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Un Error de Logica en La Apologia de Soc 2

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Un error de lógica en la Apología de Sócrates1

Luis Tamayo

Resumen
En la lectura que hizo Sócrates de la respuesta de la Pitia a Querefón
―narrada en la Apología de Sócrates de Platón― cometió el error de no
considerar una de las opciones lógicas. Así, leyó el “no hay nadie más sabio
que Sócrates” como una afirmación de superioridad cuando podía ser leido,
también, como una simple igualación (“en cuestiones de sabiduría no hay,
entre los hombres, ni mejores ni peores”).
Esa “lectura narcisística” del oráculo lo condujo a ridiculizar a aquellos que
eran considerados, en su época, “maestros de virtud” y, a consecuencia de
ello, a la muerte. Sin embargo, esa “misión divina” también lo convirtió en el
afamado personaje que desde la antigüedad es.

A Logic error in Socrates’ Apology


Abstract
In the reading that Socrates did of the answer of the Pythia to Chaerophon
―narrated in the Socrates’ Apology of Plato― he made the mistake of no
considerate one of the logic options. Then he read “there is no wisest man than
Socrates” like un affirmation of superiority when it could be read too like a
simple equalization (“talking about wisdom there is not between the men or
better or worse”).
That “narcissistic reading” of the oracle guided him to make fun about them
who were considerate, in his time, “virtue masters” and as a consequence of
that to his death. However that “divine mission” turned him into the famous
person that is since ancient times.

1 Publicado en Nova Tellus 18-2, Revista del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, México, 2000.

1
Introducción
“...obedeceré al Dios antes que a vosotros y, mientras
tenga aliento y pueda, no cesaré de filosofar, de
exhortaros y de hacer demostraciones a todo aquél de
vosotros con quien tope”.2

La Apología de Sócrates, uno de los diálogos socráticos de Platón, ha sido


utilizado habitualmente por la tradición filosófica occidental para ensalzar la
figura de Sócrates, para mostrar cuán injustos fueron los jueces que lo
condenaron a beber la cicuta, luego de que prosperara la demanda interpuesta
por sus acusadores. Tales textos han sido utilizados para configurar una
especie de hagiografía del filósofo.
La otra Apología, la de Jenofonte, si bien es, en términos generales, más
mesurada, resulta ⎯respecto a este punto⎯ más exaltante. Si en la versión de
Platón la Pitia tan sólo responde que “no había nadie”3 más sabio que
Sócrates, en la de Jenofonte responde que “no había hombre más libre, justo y
sensato”4 que él.
El contrapunto lo encontramos en un contemporáneo del filósofo, en
Aristófanes, quién, en su comedia Las nubes ⎯escrita veinticuatro años antes
del juicio al que nos hemos referido⎯5 nos presenta un Sócrates ridículo que
sólo enseña vicios, que instruye a un padre agobiado por las deudas en la
manera de no pagarlas (¿el mar se hace más grande? ¿cómo pretenden
entonces cobrarme réditos?), y a su hijo a justificar el maltrato a su padre (¿no
se golpea a los hijos por cariño, para instruirlos?), lo cual conduce a que ese
Sócrates sea perseguido y su escuela sea quemada a causa de la ira del padre
golpeado.6
Ahora bien, en esta ocasión no pienso adentrarme en esa vía. Me interesa
estudiar un evento muy particular: el nacimiento de la actividad filosófica de
Sócrates. Con tal fin, recordemos lo planteado en las Apologías.
2 Cfr. Platón, Apología de Sócrates, 29d, versión de J.D. García Bacca, México, UNAM, Bibliotheca Scriptorum
Graecorum et Romanorum Mexicana, 1965. “...pei/somai de\ t%= qe%= h)\ u(mi=n, kai\ e(wsper a)\n e)mpne/w kai\
oi(=o/j te w)=, ou) mh\ pau/swmai filosofw=n kai\ u(mi=n parakeleuo/meno/j te kai\ e)n deiknu/menoj o(/t% a)\n
a)ei\ e)ntugxa/nw u(mw=n...”.
3 Platón, Apología de Sócrates, 21d.
4 Jenofonte, Apología I: 14, en Recuerdos de Sócrates, Banquete, Apología, versión de J.D. García Bacca, México,
UNAM, Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, 2ª ed, 1993.
5 Aristófanes, Les nuées, texto establecido por Victor Coulon y trad. Por Hilaire van Daele. Paris, Belles Lettres, 1980.
6 Ibidem, 1464-1466.

