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Bonifacio, Wahren y Villagrán 2017

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CLACSO

Chapter Title: ESTUDIOS SOBRE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES. ENTRE EL NEOLIBERALISMO


Y POS-NEOLIBERALISMO
Chapter Author(s): José Luis Bonifacio, Juan Wahren and Andrea Villagrán

Book Title: Estudios sobre ciudadanía, movilización y conflicto social en la Argentina


contemporánea
Book Editor(s): Patricia Alejandra Collado, José Luis Bonifacio, Gabriel Vommaro
Published by: CLACSO. (2017)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctv253f68x.6

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Capítulo 2

Estudios sobre los Movimientos Sociales.


Entre el neoliberalismo y pos-neoliberalismo

José Luis Bonifacio, Juan Wahren y Andrea Villagrán

1. Introducción

Desde una perspectiva de mediano plazo, los movimientos sociales en la


Argentina han sido estudiados en las ciencias sociales teniendo como telón
de fondo la impronta de la última dictadura cívico-militar (1976-1983) y
la apertura democrática en 1983. En aquellos estudios se tematizó central-
mente al movimiento por los Derechos Humanos, y en menor medida a
los movimientos de jóvenes y su vinculación con el rock nacional, de mu-
jeres, movimientos barriales en áreas urbanas populares (Jelin, 1985). Es-
tos movimientos fueron considerados centrales en la resistencia a la
dictadura y la conquista de la democracia.
Sin embargo, luego de la crisis hiperinflacionaria de 1989 junto al
proceso que sobrevino en la década de 1990, comenzaron a manifestarse
nuevos actores que anunciaban movimientos sociales de nuevo tipo. Estos
movimientos germinaron por el cambio del contexto económico, político
y social. No representaban una ruptura con las luchas del período anterior,
sino que irrumpían en la esfera pública como consecuencia de un proceso
que en la Argentina algunos autores definieron como modernización ex-
cluyente (Barbeito y Lo Vuolo, 1995). El punto culminante de esta etapa
se produjo durante la crisis de diciembre del año 2001, que representó y se
convirtió en un momento histórico fundacional, ya que la movilización
social generalizada terminó por consolidarse como un rasgo de construc-
ción identitaria de los movimientos sociales que habían surgido bajo el
signo del neoliberalismo.
Prontamente las ciencias sociales emprendieron el estudio de estos
“nuevos movimientos sociales”; la mayor parte de las veces bajo renovados
supuestos teórico-metodológicos y sometiendo a la crítica los anteriores pa-
radigmas. Se trataba de entender la nueva dinámica a partir de la elabora-

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ción de categorías teóricas que captasen las profundas transformaciones que


había sufrido la sociedad argentina y los cambios en las formas de acción
colectiva. Un número importante de investigaciones asumió nuevas teoriza-
ciones sobre los movimientos sociales utilizando modelos de análisis que re-
cuperaron de la tradición de estudios que desarrollaron pensadores europeos
y norteamericanos, cuyos representantes más conspicuos fueron Tilly
(1986), Tarrow (2004), McAdam, McCarthy y Zald (1999), quienes habían
logrado una síntesis teórica luego de largas disputas. El uso de este soporte
teórico importado no se realizó sin críticas, ya que desde mediados de la dé-
cada de 1990 la situación latinoamericana comenzó a mostrar una producti-
vidad política tan novedosa que interpeló a las y los intelectuales especial-
mente para discutir los modelos de desarrollo que se habían comenzado a
poner en práctica. En este escenario muchos investigadores se propusieron
revisar a teóricos que hacía décadas habían tematizado esta región con sus
especificidades históricas y cuestionaban la colonialidad del saber: René Za-
valeta Mercado, Aníbal Quijano, Baovantura de Souza Santos, entre otros.
En este capítulo nos ocuparemos de presentar los resultados de los es-
tudios que abordaron la movilización colectiva de actores sociales en el
período 2000-2012, tales como: trabajadores desocupados y de fábricas
recuperadas, asambleístas ambientales, agricultores familiares, campesi-
nos, pueblos originarios, organizados en torno a la búsqueda de trabajo,
provocados por la crisis de la sociedad salarial y la lucha y disputa por el
territorio frente al Estado y sectores del capital.
Los estudios analizados abordan temas que se desarrollaron durante el
auge y la crisis del neoliberalismo, momento en el cual es posible identifi-
car diversas respuestas que surgieron dentro de la sociedad civil en la
forma de procesos de movilización, protesta y organización de múltiples
actores sociales que desplegaron un renovado repertorio de acciones colec-
tivas. A manera de síntesis mencionamos algunas de las respuestas colecti-
vas que durante el período de análisis 2000-2012 fueron las que mayor
atención recibieron de los investigadores en ciencias sociales según la base
de datos que elaboramos en el PISAC:
– Entre las puebladas de mediados de la década de 1990 protagoniza-
das en ciudades de algunas provincias, las más emblemáticas fueron: San-
tiago del Estero en 1993, Cutral Co y Plaza Huincul en Neuquén en 1996
y 1997, Mosconi y Tartagal en Salta a partir de 1997.

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– De las experiencias de Neuquén y Salta, que se extienden rápida-


mente al conjunto del país, especialmente al conurbano bonaerense, na-
cen los movimientos piqueteros. Este fenómeno social y político, enmarcado
en los crecientes índices de desocupación de mediados de los años no-
venta, generó específicas formas de protesta, modalidades de organización
y acción colectiva. Estos nuevos formatos de protesta y organización fue-
ron recreados a partir de matrices comunitarias y sindicales aprendidas a
lo largo de sus trayectorias y experiencias colectivas de lucha.
– Las asambleas barriales, surgidas al calor de la crisis de diciembre de
2001, generalmente en barrios de clase media, cuya movilización y com-
promiso no respondió solo a una necesidad económica de los propios
asambleístas (no solo se trató de ahorristas) sino básicamente a la crisis
político-institucional de representación.
– Las empresas recuperadas por sus trabajadores después de su quiebra,
cierre o abandono por parte de sus anteriores propietarios. Un proceso
que se inicia a fines de los años noventa, pero que asume particular inten-
sidad a partir del año 2002.
Promediando la nueva década del siglo xxi, al momento de un impasse
en la situación social de los movimientos sociales antes mencionados, co-
menzaron a gestarse nuevas formas de protesta, esta vez planteadas por sec-
tores sociales que sufrían las consecuencias del modelo de desarrollo neoex-
tractivista1 que se había puesto en marcha unas décadas atrás, pero que
comenzaban a generar severas dificultades o preocupaciones futuras para la
cotidianidad de algunas comunidades. Emergieron entonces los autodeno-

1 El concepto de neoextractivismo comenzó a ser utilizado en la literatura crítica lati-


noamericana entre otros por Gudynas (2009), Zibechi (2011) y Massuh (2012) para carac-
terizar la inserción de América Latina en un nuevo orden económico, político-ideológico
sostenido por el boom de los precios internacionales de las materias primas y los bienes de
consumo demandados cada vez más por los países centrales y las potencias emergentes.
Svampa (2013: 34) define desarrollo neoextractivista “como aquel patrón de acumulación
basado en la sobreexplotación de recursos naturales, en gran parte no renovables, así como
en la expansión de las fronteras hacia territorios antes considerados como ‘improductivos’.
El neoextractivismo instala una dinámica vertical que irrumpe en los territorios y a su paso
va desestructurando economías regionales, destruyendo biodiversidad y profundizando de
modo peligroso el proceso de acaparamiento de tierras, al expulsar o desplazar a comunida-
des rurales, campesinas o indígenas, y violentando procesos de decisión ciudadana”.

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minados movimientos socio-ambientales.2 Estos movimientos resignificaban


demandas como las luchas por la tierra, el agua o formas de vida locales y
fueron emprendidos por nuevos actores sociales como asambleas de vecinos
autoconvocados que en algunos casos articularon con viejos actores, pueblos
indígenas, comunidades campesinas, en pos de objetivos comunes: la de-
fensa del territorio frente a diversos proyectos extractivos que generan altos
impactos socio-ambientales.
No fueron las únicas manifestaciones de protesta, movilización y or-
ganización de movimientos sociales que se registraron, también es dable
destacar otros procesos colectivos como las mujeres agrarias en lucha en la
década de 1990 (Giarraca y Teubal, 2001); los procesos ligados a la econo-
mía social como las redes de trueque de finales de esa década y que alcan-
zaron una amplia extensión en el año 2002 (González Bombal, 2002); el
movimiento estudiantil que asumió un nuevo ímpetu, en su larga trayec-
toria de luchas, a inicios de la década de 2000, contra la Ley de Educación
Superior (Liaudat, Liaudat y Pis Diez, 2012); las organizaciones de aho-
rristas (Gómez, 2014), los colectivos culturales y de contrainformación
(Vinelli y Rodríguez Esperón, 2004), que fueron conformando espacios
colectivos de nuevas subjetividades políticas.
Para componer este capítulo se consideró una selección, en una primera
instancia, de 206 trabajos (libros, capítulos de libros, artículos de revistas y
ponencias) buscando intencionalmente que estén representadas todas las re-
giones del país y los casos menos visibles en el campo de estudio. Esta selec-
ción nos permitió identificar la importancia otorgada a determinados temas
en el período analizado y establecer los criterios generales de demarcación
para la organización de este capítulo. Sobre la muestra de los 206 textos pos-
teriormente se seleccionaron intencionalmente 40 estudios que nos permi-
tieron dar cuenta en profundidad de las concepciones generales sobre el
tema abordado, las dimensiones de análisis y su vinculación, las orientacio-
nes teóricas y metodológicas, así como de la bibliografía asumidas por los
autores. Además, en estos 40 trabajos ponderamos los resultados y la rele-

2 También son denominados “Movimientos socio-territoriales”, que es un modo más


amplio de designarlos. Esta caracterización es utilizada entre otros, por B. Mançano F, y
otros destacados geógrafos brasileños Milton Santos, Carlos Porto Gonçalves; Giarracca y
varios de los autores aquí citados en Argentina; T. Palau en Paraguay; Raúl Zibecchi en
Uruguay

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vancia de la investigación en el marco del conjunto de los trabajos presenta-


dos sobre los temas en cuestión. La pretensión de este proceso metodológico
tuvo la intención de construir un estado de la cuestión que dé cuenta de los
temas de investigación, las orientaciones teóricas y los enfoques metodológi-
cos prevalecientes, así como la distribución institucional y espacial de la pro-
ducción científico social sobre los temas aquí analizados.
Sobre la base de estas consideraciones organizamos este capítulo en las
siguientes secciones. En primer lugar abordamos de manera específica la cri-
sis del año 2001. Este apartado se justifica por varias razones. Si bien se rele-
varon escritos anteriores a la crisis del año en cuestión (aproximadamente
10%), la gran mayoría de los autores enmarca sus investigaciones en este
hecho. Para un importante número de investigadores representó un punto
de inflexión, en tanto desencadenó nuevos temas y produjo interrogantes
que ya estaban instalados en las ciencias sociales argentinas, pero que en el
marco de la crisis asumieron renovados significados. Además, considerando
el público destinatario de este trabajo –pretendemos que sea en su mayoría
jóvenes estudiantes universitarios de grado de las áreas de ciencias sociales y
humanas– creímos necesario desarrollar algunos contenidos históricos y
analíticos tal como fueron presentados por los autores relevados. En se-
gundo lugar, se presentan los temas que trataron las investigaciones releva-
das en nuestra base de datos y el período en que se realizaron. Algunos de los
debates que se presentaron, los grupos e intelectuales que estudiaron la con-
flictividad social y algunos de los aportes teóricos y metodológicos que pasa-
ron a formar parte de las ciencias sociales en la Argentina. Posteriormente
presentamos las investigaciones que analizaron las respuestas de la clase tra-
bajadora a la ofensiva neoliberal expresadas en dos grandes movimientos. A
saber: los movimientos piqueteros y el movimiento de fábricas recuperadas
por sus trabajadores. Luego, se presentan los estudios sobre los movimientos
socio-ambientales especialmente las luchas sociales emprendidas en torno a
las consecuencias del agronegocio, la megaminería, la construcción de repre-
sas y pasteras y conflictos ambientales urbanos. Finalmente, presentamos las
investigaciones que se dedican a los pueblos originarios y su histórica lucha
por el territorio.

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2. Los Estudios sobre la crisis del año 2001

El 20 de diciembre del año 2001 el presidente Fernando de la Rúa, que


había ganado las elecciones dos años antes, debió renunciar a su cargo
como consecuencia de una gran rebelión popular. En aquel momento his-
tórico una ciudadanía movilizada demandó una transformación profunda
de la política al grito de la consigna “Que se vayan todos”.
Para una parte importante de los investigadores en ciencias sociales, la
crisis de diciembre de 2001 representa un punto de inflexión a partir del
cual era posible volver a analizar e interpretar la historia reciente. En la Ar-
gentina la vuelta de la democracia en 1983 había constituido la clave in-
terpretativa para comprender el devenir de la sociedad; ahora la crisis del
2001, con su despliegue de movilización colectiva ofrecía una nueva clave
interpretativa para entender la tragedia de una sociedad desgarrada su-
mida en el desempleo, la pobreza y la desigualdad.
La producción científica en ciencias sociales, en muchos casos defi-
nida a sí misma como militante, no se hizo esperar. Uno de los primeros
textos escrito al calor de los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de
2001 sintetizaba las condiciones económicas, sociales y políticas en las
cuales se enmarcaba la movilización que pasó a ser nominada como el “Ar-
gentinazo”. El texto de Fradkin (2002) tenía como puntos salientes:
En diciembre de 2001 la Argentina acumulaba 42 de meses de rece-
sión económica sin perspectiva de recuperación. El endeudamiento ex-
terno, que había funcionado como el principal mecanismo de financia-
miento durante la década de 1990, prácticamente estaba cerrado para el
gobierno argentino. En el mes de junio el ministro de Economía Do-
mingo Cavallo lanzó el programa de “Déficit Cero”3 que acentuó la rece-
sión, la caída de la recaudación y el déficit fiscal. Esta política, destinada a
continuar pagando los intereses de la deuda externa, intensificó la fuga de
reservas y los depósitos del sistema bancario, que en ocho meses cayeron
más de un 25%. Para salvar del colapso al sector financiero, el 3 de di-

3 La ley de Déficit Cero representaba un recorte general de gastos en la administra-


ción pública para evitar gastar más de lo que ingresaba en el Estado; el ajuste incluyó una
baja de salarios públicos y pensiones del 13%.

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ciembre el gobierno bloquea los depósitos y salarios convirtiéndolos en el


seguro de preservación de este sistema.
“La conjunción no podía ser más explosiva: la economía informal,
aquella que da de vivir a no menos del 50% de la población, recibía un
golpe de muerte; la gigantesca aspiradora puesta sobre el circulante con-
virtió a esas monedas que la mendicidad, la venta ambulante o el arrebato
antes proveían en un objeto precioso, el límite ante el abismo del hambre.
Por su parte, los sectores medios veían congelada su capacidad de con-
sumo y las ilusiones forjadas en torno al dólar barato; el Estado nacional y
los provinciales interrumpían los servicios esenciales (comedores escolares,
asistencia social, colapso del sistema de salud pública) y más aún el pago
de salarios se postergaba sine die.”
“El INDEC anunció a mediados de diciembre los resultados de sus
encuestas: la tasa de desocupación llegaba en octubre al 18,3% (unas
2.532.000 de personas) y la de subocupación al 16,4%, es decir que al
menos un 34,7% de la PEA estaba con serios problemas de empleo.” […]
“En un país de 36 millones de habitantes –según los datos del último
censo que a duras penas el gobierno pudo realizar por la resistencia del
gremio docente– más de 14 millones se ubican por debajo de la línea de
pobreza en los aglomerados urbanos y 16 millones si se considera también
la población rural” […] “la década del 90 fue al mismo tiempo la que pre-
senció la llamada ‘Segunda Revolución de las Pampas’ –que duplicó la
producción agrícola y triplicó las exportaciones de este origen– mientras
diseminó la pobreza a niveles nunca antes vistos.”
A la crisis económica y social se sumó la crisis política. Desde el 5 de octu-
bre de 2000, tras la renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez, el
resquebrajamiento de la Alianza era evidente y adoptó forma definitiva en
marzo con el nombramiento de Cavallo en el Ministerio de Economía: su
demostración más estridente fue el colapso electoral del 14 de octubre de
2001, cuando la Alianza perdió 5 millones de votos respecto de dos años atrás.
[…] El dato central e ineludible de estas elecciones fue el brutal crecimiento
de la abstención electoral y, sobre todo, del voto en blanco y del voto impug-
nado: sumados llegaron a ser el 40% del padrón electoral.
Todas estas contradicciones, sumadas a las que se vinieron acumu-
lando durante la década menemista, estallaron durante diciembre de 2001
y alcanzaron su punto más álgido el 19 y el 20 de diciembre, cuando las

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clases subalternas salieron a las calles y desplegaron todo el repertorio de


acciones colectivas que habían aprendido a utilizar como mecanismo de-
fensivo ante el ajuste neoliberal practicado durante la década de 1990.
La gran movilización popular que se desplegó en diciembre de 2001
es analizada desde varias perspectivas por los autores relevados. Conside-
rando que no había sido convocada por ninguna organización, ni partido
político, ni medio de comunicación, emergió el interrogante sobre la es-
pontaneidad de la movilización. La respuesta fue casi unánime, estábamos
ante un acontecimiento que era parte de un ciclo de protesta más amplio.
“Si bien inéditos por su magnitud y sus consecuencias, los episodios
de diciembre de 2001 […] deben ser enmarcados en los cambios que la
acción colectiva ha sufrido en los últimos tiempos en la Argentina. Lejos
de ser una ‘explosión’ de una ciudadanía que hasta entonces parecía ‘ensi-
mismada, incapaz de expresar su descontento’, diciembre representa el
punto álgido de un proceso de movilización popular que lleva casi una
década” (Auyero, 2002: 11).
“El ciclo se desarrolla desde formas espontáneas a formas sistemáticas de
lucha, y se va conformando una fuerza social, cualquiera sea su grado
de constitución, desde las estructuras económico-sociales caracterizadas por
la presencia de población agrícola, de superpoblación inserta en el empleo
estatal o de capitalismo en enclaves, hacia el centro del capitalismo argen-
tino” (Iñigo Carrera y Cotarelo, 2003).
Para entender por qué el ciclo de protesta había culminado de manera
tan estrepitosa, los investigadores reconstruyeron diversos procesos socia-
les e incluso llevaron a cabo una crítica acerca de por qué causó tanta con-
moción entre los científicos sociales.4 Veamos cómo los investigadores re-
construyeron el proceso social que se fue gestando para terminar en la
crisis de 2001, lo cual les llevó a prestar atención a la trama organizativa
generada una década antes y al despliegue de un renovado o resignificado
repertorio de acciones colectivas.
Iñigo Carrera y Cotarelo especificaban que tanto el desarrollo de las
formas de lucha como el proceso de formación de fuerza social indican

4 El debate intelectual acerca de por qué la crisis del año 2001 tomó por sorpresa
a las ciencias sociales es tematizado en el capítulo introductorio y en el capítulo sobre
Ciudadanía.

