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EN NOMBRE DEL PADRE: LA MESTIZA DE PIZARRO,

DE ÁLVARO VARGAS LLOSA

En nombre del padre y en la senda del padre o, si se quiere, de tal palo,


tal astilla. Así es Álvaro Vargas Llosa, hijo ilustre del escritor peruano
Mario Vargas Llosa, quien, desde temprana edad, ha vivido el mundo de
las letras conducido por las manos seguras de su padre. De las lecturas
diarias impuestas por el padre a lo largo de su infancia le vino la vocación
hacia la escritura, vocación que se desarrolló inicialmente en el campo del
periodismo para luego, de forma progresiva, alcanzar el campo literario.
Sin embargo, en el escritor no se disocian una y otra actividad, la
investigadora y la artística. Al igual que el padre, Vargas Llosa el hijo viene
demostrando en sus trabajos literarios una fecunda inquietud ante la
historia y los hechos notables que enmarcan al hombre en el ámbito de
la vida social y política, especialmente de Latinoamérica y del Perú.
Graduado en Historia Internacional por la London School ofEconomics, ha
ejercido intensa labor periodística en los Estados Unidos, América Latina
y Europa, así como ha participado en organizaciones políticas peruanas
e internacionales y publicado varios libros, entre ellos el famoso El diablo
en campaña (1991 ), surgido a raíz de la candidatura de Mario Vargas Llosa
a la presidencia del Perú, a fines de los años ochenta.
Su última obra, la novela histórica La mestiza de Pizarro, publicada en
España en 2003, opera, en el territorio ficcional, un significativo rescate
histórico al intentar llenar un hueco existente en la historiografía
convencional respecto a un personaje de relieve en la acción conquistadora
del Perú. Se trata de Francisca Pizarro, hija del conquistador Francisco
Pizarro y de la princesa inca Quispe Sisa, bautizada Inés Huayalas, quien,
a su vez, fue hija del legendario inca Huaina Cápac y hermana del no
menos famoso Atahualpa.
La novela señala el hecho de que Francisca, personaje marcado por
el embate entre dos mundos y por la obsesión de defender la dignidad de
la familia Pizarro a lo largo de su existencia, no tuvo un cronista que
registrara su memoria. Así, el gesto creador de Álvaro Vargas Llosa busca
conferirle protagonismo a la mestiza olvidada, en contra de dicha carencia
historiográfica, y lo hace con plena propiedad narrativa.
Como se sabe, el vínculo entre el discurso ficcional y el histórico, ambos
espacios de lenguaje, reflexión e imaginación, suele traducirse en la
literatura hispanoamericana en obras que se destacan por su alta

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rentabilidad estética, sea por la distorsión crítica y paródica de la historia


autoritaria, sea por evocar sentidos y posibilidades latentes en los
intersticios no abarcables por la visión histórica, sea, como es el caso, por
traer a la luz actores relegados a planes secundarios.
La historia constituye, pues, material de excelencia para que la
invención literaria, partiendo de los datos que la historiografía proyecta,
los recree con total autonomía de vuelo. Siendo así, a la representación
literaria corresponde la prerrogativa de inventar las imágenes presentes
y subyacentes en la memoria del pasado y, en consecuencia, la de aportar
diferencias importantes con relación a un universo cultural muchas veces
interpretado como estable y orgánico. Al simbolizar la historia, la ficción
opera la transmutación de la dimensión real hacia la "irrealidad" poética,
ejercitando libremente las propiedades esenciales del lenguaje que la
construye, principalmente la pluridiscursividad y el multiperspectivismo.
En función del presupuesto de que la novela histórica es un subgénero
en constante renovación en la América Latina, que se caracteriza por
búsquedas estéticas de rescate, principalmente de los eventos al margen
de la visión oficial de la historia, es objetivo de este trabajo indagar sobre
los recursos de lenguaje y los sentidos inherentes a la materia novelesca
. a partir de la metáfora del padre, que se articula en el relato por la acción
y el drama existencial de Francisca Pizarra.
Personaje de trascendencia en la historia que enlaza España y América,
Francisca Pizarra, la mestiza, es una heroína trágica en su condición de
heredera cultural de dos legados portentosos. Nacida en el Perú el año
de 1534, inmediatamente se transformó en el símbolo vivo y valioso del
nuevo orden que, a partir de los Pizarra, destruyó para siempre el imperio
inca. Francisca, aunque protegida y arropada por su estatuto de hija del
conquistador y, simultáneamente, figura principal del incario, padeció toda
suerte de violencia y fue testigo forzado de los acontecimientos brutales
que determinaron la historia y la época del Perú conquistado: los
enfrentamientos entre españoles e indígenas, las guerras civiles entre los
mismos indígenas y entre los mismos españoles, la instalación del poder
virreinal, las disputas entre los conquistadores y la corona española, la
ambición individual, los personalismos, la fe irracional de que en el Nuevo
Mundo no había límites a la imaginación.
A los seis años de edad, viviendo en el palacio bajo la protección y la
autoridad que representaba Francisco Pizarra, de un golpe vio el cadáver
de su padre ser arrastrado por las calles de Lima. El conquistador había
sido asesinado por su antagonista Diego de Almagro, El Mozo, en un acto
de sangrienta venganza. A los diez años, se transformó en la mujer más

