Alimentoscomobiencomun JLVivero FUHDcapitulo 2013
Alimentoscomobiencomun JLVivero FUHDcapitulo 2013
Alimentoscomobiencomun JLVivero FUHDcapitulo 2013
Jose Luis Vivero Pol, Ingeniero Agrónomo y doctorando en sistemas alimentarios, Universidad católica de
Lovaina, Bélgica. Email: Jose-luis.viveropol@uclouvain.be http://biogov.uclouvain.be/staff/vivero/jose-luis.html
Más de la mitad del mundo come en formas que dañan su salud, bien por exceso bien por
defecto, y por ello el hambre y la obesidad figuran de manera destacada en los debates políticos,
económicos y sociales. La obesidad y la desnutrición afectan a 2300 millones de personas en el
mundo (GAIN, 2013), con más de 500 millones de obesos (Stevens et al., 2012a) y 868 millones
de personas desnutridas (FAO et al., 2012). A esto hay que añadir los cerca de dos mil millones
de personas que padecen de déficit de micro-nutrientes, fenómeno que se conoce como hambre
oculta, y que tiene enormes implicaciones en el nacimiento de niños desnutridos, en la mayor
incidencia de enfermedades (morbilidad) y la mortalidad de enfermedades tropicales. El hambre
oculta incluye el déficit de hierro (anemia), zinc, aminoácidos esenciales y vitaminas
procedentes de verduras, frutas, carnes rojas y pescados.
El sistema alimentario industrial produce alimentos con insumos altamente dependientes del
petróleo (fertilizantes, pesticidas, maquinaria agrícola, transporte a grandes distancia, ultra-
procesamiento de productos, envasado en plásticos) y gasta más energía en producir alimentos
que la energía que proporcionan esos mismo alimentos. Además, el sistema desperdicia un
tercio de los alimentos producidos, con las consecuencias económicas, morales y
medioambientales que eso conlleva (FAO, 2011). Es decir, el sistema alimentario industrial es
altamente ineficiente a la hora de producir y distribuir suficientes alimentos nutritivos para toda
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la población. Por tanto, no cumple sus principales funciones básicas: alimentar a toda la
población adecuadamente y producir suficientes alimentos de manera eficiente desde el punto de
vista económico y sostenible con el medio ambiente. Con millones de personas que mueren de
hambre en un mundo de abundancia, nadie puede poner en duda la necesidad de un cambio del
modelo de producción agro-industrial.
El hambre es, ante todo, un fenómeno político, derivado no sólo de la indolencia e inactividad
estatal, sino muchas veces de prácticas políticas directamente causantes de las mismas. En
consecuencia, las víctimas se caracterizan no tanto por su pobreza como por la falta de poder
político para exigir el respeto a sus derechos y para ejercer presión política ante su propio
Estado. Al ser un problema estructural requiere cambios estructurales, con consecuencias para el
desarrollo institucional y para la gobernanza del sistema alimentario. En esta misma línea, cada
vez más se acepta que el hambre y la desnutrición no se deben percibir sólo como “problemas”
sociales, humanitarios o técnicos, bien sean considerados desde un punto de vista agronómico
bien desde un punto de vista médico-nutricional, sino que como auténticos “problemas”
políticos y como fallas de los sistemas económicos de producción, distribución y acceso al
alimento. La existencia de millones de personas que no comen tres veces al día supone no tanto
un reto técnico sobre qué hay que hacer, dónde hay que hacerlo, cuándo y cómo; sino que es,
ante todo, una cuestión moral, legal, económica y política.
Pero antes de entrar en el debate sobre como transitar hacia un modelo de producción y
consumo de alimentos que sea más justo y sostenible, tenemos que revisar la narrativa moral y
económica que impulsa este modelo industrial y reformularla en los términos que consideremos
más adecuados. Es decir, plantear una nueva narrativa ética que sustente el sistema alimentario
al cual queremos llegar (Vivero, 2013). En ese sentido, tenemos que reconocer que comer no es
solo nutrirse y los alimentos no son solamente suministradores de nutrientes esenciales. Sería
una aproximación errónea considerar un plato de pasta o un filete de res como un combinado de
proteínas, lípidos, carbohidratos y vitaminas que necesitamos ingerir para mantener la
maquinaria biológica funcionando. Para empezar, es obvio que son una necesidad humana
básica, pues nuestro cuerpo requiere la energía de los alimentos para mantener sus funciones
vitales. Además de eso, nadie puede negar la importancia de los alimentos como un pilar
fundamental de la cultura y las civilizaciones (Diamond, 1997). Por ejemplo, los indígenas
centroamericanos se consideran ellos mismos como “gentes de maíz”, pues según su
cosmovisión y mitos fundacionales, el ser humano fue modelado por los dioses a partir del maíz.
