogida de materiales característicos en un sedimento con coloración gris - verdosa
acorde a su afección por el agua, seguido de su ruina y uso como basurero; fi nal bien
evidenciado por identifi carse las paredes de la cisterna, descubiertas bajo el tramo su-
perior de ese relleno sedimentario que incluye restos de fauna y cerámicas de esa etapa
avanzada de la Edad del Bronce, totalmente desprovistas de las paredes que la forran
(Soler, Pérez y Belmonte, 83-84 y 110).
Ante una problemática similar , en la valoración de la cisterna del hábitat argárico y del
Bronce Tardío de Fuente Álamo, más grande pero en su concepto equivalente al que se
ofrece de la Illeta, no se ha desestimado la posibilidad de que la construcción fuera previa

10-13. Cisterna 1. Croquis de los diarios de excavación de E. Llobregat 1978


Cisterna nº 1. Proceso de excavación en 1978. Archivo MARQ
Cisterna nº1. Estado al final de su documentación arqueológica. 2001. Archivo MARQ
Cisterna nº1. Tras su restauración. 2003. Archivo MARQ
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

14. Cisterna 1. Planta, sección y detalle del testigo


excavado. 2001

al material que recoge el relleno excavado. De ese modo, la falta de vestigios materiales
previos al Bronce T ardío en la parte inferior del mismo se explica como efecto de las
labores de mantenimiento y limpieza que conllevaría su mantenimiento (Schubart, 2000,
55-56), no renunciándose a considerar su construcción en un tiempo avanzado en el
desarrollo de El Argar, prologándose su uso durante el denominadoArgar B para alcanzar
mismo el Bronce Tardío (Schubart, Arteaga y Pingel, 1985, 79), etapa donde, de modo
acorde a nuestra propuesta inicial de la Illeta, se considera se habría hecho una reforma
del aljibe, agradándolo sin guardar la misma técnica (Pingel, 2000, 81).
Como ya se ha indicado, ante la parquedad y naturaleza de los datos documentados, es
obvio que cualquier aseveración que afecte a la interpretación de los indicios que ofrece
la ocupación prehistórica de la Illeta siempre puede resultar un ejercicio atrevido, de modo
que pasado un tiempo de refl exión y atendiendo a las acertadas recomendaciones que
tras la lectura de nuestra síntesis (Soler 2006B) nos brindaron los otros dos comisarios
de Los confi nes de El Argar a los efectos de redactar este texto, resulta oportuno a la
vez que hacer gala de una mayor prudencia, proveerse de más argumentos a la hora de
considerar como hecho argárico la construcción de la cisterna nº 1. Al respecto, debe
agradecerse a C. Ferrer la conservación de parte de la muestra recogida para el análisis
Beta 152946, para que pudiera ser sometida a un examen antracológico, cuyo resultado
de la mano de Y. Carrión, se presenta en un anexo a este trabajo, pudiéndose determi-
nar su validez como muestra de vida corta al tratarse de restos carbonosos de plantas
monocotiledóneas cuya vida no sobrepasa los dos años. Obviamente, esa identificación
refuerza la validez de fecha obtenida a partir de cenizas vinculadas al hecho constructivo
de corrección del vaso de la cisterna, pudiendo proponer con más verosimilitud el aljibe
como una realidad argárica que se construyó o reparó en los inicios del s. XX a.C. La
fecha validada –1985 a.C.– también resulta anterior a la más antigua de la serie obtenida
179

del análisis de restos humanos, batería desde cuya valoración, como a continuación se
trata, también podría deducirse una prevalencia en el tiempo de la existencia del aljibe con
respecto al hecho funerario que se determina en sus proximidades.
Sin duda, ha sido muy oportuno continuar con el programa de obtención de dataciones
de vida corta en la Illeta, acción impulsada por el MARQ acorde al programa de inves-
tigación que, en la intención de ahondar en el conocimiento de las prácticas funerarias
argáricas en el área, asume J.A. López Padilla. En lo arqueológico, se ha expuesto que
en la Illeta hay un grado de incompatibilidad entre tumbas y tramos de canalizaciones. De
los dos canales se conservan tramos suficientes para conocer sus características y para
suponer su trazado. Si bien no queda constancia de su contacto con los aljibes, es del
todo correcto considerar que la canalización 1 abocaría a la cisterna 1 y que con ésta
o con la cisterna 2 podría relacionarse la segunda de las canalizaciones. T omando en
consideración todo el paquete estratigráfi co que en el yacimiento de El Campello debe
definir la Edad del Bronce, los tramos conser vados de ambas canalizaciones, de curso
más o menos paralelo, y distantes entre sí unos 5 m, aparecieron a bastante profundi-
dad, cortando las capas estériles que median entre la ocupación calcolítica y las primeras
evidencias remitidas al Bronce.
Es posible que en su curso la canalización 1 quedara afectada por la tumba III, según
la documentación de las actuaciones E. Llobregat, dispuesta en la inmediaciones de la
cisterna 1, siendo más explícita, en atención a los croquis y el reportaje fotográfi co que
se conserva (López, Belmonte y De Miguel, 2006, 127) la afección de la canalización 2
por la tumba I, donde puede obser varse nítidamente como el contexto funerario afecta
al recorrido de la canalización (Fig. 15). Ahí la excelente conser vación de la tumba en
el momento de su exhumación 1974 (Fig. 16) hace inviable se planteara una afección
a la inversa, esto es que el canal hubiera roto el nicho en su trazado. Además en las
intervenciones recientes, si bien de modo indirecto, se determina un contacto entre las
unidades estratigráfi cas que defi nen ese canal con respecto a las propias de la tumba
II, resolviéndose en su relación el carácter posterior de este nicho funerario conser vado
ahora bajo tierra en el parque (Soler, Pérez y Belmonte, 2006, 91 y 103). Tal y como se
recoge en la tabla anexa, las fechas a 1σ de los inhumados de datación más antigua en
las tumbas dobles I (1.880-1.720), II (1.830-1.750) y III (1.890-1.750), no sobrepasan
el 1.720 a.C, fecha que, a la vez que puede ser límite para considerar la amortización de
los canales, resuelve, por la lógica relación entre canalizaciones y aljibes, que al menos la
cisterna 1 ya es una realidad cuando se vienen a realizar esos enterramientos.
Quedará como problema a resolver el porqué de la amortización de esos canales per -
maneciendo activas las cisternas. Resultando verosímil la posibilidad de que la cisterna
1 ya estuviera realizada en el entorno que indica la datación más antigua (1985 a.C.) se
dirime un tiempo sufi ciente, siglo o siglo y medio, para hacer valer la utilidad de las ca-
nalizaciones antes de su amortización, tiempo que todavía podría ser más dilatado si se
tuviera una total seguridad a la hora de considerar la posibilidad de que la datación –Beta
152951: 2085 a.C–, resultara inmediatamente posterior a la construcción del canal 1 y
que no viniera a datar un sedimento desplazado por la misma construcción de la acequia.
Considerando un tiempo para su rentabilidad, siempre resultará más comprensible el
hecho de su trazado al inicio de toda la infraestructura de acopio de agua, sugiriéndose
su amortización por las difi cultades que provocara su mantenimiento en un área sujeta
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

TUMBA 1 a condiciones habituales de escorrentía y embarrado, o a su inefi cacia en atención a un


incremento de la trama habitacional en el entorno de las cisternas, estructuras de las que
solamente quedan indicios como el lienzo de la vivienda que documentó E. Llobregat o el
poste del taller de marfil localizado en las inmediaciones de la cisterna 2, pero de las que
quizá fueran buen reflejo las tumbas, en su distribución bien determinadas en las proximi-
dades de la cisterna 1, acaso ahondadas bajo o entre unidades habitacionales, con las
que pudiera relacionarse buena parte del enorme registro de material cerámico del Bron-
ce (Simón, 1997, 119) que no encuentra su lugar en los ajuares funerarios. Supuestas
CANALIZACIÓN 2 construcciones habitacionales de las que no existen testimonios por las modifi caciones
posteriores remitidas al Bronce T ardío y etapas más avanzadas, en lo que afecta a la
Prehistoria rotundamente evidenciadas por la construcción de un plataforma entre las
cisternas 1 y 2 y por el arrasamiento que del poblado hacen los íberos, perdurando sólo
de El Argar contados indicios de viviendas y los restos de los elementos concebidos
ahondando la tierra: cisternas, canalizaciones y tumbas.
La disposición de las dataciones de las tumbas también permite dirimir que las cisternas
prolongaron su uso más allá del fi nal de las prácticas funerarias que las defi nen. Al res-
pecto, de la batería de fechas considerada para el yacimiento sólo la de los individuos 6
(Beta: 236823: 1.680-1.600 ó 1.570- 1.540 a.C) y 3 B ( eta 236821: 1650-1530 a.C.)
resultan muy próximas a la que proporciona la muestra más reciente del relleno cons-
tructivo vinculado a la cisterna 1 –Beta 152947: 1620 - 1520 a. C–, datación que, con
el inconveniente de no disponer de la identifi cación de la muestra enviada al laboratorio,
siempre puede vincularse con una mejora o reparación de una estructura en un uso a lo
largo de un buen período de tiempo.
Canalizaciones, cisternas, tumbas y estructuras habitacionales, éstas necesarias pero
en su entidad sólo supuestas y acaso arrasadas en ocupaciones posteriores, defi nen la
ocupación argárica de la Illeta dels Banyets, donde las cisternas parecen piezas claves,
y desde lo razonado posiblemente presentes desde un momento temprano de la ocupa-
ción. Ello no tiene porqué significar la construcción simultánea de todo el complejo que se
documenta, resultando interesante al respecto considerar las diferencias entre las cisternas
1 y 2, la segunda con una orientación diferenciada y con un paramento interno en el que
no se aprecian las diferencias de la primera, por si de ello pudiera inferirse una construcción
TUMBA 1
si no por diferentes motivos, sí por diferentes manos. En cualquier caso los cambios en la
instalación alrededor del s. XVI a.C, esto es en el entorno de la dataciónBeta 15294: 1570
CAL BC 1σ (m), remiten a los inicios del denominado Bronce Tardío, dándose un proceso
que provocaría en primer término una cierta inversión de trabajo y no mucho tiempo des-
pués si no el abandono de la instalación, sí la pérdida de su sentido primigenio.
CANALIZACIÓN 2 A juzgar por los materiales que todavía pudieron extraerse del relleno del vaso de la cis-
terna 2 el aljibe estuvo en uso durante esa fase de la Edad del Bronce determinándose
15-17. Excavación de la canalización 2. en su interior un depósito paulatino de elementos que informan de una actividad cotidia-
En segúndo plano, tumba I. na alrededor del mismo, al reconocerse semillas (Pérez Jordá, 2006), fragmentos de
Tumba 1. Excavación 1974.
Croquis de la relación de la tumba I con la
elementos vinculados con la práctica metalúrgica, de recipientes cerámicos (Belmonte y
canalización 2. Diarios de excavación 1974. López, 2006) y restos de fauna (Benito, 2006), vestigios todos que avalan la ubicación
de la estructura en el interior de un área habitacional, cuyas evidencias en lo material
se señalan en diferentes puntos del yacimiento en la base de construcciones ibéricas
(Soler, 2006B, 298) que se asientan sobre un arrasamiento que afecta las realidades
prehistóricas previas. Con esa etapa avanzada de la Edad del Bronce, y como obra de
181

envergadura queda el terraplén o plataforma localizado entre las cisternas 1 y 2, cons-


trucción identificada por encima de las evidencias ocupacionales argáricas, resultado de
un vertido que integra estratos de buena potencia compuestos por areniscas proceden-
tes de la misma roca que sustenta el yacimiento alternados con otros grises de menor
entidad, todo ello conformando un hecho constructivo en el que se identifi can fragmentos
cerámicos característicos (Belmonte y López, 2006).
En lo argárico se ha propuesto que los aljibes hubieran ser vido para el abastecimiento
de agua a embarcaciones y navegantes (Soler , 2006B, 292), opción acorde con la
concepción del asentamiento como lugar de escala en una navegación de cabotaje o
como cabeza de puente al interior (Hernández, 1997, 106), con el cierto aislamiento que
presenta este enclave costero con respecto al conjunto de evidencias que, en lo que
afecta a esa cultura, con la excepción de la Illeta, no parecen sobrepasar en lo septen-
trional la tierra de frontera (Jover y López, 2004, 286) que se confi gura con el Tabayá y
el fortín de Caramoro I, y con la ligazón que, desde el registro material se obser va entre
asentamiento de El Campello y los poblados mayores de de San Antón de Orihuela y
18. Piedras a modo de calzos de poste. 2001.
Laderas de El Castillo de Callosa de Segura (Simón, 1997, 125), lo que nos hace atisbar ,
sin menoscabar contactos terrestres, su inserción en una vía de comunicación con esos
poblados del Bajo Segura, retrotrayendo al ámbito de lo argárico la propuesta de ruta de
navegación que para los tiempos del Bronce Tardío elabora J.L. Simón (1999, 265), vía
que alcanza la punta al mar de El Campello, combinando la navegación en mar abierto
con la interior de lo que fuera la albufera de Elche, partiendo de fondeaderos como el que
se podría determinar en el Cabezo Pardo de Albatera.
Ese sería el sentido que en primer término hubieran podido tener las cisternas de la
Illeta, como estructuras para la captación y conser vación de agua de las que restan los
paramentos pétreos bien trabados al objeto de tratar la impermeabilización, con canaliza-
ciones que debieran partir de plataformas de captación de agua para cuya preservación
en el aljibe sería necesario disponer soluciones de cubierta (Soler , Pérez y Belmonte,
2006, fi g. 50), de la que acaso resulten evidencias los restos de barro con improntas
determinados en el relleno excavado de la cisterna 2 (Gómez, 2006, 279). Con todo,
desde la valoración de su entidad, el rendimiento de la instalación culminada pudiera so-
brepasar las expectativas de la población del enclave o las de un ujofl marítimo a base de
embarcaciones, posible resultado de la evolución de monoxilas propuestas para cultura
calcolítica de Los Millares de Almería (Guerrero, 2009), similares a aquellas primeras con
las que se hubiera podido practicar la navegación de cabotaje e incluso de gran cabotaje
en las Baleares (Guerrero, 2006, 122), no resultando difícil suponer, desde la perspectiva
de un incremento o modifi cación de las estructuras, otras funciones complementarias a
la propia de la captación y conser vación de agua, como aquella que se ha propuesto
para el Bronce Tardío cuando se les vincula con el procesado de peletería, encontrando
su sentido los aljibes en el empapado y el curado del cuero en salmuera, concibiendo a
la Illeta como enclave justifi cado por el tráfi co marítimo y dependiente del emplazamiento
más grande de El Negret de Agost (Ruiz-Gálvez, 2001, 144).
Estimando un largo periodo de uso de los aljibes, muy posiblemente el complejo de
cisternas de El Campello, ofreciera distintas posibilidades a lo largo del tiempo, funciones
que solamente podemos intuir a partir de las posibles reformas o modifi caciones, como
las que se sugieren desde el análisis detallado de la cisterna nº 1 u otras de mayor en-
vergadura como la que se evidencia con la construcción del terraplén dispuesto entre
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

las cisternas 1 y 2, como plataforma idónea para habilitar un área de trabajo donde las
estructuras de los aljibes constituyen piezas principales. Cambios que pueden obedecer
a reparaciones motivadas por desastres, desde inundaciones a cataclismos marinos, o
a variaciones en el entorno geopolítico en el que se determina el enclave, primero en la
referencia argárica del Bajo Segura y luego como salida al mar de todo el potencial que
caracteriza El Alto Vinalopó en el Bronce T ardío, punto fi nal de una ruta terrestre que se
inicia en el Cabezo Redondo de Villena, alcanza el Tabayá de Aspe y que tiene a los po-
blados de El Negret de Agost y del Portixol de Monforte como puntos previo al enclave
de El Campello (Hernández, 1997C 28). El hecho de que durante esa etapa también
se asista al relleno y descuido de las cisternas acaso fuera indicativo de su inserción en
un área funcional donde el interés primigenio de la captación y conservación de agua no
encontrara sentido. Así valoramos el terraplén (Soler, Pérez y Belmonte, 2006, 111), indi-
cando que la posición inclinada que guarda hacia la cisterna 2, hubiera podido hacer de
esa estructura plataforma idónea para verter agua al embalse, área de trabajo vinculado
con las estructuras negativas o mera vía de vertidos cuando las cisternas no estuvieran
sometidas a ningún tipo de mantenimiento.

Sobre las gentes argáricas que habitaron El Campello


En la excavación de 1935 F . Figueras (1950, 28) descubrió unas losas formando una
caja; unas hincadas de canto y otras puestas de plano sobre aquellas que interpretó
como la estructura de una sepultura de inhumación que se internaba en el corte o límite
de su excavación. Metódico, el ilustre miembro de la Comisión Provincial de Monumen-
tos pospuso para el verano siguiente la excavación de esa previsible cista de lajas que,
perdida para la investigación posterior, acaso hubiera podido constituir temprana seña de
identidad para el yacimiento de la Edad del Bronce de El Campello. El desconocimiento
de su contenido y la posición estratigráfica de esta tumba, hallada un año antes del esta-
llido de la Guerra Civil por debajo de vestigios ibéricos y por encima de lo que F. Figueras
consideraba la ocupación argárica, no ha hecho descartar se tratara de un enterramiento
adscrito al Bronce Tardío, si bien sólo considerando su posible asociación a un fragmento
cerámico característico (Simón, 1997, 59). En el mismo sondeo, por debajo de vestigios
habitacionales argáricos y cortando estratos previos se halló una tumba más sencilla, ob-
19. Reconstrucción de la cisterna 1. servándose solamente huesos humanos bajo un cúmulo de piedras irregulares cubrien-
Dibujo de R. Pérez. do los huesos (Figueras, 1950, 30), estructura funeraria ésta que ha sido relacionada
con aquellos enterramientos en túmulo que J. Furgús describiera en San Antón y Laderas
del Castillo (Simón, 1997, 59) y que se han considerado cistas de mampostería, un tipo
de contenedor funerario que parece el más representativo en estas tierras meridionales
de Alicante, en lo geográfico limítrofes de El Argar (Jover y López, 1997, 82 - 83).
A la cista de lajas no excavada y a aquella de mampostería desprovista de ajuar , se
añaden las otras 9 dramáticamente desaparecidas en la voladura de 1943, todas ellas al
parecer con los esqueletos completos (Figueras, 1950, 34), 6 de ellas sin relato de ajuar ,
y por ello para J.L. Simón susceptibles de considerarse del Bronce T ardío, o argáricas
y propias de individuos de una clase social inferior, y las otras 3 que, por su descripción
–losas hincadas de canto– y por el hecho de localizarse sobre la roca madre o el nivel
de contacto, se califi can como cistas de lajas argáricas (Simón 1997, 59), con la cir -
cunstancia anotada para dos de ellas de resultar enterramientos dobles. La mención del
183

Estructura/ UE Referencia/ Material Datación BP CAL BC2 σ


CAL BC2σ
CAL BC1 σ
CAL BC1σ Intersección
(m) (m) CAL BC
Cisterna 1-UE 4158 Beta 152947: Sedimento 3290±40 1670-1490 1580 1620-1520 1570 1530
2130-2080 2105/
Cisterna 1-UE 4171 Beta 152946: Sedimento 3630±40 2060-1890 1975 2030-1940 1985 1970

Terraplén Perfil SW1 Nivel II Beta 152948: Sedimento 3600±40 2040-1880 1960 2010-1900 1955 1940
Canalización Testigo A
UE 4077 Beta 152950: Sedimento 3710±40 2210-1970 2090 2140-2030 2085 2130/2080/2060

Cabaña nº 3 Testigo A 3310-3230 3270/


UE 4090 Beta 152951: Sedimento 4410±40 3110-2910 2910 3090-2930 3010 3020

Tumba I 1974-439 Beta 188925:


3410±60 1880-1530 1705 1760-1630 1695 1700
Individuo 1 tibia izquierda. Mujer Adulta
Tumba I 1974-439 Beta 188926:
3470±50 1910-1670 1790 1880-1720 1800 1760
Individuo 2 fémur. Hombre maduro.
Tumba II 1975-48/55 Beta 236821: húmero
3320±40 1690-1500 1595 1650-1530 1590 1610
Individuo 3 derecho. Hombre adulto.
Tumba II 1975-40 Beta 240411: húmero 1870/1840/1820/
Individuo 4 derecho. Mujer adulta. 3500±40 1930-1740 1835 1890-1750 1820 1790/1780
Tumba III 1982-1961 Beta 188927:
Individuo 5 tibia. Hombre adulto. 3500±40 1920-1720 1820 1890-1750 1820 1870

Tumba IV 1982-1977/78 Beta 236823: fémur 3340±40 1740-1520 1630 1680-1600 1640 1620
Individuo 6 derecho. Hombre maduro. 1570-1540 1555
Tumba IV 1982-1977/78 Beta 236824: fémur 3560±40 2020-1860 1940/ 1950-1880 1915 1900
Individuo 7 derecho. Mujer adulta. 1850-1770 1810
Tumba V 1982-1966 Indi- Beta 236822: peroné. 1920-1730 1825/
3490±40 1880-1750 1815 1870/1850/1780
viduo 8 Mujer madura. 1720-1690 1705

encuentro en cada una de ellas de un puñal metálico y la localización en cualquiera de Dataciones de la Illeta dels Banyets (BP=antes del
ellas de aquel labrys (Fig. 2), referencia con la que se identifi ca un brazalete de arquero presente; BC=antes de Cristo; Cal=calibración
con rango a 1 ó 2 σ; (m) media de los rangos a
en pizarra con 5 perforaciones en ambos lados (Simón, 1997, 60 y 113), resultan los 1 ó 2σ. Intersección de la edad del radiocarbono
únicos objetos que, en lo que atiende a los elementos de ajuar, se consideran en la do- con la curva de calibración.
cumentación de las 11 tumbas que recoge F. Figueras (1950, 34)
Las pautas inferidas de esa documentación de los años treinta en cuanto a estructuras,
número de inhumados y elementos de ajuar resulta acorde a los datos que aportan las
excavaciones de E. Llobregat. La posición de las estructuras funerarias localizadas entre
1974 y 1982 es próxima a las previamente descubiertas, de modo que puede consi-
derarse la existencia de una necrópolis con 19 tumbas en la parte más occidental del
yacimiento que integraría el islote, señalándose una concentración de sepulturas; un hecho
contrastado en otros yacimientos argáricos de la Región de Murcia, bien referenciado en
la última revisión del conjunto funerario de El Campello (López, Belmonte y De Miguel,
2006, 151). En la misma, a partir de un exhaustivo análisis de la información recogida en
los diarios de campo, fotografías y contenido de cajas en el almacén del MARQ, se indica
que cistas de mampostería son las tumbas I, II, IV, quizá la V y la VI, observándose en una
de las conser vadas -tumba IV- un enlosado añadido al perímetro externo de la sepultura
pero previsiblemente ejecutado a la vez que ésta, y como referencia sólo extraída de la
documentación, la vinculación de la tumba V a un muro o resto constructivo. Se ha indi-
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

cado un aparejo mixto –mampuestos y lajas– para las tumbas I y VI; y también para la III,
ofreciendo su fotografía lajas de buen tamaño que no debieran hacer desestimar un diseño
bajo el concepto de cista de lajas, pero condicionado por la matriz geológica que ofrece el
entorno. A partir de fotografías y del estudio antropológico se ha indicado que la tumba VII
es una fosa que contenía una inhumación infantil, y sin disponer de datos de campo se ha
conseguido identificar otra sepultura –tumba IX–, ésta solo evidenciada a partir del registro
osteológico de la campaña de 1982. Como ya se ha indicado, la tumba VIII, de la que
no se reconoce su estructura, se descubre en 1994 enfrente del yacimiento en el corte
que provoca el acceso al puerto deportivo, de modo que es muy posible intuir un carácter
mayor para este poblado de la Edad del Bronce, pudiendo haber desaparecido viviendas y
tumbas en todo ese proceso que tras la época romana determina la fisonomía del paraje.
Aunque existen referencias de tumbas argáricas en espacios de poblado no ocupados
por viviendas, como ocurre en la cima del cerro del yacimiento almeriense de Fuente Ála-
mo, donde se identifican covachas artificiales practicadas cuando ese área no se hallaba
del todo ocupada (Arteaga y Schubart, 1981, 19), parece que lo normativo en lo argárico
es presumir que las tumbas se hallan bajo y entre las casas (Lull, 1997-98, 81). Esa
debiera ser la circunstancia de las de la Illeta, aunque por toda referencia de nexos entre
nichos y estructuras de habitación sólo se disponga de anotaciones como la que informa
sobre el hallazgo por debajo de vestigios de la segunda tumba que menciona.FFigueras,
o la que atiende al muro al que parece asociarse la tumba V de E. Llobregat, hoy tan
perdido como el nicho funerario. La no determinación de las estructuras de habitación
hace inviable la caracterización de las tumbas a partir de su localización, como se consi-
gue en el poblado jienense de Peña Losa, donde se da la circunstancia de obser var en
unidad habitacional con espacios destinados a actividades domésticas de producción y
consumo, próximos a otros dedicados a actividades metalúrgicas, notables diferencias
entre las sepulturas que encuentran su explicación en el distinto poder o riqueza de los
inhumados (Contreras, 2001, 73). A falta de esas viviendas, solo podrán establecerse
consideraciones en cuanto a la cercanía y alineación de las tumbas (López, Belmonte y
20. Cista de la tumba III. 1982. Archivo MARQ.
De Miguel, 2006, 151) por si la disposición de algunas –tumbas II, IV , V y VI– con res-
pecto a otras –tumbas I y III–, pudiera responder si no a pautas sociales al menos a una
trama habitacional del todo próxima a la cisterna nº 1, construcción que aquí se interpreta
como elemento temprano dentro del desarrollo de la ocupación argárica y , como las
otras cisternas, principal en la gestión del enclave.
Además de los contenedores, otros rasgos revelan una total sintonía con los datos y
características que viene ofreciendo la investigación reciente de El Argar. En la Illeta abun-
dan los enterramientos dobles, de modo que a aquellos dos desaparecidos en 1943
referenciados por F. Figueras se añaden otras 3 tumbas (I, II y IV) que gracias al ímprobo
trabajo de Mª Paz de Miguel sabemos se caracterizan por la circunstancia común de
contener los restos de dos individuos de diferente sexo. En línea con el programa de
dataciones funerarias del ámbito de El Argar (Castro et alii, 1993-94), en la Illeta, tras la
identificación de sexos, se han datado los restos de las tres tumbas dobles descubiertas
en las actuaciones de E. Llobregat, obser vándose una distancia cronológica entre los
fallecidos que, en consonancia con las dataciones de los enterramientos dobles de los
yacimientos almerienses de Gatas y Fuente Álamo, hacen descartar cualquier filiación de
carácter conyugal entre los individuos que comparten nicho.
185

En dos enterramientos dobles de la Illeta, los restos de individuos femeninos son los más
antiguos, caso de la tumba II y de la tumba IV , resultando en la tumba I el varón la persona
que antes falleció. Esta circunstancia es del todo coherente con lo que en los últimos 15
años viene planteando para la vertiente funeraria de El Argar el equipo de investigación de
la Universidad Autónoma de Barcelona. La circunstancia de que la mujer sea la primera
en enterrarse, y que, en lo genético desde un análisis establecido a partir de variables
métricas antopológicas, los individuos de sexo femenino presenten menos variaciones
que los de sexo masculino, ha hecho considerar una menor movilidad en las pautas de
residencia posmarital de las mujeres, circunstancia coherente con la propuesta de un
modelo basado en agrupaciones estables de mujeres o lo que es lo mismo una orga-
nización social matrilocal o de familia extensa donde la fi liación parece el patrón que rige
el acceso al enterramiento, trasmitiéndose el linaje de madres a hijas e hijos. Desde esa
argumentación, la prevalencia en el tiempo del individuo masculino de la tumba I podría
interpretarse desde la avuncolocalidad, resultando acaso el avunculus o hermano de
la mujer que sostuviera el linaje, tal y como se establece desde la valoración global de
la inhumaciones de la cultura argárica, donde la prevalencia temporal de los individuos
masculinos se revela excepcional (Lull, 1997-98, 73).
En lo que atiende a los ajuares de la Illeta, destacan los puñales metálicos y los botones de
marfil con perforación en V . Por referencia de F . Figueras parece que las tres tumbas con
ajuar identificadas en 1943 disponían de puñales metálicos, circunstancia que se ha iden-
tificado bien en la revisión efectuada del registro documental de las tumbas halladas en las
excavaciones de E. Llobregat, donde se observan en las tumbas I, II, III, IV y quizá en aquella
más alejada del núcleo principal (tumba VIII), resultando con seguridad ajuares de individuos
masculinos en dos casos tumbas I y III (López, Belmonte y De Miguel, 2006, 166), no
debiendo descartarse que alguno de los puñales correspondiera a una mujer , teniendo en
cuenta que en el Sureste este tipo de pieza se vincula a cualquiera de los dos sexos (Castro
et alii, 1993-94, 99). En consonancia con los datos que de manera genérica van trascen-
diendo de El Argar, resultan propios de las mujeres los punzones, caso de las tumbas IV y V .
Con ellas también podrían relacionarse recipientes cerámicos, atendiendo a las referencias
que se disponen de las tumbas I y V. Con los varones parecen relacionarse los botones de
perforación en V (López, 2006, 41), sexo al que también se adscriben otros elementos de
marfil como el aplique de puñal localizado en la tumba I para el que se propusieron suge-
rentes paralelos externos de ámbito mediterráneo y atlántico (López, 1995). La abundancia
de botones, sobre 50 vinculados al hombre enterrado en la tumba III, se interpreta como un
rasgo propio del desarrollo argárico en estas tierras limítrofes, recordando al respecto J. A.
López la tumba de lajas localizada por J. Furgús en Laderas del Castillo donde se recogieron
6 docenas de este tipo de elementos de adorno (López, 2006, 34).
No se localizan, en lo que resta del yacimiento, elementos propios de las clases más privi-
legiadas de la propuesta de pirámide social que rige la sociedad argárica. Con esclavos o
extranjeros se han identifi cado las tumbas sin ajuar , inhumaciones consignadas en 1943
en la Illeta, respondiendo el conjunto de ajuares a personajes medios en el orden social es-
tablecido a partir de los ajuares del núcleo argárico del Sureste (Castro et alii, 1995, 1942)
que encajarían en una tercera o cuarta categoría por la presencia normalizada, cuando
no contada de elementos metálicos. Es posible que en lo desaparecido hubieran podido
determinarse mejores ajuares como el que acaso albergara aquella tumba de lajas que no
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

excavara F. Figueras, aunque las similitudes de los elementos que se asocian a la alejada
tumba VIII con respecto a los propios del núcleo de tumbas conser vado y la importancia
que en lo social acaso pudiera guardar la disposición de tumbas en el entorno de las
cisternas no invita a considerar la desaparición de tumbas de mejor ajuar o estructura que
las conservadas. Sin romper de un modo nítido esa homogeneidad, no faltan elementos
vinculados a la clase dominante como el brazal de arquero (Lull, 1997-98, 76), aquellabrys
que se rescatara del desastre de la posguerra, o los botones de perforación en V , mos-
trados en toda su abundancia en la tumba III, donde se acompañan de un puñal metálico,
consignándose un conjunto notable, pero que de ningún llega a alcanzar al que acompaña
a la sesentena de botones de Laderas del Castillo de Callosa: un hacha metálica, un reci-
piente cerámico, un anillo y tres espirales de plata (Furgús, 1937, 66) o al que caracteriza a
aquella inhumación femenina San Antón de Orihuela, también relatada por J. Furgús (1937,
56), donde el puñal metálico se acompaña no sólo de un punzón con mango de hueso,
una vasija cerámica, dos espirales de plata y varios adornos en marfil, sino también por más
de 70 conos de oro, elementos éstos con los que se han vinculado los botones de marfil,
como respuesta en clave indígena de la clase dominante argárica a la llegada de objetos
tan exóticos como esos peculiares adornos áureos (Lopez, 2006, 44).
Desde el estudio antropológico se ha resuelto que las gentes argáricas inhumadas, salvo
en el caso del enterramiento infantil, fallecieron adultos, lo que no siendo representativo de
una mortalidad normalizada conduce a admitir el carácter selectivo de todas las inhuma-
ciones, incluida la del menor en fosa. A pesar de esa selección que invita a estimar que no
todos los habitantes gozarían de ser inhumados en el enclave, evidencias paleopatológicas
de ese “grupo selecto” como la artrosis confi rman que todos los que ahí residieron, hom-
bres y mujeres sufrieron una intensa actividad en vida y que, atención a las caries y otras
patologías dentales, al menos los inhumados debieron gozar de una dieta rica en hidratos
de carbono (López, Belmonte y De Miguel, 2006, 154-158). De otra parte el análisis de
la fauna recuperada en el asentamiento informa que los habitantes de la Illeta practicaron la
pesca y se beneficiaron de una explotación pecuaria que incluye cabras, ovejas y cerdos,
y de la caza de ciervos y conejos, determinándose restos de corzos a partir de los que M.
Benito (2006, 245-246) sugiere la existencia de bosques de óptima frondosidad próximos
a un hábitat dispuesto en límite costero de un glaci bien drenado (Ferrer , 2006) donde la
agricultura de cereales, sólo queda evidenciada en este tan disminuido yacimiento, por el
registro de algunos elementos de hoz y piezas de molino, elementos éstos contabilizados
en un número considerablemente inferior al obser vado en otros asentamientos (Simón,
1997, 1999). Buen indicio de la relación del enclave con el interior escarpado inmediato
pudiera resultar la patología que afecta al calcáneo del hombre localizado en la tumba II,
interpretada como lesión provocada por la frecuentación de parajes más agrestes (López,
Belmonte y De Miguel, 2006. 156), como el que se advierte en el entorno inmediato de la
Cova de la Barcella de Torremanzanas, cavidad ubicada en el interior de la misma comarca
de El Camp d’Alacant que acoge al Campello, donde podrían resultar de contactos con lo
argárico de El Campello la localización de los elementos de plata y el puñal de remaches
dispuestos junto a los últimos inhumados que acoge (Soler , 2006B, 286), con los que
finaliza una tradición centenaria con ajuares característicos del eneolítico del área.
21-22. Restos de los inhumados y ajuar de la Aunque las pautas del enterramiento argárico respondan al modelo propio y tradicional
tumba IV. 1982 y croquis de reconstrucción de la
Tumba IV. Dibujo de J.A. López.
de la familia extensa que caracteriza etapas neolíticas o calcolíticas previas (Chapman,
1981) como la que en el área se defi ne en lo funerario por cuevas de inhumación múltiple
187

o colectiva como la de Barcella (Soler , 2002), se asume bien que en El Argar existirían
relaciones políticas (Lull, 1997-98, 76-78) propias de una organización territorial asimilable
a lo estatal, en lo social encabezada por grupos que gozarían de privilegios y que domina-
rían la cadena cohercitiva que aseguraría la producción de alimentos, la acumulación de
excedentes, la circulación de productos metálicos o, en defi nitiva, la per vivencia de todo
el entramado cultural que en la Edad del Bronce se asienta en el sureste peninsular . La
ausencia en la Illeta de esos ajuares sobresalientes que se reconocen en la unidad que
conformarían los poblados de San Antón y Laderas de Castillo (Lull, 1984, 339) podrían
hacer considerar el carácter dependiente de este enclave costero, acaso desde finales de
la fase considerada de expansión del Argar o Argárico II (2050-1950 a.C) y desde luego,
atendiendo a la cronología que ofrecen las tumbas, en la etapa clásica del desarrollo de la
cultura argárica -1960-1700 a.C.- (Castro, Lull y Micó, 1996, 125), cuando hacia el 1.750
a.C. el estado argárico alcanza su mayor razón social (Lull, 197-1998, 76). A tenor de las
23. Puñal metálico. CS 1477. Archivo MARQ.
dataciones que se disponen para las segundas inhumaciones de las tumbas II (1590 Cal
BC 1σ (m) y IV (1640 y 1555 Cal BC 1 σ (m), lo argárico en la Illeta alcanzaría conocer las
postrimerías del s.XVII o bien los inicios del s.XVI, defi niéndose el poblado en esos siglos
como la representación mas septentrional del País de El Argar. Su temprana concepción
como sitio de atraque puede resultar avalado por la posición de las cisternas, la cronología
obtenida en la construcción o reforma de la cisterna nº 1 y la relación entre las canalizacio-
nes y tumbas, resultando amortizadas las primeras por la realización de unos nichos que,
de manera indirecta, permiten considerar una trama habitacional próxima a los aljibes, y por
ello acaso principal, caracterizada por una producción artesanal de elaboraciones de marfil
en las inmediaciones de la cisterna nº 2.
El enclave, provisto de medios para asumir la provisión de embarcaciones (Simón, 1997),
sin contradecir la comunicación terrestre con el área argárica, nítidamente evidenciada a
partir de la disposición de los asentamientos de Caramoro I y El T abayá, pudo gozar de
una vía directa y marítima con la capitalidad que se determina en El Bajo Segura, donde
se observan mejores ajuares a la vez que buenas afi nidades con respecto a los registros
funerarios que ofrece el yacimiento. Se dibuja en la Edad del Bronce el enclave que, con
tantas vicisitudes, ha podido recuperarse en El Campello como un lugar si no exnovo, en
atención a los vestigios previos de ocupación, del todo colonizado por quedar alejado pero
del todo inmerso en la Cultura del Argar, inserto en una organización supraterritorial, y en ese
sentido participante a la vez que sometido a la regulación que hiciera de esa manifestación
dominio del territorio. Su concepción como lugar limítrofe es coherente con el hecho de no
localizar ajuares propios de las primeras categorías sociales que se establecen en todo su
territorio (Lull y Esteve, 1986); su instalación da cuenta del máximo alcanze septentrional de
24. Botones de perforación en V. Archivo MARQ.
ese poder, estableciéndose un punto controlado pero, acaso como todo lo fronterizo, ca-
racterizado por una cierta autonomía; rasgo éste que pudo acentuarse a partir del Bronce
Tardío, cuando de igual modo de otros enclaves costeros, se considera hubiera podido
quedar dentro y fuera de un territorio políticamente defi nido (Ruiz-Gálvez, 2001, 283) por
un nuevo poder (Hernández, 2001) que, tras la Cultura de El Argar pero en buena medida
como continuidad de la misma, se resuelve hacia la mitad del II milenio a.C. entorno al
Cabezo Redondo de Villena.

Alcanalí, septiembre de 2009


EN LOS CONFINES DEL ARGAR

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EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Los restos vegetales


recuperados en la
cisterna nº 1 de la
Illeta dels Banyets Yolanda Carrión Marco
Universidad de Valencia

El contexto
Las plantas son un recurso ampliamente utilizado por los humanos para gran variedad
de usos, desde los más cotidianos y básicos para la super vivencia (alimentación, ca-
lefacción, medicina) hasta como materia prima para la construcción y la elaboración
de útiles. El uso de los vegetales en tareas de construcción y acondicionamiento de
espacios de habitación y estructuras, está bien documentado y juega un rol fundamen-
tal desde la elaboración de la estructura interna de los edifi cios hasta de las cubiertas,
así como en diversas tareas de reparación. El conocimiento de las cualidades físicas y
mecánicas de cada tipo de madera o fibra vegetal (densidad, dureza, facilidad para ser
trabajada, flexibilidad, etc.) hacen que cada especie sea idónea para una determinada
función.
La Cisterna Nº 1 de la Illeta dels Banyets es testimonio del uso de los vegetales para
el acondicionamiento interno de la estructura en sus primeras fases de construcción.
En su interior se recuperó una muestra de materia orgánica vegetal carbonizada (UE
4171), asociada a un revestimiento corrector del fondo de la cisterna excavada en la
roca, ya que ésta presentaba una superfi cie irregular con numerosas oquedades que
podían afectar a su funcionamiento. Concretamente, la muestra constituía una veta ce-
nicienta de unos 4 cm. de potencia máxima, que rellenaba una grieta en la pared de la
estructura (Soler Díaz et al., 2004: 275). La lectura de estos restos vegetales presenta
una doble importancia: por un lado, ofrece una valiosa información acerca del papel
de los vegetales en la construcción o acondicionamiento de las estructuras; además,
191

esta muestra permitió obtener una fecha por radiocarbono (Beta-152946) que sitúa su
construcción en el Bronce Antiguo (1985 cal. BC), aunque se mantiene en funciona-
miento hasta al menos el Bronce Tardío (Soler Díaz, 2006).

Análisis de los restos vegetales


La muestra vegetal se encontraba casi completamente reducida a cenizas y con algunos
fragmentos de carbón conser vados que no han completado el proceso de combustión,
sino que se quedaron en fase de calcinación, que es la que produce los carbones y preser-
va su estructura anatómica, de modo que es posible su identifi cación botánica (Bourquin-
Mignot et al., 1999). Efectivamente, los fragmentos de carbón de la muestra UE 4171 son
los últimos testigos de la combustión de una materia vegetal cuyo volumen inicial no pode-
mos calcular a partir de sus restos. Éstos corresponden en su mayor parte a tallos de esca-
so diámetro, de entre apenas 1-1,5 mm., y presentan un estado muy quebradizo (foto 1).
La observación a través de un microscopio metalográfi co entre 50 y 1.000 aumentos,
permite la identificación de los restos vegetales en base a sus características anatómicas.
Todos los restos procedentes de la Cisterna Nº 1 se han identifi cado como Monocoti-
ledónea. El grupo de las Angiospermas Monocotiledóneas se caracterizan por tener un
embrión con un solo cotiledón, por tallos que no forman madera secundaria y por hojas
con nerviación paralela. Incluye varias familias entre las que se encuentran las Liliaceae
(lirios), Agavaceae (ágaves, yucas), Iridaceae (gladiolos), Poaceae (gramíneas), Junca-
ceae (juncos) u Orchidaceae (orquídeas), entre otras (Burnie, 1995: 255 y ss.). Pocas
monocotiledóneas del Mediterráneo son leñosas, pero algunas presentan tallos fi brosos
gruesos que pueden conservarse carbonizados, aunque en general, suelen ser escasas
en el registro antracológico y , en caso contrario, las condiciones de conser vación no
siempre son óptimas para el análisis de los restos, dada su fragilidad.
La gran similitud anatómica que presentan las monocotiledóneas no nos ha permitido
realizar la identificación en un rango más detallado. Sin embargo, las características ana-
tómicas de los restos de la Cisterna Nº 1 de la Illeta dels Banyets nos lleva a plantear que
posiblemente se trate de alguna especie de gramínea (Schweingruber et al., 2006: 84).
El corte transversal del tallo (o caña, como se denomina en el caso de las gramíneas),
es macizo y muestra la presencia de haces vasculares colaterales cerrados distribuidos
de forma dispersa (foto 1). Muchos fragmentos conser van la franja cortical (foto 2). En
general, la estructura anatómica de todos los fragmentos se encuentra muy alterada (foto
3) aunque es difícil precisar en qué momento de la vida de los vegetales se produjo esta
alteración: posible combustión intensa, contacto con agua, etc.

Valoración de la muestra
Los restos vegetales recuperados en la Cisterna Nº 1 de la Illeta dels Banyets forman
un conjunto unitario, ya que el 100% de los fragmentos analizados han sido identifi ca-
dos como Monocotiledónea. Las implicaciones arqueológicas de estos resultados son
significativas. Por un lado, muestran que los restos se asocian a un hecho puntual,
probablemente el de acondicionamiento del vaso de la cisterna en sus primeras fases
constructivas. Dada la escasez de carbón y la abundancia de cenizas, nos decantamos
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

por la intencionalidad de una quema de los restos vegetales hasta su reducción casi
completa a cenizas, entre las que se han conservado algunos fragmentos de tallo que no
han completado el proceso de combustión. Esto implicaría el uso de estos residuos de
combustión (cenizas) por su cualidad aislante, del mismo modo que se ha documentado
en cronologías algo posteriores (Abad Casal y Sala Sellés, 2001). En este sentido, las
cenizas y carbones analizados responderían al mismo gesto de impermeabilizar el fondo
de la cisterna y a la misma funcionalidad que la capa de arcillas y bloques de piedra.
Por otro lado, los resultados corroboran la validez de la datación radiocarbónica obtenida
a partir de esta muestra, ya que se trata de especies de vida corta y no se detecta mez-
cla de otras especies.

1. Monocotiledónea, corte transversal. 2. Monocotiledónea, corte transversal.


Detalle de corteza.

2. Monocotiledónea, corte transversal. 1. Monocotiledónea, corte longitudinal.


Detalle de haz vascular.
193

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4
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

El Argar
y su confín oriental
195
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

La cultura argárica
en Granada y Jaén
Fernando Molina González
Juan Antonio Cámara Serrano
Universidad de Granada

Breve historia de la Investigación


Como para otras épocas, fueron los hermanos L. y E. Siret quienes pusieron las bases
para el estudio de la Edad del Bronce del Sudeste (Siret y Siret, 1890), desarrollando los
primeros trabajos de campo sistemáticos en yacimientos como Fuente Álamo (Cuevas
del Almanzora, Almería), Gatas (T urre, Almería) o el mismo Argar (Antas, Almería), entre
otros muchos, y proporcionando un esquema de periodización y la primera definición de
la Cultura del Argar, en base a un determinado número de rasgos cuya pertinencia actual
después discutiremos.
En la Alta Andalucía, que abarca aproximadamente el territorio de las actuales provincias
de Granada y Jaén, las primeras actuaciones en yacimientos de la Edad del Bronce
se retrasaron algunas décadas, siendo éstas inter venciones esporádicas y de escasa
envergadura durante la primera mitad del siglo XX. Una de las excavacionesnes más
tempranas tuvo lugar en la V ega de Granada, cuando J. Cabré (1922) dio a conocer
algunas sepulturas investigadas en el Cerro de la Encina (Monachil, Granada). Pero es,
sobre todo, a partir de los años 60 cuando se multiplican los trabajos de campo, me-
reciendo destacarse las actividades realizadas por W . Schüle en el Cerro de la Virgen
(Orce, Granada) (Schüle y Pellicer, 1966; Schüle, 1980, 1986), los trabajos en el Cerro
del Culantrillo (Gorafe, Granada) (García, 1963), y, a fi nales de la década, el inicio de las
excavaciones sistemáticas en el Cerro de la Encina (Monachil, Granada), que se descri-
birán más adelante.
197

Será en los años 70 cuando se multipliquen las actuaciones sobre los yacimientos argári-
cos en la Alta Andalucía, gracias a un programa de investigación sistemática para la Edad
del Bronce de la región planteado por el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la
Universidad de Granada. En él se inscribe la continuación de los trabajos de excavación
en el Cerro de la Encina, que se mantendrán hasta 1984 y que han proseguido en la
última década (Arribas et al., 1974; Molina, 1983; Aranda, 2001; Aranda y Molina, 2003,
2005, 2006; Aranda et al., 2008a). Y en el Alto Guadalquivir puede considerarse pionera
la actuación en Úbeda la Vieja (Jaén) (Molina et al., 1978, 1979), continuada más tarde
con otras intervenciones en la zona (Carrasco y Pachón, 1986; Pérez, 1994; Lizcano et
al., 2009) y, sobre todo, con el Proyecto Peñalosa a partir de 1985 (Contreras, 2000;
Contreras y Cámara, 2002). Por último, en los Altiplanos Granadinos más orientales
se han realizado importantes excavaciones en yacimientos como la Cuesta del Negro
(Purullena, Granada) (Molina y Pareja, 1975; Molina, 1983) y el Castellón Alto (Galera,
Granada) (Molina et al., 1986, 2004; Rodríguez y Guillén, 2007), entre otros.

