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Historia Italia

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Este artículo es parte de la serie:

Historia de Italia

Por periodo histórico

• Italia Prehistórica

(Terramaras · Villanovianos)

• Italia prerromana

(Itálicos · Etruscos · Magna Grecia · Galia Cisalpina)

• Antigua Roma e Italia romana (siglo VIII a. C.-


siglo V d. C.)

(Monarquía · República · Imperio)

• Edad Media (siglo VI a. C.-siglo XIII d. C.)

• Renacimiento (siglo XIV a. C.-siglo XVI d. C.)

Renacimiento italiano · Guerras italianas (1494-


1559)

• Dominio extranjero (1559-1814)

• Resurgimiento (1814-1861)

• Reino de Italia (1861-1946)

• República de Italia (1946-presente)

Por tema

• Historia militar

• Antiguos Estados de Italia


La historia de Italia está íntimamente ligada a la de la cultura occidental y a la historia
de Europa. Muchos importantes acontecimientos históricos del mundo occidental, así
como varios de los logros que han condicionado la cultura universal, 1 han tenido lugar
en el país o los han protagonizado sus pueblos.23

Heredera de múltiples culturas antiguas, como


las preindoeuropeas de nuragicos, ligures y etruscos, y la indoeuropea de
los itálicos (latinos, sabinos, samnitas, umbros, picenos, etc.); receptora de
asentamientos celtas en partes de su norte peninsular, fenicio-púnicos en sus islas
mayores, y de antiguos griegos en la llamada Magna Grecia; fue cuna de la civilización
romana, que federó y absorbió a los demás pueblos peninsulares bajo un único
régimen durante su etapa republicana; y vio posteriormente nacer el Imperio romano,
legador de una significativa parte de la cultura occidental y uno de los mayores de
la historia, del cual Italia constituyó el centro político, económico y cultural, en el curso
de la Antigüedad clásica.456

Tras la caída del Imperio romano de Occidente, Italia quedó en manos del
general Odoacro, y luego de los ostrogodos, cuyo reino perduró hasta la llamada guerra
gótica desencadenada por los bizantinos, que se hicieron con el poder en Italia en su
intento de Recuperatio Imperii, logrando mantener toda la península bajo su control
hasta la llegada de los lombardos, que fueron luego derrotados por los francos y
la parte septentrional de su reino anexada al Imperio carolingio; mientras el sur
peninsular quedaba subdividido entre thémas bizantinos y ducados lombardos, y la isla
de Sicilia invadida por los sarracenos, que posteriormente lograron establecer en ella
un emirato. Roma, sede del papado y fuente de legitimidad imperial, fue en esos
tiempos un foco que atrajo a figuras como el emperador Justiniano antes,
y Carlomagno después.78

En el curso de la Edad Media, la Italia septentrional se convertiría en un mosaico


de ciudades-Estado (llamadas liberi comuni) a menudo en lucha entre sí para conseguir
la hegemonía sobre el resto, con frecuentes intervenciones de las potencias
circundantes y de la Santa Sede que, a través de la figura del papa en calidad de
soberano, gobernaba buena parte del centro de Italia en el territorio conocido
como Estados Pontificios, con capital en Roma; por el contrario, a partir del año 1130,
la Italia meridional fue unificada por los reyes normandos de la Casa de Hauteville bajo
un único reino, conocido como Reino de Sicilia, cuya parte continental se convertiría
luego en el llamado Reino de Nápoles, bajo diferentes dinastías.9 La privilegiada
situación geográfica de Italia hizo que esta fuera clave en el comercio continental y
favoreció el florecimiento de ricas repúblicas marítimas conectadas con la historia
europea y de todo el Mar Mediterráneo. La lucha entre el poder temporal imperial,
que incluía a los Estados italianos, y el espiritual papal, que tenía su sede en Roma,
tuvo en Italia especiales repercusiones políticas.
Esta herencia de relevancia política la convirtió en foco de las luchas por el poder en el
continente europeo. Además, el legado cultural clásico y eclesiástico fue el caldo de
cultivo de nuevas tendencias. En los siglos XV y XVI Italia se convirtió en el centro
cultural de Europa, dando origen al Renacimiento y llevando un renovado interés por
el humanismo, las artes y las ciencias; y fue uno de los campos en los que se decidió la
supremacía europea del Imperio español con la victoria sobre Francisco I de Francia, a
través de las llamadas Guerras de Italia. Tras el declive de la Monarquía Hispánica,
los Habsburgo de Austria pasarían a controlar la región, así como buena parte de
Europa Central. Transformada en un campo de batalla durante las guerras
revolucionarias francesas y el primer Imperio de Napoleón Bonaparte, pasaría a luchar
por su independencia. Entre 1848 y 1870 se llevó a cabo la Unificación de Italia,
después de una serie de guerras que implicaron enfrentarse tanto al Imperio
austríaco como a la soberanía papal sobre los Estados Pontificios, y, a partir de las
cuales, Italia se instituye como un único reino políticamente unificado bajo la dinastía
real de los Saboya.

Posteriormente, el Reino de Italia, junto con las demás potencias europeas, llevaría a
cabo políticas imperialistas que conformarían el Imperio italiano y que la llevaron a
participar en la Primera Guerra Mundial del lado de la Entente, a desarrollar
el fascismo de Benito Mussolini, a la invasión de Albania y Abisinia, y a participar en
la Segunda Guerra Mundial con las Potencias del Eje junto a la Alemania nazi y
al Imperio del Japón. Después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, la
monarquía sería derrocada mediante referéndum y se instauró la actual república, que
tuvo una excelente recuperación, colocando a Italia entre las mayores economías
desarrolladas y entre los países más industrializados del mundo.

En la actualidad Italia pertenece a importantes organizaciones internacionales, como


el G-4, el G-7 y el G-20, así como a la Unión Europea, a la OTAN, al Quint y al OCDE.

Definición de Italia

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Moneda en plata del siglo I a. C. acuñada


en Corfinium (Corfinio) durante la guerra Social, exhibiendo la inscripción ITALIA, al
borde de la personificación de Italia, representada como una diosa con corona de
laurel, símbolo de victoria.

