Sin Mi Consentimiento (Nadie Me Entiende ) - Marta Moya M
Sin Mi Consentimiento (Nadie Me Entiende ) - Marta Moya M
Sin Mi Consentimiento (Nadie Me Entiende ) - Marta Moya M
Sin mi consentimiento
Marta Moya
Derechos de autor © 2023 Marta Moya
Todos los derechos están reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la
fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright.
Para mis hijos, Javier y Paula.
Porque cada día con vosotros me enseña el infinito valor de la curiosidad.
Con mucho amor, os dedico este viaje de palabras, deseando que os atreváis a
soñar tan alto como las estrellas y a buscar la alegría en cada pequeño momento.
01
Me levanto de un brinco.
La emoción palpita en mi pecho, y no necesito abrir los ojos para saber que
hoy es un día muy IMPORTANTE.
Mi corazón late con fuerza, y siento mariposas en el estómago.
Marcado en la agenda desde que la estrené, con dibujos y flechas de todos
los colores y formas posibles.
También con subrayador fluorescente. Por si acaso.
Con un círculo rojo enorme en el calendario que está en la puerta de la
nevera.
Con alarmas puestas en los móviles de mis padres, no se vayan a olvidar.
El día más maravilloso del año. El día en que empezó todo.
El DÍA que nadie se puede perder.
Hoy... hoy es mi CUMPLEAÑOS.
Cumplir13añosessúperemocionante, porque, bueno, ¡tienes trece años!
Y es un número genial.
Aunque la gente diga que da mala suerte. Bobadas.
Hoy es el día que me hace sentir especial, como si el mundo girara un poco
más despacio para mí.
MI DÍA.
Además cae en domingo así que tengo todo el tiempo libre para celebrar.
Me asomo por la ventana y el sol brilla sobre un cielo azul claro. Hace un
día perfecto.
De esos en los que todo parece posible.
Y con razón, porque mi familia está preparando una sorpresa increíble para
mí. No sé qué será, ¡pero estoy segura de que me va a encantar!
Bueno, vale. No sé qué es, pero sí espero que sea un MÓVIL.
Uno mío de verdad.
Porque si tengo que soportar un año más mendigando el de mamá, juro que
me voy a volver loca.
Me doy prisa, una ducha rápida y me visto con mi sudadera y vaqueros
favoritos.
Mis padres y mi hermana ya están en marcha en la cocina, preparando algo
con mucho entusiasmo. Me miran con sonrisas cómplices. Estoy segura de
que están conspirando para que tenga el mejor cumpleaños de todos.
Se creen que no sospecho nada.
Pero sé que mi móvil me está esperando. LO SÉ.
—¡Feliz cumpleaños! —grita Mara mientras se cuelga de mi cuello con un
abrazo.
—¡Gracias, hermanita! —le doy un beso en la mejilla—. ¿Has estado
ayudando a mamá y papá a preparar la sorpresa?
Voy a ver si le sonsaco algo.
Mi hermana es la peor guardando secretos.
A veces me pone de los nervios, pero la mayoría del tiempo la adoro.
Es una mini versión de mí, con los mismos rizos rebeldes y ojos
chispeantes.
No puedo esperar a ver cómo cambia cuando crezca, pero por ahora, es
simplemente la mejor.
Menos cuando me saca de quicio.
Mi madre me da un plato con una torre de tortitas calentitas y un vaso de mi
batido de chocolate favorito. El día empieza bien.
Mientras disfruto de este desayuno de cumpleaños de lujo, mi padre desliza
un sobre morado frente a mí.
—¡El primer regalo para la cumpleañera! — anuncia con alegría.
¿Un regalo antes de la sorpresa más grande del día? Pero espera, un móvil
no cabe en un sobre...
—¡Vamos, ábrelo! —me anima mi padre con una sonrisa. Con las manos
temblando de emoción, rasco el sobre y encuentro... una tarjeta regalo para
una tienda de ropa.
—¡Oh!— trato de ocultar mi decepción.
—¡Es para que puedas elegir lo que te guste!
—explica mi madre, leyendo mi expresión—. Como siempre te quejas de
que no tienes nada “cool”..
¿Ropa? Genial, genial. Pero no es lo que esperaba. Guardo la tarjeta regalo
con una sonrisa disimulada y sigo desayunando.