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que la insurrección de diciembre se encuentra dentro del ciclo de enfren-


tamientos sociales. “El proceso tiene sus hitos en el motín de Santiago del
Estero (1993), la lucha callejera en varias capitales provinciales (1995), la
toma y defensa de una posición con barricadas en Cutral Có-Plaza Huin-
cul (1996 y 1997), Jujuy y General Mosconi (1997), Corrientes (1999),
Tartagal-General Mosconi (2000 y 2001), GBA (2001). En ese proceso
las huelgas generales, jornadas y marchas de protesta (como la Marcha
Federal en 1994), y las Jornadas Piqueteras en 2001, constituyen momen-
tos de articulación nacional.” Todo este proceso que recorre desde el mo-
tín hasta la insurrección y de lo local a lo nacional, culmina con el esta-
llido de la crisis económica, una de cuyas manifestaciones fue la
desaparición del dinero, todas las fracciones y capas sociales se movilizan
en forma simultánea y en todo el territorio nacional (Iñigo Carrera y Co-
tarele, 2003).
Zibechi (2003) señalaba en su Genealogía de la revuelta que los proce-
sos organizativos y las formas de la protesta de la Argentina durante la dé-
cada de 1990 fueron gestando un entramado organizativo previo que ex-
plica la explosión de la rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001. Da
cuenta de nuevos formatos organizativos, así como nuevas formas de la
protesta social a través de reconstruir distintas experiencias de movimien-
tos sociales: movimiento piquetero, movimiento estudiantil, movimiento
barrial, de derechos humanos (Madres de Plaza de Mayo e H.I.J.O.S.),
sindicales (CTA) y otras expresiones juveniles. Propone que este período
de la Argentina implica la construcción de nuevas formas de hacer polí-
tica, diferentes de las de la izquierda tradicional, ampliándose así los hori-
zontes de las luchas por la emancipación social. Así concluía que: “la agi-
tación comenzó en el interior y los saqueos fueron su aspecto más visible.
Pero hubo de todo: manifestaciones, cortes de rutas y calles, ataques a se-
des del gobierno federal y a los municipios, reclamos ante las autoridades,
incendios, barricadas, cacerolazos, ollas populares y todas las formas de
protesta que venían practicando los argentinos, las nuevas y las viejas, en-
sayadas en miles de acciones a lo largo de una década”.
Estas reconstrucciones históricas, sin bien tienen puntos de conver-
gencia, dejen entrever uno de los debates generados en torno a estas jorna-
das, a saber: ¿quiénes fueron los principales protagonistas? Para Iñigo
Carrera y Cotarelo “el principal protagonista de la rebelión fueron los tra-

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bajadores asalariados: la mayor parte de las acciones de protesta fueron


realizadas por asalariados ocupados. Incluso los cortes de calles y rutas,
atribuidos generalmente a los trabajadores desocupados, fueron utilizados
principalmente por asalariados ocupados y pequeños propietarios”.
Sin embargo, para un gran número de intelectuales la crisis daba lugar
al protagonismo de los movimientos sociales e interpretaban que la rebe-
lión popular del 19 y el 20 de diciembre de 2001, sin dejar de ser parcial-
mente un emergente de los procesos previos de recomposición de las clases
subalternas, era básicamente el punto de partida o acontecimiento institu-
yente, de un nuevo ímpetu a los movimientos sociales gestados y en gesta-
ción en la resistencia al neoliberalismo.5
Finalmente, uno de los tantos debates que surgieron de aquellas jor-
nadas y que aún no ha sido saldado trata acerca del significado político
cultural de las jornadas de diciembre de 2001 y el proceso de normaliza-
ción que comenzó a gestarse a partir del año 2003-2004 con la asunción
del Néstor Kirchner en la presidencia de la nación. El debate trata de esta-
blecer sí el ciclo abierto de luchas sociales en el año 2001 está cerrado. En
esta discusión participan una parte de los autores citados y de manera tá-
cita o explícita vuelve a surgir de manera recurrente.
Este tipo de enfoque, sobre los hechos de diciembre de 2001, que
arribaban a resultados semejantes (el estallido no fue espontáneo y repre-
senta parte de un ciclo de lucha más amplio; se desarrolló desde luchas
locales en las provincias que posibilitaron un entramado organizativo pre-
vio, con sus hitos épicos pero también en la cotidianidad de la lucha; la
crisis se expandió desde las provincias al centro político del país), se sus-
tentaban en bases teóricas divergentes que en el marco de la crisis entraron
en un intenso debate que se prolongó en las formas en que las y los inves-
tigadores definieron sus objetos de estudio y los modos de abordarlo.

5 Hay también una lectura de los hechos menos difundida; desde una mirada perio-
dística (Bonasso, 2006) y desde una perspectiva que analiza la dinámica política de la vio-
lencia colectiva, a través de la construcción del concepto de “zona gris” (Auyero, 2007); se
establecen relaciones “clandestinas” en torno a la organización de los saqueos entre miem-
bros del Partido Justicialista, líderes populares y fuerzas de seguridad.

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3. Temas y perspectivas teórico-metodológicas y debates


3. en tiempos de crisis

La crisis del año 2001 fue el punto de referencia del período analizado;
por considerar el acontecimiento como punto de inflexión de una nueva
etapa o como un hito más de las luchas sociales en la Argentina. En cual-
quiera de los casos los intelectuales se vieron inmersos en un tiempo histó-
rico crítico que los interpelaba.
Considerando este hecho, nos fue posible identificar dos momentos
en los estudios sobre los movimientos sociales en el período 2000-2012.
El primero podríamos decir que va desde la crisis del año 2000 hasta el
año 2006, en donde predominan el estudio de los movimientos sociales
relacionados con las crisis de la sociedad salarial, el resto del período 2007-
2012 identificamos el creciente interés por los estudios de los movimien-
tos relacionados con los conflictos socio-ambientales y territoriales (Ver
gráfico N° 1). En todo el período, a pesar del cambio en el objeto persistió
la referencia a enmarcarlos en la crisis del modelo neoliberal, que había
hecho eclosión en la Argentina en el año 2001.

Gráfico 1. Cantidad de trabajadores elaborados por tema y año


18
16
14
12
10
8
6
4
2
0
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012
Crisis sociedad salarial y nuevas formas de trabajo.
Nuevas territorialidades, conflictos, demandas.
Fuente: Base de datos PISAC.

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Durante los primeros años del período 2001-2006, los temas centra-
les fueron: cómo interpretar lo sucedido en las jornadas de diciembre de
2001, los movimientos piqueteros, el movimiento de fábricas recupera-
das. Un núcleo de científicos sociales e intelectuales de izquierda inter-
pretó los hechos con las herramientas clásicas del marxismo, a saber:
Iñigo Carrera y Cotarelo (2003), Altamira (2002), pero un heterogéneo
grupo sin abandonar de manera definitiva las bases teóricas del marxismo
cuestionó núcleos importantes de la teoría política marxista e introdujo
en el análisis debates sobre la autonomía, el contrapoder, anti-poder, el
poder popular, que incluso arraigaron en la praxis política de algunos
movimientos sociales.
Dos publicaciones provocaron intensos debates intelectuales; Cam-
biar el mundo sin tomar el poder (2002) de John Holloway e Imperio
(2002) de Michael Hardt y Antonio Negri. Estas expresiones intelectuales
tuvieron sus seguidores locales, incluso produciendo investigaciones em-
píricas, este el caso de Zibechi (2003), el Colectivo Situaciones (2001 y
2002). Sin embargo, esta corriente recibió duras críticas de un amplio
y heterogéneo grupo de intelectuales, los cuales de manera más confronta-
tiva (Borón, 2002) o en tono de diálogo (Thwaites Rey, 2004), cuestiona-
ron las perspectivas teóricas autonomistas.
Hay que destacar, que antes de que surgieran estos encendidos deba-
tes incitados por la crisis abierta en diciembre de 2001, la conflictividad
social en la Argentina era una preocupación central de investigadores. El
Programa de Investigación sobre el movimiento de la Sociedad Argentina
(PIMSA), dirigido por Nicolás Iñigo Carrera desde el año 1993 y aún en
vigencia, es llevado adelante por un conjunto de investigadores formados
en distintas disciplinas, articulados en equipos de investigación que pre-
tenden integrar distintas aproximaciones al conocimiento de la realidad
social. En el sitio oficial de Internet del PIMSA están disponibles de ma-
nera abierta una importante cantidad de documentos y comunicaciones
relacionadas con el tema de este núcleo temático del PISAC. A modo de
ejemplo citamos los documentos relacionados con la “Cronología del con-
flicto social en la Argentina: actualizado a noviembre de 2014”,6 que cons-
tituye una importante fuente para aportar a investigaciones sociales.

6 http://www.pimsa.secyt.gov.ar/ (consultado 10 de marzo de 2016).

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Otro grupo de intelectuales, desde la Universidad General Sarmiento,


a finales de la década de 1990 escribió un libro sugestivamente titulado
Desde abajo. La transformación de las identidades sociales, en el cual realizan
una apuesta epistemológica “porque era una mirada más precisamente de
procesos de descomposición y recomposición desde abajo desde la etno-
grafía y otro tipo de sociología más cualitativa”.7 Varios de los autores de
este libro posteriormente analizarían la conflictividad social desde la pers-
pectiva de los movimientos sociales, creando y recreando –en diálogo con
el debate académico internacional– referencias conceptuales que con los
años se fueron incorporando en el lenguaje común de varios de los estu-
dios relevados este núcleo temático del PISAC.
Es el caso de Merklen (2005), que en diálogo con el sociólogo francés
Robert Castel (1995) introduce los conceptos de: “inscripción territorial”,
“lógica de los cazadores” y “politicidad popular”. Auyero (2002), en diá-
logo con el sociólogo e historiador norteamericano Charles Tilly, incor-
pora su teoría de “repertorio de acción colectiva”, las nociones de “belige-
rancia contenciosa”, “oportunidades políticas”. Svampa (2000, 2008b), en
diálogo con el francés Robert Castel, llamó la atención sobre los procesos
de “descolectivación de la clase obrera” por los “procesos de descomposi-
ción y recomposición social”, por la “reconfiguración de la sociedad ar-
gentina” y una honda preocupación por tensiones entre la dialéctica de la
acción y la estructura en diálogo con Anthony Giddens y Pierre Bourdieu,
entre otros. Al llamar la atención sobre estas nuevas referencias conceptua-
les no pretendemos agotar los aportes realizados por los autores, ni señalar
que debatieron solo con las referencias indicadas, queremos apenas apor-
tar algunos de los conceptos y referencias que se fueron perfilando para
analizar las hondas transformaciones que se operaban en el período anali-
zado.
A diferencia de la generación intelectual que los precedía, en la cual el
trabajo empírico de terreno era menos habitual, estos sociólogos cambia-
ban metodológicamente el estilo de trabajo. Silvia Sigal (2010), en referen-

7 La cita pertenece a la entrevista realiza a Maristella Svampa. En la misma comenta


que como editora de esta publicación tenía el libro terminado en 1998 pero fue publicado
en el año 2000 por dificultades con las editoriales. En el mismo escribían entre otros Denis
Merklen, Javier Auyero, Gabriel Kessler y Pablo Semán. Todos estos autores se convertirían
en referentes ineludibles para entender la conflictividad social en el período que analizamos.

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cia al trabajo de Denis Merklen, realiza una observación que podría ser
aplicada a esta generación de sociólogos.
“Encuadrada por las exigencias doctorales, [volvieron] a esa búsqueda
de información sobre la sociedad que había sido tan crucial para Gino
Germani. Ya no con grandes encuestas de actitudes, financieramente inac-
cesibles y bajo control de los institutos de investigación de la opinión pú-
blica, sino con entrevistas sin reales pretensiones de representatividad. Las
corrientes que ensalzaban lo cualitativo frente a lo cuantitativo y el auge
de las variantes de la etnología urbana vinieron a legitimar investigaciones
cuyos datos son, a menudo, citas de entrevistados, a partir de las cuales se
generalizan demandas o temores. El retorno al trabajo de campo y el des-
plazamiento del foco de interés a las transformaciones sociales y a los nue-
vos comportamientos colectivos fueron prácticamente simultáneos. Se
trataba de repensar la Argentina, de escudriñar las consecuencias de los
estragos y de trazar un nuevo mapa social con lo que había desaparecido,
lo que había quedado y lo nuevo.”8
El énfasis en la investigación empírica con impronta cualitativa no
significó que no se hayan explorados elementos teóricos de la acción co-
lectiva. El grupo investigación de la Universidad de Buenos Aires que
tiene como uno de sus principales referentes a Federico Schuster, realizó
investigaciones teóricas, empíricas y metodológicas en torno al concepto
de “protesta social”, lo cual significó revisar las teorías; sistémicas, de la
elección racional, la hermenéutica y las postestructuralistas y pragmáticas.
(Schuster y Pereyra, 2001; Schuster, Naishtat, Nardacchione y Pereyra,
2005).
Schuster (2005) sintetizaba que la función de la explicación en la re-
construcción de la protesta es la de restaurar la trama de sentido entre la
protesta misma y el resto de los acontecimientos sociales. La protesta así
no será el resultado necesario de determinadas condiciones estructurales,
ni de intereses preestablecidos, ni de identidades dadas, ni de oportunida-
des o amenazas sistémicas, ni del cálculo de racionalidad costo-beneficio,
ni de prácticas de organización previa; pero podrá entenderse de algún
modo ligada (conceptualmente, con sentido) a todas estas dimensiones

8 La palabra entre corchetes en nuestra. La cita corresponde al prólogo que Sigal


realizó a la segunda edición (2010) del libro de Merklen (primera edición, 2005).

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del análisis o al menos a algunas de ellas. Y esta ligazón podrá proponerse


como una interpretación que hipotetiza acerca de relaciones reales en el
mundo.
En el período 2007-2012, como señalamos arriba, identificamos un
cambio de atención en los objetos de estudio; si en el primer período los
principales temas son la crisis de 2001, los movimientos piqueteros y de fá-
bricas recuperadas, en el período 2007-2012 comienzan a asumir centrali-
dad los conflictos y movimientos socio-ambientales, agrarios y los antiguos
conflictos territoriales de los pueblos originarios (véase cuadro N° 1).

Cuadro N° 1
Temas relevados por el PISAC por período en cantidad de estudios
Temas 2000-2006 2007-2012 Total

Crisis de 2001 5 5
Piqueteros 22 17 39
Movimientos de fábricas
recuperadas 16 12 28
Movimientos y conflictos
Socio-ambientales 18 47 65
Movimientos y conflictos agrarios 10 24 34
Pueblos originarios 3 10 13
Otros 13 9 22
Total 87 119 206

Fuente: base de datos PISAC

A mediados de la década de 2000, los temas e incluso los enfoques teóri-


cos asumidos por los autores relevados están contorneados por los profun-
dos cambios del capitalismo mundial y especialmente el surgimiento de
los denominados gobiernos progresistas y de centroizquierda en América
Latina. Al observar la región la mayor parte de los investigadores consi-
deró que el levantamiento zapatista del 1 de enero de 1994 inauguró un
nuevo escenario de resistencias sociales, que tenía antecedentes históricos
inapelables pero que anunciaba las resistencias a una ofensiva neoliberal
que aparentaba ser invencible.

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Así la acción colectiva disruptiva que se fue produciendo en varios


países latinoamericanos; Guerra del Agua en Cochabamba (Bolivia) en el
año 2000, el estallido social en la Argentina en diciembre de 2001, Ecua-
dor en 2005, nuevamente Bolivia en 2003 y 2006, entre otros, fueron co-
locando en el centro de la escena política a las organizaciones y movimien-
tos sociales como los grandes protagonistas de este nuevo ciclo. Estos
movimientos sociales, a través de sus luchas y reivindicaciones, aun de la
práctica insurreccional, lograron abrir la agenda pública y colocar en ella
nuevas problemáticas: el reclamo frente a la conculcación de los derechos
más elementales, la cuestión de los recursos naturales y de las autonomías
indígenas, la crisis de representación de los sistemas vigentes, contribu-
yendo con ello a legitimar otras formas de pensar la política y las relacio-
nes sociales (Svampa, 2008a).
Este cambio habilitó el retorno de ciertos conceptos que habían sido
expulsados del lenguaje político y de las academias, tales como “antiimpe-
rialismo”, “descolonización”, o “emancipación”. Un tema que había sido
central en la sociología de la década de 1970 volvió a ser discutido, a sa-
ber: el desarrollo. El debate asumió una crítica al modelo neodesarrollista
con características extractivista y neocolonial. En este contexto volvieron a
rehabilitarse las teorizaciones de René Zabaletta y Aníbal Quijano. Mien-
tras que en la discusión internacional la categoría de “acumulación por
desposesión” de David Harvey (2003) fue recuperada por varias investiga-
ciones.
Enmarcado en este proceso regional una importante cantidad de pro-
ducción científica sobre los movimientos sociales se encuentra reunido en
el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), que en el
año 2000 crea el Programa del Observatorio Social de América Latina,
cuyos resultados aparecieron en la revista OSAL, disponible de manera
abierta en la biblioteca virtual de esta inmensa red latinoamericana. En la
misma se pueden encontrar investigaciones y análisis crítico de los nuevos
rasgos del capitalismo latinoamericano; los procesos políticos, sociales y
económicos emergentes; y las formas que asumen el conflicto y los movi-
mientos sociales en la región.
Esta no fue la única iniciativa académica: revistas, libros e incluso edi-
toriales se ocuparon de la situación política de América Latina y el papel
de los movimientos sociales. Seoane (2003) realizó una compilación en el

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que escribían importantes autores latinoamericanos sobre la situación de


los movimientos sociales en la región; Rodríguez Gavarito, Barret, Chávez,
editaban en 2005 los trabajos de un importante número de intelectuales
para analizar la relación de los movimientos sociales con la nueva izquierda
en América Latina. Mirza (2006) realizó un estudio de los movimientos
sociales y su relación con los sistemas políticos en América Latina desde
una perspectiva comparada en varios países de la región. Korol (2010) en
una compilación de dos tomos vuelve a considerar a los movimientos so-
ciales de la región teniendo como principal temática el conflicto socio am-
biental y territorial.
La investigación sobre los movimientos sociales en América Latina
tuvo escenarios nacionales que ocuparon mayor atención como fueron los
casos de Venezuela, Bolivia y en menor medida Ecuador; siendo que el
Movimiento Zapatista en México, el Movimiento Sin Tierra (MST) de
Brasil y los Movimientos Piqueteros en la Argentina, fueron relacionados
como expresiones de un nuevo escenario en Latinoamérica. Una lista de
publicaciones se ocupó de estudiar los casos, a saber el de Venezuela, Bil-
bao (2002, 2008) y Luzzani (2008). El de Bolivia, Ceceña (2005), Stefa-
noni y Do Alto (2006), Svampa y Stefanoni (2007), Svampa, Stefanoni y
Fornillo (2010). El zapatismo, Ramonet (2001), Ouviña (2007) y Ho-
lloway, Matamoros, Tischler (2008). El caso del Movimiento de los Traba-
jadores Rurales Sin Tierra y Pizzeta (2009).
La lista de citas bibliográficas hace referencia solo a libros publicados
en la Argentina sobre la situación de los movimientos sociales en Latinoa-
mérica y especialmente los casos nacionales y los movimientos sociales an-
tes mencionados. El listado no pretende ser exhaustivo, simplemente
llama la atención sobre la importancia que asume la temática y mencionar
que esta explosión bibliográfica se reproduce en los países de la región.
En todo el período analizado, un párrafo especial merecen las formas
de divulgación y circulación de los materiales sobre la temática de movi-
mientos sociales. La efervescencia social provocada por la crisis de 2001 y
el posterior nuevo escenario político latinoamericano creó la necesidad en
algunos movimientos sociales, organizaciones, colectivos culturales, movi-
mientos autogestionados, cooperativas, de crear sus propios proyectos edi-
toriales. Vale mencionar algunos casos: la editorial Madres de Plaza de
Mayo, ediciones Tinta Limón, editorial LaVaca, editorial El Colectivo,

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editorial Kuruf, editorial Razón y Revolución, editorial Herramienta, en-


tre otros. Cada una de estas editoriales es parte de proyectos más amplios
de intervención política, social y cultural y tienen sus librerías y locales de
venta. Ligado a esto es importante mencionar que la temática no solo in-
teresa a los especialistas en ciencias sociales, el hecho de que una buena
parte de estas publicaciones se pueden encontrar en quioscos, ferias, fábri-
cas recuperadas y cooperativas muestra la atención y arraigo que tiene en
sectores que militan en los movimientos sociales.

