Tema 2
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Tema 2
El islam se originó en el siglo VII en la península arábiga. Desde allí se difundió hacia el oeste, abarcando el norte
de África y la península ibérica, y llegó por el este hasta la India. La máxima autoridad política y religiosa de este extenso
imperio con capital en Damasco (Siria) era el califa, ocupado en estos momentos por la familia omeya.
En el 711, un contingente de tropas musulmanas procedentes del norte de África por orden de Musa (Ifriquiya,
Magreb), lideradas por Tariq, inició la conquista de la península aprovechando, además, una crisis interna dentro de la
monarquía visigoda por un conflicto abierto entre don Rodrigo y Agila y sus respectivos partidarios. En el 711 don Rodrigo
fue derrotado en la batalla de Guadalete, momento en el que Musa desembarcó en la península aportando más tropas a los
musulmanes.
El territorio peninsular dominado por los musulmanes se llamó al-Ándalus y se constituyó como un emirato
dependiente del califato de Damasco (711-756), dirigido por un walí o emir delegado del califa. Durante este periodo tuvo
lugar la conquista de la mayor parte de la península, con la excepción de algunos enclaves en el norte peninsular. Destacan
las derrotas sufridas a manos de los cristianos como fue el caso de Covadonga (722) frente a don Pelayo y Poitiers (732)
contra los francos de Carlos Martel que frenó su avance definitivo más allá de los Pirineos. Al sur del territorio franco se
creó la Marca Hispánica como una barrera de contención. En esta etapa tuvieron lugar también luchas entre árabes, sirios y
bereberes por el poder y el reparto de tierras en la península, que no fue homogéneo, ya que mientras los árabes obtuvieron
las zonas más fértiles (valles del Guadalquivir y del Ebro y zonas mediterráneas), a los bereberes se les asignaron las tierras
más agrestes de la Meseta. Esto originó revueltas bereberes importantes como la acaecida en el 740.
En el año 750 la dinastía abasí ocupó el califato de Damasco tras asesinar a toda la familia omeya, menos al príncipe
Abderramán que huyó a al-Ándalus, donde en el 756 proclamó el emirato independiente (756-929). En este periodo los
emires de al-Ándalus rompieron su dependencia política de los califas (situados ahora en Bagdad), pero aceptaron su
autoridad religiosa. Con el fin de consolidar las nuevas instituciones creadas, Abderramán I (756-788) estableció nuevos
impuestos, consolidó un grupo de fieles que ocuparon los cargos públicos y fortaleció el ejército. Además, utilizó el islam
como un elemento unificador de la diversidad étnica de al-Ándalus. Con Abderramán II (822-852) se vive el momento de
mayor prosperidad del emirato. Sin embargo, le siguió una época de convulsiones, tanto por el enfrentamiento entre árabes
y bereberes, como por las rebeliones mozárabes1 y muladíes2.
En el 929, el emir Abderramán III se proclamó califa, independizándose del poder religioso del califato de Bagdad
y configurando el califato de Córdoba (929-1031), periodo de máximo esplendor social, económico y cultural de al-
Ándalus. Córdoba se convirtió en un centro de relevancia internacional. Impuso un sistema político y administrativo
centralizado y reorganizó la recaudación fiscal, lo que a su vez le sirvió para reforzar el ejército con el pago de mercenarios.
Todo esto le permitió fortalecer el califato, sofocar las revueltas internas y detener el avance de los reinos cristianos del
norte. Su sucesor, Al-Hakam II, mantuvo la hegemonía del califato al tiempo que impulsó el desarrollo artístico y científico.
A la muerte del Al-Hakam II, el poder del siguiente califa, Hisham II, se redujo, mientras que el primer ministro al-Mansur
(Almanzor) se hizo con el poder político y militar, lo que lo llevó a sofocar las revueltas y a saquear mediante razias 3
territorios cristianos como Santiago de Compostela en el 997. Tras su muerte se produjo un periodo de gran inestabilidad,
dado que su familia reclamó el califato y esto dio lugar a la descomposición de este a comienzos del siglo XI en taifas o
pequeños reinos independientes dirigidos por oligarquías militares.
Esta crisis en el 1031 dio paso a los primeros reinos de taifas (1031-1085). Estos pequeños territorios estaban
enfrentados entre sí y algunos fueron absorbidos por taifas más grandes y poderosas como Badajoz, Toledo o Sevilla. Esta
división supuso debilidad y los monarcas cristianos lo aprovecharon, exigiendo el pago de parias (tributos) a cambio de
protección. Estos pagos sirvieron a los reinos cristianos para armar sus ejércitos y ampliar sus territorios hacia el sur. La
conquista de Toledo en el 1085 por Alfonso VI de Castilla llevó a los reinos de taifas a solicitar ayuda al Imperio
almorávide. Comienza así un periodo que se caracterizó por la presencia en la península de los llamados imperios
norteafricanos (1086-1238), caracterizados por su rigurosidad e intolerancia religiosa.
