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5 Sobre El Aprendizaje

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estudiante. La clase termina rápidamente, después de transcurrir una eternidad.

Yo me
escapo al caótico vendaval de los corredores.
¿Ábrase visto un día peor?
Pero como dice el refrán, siempre habrá un mañana. Refrán que a mí entender parece
indicar que no vale la pena sobrellevar el d ía de hoy, por cuanto habrá que hacer
exactamente lo mismo en menos de veinticuatro horas.
Pero heme aquí, mañana, en la puerta de la clase de psicología, s intiéndome como si jamás
me hubiera ido. La única diferencia es que hoy llego retrasada porque se me cayó una
carpeta, y su contenido se derramó con total abandono por el piso. Todo el mundo me pone
el ojo encima. Ayer no tuve en cuenta dos reglas de oro. No sólo me dejé llevar por una
emotividad excesiva, sino que también admití tener sentimientos profundos por algo tan
inconsecuente como una abuela. Resulta que un día soy invisible y al otro objeto del
escarnio público. Ambas son situaciones poco envidiables dentro del diario vivir. Me
acerco al pupitre. Hay una bolsa de papel sobre el asiento. Anticipando que encontraré un
par de tenis oloroso y su correspondiente uniforme con el mismo aroma, miro en el interior
sin mayor cuidado-Dios mío querido. Siento que me hago invisible. La bolsa está llena de
ramas de lila. Las puedo oler con el alma, las puedo sentir con una parte de mi ser que
pensé se había marchitado y pasado a mejor vida. ¿Seré parte de este planeta todavía?
Levanto la vista- Aún estoy siendo objeto de miradas de ganado vacuno por parte de todos-
Pero uno de éstos trajo las ramas de lila- Tiene que ser algún rebelde sentimental
disfrazado. ¿Cuál será? Remuevo la bolsa y me siento. La profesora está contrariada.
"¿Podríamos dar comienzo a la clase? Las presentaciones de ayer serán tenidas en cuenta.
Entre los botones de lilas encuentro una nota. La abro y encuentro dos frases:

Encontraremos nuestro derecho a ser.


Hasta entonces, las lilas florecen cada primavera.
Revista Blue jean

5
SOBRE EL APRENDIZAJE

El colegio me enseñó no sólo cómo aprender en el salón de clase, sino también por fuera
del mismo. ¿Dónde creen que aprendí a trepar, a columpiarme y a saltar? ¿Dónde creen
que aprendí a conocer a mi mejor amigo?
JESSIE BRAUN , 18 años