El nombre de Italia ha sido usado desde antiguo, al menos desde el siglo VIII a. C.,
inicialmente para designar a las regiones del sur y del centro de la que se conoce
como península itálica, haciendo referencia a los pueblos itálicos, hablantes de
las lenguas llamadas igualmente. La etimología del nombre es
incierta: Pallottino defiende que deriva del gentilicio de uno de los pueblos itálicos
nativos de la región de Calabria, los (v)itàlii, el cual mutua su nombre de su animal
sagrado: el ternero (viteliú en idioma osco, vitulus en latín y vitello en italiano); y que
fue usado por los antiguos griegos como término general para designar a los habitantes
de toda la península.10

El término se asentó definitivamente cuando, la ciudad itálica de Roma, a partir del


siglo V a. C., unificó gradualmente toda la península conquistando y federando al resto
de pueblos itálicos peninsulares, empezando por los latinos, de los cuales la misma
constituía una aldea, y terminando con los etruscos hacia el norte y los brucios hacia el
sur, unificando así todo el territorio peninsular bajo un único régimen, el de
la República romana, y dándole nombre de Italia, la cual, desde entonces, constituirá el
territorio metropolitano de la misma Roma.1112

El nombre de Italia fue usado también en monedas acuñadas por la coalición de


los aliados itálicos (socii) descontentos por no haber aún recibido la ciudadanía
romana, a pesar de la fundamental contribución ofrecida para la conquista de las
provincias (al tiempo la ciudadanía romana había sido otorgada a muchas ciudades
dentro de Italia, pero todavía no a todas, y era aún totalmente inexistente en los
territorios fuera de Italia, que eran las provincias), que se declaró independiente; es
decir, la coalición de los socios itálicos insatisfechos, compuesta por habitantes de
ciudades samnitas, picenas, apulias y sabinas, entre otras, se levantó contra Roma y los
demás centros itálicos ya provistos de ciudadanía, en el siglo I a. C., y desplazó la
capital de Italia, de Roma a Corfinium (hoy Corfinio), rebautizada Itálica, con la
intención de erigir el Senado en ella y acuñando monedas, las cuales llevaban
imprimida la escrita Italia, y marcando así el comienzo de la guerra Social (guerra de los
aliados),13 o sea, la guerra entre Roma y las demás ciudades itálicas ya provistas de
ciudadanía romana contra sus aliados itálicos desprovistos de ciudadanía, a la que se
puso fin en el año 89 a. C. y con el conseguimiento de la Lex Plautia Papiria, que
otorgaba la plena ciudadanía romana a todos los habitantes de la Italia peninsular; 14
remarcando así aún más la diferenciación de estatus entre Italia (ya territorio
metropolitano de Roma exento de los impuestos provinciales y, tras la susodicha guerra
Social, habitada en su totalidad por ciudadanos romanos de pleno derecho) y las
provincias (los restantes territorios fuera de Italia).615

Hacia el final de la época republicana, en el año 42 a. C.,16 al territorio de Italia fueron


añadidas, de iure, también las tierras situadas al norte del río Rubicón, llevando así el
territorio metropolitano de Roma y el nombre de Italia hasta los pies de los Alpes, y
englobando dentro de Italia la que hasta entonces había sido una provincia (a
diferencia de la Italia peninsular, que nunca fue una provincia) conocida con el nombre
de Gallia Cisalpina (correspondiente al norte de Italia) la cual, siete años antes, en el 49
a. C., por voluntad de Julio César y a través de la Lex Roscia,17 había recibido el Plenum
Ius, es decir, la plena ciudadanía romana para todos sus habitantes (los cuales,
diferentemente de las demás provincias, gozavan ya complexivamente, desde casi un
siglo, del Ius Latii, es decir, de la ciudadanía latina). A partir de entonces, Italia, quedó
en su totalidad como unidad central del Imperio y siguió siendo administrada de
manera totalmente distinta de los territorios provinciales, en cuanto evolución natural
del mismo Ager Romanus y corazón político, económico y cultural del Imperio
Romano.518

Tras la caída del Imperio romano de Occidente, la palabra Italia, además de hacer
referencia al Reino ostrogodo de Italia y al Exarcado bizantino de Italia, siguió, en el
curso de los siglos, designando al conjunto de Estados, reinos y repúblicas que
poblaban el antiguo territorio de la Italia romana y que compartían una cierta afinidad
cultural, histórica y lingüística, además de geográfica, destacando especialmente un
mismo conjunto de dialectos del latín, las lenguas italorromances (y el subgrupo de
las lenguas galoitálicas), que darían origen al idioma italiano; mientras, siempre en la
alta Edad Media, el antiguo gentilicio de itálico se convirtió en italiano, quedando el
primero como referencia para todos los habitantes de la Italia romana y prerromana,
hablantes antiguos idiomas itálicos (como el latín), y el segundo como referencia para
todos los habitantes de Italia hablantes lenguas neolatinas contemporáneas (como el
italiano), es decir, desde la época medieval en adelante. Siglos después,
el nacionalismo romántico, así como pasó en muchas otras partes de Europa (como,
por ejemplo, en Alemania o en Grecia), basó en esta unidad cultural, geográfica,
histórica y lingüística su búsqueda de una unidad política y estatal, que desembocaría
en el moderno Estado italiano.2

Algunos territorios que bajo esos mismos baremos podrían ser llamados italianos, por
diferentes cuestiones históricas, no entraron a formar parte del Estado italiano
moderno, como es el caso de regiones limítrofes con Eslovenia (o de parte de la
península de Istria en Croacia, ver Cuestión Adriática y foibe), con Suiza (la Suiza
italiana: el Tesino y la parte italoparlante de los Grisones) y con Francia (Niza y sus
alrededores, y la isla de Córcega), así como Mónaco, Malta y el micro-Estado de San
Marino, el cual constituye un enclave dentro del Estado italiano.

Un caso aparte, único en el mundo y mucho más sui generis, es el resultante tras los
pactos entre el entonces Reino de Italia y la Santa Sede (conocidos como Pactos de
Letrán), donde, en 1929, se concedía a la Santa Sede soberanía política sobre una
minúscula parte de la ciudad de Roma, la que constituye el llamado Estado Vaticano,
para que el papa, en calidad de obispo de Roma y, al mismo tiempo, jefe espiritual de
todos los católicos, pudiera ejercer su poder temporal sobre de un territorio físico sin
depender políticamente de Estado alguno, y obteniendo así una entidad religiosa
estatalizada dentro de la ciudad de Roma.

