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Monografia Lunes

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INTRODUCCIÓN

Desde mediados del siglo XIX, los estudios sobre la sociedad Inca se han
caracterizado por la aplicación de un enfoque interdisciplinario favorecido por
el fluido diálogo entre arqueólogos, historiadores, antropólogos y lingüistas. Los
grandes logros conseguidos a través del empleo de este enfoque, sin embargo,
también se han visto acompañados por algunos desaciertos metodológicos como
el uso indiscriminado de términos quechuas para definir formal y funcionalmente
la cultura material incaica.
Esta última práctica, si bien a primera vista puede parecer irrelevante, es
particularmente importante dado que el empleo reiterado de estas voces quechua,
tomadas acríticamente de los registros etnohistórico y etnográfico, les otorga la
calidad de categorías clasificatorias portadoras de considerable carga semántica,
convirtiéndolas así en «etiquetas» con implicancias morfofuncionales. En el
caso específico de la arquitectura, es frecuente encontrar en las publicaciones
arqueológicas el uso de términos como acllahuasi, colca, chulpa, kancha, kallanka,
pucara, tambo y ushnu, y en menor proporción, chaucalla, huayrona y masma,
para referirse a determinados tipos de estructuras y a las actividades a las que
estuvieron asociadas. Sin embargo, en muy pocos casos, la elección de estos
nombres es respaldada por un estudio histórico o lingüístico que justifique su
empleo; la práctica más común (y más simplista) es la de repetir mecánicamente
lo que otros investigadores escribieron previamente.
El presente artículo aborda el análisis de la denominada kallanka, una categoría
arquitectónica que, si bien ha merecido ya la atención de algunos investigadores
(Meinken, 2000-2001; 2005a; Muñoz, 2007), aún no ha sido cabalmente
definida. A partir de la revisión de información registrada en fuentes etnohistóricas
coloniales proponemos una redefinición de la misma.
ARQUITECTURA INCA

El Imperio Inca
La zona central andina de la América del Sur es uno de los ámbitos más ricos en
vestigios de importantes civilizaciones antiguas en todo el mundo. En la antigüedad
existieron en esta zona varias culturas muy desarrolladas que, desde muchos siglos antes del
comienzo de nuestra, era fueron apareciendo y desapareciendo y superponiéndose unas a
otras, hasta llegar a confluir todas en una sola, que se convertiría en una de las más
importantes civilizaciones de todos los tiempos: el imperio Inca.
Aproximadamente a partir del año 1200 a. C. comienzan a desarrollarse las primeras
culturas en la zona de la costa norte del actual Perú. Es en esta época cuando empiezan a
surgir los primeros indicios del nacimiento de núcleos poblacionales, pequeñas aldeas que
configuran los primeros antecedentes del urbanismo andino. Con el correr de los años, los
centros religiosos se van transformando en populosos núcleos urbanos que albergan
residencias, mercados, y órganos administrativos, políticos y religiosos. La economía de
estos centros se apoyaba primordialmente en el desarrollo y control de grandes extensiones
territoriales dedicadas a la economía agrícola y la ganadería, mientras que el mantenimiento
específico de los órganos de poder residía en un sistema de tributación del pueblo que
incluiría no sólo la aportación de materias primas sino también de la prestación de labores
en obras públicas, o prestando servicios a las clases dirigentes.
Se estima que estas clases llegaron a tener riquezas extraordinarias, hecho
comprobado con los hallazgos arqueológicos, especialmente de tumbas de señores de la
cultura Moche, entre otros. Precisamente esta cultura fue una de las más importantes de la
era pre incaica, habiéndose iniciado en la zona de los valles de Chicama y Moche, para
luego, alrededor del año 200 a. C. comenzar a expandirse hacia otros valles. Otras
civilizaciones de importancia comenzaron a aparecer en diferentes zonas desde el norte de
Perú hasta la actual Bolivia, que con el correr de los siglos desarrollarían las bases de la
cultura incaica. Pueblos como la civilización Moche, Tiawanaku, Nazca y Chimú, dejaron
todo su bagaje cultural como herencia a aquellos que se encargarían de llenar su espacio y
desarrollar una cultura que iba a ocupar el lugar, político y territorial, de todas ellas,
llegando a convertirse en una de las más importantes civilizaciones de todos los tiempos.

Orígenes

El inicio de la civilización incaica se remontaría aproximadamente al año


1100 de nuestra era, aunque este supuesto inicio, está basado, como suele ser habitual,
en una leyenda. La tradición cuenta que un héroe civilizador llamado Manco Cápac, hijo del
sol, fundó la ciudad del Cuzco en un valle entre la confluencia de dos ríos. Éste había
sido enviado por el sol junto a su hermana y

esposa Mamá Ocllo, con el objeto de que reuniesen a los naturales en núcleos poblacionales
y los convirtieran en seres civilizados, debido a que el astro rey se había compadecido del
estado de barbarie y abandono en el que estaban viviendo los hombres. Los hermanos
venidos del cielo habrían llegado a la tierra en las inmediaciones del Lago Titicaca –el lago
más alto del mundo-, en la actual zona fronteriza entre Perú y Bolivia para luego iniciar
un lento peregrinaje por las altísimas llanuras del altiplano. Tenían en su poder una
pequeña vara de oro y según las instrucciones recibidas por el sol, deberían fijar su
residencia en el sitio en donde la vara se hundiera por sí sola. Una vez que arribaron al valle
del Cuzco tuvo lugar el hundimiento prodigioso de la vara y de esta forma establecieron su
residencia. Ya instalados en el sitio prodigioso, Manco Capac comenzó a instruir a los
hombres en la agricultura, mientras que su hermana y esposa instruyó a las mujeres en las
artes del hilado y el tejido. Así, la gente del valle, obedeciendo las divinas enseñanzas, se
convirtió en los cimientos del pueblo Inca. En poco tiempo, el aprendizaje recibido hizo a
este pueblo notablemente superior a las demás tribus vecinas, erigiéndose en la tribu
dominante, lo que los llevó a extenderse más allá de las fronteras del valle del Cuzco
unificando las culturas por medio de las conquistas militares.
Existen diferentes teorías sobre la forma de apreciar esta tradición. Hay quienes
niegan la existencia del más mínimo atisbo de verdad en su contenido, afirmando que la
leyenda es una creación totalmente original que se inventó en tiempos de apogeo del
imperio, para dar soporte divino a sus monarcas, instituyéndose en descendientes del hijo
del sol, además de lograr una unidad religiosa del pueblo con toda una jerarquía
eclesiástica, con vistas a su dominación. Pero también están aquellos que, como el Inca
Garcilaso de la Vega, piensan que la leyenda tiene una base de verdad, atribuyéndole la
identidad del supuesto hijo del sol, a algún individuo extranjero instruido e inteligente, que
al arribar con su grupo al valle del Cuzco, comprendió que haciéndose pasar por un Dios
podría convertirse en el jefe de los elementales naturales que habitaban el lugar en
condiciones precarias. En definitiva, es probable que un pequeño grupo procedente de la
zona de los actuales Andes bolivianos, o quizá de los alrededores del lago Titicaca se hayan
instalado en la zona del valle del Cuzco huyendo de vecinos hostiles o simplemente
buscando un lugar más apto para el desarrollo de la actividad agrícola y ganadera, llegando,
con el correr de los años, a unificar la multitud de costumbres, tradiciones y cultos de los
diversos grupos étnicos residentes en las zonas lindantes.
Existen, por otra parte, otras tradiciones que intentan echar luz sobre los orígenes
incaicos, que hablan de hombres blancos y barbados que salieron de las aguas del lago
Titicaca, o incluso del mar, para civilizar al pueblo y hacerlos vivir en paz. Esta leyenda,
con diferentes variantes, se repite sistemáticamente en numerosas culturas americanas de
diferentes zonas geográficas, como por ejemplo en la cultura azteca, cuando se recuerda
la leyenda de Qetzalcoatl, el dios civilizador blanco y barbado que había llegado de
oriente y un día partió prometiendo volver. Este tipo de leyendas provoca irremediablemente
en muchas personas la tentación de interrogarse sobre las misteriosas razones que
pueden haber hecho que una misma historia se haya expandido por tan extensos territorios
que teóricamente no tenían contacto entre sí. ¿Quiénes serían estos hombres