Tal vez el próximo regalo será el esperado teléfono móvil.
02
Resulta que mis padres han planeado ir al cine, y aunque no es lo peor del
mundo, definitivamente no es el regalo que tenía en mente. Que llevo
esperando AÑOS.
La película es una comedia, pero en lugar de hacerme reír, solo me hace
bostezar.
Estoy muy decepcionada.
Mara me mira de reojo cada vez que estalla en risas por alguna escena de la
peli, a ver si yo me río también.
Pero es que nada me hace gracia. Me ABURRO.
Lo único que quiero es que termine este día y llegue la cena, donde
finalmente me darán mi esperada sorpresa.
Al menos tengo un cubo de palomitas más grande que mi cabeza y me
entretengo comiendo mientras miro la pantalla.
—¿Os ha gustado, chicas?— pregunta mi madre mientras me rodea con su
brazo mientras salimos de la sala.
¿Pero está loca?
¿Qué va a pensar la gente si ve a una adolescente de trece años siendo
abrazada por su madre a plena luz del día?
—Mamá, ya te he dicho que no me abraces en público— le murmullo,
enfadada.
Sí, sé lo que estáis pensando.
“Qué desagradecida”. A ver, que la quiero mucho, pero me entendéis, ¿no?
Es cierto que la relación con mi madre ha mejorado, después de la
excursión en la que me perdí en el bosque con Diana. Tenemos momentos
buenos pero sigo teniendo ratos en los que me pone de los nervios. Como si
no me entendiese. Y este es uno de ellos.
Ya sé que han planeado todo este día para mí, con todo su cariño.
Lo sé de sobra, no soy tonta. Pero no es lo que yo quería. Yo solo quería un
móvil.
Y me enfada que no me escuchen. Me enfada MUCHO.
Después de mi pequeño estallido, noto el silencio incómodo que se ha
formado.
Mis padres y Mara me miran sin saber muy bien cómo reaccionar.
Ni siquiera me dirigen la palabra.
Me siento mal por haberles arruinado el día. En el fondo, sé que han hecho
todo esto con la mejor intención.
Pero no puedo evitar sentirme decepcionada. Mi madre siempre me dice
que hay que “manejar bien las expectativas”, pero sinceramente no tengo ni
idea de lo que significa. Si quiero algo, ¿por qué no lo puedo tener como
todos mis amigos?
No digo nada durante la vuelta a casa. Es como si tuviera un nubarrón sobre
mí.
Estoy enfadada, pero también me siento mal por haber sido tan borde.
Mara se acerca y me coge de la mano, tratando de suavizar el ambiente.
Aunque me molesta que me toque, la miro con una sonrisa forzada para que
sepa que no estoy enfadada con ella.
Tampoco tiene la culpa de que mis padres me ignoren siempre.
Al llegar a casa, el ambiente sigue siendo tenso. Nos quitamos el abrigo y
nos sentamos en la mesa de la cocina, donde mi madre comienza a preparar
la cena.
Sigo con la esperanza de que en breve me den el regalo que tanto deseo.
Mientras mis padres y Mara están ocupados, reviso los paquetes de regalos
que hay en la mesa, pero no veo ninguno que tenga el tamaño ni la forma de
un móvil.
Mis padres me observan de reojo, notando mi ansiedad. Estoy segura de
que están disfrutando de mi impaciencia, como una especie de venganza
silenciosa por mi mal comportamiento de antes.
Pero no pueden culparme por tener claro lo que quiero, ¿verdad?
La cena está rica, pero no puedo evitar que mi mente vaya una y otra vez
hacia el móvil que espero.
Estoy tan ensimismada que apenas escucho lo que están diciendo mis
padres.
Finalmente, llegamos al postre, un pastel de chocolate casero que es uno de
mis favoritos. Se acerca el momento.
04
Al salir del colegio, Lily, Diana y yo nos dirigimos al parque, nuestro lugar
de encuentro después de las clases.
Sentadas en el césped, compartimos chismes y risas.
Poco a poco, la frustración por el regalo inesperado se desvanece.
Ellas son las únicas que me entienden de verdad.
—Tendrás que darle una oportunidad al reloj, Ava. A lo mejor es más útil de
lo que piensas
— comenta Lily.
Diana, entre risas, añade:
—Puede que no sea tan malo. A lo mejor, te ayuda a ser más puntual.