La recolección, cultivo, preparación y consumo de alimentos representa en todas las
civilizaciones un acto cultural (Montanori, 2006), siendo la gastronomía uno de los pillares que
definen la cultura nacional.
Otra dimensión relevante es su consideración como recursos naturales, bien sean plantas o
animales, o minerales como la sal. Como tales, la obtención de alimentos se basa en el
aprovechamiento, manejo y conocimiento de la biodiversidad y los ciclos reproductivos
naturales, y los alimentos sufren de los mismos problemas de escasez, acaparamiento, gestión y
uso sostenible que enfrentan otros recursos naturales como el agua, la energía o los minerales.
No obstante, cada vez con más frecuencia la industria se empeña en fabricar alimentos
artificiales o ultra-procesados, a base de ingredientes naturales básicos (aceites, melazas,
saborizantes, colorantes, amino-ácidos, proteínas) pero con una alta modificación organoléptica,
y contenidos elevados de azucares, sal y carbohidratos. Incluso se está pensando ya en fabricar
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Pero comer también es un derecho, y no sólo una necesidad. Aunque no lo parezca, tiene la
misma categoría e implicaciones legales que el derecho a la libertad de prensa, a que no te
torturen o a la libertad de culto (Vivero & Erazo, 2009). Sin embargo, su camino desde su
primera formulación hasta el presente no ha sido fácil ni rápido, y todavía es un derecho humano
que está en proceso de consolidación. En algunos países, el derecho a una alimentación
adecuada está ya recogido en la Constitución o en la legislación nacional. Este derecho recoge la
obligación legal de proteger la capacidad de todo ser humano de alimentarse con dignidad, ya
sea mediante la producción de sus alimentos o mediante la compra, tal como se consagra en el
artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y el artículo 11 del
PIDESC de 1966.
Además de las dimensiones anteriores, no podemos olvidar que la comida es también una
mercancía. Los alimentos se han venido intercambiando desde el nacimiento de las primeras
civilizaciones agrícolas en Mesopotamia, y gran parte del desarrollo de las comunicaciones, la
ciencia y las exploraciones han tenido como motor la búsqueda de alimentos y su intercambio
(por ejemplo la ruta de la seda abierta por Marco Polo o el descubrimiento del Nuevo Mundo
por Cristóbal Colón). Actualmente, la industria alimentaria es una de las mayores áreas de
actividad económica (el 10% del producto interno bruto mundial) (Forbes, 2007). La industria
de la alimentación se ha valorado entre $ 4 y $ 5.7 billones de dólares en 20093 y se espera que
aumente a $ 7 billones de dólares 2014.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, esta industria alimentaria industrial nos indujo a
despojar a la producción de alimentos y su consumo de todos sus valores sociales y culturales,
para considerarlo una mera necesidad fisiológica que utiliza un insumo totalmente
commodificado, transformado en puro objeto comercial. Para el sistema alimentario industrial,
los alimentos son bienes que alguien produce, otro vende y un tercero compra. Punto. Y el valor
de los alimentos en el mercado se ha disociado completamente de su valor de uso, impulsando a
la baja el precio de los alimentos a pesar de que su valor en uso sigue constante para los seres
humanos (Timmer et al., 1983). Esta anomalía del sistema capitalista neoliberal va contra toda
lógica de supervivencia como especie. Los bajos precios de los alimentos son la causa de que
haya tanto desperdicio en los distintos eslabones de la cadena agro-alimentaria, desde la cosecha
hasta el consumo en los hogares; y también que se busque minimizar costes en su producción, lo
que ha conllevado una tecnificación de la producción, manejo y transporte y una expulsión de
los productores de alimentos del área rural. Y como el precio de los alimentos no valora para
nada su calidad nutricional, el sistema industrial ha primado el aspecto visual externo sobre la
calidad nutricional y organoléptica, reduciendo las variedades tradicionales a aquellas que sirven
al proceso industrial. A modo de ejemplo, las antiguas variedades de tomate con deformaciones
en la piel, costillas, sabores diferentes, muchas pepitas de diferentes tamaños y verdadero sabor
a tomate han dado pie a las únicas dos variedades que mayoritariamente encontramos en todos
los supermercados del mundo: el tomate tipo “manzana” para ensaladas sin sabor y el tomate
tipo “pera” para guisos desprovistos de sustancia (Estabrook, 2012).