blancos barbados que llegaron desde las aguas en épocas remotas, muy anteriores al arribo
de los españoles? Esto, claro, si realmente estas leyendas tienen una base de hechos
verdaderamente acaecidos en tierras americanas.
De una u otra forma, no parece probable que el inicio de esta civilización
se remonte al año 1100 de nuestra era, como lo afirman diversas crónicas, debido a que no
concuerda el lapso de tiempo transcurrido desde entonces hasta la fecha de llegada de los
conquistadores, con la cantidad de monarcas ungidos por la tradición andina. Cuenta
esta tradición con una genealogía conformada, desde aquella época hasta la llegada de
los españoles, por una lista de trece Incas, aunque se estima que de todos ellos, sólo
pueden ser considerados con cierta certeza, verdaderos personajes históricos a los últimos
cinco, ya que se duda sobre los primeros ocho, a quienes no se adjudica una entidad
enteramente histórica debido a la falta de información fehaciente. El primer grupo está
conformado por: Manco Cápac, Sinchi Roca, Lloque Yupanqui, Mayta Cápac, Cápac
Yupanqui, Inca Roca, Yahuar Huacac y Viracocha Inca. El segundo grupo integrado
por aquellos monarcas cuya referencia histórica estaría comprobada, está formado según el
siguiente detalle: Pachacuti Inca Yupanqui, Topa Inca Yupanqui, Huayna Cápac, Huáscar y
Atahualpa.
Incluso no hay seguridad de que los primeros monarcas hayan detentado el poder en
forma de Inca todopoderoso, sino que se estima posible que el poder haya sido compartido
probablemente entre dos monarcas, originarios de diferentes secciones de la ciudad capital.
Se sabe que durante mucho tiempo, existió en la zona una intensa rivalidad entre los
descendientes de Manco Cápac y el pueblo de los Chancas. El final de este enfrentamiento
daría al triunfador la posibilidad de lograr la hegemonía sobre el valle y lanzarse a una
aventura expansionista. Aproximadamente en el año 1438 se dio este final, con el triunfo
definitivo de los Incas sobre sus aguerridos rivales. Es a partir de este momento que puede
hablarse con propiedad del imperio Inca o Tawantinsuyu, coincidiendo con el inicio del
reinado del considerado como el verdadero creador de esta civilización: el Inca Pachacuti.
Durante su reinado, aproximadamente entre los años 1438 y 1471, se llevó a cabo el
engrandecimiento de la ciudad del Cuzco, el establecimiento de las instituciones, la
organización del imperio y, principalmente, el inicio de la expansión territorial. Fue
guerrero, organizador y legislador. Algunos lo han llamado el Alejandro Magno de la
antigua América. Esta fervorosa actividad en beneficio del imperio, la heredó a su hijo Topa
Inca Yupanqui, quien consolidó la expansión que llevó a esta civilización a contar con un
territorio de unos 600.000 km2, alcanzando a cubrir los actuales territorios de Perú,
Bolivia y Ecuador, y parte de Colombia, Chile y Argentina, en la época de la llegada
de Francisco Pizarro.
Igualmente, todo, absolutamente todo lo que pueda decirse de esta civilización, es
relativo, debido a que jamás dejaron registro escrito alguno, y todo lo que conocemos de
su historia y características se debe a la tradición oral a través de los siglos, recogida
por los cronistas españoles, lo que a todas luces, parece una fuente, como mínimo,
pasible de errores, modificaciones, interpretaciones y demás elementos que pudieran
desvirtuar la exactitud de la información a través del tiempo.

Organización del poder. El Inca y la nobleza.

Según la tradición, el poder pasó ininterrumpidamente de padres a hijos a partir de


Manco Capac, al hijo primogénito de la Coya, única esposa legítima del monarca cuya
condición la distinguía entre las numerosas concubinas de palacio. De cualquier forma,
también es relativa esta tradición ya que se cree que si en su momento, éste no era el más
apto, se escogía al más hábil entre la prole de los principales. Con el objeto de mantener la
pureza de la sangre real, al no mezclar la sangre del Sol con la sangre humana, según lo
dictaban sus creencias, esta esposa o Coya, era escogida de entre las hermanas del Inca.
Precisamente el monarca era quien se hallaba a la cabeza del Estado, en forma de rey
supremo y, si bien originalmente gobernó una pequeña tribu, luego se convirtió en la
autoridad máxima de un enorme imperio, que ejercía en forma despótica su poder teocrático,
disponiendo a su antojo sobre la vida y obra de sus súbditos. Su poder provenía directamente
del sol, el Tata Inti, ya que se decía descendiente directo de Manco Capac, hijo del sol y
progenitor de todos los futuros monarcas. Los jóvenes escogidos para suceder al Inca, eran
encargados a un grupo de sabios o amautas desde muy temprana edad, a los fines de ser
instruidos en las artes del poder, la educación militar y el ceremonial religioso, el cual llegó
a un alto grado de complejidad. Los jóvenes de entre los cuales saldría el sucesor, tenían
que superar a los dieciséis años una prueba atlética que incluía ejercicios, lucha,
pugilato, carreras, ayuno riguroso y diferentes tipos de combate. Esto duraba unos
treinta días, y no todos llegaban al final con vida, debido a las exigencias desmedidas que
implicaban este proceso. Terminada la prueba todos eran recibidos por el Inca y felicitados
por éste, a manera de estímulo. Luego seguía un largo y complicado procedimiento
ritual que concluía con la elección del sucesor, en la plaza principal de la ciudad, en medio
de un animado festival público de danzas y cantos. A partir de este momento, el elegido era
puesto al lado del Inca, y se le otorgaban ciertas funciones de importancia dentro de la
administración, convirtiéndolo en una especie de vice gobernante, con el propósito de
evitar peleas en la sucesión, aunque esto no siempre pudo evitarse, llegando incluso a
darse el caso de haber cambiado al sucesor a último momento.
El soberano, cuya denominación era Sapa Inca, utilizaba varias insignias
de poder, entre las cuales se distinguía la mascapaicha que usaba sobre su cabeza, y que
solía estar coronada por dos plumas de un exótico pájaro. También su vestuario debía
diferenciarlo de los demás mortales, ya que él estaba situado por encima de todos, llevaba
una túnica sin mangas que le llegaba hasta las rodillas, confeccionada con telas de lana de
vicuña, de la más alta calidad, cubierta por una capa. Calzaba unas sandalias de lana,
normalmente blancas.
El Inca llevaba una vida holgada y plena de comodidades, sin embargo debía
cumplir con múltiples obligaciones derivadas de su majestad. Su principal labor eran los
viajes permanentes, a manera de agotadoras peregrinaciones por todas las rutas del
imperio para, entre otras cosas, inspeccionar la construcción de palacios, obras públicas de
importancia estratégica y militar, y en épocas de guerra, llegaba a acompañar a sus
ejércitos. La comitiva era enorme, y se

desplazaban con lentitud por las rutas imperiales, descansando en los tambos, posadas
bien aprovisionadas construidas sobre los caminos, que se calculan en varios miles en el
momento de apogeo. El Inca era llevado en una litera que tenía detalles en oro y piedras
preciosas, pero solía mostrarse sencillo al arribar a los pueblos, tomando contacto con los
naturales para conocer sus problemas, incluso llegaba en oportunidades a tomar parte en
alguna disputa en los tribunales locales.
Los palacios reales eran totalmente construidos en piedra, en edificios sumamente
extensos de una sola planta con un patio central, cubiertos con techos de paja o de madera.
Jamás un nuevo Inca ocupaba el palacio de su antecesor, sino que se construía un nuevo
palacio, donde pasaba a residir con toda su corte de concubinas, guardias y servidores. El
palacio del Inca que fallecía era cerrado con todos sus tesoros dentro. El nuevo monarca
nada recibía en herencia, sino que él debía procurarse todo lo que constituiría la imagen de
su dignidad real. Ni siquiera heredaba el personal de servicio, ya que normalmente eran
inmolados junto a sus concubinas sobre el sepulcro del fallecido Inca, llegando a tratarse,
en ocasiones, de varios cientos de personas.
La nobleza estaba dividida en dos clases dominantes. En primer lugar
estaban situados inmediatamente después del Inca, todos los descendientes del
soberano, quienes conformaban la denominada panaca real. Al parecer, el monarca
llegaba a tener cientos de hijos con sus numerosas concubinas, situación que a veces
complicaba la satisfacción de las necesidades de alojamiento y manutención de esta clase
acomodada. Estas personas, llamadas “orejones” por los españoles, por causa de la
deformación de las orejas que se provocaban a propósito con el uso de unos enormes
adornos circulares encarnados en sus lóbulos, consumían en demasía y llevaban una vida
de lujos que, en ocasiones, poco tenían que envidiarle a la que llevaba el monarca. Sólo
miembros de esta clase podían ejercer las principales dignidades religiosas, además llegaban
a obtener destacados cargos administrativos y militares, y tenían privilegios de los que no
podían gozar quienes se encontraran fuera de la nobleza, como la poligamia.
La otra clase dominante estaba constituida por los Curacas. Estos eran los caciques
de las naciones conquistadas que los Incas con sus guerras iban adosando a su creciente
imperio. Los monarcas incas sabían cómo lograr pleitesía y admiración de sus
conquistados, y una de sus estrategias era justamente no remover a estos caciques de su
cargo, llevarse a sus hijos para que fueran educados en el Cuzco prácticamente como
virtuales rehenes, e incluso no prohibir la religión local, siempre que se adorara en primer
término la figura del Inca, se respetaran la leyes y la religión oficial. En ocasiones este tipo
de medidas no era suficiente y se llegaban a realizar traslados de una tierra a otra para
facilitar la integración. La autoridad de estos personajes era solamente local. Si bien los
“orejones” eran seres absolutamente superiores y contaban con privilegios exclusivos
inherentes a su dignidad, los Curacas disponían también de ciertos privilegios
que los diferenciaban fuertemente del pueblo, aunque en este caso, aparentemente,
recibían estos privilegios en forma de obsequios y halagos de parte del soberano, como para
dejar en claro que no les eran inherentes. Así se lograba mantener a los Curacas en su lugar
dentro de la escala social incaica, y a su vez se establecía toda una cadena de distribución de
privilegios, bienes, y lealtades que aseguraban el perfecto funcionamiento de las
instituciones. Estas prebendas podían incluir el uso

de literas, vestidos de telas finas, viviendas en zonas nobles, concubinas y


servidores.
Existía además otro grupo de privilegio que era el de las denominadas aclla, o
mujeres elegidas. Estas mujeres eran elegidas entre las más bellas del imperio cuando eran
niñas, y eran educadas conjuntamente las que provenían de la nobleza como las escogidas
entre el pueblo. Luego de recibir una educación de elite durante cuatro años, tenían
diversos destinos que iban desde convertirse en esposas o concubinas de miembros de la
nobleza, hasta ser Vírgenes del Sol o mamacunas, condición que las llevaba a recluirse para
siempre en los acllahuasi, manteniendo su castidad y una rígida disciplina cuya falta de
observación era pasible de la pena capital.