Lecciones a base de huevos


Asegurémonos de sacar de cada experiencia solamente la sabiduría que contiene.
MARK TWAIN
Robby Rogers.., fue mi primer amor. Además de magnífico tipo era correcto, inteligente y
considerado. De hecho, mientras más pienso en él más razones encuentro para haberlo
querido como lo quise. Llevábamos un año de novios y, como todo el mundo sabe, eso es
una eternidad en la vida de un adolescente.
No recuerdo por qué no asistí a la fiesta de Nancy ese sábado por la noche, pero sí que
Robby y yo quedamos en encontrarnos después de la fiesta. Acordamos que él vendría a
casa a eso de las diez y media. Robby era hombre de palabra y muy puntual, de modo que a
las once y media comencé a sentirme enferma. Presentí que algo andaba mal.
El domingo por la mañana me despertó el repique del teléfono. Era Robby "Necesito
hablarte. ¿Puedo pasar por tu casa?".
Quise decirle, "¡No!, no puedes pasar por aquí a contarme que algo anda mal". Pero me
limité a contestar, "Desde luego", y colgué el teléfono con un nudo en el estómago.
Tenía razón. "Anoche, en la fiesta, estuve con Susan Roth", me informó Robby "Nos
pusimos de novio". Siguieron las usuales frases de cajón. "Estoy confundido. Yo no haría
nada que le fuera a causar daño. Siempre te querré "-
Me imagino que me puse blanca como una sábana pues sentí que la sangre se me iba a los
pies. No era lo que esperaba; mí propia reacción me sorprendió. Sentí una ira tal que ni
siquiera pude redondear una frase. Me embargó una pena tal que todo, salvo el dolor,
parecía moverse en cámara lenta.
"Por favor Diana, no seas así. ¿No podríamos seguir siendo buenos amigos?".
Ésas son las palabras más crueles que se le pueden decir a una persona a quien se ¡a está
descartando como zapato viejo. Yo lo quería profundamente, y le había confiado cada una
de mis debilidades y puntos vulnerables, además de dedicarle cuatro horas diarias durante
el pasado año, sin tener en cuenta nuestras conversaciones telefó nicas. Quería golpearlo una
y otra vez, hasta que se sintiera tan terriblemente mal como yo. Así que le dije que se fuera,
y lo despedí con una frase sarcástica; "Creo que Susan te está esperando".
Sentada sobre la cama, lloré por horas enteras. La pena era tan grande que nada podía
sosegarme. Hasta intenté comerme un galón entero de helado. Toqué nuestras canciones
preferidas una y otra vez, torturándome con los recuerdos de los buenos tiempos y las
tiernas palabras pronunciadas en el pasado.
Después de sentir tanta lástima por mi, tomé un decisión: me vengaría.
Éste fue el camino que tomó mi raciocinio: Susan Roth es —era— una de mis amigas
íntimas. Las buenas amigas no se dedican a conquistar a tu novio cuando tú no estás.
Obviamente ella debe pagar su afrenta.
El fin de semana siguiente compré dos docenas de huevos y me encaminé hacia la casa de
Susan con un par de amigos. Comencé por descargar algo de la ira que me carcomía, pero
se me salió de las manos. De modo que cuando alguien descubrió que una de las ventanas
del sótano estaba abierta, arrojamos en el interior los huevos que nos quedaban. Pero eso no
fue lo peor. ¡Resulta que los Roth iban a estar fuera de la ciudad durante tres días!
Esa noche, ya acostada, comencé a pensar en lo que habíamos hecho- Daniela, esto es
grave... esto es verdaderamente grave.
El cuento se regó como pólvora por el colegio, Susan y Robby estaban de novios, alguien
había bombardeado la casa de ella con huevos durante su ausencia, y el olor era de tales
proporciones que los padres habían tenido que contratar a alguien para eliminarlo.
Tan pronto como llegué a casa encontré a mi madre esperándome para conversar. "Diana,
el teléfono no ha dejado de sonar en todo el día, y francamente no tengo respuesta para la
pregunta que todo el mundo me está haciendo. Por favor, dime, ¿lo hiciste tú?
"No mamá. No lo hice". Me sentí muy mal mintiéndole a mamá. Mi madre estaba
realmente furiosa cuando llamó a la señora Roth. "Habla Helen. Le agradecería que dejara
de acusar a mi hija de haber lanzado huevos dentro de su casa". A estas alturas de la
conversación mi madre le gritaba a la mamá de Susan, y su voz se volvía cada vez más
chillona. "Diana jamás haría semejante cosa- ¡Exijo que deje de insinuar a diestra y
siniestra que fue ella". En este punto mi madre tenía el acelerador en el piso. "Es más,
¡exijo que nos pida disculpas, a mi hija y a mí!".
Yo me sentía súper bien viendo el apoyo que mi madre me estaba brindando, pero
malísimamente frente a la dura realidad. Los sentimientos encontrados me estaban
indigestando, y en ese momento sentí que tenía que decirte la verdad. Le hice una señal
para que colgara el auricular.
Colgó, se apoyó sobre la mesa y tomó asiento. Ya sabía. Me puse a llorar y le pedí excusas.
Ella también comenzó a llorar. Yo hubiese preferido enfrentar su cólera, pero ésa ya se
había agotado en el oído de la señora Roth.
Me comuniqué con la señora Roth para decirle que le daría hasta el último centavo de mis
ahorros para cubrir el costo de los daños que le había ocasionado. Aceptó, pero me
comunicó que no fuera hasta que ella estuviera lista para perdonarme.
Mamá y yo nos quedamos conversando y llorando hasta altas hora s de la noche. Me contó
que una vez, un novio que ella tenia la había dejado para pone rse de novio con su hermana-
Le pregunté si había bombardeado con huevos su propia casa, y para mi sorpresa se rió. Me
dijo que a pesar de mis reprochables andanzas le daba ira cada vez que pensaba en las cosas
que la señora Roth había dicho durante el curso de la conversación telefónica. "Después de
todo", dijo mi madre, "su hijita es una ladrona de novios".
Después me contó lo difícil que era ser madre, pues en muchas ocasiones deseaba gritar les
a todos los que le causaban dolor a sus hijos, pero eso no era posible. A los padres les toca
tomar distancia y dejar que ellos aprendan las lecciones de la vida por sí mismos.
Le confesé lo increíblemente bien que me había sentido al escucharla defenderme en esa
forma. Y al amanecer le dije lo especial que era compartir es tas horas con ella. Me dio un
abrazo y dijo: "Pues para mí también. Pasaremos el próximo sábado por la noche juntas, y
el siguiente también. ¿Acaso se me olvidó decirte que tienes prohibidas las salidas durante
quince días?"-
Kimberly Kirberger

Una larga caminata a casa

LA experiencia: el más brutal de todos los profesores. Pero se aprende, ¡por Dios que se
aprende!
C. S. LEWIS