Primeras culturas y Edad del Hierro

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Artículos principales: Prehistoria en Italia y Pueblos antiguos de Italia.

Primeros pobladores

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Artículos principales: Arte rupestre de Val Camonica y Sassi di Matera.

Matera: con sus casas troglodíticas y cuevas

cavadas que datan del Paleolítico (X milenio a. C.).


Petroglifos de la Edad del Hierro: arte rupestre de Val Camonica.

La población del territorio italiano sube durante la prehistoria, época de la cual muchos
testimonios arqueológicos importantes han sido encontrados. Italia ha sido habitada
por lo menos a partir del Paleolítico. Varios yacimientos arqueológicos de esta época, y
entre los más importantes al mundo, se sitúan en Italia.

El sitio de Monte Poggiolo, que data del Paleolítico, e Isernia-La Pineta, son unos de los
sitios más antiguos donde el hombre utilizó el fuego (quizás los más viejos en
absoluto). En las Cuevas de Addaura se encuentran unos complejos vastos y ricos de
grabados, datables entre el Paleolítico superior y el Mesolitico, grabados únicos al
mundo de hombres y animales. Cuando el hombre se sedentariza y pasa de cazador a
pastor y agricultor, deja en Italia unos de los rastros más importante de toda la
prehistoria, constituyente el más grande conjunto de petroglifos del mundo, sobre una
duración de 8000 años, conocido como Arte rupestre de Val Camonica.

Las primeras culturas más o menos estudiadas en lo que hoy en día es Italia, incluyen a
los ligures, un enigmático pueblo que habitaba el noroeste de Italia. Durante la Cultura
de la Cerámica Impreso-Cardial crearon las primeras sociedades en Italia, con
conocimientos muy adelantados de agricultura y navegación. Se sabe relativamente
poco de estos pueblos, presuponiéndolos preindoeuropeos y, por ende, antecedentes
a los indoeuropeos, los cuales fueron asimilados pronto por las subsiguientes culturas.

Primeras civilizaciones

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Artículos principales: Cultura de Villanova, Tumbas de los gigantes, Cultura


nurágica, Pueblos del Mar y Shirdana.

Ötzi: la momia más vieja del mundo. Encontrada al


sur de los Alpes con un importante y rico equipo (3300 a. C.).

De forma similar, en el sur (Sicilia, principalmente), los primeros aventureros incluyen,


tras leyendas ciclópeas, a élimos, sicanos y sículos como habitantes de esas tierras. Sin
mucha información sobre ellos, se especula con la posibilidad de que estos fueran o no
indoeuropeos. En Cerdeña se desarrolló un pueblo con grandes conocimientos de
metalurgia y famoso por sus construcciones megalíticas, las nuragas, cuyo principal
yacimiento se localiza en Su Nuraxi.

Las similitudes fonológicas hacen a algunos estudiosos relacionar algunas de estas


culturas con los Pueblos del Mar: los shirdana con Cerdeña, los shekelesh con Sicilia y
los teresh con los tirrenios, basándose solo en las similitudes etimológicas. Las
evidencias arqueológicas solo sostienen un cierto auge de la cerámica de
origen micénico por todo el Mediterráneo, en medio de un cambio cultural, diferente
según el sitio. Es posible que algunos de los pueblos del mar operaran desde o se
movieran por las costas itálicas.19
Llegada de pueblos indoeuropeos

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Mapa lingüístico de Italia en la Edad de Hierro. El mapa


es posterior a la llegada de los pueblos osco-umbrios pero previa a la llegada de los
galos.

Con la Edad del Hierro llegaron a Italia los pueblos indoeuropeos, principalmente en
cuatro grandes migraciones desde el norte. 2021

Una primera oleada migratoria, probablemente indoeuropea, se dio hacia


el III milenio a. C. Son características de este periodo las estelas o estatuarias de
tipo menhir, que frecuentemente llevaban grabados signos solares, aparentemente
signos distintivos indoeuropeos. Una segunda oleada entre el final del III milenio y los
inicios del II milenio a. C. llevó a la difusión de poblaciones asociadas a la cultura del
vaso campaniforme y del bronce en la llanura padana, en Etruria, y en las zonas
costeras de Cerdeña y Sicilia. Hacia la mitad del II milenio a. C., una tercera oleada,
conocida como cultura de las Terramaras, junta a pueblos itálicos del grupo latino-
falisco, que difunden el uso del hierro y la incineración de los muertos.

Hacia el final del II milenio y la primera mitad del I milenio a. C., se da la cuarta y
principal oleada asociada a la Cultura de los campos de urnas, es la de los
pueblos osco-umbrios (pertenecientes al mismo grupo itálico de los latino-faliscos), así
como de leponcios y de vénetos. Se trata de contemporáneos al florecimiento de la
preindoeuropea cultura de Villanova, así llamada por uno de sus principales
yacimientos arqueológicos. Se sabe, además, que practicaban
la cremación e incineración de sus muertos, caracterizándose sus necrópolis por unas
urnas típicas de forma cónica. Hablaban las lenguas itálicas, de origen indoeuropeo. Se
asentaron principalmente al norte, junto al Po, en Emilia, y en el centro de la península
(Umbría, Lacio y Abruzos). Más al sur, aunque la práctica general era la inhumación, se
han encontrado también enterramientos de esta cultura desde Capua, en Campania,
hasta Calabria.
De estas culturas provienen la mayoría de los pueblos que habitarían el centro, el norte
y el sur de Italia de forma hegemónica desde entonces. Los latinos, cuya principal
ciudad era Alba Longa, darían con el tiempo lugar a Roma. Los sabinos, que dieron
nombre a la región Sabinia, habitaban cerca, en ciudades cercanas
como Reate (Rieti), Interocrea (Antrodoco), Falacrinum (Cittareale), Foruli (Civitatomass
a), Amiternum y Nursia (Norcia). Los oscos, que incluyen a los samnitas, se asentaron
en Campania y en el resto del sur de Italia, así como a los lucanos, entre otros.
Los umbros dan nombre a Umbría y habitaron en el centro de Italia, en ciudades
como Perugia, Interamna Nahars (Terni), Fano, Osimo, Fermo y San Severino Marche,
entre otras.