Organización política y social


Todo estaba dividido en el imperio en forma matemática y precisa, para facilitar las
tareas tendientes a lograr el estricto orden pretendido por el Estado. La población de todos
los territorios del imperio en su conjunto al momento de la llegada de Francisco Pizarro, se
estima entre unos veinte y treinta millones de personas. La denominación de este reino,
era Tawantinsuyu, o imperio de los cuatro costados o regiones, ya que estaba
dividido en cuatro territorios: el Collasuyu, al Sur, que era el más extenso de todos; el
Cuntisuyu, segunda parte del imperio, que abarcaba las regiones localizadas al oeste y
sudoeste de la ciudad del Cuzco; el Chinchasuyu, que ocupaba los actuales territorios de
Ecuador y sur de Colombia y el Antisuyu, que se extendía hacia el Este, donde se
sitúan las laderas orientales de la cordillera y el nacimiento de la selva amazónica. Cada
uno de estos territorios, o costados, contaban con una especie de gobernador a la
cabeza, denominado Tucuyricuc o Suyoyoc Apu. Éste detentaba el poder máximo en
temas de toda índole, administrativos, jurídicos, políticos y militares. Comandaba
desde la sede de su gobierno a un verdadero ejército de funcionarios que eran itinerantes
o residentes en los diferentes pueblos de su distrito. A su vez, su desempeño era
celosamente vigilado por funcionarios imperiales. Los cuatro suyos eran los territorios
originales de las diferentes culturas conquistadas mediante las armas por los incas.
Hacia cada uno de ellos se dirigía uno de los cuatro caminos principales que salían desde
la capital, el Cuzco, que significaba ombligo del mundo. Esta ciudad, habitada por unas
200.000 personas a la época de la conquista, también se hallaba dividida en cuatro distritos,
que pertenecían a dos partes principales. La mitad inferior de la ciudad se llamaba Hurin
Cuzco y la superior era Hanan Cuzco. A su vez, cada uno de los cuatro distritos
tenían subdivisiones, y en cada uno de ellos intentaba agruparse a los habitantes según su
raza y origen, quienes mantenían en parte sus costumbres y vestimenta típica. De esta
organización urbana, podían conocerse datos como la clase social, procedencia y
grupo étnico, tan sólo con saber en cuál barrio de la ciudad vivía una persona.
Esta civilización llegó a formar un Estado con una organización social
realmente sorprendente, que no deja de causar aún hoy en día el asombro de
investigadores e historiadores del mundo entero. La población vivía en casas o

pequeños núcleos habitacionales diseminados por el campo y los sembradíos. Cuando se


trataba de pueblos de mayor envergadura, éstos solían encontrarse enclavados en
salientes rocosas y demás sitios no aptos para los trabajos agrícolas, de manera de
aprovechar al máximo las superficies cultivables. Las personas que habitaban estos pueblos
se agrupaban de acuerdo a una forma original de organización social denominada ayllu,
que fue la base de esta sofisticada estructura. El ayllu era una comunidad conformada
por todos los descendientes de un antepasado común, y no tenían un número
predeterminado de miembros, podían ir desde unas pocas decenas hasta cientos de
personas. El conjunto de ayllus formaba la población de las aldeas, y cada uno de ellos,
como una unidad social poseían un determinado territorio a los efectos de la residencia, el
culto a los espíritus y las labores agrícolas a las cuales estaban obligados. Esta misma
estructura estaba presente incluso en la corte real, ya que la nobleza cuzqueña era el grupo
descendiente del monarca, pero se diferenciaban por su denominación especial –panaca
real-, algunos privilegios como el de la poligamia, y además por que no poseían porciones
de tierra asignadas debido a que nunca debieron cumplir con tarea agrarias. En
oportunidades, se realizaba el traslado de ayllus completos, que a veces significaba el
traslado en masa de pueblos enteros, por motivos religiosos, estratégicos, políticos o
económicos. Estos grupos trasladados eran denominados mitimaes.
El pueblo o hatun runa, era el verdadero motor del imperio, tenían la
responsabilidad de trabajar las tierras del Estado con el objeto de crear riquezas que
fueran suficientes para el mantenimiento básico personal de los plebeyos, la manutención
de las clases privilegiadas improductivas y del inmenso aparato estatal. Los miembros
de los ayllu, es decir todo el pueblo fuera de la nobleza, no poseían absolutamente nada ya
que en el imperio no existía algo como la propiedad privada, y ni siquiera podría
llamarse privada a su vida personal. No les estaba permitido cambiar de residencia, ni
siquiera cambiar los colores de la ropa y el sombrero que debían utilizar para ser
identificados según su origen, además no tenían derecho a ninguna clase de educación
proveniente del Estado, salvo la estrictamente ligada al aprendizaje de técnicas de trabajo.
Dentro de los ayllus, aunque con cierta independencia de éste, se encontraban los
Yanaconas, que aparentemente tenían la tarea de cuidar las propiedades rurales del
Inca, como sembrados y ganado, aunque no se ha llegado actualmente a una conclusión
definitiva sobre la actividad y status de este miembro del grupo.
El Estado llevaba el control estadístico sobre todo; se contabilizaba y registraba la
población según sexo, edad, clase, ocupación, residencia. Toda la población del
Tawantinsuyo se dividía según un sistema decimal que los organizaba en decurias,
agrupaciones de diez cabezas de familias de entre veinticinco y cincuenta años. Luego se
organizaban en cincuenta, cien, quinientos y mil individuos, categorizados por edad, sexo,
etc. Todos los individuos estaban completamente controlados por el Estado prácticamente
en cada uno de sus actos, incluso en los más íntimos como las relaciones con sus
congéneres. Nada era privado, ya que según la concepción del Estado todo era de su
incumbencia, de manera que era absolutamente normal el control incluso sobre los
nacimientos y los matrimonios, siendo esto último de carácter obligatorio. Si alguien no
había encontrado con quien contraer matrimonio dentro de las edades indicadas, entre

los 24 y 26 años para los hombre y de 18 a 20 para las mujeres, el funcionario encargado
formaba las parejas según su criterio, de manera de que todos cumplieran con su
obligación. Algunas mujeres solteras podían llegar a convertirse en concubinas de altos
funcionarios
El Quipucamayoc era el funcionario que se encargaba de controlar todas estas
cuestiones de estadísticas y censos, fundamentales para las políticas demográficas seguidas
por el Estado. Su elemento de trabajo primordial era el quipu, complejo instrumento
confeccionado en cuerdas, que según la forma, nudos y colores con que se armaba,
contenía una u otra información. Este sistema nemotécnico tenía un método que pocos
conocían ya que su enseñanza estaba reservada solamente a escogidos funcionarios
estatales, miembros de la nobleza y otros pocos individuos ligados a tareas estatales.
Existían en el Cuzco depósitos especiales donde se guardaba toda esta información, a
manera de un gigantesco ministerio de economía de un Estado del mundo actual.

Trabajo, justicia, vida social.

En el imperio Inca, pocas cosas resultaron tan importantes para el Estado como el
respeto a las leyes, y a sus efectos, se organizó un aceitado sistema de leyes y
durísimos castigos para los que las violaran. En las ciudades y pueblos del interior del
imperio había organismos similares a tribunales que entendían en delitos leves, y los
gobernadores de los distritos se erigían en jueces superiores cuando se trataba de delitos
graves. Los jueces tenían un plazo de cinco días para concluir con los litigios. No existían
las apelaciones, pero el sistema promovía la mejor administración de justicia posible.
Existían pocas leyes, casi todas de carácter penal, como las que castigaban el
homicidio, el robo y el adulterio, delitos que tenían penas tremendas, aunque podían existir
ciertos atenuantes, por ejemplo para aquel que robara comida por necesidad. El hablar en
contra de la figura del Inca, la sedición, la blasfemia en contra del Sol eran penadas con la
pena de muerte, pero también podían serlo otros delitos relacionados con la organización
y el funcionamiento de la maquinaria estatal, como destruir puentes y caminos,
sembradíos, edificios públicos, árboles frutales, etc. Se adjudicaba a las leyes un carácter
casi divino, ya que emanaban del Inca, y por eso violarlas era un sacrilegio, aunque,
como suele darse en este tipo de estructuras, la justicia no alcanzaba a todos por igual,
viéndose más favorecidos los miembros de la nobleza por los fallos de los jueces.
Las leyes relativas al fisco, eran de vital importancia ya que organizaba los
ingresos con los que se nutría el aparato del Estado. A sus efectos, el territorio imperial se
dividía en tres partes, y lo producido dentro de cada una de ellas, se destinaba a su titular.
Los titulares de estas tres partes eran, el Sol, el Inca y el pueblo. Lo destinado al Sol se
empleaba en mantener toda la inmensa estructura religiosa del Estado, con su culto, sus
castas sacerdotales y templos. Lo que correspondía al Inca, pasaba a cubrir todos los
gastos del aparato del Estado, incluyendo la manutención de la nobleza improductiva y el
boato real. Por último, restaba lo producido en la parte correspondiente al pueblo, esta tierra
se dividía proporcionalmente entre todos los habitantes, y era trabajada por estos para
lograr