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rica del imperio, lo que no le impidió caer prisionera en manos de facciones


que se disputaban el poder. A los doce, su tío Gonzalo Pizarra la codició
como esposa y estandarte para la realización del sueño de independizarse
de España y fundar una monarquía peruana de doble legitimidad: la inca
y la española. A los diecisiete, por ser el símbolo político de la causa
indígena y, como tal, figura de riesgo, es expulsada del Perú por la
administración española, que le impone el exilio en España. A los
dieciocho, es ya la esposa de su otro tío, Hernando Pizarra, entonces
prisionero oficial en el castillo de la Mota, en Valladolid, con quien
compartió la vida en la cárcel por diez años y con quien dividió otros veinte
años de su existencia. A los veintiocho, mujer de destaque entre la elite
española, se transformó en la señora feudal de La Zarza, en Trujillo,
Extremadura, y a los cuarenta y cinco estaba viuda.
Fuerte, poderosa y rica encomendera, Francisca Pizarra, a lo largo de
casi medio siglo, libró intensa batalla jurídica por la restitución del
patrimonio y la memoria histórica de su padre. En 1581 se casó con el
hermano de su nuera, don Pedro Arias Dávila Portocarrero, se trasladó
a Madrid, donde disfrutó intensamente el lujo de la corte, y murió en 1598,
tras una vida determinada por las luchas, conflictos y contradicciones
resultantes tanto de su rango de hija mestiza del conquistador como del
tiempo que le tocó vivir.
Vale observar, en este punto, que la historia de Francisca, parámetro
emblemático del cruce de dos mundos, remite necesariamente a la historia
de aquél que se inmortalizó como símbolo máximo del mestizaje
americano, el famoso Inca Garcilaso de la Vega ( 1539-1616) citado en la
novela como "el más ilustre de los mestizos".
Si hay paralelos entre ambas trayectorias vitales, si ambos personajes
expresan al nuevo hombre americano en un espacio ambivalente, esa
especie de "entre-lugar" cultural irreversible y problemático, hay también
diferencias que les distinguen. Garcilaso de la Vega cumplió su destino
de mestizo y lo plasmó en sus obras Comentarios reales (1609) e Historia del
Perú (1617), crónicas historiográficas de recuperación de la memoria de
sus antepasados indígenas, escritas bajo el sello de su formación católica
y educación española. Francisca Pizarra, no escribió, pero obró en pro de
la reconvención de la historia, mejor diciendo, de su propia historia que
es, en definitiva, la que circunscribe a los Pizarra en la órbita de los héroes
épicos. Si Garcilaso de la Vega enuncia el mundo indígena siendo ya y
también un español, Francisca, consciente de su mestizaje, asume
plenamente su origen europeo y, en función de ello, con su acción y los
pleitos políticos que mueve contra la corona, reivindica la conversión de