4. Los Movimientos Piqueteros y los Movimientos


4. de Fábricas Recuperadas

Las transformaciones ocurridas en la Argentina –que arrancan en la dé-


cada de 1970 y se profundizan en la década de 1990– modificaron pro-
fundamente su estructura social. Estos cambios dieron como resultado la
inestabilidad en el empleo, la degradación de las condiciones de trabajo, el
desempleo estructural y la pobreza de importantes sectores sociales.
La consolidación de nuevas relaciones sociales, a mediados de la dé-
cada de 1990, tuvieron una repercusión importante en el plano de la
acción colectiva. Las transformaciones estructurales operadas crearon las
condiciones objetivas y subjetivas que posibilitaron la emergencia en la
Argentina de un nuevo actor. Se autodenominaron piqueteros y constitu-
yeron una novedad en el escenario político, al menos por los siguientes
motivos: a) constituían parte de la clase trabajadora que había sido despla-
zada como fuerza de trabajo en el nuevo modelo social de acumulación, la
novedad fue que consiguieron movilizarse y organizarse para hacer escu-
char sus reclamos ante el Estado; b) en el curso de sus luchas habían
aprendido que –a pesar de que su fuerza de trabajo no era requerida– dis-
ponían de poder, a partir de la capacidad de interrumpir los circuitos pro-
ductivos poniendo en movimiento un renovado repertorio de acciones
colectivas, c) el Estado que, en un primer momento, los había condenado
a la invisibilidad social, debió “hacer algo” con esta porción de la clase
trabajadora excluida, dado que los piqueteros consiguieron politizar sus
necesidades a través de la protesta y la organización colectiva. En suma, los
piqueteros surgieron de las filas de los trabajadores desocupados de una

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Argentina devastada por las políticas neoliberales implementadas desde la


última dictadura militar y llevadas a su máxima expresión por los gobier-
nos de Carlos Menem.
Los piqueteros hicieron su primera aparición en la provincia de Neu-
quén en las ciudades petroleras de Cutral Có y Plaza Huincul en el año
1996. Sin embargo, el punto de inflexión para el naciente movimiento se
daría durante el año 1997 cuando los cortes de ruta comenzaron a propa-
garse por el resto del país de manera abrupta. En este escenario de conflic-
tividad social comienzan a perfilarse los primeros estudios sobre estos mo-
vimientos, los cuales no provenían de campo académico sino del campo
político y cultural. Dos trabajos muy difundidos sobre la temática en el
período analizado fueron el de Oviedo (2001), que realizaba una historia
del movimiento piquetero desde la perspectiva del Partido Obrero (PO) y
el trabajo de Kohan (2002), que también realizaba una historia a partir de
fuentes de prensa de los partidos de izquierda, los diarios nacionales y los
documentos elaborados por las incipientes formas de organización. El li-
bro incluía un CD de música del grupo Santa Revuelta, del que formaba
parte el autor del libro, con temas alusivos a los piquetes y protagonistas
de los cortes de ruta, y fusionaba la cumbia con el rock.
Sin embargo, hay que indicar que en los estudios de los movimientos
piqueteros el libro de Svampa y Pereyra Entre la ruta y el barrio,9 repre-
senta un antes y después en el análisis de la experiencia de las organizacio-
nes piqueteras. Entre los principales aportes los autores identificaban dos
afluentes que nutrían al movimiento piquetero. Por un lado, los piquetes y
puebladas del interior de la Argentina, resultado de una nueva experiencia
social comunitaria vinculada al colapso de las economías regionales y la
privatización acelerada de las empresas del Estado realizadas en los años
noventa, cuyos casos emblemáticos los representaban las ciudades petrole-
ras de Cutral Co y Plaza Huincul en Neuquén, y Mosconi y Tartagal en
Salta. Por otro, la acción territorial y organizativa gestada en el conurbano
bonaerense ligada a las lentas y profundas transformaciones del mundo
popular, producto de un proceso de desindustrialización y empobreci-
miento creciente de la sociedad que arrancó en la década de 1970, cuyo

9 La primera edición es del año 2003, con una inmediata segunda edición actualizada
en el mismo año y luego con otra actualización en 2009.

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caso paradigmático se expresaba en La Matanza. Aquí comienza a mani-


festarse la intervención de actores sociales que habían inscripto su acción
dentro de una tradición contestataria más ligada al trabajo en el espacio
territorial, en tanto espacio en donde interactuaban diferentes organiza-
ciones de base (sociedades de fomento, juntas vecinales, cooperativas, co-
munidades eclesiásticas de base, organizaciones no gubernamentales). Así,
es la acumulación de una experiencia de trabajo barrial, ligada a la historia
de los asentamientos la que va a constituir el núcleo de la acción contesta-
taria y, rápidamente, el punto de partida para la organización de los traba-
jadores desocupados.
A partir del reconocimiento de las vías de conformación de las organi-
zaciones de movimientos piqueteros los autores identificaron y caracteriza-
ron las diferentes tradiciones que las configuraban: sindical, política y terri-
torial. Posteriormente realizaron un análisis de las relaciones de los
movimientos piqueteros con los gobiernos nacionales y provinciales y un
exhaustivo análisis de las dimensiones de este actor colectivo, que permitía
comprender la heterogeneidad de su composición interna, el protagonismo
de las mujeres y la juventud, las configuraciones ideológicas en pugna en su
interior y entre organizaciones, y la conformación de las identidades sociales
a partir de estas nuevas formas de acción colectiva. En las actualizaciones del
libro Svampa realizó un profundo análisis de las diferentes etapas históricas
que atravesaron los movimientos piqueteros desde su etapa fundacional en
el gobierno de Menem, la centralidad que asumen durante los gobiernos de
De la Rúa (1999-2001) y Duhalde (2002-2003), hasta sus relaciones con el
gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007).
Los estudios sobre movimientos piqueteros, como se puede observar
en el cuadro N° 1, persistieron de manera constante durante todo el pe-
ríodo analizado por el PISAC, con una leve caída durante el período
2006-2012.
Aunque, realizados desde diferentes perspectivas teóricas y disciplinas
la mayor parte de los científicos sociales cuyas obras han sido registradas
aquí consideró que las prácticas y experiencias piqueteras representaban
un fenómeno que iba más allá del corte de ruta o piquete, siendo que en
los estudios relevados se investigan algunas dimensiones de los movimien-
tos: el protagonismo de la mujeres y los jóvenes Andújar, 2005; Causa y
Ojam, 2008; Espinosa, 2010 y Vázquez, 2011; las formas de construcción

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y prácticas políticas (MTD Solano y Colectivo Situaciones 2002; López


Echague, 2002; Mazzeo, 2004), la relación de los organizaciones piquete-
ras con el Estado (Altschuler y Lecaro, 2002), represión y criminalización
de la protesta (MTD Aníbal Verón, 2003; Díaz Muñoz, 2005), la relación
ocupados-desocupados (Petrucelli, 2005; Bonifacio, 2009).
Se podría afirmar que la suma de estas investigaciones, la mayor parte
estudios empíricos de casos, componen una cartografía de los movimien-
tos piqueteros en la Argentina, especialmente en las provincias de Buenos
Aires, Salta y en menor medida Neuquén. Todas las investigaciones asu-
mieron una orientación metodológica cualitativa combinada con el análi-
sis macro social en donde se exponen abundantes datos cuantitativos. Los
testimonios de los protagonistas, los documentos políticos, la prensa es-
crita, incluso fotografías y videos, fueron las principales fuentes de datos
para componer los estudios. Desde una perspectiva teórica, una buena
parte de los estudios se orientó por la síntesis teórica propuesta por las
concepciones de Tilly (1986), Tarrow (2004), McAdam, McCarthy y Zald
(1999) o la consideró para realizar críticas a estas perspectivas. El tema
también representó un gran desafío para las ciencias sociales, ya que el fe-
nómeno de los trabajadores desocupados que se organizaban y asumían
semejante protagonismo político tenía pocos antecedentes históricos. La
teoría de la lucha de clases marxista fue asumida en varias investigaciones
en la medida en que contribuía a establecer el lugar y las formas asumidas
por las organizaciones piqueteras en la dinámica de la crisis del capital.
Un buen ejemplo de esto se muestra en el estudio de Dinerstein,
Contartese y Deledicque (2008), en donde en relación a las organizacio-
nes de trabajadores desocupados señalan: “Ninguna organización puede
asumirse como eterna o naturalizarse sino que corresponde a un determi-
nado momento histórico de la lucha de clases. La producción de dichas
formas organizacionales es inherente al proceso de valorización del capital,
proceso que es continuamente renovado en condiciones cambiantes, lo
que ‘da lugar a la elaboración continua de formas’ […]. La forma adop-
tada por la organización de la resistencia en un determinado momento
histórico está, entonces, intrínsecamente relacionada con la forma del or-
den capitalista, su desarrollo y crisis parciales. Esto no significa decir que
las nuevas formas organizacionales y de acción colectiva estén ‘determina-
das por’ el desarrollo y/o las crisis capitalistas sino, más bien, que se hallan

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‘inextricablemente vinculadas con’ las transformaciones del Estado, el di-


nero, la ley y particularmente a sus crisis, por ende, su significado solo
puede evaluarse vis-à-vis las formas que adquiere el ‘orden capitalista’ y sus
crisis”.
Un importante número de trabajadores resistió la ofensiva neoliberal
recuperando las empresas. Desde fines de la década de 1990, pero con
particular intensidad a partir de fines de 2001, asalariados de más 200
empresas emprendieron el camino de conducir las fábricas en las que se
desempeñaban. La quiebra de la empresa, cierre y/o incumplimiento del
contrato salarial fueron las situaciones que desencadenaron, en el marco
de una colosal crisis económica, la acción colectiva de los trabajadores. Si
bien el movimiento se diseminó por todo el país, se concentró en la zona
metropolitana de Buenos Aires. En Capital Federal y el conurbano se con-
centraron más de la mitad de los casos y en orden descendente le siguieron
las provincias de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos.
Este movimiento social se desarrolló en el marco de la crisis econó-
mica iniciada en 1998; las cuales provocaron en el sector industrial una
reestructuración regresiva caracterizada por la caída en la participación de
la actividad en el Producto Bruto Interno (PBI) del país, la concentración
y centralización del capital, la reducción de la agregación del valor, la
desaparición de la producción local y la transformación de ramas indus-
triales en simples armadurías de insumos importados. Con la recesión, a
partir de 1998, muchas fábricas que habían sobrevivido a las transforma-
ciones de 1990, van a entrar en crisis, no pudiendo hacer frente a sus
deudas. La profundización de la crisis recesiva paraliza a sectores de la eco-
nomía y muchas fábricas cierran o trabajan parcialmente incumpliendo
los contratos salariales, bajo la sombra de un posible cierre (Rebón y Saa-
vedra, 2006).
En este contexto de colapso y quiebra de numerosas empresas y de
generalización del desempleo y creciente pobreza; un conjunto de trabaja-
dores, a los efectos de escapar de la desocupación adoptó la ocupación de
las fábricas y luego su recuperación como forma colectiva de evitar un
destino que parecía inevitable. El desempleo estructural fue construido
como conocimiento por los trabajadores de la experiencia propia o de los
familiares, amigos y ex compañeros que les mostraba que fuera de la em-
presa las posibilidades de encontrar otro trabajo eran muy pocas y si se

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lograba era en condiciones inferiores a las que se poseían originalmente.


Además, los años noventa habían enseñado a los trabajadores que las com-
pensaciones legales establecidas por el despido eran magras, la indemniza-
ción se terminaba consumiendo y el seguro de desempleo se acababa. Di-
fícilmente en el proceso de remate de la firma los trabajadores terminarían
cobrando siquiera una parte de sus acreencias laborales (Rebón y Saave-
dra, 2006).
Una buena parte de las investigaciones relevadas parten de estudios de
casos en donde se indagan los componentes estructurales y las condiciones
subjetivas que posibilitaron la ocupación y recuperación de las empresas.
No solo la sociología se ocupó de estudiar este movimiento, también cam-
pos disciplinarios como la psicología social y de grupos, la economía, la
comunicación, la antropología emprendieron estudios desde diversas pers-
pectivas teóricas, aunque una buena parte enfocó el problema desde la
teoría de los movimientos sociales. En el análisis de las condiciones estruc-
turales se utilizaron el análisis histórico tanto de las empresas, las trayecto-
rias sindicales preexistentes y el análisis económico y social de la situación
crítica que vivió el país posterior a la crisis del año 2001. Para construir
sus datos los investigadores utilizaron métodos cualitativos, especialmente
entrevistas en profundidad o historias de vida que recuperaban las expe-
riencias de los trabajadores.
Las prácticas sociales necesarias para entender el proceso autogestivo
requieren, según Slutzky, Di Loreto y Rofman (2003), considerar las ca-
racterísticas sociales, culturales y económicas de las personas y grupos que
forman parte de los procesos organizativos, e identificar las aspiraciones y
motivaciones que lo llevan a integrarse en un marco de experiencias hete-
rogéneas pero con elementos comunes y compartidos que confluyeron a
darle forma y contenido a un mismo tipo de organización y actividad.
El fin de la convertibilidad posibilitó utilizar la capacidad industrial
instalada en empresas que habían sido, en algunos casos, literalmente
abandonadas por sus patrones. La recuperación permitirá poner en fun-
cionamiento a las empresas al disminuir o desaparecer una serie de costos
y, lo más trascendente, cambiar los objetivos de la misma: ya no se trata de
maximizar la ganancia, sino de obtener condiciones de vida para sus aso-
ciados. En este contexto las investigaciones registraron los desafíos que
debieron enfrentar los trabajadores para ocupar y luego poner en funcio-

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156 estudios sobre ciudadanía, movilización y conflicto social…

namiento una fábrica sin patrones y operar en el mercado, esto es enfren-


tarse a la falta de capital inicial, proveedores que intentan cobrar deudas
anteriores o que ya no quieren proveer insumos, dificultades jurídicas,
prejuicios contra el cooperativismo, dificultades de acceso al crédito
(Rebón y Saavedra, 2006; Magnani, 2005).
Además, la ruptura embrionaria con las formas jerárquicas asociadas a
la relación capital y trabajo, permitió la emergencia de espacios de innova-
ción política y social. En un contexto de gran crisis económica y social
Rebón (2004: 52) argumenta que “se dejó de esperar que el Estado, el pa-
trón, el puntero político, la autoridad, resuelvan las necesidades de la
población. Una porción de la ciudadanía tomó en sus manos lo que no
estaba dispuesta a delegar: la reproducción y defensa de la propia identi-
dad social. La acción directa, con una fuerte originalidad y creatividad, fue
la forma para realizarla. En los barrios, las asambleas tomaban edificios
para instalar centros culturales, comedores o alternativas socioproductivas.
Grupos de “sin nada”, los piqueteros, ocupaban las calles en reclamo de
trabajo y subsidios de desempleo, construyendo emprendimientos auto-
gestivos en sus barrios”.
En este escenario, “la autonomización, el ejercicio de nuevos grados
de libertad, se expresó como un nuevo avance por parte de algunos traba-
jadores sobre la dirección de la producción. Así como las autoridades en la
sociedad eran cuestionadas, también lo serán las autoridades en algunas
fábricas. Los patrones, al incumplir las relaciones salariales y retirarse de la
producción en un momento político de crisis general de la autoridad, pa-
sarán también a ser cuestionados”. “La crisis política constituye una es-
tructura de oportunidades políticas favorables para la expansión de las re-
cuperaciones. Por una parte, constituye un clima de desobediencia e
inconformidad que a va nutrir la posibilidad de desobedecer la determina-
ción capitalista de abandonar la producción. Por otra, crea sensibilidad
social para que las recuperaciones se difundan; así, estas empiezan a tener
presencia en los medios de comunicación y pasan a ser percibidas positiva-
mente por buena parte de la sociedad” (Rebón y Saavedra, 2006: 22).
Los estudios centrados en los procesos de construcción política en el
interior de las fábricas fueron objeto de varios estudios, especialmente las
fábricas Zanón y Brukman. Las preguntas que guiaron las investigaciones
intentaron dar una respuesta a cómo se desarrollaban los procesos políti-

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DE LAS CIENCIAS

cos en el interior de las fábricas, en qué medida la recuperación repercutía


en la subjetividad y en representaciones de esos hombres y mujeres, hasta
dónde estas respuestas se enlazaban con un proyecto político más amplio
(Picchetti y Xiques, 2003; Aiziczon, 2009).
Algunos sectores de las universidades públicas se comprometieron
con estas experiencias de autogestión; entre los aportes desde las ciencias
sociales merecen destacarse los informes sobre “Relevamiento de Empresas
Recuperadas por sus trabajadores” realizados desde la Facultad de Filosofía
y Letras (Universidad de Buenos Aires), dirigidos por Andrés Ruggeri.
Este grupo de trabajo había desarrollado al año 2010 tres relevamientos
generales, en los años 2002/2003, 2004 y 2010 y mantenía en forma per-
manente el Centro de Documentación de Empresas Recuperadas, que
funciona en la Cooperativa Chilavert. El informe correspondiente al año
2010 contiene valiosa información relacionada con la cantidad de empre-
sas recuperadas por los trabajadores (ERT) en todo el país, los conflictos
por los que atravesaron (medidas de fuerza, intentos de desalojo, repre-
sión, apoyos recibidos), sobre el marco legal en el cual desarrollan las acti-
vidades, las formas y el tipo de producción y el estado de las instalaciones,
los proveedores, los clientes y las formas de comercialización, la cantidad
de trabajadores, las formas de gestión, la cuestión sindical, la seguridad
social, las relaciones con el Estado y las formas de organización y solidari-
dad. Para el año 2010, el informe estimaba un total de 205 de empresas
recuperadas por sus trabajadores. La fuerza laboral de este conjunto de
ERT ocupaba a un total de 9.362 trabajadores y si bien se reconocía que
eran un producto de la crisis del año 2001 mantenían la convicción que se
sostenían en pie a pesar del desinterés de sectores sociales y políticos.