Los etruscos

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Artículos principales: Etruscos y Etruria.

Sarcófago de los esposos (Sarcofago degli Sposi),


ejemplo de arte funerario etrusco del 600 a. C.

Los etruscos fueron un pueblo de lengua preindoeuropea cuyo núcleo histórico fue
la Toscana, a la cual dieron su nombre (eran llamados Τυρσηνοί (tyrsenoi) o Τυρρηνοί
(tyrrhenoi) por los griegos y tuscii y luego etruscii por los romanos; ellos se
denominaban a sí mismos rasena o rašna).

Por mucho tiempo los orígenes de los etruscos se creían desconocidos, debido a ello
surgieron tres teorías que trataban de explicar dicha problemática:

1. La teoría orientalista, propuesta por Heródoto, que cree que los etruscos
llegaron desde Lidia hacia el siglo XIII a. C. Para demostrarlo se basa en las
supuestas características orientales de su religión y costumbres, así como en
que se trataba de una civilización muy original y evolucionada, comparada con
sus vecinos.

2. La teoría autóctona, propuesta por Dionisio de Halicarnaso, que consideraba a


los etruscos como oriundos de la península itálica. Para argumentarlo, esta
teoría explica que no hay indicios de que se haya desarrollado la civilización
etrusca en otros lugares y que el estrato lingüístico es mediterráneo y no
oriental.
3. Teoría de un origen «nórdico», defendida por muchos a finales del siglo XIX y
primera mitad del XX; se basaba solo en la similitud de su autodenominación
(rasena) con la denominación que los romanos dieron a ciertos pueblos celtas
que habitaban al norte de los Alpes, en lo que actualmente es el Este de Suiza y
Oeste de Austria: los ræthii o réticos, tal origen supuesto solo en parofonías
está ya descartado.

Sin embargo, las modernas investigaciones sobre el origen de los etruscos, llevadas a
cabo por un grupo de genetistas y coordinadas por Guido Barbujani, miembro del
departamento de Biología y Evolución de la Universidad de Ferrara (Italia), llegaron a la
conclusión que, genéticamente, el origen de los etruscos corresponde a la segunda
teoría, es decir, la de Dionisio de Halicarnaso, confirmando así el origen autóctono de la
península itálica de este pueblo.22

Etruria, territorio de los etruscos en Italia.

Desde la Toscana se extendieron por el sur, hacia el Lacio y la parte septentrional


de Campania, en donde chocaron con las polis griegas de la Magna Grecia (sur de
Italia); hacia el norte de la península itálica ocuparon la zona alrededor del valle del río
Po, hasta el sur de la actual región de Lombardía. Llegaron a ser una gran potencia
naval en el Mediterráneo Occidental, lo cual les permitió establecer factorías
en Cerdeña y Córcega. Sin embargo, hacia el siglo V a. C. comenzó a deteriorarse
fuertemente su poderío, en gran medida al tener que afrontar, casi al mismo tiempo,
las invasiones de los celtas, desde el norte, y la competencia de los cartagineses para
los comercios marítimos, desde el sur.

Su derrota definitiva, por los romanos, se vio facilitada por tales enfrentamientos y por
el hecho de que, los rasena (o etruscos), nunca formaron un Estado sólidamente
unificado, sino una especie de débil confederación de ciudades de mediano tamaño.
Algunas de sus principales ciudades
fueron: Veyes, Chiusi, Tarquinia, Caere, Valathri, Felsina (Bolonia), Aritim (Arezzo), Volsi
nios (Orvieto) y Vetulonia, entre otras.
A partir del siglo IV a. C., Etruria (nombre del territorio de los etruscos), fue
gradualmente conquistada y absorbida por la República romana y, los etruscos, al igual
de los demás itálicos, federados por los romanos, volviéndose así parte integrante de
la Italia romana.

En cierto modo predecesores de Roma y herederos del mundo helénico, su cultura


(fueron destacadísimos orfebres, así como innovadores constructores navales) y
técnicas militares superiores, hicieron de este pueblo el dueño del norte y centro de la
península itálica, desde el siglo VIII a. C. hasta la llegada de Roma. El arte etrusco,
influenciado por el griego, marcaría el posterior arte romano. Son exponentes del
mismo: el Apolo de Veyes, el Marte de Todi, la Quimera de Arezzo o el Frontón de
Talamone, entre otros. A tal punto llegó su influencia que los primeros reyes de Roma
fueron etruscos.

Celtas e ilirios

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Los pueblos celtas del norte de Italia.

A partir del siglo XII a. C. se desarrollaron, en Centroeuropa, las culturas de Hallstatt y


su sucesora de La Tène, de la que derivan los pueblos celtas que se expandieron por
buena parte de Europa. Su expansión hacia el sur los llevó a asentarse en el noroeste
de Italia, en la zona entre los Alpes y el llano al norte del río Po, con una constante
presión hacia el sur de la península, enfrentados a los pueblos itálicos.

Los taurinos se asentaron en la zona de lo que hoy es Turín, que fue su capital. Una de
las ramas de la gran tribu de los boyos llegó hasta a la actual Bolonia, cuyo topónimo es
de raíz celta, acompañados por lingones y senones (que dan nombre a Senigallia).
La Llanura Padana y la parte norte de la actual región de Marcas serían llamados por
ello Ager Gallicus. Otras tribus incluyen a los insubrios, que se asentaron en la parte
oeste de Lombardía y a los cenómanos, asentados en la parte oriental de la misma
región. En muchos casos se produjo una asimilación o amalgamación entre los celtas y
los pueblos ligures preexistentes, dando vida así a una cultura celto-ligur.
De forma similar, los ilirios, empujados por los anteriores, se vieron desplazados hacia
el sur, poblando algunas zonas de Véneto (cuyo nombre viene del pueblo itálico de
los vénetos), Istria (por los istrios) y las costas meridionales del mar Adriático. Algunos
defienden que los mesapios, que ocupaban Apulia, son de origen ilirio, aunque otros
les dan un origen helénico o itálico ilirizado.

Magna Graecia a principios del siglo III a. C.

Magna Grecia

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Artículos principales: Magna Grecia e Italiotas.