Aunque lo dudo, conociéndote.
Nos miramos y estallamos en carcajadas. De repente, a lo lejos, veo a Dani.
Mi Dani.
Mi crush Dani.
Mis amigas me miran con complicidad cuando notan mi repentino cambio
de actitud.
No puedo evitar sonreír, sintiéndome un poco nerviosa ante la presencia de
Dani.
¿Debería acercarme?
Lily me empuja suavemente.
—Vamos, Ava, ve a hablar con él. No todos los días cumplimos trece,
¿verdad?
Asiento con la cabeza y me levanto con una mezcla de emoción y
nerviosismo.
Camino hacia él, tratando de parecer despreocupada. Cuando estoy a punto
de decir algo, él se adelanta:
—¡Hola, Ava! ¡Feliz cumple! ¿Cómo fue?
Me detengo por un momento, sorprendida de que se haya enterado.
¿Dani realmente se preocupa por cosas como mi cumpleaños?
—Bueno... fue diferente... Pero, eh, ¿sabes que me regalaron un reloj?
Dani levanta las cejas, un poco sorprendido.
—Un reloj, ¿en serio? ¡Mola! Pero bueno, mira, yo quería regalarte algo
también...
De repente, saca de su mochila un pequeño paquete envuelto con papel
brillante.
—Feliz cumpleaños, Ava.
Abro el regalo con una mezcla de emoción, curiosidad y nervios. ¿Qué
podrá ser?
Para mi sorpresa, encuentro una colorida caja llena de pegatinas y un juego
de bolígrafos con forma de animales.
—Pensé que te gustaría para escribir en tu diario y todo eso— dice Dani
tímidamente.
Mi rostro se ilumina de alegría y le doy un inesperado abrazo.
—¡Es genial! ¡Gracias, Dani! No puedo esperar para estrenarlos con mi
diario.
Él sonríe también, y en ese momento, me doy cuenta de que mi cumpleaños
ha tomado un giro mucho más divertido y lleno de sorpresas. A veces, lo
inesperado resulta ser exactamente lo que necesitas para animar el día. Mis
amigas, que han estado observando la escena desde lejos, no pueden
contener la emoción.
Me sonríen y hacen gestos divertidos que me hacen reír.
¡Qué gansas son!
Dani se ha puesto rojo como un tomate después de mi abrazo.
—Oye, ¿te apetece que juguemos mañana un partido de tenis después de
clase?— le pregunto también tímidamente, con miedo a que me diga que
no.
Dani asiente con una sonrisa.
—¡Claro, Ava! Me encantaría jugar contigo. Será divertido.
—¡Genial! Pues hasta mañana entonces— respondo con una sonrisa
radiante, sintiéndome como si estuviera flotando en el aire. Me giro con un
brinco y voy corriendo donde están Lily y Diana.
—¡Qué fuerte, chicas! ¡Dani me ha hecho un regalo de cumple y mañana
hemos quedado para jugar al tenis!— anuncio, mientras saltamos y nos
abrazamos como si hubiéramos ganado la lotería. Las caras de asombro y
las risitas de los curiosos no nos importan en absoluto. Estamos demasiado
ocupadas celebrando nuestro pequeño momento de felicidad. Estoy en una
nube.
¿Cómo se puede pasar del enfado a la felicidad en tan poco tiempo?
09
Cuando llego a casa, la felicidad se esfuma como por arte de magia cuando
veo las caras tan serias de mis padres.
Seguro que siguen enfadados conmigo después de mi comportamiento de
ayer.
Genial.
Justo lo que necesitaba.
¿Por qué me tienen que fastidiar siempre?
Mi madre, con su mirada seria pero comprensiva, me indica que me siente a
la mesa. Me siento con una mezcla de nervios y resignación, esperando el
sermón que probablemente estoy a punto de recibir.
Y yo solo quiero irme a mi cuarto para estrenar los bolis de Dani con mi
diario.
—Ava, necesitamos hablar contigo— comienza mi padre, y suspiro
internamente. Aquí viene.
—Sabemos que ayer no salió como esperabas, y queremos explicarte algo
—dice mi madre, buscando las palabras correctas.
Frunzo el ceño, preguntándome qué tendrán que decirme ahora.