Los primeros fueron los almorávides. Habían creado un vasto imperio en el norte de África. Consiguieron unificar
el territorio y paralizar el avance cristiano durante unos años (victoria de Sagrajas en el 1086), aunque sufrieron importantes
pérdidas como la de Zaragoza en 1118. El avance cristiano y la oposición de la población andalusí produjeron su caída en
el 1144 y el territorio se disgregó en los segundos reinos de taifas.
Los almohades, provenientes de la zona del Atlas, desembarcaron en la península en el 1147 y en pocos años se
hicieron con el control del sur de al-Ándalus y establecieron su capital en Sevilla. Frenaron el avance cristiano, con
importantes victorias como la de Alarcos (1195). Sin embargo, poco después, una bula de cruzada permitió la formación de
un gran ejército hispano-cristiano capitaneado por el rey castellano Alfonso VII que derrotó a los almohades en la batalla de
las Navas de Tolosa (1212). Fruto de esta derrota y de la hostilidad de la sociedad andalusí, el Imperio almohade se desintegró
Así, se configuró el reino nazarí de Granada (1237-1492), último reducto islámico en la península ibérica hasta
su desaparición con los Reyes Católicos. Las razones que explican que este territorio sobreviviera al avance de los reinos
cristianos son variadas. Por un lado, la dinastía Banu Nasr estableció fructíferas relaciones diplomáticas, como convertirse
en vasallo del reino de Castilla. Por otra parte, el reino se armó con una fuerte administración, fortificaciones y un potente
ejército. Además, la llegada de población andalusí desde zonas ocupadas aumentó el número de habitantes y fortaleció la
economía.
Al-Ándalus (711-1492) es el nombre con el que los musulmanes designan a la península Ibérica. La economía se
caracterizó por un gran dinamismo. La agricultura tuvo un gran desarrollo gracias a distintos avances técnicos como las
norias y las acequias que mejoraron la productividad y a la introducción de nuevos productos de Oriente como el arroz, la
caña de azúcar, los cítricos, el azafrán, las palmeras, las granadas y el algodón, entre otros. Aun así, se mantuvieron los
cultivos tradicionales de la triada mediterránea (el cultivo de olivo se intensificó para obtener y exportar aceite). En general
se trató de una agricultura de secano, organizada en grandes explotaciones o latifundios.
El tipo de ganado principal fue el ovino, destacando la oveja merina, para obtener alimento y lana; y la cría de
palomas (como mensajeras). También se desarrolló la apicultura (miel de abejas). La artesanía (tejidos como la seda y el
cuero, cerámica, orfebrería…) y el comercio tuvieron un gran desarrollo, que se explica por formar parte de las redes
comerciales del mundo islámico, lo que incluía el uso de las mismas monedas y un notable impulso urbano. Al-Ándalus se
ubicaba en una posición estratégica, zona de contacto entre la Europa cristiana y el mundo musulmán. Importaba materias
primas, oro y otros metales, pieles, armas, especias, productos de lujo y esclavos, y exportaba productos agrícolas
(principalmente aceite), minerales, tejidos y otras artesanías.
Las ciudades musulmanas atrajeron un importante volumen de población. El centro del núcleo urbano (la medina)
estaba amurallado y en él se localizaban la mezquita, centro de poder religioso; el alcázar, sede del poder político; el zoco,
centro comercial; y otras edificaciones, como los baños. Fuera de la medica se ubicaban los arrabales. Era habitual que los
barrios ocupados por minorías étnicas estuvieran diferenciados del resto (como las juderías). Durante el califato, Córdoba
fue un centro neurálgico: se estima que su población alcanzó los 100.000 habitantes, cifra que la convertía en la ciudad más
poblada de Europa.
La sociedad andalusí era muy heterogénea y estaba jerarquizada en función de la religión y el origen étnico en
población musulmana y no musulmana. Entre los primeros se encontraba en la cúspide la población árabe, que ocupaba
los cargos políticos importantes y eran los propietarios de los grandes latifundios de la zona del Guadalquivir y el este
peninsular; seguida por los bereberes, procedentes del norte de África y dedicados al ejército y a la ganadería, y los
muladíes, principalmente miembros de la aristocracia hispanovisigoda. Los muladíes se dedicaban a la agricultura y solo
algunas pocas familias llegaron a tener importancia política. Entre los segundos estaban los mozárabes y los judíos. Ambos
gozaban de cierta libertad religiosa (gentes del libro), pero pagaban tributos y vivían en barrios separados. Aunque hubo
momentos de gran intolerancia religiosa (imperios norteafricanos), la implantación del islam en la población autóctona fue
gradual. Destacan las comunidades hebreas de Córdoba, Toledo y Granada. La mayoría se dedicaron a la agricultura, la
artesanía y el pequeño comercio, y los más destacados ocuparon puestos importantes en el comercio internacional, la
medicina y el desempeño de oficios de Corte como el consejero de Abderramán III Hasday ibn Shaprut. Durante los reinos
de taifas su producción intelectual alcanzó sus más altas cotas con destacados poetas y filósofos como Ibn Paquda. En la
base se encontraban los esclavos o prisioneros de guerra. Estos no podían ser musulmanes y trabajaban como sirvientes, en
las minas y en las tareas más duras.