Crecí en una pequeña comunidad llamada Estepona, en el sur de España. Tenía 16 años
cuando un buen día mi padre me dijo que me permitiría conducir el automóvil para llevarlo
hasta Mijas, a unos 25 kilómetros de distancia. Como única condición me pidió que llevara
el vehículo al taller cercano para que le hicieran mantenimiento. Como había aprendido a
conducir recientemente y no tenía muchas oportunidades de guiar el coche, acepté la oferta
sin titubear. Llevé a papá hasta Mijas, comprometiéndome a recogerlo a las cuatro de la
tarde y conduje el automóvil hasta el taller de mantenimiento. Con tiempo disponible entre
las manos decidí ver una presentación doble en el teatro cercano al taller, infortunadamente,
me entretuve demasiado con las películas y perdí toda noción del tiempo. Cuando terminó
la segunda película vi que eran las seis de la tarde. ¡Estaba retrasado dos horas!
De seguro mi padre se disgustaría al saber que había estado en cine. No me dejaría volver a
conducir. Decidí decirle que el coche tenía algunos defectos y que los mecánicos se habían
demorado más de la cuenta reparándolos. Fui al lugar donde habíamos acordado encontrar-
nos y vi a mi padre parado en la esquina, esperándome pacientemente. Le pedí excusas por
la tardanza y le dije que había ido a recogerlo tan pronto me habían entregado el auto,
después de hacerle algunas reparaciones mayores. Nunca olvidaré la mirada que me dirigió.
"Jason, me entristece pensar que consideras necesario tener que mentirme".
"¿Por qué? Yo te estoy diciendo la verdad".
Mi padre me miró una vez más. "Cuando no apareciste, llamé al taller para averiguar qué
sucedía, y me dijeron que tú todavía no habías pasado a recoger el coche. Entonces, como
verás, estoy al tanto de que éste está en perfectas condiciones". Un sentimiento de culpabi-
lidad me invadió y con torpeza le confesé que había estado en cine y también la verdadera
razón de mi tardanza. Mi padre escuchó atentamente con el rostro entristecido.
"No estoy disgustado contigo, sino conmigo mismo. Me doy cuenta de que si después de
tantos años tú te ves en la necesidad de mentirme, es porque he fallado como padre- Fallé
porque he criado a un hijo que no puede decirle la verdad ni siquiera a su papá. Ahora me
iré caminando hasta nuestra casa para tener la oportunidad de meditar sobre mis errores de
los pasados años".
"Pero papá, no puedes hacer eso. Para llegar a casa tendrás que caminar veinticinco
kilómetros a oscuras".
Todas mis excusas, objeciones y demás manifestaciones verbales fueron inútiles. Le había
fallado a mi padre y estaba a punto de recibir la lección más dolorosa de mi vida. Papá
comenzó su larga caminata por la vereda polvorienta. Abordé el coche rápidamente y me
fui detrás, con la esperanza de que desistiera de su empeño. Le supliqué en todos los tonos,
diciéndole lo mucho que lo sentía. Pero él siguió su penoso camino en silencio, ensi-
mismado en sus pensamientos e ignorándome totalmen te. Recorrí los veinticinco
kilómetros detrás de él, conduciendo el coche a un promedio de ocho kilómetros por hora.
Ver a mi padre padeciendo tanto, física y emocionalmente, ha sido la experiencia más
dolorosa y angustiosa que jamás haya tenido que afrontar. Sin embargo, fue la lección más
fructífera- No le he vuelto a mentir.
Jason Bocarro
El precio de la gratitud
Tenia unos trece años. Los sábados, mi padre me llevaba con frecuencia de paseo. Algunas
veces íbamos al parque y otras a la bahía, a observar los barcos. Mis paseo s favoritos eran a
las chatarrerías a curiosear viejos aparatos electrónicos. De vez en cuando comprábamos
uno de estos trastos por cincuenta centavos, para desbaratarlo en casa.
De regreso, papá paraba con frecuencia en la heladería y me compraba un cono de diez
centavos. No siempre, pero con la suficiente frecuencia. No era algo que podía dar por
descontado, pero podía soñar y rezar para que sucediera desde el momento en que
emprendíamos el regreso y hasta que llegábamos a esa esquina mágica, donde seguíamos
derecho hasta la heladería o volteábamos para llegar a casa con las manos vacías. Esa
esquina significaba una anticipación que me hacía agua la boca o me generaba una
desilusión.
A veces mí padre me tomaba el pelo utilizando la ruta más larga para llegar a casa. "Me
vine por este lado como para variar", me decía pasando frente a la heladería sin detenerse.
Era un juego entre ambos y como en casa nunca faltaba la comida en la mesa, el
abstenernos de comer helados no implicaba privación alguna.
En los mejores días me preguntaba: "¿Te gustaría un cono?", en un tono de voz que
convertía el manido interrogante en algo muy original y espontáneo. Yo le respondía: "¡Me
parece una gran idea, papá!".
Yo siempre pedía un cono de chocolate y él uno de vainilla. Me daba la moneda de veinte
centavos y yo entraba corriendo a la heladería a hacer nuestro acostumbrado pedido. Nos
comíamos los helados sentados en el coche. Yo adoraba a papá y me fascinaban los
helados, de modo que me sentía en el séptimo cielo.
Un fatídico día, de camino casa, yo venía rezando y haciendo fuerza para que me formulara
la pregunta mágica. Me la hizo: "¿Te gustaría comer un cono?".
"¡Me parece una gran idea, papá!".
Pero de inmediato me dijo: "A mí también me parece una gran idea, hijo. ¿Qué te parece si
hoy me invitas tú?".
La cabeza me daba vueltas. Veinte centavos. ¡Veinte centavos! Yo podía hacer el gasto.
Recibía veinticinco centavos semanales, y unos centavos adicionales por la realización de
trabajitos esporádicos. Pero ahorrar dinero era importante. Papá me había enseñado eso. Y
utilizar mi propio dinero cuando de comprar helados se trataba, era un gasto inoficioso.
¿Por qué no se me ocurriría que ésta era una maravillo sa oportunidad para reconocerle a mi
padre su permanente y gran generosidad? ¿Cómo no se me había ocurrido que mi padre me
había comprado unos cincuenta helados y yo no le había obsequiado ni uno? Lo único que
yo podía pensar era: ¡Veinte centavos?.
En un arranque de mezquina y egoísta ingratitud, dejé escapar las terribles palabras que
desde entonces retumban en mis oídos: "En ese caso, mejor dejémoslo para otro día".
Mi padre sólo dijo: "Está bien, hijo".
Al emprender el camino a casa, caí en cuenta de lo equivocado que estaba y le rogué que
nos devolviéramos. "Yo invito", le supliqué.
Pero él simplemente contestó: "No te preocupes. En realidad no nos hacen falta", y no le
puso atención a mis protestas. Nos fuimos a casa.
Me sentí muy infeliz por mi egoísmo y falta de gratitud. Él no me reiteró mi mezquindad,
ni mostró desilusión. Pero no creo que hubiera podido dejar una mayor impresión sobre mí,
haciendo algo distinto.
Aprendí que la generosidad es de doble vía y que la gratitud a vece s cuesta algo más que un
"Muchas gracias". Ese día la gratitud me hubiera costado veinte centavos, y habría sido el
helado más rico del mundo,
Les contaré algo más. Fuimos de paseo la semana siguiente y cuando nos acercamos a la
esquina encantada dije. "Papá, ¿te gustaría comer un cono el día de hoy? Yo invito".
Randal Jones