2
Sócrates y la filosofía
Corría el año 399 a. C., el tribunal de los arcontes ⎯501 ciudadanos
atenienses en la ocasión⎯ recibía una acusación presentada por tres miembros
ilustres del partido democrático: Anito,7 Méleto y Licón ⎯representantes,
respectivamente, de la ira de los políticos, los poetas y los oradores⎯ contra
Sócrates, hijo del escultor Sofronisco y de la partera Fenaretes, bajo los
cargos, por un lado, de no creer en los dioses de la ciudad e intentar introducir
otros dioses y, por el otro, de corromper a los jóvenes. Acusación que
prosperará y llevará al entonces mortal a su fin necesario.
Sócrates sostuvo, en su defensa, que tales acusaciones eran absurdas.
Contraargumenta sin dificultad, debido, en parte, a la inhabilidad dialéctica de
Méleto, el portavoz de los acusadores. Su hábil retórica ha convencido, en el
curso de los siglos, a la mayoría de los comentaristas de este juicio. Pero no a
todos. Hegel8 sostuvo, por ejemplo, que la llamada “doble acusación” tenía
fundamento, pues, por un lado, ciertamente Sócrates había abandonado a los
dioses de la ciudad y había propuesto otro: la razón humana;9 por el otro, se
puede considerar que “corrompía” a los jóvenes al liberarlos del yugo de la, en
aquél entonces, incuestionable autoridad paterna. Otros estudiosos han
planteado que fue su indomeñabilidad política10 o su pedagogía corruptora11 la
que lo llevó a tal fin. Sin desdeñar estas opiniones, deseo plantear otro punto
de vista: considero que Sócrates fue condenado a muerte a causa de su actuar,
su pena fue una consecuencia del síntoma que lo aquejaba: la filosofía.

El Sócrates de la Apología de Platón12 sufría de una compulsión, la de


mostrarle a su interlocutor que, por pretender saber lo que no sabía, no era
sino un ignorante. Ello condujo a que se llenara de admiradores... y de
enemigos. Del intercambio generado en sus diálogos, Sócrates concluía: “yo
soy más sabio que este hombre; es posible que ninguno de los dos sepamos
cosa que valga la pena, pero él se cree que sabe algo, pese a no saberlo,

7 Anito, a quien todos los comentaristas del juicio sitúan como el más importante y poderoso de los acusadores, aparece
también en otro diálogo, en el Menón 94e-95a, donde deja ya entrever su inquina contra el filósofo.
8 Hegel, G. W. F., Historia de la filosofía, vol. II, traducción de W. Roces, México, FCE, p. 82.
9 Me parece que Aristófanes sostenía algo semejante cuando en Las Nubes hace a los filósofos sustituir a Zeus por unas
nubes.
10 Ehrenberg, V., From Solon to Socrates, New York, Routledge, 1989, p. 379; Alegre, A., La sofística y Sócrates,
Barcelona, Montesinos, 1986: 98.
11 St. George Stock, The Apology of Plato, Oxford, 1953, p. 12.
12 No está resuelto en todos los puntos hasta donde llega el Sócrates histórico y hasta donde el literario, Cfr. Taylor, A. E.,
El pensamiento de Sócrates, México, FCE, 1969, p. 21.