La relación entre los diferentes grupos sociales no siempre fue pacífica. Se produjeron conflictos sociales entre
bereberes y árabes por controlar el poder. Además, mozárabes y judíos sufrieron episodios de persecución. La mujer
musulmana estaba subordinada al hombre, que debía mantenerla y protegerla. Existía la poligamia, si el nivel económico lo
permitía ya que el marido era el responsable de mantener a sus esposas e hijos por igual.
En al-Ándalus se produjo un gran desarrollo cultural, especialmente durante los periodos califal y de las primeras
taifas, coincidiendo con una etapa de mayor desarrollo económico, conexión con Oriente y tolerancia religiosa. La llegada
de los Imperios norteafricanos provocó el exilio de numerosos intelectuales y el declive cultural. En al-Ándalus se reunió
una extensa biblioteca y se tradujeron obras griegas, indias, persas y chinas, lo que permitió imbricar tradiciones culturales
occidentales y orientales. En literatura destacaron autores como Ibn Hazam (El collar de la paloma) o la princesa Wallada;
en historia sobresalió Ahmad al-Razi (Historia de los reyes de al-Ándalus); y en filosofía, los cordobeses Averroes y
Maimónides. Todo este conocimiento se difundió en árabe, que era la lengua oficial, y esto influyó en las lenguas romances
de los reinos cristianos. Así, hoy contamos con numerosas palabras de origen árabe. También hubo importantes avances en
medicina (Abulcasis inventó el fórceps) y cirugía, astronomía y geografía, botánica, matemáticas y técnicas como los
sistemas hidráulicos, el regadío, la fabricación del papel…
El arte andalusí se caracteriza por unir a los elementos propios del arte islámico, como el uso del ladrillo y la
ausencia de arte figurativo, elementos preexistentes en la península, como las dovelas de colores y el arco de herradura. Del
periodo califal destaca la mezquita de Córdoba y el palacio de Medina Azahara; de la época de taifas, la Aljafería de
Zaragoza; de la época almohade, la Giralda y la Torre del Oro en Sevilla; y de la época nazarí, la Alhambra de Granada.
2.3.- Los reinos cristianos: evolución de la conquista de la península y organización política.
Tras la incursión musulmana, algunas comunidades cristianas resistieron en la cordillera Cantábrica y los Pirineos.
Fue el inicio de los reinos cristianos, que se desarrollaron y expandieron entre los siglos VIII y XV.
La franja cantábrica era un territorio poco poblado en el que se refugiaron algunos nobles hispanovisigodos. Uno
de ellos, Pelayo, venció a los musulmanes en la batalla de Covadonga (722). La victoria dio lugar al reino astur y
estableció su capital en Cangas de Onís. El reino se asentó en el siglo X, durante los reinados de Alfonso II el Casto y
Alfonso III el Magno. Alfonso II trasladó la Corte a Oviedo, restableció la legislación visigoda (Liber Iudiciorum) y el uso
del latín. Impulsó la reorganización de la Iglesia y se apoyó en ella para legitimar la monarquía astur como heredera del
reino visigodo. Alfonso III estableció la Corte en León y se hizo con el territorio entre la cordillera Cantábrica y el valle
del Duero. Para controlar la zona, el ahora reino de León construyó numerosos castillos en la frontera oriental y organizó
el territorio en el condado de Castilla, gobernado por condes vasallos. En el siglo X, uno de ellos, Fernán González, se
declaró independiente.
En los Pirineos, el emperador Carlomagno estableció la Marca Hispánica, zona fronteriza fortificada y protegida
por nobles dependientes. En el siglo IX con la debilidad del imperio carolingio, estos territorios se independizaron. En el
siglo IX en la zona oriental de los Pirineos, el conde de Urgell, Wifredo el Velloso, amplió sus territorios y alentó las
aspiraciones de autonomía política de los francos. En el 988, el conde Borrell II, aprovechando la disgregación de la
dinastía carolingia, rompió con la dependencia de los condados catalanes al negarse a jurar fidelidad al rey.