Sra. Virginia De View, ¿dónde está usted?


Todos tenemos nuestros momentos descollantes, y la mayoría de ellos se da con el estímulo
de otra persona.
GEORGE ADAMS

Estábamos sentadas en su clase, riéndonos tontamente y dándonos codazos mientras


intercambiábamos los últimos chismes del día, como la peculiar sombra morada para los
ojos que se había aplicado Catalina. La señora De View nos pidió que hiciéramos silencio.
"Bien", nos dijo sonriendo. "Ahora nos dedicaremos a descubrir nuestras profesiones".
Toda la clase pareció jadear al tiempo. ¿Nuestras profesiones? Nos miramos los unos a los
otros- El mayor de nosotros tenía catorce años. No cab ía duda de que a la profesora le
faltaba un tornillo.
Sin duda, éste era el concepto que todos teníamos de la señora De View, con su cabello
peinado hacia atrás en un moño y sus grandes dientes protuberantes. Debido a su apariencia
física, era el blanco fácil de las soterradas risitas burlonas y los chistes crueles.
Y también, debido a sus exigencias, lograba enfurecer a los estudiantes. La mayoría de
nosotros hacía caso omiso de su genialidad.
"Así es. Cada uno de ustedes se dedicará a encontrar su futura profesión". Nos dijo lo
anterior con el rostro iluminado, como si cada año esta tarea fuese la asignación más
importante de su curso. "Tendrán que realizar una investigación sobre su futura carrera.
Cada uno hará una entrevista en el área de su elección y rendirá un informe verbal".
Nos fuimos a casa muy confundidos. ¿Quién tiene idea de lo que quiere ser a los trece
años? Yo, sin embargo, había logrado reducir mis posibilidades. Me gustaba el arte, cantar
y escribir. Pero mis habilidades artísticas eran nulas y cada vez que intentaba cantar mis
hermanas gritaban de dolor: "¡Por favor, cállate!". Por sustracción de materia, lo único que
me quedaba era escribir.
Todos los días Virginia De View verificaba nuestros progresos. ¿Cómo íbamos? ¿Quiénes
habían escogido sus carreras? Al fin, la mayoría de nosotros había escogido alguna
profesión. Yo seleccioné el periodismo- Esto quería decir que debía entrevistar a un
periodista de carne y hueso, y estaba muerta del susto.
Me senté frente a é!, casi sin poder musitar palabra. Me miró con fijeza y preguntó:
"¿Trajiste estilógrafo o lápiz?".
Hice un gesto negativo con la cabeza.
"Me imagino que por lo menos tienes papel".
Volví a negar con la cabeza.
Por último cayó en cuenta de que yo estaba completamente petrificada y recibí mi primer
consejo como periodista neófita. "Jamás vayas a alguna parle sin. Lápiz y papel. Nunca se
sabe lo que puedes encontrar".
Durante los siguientes noventa minutos me engolosinó con historias de atracos, excesos
antisociales y conflagraciones. Él nunca olvidaría la muerte de los cuatro integrantes de una
familia en un trágico incendio. Todavía recordaba el hedor de los cuerpos humanos calcina-
dos por las llamas, me dijo, y jamás olvidaría esa historia macabra.
Unos días después hice mí presentación oral de memo ria y sin anotación alguna, pues había
quedado completamente hipnotizada por el periodista. Recibí una calificación sobresaliente
por el proyecto.
Cuando el año estaba por terminar, algunos estudiantes muy resentidos decidieron cobrarle
a la señora De View el arduo trabajo al que nos había sometido, arrojándole a la cara un
pastel de crema cuando recorría un pasillo del colegio. Sufrió lesiones personales leves,
pero el daño emocional fue grave. Dejó de venir al colegio durante varios días. Cuando
escuché lo ocurrido sentí un horrible vacío en e l estómago. Sentí una enorme vergüenza
personal y ajena, ai pensar que algunos de mis compañeros de estudio no tenían nada mejor
que hacer que abusar de una señora a causa de su apariencia física, en vez de apreciar sus
maravillosas dotes como docente.
Con el pasar de los años me olvidé por completo de Virginia De View y de las profesiones
que escogimos ese año. Me hallaba en la universidad, tratando de decidir qué estudiaría. Mí
padre deseaba que estudiara administración de empresas. La sugerencia tenía una gran
dosis de sabiduría, pero con el pequeño inconveniente de que yo no tenía la más mínima