El paleoambiente
Contamos con un buen número de trabajos de carácter antracológico, polínico y ar -
queozoológico para trazar un modelo paleambiental para el Calcolítico y la Edad del
Bronce de la Alta Andalucía, en especial de las cuencas subbéticas en la provincia de
Granada. En el diagrama polínico obtenido para la secuencia del Cerro de la Virgen se
aprecia un aumento de la aridez desde el Cobre Precampaniforme hasta la fase argárica,
con la desaparición en fases del Bronce Pleno de las especies de ribera (aliso, fresno,
olmo, avellano y anea). Este proceso se corresponde en el análisis antracológico con
la desaparición a fi nes de la secuencia del lentisco, jaras, espinos y del taray , así como
de todos los taxones menores, a la par que aumenta la curva de pino y disminuye la de
encina/coscoja (Rodríguez et al., 1996a:553-554).
Esta degradación del paisaje queda aún más palpable en el estudio antracológico y
polínico del Castellón Alto (Rodríguez, 1992; Rodríguez y Ruiz, 1995; Rodríguez et al.,
1996a, 1996b; Rodríguez y Guillén, 2007), con un continuo aumento del Pinus hale-
pensis respecto a la encina, en un período que podemos situar en el Bronce Pleno y la
transición al Bronce Tardío, hasta el punto de que determinadas especies arbustivas indi-
can una fuerte salinización de los suelos (Rodríguezet al., 1996b:192). Por el contrario, el
Cerro de la Virgen, aunque de hecho ofrece en contextos del Cobre y del Bronce Antiguo
especies faunísticas que pueden estar relacionadas con espacios abiertos, como el mo-
chuelo, la chova, grajillas, topillos y ratón silvestre, también muestra animales típicos del
bosque mediterráneo como el ciervo, la cabra montesa, el jabalí, el zorro, el lince y el gato
montés, así como ardillas, musarañas y lirones, etc., dominando el conejo sobre la liebre.
Angela von Driesch refi ere a partir de su estudio arqueozoológico del Cerro de la Virgen
que “en los bosques vivían uros, cier vos y jabalíes. Osos, linces y zorras recorrían sus
distritos naturales. Tanto en los ríos como en aguas mansas y estanques que por la ma-
yor parte se secaban en verano había nutrias y tortugas. Allí vivían ánsares y ánades. Los
erizos preferían como paradero los montes bajos. En los barrancos de los cañones tala-
dos por los ríos, halcones, buitres y búhos reales, chovas piquirrojas y palomas bravías
tenían sus refugios. Cuer vos, cornejas negras y el grajilla buscaban desperdicios cerca
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

de las poblaciones. En las montañas abundaban las cabras montesas. Las estepas eran
animadas de liebres, avutardas y codornices, tal vez équidos salvajes. Lobos rodeaban
por todo el país y en todas partes se tropezó con conejos, crías de perdices y mochuelos
comunes (Driesch, 1972:175).
Realmente la vegetación de ribera se mantiene durante mucho tiempo en los altiplanos
granadinos (Rodríguez y Ruiz, 1995:172; Rodríguez et al., 1996a:554) y en la Edad del
Bronce se constatan fresnos, adelfas, sauces, álamos y taraes, junto a cursos de agua
permanentes con peces como el leucisco o la tenca (Rodríguez y Guillén, 2007:43-44).
Ello ha llevado a sugerir un ambiente más frío que el del Calcolítico, pero ligeramente
más húmedo que el actual (Rodríguez y Guillén, 2007:44). Parece existir un relativo au-
mento del frío con inviernos que oscilan de templados (2º a 5º) a frescos (-1º a 2º) y un
ombroclima seco (350-600 mm.). Estos parámetros bioclimáticos se pueden enmarcar
dentro del piso mesomediterráneo medio frente al mesomediterráneo inferior de la fase
calcolítica.
De todas formas tenemos que tener en cuenta que los fragmentos de carbón y made-
ra utilizados en el análisis antracológico y los restos faunísticos procedentes de estos
contextos arqueológicos han sido seleccionados por las poblaciones que ocuparon los
asentamientos investigados, que estos elementos en algunos casos (animales) tienen
una fuerte adaptabilidad y que, en cualquier caso, la metodología arqueobotánica y ar -
queofaunística no nos permite una mayor precisión en el ritmo de los cambios y en la
documentación de las microoscilaciones climáticas.
Los estudios carpológicos sobre los restos del Cerro de la Virgen ponen de manifi esto
que en la fase III se produce la introducción de nuevas técnicas de cultivo y cambios entre
las especies, y los restos de fauna denotan que la caza disminuye a favor de los anima-
les domésticos en la Edad del Bronce, lo que, al igual que la pérdida de importancia del
cerdo, es interpretado como resultado de una transformación del medioambiente que ha
sido considerada consecuencia de la acción antrópica sobre el entorno, con el desarrollo
de nuevas técnicas de cultivo y la roturación de nuevas tierras para la ampliación de los
campos de cultivo (Rodríguez, 1992; Rodríguez y Ruiz, 1995; Rodríguez et al., 1996a,
1996b), pero no hay que excluir oscilaciones climáticas sugeridas en los últimos estudios
arqueomagnéticos e isotópicos para áreas cercanas (Nachasova et al., 2007; Aguilera
et al., 2008).
En el Alto Guadalquivir contamos con los estudios paleoambientales desarrollados en
Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), destacando los datos aportados por la antracolo-
gía (Contreras et al., 1995b; Rodríguez, 2000), completados con los estudios de áca-
ros (Morales, 1996, Sanz y Morales, 2000), semillas silvestres y restos de parénquima
(Peña, 1999, 2000).
Respecto a la antracología, en el conjunto del poblado de Peñalosa los restos de Quer-
cus suponen un 85% de los fragmentos determinados y dentro de éstos es importante
la presencia del alcornoque (Quercus suber), con un porcentaje del 17,8%, lo que indica
que en aquella época se desarrollaba bien en torno a los 400 metros sobre el nivel del
mar lo que contrasta con la situación actual en la que no encontramos masas importan-
tes hasta la cota de los 800 metros, a unos 20 km. al norte de Peñalosa (Rodríguez,
2000), mientras en las inmediaciones del yacimiento actualmente tampoco el encinar
supone más del 10% de la superficie (Jaramillo, 2004:88-89). Por el contrario, los resul-
199

tados del análisis antracológico muestran un encinar cerrado en la Edad del Bronce, con
escasa presencia de especies indicadoras de espacios abiertos como pueden ser las
jaras y lavándulas (determinadas tanto por la antracología como por la carpología) y las
leguminosas arbustivas, entre las que se han determinado las retamas. Se puede señalar
así la coexistencia del alcornoque en las zonas con suelos frescos y profundos y la encina
en las más pedregosas y áridas. Además se documentan especies como el madroño
(Arbutus unedo), el acebuche ( Olea europaea var. sylvestris), la olivilla ( Phillyrea angusti-
folia) y el lentisco (Pistacia lentiscus), plantas termófilas que requieren un clima suave, sin
fuertes heladas, y cuya presencia nos indica el desarrollo de un importante sotobosque.
Los resultados de la fauna analizada procedente del asentamiento señalan la presencia
de ciervo y corzo que denotan también un biotopo boscoso y húmedo (Sanz y Morales,
2000), en correspondencia con los datos antracológicos y con la presencia de deter -
minados ácaros identifi cados en el yacimiento que de nuevo sugieren la presencia de
bosques esclerófi los de encinares y alcornocales (Morales, 1996), si bien la documen-
tación de abundantes plantas adventicias indican la cercanía de los campos de cultivo y
las transformaciones del entorno inmediato (Peña, 2000).
Un fragmento de fresno ( Fraxinus sp. ), nos habla de la existencia de cursos de agua
cercanos, y aunque no se desarrolló en el asentamiento la explotación de las especies
arbóreas de la ripisilva (Rodríguez, 2000), sí se constata la presencia de plantas relacio-
nadas con medios húmedos o acuáticos en el análisis carpológico, con la identifi cación
de juncos y aneas junto a un posible resto de álamo (Peña, 2000).
Pese a estos indicadores mediambientales, se ha llamado la atención recientemente
con la posibilidad de que durante la Edad del Bronce muchos de los cursos de agua no
fueran permanentes y, por tanto, el sumistro sólo se garantizara gracias a las fuentes exis-
tentes en las inmediaciones de Peñalosa (Jaramillo, 2005). En este sentido habría cierta
coincidencia con las condiciones de mayor sequedad documentadas en La Mancha
(Rodríguez et al., 1999) o en el Sudeste de la Península (Rodríguez, 1992).

Emplazamiento y patrones urbanísticos


Los modelos de la norma argárica sobre el emplazamiento y urbanismo en la región
nuclear del Sudeste, centrados en el aterrazamiento de cerros escarpados (“cabezos”)
y la disposición alineada de las viviendas rectangulares en esas terrazas, junto a calles
estrechas, sólo se cumple totalmente en el extremo más oriental del área tratada, es
decir en los altiplanos de Baza-Huéscar. Por el contrario, tanto en el altiplano de Guadix,
como en la Vega de Granada y, sobre todo, en el Alto Guadalquivir, la presencia de ras-
gos específicamente argáricos convive con ciertas particularidades que describiremos a
continuación.
Tanto en los Altiplanos de Guadix como en la V ega de Granada el aspecto más sobre-
saliente de lo que hemos defi nido como Grupo Granadino de la Cultura de El Argar es
la presencia, en la zona central del asentamiento, de un amplio recinto fortifi cado, de
forma rectangular o absidal, y en el que no se documentan actividades de vivienda o de
tipo doméstico, al tiempo que están ausentes las sepulturas. Por su parte, en el área
del Alto Guadalquivir no sólo son más numerosos los yacimientos donde la continuidad
en la ocupación conlleva un mantenimiento de los emplazamientos típicos calcolíticos,
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Lam. I. Recinto fortificado de la Cuesta del Negro Lam. II. Fortín de la Cuesta del Negro. Lam. III. Recintos fortificados del Cerro de la Encina
(Purullena, Granada). (Monachil, Granada).

en espolones amesetados junto a los principales valles fl uviales y en bordes de grandes


altiplanos, como la Loma de Úbeda, o en cerros-testigo, sino que, aun con cambios
urbanísticos internos, las fortifi caciones que delimitan los poblados siguen mostrando
rasgos típicos del tercer milenio A.C. como la presencia de torres y bastiones, ahora
normalmente macizos.
Como hemos dicho, el modelo urbanístico característico del Grupo Granadino occidental
presenta un recinto amurallado situado sobre una meseta en la zona central del asenta-
miento. Este tipo de fortificación se ha documentado tanto en el Cerro de la Encina como
en la Cuesta del Negro. En este último yacimiento el recinto está formado por gruesos
lienzos de muralla (lám. I) que presentan distintos agujeros para grandes postes adosa-
dos y embutidos, pero, además, mientras el poblado propiamente dicho se emplazó en
las lomas y laderas que descienden hacia el río Fardes, un pequeño fortín (lám. II), de
planta casi circular, que se encuentra aislado en la zona superior de la cuesta y protege
la entrada al poblado, completa las defensas del asentamiento (Molina, 1983:95). La
sucesión de hasta tres recintos defensivos superpuestos en la zona A del Cerro de la
Encina (Molina, 1983:103, Aranda, 2001:195-217), contempla el desplazamiento del
recinto superior (láms. III y IV), mejor conser vado, hacia el este sobre los muros y de-
rrumbes de los recintos anteriores. En este recinto superior se plantearán cambios en la
estructuración de su espacio interior ya en el Bronce T ardío, que supusieron un cambio
sustancial en su propia función (Arribas et al., 1974; Molina, 1983). En esta fase además
se constatan áreas de almacenamiento anejas y estructuras que pueden ser de habita-
ción adosadas al norte y sur del recinto, junto con un enterramiento. En otras áreas del
mismo yacimiento, como la B, la secuencia argárica parece ser más simple, con varios
aterrazamientos de viviendas escalonados a lo largo de la ladera (Aranda y Molina, 2005;
Aranda et al., 2008a). Parecen existir, sin embargo, como veremos, diferencias entre el
patrón de estos poblados y otros de menosres dimensiones que se han considerado
dependientes y que se han localizado en las lomas que bordean la Vega granadina, aun-
que con un hábitat también aterrazado (Fresneda et al., 1987-88).
Las características de los yacimientos del extremo oriental son más clásicas, adaptán-
dose a los patrones defi nidos en la región almeriense. En el Castellón Alto, junto a las
defensas naturales, se ha documentado la delimitación de un sector especial, que, a
modo de acrópolis, fortifi ca la cima del cabezo. Dentro de esta zona se sitúan varias
Lam.IV. Lienzo del recinto superior del Cerro de la
Encina.
casas, construcciones especiales como una cisterna y varias sepulturas que correspon-
201

den a la élite que controla el asentamiento (Molina y Cámara, 2004a, 2004b; Rodríguez
y Guillén, 2007). Nos encontramos en este yacimiento con tres terrazas naturales que
presentan un fuerte farallón de separación entre ellas y que a su vez están subdivididas
artificialmente en varios aterrazamientos con hileras de viviendas, que se conectan por
medio de escaleras (Contreras et al., 1997; Molina y Cámara, 2004b). Frente a otros
casos cercanos como la Terrera del Reloj (Dehesas de Guadix, Granada) y la Loma de la
Balunca (Castillejar, Granada), donde el sistema de terrazas no sufrió modificaciones a lo
largo del tiempo (Molina et al., 1986:355), en El Castellón no sólo se constatan modifica-
ciones de trazado, por ejemplo en la casa 13 en la Terraza Superior, sino incluso apare-
cen algunas cabañas aisladas en los primeros momentos de ocupación que siguen una
estructuración más sencilla.
En el extremo occidental de la terraza media del Castellón Alto se ha localizado un área,
en la casa 18, que debió de utilizarse como establo dada la gran cantidad de coproli-
tos, estiércol, madera, restos de cestería y semillas que forman sus depósitos (Molina
et al., 1986:358). Esta disposición parece repetirse en otras áreas del poblado, como
demuestran los restos de coprolitos del extremo oriental de la parte inferior de la terraza
intermedia (casa 20), dónde determinados animales se encontrarían estabulados junto
a las viviendas.
Aunque los datos procedan de prospección superficial es evidente que los aterrazamien-
tos conforman en las numerosas estaciones argáricas de la región yacimientos especial-
mente fortificados si es que no nos encontramos ante verdaderas murallas de cierre del
conjunto del espacio o de las acrópolis, como sucede incluso en el área de la Puebla de
D. Fadrique, en el extremo más nordoriental del altiplano (Adroher et al., 2003:26-27).
En el Alto Guadalquivir , la planifi cación del espacio en el asentamiento de la Edad del
Bronce de Peñalosa (lám. V) es uno de los rasgos que pueden utilizarse para sugerir no
sólo la dirección de la comunidad por una serie de individuos sino la relación de estos
rectores con un proyecto de colonización y control más estricto del territorio que halla
mayor sentido al estudiarse todo el patrón de asentamiento de las zonas septentrionales Lam.V. Vista aérea de Peñalosa (Baños de la
y orientales del Alto Guadalquivir (Cámara, 2001) y al realizar la comparación con otras Encina, Jaén).
zonas de la Alta Andalucía y el Sureste (Moreno et al., 1997; Cámara, 1998).
Determinados rasgos del poblado de Peñalosa nos hablan de esa planifi cación. En pri-
mer lugar, la transformación total del espacio que se produce en la última fase de ocu-
pación del poblado: zonas interiores se reorganizan y la zona exterior del poblado donde
tenían lugar actividades metalúrgicas se urbaniza y se construyen casas. En concreto,
alrededor de la cisterna (Moreno et al., 2008) quedaron cubiertas una serie de estructu-
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

ras y se tuvo que modificar también el sistema de acceso a ella (Contreras et al., 1993a)
Lam.VI. Casa 16 del Castellón Alto (Galera) con
espacio de circulación al borde de la terraza. definiéndose la dirección de las viviendas a partir de allí de forma diferente: en la parte
norte las viviendas se disponen totalmente en paralelo a las curvas de nivel adosándose
sus muros maestros en sentido oblícuo al muro de cierre del poblado, mientras, en la
parte sur, las casas presentan sus muros prácticamente perpendiculares al muro de
cierre, aprovechando el llano natural que también fue utilizado para la construcción de la
cisterna.
Es el nuevo muro defensivo de la fase IIIA, que cierra el poblado por su lado este, otro
de los elementos que sugieren la planifi cación en la construcción del poblado y , sobre
todo, en su ampliación, pues estructuras que habían servido como bastiones en el muro
de cierre original de la fase IIIB son ahora integradas en las nuevas casas. T ambién los
sistemas de acceso y de circulación, así como la canalización de las aguas se tienen
que relacionar con esa planifi cación, especialmente cuando algunos de los canalillos
excavados en las calles, a veces delimitados por piedras, parecían dirigirse a la cisterna.
Sin embargo, es la estructuración del recinto fortifi cado de la parte superior del cerro lo
que mejor defi ne ese interés por el control y la consecución de un espacio aterrazado y
descendente (Contreras y Cámara, 2002; Alarcón et al., 2008). De hecho se realizan
diferentes plataformas de forma que en la cumbre se sigan generando habitaciones a
distintos niveles una vez superada la cota más alta.
El sistema para construir las terrazas también fue variado tanto entre las áreas geográficas
referidas como entre los yacimientos situados en cada una de ellas, y a veces, como en
Peñalosa, el mismo muro servía de pared delantera de una terraza y trasera de otra, re-
vistiendo parcialmente la roca y obligando en algunos casos a rellenos o cortes de la roca
de la colina verdaderamente extensivos. Este sistema conducía a alzados considerables
que, en algunos casos, como en la parte superior de la ladera norte se han conservado
en buenas condiciones, como ejemplifi ca el Complejo Estructural IXa, constantemente
modifi cado (Contreras et al., en prensa). En otros casos el corte de la roca da forma a las
terrazas artificiales y los muros simplemente reevisten el corte de las terrazas en la parte
posterior de las viviendas, mientras en la parte anterior los muros se levantan al borde de
la terraza o dejan un espacio intermedio para circular, como en la casa 16 del Castellón
Alto (lám. VI). En algunos casos los cortes de roca que forman las paredes traseras de
las terrazas ni siquiera son revestidos con muros lo que demuestra que los techos no
superaban el nivel del corte de roca, lo que se puede apreciar en la Loma de la Balunca
(Castíllejar, Granada) (Molina et al., 1986:356).
203

Las viviendas
A veces la adaptación al terreno podía generar estancias irregulares como se ha sugerido
para la Cuesta del Negro (Molina, 1976:215), pero las viviendas características de la Cul-
tura del Argar, incluso en estos casos, son básicamente de planta rectangular , compues-
tas de varias habitaciones y alineadas a lo largo de terrazas (Molina, 1983:89), llegando a
estar agrupadas en barrios. Normalmente el material utilizado para la construcción de las
viviendas es el que se encuentra en las proximidades de los asentamientos. En Peñalo-
sa, por ejemplo, los paramentos murarios de las casas están constituidos por pizarras de
mediano tamaño y forma rectangular, perfectamente recortadas y trabadas con barro de
color rojo, y presentaban un revoco que regularizaba las paredes (Contreras y Cámara,
2001, 2002). En el Castellón Alto y el Cerro de la Encina los zócalos utilizan mampostería
con piedras y cantos de medianas dimensiones con el alzado de las paredes de barro,
mientras los tabiques interiores utilizaban muy a menudo el cañizo y barro sobre zócalos
de piedra de escasa envergadura.
La techumbre normalmente es plana y a una vertiente, pero se conocen también techos
a dos vertientes. Suele ser de material lígneo soportado por vigas maestras, cuyos en-
cajes, apoyados en pies derechos y postes por lo general de pino carrasco o salgareño,
con hoyos y calzos para darles estabilidad, se han conser vado en Castellón Alto, Loma
de la Balunca, Cerro de la Encina y Peñalosa. En Castellón Alto el armazón del techo se
formaba con ramas de taray y retama y troncos de pino, unidos a los postes verticales
por medio de cuerdas de esparto, con un recubrimiento superior de barro. A veces,
como en Peñalosa (CE VIf y Vig), la impermeabilización se completaba con lajas de pizarra
planas.
Las casas suelen constar de varias habitaciones separadas por pequeños tabiques de
pizarra y adobe, como en Peñalosa, o de cañas y barro como en Castellón Alto (Contre-
ras et al., 1997:71). El suelo de las viviendas está formado por una capa endurecida de
barro rojizo o por lajas planas de piedras que conforman un auténtico enlosado, aunque
no falten casos en que sólo se han apisonado los niveles anteriores. Debajo del piso o
de algunas estructuras tipo banco, y a menudo en la base de los frentes posteriores de
las viviendas, cortando la pared rocosa de la terraza, se sitúan las sepulturas que pueden
ser de diferente tipo: cistas, covachas, urnas, etc., predominando las segundas en los
Altiplanos granadinos y usándose las últimas en nuestra área de estudio sólo para ente-
rramientos infantiles.
En algunos poblados de esta área (Castellón Alto, Peñalosa) se han localizado cisternas
(Molina y Cámara, 2004b:36; Moreno et al., 2008) lo que reflejaría tanto una importante
preocupación por el almacenamiento de agua, como un alto grado de organización so-
cial, aun cuando entre ellas encontremos importantes diferencias no sólo en dimensiones
sino en su situación dentro de los poblados, llamando la atención la posición periférica,
y al principio externa, de la localizada en Peñalosa, posiblemente relacionada con activi-
dades industriales.
El interior de las casa estaba formado por varias habitaciones donde tenían lugar distintas
actividades tanto de tipo doméstico como especializadas (Contreras, 1995:148-149).
Aunque en el caso de Peñalosa en todas las casas parece existir actividad metalúrgica
o zonas de almacenarmiento de grano, se aprecian algunas diferencias como la pre-
sencia en una de ellas de un almacén de galena (Contreras y Cámara, 2002). Además
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

en relación con la fase metalúrgica de fusión, se ha documentado como determinados


espacios estaban descubiertos para facilitar la salida de humos. En torno a éstos u otros
puntos de luz se han documentado en distintos yacimientos telares, a menudo junto
a bancos (Contreras et al., 1991; Contreras y Cámara, 2000b, 2002; Molina et al. ,
2004:440), mientras en otras áreas de las casas se han localizado zonas de descanso,
de cocina o de molienda con despensas, silos o grandes contenedores para el alma-
cenamiento de los cereales (Contreras y Cámara, 2002; Alarcón et al., 2008). También
encontramos áreas dedicadas a la realización de útiles de hueso y a otras actividades
de producción de artefactos, por lo que en general se puede señalar que las distintas
actividades estaban separadas dentro de la casa.

Aspectos económicos
La caza y la pesca implican sólo un 10 % del total de los restos de animales recupe-
rados en las excavaciones de los yacimientos granadinos y , por tanto, se puede decir
que estas actividades proporcionaban sólo una ínfi ma parte de la dieta (Contreras et
Lam.VII. Sepultura 121 del Castellón Alto. al., 1997:116). Los porcentajes disminuyen a menos del 5 % en la Cuesta del Negro
(Molina, 1983:99), aunque su estudio sea interesante en relación a la variedad de es-
pecies presentes y, por tanto, ayuden a la reconstrucción paleoambiental del entorno al
yacimiento. Un caso diferente es Peñalosa, dónde los cérvidos alcanzan el 15 % del total
de la fauna (Contreras et al., 1997:117; Sanz y Morales, 2000). En el Cerro de la Virgen
también la presencia de fauna salvaje es importante lo que se ha puesto en relación con
el mantenimiento de un ambiente relativamente boscoso (Rodríguez y Guillén, 2007:43),
pero esta actividad va disminuyendo desde el 21% en la fase precampaniforme hasta el
14,7% en la Edad del Bronce, fase en la que no aparecen la mayoría de las aves docu-
mentadas en la época anterior.
Si en el Castellón Alto el dominio de los ovicápridos parece abrumador analizando el
número de restos, en Peñalosa existe una mayor igualdad con respecto a los porcen-
Lam.VIII. Restos de équidos del Cerro de la Encina.
tajes de bóvidos (31 %) y équidos (22 %) (Contreras et al., 1997:113), lo que también
se aprecia en el Cerro de la Encina (Monachil, Granada) (Molina, 1983:104). En el Cerro
de la Virgen, desde la primera fase precampaniforme a la tercera argárica la relación nu-
mérica de las dos especies cambia constantemente en favor de la cabra. En la primera
época la relación entre cabra y oveja era de 1:4-5, pasando más tarde a 1:2-3 (Driesch,
1972:173), aunque hay autores que han señalado el proceso contrario (Lull, 1983:431-
432), en relación con un mayor aprovechamiento de la lana, cuyo uso es constatado en
cualquier caso gracias a la sepultura 121 del Castellón Alto (Molina et al., 2003; Rodrí-
guez et al., 2004) (lám. VII).
Frente a la escasez de caballo en el Castellón Alto (Milz, 1986) y la Cuesta del Negro
(Lauk, 1976), en el Cerro de la Encina (fi g. 1) los équidos llegan a tener una enorme im-
portancia (Lauk, 1976; Friesch, 1987), especialmente en el Bronce Tardío argárico, más
si atendemos al peso (91,36 %) dado que en el bastión se concentraban numerosos
desechos de estos animales, a veces en recintos de piedra especiales (lám. VIII). Esta
notable acumulación de ganado equino ha sido interpretada en relación con el prestigio
y la circulación tributaria (Molina, 1983:104-105; Martínez y Afonso, 2005), debiéndose
señalar también en relación con este animal las diferencias de su frecuencia entre las
terrazas superiores e inferiores de Peñalosa (Sanz y Morales, 2000) (fi g. 2) y la fuerte
205

80 Fig. 1. Aprovechamiento de especies animales


según el peso en El Cerro de la Encina.
70
60
50
40
30
20
10
%0
ÉQUIDOS BÓVIDOS OVICÁPRIDOS SUIDOS
Cerro de la Encina Fase I Cerro de la Encina Fase II Cerro de la Encina Fase III

90 Fig. 2. Diferencias en aprovechamiento de las


80 especies animales en Peñalosa.
70
60
50
40
30
20
10
%0
T erraza inferior T erraza media T erraza superior Terraza Peñalosa
Peñalosa Peñalosa Peñalosa
Équidos Bóvidos Ovicápridos Suidos

presencia de caballo para tareas agrícolas en el Cerro de la Virgen (Orce, Granada) (Lull,
1983:431).
La Cuesta del Negro no sólo destaca por la escasa importancia de la caza sino también
por la fuerte presencia de bóvidos, especialmente en lo que respecta al peso, aunque se
observa una clara reducción de estos animales en el asentamiento superior correspon-
diente al Bronce Tardío, relacionado con el horizonte Cogotas I.
Respecto al cerdo, aunque en el Castellón Alto este animal alcanza el 14 % de los restos
(Contreras et al., 1997:113), en el Cerro de la Encina sus valores en peso se reducen
desde el 24,51 % al 2,76 % en el Bronce Tardío, y en la Cuesta del Negro la reducción
en peso implica en las fases argáricas un descenso desde el 14,55 % al 6,48 %, lo que
se debe sin duda a los valores extremos de équidos y bóvidos en ambos yacimientos,
si bien es una tendencia también presente en el Cerro de la Virgen (Driesch, 1972:174).
En cuanto a la agricultura, aunque sea frecuente aún la presencia en los yacimientos del
altiplano de trigo común duro (Rodríguez et al., 1996b:195), al menos los datos del Cas-
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

tellón Alto (Galera, Granada) y Fuente Amarga (Galera, Granada) son congruentes con la
necesidad de enfatizar el cultivo de especies más resistentes, cebada vestida principal-
mente (Fresneda et al., 1999:234; Rodríguez y Guillén, 2007:58), como también se ha
planteado para el Sudeste (Castro et al., 1999b) y otras áreas (Rovira, 2007; Aguilera et
al., 2008), sea por problemas ambientales (Aguilera et al., 2008) o demográficos (Castro
et al., 1999a). Sin embargo en el Cerro de la Virgen sigue dominando el trigo común/
duro sobre la cebada y , entre ésta, domina la variedad desnuda (Buxó, 1993, 2000).
En cualquier caso también para el Cerro de la Virgen se ha sugerido que la agricultura
de secano extensiva se había desarrollado a tal nivel que hacía innecesaria la recolección
(Buxó, 2000). En algunos yacimientos como Peñalosa y el Castellón Alto el repertorio de
especies cerealísticas cultivadas es más amplio e incluye cebada vestida, trigo desnudo,
cebada desnuda, escaña, escanda, avena, centeno, panijo y mijo, aunque dominan las
dos primeras especies (Peña, 1999, 2000; Rovira, 2007).
Entre los trigos en Peñalosa se han identificado tetraploides (el grupo del Triticum durum)
Lam.IX. Sepultura 121 del Castellón Alto. Detalle de y hexaploides (T. aestivum), incluyendo en ambos casos formas compactas y no com-
los tejidos de lino. pactas (Peña, 2000). Por el contrario, los trigos vestidos T.
( monococcum y T. dicoccum)
han aparecido sólo ocasionalmente, lo que revela que aquí no se había producido un
incremento de la escaña similar al producido en Castellón Alto (Galera, Granada) (Buxó,
1997; Rovira, 2007) o Los Castillejos (Montefrío, Granada) (Rovira, 2007), o un predomi-
nio de la escanda como en Gatas (Turre, Almería) (Clapham et al., 1999).
La siembra debió tener lugar en otoño-invierno aunque tal vez la cebada podría haberse
plantado en algunos casos en primavera tras la cosecha de otro cereal. Los cultivos ex-
tensivos no se mezclaban en los mismos campos (Buxó, 2000), pero por el contrario se
pudo desarrollar la rotación de cultivos intensivos de legumbres y lino en una horticultura
limitada (Molina, 1983:99), al no ser necesaria la irrigación en un clima más húmedo que
el actual. Sólo para las habas pudo utilizarse el regadío en pequeños huertos situados
junto a los asentamientos, según plantean los resultados de los estudios isotópicos rea-
lizados sobre cereales y leguminosas (Araus et al., 1997a, 1997b).
La presencia en Peñalosa de barcias, raquis y plantas adventicias parece indicar el cultivo
de los cereales en las inmediaciones, posiblemente en las tierras bajas inundadas hoy
por el pantano del Rumblar o al sur donde aun hoy las tierras cultivan el olivar incluso en
suelos de baja calidad (Jaramillo, 2004:91-92). Se ha señalado el almacenamiento de
cereales junto a estos restos y se han citado evidencias de la actividad de cribado en las
mismas viviendas (Peña, 1999, 2000). En cualquier caso los estudios edafológicos rea-
lizados tienden a enfatizar la pobreza de los suelos de la cuenca en sentido estricto, una
pobreza que no cabe atribuir a pérdida de los mejores horizontes dado el soporte sobre
el que se sitúan y la orografía que los acompaña (Jaramillo, 2005), lo que podría suponer
un importante obstáculo a la economía subsistencial, dado que aunque la población
fuera reducida en cada uno de los asentamientos éstos se concentran en el entorno del
Rumblar (Cámara et al., 2004, 2007) y el valle no podría mantener a una gran cantidad
de población.
En cuanto a las leguminosas, los contextos de la Edad del Bronce en los que se han
documentado habas son muy numerosos y en nuestra área incluyen el Cerro de la Virgen
(Orce, Granada) (Hopf, 1971; Buxó, 1993, 1997) y Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén)
(Peña, 1999, 2000). El guisante es la segunda leguminosa en importancia en el registro
207

Lam.XI. Casa IV de Peñalosa con áreas de


molienda y almacenamiento

arqueobotánico de la Edad del Bronce en la Península Ibérica y tanto en los yacimientos Lam.X. Agrupación de pesas de telar en la casa IV
de Peñalosa.
de la zona como en el resto de los peninsulares aparecen siempre en escasa cantidad,
documentándose por ejemplo en Castellón Alto (Galera, Granada) (Buxó, 1997) y en
Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Peña, 1999, 2000).
Además en Peñalosa (Peña, 1999, 2000) y en el Castellón Alto (Rovira, 2007) se ha
señalado la presencia de semillas de lino, tejido con el que se realizó parte de la indu-
mentaria de los inhumados en la sepultura 121 del Castellón Alto (Molina et al., 2003;
Rodríguez et al., 2004) (lám. IX).
Determinados frutos están presentes en los yacimientos tratados (peras, bellotas, acei-
tunas y uvas) y aunque considerados como un resultado de la recolección (Rodríguez
et al., 1996b:195; Peña, 1999, 2000), su baja frecuencia puede estar afectada por su
peor conservación en el registro arqueológico.
Aparte de la recolección de frutos silvestres, el bosque resultaba una fuente de materias
primas fundamental en lo que respecta a la recolección de madera como combustible
y como material de construcción y materia prima para la realización de diversos útiles,
incluyendo las tapaderas de corcho localizadas por ejemplo en Peñalosa (Contreras et
al., 1997:120).
Sólo determinadas materias primas, como el mineral y las rocas volcánicas, proceden de
zonas alejadas, destacando en este sentido que parte de los minerales usados en los
metales del Sudeste han sido considerados como procedentes de Sierra Morena (Stos-
Gale et al., 1999:357; Stos-Gale, 2000; Chapman, 2003:140-141). La mayor parte
de las materias primas pétreas procede de la zona inmediata a los yacimientos, funda-
mentalmente depósitos secundarios (Carrión, 2000; Jaramillo, 2005), como también las
arcillas y los elementos añadidos a ellas (Milá et al., 2007), pero puede asegurarse que
para grandes utensilios como los molinos se recurrió en ocasiones a trabajos de cantería.
Entre las áreas de actividad documentadas en Peñalosa (Contreras y Cámara, 2002;
Contreras et al., 2007), podemos citar aquí la presencia de telares siempre cerca de
puntos de luz (lám. X), la generalización del almacenamiento de grano, en despensas/
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

silos o en grandes recipientes en las habitaciones más largas y amplias y la asociación a


estas áreas de numerosas áreas de molienda (lám. XI), y , por último, la constatación de
actividades metalúrgicas en lugares descubiertos, especialmente la reducción, ,y también
dentro de las habitaciones en zonas muy concretas cuando nos referimos a la fundición
propiamente dicha y al vertido en moldes.
Así la actividad metalúrgica en el poblado de Peñalosa aparece de forma generalizada
en todo el asentamiento, aunque el acceso a determinado tipo de elementos metálicos
como las armas, según muestran los ajuares de las sepulturas, no parecía estar gene-
ralizado (Cámara, 2001). Lo primero nos lleva a pensar que tenemos que hablar más
que de talleres de unidades de habitación más amplias con estancias y áreas dedicadas
a actividades económicas diversas (metalúrgica, textil...), aunque sí se pueda referir la
existencia de una posible especialización, como podemos observar en el taller dedicado
al almacenamiento y trabajo de la galena para obtener plata (Moreno, 2000; Moreno et
al., 2003, 2005). Pese a los problemas técnicos planteados por diversos autores (Hunt,
1998; Hunt y Hurtado, 1999; Rovira, 2004:27-28), la obtención de plata a partir de la
galena argentífera se plantea por el hecho de que los objetos de plata hallados en el
yacimiento muestran una proporción de plomo que entra ya en el umbral de la copela-
ción y además la galena localizada procede de minería en profundidad (Jaramillo, 2005),
aspectos que también han sido sugeridos para La Bastida (Totana, Murcia) (Bachmann,
2000:178). Además se ha referido que la multiplicación de moldes de lingote superaría
con creces las necesidades del asentamiento (Delgado y Risch, 2006). Lo segundo nos
indica que el control social sobre los resultados del proceso metalúrgico estaba en ma-
nos de una élite a la que el metal servía tanto de símbolo de su status como de elemento
para el dominio de la clase baja a través de los costes de su acceso y por la misma
coerción de su utilización en las armas y , por tanto, posiblemente, en expediciones de
rapiña (Cámara, 1998). Ambos aspectos pudieron infl uir en la dispersión del hábitat y el
encastillamiento del mismo.
Frente a otros yacimientos como Úbeda (Lizcano et al., 2009), parece que en Peñalosa
se mantiene la diversificación de las fuentes de suministro, aun de un contexto concreto,
el del valle del Rumblar (Jaramillo, 2005; Contreras et al., 2005), controlado por el con-
junto de yacimientos (Moreno et al., 2003, 2005; Cámara et al., 2004, 2007). En esta
producción destacan los adornos y , sobre todo, las armas, a los que se ha atribuido
un valor de cambio (Castro et al., 1999a:66), habiéndose planteado también que los
puñales y las espadas se convierten en el símbolo de pertenencia a la comunidad, y en
el caso de las de mayores dimensiones a la élite, así como en un “medio de producción”
para la guerra y la rapiña en el marco de una ideología guerrera y aristocrática (Cámara,
1998, 2001), si bien se han expresado dudas sobre ello por las calidades de las armas
(Carrión et al., 2002), la ausencia de huellas de uso y de muertos que muestren heridas
correspondientes a ese tipo de armas (Aranda et al., 2008b; Brandherm et al., 2009).

La diferenciación social
Diferencias en la organización social interna se pueden apreciar a partir de la planificación
general del asentamiento en aquellos que, como el Castellón Alto, muestran acrópolis
fortificadas donde viven las élites, o grandes recintos defensivos a los que se adosan
viviendas de amplias dimensiones como en el Cerro de la Encina (Molina, 1983:95,103).
209

Muy especialmente se constata la diferenciación social en los patrones de consumo en


Peñalosa entre la zona alta del poblado y las terrazas inferiores (Sanz y Morales, 2000;
Contreras y Cámara, 2002). Sin embargo aunque en éste y otros yacimientos, como
ya se ha sugerido para Fuente Álamo (Risch, 2002) o el Cerro de la Encina, se apre-
cien importantes correlaciones entre las casas y algunas de las sepulturas que incluyen
(Cámara, 2001; Contreras y Cámara, 2002; Aranda et al., 2009), algunos autores han
considerado poco signifi cativas estas diferencias (Gilman, 1997) o no las han estimado
(Chapman, 2008).
Por otra parte, en determinados casos como la Cuesta del Negro (Contreras, 1986;
Contreras et al., 1987-88), Peñalosa (Cámara, 2001) o el Cerro de la Encina (Aranda,
2001; Aranda et al., 2008a) se ha llegado a probar no sólo la diferencia tipológica entre
la cerámica del poblado y la de la necrópolis, sino incluso la diferencia en manufactura y
materias primas empleadas, hasta tal punto que algunos vasos se realizan expresamente
para su utilización como ofrendas funerarias para la clase alta (Contreras et al., 1987-88;
Milà et al., 2007).
Frente a estudios generales que han comparado todas las sepulturas conocidas de
la Cultura de El Argar (Lull y Estévez, 1986; Lull et al., 2004, 2005; Aranda y Esquivel,
2006, 2007), los estudios concretos de yacimientos de la Alta Andalucía como Peñalosa
(Contreras et al., 1995a) y sobre todo La Cuesta del Negro, han llevado incluso a hablar
de siervos y esclavos (Cámara, 1998, 2001), especialmente cuando se han relacionado
con las diferentes actividades realizadas por los inhumados y las distintas enfermedades
sufridas en vida tal y como se ha deducido del análisis paleopatológico de los esqueletos
(Contreras et al., 1995a).
En el Cerro de la Encia se ha planteado que las diferencias de los enterramientos se dan
especialmente entre las distintas áreas del yacimiento, sugiriendo una mayor separación
entre las élites y el resto de la población (Molina, 1983:104; Aranda y Molina, 2005:172-
177, 2006), al tiempo que se ha destacado la relación con la herencia de la posición
social que tendría el rico enterramiento infantil (nº 8) localizado junto al recinto fortifi cado
(Molina, 1983:104) y las diferencias en las actividades físicas que habían desarrollado los
difuntos antes de su fallecimiento (Jiménez y García, 1989-90; Aranda et al., 2008a). Al
interior de cada área, sin embargo, también hemos apreciado importantes diferencias,
por ejemplo, entre el extremo occidental del área B, con tumbas con rico ajuar en las
que en prácticamente todos los casos está presente la plata, y el oro en la tumba 9,
y el área central de la misma zona con tumbas mucho más pobres (Aranda y Molina,
2005:172-177). Además si separamos en agrupaciones las tumbas hasta ahora exca-
vadas (Aranda y Molina, 2006; Arandaet al., 2008a), y aun teniendo en cuenta la erosión
y el presunto expolio antiguo, podemos leer diferencias al interior de las mismas casas,
por ejemplo al oeste entre las tumbas 9 y 13, en la zona inmediata entre las tumbas 21
y 20 y especialmente la 19, erosionada en cualquier caso, y menos claramente en el
extremo oriental de la zona entre la tumba 18 y las tumbas 11 y 12 que, en cualquier
caso, presentan ajuares de gran entidad.
La Cuesta del Negro ofrece con gran claridad en la unidad de habitación IIIa de la zona
A las las características referidas de convivencia entre tumbas de diferente nivel social,
pues junto a las tumbas 8 y 9 de ajuar relativamente importante, se sitúan otras como las
7, 10, 11 y 12 sin apenas ajuar , debiéndose destacar además en el caso de la tumba
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Lam.XII. Ajuar de la sepultura 8 de la


Cuesta del Negro.

8 la presencia de hasta 5 recipientes de cerámica estrictamente funeria, realizada sólo


para ser utilizada como ajuar, junto a elementos de adorno y un puñal de cobre (lám. XII).
En la zona B ninguno de los enterramientos localizados en el área excavada presenta
un ajuar importante, aunque tampoco ninguno carece de ajuar , lo que en nuestra cla-
sificación los situaría en la capa basal de campesinos/guerreros de la que depende la
perduración del sistema (Cámara, 1998), siendo interesante que en los recintes análisis
isotópicos realizados sobre la totalidad de los individuos enterrados, éstos indiquen un
bajo consumo de carne para dicho grupo.
En las zonas D y E es donde mejor se aprecian las diferencias entre las tumbas 31 y 35,
frente a las demás, y si bien en el caso de la zona E se podría argumentar que ello se
debe a que se trata siempre de enterramientos infantiles habría que recordar que también
la tumba 35 pertenece a un niño y cuenta con un ajuar excepcional (T orre, 1974) que
incluye cuenco de perfil simple, cuenco de boca entrante, botellita, peana y arranque de
vástago de copa, puñalito de cobre, brazalete de cobre, dos aretes de plata y un brazale-
te de plata, habiéndose realizado todos los recipientes expresamente para su colocación
en la tumba (fig. 3).
En el caso de la tumba 31 en la zona D la relación es más clara pues si bien correspon-
de a una pareja con un importante ajuar que consta de vaso carenado, botella, peana y
arranque de pie de copa, copa, puñal de cobre de 29 cm y cuatro remaches, seis anillos
de plata, un brazalete de plata, un arete de oro, una cuenta de collar de hueso, una placa
de arquero, una cuenta circular de piedra, un fragmento de colgante de concha y quince
cuentas de collar de dentalium fósil, otra de las sepulturas inmediatas correspondientes
a una pareja (sepultura 29) mostraba un ajuar limitado a un vaso carenado, un fragmento
indeterminado de cobre, un puñal y un alfiler del mismo metal y la infantil número 30 ape-
Fig. 3. Ajuar de la sepultura 35 de la nas constaba de algún elemento en sílex. En cualquier caso el ajuar de la sepultura 29 se
Cuesta del Negro. asemeja más al de individuos de la capa basal que al de verdaderos dependientes como
211

Fig. 4. Distribución de las sepulturas de


El Castellón Alto.

los referidos para la zona A y puede ser interesante que no sólo su puñal es el único de
las tumbas a priori no consideradas de nivel 1 (sin adornos de metales preciosos) que
se aproxima a éstas, sino también que según los resultados isotópicos el consumo de
carne en todas las tumbas de la zona, incluyendo uno de los individuos de la 29 y el
inhumado en la 30, es importante.
Similares asociaciones podemos encontrar en El Castellón Alto (fi g. 4), dado que como
en la Cuesta del Negro es viable un estudio espacial pormenorizado al poseer una mues-
tra alta de sepulturas. El principal problema para la interpretación del Castellón radica en la
generalización de las asociaciones de tumbas de diverso nivel en la mayoría de las vivien-
das. Dos casas de la terraza intermedia (18 y 20) y dos de la ladera este (26 y 29) pue-
den ilustrar bien esta situación. Naturalmente, diferencias cronológicas podrían explicar
algunos de estos problemas, aunque las dataciones disponibles para las tumbas 101
(nivel 2) y 91 (nivel 4) en la casa 20, no muestran diferencias en el tiempo, visibles por
el contrario en la situación estratigráfi ca de estas tumbas. Sin embargo, en las viviendas
donde encontramos enterramientos de la adscripción social más alta (casas 28 y 24,
con las tumbas 38 y 121 respectivamente), éstos están acompañados de sepulturas
de bajo nivel social.
En cualquier caso a la luz de los resultados de la Cuesta del Negro podemos interpretar
estas articulaciones más complejas como expresiones de familias en ascenso, por su capa-
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

cidad de acumulación, de participación con la élite, a la que podrían incorporarse como sé-
quito en las expediciones de rapiña y otras actividades. Dichas familias empezaron a movilizar
objetos de alto valor en las ceremonias fúnebres a medida que su posición se lo permitía, y
al consolidarse su situación se justifi caba por la capacidad de vincular también ellos depen-
dientes más allá de la muerte, aunque aquí las diferencias en consumo de carne, según
los análisis isotópicos, son mínimas, y sólo sugieren un relativo mayor consumo masculino.
Los datos de los enterramientos, aun apoyando la existencia de una aristocracia en la
acrópolis del Castellón Alto, a partir del ajuar de la tumba 109 con hacha y alabarda, o
en las inmediaciones de los recintos fortificados como en el Cerro de la Encina, sugieren
también una distribución de las élites (al menos de segundo orden) por todo el poblado,y
en este sentido ya hemos hecho referencia a la presencia de la tumba 121 en la terraza
inferior y de la tumba 38 en la ladera este. Junto con la tumba 38 otras sepulturas de
segundo nivel social en la casa 28 indican que la posición de las élites en un determinado
lugar no era coyuntural, sino que se mantenía en el tiempo a lo largo de la ocupación
del poblado, aunque quizás sea la articulación de la tumba 103 (doble) y la 101 (juvenil
femenino), ambas con rico ajuar de adornos y en el primer caso puñal, en una casa de
especial concentración de tumbas (casa 20), la que puede ilustrar la permanencia de
una posición social destacada y adquirida desde el momento en que los datos estratigrá-
ficos apuntan al carácter más antiguo de la segunda de estas tumbas.
Especialmente, el Castellón Alto permite apreciar por la extensión excavada otras particu-
laridades en la distribución de las tumbas de distinto nivel social, en este caso diferencias
entre las casas y no al interior de ellas, de las que nos interesa destacar la concentración
de tumbas de bajo nivel social junto a la acrópolis, sugiriendo que la cercanía espacial
(en cuanto a residencia) a las élites principales localizadas en la acrópolis, representadas
en este caso por la sepultura 109 (y otras expoliadas), no favorecía la ocupación de una
posición social elevada.
En cualquier caso la disposición de las casas de la nobleza secundaria en el resto de las
zonas del poblado (según la disposición de las tumbas) podría sugerir una planifi cación
destinada al control de la población, con la ubicación de la residencia de familias con un
status social elevado en los extremos del núcleo central del asentamiento y siempre junto
a los accesos entre las terrazas, así como en el centro del barrio más extremo situado en
la ladera oriental, la zona de mejor visibilidad hacia el resto del poblado.
En este sentido, dado que las tumbas con armas se concentran prácticamente en esas
mismas casas donde encontramos tumbas con adornos en metales preciosos (20,
23, 24, 26, 27 y 28 y en la acrópolis en la casa 5), incluso en sepulturas sin adornos,
podemos avanzar dos hipótesis, no excluyentes, en relación con la organización social
en el yacimiento de El Castellón Alto. O bien determinadas familias, con el tiempo, consi-
guieron subir de posición social o bien, en el caso de este yacimiento, la distancia entre
dos capas sociales, separadas incluso espacialmente dentro de los mismos barrios, se
había consolidado hasta el punto de que la capa de campesinos-guerreros capaces de
portar armas y la nobleza secundaria se habían homogeneizado, aun cuando se pudiera
pensar que incluso aquí, en un poblado de pequeñas dimensiones, la verdadera élite se
situaba en la acrópolis, donde aun con la escasez de datos, por el expolio sistemático,
han aparecido en las tumbas asociaciones de elementos como la espada y la alabarda
(t. 109), que caracterizan en el área nuclear de esta cultura a la aristocracia argárica.
213

En la misma zona de los Altiplanos granadinos y a escasos kilómetros del Castellón Alto
se sitúa el Cerro de la Virgen de Orce, que consideramos el lugar central que controla
políticamente un amplio territorio en las cuencas de los ríos de Orce-Galera-Castillejar
y Huéscar. Aquí, las 36 sepulturas localizadas durante las excavaciones de W . Schüle
(1980), ofrecen un panorama muy diferente al caso del Castellón Alto, por su mayor
variabilidad constructiva. Existen en el Cerro de la Virgen cuatro tipos diferentes de es-
tructuras arquitectónicas funerarias, todas ellas con enterramientos individuales o dobles:
el primero, la sepultura más simple, con fosa sencilla abierta bajo el piso de la casa,
aunque algunas de ellas como la nº 1 con una espada (Schüle, 1980) muestran que
no se pueden hacer deducciones simplistas sobre la organización social sin tener en
cuenta otras características; el segundo, aquellas sepulturas que revisten la fosa con lajas
hincadas; en tercer lugar, las sepultura en fosa revestida con muros de mampostería de
piedra, siendo la nº 14 (Schüle, 1980) un caso especialmente monumental, al ofrecer
postes embutidos en el muro, techumbre de ramaje y enlosado de piedras, como si se
tratara de una casa funeraria, datada hacia el 2150 cal A.C. (Castro et al., 1993-94:85,
1996b); y, por último,un cuarto grupo, la sepultura en tinaja (pithos), reser vada para
jóvenes y niños. W . Schüle y M. Pellicer Catalán (1966:10) señalan que los dos tipos
primeros existen desde el fi nal de la presencia de la cerámica campaniforme, mientras
que el último aparece sólo en el último momento de la ocupación del Cerro de la Virgen.
En cualquier caso la abundancia de sepulturas con plata es el aspecto más característico
(tumbas 17, 20, 21, 22, 26, 32), con el oro presente también en la sepultura 6, sugirien-
do la concetración de las élites comarcales en el asentamiento.
En Peñalosa la tumba 7 se localiza junto a lo que fueron los límites del poblado antes de
su última expansión en lo que denominamos fase IIIA, posiblemente hacia 1750 A.C.
(Contreras y Cámara, 2002). Por el contrario las tumbas 13 y 21, con pendientes de oro,
se sitúan alrededor de la zona más alta, en parte destruida por modifi caciones romanas
(Contreras et al. , en prensa). En cualquier caso desde la posición de la casa VI donde
se sitúa la tumba 7 se ejercería el control sobre todo el barrio septentrional, inferior y de
nueva planta, de Peñalosa, donde las tumbas localizadas corresponden básicamente al
sector de campesinos-guerreros como ejemplifi can determinadas tumbas de las casas
III (tumba 9) y IV (tumba 6).
Así esta disposición de nobles de segundo orden en Peñalosa o al menos de los clien-
tes-séquito como miembros de pleno derecho de la comunidad como se aprecia por
algunas tumbas también en El Castellón Alto en las zonas que dominan cada uno de los
barrios, garantizaría, como hemos dicho, el control, aun pudiendo crear las bases para
disensiones internas en una clase dominante más heterogénea, y la posibilidad de au-
mentar los descontentos cuando no se accedía totalmente a los elementos que definen
la riqueza (o a los que la garantizan).
En cualquier caso las diferencias entre la riqueza movilizada en los distintos tipos de
yacimientos, que puede quedar ejemplifi cada especialmente en el Cerro de la Virgen, la
Cuesta del Negro y Peñalosa, muestra que para avanzar en el estudio de la sociedad ar-
gárica, incluso a partir de las sepulturas, no debemos olvidar el contexto de jerarquización
territorial al que antes hicimos referencia. Así, de la misma manera que en los poblados
pudieron existir viviendas estratégicamente situadas para el control de los barrios y una
separación esencial entre la acrópolis y el resto del asentamiento, las capas más altas
de la clase nobiliar residirían en los poblados centrales, como el Cerro de la Encina o el
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Cerro de la Virgen, e impulsarían la dispersión de la nobleza secundaria en poblados


de segundo orden. Así se aseguraría el control de todo el territorio, ejerciendo de forma
directa el control sobre los dependientes de diferente nivel, aun siendo necesario para
evitar fi siones, la vinculación ideológica (y de sangre) entre las diferentes secciones de
la nobleza y su separación respecto al resto de la población, creando desde el poder ,
como siempre, una identidad que se convierte en el modelo (y espejo deformante) por
el que por contraposición se defi ne la identidad de los otros grupos. En este proceso la
movilización de riqueza en las tumbas, dentro de un marco ideológico de emulación que
conduce a intentar mostrar elementos iguales o similares a los de la élite, se convierte en
un mecanismo esencial.