En el lado occidental de los Pirineos, un miembro de la familia Arista fundó el reino de Pamplona en el 830 con
el apoyo de los Banu Qasi. Por otra parte, Aznar Galíndez proclamó su dominio sobre el condado de Aragón en el 820,
que en el siglo IX se integró en el reino de Pamplona. Este reino, que se expandió hacia el sur, pasó a llamarse reino de
Navarra en el siglo X y alcanzó su máxima extensión con Sancho III el Mayor que llegó a aglutinar este reino junto con
los condados de Castilla, Aragón, Sobrarbe y Ribagorza. A su muerte, el reino se dividió entre sus cuatro hijos, lo que
supuso el germen de los reinos de Castilla (Fernando I) y de Aragón (Ramiro I).
En el siglo XI, tras la desintegración del califato de Córdoba, comenzó un proceso de expansión de los reinos
cristianos que avanzaron hacia el sur de forma progresiva, aunque no lineal, aprovechando esa debilidad. Estos intentaron
frenar el avance mediante el pago de parias. En Castilla, Fernando I, que también heredó la corona de León, ocupó toda
la región del Duero y poco después Alfonso VI conquistó la ciudad de Toledo (1085) y controló el valle del Tajo. A la
muerte de este monarca, los reinos de Castilla y León se separaron durante más de un siglo4. Entretanto, en 1139, Alfonso
Enríquez, segundo conde de Portugal, se había proclamado rey, por lo que se independizó de la monarquía
castellanoleonesa, con cuyos reyes estaba emparentado.
El rey de Navarra y Aragón, Alfonso I el Batallador, avanzó por el valle del Ebro y conquistó Zaragoza y
Calatayud. A su muerte, Navarra y Aragón se separaron de forma definitiva: el reino de Navarra pasó a depender de
dinastías francesas, mientras que el reino de Aragón pasó al conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, que se casó con
Petronila (reina de Aragón) y conquistó Lleida (1149). Su hijo, Alfonso II, el primer rey de la corona de Aragón conquistó
Caspe y fundó Teruel (1171), lo que significó el fin de la taifa de Zaragoza.
La victoria almohade en Alarcos (1195) motivará que, a principios del siglo XIII, Castilla, Aragón y Navarra
soliciten una bula de cruzada5 y, junto con las órdenes militares, los derrotarán en 1212 en las Navas de Tolosa6. Con esta
victoria, el reino de Castilla se expandió hacia La Mancha y el valle del Guadiana. Fernando III, que unificó los reinos
de Castilla y León en la corona de Castilla (1230), se extendió hacia el sudeste con la conquista de Murcia (1243).
También avanzó hacia el sur tomando Córdoba, Jaén y Sevilla; tarea que completaría Alfonso X con la conquista de
Cádiz (1265).
A mediados del siglo XIII, el reino de Portugal completó su expansión con la conquista del Algarve. Desde
finales del siglo XIII, la corona de Aragón amplió su avance hacia el sudeste francés. Sin embargo, la derrota aragonesa
en la batalla de Muret (1213) frente a los franceses, cambió la dirección de expansión hacia el Mediterráneo. Jaime I el
Conquistador conquistaría Mallorca, Valencia y Denia y más adelante, los reyes aragoneses se hicieron con Sicilia,
Cerdeña y los ducados de Atenas y Neopatria. La expansión mediterránea se completó con la conquista de Nápoles con
Alfonso el Magnánimo (1442). Sólo el reino nazarí de Granada pervivirá bajo vasallaje de Castilla hasta 1492.
El gobierno de los reinos cristianos se basaba en tres instituciones: la monarquía, las Cortes y los municipios. Los
monarcas veían su poder limitado por la nobleza, ya que dependían de ella como fuerza militar y para controlar el territorio,
las Cortes y los municipios. Aun así, existían diferencias entre reinos: mientras que la monarquía castellana acaparó más
poder, gracias a la creación de una administración propia, la aragonesa se veía obligada a pactar con las Cortes un mayor
número de decisiones, como los cambios legislativos con cada territorio (monarquía pactista). Las Cortes, que aparecieron
entre los siglos XI y XIII, consistían en reunidos de los tres estamentos (nobleza, clero y pueblo llano). Se reunían cuando
el rey les convocaba y sus funciones principales eran darle consejo, jurar al soberano y a su heredero y aprobar los
impuestos. Las primeras Cortes fueron las del reino de León (1188).
4 La unión definitiva de Castilla y León culminó en 1230 con Fernando III el Santo.
5 Concedida por el papa Inocencio III.
6 El ejército estuvo dirigido por los reyes de Castilla (Alfonso VIII), Aragón (Pedro II) y Navarra (Sancho VII), junto con la
participación de las Órdenes Militares y de numerosos cruzados extranjeros y de particulares de los reinos hispanos.