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su disperso núcleo familiar en un estado dentro del estado español. Así,


si Garcilaso recupera y registra el pasado inca que le acosa, manteniéndolo
vivo en la escritura, Francisca, en la dirección contraria, recupera y legitima
la gesta del conquistador.
Ahora bien, volviendo a la narrativa ficcional, es posible establecer otro
tipo de relación. Si Francisca no escribió y, además, quedó obscurecida por
las versiones historiográficas convencionales, Álvaro Vargas Llosa ocupa
el lugar de la enunciación y narra la historia, no escrita, de la conquista del
Perú. En determinado momento, el narrador omnisciente de su novela,
configurando una reflexión de corte histórico y metalingüístico, informa
al lector sobre la inexistencia de escritura en la época de los eventos
focalizados:

Ya fuera por analfabetismo, por falta de tiempo o porque eran otras


las prioridades, los nuevos amos del Perú no dejaron testimonios,
cartas, diarios o memorias, y tampoco lo hicieron los incas derrotados,
para quienes la escritura era un hallazgo. La Conquista del Perú sólo
produjo testamentos, documentos notariales y judiciales; no hubo
literatura de observación, el pensamiento o el sentimiento que
deslizaran hacia el porvenir indicios de la nueva creación (p. 65) 1 •

Así, a la carencia historiográfica se añade la carencia literaria y ambas


encuentran solución en la novela histórica. Es ese el propósito que impulsa
al escritor. La ficción, sin ser discurso de la historia, cumple la función
de elucidarla. Además, la novela de Álvaro se destaca por narrar la
conquista del Perú bajo la óptica, nada común, como él mismo lo reconoce,
de una mujer. Eso hace diferencia, principalmente tratándose de Francisca.
Foco de la enunciación, ella es la mujer a cuyo atributo "mestiza"
significativamente se incorpora el complemento "de Pizarra", junto con
toda la carga ideológica que este complemento conlleva. Se trata, por tanto,
de la mestiza que se particulariza por su legado blanco, en el transcurso
de una vida dictada por la búsqueda agónica de la propia identidad y del
sentimiento de pertenencia a una cultura.
En este punto cabe indagar ¿qué espacios de invención puede aportar
la novela al ocuparse de un personaje cuya trayectoria es en sí tan
extraordinaria que linda casi naturalmente con el mundo ficcional? ¿Qué
recursos de lenguaje entretejen la narrativa poética, en el sentido de
ampliar las perspectivas de lo ya establecido por la ciencia histórica? ¿A

1
Todas las citas provienen de ÁLVARO V ARCAS LLOSA, La mestiza de Pizarra.
Una princesa entre dos mundos, Santillana, Madrid, 2003.

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cuáles límites estaría subordinado, en este caso, el campo de maniobra


de los signos poéticos en la construcción de novela histórica?
Ante todo, hay que considerar que La mestiza de Pizarra se circunscribe
con rigor a los escasos datos que la historiografía ofrece. La motivación
realista que estructura la novela produce un retrato de Francisca
consonante con el que figura en los relieves de piedra del palacio-museo
de la familia Pizarra en la ciudad de Trujillo, palacio que, en el pasado,
fue recuperado por obra de la misma Francisca histórica. Allí, eternizada
de forma monumental, Francisca se impone y reiteradamente se hace
presente, junto a su esposo Hernando y a sus padres Francisco Pizarra
y Quispe Sisa. En otros términos, la novela busca reflejar la imagen
auténtica y el peso histórico de una Francisca heroica, pero relegada al
margen por una historiografía más volcada hacia la gesta masculina.
Los seis capítulos que dan cuerpo a la narrativa se pautan por la
cronología histórica de la protagonista. Las partes son, por lo tanto, los
constituyentes secuenciales de la biografía de Francisca, en función de la
cual se expande el relato de los eventos, de la coyuntura política, la
mentalidad de la época y los móviles de la acción guerrera, con abundancia
de datos verídicos. Se trata de una narrativa poética que persigue la historia
y con ella compone un amplio panel que se destaca por mantener un
vínculo estrecho con las formulaciones del discurso historiográfico. Así,
el gesto creador, más que revisar poética y críticamente la historia, pretende
narrar lo que la historia apenas narró, razón por la cual sus fundamentos
estéticos se subordinan a la investigación objetiva y detallada de los
vestigios del pasado.
Sin embargo, dado que la historia es historia y la novela es novela, el
lenguaje de la ficción se elabora en las metáforas, los ejercicios de
imaginación y estilo y la puesta en escena de las visiones, sentimientos y
conflictos del personaje femenino, en el afán de descifrar los enigmas y
las motivaciones internas que explican su acción exterior y, en consecuen-
cia, los sentidos menos visibles de la conquista del Perú, aquellos que la
historiografía quizás no haya podido abarcar. En ese sentido, el relato
empieza confiriéndole a Francisco Pizarra una porción de humanidad que
discrepa de la visión oficial que lo inmortalizó en la historia. El narrador
plantea que