su propia manutención. Todas estas tierras eran trabajadas exclusivamente por el pueblo,
que de esta forma contribuía obligadamente con su fuerza de trabajo al mantenimiento del
Estado mediante este sistema denominado mita.
En este imperio no existía la pobreza, nadie jamás pasaba hambre debido a
la compleja distribución de las tierras y tareas que marcaba la ley, lo que constituía una
especie de comunismo agrario primitivo. Resulta notable el hecho de que a pesar de
haber contado con una extensión territorial y una población rara vez igualada en la
historia por un único imperio, lograron a fuerza de organización y decisión política erradicar
la pobreza, la miseria y la marginalidad, cosa raramente alcanzada a lo largo de la historia de
la humanidad, aunque a costa de un Estado opresor y omnipotente que no permitía el menor
atisbo de iniciativa individual ni propiedad privada. Según éste sistema comunitario, la
tierra era propiedad del Estado pero era entregada a la colectividad y todos debían
trabajar en ella. Sólo a los ancianos y enfermos se les permitía no trabajar, todos los demás
debían hacerlo y vivir del producto de ese trabajo. Cuando las personas del pueblo
contraían matrimonio, el Estado les proveía de una casa –según el caso podía ser construida
por la comunidad- y una porción de tierra o tupu, en usufructo que debían trabajar con el fin
de abastecerse. A cada hijo varón que nacía se le entregaba una porción y si nacía una niña
se le entregaba media porción de tierra. Cada año, los funcionarios del Estado que
recorrían todos los territorios imperiales con sus quipus, redistribuían la tierra según las
modificaciones dentro de los grupos familiares, haciendo cumplir estas leyes agrarias y
demográficas.
Por otra parte, todos los habitantes debían cumplir una labor comunitaria
obligatoria que sería algo así como el pago del tributo al poder imperial, que los obligaba a
trabajar con el sistema de la mita en la obra pública como la construcción de
puentes, templos, caminos, las minas y demás tareas para el Estado. Este mismo
sistema fue más tarde adaptado por los españoles para consolidar su estructura de
explotación de los grupos indígenas.
Esta especie de fraternidad denominada ayni en la cual todos trabajaban
para sí mismos, para el prójimo y para el Estado, se manifestaba fuertemente, cuando
alguna situación como un trabajo demasiado duro, o si un factor climático o alguna peste
llegaba a dañar las plantaciones de algún territorio. En estas situaciones, el Estado
organizaba el auxilio de los vecinos, para que las víctimas no debieran sufrir ningún tipo
de privación.
En cuanto a los rebaños de animales, estaban formados por llamas, alpacas,
guanacos y vicuñas. Se trata de camélidos que en la actualidad continúan existiendo
y conformando un recurso económico de importancia para los habitantes de la
zona. De estos animales, que eran todos eran de propiedad exclusiva del Inca y del
Sol, se extraía lana -siendo la de la llama la menos apreciada y la de vicuña y
alpaca las más finas- y a algunas se las utilizaba también como bestias de carga,
aunque debido a su poca resistencia, debían armarse caravanas de hasta mil
ejemplares, que además no podían recorrer más que unos cuarenta y cinco kilómetros
diarios. Anualmente, nutridos grupos de llamas machos arribaban al Cuzco y eran
utilizados por la corte para su consumo y sacrificios en ritos religiosos. Estaba
absolutamente prohibido sacrificar ejemplares hembras.

Si bien las leyes laborales eran tan estrictas y exigentes a los fines de no permitir el
ocio, como para llegar a contemplar incluso que los niños de cinco años ya debieran
comenzar a ayudar a sus padres, también contemplaba que el Estado mantuviera a los
ciegos, sordomudos, minusválidos y ancianos, sin que tuvieran que realizar labores.
Tampoco quedaba jamás un huérfano abandonado ya que estos niños eran confiados a
una familia que los educara y alimentara. Estas leyes de protección a los más débiles
constituían uno de los valores más importantes para la sociedad.

Arquitectura, ingeniería, caminos Reales y la guerra.

Uno de los ámbitos entre los que más descollaron los incas fue en la
arquitectura, materia en la cual se destacaron principalmente con la construcción de
templos, palacios y edificios militares. Por todos los rincones del imperio proliferaban este
tipo de construcciones, que formaban parte de su sistema de dominación y expansión
territorial, al utilizar la construcción de edificios como otro elemento aglutinante de la
variedad de etnias y culturas tan diferentes que habían sido dominadas. Su arquitectura se
destacó por el tratamiento de la piedra, como material principal de sus construcciones. Si
se alcanzan a distinguir diferentes estilos dentro de su arquitectura, éstos se definirán a
partir del tipo de bloque utilizado, dándole su tamaño y forma, mayor o menor importancia
al conjunto. Podrían distinguirse así, tres estilos: el más sencillo, realizado con piedras
sin labrar, y de forma irregular, especialmente utilizado en la construcción de viviendas; el
segundo, para lo cual se utilizaban piedras perfectamente labradas, con formas geométricas,
a veces insólitas como la famosa piedra de los doce ángulos de Cuzco, para la
construcción de palacios, templos y edificios estatales; y en tercer lugar las construcciones
de carácter ciclópeo, para lo cual se utilizaban piedras de tamaños, a veces inverosímiles,
que provocan aún en la actualidad no sólo el asombro, sino el interrogante de cómo pueden
haber sido transportadas -a veces durante largas distancias sobre terrenos irregulares- sin
haber contado los incas con el auxilio de la rueda ni de herramientas duras. Este
último tipo de construcción se utilizaba especialmente para edificaciones de carácter
militar. Como ejemplo se puede citar especialmente a la célebre fortaleza de Sacsahuamán,
en las afueras del Cuzco, especie de muralla defensiva con significación religiosa que causó
el horror de los conquistadores españoles, llegando incluso a ser calificada como
“construida por el demonio” por el fraile Valverde, y a ordenar su destrucción, cosa que
finalmente no pudo ser llevada a cabo. En cualquier caso, sus construcciones eran
normalmente de una sola planta. Tal fue la pericia alcanzada en estas artes por esta
civilización, que provocó el asombro de los conquistadores y hoy en día, se
mantienen en pié todas aquellas obras no destruidas por ellos, luego de siglos de
soportar ataques, saqueos y terremotos.
El más famoso de sus templos fue el Templo del Sol localizado en Cuzco, que se
denominó Coricancha. No fue sólo el más famoso, sino también el más importante, ya que
constituía el centro mismo del culto al Sol para todo el imperio. Estaba compuesto por un
edificio principal y varios más pequeños, que ocupaban en su conjunto una gran extensión
de terreno en el área central de la ciudad. Sus

paredes eran de piedra labrada a la perfección, y cada bloque estaba unido uno a otro sin
ningún tipo de argamasa a pesar de lo cual no podía introducirse por sus juntas ni la más
delgada punta de espada. En su interior colgaba una inmensa imagen del sol labrada en
oro, incrustada de esmeraldas, y otras más pequeñas que exhibían todo tipo de piedras
preciosas. Poseía un inmenso jardín donde todas sus plantas, sus flores, animales y
mariposas eran de oro, incluso los más básicos adornos y hasta las cañerías de agua eran del
áureo metal. Casi todas las paredes estaban enchapadas en oro desde el piso al techo y hasta
las cornisas exteriores del edificio principal lo estaban. Había otro templo menor dedicado a
la luna, en cuyo interior destacaba su imagen, confeccionada en plata. Otros edificios
menores estaban dedicados a la adoración a las estrellas, al relámpago y al arco iris. En sus
alrededores había edificios que albergaban en sus habitaciones a numerosos sacerdotes que
desarrollaban el culto religioso. Era casi una ciudad dentro de otra, habiendo llegado a
contar con una planta estable entre trabajadores y sacerdotes de unas cuatro mil personas.
Otra importante edificación de carácter religioso fue el Templo de Pachacámac,
cuyas ruinas se encuentran en las proximidades de la actual ciudad de Lima, capital del
Perú, que aunque fue construido con anterioridad a la llegada de los incas a esa zona,
éstos lo mejoraron utilizando su estilo arquitectónico. Otros sitios donde pueden
apreciarse restos arqueológicos de importantes asentamientos son Pisac, Ollantaytambo,
Tambo Machay y muy especialmente, la asombrosa ciudadela de Machu Picchu, construída
sobre el río urubamba, a una altura de 2350m sobre el nivel del mar, y recién descubierta en
el año 1911.
Cabe destacar la extrañeza que provoca el ver algunos contrastes tan marcados en su
arquitectura. Mientras desarrollaron obras tan perfectas y monumentales dentro de su estilo,
que aún hoy causan asombro, no utilizaron la columna ni el arco; casi todos los techos
fueron de paja y es prácticamente inexistente cualquier tipo de construcción que tenga más
de una planta. Asimismo, casi desconocieron el uso de ventanas, no desarrollaron una
veta artística para hacer más bellas sus construcciones como la pintura o algún tipo
de frisos o molduras. Insólitamente, se estima que no llegaron a conocer el uso de la rueda,
al menos para la construcción ni el transporte, y ni siquiera desarrollaron un sistema para
ensamblar vigas, las que sujetaban atándolas con fibras de maguey.
También se destacaron por sus obras de ingeniería, dirigidas especialmente al
desarrollo de las tareas agrícolas y a las comunicaciones, temas en los que superaron
ampliamente a otras culturas precolombinas. Son famosos sus impresionantes desarrollos
de terrazas escalonadas para el cultivo que podían llegar a tener decenas de metros de
ancho y hasta 1500 metros de largo, y sus sistemas de irrigación, que eran capaces de
trasladar agua a través de enormes distancias mediante canales y acueductos subterráneos
perfectamente construidos con enormes lozas. En las zonas de la puna se construían lagos
artificiales alimentados mediante canales, desde donde se redistribuía el agua hacia las
zonas de sequía. Las terrazas eran construidas en sitios a veces inaccesibles, como
escarpadas laderas de montañas, para luego ser llenadas con tierra, ganando de esta forma
preciosos nuevos terrenos para el cultivo. La tierra era trabajada además con abono
producido en enormes cantidades por ciertas aves de la costa, cuya caza o daño era penada
con la muerte. Este abono se denominaba guano, y es el nombre

