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Una Educacion Muda 01.10.23

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UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA

SECRETARIA
PROGRAMA SAMUEL ROBINSON

UNA EDUCACION MUDA

Arturo Uslar Pietri

La educación venezolana no enseña a hablar, ni a escribir. No sé si este


grave mal lleno de amenazas para el presente y el futuro, se extiende a otros
países hispanoamericanos. El caso constituye la más absurda y dañina
contradicción. Nos empeñamos en la escuela, en hacer aprender un
heterogéneo cumulo de conocimientos dispersos e incompletos sobre todas las
ramas de ciencia, la historia y la literatura, pero el instrumento fundamental, sin
el cual esos conocimientos quedaran sin contenido ni posibilidad de
comunicación, que es la lengua, no enseñamos prácticamente.

O mejor dicho, enseñamos lo que tiene menos importancia. Hacemos


pasar a los estudiantes largas horas tediosas memorizando inútiles reglas de
gramática y muy poco o nada se hace para hacerlas aprender, con la practica
continua y viva, como usa con propiedad y limpieza la lengua hablada y escrita.

No aprender a expresarse es salir de la educación mudo y aislado. El


más importante instrumento, casi diría el solo instrumento que el hombre posee
de conocimiento y comunicación, es la lengua. Quien no sabe hablar s un
mutilado, un maltrecho, un ser incompleto aunque haya acumulado en su
memoria todas las formulas de químicas.

La lengua es mucho más que un instrumento, es el medio de pensar y


entender. Quien no sabe expresarse bien no puede pensar bien. Es la precisión
del concepto y el matiz del conocimiento. Los antiguos creían, con razón, que
el don fundamental que los dioses habían dado a los hombres era la lengua.
Shelley, precisamente un gran poeta, es decir, un hombre que tenia cabal
sentido de la palabra, decía bella y atinadamente en su poema a Prometeo:
“Dio al hombre la palabra y la palabra creo el pensamiento, que es la medida
del universo”.

La calle de nuestras ciudades es un aula abierta de corrupción del


lenguaje. Jergas de “hippies”, de peloteros, de pandilleros, llenas de comodines
deformados y deformantes, de imitaciones fonéticas de otras lenguas,
predominan en una conversación casi inarticulada que no emplea más de
algunas docenas de palabras.
La contribución mayor a este proceso de empobrecimiento y
adulteración la hacen los medios modernos de comunicación de masas. Los
programas cómicos, los comentarios deportivos y muchos novelones seriales
se convierten en muy eficaces focos de infección del lenguaje. Se recurre a la
barata comicidad de hablar mal, con palabras adulteradas, con
pronunciaciones grotesca, para hacer reír sin mayor esfuerzo y de paso se
siembra a todo lo ancho del país un vocabulario de expresión y comunicación
que es el castellano.

La proliferación ostentosa y satisfecha del mal hablar se extiende ya a


todas las edades y a todas las clases sociales. Es sorprendente la pobreza de
léxico, el abuso de comodines y palabrotas, la incapacidad de descubrir de la
mayoría de las gentes con las que en el curso de una jornada hay que
comunicarse para los más variados fines. A este paso puede llegar el punto en
que los más hablaran una o varias jergas, un “patois”, una “lingua franca”, un
dialecto de bajos fondos, que impedirá toda posibilidad eficaz de comunicación,
de lectura o de escritura. Lo más triste es que muchas estas gentes que
destrozan literalmente su lengua materna, habla con propiedad y corrección
alguna lengua extranjera. Sencillamente porque se le han enseñado mejor que
la propia.

En su día, Andrés Bello, vio con temor la posibilidad de que el castellano


se desintegrara, siguiendo el ejemplo del latín y diera nacimiento a varios
dialectos incomunicables entre sí. Para evitar esta nefasta tendencia escribió
su monumental “Gramática” y se esforzó a todo lo largo de su fecunda vida, en
hacer que las gentes hablaran mejor. No hubiera podido prever Bello que el
mal no iba a venir de la gente ineducada sino, precisamente, de los más
grandes y avanzados medios tecnológicos de comunicación que el hombre ha
inventado.

Por una dolorosa paradoja, estamos en camino de poder tener los más
modernos instrumentos científicos, las construcciones más atrevidas, las
ciudades más modernas, los sistemas electrónicos más eficaces pero ante
ellos, cada día más, vamos a expresarnos en una habla más pobre, más vil,
más sucia, más elemental y más aislante. Vamos a disponer de todos los
medios pero no vamos a saber cómo hablar de ellos y por medio de ellos.

“Habla para que te pueda ver”, decía un olvidado autor alemán. Nada
revela más a la persona que su lenguaje. Al hablar declaramos
inequívocamente quiénes somos y hasta donde llega nuestra cultura. La lengua
corrompida que estamos hablando desuda (sic) y revela una condición
incompatible con ninguna aspiración de cultura.

Uslar Pietri, A. (1974, Mayo 21) Una educación muda. El Nacional, p. A4

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