Desde el siglo VIII a. C. la zona sur de la península itálica recibió una fuerte
influencia griega. El descontento con la clase dirigente, el aumento demográfico, la
falta de tierras y el deseo de crear nuevas factorías comerciales, llevó a los antiguos
griegos a crear numerosas colonias en el extranjero. Su cercanía, así como su relativa
poca resistencia a este fenómeno, hizo del sur de Italia una de las principales zonas de
asentamiento griegas.

Varias de las principales polis (ciudades) griegas se ubicaron entre el arco que forma
el Golfo de Tarento (donde destacaban ciudades griegas
como Taras, Síbari, Metaponto, Kalípolis, etc) y el Golfo de Nápoles (donde se
encontraban colonias griegas como Parténope, Pitecusas, Cumas, Poseidonia, etc), en
la parte oriental de Sicilia y, en menor medida, en determinadas zonas de la
costa adriática. El conjunto de estas poderosas polis griegas del sur de Italia era
conocido como Magna Grecia (Gran Grecia) y a sus habitantes peninsulares se les
conocía como italiotas (esto es, griegos del sur de Italia o itálicos de lengua y cultura
griega y, de la misma manera, a los habitantes de las polis griegas de Sicilia se les
conocía como siciliotas).

Los eubeos y rodios fundaron Cumas, Regio de Calabria, Nápoles, Giardini-


Naxos y Mesina; los corintios Siracusa (que a su vez sería un foco de ulteriores colonias
en Italia, como Ancona); los megarenses, Lentini; los partenios-espartanos, Tarento;
los focenses, Elea y los aqueos Síbari, Metaponto, Turios, Caulonia y Crotona, entre
otras. Mientras, Heraclea de Lucania y Locri Epicefiris, fueron ligeramente posteriores.
Templo de Poseidón en Paestum (Campania).

Esta colonización supuso el primer contacto de los pueblos itálicos con la cultura clásica
griega. Las colonias no fueron meros enclaves comerciales, sino que también fueron
hitos de la naciente civilización helénica: Pitágoras residió
en Crotona, Arquímedes y Teócrito eran nativos de Siracusa, Parménides era natural
de Elea... No en vano, los griegos conocían a la región como Magna Grecia. Supusieron
además las primeras democracias de Italia. El contraste con las poblaciones locales
favoreció en muchos casos una aculturación de los itálicos cercanos a las colonias.

La colonización griega llegó a sus límites en los territorios insulares que rodean la
península. En el caso de Sicilia, los griegos se asentaron en la zona norte, cerca del
Estrecho de Mesina, y en la costa oriental, donde ciudades como Siracusa tuvieron un
papel importante en el mundo griego. Chocó ahí, sin embargo, con el
imperialismo cartaginés. Las Guerras Sicilianas entre griegos y púnicos no tuvieron un
vencedor, aunque la isla terminó dividida en dos esferas de influencia:

• La zona oriental, con Siracusa, Agrigento, Mesina... quedó bajo control griego.

• La zona occidental, donde destacaba la colonia cartaginesa


de Panormos (Palermo)... quedó bajo control púnico.

Algo parecido ocurrió con los intentos griegos de establecer colonias frente al mar
Tirreno. Aunque los comienzos en Córcega y Cerdeña fueron prometedores, con la
fundación de Alalia y el establecimiento de una base en Olbia (Cerdeña), la derrota
frente a etruscos y púnicos en la batalla de Alalia dejó Córcega y Cerdeña en manos
cartaginesas. Los nuevos amos del Mediterráneo occidental se concentraron en el sur
de Cerdeña, naciendo las colonias púnicas de Cagliari, Nora, Sulcis y Tharros.

Las nuevas colonias griegas importaron el gobierno de polis (ciudades-Estado), muchas


veces compitiendo o aún enfrentándose entre sí. Así la rica Síbari fue derrotada
por Tarento, que se convirtió en una de las potencias de la península. No era
infrecuente que se pidiera ayuda a las demás potencias griegas para combatir a
colonias enemigas o a los pueblos itálicos, destacando campañas como las
de Arquidamo II o la de Alejandro de Epiro. Pero la mayor colonia griega sería Siracusa,
que gobernada bajo una serie de tiranos como Dionisio I, se convirtió en el gran poder
de Sicilia, rechazando una expedición ateniense en el 415 a. C., a pesar de estar Atenas
en el cénit de su poder y encabezando la lucha con los púnicos.
A partir del siglo IV a. C., de la misma manera que los etruscos, los italiotas de la Magna
Grecia, al igual que todos los pueblos itálicos del sur de Italia, fueron gradualmente
conquistados, absorbidos y federados por la República romana, volviéndose así parte
integrante de la Italia romana.

Posteriormente, este movimiento de población desde Grecia a Italia se repetiría en


otros momentos de la historia, dada la cercanía entre ambos países. En la Edad Media,
durante los siglos de dominio bizantino y las posteriores emigraciones griegas debidas
a la conquista otomana de los Balcanes, llegaron nuevas olas de griegos que
encontraron en el Sur de Italia un pueblo hermano de raíces comunes y, a veces,
grecoparlante (ver: grikos del sur de Italia). Nápoles, especialmente, sería durante
siglos uno de los mayores puertos del Mediterráneo y un foco de cultura griega. 23

Roma

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Artículo principal: Antigua Roma

Rómulo y Remo, los legendarios


fundadores de Roma, amamantados por la loba Luperca.

Orígenes

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Artículos principales: Latinos y Fundación de Roma.


Expansión romana en Italia.

En el 753 a. C. se fundó, a orillas del río Tíber, en la parte central de la región de Lacio,
en el centro de Italia, una ciudad clave para la historia de la humanidad: Roma.

En base exclusivamente a su origen legendario: la mitología romana vincula el origen


de Roma, y de su institución monárquica, al héroe troyano Eneas, quien, huyendo de la
destrucción de su ciudad, navegó hacia el Mediterráneo occidental hasta llegar a Italia,
tras un largo periplo. Allí, tras casarse con la hija del rey de los latinos, pueblo del
centro de Italia, fundó la ciudad de Lavinium.

Posteriormente, su hijo Iulo, fundaría Alba Longa, ciudad de cuya familia real
descenderían los gemelos Rómulo y Remo, hijos de Rea Silvia y del dios Marte, los
cuales, después de haber sido abandonados en el río Tíber por su madre, salvados y
amamantados por una loba llamada Luperca, y criados por los pastores Fáustulo y Acca
Larentia, se asentaron entre las colinas del Palatino y del Aventino, donde tuvieron una
violenta discusión y, tras el asesinado de Remo por manos de su hermano Romulo, este
último, en el día 21 de abril del año 753 a. C, fundó Roma.