que aún hoy conserva, incluso se continúa utilizando en la actualidad y constituye una
importante fuente de recursos para el Perú.
En cuanto a las comunicaciones, tuvieron un desarrollo impresionante gracias a
la aplicación de sus conocimientos de ingeniería, llegando a crear una red de caminos y
puentes, que sólo conoce un antecedente comparable en la que fuera construida en el
antiguo imperio romano. Tan importante resultó esta obra que todo el proyecto de
conquistas, y el funcionamiento de la vasta organización del aparato estatal, se basó en su
existencia y buen funcionamiento. Dentro de esta intrincada red de caminos que puede
haber alcanzado una extensión de 40.000 kilómetros se destacaban por su importancia
el que iba desde el Cuzco hasta Quito, y el que iba desde el Cuzco hacia el sur, llegando
hasta los confines del imperio. Iban por el medio de las montañas, por valles o bordeando la
costa. Los tramos principales estaban totalmente cubiertos por piedras lisas en forma
de lozas, y en otros sectores, los materiales se habituaban a las necesidades, además, en
lugares calurosos se encontraban bordeados de arboles para dar sombra al caminante.
A lo largo de toda su extensión, regularmente podía encontrarse los llamados tambos,
especie de almacenes totalmente provistos de todo tipo de elementos necesarios para el
descanso, abrigo y alimentación. Cuando estos caminos llegaban a un abismo –algo
bastante habitual- existían inmensos puentes que, según las necesidades, podía llegar a
ser colgante sobre base de cables de fibras vegetales, y de una enorme longitud. Los
ríos poco caudalosos eran cruzados por balsas que aguardaban al caminante en puestos
permanentes. Pero no sólo caminantes se trasladaban por estas vías, sino que lo hacían miles
de funcionarios, inmensas caravanas de llamas, comitivas que incluso a veces acompañaban
al Inca, ejércitos pertrechados para la batalla, y correos. Éstos últimos, llamados
chasquis, conformaban un servicio de correo sin igual, integrado por profesionales de
uniforme, organizado a la perfección para que la noticias llegaran de un extremo a
otro en el menor tiempo posible o para que el inca pudiera disfrutar de la pesca del día
en su cena, entre otras cosas. Cada unos dos o tres kilómetros, existían unos pequeños
refugios a ambos lados del camino en donde residían en forma permanente dos chasquis.
En todo momento había uno descansando y otro vigilando el camino; cuando llegaba
un correo avisaba haciendo sonar una especie de pequeña trompeta, y el que estaba
esperando comenzaba a correr al lado del recién arribado, mientras éste último transmitía el
mensaje oral para que el otro lo memorizara o le entregaba el envío. De esta forma,
la transmisión del mensaje o envío jamás se detenía ni un instante desde su partida hasta el
punto de destino, llegando a alcanzar una velocidad promedio de diez kilómetros por hora
en forma ininterrumpida.
A través de esta fabulosa red de caminos se trasladaban también los ejércitos
del Inca hacia sus guerras de conquista. Este ejército estaba formado por hombres de 25 a
50 años de edad, y cualquiera que estuviera dentro de esas características podía llegar
a ser incorporado. En épocas de guerra, los pueblos del interior eran literalmente vaciados
de hombres, ya que éstos eran reclutados compulsivamente a través de todo el territorio. El
jefe supremo del ejército era el Inca, o el heredero del trono, en su calidad de escogido
como sucesor, y era habitual que alguno de estos dos personajes acompañara en persona
a la hueste imperial. Sus cartas de triunfo principales eran la táctica y estrategia, que
se

llevaba a cabo con pericia, gracias a la férrea disciplina con que se desempeñaban los
soldados, y a su perfecta organización. Hoy en día nos parece casi increíble imaginar al
ejército, compuesto por decenas de miles de hombres, trasladándose por los caminos a
distancias inimaginables de sus hogares, junto con caravanas de cientos de llamas que los
aprovisionaban de alimento y fuerza de carga. Sus armas eran numerosas, y se destacaban
el arco y la flecha, la honda, y la macana, especie de mazo con filos. Se protegían con
armaduras, cascos y tablas de madera, así como con escudos de piel. A diferencia de lo
que sucedía en mesoamérica por la misma época, donde los aztecas arrasaban con los
pueblos conquistados, los Incas tenían la modalidad de intentar vencer al enemigo con la
menor violencia posible, incluso mediante la diplomacia, y cuando la batalla terminaba, los
vencidos eran tratados como amigos, sus jefes recibían cargos políticos y presentes, y sus
dioses eran respetados, obviamente con la condición de aceptar la dominación del poder
del Cuzco. Luego de estas campañas de conquista, se producía un apoteótico regreso
triunfal al Cuzco, similar a lo que sucedía en la Roma imperial, durante el cual el Inca
exhibía sus trofeos y presentaba a sus nuevos vasallos. Era ésta una oportunidad para
grandes ceremonias de tinte religioso durante las cuales la ciudad entera se llenaba de
música y de danzas.

Religion

Todas las actividades de esta civilización estaban imbuidas de religión, todo era
místico y, de una forma u otra, todo tenía origen o destino divino. El espíritu
profundamente religioso del pueblo era exacerbado por la acción del Estado para que
constantemente se profundizara aún más y más, diseñando una intrincada parafernalia de
dioses, ritos y ofrendas sin los cuales era imposible llevar adelante la vida sin verse
afectado por poderosas fuerzas sobrenaturales. El temor a lo desconocido promovido en el
pueblo por la religión oficial, operaba como elemento fundamental para la unidad del
imperio y la dominación de las enormes masas que lo conformaban. De tal forma, el
gobierno incaico constituyó una absoluta teocracia, sumamente opresiva.
No existe una absoluta claridad sobre muchos aspectos de la ideología religiosa
de los incas, y se estima que existían algunas diferencias esenciales entre el culto de la elite
imperial y el que desarrollaban las masas rurales. Es posible que algunas figuras del
panteón incaico fueran de excesiva complejidad para las mentes básicas de los
componentes del hatun runa, y que, de esta forma, se haya ido adaptando el culto a las
diferentes clases sociales. Así, se habría ido sofisticando el culto en los selectos
templos urbanos donde se desempeñaba el poder eclesiástico imperial, mientras que se
iba precarizando en las zonas rurales al verse irremediablemente influidas por las
creencias populares de las clases campesinas, algunas de ellas incluso, anteriores al
sometimiento de sus pueblos.
La base religiosa era la creencia en una entidad superior todopoderosa, que había
creado el mundo y el universo. La denominación de éste dios creador era Viracocha, quien
luego de crear el mundo arribó a la tierra desde el lago Titicaca, para pasar a crear la
humanidad. Seguidamente, les dejó los mandamientos para llevar adelante la civilización y
se marchó caminando sobre las aguas en dirección