5. Los estudios sobre los conflictos socio-ambientales


5. en la Argentina del siglo XXI

En la Argentina de comienzos del siglo XXI irrumpen en la escena pública


una serie de conflictos socio-ambientales que dan cuenta de nuevas formas
de la protesta social, demandas que se resignifican (como las luchas por la
tierra, las demandas ecológicas, o los derechos indígenas), así como nuevos
actores sociales (asambleas de vecinos autoconvocados) que en algunos casos

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se articulan con viejos actores (pueblos indígenas, comunidades campesinas)


en pos de objetivos comunes: la defensa de los territorios que habitan y las
resistencias sociales frente a diversos proyectos extractivos que usufructúan
los recursos naturales y que generan altos impactos socio-ambientales en
esos territorios en disputa.
En efecto, tanto la Argentina como América Latina se vieron atravesa-
das en las últimas dos décadas por la profundización de una tendencia
hacia la explotación y extracción acelerada de diversos recursos naturales
estratégicos: desde las matrices energéticas fósiles (gas, petróleo y carbón)
hasta minerales preciosos como el oro y la plata, pasando por recursos na-
turales revalorizados –producto de la escasez de las energías fósiles y/o por
la crisis ecológica climática a escala global– como el agua, el litio, la tierra
(para la producción de alimentos, pero también de agro-combustibles) y
las fuentes de biodiversidad (ecosistemas que actúan como reservorios de
faunas y floras específicas). Estas actividades “extractivas” sobre los recur-
sos naturales (Giarracca, 2007; Svampa, 2008a y Galafassi, 2009) provo-
can, por un lado, diversos impactos socio-ambientales sobre los ecosiste-
mas y las poblaciones locales y, por otro, fomenta la tendencia hacia la
reprimarización de las economías de aquellos países donde se encuentran
estos recursos naturales obturando alternativas creativas de desarrollo que
conformen un equilibrio entre las actividades primarias, las industriales y
las de servicios de estos países. El extractivismo en nuestro país se expresa
fundamentalmente a través de tres actividades: el “agronegocio”, la mine-
ría a gran escala “megaminería” y las actividades hidrocarburíferas conven-
cionales y no convencionales (Giarracca, 2007; Giarracca y Teubal, 2008;
Svampa, 2008a y 2012; Galaffassi, 2009).
Este modelo se ha instaurado en el conjunto de los países de América
Latina, conformando lo que algunos autores como Svampa (2012) deno-
minan el “Consenso de los Commodities”. Si en la década de los noventa,
en plena hegemonía neoliberal, el modelo hegemónico se basaba en el de-
nominado "Consenso de Washington" –decálogo donde se proponían de
manera normativa una serie de fuertes reformas del Estado, privatizacio-
nes de empresas y bienes públicos y la desregulación (casi) total de las
economías latinoamericanas– en la actualidad lo que se nomina como
Consenso de los Commodities “apunta a subrayar el ingreso a un nuevo or-
den económico y político, sostenido por el boom de los precios internacio-

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nales de las materias primas y los bienes de consumo, demandados cada


vez más por los países centrales y las potencias emergentes (…) Este pro-
ceso de intercambio desigual no sólo ha contribuido al incremento del
precio de los commodities, sino también a generar un creciente efecto de
reprimarización en las economías latinoamericanas (Svampa, 2012: 16-
17). Este consenso, según la autora, opera como modelo hegemónico de
desarrollo tanto para los gobiernos que se plantean como continuidad del
neoliberalismo (por ejemplo, México, Perú y Colombia) como para aque-
llos de corte progresista moderados (Brasil, Uruguay, Argentina) como
aquellos gobiernos progresistas más radicalizados (Bolivia, Venezuela y
Ecuador) y que establece continuidades y rupturas respecto al "Consenso
de Washington" en un escenario regional "posneoliberal" (Svampa, 2012).
Otros autores, como Borón (2012), no comparten esta caracterización y
separan las lógicas productivas y de acumulación de los países con gobier-
nos “progresistas” de aquellos que continúan con los modelos neoliberales
de desarrollo. En efecto, entienden que los primeros utilizan parte de la
renta que produce la explotación intensiva de los recursos naturales para
establecer modelos de desarrollo que les permitirán avanzar en otras ramas
de la economía (como la industria nacional y avances en ciencia y tecnolo-
gía) a la vez que generan programas de redistribución de la riqueza para
los sectores populares de estos países. En este sentido, el autor se pregunta,
“¿cómo conciliar la necesidad de responder a las renovadas demandas de
justicia distributiva –elevadas por poblaciones que han sufrido siglos de
opresión y miseria– con la intangibilidad de la naturaleza? Se trata de una
contradicción que antes no existía, debido al atraso de la conciencia ecoló-
gica de tiempos pasados” (Borón, 2012: 118).
Frente a este panorama, en toda América Latina diversos movimientos
sociales asumen la dimensión territorial-ambiental como eje central de sus
luchas, sea desde movimientos ecologistas urbanos, asambleas de vecinos en
resistencia a mega-emprendimientos extractivos de diversa índole; o movi-
mientos campesinos e indígenas que resignifican sus luchas por tierra y terri-
torio en una clave socio-ambiental. En efecto, "una de las consecuencias de
la actual inflexión extractivista ha sido la explosión de conflictos socioam-
bientales, visibles en la potenciación de las luchas ancestrales por la tierra, de
la mano de los movimientos indígenas y campesinos, así como en el surgi-
miento de nuevas formas de movilización y participación ciudadana, centra-

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das en la defensa de los bienes naturales, la biodiversidad y el ambiente”


(Svampa, 2012: 19).
Algunos autores han caracterizado este fenómeno como un proceso de
“ambientalizacion” de las luchas sociales (Leff, 2007) que implica un “giro
eco-territorial” de los movimientos sociales contemporáneos. La interrela-
ción y construcción de redes de resistencia entre diversos movimientos so-
ciales habilita “la emergencia de un lenguaje común que da cuenta del cruce
innovador entre la matriz indígena comunitaria, la defensa del territorio y el
discurso ambientalista. En este sentido puede hablarse de la construcción de
marcos comunes de la acción colectiva, los cuales funcionan no sólo como
esquemas de interpretación alternativos, sino como productores de una sub-
jetividad colectiva” (Svampa, 2012: 22).
Así, las luchas socio-ambientales se transforman en uno de los conflic-
tos característicos del período 2000-2012, los cuales pueden ser definidos
como aquellos ligados “al acceso y control de los recursos naturales y el
territorio, que suponen, por parte de los actores enfrentados, intereses y
valores divergentes en torno de los mismos, en un contexto de gran asime-
tría de poder. Dichos conflictos expresan diferentes concepciones sobre el
territorio, la naturaleza y el ambiente, así como van estableciendo una dis-
puta acerca de lo que se entiende por desarrollo y, de manera más general,
por democracia. Ciertamente, en la medida en que los diferentes mega-
proyectos avanzan de modo vertiginoso y tienden a reconfigurar el territo-
rio en su globalidad, no solo ponen en jaque las formas económicas y so-
ciales existentes sino también el alcance mismo de la democracia, pues se
imponen sin el consenso de las poblaciones, generando fuertes divisiones
en la sociedad y una espiral de criminalización y represión de las resisten-
cias que sin duda abre un nuevo y peligroso capítulo de violación de los
derechos humanos” (Svampa, 2012: 19).
En este sentido, se vienen produciendo diferentes trabajos académicos
desde las Ciencias Sociales, así como desde los propios movimientos socia-
les y ONG comprometidos con estas problemáticas que adquieren una
importante relevancia para comprender los procesos de disputas territoria-
les, los sentidos que otorgan los actores al medio ambiente y la naturaleza
que los rodea, las diferentes nociones de “desarrollo” que se encuentran en
juego, así como los aspectos macro-estructurales de cada una de estas acti-
vidades extractivas y sus consecuencias socioambientales. En este apartado

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abordamos brevemente los resultados alcanzados en algunas de estas pro-


ducciones que dan cuenta de un fenómeno relativamente novedoso en las
Ciencias Sociales pero que adquiere una relevancia social ineludible a la hora
de analizar y comprender los conflictos y movimientos sociales socioam-
bientales en la Argentina en particular y en América Latina en general.
Algunos textos académicos han construido miradas integrales acerca
de estos conflictos socio-ambientales y por el territorio y los recursos natu-
rales, enmarcándolos en procesos más amplios ligados a la globalización y
al avance del extractivismo en toda América Latina en las últimas décadas.
El trabajo de Giarracca (2007) –una de las pioneras en abordar estas pro-
blemáticas– vincula estas resistencias y estos “nuevos movimientos socia-
les” con la construcción de las democracias en Latinoamérica. En efecto,
el eje de su planteo se traza en torno a las disputas por la apropiación y/o
mantenimientos de los recursos naturales, sosteniendo que, si bien las
principales acciones y los movimientos sociales emergentes de ese proceso
se han convertido en las claves para la comprensión de las luchas sociales
contra el modelo capitalista neoliberal en la Argentina y en toda América
Latina, estos además son primordiales en la construcción de las democra-
cias de la región.
Se plantea que, desde fines del siglo XX, las disputas más significativas
en la Argentina –como en toda la América Latina– empiezan a darse en
torno a los “bienes naturales”. Esto habría sucedido a partir de que el capi-
talismo en sus formas neoliberal y transnacionalizada confirió una nueva
importancia en su valorización de los recursos naturales. Por ello, en los
últimos veinte años surgieron los “procesos de apropiación de la natura-
leza dentro de nuevos campos de valorización del capital” (Giarracca,
2007).
Desde una perspectiva crítica a lo largo del texto se van desmontando
los supuestos que envuelven la concepción de desarrollo hegemónico, ba-
sada en un proyecto cuyo eje central es el progreso técnico, desconectado
de las necesidades de las mayorías y al servicio de la pura obtención de
ganancias y control social. Los significados otorgados por los países hege-
mónicos dentro del capitalismo… están centrados en el crecimiento eco-
nómico y en la metáfora del continuo: “subdesarrollo-desarrollo”. En esta
vía de análisis, se presentan y caracterizan emprendimientos y proyectos
económicos paradigmáticos del proceso de disputa por los recursos y el

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territorio en la Argentina y los que se enfrentan a las transnacionales y a


los estados nacionales o provinciales se los conceptualiza como movimien-
tos socioterritoriales. Se analizan los casos de producción minera “a cielo
abierto” y las asambleas de autoconvocados contra la megaminería, las pa-
peleras y el surgimiento de las asambleas ambientalistas, el agronegocio
sojero y los movimientos indígenas y campesinos en defensa de la tierra y
el territorio, poniendo de relieve el tipo de actores que los impulsaron
y activan las resistencias organizadas.
En el marco de esos conflictos y disputas, entiende la autora, el signifi-
cado de los términos “desarrollo” y “progreso” están siendo discutidos. Asi-
mismo, el concepto de “territorio” se anuda a la concepción de “territoriali-
zación” que incluye la dimensión cultural, atendiendo a las identidades de
las poblaciones que viven en los lugares y que por tanto les asignan sentidos
y usos específicos. La orientación teórica del artículo se inscribe en la línea
de estudios y epistemologías decoloniales. Adhiere a la noción de “conoci-
miento desde el sur” del portugués Boaventura de Santos Souza y el con-
cepto de “epistemologías de frontera” de Ramon Grosfoguel, intelectual de-
colonial puertorriqueño. Retoma los planteos sobre “colonialidad del saber
y del poder” del intelectual peruano Aníbal Quijano. Como expresión de la
crisis de los paradigmas epistemológicos eurocentrados, sostiene que estas
conceptualizaciones llevan a cabo críticas radicales a las miradas moderniza-
doras y desarrollistas. Asimismo, dialoga con el pensador uruguayo, Raúl
Zibechi y con la intelectual de la India Vandana Shiva y se postula una relec-
tura de aportes de Karl Marx. Retoma la noción de “tragedia del desarrollo”
de Marshall Berman y la crítica al desarrollo de Gustavo Esteva.
Galafassi (2009), desde una perspectiva marxista heterodoxa que de-
bate y dialoga con la argumentación de Giarracca, aporta importantes ele-
mentos para el análisis de estos procesos tomando como eje los conceptos
de acumulación originaria de Marx. Revisa aspectos del desarrollo y ex-
pansión del capitalismo poniendo en relación las variables capital-trabajo
y capital-naturaleza, su dinámica de transformación y crecimiento. Un eje
central del trabajo es la comparación entre la acumulación originaria/pri-
mitiva, trabajada por Marx, para explicar el despegue y surgimiento del
capitalismo, respecto a las formas de la acumulación en el presente. Com-
para los mecanismos actuales de expropiación y depredación con el pro-
ceso primitivo de cercamiento de tierras y expropiación de bienes comu-

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nes. En este sentido, recupera la argumentación de Harvey –también


retomado por Giarracca (2007) y Svampa (2012)– de que el capitalismo
contemporáneo a escala global se encuentra en una etapa de “acumulación
por desposesión” y que esto puede vislumbrarse claramente en los territo-
rios ricos en recursos naturales de América Latina a través del avance de la
megaminería, el agronegocio y la frontera productiva de los hidrocarburos
en diferentes países de la región en general y en la Argentina en particular.
En este sentido, Galaffassi postula que el proceso de apropiación y se-
paración de los bienes de la naturaleza fue y sigue siendo un mecanismo
esencial para el desarrollo del capitalismo, por cuanto provee el soporte
necesario tanto en fuerza de trabajo como en libertad de usufructo de los
recursos espacio-territoriales presentes. Galafassi recupera de Marx el con-
cepto de trabajo y fundamentalmente lo entiende como un proceso entre
hombre y naturaleza, donde el hombre medio, regula y controla su meta-
bolismo con la naturaleza, como relación permanente de intercambio e
interacción.
En el marco de estos debates y diálogos fueron instalándose en las
ciencias sociales y en los movimientos sociales un conjunto de nuevos te-
mas que son parte de la disputa con las visiones hegemónicas sobre el
desarrollo. A manera de síntesis se podrían señalar los siguientes: bienes
comunes, soberanía alimentaria, justicia ambiental, “Buen Vivir”, dere-
chos de la naturaleza, territorialidad (Svampa, 2012).
Con respecto al Modelo de Agronegocios y las diferentes resistencias
sociales frente a su avance en los territorios rurales de la Argentina, conta-
mos con diversas producciones acerca del avance del modelo de agronego-
cios en nuestro país y sus múltiples impactos sociales, ambientales y en la
estructura agraria, así como las diversas resistencias sociales suscitadas en
las diferentes geografías donde fue avanzando este modelo.
El texto de Teubal (2001) constituye uno de los principales análisis de
las transformaciones recientes de la estructura agraria en relación con la
globalización neoliberal. El autor remite a los procesos acaecidos en la dé-
cada de 1970, tras la crisis de las instituciones de Bretton Woods, donde la
globalización se perfila como una nueva etapa en la evolución del capita-
lismo mundial. Se considera la influencia de este proceso sobre la proble-
mática agraria y agroalimentaria de América Latina, identificando proce-
sos de empobrecimiento e incluso la desaparición de los tradicionales

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164 estudios sobre ciudadanía, movilización y conflicto social…

actores sociales del medio rural: campesinos, medianos y pequeños pro-


ductores agropecuarios, trabajadores rurales. Para caracterizar estos proce-
sos acuña una categoría nueva ruralidad que será considerada en los estu-
dios sobre la conflictividad agraria, ya que el trabajo de este autor presenta
un panorama muy bien informado, que se sostiene en el uso de cuantiosas
fuentes de información y bibliografía sobre los procesos de transformación
y re-estructuración del capitalismo a escala mundial y latinoamericana fo-
calizando el caso argentino. Muestra los flujos y dinámicas de funciona-
miento de los mercados, su concentración, las corporaciones, el negocio
de las semillas, pesticidas y agroquímicos, el ensamblaje de los distintos
eslabones que componen el modelo agroalimentario.
En una línea de investigación similar, el libro de Gras y Hernández
(2009) reúne un conjunto de estudios abordados desde una perspectiva in-
terdisciplinar, con trabajos de antropólogos, sociólogos, economistas, geó-
grafos, agrónomos y politólogos. Se plantea –al igual que en el libro de Teu-
bal (2001)– que existe una relación entre el nuevo modelo de ruralidad
globalizada y el desplazamiento de la denominada “agricultura familiar”. Se
establecen conexiones entre Estado y actores agrarios, estructura social y
modelo de acumulación, modelos de desarrollo, donde la soja transgénica
–y su expansión geométrica en las últimas décadas– es el emergente de un
proceso más profundo, asociado a la globalización del mercado capitalista
en los mundos agrarios. Las autoras afirman que en el sector agropecuario
las medidas neoliberales significaron el retraimiento del Estado en sus fun-
ciones reguladoras (eliminación de una serie de entes de control) y el afian-
zamiento en su rol de garante del libre juego del mercado. Concomitante-
mente se plantea que se dejaron de lado políticas proteccionistas y
redistributivas, se eliminaron casi todos los impuestos a las exportaciones, se
privatizaron las empresas de servicios y se desmantelaron institutos públicos
de apoyo técnico al agro, siendo el INTA un caso emblemático. El sistemá-
tico trabajo realizado ofrece un panorama de la cuestión agraria que es rele-
vante, debido a que ofrece un panorama descentrado de Buenos Aires, que
incluye estudios de provincias del Litoral, del NOA, la región pampeana y
patagónica.
Desde ámbitos que combinan la investigación académica con inter-
venciones ligadas al ámbito del activismo político-social, el Grupo de Re-
flexión Rural (GRR) viene analizando estas problemáticas desde comien-

