5 Sobre El Aprendizaje
5 Sobre El Aprendizaje
5 Sobre El Aprendizaje
Yo me
escapo al caótico vendaval de los corredores.
¿Ábrase visto un día peor?
Pero como dice el refrán, siempre habrá un mañana. Refrán que a mí entender parece
indicar que no vale la pena sobrellevar el d ía de hoy, por cuanto habrá que hacer
exactamente lo mismo en menos de veinticuatro horas.
Pero heme aquí, mañana, en la puerta de la clase de psicología, s intiéndome como si jamás
me hubiera ido. La única diferencia es que hoy llego retrasada porque se me cayó una
carpeta, y su contenido se derramó con total abandono por el piso. Todo el mundo me pone
el ojo encima. Ayer no tuve en cuenta dos reglas de oro. No sólo me dejé llevar por una
emotividad excesiva, sino que también admití tener sentimientos profundos por algo tan
inconsecuente como una abuela. Resulta que un día soy invisible y al otro objeto del
escarnio público. Ambas son situaciones poco envidiables dentro del diario vivir. Me
acerco al pupitre. Hay una bolsa de papel sobre el asiento. Anticipando que encontraré un
par de tenis oloroso y su correspondiente uniforme con el mismo aroma, miro en el interior
sin mayor cuidado-Dios mío querido. Siento que me hago invisible. La bolsa está llena de
ramas de lila. Las puedo oler con el alma, las puedo sentir con una parte de mi ser que
pensé se había marchitado y pasado a mejor vida. ¿Seré parte de este planeta todavía?
Levanto la vista- Aún estoy siendo objeto de miradas de ganado vacuno por parte de todos-
Pero uno de éstos trajo las ramas de lila- Tiene que ser algún rebelde sentimental
disfrazado. ¿Cuál será? Remuevo la bolsa y me siento. La profesora está contrariada.
"¿Podríamos dar comienzo a la clase? Las presentaciones de ayer serán tenidas en cuenta.
Entre los botones de lilas encuentro una nota. La abro y encuentro dos frases:
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SOBRE EL APRENDIZAJE
El colegio me enseñó no sólo cómo aprender en el salón de clase, sino también por fuera
del mismo. ¿Dónde creen que aprendí a trepar, a columpiarme y a saltar? ¿Dónde creen
que aprendí a conocer a mi mejor amigo?
JESSIE BRAUN , 18 años
LA experiencia: el más brutal de todos los profesores. Pero se aprende, ¡por Dios que se
aprende!
C. S. LEWIS
Crecí en una pequeña comunidad llamada Estepona, en el sur de España. Tenía 16 años
cuando un buen día mi padre me dijo que me permitiría conducir el automóvil para llevarlo
hasta Mijas, a unos 25 kilómetros de distancia. Como única condición me pidió que llevara
el vehículo al taller cercano para que le hicieran mantenimiento. Como había aprendido a
conducir recientemente y no tenía muchas oportunidades de guiar el coche, acepté la oferta
sin titubear. Llevé a papá hasta Mijas, comprometiéndome a recogerlo a las cuatro de la
tarde y conduje el automóvil hasta el taller de mantenimiento. Con tiempo disponible entre
las manos decidí ver una presentación doble en el teatro cercano al taller, infortunadamente,
me entretuve demasiado con las películas y perdí toda noción del tiempo. Cuando terminó
la segunda película vi que eran las seis de la tarde. ¡Estaba retrasado dos horas!
De seguro mi padre se disgustaría al saber que había estado en cine. No me dejaría volver a
conducir. Decidí decirle que el coche tenía algunos defectos y que los mecánicos se habían
demorado más de la cuenta reparándolos. Fui al lugar donde habíamos acordado encontrar-
nos y vi a mi padre parado en la esquina, esperándome pacientemente. Le pedí excusas por
la tardanza y le dije que había ido a recogerlo tan pronto me habían entregado el auto,
después de hacerle algunas reparaciones mayores. Nunca olvidaré la mirada que me dirigió.