Jauja nació entre guanacos, zorros y vicuñas, y murió entre las piernas
de la ñusta Inés Huaylas el día preciso en que Francisco Pizarra
descubrió la ternura (p. 11 ).

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Resulta excepcional esta imagen del guerrero dotado de ternura. Por


medio del locus]auja, que viene enmarcado por los verbos nacer y morir,
se transmuta la figura del Pizarra conquistador, aquél que hizo nacer la
ciudad de Jauja, en la del hombre conquistado por el amor. Dicho tránsito
alude al momento preciso en que Pizarra muere simbólicamente como
invasor para erigirse como padre, a raíz de su entrega sentimental a la
princesa inca y, por medio de la metonimia «las piernas de la mujer», que
connota origen, su entrega a la hija mestiza. A continuación, el relato
reitera el paralelismo entre la hazaña política de la conquista y la otra
hazaña, la que genera la ternura y se hace contra-conquista, o sea, la
invasión del corazón del padre que opera la hija:

Sólo ocho meses transcurrieron entre la fundación de Jauja, en abril


de 1534, bajo las pompas de la gran caza real que Manco II organizó
para los nuevos amos del imperio, y el nacimiento de la mestiza (p. 11 ).

La historia, a partir de ahora, ya no se disocia del sentimiento y


especialmente de la dulzura:

En el minuto en que Pizarra enredaba sus brazos en la cascada


cabelluda de la india -explica el narrador- se enredó para siempre
la historia del Perú. Porque, a partir de ese momento, el relato de las
proezas de guerras de Pizarro contra el Tahuantinsuyo fue también
el de las hazañas del marido de Inés Huaylas, la hermana del inca (p.
26).

Estaba así inaugurado el mestizaje, con el consentimiento y la adhesión


de ambas partes envueltas en el proceso. Con tales imágenes, la novela
resemantiza la caracterización convencional de Pizarra, reivindica su
apertura hacia la alteridad representada por Inés Huayalas y, simultánea-
mente, eleva a Francisca al pedestal heroico que ella ocupará a lo largo
del relato, aunque en la piel de la heroína problemática, tributaria del
fantasma del padre.
De acuerdo con el narrador, dicha heroína funda una raza, estrena una
cultura, promueve el aprendizaje del Nuevo Mundo por parte de ambos
contingentes bélicos, produce el empate entre dos civilizaciones y se
transforma, por su condición mestiza, en factor de desordenamiento y,
simultáneamente, de manutención estratégica de las guerras de la
conquista. Más que aludir a los significados presentes en la idea de mezcla,
la protagonista equivale al inicio de una nueva vida, engendrada
simbólicamente no por la madre inca, sino por el padre español. La

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metáfora del padre es, pues, la macro-idea que refiere y construye a


Francisca como carrefour de signos, razas, culturas, tiempos y espacios y
de concentración de todas las batallas, incluso las del mestizaje. Tal como
nos sugiere el narrador:

Inés Huayalas lo intuía: Francisca erala llave que le abría las puertas
del mundo de los vencedores, su recurso de supervivencia en la
jerarquía de los vencedores, su manera de contrabandear lo antiguo
en lo nuevo, la alquimia que la hacía más blanca que india... Nacía en
un universo de creación reciente, pero, además, esa creación reciente
nacía con ella (p. 64 ).