3
mientras que yo, así como no sé nada, tampoco creo saberlo”,13 reflexión que
la tradición ha reducido al multicitado “yo sólo sé que no sé nada”. 14 ¿Por qué
se insiste en leer en esta afirmación un reconocimiento de la ignorancia? ¿no
inicia con “yo sólo sé”? En esta conclusión se encuentra un reconocimiento no
de la ignorancia sino del propio saber. Por ello la voz “Sócrates” se puede leer,
siguiendo a Chantraine, como el “poderoso de poderosos”15. Incluso Taylor, al
estudiar tal afirmación, comparaba a Sócrates con “un tuerto en tierra de
ciegos”;16 ¿cómo podría considerarse ignorante a alguien así, a alguien que
aún podía mirar donde otros ya no podían hacerlo?

Ahora bien, ¿de dónde le nació a Sócrates tal compulsión, esa “misión
divina”?17 La historia es la siguiente.

El oráculo
Ocurrió que, un día aciago, Querefón (Xairefw/n), un “emprendedor” y
vehemente amigo de juventud de Sócrates, se encaminó al oráculo de Delfos18
para preguntar a Apolo lo siguiente: ¿hay algún hombre más sabio que
Sócrates?

La respuesta de la pitonisa19 fue un no rotundo, inequívoco: “La Pythia


⎯narró Sócrates⎯ respondió que no había nadie más sabio” (a)nei=len ou)=n h(
Puqi/a mhde/na sofw/teron ei)=nai).20

13 Platón, Apología de Sócrates, 21d. “...o(/ti tou/tou me\n tou= a)nqrw/pou e)gw\ sofw/tero/j ei)mi·kinduneu/ei me\n
ga\r h(mw=n ou)de/teroj ou)de\n kalo\n ka)gaqo\n ei)de/nai, a)ll ) ou(=toj me\n oi)/etai/ ti ei)de/nai ou)k ei)dw/j,
e)gw\ de/, w(/sper ou)=n ou)k oi)=da, ou)de\ oi)/omai·”
14
Se trata de un saber paradojal, como ese otro que reconoce al aceptar “no entender de otra cosa más que de cuestiones
de amor” (Banquete 177c). Se trata de un saber de la falta que produjo que Lacan lo llamase sabio en cuestiones de
amor (Seminario Le transfert dans sa dispaité subjective, sa prétendue situation, ses excursions techniques (1960-
1961), sesión del 23 de noviembre de 1960, Paris, Stecriture, 1983, II, p. 10).
15 Bajo el lema so/koj se indica, en el Dictionnaire étymologique de la langue grecque: Histoire des mots (Klincksieck,
Paris, 1968) de P. Chantraine, que el vocablo “Sócrates” proviene de so/koj (fuerte, potente) y kra/toj (vigor, poder).
16
Taylor, op. cit., p. 67.
17 Muchos filósofos ⎯Robin, Guthrie, Taylor, Gómez Robledo⎯ han llamado así a la tarea de Sócrates. Esa “misión
divina” no sólo le atrajo enemistades, también lo hizo pobre, pues lo obligó a abandonar sus otras ocupaciones. Estaba
en la posición de un redentor entregado a su misión. Cfr. Lacan, Seminario Le transfert, 21/XII/1960, Stecriture VI: 5.
18 O quizás fue Sócrates mismo, según informa Aristóteles, pero ello es improbable. Cfr. Guthrie, W. K. C., Historia de la
filosofía griega, Vol. III, Madrid, Gredos, 1988, p. 387.
19 Se ha planteado (Parke, H. W., Chaerophon’s Inquiry about Socrates, Collected Papers, 1961, p. 249) que la Pitia no
pronunció tal oráculo, sino que fue dado por las suertes ⎯alubia blanca o negra⎯; sin embargo, es una posibilidad
muy dudosa, una que haría que lo narrado en la Apología de Jenofonte perdiese todo sentido.
20 Platón, Apología, 21d.