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zos de la década del noventa. En el trabajo de Rulli y Boy (2007) –miembros


fundadores del GRR– se enfatiza la influencia a la que se somete a la so-
ciedad para que acepte el modelo de los monocultivos, haciendo especial
referencia a la soja y cómo este modelo de desarrollo y acumulación se re-
laciona con profundos cambios en la estructura social agraria, acrecen-
tando el conflicto social (principalmente por la tierra y el territorio), la
migración rural hacia las zonas urbanas y la pobreza. El modelo de la soja
no se instaló “para terminar con el hambre del mundo y luchar contra los
subsidios europeos” sino por la sencilla razón que en “la monocultura de
siembra directa” es el cultivo más rentable y fundamentalmente el que re-
quiere una menor utilización de mano de obra.
Desde otra perspectiva –menos crítica del modelo de desarrollo de los
agronegocios– el trabajo de Reboratti (2010) plantea que el modelo de desa-
rrollo agrario se impuso por la propia lógica de la producción y el mercado.
Las transformaciones agrarias de las últimas décadas en la Argentina se ins-
criben en una trama donde se combinan distintos factores y aspectos, “la
potencialidad natural de la región pampeana y las posibilidades de expan-
sión territorial de un nuevo cultivo con los cambios en los mercados mun-
diales de alimentos, las nuevas tecnologías agrícolas y el papel de las llama-
das nuevas agriculturas”. Sostiene el autor que la expansión de la soja tuvo
efectos ambientales, sociales y económicos de diversa índole, cuyo alcance y
características son actualmente el centro de una acalorada disputa que se ha
hecho más dura al incluirse en ella el “factor político”, es decir, debates ideo-
lógicos en torno a las nociones de desarrollo de diferentes actores políticos
del escenario rural, corporaciones empresariales, grupos académicos, movi-
mientos campesinos e indígenas que, en favor o en contra del modelo de
agronegocios, fueron irrumpiendo en la esfera pública con debates cada vez
más dicotomizados, según el autor, en torno a las ventajas o desventajas de
este modelo de desarrollo agrario, anclado en las nuevas tecnologías. El tra-
bajo da cuenta de una importante sistematización y organización de un gran
caudal de información, a la vez que propone una periodización de las etapas
de expansión y desarrollo del cultivo de soja en la Argentina interrelacio-
nando dimensiones políticas y económicas. Según el autor el modelo se ha
consolidado, y no aparecen alternativas viables para reemplazarlo, ya que
“todo indica que la soja llegó a la Argentina para quedarse y que en el futuro
su predominio se extenderá aún más” (Reboratti, 2010).

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Además de estos trabajos que analizan de manera integral la proble-


mática agraria en la Argentina, donde algunos abordan las resistencias so-
ciales, como Gras y Hernández, 2009 y Rulli y Boy, 2007; existen impor-
tantes artículos y libros que realizaron sus investigaciones sobre casos
focalizados que dan cuenta de estas transformaciones en diferentes provin-
cias o regiones. Es el caso del trabajo de Álvarez Leguizamón (2012) quien
establece vínculos entre un conjunto de variables y dimensiones, propo-
niéndose analizar la relación entre las nuevas formas de expansión del ca-
pitalismo y su lastre colonial, su carácter de colonialidad del poder. Se
toma como caso la expansión de los cultivos de soja transgénica en Salta
–localizada en la transición entre la yunga y el chaco seco– desde una pers-
pectiva que vincula las formas actuales de producción de pobreza con el
desarrollo de los agronegocios. La autora considera los síntomas dolorosos
del proceso y paradigmas de las formas de dominación neocoloniales del
presente, el caso de las muertes por hambre de niños pertenecientes a los
grupos indígenas –de la etnia wichí– que habitan en la zona de expansión
de la frontera agropecuaria, postulando que la muerte por hambre en esa
zona no sería novedosa sino que se encuentra agudizada por los intensos
procesos de expropiación de los medios de subsistencia necesarios para la
reproducción de la vida, tales como el agua y el bosque.
Otro estudio de caso que resulta paradigmático para comprender las
resistencias sociales en el agro argentino es el trabajo de Schiavoni (2005),
el cual analiza las diferentes estrategias de pequeños productores agrope-
cuarios de la provincia de Misiones en su lucha por obtener tierra para
producir en el marco de profundas transformaciones de la estructura agra-
ria local y nacional. En este artículo puede vislumbrarse una descripción
de las tensiones entre tácticas espontáneas y estrategias organizadas, que
operan bajo lógicas diferentes en la ocupación de tierras en grupos de pe-
queños productores y campesinos del nordeste de Misiones. Ello pone en
evidencia las dificultades y limitaciones para la constitución de un sujeto
colectivo organizado, como campesino sin tierra.
En lo que respecta a la emergencia de conflictos socio-ambientales en
torno a los emprendimientos megamineros, se puede afirmar que desde co-
mienzos de la década de 2000 vienen sucediendo una serie de acciones co-
lectivas de protesta social frente a la denominada “Megaminería” o “Minería
a Cielo Abierto”. Esta técnica productiva/extractiva se basa en nuevas tecno-

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logías que incluyen la explosión de grandes porciones de territorio monta-


ñoso, así como procesos de tratamiento de los minerales obtenidos por me-
dio de estas explosiones altamente contaminantes, sobre todo por el uso de
cianuro. Además, estas tecnologías requieren un uso de grandes cantidades
de agua en zonas donde, generalmente, ese recurso es escaso y/o es vital para
el consumo humano y actividades agropecuarias previamente consolidadas
en esas regiones. En localidades cercanas a la zona cordillerana proliferó una
diversidad de movimientos sociales –en la forma de asambleas de vecinos
autoconvocados contra la megaminería– que protagonizaron diversas accio-
nes colectivas de resistencia contra estos emprendimientos megamineros.
Una multiplicidad de trabajos académicos se abocó a analizar y re-
flexionar acerca de estas problemáticas. Aquí, considerando la muestra in-
tencional que realizamos, presentamos algunos de los abordajes realizados
sobre el tema a sabiendas de que el tema continuaba siendo objeto de va-
riados estudios.
Un libro que sistematiza las resistencias de los movimientos socio-am-
bientales, y que ha sido una referencia ineludible es la compilación realizada
por Svampa y Antonelli (2009). Dentro de ese libro el artículo de Svampa,
Solá Álvarez y Botaro (2009) da cuenta de un panorama general de estos mo-
vimientos sociales, sus procesos organizativos y sus acciones colectivas durante
la década de 2000 en la Argentina. Aquí se proponen abordar lo que entien-
den como “la compleja y nunca acabada reconstrucción de los diferentes terri-
torios de la resistencia”, su evolución, sus estrategias, sus luchas, en las diferen-
tes regiones y provincias argentinas. Analizan distintos espacios provinciales y
regionales como escenarios del conflicto, principalmente San Juan, La Rioja
y Catamarca, donde se expresan la gramática de las luchas y dan cuenta del
carácter ineludible de estas resistencias, en las que las autoras entienden que se
dispersan las “distinciones de clase social, de etnia o experiencia política, uni-
dos por la experiencia vital de defender un estilo de vida y un territorio, en
nombre del principio de autodeterminación de los pueblos”.
La investigación presenta la importancia económica del sector; según
datos de la Secretaría de Minería de la Nación, entre 2003 y 2007 el total
de inversiones acumuladas se multiplicó por más de ocho, pasando de 660
millones a 5.600 millones de dólares. La minería metalífera a cielo abierto,
beneficiadas por un escandaloso marco legal creado en los años noventa y
confirmado por las sucesivas gestiones políticas, puso en marcha un “mo-

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delo de desarrollo”, a cargo de empresas transnacionales que de manera


silenciosa y vertiginosa generan graves consecuencias socioambientales sin
siquiera consulta previa a las poblaciones involucradas ni con estudios se-
rios de impacto social, sanitario ni ambiental.
A fines de 2008 el estudio registraba aproximadamente setenta asam-
bleas de base, en más de quince provincias argentinas, que resistían a la par
de los proyectos mineros. Estas asambleas articularon sus acciones en un es-
pacio denominado Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC); en donde for-
jaron nuevos repertorios acción colectiva y nuevos formatos de representa-
ción.
Sin embargo, la investigación reveló que la convergencia entre carác-
ter defensivo, temporalidad diferente de las asambleas de base y formato
asambleario de la UAC (con sus demandas de autonomía y su rechazo, a
veces extremo, a la delegación) condicionaban la posibilidad de construir
una instancia de segundo grado que potencie los antagonismos existentes
en función de una lógica de acumulación política. En este sentido, desta-
caban la heterogeneidad de su composición, no solo en términos sociales
sino experienciales y organizacionales, pues convergían en un plano de
igualdad, en primer lugar, mujeres y hombres con ocupaciones y saberes
diversos, sin experiencia ni formación política previa; otros con experien-
cias anteriores y trayectorias militantes (en asambleas barriales, militancia
sindical, ecologista, universitaria y/o territorial); en segundo lugar, deter-
minadas organizaciones sociales (territoriales), colectivos culturales inde-
pendientes y algunas ONG; por último, diferentes organizaciones campe-
sinas e indígenas. Así, desde el inicio la UAC se ha manifestado como un
espacio plural, horizontal, apartidario, pero cuyos actores centrales conti-
núan siendo las asambleas y las organizaciones de base afectadas, en la
medida en que estas son las protagonistas del conflicto y las encargadas de
llevar a cabo las acciones en sus respectivas localidades (Svampa, Solá Ál-
varez y Botaro, 2009: 135).
Varios estudios de casos contribuyen a componer el mapa de los con-
flictos en torno a emprendimientos de “minería a cielo abierto”, donde los
distintos investigadores los abordan desde perspectivas diferentes; en algu-
nos casos divergentes y en otros complementarias.
Machado Aráoz (2011) en un artículo que integra la compilación
Bicentenarios Otros, coordinada por Norma Giarracca, analiza los con-

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flictos emergentes del emprendimiento de megaminería en la localidad


de Andalgalá (Catamarca). Focaliza su trabajo en la tensión producida
ante la expansión extractivista, –la lógica de violencia colonial que la
orienta–, y las resistencias sociales que surgen como respuesta ante esa
avanzada. En los colectivos de vecinos un principio de creencia basado
en el respeto por la vida se vuelve la principal bandera y motor de la lu-
cha. La experiencia de lucha organizada que analiza el texto ancla en la
defensa de un modelo de vida que se contrapone al “saqueo colonial”.
La conformación de la Asamblea de Vecinos del Algarrobo y el enfrenta-
miento a esa actividad se interpretan como resistencia descolonial eman-
cipatoria que se opone y confronta el modelo de rapiña hegemónico. El
saqueo y la violencia colonial son la clave de lectura del empobreci-
miento de esa localidad y una expresión de lo que sucede en términos
generales en América Latina; “Andalgalá es, desde hace más de doce
años, una ciudad sitiada por el conflicto colonial; una sociedad atrave-
sada por la conflictividad estructural que suele instalarse en los territo-
rios de localización de grandes industrias extractivas. Convertida en ob-
jeto de deseo por los caprichos especulativos del capital transnacional,
ha sido escenario de la confrontación más larga, más intensa y más
cruenta que el desembarco de la megaminería transnacional ha provo-
cado en todo el país” (Machado Aráoz, 2011: 281). En este sentido, el
autor reafirma la importancia paradigmática de Andalgalá para com-
prender la dominación colonial ligada a los emprendimientos extracti-
vos; “Andalgalá, lugar de todas las codicias y de todos los dolores, ciudad
largamente habitada por el colonialismo-colonialidad del presente, es y
fue, una vez más, escenario de todas las violencias. De todas las formas
de la violencia colonial: la del terror; la de la expropiación; la de la feti-
chización” (Machado Aráoz, 2010: 283).
Así, la orientación conceptual de este trabajo se referencia en autores
latinoamericanos que adscriben a la línea descolonial o de crítica colonial,
como Dussel, Quijano, Santos y Boff, una mirada que, como vimos, re-
plica –en parte– el paradigma teórico utilizado por otros autores.
Por su parte, el trabajo de Wagner (2012) da cuenta de las instancias
de audiencia pública para la aprobación de un emprendimiento de me-
gaminería; se propone dar cuenta de los diversos posicionamientos y
cuestionamiento generados en Mendoza –específicamente en la locali-

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dad de Uspallata– a partir del proyecto de instalación de la minera San


Jorge. Este se convirtió en el primer proyecto que pretendía explotar
cobre, oro y plata en Mendoza con la modalidad productiva de “cielo
abierto”. En este caso, –al contrario del caso presentado en el texto de
Machado Aráoz (2010)– se da cuenta de un proceso de resistencia social
frente a un emprendimiento megaminero previamente a su realización,
en una suerte de “resistencia anticipada”. La estrategia que se persigue en
el trabajo es la reconstrucción del “conflicto” suscitado en torno a este
proyecto. Se analiza en particular la instancia de audiencia pública dado
que allí es donde se expresan y manifiestan abiertamente las opiniones
de los pobladores –adherentes y opositores al emprendimiento–, pero
también los fundamentos de los promotores, técnicos y funcionarios pú-
blicos que se posicionan por la afirmativa. Junto a la observación de esa
instancia en el abordaje se recurre a la revisión del expediente del pro-
yecto y a la realización de entrevistas a pobladores y otros actores inter-
vinientes en el “conflicto”.
En primera instancia, la autora inscribe la posibilidad del surgimiento
de un fuerte movimiento de oposición a la instalación del proyecto de
megaminería en base a dos fundamentos. Por un lado, a la incidencia e
influencia del plebiscito realizado en 2003 en Esquel, que dio como resul-
tado una mayoría opuesta a la instalación de un proyecto de megaminería
a cielo abierto. Esto es lo que se ha definido como “efecto Esquel” en el
artículo de Svampa, Solá Álvarez y Bottaro (2009). En segundo lugar, la
posibilidad del rechazo se basaría en un imaginario ambiental local: “el
imaginario de una Mendoza agrícola, que se construyó sobre el “desierto”,
gracias a la llegada de inmigrantes, al ordenamiento y la distribución del
recurso hídrico y a la consolidación de los oasis –que ocupan el 3% de la
superficie, pero en los que vive el 97% de los mendocinos– está fuerte-
mente arraigado en su población”. En este marco, la llegada de proyectos
mineros y el conflicto generado en torno a ellos, puede verse como una
disputa por el agua entre el modelo de desarrollo agrícola tradicional –con
fuerte arraigo en la cultura e idiosincrasia de Mendoza– y el nuevo modelo
de desarrollo minero que iba tomando forma, y que requería de grandes
cantidades de agua, siempre escasa en la provincia.
Evaluando el desenlace del proceso la autora analiza los procedimien-
tos políticos-institucionales y su interrelación con una población masiva-

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mente movilizada y de profesionales que revisaron críticamente los infor-


mes presentados e impidieron la ejecución del proyecto. El caso analizado
permitió visualizar que los argumentos de los vecinos y sus reclamos “se
insertaron con fuerza en los procedimientos formales del Estado […] evi-
denciaron la importancia del accionar de la sociedad en torno a estos con-
flictos de carácter ‘socioambiental’, que radica en su capacidad de desafiar
e influir en los procesos institucionales de participación y de poner en tela
de juicio la legitimidad de las decisiones tomadas por el mismo Estado”
(Wagner, 2012: 214).
Con respecto a los hidrocarburos, en los últimos años emergieron –en
el marco de cambios tecnológicos en la actividad hidrocarburífera– nue-
vos los procesos de resistencia social a estas tecnologías de explotación de
gas y petróleo –“fractura hidráulica” o “fracking”– que se realizan en los
denominados yacimientos no convencionales. Por ser un fenómeno de re-
ciente aparición, no existen aún muchos trabajos de índole estrictamente
académica en el período aquí abordado (2000-2012). La región donde se
han desplegado principalmente este tipo de explotaciones ha sido el yaci-
miento “Vaca Muerta” en la provincia de Neuquén y en algunas regiones
del Alto Valle de Río Negro. En este sentido, el trabajo realizado desde el
“Observatorio Petrolero Sur” aparece como pionero en el análisis crítico
de esta problemática en torno a los impactos sociales y ambientales del
fracking en estas regiones. De este modo, el trabajo de Di Risio, Pérez
Roig y Scandizzo (2012) presenta una perspectiva crítica frente a lo que
los autores definen como una “voracidad energética del capitalismo”, des-
tacan que la Argentina ya cuenta con una significativa infraestructura que
facilitaría la producción y la exportación de gas natural. A tales efectos, la
cuenca con mayores perspectivas es la neuquina, ya que combina una tra-
dición de prácticamente cien años en la explotación de hidrocarburos, con
formaciones geológicas –sobresale la de Vaca Muerta– para el desarrollo
de explotaciones de tight gas y shale gas. De este modo, la fuerte inciden-
cia de los combustibles fósiles en la matriz energética argentina, la necesi-
dad económica de las provincias de obtener “recursos genuinos” avan-
zando hacia la profundización del modelo extractivo y la creciente
demanda global de energía, son las variables que se imponen con más
fuerza. En este escenario, una vez más los costos socioambientales de la ex-
plotación de yacimientos no convencionales han quedado fuera de la dis-

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cusión por parte de los funcionarios del Estado y las empresas, quedando
en manos de las organizaciones populares forzar la discusión sobre ese
punto e impedir la agudización de un régimen de producción y consumo
de energía social y ambientalmente insustentable.
En la actualidad existen distintas líneas de investigación desde la
Ciencias Sociales que se encuentran abordando los impactos sociales y
ambientales del fracking en la Argentina contemporánea, así como los pro-
cesos de resistencia y movilización que se dan frente a este avance de la
frontera hidrocarburífera. Gran parte de estas producciones comenzaron a
publicar sus resultados preliminares en años posteriores al relevamiento
realizado desde el PISAC (Pérez Roig, 2012; Bacchetta, 2013; Svampa y
Viale, 2014; Schweitzer, 2014; Bertinat et al., 2014; Di Risio y Cabrera,
2014).
Otros conflictos socioambientales que han acontecido en la última
década en la Argentina se encuentran asociados a la ampliación de los em-
prendimientos forestales y las pasteras; la construcción de represas –en
este caso los conflictos aparecen en décadas anteriores como, por ejemplo,
en torno a la represa de Yaciretá– que anegan amplios territorios donde
son desplazadas pequeñas poblaciones rurales, campesinos y/o indígenas;
y, por último pero no menos importante, existe también una diversidad
de conflictos socioambientales ubicados en zonas urbanas y periurbanas
que se han desplegado desde la década de 1970 en adelante, ligados a la
cuestión de los residuos sólidos urbanos (RSU), refinerías y otras indus-
trias contaminantes, contaminación de ríos, arroyos y otras fuentes de
agua, inundaciones, avance urbano –ligado a la especulación inmobilia-
ria– por sobre humedales, bosques, islas y otros espacios con biodiversidad
ambiental, entre otros casos. Estos conflictos son una parte importante de
la conflictivdad ambiental de la Argentina contemporánea, no ligado a
actividades extractivas pero que también han generado importantes proce-
sos de acción colectiva y movilización social completando el mapa de los
movimientos sociales “ambientales”, tanto en áreas rurales como urbanas
que aún se encuentra en construcción, cuestión que ha sido relevada por
una vasta bibliografía de las ciencias sociales (Auyero y Swistun, 2006;
Bañuelos, Mera y Rodríguez, 2008; Carman, 2011; Di Virgilio, 2011;
Pintos y Narodowsky, 2012; Merlinsky, 2013, D’Hers, 2013; Azuela y
Cosacov, 2013).