El sistema de asentamiento
Como en otras partes de este trabajo el análisis del patrón de asentamiento se centrará
en determinadas áreas, aquellas para las que la investigación ha ofrecido modelos más
o menos documentados mediante prospecciones sistemáticas: la zona de Orce-Galera
en los Altiplanos, la Vega oriental de Granada y el valle del Rumblar, realizándose algunas
referencias a las áreas inmediatas a la luz de los datos de esas áreas mejor estudiadas.
En el Cerro de la Encina (Monachil, Granada) se asiste a una importancia creciente del
caballo, hasta el punto de que en el Bronce T ardío los huesos de este animal alcanzan
más del 50 % del total de la fauna. Este porcentaje nunca ha sido obser vado en ningún
otro yacimiento prehistórico del mundo. Eso quiere decir que en el Cerro de la Encina se
llegó a poseer muchos más caballos de los que eran necesarios para los trabajos o para
el consumo de carne. El número tan elevado de équidos sólo se puede explicar como
símbolo de riqueza, es decir se valoraba elstatus de una familia en función del número de
caballos que poseían. En este contexto el caballo pudo representar un elemento de inter -
cambio y jugar un papel muy importante en la sociedad argárica de la Vega de Granada
(Molina, 1983:104-105). Para G. Martínez y J. A. Afonso estos caballos llegaban desde
los poblados de la Vega como resultado de un tributo canalizado en grandes fiestas, que
se celebrabraban en el recinto fortificado (Martínez y Afonso, 2005).
Los yacimientos de la Vega oriental de Granada, situados en pequeñas lomas (Fresneda
et al., 1987-88), no parece que se beneficiaran en ningún caso de la cercanía a las tierras
de cultivo y su tamaño se mantuvo incluso por debajo del de los poblados montañosos
Lam.XIII. Valle del río Monachil con el Cerro de la de nueva fundación, aunque su número, sin duda infravalorado por las características del
Encina en primer plano. emplazamiento, indica la importancia que la V ega tuvo en la generación de excedentes
agropecuarios, apropiados por las élites residentes en los accesos a las áreas mineras y
de pasto y especialmente en el Cerro de la Encina que puede considerarse como el lugar
central de la región (lám. XIII). Si tumbas y urbanismo muestran la asimilación de los ras-
gos argáricos, las características concretas los separan claramente del poblado central
e incluso de los poblados menores del piedemonte en un modelo que presenta fuertes
similitudes con el planteado para la Cuenca de Vera (Arteaga, 2001).
En los altiplanos granadinos durante la Edad del Bronce (a partir del 2000 A.C.) el sis-
tema de control territorial se hará más estricto e implicará la colonización con pequeños
poblados de todo el territorio de explotación y especialmente de las inmediaciones de
los cursos fl uviales, estableciéndose la inter visibilidad entre los yacimientos como el fac-
215

tor clave para el dominio del territorio y su encastillamiento y compartimentación como


la culminación del control de los hombres (Cámara, 2001). Proliferan a lo largo de los
ríos Galera, Huéscar y Castril numerosos asentamientos en cerros escarpados, con el
hábitat aterrazado y con enterramientos al interior del hábitat desde su fundación (Molina
et al., 1986; Fresneda et al., 1991, 1992, 1993), entre los cuales se pueden establecer
diferencias, a veces justificadas desde un punto de vista intuitivo (Fresneda et al., 1999) y
otras a partir de análisis estadísticos (Esquivel et al., 1999). En cualquier caso la homoge-
neidad del poblamiento en algunas zonas (Fresneda et al., 1993) no debe hacer olvidar
la diferenciación en el contexto global del área, que implica en primer lugar la concentra-
ción no sólo en determinadas áreas sino en determinadas márgenes de los ríos, hasta
el punto de documentarse auténticos vacios en el poblamiento de algunos valles (Soler
y Martínez, 1992; Spanedda et al., en prensa), aun cuando la planificación está implícita
en la dispersión casi equidistante del poblamiento (Fresneda et al., 1999:235; Rodríguez
y Guillén, 2007:51-53). Así, los últimos análisis parecen demostrar un control territorial
longitudinal en el eje Guadiana Menor-Galera-Orce con asentamientos de similar tamaño,
completado por poblados localizados de forma más concentrada en los afluentes del eje
fluvial principal, como sería el caso de Fuente Amarga (Esquivel et al., 1999; Fresneda
et al., 1999:235; Rodríguez y Guillén, 2007:51-53). En cualquier caso la continuidad y
las características de las sepulturas del Cerro de la Virgen muestran, también en nuestra
opinión, su importancia y posición preeminente, lo que se aprecia ya en los primeros Fig. 5. Distribución y tipología de yacimientos en el
valle del Rumblar.
estudios espaciales de la zona (Jaboloy y Salvatierra, 1980) que sugieren una importante
reestructuración del poblamiento que tuvo mayor incidencia al sur en Cúllar -Chirivel (Arri-
bas et al., 1978; Moreno et al., 1997) y en la zona de Baza (Sánchez, 1993).
En los asentamientos de los valles interiores del río Rumblar la explotación agraria no
permitía, según F . Contreras (1995), una producción capaz de alimentar un elevado
número de personas, sin embargo, como hemos visto, está bien documentada en el
registro arqueológico la transformación de los productos agrícolas y su almacenaje, lo
que demuestra un abastecimiento continuo (Contreras y Cámara, 2002). Por el contrario
en otros centros, como Sevilleja (Espeluy, Jaén), donde se documenta una gran actividad
agrícola, sólo encontramos útiles manufacturados y ninguna fase del proceso metalúrgico
(Contreras, 1995:152; Spanedda et al., 2004). En cualquier caso planteamos que se-
rían las capas bajas de la población las que realizarían todas las actividades productivas,
de forma que la circulación tributaria tendría lugar también al interior de los mismos pobla-
dos y no implicaría el desplazamiento del grano y los rebaños a grandes distancias, sobre
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

todo si tenemos en cuenta que en Peñalosa el grano no se almacenaba limpio (Contreras


et al., 1997:110; Peña, 1999, 2000). Existiría, sin embargo, un traslado de productos al
interior de la misma formación social que explicaría la circulación del metal, inscrita en este
contexto tributario (Contreras et al., 1997:141; Contreras y Cámara, 2002).
Los análisis más recientes del patrón de asentamiento realizados sobre los datos dis-
ponibles para el valle del Rumblar (Cámara et al., 2007) han mostrado (fi g. 5) que los
asentamientos de mayor tamaño se sitúan en las zonas de valle (Sevilleja, ES-1) o en
sus inmediaciones (Cerro de las Obras, BE-11), aunque las dimensiones son difícilmente
evaluables desde la prospección. Aterrazamientos y murallas son visibles ya en superficie
en yacimientos como La V erónica (Baños de la Encina, Jaén) o el Cerro de las Obras
(Baños de la Encina, Jaén) (Nocete et al., 1987; Lizcano et al., 1990).
Otros yacimientos del bajo Rumblar como Milanos (VR-25) y Zocueca (GU-6), debido a
su situación y su, presumible, orientación agropecuaria, como la de Sevilleja (Contreras
Lam.XIV. La Verónica (Baños de la Encina, Jaén). et al., 1987; Villanueva et al., 2004; Spanedda et al., 2004), muestran fuertes similitudes
con los poblados calcolíticos de la Depresión Linares-Bailén (Cámaraet al., 2004, 2007),
si bien con una organización urbanística claramente argárica como muestra Sevilleja (Es-
peluy, Jaén) (Contreras et al., 1987; Spanedda et al., 2004).
Sin embargo, ya en el medio Rumblar , entre los asentamientos de segundo orden, en
lo que respecta sólo a la organización territorial del Rumblar , sí se cumple la máxima de
que no son los asentamientos mayores los que se localizan más cerca de las tierras
potencialmente cultivables, como demuestran las diferencias entre yacimientos como
La Verónica (BE-2) (lám. XIV), de grandes dimensiones y destinados a controlar la zona
más ancha y presumiblemente fertil del valle del Rumblar y el curso alto de los ríos que lo
forman, y otros como Peñalosa (BE-1), BE-4 o BE-29, más pequeños y situados cerca
del fondo del valle del Rumblar, hoy inundado, pero que debía proporcionar abundantes
recursos agropecuarios dado que el grano no se almacenaba limpio, ,ypor tanto, es difícil
que fuera objeto de transacciones a larga distancia, y se recogía a mano (Contreraset al.,
1997:110; Peña, 1999), lo que explicaría la ausencia de instrumentos de recolección.
El sistema se completaba con yacimientos de muy pequeño tamaño caracterizados como
fortines (BE-14, Piedras Bermejas), vinculados en el valle a los grandes asentamientos
estratégicos cuyo dominio visual sobre el valle completan, o yacimientos destinados a la
explotación minera como Siete Piedras (Villanueva de la Reina, Jaén), en los límites de la
zona argárica (Lizcano et al., 1990). De Piedras Bermejas (Baños de la Encina, Jaén) se
ha documentado su planta oval con accesos enfrentados, estrechamiento de las puertas
y refuerzo externo de éstas con una torre-barbacana (Contreras et al., 1993b).
Estos pequeños asentamientos se localizan a veces encajados en el valle y directamente
vinculados a la explotación minera (BE-33, Murquigüelo, BE-72, Piedra Letrera) y agro-
pecuaria (Cámara et al., 2007). Ciertos yacimientos, aunque con restos superfi ciales
escasos, podrían facilitar la conexión con la Depresión (Nocete et al., 1987), mientras
hacia el oeste se podría pensar en una demarcación hacia el área no argárica (Cámara
et al., 2004), aunque las alineaciones hacia el alto Rumblar lo que muestran son los inte-
reses mineros, atestiguados, por ejemplo, en la cultura material mueble recuperada del
yacimiento de Siete Piedras (VR-1) (Nocete et al., 1987; Lizcano et al., 1990; Contreras
et al., 2005; Cámara et al., 2007).
217

La nueva organización territorial del extremo occidental de la expansión argárica en el


Alto Guadalquivir acompañó por un lado a la reestructuración de algunos centros en
áreas más orientales de la Depresión Linares-Bailén como el Castro de la Magdalena
o Cástulo (Lizcano et al., 1992; Pérez et al., 1992) y de poblados dependientes como
Cerro del Salto (Nocete et al., 1986; Nocete, 1994) y, por otro, a una intensifi cación de
la explotación de las zonas agropecuarias (Ruiz et al., 1986; Sánchez y Casas, 1984;
Pérez y Zafra, 1993; Pérez, 1994) hasta el punto que la articulación del poblamiento en
esas zonas nucleares se hace aun más compleja y la jerarquización social más aguda
se muestra de forma más clara en los enterramientos (Zafra, 1991, 2007, Zafra y Pérez,
1992; Pérez, 1994; Lizcano et al., 2009). Las mismas conclusiones se han obtenido
en análisis del patrón de asentamiento realizados con distinta metodología (análisis de
cota, pendiente, densidad, visibilidad, hidrología, edafología y geología) en la inmediata
cuenca del río Guadiel, que han mostrado para la Edad del Bronce cuatro grupos de
asentamientos, en función del mapa de densidad, dominados por un poblado situado en
posición dominante, considerados secundarios en relación con los poblados del centro
de la cuenca. Estas agrupaciones presentan una buena visibilidad general, garantizada
por la interconexión entre los poblados (García, 2004:95-96, 99).
También en la Depresión Linares-Bailén se ha constatado el aterrazamiento de los pobla-
dos y la presencia probable de acrópolis en casos como el Cerro de las Casas (Vilches,
Jaén) (Pérez et al., 1992) o el Castro de la Magdalena (Linares, Jaén) (Lizcano et al.,
1992), destacando en el primero la duplicación del asentamiento, ya presente en Peña-
losa, para el control de un pequeño río, y , por tanto, la preocupación por el control del
agua (Pérez et al., 1992). Se trata en los dos casos de cerros relativamente escarpados
que contrastan con la presencia de yacimientos en espolones amesetados como Cerro
del Salto (Miralrío, Vilches, Jaén) con murallas concéntricas, aterrazamientos y acrópolis
(Nocete et al., 1986), y El Piélago (Linares, Jaén), donde se han constatado viviendas
circulares y murallas concéntricas (Lizcano et al. , 1992) y , que, al menos en el primer
caso, responden a la permanencia de asentamientos más antiguos.
Esta permanencia caracteriza también los yacimientos centrales de la Loma de Úbeda en
los cascos urbanos de Baeza (Pérez, 1994) y Úbeda (Ruiz et al., 1986; Lizcano et al.,
2009), donde se constata una importante sucesión de depósitos con viviendas, enterra-
mientos, fortificaciones con bastiones y refuerzos de los accesos al menos en el primer
caso y aterrazamiento del hábitat en las laderas de los cerros en que se ubican (Cerro
del Alcázar y Eras del Alcázar respectivamente), aspecto sugerido también en relación a
Úbeda la Vieja (Molina et al., 1978, 1979).

Una gran parte de los datos presentados en este artículo


se inscriben en el desarrollo del Proyecto de Excelencia,
financiado por la Junta de Andalucía,
Impacto ambiental y cambio social en el sur de la Península Ibérica
durante la Prehistoria Reciente (P06-HUM-01658).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

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EN LOS CONFINES DEL ARGAR

El Argar:
la formación
de una sociedad
de clases
Vicente Lull, Rafael Micó,
Roberto Risch y Cristina Rihuete Herrada
Universidad Autónoma de Barcelona

Introducción
Desde la publicación de Les Premières Âges du Métal dans le Sud-est de l’Espagne (Si-
ret y Siret 1887), El Argar ha sido considerado una de las “culturas” emblemáticas de los
inicios de la Edad del Bronce en Europa. La constatación de grandes asentamientos en
cerro, la abundancia de contextos funerarios bien preservados en el subsuelo de los po-
blados, así como la cantidad, variedad y singularidad del repertorio artefactual han atraído
desde entonces la atención de numerosos investigadores. Tras el impulso de los trabajos
de H. y L. Siret a fi nales del siglo XIX en una docena de yacimientos, las excavaciones
mantuvieron un carácter puntual a lo largo de buena parte del siglo XX. Los datos dispo-
nibles hasta fi nales de la década de los 70 fueron sistematizados por uno de nosotros
(Lull 1983), al tiempo que el interés por el conocimiento de la sociedad argárica cobraba
nuevas fuerzas al hilo de los estudios procesualistas sobre el origen y desarrollo de la
complejidad social, y del apoyo institucional a proyectos de investigación a largo plazo,
sobre todo en Andalucía. Las monografías sobre los yacimientos de Gatas (Chapman et
alii 1987, Castro et alii 1994, 1999a), Fuente Álamo (Schubart, Pingel y Arteaga 2000),
Peñalosa (Contreras 2000) e Illeta dels Banyets (Soler 2006), o el extenso corpus de la
colección Siret compilado por Schubart y Ulreich (1991) son sólo algunos exponentes
del dinamismo que la investigación ha experimentado en las últimas décadas. El objetivo
de este artículo es presentar sintéticamente los principales resultados de los estudios
recientes y analizar sus implicaciones para el conocimiento de las relaciones económicas
y políticas de la sociedad argárica.
225

Espacio, tiempo y orígenes de las comunidades argáricas.


1. Mapa con los principales yacimientos del grupo ar-
Los yacimientos argáricos se distribuyeron por un área de al menos 33.000 km 2 en el queológico argárico mencionados en el texto: 1. Illeta
dels Banyets, 2. Laderas del Castillo, 3. San Antón,
sureste de la península Ibérica (fi g. 1). Gracias a un programa de dataciones radiocar - 4. Cobatillas la Vieja, 5. Monteagudo, 6. Ifre, 7. Ca-
bónicas iniciado en el marco del “Proyecto Gatas” a inicios de los años 90 (Castro et bezo Negro, 8. Barranco de la Viuda, 9. La Bastida,
alii 1992, 1993-4; Lull 2000), sabemos que esta extensión corresponde a los últimos 10. Lorca, 11. Los Cipreses, 12. Cerro de las Viñas,
dos siglos argáricos, la época de máximo desarrollo territorial. A partir de la calibración 13. Cerro de las Víboras, 14.Loma del Tio Ginés, 15.
El Rincón de Almendricos, 16. El Ofi cio, 17. Herre-
y análisis de las alrededor de 190 fechas de C14 disponibles, la duración general del rías, 18. Fuente Álamo, 19. El Argar, 20. Gatas, 21.
grupo arqueológico argárico se establece entre ca. 2200 y 15501 cal ANE. Este intervalo Cerro de la Virgen, 22. Castellón Alto, 23. Cerro de
coincide aproximadamente con el de otros grupos arqueológicos “clásicos” del Bronce la Encina, 24. Peñalosa, 25. Cerro de la Encantada.

1
Desde que, a principios de los años 90, nuestro equipo comenzó a basarse en el análisis de series de dataciones radiocarbónicas para determinar los límites crono-
lógicos del grupo argárico, hemos presentado valores distintos en diversas publicaciones. En el origen de estas diferencias se hallan dos factores: la versión de la curva
de calibración utilizada, ya que ha sido objeto de sucesivas precisiones desde la década de los ochenta ,y en segundo lugar, la valoración arqueológica de los contextos
de donde proceden las muestras datadas por radiocarbono. Los límites adoptados en este trabajo resultan de la aplicación de la curva IntCal04 mediante el programa
Calib 5.1 (Reimer et alii 2004) a una extensa serie de dataciones de Carbono 14 en la que predominan numéricamente las correspondientes a yacimientos almerienses
(Gatas y Fuente Álamo, principalmente) y del sur de Murcia (Lorca, El Rincón de Almendricos. Los Cipreses).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Antiguo europeo, como Wessex, Túmulos Armoricanos, Polada o Unetice. Además, los
límites de dicho segmento temporal no se alejan demasiado de algunas de las transicio-
nes sociales de mayor infl uencia en el Mediterráneo, como las que marcaron el fi nal del
Imperio Antiguo (2150) y el inicio del Imperio Nuevo (1540) en Egipto, la destrucción de
Troya III, el final del Heládico Antiguo II y del Cicládico Antiguo II en el Egeo (2200) o la des-
trucción de los Segundos Palacios cretenses a finales del Minoico Reciente IB (González
Marcén, Lull y Risch 1992, Castro et alii 1996, Randsborg 1996, Broodbank 2000,
Berthemes y Heyd 2002, Manning et alii 2002). Ante tales paralelismos, resulta inevitable
interrogarse sobre si hubo alguna conexión entre todos esos hitos. En este sentido, se
han propuesto crisis medioambientales asociadas al aumento de la aridez o también a
efectos ecológicos y, fi nalmente, económicos, consecuencia de erupciones volcánicas
a gran escala (Weiss et alii 1993, Baillie 1996, Nüzhet Dalfes et alii 1997). Sin embargo,
el debate continúa abierto en torno a la correlación cronológica entre procesos naturales
y rupturas en el registro arqueológico. De probarse la verosimilitud de dicha correlación,
todavía habría que comenzar a evaluar la repercusión real de los cambios medioambien-
tales sobre las condiciones económicas y políticas a escala regional y local.
La argumentación en torno a qué cambios arqueológicos denotan rupturas históricas
resulta muy pertinente en el contexto de la prehistoria reciente del sureste peninsular ,
a la vista de las marcadas diferencias entre la materialidad calcolítica previa, conocida
como “cultura de Los Millares”, y la argárica. Estas diferencias se expresan de forma muy
acusada en múltiples facetas, desde el patrón de asentamiento dominante (poblados
en llano vs poblados de altura), el urbanismo (viviendas circulares separadas por áreas
abiertas vs viviendas alargadas densamente agrupadas en terrazas) y las prácticas fu-
nerarias (inhumación colectiva en sepulcros extramuros vs inhumación individual o doble
en tumbas bajo las viviendas), hasta patrones distintos en las ramas de la producción
artefactual (alfarería, metalurgia, industria lítica) e incluso alimentaria.
En contra de una transformación paulatina parecen estar también las dataciones de C14
más precisas y fi ables para evaluar el fi nal del grupo Millares y el inicio del grupo argárico,
las cuales indican que la transición entre uno y otro tuvo lugar a inicios del siglo XXII cal
ANE de forma muy rápida (Lull et alii 2008, e.p.). A la tumba 42 de Gatas, una inhumación
individual en cista con ajuar típicamente argárico, corresponde por ahora la datación más
alta de El Argar2, efectuada a partir de un fragmento óseo del esqueleto femenino hallado
en su interior. Ello revela la temprana vigencia de algunos de los rasgos más característicos
de este grupo, como la inhumación individual en el subsuelo de las áreas de habitación
y el uso de ciertos artefactos cerámicos y metálicos como parte del ajuar funerario. Esta
novedad material podría sugerir la adopción de elementos alóctonos al sureste, que irrum-
pirían o sucederían a los de comunidades calcolíticas, las cuales, por su parte, experi-
mentaban desde varios siglos atrás, ca. 2500 cal ANE, cambios políticos y económicos
sustanciales. A esto último apuntan fenómenos como la reducción en el tamaño de los
asentamientos calcolíticos tardíos, el descenso en la elaboración técnica de algunas pro-
ducciones artefactuales y un mayor protagonismo de la violencia en las relaciones políticas
entre comunidades (proliferación de puntas de flecha usadas como armas; asentamientos
de tipo “fortín”; destrucciones por incendio de numerosos poblados).

2
OxA-10994: 1815±38 ane (1s [2245 - 2125]; 2s [2301 - 2053] cal ANE).
227

Sin embargo, en detrimento de hipótesis alóctonas precipitadas, conviene recordar que


todas las formas cerámicas argáricas, salvo la copa 3, tienen precedentes en el mundo
calcolítico local; que la metalurgia se hallaba en el disparadero de su desarrollo en el hori-
zonte campaniforme, y que la adopción de enterramientos individuales cobró fuerza en la
península tras el calcolítico precampaniforme (Lull 1983). Por estas razones, resultaría en
estos momentos apresurado avalar nuevas hipótesis aloctonistas. Convendría, más bien,
comenzar a abordar el tema de la formación de la sociedad argárica desde el análisis de
la llamativa diversidad regional de los últimos siglos del Calcolítico del sureste de la penín-
sula: un grupo de Los Millares en proceso de cambio y seguramente menos homogéneo
de lo que suponemos; grupos calcolíticos vecinos a los del área nuclear millarense, como
los de Murcia, Granada y Alicante, que muestran intrincados cruces e hibridaciones entre
tradiciones neolíticas residuales, megalíticas e incluso influencias de grupos coetáneos de
la cuenca del Guadalquivir y de tierras más alejadas. Por tanto, un primer paso, todavía
lejos de haberse completado, consistiría en evaluar la situación social en el mediodía
peninsular, especialmente entre ca. 2500 y 2200 cal ANE y establecer, si es el caso, las
diferencias concretas manifestadas en el sureste y su hinterland inmediato. Sin duda, ello
nos colocaría en mejor disposición para valorar si las señas de lo argárico constituyeron
novedades ajenas a las comunidades previas, o bien si su gestación, siquiera breve,
puede entenderse en función de la dinámica autóctona de alguna de estas áreas para,
desde allí, expandirse progresivamente al resto del territorio.
Con independencia de esta investigación pendiente, es probable que el creciente volumen
de datos arqueológicos y cronológicos para el sureste y para otras regiones del entorno
mediterráneo y europeo, alimenten de nuevo el viejo debate entre difusionismo y autocto-
nismo, ahora con más evidencias que en los años 60 y 70, cuando la perspectiva difusio-
nista tradicional cayó en descrédito. Entre ellas, destacarían el uso sincrónico en diversas
regiones del sureste europeo de edificios de planta curva (de tendencia oval o ligeramente
absidal), con empleo abundante de postes de madera y barro o tapial en su construcción,
y ubicados sobre cerro (Lull 1983, Castro et alii 1999a, b, Pingel 2001), y la presencia de
alabardas en diversas sociedades europeas muy alejadas geográfi camente. La alabarda
puede ser considerada la primera arma especializada en Europa central y occidental. En los
primeros siglos de El Argar, las alabardas aparecen asociadas a ciertas tumbas masculinas
destacadas. Determinar la región originaria de estas armas ha sido y es todavía objeto de
debate: Irlanda, península Ibérica, norte de Italia o Alemania central (Barfi eld 1968; Delibes
et alii 1999: 33 y ss.; Schuhmacher 2002). Por ahora, el uso de alabardas en regiones
tan distantes como el sur de Escandinavia y el sureste de la península Ibérica, Irlanda o Italia
parece haberse producido de forma prácticamente sincrónica durante el siglo XXII cal ANE
(Fokkens 2001, Krause 1999, Delibes et alii 1999). Otras característica compartida con
grupos muy alejados del sureste sería la presencia de enterramientos individuales intramu-
ros. La práctica de inhumaciones en los límites del espacio habitado constituyó una práctica
funeraria arraigada en la zona de los Balcanes y la cuenca carpática desde el Neolítico
antiguo (e.g., Lichter 2001), si bien es cierto que también se documentan en grupos ar -
queológicos egeos del Dodecaneso y Grecia peninsular desde ca. 2300 cal ANE, y llegan
a ser característicos en el Heládico Medio (Forsén 1992: 237-240).

3
Conviene recordar al respecto que las copas aparecen tras los primeros siglos de implantación argárica, hacia nales
fi del siglo XIX cal ANE (Castro et alii 1993-94: 102);
es decir, al menos tres siglos después del inicio de El Argar.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Viviendas absidales, inhumación intramuros, presencia de alabardas y desarrollo me-


talúrgico podrían conformar una tentadora combinación por su recurrencia en ciertas
regiones del centro y sureste de Europa. Dichos elementos constituyen los rasgos distin-
tivos, aunque no exclusivos, del círculo de Vucedol reciente, incluyendo también el grupo
Ljubljana en Eslovenia y el grupo Cetina temprano en Dalmacia (Dumar 1988). Diferentes
autores han señalado que estos grupos o sus elementos distintivos iniciaron una fase de
expansión en la segunda mitad del III milenio cal ANE hacia Italia y el Egeo (Maran 1998,
Peroni 1996: 114-123, Boaro 2005). Hacia el norte, entre los ríos Crisna y Tisza al este
y Moravia al oeste, el complejo Makó-Kosihy-Caka, otro grupo relacionado con el circulo
de Vucedol, parece encontrarse en el origen de la cultura (proto-)Unetice, que defi nirá la
misma temporalidad que El Argar en Europa central (Bertemes y Heyd 2002: 200-204).
Sin embargo, al otro lado de la balanza del aloctonismo se sitúa la cruda realidad arqueo-
lógica del sureste peninsular: no hay ninguna similitud tecnomorfológica entre las cerámi-
cas argáricas y las de los grupos citados, previos o, más o menos, coetáneos al argárico
y que comparten con éste alguna de las características que hemos citado. A nuestro
entender, es más distintivo de una comunidad la producción cerámica que otros facto-
res: las armas se pueden incorporar , los ritos imitar , ciertas innovaciones tecnológicas
adoptar, pero las manifestaciones económicas más comunes, compartidas, extendidas
y de bajo coste productivo expresan las diferencias entre las sociedades prehistóricas en
mayor medida que otras.
Independientemente de todos los factores que hubiesen confl uido en la formación de la
sociedad argárica, el carácter expansivo de ésta es una característica mencionada desde
antiguo (Bosch Gimpera 1932). Aunque la cronología inicial de las comunidades argáricas
en muchas comarcas no se halla todavía sólidamente establecida, las fechas de C14 y los
indicadores estratigráficos y tipológicos disponibles sugieren que los primeros asentamientos
argáricos se ubicaron en la depresión de V era (Almería) y en el valle del Guadalentín (Mur -
cia) (fig. 2). Desde esta área nuclear partió la ocupación progresiva de otras zonas: el bajo
Segura y el Vinalopó hacia el noreste, los altiplanos granadinos hacia el oeste y el valle del
Andarax hacia el sur. Hacia 1950 cal ANE, el territorio argárico alcanzaba ya el sur de la actual
provincia de Alicante, el centro de Granada y el sureste de Jaén. Durante los siguientes cua-
tro siglos, coincidiendo con un desarrollo socioeconómico que, como veremos, favoreció la
formación de una estructura política estatal, el grupo argárico alcanzó su máxima expansión
territorial. Asentamientos como el Cerro de La Encantada (Sanz y Sánchez Meseguer 1988),
en el sur de la provincia de Ciudad Real, y el Cerro de las Víboras, en el noroeste de Murcia
(Eiroa 2004), muestran en sendos momentos de sus secuencias de ocupación la incorpo-
ración de elementos argáricos hasta entonces ajenos. En Alicante, la distribución espacial de
los asentamientos argáricos alcanzó las tierras bajas del sureste de la provincia, con la Illeta
dels Banyets como enclave más septentrional (Jover y López Padilla 2004).
2. Etapas de la expansión argárica según las Las sociedades del Bronce Antiguo en La Mancha (Bronce de las Motillas), en el valle del
fechas radiocarbónicas actualmente disponibles Guadalquivir y en el Levante (Bronce V alenciano) constituyen los límites de la expansión
(elaboración: Sylvia Gili, UAB).
argárica efectiva, aunque algunos de los elementos característicos del sureste (sobre
todo, enterramientos en el área del hábitat y ciertos tipos de adornos y armas metálicas)
traspasaron fronteras y fueron adoptados por otras sociedades peninsulares. Este fe-
nómeno, que denominamos “argarización”, no se acompañó del proceso contrario, es
decir, de la adopción de elementos externos en el área nuclear argárica, circunstancia
que sugiere un rígido control político y económico.
229

La definición material del grupo arqueológico argárico: persistencias y cambios.


Uno de los aspectos más llamativos del grupo argárico es la normalización de gran parte
de sus expresiones materiales, fundamentalmente en lo que concierne a las prácticas
funerarias y a las producciones alfarera y metalúrgica (Siret y Siret 1887, Cuadrado 1949,
Lull 1983, Lull y Estévez 1986). La fasificación de estos materiales a lo largo de la diacro-
nía argárica también ha sido objeto de atención mediante el recurso a consideraciones
tipológicas y estratigráficas (Blance 1971, Schubart 1975, Lull 1983). Hoy en día, gracias
a nuevos datos cronológicos y contextuales, comenzamos a ser capaces de identifi car
la naturaleza de dichos cambios y de situarlos con precisión a lo largo de los casi siete
siglos de la diacronía argárica (Castro et alii 1993-1994, Lull 2000). Aun así, conviene
señalar que la mayoría de las dataciones absolutas disponibles corresponden a yacimien-
tos almerienses y del sur de Murcia, por lo que la ampliación del número de dataciones
absolutas a otras regiones podría matizar los intervalos cronológicos aquí presentados.
Una de las características del grupo argárico es la inhumación de un individuo, en oca-
siones dos y, excepcionalmente, tres o más, en el interior de alguno de los cuatro tipos
de contenedor funerario predominantes: cistas fabricadas a base de lajas de piedra o
en mampostería, urnas cerámicas o pithoi, covachas (cuevecillas artifi ciales excavadas
en la roca) y fosas. Las primeras de estas estructuras en ser utilizadas fueron las cistas
y las covachas (fi g. 3). Probablemente las fosas entraron en uso poco tiempo después,
mientras que las urnas no lo hicieron hasta inicios del II milenio cal ANE. Los cuatro tipos
de tumbas se mantuvieron vigentes hasta el final argárico, tal vez con la excepción de las
covachas en las tierras bajas del sureste, donde dejan de documentarse desde fi nales
del siglo XVIII cal ANE.
Los tipos de objetos depositados como ajuar funerario muestran una mayor variación
cronológica. Los puñales o los cuchillos de cobre o bronce, así como los recipientes
carenados de Forma 5 aparecen en todo tiempo y lugar , asociados tanto a hombres
como a mujeres (fi g. 4). Los punzones también se documentan en todo El Argar , pero
esta vez sólo acompañan a ciertos enterramientos femeninos. Por su parte, alabardas y
puñales largos o espadas cortas constituyen elementos asociados en exclusiva a esque-
letos masculinos durante las primeras etapas argáricas, mientras que los grandes vasos 4. Ajuar de la cista nº 9 de Fuente Álamo,
carenados, bicónico-lenticulares, de Forma 6 lo hacen de manera preferente. A fi nales perteneciente a una mujer y a un hombre
del siglo XIX o principios del XVIII cal ANE, aquellas armas entraron en desuso y , desde inhumados entre 1750-1550 ANE (Siret y Siret
1890: lám. 68).
2300
2200
2100 ?
2000
1900
1800
1700
1600 3. Cronología de los cuatro tipos de contenedor
funerario argárico, según dataciones absolutas
1500 (barras gruesas) e indicaciones estratigráficas (barras
CIST AS COVACHAS FOSAS URNAS delgadas).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

5. Cronología de los principales ajuares metálicos 2300


argáricos según dataciones absolutas (barras grue-
sas) y criterios estratigráficos o tipológicos (barras 2200
delgadas).
2100 ? ?
2000
1900
1800
1700
1600
1500
Cuchillo/ Punzón Alabarda Hacha Espada Diadema Oro Plata
puñal larga

6. Cronología de los ajuares cerámicos argáricos 2300


según dataciones absolutas (barras gruesas)
y criterios estratigráficos o tipológicos (barras 2200
delgadas). 2100
2000
1900 ? ?
1800
1700
1600
1500
Forma 1 Forma 2 Forma 3 Forma 4 Forma 5 Forma 6 Forma 7

entonces, las tumbas de los guerreros más importantes contuvieron espadas largas.
Aproximadamente al mismo tiempo, las tumbas femeninas más ricas comenzaron a
incluir una diadema de plata. La tumba doble nº 9 de Fuente Álamo (Siret y Siret 1887:
láms. 67 y 68) constituye seguramente la mejor expresión de los ajuares propios de los
hombres y de las mujeres de la clase dominante argárica en sus etapas más recientes.
Desde prácticamente los inicios del grupo argárico y hasta su fi nal, un conjunto relativa-
mente amplio de enterramientos femeninos incluyó la asociación entre punzón y puñal/
cuchillo, mientras que la recurrencia hacha-puñal sólo se documenta, y siempre en in-
humaciones masculinas, a partir de ca. 1800 cal ANE. Brazaletes, anillos o pendientes
de oro y plata aparecen habitualmente en las tumbas, al menos a partir de fi nales del III
milenio y hasta el fi nal de época argárica. Los adornos de plata han sido considerados
un rasgo argárico distintivo; su número fue en aumento a partir de inicios del II milenio cal
ANE, coincidiendo con la generalización de los enterramientos infantiles intramuros y en
tanto elemento asociado a los individuos de clases altas.
Por último, conviene indicar que, a partir del periodo ca. 1850-1750 cal ANE, el ajuar
cerámico se hizo más variado con la incorporación de cuencos de Forma 2 y de Forma
3, ollas de Forma 4 y las llamativas copas con peana alta de Forma 7.
231

Fase Elementos de continuidad Elementos específicos

Exclusión infantiles

Covacha
ARGAR I Espada corta
ca. 2200-1950 cal ANE Alabarda

Forma 6
Botones en V

Enterramiento infantil
Enterramiento de adultos/seniles
(hombres y mujeres) Covacha
Urna
Cistas
Fosas Alabarda
ARGAR II Espada (transición)
ca. 1950-1750 cal ANE Puñal/cuchillo Diadema
Punzón Hacha
Adornos metálicos
Oro y plata (?) Formas 2, 3, 4
Forma 6
Formas 1 y 5 Forma 7
Botones en V

Enterramiento infantil

Urna
Covacha (interior sudestino)
ARGAR III Espada larga
ca. 1750-1550 cal ANE Diadema
Hacha

Formas 2, 3, 4
Forma 7

Tabla 1. Elementos de continuidad y de cambio en las prácticas funerarias argáricas.


EN LOS CONFINES DEL ARGAR

1 2 3

En conjunto, el derecho a recibir sepultura intramuros se extendió con el tiempo a capas


más amplias de la población, a la vez que se incrementó la variedad de los objetos deposi-
tados como ajuar. Durante los siglos iniciales y los momentos nales
fi de época argárica, los
objetos susceptibles de desempeñar ese papel confi guraban dos grupos diferenciados,
más allá de los elementos comunes a toda la temporalidad (tabla 1). Sin embargo, en los
casi dos siglos entre, aproximadamente, 1950 y 1750 cal ANE, coexistieron prácticas e
items novedosos a los que aguardaba un desarrollo futuro, junto con otros ancestrales en
vías de desaparición. Estos cambios son más visibles en las tumbas masculinas, gracias a
la adopción de nuevas armas y a la desaparición de otras. Como veremos más adelante,
entre 1950-1750 cal ANE las prácticas funerarias fueron redefi nidas para manifestar las
diferencias entre una masa empobrecida y un grupo de hombres y mujeres con acceso
a adornos, útiles y armas metálicos, además de otros objetos. Entre este grupo, quienes
ostentaban la propiedad de espadas, diademas y ornamentos de oro y plata se situaban
un peldaño por encima de quienes eran inhumados con hachas y puñales (hombres) o
punzones y cuchillos/puñales (mujeres) como elementos distintivos más relevantes. A su
vez, por debajo de este grupo hallaríamos aquellos individuos enterrados con alguna pieza
cerámica o metálica, o sin nada en absoluto. Esta división de la sociedad argárica en al
menos tres clases socioeconómicas está basada en análisis estadísticos sobre la compo-
sición de las asociaciones de ajuar funerario y será expuesta más adelante.
La división de la temporalidad argárica en tres fases según los patrones de deposición
funeraria halla correlatos en la estratigrafía de algunos asentamientos ocupados a lo largo
de todo El Argar . Así, la sucesión de remodelaciones arquitectónicas ha dado pie a la
propuesta de tres fases principales en el caso de Gatas (Castroet alii 1999a) y de cuatro
horizontes en Fuente Álamo (Schubart et alii 2001, Schuhmacher y Schubart 2003).
La fase Gatas II, la primera argárica en este yacimiento, se prolongó entre ca. 2200
y 1950 cal ANE y habría sido contemporánea a los horizontes I y II de Fuente Álamo.
La correspondencia entre Gatas III/Fuente Álamo III ( ca. 1950-1750 cal ANE) y Gatas
IV/Fuente Álamo IV (ca. 1750-1550 cal ANE) indica que en ambos asentamientos se
produjeron transformaciones relevantes de manera sincrónica. Esta coincidencia, unida
a la ya comentada fasifi cación de los ajuares funerarios, sustenta la propuesta de una
división tripartita aplicable, cuando menos, al desarrollo argárico de las comarcas litorales
y prelitorales del sureste.
233

4 Poblados argáricos de altura vistos en perspectiva


desde la base de su acceso (1. San Antón, 2.
Cobatillas la Vieja, 3. Fuente Álamo, 4. El Oficio).

La investigación de la organización económica en los citados yacimientos de Gatas y


Fuente Álamo ha proporcionado abundantes evidencias sobre un marcado incremento
de la producción, de la capacidad de almacenamiento y del tamaño y monumentalidad
de ciertos edificios a partir de Gatas III/Fuente Álamo III, tendencia que alcanzó su máximo
apogeo en la siguiente fase IV (Risch 1995; 2002; Castro et alii 1999a y b; Schuhma-
cher y Schubart 2003). El aumento general de asentamientos en el territorio argárico
en las dos últimas fases da idea del auge demográfi co y económico que tuvo lugar a
partir de inicios del II milenio cal ANE, una vez concluida la principal etapa de expansión
geográfi ca (supra). La convergencia entre estabilización territorial, despegue demográfico
y económico, y rediseño de las prácticas funerarias fue de la mano del desarrollo de la
producción de excedentes y de relaciones de explotación. Como argumentaremos en
las siguientes líneas, este proceso desembocó en el nacimiento de uno de los primeros
Estados de Europa occidental.
El Argar: un sistema de producción vertical.
Los avances en la investigación de los contenidos de las estructuras habitacionales, así
como el análisis de la relación entre los asentamientos y el entorno geográfico comienzan
a permitir formular hipótesis sobre la estructura socioeconómica argárica, con indepen-
dencia de las planteadas desde el estudio de los ajuares funerarios y que comentaremos
después.
Patrón de asentamiento.
El siglo XXIII cal ANE finalizó con el incendio y abandono de la mayoría de los asentamien-
tos calcolíticos. Pocos fueron reocupados a inicios de época argárica. La mayoría de
los nuevos núcleos poblacionales ocuparon cerros situados en las estribaciones de las
sierras, separados de los llanos o vegas pero con un amplio control visual sobre éstos
(Fuente Álamo, Gatas, La Bastida, Lorca, Monteagudo, Ifre, El Ofi cio, entre muchos
otros). Las estructuras habitacionales argáricas, de planta absidal, trapezoidal o rectan-
gular, se disponen densamente agrupadas sobre terrazas artifi ciales. Por lo general, los
enclaves en cerro ocupaban una superficie de entre 1 y 3 ha, aunque el desarrollo pos-
terior de algunos, como Lorca y La Bastida, les llevó a superar esa extensión (en torno
a 10 y 4 ha, respectivamente). Los asentamientos argáricos en cerro no priorizaban el
acceso a las mejores y/o más extensas tierras de cultivo, ni tampoco a las principales
mineralizaciones metálicas (Gilman y Thornes 1985; Castro et alii 1994a; Risch 1995).
De hecho, en algunos casos, como La Bastida o Fuente Álamo, ha llamado la atención
su posición marginal respecto a los territorios agrícolas (Martínez Santa-Olalla et alii 1947:
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

8. Relación entre tamaño de asentamiento y


superficie de potencial cultivo en régimen de secano
o regadío, en un radio de 2 km alrededor de los
yacimientos argáricos de la depresión de Vera (Risch
1995: 558).

17; Risch 2002: 70). Este hecho sugiere por sí solo que otros motivos más allá de los
estrictamente económicos guiaron la elección de tales emplazamientos. Las difi cultades
de acceso a los cerros, así como la presencia ocasional de estructuras defensivas re-
fuerza el carácter estratégico de estos enclaves.
Recientemente, se ha propuesto la existencia de un segundo tipo de asentamientos
en altura caracterizado por su pequeño tamaño (<0,5 ha), la presencia de obras de
fortificación y un escaso número de enterramientos (por ejemplo, Barranco de la Viuda
y Cerro de las Viñas, ambos en Lorca) (Delgado 2008: 597-608). Posiblemente, estos
asentamientos funcionaron a modo de puestos defensivos o de control económico al
servicio de grandes centros como Lorca, La Bastida o Cabezo Negro (Delgado 2008:
504-510; Risch 1995: 293-296, 318-329).
235

En las llanuras y vegas se ha documentado en las últimas décadas un número creciente


de poblados de menores dimensiones y orientación principalmente agropecuaria (Ma-
thers 1986, Ayala 1991, Castro et alii 1994a, Martínez Rodríguez et alii 1999, Martínez
Sánchez 2000; Precioso et alii 2003, Eiroa 2004). Es de esperar que el número de estas
aldeas fuese muy superior al que han revelado las prospecciones y excavaciones, ya que
su detección arqueológica resulta mucho más difícil que la de los yacimientos en alto. Los
poblados en llano mejor conocidos, como El Rincón de Almendricos y Los Cipreses, es-
tán formados por unidades de habitación dispersas y carecen de estructuras defensivas.
Desde un punto de vista geoeconómico, se obser va una relación inversa entre tamaño
de los asentamientos y potencial agrícola; es decir , los asentamientos más grandes y
más poblados cuentan en sus alrededores con extensiones de tierra cultivable com-
parativamente menores que las aldeas del llano, situadas sobre depósitos cuaternarios
y suelos con mayor humedad. Esta circunstancia deja abierta la posibilidad de que las
comunidades dispersas por las tierras bajas abasteciesen de productos agrícolas a los
poblados de altura.
Producción subsistencial.
Casi toda la información relativa a la producción subsistencial argárica procede de asen-
tamientos de altura. Los análisis carpológicos indican, sobre todo en los siglos finales de
El Argar, un claro predominio del cultivo de cebada que en ciertos yacimientos llega a
suponer más del 90% de los restos de semillas recuperados (Stika 1988, 1991, Hopf
1991, Clapham et alii 1994, Castro et alii 1999a, Buxó 1997, Peña 2000). El trigo se
halla siempre presente, pero no pasa del 10% de los restos cultivados a excepción de
en los poblados granadinos de Cerro de la Virgen y Castellón Alto, donde es el cereal
mejor representado (Buxó 1997: 207-210, Rovira 2007: 282). Las legumbres (lentejas,
guisantes y, sobre todo, habas) apenas llegan al 2% de las semillas. También se consta-
tan puntualmente semillas de lino, así como el consumo de olivas o acebuchinas, uvas
e higos, aunque todavía se debate el carácter doméstico o no de estos frutos (Buxó y
Piqué 2008: 48-51; 162-163).
El predominio de la cebada ha llevado a plantear que la agricultura de fi nales de época
argárica giró en torno a un monocultivo extensivo de este cereal (Ruizet alii 1992, Castro
et alii 1999b). Además, tanto el pequeño tamaño de las semillas (Hopf 1991: 400, Stika
1988: 34-36), como los resultados de los análisis isotópicos (Arauset alii 1997) sugieren
una agricultura extensiva de secano en suelos desarrollados sobre las margas de las
depresiones terciarias. Tan sólo las legumbres y el lino pudieron haber sido cultivados en
los suelos más húmedos de las vegas, sin que se descarte aquí la asistencia de algún
sistema de regadío a pequeña escala.
Tamaña dependencia de la cebada debió entrañar los riesgos inherentes a cualquier
estrategia que descuide un aprovisionamiento diversifi cado de alimentos (plagas, ago-
tamiento del suelo, etc.). Aun así, la cebada es una especie resistente a condiciones
áridas y puede crecer en suelos con niveles de fertilidad moderados o bajos, por lo que
su cultivo habría sido una alternativa factible ante la necesidad de alimentar a una pobla-
ción numerosa y/o de satisfacer una elevada demanda de excedentes. A buen seguro,
el cultivo masivo de cebada en régimen de secano implicó la deforestación de grandes
extensiones y, a la vez, contribuyó a la salinización de los suelos. En suma, la explotación
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

agrícola argárica pudo haber marcado un hito destacado en la degradación medioam-


biental de las tierras bajas del sureste (Castro et alii 1999a, b).
Por otro lado, las consecuencias de un consumo alimentario centrado en la cebada
debieron haber sido poco favorables para la salud. Por ello, puede no ser casual que los
estudios osteológicos revelen numerosos indicios de malnutrición y anemia entre pobla-
ciones de finales de época argárica, que padecieron elevadas tasas de mortalidad infantil
(Buikstra et alii 1990, Buikstra y Hoshower 1994, Castro et alii 1995).
Aunque nuestro conocimiento es más limitado, en los asentamientos situados en llanura,
como El Rincón de Almendricos (Ayala 1991) y la Loma del Tio Ginés (Martínez Sánchez
1994), la proporción de legumbres es mayor que en los poblados en cerro, lo que po-
dría indicar la existencia de huertas que aprovecharían la humedad de las vegas. Si esta
apreciación es correcta, las diferencias entre los grandes centros de altura y las aldeas
en llano no sólo interesarían a sus respectivos potenciales agrícolas, sino también a su
capacidad para almacenar y procesar las cosechas. Así, los asentamientos en cerro
serían capaces de acumular una parte de los cereales cultivados en régimen de secano
sobre las llanuras terciarias y las vegas, pese a la distancia que separaba unos y otros
lugares y al subsiguiente esfuerzo que conllevó su transporte.
La ganadería, por su parte, presenta un patrón bastante homogéneo en todo el territorio
argárico. En términos de aporte cárnico en bruto, bóvidos y ovicápridos tuvieron una
importancia similar, que variaba entre el 30 y el 50%, seguidos a distancia por cerdos y
équidos (Castro et alii 1999a: 182-193). Finalmente, tanto la caza como la pesca o el
marisqueo desempeñaron un papel marginal en las estrategias de subsistencia.
Medios de producción: industria lítica y metalurgia.
Diversas prospecciones geoarqueológicas y análisis petrográfi cos sobre útiles de piedra
y recipientes cerámicos han permitido delimitar los territorios económicos controlados por
algunos asentamientos centrales en cerro (Risch 1995, 2002, Castro et alii 1999a, Ca-
rrión 2000, Delgado 2008). Sabemos que grandes cantidades de clastos fueron trans-
portadas, entre 1 y 5 km, desde los principales depósitos fl uviales cuaternarios, hasta
los poblados de altura para la fabricación de molinos, percutores, alisadores y afiladores,
entre otros útiles. Como norma, los asentamientos argáricos redujeron el uso de materias
primas líticas de procedencia lejana respecto a la situación vivida en el Calcolítico. Y ello,
aun cuando las propiedades de dichas materias primas alóctonas permitiesen fabricar
útiles más productivos o efi caces que los obtenidos a partir de materias primas locales.
Los basaltos vesiculares, por ejemplo, particularmente adecuados para la molienda de
cereales (Delgado et alii 2008), sólo circularon a corta distancia o en pequeñas cantida-
des desde las inmediaciones de las contadas formaciones volcánicas donde se origina-
ron (Risch 2002). En síntesis, cada asentamiento central organizó la explotación de los
recursos disponibles en un territorio de, por lo general, entre 10 y 50 km2, al tiempo que
inhibió el intercambio de materias primas relacionadas directamente con la fabricación de
útiles de uso cotidiano. Esta práctica, poco esperable de no mediar el efecto limitador
de alguna estructura de poder político, ocasionó diferencias entre territorios vecinos en
términos de productividad.
237

Al parecer, la única excepción al control político sobre los intercambios de materias pri-
mas básicas recayó en el metal y, quizás, también en ciertos tipos de sílex. Apenas hay
evidencias de talla del sílex en los asentamientos centrales, y menos aún de los primeros
estadios del proceso de trabajo metalúrgico (minería, reducción), a diferencia de lo que
sucedía en los poblados calcolíticos. Ello permite suponer que la organización de la pro-
ducción metalúrgica y lítica tallada estaban centralizadas, y que los productos acabados,
necesarios para las innumerables actividades que requerían corte o perforación, eran
distribuidos a través de circuitos interterritoriales.
Según la distribución de los medios implicados en la producción metalúrgica, las labo-
res de minería, reducción y obtención de lingotes se concentraron en comarcas muy
concretas. Una de ellas se ubicó en las estribaciones de sierra Morena, donde el asen-
tamiento de Peñalosa ha ofrecido las evidencias más abundantes e inequívocas de una
producción masiva de cobre (Contreras 2000). Con posterioridad, el metal llegaba a
un pequeño número de talleres en los asentamientos centrales, los únicos con los me-
dios instrumentales (crisoles, moldes, yunques, martillos, afi ladores) para proceder a la
fundición, forja, acabado y mantenimiento de útiles, armas y adornos. A diferencia de la
metalurgia calcolítica, la argárica manifiesta una clara centralización de la producción y un
control estricto y restringido de la distribución, el uso y el consumo (amortización funera-
ria) de los objetos metálicos. Según la distribución desigual de los productos metálicos
en los contextos funerarios (Lull et alii 2009, e.p.) y en las áreas habitacionales de los
asentamientos, el control de la metalurgia era uno de los resortes en los que se basaba
la posición de la clase dominante.
Además de artefactos de cobre, la metalurgia argárica fabricó piezas de bronce estan-
nífero a partir de 1800-1700 cal ANE, y también de oro y plata. Sigue vivo el debate en
torno a si este último metal era benefi ciado en forma nativa o de cloruros (la posibilidad
hoy más aceptada, véase Montero, Rovira y Gómez Ramos 1995), o si, en cambio, se
obtenía mediante copelación a partir de galenas argentíferas. Una vez cuestionado que
las escorias de galena halladas en La Bastida (Inchaurrandieta 1870, Martínez Santa-
Olalla et alii 1947, Bachmann 2000) correspondiesen a época prehistórica (Goldenberg
com. pers.), el centro de la discusión se centra en Peñalosa, cuyo Complejo Estructural
VIIe ha proporcionado abundante mineral de galena asociado a instrumental metalúrgico
que incluye una posible copela (Contreras 2000: 60-61). El hecho de que los análisis
indiquen que se procesaron galenas no argentíferas (Moreno 2000: 175) impone reser-
vas a la hora de considerar este contexto como un taller de producción de plata, aunque
parezca difícil hallar explicaciones alternativas.
El sílex, por su parte, fue utilizado principalmente para la producción de dientes de hoz.
En yacimientos como El Argar y Fuente Álamo (habitación del Corte 39) se han hallado
depósitos con docenas de láminas de sílex (Risch 2002: 216; Gibaja 2002), listas se-
guramente para reemplazar a los componentes gastados. Ante el escasísismo o nulo
número de núcleos y de restos de talla, hay que suponer que aquellas concentraciones
de piezas líticas, por lo demás tan poco frecuentes, ilustran una separación espacial y
posiblemente social entre la producción, la distribución, el almacenamiento y el uso de
los elementos de sílex.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

La organización económica en el interior de los asentamientos: talleres y almacenes.