4
Regocijado, Querefón fue con su antiguo amigo y le regaló su revelación, la
cual, desde el inicio, fue recibida con recelo por parte de Sócrates. Platón nos
narra su reflexión:
“Habiendo, pues, oído tal oráculo, pensé en mi ánimo: ¿qué dice el
Dios, y qué pretende con tal dicho dar a entender? que no me sé sabio,
ni poco ni mucho. ¿Qué, pues, querrá decir al afirmar que soy el más
sabio?”
“...tau=ta ga\r e)gw\ a)kou/saj e)nequmou/mhn ou(twsi/· ti/ pote le/gei o( qeo/j,
kai\ ti/ pote ai)ni/ttetai; e)gw\ ga\r dh\ ou)/te me/ga ou)/te smikro\n cu/noida
e)maut%= sofo\j w)/n· ti/ ou)=n pote le/gei fa/skwn e)me\ sofw/taton ei)=nai;”21

Notemos que Querefón emplea un comparativo ( sofw/teron ⎯más sabio


que...) y que la respuesta negativa de la pitonisa permite a Sócrates usar un
superlativo (sofw/taton ⎯el más sabio).
Ahora bien, ¿dijo el Dios que Sócrates era el más sabio de todos los hombres?
No necesariamente. El Dios respondió, a través de la pitonisa, que no había
nadie más sabio que él: a)nei=len... mhde/na sofw/teron ei)=nai (respondió... que
nadie más sabio existía), respuesta que tiene dos posibilidades de lectura: o
bien Sócrates es más sabio que todos los hombres, o bien, Sócrates es tan
sabio como todos los hombres.

Esto es evidente desde un punto de vista lógico: si no hay ninguna B


mayor que A esto tiene dos soluciones: o bien A es mayor que B (A>B) o bien
A es igual a B (A=B). Si digo que no hay ningún vaso mayor que el que
sostengo en mis manos esto puede significar que este vaso es el más grande de
todos o que todos los vasos son del mismo tamaño. La respuesta de la Pitia
también podía haber sido leída así: “en lo que respecta a la sabiduría, entre los
humanos no hay ni mejores ni peores”.
Llama la atención que, pese al rigor lógico mostrado en múltiples
ocasiones por Sócrates, en este caso solamente leyera la primera posibilidad.

Pero no sólo él.

La enorme tradición filosófica occidental que se ha abocado al tema tampoco


la considera, ni Burnet, ni Jaegger, ni Robin, ni Gómez Robledo, ni Mondolfo,
ni Colli... entre otros.22 Sólo Taylor y Guthrie rozan la problemática;

21
Ib., 21b.
22Cfr. Burnet, J., “La vida de Sócrates”, en Los sofistas y Sócrates, México, UAM, 1991, p. 47 ss.; Gómez Robledo, A.,
Sócrates y el socratismo, México, FCE, 1988, p. 137; Robin, L., El pensamiento griego, México, Hispanoamericana,
1962: 145; Mondolfo, R., Sócrates, Bs. As., EUDEBA, 1965, p. 12; Jaegger, W., Paideia, México, FCE, 1987, p. 455;

5
Guthrie,23 cuando escribe que podría ser una “traviesa vanidad” de Sócrates
continuar con su “misión divina” (pero no explica a qué se refiere con eso), y
Taylor ⎯según Guthrie24⎯, cuando sostiene que en ocasiones —y ésta sería
una de ellas—, el oráculo respondía lo que sabía que agradaría al solicitante.
¿Esto quiere decir que mentía deliberadamente? No lo creo. No hubiese
podido sostener el peso moral que acumuló. Me parece que, si la tesis de
Taylor fuese válida, se puede entender la respuesta de la Pitia como una
corroboración de la dirección de la transferencia;25 es decir, dado que
Querefón había manifestado a la Pitia su transferencia hacia Sócrates por el
solo hecho de plantear de esa forma la pregunta, ella no podía sino
corroborarle la apreciación. Sócrates era el más sabio... para él. Añadamos
que, sin embargo, la transferencia no indica un Sujeto de Saber, sino un Sujeto
supuesto Saber, en este caso, uno al cual Querefón suponía el saber.
Si recordamos que este suceso —tal y como el Sócrates de la Apología lo
afirma— transformó su vida, entonces podemos afirmar que fue Querefón
quien construyó a Sócrates. Como indica Monsiváis26: no es el personaje
quien se pone la máscara, sino la máscara quien hace al personaje; así, fue
Querefón quien le puso la máscara de sabio a Sócrates, constituyéndolo como
tal.27 El poder subjetivante de la transferencia, esto que revela la clínica
analítica, ya operaba en la Grecia clásica.28
Volvamos a la interpretación del texto.