"Jason, me entristece pensar que consideras necesario tener que mentirme".
"¿Por qué? Yo te estoy diciendo la verdad".
Mi padre me miró una vez más. "Cuando no apareciste, llamé al taller para averiguar qué
sucedía, y me dijeron que tú todavía no habías pasado a recoger el coche. Entonces, como
verás, estoy al tanto de que éste está en perfectas condiciones". Un sentimiento de culpabi-
lidad me invadió y con torpeza le confesé que había estado en cine y también la verdadera
razón de mi tardanza. Mi padre escuchó atentamente con el rostro entristecido.
"No estoy disgustado contigo, sino conmigo mismo. Me doy cuenta de que si después de
tantos años tú te ves en la necesidad de mentirme, es porque he fallado como padre- Fallé
porque he criado a un hijo que no puede decirle la verdad ni siquiera a su papá. Ahora me
iré caminando hasta nuestra casa para tener la oportunidad de meditar sobre mis errores de
los pasados años".
"Pero papá, no puedes hacer eso. Para llegar a casa tendrás que caminar veinticinco
kilómetros a oscuras".
Todas mis excusas, objeciones y demás manifestaciones verbales fueron inútiles. Le había
fallado a mi padre y estaba a punto de recibir la lección más dolorosa de mi vida. Papá
comenzó su larga caminata por la vereda polvorienta. Abordé el coche rápidamente y me
fui detrás, con la esperanza de que desistiera de su empeño. Le supliqué en todos los tonos,
diciéndole lo mucho que lo sentía. Pero él siguió su penoso camino en silencio, ensi-
mismado en sus pensamientos e ignorándome totalmen te. Recorrí los veinticinco
kilómetros detrás de él, conduciendo el coche a un promedio de ocho kilómetros por hora.
Ver a mi padre padeciendo tanto, física y emocionalmente, ha sido la experiencia más
dolorosa y angustiosa que jamás haya tenido que afrontar. Sin embargo, fue la lección más
fructífera- No le he vuelto a mentir.
Jason Bocarro
El precio de la gratitud
Tenia unos trece años. Los sábados, mi padre me llevaba con frecuencia de paseo. Algunas
veces íbamos al parque y otras a la bahía, a observar los barcos. Mis paseo s favoritos eran a
las chatarrerías a curiosear viejos aparatos electrónicos. De vez en cuando comprábamos
uno de estos trastos por cincuenta centavos, para desbaratarlo en casa.
De regreso, papá paraba con frecuencia en la heladería y me compraba un cono de diez
centavos. No siempre, pero con la suficiente frecuencia. No era algo que podía dar por
descontado, pero podía soñar y rezar para que sucediera desde el momento en que
emprendíamos el regreso y hasta que llegábamos a esa esquina mágica, donde seguíamos
derecho hasta la heladería o volteábamos para llegar a casa con las manos vacías. Esa
esquina significaba una anticipación que me hacía agua la boca o me generaba una
desilusión.
A veces mí padre me tomaba el pelo utilizando la ruta más larga para llegar a casa. "Me
vine por este lado como para variar", me decía pasando frente a la heladería sin detenerse.
Era un juego entre ambos y como en casa nunca faltaba la comida en la mesa, el
abstenernos de comer helados no implicaba privación alguna.
En los mejores días me preguntaba: "¿Te gustaría un cono?", en un tono de voz que
convertía el manido interrogante en algo muy original y espontáneo. Yo le respondía: "¡Me
parece una gran idea, papá!".
Yo siempre pedía un cono de chocolate y él uno de vainilla. Me daba la moneda de veinte
centavos y yo entraba corriendo a la heladería a hacer nuestro acostumbrado pedido. Nos
comíamos los helados sentados en el coche. Yo adoraba a papá y me fascinaban los
helados, de modo que me sentía en el séptimo cielo.