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http://rt.com/usa/nasa-3d-pizza-printer-590/
2
http://www.theguardian.com/science/2013/aug/05/synthetic-meat-burger-stem-cells
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http://www.alpencapital.com/downloads/GCC_Food_Industry_Report_June_2011.pdf
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Los seres humanos necesitamos solo tres elementos esenciales que nos proporciona el planeta
Tierra: alimentos, agua y aire. Deberían ser gratuitos y garantizados para todos, al menos la
parte necesaria para subsistir, y sin embargo solo el aire es gratis por ahora, aunque estoy
convencido que el aire también será privatizado durante este siglo, a medida que lo
contaminemos cada vez más, y antes de 20 años tendremos que pagar un impuesto por respirar.
Y el agua, que había sido un bien público hasta el siglo XX, está ahora en medio de un acelerado
proceso de privatización y apropiación por empresas privadas que quieren controlar las bolsas
de agua subterráneas, el agua potable de los cursos fluviales y la distribución de agua potable en
las ciudades (Kay & Franco, 2012).
Y sin embargo, durante cientos de miles de años los alimentos y el agua fueron ampliamente
considerados como bienes comunes, ya que la naturaleza proporcionaba alimentos en forma de
frutas silvestres, raíces, hojas, animales, peces, frutos de mar o agua corriente en los ríos.
Aunque los alimentos son intrínsecamente rivales (todo lo que te tragues ya no puede ser
comido por otra persona) y puedes excluir a una persona de comer, su abundancia y la
renovación de las existencias excedían con creces las necesidades humanas. En ese momento,
los alimentos se consideraban bienes comunes. Luego vino el desarrollo de la agricultura
sedentaria, la apropiación de tierras comunales y su transformación en tierras comunes, la
privatización del agua de riego, la estabulación del ganado en granjas mecanizadas, la
mecanización de las labores agrícolas, el transporte de productos fuera de temporada, las
patentes de las semillas y la homogenización total de los productos alimentarios. Todo esto trajo
consigo una privatización casi total de los medios de producción y de los propios alimentos.
La consideración de los alimentos como bien público o bien privado va cambiando con el
tiempo, al ser un entendimiento común entre los miembros de una sociedad en un momento
determinado. Tanto la distinción clásica de bienes públicos y bienes privados en el campo de la
economía (Samuelson, 1954; Van Eecke, 1999) como su posterior tratamiento político (Kaul et
al., 2003) de bienes comunes globales y nacionales son contratos sociales y no características
inherentes a los propios bienes. Es decir, que dependiendo de nuestro sistema de valores,
relación con los recursos, sistema de propiedad y modelo político, podemos considerar a los
alimentos como un bien exclusivamente privado, exclusivamente público o un hibrido entre
ambos. El sistema capitalista, que ha conseguido establecerse como el paradigma económico y
social dominante en los primeros albores del siglo XXI, se desarrolla sobre una consideración
casi religiosa del derecho inalienable a la propiedad privada, una fe inquebrantable en las leyes
del mercado y una supremacía del individuo sobre el grupo. Y en esa línea, la privatización total
de los alimentos se ha consumado en la segunda mitad del siglo XX, con el desarrollo de un
sector agro-alimentario industrial basado en la mecanización de las actividades agrícolas, la
utilización de agroquímicos derivados del petróleo, el transporte de los alimentos a través de
grandes distancias y la apropiación de la información genética a través de las patentes. Nuestra
economía de mercado no ha sido modelada por la sociedad, sino al revés: nuestra sociedad ha
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evolucionado para adaptarse a los valores y las necesidades del mercado. Ya no cooperamos
para co-existir, si no que competimos para sobrevivir. Luchamos para conseguir un bien esencial
para nuestra supervivencia como es la comida.