La capacidad económica manifestada por los asentamientos en cerro, con sus talleres
espaciosos repletos de artefactos de piedra operativos, pesas de telar y otros medios
de producción, cisternas y zonas de almacenamiento de grano y de procesado de ali-
mentos, excedía las necesidades de la población estimada para esos asentamientos. En
este sentido, las elevadas concentraciones de molinos en lugares como Fuente Álamo
llevan a plantear la llegada periódica de mano de obra. Resulta también especialmente
revelador que la mayor parte de las materias primas procesadas o almacenadas en los
enclaves centrales procediese de distintas zonas dentro de los territorios económicos
controlados políticamente, o bien arribase mediante circuitos interterritoriales restringidos
políticamente. En cambio, en las aldeas situadas en las tierras bajas de dichos territorios
económicos (El Rincón de Almendricos, Los Cipreses) los hallazgos de instrumentos
macrolíticos y semillas de cebada resultan más escasos, mientras que los elementos
cortantes de sílex en uso abundan más que en los asentamientos en cerro.
Como veremos, a la probable organización territorial y económico-social complementaria
de los primeros tiempos argáricos, la situación descrita, plenamente vigente en los últi-
mos siglos de El Argar, responde a una relación de subordinación y dependencia de las
aldeas del llano respecto a los núcleos en cerro.

La estructura socioeconómica de las comunidades argáricas y su correlato político.


Los contrastes socio-económicos y geopolíticos apuntados en las páginas anteriores
sugieren que, al menos durante el segundo cuarto del II milenio cal ANE, la población
rural de las llanuras sufría la apropiación de excedentes en forma de grano, otras mate-
rias primas y de fuerza de trabajo por parte de al menos un sector de la población de
los asentamientos de altura. A la vez, aquella misma población de llanura dependía de
ciertos productos elaborados o almacenados en los enclaves en cerro (instrumentos
líticos, metálicos y, tal vez, textiles y alimentos). Esta organización económica se expresó
territorialmente en unidades políticas estrechamente conectadas en cuanto a la produc-
ción y distribución de objetos metálicos, así como a la hora de compartir modelos de
producción alfarera y prácticas de enterramiento.
Han sido precisamente los contextos funerarios los que han propiciado las primeras y
más sugerentes líneas de investigación para el conocimiento de las relaciones socioeco-
nómicas y políticas. Conocemos las características y contenidos de en torno a dos mil
sepulturas argáricas, la mayoría de las cuales, unas 1400, fueron excavadas por los
hermanos Siret y su capataz Pedro Flores. De éstas, algo más de 1000 proceden del
yacimiento de El Argar , lo que manifi esta el protagonismo del registro almeriense en la
configuración del estado de la cuestión.
Hemos indicado anteriormente que las prácticas funerarias argáricas, mayoritariamente
inhumaciones individuales intramuros, contrastan radicalmente con las calcolíticas, inhu-
maciones colectivas extramuros. A diferencia de estas últimas, la posibilidad de asociar
ajuares a individuos concretos en un elevado número de casos ha favorecido la realiza-
ción de análisis estadísticos que nos acercan al conocimiento de la organización social
en la que cobraron sentido. Lull y Estévez (1986) realizaron el primero y sin duda más
influyente análisis sobre bases cuantitativas fiables (396 sepulturas individuales). Este tra-
239

bajo proporcionó una medida del valor social de los objetos depositados como ajuar , que
constituye el fundamento objetivo, ajeno a interpretaciones sociológicas u otras analogías
actualistas, para la clasificación de las tumbas argáricas según diferencias en la amortiza-
ción material que cada una de ellas supuso. La premisa según la cual los objetos argári-
cos de mayor valor social serían aquéllos menos frecuentes en el conjunto de la muestra
analizada, pero que, a la vez, apareciesen formando parte de los ajuares más nutridos,
permitió a Lull y a Estévez establecer con significación estadística tres grupos de objetos
denotadores de respectivas categorías sociales. Las dos primeras, caracterizadas por
objetos como alabardas, espadas, diademas, vasos carenados de Forma 6 y en oca-
siones copas de Forma 7, presencia de oro y abundantes adornos de cobre y plata,
harían referencia a distinciones de sexo y edad dentro de una misma clase dominante.
La tercera categoría, en la que destaca la recurrencia de útiles metálicos (punzones o
hachas junto a cuchillos/puñales), sería característica de miembros de la comunidad con
derechos políticos. Finalmente, Lull y Estévez propusieron dos categorías más a partir de
la presencia de ajuares muy modestos o nulos, que en su día equipararon con grupos
en régimen de servidumbre o quizás incluso de esclavitud.

Categoría Sexo/Edad 2200 2100 2000 1900 1800 1700 1600 Tabla 2. Artefactos distintivos de las seis categorías
de ajuares funerarios en relación a sexo, edad
Hombre Alabarda y cronología. Cabe remarcar que tumbas de
la primera categoría también pueden contener
Espada corta Espada larga adornos de cobre o plata, aunque no de forma
estadísticamente significativa. La misma situación
1 H/Mujer Forma 6 se da con respecto a eventuales ornamentos de
cobre o de plata en relación con la categoría 3.
Mujer Diadema Por supuesto, a los elementos distintivos de las
H/M/Niñ@ Adornos de oro categorías 1, 2 y 3 pudieron añadirse otros vasos
cerámicos además de los consignados en la tabla.
M/Niñ@/H Adornos de plata
2 M/Niñ@/H Adornos de cobre
M/Niñ@/H Forma 7
Mujer Punzón de cobre
3 H/M Puñal/Cuchillo
Hombre Hacha de cobre
H/M/Niñ@ Forma 4
4a H/M/Niñ@ Sólo adornos de metal o cerámica y adorno de metal
4b H/M/Niñ@ Cerámica o bien un adorno de cobre
5 H/M/Niñ@ Sin ajuar

El incremento de datos en las últimas dos décadas, principalmente en lo que respecta


a la variación diacrónica de los objetos depositados como ajuar (véase supra) y a las
variables de edad y sexo de los individuos inhumados, ha permitido avanzar en el conoci-
miento de la organización social de las comunidades argáricas (Micó 1993, Castro et alii
1993/94, Lull et alii 2004). Pese a que todavía queda mucho por hacer , sabemos que
esta organización no fue homogénea a lo largo de todo el tiempo argárico. Repasemos
sintéticamente sus líneas maestras:
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

a) La sociedad argárica inicial.


Durante aproximadamente los dos siglos iniciales (ca. 2200-1950 cal ANE), sólo un sec-
tor de la población adulta y senil recibió sepultura según la norma típicamente argárica en
cistas, covachas y fosas. La pirámide social de esta época estaría encabezada por hom-
bres inhumados con alabardas, vasos de Forma 6 y, probablemente, espadas cortas a
finales de esta fase, a los que acompañarían mujeres con la asociación puñal o cuchillo
y punzón, además de otros elementos cerámicos y metálicos subsidiarios. Por debajo
de estos grupos hallaríamos individuos enterrados con algún útil metálico, vaso o adorno,
o bien sin nada de ello. La presencia de enterramientos destacados en asentamientos
de altura (por ejemplo, Fuente Álamo) y también de llanura (por ejemplo, Herrerías) podría
indicar una distribución descentralizada del poder.
En esta etapa inicial se constata ya la práctica de enterramientos dobles, una práctica
documentada con mayor frecuencia en los siglos siguientes. En los casos en que se
incluye una mujer y un hombre, la distancia cronológica entre una y otro parece descartar ,
a la luz de las evidencias radiocarbónicas disponibles, que fuese la pareja monogámica
la relación social referenciada (Lull 1997/98). Se abre entonces la posibilidad de una
relación parental intergeneracional inaugurada las más de las veces por una mujer y
clausurada por un hombre. De ser así, las mujeres podrían haber tenido un papel fun-
dador en las relaciones de parentesco, más compatible con principios de matrilinealidad
que de patrilinealidad. Otro dato independiente nos adentra más en las normas que
ordenaron la distribución social de los individuos. Según un estudio comparativo entre
medidas craneales procedentes del yacimiento de El Argar , la variabilidad femenina es
aproximadamente cinco veces inferior a la masculina (Buikstra y Hoshower 1994). Ello
indicaría que la movilidad de las mujeres era muy inferior a la de los hombres o, en otras
palabras, que las mujeres permanecían toda su vida en el lugar donde nacían, mientras
que los hombres cambiarían de residencia, probablemente al contraer matrimonio. Esta
pauta basada en linajes locales articulados en torno a mujeres y sus parientes pudo
adoptar formas diversas, como la matrilocalidad, la avunculocalidad o la primogenitura,
y no tuvo por qué corresponder con el ejercicio femenino del poder . En cualquier caso,
parece claro que hombres y mujeres estaban sujetos a prescripciones muy distintas en
cuanto a movilidad, y es probable que dichas prescripciones estuvieran vigentes desde
el principio de El Argar.
Por otro lado, las diferencias sexuales también tenían su refl ejo en las tareas productivas
desempeñadas, si nos atenemos a los análisis recientes sobre una muestra de esque-
letos argáricos granadinos (al Oumaoui et alii 2004, Jiménez-Brobeil et alii 2004, 2008).
Estos mismos estudios revelan una elevada tasa de lesiones traumáticas craneales entre
los hombres, quizás atribuibles a episodios de violencia (Jiménez Brobeil et alii 2009).
Por ahora, sin embargo, desconocemos la relación entre todas estas afectaciones y la
posición social de los individuos estudiados, así como su encuadre cronológico preciso.
b) El funcionamiento de la sociedad estatal argárica.
A partir de ca. 1950 cal ANE, con la ampliación de los derechos de enterramiento a indi-
viduos infantiles y, tal vez, a otros colectivos, se abre una etapa transicional que culminará
hacia 1750 cal ANE con la implantación de un modelo nuevo que perdurará hasta el nal fi
del mundo argárico. En virtud de este modelo, la clase dominante quedó denotada en
las prácticas funerarias por la adscripción de espadas largas a hombres (en sustitución
241

de las alabardas) y de diademas a mujeres (que, aun así, no abandonaron el punzón).


Por debajo de esta clase se situaba aquélla formada por individuos de pleno derecho en
palabras de Lull y Estévez, cuyo acompañamiento funerario incluía útiles metálicos (hacha
o punzón y puñal/cuchillo) y, subsidiariamente, adornos también metálicos (excepto dia-
demas y elementos en oro) y cerámica. En un tercer escalón hallamos un sector formado
por individuos acompañados por un modesto ajuar funerario (algún vaso cerámico, collar)
y, por último, un colectivo sin ningún tipo de ofrendas muebles.
El análisis de una muestra de enterramientos infantiles procedentes de la necrópolis de
El Argar (Lull et alii 2004) ha revelado que la disimetría social era patente desde la cuna,
y que la expresión ritualizada de la estructura social a que hemos hecho referencia se
hallaba rígida y claramente marcada desde aproximadamente los seis años de edad.
De ello se infi ere el funcionamiento de mecanismos para la transmisión hereditaria de la
propiedad, así como un papel secundario de la edad en el acceso a la riqueza: si bien
algunos items como espadas, diademas o hachas resultan exclusivos o asociados sig-
nificativamente a adultos o seniles, sólo un reducido sector social poseía las condiciones
materiales para amortizarlos al fallecer sus miembros a edad avanzada.
Conviene señalar por último que las tumbas de individuos de clase dominante se res-
tringen ahora a los asentamientos centrales, circunstancia indicativa de que el centro de
gravedad de la riqueza social se desplazó hacia los enclaves estratégicos en altura. En
éstos, además, los barrios localizados en la cima de los cerros concentraron los items
más valiosos, como metales, estructuras monumentales y carne o ganado mayor (bóvi-
dos y équidos). Fuente Álamo proporciona un buen ejemplo de ello (Risch 2002).

Palabras finales.
En términos socioeconómicos, las comunidades argáricas manifiestan marcadas diferen-
cias en el acceso a la producción social. Tales diferencias, expresadas en la amortización
funeraria desde el principio, cobraron un cariz más desarrollado hasta que, entre 1750 y
1550 cal ANE, quedaron patentes no sólo en el plano funerario, sino a nivel económico
y territorial. El funcionamiento de relaciones de explotación económica sustentaba dichas
diferencias. Una clase dominante propietaria de la tierra (parcelada ahora en territorios
políticos) y de la producción de medios de producción básicos se hallaba en condiciones
de amortizar objetos de alto valor social en sus sepulturas, además de gozar de mejores
condiciones de vida que se traducían en una mayor longevidad. Esta clase empleaba
armas para mantener sus privilegios, y costosos adornos para exhibirlos.
Coerción física institucionalizada y explotación económica son los ingredientes básicos de
la política estatal, enunciado tan aplicable hoy como hace cuatro mil años.
Tras siglos de expansión y de dominio, la sociedad argárica entró en crisis y desapareció
para dar paso a una materialidad distinta que la arqueología conoce como “Bronce ardío T
del sureste” (Molina 1978) o “Grupo Villena-Purullena” (Castro 1992). Los niveles de in-
cendio que sellan algunos asentamientos argáricos destacados hacen pensar en un nal fi
violento y rápido. Descubrir si su fi nal se debió a una revolución, a una pura disolución o
incluso a una invasión es otro de los temas pendientes para la investigación prehistórica
en el sureste.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

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EN LOS CONFINES DEL ARGAR

El grupo argárico
en los confines
orientales del Argar Juan A. López Padilla
MARQ

La investigación sobre el Grupo Argárico en Alicante hunde sus raíces en los albores del
siglo XX, cuando el jesuita Julio Furgús inició sus excavaciones en los yacimientos de San
Antón, en Orihuela, y en Laderas del Castillo, en Callosa de Segura (Furgús, 1937). Los
trabajos arqueológicos llevados a cabo en estos dos enclaves sacaron a la luz lo que en
aquellos momentos se creyó eran sendas necrópolis, correspondientes a poblaciones
supuestamente situadas en el llano, en los valles de los alrededores, aunque próximas
a los cerros que se habían escogido para depositar a sus muertos. T an profunda era
la convicción de Furgús de que estaba excavando un cementerio que jamás fue capaz
de advertir la presencia de las viviendas y espacios arquitectónicos entre los que se
encontraban las numerosísimas sepulturas registradas, de manera que carecemos casi
completamente de información contextual que acompañe a los materiales exhumados
durante sus trabajos, los cuales integraron la excepcional colección del Museo del Cole-
gio de Santo Domingo de Orihuela.
Ya desaparecido J. Furgús, los trabajos realizados por J. Colominas (1929) años más tar-
de en Laderas del Castillo de Callosa no cambiaron en absoluto este panorama, pues se
insistía igualmente en la suposición de que el yacimiento era exclusivamente una necrópo-
lis, no reconociéndose en ningún momento la existencia de un asentamiento. Los objetos
recogidos en las excavaciones de J. Colominas –depositados actualmente en el Museu
d’Arqueologia de Catalunya, en Barcelona– y el conjunto de materiales procedentes de
las excavaciones de J. Furgús –hoy disgregado y desperdigado en diversas colecciones–
247

junto con algunos otros, fruto de rebuscas y actuaciones más o menos incontroladas,
constituyeron durante muchísimo tiempo la única base material desde la que acometer el
estudio del Grupo Argárico en la zona meridional del Levante Peninsular. Esporádicamen-
te, algunas de las piezas más sobresalientes fueron incorporadas a los estudios realizados
durante la década de 1970 en torno a la periodización y sistematización de la cultura ar -
gárica, como los de B. Blance (1971) o H. Schubart (1975), teniendo que aguardar a los
trabajos de V. Lull (1983) y sobre todo, de R. Soriano (1984) para contar con una revisión
actualizada de todo el conjunto artefactual argárico del sur de Alicante.
Entre tanto, las actuaciones arqueológicas iniciadas en la Illeta dels Banyets, (Llobregat
Conesa, 1986) y especialmente en Pic de les Moreres (González Prats, 1986), abrieron
una nueva etapa de investigación arqueológica de campo en poblados argáricos de la
zona que sólo hasta cierto punto culminó en las excavaciones realizadas en el T abayá,
de las que por el momento sólo se han dado a conocer detalles parciales (Hernández
Pérez, 1990, 1997). Del resto únicamente se han conocido algunos datos relativos a
los materiales más relevantes y a la organización arquitectónica del asentamiento de Ca-
ramoro I (González Prats y Ruiz Segura, 1995), a los que se uniría más tarde la revisión
de las excavaciones de E. Llobregat en la Illeta dels Banyets (Simón García, 1997) ,y casi
una década después, la memoria científi ca de los últimos trabajos realizados en este
yacimiento (Soler Díaz, 2006).
Pero a pesar de los indudables avances que estos trabajos suponían con respecto a
décadas pasadas, y al contrario que otras zonas de la geografía del Prebético peninsu-
lar, el territorio de la V ega Baja del Segura adolecía aún de una completa ausencia de
información referente a determinados aspectos clave, como el modelo de articulación
del poblamiento y de la organización del espacio así como la extensión y características
de los yacimientos conocidos, a lo que se sumaba también la ausencia de un marco
cronológico fundamentado en dataciones radiocarbónicas válidas.
Con respecto al primero de esos aspectos, en sus trabajos Julio Furgús tan sólo apuntó
algunas estimaciones muy vagas acerca del tamaño de las –para él– “necrópolis” de
San Antón y Laderas del Castillo (Furgús, 1937: 16) y apenas han trascendido ciertas
referencias sobre alguno de los yacimientos excavados en los años ochenta, como Pic
de les Moreres (González Prats, 1986). Esta ausencia de datos básicos sobre las carac-
terísticas de los asentamientos argáricos del sur de Alicante impedía comparar el modelo
de ordenación y posible jerarquización del territorio y del espacio social de esta zona con
el reconocido en otros ámbitos inmediatamente adyacentes, como la Cubeta de Villena,
la Vall d’Albaida, l’Alcoià o incluso el Corredor de Almansa (Jover , López y López, 1995;
Jover Maestre y López Padilla, 2004; Ribera y Pascual, 1994; Pascual Benito, 1988;
Hernández y Simón, 1994) e impedía básicamente corroborar cualquier tipo de hipótesis
relacionada con la existencia de posibles diferencias entre unos modelos y otros.
En cuanto a las características de los asentamientos argáricos del Bajo Segura y Bajo Vi-
nalopó, los datos referentes a los grandes núcleos como San Antón o Laderas del Cas-
tillo son completamente inexistentes. Como ya se ha dicho, el convencimiento de Furgús
de que ni en San Antón ni en Laderas del Castillo existían estructuras de habitación le
impidió registrar ni una sola de las que obviamente destruyó mientras buscaba las tum- 1. Vistas de las excavaciones de Josep Colominas
en el yacimiento de Laderas del Castillo de Callosa de
bas. Ni tan siquiera el conocimiento de los trabajos de los Siret ni las observaciones que Segura. (Colominas Roca, 1932: f. 58 y 59).
referente a este tema realizara H. Siret (1905) en el tomo XIX de losAnnales de la Société
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

d’Archéologie de Bruxelles le hicieron cambiar de opinión, aunque es cierto que el tono


de sus afirmaciones al respecto varió sensiblemente entre la publicación de sus primeros
trabajos en San Antón (Furgús, 1937: 16) y los de sus últimas excavaciones en las La-
deras del Castillo (Furgús, 1937: 64). En cualquier caso, algunos de los argumentos que
empleó el jesuita para defender la supuesta inexistencia de habitaciones en estos dos
yacimientos nos informan, siquiera de pasada, del hallazgo de muros de aterrazamiento
de mampostería trabada con barro de aproximadamente 1 m de anchura en San Antón
(Furgús, 1937: 22) así como un tramo de muro transversal a la pendiente en Laderas
del Castillo junto al cual se hallaron restos de barro con improntas de cañas o de ramaje
(Furgús, 1937: 66). En lo que concierne a los yacimientos excavados con posterioridad,
de haberse conser vado viviendas argáricas en el sector excavado por E. Llobregat en
la Illeta dels Banyets, éstas no fueron registradas (Soler Díaz y Belmonte Mas, 2006),
de modo que para conocer las características de las unidades habitacionales de esta
zona del territorio argárico sólo se disponía de los datos del pequeño emplazamiento de
Caramoro I (González Prats y Ruiz Segura, 1995) y de las estructuras exhumadas en el
área excavada en Pic de les Moreres (González Prats, 1986), a lo que podían tan sólo
añadirse los exiguos datos avanzados por M. Hernández (1990; 1997) acerca del Taba-
yá, yacimiento del que permanece inédita la memoria de excavaciones.
En cuanto a las bases cronológicas disponibles para el Grupo argárico del Bajo Segura y
Bajo Vinalopó, hasta la publicación de los trabajos realizados en 2000 y 2001 en la Illeta
dels Banyets (Soler Díaz, 2006) la única fecha radiocarbónica para toda la zona era la que
se había obtenido en Pic de les Moreres (González Prats, 1986: 210) y que una década
más tarde sería desestimada por algunos autores dado lo controvertido de los resultados
ofrecidos por el laboratorio japonés que la había proporcionado y también a causa de
otras irregularidades en la muestra datada (Castro, Lull y Micó, 1996: 31). Al margen de
ésta, únicamente la batería de dataciones obtenidas en la Illeta dels Banyets (Soler
, Pérez y
2. Materiales procedentes de las excavaciones de Belmonte, 2006: 106. Tab. 3.2) proporcionaba un marco cronológico basado en fechas
Josep Colominas en Laderas del Castillo de Callosa
de Segura. (Colominas Roca, 1932: f. 65 y 66).
radiocarbónicas válidas, si bien sólo una parte de ellas –cinco dataciones– se asociaban
con niveles estratigráfi cos documentados, mientras que el resto correspondía a enterra-
mientos. A ello se añade que, excepto estas últimas, todas procedían de micromuestras
extraídas de los testigos y perfi les, careciéndose de una información precisa de carácter
contextual que permitiera atribuir su presencia a eventos concretos, lo que necesaria-
mente limitaba su utilidad (Soler Díaz, en este mismo volumen). Las dataciones referidas
a los enterramientos, por otra parte, sólo en ciertos casos –tumba I– permitían establecer
relaciones más o menos precisas con conjuntos estructurales y/o estratigráficos.
Tratar de enmendar estas carencias en lo posible fue uno de los objetivos esenciales
marcados por un proyecto impulsado desde el MARQ e iniciado en otoño de 2005 y
que como primer paso planteó un programa de prospección intensiva de los yacimientos
argáricos del Bajo Vinalopó y del Bajo Segura y de su entorno inmediato (López Padilla,
2005). Los resultados de dicho trabajo permitieron reconocer y comenzar a perfi lar las
características y organización del territorio argárico en su frontera más oriental que, sin
embargo, era imprescindible cotejar con un registro lo más completo posible de la estra-
tigrafía y de la secuencia ocupacional de alguno de los yacimientos argáricos de la zona,
objetivo al que se encaminó la segunda fase del proyecto.
249

El territorio argárico del Bajo Segura y Bajo Vinalopó


El antiguo territorio argárico alicantino se articuló básicamente en torno al curso bajo de los
ríos Segura y Vinalopó. Antes de la desecación de esta área pantanosa, llevada a cabo
por el Cardenal Belluga a fi nales del siglo XVIII (Box Amorós, 1987), todo este ámbito
comprendía un complejo sistema de zonas lagunares que ocupaban el extremo más
oriental del área, en contacto con la línea de costa, las cuales determinaron durante mu-
cho tiempo las posibilidades de ocupación del territorio (Jover Maestreet al., 1997). Este
sistema se extendía, de oriente a occidente, desde Agua Amarga y el Clot de Galvany ,
pasando por la zona de Balsares, hasta las lagunas de Santa Pola y el Hondo de Elche,
prolongándose hasta el sur de la Sierra de El Molar , en las proximidades de Guardamar
del Segura. En este lugar el río Segura vierte defi nitivamente sus aguas al Mediterráneo
tras recorrer serpenteante la vertiente septentrional de un conjunto de sierras que, dis-
puestas en sentido este- oeste, enmarcan por el sur una extensa planicie de inundación
en la que se disponen las tierras de mayor rendimiento agrícola de Alicante. Por el norte,
este espacio queda cerrado por otra alineación montañosa que, desde Abanilla, en su
extremo más occidental, hasta las estribaciones orientales de la sierra del T abayá y de
la serranía de Elche, sirvió, como ya se ha comentado en repetidas ocasiones, de límite
septentrional del Grupo Argárico durante buena parte del II milenio BC (Jover Maestre y
López Padilla, 1999; 2004). Entre ambas líneas montañosas y dominando la planicie, se
alzan como gigantescas atalayas las sierras de Orihuela y de Callosa de Segura, rodea-
das de algunos relieves menores que salpican sus alrededores, como el Cabezo de Re-
dován, el Cabezo del Pallarés o los Cabezos de las Fuentes o de los Ojales, entre otros.
Si bien el curso del Segura, que discurre al sur de estas sierras centrales, adquiere en
esta zona cercana a su desembocadura una marcada orientación oeste- este, el resto
de ríos, ramblas, barrancos y ramblizos que vertían sus aguas en el Hondo de Elche y
en el resto de las áreas lagunares de la zona, mantenían una dirección norte- sur que
las convertía en las principales arterias de comunicación entre los extremos meridional
y septentrional de la región. Así, además del Vinalopó, hacia occidente encontramos el
Barranco de los Arcos, en Elche, el Barranco de la Rambla, en Crevillente, la Rambla
de la Algüeda, en Albatera, y fi nalmente, en el extremo más occidental del alineamiento
montañoso, el río Chicamo, en Abanilla.
A lo largo y ancho de todo este amplio territorio de más de 100.000 Ha, se distribuía una
serie de emplazamientos en los que las prospecciones llevadas a cabo en las últimas dé-
cadas habían registrado evidencias de ocupación durante el III y II milenio BC, los cuales
fueron objeto de análisis en el programa de prospección sistemático realizado. 3. Vista panorámica de la Vega Baja del Segura
desde la cima de Cabezo Pardo.
Foto: J. A. López Padilla.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

4. Mapa con la localización de los yacimientos del A: El Castellar


Bajo Segura y Bajo Vinalopó (c. 2500- 1500 cal B: El Promontori
ANE). C:Les Morenes
D: Bancalico de los Moros
E: Cabezo de Redován
F: Espeñetas
1: San Antón
2: Laderas del Castillo
3: Cabezo del Pallarés
4: Cabezo Pardo
5: El Monterico
6: Hurchillo
7: Pic de les Moreres
8: Barranco de los Arcos
9: Caramoro I
10: Puntal del Búho
11: Serra del Búho
12: Tabayá
13: Cabezo de las Particiones
14: Monte Calvario
15: Cabezo Soler
16: Cabezo del Mojón
17: Cabezo del Rosario
18: Cabezo del Moro
19: Arroyo Grande
20: Loma de Bigastro

La primera variable analizada en todos ellos fue el tamaño que, con todas las salveda-
des que cabe oponer , consideramos como un dato revelador de una mayor o menor
intensidad en la ocupación de los asentamientos, lo que permite establecer una corres-
pondencia más o menos directa con una mayor o menor concentración demográfica en
éstos a lo largo del lapso temporal considerado. Sin embargo, se tuvieron especialmente
en cuenta dos factores:
-en primer lugar, la afectación por procesos erosivos de carácter geológico y/o antrópico,
que en el caso de la Vega Baja del Segura se han visto potenciados en muchos casos
por el aprovechamiento de los propios cerros sobre los que se emplazan los asentamien-
tos como canteras para la extracción de piedra para la construcción. Ese es el caso del
Cabezo del Pallarés, de Arroyo Grande o del Monte Calvario, en los que las canteras, las
explanaciones del terreno o la construcción de plataformas y miradores o de urbaniza-
ciones y zonas ajardinadas han destruido los depósitos arqueológicos y cualquier indicio
relativo a sus dimensiones.
-en otros casos, la importancia de los sucesivos emplazamientos que se superpusieron
cronológica y estratigráfi camente en el mismo lugar , y que ha impedido reconocer la
extensión real que en un lapso determinado de tiempo pudo tener un yacimiento deter -
minado. El caso más evidente podría ser el del Cabezo Soler, en donde la ocupación de
los siglos V y VI d.C. y el núcleo medieval levantado en época posterior (Gutiérrez Lloret,
1996) han ocultado y seguramente transformado de forma ostensible los niveles arqueo-
lógicos precedentes del II milenio BC.
Ha resultado, por consiguiente, imposible valorar la extensión superficial de los yacimien-
tos como una variable relevante para la inferencia del proceso histórico sin tener pre-
5. Distribución de los yacimientos argáricos del sente al mismo tiempo un segundo rasgo analizado en cada yacimiento: su localización
Bajo Segura y Bajo Vinalopó con indicación de su
tamaño relativo en relación con el área sedimentaria y distribución en el territorio prospectado. Porque si algo han permitido comprobar las
conservada. prospecciones realizadas es la existencia de una ordenación, en absoluto aleatoria, de
251

los enclaves argáricos situados al sur de la frontera establecida en la alineación que con-
forman, en sentido este-oeste, las sierras de Abanilla, Crevillente y Tabayá.
La inspección superfi cial de los yacimientos ha permitido comprobar cómo San Antón y
Laderas del Castillo constituyeron muy claramente los asentamientos más importantes de
toda la zona. Especialmente destacables son las más de 2 Ha de extensión superfi cial del
enclave oriolano, que a pesar de la intensa erosión que presentan sus vertientes ofrece
todavía restos que denotan la enorme relevancia de la concentración poblacional que
debió acoger entre sus muros. Ambos son los únicos poblados que aparentemente ex-
cedieron de los 10.000 m² de extensión, estimación que se aproxima bastante a las del
propio J. Furgús, para quien San Antón se extendía por una superficie cercana a las 2 Ha,
mientras que Laderas del Castillo ocuparía poco más de 1 Ha (Furgús, 1937: 16, 64).
Otros tres asentamientos –Cabezo Pardo, El Morterico y T abayá– superan o se aproxi-
man a los 5.000 m², lista a la que es probable que tuviéramos que añadir el Cabezo So-
ler, a pesar de que, como ya se ha comentado, no es posible corroborar este extremo,
pues la inspección superficial realizada revela que el sedimento con material arqueológico
de época argárica, aun siendo extenso, no parece alcanzar el área total del yacimiento,
en el que tanto las estructuras como los rellenos de época tardoantigua y medieval pa-
recen ser muy importantes, al igual que el volumen de restos cerámicos esparcidos en
superficie. De ello deducimos que las 0,8 Ha estimadas para este asentamiento exceden
el tamaño real del enclave en época prehistórica, extremo que será imposible corroborar
sin llevar a cabo trabajos arqueológicos que nos permitan contar con una estratigrafía
bien registrada.
Todavía más difícil resulta calcular la extensión que pudo tener el Cabezo del Pallarés,
completamente destruido por los trabajos de una cantera. El gran tamaño que presen-
taba éste último permitiría el asentamiento de un poblado de dimensiones importantes,
pero su situación, muy próxima a Laderas del Castillo y Cabezo Pardo, también es un
aspecto que debemos valorar . Hoy parece ya muy difícil pronunciarse en uno u otro
sentido.
La ubicación de estos enclaves de en torno a 0,5 Ha sobre el territorio parece evidenciar
una cierta dicotomía entre aquéllos claramente emplazados sobre puntos fronterizos

6. Panorámica del yacimiento de Laderas del Castillo


desde la cima. Al fondo, la localidad de Callosa de
Segura. Foto: J. A. López Padilla.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Superficie (en Ha.) –como Tabayá– y aquéllos otros situados junto a las zonas encharcadas o nacimientos
2,4 de agua y los terrenos de cultivo más productivos –Morterico, Cabezo Pardo y Cabezo
2,3
2,2 Soler, entre otros.
2,1
2 Situados a menudo en las proximidades de los anteriores, otros asentamientos de más
1,9 de 0,1 Ha se distribuyen por el territorio destacándose claramente dos grupos: uno vin-
1,8
1,7 culado estrechamente con el control de zonas de paso, como el Puntal del Búho y Pic de
1,6 Les Moreres; y un segundo grupo asociado a zonas de alto rendimiento agrícola, junto
1,5
1,4 al cauce del Segura o a humedales y zonas encharcadas, como el Cabezo del Moro o
1,3 el Cabezo de las Particiones.
1,2
1,1 Y por último, existe también un cierto número de yacimientos, de muy poca extensión
1
0,9 superficial –aproximadamente 0,05 Ha o un poco más– que aparecen custodiando los
0,8 principales pasos entre la línea montañosa que enmarca el valle por el norte –como
0,7
0,6 Caramoro I, Barranco de los Arcos y Loma de Hurchillo– o por el sur –como el Cabezo
0,5 del Mojón o Arroyo Grande. Sin embargo, en los puntos más estratégicos se levantan,
0,4
0,3 como hemos visto, yacimientos como Pic de les Moreres o el Tabayá, de 0,3 Ha o más.
0,2
0,1 De este análisis escapa en principio la Illeta dels Banyets, enclave que por su localiza-
0 ción se encuentra estrictamente fuera del ámbito geográfi co que aquí analizamos, pero
Bajo Segura-Bajo Vinalop´ó que consideramos debió jugar un papel esencial en la articulación geopolítica del Grupo
Cubeta de Villena-Alto Vinalopó
Argárico en el extremo más oriental del territorio. A partir de los datos ofrecidos por las
7. Gráfico comparativo de la extensión de área
diversas excavaciones realizadas en el yacimiento (Soler Díaz, 2006) parece que éste de-
sedimentaria conservada en los yacimientos del Bajo bió alcanzar un tamaño de al menos 0,6 Ha, y consideramos probable que, teniendo en
Segura y Bajo Vinalopó y los de la Cubeta de Villena cuenta los intensos procesos erosivos sufridos por el yacimiento y la disposición de los
y Alto VInalopó. (Fuente: López Padilla, 2005; Jover
hallazgos prehistóricos localizados en el mismo, originariamente llegase a alcanzar al me-
Maestre y López Padilla, 2004).
nos 1 Ha de extensión. A su ubicación en este punto estratégico para la comunicación
marítima de cabotaje, ya señalada en varias ocasiones (Hernández Pérez, 1997; Soleret
al., 2004) se añade también, a nuestro juicio de manera tanto o incluso más relevante,
su posición en el extremo de un punto clave de acceso hacia el interior, hacia el Valle del
Serpis, remontando el río Monnegre.
La situación estratégica que ocupan determinados asentamientos resulta a nuestro juicio
altamente signifi cativa del desempeño de funciones relacionadas con el control de los
pasos principales de comunicación interfronterizos. El emplazamiento de El Morterico
junto al río Chicamo, por una parte, pero sobre todo la estratégica posición de peque-
ños poblados ocupando puntales sobre las ramblas principales que bajan en dirección
sur desde las sierras de Abanilla, Albatera y Crevillente, denotan un especial interés por
someter a vigilancia estos cauces que sin duda sirvieron como caminos entre el espacio
social argárico y el del grupo del Prebético Meridional Valenciano.
Posiblemente el caso más evidente es el que registramos en el cauce del Vinalopó, don-
de se constata una medida equidistancia entre el pequeño asentamiento de Caramoro I,
emplazado justo donde el río deja de encajonarse entre los relieves de la serranía, al sur ,
y Puntal del Búho, a medio camino entre aquél y el yacimiento de T abayá, al norte, justo
sobre el punto en el que el Vinalopó comienza a atravesar la sierra en dirección al Camp
d’Elx. Parece evidente, por tanto, que el pasillo que conforma el río Vinalopó en este tramo
desempeñó un papel esencial como área de entrada y salida de personas, productos y
materias primas de todo tipo, durante el intervalo temporal que venimos considerando.
253

De acuerdo con los datos recopilados en nuestras prospecciones, por tanto, podría
proponerse que la mayor concentración demográfi ca en la zona se daría en San An-
tón, yacimiento que supera holgadamente las 2 Ha de terreno con sedimento y/o ma-
terial arqueológico. La inspección superfi cial realizada por nosotros reveló, en efecto,
la abundante presencia de restos cerámicos pertenecientes no sólo a época argárica
sino también algunos fragmentos atribuidos a cronologías avanzadas del II milenio BC,
y también formas características de época ibérica, las cuales aparentan estar mejor re-
presentadas en la zona más oriental de la vertiente en la que se encontraba instalado el
emplazamiento. En el caso de San Antón disponemos además de algunas referencias
estratigráficas –aunque procedan de las descripciones de J. Furgús, bastante vagas en
8. Pic de les Moreres desde la margen derecha del
ese sentido- que nos permiten conocer que bajo los estratos que contenían los restos de Barranc de la Rambla, en Crevillente. Foto: J. A.
época ibérica se encontraron habitualmente las sepulturas argáricas, lo que nos señala López Padilla.
que muy posiblemente el emplazamiento prehistórico alcanzó a ocupar, si bien quizá en
distinto grado de intensidad, toda la ladera septentrional de La Muela.
Con algo más de la mitad del tamaño de San Antón, el yacimiento de Laderas del Castillo
ocuparía posiblemente el segundo lugar en el escalafón jerárquico, alcanzando las 1,5
Ha de extensión. También aquí aparecen restos de cronología altomedieval que indican
una reocupación del enclave en épocas posteriores a la argárica. La ausencia de datos
relativos a la estratigrafía dificultan también en este caso la evaluación de las dimensiones
originales del núcleo del II milenio BC, si bien las trincheras abiertas a lo largo del yacimien-
to parecen indicar que, al igual que San Antón, sus dimensiones reales debieron estar
también cercanas a los valores estimados.
Llegados a este punto se hace posible, por vez primera, comenzar a contrastar de
manera un poco más fi able los datos obtenidos con los recopilados en los análisis te-
rritoriales realizados en las zonas periféricas adyacentes, lo que además permite extraer
diversas conclusiones preliminares:
Como puede verse en las gráfi cas de los tamaños de asentamientos de la zona del
Alto Vinalopó y de la Vall d’Albaida, en estas zonas los yacimientos con mayor superfi cie
de sedimento conservado o con un área de dispersión de material arqueológico mayor
apenas superan las 0,3 Ha, lo que signifi ca que en el territorio argárico de la V ega Baja
y Bajo Vinalopó ni siquiera alcanzarían el tercer escalafón en cuanto a los niveles de
concentración demográfi ca atribuidos. El contraste se hace aún más evidente cuando
consideramos que, por otra parte, en la Cubeta de Villena, intensamente prospectada y
analizada, tan sólo seis yacimientos de casi una treintena superan las 0,1 Ha de super -
ficie y ninguno sobrepasa las 0,35 Ha, proporción similar a la que puede obser varse en
el territorio de la La Mancha oriental, de acuerdo con los datos dados a conocer recien-
temente (Fernández Posse et al, 2008). Se infi ere de inmediato, por tanto, el superior
tamaño de los asentamientos argáricos más destacados del área analizada con respecto
a los yacimientos de análoga posición en el territorio periférico. T an sólo a partir de ca.
1500 ANE parece que Cabezo Redondo, en el Alto Vinalopó, alcanzará los niveles de
concentración demográfica de los principales centros argáricos precedentes.
En cuanto a la eventual correspondencia entre el tamaño superfi cial constatado y el
grado de concentración demográfi ca del que el primero pudo ser consecuencia, una
estimación a partir de un cálculo conservador de aproximadamente 1 persona por cada
25 m², nos daría como resultado que un núcleo como San Antón no albergaría a más
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

de 1.000 personas, mientras que los núcleos de rango medio, como Cabezo Pardo,
no estarían habitados por más de un par de centenares, como máximo. Sin embargo,
estos niveles estarían muy por encima de los que acogerían los enclaves más pequeños,
como el Barranco de los Arcos o Caramoro I, en donde apenas habría una veintena de
habitantes, o lo que es lo mismo, una sola familia extensa.
En cualquier caso, está claro que en comparación con éstos San Antón resultaba un
centro poblacional de primer orden, y en ese mismo sentido resulta muy interesante a
nuestro juicio la reflexión que recoge G. Algaze (2008: 44) acerca del hecho de que, en
época preindustrial, mantener una concentración poblacional importante sólo era posible
mediante la agregación constante de nuevos efectivos demográficos más que por el cre-
cimiento natural de la población ya concentrada, debido a la multiplicación de los riesgos
sanitarios que conlleva la propia aglomeración humana. Ello vendría en nuestra opinión
a subrayar el papel de centro político ejercido de manera continuada por San Antón y
Laderas del Castillo, y que en la zona periférica del Prebético Meridional valenciano sería
asumido más tarde por Cabezo Redondo.
9. Enterramiento nº 3 del Tabayá (Aspe, Alicante). De este análisis preliminar de los yacimientos de la Vega Baja del Segura y Bajo Vinalopó
Foto: M. H. Hernández Pérez.
podemos, pues, extraer una primera conclusión fundamental, cual es la existencia entre
ca. 2000 y ca. 1500 ANE de un mayor grado de jerarquización en el ámbito argárico del
Bajo Segura que en el territorio periférico adyacente, manifestado en el superior tamaño
de los asentamientos y un mayor grado de concentración demográfica en los principales
enclaves. En el caso del Alto Vinalopò se ha indicado en varias ocasiones la relación que
parece mantener el surgimiento del importante núcleo de Cabezo Redondo y el aban-
dono de prácticamente todos los asentamientos preexistentes de la Cubeta de Villena
(Hernández Pérez, 1997), algo que las excavaciones realizadas en T erlinques parecen
corroborar pues, a partir al menos del horizonte del 1500 cal ANE, se constata el aban-
dono del enclave coincidiendo aparentemente con un momento de amplia remodelación
urbanística de los espacios domésticos de Cabezo Redondo.
La secuencia radiocarbónica
Un segundo aspecto importante que ha mejorado considerablemente en la última dé-
cada es la disponibilidad de fechas radiocarbónicas con las que comenzar a construir
una secuencia comparable a las de los territorios argáricos vecinos del área murciana
y, lo que se nos antoja aún más importante, a la de las áreas periféricas septentrional y
oriental.
Ya hemos comentado que la fecha GAK-9775 de Pic de les Moreres, que constituyó
durante mucho tiempo la única datación radiocarbónica disponible para el grupo argárico
del Bajo Segura- Bajo Vinalopó, resultaba controvertida por varias causas: en primer
lugar, por lo problemático de los resultados proporcionados por el laboratorio Gakushuin
para otros yacimientos peninsulares, circunstancia sobre la que llamaron la atención P .
V. Castro, V . Lull y R. Micó (1996: 29) y que les llevó a desestimar todas las fechas
provenientes de este laboratorio en su compilación de dataciones radiocarbónicas de la
Prehistoria reciente peninsular; y por otra, la procedencia estratigráfica de la muestra que,
como el propio A. González (1986: 210) indicaba, consistió en un conjunto de huesos
del abundante lote hallado en el estrato I del yacimiento, el más moderno en términos
estratigráficos pues se hallaba infrapuesto a la capa vegetal (González Prats, 1986: 149),
255

lo que sobre el papel hace aún más inverosímil la cronología propuesta para el contexto
fechado, que se remonta a 4070 ± 140 BP –2869 -2472 ANE (1)–.
Claramente inserto en el entramado sociopolítico argárico de la zona, aunque alejado
geográficamente del área estrictamente argárica del Bajo Segura-Bajo Vinalopó, el yaci-
miento de la Illeta dels Banyets proporcionó, gracias a las inter venciones arqueológicas
realizadas a inicios de este siglo, una nueva batería de dataciones que en su mayor parte
procedían de micromuestras carbonosas extraídas de los contados testigos y perfi les
que restaron intactos tras las inter venciones dirigidas por E. Llobregat en las décadas
de los setenta y ochenta (Soler , Pérez y Belmonte, 2006: 106. T ab. 3.2). La compleja
articulación de estas fechas en la enrevesada estratigrafía de un yacimiento con diversas
e intensas reocupaciones durante períodos de tiempo muy prolongados, que además
había sido ampliamente excavada con anterioridad, menguaba ostensiblemente las posi-
bilidades de ligar las dataciones obtenidas con eventos concretos o con las fases cons-
tructivas reconocidas en el asentamiento. Las tres fechas procedentes de las tumbas I
y III, en cambio, permitían disponer de referencias cronológicas bastante precisas para
acontecimientos bien determinados arqueológicamente, como son los tres enterramien-
tos que se practicaron en ellas. Sin embargo, tampoco resultan demasiado claras las
relaciones estratigráficas que cabría proponer para estas sepulturas con respecto a otras
estructuras documentadas en el yacimiento, como por ejemplo las cisternas y las diver -
sas canalizaciones aparentemente vinculadas con aquéllas (Soler Díaz, en este mismo
volumen).
La batería de fechas de la Illeta dels Banyets –que por el momento constituye la más
amplia de las disponibles para un asentamiento argárico en territorio alicantino– se com-
pletaría un poco más tarde, ya en el marco del proyecto vinculado al análisis del grupo
argárico en Alicante que bajo nuestra dirección impulsa el MARQ desde el año 2005.
Como parte del mismo, y en el ámbito dedicado al estudio de las prácticas funerarias
argáricas, procedimos a extraer muestras óseas de los esqueletos pertenecientes a las
tumbas II, IV y V de la Illeta, obteniendo un fecha para cada uno de los cinco individuos
–tres mujeres y dos hombres, según el estudio antropológico realizado (De Miguel, 2004;
López, Belmonte y De Miguel, 2006)– inhumados en ellas. Junto con las obtenidas para
las tumbas I y III, estas fechas permitían establecer un primer marco cronológico para el
funcionamiento de la necrópolis argárica del asentamiento, y posibilitar así su compara-
ción con la secuencia proporcionada por las dataciones extraídas de las micromuestras
de los perfiles y testigos.
También en el caso del Tabayá las únicas fechas radiocarbónicas obtenidas proceden de
enterramientos, realizadas en el marco del mismo proyecto. En concreto de las tumbas
halladas en los cortes 10 –tumba 3– y 11 –tumba 1– alguna de las cuales había sido
ya dada a conocer junto con su destacado ajuar (Hernández Pérez, 1990). Al margen
de dotar de cronología radiocarbónica a la secuencia de ocupación en el yacimiento, la
elección de estas dos tumbas respondía también a la posibilidad que ofrecían de relacio-
narlas estratigráficamente. Sin embargo, las fechas que han proporcionado han resultado
controvertidas, pues las dos dataciones que se obtuvieron a partir de los restos óseos de
la tumba del corte 11 –una del esqueleto y otra de un hueso de ovicaprino perteneciente
al ajuar cárnico depositado junto al cadáver– además de diferir considerablemente en
sus respectivos intervalos a 1 y 2 , resultan más recientes que la que ha proporcionado
el esqueleto de la tumba del corte 10, estratigráfi camente superpuesta a la anterior . A
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

ello se une el que sólo uno de los cuatro intentos realizados para datar el esqueleto de la
tumba 1 resultara fructífero, dado que el resto de las muestras no contenían, al parecer,
colágeno sufi ciente. La modernidad de las dataciones obtenidas y las difi cultades para
conseguir cantidades apropiadas de colágeno nos hacen pensar en que muy probable-
mente los restos óseos de esta tumba se encuentren afectados por ácidos húmicos que
invalidan las dos fechas que han proporcionado, especialmente cuando la datación de la
tumba del corte 10 fija un horizonte ante quem para aquélla.
Por último, los recientes trabajos llevados a cabo en Cabezo Pardo han permitido, por
fin, contar con una secuencia estratigráfi ca bien documentada y datada mediante el ra-
diocarbono de un asentamiento argárico de esta zona, lo que permite, por vez primera,
contar con una base documental que pueda comenzar a contrastarse con el registro de
los núcleos argáricos del Guadalentín, del Almanzora y de la Cuenca de Vera.
A pesar de que las excavaciones, iniciadas en 2006, apenas han ofrecido más que una
aproximación preliminar a la dinámica ocupacional del asentamiento argárico, sí han po-
sibilitado registrar diversas fases constructivas y partes de unidades de habitación levan-
tadas en la zona más elevada del cerro, a partir de un área excavada en extensión y de
la limpieza y refrescado de los perfiles dejados en el yacimiento por diversas actuaciones
incontroladas que en algún caso llegaron incluso a horadar el nivel geológico.
De lo excavado hasta el momento pueden extraerse diversas conclusiones, la primera
de las cuales es la antigüedad de la fundación del enclave, que según las dataciones
radiocarbónicas obtenidas a partir de muestras de vida corta –semillas de trigo y ce-
bada– debe remontarse hacia inicios del II milenio ANE. Por otra parte, las dataciones
proporcionadas por muestras de vida corta recuperadas sobre los pavimentos de las
unidades habitacionales correspondientes a las fases más recientes arrojan fechas en
torno a 1700 cal ANE y 1600 cal ANE, que por ahora nos hacen pensar en que el asen-
tamiento probablemente se abandonaría algo más tarde, en torno a 1500 cal. ANE o tal
vez un poco antes.
Con los datos disponibles en la actualidad parece que puede empezar a plantearse
una evaluación, sobre nuevas bases cronológicas, de la secuencia argárica en la zona.
10. Vista panorámica del yacimiento campaniforme
de Bancalico de los Moros, en Redován. Foto: J. A. Puesto que la fecha radiocarbónica más antigua, procedente de Pic de les Moreres, pre-
López Padilla. senta problemas para su aceptación se ha de asumir que, por el momento, sólo una de
257

Cal. 1 s. Cal. 2 s.