habilidad administrativa. De repente, Virginia De View apareció en mi memoria como
también mi deseo de ser periodista. Llamé por teléfono a mis padres.
"He decidido cambiar de carrera", les anuncié. Un silencio sepulcral descendió sobre
nuestra comunicación telefónica.
"¿Qué piensas estudiar?", preguntó finalmente mi padre.
"Periodismo".
Por el tono de sus voces no me cabía la menor duda de que a mis padres se les había
amargado el día. Sin embargo, no se opusieron a mi decisión. Sólo me recordaron que esa
profesión era muy competida y que yo siempre le había sacado el cuerpo a la competencia.
Estaban en lo cierto, pero el periodismo me trasformaba; por alguna razón lo tenía en la
sangre. Me dio la libertad de acercarme a personas totalmente extrañas y preguntarles qué
estaba sucediendo. Me formó para formular preguntas y obtener respuestas, tanto en mi
vida profesional como personal. Me brindó confianza en mí misma.
Durante los últimos doce años he ejercido la profesión de periodista en forma increíble y
con múltiples satisfacciones, cubriendo noticias desde asesinatos hasta acc identes aéreos,
para dedicarme finalmente a mis temas preferidos. Me ha fascinado escribir sobre los
momentos sublimes y trágicos en las vidas de los seres humanos, porque pienso que de
alguna forma les he brindado la mano.
Cierto día, cuando me aprestaba a levantar el auricular del teléfono que reposaba sobre mi
escritorio, una increíble ola de recuerdos azotó mi conciencia, y caí en cuenta de que sí no
hubiera sido por Virginia De View yo no me encontraría en ese lugar.
Presiento que ella nunca sabrá que sin su ayuda yo no me habría convertido en escritora y
periodista. Sospecho que de no ser por ella, ahora me encontra ría hundiéndome en las
arenas movedizas del mundillo de los negocios, cargando a cuestas una gran infelicidad
diaria. Me he preguntado cuántos estudiantes más se beneficiarían de ese memorable
proyecto.
Permanentemente se me pregunta: "¿Cómo escogió la carrera de periodismo?"-
Siempre inicio mi respuesta de la misma forma: "Pues mire, resulta que yo tuve una
profesora.-.". Es mi forma personal de agradecerle a la señora De View.
Estoy convencida de que al pensar retrospectivamente en sus épocas de co legial, cada quien
descubrirá la desteñida imagen de un solo profesor o profesora. Es posible que todavía
tenga tiempo de darle las gracias antes de que sea muy tarde.
Diana L Chapman

¿Qué sucede?

Una profesora recién graduada, llamada Mary, aceptó el cargo de profesora en una reserva
de los indios navajos. Todos los días pasaba a cinco jovencitos al tablero y les pedía que
resolvieran un problema matemático sencillo, como tarea. Los chicos se paraban frente al
tablero en completo silencio y rehusaban hacer la tarea solicitada. Mary no podía entender
qué sucedía. Nada de lo que había estudiado le ofrecía una ayuda y, desde luego, no había
visto nada parecido durante sus prácticas estudiantiles en Phoenix. Mary se preguntaba a sí
misma: ¿Qué estaré haciendo mal? ¿Será ({w escogí a cinco alumnos que no pueden
resolver los problemas? No, ésa no es la respuesta. Por último decidió preguntarles qué
sucedía, y en la respuesta que sus pupilos indígenas le dieron aprendió una lección
sorprendente sobre la autoestima y la auto valoración.
Al parecer los estudiantes respetaban la individualidad de cada cual y sabían que no todos
eran capaces de resolver los problemas. Ya a esa tierna edad comprendían la inutilidad de l
enfoque de ganar o perder dentro del aula. Pensaban que nadie se favorece ría si alguno de
ellos se desprestigiaba o pasaba una vergüenza frente al tablero- Por lo tanto, se negaban a
competir entre ellos en público.
Cuando Mary comprendió, cambió su sistema de tal manera que podía corregir la tarea de
cada alumno individualmente, y no a costa del mismo frente a sus compañeros. Todos ellos
querían aprender, pero sin causarle daño a otro.
Tomado de: The Speaker's Sourcebook

El obsequio eterno

En la hora más aciaga el alma recibe alimento y fortaleza para proseguir y resistir.
HEART WARRIOR CHOSA

"¿Eso es verdad, o usted lo puso en la cartelera porque suena bien?".