Los municipios contaron con cierta autonomía administrativa, con jurisdicción propia y con autoridad respecto
al mundo rural circundante. La administración recaía en la oligarquía urbana, formada por la pequeña nobleza y la alta
burguesía, que ocupaban los cargos de la ciudad y formaba la asamblea o concejo. Con los años, los monarcas implantaron
un representante propio en las ciudades, como los corregidores en Castilla. A pesar de la autonomía de los municipios,
estos se debían en última instancia al rey, que era quien les había otorgado el fuero.
La corona de Aragón estaba formada por un conjunto de reinos (Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca),
gobernados por un solo rey, pero con instituciones y leyes propias. En Aragón se estableció una monarquía pactista7 y
las Cortes, al igual que las de Catilla, incluían representantes de todos los estamentos. Además, existía la Diputación en
Aragón y la Generalitat en Valencia y Cataluña, una junta de diputados que ejercía la función de Cortes de forma
permanente. En Aragón también existía el Justicia Mayor, que mediaba en los conflictos entre la monarquía y la nobleza
y defendía los derechos de los ciudadanos recogidos en los fueros. En las ciudades había un representante del rey y unos
magistrados que gobernaban la ciudad junto al concejo, controlado por la oligarquía urbana.
Durante el avance de los reinos cristianos se produjeron cambios en la organización política, económica, social y
cultural. Para asegurar la permanencia de los territorios conquistados, los reinos cristianos llevaron a cabo distintos modelos
de repoblación. Es decir, entendemos por repoblación la ocupación efectiva del territorio conquistado.
De los siglos VIII al X se realiza el sistema de presura o aprisio hasta el río Duero y en los Pirineos. Se ocupa
un territorio vacío por iniciativa individual de ciudadanos libres y sin ningún orden establecido ya que en sus zonas de
origen se sufre presión demográfica y la recuperación de territorios, facilita la ocupación y formación de nuevos núcleos
de población. Esto provocará que aparezcan propiedades de tamaño mediano y pequeño.
Del siglo XI al XII tiene lugar la repoblación concejil entre los ríos Duero y Tajo y una parte del valle del Ebro.
Se trata de una repoblación real, es decir, planificada y organizada por los reyes. Los territorios son divididos en alfoces,
regidos por una villa o ciudad, en la que se instalaba un representante del rey y un grupo de caballeros para su defensa.
Una vez constituido el concejo, el rey otorgaba un fuero o carta puebla. Estos eran documentos que ofrecían privilegios
a aquellos que finalmente se asentasen en esos territorios. Esto provocará que aparezcan propiedades de tamaño mediano,
aunque también hay presencia de abundantes tierras comunales administradas por el concejo.
En la primera mitad del siglo XIII en las regiones de Extremadura, Castilla La Mancha y el norte de Castellón se
efectúa la repoblación mediante encomiendas. Se trata de territorios extensos y pocos poblados, conquistados por las
órdenes militares (monjes-soldado). El territorio queda dividido en encomiendas, dirigidas por un caballero de la orden con
el cargo de comendador. Fundamentalmente eran zonas fronterizas. El hecho de que se entregue a las órdenes militares
viene dado por su carácter militar y que puedan defender la zona. En estas zonas es muy importante la explotación ganadera
y el surgimiento de grandes latifundios dedicados a la explotación ganadera. Los campesinos que trabajan en ellas serán
sus vasallos.
En la segunda mitad del siglo XIII se realizan los llamados repartimientos, en la zona del valle del Guadalquivir
y el litoral sur del Levante. Las tierras se dividen en donadíos y reparten (de ahí el nombre de repartimiento) por
agradecimiento o pago de favores según el rango social de los conquistadores. El reparto se realizaba de forma desigual,
en función del estatus social, y generó la creación de enormes latifundios. Los campesinos que trabajan en ellas serán sus
vasallos, al igual que ocurría con las encomiendas.
En lo que respecta a la economía y la sociedad de los reinos cristianos sufrieron variaciones durante la Edad
Media. De una organización feudal se pasó al desarrollo de nuevas actividades económicas, a la expansión de las ciudades
y el nacimiento de un nuevo grupo social: la burguesía. La sociedad se organizaba en tres estamentos (nobleza, clero y
estado llano). La nobleza y el clero eran estamentos privilegiados. Entre estos privilegios se encontraba el no pagar
impuestos, disponer de una legislación propia y ser propietarios de la mayor parte de las tierras. La nobleza se dividía en
alta nobleza (grandes propietarios) y baja nobleza (hidalgos); el clero se dividía en alto clero (obispos, sacerdotes y
maestres) y bajo clero (monjes y abades). El estado llano era el estamento no privilegiado, se regía por la ley común y
pagaba impuestos. Este grupo era el más numeroso y heterogéneo. La mayoría residía en el campo y estaba compuesto por
pequeños propietarios, campesinos libres que trabajaban las tierras de un señor a cambio de un pago y siervos que
trabajaban para un señor y eran semilibres. En las ciudades vivían artesanos y comerciantes que aumentaron su riqueza y
poder a lo largo de la Edad Media y formaron un grupo social dentro del estado llano, la burguesía.