Según la historiografía y la arqueología contemporánea, el origen real de Roma, se


debe a unos asentamientos de tribus itálicas de latinos, sabinos (de ahí el legendario
episodio del rapto de las sabinas) y etruscos, que, entre los siglos X y VIII a. C., se
establecieron en el punto del Latium Vetus que se convertiría en Roma, entre las siete
colinas y la confluencia entre el río Tíber y la Vía Salaria, a 28 km del mar Tirreno. En
este lugar el Tíber tiene una isla donde el río puede ser atravesado. Debido a la
proximidad del río y del vado, Roma estaba en una encrucijada de tráfico y comercio.
Alrededor del siglo VIII a. C. los asentamientos se unificaron en la que se conoce
como Roma Quadrata.24

La Monarquía romana

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Artículo principal: Monarquía romana

La monarquía romana (en latín, Regnum Romanum) fue la primera forma política de
gobierno de la entonces ciudad-Estado de Roma, desde el momento legendario de su
fundación, el 21 de abril del 753 a. C., hasta el final de la monarquía, en el 510 a. C.,
cuando el último rey, Tarquinio el Soberbio, fue expulsado, instaurándose la República
romana.

Los orígenes de la monarquía son imprecisos, si bien parece claro que fue la primera
forma de gobierno de la ciudad, un dato que parecen confirmar la arqueología y
la lingüística. Mitológicamente, se enraíza en la leyenda de Rómulo y Remo. De
cualquier manera, tras Rómulo y el sabino Numa Pompilio, llegó al poder Tulio Hostilio,
que expandió el puerto de escala de Roma en la ruta costera de la sal, a costa de sus
vecinos, transformando Roma en la más influyente ciudad de Lacio.

Tras el reinado de Anco Marcio, ascendió al poder una dinastía de origen etrusco, los
Tarquinios, bajo la que Roma amplió aún más su poder en la región. Sin embargo, los
excesos de Tarquinio el Soberbio fueron origen de disputas internas, a las que se
sumaron la coalición de etruscos y latinos amenazados por la ciudad, desembocando
en la expulsión del rey gracias a la intervención de Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquinio
Colatino. Roma perdió la mayor parte de su poder frente a los etruscos liderados por el
rey de Chiusi, Lars Porsenna, a lo que se sumó la humillación de un saqueo
por celtas liderados por Breno, que asolaron varias ciudades italianas.

La República romana

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Artículos principales: República romana e Italia (época romana).

Ciudad de Roma durante los tiempos de


la república. Grabado de Friedrich Polack (1896).

La República (509 a. C.-27 a. C.) fue la siguiente etapa de la antigua Roma en la cual la
ciudad de Roma y sus territorios mantenían un sistema republicano de gobierno. En
circunstancias históricas poco claras, la monarquía romana fue abolida, en el 509 a. C.,
y sustituida por la República.
Una característica del cambio fue que la administración de la ciudad y sus distritos
rurales quedó regulada en el derecho de apelar al pueblo contra cualquier decisión de
un magistrado concerniente a la vida o al estatuto jurídico.La administración ejecutiva
quedó dotada de Imperium o poder omnímodo el cual tenía un origen religioso que
arrancaba del propio dios Júpiter. Los magistrados dotados de imperium eran
los cónsules, pretores y, eventualmente, los dictadores. Sin embargo, el imperium sólo
se ejercía extra pomoerium, es decir, fuera de las murallas de Roma. En consecuencia,
tenía un carácter esencialmente militar. En la ciudad, y en sus funciones civiles, los
magistrados estaban sometidos a limitaciones legales y controles mutuos.

Con el paso de los años la ciudad fue conquistando a sus


vecinos latinos, sabinos y etruscos, a los que agruparía en la Liga Latina, y recuperando
su antiguo poder en el Lacio. La expansión continuó hacia el sur y, aceptando una
petición de protección de los samnitas de Capua frente a sus vecinos montañosos, se
involucró en las guerras samnitas, con las que terminaría obteniendo Campania. La
ciudad griega de Nápoles logró un acuerdo similar. Para asegurar el territorio
conquistado se fundaron colonias romanas en varios puntos de Italia,
como Ostia, Urbinum
Mataurense (Urbino), Aruminium (Rímini), Cremona, Placentia (Piacenza)
o Mediolanum (Milán). Uno a uno los diversos pueblos itálicos fueron conquistadas y
federados, Roma impuso un protectorado sobre las colonias griegas del sur,
encabezadas por Tarento, que pese a la campaña del rey Pirro de Epiro, terminaron de
igual manera que los demás itálicos bajo el yugo romano.

Con esto Roma completó la conquista de la intera Italia peninsular que, de este
momento en adelante, quedará como extensión ampliada del antiguo Ager Romanos,
es decir, como territorio metropolitano de la misma Roma, políticamente diferenciado
de cualquier otro territorio fuera de ella, los cuales serán las provincias.25

La petición de socorro de los mamertinos, un grupo de mercenarios que se habían


adueñado de Mesina, hizo que el avance romano continuara hacia Sicilia, donde chocó
con los cartagineses. Tras ganar la primera guerra púnica, a tres bandas, entre
Roma, Cartago, y Siracusa, Roma se anexionó la mayor parte de la de isla. Pronto la
siguieron Cerdeña y Córcega, ante la debilidad de Cartago durante la Guerra de los
Mercenarios, y la propia Siracusa, tras la caída de su tirano Hierón II de Siracusa, y su
famoso sitio. Convertida en una de las principales potencias del Mediterráneo, junto
a Cartago y los reinos helénicos, Roma practicó una política exterior cada vez más
importante. Datan de esa época las Guerras Ilirias, en el Adriático, y los primeros serios
choques con Macedonia y las tribus de la Galia.
Legión romana en orden de marcha.