Un fatídico día, de camino casa, yo venía rezando y haciendo fuerza para que me formulara
la pregunta mágica. Me la hizo: "¿Te gustaría comer un cono?".
"¡Me parece una gran idea, papá!".
Pero de inmediato me dijo: "A mí también me parece una gran idea, hijo. ¿Qué te parece si
hoy me invitas tú?".
La cabeza me daba vueltas. Veinte centavos. ¡Veinte centavos! Yo podía hacer el gasto.
Recibía veinticinco centavos semanales, y unos centavos adicionales por la realización de
trabajitos esporádicos. Pero ahorrar dinero era importante. Papá me había enseñado eso. Y
utilizar mi propio dinero cuando de comprar helados se trataba, era un gasto inoficioso.
¿Por qué no se me ocurriría que ésta era una maravillo sa oportunidad para reconocerle a mi
padre su permanente y gran generosidad? ¿Cómo no se me había ocurrido que mi padre me
había comprado unos cincuenta helados y yo no le había obsequiado ni uno? Lo único que
yo podía pensar era: ¡Veinte centavos?.
En un arranque de mezquina y egoísta ingratitud, dejé escapar las terribles palabras que
desde entonces retumban en mis oídos: "En ese caso, mejor dejémoslo para otro día".
Mi padre sólo dijo: "Está bien, hijo".
Al emprender el camino a casa, caí en cuenta de lo equivocado que estaba y le rogué que
nos devolviéramos. "Yo invito", le supliqué.
Pero él simplemente contestó: "No te preocupes. En realidad no nos hacen falta", y no le
puso atención a mis protestas. Nos fuimos a casa.
Me sentí muy infeliz por mi egoísmo y falta de gratitud. Él no me reiteró mi mezquindad,
ni mostró desilusión. Pero no creo que hubiera podido dejar una mayor impresión sobre mí,
haciendo algo distinto.
Aprendí que la generosidad es de doble vía y que la gratitud a vece s cuesta algo más que un
"Muchas gracias". Ese día la gratitud me hubiera costado veinte centavos, y habría sido el
helado más rico del mundo,
Les contaré algo más. Fuimos de paseo la semana siguiente y cuando nos acercamos a la
esquina encantada dije. "Papá, ¿te gustaría comer un cono el día de hoy? Yo invito".
Randal Jones
¿Qué sucede?
Una profesora recién graduada, llamada Mary, aceptó el cargo de profesora en una reserva
de los indios navajos. Todos los días pasaba a cinco jovencitos al tablero y les pedía que
resolvieran un problema matemático sencillo, como tarea. Los chicos se paraban frente al
tablero en completo silencio y rehusaban hacer la tarea solicitada. Mary no podía entender
qué sucedía. Nada de lo que había estudiado le ofrecía una ayuda y, desde luego, no había
visto nada parecido durante sus prácticas estudiantiles en Phoenix. Mary se preguntaba a sí
misma: ¿Qué estaré haciendo mal? ¿Será ({w escogí a cinco alumnos que no pueden
resolver los problemas? No, ésa no es la respuesta. Por último decidió preguntarles qué
sucedía, y en la respuesta que sus pupilos indígenas le dieron aprendió una lección
sorprendente sobre la autoestima y la auto valoración.
Al parecer los estudiantes respetaban la individualidad de cada cual y sabían que no todos
eran capaces de resolver los problemas. Ya a esa tierna edad comprendían la inutilidad de l
enfoque de ganar o perder dentro del aula. Pensaban que nadie se favorece ría si alguno de
ellos se desprestigiaba o pasaba una vergüenza frente al tablero- Por lo tanto, se negaban a
competir entre ellos en público.
Cuando Mary comprendió, cambió su sistema de tal manera que podía corregir la tarea de
cada alumno individualmente, y no a costa del mismo frente a sus compañeros. Todos ellos
querían aprender, pero sin causarle daño a otro.
Tomado de: The Speaker's Sourcebook
El obsequio eterno
En la hora más aciaga el alma recibe alimento y fortaleza para proseguir y resistir.
