EL INMORTAL (Avance)
EL INMORTAL (Avance)
EL INMORTAL (Avance)
DOCENTE:
ESTUDIANTE:
Ciclo:
IV
2024
EL INMORTAL
El autor utiliza este relato para entrelazar reflexiones sobre el paso del tiempo, la
memoria y el verdadero valor de la vida. A través de la narración el lector es llevado a
considerar las implicaciones de una vida sin fin y las profundas consecuencias que ello
tendría sobre nuestra percepción de la felicidad, el propósito y la mortalidad. Arrepentido, el
protagonista llega a la conclusión de que la inmortalidad es una carga más que una bendición,
emprendiendo la búsqueda de otro río cuyas aguas puedan borrar su inmortalidad,
comprendiendo que es mejor vivir el día a día con la fugacidad que la vida impone.
“Pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez
la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta
Ciudad de los Inmortales" (Borges, 1949, p.3). Se siente frustrado por no haber logrado una
experiencia significativa en el campo de batalla, al decir que solo “divisó el rostro de Marte”,
es decir, tuvo un contacto superficial con la gloria de la guerra. Esta privación lo lleva a
emprender un viaje hacia lo desconocido.
Me dijo que su patria era una montaña que está del otro lado del Ganges y que en esa
montaña era fama que, si alguien caminara hasta el Occidente, donde se acaba el
mundo, llegaría al río cuyas aguas dan la inmortalidad. Agregó que en la margen
ulterior se eleva la Ciudad de los Inmortales, ricas en baluartes y anfiteatros y templos
(Borges, 1949, p.3).
“En la arena había pozos de poca hondura; de esos mezquinos agujeros (y de los
nichos) emergían hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos” (Borges, 1949, p.4).
La aparición de hombres desnudos, con piel gris y apariencia bestial, refuerza la sensación de
deshumanización y deterioro. Al identificarlos como trogloditas, el narrador relaciona su
experiencia con seres primitivos que no hablan ni muestran cultura, lo que acentúa su
desasosiego contrastando con la expectativa de una ciudad de inmortales poblada por
individuos sabios y bien vestidos.
"En el fondo había un pozo, en el pozo una escalera que se abismaba hacia la tiniebla
inferior... Ignoro el número total de las cámaras; mi desventura y mi ansiedad las
multiplicaron" (Borges, 1949, p.4). La arquitectura laberíntica de la ciudad es un símbolo de
confusión y desesperanza. La estructura no solo es física, sino que también representa la
pérdida de orientación. La "tiniebla inferior" y la incapacidad de contar las cámaras reflejan
un sentido de claustrofobia y horror en un espacio que debería ser majestuoso.
"Esta Ciudad –pensé- es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en
el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo
compromete a los astros" (Borges, 1949, p.6). Esta reflexión revela la naturaleza abominable
de la Ciudad de los Inmortales. La afirmación de que su existencia "contamina" el tiempo
refuerza la idea de que la ciudad no es solo un lugar físico, sino una entidad que corrompe el
mundo en su totalidad. Su "monstruosidad" se convierte en una maldición que impregna y
altera el universo mismo.
“Estaba tirado en la arena, donde trazaba torpemente y borraba una hilera de signos,
que eran como letras de los sueños, que uno está a punto de entender y luego se juntan”
(Borges, 1949, p.7). Argos intenta escribir en la arena, pero inmediatamente borra los signos,
lo que sugiere una constante lucha contra el olvido y la fragilidad de la memoria. Los signos
que traza parecen tener un significado fugaz, como si estuvieran a punto de revelarse, pero se
desvanecen antes de poder ser comprendidos este acto refleja la naturaleza efímera de los
recuerdos, que no logran fijarse de manera permanente en su mente. Los signos, descritos
como “letras de los sueños”, sugieren una relación ambigua con la realidad, ya que están a
medio camino entre lo comprensible y lo inalcanzable, simbolizando la confusión entre el
pasado y el presente. Así, el hecho de que Argos borre lo que escribe refuerza la idea de que
su lucha no es solo con el olvido, sino también con la imposibilidad de reconstruir un
recuerdo claro o duradero.
"Argos balbuceó estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y después, también sin
mirarme: Este perro tirado en el estiércol" (Borges, 1949, p.8). Argos recuerda su identidad
como el perro de Ulises, pero su reconocimiento es fragmentario y doloroso e incluso al
mencionar que esta "tirado en el estiércol" refleja la degradación de su existencia y la
dificultad de mantener su identidad intacta en la inmortalidad.