BP Yacimiento máx min med máx min med Tipo de muestra Contexto

GAK-9775 4070±140 -
Pic de les 2869 2472 2671 -
3000 2155 2578 Hueso B 1-2_5_XIII B
Moreres
Beta-240409 3480±40 Tabayá -
1878 1749 1814 -
1898 1691 1795 Hueso Corte 11_Tumba_hueso de
ovicaprino
Beta-240410 3340±40 Tabayá -
1686 1537 1612 -
1737 1522 1630 Hueso Corte 11_Tumba_hueso
humano humano
KIA-38217 3557±26 Tabayá -
1944 1882 1913 -
2010 1777 1894 Hueso Corte 10_Tumba_hueso
humano humano
Beta 152946 3590±40 Illeta dels -
2013 1893 1953 -
2116 1779 1948 Carbón Material carbonoso_
Banyets Estratigrafía Cisterna 1
Beta 188926 3360±50 Illeta dels -
1737 1540 1639 -
1766 1517 1642 Hueso Tumba I
Banyets humano
Beta 188925 3310±60 Illeta dels -
1664 1518 1591 -
1739 1454 1597 Hueso Tumba I
Banyets humano
Beta 152947 3270±40 Illeta dels -
1608 1500 1554 -
1657 1446 1552 Carbón Material carbonoso_
Banyets Estratigrafía Cisterna 1
Beta 188927 3390±40 Illeta dels -
1739 1635 1687 -
1867 1536 1702 Hueso Tumba III
Banyets humano
Beta 152948 3570±40 Illeta dels -
2011 1881 1946 -
2029 1774 1902 Carbón Material carbonoso_
Banyets Plataforma_Perfil Suroeste
Beta 152950 3690±40 Illeta dels -
2139 2026 2083 -
2198 1959 2079 Carbón Material
Banyets carbonoso_Canalización 1
Beta 152951 4370±40 Illeta dels -
3021 2919 2970 -
3093 2903 2998 Carbón Material carbonoso_
Banyets Cabaña_EstratigrafíaTestigo A
Beta-236824 3560±40 Illeta dels -
1964 1783 1874 -
2023 1772 1898 Hueso Tumba IV
Banyets humano
Beta-236823 3340±40 Illeta dels -
1686 1537 1612 1737 1522
- 1630 Hueso Tumba IV
Banyets humano
Beta-236822 3490±40 Illeta dels 1880 1759
- 1820 1918 1694
- 1806 Hueso Tumba V
Banyets humano
Beta-240411 3500±40 Illeta dels 1883 1771
- 1827 1929 1696
- 1813 Hueso Tumba II
Banyets humano
Beta-236821 3320±40 Illeta dels -
1658 1530 1594 -
1726 1503 1615 Hueso Tumba II
Banyets humano
Beta-237765 3460±40 Cabezo -
1876 1695 1786 -
1889 1684 1787 Hueso Tumba 1-Individuo 1
Pardo humano
Beta-237766 3390±40 Cabezo -
1739 1635 1687 -
1867 1536 1702 Hueso Tumba 1-Individuo 2
Pardo humano
Beta-258466 3440±40 Cabezo -
1860 1690 1775 1880 - 1650 1765 Hueso Costilla de ovicaprino. Unidad
Pardo Habitacional 6. Sobre
pavimento UE 3005
Beta-258467 3300±40 Cabezo -
1620 1520 1570 -
1680 1500 1590 Hueso Costilla de bóvido.
Pardo Sobre pavimento UE 3008
Beta-258468 3530±40 Cabezo -
1920 1780 1850 -
1960 1750 1855 Semillas Semillas de trigo y cebada
Pardo carbonizadas. Sobre
pavimento UE 3003

11. Dataciones radiocarbónicas procedentes de yacimientos argáricos del área meridional de Alicante. (Fuente: Hernández Pérez, en este volumen; para Pic de les
Moreres, A. González Prats, 1986; para la Illeta dels Banyets: J. A. Soler, R. Pérez y D. Belmonte, 2006 y Soler Díaz, en este volumen; para Tabayá y Cabezo Pardo,
dataciones inéditas).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

las fechas de la Illeta dels Banyets, vinculada a la construcción de la Cisterna 1, se sitúa


con anterioridad a 1900 cal ANE. Obtenida de una muestra carbonosa de uno de los
perfiles, resulta sin embargo imposible situarla en un contexto preciso, aunque su relación
aparente con la construcción de una importante infraestructura hidráulica del poblado
permite inferir que al menos en la Illeta dels Banyets contamos con una ocupación bien
asentada en estos momentos, sin perder de vista la antigüedad que se ha atribuido a los
niveles fundacionales del emplazamiento y que se han fijado a finales del IV milenio ANE.
La información recopilada hasta ahora sólo permitía reconocer , por el momento, algu-
nas evidencias que planteaban un horizonte ligeramente anterior a ca. 2200 BC para la
fundación de algunos enclaves. Éstas serían, fundamentalmente, la presencia de mate-
riales campaniformes constatada en los principales yacimientos argáricos de la zona y
de niveles epicampaniformes en la base de la estratigrafía del T abayá o la existencia de
ajuares que podrían considerarse bastante antiguos en algunas de las tumbas de San
Antón y Laderas del Castillo. Sin embargo, la fecha que ha proporcionado la tumba 3
del Tabayá, comprendida en torno a 1900 cal BC, fi ja con anterioridad a este horizonte
12. Yacimiento de Caramoro I, en Elche.
Foto: J. A. López Padilla. la realización de prácticas funerarias argáricas en este yacimiento, pues ésta aparece
estratigráficamente superpuesta a la tumba 1, cuyo argarismo esta fuera de toda duda
(Hernández Pérez, 1990).
Hoy es posible al menos plantear como hipótesis la existencia, ya desde el inicio de esta
fase, de unos pocos enclaves que constituirían los núcleos más antiguos y principales,
cuyos orígenes estarían directamente involucrados en el desmantelamiento de la red de
núcleos anterior, como cabría deducir de su inmediata proximidad geográfica con respecto
a éstos. En ese sentido, nos atreveríamos a sugerir que al menos el abandono de los
yacimientos de adscripción campaniforme en la zona, como Espeñetas, Bancalico de Los
Moros y Les Moreres, y la fundación de los enclaves argáricos de San Antón, Laderas del
Castillo y Pic de les Moreres, se halla conectado de un modo más directo de lo que la mera
presencia de fragmentos cerámicos con decoración campaniforme en estos tres asenta-
mientos argáricos ha permitido apuntar, y que tal conexión tuvo sobre todo que ver con la
propia constitución de la frontera septentrional argárica en la zona y el replanteamiento de la
organización territorial del nuevo espacio (Jover Maestre y López Padilla, 1999).
Observado desde esta perspectiva, cobra sentido el transvase poblacional que la clau-
sura y nueva fundación de unos y otros pone de manifi esto, y que debió acontecer en
un momento cronológico todavía impreciso pero que a nuestro juicio cabría fijar entre ca.
2300 cal. ANE y ca. 2200 cal ANE. Y es que la diferencia esencial que ofrecen los em-
plazamientos escogidos para unos y otros residió fundamentalmente en las posibilidades
de interconexión y preeminencia visual que, a nuestro entender , permitían en uno y otro
caso: encajonado en el Barranc de la Rambla, el poblado de Les Moreres se sitúa sobre
un paso estratégico de primer orden, pero sin conexión visual alguna ni con la cuenca
del Vinalopó ni, especialmente, con el Camp d’Elx y Vega Baja del Segura; a su vez, y a
pesar de su notable altura, desde el emplazamiento del Bancalico de los Moros no es
posible visualizar ningún espacio situado a oriente de la Sierra de Callosa de Segura, y en
especial el Bajo Vinalopó; y desde Espeñetas, que con diferencia constituyó uno de los
asentamientos campaniformes más importantes de la zona, la visibilidad se estrecha de
tal modo que la sierra de Orihuela, al norte, y el cerro de San Miguel, al este, sólo per -
miten una conexión visual directa hacia el sur y el oeste, es decir , remontando el cauce
del Segura.
259

En cambio, con respecto a Les Moreres, y manteniendo una posición estratégica sobre
el mismo Barranc de la Rambla, el enclave de Pic de les Moreres se sitúa sobre un
punto elevado de la vertiente meridional de la sierra de Crevillent, desde el que se divisa
perfectamente no sólo el Bajo Vinalopó, el Hondo de Elche y el tramo fi nal del Segura,
sino especialmente la sierra de Callosa, la sierra de Orihuela y un buen número de los
emplazamientos argáricos diseminados por toda esta área. Y por su parte, los poblados
de Laderas del Castillo y San Antón, pasan a ocupar las vertientes septentrionales de dos
promontorios manifi estamente emplazados en los extremos orientales de las sierras de
Callosa y Orihuela, respectivamente, variando completamente la perspectiva visual que
ofrecían Bancalico de los Moros y Espeñetas. Podría decirse, al cabo, que los cambios
de emplazamiento que unos y otros manifi estan en su previsible sucesión diacrónica,
trajeron consigo un vuelco hacia oriente del interés de la red de interconexión visual del
territorio. Si dicho vuelco coincidió, como creemos, con la defi nitiva inclusión del Bajo
Vinalopó en el ámbito argárico del Bajo Segura, por ahora sólo cabe suponerlo.
En lo que respecta al final de la secuencia, al menos en la Vega Baja del Segura los datos
recopilados en las recientes excavaciones realizadas en Cabezo Pardo indican que no
todos los enclaves argáricos de la zona perduraron más allá del horizonte de 1500 cal.
ANE, como atestiguan en cambio las series radiocarbónicas de algunos yacimientos de
las zonas vecinas de la Cuenca de V era y del Almanzora. Ello tal vez signifi có un trans-
vase poblacional definitivo a los grandes centros como San Antón, en los que si bien en
escaso número, sí se constatan restos materiales adscribibles al periodo comprendido
entre 1500 y 1300 cal. ANE.

Los poblados
Tampoco se ha contado hasta ahora con información precisa acerca de las característi-
cas de las unidades habitacionales y/o de áreas de actividad de los yacimientos argáricos
excavados. A la ausencia total de datos de San Antón y Laderas del Castillo –excavados
por Furgús como si fueran sólo necrópolis– tan sólo cabía oponer los detalles publicados
en este sentido de los yacimientos de Pic de les Moreres, Caramoro I, Illeta dels Banyets
y, en menor medida, del Tabayá.
El poblado del Pic de les Moreres fue objeto de una campaña de excavaciones en 1982
de la que se publicaron los resultados en un extenso artículo (González Prats, 1986). Es-
tructuralmente, el poblado de Pic de les Moreres se organiza en base a una serie de mu-
ros longitudinales que recorren la ladera y que sirven a la vez para obtener una superficie
de aterrazamiento y para delimitar las unidades habitacionales. En los dos momentos de
ocupación detectados que han deparado estructuras (fases IV y VI) se aprecian plantas
de tendencia rectangular para las viviendas, destacando el grosor de algunas de las pa-
redes de las habitaciones más modernas que llegan a alcanzar en algún tramo los 1,20
m de anchura. Entre ellas se disponen –al menos en la etapa fi nal de poblado– calles
estrechas de aproximadamente 1 m de anchura.
Por su parte, ya la primera inter vención realizada en Caramoro I puso al descubierto la
estructura urbanística básica del asentamiento, en la que resultaban claramente reco-
nocibles una serie de elementos que parecían organizar el espacio habitado en un eje
aproximadamente N-S, con un complejo entramado de construcciones creadas a base
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

de muros adosados en el extremo septentrional del yacimiento, a modo de bastión de-


fensivo, que le confería la forma “arriñonada” con que se describió la planta del yacimiento
(Ramos Fernández, 1988, 95).
Abundando en su carácter de fortificación, los resultados de la excavación realizada años
más tarde por A. González y E. Ruiz (1995) reveló que el yacimiento estaba conformado
por nueve habitáculos de funcionalidad diferente: un bastión construido con un perímetro
de mampostería y un relleno de bloques, al que se unía una posible línea de muralla,
muy destruida, y un muro cuyo trazado longitudinal y progresivo engrosamiento hacia
su extremo norte, defi nían la organización general del espacio habitado. Éste aparecía
ahora constituido como un ámbito de ingreso a la fortifi cación (vivienda A) defendido por
un muro incurvado, por su parte occidental, y un grueso torreón de planta de tendencia
circular, por la oriental, en donde aparecían restos, al parecer , del gozne de un portón
de madera con el que se cerraría el acceso al interior del poblado. Desde este habitá-
culo, al parecer dotado de bancos de mampostería adosados a la pared oriental en un
segundo momento, se daba paso, a través de un vano de 1m de amplitud conformado
por jambas y losas planas, a una habitación que a juicio de sus excavadores debía fun-
cionar como distribuidor, a modo de pequeño patio o porche cubierto, pues desde ésta
se podía acceder al resto de unidades habitacionales registradas: las designadas como
viviendas C, D, y E. Entre la primera y la última se disponía un pasillo alargado, de apenas
0,50 m de anchura, interpretado como desaguadero.
Sometidos aún a estudio los resultados de las excavaciones realizadas, del Tabayá ape-
nas pueden hacerse algunas precisiones en cuanto a las características de las unidades
habitacionales argáricas registradas, todas ellas emplazadas en los cortes que se prac-
ticaron en la terraza baja del yacimiento, donde se localizaron las estratigrafías de mayor
espesor. En función de los datos que nos ha proporcionado su excavador , sólo puede
por el momento indicarse que éstas sufrieron diversas modifi caciones a lo largo de una
secuencia temporal que, aún por defi nir, cabe sin embargo suponer considerablemente
larga. Por lo que puede apreciarse en las planimetrías, la estructura arquitectónica de las
viviendas argáricas ofrece en el sector excavado una orientación predominante norte-
sur, con plantas de tendencia rectangular, dispuestas en dos terrazas conformadas por
sendos muros perimetrales que en todo momento siguen un trazado perpendicular a la
pendiente. En el interior de estos espacios, y en distintos momentos, se practicaron inhu-
maciones en fosas, urnas y cistas de mampostería, alguna de ellas con ajuares metálicos
destacados (Hernández Pérez, 1990).
Por último, las excavaciones que realizara E. Llobregat en la Illeta dels Banyets, de las
que tan sólo llegó a publicar unas breves notas (Llobregat Conesa, 1986), no alcanzaron
a identifi car espacios de carácter doméstico de cronología argárica, pues a tenor de la
revisión de sus diarios de excavaciones y de los materiales exhumados, y de lo que las
recientes intervenciones llevadas a cabo en el yacimiento en fecha más reciente permiten
inferir, la denominada “cabaña” circular, en un principio atribuida a una fase argárica inicial
(Simón García, 1997), ha resultado ser en cambio una unidad habitacional de cronología
mucho más antigua (Soler, Pérez y Belmonte, 2006). De este modo quedamos huérfa-
nos de información respecto a las viviendas y, por descontado, a su posible organización
13. Vista del yacimiento de San Antón, en Orihuela. en el asentamiento para la etapa argárica, pues de estos momentos sólo restan las
Foto: J. A. López Padilla. sepulturas y un conjunto de rellenos y estructuras hidráulicas que, por otra parte, resultan
261

de particular interés dadas sus características y cronología (Soler Díaz y Belmonte Mas,
2006; López, Belmonte y de Miguel, 2006).
Mucho peor es el panorama referido al registro de áreas de actividad. Con excepción del
Tabayá –del que contamos con información inédita proporcionada por M. S. Hernández
acerca de un área de molienda de cereales–, de ciertos indicios documentados en Pic
de les Moreres (González Prats, 1986) y de algunos espacios especializados de la Illeta
dels Banyets –las cisternas para el almacenamiento de agua, ya referidas, además de los
datos relativos a un taller de eboraria– recientemente publicados (Soler Díaz et al., 2002;
Belmonte Mas y López Padilla, 2006), no contamos con ninguna información respecto
a la localización y/o dinámica de las áreas de actividad en los asentamientos. Por consi-
guiente, habremos de conformarnos por el momento con una serie de datos de carácter
muy general deducidos de un amplio conjunto de objetos de todo tipo, en su inmensa
mayoría desconectados estratigráficamente y por tanto de nulo valor contextual.
De hecho, el grueso del registro artefactual argárico en el sur de Alicante sigue todavía
constituido por los materiales de las excavaciones de J. Furgús, varias veces estudia-
dos e inventariados (Soriano Sánchez, 1984, 1989; Simón García, 1998) pero que a
causa de la tosca técnica excavatoria del jesuita y de su peculiar forma de interpretar el
registro podrían considerarse como un paradigma de la descontextualización del material
arqueológico: la presencia del gran número de objetos de todo tipo hallado en los sedi-
mentos superpuestos a las sepulturas se razonaba, a juicio de Furgús, como resultado
de la deposición de un ajuar funerario exterior a las tumbas, lo cual si bien podía resultar
creíble en referencia a la mayoría de los elementos exhumados, no obstante resultaba
demasiado forzado para explicar algunos otros, tales como el fragmento de crisol con
restos de metal adheridos que demostraban la existencia de prácticas metalúrgicas que
incluso para el propio Furgús eran difíciles de justificar en medio de una necrópolis, razón
por la cual decidió astutamente omitir en la publicación su procedencia (Furgús, 1937:
34). A pesar de lo equivocado de sus interpretaciones, no obstante, la relación de ma-
teriales exhumados proporcionada por sus publicaciones, si bien no puede considerarse
exhaustiva, sí que ofrece una idea aproximada de las distintas actividades realizadas en el
yacimiento. Entre ellas destacan sin duda las labores de procesado del cereal, a tenor de
los numerosísimos molinos que según Furgús aparecen por doquier en San Antón –de
los que algunos llegaban a alcanzar grandes dimensiones (Furgús, 1937: 39)– y que
también eran numerosos en las Laderas del Castillo (Furgús, 1937: 67). En relación con
ello se han de poner también los más de tres centenares de dientes de hoz recogidos
entre ambos yacimientos, de los que aproximadamente 200 procedían de San Antón
(Furgús, 1937: 36). Junto a éstos, la aparición de toda suerte de objetos vinculados a
diversos procesos productivos –punzones, escoplos, cinceles y agujas de hueso, útiles
de asta de cier vo, pesas de telar de dos y cuatro perforaciones, martillos, percutores,
hachas y azuelas de piedra, morteros, etc.– en San Antón y Laderas del Castillo ha de
ponerse en relación con el desarrollo en ambos enclaves de las más diversas actividades
artesanales, tales como la fundición de metales, ya señalada, la manufactura de tejidos,
la curtidería y tratamiento de pieles, la alfarería y la cestería, entre otras, sin que sea po-
sible especifi car los lugares en que estos procesos productivos fueron llevados a cabo
(Furgús, 1937: 30 y ss.).
Las excavaciones que desde el año 2006 se vienen realizando en el Cabezo Pardo, en
San Isidro, se han planteado como un medio por el que implementar nuevos datos con
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

los que comenzar a contrastar, desde estratigrafías, contextos y secuencias bien docu-
mentadas, la secuencia ocupacional de los poblados con lo que parece desprenderse
de las prospecciones realizadas con anterioridad y que, como vimos al principio de este
trabajo, parecen evidenciar un proceso de construcción de un determinado modelo de
organización territorial a lo largo del periodo comprendido entre c. 2100 cal BC y c. 1500
cal BC.
El lamentable estado de conser vación del paquete sedimentario conser vado en la cima
del cerro, afectado por la construcción del asentamiento altomedieval y por remociones
y excavaciones –la mayoría realizadas durante los años ochenta del siglo pasado– de
las que no ha quedado constancia documental alguna, limitan hoy las posibilidades de
interpretación de la secuencia prehistórica, aunque las cuatro campañas de excavación
llevadas a cabo hasta ahora nos permiten realizar una primera aproximación.
Por el momento no se ha hallado ninguna unidad habitacional completa, si bien se han
registrado diversos tramos de muros de mampostería asociados a pavimentos, sobre los
que en algún caso se ha localizado un amplio conjunto de artefactos cerámicos, líticos,
óseos y metálicos relacionados con las principales actividades productivas de carácter
doméstico que se llevarían a cabo en su interior . En varias de ellas se han encontrado
también estructuras que interpretamos como áreas de almacenamiento para vasijas y
recipientes cerámicos y también hogares de forma circular, elaborados con barro, en los
que se encuentran abundantes restos de cenizas y señales de rubefacción.
En la zona donde se ha podido documentar con mayor detalle la secuencia estratigráfica
correspondiente a la ocupación argárica se aprecia la existencia de al menos cuatro pavi-
mentaciones sucesivas, correspondientes a otras tantas viviendas superpuestas, cuyos
pisos se intercalan con niveles de acumulación de escombros correspondientes al de-
rrumbe de las paredes de las casas. De acuerdo con los resultados que han proporcio-
nado las primeras dataciones radiocarbónicas realizadas sobre muestras de vida corta, la
ocupación de esta zona del cerro estaría comprendida cronológicamente entreca. 1900
y ca. 1500 cal ANE, momento en que el enclave parece abandonarse defi nitivamente
hasta su reocupación en época emiral, ya en el siglo VIII d. C.
Los enterramientos
Todavía hoy el grueso de la información empírica disponible referida a las prácticas
funerarias argáricas en esta zona procede básicamente, y pese al tiempo transcurrido,
de las excavaciones realizadas por J. Furgús en San Antón y Laderas del Castillo,
al menos en lo concerniente a los ajuares depositados en las tumbas. Del resto de
asentamientos argáricos conocidos en la zona sólo en otros cuatro se han llevado a
cabo con posterioridad excavaciones arqueológicas: Pic de les Moreres (Crevillent),
Caramoro I (Elche), la Illeta dels Banyets (El Campello) y T abayà (Aspe). Prácticamente
en todos ellos –con la única excepción de Pic de Les Moreres– se documentaron
sepulturas de las cuales se han avanzado en mayor o menor medida datos (Simón,
1997; López, Belmonte y De Miguel, 2006; Hernández, 1990; 1997; González y
Ruiz, 1995) a las que cabría añadir algunas noticias, más o menos confusas, de una
cista hallada en el yacimiento ilicitano del Puntal del Búho de la que, al menos, nos ha
quedado algún tipo de documentación aunque sea sólo fotográfi ca (Ramos Folqués,
1989; Jover Maestre y López Padilla, 1997) y un enterramiento doble en el Cabezo
263

Pardo, en San Isidro, localizado en las excavaciones que el MARQ está efectuando en
el mismo desde el año 2006.
El enterramiento de Caramoro I consistía en una fosa excavada en el ángulo norocciden-
tal de una de las unidades habitacionales del poblado –la vivienda E– en la que se depo-
sitaron el cráneo y varios huesos de un esqueleto infantil, y que se encontraba cubierta
por el pavimento de la casa (González Prats y Ruiz Segura, 1995: 90). El estudio de los
restos humanos (Cloquell y Aguilar, 1996) permitió precisar que pertenecían a un niño o
niña de aproximadamente un año y medio de edad, y que en el cráneo mostraba la señal
de un impacto con una hoja metálica, que se ha supuesto pudo haber sido una espada.
Del enterramiento del Puntal del Búho apenas se conocen más referencias que las que
de ella recogiera A. Ramos Folqués (1989: 34), quien se limitó a reproducir la información
proporcionada por los afi cionados que sacaron a la luz la sepultura. De acuerdo con la
imagen gráfica conservada, parece que la tumba consistió en un enterramiento individual
en una cista de mampostería, y que al menos entre su ajuar se incluía una olla de unos
20 cm de diámetro de boca, con algunos mamelones sobre la superfi cie exterior, a la
altura del borde (Ramos Folqués, 1989: 34; lám. LXII, LXIII, LXIV y LXVI).
Por lo que concierne a los enterramientos de la Illeta dels Baneyts, las actuaciones lleva-
das a cabo en fecha reciente en el yacimiento, previos a su puesta en valor (Soler Díaz,
2006) han permitido revisar y actualizar, con nueva y fundamental información, los datos
registrados durante las excavaciones de E. Llobregat en el yacimiento, durante las que
se localizaron nueve sepulturas (López, Belmonte y De Miguel, 2006), que se suman a
las otras once tumbas aparecidas en los años treinta y que ya refiriera F. Figueras (1950).
Al margen del indudable argarismo que, más allá de las características y composición
de los ajuares, denotan las sepulturas de la Illeta dels Banyets, uno de los rasgos más
relevantes es el elevado número de sepulturas dobles, de hombre y mujer adultos, re-

14. Enterramiento nº 5 del Tabayá (Aspe, Alicante).


Foto: M. S. Hernández Pérez.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

gistrada en este yacimiento. Las dataciones realizadas indican en todos los casos que
transcurrió un cierto tiempo –a veces ciertamente prolongado– entre el enterramiento de
uno y otro cadáver, y que en todos los casos registrados la mujer fue la que se inhumó
primero (López, Belmonte y De Miguel, 2006).
Dejando aparte la incompleta y en ocasiones contradictoria información procedente de
las excavaciones de Furgús y de Colominas en San Antón y Laderas del Castillo, y de
la conser vada en la documentación de campo elaborada por Llobregat durante sus
trabajos en la Illeta dels Banyets, probablemente sea la necrópolis del Tabayá la que nos
brinda por ahora los datos más relevantes acerca de las prácticas funerarias argáricas
en territorio alicantino, en función del relativamente importante conjunto de sepulturas allí
registradas.
Durante las campañas realizadas en el yacimiento, entre 1987 y 1991, se documentó
un total de once enterramientos 1, algunos de ellos claramente adscribibles a momentos
cronológicos avanzados, posiblemente en torno al tránsito entre el II y I milenio ANE (Her-
nández y López, 1991), si bien un nutrido grupo se sitúa con claridad en los momentos
de ocupación argárica del emplazamiento.
Se trata mayoritariamente de cistas de mampostería o fosas con las paredes parcial o
completamente revestidas de mampuesto. Sin embargo, también se han encontrado
varios enterramientos en fosas simples, así como un enterramiento infantil en urna. Éste
último resulta especialmente relevante por cuanto que, al margen del Tabayá –de donde
se conocía ya la existencia de algún enterramiento de este tipo cuyo ajuar y vaso conte-
nedor se exhibe actualmente en el Museo Arqueológico de Novelda (Jover Maestre y Ló-
pez Padilla, 1997)– y de las localizadas por Furgús y Colominas en San Antón y Laderas
del Castillo, no se han documentado inhumaciones en urnas en ninguno de los demás
yacimientos del territorio argárico de Alicante.
De acuerdo con los estudios paleoantropológicos realizados por M. P. De Miguel (2003),
todos los inhumados en las cistas de mampostería localizadas en el yacimiento eran va-
rones o probablemente varones, y todos adultos o adultos jóvenes. Tan sólo tres de ellas
contenían ajuar, y sólo una –tumba 1– presentaba ajuar metálico. Ésta última es la única
publicada hasta ahora en detalle (Hernández, 1990; De Miguel, 2003: 265).
Podemos hoy añadir que las dataciones radiocarbónicas obtenidas de algunas de las
sepulturas del Tabayá, realizadas en el marco del proyecto que sobre el grupo argárico
del Bajo Segura se viene impulsando desde el MARQ de Alicante, permiten corroborar
la antigüedad de las prácticas funerarias argáricas en el asentamiento, fijándolas en torno
al horizonte del 2000 cal BC, claramente en sintonía con lo que ya se había avanzado
en este sentido a partir de los ajuares y materiales arqueológicos localizados durante los
trabajos de campo (Hernández Pérez, 1990; 1997).

1
Agradecemos a Mauro S. Hernández Pérez, director de las excavaciones realizadas en el yacimiento del T abayá, el acceso a los di arios de campo y a la información
gráfica referente a los enterramientos registrados, de los que da cumplida cuenta en un trabajo que se incluye en este mismo volumen.
265

Hacia un mejor conocimiento de los confines orientales del Argar


A pesar de que la V ega Baja del Segura constituyó uno de los territorios argáricos más
tempranamente investigados, ha permanecido durante mucho tiempo relegado a un
segundo plano debido a la ausencia de inter venciones arqueológicas orientadas desde
principios teóricos y metodológicos acordes con los problemas planteados actualmente
por la investigación. Los materiales exhumados por Furgús y Colominas, más allá de
constituir un conjunto de objetos excepcional, eran obviamente incapaces de ofrecer
respuestas por sí solos a los interrogantes que casi un siglo más tarde resultaban perti-
nentes en relación con el desarrollo del grupo argárico.
El proyecto que desde el MARQ encabezamos pretende progresar en este sentido,
asumiendo que, si se admite la existencia de un marco socioideológico común a todo
el territorio que hoy se reconoce como perteneciente a la cultura argárica, y que dicho
marco no constituyó más que el instrumento cohesionador de una realidad social con-
creta, sujeta a un devenir histórico que es posible conocer y explicar, los acontecimientos
que determinaron en esencia dicho devenir afectaron por igual a todo el espacio social
argárico, aunque en cada región pudieran tener consecuencias diversas.
Como parte del extremo más oriental del Argar , y ocupando un área en permanente
contacto con su ámbito periférico nororiental y septentrional, resulta evidente la necesidad
de articular los datos relativos al Bajo Segura y Bajo Vinalopó, en el inter valo ca. 2200 –
ca. 1500 cal. ANE, no sólo en relación con los grupos arqueológicos periféricos, sino
también en el marco general de las secuencias e información registradas en el resto de
la cuenca del Segura y del Guadalentín, así como con la información generada en los
últimos años en torno a los yacimientos del Almanzora y la Cuenca de V era, en Almería,
en los que se han obtenido y dado a conocer los registros más completos del Grupo
Argárico.
Los trabajos realizados hasta el momento en Cabezo Pardo y la revisión de los datos
procedentes de las excavaciones de la Illeta dels Banyets y de T abayá, conforman sólo
unos primeros pasos en esa dirección, que deberán conducirnos –confi amos en que
sin mucha demora– hacia un mejor conocimiento de la historia en este rincón extremo
de El Argar.

15. Yacimiento de Cabezo Pardo.


EN LOS CONFINES DEL ARGAR

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EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Más allá de los


confines del Argar
Los inicios de la Edad
del Bronce y la delimitación
de las áreas culturales
en el cuadrante suroriental
de la Península Ibérica, Fco. Javier Jover Maestre
Universidad de Alicante

60 años después y Juan A. López Padilla


MARQ

En Homenaje a Miquel Tarradell Mateu

Hasta hace relativamente poco tiempo, los orígenes de la cultura argárica deambulaban
aún al albur del difusionismo imperante durante casi todo el pasado siglo, enfatizando
supuestas raíces culturales cuyo origen conducía a una u otra punta de Europa o Asia,
dependiendo casi siempre del marco sociopolítico del momento y de la valoración que se
hiciera de unos u otros de sus elementos arqueográficos más relevantes (Bosch Gimpe-
ra, 1932; Martínez Santa-Olalla et alii, 1947; Tarradell, 1963; Martínez Navarrete, 1989:
340). Con todo, en sus primeras consideraciones, los hermanos Siret (1890: 323, 332-
333) parecían proclives a pensar que eran en cambio la originalidad y personalidad propia
del “pueblo árgaro” las que justifi caban las innovaciones más relevantes registradas en
los yacimientos excavados con respecto a la etapa anterior, donde los prospectores de
metal orientales –fenicios– habían tenido un gran protagonismo. Algo que sin embargo
terminó por cambiar completamente andando el tiempo, pasándose a proponer el Orien-
te mediterráneo como origen último de estas innovaciones (Siret, 1913: 79).
A partir de ese momento, prácticamente todas las explicaciones sobre la gestación y
desarrollo de lo argárico giraron en torno a la llegada de poblaciones o infl uencias exter-
nas, casi siempre relacionadas de manera directa o indirecta con la explotación de los
recursos metalúrgicos peninsulares. Así, mientras que para P . Bosch Gimpera (1932:
165) el parecido de las formas cerámicas argáricas con las de la Cultura de Aunjetitz ha-
cía pensar en una extensión hacia el sur de los pueblos de Centroeuropa, en opinión de
269

J. Martínez Santa-Olalla y otros autores (1947: 153) la formación de la cultura argárica


se debía a la llegada de prospectores de metales venidos desde el Próximo Oriente
–concretamente de la Península Anatólica– que habían alcanzado la Península Ibérica en
una única oleada y durante un breve período de tiempo –lo que explicaba la ausencia
de semejanzas culturales con otros lugares del centro del Mediterráneo– siguiendo un
modelo típicamente invasionista.
El reconocimiento de la diversidad cultural durante la Edad del Bronce peninsular, llevada
a cabo principalmente por M. T arradell Mateu (1950, 1963) a lo largo de los años cin-
cuenta y, sobre todo, sesenta del pasado siglo, no hizo variar en lo sustancial el pode-
roso influjo de estas ideas, que seguían haciendo recaer en el exterior –bien fuera en el
corazón del continente europeo, como consecuencia última de la arribada de la célebre
corriente de reflujo campaniforme de la hipótesis de E. Sangmeister (Blance, 1964: 131),
o bien desde el extremo oriental del Mediterráneo (Schubart, 1976: 334)– el protagonis-
mo principal del proceso de creación y desarrollo de la cultura argárica.
Los cambios metodológicos y ontológicos, que no epistemológicos, que desde princi-
pios de los años ochenta se empezaron a introducir en la práctica arqueológica hispana
(Vicent, 1981), auspiciados, en buena medida, por la extensión del programa de inves-
tigación procesual fuera del ámbito anglosajón, supusieron el desarrollo de importantes
trabajos de investigación fuera de la tradicional corriente histórico-cultural. Las aportacio-
nes de autores como Lull (1983), Mathers (1984) o Gilman (1987) en los años ochenta
y la generalización del uso de dataciones radiocarbónicas, que hizo entrar en crisis el
sistema de las cronologías cruzadas, terminarían por minar sensiblemente las bases de la
hipótesis difusionista, tan sólidamente arraigada en la investigación durante décadas. Así
mismo, la notable ampliación del número de proyectos de excavación durante los años
ochenta y primeros noventa 1 –muchos de los cuales continúan vigentes aún, constitu- 1. Fuente Álamo (Cuevas de Almanzora, Almería).
yendo las únicas bases firmes sobre las que abordar la Edad del Bronce en el cuadrante Vista general de las estructuras de la cima. Foto:
suroriental de la península Ibérica– y la renovación de los planteamientos teóricos, espe- Deutsches Archäologisches Institut. Madrid.
cialmente de corte funcionalista y materialista histórico, desde los que la mayoría de éstos
se han abordado (Chapman, 1991; Lull, 1983; Lull y Estévez, 1986; Lull y Risch, 1995;
Castro Martínez et alii, 1999) ha permitido variar sensiblemente el signo de las propuestas
identificatorias o de reconocimiento del proceso de evolución social planteadas a lo largo
de las últimas décadas.
Así, si para R. Chapman (1991), desde una posición teórica funcionalista y procesualista, la
sociedad argárica constituía el resultado de un proceso de intensificación económica y pro-
gresiva jerarquización social que, arrancando desde el neolítico, culminaba en la aparición
de una sociedad de jefaturas (Ser vice, 1964); para V. Lull y R. Risch (1995) la naturaleza
estatal del grupo argárico quedaba patente en el registro empírico a través de una normali-
zación y uniformidad ideológicas –como formas de coerción psíquica– y la concentración y
control de los procesos de producción subsistencial –deducidos a partir de la presencia de
espacios especializados y una normalización de los contenedores de bienes subsistencia-
les– por parte de un segmento de la población que además tenía capacidad para disfrutar,
usar y gozar de determinados productos de restringido acceso social.

1
Fundamentalmente los de Fuente Álamo (Schubart y Arteaga, 1979; 1980; 1986) y Gatas (Chapman et alii, 1987; Castro Martínez et alii, 1990, 1991) en Almería;
Cuesta del Negro (Molina González, 1983), Castellón Alto (Molina Gonzálezet alii, 1986) y Cerro de la Encina (Schüle, 1980), en Granada; Rincón de Almendricos (A
yala,
1991) y Cerro de la Víboras (Eiroa, 1995, 1997, 2004) en Murcia; Peñalosa (Contreras et alii, 1995; 2000), en Jaén.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Aunque no han faltado críticas relativas a la interpretación realizada sobre determinados


aspectos del registro, supuestamente probatorios de la existencia de una organización
social de clases –los cuales podrían también evidenciar únicamente incrementos sus-
tanciales de la producción y la productividad del trabajo, y no cambios en las relaciones
sociales de producción que supusieran nuevas formas de organización y control del
trabajo diseñadas para la explotación y obtención de excedentes (Jover Maestre, 1999:
177-181)– no es menos cierto que con posterioridad se han reconocido y propuesto
argumentos más sólidos –como el registro funerario de las sepulturas de individuos in-
fantiles y la comparación diacrónica del reparto en la composición de ajuares a lo largo
del tiempo argárico (Lull Santiago et alii, 2004)– con los que validar una hipótesis de
tipo identifi catorio que ha permitido reconocer que la sociedad argárica en su proceso
histórico se constituyó en una entidad de clases, para el que algunos investigadores han
venido a otorgar un carácter “aristocrático” que se vería respaldado, entre otras eviden-
cias, por el registro diferencial de patologías óseas entre los individuos inhumados en
algunas tumbas argáricas de yacimientos como Peñalosa o Castellón Alto (Contreras et
alii, 1995; Contreras, 2001; Cámara Serrano, 2000), lo que en cualquier caso, exigiría
admitir como premisas fundamentales que los yacimientos estudiados son pertinentes
para corroborar dicha hipótesis y , que, por otro lado, el registro funerario analizado es
completamente representativo del conjunto de su población, cuestión ésta que desde
hace tiempo se ha sometido a constantes debates (Chapman, 1991; Castro Martínez
et alii, 1996; Lull Santiago et alii, 2004). A lo ya señalado cabría añadir que las prácticas
funerarias constituyen una unidad de observación más de las empleadas en arqueología
y que ésta no puede ser interpretada y representada sin la información que aportan el
resto de unidades de observación –productos, áreas de actividad, unidades estructura-
les o habitacionales, asentamientos, territorios y relaciones inter -sociales– debidamente
concatenadas (Jover Maestre, 1999).
En comparación, el reconocimiento, estudio y caracterización de los grupos arqueoló-
gicos de la periferia argárica ofrece una trayectoria en la investigación sustancialmente
distinta, cuyo punto de partida se encuentra en el señalamiento de la existencia de di-
ferencias regionales en la Edad del Bronce peninsular y la delimitación de al menos tres
grandes áreas culturales realizado por M. Tarradell (1950): la zona argárica en sentido es-
tricto, localizada en el Sureste; el grupo de influencia argárica situado alrededor de ésta; y
un tercer grupo aún más alejado, que se extendía por Cataluña, gran parte de La Meseta
y la zona Cantábrica. De este modo, soslayando la cuestión del origen del foco cultural
de El Argar, se dividía y diferenciaba regionalmente el solar peninsular señalando un área
culturalmente más avanzada –el Sureste– desde donde se difundían los progresos al
resto, durante toda la Edad del Bronce (Martínez Navarrete, 1989).
Entre los grupos incluidos en el área considerada de infl uencia argárica ya se señalaba
la personalidad propia que denotaba el grupo valenciano, con un importante número de
yacimientos y la presencia de algunos objetos que, como las alabardas, resultaban indi-
cativos de un desarrollo tecnológico avanzado (Tarradell Mateu, 1950: 77). Sin embargo,
también resultaban carácterísticas las reducidas dimensiones de la mayoría de los asen-
tamientos y la monotonía de los materiales registrados, que hacían extremadamente difícil
la distinción de etapas cronológicas (Tarradell Mateu, 1958: 112). El a partir de entonces
denominado Bronce Valenciano terminaba por defi nirse únicamente en oposición a los
rasgos establecidos a fi nales del siglo XIX para el reconocimiento de la cultura argárica:
271

enterramientos en recovecos o covachas fuera de los núcleos de residencia frente a los


enterramientos en las zonas de hábitat; menor presencia de objetos metálicos junto a
una variedad de tipos más reducida; tendencia a producir formas cerámicas globulares
frente a los carenados argáricos; así como diferencias en la calidad de las pastas e inexis-
tencia de copas (Tarradell Mateu, 1963; Hernández Pérez, 1985).
Fijados claramente los límites meridionales, primero en la cuenca del Vinalopó (T arradell
Mateu, 1963), y más tarde en la cuenca del río Segura (T arradell Mateu, 1969), y a pesar
de que en los mapas publicados por M. Tarradell (1963: 149) no se señalaba la presen-
cia de asentamientos en gran parte de la provincia de Castellón, sus escritos dejaban
entrever una clara justifi cación de los límites de la nueva área cultural, haciéndolos coin-
cidir aproximadamente con los límites administrativos actuales. Sin embargo, M. Tarradell
(1969: 26) encontró también elementos de diferenciación a escala regional dentro del
territorio demarcado, pues como a su juicio denotaba la distribución de las cerámicas
decoradas con cordones, el ámbito comprendido entre el Júcar y el Túria actuaba a
modo de zona fronteriza entre un área septentrional, donde resultaban más abundantes
los materiales relacionables con zonas de Cataluña y del Valle del Ebro, y otra más meri-
dional, caracterizada por una notable ausencia de éstos.
Defensor de las tesis difusionistas, para M. T arradell los orígenes del Bronce V alenciano
debían ponerse en relación con El Argar, y ambos debían una parte fundamental de sus
rasgos a los contactos mantenidos con los focos culturales del Próximo Oriente (Tarradell
Mateu, 1969: 27). De hecho, a su juicio sería la reducción sensible de la cantidad y ca-
lidad de estos contactos, a partir de la segunda mitad del II milenio a.C., la que explicaría
la supuesta tendencia al estancamiento que mostraba el Bronce V alenciano (Tarradell
Mateu, 1969: 26).
Resulta innegable que las aportaciones de M. Tarradell han constituido el pilar fundamen-
tal del que ha partido la investigación sobre la Edad del Bronce en tierras valencianas y en
buena parte del resto del territorio nacional a lo largo de más de medio siglo (Llobregat,
1975; Hernández, 1985; Gil-Mascarell y Enguix, 1986; Martí y Bernabeu, 1990). En
este sentido, no debemos olvidar tampoco sus referencias a los “túmulos de Albacete”
–como La Peñuela o Cerrico Redondo– para los que consideró la posibilidad de que
conformaran un grupo homogéneo (Tarradell Mateu, 1950: 78) que la investigación pos-
terior terminó definiendo como la Cultura de las Motillas (Nájera Colino y Molina González,
1977; Nájera Colino, 1984).
En cualquier caso, durante bastante tiempo el área castellano-manchega se mantuvo
en un gran paréntesis en la investigación (Hernández Pérez, 2002), mientras que las
excavaciones e inter venciones arqueológicas en las áreas limítrofes mediterráneas se
multiplicaban. Hasta fi nales de la década de 1970, con la excavación en el yacimiento
de El Recuenco (Cer vera del Llano, Cuenca) (Chapa et alii, 1979), la excavación en la
provincia de Ciudad Real del Cerro de la Encantada (Granátula de Calatrava) (Nieto Gallo
y Sánchez Meseguer, 1980) y sobretodo de la Motilla de Azuer (Daimiel) (Nájera Colino y
Molina González, 1977) no se inició, desde nuevos principios metodológicos, una línea
de investigación consistente sobre la Edad del Bronce en este amplísimo territorio (Mar -
tínez Navarrete, 1988).
Desde entonces, los estudios relativos al área más oriental de La Mancha han sido lleva-
dos a cabo fundamentalmente desde la Universidad de Alicante –centrados en el análisis
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

del territorio en el denominado corredor de Almansa (Hernández Pérez y Simón García,


1994; Hernández, Simón y López, 1995)– y sobre todo por el equipo que en su día co-
ordinara M. Fernández-Miranda desde la Universidad Complutense (Fernández Miranda,
Fernández Posse y Martín, 1988; Martín et alii, 1993; Fernández Miranda et alii, 1994)
que se han visto completados con posterioridad con una serie de trabajos encaminados
a precisar la cronología y la caracterización del poblamiento en una amplia zona que
abarca prácticamente el resto de la llanada albaceteña y las serranías que la enmarcan
(Fernández- Posse, Gilman y Martín, 1996; Gilman, Fernández-Posse y Martín, 2001;
Fernández- Posse et alii, 2008).
Y, al mismo tiempo, conforme comenzaba a tomar forma y dibujarse de manera aún
poco definida este Bronce de La Mancha también iba configurándose con mayor nitidez
una primera caracterización de un conjunto de asentamientos de la Edad del Bronce
en el Sector Ibérico (Burillo Mozota y Picazo Millán, 1986) que, desde ciertos puntos de
vista, podían antojarse estrechamente emparentados con el Bronce V alenciano, como
ya habían puesto de manifiesto los materiales exhumados por P. Atrián (1974) en el cerro
del Castillo de Frías.
Pero volviendo a la problemática planteada en relación con las zonas levantinas, durante
los años setenta, al tiempo que se ocupaba de recomponer la secuencia crono-cultural
desde el Neolítico a la Edad del Hierro, maltrecha por los resultados de las dataciones
radiocarbónicas, E. Llobregat (1975: 135) proponía, por primera vez, un origen autócto-
no para el Bronce Valenciano, el cual se conformaría como resultado de la evolución de
un horizonte de transición, un planteamiento que, con matices, acogerían otros trabajos
posteriores como el de J. Aparicio (1976: 40), quien compartía la idea de que la Edad del
Bronce peninsular tuvo un origen autóctono como continuidad o perduración de la etapa
anterior, aunque con unos cambios muy signifi cativos motivados por causas externas,
principalmente climatológicas.
2. Tumba en cista de lajas de Fuente Álamo
Por lo tanto, a mediados de la década de los setenta se había confi gurado ya en el
(Cuevas de Almanzora, Almería). Foto: Deutsches
Archäologisches Institut. Madrid. panorama de la investigación peninsular una cultura conocida como Bronce V alenciano
y contemporánea a la Cultura de El Argar. Pero dado que en el territorio que ocupaba la
primera no existían vetas metalíferas y sí objetos de metal, cabía plantear su origen por
influencias argáricas, aunque casi siempre matizada, y explicar su desarrollo tecnológico,
especialmente la introducción de la metalurgia, por un proceso de aculturación (Enguix
Alemany, 1980: 164).
Durante los años ochenta, estas hipótesis se mantuvieron claramente vigentes, consi-
derándose que fueron las “infl uencias” argáricas las que permitían explicar la formación
y desarrollo del Bronce Valenciano (Navarro Mederos, 1982; Martí Oliver, 1983), pero al
mismo tiempo, la intensificación de las investigaciones y excavaciones comenzó a revelar
una heterogeneidad cultural del Bronce V alenciano hasta entonces sólo sospechada.
Las diferencias documentadas en diferentes asentamientos permitieron a M. S. Hernán-
dez (1985: 116) propugnar la existencia de facies comarcales dentro del Bronce Valen-
ciano en función de la mayor o menor infl uencia argárica, irradiada desde el momento
mismo de su constitución como cultura.
Por estas mismas fechas, J. Bernabeu (1984: 112) proponía dos posibles hipótesis
referentes a la formación del Bronce V alenciano. En la primera, éste se habría formado
273

a partir de una evolución local paralela a la Cultura de El Argar , y las infl uencias de ésta
incidirían sobre la cultura del Bronce V alenciano ya formado –opinión aparentemente
compartida por M. S. Hernández (1985; 1986) y B. Martí (1983)– mientras que, por el
contrario, en la segunda hipótesis las influencias argáricas habrían actuado sobre los gru-
pos del Horizonte Campaniforme de Transición, contribuyendo junto con las tendencias
locales a su formación. Para J. Bernabeu, los fragmentos de cerámica campaniforme
presentes en el asentamiento de San Antón, en Orihuela, los cubiletes cerámicos halla-
dos en algunas cuevas de enterramiento campaniforme, con paralelos en yacimientos
argáricos, y la asociación de elementos metálicos campaniformes –puñales de lengüeta,
puntas de Palmela– con adornos de plata en la Cueva Oriental del Peñón de la Zorra, en
Villena, servían para sustentar la segunda de estas hipótesis que implicaba también que
el Bronce V alenciano debía ser posterior cronológicamente al Argar . Casi una década
más tarde, en un trabajo conjunto de B. Martí y J. Bernabeu (1992) terminaría de com-
pletarse la hipótesis, al considerar que este proceso se iniciaba antes en las comarcas
meridionales que en las centrales, al tiempo que se insistía en la necesidad de defi nir la
“comarcalización” de la Edad del Bronce, teniendo en cuenta el desarrollo cultural anterior ,
los recursos naturales y las relaciones externas para, de este modo, explicar los diversos
“Bronces” presentes en la Comunidad Valenciana (Hernández Pérez, 1986).
Todo ello desembocó abiertamente en la problemática en torno al contenido real que
cabía atribuir al término Bronce Valenciano que M. Gil-Mascarell (1995: 69) abordó al-
gunos años más tarde resolviendo que, a pesar de las evidentes diferencias regionales
documentadas y de las afi nidades reconocibles en otras zonas situadas más allá de
los límites culturales de lo que cabría denominar propiamente como ámbito valenciano
–como por ejemplo en los yacimientos de la serranía turolense–, rechazar el término de
Bronce Valenciano no signifi caría, dado el registro disponible en esos momentos, más
que un simple cambio de etiquetas sin contenido claro y coherente (Gil-Mascarell, 1995:
69). En los últimos años, la mayoría de los trabajos publicados –sin tener en cuenta los
realizados por nosotros (Jover Maestre y López Padilla, 1997, 2004; Jover Maestre
1999)– han adoptado diversas posturas a este respecto: desde obviar el problema,
pasando a hablar de la “Edad del Bronce en el País Valenciano” o “en las tierras valencia-
nas” (Hernández, 1997) a seguir utilizando la denominación de “Bronce Valenciano” pero
únicamente en referencia a las tierras centrales de las comarcas valencianas y dentro del
ámbito cronológico que tradicionalmente se atribuye al Bronce Antiguo y Pleno (De Pedro
Michó, 2004).
A nuestro juicio, podría decirse que una parte sustancial de la controversia se ha debido
a las propias circunstancias de la investigación que condujo al reconocimiento del Bron-
ce Valenciano como área cultural de la Edad del Bronce, el cual se fundamentó –como
probablemente no podía ser de otro modo– en la negación de lo argárico, y no en la
definición de sus propios rasgos culturales. Esta apreciación, señalada hace ya más de
dos décadas por M. Hernández (1985), denunciaba la ausencia de una caracterización
de los grupos de la Edad del Bronce emplazados más allá de la frontera septentrional
argárica, y hacía apremiante la necesidad de conocer su propio proceso de desarrollo
como grupo arqueológico. Apremio que realmente no cabía sólo circunscribir al ámbito
de Levante, pues podría considerarse en parecida situación a toda la amplia franja terri-
torial que comprende desde el área oriental de La Mancha hasta el sector meridional del
Sistema Ibérico.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Las relaciones sur-norte.