al sol, no sin antes prometer que regresaría en el futuro. En realidad, es muy relativo lo
que se conoce sobre este dios civilizador, ya que existen en la zona andina múltiples
leyendas sobre él, que refieren diferentes orígenes, formas y características, haciendo
muy confusa su verdadera entidad. Es probable que este mito haya llegado a nuestros días
después de haber sufrido adaptaciones de todo tipo luego de recibir influencias de
creencias cristianas y mitos de zonas rurales. No deja de ser significativo que una vez
caído el incanato este culto desapareció completamente.
Por otra parte, existen discrepancias sobre la importancia del culto a Viracocha, y al
Sol, y sobre las épocas y oportunidad de éstos. Hay teorías que dicen que el culto al Sol
tomó fuerza a partir del acceso de Pachacuti al trono, ya que éste tomó la decisión política
de erigirlo por sobre todas las cosas, eclipsando la figura de Viracocha, pero también
hay teorías que dicen exactamente lo contrario.
Parece bastante probable que, a mediados del siglo XV, Pachacuti haya tomado la
decisión política de elaborar junto con sus asesores en temas de culto, los amautas, una
teología basada en la adoración al Sol, con la intención de dejar de lado figuras como
Viracocha, que se presentaban como sumamente complejas para las masas campesinas,
permitiendo de esta forma, crear un nuevo orden religioso más sencillo, accesible y por lo
tanto, mas aglutinador.
Así, en poco tiempo, se habría iniciado la operación política de unificar todos
los cultos en el nuevo orden religioso oficial, con sus dioses, sus ritos y ofrendas
técnicamente diseñados a la medida de personas que requerían un culto de fácil
comprensión y cumplimiento. Mediante una exitosa gestión de los funcionarios del Estado,
todo el imperio se pobló de Templos del Sol de los cuales el más importante fue el
Coricancha de Cuzco, cada uno de los miembros del hatun runa, cumplió con su culto,
un tercio de las tierras de todo el imperio se le adjudicaron en propiedad al Sol, y los
Incas se convirtieron por obra y gracia divina en hijos del refulgente astro.
De tal forma, la divinidad principal fue el astro solar, a quien, como ya se ha
dicho, se adjudicaba la paternidad sobre la dinastía real y la fundación del imperio
Seguidamente, como deidad menor se adoraba también a la luna, hermana del sol, a la que
se acostumbraba representar con un disco confeccionado de plata. Otras deidades también
fueron Venus y las estrellas. El rayo, los relámpagos y las tormentas se representaban
unificados en la figura de Illapa, a quien se le invocaba para pedirle el agua de lluvia
necesaria para traer riqueza a los campos.
Era muy importante en el interior el culto a la Pachamama, o diosa madre de la
tierra, que aún hoy en día continúa rindiéndose en la mayor parte de las tierras que
pertenecían al imperio, y en las franjas costeras se adoraba a la Mamacocha, o madre del
mar. Era también muy importante el culto a Pachacámac en la costa central, aunque
prácticamente se limitaba a esta zona, donde se encontraba su famoso Templo, que databa
de épocas anteriores a la llegada de los incas.
Creían en el más allá y en la inmortalidad del alma luego de la muerte física,
razón por la cual desarrollaron sofisticadas técnicas y rituales de momificación. Esto fue
principalmente aplicado a los gobernantes, los cuales, una vez fallecidos, eran momificados
y mantenidos sentados en tronos de oro dentro de

un templo de la capital imperial, y sacados a participar en desfiles y procesiones por la


ciudad del Cuzco en ocasión de ciertas festividades.
Tenían la creencia de que existían tres mundos: el Janajpacha , que era el mundo de
arriba, algo así como el cielo para los cristianos, el Uku pacha o mundo de abajo donde los
malos iban a pagar sus penas con siglos de trabajos forzados, y el Kay pacha, o mundo del
agua.
Los campesinos también rendían culto a multitud de divinidades e ídolos regionales,
y espíritus, que, en varios casos, modificados por las creencias cristianas, continúan
rindiéndose hoy en día. De entre aquellos se destacaba la Huaca, término algo ambiguo
que podría englobar varios tipos de objetos y lugares, que pudieran ofrecer alguna
característica especial o aparentemente sobrenatural. La religión de las masas
campesinas comprendía también las prácticas rituales llevadas a cabo por hechiceros y
brujos que disfrutaban de gran popularidad y respeto entre los naturales. Poseían supuestos
poderes con los cuales podían convertirse en animales –especialmente en cóndores
y pumas-, y preparaban poderosas pociones que, según los efectos buscados, podían
solucionar problemas afectivos o personales.
El sumo sacerdote, cabeza de la religión oficial del incario era el Villac Umu .
Su importancia era enorme, ya que regía los destinos de una organización gigantesca y
compleja, vital para la unidad imperial, y sólo era inferior en jerarquía al Inca, de
quien generalmente era hermano o primo. Supuestamente debía llevar una existencia
casta durante toda su vida, pero de acuerdo con las crónicas, se estima que pudo haber
tenido concubinas. Presidía un consejo supremo integrado por una decena de sacerdotes
denominados Hatun Villca, con quienes diseñaban las técnicas de ritos y cultos
oficiales, y presidían las festividades religiosas.
Otro grupo de importancia dentro de las jerarquías sacerdotales era el de los
adivinadores o huatuc, quienes formaban un virtual oráculo permanentemente consultado
por el Inca para conocer lo que le depararía el futuro.
En las festividades oficiales se realizaban ricas ofrendas y numerosos sacrificios de
animales -llamas y carneros- y en ocasiones especiales también se realizaba algún sacrificio
humano, aunque esto era aparentemente muy poco habitual. Las ceremonias oficiales más
importantes se llevaban a cabo simultáneamente en todo el imperio y tenían que ver siempre
con los ciclos agrícolas, entre las cuales se destaca la famosa festividad del Inti Raymi,
que hoy en día se lleva a cabo en el Cuzco todos los años en el mes de Junio, aunque
actualmente tiene menos de místico que de teatral, y su objetivo está más afianzado
en la melancolía por las glorias del incario y la repercusión en el turismo, que en la
ceremonia ritual de antaño.

¿Qué nos dejaron los incas?

No cabe duda de que la cultura incaica, llegó a un grado de desarrollo que la


equipara a cualquiera de las grandes civilizaciones antiguas del mundo. Son notables sus
alcances en lo social, cultural, técnico, político y económico, y es imposible no admirar que
llegaron a ello en un estado de virtual aislamiento del

resto del mundo conocido. Obviamente no todo aparece como admirable, sino que existen
componentes de su cultura sumamente repudiables como el sistema de opresión
instaurado por el incanato sobre las enormes masas de campesinos, mantenidos en la más
abyecta ignorancia para poder ser dominados y dirigidos hasta en sus más íntimas
acciones. Sin embargo, no hay que dejar de lado el hecho de que ésta fue una cultura
enteramente original al haberse desarrollado en un virtual aislamiento del resto del
mundo, y de que ellos se encontraban en un nivel de desarrollo que para algunos
antropólogos no pasa de lo que sería para el esquema tradicional la edad de los metales,
encontrándose en teoría en un grado de civilización similar al de antiquísimas civilizaciones
de la zona de la antigua mesopotamia, miles de años antes de Cristo. Si se comparan las
instituciones y logros de esta cultura, con las de otras similares, nos encontraremos con
elementos negativos similares, pero otros positivos absolutamente superiores, incluso si la
comparamos con la civilización europea que los conquistó, donde, a pesar de contar
con un desarrollo comparativo de miles de años de ventaja, eran comunes las masacres, la
tortura, la inquisición, la miseria, el hambre y la esclavitud.
De todas formas, no existe medio alguno para conocer en qué dirección
hubiera seguido el desarrollo esta civilización que logró, entre otras cosas, desterrar el
hambre, la miseria y la falta de solidaridad de entre sus habitantes, si su marcha no
hubiera sido interrumpida por la espada de acero toledano del conquistador español,
aunque no hay que olvidar que cuando esto sucedió, el imperio parecía haber entrado
en un proceso de descomposición, merced a su guerra fratricida, con un final
absolutamente incierto. Por otra parte, tampoco se dispone de la completa información
adecuada como para intentar imaginarlo, debido a la falta del conocimiento de la
escritura y la pintura de esta cultura que sólo dejó una tradición oral, que se volcó a
relaciones escritas por españoles. Sin embargo, al viajar en la actualidad por los territorios
de Perú, Bolivia, Argentina y Colombia, que hace siglos fueron ocupados por los incas, y al
leer las estadísticas socio-económicas de los países que hoy ocupan esas tierras, uno ve
desolación, campos vacíos y abandonados, sequía, masas de personas desempleadas en la
más abyecta miseria, esclavizados, perseguidos y acorralados; miles de niños
muriendo de hambre anualmente, abandonados a su suerte por sus autoridades y políticos,
quienes a través del tiempo han llegado a convertir a esta zona en una de las más pobres del
mundo, a pesar de sus asombrosas riquezas naturales, y uno no puede evitar preguntarse:
¿Qué fue lo que sucedió?
A pesar del exterminio de esta civilización y de todo lo que había logrado, con el
correr de los años, el legado de su cultura se difundió a todas las latitudes, y luego de mucho
tiempo de no haber recibido demasiada consideración, comenzó a fascinar al mundo: Más
allá de la presencia de infinidad de elementos incaicos en la cultura de las sociedades
aborígenes actuales de la zona, como la lengua, la alimentación, la ropa, los tejidos,
costumbres, etc., el mundo entero convive en nuestros días con su legado, aunque
normalmente no lo percibe. Muchas palabras de su lenguaje, ( el quechua, lengua hablada
en la actualidad por muchos naturales de los territorios del extinto imperio) o derivadas
etimológicamente de ellas forman parte de distintas lenguas de la actualidad. Una
enorme cantidad de los vegetales que formaban parte importante de la dieta básica
incaica llegaron a Europa y se consumen hoy masivamente en todo el mundo sin que casi
nadie tenga

noción de su origen incaico, especialmente la papa y la batata, el tomate, el frijol, la