HEART WARRIOR CHOSA
Yo soy...
Las palabras "Yo soy... "son potentes; ten cuidado a qué las amarras. Aquello que estás
reclamando tiene la habilidad de devolverse y reclamarte a tí..
A. L. KlTSELMAN
B.
[NOTA DEL EDITOR: ¿Alguna vez te has fijado qué tan frecuentemente te preguntan qué
vas a hacer, qué haces o qué piensas hacer cuando termines la universidad? Para todos
aquellos de nosotros que hemos sufrido porque lo que hacemos o vamos a ser no recibe
aprobación, aquí está la respuesta verdadera. Y recordemos esta la próxima vez que
alguien diga: "Oh, ¿de veras? Pues bien... no hay nada de malo en asar hamburguesas
para ganarse la vida. Deberías sentirte orgulloso".}
Yo soy arquitecto: he construido un cimiento sólido, y cada año que voy a ese colegio
agrego otro piso de sabiduría y conocimiento.
Yo soy escultor: he dado forma a mis principios morales y a mis filosofías de acuerdo con
la arcilla del bien y del mal.
Yo soy pintor: con cada nueva idea que expreso, pinto un nuevo tono en la multitud de
colores del mundo.
Yo soy científico: con cada día que pasa recojo nueva información, hago observaciones
importantes y experimento con nuevos conceptos e ideas.
Yo soy astrólogo: leo y analizo las palmas de la vida y a cada persona que encuentro.
Yo soy astronauta: constantemente exploro y amplío mis horizontes.
Yo soy médico: curo a aquellos que vienen a consultarme y a pedir consejo; además, lleno
de vitalidad a aquellos que han perdido el deseo de vivir.
Yo soy abogado: no me atemoriza defender firmemente mis derechos básicos e
inalienables, como también los del prójimo.
Yo soy oficial de policía: siempre estoy pendiente del bienestar de los demás y siempre me
encuentro en el lugar preciso para evitar peleas y mantener la paz.
Yo soy profesora: mediante mi ejemplo muchos aprenden e l significado de las palabras
dedicación, trabajo tesonero y firmeza.
Yo soy matemático: estoy dispuesto a conquistar cada uno de mis problemas con las
soluciones apropiadas.
Yo soy detective: escudriño el mundo a través de mis dos lentes y busco el significado y el
sentido de los misterios de la vida.
Yo soy miembro del jurado: juzgo a los demás y sus circunstancias, sólo después de haber
escuchado y entendido sus historias en su totalidad.
Yo soy banquero: muchos comparten conmigo su confianza y sus valores, y jamás pierden
el interés.
Yo soy futbolista: estoy listo para hacer una gambeta que emocione al público y para meter
el gol en la portería contraria.
Yo soy corredor de maratón: siempre estoy en movimiento y lleno de energía, dispuesto a
enfrentar el próximo reto.
Yo soy alpinista: a paso lento pera seguro, camino hacia la cima.
Yo soy equilibrista: siempre logro llegar al extremo opuesto, midiendo cada paso cuidadosa
y suavemente en cada situación peligrosa.
Yo soy millonario: rico en amor, sinceridad y compasión. También soy poseedor de una
inmensa reserva de sabiduría, conocimientos, experiencia e ingenio.
Pero más importante aún, yo soy yo.
Amy Yerkes
Sparky
Para Sparky, el colegio era casi una misión imposible. Cuando cursó octavo grado perdió
todas las materias-Reprobó física cuando cursaba el último año de bachillerato, con un cero
aclamado. También perdió latín, álgebra e inglés. En la arena deportiva también se encontró
con el fracaso. Aunque logró ingresar al equipo de golf, se las arregló para perder el único
torneo importante de la temporada. Se programó un torneo de consolación, y también lo
perdió.