En el debate actual sobre los fallos del sistema alimentario industrial, sobre la necesidad de
transitar hacia modelos de producción y consumo sostenibles y sobre las políticas más
adecuados para luchar contra el hambre y la obesidad, encontramos siempre tres conceptos o
ideas-fuerza que definen, además, el posicionamiento de cada individuo o institución al
utilizarlas. Estos enfoques para analizar, entender y gobernar el sistema alimentario global,
nacional y local son la seguridad alimentaria y nutricional, el derecho a la alimentación y la
soberanía alimentaria. En esta sección se explicará brevemente su origen y desarrollo
conceptual, tras lo cual se expondrá las diferencias entre los enfoques y sus
complementariedades.
La seguridad alimentaria como disciplina científica nació en los años setenta a raíz de la crisis
mundial del petróleo, que produjo, a su vez, una crisis de cereales y productos alimenticios.
Desde entonces ha tenido varias épocas, caracterizadas por diferentes paradigmas conceptuales
que venían acompañados de determinadas acciones en el terreno. Estos paradigmas explicativos
sobre el origen y las causas del hambre y de las recurrentes hambrunas han evolucionado desde
una explicación causal que atribuía el problema a factores naturales como el elevado
crecimiento demográfico y las catástrofes naturales (concepción malthusiana), hasta
explicaciones muy economicistas (fallas de mercado, asignación de recursos, falta de acceso de
los hogares vulnerables). Hoy, el paradigma es más político, muy influido por la teoría de las
capacidades de Amartya Sen y la realización del derecho a la alimentación como derecho
humano. Sin embargo, el principal problema del sistema alimentario según el consenso más
extendido sigue siendo el acceso a los alimentos, muy vinculado al concepto de pobreza y a la
consideración de los alimentos como un bien privado con derechos de propiedad excluyentes.
caso, aspectos tales como quien produce los alimentos, donde se producen y aspectos culturales
o de género de la producción quedan ocultos o minimizados en este enfoque.
Comer es un derecho, y no sólo una necesidad. Aunque no lo parezca, tiene la misma categoría e
implicaciones legales que el derecho a la libertad de prensa, a que no te torturen o a la libertad
de culto. Sin embargo, su camino desde su primera formulación hasta el presente no ha sido
fácil ni rápido, y todavía es un derecho humano que está en proceso de consolidación. No
obstante, en la última década hemos vivido un notable progreso en la materialización del
derecho a la alimentación en los ordenamientos legales de muchos países, especialmente en
América Latina, región que está a la vanguardia en este aspecto (De Schutter, 2013).
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Este expresa que “toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el
bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios”.
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La soberanía alimentaria es una opción política que nace del descontento de grupos de la
sociedad civil (ONGs, colectivos de productores y consumidores, sindicatos) comprometidos
con las agriculturas campesinas e indígenas, la pesca artesanal, los sistemas alimentarios
sustentables y el derecho de los pueblos a alimentarse. Estos movimientos argumentan que la
sustentabilidad de los sistemas alimentarios no es una cuestión solamente técnica, sino que
constituye un desafío que implica la más alta voluntad política de los Estados.
Considerada como idea política, el término soberanía alimentaria suscita una sorprendente
animadversión entre los políticos, profesionales del desarrollo y las agencias cuyo mandato
central es la erradicación del hambre. Nos será harto difícil encontrar un texto escrito por la
FAO, el PMA, FIDA, el Banco Mundial, la Unión Europea o USAID que describa o analice la
soberanía alimentaria como alternativa al sistema alimentario actual o como realidad política
reclamada por miles de personas y cientos de organizaciones. Para el conjunto de personas que
tienen el poder en la mayoría de los estados y los organismos internacionales (conocidos en
inglés como “establishment”), la soberanía alimentaria no existe, y por eso no se habla de ella.
No obstante, parece que los vientos están cambiando en algunas organizaciones como la FAO,
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La soberanía alimentaria está recogida en la Ley de Soberanía Alimentaria de Ecuador, la Ley de Seguridad Alimentaria de
Guatemala, la Ley de Seguridad y Soberanía Alimentaria de Honduras y la Ley de Seguridad y Soberanía Agroalimentaria de
Venezuela. También está en la Constitución de Bolivia, Ecuador y Honduras.
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El Pacto Internacional por los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, un tratado internacional vinculante que ha sido
ratificado por 160 estados hasta la fecha.
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donde el concepto está siendo exigido por algunos países que lo han incorporado en su
vocabulario, en sus programas sociales e incluso en sus ordenamientos jurídicos.