En función de Francisca, como eje central sobre el cual se asienta el


enredo, la novela frecuentemente destaca la acción de otras mujeres,
buscando que se reconozca el papel que jugaron en la historia de los
vencedores. Así, alrededor de Francisca gravitan, por ejemplo, las doce
mujeres que participaron, junto a Pizarra, de la fundación de Lima en
enero de 1535; las soldaderas Isabel la Conquistadora, Beatriz la Morisca y
Francisca Pinelo; la cuñada de Pizarra, Inés Muñoz, uno de los personajes
más representativos de la conquista, la que se encargó de la tutoría y
defensa de Francisca tras el alejamiento de su madre y rescató al cadáver
de Pizarra por las calles de Lima para darle sepultura, además de otras
tantas mujeres que reiteradamente comparecen en la novela como valientes
guerreras blancas.
Sin embargo, hay que observar que al margen se quedan las mujeres
indígenas, cuya función novelesca se restringe a la de coadyuvantes
involuntarios de los procesos de dominación, sea como concubinas,
prostitutas, simples procreadoras o esposas, que a veces son idealizadas
románticamente, a veces subestimadas en su condición humana. Las
indígenas, más que nada, componen un escenario de fondo que hace
resaltar el desfile, discreto pero decisivo, de las mujeres españolas. Pero
el hecho es que hay cierta insistencia en la presencia femenina, con
protagonismo o no, como forma de referendo al estatuto heroico de
Francisca.
Con el recorte histórico que hace, con la elección y valoración de
semejante figura femenina, Álvaro Vargas Llosa, en La mestiza de Pizarro,
entrega al lector su contribución poética a la historia. En la narrativa, más
que el novelista marca presencia el historiador deseoso de retener los
intersticios por donde pudiera escaparse cualquier fragmento de una
posible verdad histórica. Por ello, la novela se distingue también por un
proyecto didáctico que hace que la voz narrativa frecuentemente inserte,

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junto al relato de las acciones, reflexiones y comentarios aclaradores sobre


los móviles que impulsaron los eventos del pasado. En otros términos, la
obra regala al lector lecciones de historia al constituirse como una especie
de crónica moderna de la conquista.
De otra parte, la intención didáctica y el afán de conferirle a la novela
el carácter de veracidad se complementan en el prólogo de naturaleza
explicativa que la introduce y en la bibliografía compuesta de 24 títulos,
entre crónicas coloniales y estudios historiográficos, que la cierra. Ambos
extractos discursivos se realizan como marcos de orientación de lectura,
sea de la ficción, sea de la historia. Si en la bibliografía el autor explicita
sus fuentes de investigación, en el prólogo, tras plantear que Francisca
Pizarra fue víctima de un "despiste histórico", por la ausencia de una
biografía a la altura de su protagonismo, Álvaro deja claros los procedi-
mientos que pautaron su escritura. Así se manifiesta:

Una vez reunida la información disponible en las fuentes que figuran


en la bibliografía, reconstruyo su historia respetando lo que dicen los
estudiosos, pero, como éstos nunca se ponen de acuerdo en todo, y a
veces en casi nada, en ocasiones he tenido que optar entre distintas
versiones posibles.

Y aclara:

No es necesario haber sido confidente de Francisca para palpar el latido


caliente de su corazón y comprender lo mucho que pasaba por dentro
mientras sucedía por fuera o que cuentan los historiadores (p. 7).

La novela, por tanto, se propone como discurso más totalizador que


el logrado por la investigación histórica. Y, si de tal palo, tal astilla, también
se puede argumentar que de tal Francisca, tal Álvaro. No se separan los
actores. La adhesión del escritor a la causa de la mujer que biografía es
plenamente visible en el tejido narrativo, que revela la militancia en favor
de Francisca por parte de aquel que escribe. Así, en nombre del padre,
sea Francisco, sea Mario, y por las sendas del padre, en la historia o en
la literatura, Álvaro Vargas Llosa cumple su misión de darle sustancia
poética al discurso de la historia, aunque lo haga desde el punto de vista
de una mestiza sólidamente ubicada en el espacio de la cultura blanca.

HELOISA COSTA MILTON


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