¿Me van a dar otro regalo para compensar el desastre del reloj?
—Comprendemos que tenías muchas expectativas sobre el móvil, pero
queremos explicarte por qué creemos que ahora no es el momento adecuado
—continúa mi padre, tomando un tono más reflexivo.
Mis cejas se fruncen en confusión.
¿Por qué no es el momento adecuado?
—Ava, entendemos que algunos de tus amigos tengan móviles y que sientas
que es algo normal. Pero queremos que comprendas que tener un teléfono a
tan temprana edad puede traer responsabilidades y desafíos que quizás aún
no estás preparada para manejar —explica mi madre con paciencia.
Me quedo pensativa.
¿Responsabilidades y desafíos?
¿Pero no es solo un teléfono?
¿De qué están hablando?
—Además, queremos que disfrutes de tu infancia sin las distracciones que
un móvil puede traer. Tienes tiempo de sobra para tener el tuyo propio
cuando seas un poco mayor y puedas usarlo de manera responsable— añade
mi padre, intentando transmitir la importancia de la decisión.
Qué pesados son con la responsabilidad. Si yo soy MUY responsable.
No me convence nada esto que me están contando. Pero nada de nada.
—Entendemos que esto puede ser difícil para ti, pero queremos que confíes
en que lo hacemos por tu bien. Hay muchas otras maneras de divertirse y
estar conectada con tus amigos sin la necesidad de un móvil en este
momento— concluye mi madre con una sonrisa tranquilizadora. Asiento,
pero no porque esté convencida de lo que dicen, sino porque estoy cansada
de la charla. Me levanto de la mesa, dando por perdida la batalla. Parece
que tendré que esperar otro año más para tener mi propio móvil.
¿Responsabilidades y desafíos? ¿Acaso no entienden que ya no soy una
niña pequeña?
10
Noto cómo todo el colegio me mira y se hace el silencio cuando voy por el
pasillo.
Quiero que me trague la tierra.
Veo a Dani a lo lejos y me meto corriendo en el baño.
Llevo todo el día evitándole.
Me miro al espejo e intento calmarme. Respiro profundamente varias veces,
como me ha enseñado mi madre.
Pero de repente la puerta se abre y entran las dos niñas que me hicieron la
foto en el vestuario.
Vienen riéndose y al verme, se callan de repente.
Pasan unos segundos en los que nos miramos sin decir nada.
—¿Por qué habéis hecho eso?— pregunto, muy enfadada.
Rita, la más alta de las dos, se empieza a reír. La otra, que se llama Adela,
se encoge de hombros, como si no fuese con ella la cosa.
—No hemos hecho nada, no sé de que nos hablas, enana— dice Adela.
¿Enana? Si solo tienen dos años más que yo.
¿Qué se creen?
Las risas de Rita y la actitud despreocupada de Adela me enfadan aún más.
Estoy harta de sentirme humillada y decidida a no permitir que estas dos
chicas se salgan con la suya.
—No os hagáis las tontas. ¿Por qué habéis enviado esa foto? —pregunto,
conteniendo la rabia que hierve en mi interior.
Rita se encoge de hombros de nuevo, pero sus ojos brillan con malicia.
—Solo estábamos compartiendo algo divertido con el colegio. No
pensamos que te pondrías así de histérica —responde con malicia.
Las lágrimas amenazan por salir, pero me niego a darles esa satisfacción.
Tengo que mantenerme fuerte. Si no, no me van a dejar en paz.
—Esto no tiene ninguna gracia. Me habéis hecho pasar por una situación
horrible — contesto, tratando de mantener la calma.
Adela, finalmente, rompe su silencio.
—Mira, Ava, es solo una foto. La gente la olvidará pronto. Además, ¿no
deberías preocuparte menos por lo que piensen los demás y más por
mejorar tus habilidades en el tenis? —dice, lanzando una mirada de
desprecio.
¿Pero qué dice?
Su comentario hiere mi orgullo, pero decido no darles el gusto de verme
derrumbarme.
—DEJADME EN PAZ —sentencio antes de salir del baño con paso firme.
Durante el resto del día, intento ignorar las miradas y los susurros a mi
alrededor.
Al llegar a casa, me encierro en mi habitación de nuevo.
Mis padres siguen pensando que me encuentro mal por el resfriado.