Esta negación resulta cuando menos contradictoria porque la Soberanía Alimentaria no deja de
ser una mera precisión del concepto de soberanía nacional, construcción social que emana de la
Revolución Francesa y que establece el Estado-Nación como la unidad principal de las
relaciones internacionales. Si estamos de acuerdo en que los estados son soberanos para tomar
decisiones sobre su propio territorio y sus propios ciudadanos, deberíamos aceptar sin problemas
que esa soberanía abarque también las decisiones sobre la producción, comercialización y
consumo de alimentos (Sánchez Díez & Vivero, 2011). Pero no es así. Los mismos que
defienden la soberanía nacional para emitir moneda, tener ejército, controlar el espacio aéreo,
gestionar los recursos naturales en suelo propio y abrir embajadas en otros países, se oponen a
que tengamos soberanía sobre la producción y consumo de algo tan esencial para el ser humano
como los alimentos. La soberanía alimentaria debería ser un concepto del establishment,
fuertemente enraizado en los partidos de derecha, y sin embargo es todo lo contrario: en la
actualidad se asocia exclusivamente a movimientos sociales con amplia base indígena y
campesina (La Vía Campesina) y a gobiernos de corte populista y socialista (Venezuela,
Nicaragua, Bolivia, Ecuador y Cuba). La defensa de la soberanía nacional es un concepto que
tiene amplio predicamento entre la ideología conservadora, aunque es igualmente aplicado por
los gobiernos progresistas, mientras que la soberanía alimentaria es exclusivamente defendida
por los movimientos con ideología progresista o de izquierda.
Si se considera la seguridad alimentaria como una necesidad básica y un Bien Común Global es
posible aceptar que ésta se transforma en una obligación legal a través del derecho a la
alimentación y en una opción política e ideológica mediante la soberanía alimentaria. El enfoque
técnico de la seguridad alimentaria, el legal del derecho a la alimentación y el político de la
soberanía pueden y deben colaborar, mezclarse, fortalecerse mutuamente para reforzar la lucha
contra el hambre y la desnutrición. No debería haber competencia o exclusión de paradigmas. Si
se concibe la soberanía alimentaria como “el derecho de los Estados a definir sus propias
políticas y estrategias para la producción, distribución y consumo sustentable de alimentos,
respetando sus propias culturas y sus propios sistemas de manejo de recursos naturales y áreas
rurales”, podemos vincular el posicionamiento político con la soberanía nacional (principio
indiscutible del ordenamiento internacional actual), y ésta se expresa en un marco legal nacional
e internacional vinculante (el PIDESC), que se lleva a cabo a través de políticas y programas
nacionales con un enfoque de derechos pero unos componentes técnicos, ya suficientemente
conocidos y ampliamente probados que proceden del campo de la seguridad alimentaria
(Sánchez Díez & Vivero, 2011).
Soberanía alimentaria: ¿la alternativa política que defiende los bienes comunes?
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y la soberanía alimentaria deberían ser considerados un Bien Público Global que beneficia a
toda la humanidad y que todo el mundo debe disfrutar (CEHAP, 2008), bien sea en el marco de
los derechos humanos, de la justicia social o de cualquier principio ético que se quiera usar
como brújula del accionar humano.
Los alimentos como un bien común: la nueva narrativa para desafiar el paradigma
dominante
Aunque la doctrina económica clásica considera a la los alimentos como un bien privado, por
ser excluible y rival (Samuelson, 1954; Buchanan 1965), numerosos aspectos relacionados con
los alimentos son ya considerados como bienes comunes, por ejemplo los bancos de atunes en
aguas internacionales, los frutos silvestres como las setas o los espárragos trigueros, las recetas
de cocina, los conocimientos agrícolas tradicionales de los campesinos, las normas de inocuidad
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http://www.ieee.es/Galerias/fichero/cuadernos/CE_161_Seguridad_Alimentaria_y_Seguridad_Global.pdf
11
http://fr.slideshare.net/joseluisviveropol/deconstruir-la-soberana-alimentaria
12
Por commodities entendemos mercancías que, cumpliendo unos mínimos de calidad, se venden a granel, sin mayor
diferenciación entre variedades, calidades o zonas de origen, siendo ejemplos ilustrativos el trigo, la carne de pollo, los tomates
o el pescado. Su valor como producto viene determinado exclusivamente por su precio.