El rearme cartaginés, liderado por Amílcar Barca, llevó a la ocupación púnica de buena
parte de la península ibérica y a un nuevo periodo de rivalidad con Roma. Con la excusa
del asedio a los aliados romanos de Sagunto, el hijo y sucesor de Amílcar, Aníbal,
invadiría Italia a través de los Alpes. Durante esta segunda guerra púnica, Aníbal infligió
históricas derrotas a los Romanos, culminando en Cannas, pero finalmente se impuso
la victoriosa campaña de Publio Cornelio Escipión, en Iberia, que terminó trasladando
la guerra al norte de África y llevó a la victoria definitiva de los romanos en Zama.

Roma fue, a partir de entonces, la mayor potencia mediterránea. Se anexionó las


provincias cartaginesas en la península ibérica, que amplió mediante varias guerras en
los dos siglos siguientes, durante su conquista de Hispania, a pesar de contratiempos
como el Sitio de Numancia o la resistencia de Viriato. Roma comenzó a intervenir
en Grecia y Macedonia, durante las guerras macedónicas, conquistándolas tras una
victoria en Pidna. Tras una tercera guerra púnica, largo tiempo buscada por el sector
más conservador del Senado y su portavoz, Marco Porcio Catón, con la que destruyó
definitivamente a sus antiguos enemigos cartagineses, así Roma puso el pie en África,
en lo que hoy es Túnez.

Las herencias del rey Átalo III en Asia y de Nicomedes en Bitinia, le dieron nuevos
territorios en Anatolia, que llevaron a otra guerra con Mitrídates VI del
Ponto y Tigranes I de Armenia, con las que su dominio se amplió a Siria y Turquía,
mientras conquistaba a sus antiguos aliados númidas, liderados por Yugurta, que se
habían vuelto contra Roma. Lo mismo ocurriría con el reino de Cirene, junto a Egipto,
legado a Roma por su último rey, Ptolomeo Apión. La necesidad de mantener las rutas
que conectaban estos territorios llevó a campañas contra piratas y a ocupar Cilicia, a
aliarse y realizar pactos de protección con ciudades como Marsella o Rodas y a la
conquista de la Galia Narbonense. Publio Clodio Pulcro dirigiría con el tiempo la
ocupación de Chipre, una alejada provincia egipcia sometida a los vaivenes de la
política mediterránea. La construcción de calzadas romanas facilitó las comunicaciones,
tanto en Italia como en las provincias.
Este incombustible expansionismo de la República tuvo importantes consecuencias
sociales, sobre todo debidas al hecho de que el ejército romano no estaba concebido
para las largas campañas de ultramar. La ausencia de sus hogares tenía duras
consecuencias para los confederados itálicos que componían la base del ejército
romano, tanto entre los itálicos provistos de ciudadanía (que integraban las legiones)
como, y sobre todo, entre los itálicos socii (los aliados, todavía desprovistos de
ciudadanía y que conformaban las alae sociorum, la base mayoritaria del ejército
romano).

Esto llevó a la rebelión itálica de los socii (aliados), descontentos por no haber aún
recibido la ciudadanía a pesar de la fundamental contribución ofrecida para la
conquista de las provincias, así como por las rencillas con los demás itálicos ya
ciudadanos, desencadenando la guerra Social (o guerra de los aliados), es decir, la
guerra entre Roma y las demás ciudades itálicas ya provistas de ciudadanía contra sus
aliados itálicos desprovistos de ciudadanía, la cual llevó al otorgamiento de la plena
ciudadanía romana para todos los itálicos, a través de la Lex Plautia Papiria;
acontecimiento que remarcó aún más la diferenciación de estatus entre Italia (ya
territorio metropolitano de Roma exento de los impuestos provinciales y, tras la
susodicha guerra Social, habitada en su totalidad por ciudadanos romanos de pleno
derecho) y las provincias (los restantes territorios fuera de Italia). 26

En el mismo periodo, el ejército de Metelo había sido asignado al cónsul sénior, Lucio
Casio Longino, para expulsar a los cimbrios, que volvían a amenazar a Italia desde los
Alpes. Cayo Mario introdujo una serie de importantes reformas.

Mario aplastó a los germanos en la batalla de Vercelae y se convirtió en el primer


hombre de la Roma de su tiempo, cinco veces consecutivas cónsul, pero a costa de un
mayor grado de enfrentamiento político. Mario, de extracción humilde, representaba el
éxito de las clases populares frente a la tradicional aristocracia romana, que se le opuso
agravando un enfrentamiento entre clases sociales que databa de los mismos orígenes
de la ciudad.

Busto de Julio César.


Las reivindicaciones de las clases más pobres, que desde los intentos de reforma
agraria de los hermanos Tiberio y Cayo Sempronio Graco aspiraban al reparto de tierras
públicas fruto de las conquistas que beneficiaban a los latifundistas, y el nuevo ejército,
que dependía del poder de su general para obtener tierras al licenciarse, dio pie a una
serie de conflictos y pulsiones internas. Lucio Cornelio Sila, antiguo lugarteniente de
Mario que se enfrentó a este en sus últimos años liderando a la aristocracia patricia,
reinstauró la paz tras una dictadura personal, pero con el tiempo se fueron anulando
sus medidas. Se trata de una de las épocas más famosas de la ciudad, con la oratoria
de Marco Tulio Cicerón en el Senado, el intento de golpe de Estado de Lucio Sergio
Catilina o la revuelta de esclavos de Espartaco.

Destaca entonces el poder acumulado por el triunvirato de Pompeyo, Julio


César y Craso, que se repartieron los cargos públicos en Italia y el gobierno de sus
provincias. Craso fue derrotado por los partos en Oriente durante la batalla de Carrhae,
pero César ganó la fama inmortal al conquistar a los belicosos galos y poner el pie
en Britania y Germania.

La enemistad entre el político y general que había conquistado las Galias y reunido un
poder sin precedentes, y la mayor parte de la aristocracia, desembocaron en una
cruenta sucesión de guerras civiles cuando se le trató de desposeer del mando de sus
tropas, previa alianza con su otrora aliado Pompeyo. César cruzó entonces el río
Rubicón, imponiéndose en Italia, y persiguiendo a los que se le opusieron por los
dominios de Roma. Venció en la clave batalla de Farsalia y logró finalmente el poder
absoluto, pero fue asesinado por un complot liderado por Marco Junio Bruto que
reinició la lucha partidista.