Los grupos arqueológicos de la periferia septentrional argárica
Fuera del área reconocida como argárica, en el marco geográfi co delimitado y en el
lapso temporal que aquí nos ocupa, posiblemente sean las cuencas del Vinalopó y las
del Alfambra y del Alto Turia y Alto Mijares los ámbitos que permiten por ahora una mejor
lectura diacrónica del proceso de conformación de los grupos arqueológicos más allá del
confín del Argar básándose en la cantidad y calidad de la información disponible, referida
no sólo al territorio sino también a las características, cronología y cambios estructurales
registrados en los asentamientos. En función de los datos generales obtenidos en estas
zonas consideramos que es posible plantear, a grandes rasgos, proposiciones teóricas
referentes al desarrollo paralelo del proceso en otras áreas en las que el volumen de infor -
mación publicada es menor, o de las que contamos con información todavía insuficiente.
En muchos aspectos, la cubeta de Villena constituye seguramente uno de los ámbitos
de mayor relevancia para este propósito, fundamentalmente gracias al arduo trabajo de
3. Localización del yacimiento de El Acequión prospección que llevara a cabo J. M. Soler García en los años cincuenta y a la intensa
(Albacete).
labor de investigación que desde 1987 se viene realizando en Cabezo Redondo (Soler
García, 1987; Hernández Pérez, 1997; 2001) y en otros yacimientos como Barranco
Tuerto (Jover Maestre y López Padilla, 2005) y, especialmente, Terlinques (Jover Maestre
y López Padilla, 2004). A ello se suman otros yacimientos excavados en la cuenca del
Alto y Medio Vinalopó, los asentamientos de La Peña de Sax (Hernández Pérez y Pérez
Burgos, 2005), La Horna (Hernández Pérez, 1994) y Lloma Redona (Navarro Mederos,
1988).
Enmarcada por una serie de serranías de mayor o menor entidad, la cubeta de Villena
se caracterizó en su día por la importante red de áreas lagunares que, alimentadas prin-
cipalmente por aportes freáticos, se distribuían de norte a sur por prácticamente todo su
territorio, siendo la Laguna de Villena la más importante de ellas, pero no la única (Box
Amorós, 1987; Ferrer García y Fumanal García, 1997). Alrededor de estos humedales
relictos, o dispuestos sobre las estribaciones montañosas que bordean la cubeta, se
ha logrado identifi car, mediante los trabajos de prospección realizados, más de medio
centenar de yacimientos adscritos a la Edad del Bronce (Jover , López y López, 1995),
los cuales se suman a los referenciados por M. L. Pérez Amorós (1997) en el término
municipal de Caudete y los hallados durante las prospecciones realizadas en el valle de
los Alhorines (García Guardiola, 2006), la V all d’Albaida y Ontinyent (Rivera y Pascual,
1997) y en el Corredor de Beneixama (Esquembre Bebia, 1995). En total, un territorio
superior a los 500 km² de extensión.
Sin la aplicación de diversas técnicas de arqueología espacial y a partir exclusivamente
de la lectura directa de la distribución espacial de poblados, la implantación sobre el
territorio ofrecía los rasgos de un patrón aleatorio, sin ningún tipo de correlación lógica
entre los asentamientos (Jover, López y López, 1995). Sin embargo, considerando úni-
camente los yacimientos adscribibles a las fases previas al denominado “Bronce tardío”
del Sudeste, ocupados durante el periodo cronológico que va del 2100 al 1500 cal. BC
aproximadamente, y ponderando un primer factor como el tamaño relativo de la superfi cie
del área observable con relleno arqueológico quedó señalada en el mapa una serie más
restringida de asentamientos, en los que la superfi cie estimada de dicha área sobrepa-
saba con claridad los 1.000 m² de extensión. De entre el resto, añadido un nuevo factor
275

como era la altitud sobre el fondo del valle y su preeminencia visual, se diferenció a su vez
otro rango de asentamientos caracterizados por su escaso tamaño, su gran altitud y su
amplia visibilidad. Tomando como referencia los yacimientos del primer grupo –es decir ,
los de mayor tamaño estimado (1.200 a 3.600 m²)– el establecimiento de los llamados
polígonos de Thyessen y el análisis del vecino más próximo –corregido hasta el tercer
vecino–, permitía ahora reconocer un patrón de asentamiento de distribución uniforme
entre los asentamientos de mayor tamaño –semejante, salvando las distancias, al territo-
rio modular definido por F. Nocete (2001) en las campiñas del Alto Guadalquivir– a partir
del cual podían establecerse unas áreas de captación aproximadas de en torno a unos
6 ó 7 km de diámetro para cada uno de los enclaves (Jover Maestre y López Padilla,
2004). La aplicación de esta trama sobre un mapa de calidad de suelos revelaba, por
otro lado, que la distribución ordenada de los yacimientos sobre la cubeta y los valles ve-
cinos hacía que las áreas de captación definidas no fueran también uniformes en cuanto
al rendimiento potencial de las tierras situadas dentro de ellas, aunque probablemente 4. Área excavada en el yacimiento de la Lloma
Redona (Monforte del Cid, Alicante). Foto: J. F.
serían suficientes, en todos los casos, para el desarrollo de unas prácticas agropecuarias
Navarro Mederos.
con las que únicamente se buscase cubrir las necesidades básicas de una comunidad
campesina de tendencia autosuficiente (Toledo, 1993).
El análisis territorial de la cubeta de Villena señalaba, pues, para la etapa comprendida
entre 2200 y 1500 cal. BC, un patrón de asentamiento uniforme no jerarquizado referido
a los yacimientos de mayor tamaño y un patrón tendente al agrupamiento de los yaci-
mientos más pequeños en torno a aquéllos. Sin embargo, la ausencia de excavaciones,
estratigrafías y dataciones radiocarbónicas impedía proponer un modelo de conforma-
ción histórica del patrón de ocupación observado.
Ante la imposibilidad de llevar a cabo excavaciones arqueológicas en todos los yacimien-
tos de la cubeta, se planteó la inter vención en un yacimiento perteneciente a cada uno
de los tres grupos defi nidos a partir del análisis territorial (Jover Maestre y López Padilla,
1999), comenzando por uno de los asentamientos de menor tamaño emplazados so- 5. Conjunto de vasos cerámicos de la Lloma de
Betxí (Paterna, Valencia) Foto: Museu de Prehistòria
bre alturas destacadas con respecto al fondo del valle. De entre todos ellos, se eligió de València.
Barranco Tuerto (Soler García, 1955), yacimiento ubicado sobre un espolón rocoso en la
vertiente meridional de la Sierra de la Villa, desde el que se domina ampliamente el área
que pone en contacto el valle de Biar con la cubeta de Villena.
El yacimiento, una vez realizados los trabajos, reveló una exigua estratigrafía que no obs-
tante permitió la conservación de un considerable número de estructuras murarias, entre
las que cabe destacar las primeras hiladas de unos gruesos muros perimetrales en
cuyo interior se identificaron con claridad dos departamentos así como la existencia de al
menos dos fases constructivas. Ello era especialmente evidente en el vano de acceso al
interior del Ambiente 1, cegado con un nuevo muro tras el incendio que destruyó el po-
blado. La fundación del asentamiento se fechó a partir de una muestra de carbón –Pinus
halepensis– perteneciente a parte de la cubierta, en el intervalo 1920– 1759 BC 1 (Jover
Maestre y López Padilla, 2005).
En cuanto a los materiales arqueológicos aparecidos, se constató la presencia de vasos
de pequeño y mediano tamaño con un abrumador dominio de las formas esféricas y una
relativamente nutrida representación de bordes vueltos, además de un vaso geminado.
En el interior del Ambiente 1, por otra parte, y bajo los niveles del derrumbe provocado
por el incendio y destrucción de la primera fase del poblado, se documentaron dos pe-
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

sas de telar ovaladas de cuatro perforaciones así como una porción de punta de fl echa
o cuchillo metálico y un fragmento de una pequeña azuela de diabasa. No se registraron
dientes de hoz de sílex, así como tampoco molinos activos ni molederas completas,
destacando el pequeño tamaño de los encontrados, reutilizados como mampostería.
A diferencia de Barranco T uerto, el yacimiento de T erlinques, situado a unos 6 km del
anterior, se sitúa no en un entorno serrano sino en el centro del corredor sobre un cerro
aislado destacado al sur de la antigua laguna de Villena, constituyendo además uno de
los asentamientos de mayor tamaño. Sobre su parte más elevada se pudo distinguir en
su día un área de relleno arqueológico de una superfi cie cercana a los 1.300 m² que
ocupaba toda la cima y aproximadamente el tercio superior de sus laderas. A fi nales de
los años sesenta se llevaron a cabo las primeras excavaciones (Soler García y Fernández
Moscoso, 1970) que proporcionaron una de las primeras dataciones radiocarbónicas
para el Levante peninsular, realizaba sobre una agregación de carbones y que se remon-
taba al intervalo 2430–2065 BC (1 ) (Jover Maestre y López Padilla, ep), lo que durante
mucho tiempo, y a tenor de los materiales conocidos, situó a eTrlinques como uno de los
yacimientos característicos del Bronce Antiguo.
Desde 1997, los autores de este texto vienen excavando de forma ininterrupida en T er-
linques y hasta la campaña de 2008 se lleva abierta una superficie cercana a los 600 m²
en la que se ha podido registrar un amplio número de estructuras así como una com-
pleta estratigrafía que, al contrario de lo que se suponía tradicionalmente, presenta una
compleja secuencia de ocupación en la que desde la roca hasta el estrato superfi cial,
se han podido distinguir por el momento tres fases diferentes de construcción con una
larga ocupación que se inicia sobre el 2150 y finaliza en torno al 1500 cal. BC. Estas tres
fases se refl ejan de modo bastante claro en la disposición de las estructuras murarias
registradas, las cuales podemos en principio correlacionar estratigráfi camente con las
dataciones radiocarbónicas obtenidas de muestras documentadas sobre los pavimentos
a los que se asocian.
Por el momento, la fase más antigua –Fase I– presenta una única unidad habitacional,
que destaca claramente por sus dimensiones, tan grandes que todavía no se ha po-
dido establecer su límite oriental. En función de las fechas que han proporcionado sus
materiales constructivos –troncos de pino de la techumbre o de la viguería y de una
estructura de madera y barro empleada como alacena– y las semillas que se encontra-
ban almacenadas en el momento de su destrucción, esta unidad habitacional se sitúa
cronológicamente entre c. 2150 BC y c. 1900 BC. En el interior de esta gran habitación
se articulan una serie de espacios organizados en torno a diversas estructuras, alrededor
de las cuales se desarrollaban diferentes actividades de carácter doméstico. Entre estas
estructuras hallamos un pequeño banco realzado emplazado longitudinalmente; una se-
rie de calzos de poste situados a lo largo del muro meridional y sobre el eje longitudinal
central de la casa; un tabique de troncos con un manteado de yesos; un hogar de forma
oval formado por un anillo de arcilla y piedras y fi nalmente, un banco encima del que se
sitúa un molino de grandes dimensiones con el elemento móvil aún intacto sobre él.
Mediante el análisis y estudio de la dispersión de los carbones, pudimos apreciar clara-
mente la estructura de la techumbre y el entramado de ramas de pino carrasco que la
integraba. Además de éstas, sobre el pavimento de la casa ardieron otros elementos
de madera con señales de manipulación antrópica, tales como un conjunto de palos de
277

taray y de acebuche afi lados mediante cortes limpios en su extremo distal (Jover, López
y Machado, 2004; Machado, Jover y López, 2009).
En cuanto al material cerámico éste se halla en abundancia fragmentado sobre el pavi-
mento. A un extremo y otro del banco corrido hallamos grandes vasijas de almacena-
miento conteniendo, en mayor o menor medida, cereales carbonizados. En algún caso,
alguno de estos vasos presenta cuerdas de esparto rodeando el cuello de la vasija. En
conjunto, la tabla tipológica que obtenemos para este primer momento de ocupación
ofrece por ahora un claro predominio de las formas esféricas y elipsoides en todas sus
variantes, destacando la total ausencia de formas carenadas. Sólo destaca la presencia
en vasos de gran tamaño, de una serie de decorativa a base de incisiones o de digita-
ciones aplicados directamente sobre el labio.
Por lo que respecta al resto de productos, resulta destacable el hallazgo de un lingote
de metal así como de un cuchillo, que probablemente se hallaban colgados o puestos
sobre lejas de madera en el tabique de postes. En disposición similar debía encontrarse
un saco de esparto lleno de cereales que apareció volcado, cubriendo la tapa circular
que debía cerrarlo. En su interior , junto con el grano, aparecieron unas bobinas de hilo
cuyo análisis posterior reveló que se habían fabricado con junco y cuyas varas eran de
fresno y viburno (Jover Maestre et alii, 2001). En este sector se documentó también un
conjunto de dientes de hoz que probablemente formaban parte de dos hoces que en el
momento del incendio debían estar allí depositadas. En el mismo lugar aparecieron calci-
nadas varias vértebras de ovicaprino en posición anatómica, al igual que la parte distal de
una tibia, el astrágalo y un metapodio de bovino, partes que es posible que pertenecieran
a porciones de carne secada o simplemente dispuesta para ser consumida.
Al extremo occidental del banco adosado, una estructura ser vía de apoyo para la base
de un molino que conservaba in situ la parte móvil sobre él, de modo que aparentemente
se encontraba preparado para ser utilizado en el momento del incendio. Alrededor de
esta estructura se documentó la presencia de más de una decena de molinos, desper-
digados sobre el pavimento, lo que no quiere decir que no estuviesen activos, sino que
probablemente estaban desplazados de su posición original.
Tal cantidad de elementos de molturación no es de extrañar considerando el volumen
de cereal carbonizado aparecido en el interior de esta habitación. El estudio carpológico
(Precioso Arévalo y Rivera Núñez, 1999) ha revelado que la inmensa mayoría del grano
recuperado pertenece a trigo desnudo – triticum aestivum-durum; compactum; dicco-
cum–, hallándose también una saca llena mayoritariamente de cebada. La presencia de
malas hierbas características de zonas de humedal entre los granos de cereal almace-
nado nos indica que éste había sido probablemente cultivado en las proximidades de las
zonas lagunares, siendo trillado pero no cribado. Parte del cereal contenido en uno de
los sacos proporcionó dos muestras para carbono 14 que arrojaron una fecha de 1975-
1885 BC (1 ) para la destrucción de la Unidad Habitacional 1.
Finalmente, almacenado también en sacos de esparto, se conser varon lotes de excre-
mentos de ovicaprino tanto en la zona de almacenaje situada junto al tabique de madera
como en el interior del hogar, sin duda, en este último caso colocado allí para hacer uso
de él como combustible.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

En conclusión, lo que puede deducirse del registro arqueológico proporcionado por esta
unidad habitacional es que se trataba de un amplio espacio cubierto en cuyo interior se
realizaron actividades tanto de almacenamiento como de transformación y consumo de
cereales, así como otras actividades de producción de mantenimiento y consumo do-
méstico. Pero sin duda uno de los aspectos más relevantes es la enorme inversión de
trabajo colectivo involucrado en la construcción de las terrazas meridionales destinadas
a descargar a favor de pendiente el peso del muro sur de la vivienda y su techumbre.
En efecto, una gran cantidad de material de construcción –que en algún punto incluye
bloques de tamaño casi ciclópeo– se dispone formando líneas que corren más o menos
paralelas al muro meridional de la Unidad Habitacional 1, de tal modo que hoy puede
afirmarse que la construcción de los primeros espacios habitados de Terlinques respon-
dió a la ejecución de un plan urbanístico perfectamente definido que implicó sin duda un
esfuerzo colectivo de primer orden por parte de la comunidad allí asentada.
Tras el incendio que en torno a 1900 cal. BC destruyó esta gran vivienda se construyeron
nuevas unidades habitacionales –Fase II– reaprovechando buena parte de las estructuras
de la primera fase, por lo que su organización repite muchas de las características de la
fase anterior, si bien no se constatan ya en ellas acumulaciones de cereal ni tampoco un
número relevante de recipientes de gran tamaño. Sin embargo se ha de tener en cuenta
6. Mapa del Alto Vinalopó con la localización de que las importantes alteraciones producidas como conscuencia de las reformas estruc-
los yacimientos con ocupación previa a c. 1500
cal ANE representados en relación al tamaño de la
turales efectuadas durante la siguiente fase constructiva–Fase III– han condicionado la
superficie arqueológica conservada, y con indicación calidad de la información conservada correspondiente a esta segunda fase, aunque sí ha
de los polígonos de Thyessen aplicados a los resultado suficiente para reconocer que también finalizó a consecuencia de un incendio.
yacimientos de mayor tamaño.. A pesar de ello, los datos permiten inferir la existencia de unidades habitacionales un tanto
más reducidas de tamaño pero en cualquier caso aún de dimensiones considerables.
Las fechas obtenidas de un larguero de techumbre y las de un fragmento de esparto
perteneciente a una estera o capacho proporcionan unas fechas aproximadas de c.
1850 cal BC y c. 1750 cal BC para el inicio y final, respectivamente, de esta fase.
Con la destrucción de estas viviendas asistimos a la transformación radical de la trama
urbanística del poblado, organizada ahora en torno a una calle o corredor central que da
acceso a los distintos departamentos o unidades habitacionales, de las que por el mo-
mento se llevan excavadas algo más de una docena, y que se disponen a ambos lados
del mismo. En un punto determinado de su trazado, un marcado estrechamiento en el
que se aprecian huellas de cuatro calzos de poste sobre la roca, equidistantes unos de
otros, parece marcar en este punto el acceso al poblado por el lado oriental. Atravesado
éste, al norte se disponen una serie de talleres y áreas de almacenamiento, en los que
se concentra una gran cantidad de instrumentos líticos y prácticamente la totalidad de los
grandes recipientes de almacenamiento registrados para esta fase en todo el poblado.
Junto a ellos se documenta además una concentración inusual de molinos y molederas,
fundamentalmente en la Unidad Habitacional 12, donde aparecieron en número cercano
a la veintena.
Por el contrario, al sur de la calle se abren los vanos de entrada a una serie de unidades
habitacionales de tamaño más o menos equivalente, que se diferencian netamente de
las viviendas de las fases anteriores tanto en proporciones como en las características
del registro artefactual contenido en ellas. Las casas presentan pavimentos sobre los que
hallamos escaso material arqueológico en los que frecuentemente se practican peque-
ñas fosas circulares amortizadas más tarde con rellenos de tierra y piedras. El mobiliario
279

interior resulta también diferente, no sólo con respecto a las estructuras domésticas
registradas en fases anteriores sino también entre las propias unidades habitacionales
de estos momentos. Destaca sin duda la presencia de una gran fosa, revestida de una
gruesa capa de arcillas impermeabilizantes, que sin duda alguna sirvió como contenedor
de líquido, por lo que se ha considerado como una pequeña cisterna para almacenar
agua, emplazada en el interior de la Unidad Habitacional 5.
A partir de la fecha proporcionada por un hueso integrado en los rellenos de nivelación
de los pavimentos de las unidades habitacionales 10 y 11, la Fase III se iniciaría en torno
a 1700 cal. BC, desarrollándose una intensa actividad constructiva sobre todo en torno
a 1600 cal BC, según las dataciones que brindan los postes y largueros datados en las
Unidades Habitacionales 6, 7 y 11, y fi nalizaría en torno a 1500 BC, de acuerdo con la
datación obtenida a partir de de una tira de esparto carbonizada sobre el último pavimento
registrado en la Unidad Habitacional 7. En suma, los resultados de los trabajos llevados
a cabo hasta el momento, tanto en Barranco T uerto, como en T erlinques, han puesto
de manifiesto, en primer lugar, que las secuencias de ocupación de los yacimientos pa-
recen ser bastante prolongadas en el tiempo y que –al menos en los casos comproba-
dos de Barranco Tuerto y Terlinques– no existe una contemporaneidad estricta entre los
asentamientos, como parecen corroborar las fechas radiocarbónicas obtenidas. Antes
al contrario, éstas aparentemente señalarían la existencia de un proceso diacrónico en
la conformación del patrón de asentamiento obser vable en la Cubeta de Villena, como
parece indicar el hecho de que la fecha fundacional de Barranco T uerto se sitúe aproxi-
madamente un siglo después del final de la Fase I de Terlinques y de la destrucción de la
Unidad Habitacional 1 (c. 1930 cal BC). Las fases I y II de Barrancouerto
T serían por tanto
contemporáneas de las fases II y III de Terlinques. Finalmente, las transformaciones urba-
nísticas detectadas por ahora en las Fases II y III de Terlinques ponen de manifiesto, igual-
mente, la existencia de una serie de cambios sucesivos en cuanto a la organización del
hábitat y de la gestión de los medios subsistenciales en el interior de los asentamientos.
Por otro lado, de sobra son conocidos los trabajos efectuados en el yacimiento ville-
nense de Cabezo Redondo. La secuencia estratigráfi ca del mismo (Soler García, 1987)
y la importancia que ponen de manifi esto sus dimensiones y características ha hecho 7. Estratigrafía de la ladera meridional de Terlinques
suponer que el abandono de Terlinques y los demás poblados de su entorno pudo estar (Villena, Alicante).
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

relacionado claramente con un proceso de concentración demográfi ca en este gran


asentamiento, hipótesis con la que se viene trabajando desde hace tiempo (Hernández
Pérez, 1997; Jover Maestre y López Padilla, 2004).
La información referida a las áreas del Prebético Meridional circundantes al Vinalopó re-
sulta en comparación mucho menos precisa, pues en los puntos mejor documentados,
como el Altiplano de Yecla y Jumilla, La Costera o la Hoya de Castalla, ésta apenas se
reduce a algunos análisis territoriales (Ribera Gómez y Pascual Beneyto, 1997; Pérez
Amorós, 1997; Esquembre Bebiá, 1997; Pérez Botí, 2000) y, en ocasiones, a avances
relativos a las excavaciones llevadas a cabo en algunos asentamientos como el Cerro de
la Campana (Nieto Gallo y Clemente Martín, 1983), la Foia de la Perera (Cerdá Bordera,
1994) o La Mola d’Agres (Peña Sánchez et alii, 1996). En cualquier caso, al igual que en
la cubeta de Villena, todos los trabajos que han abordado el análisis del patrón de dis-
tribución de los asentamientos localizados en estas zonas evidencian una sintonía clara
8. Lingote de metal localizado sobre el pavimento con lo observado en el Alto Vinalopó respecto a la equidistancia guardada entre los princi-
de la Unidad Habitacional nº 1 de Terlinques (Villena, pales núcleos, separados por tramos no superiores a los 6-7 km y a la vecindad que con
Alicante).
respecto a algunos de ellos muestran otros núcleos de extensión mucho más reducida.
La vida en la frontera no espera: una propuesta de explicación del inicio de la Edad
del Bronce en el área centro-meridional del Levante peninsular
Desde una perspectiva que compartimos con otros autores (Fernández-Posse, Gilman
y Martín, 1996: 121; Burillo y Picazo, 1997: 51) resulta evidente la sintonía cronológica
que muestran entre sí la mayor parte de los acontecimientos registrados en los yacimien-
tos de los que se cuenta con más información en el cuadrante suroriental peninsular ,
dentro del ámbito geográfi co analizado. Los hitos que éstos manifi estan –abandonos,
fundaciones, transformaciones urbanísticas, implantación de modelos de organización
de las actividades productivas, etc.– implican su participación protagonista en el devenir
histórico, tanto del grupo argárico, como de los grupos arqueológicos situados más
allá de sus confi nes, de donde cabe también deducir que todo el territorio considerado
9. Hogar de la Unidad Habitacional nº 1 de estuvo de un modo u otro involucrado en un proceso de carácter más general en el
Terlinques (Villena, Alicante)
que cada grupo arqueológico jugó un papel determinado. Esta interrelación, que hemos
convenido en acotar en una categoría teórica esencialmente estructural como es la de
formación social2 se concreta dinámicamente en el desarrollo cuantitativo de las fuerzas
productivas y en los cambios en la organización social del trabajo en el seno de cada
sociedad concreta que la integran.
A continuación, trataremos de exponer una hipótesis –de tipo identificatoria o explicativa,
que no causal– sobre los inicios de lo que tradicionalmente se ha considerado la “Edad
del Bronce” en el ámbito del Prebético Meridional V alenciano, la cual en función de los
datos estratigráficos y los contextos datados por radiocarbono registrados se materializó

2
Siguiendo a I. Vargas (1984; 1985: 8) consideramos que la formación social define el proceso formación de sociedades, no las sociedades mismas, así como las ca-
racterísticas del proceso histórico que posibilitaron la constitución, desarrollo y expansión de un modo de producción, teniendo en cuenta que en toda sociedad concreta
pueden coexistir diversos modos de producción, aunque uno de ellos, será el dominante. En este sentido, no seguimos aquí el uso que habitualmente se ha hecho
del término en la arqueología hispana al emplearlo como sinónimo de sociedad concreta siguiendo la conceptuación de M. Harnecker (1969). Por otro lado, frente a las
categorías de modo de vida y cultura (Bate, 1998), la formación social es la más esencial, al defi nir la estructura de las sociedades y el desarrollo histórico de un modo
de producción determinado. Como es obvio, la formación social no es observable directamente en el registro arqueológico y, por tanto, no debería ser empleada como
una herramienta de clasifi cación. Únicamente podemos intentar reconocerla en su proceso de conformación y desarrollo histórico a partir de determinados indicadores
arqueológicos pertinentes para la determinación de cómo se organizaba el trabajo socialmente y cuál era el grado de desarrollo de las fuerzas productivas.
281

en el último tercio del III milenio cal. BC., y en la que venimos trabajando durante las últi-
mas décadas (Jover Maestre, 1999; López Padilla, 2006; 2008; Jover Maestre y López
Padilla, 1995; 2004).
La carencia de dataciones radiocarbónicas referidas a los inicios del desarrollo del grupo
argárico en el ámbito geográfi co que nos ocupa impide validar la temprana fundación
que para alguno de estos enclaves cabe inferir a partir de evidencias como la presencia
de cerámicas campaniformes en San Antón y Laderas del Castillo o la valoración de los
niveles más profundos de las estratigrafías de T abayá e Illeta dels Banyets (Soler Díaz,
2006). Entre tanto, no será posible dotar de un armazón cronológico sólido a la confor -
mación y desarrollo de este poblamiento argárico del Bajo Segura y Bajo Vinalopó, en
las características que han puesto de relieve las prospecciones realizadas recientemente
(López Padilla, en este volumen).
El proyecto que impulsa el MARQ bajo la dirección de uno de nosotros ha comenzado,
no obstante, a proporcionar referencias cronológicas absolutas para precisar los inicios
del grupo argárico en nuestra zona principal de estudio, ya que la fecha que arroja uno
de los enterramientos del Tabayá permite inferir que las prácticas funerarias plenamente
argáricas se hallaban ya implantadas en el yacimiento con anterioridad a c. 1900 cal BC.
Por el momento estos resultados se hallan claramente en sintonía con las series radio-
carbónicas obtenidas en territorios argáricos más occidentales pertenecientes al área
nuclear argárica, como Lorca, en donde las muestras de semillas y de carbones datadas
en las excavaciones del Convento de las Madres Mercedarias, y en las calles Cava, 35
y Rubira, 12, fijan en torno a 2300-2200 cal. BC los niveles subyacentes a las primeras
ocupaciones reconocidas como argáricas, si bien la datación de niveles supuestamente
contemporáneos en el vecino solar de la calle Cava, 16, proporciona una fecha de c.
2050 cal BC, más o menos sincrónica a la de los restos humanos datados del primer
inhumado en la tumba 2 de la calle de Los T intes -c. 2080 cal BC. Por consiguiente,
los estratos en los que se verifi ca la transición entre los últimos niveles con cerámicas
campaniformes y las primeras manifestaciones reconocidas como argáricas en Lorca se
encuadran entre aproximadamente 2250 BC –en donde cabe fi jar la destrucción de las
unidades habitacionales detectadas con registro campaniforme– y ca. 2050 BC, fecha
del enterramiento argárico más antiguo de los datados hasta ahora (Martínez, Ponce y
Ayala, 1996; Martínez y Ponce, 2002).
En función de las dataciones de Terlinques –de las que actualmente se dispone de 18,
obtenidas sobre muestras tanto de vida larga como corta– podemos inferir que en torno
a 2200-2100 BC se produciría también el abandono en la zona del Prebético Meridio-
nal valenciano de la mayor parte –si no todos– los asentamientos campaniformes y la
fundación de una serie de enclaves distribuidos en torno a las zonas con más recursos
–como la Laguna de Villena– que constituirían los núcleos a partir de los cuales se va a
estructurar el poblamiento del valle del Vinalopó (López Padilla, 2006).
Los poblados de este momento estarían integrados por unidades habitacionales gran-
des, semejantes a la Unidad Habitacional 1 de Terlinques, en donde bajo el mismo techo
se da una división espacial de las áreas de actividad: almacenamiento de productos
alimenticios, productos textiles, carne en seco, metal, productos para la combustión; ela- 10. Recreación del área de almacén localizada en
el sector oriental de la Unidad Habitacional nº 1 de
boración de productos sobre soportes duros como asta de ciervo o madera; molturación Terlinques (Villena, Alicante).
de cereal; área de consumo, etc., como expresión de una comunidad autosufi ciente
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

11. Planta general del yacimiento de Terlinques formada por varias unidades domésticas que almacenan, procesan y consumen la pro-
(Villena, Alicante). ducción generada por su trabajo en el campo y el pastoreo de ganado, y que a través del
intercambio o por medio de relaciones de reciprocidad diferida obtendrían metal y otros
materiales foráneos (Jover Maestre y López Padilla, 2004).
Carecemos de datos útiles concernientes a unidades domésticas de similar cronología
en el Valle del Vinalopó que nos permita aumentar el apoyo empírico a esta proposición,
y otros yacimientos excavados en zonas próximas, que cuentan con dataciones radio-
carbónicas comparables, como Mas del Corral, ni han sido publicados aún en extenso
ni la superfi cie excavada permite, en principio, evaluar tal extremo. Afortunadamente, sí
contamos con la publicación de los trabajos llevados a cabo en el yacimiento valenciano
de la Lloma de Betxí, en Paterna (De Pedro Michó, 1998; 2004). Éstos revelaron dos
amplias habitaciones, comunicadas entre sí por un vano, en cuyo interior se documen-
taron áreas de actividad y consumo muy semejantes en su confi guración a la Unidad
283

Habitacional 1 de Terlinques, ilustrando un paisaje doméstico significativamente similar en


un mismo horizonte cronológico.
Sin duda, otro tanto podría afi rmarse a partir de la información que proporciona el único
espacio de carácter doméstico publicado hasta ahora de El Acequión, en donde en
estos mismos momentos se asiste a la ocupación de una amplia franja del anillo murario
exterior en donde aparecen distribuidos diversos espacios destinados al procesado y
consumo de alimentos, así como varias áreas de almacenamiento, alguna posiblemente
construida en varias alturas con madera y barro y fijada al suelo mediante postes, lo que
a nuestro juicio indujo a sus excavadores a interpretarla erróneamente como cabaña
circular. En esta área se localizó un gran número de vasijas de cerámica, algunas de ellas
conteniendo piezas líticas recién elaboradas y lascas preparadas para ser retocadas,
así como una gran diversidad de productos, como hachas planas de metal, pesas de
telar de cuatro perforaciones, polvo de ocre y marfi l, entre otras (Fernández-Miranda,
Fernández-Posse y Martín, 1990).
Es posible plantear, pues, que nos hallemos ante uno de los tipos más característicos de 12. Vista de la Unidad Habitacional nº 9 desde
unidades habitacionales en esta primera fase, si bien es cierto que contemporáneamente la Unidad Habitacional nº 7 de Terlinques,
correspondientes a la Fase III de la secuencia del
parecen también darse otros modelos de organización arquitectónica de los espacios
yacimiento.
domésticos, como podrían indicar los zócalos de mampostería, de planta circular , lo-
calizados también en El Acequión o el caso del Alto Mijares, en donde aparentemente
hallamos viviendas de muy reducidas dimensiones –en torno a 25 m²–, con paredes
de barro y postes, muy mal conser vadas o incluso desaparecidas, que emplean como
pared maestra un gran muro longitudinal de casi 2 m de espesor y algo más de 15 m
de longitud, sobre el que también se apoyan una serie de estructuras de tapial para el
almacenamiento del cereal (Picazo Millán, 1993).
El crecimiento demográfi co de estas sociedades concretas coetáneas al Argar , estimu-
lado entre otros factores menos esenciales, por la explotación impuesta por los grupos
dominantes del grupo argárico a partir del control exclusivo de las vetas de cobre (Lull,
1983) generaría, pasado un tiempo, contradicciones cuya superación se alcanzaría, en
condiciones de mantenimiento del mismo grado de desarrollo de las fuerzas productivas,
mediante un nuevo proceso de fisión grupal. El grupo escindido se asentaría en un nuevo
enclave, reproduciendo una organización productiva y social idéntica a la de la unidad de
asentamiento origen, con la que seguiría manteniendo lazos de liación
fi y de reciprocidad.
Las tierras asignadas a cada nueva unidad familiar de producción serían repartidas de for -
ma equitativa en propiedad, a condición de que no se solapasen con las de otras familias
ya establecidas en el territorio (Jover Maestre y López Padilla, 1999).
La apropiación de estos nuevos enclaves se expresaría en el registro, además, en las
inhumaciones de algunos individuos en el interior de los asentamientos. Estos enterra-
mientos, practicados en fosas y por lo general únicos y aislados, se han documentado
en la Lloma de Betxí y Muntanya Assolada (De Pedro, 2004), El Acequión (Martín Morales
et alii: 1993: 36) y Castillo de Frías (Harrison, Andrés y Moreno, 1998: 52), la mayoría
llevadas a cabo en fechas cercanas a su fundación.
De este modo tomaría cuerpo el patrón de distribución uniforme de los asentamientos,
que se advierte con claridad en los casos mejor estudiados, como el valle del Vinalopó y
los valles del Alfambra-Turia y Alto Mijares, vinculado a la consecución de una garantía de
mantenimiento y funcionamiento de la comunidad bajo relaciones sociales de carácter
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

igualitario, que impidiesen la concentración de los medios de producción –la tierra, espe-
cialmente– y preser vase la plena autosufi ciencia de cada unidad familiar , al tiempo que
se acrecía la consolidación territorial y se alcanzaba un mayor grado de cohesión grupal.
En ese contexto se explica el patrón de ocupación obser vado en la mayoría de las
cuencas, que en el caso del Vinalopó indica que los asentamientos de mayor superfi cie
ocupada, aproximadamente equidistantes unos de otros y presuntamente contempo-
ráneos de Terlinques, ofrecen unas similares características en cuanto a la altura media
sobre el fondo del valle, accesibilidad, condiciones de defensa y distancia con respecto
a los terrenos más aptos para el cultivo (Jover, López y López, 1995), lo que constituye
exactamente la misma tónica obser vada en los valles del Alfambra-T uria y Alto Mijares
(Burillo Mozota y Picazo Millán, 2001: 105) en estos mismos momentos. El patrón que se
dibuja en La Mancha parece ofrecer, en cambio, un panorama dominado por la dualidad
que implica la presencia a un tiempo de reductos fortificados con murallas, por una parte,
y agrupaciones de unidades habitacionales emplazadas en sus inmediaciones pero al
14. Planta general de la Lloma de Betxí (Paterna,
Valencia). Según M. J. De Pedro Michó, 1998. exterior de los mismos, por otra, modelo que se documenta en El Acequión y en la fase
más antigua de la Morra del Quintanar (Fernández- Posse, Gilman y Martín, 1996).
En este proceso de plena ocupación del territorio, culminado durante esta primera eta-
pa, tampoco parece buscarse específi camente el control de las vías de comunicación.
Al menos en la cubeta de Villena en ningún caso parece poder señalarse con claridad
una vinculación estrecha de ningún emplazamiento con el control estratégico de vías de
comunicación, como sí ocurría con la mayoría de los enclaves en altura campaniformes
del Prebético Meridional en la fase anterior. Los escasos productos alóctonos documen-
tados en los asentamientos excavados debieron obtenerse a través de procesos de
intercambio, ya fuera a nivel intragrupal o intergrupal, en relación con el mantenimiento o
potenciación de alianzas, celebraciones, matrimonios y reciprocidad diferida (Meillassoux,
1981). La importancia de este tipo de relaciones entre las distintas familias asentadas en
cada valle puede también valorarse, al menos en el caso del Vinalopó, en el hecho de
que la mayoría de los enclaves no guardan entre sí una distancia superior a los 5 o 7 km
en línea recta, o lo que es lo mismo, la que aproximadamente puede cubrirse en dos
horas de camino con un buey cargado (Chapman, 1991).