La vergüenza que siento es casi insoportable. Deseo con todas mis fuerzas
que la gente se olvide pronto de la foto.
Me quedo dormida con ese pensamiento.
16
Las notas siguen llegándome y cada vez son peores. Dibujos y palabras
muy feas.
Yo las escondo, no se las enseño a nadie. Ni siquiera a Lily.
Diana lleva unos días muy rara conmigo también.
Como distante, como si no quisiera hablar conmigo.
No entiendo qué he hecho mal.
Las horas se me hacen interminables, quiero irme ya a casa.
Aunque las cosas no estén bien con mis padres.
Notan que me pasa algo y ya no se tragan que esté resfriada o me encuentre
mal.
Intentan hablar conmigo pero no consiguen que me comunique.
Estoy totalmente bloqueada.
La falta de control sobre lo que se dice de mí me tiene en una angustia
constante.
Estoy atrapada en mi propio mundo de dolor, sin saber cómo escapar.
Me refugio en mi cuarto, evitando cualquier conversación con mis padres y
la efusividad de Mara.
Necesito tiempo para procesar lo que está sucediendo y encontrar la fuerza
para enfrentarlo.
Cada día que pasa, la situación en el colegio empeora. Las risas y los
susurros a mi paso son insoportables.
Intento desesperadamente hacerme invisible, pero mi presencia parece
destacar aún más. Las notas crueles persisten, y aunque las esconda, siento
el peso de la humillación constante.
Diana continúa distante, como si la amistad que compartíamos se hubiera
esfumado.
Me duele no entender qué ha cambiado entre nosotras.
Lily sigue a mi lado, intentando animarme, pero incluso su compañía no
logra hacer desaparecer la nube de tristeza.
—Ava, deberías hablar con alguien, no puedes cargar con todo esto sola —
insiste Lily.
Mis lágrimas caen silenciosas.
La profe Manuela, al notar mis malas notas y mi comportamiento apagado,
intenta ofrecer su apoyo.
—Ava, ¿está todo bien en casa? ¿Necesitas hablar con alguien? —pregunta
con preocupación.
Mis respuestas son cortas y evasivas.
No puedo contarle lo que realmente me pasa. Siento que el mundo entero
está en mi contra. Las tensiones en casa empeoran.
Mis padres, intentando comprender mi cambio de actitud, están
preocupados.
Sin embargo, mi incapacidad para expresar lo que siento crea un abismo
entre nosotros. La comunicación se rompe, y yo me sumo en el silencio.
Un completo silencio en apariencia.
Pero un continuo ruido en mi interior, que no me deja pensar.
Dentro de mí, estoy gritando. Gritando de rabia, de dolor.
18
Resulta que la “sorpresa” en cuestión era un plan para ir al cine ese fin de
semana con las mayores. Plan al que por supuesto no estoy invitada. Lily
me llamó por la tarde para contármelo, ya que al no tener móvil no estoy en
los grupos.
Pero yo no quiero ser una acoplada. Si no me han dicho nada, no quiero ir.
—Ava, ¡pero si te estoy avisando yo!— me dice Lily con impaciencia.
—Ya Lily, pero hoy Diana claramente me lo ha ocultado. No estabas
delante, ha sido una tomadura de pelo.
—Pues si tú no vas, yo tampoco. ¿Te apetece que vayamos a tomar un
helado?
Sonrío agradecida.
Me apetece mucho ir a tomar el aire con Lily y olvidarme de mis
problemas.
Pero la alegría me dura poco.
—¿Se puede saber a dónde vas, Ava?— pregunta mi madre cuando me
dispongo a salir por la puerta.
—A tomar un helado con Lily, mamá. ¿Pasa algo?— respondo de malas
formas.
No entiendo por qué me tiene que controlar tanto.
—De eso nada, señorita. ¿Te recuerdo todos los suspensos que tienes?
Mañana es la recuperación de matemáticas y tienes que estudiar.
La miro fijamente.
¿En serio no puedo ni tomar un helado?
¿Con todos los problemas que estoy teniendo?
Pero claro, mi madre no tiene ni idea.
—Mamá, es solo un rato...— intento convencerla con un tono más suave.
—Lo siento, Ava. Pero no puede ser. Es importante que mejores tus notas.
Ya irás en otra ocasión.
Cuando mi madre se pone tan seria, es difícil convencerla.