Habitaron también dos minorías: los mudéjares8 y los judíos. La mayoría de los primeros ocupaba la zona sur
del Tajo y los reinos de Valencia y Murcia y se dedicaban a labores agrícolas y oficios artesanales. Los judíos estaban
dispersos por la península y vivían en barrios propios (juderías). Se dedicaban a la medicina, la banca y la Administración
y, aunque gozaban de la protección directa de los monarcas, su labor como recaudadores de impuestos y banqueros generó
envidias y hostilidad hacia ellos.
7 Privilegio General (1283), que obligará al rey a pactar con las instituciones aragonesas.
8 Musulmán que permanecía en las tierras conquistadas por los cristianos.
La necesidad de los reyes de contar con el apoyo de la nobleza y el clero los llevó a entregarles extensos territorios
llamados feudos. Se organizó así una sociedad feudo-señorial, donde los señores feudales (laicos o eclesiásticos) contaban
con tierras que trabajaban siervos y campesinos libres. Así, debemos distinguir entre la relación feudal entre reyes y nobles
o eclesiásticos, y la que estos tenían con los campesinos o siervos, que era una relación señorial. Avanzada la Edad Media,
los monarcas buscaron reducir el poder de la nobleza controlando directamente las ciudades.
La economía fue eminentemente agraria. La triada mediterránea se complementaba con gran variedad de
productos de horticultura, que mejoraron según se avanzó hacia territorios musulmanes, donde las técnicas de regadío
estaban muy evolucionadas. La ganadería era principalmente ovina y trashumante9. Se desarrolló sobre todo en el Reino
de Castilla. A partir de la conquista de Toledo (1085), los ganaderos pudieron cruzar la submeseta norte y el sistema Central
utilizando distintas vías (cañadas). En 1273 Alfonso X permitió crear el Honrado Concejo de Mesta, una asamblea de
ganaderos, a la que otorgó de distintos privilegios, como el paso libre del ganado, por los abundantes ingresos que la
monarquía obtenía de la actividad ganadera. Además, se criaban cerdos y gallinas.
La artesanía se basaba en el textil, la metalurgia y la construcción naval. El comercio interior se centraba en los
intercambios en las ciudades y aldeas, así como en ferias una o varias veces al año, como la de Medina del Campo
(Valladolid). En Castilla se impulsó la exportación de lana y hierro; y en Aragón su expansión por el Mediterráneo le
permitió desarrollar importantes rutas comerciales que partían de ciudades costeras como Barcelona y Valencia, en Italia
y el norte de África.
A partir del siglo XIII el crecimiento de las ciudades fomentó la formación de gremios de artesanos, cuya
principal característica era la de unir a todos los trabajadores de un mismo oficio en un territorio con el fin de promover
sus intereses económicos. En estos siglos se desarrolló una labor de traducción al latín y lenguas romances de obras árabes,
principalmente de ciencia y filosofía, en la Escuela de Traductores de Toledo.
2.5.- La Baja Edad Media en las Coronas de Castilla y de Aragón y en el Reino de Navarra
Tras la expansión de los siglos XI y XIII, entre los siglos XIV y XV se produjo una crisis, conocida como crisis
bajomedieval, en todos los ámbitos: demográfica, social, política y económica.
Las sociedades medievales, con sus precarias economías, no podían afrontar varios años seguidos de malas cosechas
debido a los bajos rendimientos de la agricultura (no había grandes reservas de grano) y las dificultades del transporte hacía
difícil poder importar trigo de otros lugares. La primera mitad del siglo XIV registró numerosos ciclos de malas cosechas
en toda Europa desencadenando crisis de subsistencia. En ellas la población, debilitada por el hambre, era entonces más
propensa a contraer enfermedades y a morir. La peste negra o bubónica era una enfermedad propia de los roedores
transmitida al hombre a través de la pulga de la rata. Una vez contagiada una persona, se extiende por medio de los parásitos
humanos (piojos, pulgas) o directamente por vía pulmonar. Esta terrible epidemia se originó en Asia y llegó al Mar Negro,
desde donde se difundió a toda Europa y a las riberas del Mediterráneo. A España llegó en 1348 y se extendió rápidamente
desde las islas Baleares y las localidades de la costa levantina hasta el interior peninsular. Surgieron más brotes durante toda
la segunda mitad del siglo y gran parte de la centuria siguiente10. Las consecuencias demográficas fueron de gran magnitud.
Económicamente los precios subieron, por la caída de la producción en general, y de los salarios, por la escasez de mano de
obra derivada de la gran mortandad. No fue menor el impacto psicológico sobre la población europea.