No es demasiado aventurado suponer que Sócrates omitió la otra posibilidad


(A=B), debido a que hizo una lectura narcisística de la respuesta de la
pitonisa; parece que, en su fuero interno, quería leer que él era el más sabio de

Colli, G., El nacimiento de la filosofía, Barcelona, Tusquets, 1987, p. 71; Guardini, R., La mort de Socrate, Paris, Seuil,
1956, p. 64; Cornford, F.M., Antes y después de Sócrates, Barcelona, Ariel, 1980, p. 41; Ehrenberg, V., From Solon to
Socrates, op. cit., p. 378; Alegre, A., La sofística y Sócrates, op. cit., p. 97; Belaval, Y., “Sócrates”, en Historia de la
Filosofía, Vol. II, México, SXXI, 1982, p. 49; Simeterre, R., Introduction a l’etude de Platon, Paris, Seuil, 194, p. 109;
Grube, G.M.A., El pensamiento de Platón, Madrid, Gredos, 1987, p. 27. Recientemente (enero 1998) el Dr. T. M.
Robinson, Presidente de la Sociedad internacional de platonistas, compartió conmigo este asombro.
23 Guthrie, W. K. C., Historia de la filosofía griega, op. cit., p. 389.
24
En el texto de Guthrie antes citado, esta afirmación es referida en la p. 77 del Socrates (Doubleday Anchor Books,
N.Y., 1953) de Taylor. En la versión castellana: El pensamiento de Sócrates, op. cit., p. 64).
25 Siguiendo a Freud, empleamos el vocablo “transferencia” a la manera psicoanalítica, es decir, como el “conjunto de
sentimientos volcados sobre la persona del médico en la situación de la cura” (Freud, S. La dinámica de la transferencia
en Obras Completas, vol. XVI, Amorrortu, Bs. As., 1976, p.402ss). Lacan precisará que el analista, por efecto de la
transferencia, se convierte en un “Sujeto supuesto Saber”; es decir, uno al cual el analizante le supone el saber sobre su
inconciente, lo cual constituye el motor de la cura.
26 Monsiváis, C., Los rituales del caos, México, Era, 1995, p. 128.
27 Aristófanes era de la misma opinión: Querefón compartía responsabilidad.
28 Al respecto ver también el Cármides de Platón.

6
todos los hombres. Sócrates tampoco pudo ⎯como Edipo⎯ seguir el
principio que se hallaba grabado en el frontispicio del oráculo de Delfos:
conócete a ti mismo (gnw=qi sauto/n), Sócrates no pudo dominar su afán de
grandeza.

Y ese error lógico tendrá consecuencias. A partir de ahí se inicia una


curiosa práctica que el mismo Sócrates narra así:
“Fui a ver a uno de los que pasan por sabios, movido por el pensamiento
de que es así como mejor dejaría mal parada29 la respuesta del Oráculo
y que podría manifestarle: éste es más sabio que yo, y tú decías que yo
era más que todos. No hace falta que diga su nombre, sólo diré que era
un político y que, al examinarlo, me pasó lo que voy a referiros: llevé a
cabo el examen a que lo sometí por medio de la conversación y tuve la
impresión que ese hombre parecía sabio a muchos y sobre todo a sí
mismo, pero no lo era. A consecuencia de esto me gané su enemistad y
la de muchos que estuvieron presentes”.30

Pero Sócrates no se quedó ahí, continuó interrogando a poetas, a


artesanos famosos, a todo aquel que fuese denominado “maestro de virtud”,
mostrando a todos y a cada uno que sólo mentían, que eran unos falsos sabios.