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Al respecto, el trabajo de Seoane y Taddei (2010) da cuenta del con-


flicto suscitado alrededor de la instalación de diversas pasteras en la cuenca
del Río de la Plata, de las cuales la más paradigmática es la de Botnia sobre
el río Uruguay, en la costa uruguaya frente a la ciudad argentina de Guale-
guaychú. Este trabajo, que integra la compilación: Recolonización, bienes
comunes de la naturaleza y alternativas desde los pueblos, tiene un enfoque
ensayístico ligado a las ciencias sociales críticas. Presenta una breve reseña
del “conflicto” derivado de la instalación de la planta de celulosa en la lo-
calidad de Fray Bentos. Tal conflicto, públicamente conocido como “caso
Botnia” representa para los autores una manifestación de la difusión de los
monocultivos que responden a un modelo forestal globalizado. El texto
presenta, desde un posicionamiento crítico, los efectos y consecuencias
derivadas de ese emprendimiento, encuadrado en proyectos industriales
de producción de pasta papel. Se atribuyen, entre otros efectos de esta
actividad extractiva, la privatización y concentración de la propiedad de la
tierra en mano de empresas extranjeras, originando una suerte de latifun-
dio sin precedentes en la historia de Uruguay.
En este sentido, los autores afirman que "el alerta y la oposición a los
riesgos y las consecuencias de esta industria impulsaron, desde las acciones
de la Asamblea Ambientalista de Gualeguaychú, el desarrollo de un pode-
roso movimiento social ambiental en ambos países […] Estos movimientos
alertaron tempranamente contra los problemas provocados por la despose-
sión de tierras y la deforestación, por el tamaño y la capacidad de produc-
ción de estas usinas, por el efecto de las emisiones de gases, por los proble-
mas derivados de la producción de los agentes de blanqueo y por los vertidos
y la contaminación del agua" (Seoane y Taddei, 2009: 60). Otros trabajos
muy relevantes para el caso de la construcción de la pastera sobre el río Uru-
guay son los trabajos de Palermo y Reboratti (2007), Merlinsky (2008) y
Delamata (2009), que fueron señeros para los debates académicos que pro-
vocaron las acciones colectivas del pueblo de Gualeguaychú y otras ciudades
de Entre Ríos que se opusieron a la construcción de la Empresa Botnia en la
localidad uruguaya de Fray Bentos.
Con respecto a los conflictos en torno a las represas hidroeléctricas, el
caso más importante de la Argentina contemporánea es el de Yacyretá. El
trabajo de Barone y Ruiz Díaz (2011) da cuenta de la conformación de
una de las organizaciones de afectados por la construcción de la represa

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hidroeléctrica de Yacyretá; para ello se remonta a la década de 1980, mo-


mento de inicio de estos grupos. Se identifican por entonces los primeros
reclamos organizados, diferentes manifestaciones –desde las carpas, cortes
de ruta, hasta presentaciones formales judiciales–, que habrían sido movi-
lizadas por la población afectada y contando en ocasiones con el apoyo de
organismos provinciales o municipales. Se plantea que, como resultado,
de esas incipientes acciones, se fueron organizando las primeras comisio-
nes vecinales, con el objetivo de ir delineando posibles soluciones para los
grupos de población directamente afectada y a otros semejantes, a quienes
se los excluía del derecho a la compensación por los daños. Se identifican
en este marco la situación de exclusión social y territorial en un entra-
mado clientelar alrededor de las familias damnificadas. Las principales re-
ferencias teóricas se encuentran en la teoría de los nuevos movimientos
sociales, se dialoga con Touraine (1987) y Melucci (1994) en torno al con-
cepto de movimiento social. De este último autor toman la propuesta de
analizar un movimiento social reconociendo que en el fenómeno de la
acción colectiva tres elementos básicos: Solidaridad, conflicto y tendencia
a romper los límites del sistema al que se orienta la acción.
Con respecto a los conflictos socioambientales de las zonas urbanas y
periurbanas, el texto de Merlinsky (2008) da cuenta de estas problemáti-
cas a partir del análisis de dos casos en la cuenca baja del río Matanza-
Riachuelo (sur del Área Metropolitana de Buenos Aires) que remiten a
experiencias y trayectorias organizativas ligadas a la gestión de recursos
naturales y manejo de conflictos ambientales. El centro del interés está
puesto en la irrupción de organizaciones sociales de carácter territorial de
vecinos que surgen con una voluntad comunitarista y de fomento que en
la última década se reconfiguran organizándose como redes que contienen
una agenda más amplia –que incluye problemas ambientales y de gestión
de recursos naturales, específicamente agua y residuos urbanos– a escala y
con alcance regional (procesos de reacomodamiento de los agrupamientos
territoriales existentes y sus respectivas articulaciones en torno a la consti-
tución de nuevos escenarios de presión y negociación). De ese modo lo-
gran introducir sus reivindicaciones en las agendas locales y municipales,
politizan así la esfera territorial y plantean que son ciudadanos que residen
en territorios con “desventaja ambiental”. Proceso en el cual articularon
demandas con otras organizaciones del conurbano bonaerense constru-

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yendo lo que la autora define como “región de enunciación” que nuclea


diversos territorios con problemáticas ambientales comunes.
Los casos de estudios son el conflicto por la desafectación del relleno
sanitario de “Villa Domínico” (municipios de Quilmes y Avellaneda) y
“Foro Hídrico” (en el municipio de Lomas de Zamora) que articulan de-
mandas en torno a la gestión de agua potable y la prevención de inundacio-
nes en los barrios de la zona. Se destacan algunos elementos importantes
que dan cuenta de estas formas de acción colectiva: 1) El proceso de cre-
ciente organización de los grupos de pobladores y el incipiente nivel de arti-
culación entre organizaciones se da en el contexto de un cambio en la es-
tructura de oportunidades políticas (el escenario de creciente conflictividad
social posterior a los episodios de diciembre de 2001); 2) Las principales
propuestas y sugerencias de cambio en los modelos de gestión institucional
de los recursos naturales en los años 2002-2004 en la región bajo estudio,
son producto de la iniciativa de las organizaciones sociales, antes que del
Estado; 3) Los conflictos y la construcción de consensos; son expresiones de
relaciones de poder, antes que resultado de la aplicación de mecanismos ra-
cionales de resolución de conflictos; 4) Lo característico del proceso de agre-
gación de demandas en este caso es que los diferentes grupos de acción en el
territorio fueron articulándose y re-articulándose a lo largo del tiempo utili-
zando mecanismos flexibles y adaptativos que siguen la lógica de un agrupa-
miento de varias organizaciones y el cambio del contexto político.

6. Estudios sobre pueblos originarios y luchas territoriales

Buena parte de la producción académica de la última década ha dirigido


sus análisis en algunas de las dimensiones implicadas en el complejo pro-
ceso que envuelve la revisibilización de los pueblos originarios en el país.
Los debates principales giraron en torno a lo que se denominó re-emergen-
cia o revitalización étnica –desde distintos encuadres teóricos–, alrededor
de ello se concentraron los debates teniendo como eje los límites y alcan-
ces de la creciente autoadscripción o autoidentificación y el reconoci-
miento de derechos hacia los pueblos indígenas.
En el trabajo que constituye una referencia insoslayable en el tema, José
Bengoa (2000) analiza la reemergencia indígena como un fenómeno propio

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176 estudios sobre ciudadanía, movilización y conflicto social…

de los años noventa y cuya expansión abarca toda América Latina. Indaga
las condiciones específicas de posibilidad que lo habilitan y su extensión y
escala espacial. Identifica tres elementos relativos al contexto internacional-
mundial que, desde su perspectiva, aportarían a explicarlo: la globalización
(que en todas partes del mundo va acompañada de una valorización de las
relaciones sociales y de las identidades locales), el fin de la Guerra Fría –que
habría posibilitado la existencia de movimientos sociales que no se identifi-
can ni con el comunismo ni con el capitalismo sino con utopías arcaicas, las
hondas raíces culturales de América Latina–, y el tercer factor explicativo
estaría en los acelerados procesos de modernización que experimentaron los
países del continente desde mediados de los años ochenta. Según las evalua-
ciones de este autor, ello habría dejado como consecuencia una menor pre-
sencia del Estado y una crisis profunda de las ideas de ciudadanía sustenta-
das por los gobiernos durante más de cuarenta años (Bengoa, 2000: 23).
Desde tal óptica, la modernización en América Latina trajo aparejada la re-
gresión en la distribución del ingreso y la acentuación de las diferencias en-
tre ricos y pobres. Las ideas de desarrollo, a la que se apela frecuentemente,
toman como punto de partida el supuesto de sociedades homogéneas –des-
conociendo la historia latinoamericana y por ende la complejidad de sus so-
ciedades–. Los procesos de globalización se presentan, a su vez, como pro-
ductores de la heterogeneidad interna que genera nuevas formas de
exclusión. Ese proceso de modernización es identificado como el punto
de quiebre de los “mecanismos integrativos” propios de los Estados naciona-
les, y como consecuencia de ello emergen y se tornan visibles las demandas
por los derechos civiles indígenas.
Tal como el autor sostiene, la emergencia indígena a partir de los años
noventa debe enmarcarse en la contradicción que se genera entre la exclu-
sión económico-social y la afirmación de una nueva identidad étnica
(2000: 49). Para Bengoa, el fenómeno de la reemergencia étnica va acompa-
ñado del surgimiento o instalación de “la cuestión indígena” en la agenda
pública. Toledo Llancaqueo (2005), por su parte, ofrece una hipótesis para
comprender esa “irrupción” de los indígenas como actores políticos en los
países latinoamericanos. Este suceso se enmarcaría en lo que el autor en-
tiende como el fin de un ciclo –el del reconocimiento– y el inicio de otro –el
de los derechos territoriales– dentro de la trayectoria de los conflictos etno-
políticos en el continente. Según su perspectiva los derechos territoriales

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han ganado renovada actualidad frente a las transformaciones de una geopo-


lítica neoliberal. El ciclo que comprende entre los años 1990 y 2003, fechas
que operan como parte aguas simbólico al remitir a hitos de visibilidad a
escala continental, está marcado por las contiendas en torno a los derechos
indígenas y los conflictos etnopolíticos. Este ciclo es fundante de las con-
tiendas indígenas del siglo XXI en América Latina, en él tiene lugar “la
constitución de los movimientos indígenas como actores políticos naciona-
les y transnacionales desde donde decanta una agenda de derechos de los
pueblos indígenas… movimientos que lograron poner en el centro del de-
bate público, con distinta intensidad, sus reclamos de reconocimiento como
colectivos diferenciados…” (2005: 68).
El autor entiende que hay un conjunto de aspectos que estarían sinto-
matizando el agotamiento o fin del ciclo de reconocimiento a los pueblos
indígenas. Particularmente, advierte que los balances de puesta en práctica
de esos derechos han mostrado sus imperfecciones, insuficiencias e inade-
cuaciones, así como se han visto debilitados o anulados derechos en lo que
respecta a la territorialidad frente al avance de regímenes sobre el libre co-
mercio y medio ambiente.
La territorialidad remite a los derechos de propiedad, acceso y control
sobre tierras, recursos naturales y biodiversidad, todo lo que constituye el
núcleo duro de los derechos colectivos, y por tanto delinea el eje sobre
el cual se articulan los reclamos en el nuevo ciclo, el de los derechos terri-
toriales indígenas. Marcados estos por los procesos de globalización y neo-
liberalismo, en tanto que “la globalización económica compromete de so-
bremanera a los territorios indígenas por la intervención de las empresas
transnacionales, vía mega proyectos y enclaves” (2005: 80). El punto cen-
tral del argumento de Toledo es, en ese sentido, que los procesos contem-
poráneos tienen otros impactos territoriales, distintos a los ciclos previos
del capitalismo, “la dinámica de espacio y tiempo bajo el esquema del
Consenso de Washington tiene como rasgo característico la capacidad de
modificar incesantemente las territorialidades (2005: 82). La capacidad
de crear y modificar los órdenes espaciales sería constitutiva de todo pro-
ceso histórico y modelo económico, aunque asume en la globalización “un
nivel cualitativo distinto, pasando a ser uno de sus rasgos propios la ince-
sante creación, modificación y periclitación de territorialidades (2005:
82). Se sostiene que a partir de las reconfiguraciones territoriales surgieron

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los principales reclamos indígenas, tornándose la “tradicional” lucha por


la tierra en reclamo territorial y de derechos autonómicos (2005: 84). Vi-
raje mismo que demandó la adecuación de los instrumentos conceptuales
para abordarlo. Postula Toledo que la complejidad implicada en el deno-
minado “giro territorial” requiere considerar múltiples dimensiones y los
diversos sentidos que asume la noción de territorio: como jurisdicción,
como espacio geográfico, como hábitat (conjunto sistémico de recursos),
como biodiversidad y conocimiento (expresión de derechos de propiedad
intelectual) y como espacialidad socialmente construida en vínculo con la
historia y la identidad (2005: 87). Concluye esta propuesta en que las
contiendas indígenas del presente son explícitamente etnoterritoriales, de
defensa y reconstrucción de los territorios indígenas, “contiendas que
emergen en etnoterritorios que se ven amenazados o fracturados […] la
multiplicación de las contiendas etnoterritoriales se intensifican, emergen
y multiplican por la fuerza de los hechos, por los impactos de liberaliza-
ción económica […] contiendas que son al mismo tiempo transnacionales
y territoriales” (2005: 94).
Este fenómeno ha sido encarado desde distintos encuadres teóricos
dando lugar a sendos debates respecto a la pertinencia de entenderlos y
definirlos como reemergencia o revitalización étnica. Entre otros autores,
Briones y Ramos (2010) discuten el uso de la noción de re-emergencia y
su pertinencia para el caso argentino, en tanto entienden que obtura la
comprensión de estos procesos en su larga duración y gestación, ya que los
pueblos indígenas por cerca de 200 años –y de modo ininterrumpido–
han sostenido reclamos y demandas, ante las autoridades coloniales pri-
mero y republicanas después, por sus tierras comunales, aunque estas se
expresarán por vías singulares o mediante mecanismos judiciales sin gene-
rar directamente visibilización pública. Por ende, asumir la actual expre-
sión como una re-emergencia es desconocer o subvalorar la continua y
profunda historicidad de esos reclamos.
Otro aspecto, particularmente controversial, es el caso de pueblos in-
dígenas que desde las narrativas oficiales de “la Nación” y también los dis-
cursos históricos provinciales se daban por desaparecidos o extintos, en el
marco del proceso que Briones (2005) definió como formación de alteri-
dades, tanto en el espacio nacional como hacia dentro de las provincias.
Entre tales casos puede señalarse el de los grupos huarpes (San Juan y

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Mendoza), ranqueles (La Pampa) y diaguitas (Salta, Tucumán, Catamarca


y Santiago del Estero), quienes experimentan una notable visibilidad en el
presente y han alcanzado importantes niveles de organización política
–comunitaria, en espacios supracomunales, uniones interprovinciales y re-
des nacionales–. Sin embargo, y aunque cuentan con el reconocimiento
legal como pueblos y comunidades indígenas y accedieron al otorga-
miento de sus respectivas personerías jurídicas –y a cargos de representa-
ción en agencias estatales–, su autenticidad es frecuentemente puesta en
cuestión o sospechada y por tanto debe ser robada, tal como muestran los
trabajos sobre los ranqueles de Lazzari (2007 y 2010), sobre los huarpes
(Escolar, 2007), kollas (Karasik, 2010), tapietes (Hirsch, 2010), diaguitas
(Sabio Collado, 2013). Frente a esta paradoja los distintos pueblos o na-
ciones indígenas han ido construyendo o fijando lo que Escolar (2007),
desde el estudio del caso de los huarpes definió como estándares de autenti-
cidad. Desde y a través de estos se demarcan criterios y parámetros indica-
tivos de una auténtica y verdadera indianidad.
Distintos estudios indagaron sobre tales aspectos enfatizando en el
carácter problemático y complejo de las políticas de reconocimiento,
que desde las agencias estatales –y estructurados en base a una lógica y
racionalidad específica– prefigura el modo y la forma no solo mediante
los cuales los pueblos indígenas deben expresar su diferencia o particula-
ridad cultural sino también ciertos itinerarios y procedimientos a través
de los cuales validarse institucionalmente como tales. De cierto modo
estas problematizaciones condujeron a que buena parte del debate con-
temporáneo se concentre en las relaciones entre Estado y Pueblos Indí-
genas. Algunas perspectivas pusieron el foco sobre las políticas estatales,
el marco jurídico y su instrumentación mientras otras al nivel de las
prácticas políticas, las modalidades de acción y de formación de colecti-
vos indígenas. Los trabajos de Tamagno (2014) y Briones (2015) con
matices y enfoques diferentes realizan balances y evaluaciones respecto a
los límites y alcances de las políticas estatales de la última década dirigi-
das a los pueblos indígenas. Particularmente el trabajo de Briones ana-
liza los efectos de las políticas indigenistas sobre el movimiento indígena
y se propone discutirlo desde la clave de la transformación en los estilos
de construcción de hegemonía cultural que signaron la dinámica de los
últimos diez años.