La crisis no solo afectó a los más pobres, sino también a los señores, por: la práctica finalización de la reconquista
había cerrado la opción a la nobleza de incrementar su patrimonio; la elevada mortandad por la peste y las migraciones
supusieron una disminución de los vasallos y las rentas; y el aumento general de los precios de las manufacturas afectaron
a nobles y clero por ser los principales clientes de este tipo de productos. Los señores reaccionaron tratando de recuperar sus
pérdidas por diversos medios: usurpando tierras a la monarquía aprovechando momentos de debilidad como las guerras
civiles o las minorías de edad de reyes y endureciendo las condiciones a los campesinos.
Entre estos conflictos encontramos las rebeliones campesinas de carácter antiseñorial. La mayoría tuvieron un
alcance limitado, salvando excepciones como la rebelión de los forans en Mallorca (1450-1452), la segunda guerra
irmandiña en Galicia (1467-1469) o el movimiento remensa en Cataluña11 (1380-1486). En general no fueron
anticlericales ni revolucionarias, sino que tan solo pretendían frenar los crecientes abusos de los señores y volver a las
prácticas tradicionales.
Otros enfrentamientos tuvieron lugar en las ciudades, con carácter local y de corta duración. Destaca la producida
en Barcelona a finales del siglo XV entre la Biga, alta burguesía y nobles, y la Busca, mercaderes y artesanos, por el control
9 La trashumancia es un tipo de pastoreo en el que los rebaños se mueven constantemente para aprovechar los pastos.
10 Las explicaciones de los contemporáneos eran muy variadas: un castigo divino por los pecados humanos, una nefasta
conjunción planetaria, o la corrupción del aire, y se llegó a difundir el rumor de que fueron los judíos quienes envenenaron
las aguas y el aire.
11 Serie de prestaciones que reclamaban los señores de Cataluña a los payeses y que estos consideraban extralimitaciones
por su dureza.
del poder local; y los pogromos contra los judíos. Una de estas persecuciones contra las minorías religiosas fue la que se
materializó en la matanza de 1391 en Sevilla. La sensación de impunidad de aquellos que destruyeron las sinagogas extendió
las revueltas por Andalucía (Córdoba, Jaén, Úbeda…) y zonas castellanas (Burgos, Logroño, Cuenca…) y mediterráneas
(Valencia, Orihuela, Barcelona…).
En este contexto de crisis, y relacionado con la lucha entre nobleza y monarquía por acaparar tierras y poder, la
península ibérica fue escenario de guerras civiles. En Castilla, donde la nobleza buscaba limitar el poder real, tuvo lugar la
guerra entre Pedro I de Castilla y su hermano Enrique de Trastámara (1366-1369). Este último, vencedor de la
contienda12, se vio obligado a ceder un gran número de privilegios a la nobleza que lo había apoyado durante la guerra. La
guerra civil castellana supuso un importante triunfo de la nobleza frente a las aspiraciones autoritarias de Pedro I el Cruel y
supuso el comienzo del proceso de expansión señorial en la Baja Edad Media castellana, del que se benefició sobre todo la
nueva nobleza, desplazando a los viejos linajes del periodo anterior. La mayoría de los linajes nobiliarios extendieron la
práctica de construir mayorazgos13.
Desde una perspectiva más amplia, la guerra civil castellana también fue un epílogo de la lucha por la hegemonía
peninsular entre Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón (la guerra de los Pedros de 1356-1365) y un capítulo más de la
guerra de los Cien Años (1339-1453) entre Inglaterra y Francia. En el siglo XIV continuaron los enfrentamientos nobiliarios
y una nueva guerra civil con Juan II de Castilla.
En la Corona de Aragón, tras la muerte sin descendientes de Martín el Humano (1410), los representantes de todos
los territorios decidieron en el Compromiso de Caspe (1412) otorgar el trono a Fernando de Antequera. Hubo
enfrentamientos con la nobleza, que derivaron en una guerra civil entre 1462 y 1472.
En lo que respecta a las instituciones políticas, la Corona de Castilla, a pesar de la expansión del poder señorial,
la autoridad de la monarquía se fortaleció considerablemente en los siglos XIV y XV. A ello contribuyó en gran medida la
difusión de teorías políticas que, basadas en el Derecho romano, defendían la primacía absoluta del rey, cuyo poder se
consideraba de origen divino. Así, frente al concepto feudal del rey como señor de vasallos, se fue imponiendo la doctrina
del rey como soberano de súbditos, según la cual el reino debía estar subordinado a la autoridad ilimitada e independiente
del monarca, que solo era responsable de sus actos ante Dios. Sin embargo, donde se aprecia el verdadero fortalecimiento
de la monarquía fue en el proceso de centralización. En el ámbito estatal se produjo la fusión definitiva de las Cortes de
Castilla y León y aparecieron instituciones nuevas como el Consejo Real (organismo de carácter técnico integrado por
legistas que asesoraban al rey en todo tipo de decisiones) y la Audiencia (órgano supremo de justicia que en un principio
fue itinerante y luego fijó su sede en Valladolid con el nombre de Chancillería). En el ámbito local, la monarquía aumentó
su intervención en los municipios. En tiempos de Alfonso XI (1312-1350) se establecieron los regimientos, formados por
un número reducido de personas, los regidores, nombrados directamente por el rey con carácter vitalicio. Y el principal
instrumento de control fue la figura del corregidor, como representantes de la Corona en los municipios.