Sócrates pretendía que, aparte de la verdad presente en las obras de


artistas o artesanos, éstos pudiesen también expresar el saber acerca de las
mismas: “casi cualquiera de los presentes hubiera hablado mejor que ellos
sobre lo que ellos mismos habían compuesto”.31 Y como se pretendían sabios
también respecto de muchas otras cosas, se convirtieron para Sócrates tan sólo
en necios que no reconocían su ignorancia, lo cual le mostraba que el oráculo
había dicho verdad: que él era el más sabio de los hombres.
Pero esa corroboración, como se indicó, le atrajo el odio: “lo que conseguí fue
volverme odioso a él y a muchos de los presentes”32.

29 De la misma manera que la paciente de Serieux y Capgrás citada por Allouch (Vous êtes au courant, il y a un
transfert psychotique, en Littoral 21, Paris, Érès, 1986: 97), Sócrates tampoco creyó inicialmente la atribución del
Otro.
30 Platón, Apología, 21b. “ )=Hlqon e)pi/ tina tw=n dokou/n tw=n sofw=n ei)=nai, w(=j e)ntau=qa, ei) pe/rpou, e)le/gcwn
to\ mantei=on kai\ a)pofanw=n t%= xrhsm%=, o(/ti ou(tosi\ e)mou= sofw/tero/j e)sti, su\ d ) e)me\ e)/fhsqa.
diaskopw=n ou)=n tou=ton~o)no/mati ga\r ou)de\n de/omai le/gein, h)=n de/ tij tw=n politikw=n, pro\j e)gw\
skopw=n toiou=to/n ti e)/paqon, w)= a)ndrej )Aqhnai=oi,-kai\ dialego/menoh au)t%=, e)/doce/ moi ou(=toj o( a)nh\r
dokei=n me\n ei)=nai sofo/j, ei)/h d ) ou)/. e)nteu=qen ou)=n tou/t% te a)phxqo/mhn kai\ polloi=j tw=n paro/ntwn...”.
31 Ib., 22b. “...au)tw=n a(/pantej oi( paro/ntej a)\n be/ltion e)/legon peri\ w(=n au)toi\ e)pepoih/kesan”.
32 Ibidem, 21b. “...e)nteu=qen ou)=n tou/t% te a)phxqo/mhn kai\ polloi=j tw=n paro/ntwn...”.

7
Considero que fueron estos odios acumulados, producto de su dialéctica, los
que provocaron su condena. Su “misión divina” ⎯la filosofía⎯ que lo
constreñía a interrogar al otro para mostrarle que era un “falso sabio” se
constituyó en su síntoma, y fue esto lo que lo condujo a la muerte. Sócrates
vivió, a partir de ese momento de su vida ⎯a la mitad de la misma⎯ para
educar a los otros, para hacer de ellos “mejores hombres”. El problema es que
los otros no se lo habían pedido: ¿cómo no iba a volverse odioso, si daba
lecciones a quien no se las había solicitado? No todo el mundo era Querefón,
no todo mundo tenía transferencia respecto a él. Fue su ejercicio dialéctico, su
filosofía, lo que lo hizo odioso.

Esta misma filosofía, degradada en un mero ejercicio racional, se ha


extendido a universidades y academias, olvidando eso que en Sócrates
también se hallaba presente ―la filosofía como una forma de desarrollar el
espíritu―; eso que P. Hadot33 nos recuerda en su obra Exercices spirituels et
philosophie antique:

“El acto filosófico no se sitúa solamente en el orden del conocimiento,


sino en el orden del sí y del ser, es un progreso que nos hace ser más,
que nos hace mejores. Es una conversión que trastorna toda la vida, que
cambia el ser de aquel que la realiza”.

El error de lógica
Pero volvamos a lo referente al “error de lógica” socrático.
Ciertamente, en rigor, considerar sólo una de dos opciones posibles no es un
error lógico, pero, en este caso, al tomar en cuenta las consecuencias que
derivó, no podemos sino afirmar el yerro.