16. Arete de metal con joya de oro en forma de Durante el tránsito del siglo XVIII al XVII BC parece producirse una transformación percep-
carrete procedente de un enterramiento del Cabezo tible en el registro de al menos una parte de la zona argárica y su ámbito periférico, en
de la Escoba (Villena, Alicante). las que a grandes rasgos parece asistirse a una notable concentración de los medios
de producción en determinados lugares, en los que también se suele constatar el alma-
cenaje de bienes subsistenciales, mientras que el resto de las unidades habitacionales
documentadas en los asentamientos parecen destinarse básicamente al consumo.
En Terlinques estos cambios coinciden con el inicio de la última fase de ocupación –Fase
III– en la que la organización espacial del poblado se articula en torno a la presencia de
un número notablemente mayor de unidades habitacionales que también ofrecen, como
ya se ha apuntado, menores dimensiones que las viviendas de las fases precedentes y
que se ordenan a lo largo de una estrecha calle central a través de la cual se da acceso
a los mismos.
A pesar de que el registro no resulta tan completo, el diseño y la planta de las unidades
habitacionales así como el patrón urbanístico que éstas confi guran con respecto a un
corredor central es también detectable en algún otro yacimiento excavado en el valle del
285

Vinalopó que, como La Horna, en Aspe, se ha adscrito a momentos avanzados (Her -


nández Pérez, 1994) y que parece poder seguirse así mismo en otros enclaves como
la Mola Alta de Serelles (Trelis Martí, 1984) o Mas de Menente (Pericot García y Ponsell
Cortés, 1928). Esto último implicaría, naturalmente, atribuir a esta fase cronológica las es-
tructuras representadas en las planimetrías publicadas de estos dos últimos yacimientos,
consideradas tradicionalmente como modelo de los poblados del “Bronce Valenciano” y
que podemos rastrear aún más lejos, en el Puntal dels Llops (De Pedro Michó, 2002),
en el Puntal de Cambra (Alcácer Grau, 1955) e incluso en el asentamiento turolense de
Hoya Quemada, con viviendas de características muy parecidas y también organizadas
en manzanas de casas a un lado y otro de un estrecho corredor exterior (Picazo Millán,
1993: 41).
En cuanto a las áreas de actividad, parece que asistimos a una concentración tanto de
las áreas de almacenamiento como de los ámbitos implicados en la transformación y
procesado de los productos subsistenciales básicos, que en principio podemos suponer
orientada hacia un mayor control de los bienes producidos. En el caso de T erlinques, el 13. Recreación ideal de una escena doméstica
en el interior de la Unidad Habitacional nº 1 de
registro de las unidades habitacionales 11, 12, 13 y 14, localizadas al norte de la calle Terlinques (Villena, Alicante).
central, denota la realización de diversas actividades relacionadas con el empleo de gran
número de percutores, cantos y otros instrumentos líticos. En el caso de las habitaciones
11 y 12, a ello se une también la existencia de un área reser vada al almacenamiento, con
dos grandes tinajas de cerámica, y también a la molienda de grano, pues se registraron
cerca de 20 molinos y molederas esparcidos por todo el pavimento, lo que contrasta
de forma notoria con la escasez de este tipo de productos en el registro de las demás
habitaciones documentadas en esta fase.
Esta tendencia a la especialización productiva de determinadas habitaciones puede tam-
bién observarse en otros yacimientos como La Horna, con diferentes departamentos con
concentración de actividades de almacén y molienda de grano y otros con producción
metalúrgica (Hernández Pérez, 1994).
Por otra parte, el mantenimiento de un mismo elenco básico de herramientas en el pe-
ríodo comprendido entre ca. 2200 BC y ca. 1500 BC –rasgo que también se obser va
claramente en el registro artefactual argárico (Risch, 2002)– denota que el incremento
de la producción que inferimos del aumento del número de asentamientos y del tamaño
de otros a lo largo de dicho inter valo estuvo basado fundamentalmente en estrategias
dirigidas a incrementar la inversión de fuerza de trabajo y maximizar la efectividad en la
gestión de la disponible, no a aumentar la productividad mediante una mejora de los
instrumentos.
En la elección de esta estrategia subyace un interés básico por mantener bajo una
apariencia de propiedad colectiva el medio de trabajo fundamental: el territorio de pro-
ducción. Así se explica, de una parte, el bloqueo tecnológico que impidió incrementar la
productividad del instrumental agrícola, puesto que un escaso nivel técnico y unos bajos
costes de producción garantizaban que toda la comunidad accediera a los medios de
trabajo fundamentales; y por otra parte, permite también explicar por qué aunque dife-
rentes en dimensiones, todos los asentamientos ofrecen, con anterioridad a ca. 1500
BC, características similares en lo relativo a su emplazamiento y morfología y un registro
semejante en cuanto a los medios de trabajo y los sistemas de almacenamiento –con
excepciones sobre las que más adelante nos extenderemos. La mayor concentración
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

demográfica que en principio cabe inferir del superior tamaño de ciertos yacimientos de
cada cuenca con respecto a sus vecinos, indica que aquéllos también concentraron,
almacenaron y consumieron mayores cantidades de bienes subsistenciales, lo que no
significa que los enclaves más pequeños, integrados en la misma red comarcal, tuvieran
que estar necesariamente desprovistos de almacenes o de áreas propias de procesado
de bienes básicos, pues a su vez eran igualmente propietarios de sus propios territorios
de producción y responsables de lo producido en ellos.
Pero no es menos cierto que los pequeños asentamientos de fundación más reciente se
vieron obligados a ocupar terrenos menos productivos que los ocupados a fi nales del III
milenio BC, y que por tanto su puesta en explotación requería en mayor medida que an-
tes la garantía de disponer, en caso necesario, de una parte sufi ciente de la producción
comunitaria generada en el conjunto del espacio grupal, como salvaguarda ante situa-
ciones catastróficas o bajo rendimiento de la producción agropecuaria. Los mecanismos
17. Planta de la Mola Alta de Serelles (Alcoi, intragrupales desarrollados como defensa ante este tipo de circunstancias cobrarían, de
Alicante). Según E. Botella (1928). ese modo, mayor relevancia que en fases anteriores.
Este escenario no vendría más que a reforzar, cada vez en mayor medida, el papel des-
empeñado por los individuos rectores del grupo, cuya responsabilidad en la organización
del trabajo y gestión de la producción y su papel como representantes ante el resto de
unidades familiares de la comunidad, no haría sino incrementarse, lo que situó a éstos
en posición de materializar una distancia social cada vez más marcada con respecto al
conjunto social. No resulta casual, en este contexto, que en el Vinalopó se registren en
estos momentos joyas de oro y plata de clara filiación argárica en sepulturas como la del
Cabezo de la Escoba (Soler García, 1969) o Cabezo Redondo (Soler García, 1987),
cuyos modelos pueden reconocerse fácilmente en El Argar (Siret y Siret, 1890; Schubart
y Ulreich, 1991) o en La Bastida de Totana (Martínez Santa-Olalla et alii, 1947).
La comparación de la secuencia de Cabezo Redondo con la de Terlinques ha permitido
contrastar que al menos durante el inter valo comprendido entre c. 1700 cal BC y c.
1500 cal BC ambos enclaves convivieron, si bien el registro arqueológico documentado
en uno y otro emplazamiento difiere considerablemente. En ese sentido, basta comparar
el tamaño de las unidades habitacionales registradas en uno y otro, o la gran diversidad
de productos documentada en Cabezo Redondo en comparación con Terlinques.
Sin embargo, por encima de cualquier otro elemento, es el registro funerario el que arroja
una diferencia más palmaria entre ambos, pues si en Terlinques no se ha localizado aún
ninguna tumba, en Cabezo Redondo se conoce ya un conjunto numeroso de sepulturas
que muestran semejanzas notables con los tipos de inhumaciones y los ritos de enterra-
miento argáricos (Soler García, 1987; Hernández Pérez, 1997). El empleo de cistas de
mampostería, fosas y especialmente las inhumaciones infantiles en urnas de cerámica, y
los ajuares localizados en el interior de algunas de ellas, consistentes en joyas de oro en
forma de carrete o vasos carenados (Jover Maestre y López Padilla, 1997) constituyen
rasgos muy reconocibles en la tradición funeraria argárica.
En consecuencia, de lo obser vado en el registro documentado en estos dos yacimien-
tos del Alto Vinalopó, apenas distantes una decena de kilómetros entre sí, se infi ere que
Cabezo Redondo habría pasado a ocupar la cabeza de una red de enclaves situados
en su entorno que, como T erlinques, tenían un tamaño muy inferior , refl ejo de una me-
nor densidad poblacional, y que ofrecían un diseño urbanístico y una distribución de los
287

espacios de producción y de consumo muy distintos de los documentados en Cabezo


Redondo. Todo lo cual indica, a nuestro juicio, que podrían encontrarse en situación de
dependencia política con respecto a éste. Cabezo Redondo parece haberse convertido
así en un centro redistribuidor asimétrico, en el que un grupo dominante, cuyas vincula-
ciones y relaciones con el sur argárico resultan más que evidentes, pasó a apropiarse del
excedente de un buen número de comunidades campesinas repartidas por un amplio
territorio, constituyéndose de ese modo, en la fase siguiente, en un asentamiento des-
tacado en el ámbito del arco mediterráneo peninsular por su tamaño, características y
capacidad de control y dirección de la distribución de productos y materias en el ámbito
regional.
A nuestro modo de ver ello explica también que, de todos los yacimientos constatados
en la cuenca alta y media del Vinalopó sólo en Cabezo Redondo se practicaran inhuma-
ciones dentro de la tradición argárica, al ser allí donde residían los grupos dominantes
con los que habían emparentado los linajes argáricos, mientras que al resto de enclaves
lo que se trasladó es el “sistema” de producción argárico que se constata en los casos
mejor conocidos de La Horna y de la Fase III de Terlinques.
La gestación de este escenario, en el marco de una nueva situación geopolítica, explica
las particularidades que sir vieron durante bastante tiempo para justifi car las “infl uencias
argáricas” sobre el Vinalopó –advertidas, por ejemplo, en el registro cerámico de La Hor-
na (Hernández Pérez, 1986)– y dar así sentido a la existencia de una “facies comarcal”
(Hernández Pérez, 1985; 1996; 1997).
15. Enterramiento de la Lloma de Betxí (Paterna,
A nuestro modo de ver, tras una primera etapa –comprendida, grosso modo, entre ca. Valencia). Foto: Museu de Prehistòria de València.
2200 cal BC y ca. 1700 cal BC– en la que el Grupo Argárico estableció y consolidó su
frontera oriental y septentrional, orientándola básicamente a mantener un férreo control de
la circulación de personas y productos y, sobre todo, de la salida de metal para la manu-
factura de productos metálicos en su periferia dependiente, se vería empujado en estos
momentos a favorecer en cambio la entrada de recursos potencialmente valiosos para
la expresión de una creciente distancia social (Lull et alii, 2006), al tiempo que se man-
tenía y consolidaba su creciente demanda de excedentes agropecuarios a la periferia,
indispensable para mantener la escalada demográfica inherente al desarrollo de las estra-
tegias de plusvalía absoluta impuestas por el sistema productivo argárico (Risch, 2002).
La necesidad de potenciar las vías de acceso a estos productos, circulantes en redes
de intercambio periféricas constituidas fuera de su ámbito de infl uencia directa, estimuló
a los grupos dominantes argáricos a buscar canales a través de los cuales vehicularlos
hacia los centros políticos bajo su control, lo que condujo a un cambio de situación en
el equilibrio mantenido hasta entonces en las relaciones del grupo argárico con su área
periférica que desembocaría en una transformación sustancial, en todos los órdenes, del
territorio periférico nor-oriental del Argar.
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

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El final del Argar
en Alicante Mauro S. Hernández Pérez
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En la 2ª edición de su Introducción a la Arqueología alicantina, hace ahora 30 años, recogía


E. Llobregat las novedades que para el final de la prehistoria provincial aportaban el inicio de
excavaciones en algunos poblados, entre los que cita los de la Sierra de Crevillente, Mola
d’Agres y Saladares, y la revisión de algunas formas y decoraciones cerámicas y de objetos
de orfebrería para concluir que se iniciaba una nueva etapa que “comienza a alborear en el
horizonte de la investigación” (Llobregat, 1979: 67). Fueron aquellos años de finales de los
setenta e inicios de la década siguiente; tiempos de cambio en la arqueología valenciana.
Lo fueron tras la apertura/reapertura de excavaciones, la aparición de nuevos centros de
investigación y museos y , sobre todo, con la incorporación de nuevos investigadores y
de nuevos planteamientos en el análisis arqueológico. Estos cambios son especialmente
significativos en la sistematización de los momentos fi nales de nuestra Prehistoria, para los
que el primer número de las Monografías del Laboratorio de Valencia (Aranegui, 1981; Gil-
Mascarell, 1981) rompería, si bien tímidamente, el paradigma anterior que hacía perdurar la
Edad del Bronce –Bronce Valenciano– hasta la aparición de la cultura ibérica.
El impulso inicial de esta ruptura viene de la mano de las investigaciones en el sudeste pe-
ninsular (Arteaga, 1977 y 1981; Molina, 1978; Molina y Arteaga, 1976), cuyas propuestas
de periodización del fi nal de su Prehistoria incorporaría M. Gil-Mascarell en 1981 para las
tierras de la actual Comunidad V alenciana. En los años previos la investigación valenciana
se inclinaba, no sin ciertas reservas y dudas, por prolongar la Edad del Bronce –en lo que
se denominaba Bronce Valenciano– hasta la aparición de la cultura ibérica, periodo sobre el
que primero E. Pla y luego E. Llobregat, introdujeron una nueva etapa –el Hierro I–, que en
las tierras alicantinas se denominaría de facies no estrictamente céltica, en el que se incluían
293

las cerámicas del Peñón del Rey, en Villena, y algunos fragmentos decorados con excisio-
nes del Cabezo Redondo, también en Villena, y la Illeta dels Banyets, en El Campello, y el
propio Tesoro de Villena (Llobregat, 1975). En la síntesis de M. Gil-Mascarell se planteaba
la perduración del Bronce Valenciano –con el paradigma del Puig d’Alcoi– la incorporación
del Bronce Tardío a partir de la presencia de cerámicas con decoración tipo Cogotas y de
cuencos y cazuelas carenados de borde vertical en algunos poblados –Cabezo Redondo
e Illeta dels Banyets–, y el establecimiento en el Bronce Final de dos subfases o subpe-
riodos: el Bronce Final I, con poblados “sólidamente arraigados en el Bronce V alenciano
que reciben infl uencias de los Campos de Urnas del Bronce Final” (Gil-Mascarell, 1981:
29), y el Bronce Final II, en parte contemporáneo a los momentos finales del anterior, en los
que se incluyen los niveles iniciales de Los Saladares y Peña Negra con yacimientos que
comienzan su vida en este momento.
A los cien años de la muerte de Julio Furgús y a los quince de la temprana desaparición
de M. Gil-Mascarell conviene mirar hacia atrás para, tras analizar el camino recorrido, saber
en que momento nos encontramos y proyectar la investigación del futuro, centrando ahora 1. Enrique Llobregat y Milagros Gil-Mascarell en el
yacimiento de Mas d’En Miró.
nuestra atención en el llamado Bronce Tardío.
El tiempo transcurrido ha aportado nueva e interesante información sobre los momentos
avanzados de la Prehistoria en las tierras alicantinas, si es bien desigual en el tiempo y
el espacio. De partida, una realidad resulta incuestionable. Los trabajos de J. Furgús en
San Antón de Orihuela y las Laderas del Castillo de Callosa del Segura (Furgús, 1937),
continuados décadas después en este último yacimiento por J. Colominas (1931 y 1936)
permitieron incluir la V ega Baja del Segura en el Bronce Argárico para luego extender su
presencia por el Bajo Vinalopó y parte del Camp d’Alacant (Hernández Pérez, 1986). El
resto del territorio provincial alicantino se incluye en una genérica Edad del Bronce, no siem-
pre, ni en todos los lugares, identificada como Bronce Valenciano. La diferencia entre uno y
otro se establecía a partir de la presencia/ausencia de determinados elementos culturales,
siempre analizados a partir del Bronce Argárico hasta el punto que el Bronce V alenciano
o sus diferentes facies comarcales como tímidamente señalé hace ya tiempo (Hernández
Pérez, 1985)– se caracterizaban por la negación –no a los enterramientos en el interior
del poblado, no a determinadas formas cerámicas, no a las alabardas– o por la defi ciente
calidad de sus producciones cerámicas y la escasez del utillaje metálico. Dentro del territorio
no-argárico, aunque no siempre ni compartido por todos los investigadores, se incluyen los
poblados del Medio y Alto Vinalopó, donde la intensidad de las investigaciones, tanto de
excavaciones sistemáticas, dataciones absolutas y prospecciones como el estudio de ma-
teriales, ha permitido plantear la caracterización y evolución de su Edad del Bronce (Jover y
Padilla, 2004), que por el momento resulta aventurado aplicar al resto del territorio provincial,
en donde el número de excavaciones recientes y dataciones absolutas es reducido.

Bronce Tardío ¿continuidad o ruptura?


A lo largo del II milenio se producen en nuestras tierras sucesivos cambios que afectan tanto
a la ocupación del territorio y explotación del medio como a sus materiales arqueológicos,
estableciéndose a partir de estos últimos varias fases, de las que aquí interesa destacar las
relacionadas con los momentos finales del Argar. En todas las propuestas se utiliza la fecha
1650 / 1550 cal. a.n.e. para fijar el inicio del llamado Bronce Tardío, que en fechas no ca-
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

libradas se situó en el momento de su identificación hacia el 1300 a.n.e. (Molina González,


1978) y un siglo después para las tierras valencianas (Gil-Mascarell, 1981: 31).
Las cerámicas pronto se convirtieron en el elemento que permitía identificar el Bronce Tardío
en Alicante. M. Gil-Mascarell señalaba, siguiendo a F. Molina y O. Arteaga, la presencia de
cerámicas con decoración tipo Cogotas y de las formas carenadas que caracterizaban al
Bronce Tardío del Sudeste, en el Cabezo Redondo e Illeta dels Banyets de El Campello,
además de un fragmento decorado con excisión de San Antón de Orihuela, registrando
también su presencia, ya fuera del territorio aquí analizado, en el castellonense T ossal del
Castellet y posiblemente también en el Pic de les Corts de Sagunto y la Mola d’Agres,
indicando, asimismo, que los hallazgos del Bronce Tardío “distribuidos tanto al norte como
al sur del territorio valenciano, son, por el momento, de muy escasa entidad” (Gil-Mascarell,
1981: 17). Al mismo tiempo admitía la perduración del Bronce Valenciano hasta el Bronce
Final, ejemplarizada en el Puig d’Alcoi. Por su parte F. Molina cita en reiteradas ocasiones el
Cabezo Redondo, junto al Cerro de la Encina, en Monachil (Granada), como yacimientos
característicos del Bronce T ardío, “ambos en las dos zonas extremas de difusión de la
cultura argárica” (Molina, 1978: 202). Insiste, asimismo, O. Arteaga en la relación entre los
yacimientos granadinos del Cerro de la Encina y Cuesta del Negro, en Purullena, y el Cabe-
zo Redondo, al señalar que sus materiales “en conjunto no resultan exactamente iguales y,
sin embargo, tampoco faltan los testimonios similares (Arteaga, 1977: 35), remitiendo a las
botellas cerámicas y a los canutillos de oro.
Pese al tiempo transcurrido desde las primeras sistematizaciones, el Bronce Tardío se con-
tinúa identificando en las tierras valencianas a partir de determinadas formas y decoraciones
cerámicas, que en un elevado porcentaje proceden de excavaciones antiguas, remocio-
nes incontroladas o recogidas superficiales, desconociéndose, por tanto, sus contextos.
El registro de yacimientos con este tipo de cerámicas o de otros objetos relacionados con
el Bronce Tardío, como se indicará más adelante, se ha incrementado en los últimos años,
paralelamente al que diversos autores realizan importantes aportaciones desde el interior
peninsular y sudeste (Abarquero, 2005; Blasco, 2004; Castroet alii: 1999 y 2006; Delibes
y Abarquero, 1997; Lucas, 2004). Por su parte, los investigadores valencianos también
se han ocupado de estos momentos fi nales de la Edad del Bronce (Barrachina, 1992;
Barrachina y Gusi, 2004; Martí y de Pedro, 1997; Hernández, 2005; Mata, Martí e Iborra,
1996), al tiempo que se incorporan nuevos yacimientos y utillaje metálico y cerámico en las
localidades ya conocidas.
En las recientes síntesis sobre el Bronce Tardío del Sudeste peninsular se discrepa acerca
de su caracterización, ya que mientras los investigadores de la Universidad de Granada
lo identifi can como una fase del Bronce Argárico, con una cronología del 1650-1450 cal
a.n.e., “en el que tendrían lugar determinadas transformaciones y una última expansión, por
ejemplo, hacia el área de Villena” (Molina y Cámara, 2004), los de la Universidad Autónoma
de Barcelona lo consideran una fase postargárica, correspondiente a la Fase V de Gatas,
que identifican como grupo arqueológico Villena-Purullena a partir de sus tipos cerámicos,
la orfebrería y los cambios en la práctica funeraria (Castro et alii, 1999).
Para el territorio alicantino en esta misma monografía se realizan rigurosos estudios, a los
que remitimos, sobre los orígenes y desarrollo de los bronces Argárico y Valenciano provin-
cial. En el ámbito argárico la información disponible sobre el Bronce Tardío se limita a unos
pocos y descontextualizados fragmentos cerámicos relacionados por su decoración con
295

Cogotas, procedentes de San Antón y Laderas del Castillo de Callosa del Segura (Arteaga
y Molina, 1976; Soriano, 1984: 131), fragmentos de vasos con carena alta en los mismos
yacimientos y en el Cabezo de las Particiones de Rojales (Soriano, 1984: 131) y una pesa
de telar cilíndrica con una perforación en La Loma, en Bigastro (Soriano, 1985: 116). Estos
materiales solo permiten constatar la presencia de elementos del Bronce Tardío en dos po-
blados con una ocupación previa del Bronce Argárico y en otros dos sin claras evidencias
de materiales anteriores. En el Bajo Vinalopó se ha asociado con estos momentos algunos
hallazgos en las tierras llanas de Crevillente recuperados en excavaciones de urgencia en
una nave industrial –Grupintex–, en las que se registraron cerámicas relacionadas con
Cogotas I (Trelis, Molina, Esquembre y Ortega, 2004). En el Camp d’Alacant las recientes
excavaciones en la Illeta dels Banyets de El Campello y la revisión de las antiguas ofrecen
una excepcional información sobre su ocupación prehistórica (Simón, 1997; Soler, 2006),
sobre la que J. Soler da cuenta en esta misma monografía y de la que interesa destacar
aquí la ausencia de enterramientos, presentes en la ocupación argárica anterior, el progre-
sivo abandono de las cisternas, en una de las cuales se recogieron materiales del Bronce 2. Fragmento cerámico con decoración de
boquique de San Antón.
Tardío –cerámicas decoradas y crisol– y la remodelación del espacio ocupado con la cons-
trucción de una plataforma entre las dos cisternas, además de una presencia del Bronce
Final, a juzgar por algunos fragmentos de cerámica decorada (Delibes y Abarquero, 1997;
Simón, 1997). En un momento avanzado del Bronce Tardío, o ya en los inicios del Bronce
Final, se fecha, por la forma de sus cerámicas, El Chinchorro, en la Albufereta de Alicante,
cuya ocupación prehistórica, de la que se conser van dos hoyos, se interpreta como un
posible poblado de fondos de cabaña en el llano (Pérez Burgos, 2003).
Al Norte de Vinalopó, en cambio, la excavación de Mas del Corral (Alcoy) detectó, sobre un
nivel del Bronce Pleno, varias “bolsadas con restos principalmente de tipo orgánico” y cerá-
micas del Bronce Tardío con el que también se relacionan “ciertas estructuras que existen
a la parte meridional del aterrazamiento inferior” (T relis Martí, 2000: 98). A pesar de otros
hallazgos aislados en El Puig (Alcoy), Mola Alta de Serelles (Alcoy), Sima del Pinaret (Alcoy),
Castell de Perputxent (l’Orxa), Cap Prim (Jávea), sobre las que se han realizado interesantes
reflexiones (Abarquero, 2005; Delibes y Abarquero, 1997; Simón, 1988) o más al Norte, ya
en las cuencas del Júcar y Turia, no se puede reconocer un Bronce Tardío con los mismos
criterios que los del Alto y Medio Vinalopó y , en menor medida, del Bajo Segura, fuera de
estas comarcas meridionales (Martí Oliver y de Pedro Michó, 1997).
En efecto, las excavaciones en varios poblados del Vinalopó aportan una excepcional in-
formación sobre el origen, desarrollo y características del Bronce T ardío en uno de los
confines del Argar . La excavación del T abayá, en Aspe, ha confi rmado su pertenencia al
Bronce Argárico, que ya sugería el estudio de algunos materiales recuperados en anterio-
res intervenciones clandestinas (Navarro Mederos, 1982). La ausencia en el Alto Vinalopó
de elementos culturales de clara adscripción argárica no permite su incorporación a esta
cultura, aunque los adornos de plata en poblados –Telinques (Villena)– y necrópolis –Cueva
Oriental del Peñón de la Zorra (Villena)– señalen una temprana relación con el Bronce Argári-
co que se constituye como una de las aportaciones dinamizadoras del cambio cultural que
genera la aparición de la Edad del Bronce en el Alto Vinalopó, mientras en la cuenca media
de este río este papel podría haber sido impulsado desde el T abayá. En la propuesta de
periodización del proceso histórico de la Edad del Bronce en el Vinalopó, F .J. Jover y J.A.
López señalan que entre el 1600-1200 cal. a.n.e. se produce un cambio sustancial en el
modelo de explotación del territorio, coincidiendo con la aparición de una sociedad clasista,
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

frente a unas organizaciones anteriores con “unas relaciones, al menos en apariencia, de


carácter igualitario (Jover y López, 2004: 297).
En el Alto y Medio Vinalopó las excavaciones en los poblados en altura del Tabayá, La Hor-
na (Aspe), La Peña (Sax) y Cabezo Redondo, aportan una excepcional información sobre
el Bronce Tardío. En La Horna (Hernández Pérez, 1994) y La Peña (Hernández Pérez y
Pérez Burgos, 2005), sólo se ha detectado un nivel de ocupación con un desigual estado
de conser vación en el momento de su excavación. En el yacimiento sajeño apenas se
conservaban algunos restos de construcciones en los escasos puntos no removidos de
la ladera, mientras en La Horna, pese a las alteraciones generadas por las canteras y las
actuaciones de furtivos, se recuperó parte de la planta del poblado, en el que se identifi có
una calle y varias habitaciones con actividades especializadas de molienda y almacena-
miento de cereales en una de ellas y de actividades metalúrgicas en otra, además de una
posible cisterna profundamente alterada por las remociones clandestinas en busca de un
hipotético tesoro. Un fragmento cerámico con decoración de zig-zags sobre la línea de la
carena remite al horizonte Protocogotas (Blasco, 2004).
En cambio, en el Tabayá se constató una extraordinaria estratigrafía que abarca de manera
ininterrumpida toda la Edad del Bronce, incluido el Bronce Final, señalándose también la
presencia, no del todo segura, de cerámica campaniforme en algún punto de la ladera
(Hernández Pérez, 1982: 15-16; Navarro Mederos, 1982), una importante e incuestio-
nable ocupación argárica con enterramientos en el interior del poblado, entre ellos el de
un individuo adulto masculino con un ajuar de alabarda y pequeña vasija carenada (Her -
nández, 1990), además de otras del Bronce Tardío y Bronce Final, en parte alteradas por
remociones agrícolas y, en especial, por actuaciones clandestinas (Belmonte Mas, 2004;
Hernández Pérez y López Mira, 1992; Molina Mas, 1999).
No es posible precisar las dimensiones del Tabayá, que otros investigadores (Jover Maestre
et alii, 1997:134) calculan en 0,3 Ha, ni su urbanismo y tipo de viviendas, salvo la existencia
de grandes recintos domésticos de sólidas paredes desde los inicios de la Edad del Bron-
ce, algunas de las cuales se mantienen sin apenas modificaciones a lo largo de la secuen-
cia. En ningún momento de la existencia del poblado –más de un milenio– se construyeron
murallas o muros de cierre, aunque, por otro lado, su elevada posición sobre las tierras del
entorno y su difícil acceso constituían una excelente protección para este poblado que, por
su privilegiada situación –en el extremo de una sierra perpendicular al río con laderas de
acusada pendiente, en ocasiones verticales– y altura sobre entorno -150 m sobre el cau-
ce del río–, resulta prácticamente inaccesible, al tiempo que disfruta de una extraordinaria
visibilidad, tanto en relación con otros poblados del mismo momento del Bronce Tardío en
el Medio Vinalopó como de las tierras del curso bajo de este río, donde por el momento
no se conocen yacimientos del Bronce Tardío, salvo los escasos restos recuperados en el
crevillentino yacimiento de Grupitex, aunque sí de los momentos inmediatamente anteriores
y posteriores.
Entre el T abayá, La Horna, Portixol y Esparraguera, todos en el Medio Vinalopó, existe
una evidente interdependencia visual (Hernández Pérez, 1997 b; Jover Maestre y Segura
Herrero: 1992/1993) y, a juzgar por la información disponible, el primero es el único que
se ocupa durante todo el Bronce T ardío, mientras los restantes parecen tener una corta
ocupación y no sabemos si coetánea algunos de ellos, aunque las cerámicas decoradas
de La Horna y Portixol remiten a las tradición meseteña de Protocogotas (Blasco, 2004:
297

3. Vista general de la ladera occidental de Cabezo


Redondo.

575; Delibes y Abarquero, 1997: 119), mientras la Esparraguera, donde no se registranan


cerámicas decoradas (Navarro Mederos, 1982: 23-24) correspondería al final del proceso.
En el otro extremo del río se encuentra el Cabezo Redondo y en el tramo central el Mo-
nastil (Elda) y La Peña (Sax). Del primero, cuyas “casas y estructuras del poblado fueron
arrasadas por las construcciones ibéricas posteriores” (Poveda Navarro, 1988: 39), solo
se conocen nueve fragmentos cerámicos y varios recipientes con la línea de carena en el
tercio superior (Segura y Jover, 1997) que han sido relacionadas con la fases de plenitud
y avanzada de Cogotas I (Abarquero, 2005: 308-309). En La Peña la sima y la ladera han
sido alteradas por la construcción de un castillo medieval, abancalamientos y un camino de
acceso al castillo, conservándose algunas zonas intactas protegidas por los afl oramientos
4. Horno metalúrgico de la Peña de Sax y crisol
rocosos de la ladera norte, donde se localizaron restos de habitaciones –acumulaciones de localizado en su interior.
piedras y fragmentos de suelo, unos in situ y otros desplazados por las remociones agrí-
colas– y un horno metalúrgico con dos crisoles (Hernández Pérez y Pérez Burgos, 2005;
Simón García, 1998: 222-224). Las cerámicas recuperadas en esta excavación, con
decoración incisa, de boquique, excisa y con la superfi cie externa cubierta de mamelones
presentan evidentes similitudes con los del Cabezo Redondo, con el que La Peña ofrece
una estrecha relación de intervisibilidad.
El Cabezo Redondo es un poblado excepcional por su ubicación –un cerro en el centro
de la cubeta de Villena rodeado de lagunas y buenas tierras– su tamaño –en torno a los
10.000 m2–, urbanismo –manzanas de casas separadas con calles de sinuoso trazado y
rampas de acceso entre las diferentes terrazas– y compleja arquitectura doméstica, cuyas
casas, que se ubican en la ladera conformando plataformas artifi ciales, adoptan diversas
formas –cuadradas, rectangulares, en ocasiones con uno de los lados a modo de ábside
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

6. Departamento VII de Cabezo Redondo


con indicación del punto de extracción de
la muestra para la datación H-2777.

5. Enterramiento infantil en urna de Cabezo


Redondo. Departamento XX. que protege la entrada del viento– y tamaños –algunas de ellas próximas a los 100 m 2–,
con muros que ocasiones superan los 2,75 m de altura a veces enlucidos en color blanco
(Hernández Pérez et alii, 1995) que sostienen techos planos con una ligera inclinación
siguiendo la pendiente de la ladera apoyados en postes de madera, a menudo dobles, si-
tuados por lo general junto a las paredes. En el interior de las casas y siempre junto al muro
de la pared más alta se construyen bancos de piedra, a menudo enlucidas en sucesivas
capas que en algunos puntos supera ampliamente el medio centenar , en ocasiones de
extraordinaria calidad y reparados con frecuencia, con hornos domésticos abovedados,
cubetas y, excepcionalmente, grandes vasijas de almacenamiento en su interior. Los sue-
los, construidos mediante una capa de tierra, mezclada a menudo con ceniza, son de gran
calidad y se reparan con frecuencia. En el suelo de algunas de estas casas se construyen
estructuras de combustión a modo de cubetas circulares de unos 3-8 cm de profundidad
y 0,70-1 m de diámetro.
La excavación del Cabezo Redondo –y posiblemente también la del Tabayá– ha permitido
confirmar que en el Bronce Tardío los enterramientos humanos se realizan en el interior del
poblado, en grietas naturales o bajo el suelo de las casas, tanto en cistas de mampostería
y fosas como en vasijas, siempre de manera individual, sin ajuar en algunos casos o con
unos pocos objetos, entre los que cabe destacar los recipientes cerámicos dobles y los
adornos de plata, oro y malacofauna. En La Horna el enterramiento de un niño, con un
pendiente de plata como ajuar, se colocó en una cista dentro de una grieta en una de las
laderas del cerro, en cuyo alrededor se constató en superficie evidencias de una ocupación
que parece marginal en relación con el resto del poblado. En La Peña de Sax se recogie-
ron restos humanos descontextualizados, como también ocurre en el Cabezo Redondo.
Asimismo, en niveles del Bronce Tardío del Mas del Corral, ya fuera del Vinalopó aunque en
una vía natural entre la cuenca alta de este río y las tierras del interior montañoso alicantino,
se han excavado enterramientos en el interior del poblado, tanto de adulto como de niños,
estos últimos en el interior de cuencos, uno de ellos con otro cuenco a modo de tapadera
(Trelis Martí, 2000: 99).
En la actualidad se dispone de una amplia serie de dataciones absolutas para el Cabe-
zo Redondo, las únicas por momento para Bronce T ardío en Alicante. La más elevada
continúa siendo la obtenida para un poste de madera del Departamento VII excavado por
J.Mª Soler, que se ha venido utilizando para plantear su ocupación en el Bronce Medio
299

7. Departamento XXIII de Cabezo Redondo con


indicacion del lugar del hallazgo del peine de marfil.

–1987/1738 cal. a.n.e. (H.2777:3550 ±55BP)– y relacionarla con el Bronce Argárico o


el Bronce Valenciano, mientras la otra, también de un poste de madera del Departamento
XV recogido por Soler –1656/1318 cal. a.n.e. (GrN. 5109:3300±55BP)– corresponde
claramente al Bronce Tardío.
Entre las dataciones absolutas obtenidas en las recientes excavaciones, todas calibradas a
dos sigmas, la más antigua corresponde también a un poste de madera del Departamento
XIX –1890/1540 cal. a.n.e. (Beta 181406:3420±60BP)–, mientras las restantes se sitúan
entre el 1870/1600 cal. a.n.e. y el 1450/1190 cal. a.n.e. La primera de éstas, conjunta-
mente con otra –1770/1485 cal. a.n.e. (Beta 189004:3280 ±70BP)–, obtenidas ambas
sobre hueso, corresponden a distintos puntos del relleno antrópico que colmata las zonas
bajas para nivelar el brusco descenso de la roca y sobre el que se levantan varias cons-
trucciones, entre ellas una rampa que comunica dos terrazas, sobre la que se colocaron
cuatro puntas de lanza con enmangue tubular, datando la madera de una de ellas entre el
1700/1520 cal. a.n.e. (Beta 189003:3310±40BP). Otras dataciones permiten situar con
precisión las remodelaciones en el urbanismo y la cronología de algunos de los objetos
a partir del análisis de pequeños carbones y cereales del mismo nivel de ocupación, de
los que interesa destacar aquí algunas cerámicas, como la decorada con mamelones en
toda su superfi cie externa –1610/1330 cal. a.n.e. (Beta 181405:3180 ±70BP)– o una
copa de pié bajo y un recipiente tipo Cogotas I con una banda horizontal paralela al borde
y guirnaldas colgantes realizadas con la técnica de boquique, 1630/1440 cal. a.n.e. (Beta
195924:3270±40BP).
Para el Bronce Tardío el registro cerámico es extraordinariamente amplio en cantidad, for -
mas y tratamientos, no constatándose con claridad los dos grupos que se señalan para
el Bronce Final regional, aunque como en otros muchos yacimientos los recipientes de
mayor capacidad y las formas de tendencia esférica con o sin cuello presentan un acabado
más tosco –espatulados y alisados– y unas pastas menos cuidadas que los recipientes
carenados, pequeños cuencos, vasos geminados, copa con corto pie, … o los recipien-
tes decorados que destacan por la calidad de las pastas y el bruñido de las superfi cies,
repitiendo en las últimas excavaciones formas, técnicas y decoraciones ya conocidas en el
yacimiento por los trabajos de Soler, que remiten al Protocogotas y Cogotas I meseteños.
Entre los abundantes objetos de hueso destacan los punzones sobre tibias de ovicaprinos
(López Padilla, 2001), que se convierten en un elemento característico del Bronce T ardío,
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

y las puntas de fl echa (Hernández Pérez y López Padilla, 2001) y entre los de marfi l, los
mangos y un excepcional peine (Hernández Pérez, 2003), localizado en el interior de una
cubeta en el extremo de banco junto a varios carbones, uno de los cuales se dató hacia
1620/1430 cal. a.n.e. (Beta 195925:3250 ±40BP). Las actividades textiles están ates-
tiguadas en varias de las viviendas por fusayolas de cerámica y pesas de telar cilíndricas
con una perforación (López Mira, 2001), también características y exclusivas del Bronce
Tardío. El trabajo de metal alcanza, asimismo, un excepcional desarrollo, registrándose todo
el proceso metalúrgico con mazas de minero, yunques, vasijas-hornos, moldes, escorias y
varios centenares de objeto de cobre y bronce (Simón García, 1998), además de un buen
conjunto de piezas de oro que aportan nueva información a la cronología y signifi cado de
los tesoros de Villena.
En efecto, tradicionalmente el Tesorillo del Cabezo Redondo se fecha en el Bronce Tardío,
a partir de sus conos de oro relacionados con otro de la Cuesta del Negro, y en el Bronce
Final, el Tesoro de Villena por la presencia de hierro, al tiempo que el fragmento del brazalete
con púas del primero establecía relaciones no bien explicadas entre ambos depósitos. Las
recientes excavaciones han aportado nueva información sobre esta cuestión al confi rmar
la existencia en el propio poblado, tanto en niveles de hábitat como en tumbas, de varios
conos, por lo que la hipótesis de una ocultación en la ladera ajena a la propia ocupación
del poblado debe desecharse. También se han recuperado anillos formados por una del-
gada lámina o cinta de oro con los bordes doblados para darles apariencia de macizos y
una especie de tachuelas de sección cuadrada, similar a los de los alambres del T esoro
(Hernández Pérez, 2001), con la cabeza en forma de casquete esférico. Las relaciones
entre ambos tesoros y el yacimiento se ven corroboradas, además, por la presencia de
botellas cerámicas que, si bien sin cordones, recuerdan a las de oro y plata del T esoro
y, en especial, por ciertas decoraciones cerámicas, como los mamelones que cubre la
superficie externa del vaso –también presentes en La Peña de Sax, al igual que las botellas
cerámicas– y las guirnaldas que cuelgan de una banda de líneas paralelas al borde, todas
8. Vasijas de cerámica de Cabezo Redondo y
cuencos de oro del Tesoro de Villena. realizadas con la técnica de boquique, que recuerdan la sintaxis decorativa de algunos de
los cuencos aúreos, datados, como ya se ha señalado más arriba, el primer recipiente
entre 1610/1300 cal. a.n.e. y el segundo entre 1630/1440 cal. a.n.e.
El lingote de oro y el fragmento de pulsera del mismo metal del Tesorillo se han utilizado en
ocasiones como prueba de una orfebrería local, que por el momento resulta difícil de man-
tener, frente a quienes opinan sobre un origen foráneo (Armbruster y Perea, 1994; Almagro,
1974; Perea, 2001; Ruiz-Gálvez, 1995; Schüle, 1976; Soler, 1965 y 1969, entre otros).
El descubrimiento en las recientes excavaciones de cerámicas bien datadas con sintaxis
301

decorativas similares a las de las vasijas áureas podría reforzar las opiniones sobre un origen
local, aunque no se puede descartar que fueran imitaciones en cerámica o que también
tuvieran un origen foráneo. Los análisis de pastas, actualmente en curso, aportarán, sin
duda, una precisa información sobre esta cuestión, aunque se debe tener en cuenta que
en el vecino yacimiento de La Peña también se registran algunos fragmentos cerámicos
con la cara externa decorada con mamelones.
El Tesoro de Villena pertenece a una aristocracia hereditaria, a juzgar por los enterramientos
de niños en el interior del poblado, algunos de ellos con un rico ajuar , que habita en el
Cabezo Redondo y tiene el sufi ciente poder para adquirir mediante intercambios, recibir
como regalo o asegurar alianzas o pactos este excepcional conjunto de orfebrería de oro
y plata, formado por cuencos, botellas, brazaletes y adornos de tres mangos de espadas
o puñales según interpretación de los objetos menores, hasta ahora asociados a un cetro
(Lucas, 1998) . Esta aristocracia vive en el Cabezo Redondo, donde acumuló estos dos
excepcionales tesoros, uno de los cuales se recogió entre las tierras caídas del borde de
una cantera en la ladera occidental, mientras el otro se colocó con exquisito cuidado en el
interior de una vasija que se enterró en las arenas de la Rambla del Panadero, a unos 6 km
del yacimiento, donde permaneció oculta hasta su descubrimiento en diciembre de 1963. 9. Pomo o aplique de hierro con adornos de
oro del Tesoro de Villena.
La excepcionalidad de los dos conjuntos de orfebrería tiene su reflejo en el espectacular de-
sarrollo del poblado, que articula todo el Bronce Tardío de, al menos, las tierras alicantinas,
del altiplano Yecla-Jumilla y las limítrofes albaceteñas, aunque aquí no se ha constatado por
el momento una ocupación de este periodo. El Cabezo Redondo es un poblado abierto,
sin murallas, lo que denota estabilidad y ausencia de enfrentamientos, además de control
sobre el entorno, tanto de poblaciones como de recursos. El espectacular desarrollo del
Cabezo Redondo en el Bronce Tardío coincide con la reducción en el número del poblados
registrados en los momentos anteriores, algunos de los cuales se siguen ocupando al me-
nos en los momentos iniciales del Bronce T ardío en el Cabezo Redondo, cuyo desarrollo
debe explicarse en el marco de las transformaciones sociales de los momentos avanzados
del Argar o coincidiendo con su desintegración en un territorio de su periferia que dispone
de una excepcional posición estratégica –en el centro de un cruce de caminos entre la
Meseta, el Mediterráneo, el interior del Sureste y Alta Andalucía y la costa levantina–, y de
un entorno privilegiado con abundancia de agua, sal y pastos para el ganado.
Ya he señalado en anteriores ocasiones (Hernández Pérez, 1997 y 2005), como antes ha-
bía hecho M. Ruiz-Gálvez (1995), que, ante la ausencia de afloramientos mineros próximos,
las bases económicas que podrían explicar el desarrollo del Cabezo Redondo y la presen-
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

cia de estos dos tesoros, sería la gestión de la carne que procedente de la Meseta arriba a
la cubeta de Villena y se canaliza hacia el Mediterráneo a través del Vinalopó, mediante una
serie de poblados estratégicamente situados que aseguran la ruta hasta alcanzar el mar en
la Illeta dels Banyets de El Campello. Las conexiones Meseta-Villena-Mediterráneo estarían
corroboradas por la distribución de las cerámicas tipo Cogotas en Cuenca, V alencia y
Alicante (Abarquero, 2005; Barrachina Ibáñez, 1992; Delibes y Abarquero, 1997; Negrete
y Ulreich, 2004; Ulreich et alii: 1994), por donde transcurría una antigua cañada ganadera,
y por las indudables similitudes entre los tesoros de Villena y el conquense de Abía de la
Obispalía (Almagro Gorbea, 1974; Lucas, 1998 y 2004). Por otro lado, se ha insistido en la
estrechas relaciones entre Villena y la fachada atlántica peninsular, a partir de la denominada
orfebrería Villena-Estremoz (Armbruster y Perea, 1994) y que ahora podrían corroborar las
10. Brazalete de hierro del Tesoro de Villena. puntas de lanza con enmangue hueco, relacionando los brazaletes como una forma de
pago o tributos y la vajilla de oro y plata con formas comunitarias de comida y bebida (Ruiz
Gálvez, 1992 y 1995) o por el intercambio de sal por estaño y oro (Mederos, 1999). Por
otro lado, son evidentes las relaciones continentales y mediterráneas del propio T esoro,
al que ahora se puede añadir algunas de las formas cerámicas y las puntas de fl echa de
hueso (Hernández y López, 2001).
La presencia de hierro –brazalete abierto y esfera decorada con delgadas láminas de oro–
tradicionalmente situaba la cronología del Tesoro –o al menos su ocultación– en la Edad del
Hierro o a lo sumo en momentos avanzados del Bronce Final, proponiéndose a menudo
una datación del siglo VIII a.C., aunque ya en su momento J. Mª Soler elevó su cronología
hasta el cambio de milenio e incluso podría remontarse a los últimos siglos del II milenio a.C.
a juzgar por la distribución y cronología de los primeros objetos de hierro en varios puntos
del Mediterráneo central (Almagro, 1993; Ruiz-Gálvez, 1995). Ahora, tras los nuevos ha-
llazgos de orfebrería y cerámicas en el Cabezo Redondo y sus dataciones absolutas, es
posible relacionar ambos tesoros con el Bronce T ardío, aunque se fuera acumulando por
sus poseedores a lo largo de varias generaciones.
La abundante serie de dataciones absolutas disponible para el Cabezo Redondo ninguna
se sitúa por debajo del límite propuesto para el Bronce T ardío. Tampoco se han recogido
en este yacimiento las formas y decoraciones cerámicas ni la metalurgia tradicionalmente
asociadas al Bronce Final. El Vinalopó, que se ha convertido en el eje que articulaba todo el
desarrollo cultural de las tierras alicantinas durante el Bronce Tardío, cede su protagonismo
a otras comarcas durante el Bronce Final. Ahora le corresponde a la Sierra del Segura y
al Bajo Vinalopó (Arteaga y Serna, 1979-1980; González Prats, 2000 y 2002), mientras
languidece y se abandona la Illeta dels Banyets, se mantiene el T abayá, surge un nuevo
asentamiento –Caramoro II– en sus proximidades, ya en el Bajo Vinalopó (González Prats y
Ruiz Segura, 1992) y se suceden los hallazgos aislados en los alrededores de La Alcudia
de Elche o en las tierras bajas de Crevillente. Son nuevos tiempos de cambio para los
cuales el Argar ya se ha convertido en una sombra lejana.
303

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5
EN LOS CONFINES DEL ARGAR

Catálogo
de la exposición
307
1
Jarro Ibérico
Cerámica
Procedencia desconocida
Oenonochoe o jarro de boca trilobulada de cerámica ibérica pintada. Cuerpo pirforme y base anular. Decoración
del cuerpo consistente en dos motivos fitomorfos enfrentados (tallos espiraliformes con hojas reticuladas y fl ores
estilizadas) que nacen de dos grupos de stigilis o eses bajo el asa. Dos rosetas aparecen entre los extremos de
dichos motivos vegetales . El diámetro está recorrido por una banda enmarcada por fi letes paralelos. El cuello
también está recorrido por líneas más o menos paralelas en posición transversal.
Este tipo cerámico aparece en el siglo IV a. C. pero es frecuente en contextos denales fi del s. III a. C. en Sant Mi-
quel (Liria, Valencia) y La Serreta (Penàguila, Cocentaina, Alcoy) y en los tardíos del tolmo de Minateda (Albacete)
y l’Alcudia (Elche) (ss. II-I a. C.). La decoración se encuentra sobre todo en el estilo simbólico o “Elche Archena”.
Diámetro máx: 9,3 cm. Altura: 12,5 cm
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 3657
Abad y Abascal: 1991. Abascal: 1990.
MOD

2
Ara
Piedra calcárea
Procedencia desconocida
Pequeño altar (arula) de piedra calcárea de cuerpo paralelepípedo con inscripción en una de sus caras. Base
y remate moldurados. Los lados cortos del plano superior (focus) están prolongados en forma de pulvini. Prox-
sumis / Pollento / v(otum) · s(olvit) · l(ibens) · m(erito). A los parientes. Pollento cumplió con agrado su promesa.
Aunque en algunas publicaciones se atribuye la procedencia de la Alcudia de Elche, en realidad parece que es
originaria de Narbona y hallada en 1815 o 1816 (CIL XII, 3122) momento a partir del cual entraría en el mercado
de antigüedades. Fue regalada por la hija del marqués de Lendínez (antes había pertenecido a la colección
del marqués del Bosch) a los PP . Jesuitas para que formara parte del museo que estaban constituyendo en
Orihuela. s. II d. C.
Altura: 15,5 cm. Ancho: 10,5 cm. Grosor: 8 cm
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 3660
Abad y Abascal: 1991. Abascal: 1990.
MOD

3
Denario republicano de plata (tipo RRC 273.1)
Metal
Procedencia desconocida
Acuñado en Roma el año 124 a.C. bajo la responsabilidad del magistrado monetal Q. Fabio Labeo. El tipo del
anverso es el característico de los denarios romanos de este momento, la cabeza de Roma galeada (con casco
alado) a derecha. Detrás suyo tiene la leyenda ROMA y delante la leyenda LABEO y la marca de valor X. En el
reverso se representa a Júpiter avanzando hacia la derecha sobre una cuádriga, sosteniendo cetro y riendas
con su mano izquierda y haz de rayos con la derecha. Bajo las patas de los caballos hay un rostrum (parte de
las naves de guerra romanas usada para embestir y hundir otras embarcaciones). Debajo del tipo, en el exergo,
se observa la leyenda Q FABI.
Módulo: 20 mms. P.C.: 12. Espesor: 3,91 grs
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. 7360
Doménech: 2003. Mateu y Llopis: 1951. Furgús: 1951.
JRS
309

4
Dinar de oro de las taifas almorávides (tipo Vives 1945)
Metal
Hallada el año 1905 en Busot (Alicante) al construir el hotel Miramar.
Acuñado en Murcia en el año 551 H./1156-7 d.C. por Muhammad ibn Sa`d ibn Mar danis (542-567
H./1147-1171 d.C.) citado por las fuentes cristianas como el eyr Lobo. El tipo de esta moneda, como
es característico de la moneda islámica, es epigráfi co. Las leyendas son r eligiosas, pero en este
caso introducen también el nombre de varias autoridades así como el lugar y fecha de emisión. En
el anverso se cita al emir Abu Abd Allah, Muhammad ibn Sa`d, y en el everso
r al imam Abu Abd Allah
Muhammad al-Muqtafi li amr Allah, Príncipe de los creyentes, al-`Abbasí. También se menciona que
este dinar fue acuñado en Murcia el año 551 de la Hégira.
Módulo: 25,5 mms. P.C.: 12. Espesor: 2,92 grs
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. 7360
Doménech: 2003. Mateu y Llopis: 1951. Furgús: 1951.
JRS

5
Hacha
Metal
San Antón (Orihuela, Alicante)
Hacha plana de sección rectangular, con escasa diferencia entre el talón y el filo, circunstancia que le
da un aspecto muy compacto a diferencia de otros ejemplares del yacimiento que han desarrollado
un diformismo que permite el ahorro de metal. El talón presenta un martillado que ha provocado una
grieta en la masa metálica y el fi lo una r otura en uno de los extr emos. Posee señales de pulido y
abrasión en el filo y no conserva restos del cono de vertido.
Ancho: 5 cm. Largo: 8,9 cm. Espesor: 0,6 cm. Peso: 107 gr
Museu d’Arqueologia de Catalunya. 25686
Furgús: 1937.
JLSG

6
Cuchillo
Metal
San Antón (Orihuela, Alicante)
Cuchillo de r emaches de hoja alar gada, sección ovalada y base r edondeada, con los fi los de la
hoja en paralelo en el extr emo distal y algo oblicuos en el enmangue como consecuencia de su
ensanchamiento. Conserva cinco r emaches, pero debió de contar con seis, habiéndose per dido
uno como consecuencia de la rotura de un extremo de la base. Los remaches presentan una cabeza
redondeada por ambas caras y no se aprecian señales de enmangamiento. Su punta redondeada y
el grosor de su hoja le dan un aspecto muy compacto y sólido, pese a su escasa longitud.
Ancho: 4,2 cm. Largo: 12,9 cm. Espesor: 0,4 cm. Peso: 39 gr
Museu d’Arqueologia de Catalunya. 25690
Furgús: 1937.
JLSG
7
Alabarda
Metal
San Antón (Orihuela, Alicante)
Alabarda de base pequeña, con uno de los extremos fracturado, hoja de ejes muy paralelos y nervio
en ambas caras. Presenta XXX remaches en línea desección circular, una señal de enmangamiento
justo por debajo de los r emaches y una tipología pr opia de las alabar das argáricas del SE. Su I.C.
es de 1’05, su I.P. 0’58, F.B. 1.
Longitud: 20 cm. Anchura de placa de enmangue:6.9 cm. Espesor: 0.5 cm. Peso: 111.3 gr
Museu d’Arqueologia de Catalunya. 25670
Furgús, 1937.
JLSG

8
Punta de flecha
Asta de ciervo
Laderas del Castillo (Callosa del Segura, Alicante)
Punta de flecha de hoja plana con filos laterales en doble bisel y cuatro aletas en ángulo agudo con
respecto al pedúnculo, que es de sección r ectangular. Está elaborada a partir de una lámina r ecor-
tada de pared externa de asta de ciervo, mostrando trazas del tejido esponjoso interior en su cara
inferior. Presenta una fractura longitudinal restaurada. Conserva muy visibles señales de abrasión en
la cara superior, resultado del proceso de manufactura.
Ancho: 2 cm. Largo: 6,4 cm. Espesor: 0,4 cm
Museu d’Arqueología de Catalunya. 25601
Colominas Roca: 1932. Hernández y López: 2001.
JALP

9
Vasija carenada
Cerámica
Los Cipreses (Lorca, Murcia). Enterramiento 9.
Pequeña vasija carenada, con el borde exvasado, labio redondeado, superficie marrón al interior y
negro al exterior con abundantes concr eciones calcáreas y de óxido de hierr o, pasta bícroma ma-
rrón y gris con desgrasante fino. El exterior y el tercio superior del interior de la pieza están bruñidos.
No conserva una zona del centro de la base y un fragmento del borde. Esta pieza formaba parte del
ajuar exterior del enterramiento 9, efectuado en cista y perteneciente a una mujer que había fallecido
con más de cincuenta años. El vasito fue depositado dentr o de un cubículo construido adosado al
lateral oriental de la cista, apr ovechando la laja este de esta tumba, junto con otra vasija de mayor
tamaño (número de inventario 2723), en cuya carena se apoyaba. La tumba fue hallada en las exca-
vaciones arqueológicas de 1993 y los materiales asociados a la misma ingr esaron en la colección
estable del Museo Arqueológico Municipal de Lorca con el número de registro MUAL/DA/1992/24.
Diámetro de boca: 4,2 cm. Diámetro de carena: 6,5 cm. Altura: 7,7 cm
Museo Arqueológico de Lorca. 2197
Martínez, Ponce y Ayala: 1996. Martínez , Ponce y Ayala: 1999.
AMR y JPG
311
10
Vasija carenada
Cerámica
Los Cipreses (Lorca, Murcia). Enterramiento 9.
Vasija carenada, con el borde exvasado, labio recto, superfi cie interior y exterior negra con zonas marrón oscuro
que presenta concreciones calcáreas y de óxido de hierro, pasta bícroma gris y marrón oscura con desgrasante
fino y medio. Al exterior muestra un acabado bruñido, que al interior se ciñe sólo al tercio superior . Carena media
y fondo convexo erosionado al exterior . La vasija, asociada al ajuar exterior del enterramiento 9, fue colocada
perfectamente encajada con piedras, a modo de cuñas, que permitían mantener su posición vertical, tapando su
boca con una laja de pizarra. Este tipo de ajuar exterior formado por la asociación de una vasija grande con otra de
pequeño formato, y la peculiar ubicación de parte del ajuar al exterior de la sepultura, también se ha constatado en
las tumbas 2, 3 y 6 de Los Cipreses (Martínez et alii, 1999).
Diámetro de boca: 24,5 cm. Diámetro de carena: 33 cm. Altura: 33 cm
Museo Arqueológico de Lorca. 2723
Martínez, Ponce y Ayala: 1996. Martínez , Ponce y Ayala: 1999.
AMR y JPG