"¿De qué me hablas?", le contesté, sin levantar la vista del trabajo.
"Ese aviso que usted escribió y que dice. 'Si lo concibes y puedes creer en ello, también lo
puedes lograr'".
.Levanté la vista para mirar el rostro de Paúl, uno de mis estudiantes favoritos, pero no por
cierto uno de los mejores.
"Mira, Paúl", le dije, "Napoleón Hill, el señor que escribió esas palabras, lo hizo después de
muchos años de estudiar las vidas de grandes hombres y mujeres. Descubrió que todos ellos
sólo tenían en común el haber manifestado ese mismo concepto de diversas formas. Julio
Veme lo expresó de otra forma al decir, 'Cualquier cosa que la mente de un hombre pueda
imaginar, la mente de otro la puede concebir'".
"¿Me quiere decir que si yo tengo una idea en la que creo de verdad, la puedo convenir en
realidad?", me preguntó con tal intensidad que le presté toda mi atención.
"Paúl, por lo que he podido leer y ver, no estamos hablando de una teoría, s ino de una ley
que ha sido comprobada a través de la historia".
Paúl clavó las manos hasta el fondo de los bolsillos de su jean y dio vueltas por la
habitación. Por fin se detuvo frente a mi y me dijo con renovada energía: "Profesor, yo he
sido un estudiante mediocre toda mi vida, y sé que eso me va costar caro más adelante.
¿Qué sucedería si yo imaginara que soy un buen estudiante y verdaderamente lo creyera...
de tal forma que hasta lo pudiera lograr?".
"Paúl, entiende esto: si verdaderamente lo crees, pro cederás a la acción. Pienso que tienes
una gran fuerza dentro de ti, y que se desencadenará para ayudarte, una vez que asumas tu
compromiso".
"¿Qué quiere usted decir con compromiso?", pregunté.
"Escucha la historia de un cura que fue a visitar a uno de sus feligreses a su pequeña finca.
Admirado por la belleza del lugar, el cura dijo al granjero: 'Saúl, no cabe duda de que tú y
el Señor han creado aquí un remanso de belleza'.
'Gracias, reverendo', respondió Saúl, 'pero usted ha debido ver este lugar cuando el mismo
Señor lo manejaba'.
La realidad. Paúl, es que Dios nos da la leña y nosotros tenemos que encender la hoguera".
Se produjo un silencio cargado de tensión. "Está bien", dijo Pa úl. "Lo haré. Para el fin de
este semestre seré un estudiante de nivel B".
Ya habían corrido cinco semanas desde el inicio del período, y en mi clase Pa úl tenía un
promedio de D en todas las materias.
"Es una montaña empinada y difícil de escalar, pero creo que eres capaz de rea lizar lo que
has concebido". Soltamos la carcajada y él dio media vuelta y se fue a almorzar.
Durante las próximas doce semanas. Paúl me permitió, una de las experiencias más
inspiradoras que profesor alguno puede recibir. Fue desarrollando un agudo sentido de la
curiosidad a medida que formulaba preguntas inteligentes. Su nuevo enfoque de la
disciplina se percibía en una discreta pulcritud en el vestir y en un refrescante sentido de
dirección en su andar. Su promedio comenzó a incrementarse lentamente, se hizo
merecedor de una mención por mejoramiento y su autoestima empezó a crecer. Por primera
vez en su vida encontró que otros estudiantes solicitaban su ayuda. Comenzó a desarrollar
una personalidad atractiva y una cordialidad carismática.
Por último gestó la victoria. Un viernes por la tarde me senté a calific ar un examen
importante de historia. Escudriñé el examen de Paúl durante largo tiempo antes de empuñar
mi pluma de tinta roja para iniciar su corrección. No utilicé la pluma una sola vez. Había
concebido el exámen perfecto, para así lograr su primera nota de excelencia, A +- De
inmediato saqué su promedio en las otras materias y ahí estaba, un promedio A/ B. Había
logrado escalar la cima con cuatro semanas de ventaja. Me puse en contacto con mis
colegas para compartir las buenas nuevas.
Ese sábado por la mañana fui al colegio para un ensayo de Persigue tu sueño, una obra de
teatro que yo dirigía. Llegué al parqueadero con el corazón lleno de ilusión y fui recibido
por Catalina, la actriz estrella de la obra y la mejor amiga de Paúl. Su rostro estaba bañado
en lágrimas. Apenas salí del coche, vino corriendo y se estrelló contra mí, gimiendo
desgarradamente- Entre lágrimas me contó lo sucedido.
Paúl estaba en casa de un amigo, jugueteando con la colección de armas "descargadas", en
la sala familiar. Como lo habría hecho cualquier niño, iniciaron un juego de ladrones y
policías. Uno de los muchachos apuntó a la cabeza de Paúl con un revólver "descargado" y
disparó. Paúl se desplomó con una bala incrustada en el cerebro.
El lunes por la mañana un ayudante académico se presentó con un formulario de "retiro"
para Paúl. Había una casilla junto a "libro" para establecer si yo tenía su examen, y junto a
la casilla marcada con el rótulo "calificación", decía: "No hace falta".
Eso es lo que usted dice, pensé, mientras colocaba una B enorme en la casilla. Le di la
espalda a los alumnos para que no vieran mis lágrimas. Pa úl se había merecido esa
calificación y ahí estaba, pero él jamás retornaría. La ropa nueva, que había comprado con
el dinero proveniente de su trabajo como distribuidor de periódicos, todavía estaba colgada
en el ropero, pero él jamás retomaría. Sus amigos, su mención honorífica y su trofeo de
fútbol estaban ahí, pero Paúl jamás volvería- ¿Por qué?
El desconsuelo total y absoluto impone sobre el ser humano tal grado de humildad, que trae
consigo la bienaventuranza de eliminar cualquier resistencia a la voz de ese poder amoroso,
que se desencadena y jamás nos abandona.
"¡Oh alma mía!, edifícate mansiones más imponentes". A medida que las palabras de esa
vieja poesía le hablaban a mi corazón, pude constatar que Paúl se había llevado algo
consigo. Las lágrimas comenzaron a desvanecerse y una sonrisa afloró en mis labios. Pude
visualizar a Paúl concibiendo nuevamente, creyendo de nuevo y logrando nuevas
realizaciones, armado de su curiosidad, su disciplina, su autoestima y su sentido de
dirección recién adquiridos; esas mansiones invisibles del alma que debemos construir
mientras estamos en este mundo.
Como legado nos dejó muchas riquezas. Después del entierro reuní a mis estudiantes de
teatro en la puerta de la iglesia y les hice saber que los ensayos se reanudarían al día
siguiente. En recuerdo de Paúl y de todo lo que nos había dejado, había llegado la hora de
perseguir nuevamente el sueño.
Jack Schlatter