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alimentaria o las semillas de variedades criollas no patentadas (Vivero, 2013). Con objeto de
proporcionar una base sólida para la transición hacia sistemas alimentarios más sostenibles y
articulados en torno al productor y al consumidor, en lugar del intermediario, debemos
reconsiderar la naturaleza de los alimentos como un bien exclusivamente privado y reconstruirla
como un bien común, que sea a la vez una necesidad, un derecho humano, un factor cultural y
un producto comercializable.
Si los alimentos fuera considerados bienes comunes, las implicaciones para la gobernanza del
sistema alimentario mundial serían enormes, con ejemplos que van desde la negociación del
comercio de alimentos fuera del marco de la OMC (organización que trabaja exclusivamente
con bienes privados) (Rosset, 2006), la prohibición de la especulación financiera con los
alimentos o la revisión de algunas reglas de comercio alimentario, mas adaptadas a la
producción de alimentos industriales y homogéneos que a la producción de alimentos naturales
y diversos.
Otro aspecto de vital importancia seria la promoción de nichos locales donde se pudieran llevar
a cabo acciones colectivas de producción y consumo de alimentos, combinando reglas de
mercado, regulaciones públicas y acciones colectivas voluntarias. Un ejemplo bien estudiado
por la recientemente fallecida Elinor Ostrom, premio Nobel de economía en 2009 por sus
extensos trabajo sobre gestión colectiva de recursos comunes, es el sistema de regadíos de la
huerta valenciana, gestionado desde hace siglos por un Tribunal de Aguas que funciona la
margen de la regulación estatal o de las reglas de mercado. Este tipo de iniciativas acortarían las
cadenas alimentarias, redundarían en un comercio de proximidad, valorizarían la producción de
temporada y los productos locales, devolverían la especificidad cultural a la comida, acercarían
al productor y al consumidor, y garantizarían que nadie se queda sin comer por no tener dinero
suficiente. Esta gobernanza tri-céntrica (grupos de acción colectiva, mercado, estado) ya se está
desarrollando en muchos países, tomando forma de Community-Supported Agriculture en
Estados Unidos13, Groupes Alimentaires en Bélgica14, o Grupos de Consumo Ecologico en
España15. Estas iniciativas establecen circuitos locales que acortan las distancias entre
producción y consumo, y reconocen y valorizan la cultura alimentaria local, siendo además
resilientes a la inestabilidad de precios de alimentos en el mercado nacional e internacional,
maximizan la cantidad de productos frescos y son más baratos y más sostenibles. Desde hace
años, asistimos a un desarrollo espectacular de estas iniciativas ciudadanas, mayoritariamente a
nivel local o urbano, aunque todavía están poco articuladas y no tienen una visión común de
cambio del modelo. Pero las redes sociales, su éxito económico y el cambio de hábitos
alimentarios de la población concienciada pueden impulsar que estos nichos locales se
conviertan en el motor de la transición hacia un sistema alimentario más justo y más sostenible,
más saludable y menos necesitado de los combustibles fósiles para su supervivencia.
En un plano más filosófico, hay que reconectar el campo con la cocina. La gastronomía como
ciencia de la alimentación, con la agricultura como la ciencia de la producción de alimentos.
Hay que poner el sistema alimentario al servicio del ser humano, de su felicidad y de su salud.
Tenemos que re-conectar la cultura de comer productos naturales con la ciencia que trata de
cómo producirlos, procesarlos y distribuirlos de manera sostenible. Durante una buena parte del
siglo XX han tomado caminos separados, y los conocimientos científicos se han aislado de los
saberes culturales. Por eso la gastronomía ha sido secuestrada por los ricos, los entendidos y los
sibaritas. Se le ha robado al pueblo llano la cultura gastronómica y se les ha despojado de la idea
de que comer produce felicidad.
13
https://en.wikipedia.org/wiki/Community-supported_agriculture
14
http://www.groupesalimentaires.be/
15
http://www.ecoagricultor.com/que-es-un-grupo-de-consumo/
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Debemos cambiar la idea de que el alimento es un bien exclusivamente privado, como un auto o
un televisor, y considerarlo como un bien público, gobernado por un sistema poli-céntrico, y
esencial, y por tanto necesario en cantidades adecuadas para todos los seres humanos. Podemos
vivir sin autos, pero no sin comer, beber ni respirar.
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