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Este escenario, que presenta rasgos comunes y a la vez matices propios


en la geografía múltiple que compone el actual espacio nacional, es lla-
mado con cierta ironía: “el florecimiento de los pueblos indígenas” o “la
primavera étnica”, enfatizando en la aparición de “nuevos” grupos indíge-
nas y en la multiplicación de comunidades identificadas con diversas
etnias. Distintos autores coinciden en remontar este proceso a la década
de 1990, momento en que el fenómeno empieza a activarse en todo el
continente –como ya antes se señaló–, y numerosas organizaciones indíge-
nas comienzan a idear estrategias organizativas y a crear espacios y ámbitos
de representación alternativos a los existentes hasta entonces. Asimismo,
fue que se planteó una agenda política diferente, de carácter más confron-
tativo, apuntando a solucionar los “problemas estructurales”, de ello que
la cuestión territorial fue constituyéndose en el tema central. Esto fue re-
cientemente destacado por Radovich, quien afirma que “las distintas orga-
nizaciones indianistas de las provincias argentinas, en su gran mayoría,
plantearon una política de duro enfrentamiento con los gobiernos provin-
ciales y nacional, ante el embate de las políticas económicas neoliberales
implementadas durante el decenio (1989-1999), gobierno del presidente
Carlos Menem” (2014: 137-138).
En los años noventa, mientras empiezan a cobrar notoriedad las de-
mandas indígenas mediante la instalación pública del acceso y derecho a
la tierra como la problemática social de mayor urgencia, mediante la re-
forma de la constitución de 1994 –y específicamente el artículo 75º in-
ciso 17– se habilita un nuevo marco jurídico para encuadrarla. Este he-
cho es considerado como un hito indiscutible en el plano jurídico, en lo
que respecta al reconocimiento de derechos hacia los pueblos origina-
rios. En distintos estudios, entre otros Radovich, (2014), Gordillo y
Hirsch (2010) y Gorosito Kramer (2008), se retoma parte de los funda-
mentos de la ley que afirman: “Reconocer la preexistencia étnica y cultu-
ral de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identi-
dad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la
personería jurídica de sus comunidades, la posesión y propiedad comu-
nitaria de las tierras que tradicionalmente ocupan; regular la entrega de
otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será
enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes o embargo. Ase-
gurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a

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los demás intereses que los afecten. Las provincias pueden ejercer concu-
rrentemente estas atribuciones”.
Según sostienen Gordillo y Hirsch (2010), la reforma de la constitu-
ción de 1994 galvanizó un notable nivel de militancia indígena que desde
1992 y como parte de la campaña contra los festejos por el quinto cente-
nario del “descubrimiento de América”, propició debates que incrementa-
ron la visibilidad pública de estos grupos, facilitándose así la articulación
de nuevas luchas. A nivel continental también suceden hechos de notable
trascendencia que aportan en esa dirección, como el levantamiento ar-
mado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional –en Chiapas, México,
enero de 1994–. Organización compuesta por comunidades indígenas de
las distintas etnias que habitan el sureste mexicano.
Los antecedentes de las organizaciones indígenas en la Argentina,
como Gordillo y Hirsch (2010) plantean, remontan sus orígenes a media-
dos de los años setenta, cuando dirigentes y militantes indígenas comenza-
ron a demandar un nuevo marco legal para la adquisición de derechos a
nivel nacional, iniciándose así un largo proceso y camino de organización.
Los distintos diagnósticos sobre la actualidad de los pueblos indígenas
coinciden en que la lucha por la tierra es un problema histórico en la Ar-
gentina y que está ligado al modo en que se entablaron los vínculos fun-
dantes entre Estado y pueblos indígenas. Se ofrecen y proponen periodiza-
ciones de acuerdo al foco que plantea cada autor. Algunos postulan una
organización en fases que se remontan al último cuarto del siglo XIX y
que marcarían el desplazamiento desde un plan de exterminio y persecu-
ción hacia una especie de “inclusión subordinada”, “integración” o reco-
nocimiento. Sin embargo, y a pesar de que se modifica el escenario a lo
largo del siglo XX y principios del XXI, es común que se afirme que este
constituye un conflicto que no solo no ha sido resuelto, sino que además
alcanzó magnitudes y efectos inusitados.
Hay importantes hitos en ese sentido, ligados a las movilizaciones que
en la década de 1990 abrazan un importante conjunto de demandas entre
las cuales “el conflicto de tierra” va cobrando centralidad y agrupa a diferen-
tes pueblos y etnias, entre ellas las comunidades wichí de Salta. Estas, parti-
cularmente, inauguran la práctica de los cortes y bloqueos de rutas al man-
tener interrumpido por más de 20 días –entre agosto y septiembre de
1996– el tránsito del puente internacional Misión La Paz-Pozo Hondo. A

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este suceso se han referido Carrasco y Briones (1996) en el trabajo La tierra


que nos quitaron, publicación que constituye una referencia obligada sobre el
proceso organizativo del pueblo wichí y también ha sido analizado por Bu-
liubasich y Rodríguez (1997) y Gordillo y Leguizamón (2002). El formato
que asumirá aquella protesta en el transcurso de la década posterior se gene-
ralizará cuando los piquetes se extiendan a lo largo de todo país y se expre-
sen fuertemente en las cercanas localidades de General Mosconi y Tartagal.
El gobierno de Néstor Kirchner y el diseño de específicas políticas
públicas crea un nuevo escenario a partir del que se re-definen la forma y
los términos del relacionamiento entre Estado y colectivos sociales y, par-
ticularmente, entre Estado y organizaciones indígenas.
El Censo Nacional de 2003, que en su cuestionario incluye la posibi-
lidad de la auto-adscripción indígena, es una expresión de ese nuevo
marco de relacionamiento entre Estado y pueblos indígenas.
Hecho que se inscribe en un conjunto de gestos políticos, acciones
simbólicamente significativas y que a nivel discursivo sostienen consignas
como “la reparación histórica” del Estado nacional con los pueblos origi-
narios. Desde la perspectiva de analistas sociales, como Gorosito Kramer
(2008), estos gestos se consideran insuficientes, pues se entiende que el
marco de reconocimiento no tuvo incidencia directa sobre las condiciones
materiales de vida, y que los problemas y conflictos de acceso a la tierra y a
los recursos naturales en general no han sido resueltos.
Desde una perspectiva afín, Tamagno mira con preocupación “la con-
tradicción entre un mayor reconocimiento de las presencias indígenas
junto a una valoración positiva de su visibilidad por un lado y por el otro
la imposibilidad de que los reclamos por tierra, vivienda, educación y sa-
lud sean satisfechos. Una visibilidad que, es importante reconocer, no es
ajena ni a la trayectoria de lucha del movimiento indígena en su conjunto,
ni a los espacios generados por las políticas estatales en respuestas a las de-
mandas de los pueblos indígenas” (2014: 13).
Así, son coincidentes los señalamientos acerca de que en este período
en el que sucedieron los mayores avances formales –en materia de recono-
cimiento legal de derechos– igualmente se incrementaron los reclamos y
denuncias por violaciones de estos mismos derechos. Inscriptos en el
avance de la frontera agropecuaria y principalmente del monocultivo de
soja, que se expandió por sobre territorios que en algunos casos están efec-

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tivamente bajo ocupación y uso de pueblos indígenas y en otros están


siendo objeto de reclamo por parte de estos. Las principales consecuencias
de ese avance ya fueron reseñadas en el apartado 5 de este capítulo, y se
enmarcan en procesos definidos como de “desposesión” o “neocolonia-
lismo”, que provocan el desalojo de grupos que bajo derecho consuetudi-
nario y por varias generaciones hicieron uso de la tierra sin poseer docu-
mentos legales que los amparen como “propietarios” u ocupantes. La
dinámica de adquisición de las tierras tiene la forma de una marcada
concentración de grandes extensiones en manos de un reducido grupo de
propietarios, que en algunos casos integran consorcios y corporaciones
empresariales de capitales internacionales, lo cual se inscribe en el cambio
de paradigma y de modelo que tuvo lugar en la última década con los
“agrobussines” y la “sojización”. Con la presencia de estos actores se agudi-
zaron los problemas no solo por la tierra sino también por otros recursos,
por el acceso al agua y su distribución, a la par de los daños ambientales
provocados por los desmontes y la tala indiscriminada de bosques nativos.
A modo de ilustración basta retomar lo advertido en relación a las muertes
producidas en el seno de disputas por la propiedad, reconocimiento o ti-
tularidad, en instancias de desalojos o ante el intento de frenar desmontes.
En el sentido de lo antes dicho, Radovich planteó que “en algunas
provincias el enfrentamiento entre organizaciones y los gobiernos provin-
ciales ha conducido a formas de violencia y de represión de las protestas
con marcada virulencia (asesinatos impunes, judicialización de los recla-
mos, procesamiento de dirigentes, manipulación del miedo, desalojos
compulsivos y usurpación de territorios). Todo ello en un marco de mani-
pulaciones informativas cuya base argumental en algunos casos suelen ser
diversas formas de racismo y etnofobia como expresiones de intolerancia y
discriminación (Radovich, 2014: 141).
En parte, como resultado de la presión y demanda de los colectivos
indígenas y campesinos y también por la sostenida denuncia mediática en
2006 se declara “Emergencia territorial en materia de posesión y propie-
dad de las tierras ocupadas por las distintas comunidades indígenas del
país” mediante la sanción de la Ley 26.160, prorrogada en dos ocasiones
(2009 y 2013). Se establece allí que no podrán efectuarse desalojos hasta
tanto se concluyeran las tareas de relevamiento territorial (técnico, jurí-
dico y catastral) en todas las provincias de los territorios reclamados por

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las comunidades. Labor que entonces se encomienda al Instituto Nacional


de Asuntos Indígenas –creado a mediados de la década de 1990–. Tal
como sostiene Radovich (2014), y plantean principalmente dirigentes y
militantes, esta ley constituyó un freno parcial al avance especulativo de
ciertas formas de “neolatifundismo” sobre los territorios indígenas. En al-
gunos casos la causa se atribuye a los desacuerdos entre los gobiernos loca-
les y ciertas organizaciones indígenas en algunas provincias (Neuquén y
Formosa, por ejemplo) que habrían imposibilitado su aplicación con total
efectividad (2014: 138). En otras situaciones la no aplicación de esta legis-
lación encuentra explicación en las alianzas y connivencia entre gobiernos
locales y grupos empresariales, donde el resguardo de intereses y beneficios
económicos de los segundos se impone por sobre los reclamos de las orga-
nizaciones y pueblos indígenas, quienes tampoco encuentran amparo en
los fueros legales locales y provinciales.
Trinchero y Valverde (2014), en un trabajo recientemente publicado
por CLACSO, caracterizaron este proceso como “una combinación entre
la creciente conformación de los pueblos indígenas como sujetos sociales,
un reconocimiento jurídico que implica un avance (si bien con grandes
dificultades en su concreción), políticas públicas que conllevan la partici-
pación y gestión (o cogestión) de algunos ámbitos gubernamentales y una
estructura económica que, a contrapelo de lo anterior, recrea permanente-
mente procesos de desterritorialización de comunidades indígenas. Facto-
res que, en definitiva, confluyen en una creciente presencia indígena, pero
a la vez signan la paradójica realidad actual de estos pueblos, cuyos efectos
se expresan en los agudos conflictos territoriales que se vienen registrando
a lo largo del país” (2014: 2016).
Estos autores, al igual que los que han puesto en el centro de los aná-
lisis los aspectos económico-estructurales de este proceso, explican la com-
pleja y contradictoria situación que caracteriza a la Argentina por la con-
junción entre la genealogía histórica en la vinculación del Estado-nación
con los pueblos originarios y los intereses que expresan las dinámicas de
acumulación del capital extractivo regional (hidrocarburífero, agrario, tu-
rístico, etc.). Ello impone límites estructurales a la voluntad actual de
transformación de las diversas políticas públicas específicas, así como a la
concreción de múltiples derechos resultantes del reconocimiento hacia los
pueblos originarios (Trinchero y Valverde, 2014: 2016).

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Esas contradicciones y los “límites estructurales”, así como el desen-


cuentro entre los gestos simbólicos de reconocimiento y la efectiva instru-
mentación de políticas que revirtieran la situación crítica de los pueblos
originarios, encontraron en el gran acto por la conmemoración del Bicen-
tenario de la Independencia Nacional un escenario y arena propicia para
expresarse, un espacio simbólicamente habilitante para formular pública-
mente reclamos y denuncias.
Trinchero y Valverde (2014), recuperan como introducción a su artí-
culo parte de la crónica de aquellos sucesos ofrecida por el diario Página/12,
se enfatiza allí en que los grupos indígenas –representantes de diez distintas
provincias– ingresaron a la Plaza de Mayo entonando la consigna “La tierra
robada, será recuperada”. La denominada “Marcha del Bicentenario” consti-
tuyó un hito, sostienen estos autores, no solo por lo que significó a nivel
simbólico que numerosas columnas integradas por indígenas de todo el te-
rritorio nacional –recorriendo provincia a provincia en algunos casos–, via-
jaran hacia el corazón y capital del país para coparla con sus ropajes y con-
signas, sino también porque en paralelo a este acontecimiento sucederá un
hecho inédito. Un conjunto de dirigentes indígenas fue recibido por la Pre-
sidenta de la Nación haciendo lugar a la entrega de un petitorio con sus
principales reclamos. Otro factor que tornó paradigmático a este suceso es
que representa un trascendental hecho político, pues divide y marca distin-
tos posicionamientos entre las organizaciones indígenas, cuestiones que han
sido analizadas por Briones (2015). Por un lado, numerosas organizaciones
marcharon hacia la Plaza de Mayo para demostrar su apoyo a las políticas
implementadas desde el Gobierno Nacional, encolumnándose con la multi-
tud que acudió a festejar; por otro lado, al menos quince dirigentes de co-
munidades indígenas encabezaron una columna de manifestantes que, en
representación de diversos Pueblos Originarios, exigieron ser atendidos por
la Presidenta de la Nación, reafirmando en tal instancia que estaban allí para
ratificar reclamos y por las deudas pendientes. En ocasión de la reunión con
la mandataria entregaron un petitorio cuyos puntos centrales giraban en
torno a la tierra y los recursos naturales, solicitando que efectivamente se les
entregaran las tierras que les pertenecen y un compromiso de cancelar las
concesiones hechas a las grandes corporaciones, para explotación minera e
hidrocarburífera y para explotaciones forestales y desmontes en algunas re-
giones del país. Allí habrían resonado los planteos sobre “extranjerización de

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la tierra” y su expoliación, sobre la destrucción y expropiación de los recur-


sos naturales y de los bienes comunes.
La multitudinaria presencia indígena en aquel gran suceso, su televi-
sación y cobertura por los medios de comunicación implicó que, de cierto
modo, las organizaciones indígenas se mostraran incluidas, integradas en
los festejos conmemorativos, formando parte de esa Nación que se cele-
braba a sí misma. La contracara de esta imagen se expresó en el petitorio
entregado a la Presidenta, donde se ratificaban las históricas deudas del
Estado con los Pueblos originarios y se denunciaban las políticas depreda-
torias respecto a los recursos naturales y los beneficios de grandes corpora-
ciones en ello. La cuestión que allí se denunciaba constituía entonces un
tema de agenda que unos años antes se instaló públicamente y fue inte-
grada al repertorio de reclamo de todos los colectivos sociales ambientalis-
tas, indígenas y campesinos.
En el trabajo titulado “Audiencias y contextos: la historia de ‘Benetton
contra los mapuches’”, de Claudia Briones y Ana Ramos (2005), se ana-
liza el conflicto entre la empresa Benetton y una familia mapuche de Chu-
but. Este, según sostienen, cobró una trascendencia, estatus y magnitud
distinta a la que solían adquirir por entonces los casos jurídicos e injusti-
cias que involucraban a indígenas en la provincia. Tal como postulan las
autoras, el caso obtuvo rápidamente su formato de historia y su puesta en
escena en distintos medios de difusión. Comenzó a conocerse a fines del
año 2002, a partir de los comunicados de prensa de la “Organización de
Comunidades Mapuche Tehuelche 11 de Octubre” (OCMT), que desde
entonces acompañó a la familia mapuche que protagonizó el conflicto y
enmarcó el caso en la lucha más amplia de un Pueblo, a la vez que este fue
instalándose mediáticamente y alcanzó trascendencia nacional. Ello ilustra
que en aquellos años no solo se había logrado situar el tema de la “extran-
jerización” como una preocupación y problema socialmente reconocido,
sino también que en torno a este ya estaba operando una particular sensi-
bilidad social. A partir de esta era posible juzgar la amenaza que constituía
para los “legítimos” o “antiguos” propietarios de la tierra la concentración
de las propiedades en mano de agentes anónimos y muy poderosos, de
grandes empresas y corporaciones internacionales.
En relación al pueblo mapuche existen además estudios que enfocan
estos procesos de “desapropiación” desde otro ángulo. En el trabajo “De-

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mandas territoriales del pueblo Mapuche en área de Parques Nacionales”


Sebastián Valverde (2010), analiza el modo en que, durante la última dé-
cada y a partir del año 2003, diversos grupos familiares mapuche activa-
ron un recorrido de reafirmación identitaria y territorial dentro del área de
Parques Nacionales, lo cual implica, en algunos casos, el retorno a territo-
rios ancestrales de los que habían sido expulsados.
Se plantea que la reciente conformación de “comunidades” y su
readscripción étnica mapuche está vinculada estrechamente con el diseño
y planificación de diversas políticas estatales. Un hito significativo en ese
sentido lo constituye la conformación del “Parque Nacional Nahuel
Huapi”, en el año 1934 (en la región cordillerana de Norpatagonia), lo
que apareja importantes consecuencias para “chilenos” e “indígenas”, pro-
duciendo migración y expulsión de las áreas rurales ocupadas por estos
pobladores. Sostiene el autor que el imaginario promovido por la elite
conservadora de la década de 1930, consolidará la impronta de esta zona
–y sus centros urbanos de referencia, San Carlos de Bariloche y Villa la
Angostura– como un área pretendidamente “natural”, “virgen”, con remi-
niscencias “alpinas”, construcción simbólica que habría cimentado el pro-
ceso de despojo. El cual, además, acentuaría la estigmatización y persecu-
ción de la cual ya habían sido objeto a partir de la denominada “Conquista
del Desierto” que tuvo lugar a fines del Siglo XIX.
El autor formula como hipótesis que el proceso de “retorno” al territo-
rio originario, en conjunción con un proceso de reactualización identitaria
mapuche, se configura en el campo de posibilidades y límites dados por las
transformaciones socioeconómicas y políticas que afectan a estos grupos fa-
miliares y las trayectorias histórico-sociales específicas de estos sujetos. Po-
seen una relevancia central las políticas de las jurisdicciones en que se han
asentado históricamente estas poblaciones y en las cuales focalizan su re-
clamo en la actualidad. Esto incluye la manera en que han configurado a las
poblaciones indígenas, el usufructo y acceso al territorio, y la forma en que
estos posicionamientos han viabilizado u obstaculizado –en cada momento–
la etnicidad mapuche y las demandas territoriales. Se señala que Parques
Nacionales, a contramarcha de la política restrictiva aplicada a lo largo del
siglo XX, en la última década otorgó cierto reconocimiento a indígenas y
criollos, mediante una forma de gestión que habilita la participación de las
comunidades asentadas en la jurisdicción de Parques Nacionales.