Así que me voy a mi cuarto muy enfadada.
Le envío un mensaje a Lily desde mi reloj nuevo para decirle que no puedo
ir.
Alguna utilidad tiene que tener al final el dichoso reloj.
Abro el libro de matemáticas, pero no me puedo concentrar.
Los números bailan sobre las páginas, sin ningún significado para mí.
Es como si mi mente se pusiese en blanco, como si estuviera en huelga.
Me pongo cada vez más nerviosa. Concéntrate, Ava.
No puede ser tan difícil.
El reloj vibra en mi muñeca, indicando que he recibido un mensaje.
Levanto la mirada con la esperanza de que sea Lily. Pero no.
Es la alarma recordándome que mañana es el examen de matemáticas.
—¡Vamos, concentración! ¡No es para tanto!
— me regaño en voz alta, mientras me ajusto el reloj.
Decido dar un paseo por mi habitación, recorriendo los pósters de mi grupo
favorito y los libros que tantas veces he leído.
Intento memorizar algunas fórmulas, pero los números se burlan de mí,
esquivando mi memoria como si fueran pequeños duendes traviesos.
La puerta se abre de repente y mi madre entra con una sonrisa, trayendo un
tentador vaso de leche caliente.
A veces me cuesta entenderla, porque un día está en modo "dulce mamá" y
al siguiente parece un comandante del ejército en su versión más estricta.
—Ava, cariño, ¿cómo vas? —dice con un tono suave, dejando el vaso sobre
mi escritorio.
Intento ocultar mi frustración.
A veces parece que ella no entiende el estrés de tener exámenes y
problemas.
—Mamá, tengo que estudiar... —digo con impaciencia, intentando no ser
borde.
Pero no puedo evitarlo, la frustración hace que mis palabras suenen más
bruscas de lo que quiero.
—Lo sé, cariño. No te agobies tanto. A veces, descansar es el mejor estudio.
¿No te parece? Si necesitas ayuda, avísame— responde.
Me sorprende su respuesta y me quedo en silencio por un momento.
A veces, su manera de ser me confunde.
—Vale, gracias, mamá— digo con un tono más tranquilo, dándome cuenta
de que tal vez tenga razón.
Después de su salida, decido seguir su consejo.
Me tumbo en la cama y dejo la mente en blanco, dejando que los
pensamientos se desvanezcan poco a poco.
El tiempo pasa y el reloj sigue marcando las horas.
La prueba de matemáticas se acerca y siento la presión.
Vuelvo a sentarme delante del libro con decisión.
Venga, Ava. Tú puedes.
Apago el reloj para que no me distraiga. Después de un gran esfuerzo
durante unas horas, creo que ya me sé todo el temario.
Cierro el libro y respiro profundamente, tratando de tranquilizarme. Es
entonces cuando recuerdo la conversación con mi madre y su consejo sobre
descansar.
22
Respiro hondo al cruzar la puerta del colegio. Los últimos días han sido una
montaña rusa de emociones, pero hoy me siento diferente, más fuerte.
Dani y Lily van a mi lado, y su presencia es la armadura que necesitaba
para enfrentar el día con fuerza.
Al llegar, el murmullo habitual de los pasillos se siente como un río de
voces conocidas y risas. Algunas miradas curiosas se posan en mí, pero no
me afectan como antes.
Porque NO estoy sola.
Diana aparece de repente ante mí.
Su cara muestra una mezcla de miedo y arrepentimiento que no había visto
antes. Tomo una bocanada de aire y asiento con la cabeza, indicándole que
estoy dispuesta a escucharla.
—Ava, lo siento muchísimo, tienes que creerme— empieza Diana, su voz
apenas un susurro—. Fue por un juego tonto... Era un reto. Tenía que
compartir una foto ridícula de alguien, o si no subirían una mía aún peor.
Fue una tontería, y elegí mal. Elegí hacerte daño a ti en vez de enfrentarme
a ellas. Me arrepiento muchísimo de lo que he hecho. Me siento fatal.
Mis ojos se abren de par en par ante su confesión. No me lo esperaba para
nada.
Pensé que lo había hecho para reírse de mí. Por un momento, todo el enfado
que había sentido hacia ella se transforma en algo más complicado, una
mezcla de compasión y tristeza. Me doy cuenta de que Diana está tan
perdida como lo he estado yo. O más.