Yo soy...

Las palabras "Yo soy... "son potentes; ten cuidado a qué las amarras. Aquello que estás
reclamando tiene la habilidad de devolverse y reclamarte a tí..
A. L. KlTSELMAN
B.
[NOTA DEL EDITOR: ¿Alguna vez te has fijado qué tan frecuentemente te preguntan qué
vas a hacer, qué haces o qué piensas hacer cuando termines la universidad? Para todos
aquellos de nosotros que hemos sufrido porque lo que hacemos o vamos a ser no recibe
aprobación, aquí está la respuesta verdadera. Y recordemos esta la próxima vez que
alguien diga: "Oh, ¿de veras? Pues bien... no hay nada de malo en asar hamburguesas
para ganarse la vida. Deberías sentirte orgulloso".}

Yo soy arquitecto: he construido un cimiento sólido, y cada año que voy a ese colegio
agrego otro piso de sabiduría y conocimiento.
Yo soy escultor: he dado forma a mis principios morales y a mis filosofías de acuerdo con
la arcilla del bien y del mal.
Yo soy pintor: con cada nueva idea que expreso, pinto un nuevo tono en la multitud de
colores del mundo.
Yo soy científico: con cada día que pasa recojo nueva información, hago observaciones
importantes y experimento con nuevos conceptos e ideas.
Yo soy astrólogo: leo y analizo las palmas de la vida y a cada persona que encuentro.
Yo soy astronauta: constantemente exploro y amplío mis horizontes.
Yo soy médico: curo a aquellos que vienen a consultarme y a pedir consejo; además, lleno
de vitalidad a aquellos que han perdido el deseo de vivir.
Yo soy abogado: no me atemoriza defender firmemente mis derechos básicos e
inalienables, como también los del prójimo.
Yo soy oficial de policía: siempre estoy pendiente del bienestar de los demás y siempre me
encuentro en el lugar preciso para evitar peleas y mantener la paz.
Yo soy profesora: mediante mi ejemplo muchos aprenden e l significado de las palabras
dedicación, trabajo tesonero y firmeza.
Yo soy matemático: estoy dispuesto a conquistar cada uno de mis problemas con las
soluciones apropiadas.
Yo soy detective: escudriño el mundo a través de mis dos lentes y busco el significado y el
sentido de los misterios de la vida.
Yo soy miembro del jurado: juzgo a los demás y sus circunstancias, sólo después de haber
escuchado y entendido sus historias en su totalidad.
Yo soy banquero: muchos comparten conmigo su confianza y sus valores, y jamás pierden
el interés.
Yo soy futbolista: estoy listo para hacer una gambeta que emocione al público y para meter
el gol en la portería contraria.
Yo soy corredor de maratón: siempre estoy en movimiento y lleno de energía, dispuesto a
enfrentar el próximo reto.
Yo soy alpinista: a paso lento pera seguro, camino hacia la cima.
Yo soy equilibrista: siempre logro llegar al extremo opuesto, midiendo cada paso cuidadosa
y suavemente en cada situación peligrosa.
Yo soy millonario: rico en amor, sinceridad y compasión. También soy poseedor de una
inmensa reserva de sabiduría, conocimientos, experiencia e ingenio.
Pero más importante aún, yo soy yo.
Amy Yerkes