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Sostiene Valverde (2010) que, una vez conformada esta institución, la


política hacia los habitantes que quedaron dentro de su jurisdicción tuvo un
carácter dual: muy laxa cuando se trataba de ceder territorios a vecinos pres-
tigiosos, y sumamente estricta en el cumplimiento de las normativas vigen-
tes si los aspirantes eran personas de escasos recursos –más aún si eran chile-
nos e indígenas–. “Mientras a los primeros se les otorgaron títulos de
propiedad, a los segundos la Administración de Parques Nacionales les en-
tregó Permisos Precarios de Ocupación y Pastaje […] en muchos casos, ni
siquiera los habitantes originarios lograron este estatus de ocupantes preca-
rios, y la política fue la expulsión” (Valverde, 2010: 73). Añade el autor que,
además, en concordancia con “la expropiación” hacia la población de esca-
sos recursos, la institución fue clave en la impronta simbólica asignada a la
región, concordante con el ideal estético y social que la clase dominante de-
seaba para el lugar: una suerte de “Suiza Argentina”, favorecido esto por
cierto parecido físico con los Alpes. De ello que en las áreas del Parque Na-
cional Nahuel Huapi la intensa política de expulsión y homogeneización de
los pobladores rurales incidió en la estigmatización e invisibilización indí-
gena, por ende, en la ausencia de reconocimiento de comunidades.
Sostiene Valverde que, en San Carlos de Bariloche, se efectuó un cam-
bio sustancial al reconocer en la Carta Orgánica Municipal –modificada
también en el año 2007– al Pueblo Mapuche como preexistente. Se evalúa
que tal cambio confiere ciertas particularidades a las organizaciones origi-
narias de Río Negro y Bariloche, las que se tornarían inteligibles solo a la
luz de procesos históricos que han configurado determinadas relaciones
interétnicas. También son estas particularidades las que explicarían el pe-
dido de formalización de comunidades (que ya existían como tales, pero
hoy solicitan su regularización), profundizándose así la heterogeneidad ét-
nica mapuche ya presente (2010: 75-76).
El escenario fue ganando complejidad en los últimos años, según en-
tiende el autor, dado que diversos grupos familiares que residen en las lo-
calidades de la zona –principalmente Bariloche, pero en menor medida
Villa La Angostura y El Bolsón– vienen efectuando múltiples reafirmacio-
nes identitarias y territoriales en los ámbitos originarios en diversas áreas
del Parque Nacional Nahuel Huapi o de los ejidos municipales (que antes
correspondían al área de reserva natural y luego fueron desafectadas al ser
ampliados estos ejidos) […] históricamente han hecho uso de dichos terri-

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torios –aunque no estuviera en muchos casos formalizado el usufructo de


los mismos–, ya sea por diversas vinculaciones familiares, ocupaciones a
través de trabajos estacionales y/u ocupaciones domésticas, es decir que
siempre hubo presencia en los mismos (Valverde, 2010: 77).
Para el autor, el proceso de reafirmación identitaria y territorial es re-
sultado de factores complejos y multicausales. En primer lugar, es en este
ámbito urbano –al cual debieron migrar los indígenas fruto precisamente
de un proceso de expulsión– donde se han producido las reactualizaciones
identitarias mapuches, así como diferentes experiencias organizativas, en
plena coincidencia con casos comparables en la Argentina y en el con-
junto de América Latina. Este proceso responde también a las nuevas ten-
dencias que precisamente explican la “Emergencia Indígena en América
Latina” que caracteriza Bengoa (2009), antes mencionado. Plantea Val-
verde que, paradójicamente, la propia configuración de la “Suiza Argen-
tina”, a partir de sus múltiples contradicciones ha creado el marco para la
conformación de los indígenas como sujetos sociales y políticos, lo que les
ha posibilitado reivindicar la posesión de sus territorios ancestrales (Val-
verde, 2010).
Desde otros estudios también se refuerza la línea de argumentación que
ratifica la importancia de ejercitar una perspectiva procesual de largo al-
cance, considerando que las recientes derivaciones y dinámicas organizativas
de los grupos indígenas se inscriben en un recorrido y trayectoria colectiva
que atraviesa todo el siglo XX, se anuda a las configuraciones de poder loca-
les, tiene que ver con las interrelaciones con diversos actores y encuentra en
específicos hitos sus antecedentes y condiciones de posibilidad.
Tomando como caso paradigmático el de una comunidad kolla de
Finca Santiago (Iruya, Salta), Marina Weinberg analiza el proceso de orga-
nización y lucha por “recuperar” su territorio y acceder a la propiedad de
las tierras en las comunidades kollas de la puna salto-jujeña. Para Wein-
berg (2004), este caso puede ser tomado como paradigmático para abor-
dar el proceso y recorrido histórico de demandas y reconocimientos de
derechos entre pueblos indígenas y Estado en la Argentina. Entiende la
autora que ello es así en la medida en que en el año 1994 –con la reforma
de la Constitución y el reconocimiento de su pre-existencia– la comuni-
dad obtuvo el título de propiedad comunitaria del territorio ancestral-
mente ocupado. Según entiende, esto se debe menos a una concesión de

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parte del Estado que a una larga lucha, al desarrollo de estrategias y a las
distintas formas de organización política que fueron desarrollando a nivel
comunitario y en relación a los estados nacional, provincial, municipal y
con organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales con
injerencia en ese espacio local como el Banco Mundial.
La autora asume como punto de partida que la lucha por la tierra es
un problema histórico en la Argentina y que, a pesar de los cambiantes
escenarios a lo largo del siglo XX y principios del XXI, es un conflicto que
aún no ha sido resuelto –esta evaluación, como antes se indicó, es com-
partida por los investigadores especializados en la temática–. Para sostener
esta afirmación, Weinberg reconstruye distintos contextos y rastrea hitos
significativos, que abarcan desde la instancia de “expropiación” del territo-
rio a los pueblos indígenas mediante persecución y hostigamiento de esa
zona entre fines del XIX y primeras décadas del XX (en la llamada Cam-
paña del Chaco), la posterior apropiación por parte de las familias de elite
salteña –donde se asienta el ingenio azucarero San Martín del Tabacal– y
la consecuente explotación económica de ese territorio.
Se considera que la Campaña del Desierto fue el inicio de una etapa
de persecución y sometimiento efectuado desde el Estado argentino hacia
los pueblos indígenas que habitaban el territorio nacional, en las regiones
de Pampa y Patagonia, esquema que luego se reprodujo en la ocupación
de el Gran Chaco. “El principal objetivo de esos avances militares fue au-
mentar la cantidad de tierra disponible para la explotación capitalista en
manos de unas pocas familias de la oligarquía nacional. Una vez logrado,
las poblaciones originarias de esos territorios se vieron obligadas a trans-
formarse en fuerza de trabajo de los nuevos propietarios de sus tierras ya
que fueron desalojados de todos sus bienes, lo que constituía otro de los
objetivos del plan de apropiación territorial (Weinberg, 2004: 46-47).
La investigadora entiende que, en la década de 1940, los reclamos de
la población indígena tuvieron un nuevo espacio para ser escuchados, de-
bido a las expectativas generadas entre la población de la Puna por las
medidas que impulsó J.D. Perón desde la Secretaría de Trabajo. Ello fue
de tal modo que “el 15 de mayo de 1946 partió desde Abra Pampa (Jujuy)
una caravana bautizada como Malón de la Paz […] conformada por repre-
sentantes del pueblo kolla de Finca San Andres, Finca Santiago y otras
comunidades de la Puna Jujeña […] tenía como fin llegar a Buenos Aires a

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pedirle al presidente Perón que extendiese la justicia social a los indígenas”


[…] “Si bien el acontecimiento no tuvo resultados positivos, es recordado
como un hito fundamental que sentó precedentes en la lucha del pueblo
kolla y luego fue recuperado como bandera en las demandas resurgidas
hacia fines de la década del 80” (Weinberg, 2004: 51-53).
Este antecedente se suma a las condiciones que habilita la reforma de
la Constitución Nacional de 1994. Para Weinberg, allí la comunidad kolla
de Finca Santiago encontró un marco legal para viabilizar sus demandas y
presentó una nueva propuesta de ley de expropiación de la Finca. En di-
ciembre de 1999 les fue entregado el título de propiedad de las tierras a
nombre de la comunidad indígena del Pueblo Kolla de Finca Santiago y
desde entonces, con la tenencia legal, se empezó a recuperar y reconstruir
su historia social y cultural, trabajo que se vio reforzado con la presencia
del Consejo Kolla, que en 1997 sancionó su Estatuto General de funcio-
namiento” (2004: 55-56).
En el año 2000, esta comunidad se inscribe en un proceso de otras
características, resultó seleccionada por el Banco Mundial para un pro-
yecto de desarrollo orientado a la gestión de los recursos naturales. To-
mando ese antecedente, Weinberg sostiene que “en la actualidad no se
puede realizar ningún tipo de análisis sobre pueblos indígenas sin tener
en cuenta su relación con el Estado, organizaciones no gubernamentales
u organismos multilaterales de crédito”. Desde esta perspectiva, se
afirma que los pueblos indígenas deben ofrecer un discurso lo suficiente-
mente homogéneo que le permita mostrar un elevado nivel de unidad
hacia adentro independientemente de cómo sean las relaciones en la
práctica. “Estas demandas provocan a la vez un proceso de reafirmación
de su identidad que no está respaldado por una aceptación generalizada
fuera de la comunidad. Se obliga a los pueblos indígenas a exacerbar su
identidad a la vez que dicha identidad no encuentra eco positivo en el
resto de la sociedad de la cual forman parte” (Weinberg, 2004: 61).
En la misma tónica de estos trabajos, pero poniendo el énfasis más que
en el proceso de expropiación en las fatales consecuencias que este apareja,
Álvarez Leguizamón (2011) analiza el vínculo entre la expansión del mono-
cultivo de soja, al que llama sojización, y un caso de etnocidio. Además, liga
este fenómeno a un conjunto de otras variables y dimensiones, proponién-
dose poner de relieve la directa implicación entre las nuevas formas de ex-

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pansión del capitalismo y su lastre colonial, su carácter de colonialidad del


poder. Se toma como caso la expansión de los cultivos de soja transgénica en
Salta –localizada en la transición entre la yunga y el chaco seco– desde una
perspectiva que vincula las formas actuales de producción de pobreza con el
desarrollo de los agronegocios. La autora se focaliza en lo que considera “los
síntomas dolorosos del proceso” y paradigmas de las formas de dominación
neocoloniales del presente, el caso de las muertes por hambre de niños per-
tenecientes a los grupos indígenas –de la etnia wichí– que habitan en la zona
de expansión de la frontera agropecuaria. Postula que la muerte por hambre
en esa zona no sería novedosa, sino que se encuentra agudizada por los in-
tensos procesos de expropiación de los medios de subsistencia necesarios
para la reproducción de la vida, tales como el agua y el bosque.
El estudio se estructura en base a un conjunto de relaciones, principal-
mente entre nuevas formas de acumulación y producción de la pobreza: “los
procesos de acumulación originaria, de transferencia de riquezas, de expro-
piación de medios de subsistencia dan cuenta de un “desarrollo particular
del capitalismo local transnacionalizado” (2011: 19). Álvarez Leguizamón
propone que este proceso cobra la forma de “un renovado modelo agroex-
portador globalizado”, que habría sido promovido como las “mejores” polí-
ticas de “desarrollo nacional”. Las que sin embargo concentran cada vez más
la riqueza y producen pobreza y expropiación de medios de subsistencia”.
En ese sentido es que la soja se constituye en caso testigo, dado que la ri-
queza producida se concentra en los productores y la multinacional que mo-
nopoliza el rubro, siendo una típica forma de nuevo enclave productor de
efectos depredadores (2011: 22).
Postula Álvarez Leguizamón que estas transformaciones “generan
fuertes procesos de etnocidio” provocados por la ocupación del territorio
que expulsa, desaloja o acorrala a las poblaciones que vivían de los recur-
sos de monte. Retoma la clave de explicación también propuesta por los
autores antes señalados, quienes vinculan este fenómeno con una suerte
de acumulación originaria constante. “Se apropian medios de subsistencia
y de reproducción material y cultural de la vida de grupos de población
aborigen y campesina, con anuencia de los sectores de poder gubernamen-
tal y bajo discursos prácticos neocoloniales…” (Álvarez, 2011: 29).
Entre los distintos aportes que realiza este trabajo se puede resaltar
la conexión entre los procesos que suceden a gran escala y su incidencia

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local, ofreciendo un panorama de las transformaciones neoliberales, sus


territorializaciones y el desarrollo de los agronegocios en Salta. El análi-
sis remite a aspectos específicos de las relaciones de dominación a escala
local, a sus resabios coloniales, inscribiendo los procesos actuales en una
larga temporalidad y de allí el anudamiento propuesto entre guberna-
mentalidad neoliberal y neocolonialismo.
En ese mismo sentido se orientan otros de los trabajos antes mencio-
nados, con el propósito de poner de relieve el continuo despojo y expro-
piación que caracteriza la relación entre Estado y pueblos indígenas. En
estos se enfatiza sobre los paralelismos entre el período de formación y
despliegue del Estado capitalista (de fines del siglo XIX) y las transforma-
ciones propias de su reestructuración neoliberal, agudizada desde la dé-
cada de 1990 en adelante, a diferencia del anterior, que remite al matiz
colonial de este. Si bien en ambos escenarios la cuestión territorial es la
base de los ajustes y el lugar en donde las disputas se despliegan, hay dife-
rencias sustantivas y condiciones históricas específicas que enmarcan una
y otra. En ese sentido, sin duda el panorama presentado a través de los di-
versos estudios de caso reseñados hizo posible mostrar que los procesos de
organización política y el reclamo por la tierra y el territorio también se
remontan a la larga y profunda temporalidad. En ese sentido, aun cuando
algunos autores enfaticen en que la novedad del escenario que se abre
desde los años noventa en adelante es la irrupción de los grupos indígenas
como sujetos colectivos y actores políticos organizados, otras perspectivas
abogan por restituirles a esas formas organizativas sus historicidades pro-
pias, resaltando que si bien el modo en que se expresan las luchas del pre-
sente asumen caracteres y matices nuevos –habilitados por nuevos marcos
jurídicos–, también en ellos es posible advertir la vigencia y rearticulación
de experiencias y trayectorias tan antiguas como los despojos. Por lo tanto,
inevitablemente, un estudio sobre los conflictos territoriales en el presente
debe remontarse a la larga duración de los procesos y atender al complejo
entramado de prácticas donde el avance del despojo y el reclamo de los
despojados se implican mutuamente en el uso y aprovechamiento tanto de
los nuevos repertorios y libretos –de inéditas herramientas y recursos–
como en la apelación a la memoria de antiguos saberes y tradiciones.

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7. Conclusiones

La convulsionada dinámica económica, político y social de mediados de


los años noventa estalla en el año 2001 y prosigue con un período de re-
novados cambios políticos marcan el pulso de los temas, perspectivas y
debates aquí presentados
Los investigadores que desarrollaron los estudios en el período 2000-
2012, fueron interpelados por la crisis del año 2001. La crisis, al mismo
tiempo que impulsó una agenda de temas relevantes, hizo nacer una nueva
generación intelectual que simultáneamente mostró altos estándares de
profesionalización combinado con un importante compromiso político
en la tarea de analizar, comprender la configuración social de movimien-
tos sociales durante el auge y la crisis del neoliberalismo.
El período analizado muestra una década intensa en conflictividad so-
cial, en el cual es posible reconocer un ciclo con dos etapas; la primera re-
lacionada principalmente con los movimientos sociales organizados en
torno a la crisis del mundo del trabajo. La segunda por la irrupción de los
movimientos organizados en torno a la crítica al modelo de desarrollo ex-
tractivista y las luchas territoriales en contra del agronegocio, la megami-
nería y la ofensiva de las grandes empresas a los modos de vida de algunas
comunidades. Un ciclo que va del protagonismo de los movimientos pi-
queteros a los movimientos socioambientales, en un espacio social que re-
corre casi toda la geografía del país.
La mayor parte de los investigadores sociales –sociólogos, politólogos,
antropólogos, psicólogos, trabajadores sociales, economistas, filósofos–
consolidaron un campo de estudio no exento de disputas y debates entre
diversas perspectivas, pero que tuvo como marco común de análisis y crí-
tica la teoría de los movimientos sociales en la perspectiva de la síntesis
teórica norteamericana y europea. Aunque promediando la década y al
calor de la emergencia de los gobiernos denominados progresistas, se co-
menzaron a utilizar teorías provenientes del pensamiento crítico latinoa-
mericano y una gran cantidad asumió, del debate internacional, la catego-
ría de “acumulación por desposesión” propuesta por Harvey.
Las investigaciones empíricas fueron la mayor parte de las veces estu-
dios de casos, no obstante, los investigadores se preocuparon por estable-
cer la conexión entre los procesos que suceden a gran escala y su inciden-

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cia local en la cual las tramas, trayectorias y experiencias organizativas


fueron situadas, ofreciendo un panorama de las transformaciones neolibe-
rales operadas en el territorio. Muchos de ellos inscribieron las luchas
actuales en una larga temporalidad como es el caso de los estudios relacio-
nados con los pueblos originarios.
En este sentido los casos resultan representativos y paradigmáticos, en
la medida en que las formas de protesta y organización presentaron rasgos
comunes con otros ámbitos y espacios, a la vez que informaron sobre la
re-definición de los modos de interacción entre Estado y los movimientos
y organizaciones sociales. Las demandas fueron respondidas con acciones
estatales y su acción e intervención, en muchos casos en la forma de repre-
sión y criminalización, fueron gestando una trama que debió instalar en la
agenda política los temas del trabajo, el desarrollo, la democracia partici-
pativa, las formas de intervención económica.

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