11
Vaso de carena baja
Cerámica
Los Cipreses (Lorca, Murcia). Enterramiento 9.
Vaso que presenta borde exvasado, labio redondeado, pared ligeramente cóncava y carena muy baja situada
sobre un fondo aplanado. La pasta es gris oscuro con desgrasante fino. La superficie exterior está bruñida y deco-
rada con cuatro hojas apuntadas conseguidas a partir de líneas paralelas realizadas con una espátula en sentido
perpendicular al borde. Esta pieza formaba parte del ajuar interior del enterramiento 9, junto con una espiral de
plata, un puñal de cobre de tres remaches que conser vaba restos de tejido y madera del enmangue, un punzón
de cobre de sección cuadrada y su funda de hueso trabajado.
La decoración de esta cerámica es signifi cativa por su escasez en los contextos argáricos. En Lorca también se
ha documentado en el interior de un cuenco del enterramiento 14 de Madres Mercedarias (Lorca) (Martínez et alii,
1996: 65-67), en una copa de Zapata (Siret, 1890: 129-130 y 179) y en un vaso carenado de Los Derramadores
(Martínez et alii, 1996: 19, Fig. 2). Otras vasijas que presentan decoración semejante las documentaron los herma-
nos Siret en los yacimientos de Ifre (Mazarrón) y en El Argar (Almería) (Siret, 1890: 117, 121, lám. XX).
Diámetro de boca: 10,3 cm. Diámetro de carena: 10,5 cm. Altura: 8,4 cm
Museo Arqueológico de Lorca. 2723
Martínez, Ponce y Ayala: 1996. Martínez, Ponce y Ayala: 1999.
AMR y JPG

12
Vaso trípode
Cerámica
Castillo de Lorca (Murcia)
Vaso trípode de perfil semiovoide, con el borde reentrante, labio recto, superficie de color marrón oscura con zonas
ennegrecidas y con desgrasantes de fi nos a muy gruesos. Al exterior e interior la cerámica muestra la superfi cie
alisada. Tiene dos pequeños mamelones afrontados cerca del borde donde el vaso presenta su diámetro máxi-
mo. Conserva la mayor parte del cuerpo y uno de los robustos pies cur vados de sección cuadrada, así como la
zona donde nacen los otros dos pies. Esta forma está presente en el registro argárico de El Oficio (Pulpí, Almería),
Fuente Álamo (Cuevas de Almanzora, Almería) (Schubart et alii, 2000, 102-103), Monteagudo (Murcia) (Almagro
et alii, 2004, 127) y en sepulturas de El Argar (Antas, Almería) (Schubart y Ulreich, 1991). Proviene de la colección
Murviedro e ingresó con la actual restauración en los fondos del Museo Arqueológico Municipal de Lorca con el
número de registro MUAL/OD/1985/4.
Diámetro de boca: 16,4 cm. Diámetro de carena: 23,8 cm. Altura: 19,2 cm
Museo Arqueológico de Lorca. 1334
AA.VV.: 2001Almagro-Gorbea, Casado, Fontes, Mederos y Torres: 2004. Martínez Rodríguez: 1990. Schubart
y Ulreich: 1991. Schubart, Pingel y Arteaga: 2000.
AMR y JPG
13
Espada de seis remaches
Metal
Cabeza Gorda (Totana, Murcia)
Morfológicamente destacaremos la diferenciación entre la placa de enmangue, de morfología curva,
mediante una entalladura en la zona de unión, con la hoja triangular . El engar ce con el mango se
ejecutó mediante seis r emaches, aunque se ha per dido uno de ellos, manteniéndose r estos de la
perforación donde quedaba ubicado. La espada posee un por centaje de estaño de 0,930 % y de
cobre de 83,481 % (similar al obtenido en la espada del Rincón de Almendricos –Lor ca-), y 0,621
de plomo.
Longitud: 60,4 cm. Ancho: 5,5 cm
Museo Arqueológico de Murcia. 0/37-0/37/3
Ayala: 1993.
LEMF y FGA

14
Alabarda
Metal
Laderas del Castillo (Callosa del Segura, Alicante)
Alabarda que pertenece al tipo Argar. Tiene señales de enmangamiento en ambas caras con r estos de
madera. Conserva siete remaches con secciones cuadrangulares y circulares.
La tipometría según V. Lull es de I.C. 1.01, un I.P. 0.57, la F.B.2, N.R. 7.
Largo: 18.8 cm. Ancho: 10.9 cm. Grosor: 1 cm. Peso: 235.7 gr
Museo Arqueológico Municipal de Callosa del Segura. SVI/172
Simón García: 1998.
JLSG

15
Vaso lenticular
Cerámica
Cabeza Gorda (Totana, Murcia)
Se trata de uno de los más característicos ejemplar es de vasija de forma cerrada con cuerpo lenti-
cular, de la Edad del Bronce. Su base convexa y cuello exvasado recto, le proporciona ese perfil de
acusada carena media alta, donde se da el mayor diámetro del vaso. Pieza de alta calidad técnica,
muestra una pasta con textura escamosa y desgrasante mineral fi no y medio, ejecutado mediante
cocción reductora.
Ello le proporciona unas superficies de color exterior marrón con alguna mancha negra, y negruzco
al interior, y un bien cuidado acabado espatulado bruñido al exterior y , al interior, regularizado ali-
sado.
Diámetro boca: 9,3 cm. Diámetro máximo carena: 30 cm. Altura: 19,6 cm
Museo Arqueológico de Murcia. 0/206
LEMF y FGA
313
16
Copa de pie alto
Cerámica
Cabezo Negro (Ugéjar, Lorca).
Uno de los recipientes más singulares y característico del mundo argárico surestino, son las copas
de gran tamaño, formadas por un cuerpo de morfología convexa abierta, con el bor de entrante y
labio apuntado y un pie de base discoidal, labio apuntado y sección acampanada. Especialmente
destacado, en su acabado estructural es el hecho de no pr esentar irregularidades en la zona de
unión pie y el cuerpo.
Ejecutado en cocción oxidante, con una pasta tamizada, con desgrasante mineral fi no y medio,
que le pr oporciona un característico color superfi cial, exterior e interior , marrón clar o con algunas
manchas negras.
La calidad del trabajo alfar ero se completa con el acabado espatulado exterior , en distintas dir ec-
ciones, cuyas marcas sugieren un trabajo posterior a su cocción. De cr onología antigua, este tipo
es considerado uno de los principales exponentes del ajuar cerámico “de pr estigio” en el mundo
argárico.
Diámetro boca: 20,3 cm. Altura: 26,7 cm
Museo Arqueológico de Murcia. 0/206
MAM

17
Vasija carenada con decoración
Cerámica
Lloma de Betxí (Paterna, Valencia), 1993, A-30, capa 3.
Vaso carenado, decorado, de pr ofundidad media. De bor de recto, carena baja, cuerpo inferior en
forma de escudilla y superior de forma troncocónica, Grupo VIII.2; base con ónfalo, Grupo XX.2.d (de
Pedro, 1998). Presenta decoración incisa de cuatr o líneas paralelas en zig-zag en la parte superior
de la carena, impresiones de punzón en el cuello y pequeñas incisiones también formando zig-zag
en la misma línea de carena. El repertorio de decoraciones presente en la Lloma de Betxí está repre-
sentado en numerosos yacimientos de la Edad del Bronce, apuntando hacia momentos avanzados
del Bronce Pleno o inicios del Bronce Tardío, conformando una fase reciente del Bronce Valenciano
no vinculada a Cogotas.
Altura: 7,70 cm. Diámetro de boca: 9,10 cm. Diámetro de carena: 11,60 cm
Museu de Prehistòria de València. 7631
De Pedro Michó: 1998. Martí y de Pedro: 1997.
MJPM

18
Quesera
Cerámica
Lloma de Betxí (Paterna, Valencia), 1994, b-25, capa 4.
Quesera con el bor de superior r ecto, base abierta y par edes acampanadas. Corr esponde al Tipo
C de Enguix; Grupo XVII (de Pedro, 1998). El término queseras incluye aquellos r ecipientes tronco-
cónicos abiertos por los dos extremos y con la superfi cie perforada. Utilizados en la fabricación de
queso y requesón, para separar el suero de la leche, o como tapaderas asociadas a otros recipientes
destinados a hervir la leche. Y para otras funciones, como fi ltros de agua o de líquidos, para cocer,
ahumar, tamizar…
Son, por lo general, de pequeño tamaño y pr esentan ligeras variaciones en sus perfi les, desde for-
mas troncocónicas a acampanadas. El borde superior siempre es menor y con tendencia a cerrarse,
mientras que el borde inferior es de mayor diámetro y puede ser cerrado o abierto. Las perforaciones
pueden ser circulares o cuadradas.
Altura: 8,10 cm. Diámetro de boca: 3,30 cm. Diámetro de base: 12,40 cm
Museu de Prehistòria de València. 7622
De Pedro Michó: 1998. Enguix Alemany: 1981.
LEMF y FGA
19
Vasija carenada
Cerámica
Caramoro I (Elche, Alicante)
Vasija cerámica car enada de tipología ar gárica adscrita al conjunto de materiales del yacimiento
(Ramos, 1988, l. 6 y fi g. 6). Es de pasta marrón con esfumaturas negruzcas, modelada a mano, de
superficie espatulada y bruñida. de 5,7 cm de altura, 7,5 cm de anchura máxima y 6,8 cm de diá-
metro de boca.
Fue localizada en el nivel 2 del mur o-testigo de la estancia B del r ecinto fortificado que contiene el
yacimiento (Ramos, 1988, fig. 3).
Diámetro boca: 6,8 cm. Anchura Máxima: 7,5 cm. Altura: 5,7cm
MAHE, Museo Arqueológico e Historia de Elche. CMI-MAHE-15
Ramos Fernández: 1988; 1993e; 1995f.
RRF

20
Botones de perforación en “V”
Marfil
Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante)
Conjunto de botones de marfi l de elefante y de otras especies localizado en la tumba III de la Illeta
dels Banyets. Pr esentan diferente morfología, desde piezas de formas claramente cónicas hasta
otras con forma piramidal, las cuales constituyen la mayoría del conjunto. De éstos últimos, sólo
unos pocos tienen bases cuadrangular es defi nidas, ofr eciendo la mayor parte bases ovales. La
presencia de esmaltes y de r estos de la cavidad pulpar en algunos de los botones indica que para
su elaboración se empleó marfil de colmillo de jabalí. En otros casos, en cambio, es evidente el uso
de marfil de elefante. Las piezas presentan una anchura media en torno a 1 cm, una longitud de 1,6
cm y una altura de 1 cm.
MARQ, Museo Arqueológico Provincial de Alicante. CS 8468
Simón García:1997. López Padilla: 2006.
JALP

21
Crisol
Cerámica
Peña de Sax (Sax, Alicante)
Crisol de forma semiesférica de boca ovalada, de labio curvo, bor de recto y base convexa. La super-
ficie exterior e interior están espatuladas, pr esentando la exterior improntas de ramajes y la interior
cubierta de restos de metal.
Longitud: 13,5 cm. Ancho: 12 cm. Grosor: 5,8 cm
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 1498
Simón García: 1998.
JLSG
315
22
Molde de fundición
Piedra arenisca
Cabezo Redondo (Villena, Alicante)
Molde de fundición, fracturado en dos partes, realizado en piedra arenisca para la elaboración de hachas,
agujas, cinceles, punzones y puntas de flecha. En la cara superior presenta dos matrices, una para realizar
hachas planas, de 11’6 cm de longitud, 5’9 cm de anchura máxima, 2’8 cm de anchura en el talón y 0’4 cm
de grosor. Junto a esa matriz se aprecia otra para efectuar agujas con cabeza engrosada. Posee un parte
longitudinal de 7’1 cm de largo, 0’4 cm de ancho y 0’2 cm de profundidad. En la cara opuesta se aprecian
siete matrices, seis de las cuales son longitudinales que parten de uno de los lados menores. Se encuen-
tran erosionadas en todos los casos y van desde el borde del molde hasta un punto en el cual la matriz
termina de forma biselada. En la misma cara pero partiendo del lado opuesto se aprecia una matriz de una
punta de flecha de pedúnculo y hoja triangular, de 4’8 cm de largo, 0’3 cm de ancho en el pedúnculo, 0’7
cm de ancho máximo en la hoja y 0’3 cm de profundidad en el pedúnculo y 0’7 cm en la hoja.
Longitud: 13 cm. Ancho: 8,1 cm. Grosor: 2,9 cm
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena. 35005
JLSG y MSHP

23
Molde de fundición
Piedra arenisca
Ladera del Castillo (Callosa de Segura, Alicante).
Fragmento de arenisca de molde de fundición bivalvo para alabarda, conservándose la parte perteneciente
a la punta del objeto a fundir . En el centro del molde se aprecia la matriz de la hoja de la alabarda, con un
rebaje central para configurar el nervio central. En el extremo del fragmento de molde se aprecia la ranura por
donde pasaría la cuerda que uniría las dos piezas del molde. La matriz conser va un cambio de coloración
como consecuencia del impacto térmico. En la actualidad la pieza está muy erosionada, seguramente por
haber estado a la intemperie. Se desconoce las condiciones del hallazgo, tan solo su concreta adscripción
al yacimiento.
Longitud: 9,8 cm. Ancho: 11,7 cm. Grosor: 6 cm
Museo Arqueológico Municipal de Callosa del Segura. FMC/183
Simón García: 1998.
JLSG

24
Brazalete de arquero
Pizarra
Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante)
Brazalete de arquero en pizarra con forma hiperbólica. Sección semiovalada. Presenta cinco perforaciones
bitroncocónicas en cada lado. Asociado a una de las tumbas localizadas en el transcurso de la voladura del
yacimiento en 1943, F. Figueras Pacheco lo denomina “labrys”. Enrique Llobregat lo publica como “Brazalete
de Arquero”. Los paralelos de la pieza se encuentran en el Sureste, el material no es local sino alóctono,
característico del SE y de origen meridional.
Longitud: 16,3 cm. Ancho: 3,2 cm. Grosor: 0,7 cm
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 1482
Figueras Pacheco: 1950. Llobregat Conesa: 1976. Simón García: 1997.
LAP
25
Puñal
Metal
San Antón (Orihuela, Alicante)
Puñal de remaches de hoja triangular, sección ovalada y base redondeada. Presenta dos remaches
en línea en sección circular, carece de señal de enmangamiento y la hoja está fracturada en la punta.
Longitud: 13,1 cm. Ancho: 3,7 cm. Peso: 49 gr
MARQ. Museo Arqueológico de Alicante. CS 1545
Simón García: 1998.
JLSG

26
Sierra
Metal
Laderas del Castillo (Callosa del Segura, Alicante)
Fragmento de sierra de bronce, realizada en una lámina de tendencia rectangular, ya que la base, o
al menos la zona de enmangue, es algo más ancha que la punta, la cual se conserva y pr esenta un
extremo algo redondeada. La sección es similar a las de los cuchillos y puñales, ya que se estrecha
en la parte activa, donde los dientes poseen una inclinación de 30 º. Puede que tuviera una mayor
longitud, partiéndose, pues no se conservan las huellas del enmangue, que debió de ser por presión.
Longitud: 6,6 cm. Ancho: 1,1 cm. Grosor: 0,3 cm
MARQ. Museo Arqueológico de Alicante. CS 1514
Simón García: 1998.
JLSG

27
Lingote
Metal
Terlinques (Villena)
Conglomerado de bolitas de cobre de forma esférica, procedente de la fundición de mineral
o chatarra en un crisol de forma esférica.
Longitud: 4,4 cm. Ancho: 3,8 cm. Grosor: 2 cm
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena. 33001
JLSG
317

28
Mortero
Microconglomerado
Cabezo Pardo (San Isidro, Alicante)
Soporte lítico de forma ovalada, aunque recortado en uno de sus lados. Sección plano-convexa. La cara
activa o anverso es plana con un acabado superfi cial totalmente pulido, presentando una pequeña depre-
sión de forma circular y sección plano-convexa a modo de cazoleta en su zona central. En la misma se
observan desconchados y pulidos generados como consecuencia de acciones de percusión directa con
el objeto de triturar o machacar sustancias blandas. El reverso o cara no activa está pulido, presentando un
acabado piqueteado. Las características de la pieza y la fractura lateral recortada, muestra que en origen fue
una moledera posteriormente reutilizada como mortero
Largo: 15.5 cm. Ancho: 15 cm. Grosor: 4.5 cm
MARQ. Museo Arqueológico de Alicante. CS 13495
FJJM

29
Mano de mortero
Caliza
Cabezo Pardo (San Isidro, Alicante)
Soporte lítico de forma ovalada alargada y sección de tendencia ovoide. Presenta los extremos desconcha-
dos, algunos naturales, y de visu no parece que se hayan producido por la acciones de percusión directa.
Se observan pulidos y desgastes en el resto de su superficie. Podría tratarse de una mano de mortero.
Largo: 19,5 cm. Grosor: 7,9 cm
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante . CS 13496
FJJM

30
Pesa de telar circular con una perforación central
Barro
Cabezo Redondo (Villena, Alicante)
Pesa de telar circular con una perforación central, de sección rectangular con lados pequeños redondeados
–Subtipo IA(1)-. Realizada en barro cocido –cocción oxidante–, con desgrasante pequeño.
La perforación se encuentra en el eje central de la pieza, es simétrica y sus dimensiones son: cara superior
7 mm e inferior 6 mm. Presenta desgaste simple en las dos caras y en el contorno, siendo coincidente en
su dirección.
Diámetro máx.: 8,2 cm. Grosor: 5,5 cm. Peso: 400 gr
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 2728
López Mira: 1990. Soler García: 1987.
JALM
31
Puñal con tejido
Metal
Ladera de San Antón (Callosa del Segura, Alicante)
Puñal metálico de bronce con dos remaches, cuya superficie se encuentra envuelta por tres capas
de tejido, posiblemente de lino, con trama 1/1 o entr ecruzado simple. Los hilos pr esentan torsión
en S.
El tejido se ha conservado por estar impr egnado de sales cúpricas, las cuales han permitido su
conservación
Longitud máx: 2,8 cm . Ancho: 3,6 cm. Grosor del hilo: 0,5 mm
MARQ. Museo Arqueológico de Alicante. CS 8976
Furgús: 1905; 1937. López Mira: 1990; 2004 . Soriano Sánchez: 1984.
JALM

32
Sierra
Hueso
San Antón (Orihuela, Alicante)
Costilla de bóvido pr ovista de una fi la de dientes en la parte caudal. Pr esenta lustre de uso cla-
ramente apreciable en el eje dentado, donde también es visible un acusado desgaste de la parte
superior de los dientes. Aunque se los ha supuesto vinculados con el car dado y tratamiento de fibras
textiles, posiblemente se trate de un instrumento relacionado con la limpieza y procesado de pieles.
La pieza pertenece a la colección cedida por los her ederos de T. Brotóns al Museo Ar queológico
de Murcia
Ancho: 2,94 cm. Largo: 11,7 cm. Espesor: 0,4 cm
Museo Arqueológico de Murcia. 0/441 – 1780
Nieto Gallo: 1959.
JALP

33
Punta de flecha
Hueso
Cabezo Redondo (Villena, Alicante)
Punta de fl echa de hueso elaborada en un soporte óseo no identifi cado, procedente del Departa-
mento XXI de Cabezo Redondo. Presenta tres aletas agudas con arista en la hoja, un tope dentado
-también con tres pequeñas aletas agudas con arista- y un pedúnculo hueco para su engar ce con
el astil. Conserva múltiples señales de raspado en todas sus superficies, siendo especialmente sig-
nificativas las que se observan en el seno de las caras del cuerpo superior , en el que se r ealizó un
rebaje probablemente para mejorar su poder de penetración. Presenta una ligera fractura en una de
las aletas. Se trata de un tipo de punta que par ece proliferar en contextos avanzados del II milenio
ANE en el Levante peninsular, y que recuerda enormemente a prototipos noritálicos y especialmente
a los de las terramare del Valle del Po
Ancho: 0,94 cm. Largo: 5,57 cm. Espesor: 0,82 cm
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena. 35015
Hernández y López: 2001.
JALP
319

34
Urna con perfil en “S”
Cerámica
Laderas del Castillo (Callosa del Segura, Alicante)
Vasija de cuerpo mixto. El cuenco inferior es un cuenco parabólico con bor de entrante. El cuerpo
superior es un cuello alto ligeramente exvasado que completa el perfi l de la pieza en una F4. La
forma de cuenco parabólico es característica de un período argárico tardío, lo que nos hace pensar
que esta pieza también lo sea. Presenta quince mamelones repartidos entre el borde, cuello, bajo el
diámetro máximo y en la base de la pieza. Presenta como acabado un bruñido en la cara externa de
la pieza, mientras que la superficie interna tiene, como único tratamiento, marcas de alisado. Es una
pieza de cerámica a mano. Su coloración es homogénea, su tonalidad oscura responde a una coc-
ción reductora. Colominas (1936:37) la defi ne como urna de enterramiento, aunque no se conocen
ejemplares argáricos similares a este.
Altura: 54,5 cm. Diámetro de boca: 38,5 cm. Diámetro máx: 53 cm
Museo d’Arqueologia de Catalunya. 25636
Colominas: 1936.
LAM

35
Vasija carenada
Cerámica
Laderas del Castillo (Callosa del Segura, Alicante)
Vasija carenada de borde engrosado y ligeramente exvasado, cuello troncocónico y base cóncava.
Presenta cinco mamelones situados bajo el bor de de la pieza. El acabado se caracteriza por el
bruñido de ambas superfi cies. Se trata de una vasija hecha a mano, de coloración homogénea y
cocción oxidante. Esta pieza fue utilizada como ur na de enterramiento (Colominas 1936:37). Este
tipo de formas cerámicas se documenta también como ur nas de almacenamiento en contextos
habitacionales argáricos.
Altura: 61 cm. Diámetro de boca: 38,8 cm. Diámetro de carena: 53,5 cm
Museo d’Arqueologia de Catalunya. 25635
Colominas: 1936.
LAM
36
Vasija carenada con pie bajo
Cerámica
San Antón (Orihuela , Alicante)
Vasija carenada con pie bajo. Tiene el borde exvasado, cuerpo carenado y base cóncava a la que se
le adhiere un pie bajo. Se trata de una pieza hecha a mano. El tratamiento observado en la superfi cie
de la pieza es un bruñido de buena calidad presente en ambas caras. La coloración no es homogé-
nea sino que oscila entre tonalidades grisáceas y rojizas, lo que responde a una cocción reductora y
oxidante. No es común en la vajilla argárica la presencia de un pie bajo. Este tipo de pie se ha podido
observar en contadas ocasiones en yacimientos como en La Bastida, en la tumba 2 (Schubart y
Ulreich 1991:taf.122, Cuadernos de Pedro Flores), en la tumba 58 de Fuente Álamo (Schuhmacher y
Schubart 2003:taf. 59.28), en Fuente Vermeja (Schubart y Ulreich 1991:taf.119) y en El Argar, en las
sepulturas 177 (Schubart y Ulreich 1991:taf.15) y 634 (Schubart y Ulreich 1991:taf.42).
Altura: 10,4 cm. Diámetro de boca: 11 cm. Diámetro de carena: 12,8 cm
Museo d’ Arqueologia de Catalunya. 25727
Furgús: 1902.
LAM.

37
Vaso lenticular
Cerámica
San Antón (Orihuela , Alicante)
Vaso cerámico argárico de buena calidad técnica. Pasta cerámica con desgrasante fino. Superficies
que van del color negro y gris al pardo rojizo, la externa presenta un espatulado que le confi ere un
aspecto brillante a pesar de que la pieza en algunas zonas está erosionada. Corresponde a la forma
6 de Siret, con la carena situada a los dos tercios del fondo de la vasija, ésta es algo irr
egular tanto en
su perfil como en boca y car ena. Es una forma escasa, que apar ece fundamentalmente en ajuares
funerarios (Lull, 1983 pp.09-113) como es también el caso del ejemplar que nos ocupa, hallado en
una cista (Furgús, J. 1937, pág. 57). Encontramos paralelos de esta forma, entre otros yacimientos,
en El Argar, Fuente Alamo, Cabezo del Castillo (Monteagudo), Cabezo Gor do (Totana) El Rincón de
Almendricos (Lorca) y Cabezo Redondo.
Altura: 17 cm. Diámetro de boca: 9.8-11 cm. Diámetro de carena: 33.5-34 cm
Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela.. B – 181
Furgús: 1937. Lull: 1983. Soriano Sánchez: 1984.
EDA y MCSM
321

38
Vasija carenada
Cerámica
San Antón (Orihuela , Alicante)/ Laderas del Castillo (Callosa del Segura, Alicante)
Vaso cerámico argárico de gran calidad técnica y formal. Pasta cerámica de color negro a gris oscuro
ligeramente gris amarillento o anaranjado en pequeñas zonas, con fi no desgrasante micáceo. Superfi cies
bruñidas que confieren a la pieza un aspecto brillante casi metálico. Altura 20,5 cm; diámetro de boca 12,7
a 13 cm y diámetro de carena 17,4 a 17,7 cm. Corresponde a la forma 5 de Siret, presenta una marcada
carena, situada justo en el tercio inferior de la pieza, base parabólica y cuerpo de tendencia cilíndrica con
boca exvasada. Según Vicente Lull, estos vasos de la forma 5, con las características tipológicas descritas,
y tamaño pequeño o mediano, estadísticamente son más frecuentes en los ajuares funerarios, frente a los
vasos de carena media, base semiesférica y boca más abierta de los poblados (Lull, V., 1983 pág. 108).
Altura: 20,5 cm. Diámetro de boca: 12,7-13 cm. Diámetro de carena: 17,4-17,7 cm
Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela. B – 178
Soriano Sánchez: 1984.
EDA y MCSM

39
Vasija carenada
Cerámica
Laderas del Castillo (Callosa del Segura, Alicante)
Vasija de cerámica perteneciente a la forma 5 de Siret, de borde exvasado y cuello hiperbólico. Presenta una
carena marcada en el tercio inferior. Cocción predominantemente oxidante al exterior y reductora al interior.
La superficie externa presenta un ligero bruñido. Se trata de una donación de Manuel Faura Varó.
Altura: 30 cm. Ancho: 32 cm
Museo Arqueológico Municipal “Antonio Ballester Ruiz” de Callosa de Segura
nº SVI 00000105 / nº ID LCC/105
MMA

40
Vasija carenada
Cerámica
Tabayá (Aspe, Alicante)
Vaso pequeño con la línea de la carena a media altura, la parte superior es hiperbólica y la inferior semies-
férica. La pasta de la pieza es de buena calidad. Presenta una cocción oxídante. Localizada en un enterra-
miento en cista de un individuo adulto. Se encontró al lado izquierdo del cráneo a la altura de la mandíbula
Altura: 5,8 cm. Diámetro de boca: 7,9 cm. Diámetro de carena: 7,9 cm
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 3997
Hernández Pérez: 1990.
MSHP
41
Alabarda
Metal
Tabayá (Aspe, Alicante)
A labarda localizada en uno de los enterramientos en cista de un individuo adulto. Se encontró sobre el
hombro derecho con la punta orientada hacia el pecho. Está fragmentada por un extremo de la plaqueta
del enmangue. La hoja es de ejes asimétricos con una marcada nervadura central desplazada a la derecha.
Conserva restos de la madera del enmangue, estudiada por E. Badal (1990), y los seis remaches, uno de
ellos de sección circular y los demás de sección cuadrada.
Altura: 17 cm. Ancho: 12,3 cm
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 3996
Hernández Pérez: 1990.
MSHP

42
Puñal
Metal
Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante)
Puñal de remaches de hoja triangular, sección ovalada y base en arco con tres remaches en línea inclinada.
No se observa ninguna señal de enmangamiento en ninguna de sus caras. Se localizó en el cuello de uno
de los individuos enterrados en la tumba IV en posición decúbito lateral izquierdo.
Longitud: 5,8 cm. Ancho: 3,8 cm. Grosor: 0,5 cm. Peso: 7 gr
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 1470
López, Belmonte y De Miguel: 2006. Simón García: 1998.
LAP

43
Vasija carenada
Cerámica
Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante)
Vaso carenado de labio curvo, borde exvasado y cuello bitrococónico con carena a media altura. T ratamien-
to al exterior bruñido y espatulado al interior. Pasta de buena calidad con desgrasantes de pequeño y me-
diano tamaño. La pieza se encontró entre los dos individuos inhumados en la umbaT IV, a la altura del pecho.
Altura: 10,5 cm. Diámetro máx.: 15,5 cm.
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 8303
López, Belmonte y De Miguel: 2006. Simón García: 1997.
LAP
323

44
Cuenco
Cerámica
Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante)
Vaso semielipsoide vertical y base convexa, con labio cur vo y borde recto. El tratamiento alisado, tanto en
el interior como en el exterior . Desgrasante predominantemente micáceo de pequeño tamaño y cocción
reductora. Se encontró a los pies de los dos individuos enterrados en la Tumba IV.
Altura: 5 cm. Diámetro máx.: 6,4 cm.
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 1261
Simón García: 1997. López, J.A., Belmonte, D. y De Miguel, M.P.: 2006.
LAP

45
Punzón
Metal
Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante)
Punzón de sección circular. Según J.L. Simón (1997,60) se localizó encima del pecho de uno de los dos
individuos enterrados en la Tumba IV.
Longitud: 5,1 cm. Grosor: 0,3 cm. Peso: 1 gr
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 1479
Simón García: 1997. López, Belmontey De Miguel: 2006.
LAP

46
Vasija carenada
Cerámica
Tabayá (Aspe, Alicante)
Vasija de cerámica de la forma 5 de Siret, con carena en el tercio inferior , cuello de perfi l cóncavo y borde
exvasado. Cocción reductora al exterior e interior del vaso, con superfi cies alisadas y no bruñidas. Desgra-
sante predominantemente micáceo de grano fi no. Formaba parte del ajuar de un enterramiento en urna,
junto con dos aretes de metal y uno o dos punzones de hueso.
Altura: 9,1 cm. Ancho: 10,6 cm
Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela. Tb 2008 1.246.3 (244.3)
Jover y López: 1997.
CNP
47
Aretes
Plata
Tabayá (Aspe, Alicante)
Anillo de plata de sección circular con extremos superpuestos. Presenta una forma de tendencia circular
, un
tanto ovalada, quizás por su uso o por la presión de los sedimentos.
Diámetro interior: 0,8-1 cm. Diámetro interior: 1,8 cm.
Grosor : 0,15 cm. Grosor : 0,2 cm.
Peso: 0,6 gr Peso: 1,1 gr
Museo Arqueológico Municipal de Novelda. Tb 4 309.1
Simón García: 1998.
JLSG

48
Brazaletes
Plata
Laderas del Castillo (Callosa del Segura, Alicante)
Brazaletes de plata realizados con un hilo de sección cuadrangular . Poseen los extremos muy separados, en los
cuales se aprecia un escaso acabado, pues en uno de los extremos se conservan deformaciones propias de haber
cortado el hilo y no haber sido pulido con posterioridad. Se aprecian las huellas de haber trabajado la pieza mediante
martillado, seguramente en frío, ya que la maleabilidad de las piezas no hacen necesario su recocido. De dichos
trabajos se conservan grietas y deformaciones. No hay pruebas de acabado de las superficies mediante pulido.
CS 1523 CS 1524
Diámetro interior: 3,3 cm Diámetro interior: 3,8 cm
Grosor : 0,5 cm Grosor: 0,5 cm
Peso: 17,5 gr Peso: 7,5 gr
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante
Simón García: 1998.
JLSG
325

49
Espirales
Oro
San Antón (Orihuela, Alicante)
Espiral de oro de cuatro vueltas, realizado con un hilo de 0.15 cm de grosor . El hilo se obtendría mediante estirado, dejan-
do una sección del mismo un tanto irregular , con un extremo acabado en punta y el opuesto cortado y afi lado. Apenas se
aprecian restos del pulido del hilo y su doblado sobre sí parece que se ha realizado de forma manual, sin seguir una matriz,
puesto que cada vuelta presenta una deformación y desviación muy acusada respecto a la siguiente. El uso pudo contribuir
a esa diferencia entre las vueltas y la presión de los sedimentos a su actual aspecto algo achatado.
CS 1555 CS 1556
Diámetro interior: 2,8-3,3 cm. Diámetro interior: 2,9 cm.
Grosor : 0,15 cm. Grosor : 0,15 cm.
Peso: 9,6 gr Peso: 5,5 gr
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 1555
Simón García: 1998.
JLSG

50
Brazalete
Marfi l
San Antón (Orihuela, Alicante) / Laderas del Castillo (Callosa del Segura, Alicante)
Brazalete de marfi l de elefante elaborado a partir de una rodaja transversal de colmillo. Presenta una
sección triangular, con la arista orientada hacia fuera. La pieza está restaurada y reconstruida a partir
de un conjunto de fragmentos que en origen pudieron pertenecer a más de un brazalete. Además se
encuentra afectada por una profunda erosión química que ha hecho desaparecer casi toda el agua,
lo que le confi ere un aspecto sumamente frágil. Probablemente procede de alguna de las sepulturas
excavadas por Furgús en San Antón o Laderas del Castillo.
Diámetro máx: 8 cm. Grosor: 1 cm
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 1615
Bibliografía Inédito.
JALP
51
Tachuela de oro
Metal
Cabezo Redondo (Villena, Alicante)
Tachuela de oro. Cabeza en forma de casquete esférico formado por una delgada chapa de oro con un clavo de
sección cuadrada, en la actualidad doblado, de sección cuadrada soldado en el centro de su cara interna. Se
desconoce su función, aunque posiblemente correspondan a adornos de objetos de madera, hueso o cuero. En
las recientes excavaciones del Cabezo Redondo se han recuperado, siempre en zonas de hábitat, varias de estas
“tachuelas”, algunas de las cuales han perdido el clavo. Son similares a las recuperadas en Abía de la Obispalía, en
Cuenca, donde se han interpretado como clavos para sujetar las fundas de oro del enmangue de unas espadas.
Altura: 1,3 cm. Ancho: 1 cm. Grosor: 0,5 cm
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena. 35014
Hernández Pérez: 2001; 2004.
MSHP

52
Puntas de lanza
Metal
Cabezo Redondo (Villena, Alicante)
Dos puntas de lanza con enmangue tubular. De tubo corto, inferior a dos veces el largo de los estre-
chos alerones, conservan agujero de sujeción del astil de madera. Su estado es deficiente, ya que se
encontraron, junto a otras dos más cortas, en un nivel de incendio con numerosos carbones adheridos
en una rampa que comunicaba dos plataformas del poblado. Un fragmento de madera del astil se dató
en torno a 1700-1520 cal. a.n.e
35181 35182
Largo: 22,4 cm Largo: 26,3 cm
Ancho: 3,6 cm Ancho: 3,9 cm
Grosor: 2,7 cm Grosor: 1,8 cm
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena.
Hernández Pérez: 2003.
MSHP
327

53
Conos perforados
Oro.
San Antón (Orihuela, Alicante)
Conjunto de 42 conos de oro, procedentes del ajuar de un enterramiento femenino realizado en una cista
de mampostería excavada por Furgús a principios del siglo XX en San Antón. Los que se conser van en la
actualidad son sólo una parte de los recogidos por el excavador jesuita, quien menciona más de 70 en sus
escritos, en los que además reconoce que otros muchos debieron perderse durante la excavación de la
tumba. Son de muy pequeño tamaño, con apenas 0,4 gr de peso cada uno, y presentan todos dos per -
foraciones transversales, simétricas, aproximadamente a media altura. Todavía hoy constituyen un conjunto
completamente excepcional en el marco de la orfebrería argárica y prehistórica peninsular . A pesar de que
desde su hallazgo se los ha considerado cuentas de collar , es muy probable que en realidad estuvieran
cosidos a las ropas de la difunta, como es también tradición en algunas culturas de la Edad del Bronce de
Centroeuropa, donde se encuentran los paralelos formales más estrechos con estos conos. En concreto,
se ha señalado su gran afinidad con los hallados en el yacimiento húngaro de Kápolnahalom, en una ocul-
tación datada aproximadamente a inicios del II milenio ANE
Altura: 0,22-0,25 cm. Diámetro de Base: 0,3 cm. Peso: 0,4 gr
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 1554
Furgús: 1905. Perea Caveda: 1991. Pingel: 1992. Simón García: 1998. López Padilla: 2006
JALP y JASD

54
Arete con joya de oro
Metal
Cabezo de la Escoba (Villena, Alicante)
Anillo de plata de sección circular, con los extremos superpuestos, engarzado a una pieza bicónica seme-
jante a un carrete, realizada en oro.
Diámetro de anillo: 1,6 cm. Grosor: 0,2 cm.
Diámetro de carrete: 1 cm. Diámetro máx.: 1,7 cm. Grosor: 0,2 cm
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena. 34011
García Guardiola: 2006. Simón García: 1998. Soler García: 1965, 1969 y 1986.
LHA

55
Pomo de mango de puñal
Marfi l
San Antón (Orihuela, Alicante)
Pomo elaborado a partir de una porción de rodaja de colmillo de elefante. Presenta una perforación, que se
conserva completa sólo en el anverso, destinada a alojar el remache que lo sujetaría a las cachas de madera
del mango. La fractura en la parte posterior afecta a parte de la zona de inserción, que afecta una morfología
cuadrangular. La pieza, perteneciente a la Colección Brotóns, presenta afinidades con otros pomos hallados
en San Antón y en otros yacimientos argáricos como El Oficio o Los Cipreses.
Ancho: 2,41 cm. Largo: 5,20 cm. Espesor: 1,31 cm
Museo Arqueológico de Murcia. 0/441- 1765
Nieto Gallo: 1959. Simón García: 1998.
JALP
56
Vaso carenado geminado
Cerámica
Cabezo Redondo (Villena, Alicante)
Dos vasijas con carena baja, cuerpo hiperbólico y borde exvasado, unidas por dos puentes macizos, uno
rectilíneo a la altura de la carena y otro en la boca en forma de arco sobreelevado ligeramente sobre los bor
-
des de ambos. Pasta cuidada, superfi cie externa bruñida de color negruzco. Formaba parte del ajuar de la
cueva sepulcral nº 1 de la ladera oriental, en la que se recogieron otros dos vasos geminados y un colgante
en forma de trompetilla, similar a los del Tesorillo del Cabezo Redondo. También en el área de hábitat se han
recogido otros ejemplares de vasos geminados, tanto en las antiguas excavaciones como en las recientes.
Altura: 17 cm. Ancho: 35 cm. Grosor: 8,8 cm
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena. 35002
Soler García: 1987.
MSHP

57
Peine
Marfi l
Cabezo Redondo
Peine o peineta de marfil obtenido a partir de una lámina longitudinal de colmillo de elefante, sin que sea po-
sible precisar de qué parte en concreto fue extraída. Algunas líneas aún claramente observables sobre sus
superficies anterior y posterior evidencian el empleo de reglas e instrumental metálico para la elaboración de
los finísimos dientes, de poco más de 1 mm de anchura. Presenta una forma ligeramente trapezoidal, con
dos perforaciones de 1,2 cm y 1,18 cm de diámetro respectivamente, realizadas con taladro.
Sus similitudes con otros peines de marfi l y madera hallados en yacimientos argáricos almerienses como
El Argar, El Ofi cio o Fuente Álamo son evidentes, lo que parece indicar que el consumo de este tipo de
artefactos estuvo muy restringido al ámbito exclusivamente argárico y a su área de infl uencia más directa,
fundamentalmente a partir de c. 1700 ANE hasta c. 1300 ANE, de acuerdo con lo que cabe inferir del ma-
terial que acompaña a estos peines en los enterramientos argáricos documentados y los datos registrados
en Cabezo Redondo.
Largo: 3,6 cm. Ancho: 4,6 cm. Grosor: 0,3 cm
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena. 35012
Hernández Pérez: 2003.
JALP
329

58
Aplique para mango de puñal
Marfi l
Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante)
Pieza con forma dentada en ambos extremos, que se hallaría engarzada probablemente en la parte mesial
del mango de un cuchillo, o quizá cerca del extremo proximal del mismo, tal vez en contacto con el pomo.
Posee 10 puntas en el extremo superior y 9 en el inferior, adoptando en su desarrollo una forma de zig-zag.
Conserva tenues señales de abrasión en la superfi cie exterior, la cual presenta una morfología aproxima-
damente ovalada, mientras que en su interior adopta una forma más o menos rectangular . Así mismo, en
perfil se aprecia cómo el extremo distal resulta ligeramente más ancho que el proximal. Presenta una gran
semejanza con piezas de hueso halladas en sepulturas de la Cultura de W essex (Gran Bretaña) y del Círculo
B de Micenas (Grecia), también pertenecientes a la Edad del Bronce, lo que probablemente habla a favor de
la existencia de contactos entre estas zonas durante la primera mitad del II milenio ANE.
Ancho: 2,33 cm. Largo: 2,65 cm. Espesor: 1,40 cm
MARQ, Museo Arqueológico de Alicante. CS 1483
López Padilla: 1995. Simón García: 1997. López, Belmonte y De Miguel: 2006.
JALP

59
Cuenco con mamelones
Cerámica
Cabezo Redondo (Villena, Alicante)
Recipiente cerámico de forma de tendencia esférica de borde ligeramente entrante y extremo curvo. Super-
ficie exterior e interior rugosa de color rojizo. Presenta una decoración de pequeños mamelones de tenden-
cia cónica formando líneas verticales en número de 6 y 5 mamelones que recorren toda la superfi cie de la
pared. Se localizó en el Departamento XX asociada a cereales carbonizados que se dataron en el 3180 ±
70 B.P. – 1610/1300 cal a.n.e. (B.181405).
Altura: 13.20 cm. Diámetro máx: 15.6 cm. Grosor: 0.7 cm
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena. 35011
Hernández Pérez: 2001.
MSHP

60
Cazuela carenada con boquique
Cerámica
Cabezo Redondo (Villena, Alicante)
Recipiente cerámico con el cuerpo de tendencia troncocónica, posible fondo plano, cuello indicado y bor -
de de tendencia exvasada. Superfi cie exterior bruñida de color negro. Decoración realizada mediante las
técnicas de incisión y boquique. La primera forma una banda horizontal de una retícula de trazos inclinados,
mientras con la segunda se realiza una banda horizontal con diez líneas, también horizontales, de la que
cuelgan a modo de guirnaldas series de cinco semicírculos encajados Se localizó en el Departamento XXV
asociada a cereales carbonizados que se dataron en el 3270 ± 40 b.P – 1630/1440 cal a.n.e. (B.19692).
Altura: 12,5 cm . Diámetro de boca: 18,5
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena. 35003
Hernández Pérez: 2005.
MSHP
61
Tesorillo de Cabezo Redondo
Cabezo Redondo (Villena, Alicante)
Conjunto de 35 piezas de oro con un peso total de poco más de 147 gramos, recogido entre las tierras removidas en el borde de u na de las canteras de la ladera
oriental del Cabezo Redondo, en Villena. Recuperado por José María Soler García en abril de 1963, unos meses antes del descubrimiento del Tesoro de Villena. Se
compone de: 1 diadema en forma de cinta, de 55 cm de largo y unos 1.2 cm de ancho, con orificios en sus extremos redondeados. 2 fragmentos de cintas de oro,
uno de ellos roto en dos trozos. 3 brazaletes abiertos realizados en una delgada cinta con los bordes doblados hacia el interio
r. Uno de ellos tiene series de 12 y 13 de
incisiones transversales. 1 espiral de dos vueltas y media, en alambre de sección circular con los extremos aguzados. 2 espirales de una sola vuelta, una en alambre
de sección circular y la otra plano-convexa. 2 anillos lisos, de sección plano convexa. 1 anillo sobre una cinta con moldura ce ntral. 4 anillos con molduras sencillas,
dos de ellos con tres molduras con la central más alta y los otros dos con cuatro y cinco molduras. 6 anillos con varias moldur as, algunas de ellas decoradas con
incisiones oblicuas o verticales, uno de ellos a modo de pequeños troncopiramidales. 10 colgantes de forma cónica o de trompetilla, todos decorados en el borde la
base con una serie de puntos en relieve . 5 de ellos miden 17 mm de altura y 21 de diámetro de la base y tienen dos agujeros en el extremo. Los otros 5 son más
pequeños -13 mm de altura y 19.5 mm de diámetro de la base- y con un solo agujero. 1 cuenta de collar de forma globular con per foración cilíndrica. 1 fragmento
de pulsera o placa doblada con una moldura paralela al borde y una fila de 15 púas, de 2.5 mm de altura. 1 lingote a modo de fragmento de barra cilíndrica curvada,
de 12 mm de diámetro y 8 de longitud, con señales de utilización.
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena.
Soler García: 1965, 1969 y 1987.
MSHP
331

62
Tesoro de Abía de la Obispalía
Excepcional conjunto de orfebrería prehistórica procedente de una cueva de Abía de la Obispalía, en Cuenca, del que se desconoce las circunstancias y fecha de
su descubrimiento. Se vendió en 1921 por 250 libras al British Museum, donde ahora se conserva. Se compone de 14 objetos de oro, entre los que destacan dos
brazaletes abiertos con acanaladuras longitudinales separadas por bandas en relieve y otros dos lisos, también abiertos, de sección semiesférica y semicilíndrica y
un pequeño anillo de sección semicircular. De extraordinario interés son dos delgadas chapas de oro, de apenas 0,5 mm de grosor de una que cubriría la empu-
ñadura de una espada puñal, con los que se asocia otro pequeño fragmento de chapa de forma troncocónica que podría formar parte del remate de alguna de las
anteriores o de otra desaparecida.
Completa el conjunto cuatro pequeños casquetes esféricos, a modo de “tachuelas” que en un caso conser va en su cara interior un pequeño vástago a modo de
clavo, perdido en los tres restantes, uno de los cuales se decora con fino punteado en su cara externa, y un pequeño clavo de apenas 22 mm de largo.
Algunas de estas piezas presentan evidentes similitudes con otras de Villena, tanto del propio Tesoro como del Tesorillo del Cabezo Redondo.
Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena
Almagro-Gorbea: 1974
MSHP
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EN LOS CONFINES DEL ARGAR

CATÁLOGO Museo Arqueológico y Fundación MARQ

Editores Fotografía Unidad de Colecciones y Excavaciones


Mauro S. Hernández Pérez Pepe Olivares Miguel Benito Iborra
Jorge A. Soler Díaz Archivo Fotográfico de Diputación de Alicante Julio J. Ramón Sánchez
Juan Antonio López Padilla Instituto Arqueológico Alemán Consuelo Roca de Togores Muñoz
British Museum Ana García Barrachina
Textos Proyecto La Bastida Antonio Guilabert Mas
Lourdes Andúgar Martínez Museu de Prehistòria de València Adoración Martínez Carmona
Juan Antonio Cámara Serrano Eva Tendero Porras
Yolanda Carrión Marco Diseño y maquetación Enric Verdú Parra
Emilio Diz Ardid Cota Cero diseño y comunicación Ximo Martorell Briz
S.J. Fernando de Lasala Sonia Bayo Fuentes
Mauro S. Hernández Pérez Realización
Francisco Javier Jover Maestre Publiasa Biblioteca
José Antonio López Mira Carmina Ferrero Valls
Juan Antonio López Padilla Impresión Remedios Gómez Llopis
Vicente Lull Santiago Gráficas Díaz, S.L. Sara Gosálbez Sarrió
Rafael Micó Pérez Lucía Ortíz Villena
Fernando Molina González Depósito legal
Manuel H. Olcina Doménech A-1169-2009 Unidad Administrativa y Económica
Julio J. Ramón Sánchez Ana Gil Álvarez
Cristina Rihuete Herrada I.S.B.N. M.ª Ángeles Agulló Cano
Roberto Risch 978-84-613-6610-1 Rosario Masanet Rameta
José Luis Simón García Olga Manresa Bevià
Jorge A. Soler Díaz © De la edición: Mª José Seva Rovira
MARQ-Museo Arqueológico de Alicante Anabel Cortés Estela
Fichas del catálogo Pilar López Iglesias
Laura Acosta Pradillos Yasmina Campello Carrasco
Lourdes Andúgar Martínez Francisco Praes Gonzalez
Mª Jesús de Pedro Michó Mª José Varó García
Emilio Diz Ardid
Laura Hernández Alcaraz Comunicación y Difusión
Mauro S. Hernández Pérez Marisa Botella Montoya
Francisco Javier Jover Maestre Aurora Cerdá Fuentes
José Antonio López Mira Manuel Molina Martínez
Juan Antonio López Padilla
Andrés Martínez Rodríguez Atención al Público
Miguel Martínez Aparicio Juan José Ramos Sequeiro
Concepción Navarro Poveda Carlos Pascual Climent
Manuel H. Olcina Doménech Florentino Lacal Hita
Juana Ponce García
Julio José Ramón Sánchez Mantenimiento
Rafael Ramos Fernández Francisco Guillén Vilaplana
Mª Carmen Sánchez Mateos Ignacio Andreu Asuar
José Luis Simón García Francisco Martín Díaz

Seguridad
Tomás Jiménez Pareja
EN LOS CONFINES DEL

ARGAR
UNA CULTURA DE LA
EDAD DEL
BRONCE
E N A L I C A N T E

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