calabaza y el maíz, mientras que otros están comenzando a hacerse más populares
luego de haberse descubierto en ellos notables propiedades nutritivas como el caso de la
Quinua –a la que se sindica como el grano del futuro- y el Amaranto, que está comenzando
a ser cultivado en diversos países. Otro vegetal de importancia fue la hoja de Coca,
elemento absolutamente fundamental de la vida de los incas, y de sus descendientes de la
actualidad, que llegó a tener importancia en el campo medicinal y fue la base de la
fórmula original de la bebida más famosa del mundo: la Coca – Cola, que se llama así
justamente por la hoja incaica. Desgraciadamente, esta hoja es también la base del proceso
químico que produce la cocaína, la terrible droga que trágicamente está inundando gran
parte del mundo. Otra planta medicinal de vital importancia que se conoció desde la
conquista del Perú, y que viajó luego a Europa fue la Quina, que se constituyó en la
panacea para la cura de la malaria, cuando esta enfermedad se había convertido en un
verdadero azote para la humanidad. También existen multitud de otras especies vegetales
provenientes de la zona andina, de uso alimentario, industrial medicinal y ornamental, que
hoy en día se utilizan en todo el mundo.
Por otra parte, sistemas y diseños para confeccionar telas en talleres andinos
fueron utilizados durante mucho tiempo por todo el planeta, y las lanas de alpaca y vicuña
que utilizaban los incas en esos telares, son las mismas lanas con las que se confeccionan
algunas de las más finas prendas de abrigo que pueden conseguirse en estos día en
sofisticadas tiendas de Europa y Estados Unidos.
Si bien la veta artística de este pueblo no se desarrolló en demasía, las
nuevas creencias religiosas importadas de Europa junto con los más sofisticados materiales
y técnicas artísticas de la época, desarrollaron en el espíritu de los indígenas
catequizados un nuevo estilo artístico religioso original que a partir de la denominada
“Escuela cuzqueña”, se difundió a través de todo el mundo colonial americano plasmándose
en la arquitectura, pintura, muebles, orfebrería y escultura. Estas piezas de inestimable valor
artístico pueden verse en la actualidad en museos e iglesias de todos los países de la zona
andina, y en museos por todo el mundo.
Es importante también, destacar el reconocimiento mundial a esta cultura, mediante
el hecho de que los principales sitios que albergan el acervo histórico y natural de esta
sorprendente civilización, como la Ciudad del Cuzco y el Santuario Histórico de Macchu
Picchu en Perú, y la Quebrada de Humahuaca, en el norte de la Argentina, han pasado a
formar parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO, con el propósito de su conservación
para las futuras generaciones.
Cambiando quizá radicalmente de óptica, aunque sin abandonar el tema, cabría
agregar que, en el año 2000, la Walt Disney Productions realizó un largometraje de dibujos
animados, que se llamó “Las locuras del emperador” (“Emperor´s new grove”) cuyo
protagonista era un emperador Inca llamado Kuzco, y sus personajes principales eran una
llama, una familia de un ayllu, y miembros de la corte imperial. Obviamente, tanto el
desarrollo de personajes, como el diseño de los escenarios y las circunstancias del guión,
poco tuvieron que ver con lo relatado previamente en el presente artículo, sin embargo,
resultó algo importante que una empresa de la magnitud de la Disney haya confiado tanto
en un tema incaico con miras a la creación de un producto de consumo masivo, como para
hacer una millonaria inversión, y lo haya encarado con la suficiente seriedad

como para enviar un equipo al Perú durante varias semanas para la etapa de pre producción.
Con más razón hay que otorgarle importancia a este hecho, pensando en que el film fue un
éxito y contribuyó, a su manera, en mayor o menor medida a difundir entre los niños y
nuevas generaciones de todo el mundo cierto interés por la cultura andina.
Finalmente, a pesar de que probablemente aparezca el siguiente comentario como
algo quizá desubicado dentro de un artículo de tema histórico que pretende ser serio, creo
que es importante agregarlo ya que resulta absolutamente válido a los efectos de
demostrar hasta qué punto la cultura incaica, a pesar de su aniquilación, logró permanecer
viva a través de los siglos, hasta límites diría, inimaginables, aunque, como ya se dijo,
lamentablemente sin ser percibido por la mayoría de las personas: el tema es que a raíz de
esta importante producción de la Disney, Mc Donald’s, el restaurante de comidas rápidas
más famoso del mundo, ofreció a sus clientes durante la época de estreno de la película, un
menú especial para niños que incluía como regalo unos muñecos articulados de los
personajes. Estando yo cierto día comiendo una hamburguesa en uno de estos locales,
de repente no pude dejar de notar que un niño en la mesa de al lado abrió la cajita de su
menú, y: 1) con una mano tomó su muñeco de Kuzco, el emperador Inca de la película, 2)
con la otra mano tomó su Coca-Cola, cuyo nombre deriva de la hoja de Coca incaica, así
como también su fórmula original, 3) en su bandeja lo esperaban su sobre de papas fritas
las cuales, sin freir, no son otra cosa que la antigua base alimentaria del pueblo inca; una
hamburguesa con tomate, vegetal que también constituía uno de los alimentos de la
cultura andina; y un sobrecito del mundialmente difundido condimento ketchup,
producido también con tomate. Al darme cuenta de que casi la totalidad de lo que le habían
servido al niño en el Mc Donald´s, tenía origen incaico, y pensar que en ese momento
estarían sirviendo lo mismo en miles y miles de locales similares a lo largo de todo el
mundo, me vino a la mente aquella frase que dice una vieja canción: “Aunque no lo veamos,
el sol siempre está”.

Roque Daniel Favale

Bibliografía:

Baudín, Luis, La vida cotidiana en tiempos de los Incas. Buenos Aires, 1977
Disselhof, H. D. Las grandes civilizaciones de la antigüedad. Destino. Barcelona
1965
Prescott, W. H., Historia de la conquista del Perú.. Cía. Gral. De ediciones. México
1965
Usera de, Luis, y Bravo, María Concepción, Los Incas., Colección Cuadernos
Historia 16, Madrid
Von Hagen, Victor , Realm of the Incas., New American Library. Londres 1962

ANEXOS:
ARQUITECTURA COLONIAL

La arquitectura colonial peruana a pesar de provenir en su mayor parte de patrones


o modelos ibéricos y europeos (con determinados aportes islámicos)[1], posee una
personalidad propia, producto de la modificación creadora de las influencias
transmitidas desde España y, en menor grado, el resto de Europa.
La ocupación de los andes centrales por los españoles dio inicio a un proceso de
fundación de ciudades. En América la ciudad se convirtió en elemento fundamental
para la explotación del territorio, el manejo de su economía (manufactura,
comercio, control gubernamental) y la marcha del programa de cristianización
masiva de las poblaciones aborígenes bajo la idea de unificación política por la
autoridad de la corona española.[2] El desarrollo de esta arquitectura fue marcada
principalmente por la actividad religiosa que dio origen a catedrales, parroquias y
conventos urbanos y rurales. Esta arquitectura tuvo desde un inicio un estilo
Renacentista, Mudéjar y Herreriario alrededor del siglo XVI, más tuvo un estilo
Barroco en el siglo XVII y por último un estilo Rococó y Neoclásico en el siglo XIX.
[3] Para esto, se trabajaron técnicas y materiales indígenas, lo que hizo de este arte
un arte andino. Ya que se utilizó el adobe y la quincha.
Para la arquitectura del siglo XVI, tan sólo se construyeron casas y patios en Lima y
Cusco, e iglesias en otros departamentos que son la única muestra de arquitectura
de aquella época. Entre ellas destacan: La Casa de Jerónimo de Aliaga (Lima), La
Merced (Ayacucho), Iglesia de San Jerónimo (Cuzco) y la Asunción (Puno). La
mayoría de las iglesias de los fines del siglo XVI poseían planta gótica-isabelina con
nave alargada y separada por el presbiterio o la capilla mayor por un gran arco
denominado “arco triunfal”.[4]
En los templos nuevos o reconstruidos en el siglo XVII, se tendió a sustituir este tipo
por el más difundido del período barroco: la iglesia de planta en cruz latina, de una
nave sola o con capillas laterales conexas formando naves laterales, totalmente
abovedada, con cúpula de “media naranja” sobre el crucero (La Compañía-Cusco,
San Francisco-Lima).[5]
La vivienda colonial fue en las ciudades y tuvo una fuerte influencia peninsular,
esencialmente andaluzca.[6]Eran casas de máximo de dos pavimentos y tenía un
atrio que permitía la entrada. Comúnmente, este zaguán permanecía accesible
siempre para el arribo de las visitas o vendedores ambulantes. De ahí, seguía un
bello patio que dominaba el ingreso rodeado de las habitaciones principales y
dormitorios. En el primer piso se hallaba el salón que usualmente conectaba a otro
patio (traspatio) y finalmente se llegaba a la cocina.[7]
En el siglo XVI y XVII, las casas tenían comúnmente un balcón cerrado por donde se
lograba mirar la calle, estos miradores tenían celosías, y a fines del siglo XVIII y a
inicios del siglo XIX se edificaron bajo los cánones del estilo imperio y el
neoclasicismo, atribuyéndose el uso de ventanas de guillotina.[8] Los miradores le
otorgaron a Lima un distintivo propio, ya que no había ciudad americana que
tuviese tantos balcones como en la capital del virreinato peruano.
Arquitectura colonial es el conjunto de manifestaciones arquitectónicas que
surgieron en América Latina desde el descubrimiento del continente en 1492 hasta
la independencia del mismo a principios del siglo XIX.
A comienzos del siglo XVI puede decirse que se termino la conquista de América en
su mayor parte. Sobre ruinas de grandes imperios precolombinos como México, se
preparan los cimientos de la nueva civilización hispanoamericana. El arte en
Latinoamérica va a serfundamentalmente religioso, marcado por el poder de las
principales órdenes religiosas llegadas del viejo continente. En el trazado reticular
de las ciudades, a través de los españoles que los proponen, aparecen las plazas y
los monumentos. La iglesia edificada junto a la plaza central de las poblaciones se
encuentra como punto de referencia del espacio urbano. Pese a la uniformidad que
las órdenes religiosas van a intentar aportar, las nuevas formas artísticas van
cambiando de acuerdo a la región étnica y geográfica.
En México, los templos de las órdenes religiosas anteriores a 1570 son de trazas
góticas. El tipo de construcción es el de iglesia fortificada de una nave, cabecera
poligonal, bóvedas de crucería o de cañón en templos agustinos, y un tratamiento
exterior de gran sobriedad, muros desnudos y remates almenados. Como ejemplos
de conventos franciscanos podemos citar el de Huejotzingo o el de San Andrés de
Calpan . La influencia indígena se hace notar en lo decorativo, con un tipo de talla
de superficies planas a bisel que encontramos en portadas como las de Tlanalapa y
Otumba. Avanzado el siglo XVI se construyen modelos platerescos, como la portada
del templo agustino de Acolman o la de la iglesia de Yuriria