—Diana, eso... eso no ha estado nada bien. Me has hecho mucho daño—
digo, sosteniendo su mirada seriamente—. Pero entiendo que tuvieras
miedo. El miedo a que se burlen de ti, a que te dejen de lado...
Ella asiente, con lágrimas en el borde de sus ojos enmarcados por el
eyeliner negro.
—No tengo excusa, Ava. Solo puedo pedirte perdón y esperar que, con el
tiempo, puedas perdonarme y olvidarlo.
La sinceridad en su voz me llega, y aunque sé que el perdón no me va a
salir instantáneo, seamos sinceros, algo dentro de mí se mueve hacia la
comprensión, hacia la posibilidad de que, quizás, podamos superar esto y
volver a ser amigas.
—No sé si puedo perdonarte aún, Diana, pero estoy dispuesta a intentarlo—
le digo, y veo un destello de alivio en sus ojos.
Al final de la conversación, no somos amigas como antes, pero hay un poco
de esperanza de volver a serlo.
Un anuncio de megafonia nos interrumpe. Nos llaman a todos al salón de
actos para un comunicado importante.
¿Qué pasará ahora?
Más malas noticias no, POR FAVOR.
Camino hacia el salón de actos, con el corazón en un puño.
La masa de estudiantes murmura a mi alrededor, todos preguntándose cuál
será el anuncio.
Nos sentamos en nuestros sitios habituales y un silencio expectante se
apodera del ambiente. La directora aparece, su mirada recorre la sala con
firmeza.
—Hoy estamos aquí para hablar de algo serio: el ciberbullying— comienza,
y mi estómago se retuerce—. Recientemente, hemos tenido un incidente en
nuestro colegio. Un incidente que no vamos a tolerar.
Explica los peligros del ciberacoso, cómo puede herir y dejar cicatrices
invisibles pero profundas.
Habla de la responsabilidad de cada uno, de la importancia de ser amables y
respetuosos, tanto en persona como online.
Me siento esperanzada.
—Las estudiantes involucradas en el reciente caso de ciberbullying han sido
castigadas con una expulsión temporal— dice, y aunque no me alegro del
mal ajeno, siento un alivio por la justicia que se está impartiendo.
La directora nos mira a todos.
—Tenemos que cuidarnos unos a otros. El colegio es un lugar de
aprendizaje y respeto, un lugar seguro para todos— termina.
Al salir del salón de actos, siento que podemos respirar un poco mejor.
No solo yo, sino todos.
Hay un cambio en el aire, una sensación de que las cosas van a mejorar.
Sé que no será de la noche a la mañana, pero hay un comienzo, un primer
paso hacia adelante.
Con Dani y Lily a mi lado, sonrío de verdad por primera vez en semanas.
Estamos juntos en esto, y eso hace toda la diferencia.
Varios compañeros se van acercando a mí y me piden perdón.
Otros me abrazan sin decir nada, pero entiendo lo que me quieren decir.
Otros no se atreven a acercarse a mí, porque están avergonzados, pero con
sus miradas sé que lo sienten.
Sienten haberme hecho daño.
Porque esta vez me ha tocado a mí, pero podrían haber sido ellos.
Hoy, el colegio no es solo un lugar de educación, sino también un espacio
donde se ha defendido la integridad y la dignidad.
Y eso, para mí, significa mucho.
32
El sol de la tarde se cuela por las ventanas de la clase, bañando todo con
una luz dorada que parece llenar de magia incluso los rincones más
olvidados.
Las risas y las voces de mis compañeros suenan más alegres, como si todos
compartiéramos un secreto de optimismo después de la reunión en el salón
de actos.
Cuando suena el timbre, marcando el final de las clases, no hay una
estampida habitual hacia la puerta.
En lugar de eso, nos tomamos nuestro tiempo, recogiendo nuestras cosas y
hablando sobre planes para el fin de semana. Me doy cuenta de que, por
primera vez en mucho tiempo, tengo ganas de hacer planes, de salir y ver
mundo, de no esconderme ni salir corriendo para que nadie me vea.
—¡Ava, vamos!— Lily me llama desde la puerta, con Dani a su lado, ambos
sonriéndome.
Les devuelvo la sonrisa y salgo corriendo hacia ellos.