"Le pregunté qué sabía de la Odisea. [...] Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más
pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde que la inventé"(Borges, 1949, p.8). A pesar de
haber inventado la Odisea, Argos apenas recuerda su creación, lo que recalca el conflicto
entre la inmortalidad y el olvido. La eternidad ha erosionado su memoria, dejando solo
fragmentos de lo que una vez fue.
"Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la
muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal"(Borges, 1949, p.8). Nos
revela que la inmortalidad no tiene valor en sí misma; lo importante es la conciencia de ser
inmortal. Esta verdad distingue a los inmortales de los demás seres, ya que ellos saben que no
morirán, lo que transforma completamente su percepción del tiempo y de la vida.
"En un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. [...] Sé de quienes
obraban el mal para que en los siglos futuros resultara el bien, o hubiera resultado en los ya
pretéritos"(Borges, 1949, p.9). Los inmortales comprenden que, en la eternidad cada acto se
equilibra con otro, lo que genera una perspectiva en la que las acciones carecen de un valor
moral absoluto. Para ellos, no existen méritos permanentes ni faltas definitivas, ya que el
tiempo infinito asegura que todo lo bueno será compensado por algo malo, y viceversa. Esta
visión hace que tengan distinciones tradicionales entre el bien y el mal, o entre el éxito y el
fracaso, pierden su relevancia, ya que en la inmortalidad todo se anula y se equilibra. Así, la
eternidad les revela que ningún acto es intrínsecamente superior o inferior a otro; todo es
indiferente desde una perspectiva infinita.
“Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres" (Borges, 1949,
p.9). La noción de que los inmortales son todos los hombres a la vez, debido a la infinitud de
tiempo y experiencias compartidas, expone una verdad que disuelve la individualidad y el
ego ya que esta inmortalidad les permite experimentar todas las facetas de la existencia,
llegando a la conclusión que la identidad individual es irrelevante.
“La historia que he narrado parece irreal, porque en ella se mezclan los sucesos de dos
hombres distintos” (Borges, 1949, p.11). Se revela que la identidad del narrador ha sido
profundamente fragmentada por el paso de la eternidad. El personaje ha vivido tantas
experiencias, ha atravesado tantas vidas y momentos, que ya no es capaz de distinguir con
claridad qué partes de su memoria le pertenecen genuinamente y cuáles son ecos de otras
existencias. Esta fragmentación no solo señala la pérdida de una identidad fija, sino también
la incapacidad de aferrarse a una narrativa coherente de su propia vida. La noción de un “yo”
único se ha diluido, dejando tras de sí una especie de identidad fluctuante y cambiante, que
desafía la lógica del tiempo y la continuidad personal.
“Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras”
(Borges, 1949, p.11). Esta transformación profunda en su percepción del pasado: las
vivencias y momentos que una vez fueron visuales, tangibles y vibrantes, ahora se han
reducido a meros fragmentos verbales reflejando el desgaste de una experiencia infinita,
donde la abundancia de recuerdos ha sido desgastada por el tiempo, dejando tras de sí una
huella apenas perceptible en forma de palabras.
Yo he sido Homero; en breve, seré nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré
muerto (Borges, 1949, p.12). La eternidad ha fragmentado su identidad y su experiencia a tal
punto que, al acercarse la muerte, anticipa que se convertirá en "nadie" y, al mismo tiempo,
en "todos". Este destino final es la consecuencia de haber vivido de manera dividida a lo
largo de la eternidad. La muerte no será un simple final, sino una fusión definitiva con el
todo, donde su existencia se diluirá en el universo, borrando cualquier vestigio de una
identidad individual.
Sugiriendo Borges en su cuento “El inmortal” que la finitud es lo que otorga valor y
contexto a la experiencia humana, permitiendo apreciar la singularidad de cada instante. Así,
el texto se desarrolla en un marco de búsqueda y desilusión, donde el deseo de alcanzar la
Ciudad de los Inmortales se transforma en una experiencia deshumanizante. A través de esta
reflexión, se invita a cuestionar la verdadera naturaleza de la inmortalidad y se propone que la
muerte, lejos de ser un final, es un elemento fundamental que enriquece la existencia y le
otorga sentido.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
Borges, J. L. (1949). El inmortal. El aleph, 121-132.
https://tusconsejerosuam.wordpress.com/wp-content/uploads/2017/12/borges__jorge_luis_-
_el_inmortal1.pdf