De haber considerado la otra opción, Sócrates, quizás, se hubiese dado


cuenta de que solicitaba de su interlocutor un imposible; de que no se puede
estar al mismo tiempo en el saber y en la verdad; de que pensar y ser son
posiciones contrapuestas; en fin, de que, como indica Lacan,34 el acto excluye
al pensar.

Ese conocimiento le habría permitido colocarse desde el principio en una


posición que no le hubiese generado tal cantidad de enemigos.

33 Hadot, P., Excercises spirituels et philosophie antique, Paris, Etudes Agustiniennes, 1987, p. 16.
34 Lacan, J., Seminario L’acte psychanalytique, inédito, sesión del 10 de enero de 1968.

8
Si Sócrates hubiese considerado la opción de que “todos los hombres eran tan
sabios como él”, quizás hubiese podido reflexionar acerca de lo que significa
decir “más sabio”: ¿más sabio para quién? ¿con base en qué patrón?, y se
hubiese dado cuenta de que esa atribución, que esa suposición de sabiduría, es
tan sólo transferencial, lo cual, por cierto, no le resta valor ni eficacia.

Sócrates hubiera podido deducir que la afirmación “todos los hombres


son igualmente sabios” no conduce necesariamente a la igualdad, sino a la
diferencia; hubiese avanzado en eso que a la humanidad le está costando tanto
trabajo: establecer no ya el derecho a la igualdad, sino a la diferencia.35 Que
todos los hombres son igual de sabios puede también ser entendido en el
sentido de que cada uno porta su sabiduría, sin que haya patrones
preestablecidos con los cuales compararse.

No se puede exigir lo que no se ofrece


Como ya se dijo, la “misión divina” de Sócrates era aquella que lo constreñía
a exigir a los supuestos sabios que demostrasen poseer el saber de su verdad.
Podría reconvenírseme diciendo que Sócrates no solicitaba tanto de sus
interlocutores, que sólo exigía del supuesto sabio que asumiese que no lo era,
que reconociera su falta, que diera fe de la imposibilidad de tal saber.
Ahora bien, ¿cómo podría generar reconocimiento de la falta alguien que
no reconocía la suya propia, alguien que realizó una lectura narcisística del
oráculo? En la clínica analítica esto es muy claro, sólo quien ha conducido su
análisis hasta el fin ―y gracias a ello se ha convertido en un analista―, hasta
el paso “de la impotencia a la imposibilidad”, puede permitir al analizante el
reconocimiento de los propios límites.

Un “torpedo”36 no puede generar eso. Quien no reconoce sus límites sólo


genera necedad en el otro, y fue eso lo que el Sócrates de la Apología obtuvo.
Sócrates exigía de sus interlocutores el “conócete a ti mismo”, es decir, un
imposible. Es esta exigencia –que diferencia la posición de Sócrates de la del
analista– la que hizo que fuese condenado. La experiencia analítica obliga a
reconocer la cualidad de imposible del gnw=qi sauto/n (conócete a ti mismo).

Conclusión

35 Cfr. Wittgenstein, L., Comentarios sobre La rama dorada, México, UNAM, IIF, 1997, p. 27; Heidegger, M., Identidad
y diferencia, Barcelona, Anthropos, 1990; Vattimo, G., Las aventuras de la diferencia, Barcelona, Península, 1985, p.
135; Lyotard, F., La diferencia, Barcelona, Gedisa, 1991.
36 A la manera de este pez selacio del suborden de los ráyidos, el cual ataca a sus enemigos mediante el uso de descargas
eléctricas, fue llamado Sócrates en el diálogo Menón (79 c y ss.).

9
Fue la locura de Sócrates ⎯su narcisismo⎯ quien lo condujo a la muerte,
pero también a constituirse en el reconocido personaje que desde la
antigüedad es. El síntoma constriñe, destina. El Yo no es rival. Al síntoma no
se le puede vencer, sólo leer. Y esa lectura del síntoma libera.

10

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