Sparky
Para Sparky, el colegio era casi una misión imposible. Cuando cursó octavo grado perdió
todas las materias-Reprobó física cuando cursaba el último año de bachillerato, con un cero
aclamado. También perdió latín, álgebra e inglés. En la arena deportiva también se encontró
con el fracaso. Aunque logró ingresar al equipo de golf, se las arregló para perder el único
torneo importante de la temporada. Se programó un torneo de consolación, y también lo
perdió.
Durante toda la adolescencia Sparky se perfiló como un ser socialmente torpe. De hecho,
Sparky no le caía antipático a los demás estudiantes, por cuanto ni siquiera le daban esa
importancia. Recibir un saludo de algún compañero de clase por fuera de los predios del
colegio era motivo de asombro para él. No hay forma de saber cómo le habría ido si hubiera
invitado a salir a las chicas. Sparky jamás se atrevió a fijar una cita durante todo el
bachillerato. Tenía pavor de ser rechazado.
En resumen, Sparky era un perdedor. Eso lo sabían él, sus compañeros y el mundo entero.
En consecuencia, se dejaba llevar por la corriente- Desde una tierna edad, Sparky había
llegado a la conclusión de que si las cosas se le iban a dar, se le darían a su debido
momento. Mientras tanto, él se contentaría con aquello que parecía ser una mediocridad
inevitable.
Sin embargo, había algo importante en la vida de Sparky y ese algo era el dibujo. Sus obras
artísticas lo enorgullecían. Desde luego, nadie más les daba valor alguno. Cuando cursaba
el último año de bachillerato, sometió unas caricaturas a consideración del consejo editorial
del anuario de su clase. Fueron rechazadas. A pesar de este fracaso Sparky decidió volverse
artista profesional, pues estaba convencido de sus habilidades.
Al terminar el bachillerato, dirigió una carta a los estudios cinematográficos de Wait
Disney El estudio le solicitó que enviara unas muestras de su trabajo y además, le sugirió el
tema de una tira cómica. Sparky llevó a cabo la tarea que le solicitaron. Dedicó valioso
tiempo a su realización, como también a los demás dibujos que presentó. Por fin recibió la
respuesta de los Estudios Disney. Su trabajo había sido rechazado una vez más. Al perdedor
se le propinaba una derrota adicional.
Es así como Sparky decidió escribir su propia autobiografía en forma de una tira cómica.
Plasmó en dibujos su personalidad infantil, aquélla de un pequeño perdedor de bajo
rendimiento crónico. El héroe de esta tira cómica se volvería mundialmente famoso en poco
tiempo, pues Sparky, el chico que había tenido tan poco éxito en el colegio y cuyos trabajos
habían sido rechazados una y otra vez, era nada menos que Charles Schultz. Su ingenio
creó la tira cómica de Carlitos, el jovencito que nunca logra que su cometa vuele o que
jamás puede propinarle una patada a la pelota de fútbol.
Tomado de: Bits &- Pieces

Si hubiera sabido
Todos hemos escuchado decir: "Si hubiera sabido en ese entonces lo que sé hoy-..".
¿Alguno de ustedes no ha sentido el deseo de decir en esas ocasiones: "Está bien, dígame
qué hubiera dicho o hecho..."?
Pues, aquí voy yo..-
Escucharía mi corazón con mayor atención.
Me divertiría más... y me preocuparía menos.
Sabría que el colegio llegaría a su fin en algún
momento... y el trabajo... bueno, eso no tiene importancia.
No me preocuparía tanto por lo que piensan los demás.
Disfrutaría de toda mi vitalidad y de mi piel lozana.
Jugaría más y me inquietaría menos.
Sabría que mis padres me aman y creería a ciencia
cierta que están haciendo las cosas de la mejor manera posible.
Estaría contenta de estar enamorada y me preocuparía
muchísimo menos de cómo irá a terminar la relación.
Sabría que probablemente no será así... pero
que algo mejor podrá venir más adelante.
No me daría vergüenza comportarme como una niña.
Sería más valerosa.
Buscaría las cualidades de los demás para solazarme con ellas.
No me relacionaría con otros simplemente para
darme un "baño de popularidad",
Tomaría clases de baile.
Me deleitaría con mi cuerpo, tal y como es.
Confiaría en mis amigas.
Sería una amiga digna de toda confianza.
No con/iana en mis novios (¡esto lo digo en broma!).
Disfrutaría besando. Estoy hablando de un disfrute real y verdadero.
De seguro sería más agradecida y más apreciativa de las bondades de los demás.
Kimberly Kirberger

SOBRE LAS SITUACIONES DURAS


Toda experiencia que nos obliga a mirar el miedo cara a cara, hace crecer nuestra fuerza,
nuestro valor y nuestra confianza. Nos permite decir: "He sobrevivido a esta terrible
experiencia. Estoy en capacidad de manejar lo que venga".
ELEANOR ROOSEVELT

Sólo una copa


A la vera de la autopista 128, cerca del poblado de Boonville, se encuentra una pequeña
cruz. Si la cruz hablara, les contaría la siguiente historia:

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