Salimos del colegio juntos y decidimos pasar por la heladería que está a dos
calles.
El cielo está despejado, de un azul tan intenso que parece sacado de una
película. Hablamos sobre lo que ha dicho la directora, sobre lo bien que se
siente ver que las cosas se ponen en su lugar, y sobre todo, sobre lo
importante que es tener amigos y familia en los que puedes confiar.
Dani cuenta un chiste malo, de esos que son tan pésimos que terminas
riendo a carcajadas, y Lily le da un suave golpe en el brazo, fingiendo estar
indignada.
Me río con ellos, sintiendo cómo la ligereza ha vuelto a mi corazón.
Llegamos y, al acercarnos, veo una figura familiar sentada sola en una de
las mesas exteriores. Es Diana, con la mirada perdida en su helado, como si
buscara respuestas en el fondo del cucurucho.
Lily y Dani se dan cuenta de que no me muevo y siguen mi mirada hasta
Diana.
Hay un breve silencio entre nosotros, un cruce de entendimiento que no
necesita palabras. Con un gesto casi imperceptible, les indico que esperen
un momento y me acerco a ella.
—Diana— la llamo suavemente, y ella levanta la vista, sorprendida—. ¿Te
gustaría sentarte con nosotros?
Su expresión es una mezcla de alivio y esperanza, y en ese segundo, veo no
solo a la chica que me hizo daño, sino a la que también ha sufrido por
haberse equivocado. Diana asiente conteniendo las lágrimas y se levanta,
llevando su helado con ella.
Nos reunimos todos alrededor de una mesa más grande, y aunque al
principio hay un poco de tensión en el aire, pronto las risas y las
conversaciones comienzan a fluir. Compartimos historias y planeamos ver
una película juntos el fin de semana.
La inclusión de Diana en el grupo no es solo un gesto de perdón, que
también, sino de reconocer que todos nos podemos equivocar y merecemos
poder solucionarlo.
Eso que se dice de que hay que dar una segunda oportunidad, y esas cosas.
La conversación sigue entre risas y anécdotas, y en ese momento, con el sol
poniéndose y bañando todo con su luz cálida, con mis amigos a mi lado y la
risa fácil, siento una profunda gratitud.
La tormenta ha pasado, y aunque sé que habrá más desafíos en el futuro,
también sé que tengo a las personas correctas a mi lado para enfrentarlos.
Y así, mientras saboreo mi helado de chocolate y escucho a mis amigos, el
capítulo de hoy se cierra.
Pero no es un final, es un comienzo, el inicio de muchos más días soleados,
de más helados y risas, de más aprendizajes y, sobre todo, de más
momentos compartidos con aquellos que hacen que cada día valga la pena.
Porque la vida es un libro que apenas empieza, y cada día es una nueva
página que escribir.
Y esta, esta página de hoy, ha sido una de las mejores.
Nota para ti
Mis queridos lectores,
Ahora que hemos llegado al final de esta historia, me encantaría que os
llevarais algo más que un simple adiós.
Que las páginas que habéis leído os dejen algo especial, algo que os
acompañe y os haga sentir como si siempre tuvierais un amigo en estas
líneas y palabras.
Espero que hayáis visto que, incluso en los momentos más enrevesados,
vuestra familia y amigos pueden ser un refugio seguro, un lugar donde
siempre podéis encontrar un abrazo o una palabra de ánimo.
No os guardéis vuestros miedos y preocupaciones; compartidlos, porque en
esa unión y confianza está la verdadera magia del hogar.
También quisiera que recordarais que nuestras acciones, ya sean en persona
o a través de una pantalla, tienen eco.
La amabilidad es un idioma que todos podemos elegir hablar, y con él,
podemos cambiar el día de alguien para mejor.
Así que, usad las redes y la tecnología como lo haría un superhéroe, para
levantar y alegrar, nunca para lo contrario.
Como Ava, todos podemos aprender y crecer, encontrar amigos en el
camino y aprender a perdonar.
Y quién sabe, tal vez un día, como ella, podáis ser el motivo por el que
alguien más se sienta comprendido y querido.
Espero que llevéis con vosotros el coraje para enfrentar lo difícil y el
corazón para entender a los demás.
Y nunca olvidéis: cada nuevo día es una oportunidad para ser la mejor
versión de vosotros mismos.