Barroco Podría decirse que el barroco adquirió mayor significación en


América que en España. El barroco en Hispanoamérica es esencialmente
decorativo. Se aplica un lenguaje ornamental a esquemas constructivos y
estructurales inalterados desde los comienzos de
la arquitectura hispanoamericana. México es uno de los grandes focos
donde con más intensidad iba a encontrar eco el nuevo estilo así
entendido.
Uno de los rasgos característicos del barroco mexicano es el manejo
privilegiado de materiales, como la piedra de distintos colores (Zacatecas,
Oaxaca, México) y el yeso, para crear ricas policromías tanto en el interior
de los templos como en las fachadas. Por otra parte, van a adquirir
especial desarrollo elementos como la cúpula, presente en casi todos los
templos, elevada sobre un tambor generalmente octogonal y recubierta
con gran riqueza ornamental, y las torres, que se alzarán esbeltas y
osadas allí donde los temblores de tierra lo permitan.
El siglo XVII será el de las iglesias conventuales y monasterios, construidos según el
esquema hispánico de nave única con fachada lateral siguiendo la dirección de la
calle y con un ancho atrio.
El siglo XVIII comienza con la construcción de la basílica de Guadalupe (1695-1709),
emparentada en planta con la del Pilar de Zaragoza: cúpula central, cuatro cúpulas
menores y torres en los ángulos. En la iglesia jesuítica de la Profesa (1714-1720) se
observa la reiteración de formas poligonales lejos de los trazos curvos del barroco
europeo. La construcción más relevante es quizá la iglesia del Sagrario, con su
impresionante fachada retablo construida en 1749 por Lorenzo Rodríguez. Es una
planta en cruz griega, cúpula central con cuatro menores y novedosa en el
tratamiento decorativo exterior, con acusada ornamentación central al modo de un
tapiz tallado en piedra de Chiluca y rodeada de muros de tezontle rojo recortados
en formas mixtilíneas. Este modelo, muy imitado en iglesias posteriores, será
sustituido a finales de siglo por el de la capilla del Pocito, realizada por Antonio
Guerrero y Torres, con planta de trazos curvos y brillante cromatismo exterior.
Puebla es uno de los grandes centros de exaltación de la policromía, con empleo de
azulejos de colores, cerámicas vidriadas y destacados trabajos de yeserías. Son
ejemplos punteros la iglesia de San Francisco de Acatepec, o el interior de la capilla
del Rosario de la iglesia de Santo Domingo. La grandiosa fachada del santuario de
Ocotlán, construido en Tlaxcala a comienzos del siglo XVIII, es un impresionante
retablo monumental enmarcado entre sendas torres con un cuerpo superior de
inconfundible silueta barroca. Otra de las fachadas más destacadas del barroco
mexicano la encontramos en la catedral de Oaxaca, donde también es interesante
la iglesia de la Soledad, en la que la ornamentación cubre incluso los contrafuertes
que jalonan la portada. De mediados de siglo son ejemplos interesantes la iglesia de
la Compañía de Jesús, en Guanajuato, o la iglesia de San Sebastián y Santa Prisca,
en Taxco, una de las joyas del barroco hispanoamericano. El punto culminante de la
exuberancia decorativa lo encontramos en la fachada de la catedral de Zacatecas,
un imponente tapiz ornamental, muestra del arte barroco de influencia indígena.

Arquitectura virreinal peruana

Catedral del Cuzco de estilo barroco mestizo del plateresco xiloformo.


La arquitectura virreinal peruana, desarrollada en el Virreinato del Perú entre los
siglos XVI y XIX, se caracterizó por la importación y adaptación de los estilos arquitectónicos
europeos a la realidad peruana, produciendo como resultado una arquitectura original.
El uso de sistemas constructivos como la quincha, las ornamentaciones de iconografía andina y
soluciones con formas inéditas confieren a la arquitectura virreinal peruana una identidad
propia.

Catedral de Lima con portada central de estilo renacentista y torres de definido


estiloneoclásico.

Fachada de estilo barroco del Palacio de Torre Tagle, con artísticos balcones de estilomudéjar.
Capilla Central, de estilo neoclásico y de forma octogonal, del Cementerio Presbítero Matías
Maestro.
En los primeros momentos de la colonia se desarrolló el llamado estilo renacentista, que
en Europa se había producido siguiendo la corriente del renacimiento italiano. Este estilo se
caracterizó por el empleo de adornos y filigranas que hacían desaparecer las líneas
arquitectónicas dándole al edificio la semejanza de un trabajo de cincelado de platería, de ahí
el nombre de plateresco y donde se confunde el arte gótico, el arábigo y el románico de la
época colonial, desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XVII. Son magníficas muestras de
éste estilo en Lima las portadas de la Catedral de Lima y de la Casa de Pilatos. En Ayacucho la
portada de las iglesias de San Francisco y La Merced.

Estilo barroco
El barroco se distinguió y caracterizó por su recargada ornamentación, de líneas
predominantemente curvas, que daban un aspecto de libre movimiento. Predominaron los
elementos decorativos en las columnas, pilastras (columnas embebidas), cornisas, además de
una modificación de las formas clásicas; las columnas griegas pierden su pureza al retorcerles,
como gruesas serpientes, sus fustes hasta formar la columna salomónica y los adornos
adquirieron gran exuberancia.
Un elemento característico de éste estilo es el almohadillado que aparece en los muros de
la Basílica y Convento de San Francisco de Lima. Este estilo predominó desde mediados
del siglo XVII hasta fines del siglo XVIII. Dio origen al churrigueresco y rococó. Son
representativas muestras del barroco en Lima, el Palacio de Torre Tagle, las iglesias de San
Francisco y San Marcelo. En Cuzco laCatedral del Cuzco (barroco mestizo), las iglesias de
Santo Domingo y San Sebastián. En Arequipa la Iglesia de la Compañía.
Estilo barroco churrigueresco
Fue la forma más recargada del barroco y se distinguió por el empleo complicado y caprichoso
de los adornos en forma exagerada, su propugnador fue un arquitecto español llamado José de
Churriguera. Son magníficas muestras de este estilo en Lima la fachada de las iglesias
de Nuestra Señora de la Merced y San Agustín.
Estilo barroco francés o rococó
En el siglo XVIII, con la introducción de la dinastía francesa de los Borbones, llegó
a España este estilo que se caracterizó por losbalcones que no son redondeados, la
disminución de los adornos en la ornamentación en las columnas (estas son menos retorcidas),
sin dejar las características propias del barroco que son el empleo de las líneas curvas y
ondulantes.
Son características del estilo rococó la Quinta de Presa, la Casa de Larriva (fachada en
estilo rococó pero granadino), la Casa de las Trece Monedas (fachada en estilo rococó limeño),
la Casa de Osambela y el Paseo de Aguas, todas ubicadas en Lima.

Estilo neoclásico
A fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX llegó el estilo llamado neoclásico, que se
caracterizó por el predominio de una tendencia hacia el retorno de los estilos clásicos de
la arquitectura greco-romana (empleo de columnas románicas con capiteles corintios y sin
ninguna ornamentación, líneas rectas y sencillez en las mismas, además de frontis triangular).
Era pues, una reacción contra el barroco. Son magníficas muestras de este estilo el altar
mayor y las torres de la Catedral de Lima, la fachada de la Basílica y Convento de San Pedro,
el altar mayor de la Basílica y Convento de San Francisco, las pilastras de la Casa de
Osambela, la fachada del Fuerte de Santa Catalina y el Cementerio Presbítero Matías Maestro.

La arquitectura colonial peruana es la conjunción de los estilos europeos influenciados


por la imaginería indígena. Dos de los ejemplos más conocidos del Renacimiento son
la Catedral de Cuzco y la Iglesia de Santa Clara, también en Cuzco. Tras este periodo, la
mezcla cultural alcanzó su más rica expresión en el estilo barroco. Algunos ejemplos de
este periodo barroco son el Convento de San Francisco en Lima, la Catedral de Cajamarca.

ANEXOS:

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