La Corona de Aragón se caracterizó por su expansión política por el Mediterráneo y se trataba de una confederación
de territorios: reino de Aragón, reino de Valencia, reino de Mallorca y condado de Barcelona. A diferencia de Castilla, cada
uno de ellos contaba con sus leyes e instituciones propias, con notables diferencias entre sí y con una monarquía de corte
pactista desde el Privilegio General de 1283. En cuanto a las instituciones, las más importantes surgieron o se consolidaron
a lo largo de la Baja Edad Media. Los virreinatos, con virreyes al frente que actuaban en nombre del rey y que con
frecuencia eran miembros de la propia familia real. Las Cortes con un papel de contrapeso a la autoridad del rey en base a
la doctrina pactista pues defendía los intereses específicos de las fuerzas sociales dirigentes de sus respectivos reinos. Existen
Cortes independientes en Aragón, Cataluña y Valencia y nunca llegaron a unirse como ocurrió con las de Castilla y León.
Por debajo, las Diputaciones, de carácter temporal, y para organizar y controlar la recaudación. Con el tiempo se
transformaron en permanentes, destacando la Diputación General de Cataluña o Generalitat (además de lo fiscal, fueron
añadiendo competencias como velar por el cumplimiento de las leyes o el mantenimiento del orden público); la Diputación
del Reino de Aragón y la Diputación del Reino de Valencia. El Justicia Mayor de Aragón fue un cargo específico del reino
de Aragón desempeñado por un miembro de la nobleza designado por las Cortes y que interpretaba y defendía los fueros
propios de Aragón frente a las posibles pretensiones autoritarias del monarca. Los municipios, como en Castilla, fueron
cayendo progresivamente bajo el control de las oligarquías urbanas. En ellos destacan los consellers (magistrados con
funciones ejecutivas) y el Consell de Cent en Barcelona como asamblea municipal y órgano asesor.
El reino de Navarra durante los siglos XIV y XV estuvo más orientado hacia Francia que hacia los reinos
hispánicos. De hecho, desde 1274 hasta 1328 formó parte de la monarquía francesa: la siguiente dinastía, la casa Evreux,
también era de origen francés.
Pero la verdadera crisis política de Navarra desencadenó en el siglo XV, cuando tras la muerte de la reina doña
Blanca, se disputaron el trono su esposo, el futuro Juan II de Aragón, y el hijo de ambos, Carlos, Príncipe de Viana. El
enfrentamiento entre padre e hijo se convirtió en guerra civil desde 1451, al canalizar la vieja rivalidad entre la población
pastoril de la Montaña (los beamonteses), que apoyó a Carlos, y la población agrícola y urbana de la Ribera (los
agramonteses), que tomó partido por Juan. Entretanto, éste heredaba la Corona de Aragón en 1458 y la guerra civil de
12 Enrique será nombrado Enrique II el de las Mercedes, comenzando a reinar una nueva dinastía, la de los Trastámara.
13 Propiedad o conjunto de propiedades que debían transmitirse íntegras al primogénito de cada generación, por lo que no
podían ser vendidas ni divididas, ni siquiera embargadas por deudas. Con el tiempo se convirtió en una institución privilegiada
de la nobleza para blindar su patrimonio familiar y protegerlo frente a los posibles embargos de acreedores o las
disposiciones de sus herederos.
Navarra se convertía en el prólogo de la guerra civil en Cataluña, ya que los catalanes contrarios a Juan II convirtieron al
príncipe Carlos en su candidato (1460). La contienda navarra finalizó con la muerte, en extrañas circunstancias, de Carlos
en 1461. Sin embargo, a la muerte de Juan II (1479) ocupó el trono una hija suya y Navarra volvió a ser independiente de
Aragón.
En Navarra, como en la corona de Aragón, prevaleció la doctrina pactista, impidiendo el fortalecimiento del poder
de la monarquía. Las instituciones seguían en parte el modelo castellano y en parte el aragonés. Contaban con un Consejo
Real como órgano asesor del rey. Las Cortes, ante las cuales el rey debía jurar los fueros del reino. Y la Diputación de los
Tres Estados, creada a mediados del siglo XV para gestionar la recaudación de los subsidios votados en las Cortes.