Durante toda la adolescencia Sparky se perfiló como un ser socialmente torpe. De hecho,
Sparky no le caía antipático a los demás estudiantes, por cuanto ni siquiera le daban esa
importancia. Recibir un saludo de algún compañero de clase por fuera de los predios del
colegio era motivo de asombro para él. No hay forma de saber cómo le habría ido si hubiera
invitado a salir a las chicas. Sparky jamás se atrevió a fijar una cita durante todo el
bachillerato. Tenía pavor de ser rechazado.
En resumen, Sparky era un perdedor. Eso lo sabían él, sus compañeros y el mundo entero.
En consecuencia, se dejaba llevar por la corriente- Desde una tierna edad, Sparky había
llegado a la conclusión de que si las cosas se le iban a dar, se le darían a su debido
momento. Mientras tanto, él se contentaría con aquello que parecía ser una mediocridad
inevitable.
Sin embargo, había algo importante en la vida de Sparky y ese algo era el dibujo. Sus obras
artísticas lo enorgullecían. Desde luego, nadie más les daba valor alguno. Cuando cursaba
el último año de bachillerato, sometió unas caricaturas a consideración del consejo editorial
del anuario de su clase. Fueron rechazadas. A pesar de este fracaso Sparky decidió volverse
artista profesional, pues estaba convencido de sus habilidades.
Al terminar el bachillerato, dirigió una carta a los estudios cinematográficos de Wait
Disney El estudio le solicitó que enviara unas muestras de su trabajo y además, le sugirió el
tema de una tira cómica. Sparky llevó a cabo la tarea que le solicitaron. Dedicó valioso
tiempo a su realización, como también a los demás dibujos que presentó. Por fin recibió la
respuesta de los Estudios Disney. Su trabajo había sido rechazado una vez más. Al perdedor
se le propinaba una derrota adicional.
Es así como Sparky decidió escribir su propia autobiografía en forma de una tira cómica.
Plasmó en dibujos su personalidad infantil, aquélla de un pequeño perdedor de bajo
rendimiento crónico. El héroe de esta tira cómica se volvería mundialmente famoso en poco
tiempo, pues Sparky, el chico que había tenido tan poco éxito en el colegio y cuyos trabajos
habían sido rechazados una y otra vez, era nada menos que Charles Schultz. Su ingenio
creó la tira cómica de Carlitos, el jovencito que nunca logra que su cometa vuele o que
jamás puede propinarle una patada a la pelota de fútbol.
Tomado de: Bits &- Pieces
Si hubiera sabido
Todos hemos escuchado decir: "Si hubiera sabido en ese entonces lo que sé hoy-..".
¿Alguno de ustedes no ha sentido el deseo de decir en esas ocasiones: "Está bien, dígame
qué hubiera dicho o hecho..."?
Pues, aquí voy yo..-
Escucharía mi corazón con mayor atención.
Me divertiría más... y me preocuparía menos.
Sabría que el colegio llegaría a su fin en algún
momento... y el trabajo... bueno, eso no tiene importancia.
No me preocuparía tanto por lo que piensan los demás.
Disfrutaría de toda mi vitalidad y de mi piel lozana.
Jugaría más y me inquietaría menos.
Sabría que mis padres me aman y creería a ciencia
cierta que están haciendo las cosas de la mejor manera posible.
Estaría contenta de estar enamorada y me preocuparía
muchísimo menos de cómo irá a terminar la relación.
Sabría que probablemente no será así... pero
que algo mejor podrá venir más adelante.
No me daría vergüenza comportarme como una niña.
Sería más valerosa.
Buscaría las cualidades de los demás para solazarme con ellas.
No me relacionaría con otros simplemente para
darme un "baño de popularidad",
Tomaría clases de baile.
Me deleitaría con mi cuerpo, tal y como es.
Confiaría en mis amigas.
Sería una amiga digna de toda confianza.
No con/iana en mis novios (¡esto lo digo en broma!).
Disfrutaría besando. Estoy hablando de un disfrute real y verdadero.
De seguro sería más agradecida y más apreciativa de las bondades de los demás.
Kimberly Kirberger