En la nueva la guerra civil los cesaristas persiguieron a lo que quedaba de sus


oponentes mientras se disputaban entre ellos la sucesión. Después de una lucha con
los antiguos lugartenientes de César, Marco Antonio y Marco Emilio Lépido, el hijo
adoptivo y sucesor de Julio César, Cayo Julio César Octaviano, se hizo con el poder de la
facción cesarista y de Roma, terminando con las guerras civiles.

El Imperio romano

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Artículo principal: Imperio romano


El Imperio romano en su
apogeo, en el año 117.

El nacimiento del imperio viene precedido por la expansión de su capital, Roma, que
extendió su control en torno al mar Mediterráneo, y la larga sucesión de conflictos
internos que marcaron el final de la República.

Tras la victoria final de Augusto, se estableció por fin una paz perdurable, caracterizada
por la concentración del poder en manos del susodicho, primero como Princeps y
luego como Domine. Paralelamente, se continuó con la pacificación interna y la
expansión exterior, buscando la conocida como Pax Romana, un largo periodo de
estabilidad y paz que vivió Europa, el norte de África y Oriente Medio bajo el yugo
romano. Augusto buscó consolidar y racionalizar las fronteras y crear una
administración que permitiera gestionar los ya extensos territorios bajo el poder
romano. Para ello contó con el apoyo de leales colaboradores como el acaudalado Cayo
Mecenas o el general Marco Vipsanio Agripa.

El territorio metropolitano de Roma: Italia (en rojo),


dentro del contexto imperial, en el año 117, rodeada por las provincias (en rosa).

Sucedido por Tiberio, hijo adoptivo de Augusto, comenzó la transmisión del poder
imperial en una única familia, si bien muchas veces se dieron sucesiones a hijos
adoptivos, como los mismos Augusto y Tiberio. Tiberio resultó un emperador duro y
eficaz, aunque algo inestable con una temporada ausente en la isla de Capri. Fue
sucedido por su hijo adoptivo Calígula, hijo natural del gran general Germánico.
Inicialmente aclamado por todos, fue pronto famoso por su megalomanía, sus locuras y
sus excesos. Finalmente asesinado por un complot en el que intervino la Guardia
Pretoriana, fue sucedido por su tío Claudio, que era considerado incapaz pero se ganó
reputación de buen gobernante por su hacer. En sus últimos años se vio marcado por
su esposa y probable asesina, que logró colocar a Nerón, hijo adoptivo de Claudio.
Nerón resultó ser un nuevo Calígula, y a su muerte, en otro golpe de Estado, se produjo
el año de los cuatro emperadores, que muestra hasta que punto la dinastía imperial
podía ser frágil frente al ejército. Vespasiano, hábil general y político, finalmente se
impondría, sustituyéndose la dinastía Julio-Claudia por la Flavia.

Le sucedieron sus hijos, primero el querido Tito y luego el cruel Domiciano, que murió
en otra conspiración. Tras él llegaron los conocidos como cinco buenos emperadores,
que llevaron Roma a su culmen territorial, económico y de poder: Nerva; Trajano, que
extendió las fronteras del Imperio; Adriano, querido emperador que realizó grandes
reformas y visitó numerosas provincias; Antonino Pío y Marco Aurelio, pensador a la
par que defensor de la fronteras. A este último le sucedió su hijo natural, Cómodo, con
el que reaparecerían muchos de los problemas previamente presentes en cuanto a
sucesiones e inestabilidad.

El año de los cinco emperadores fue seguido de la nueva dinastía Severa, con
emperadores de extracción provincial como Septimio Severo, el cual fue un capaz
general que restableció el imperio tras la dejadez de Cómodo. Le sucedió su
hijo Caracalla, de costumbres militares y buen general aunque impopular por haber
matado a su hermano Publio Septimio Geta, y que murió asesinado en campaña.
Durante un par de años ocuparon el poder el general que le había asesinado, Macrino,
con su hijo, pero se impuso finalmente la dinastía Severa con Heliogábalo, un polémico
adorador del Sol. Tan polémico resultó que su propia familia apoyó a su primo y
respetado general Alejandro Severo. El nuevo emperador, tranquilo y pacífico,
terminaría abandonando el poder en manos de su madre y abuela, que se dedicaron a
reparar los errores cometidos durante la administración de Heliogábalo. Acabó siendo
asesinado. Fue el último gobierno civil de Roma y el final de la dinastía Severa: con su
muerte, en el 235, se inician cincuenta años de anarquía militar en el Imperio. Es la
llamada Crisis del siglo III.

El Panteón de Agripa, una


de las muestras de la arquitectura de la Antigua Roma.
El Imperio romano fue el mayor foco cultural, artístico, literario, filosófico, científico,
militar y técnico de su tiempo. La cultura de la Antigua Roma no solo es relevante por
el Derecho o la asunción del Cristianismo como religión dominante; también, fue
especialmente fructífera en materia de ingeniería civil; se construyó la primera red de
carreteras europeas cuando las calzadas romanas se expandieron por todo el imperio;
entre las obras civiles, destacaron los puentes y los acueductos para llevar agua desde
los acuíferos a las ciudades. La cultura urbana romana permitió el desarrollo de
ciudades extremadamente complejas, tanto en Italia como fuera de ella.

Roma tomó el relevo de la cultura griega. Destacan autores como Virgilio (autor de
la Eneida, principal poema épico romano), los historiadores Plinio el Joven, Plinio el
Viejo, Tácito, Tito Livio y Suetonio, el poeta Horacio, el comediante Plauto o el filósofos
y orador Cicerón. La romanización de los territorios ocupados, tanto por la
superioridad cultural, la conquista militar y la creación de colonias, llevaron a expandir
el latín por toda Europa y siendo el germen de las lenguas romances.

En sentido inverso, los romanos importaron numerosos conocimientos de otros


pueblos: la filosofía helenística, el calendario egipcio... El sincretismo romano importó
numerosos cultos de todas partes como la Cibeles anatolia, el griego-egipcio Serapis o
el fenicio Melkart. Hacia los últimos años del imperio cobraron importancia sectas y
cultos orientales como el judaísmo, su escisión cristiana, el mitraísmo o el culto al Sol
Invictus.

La capital de Italia y de todo el Imperio, Roma, se convirtió en la mayor urbe del mundo
de su época, y en la primera metrópolis de la historia, con habitantes venidos de todas
las provincias romanas y numerosos arcos triunfales, como los de Tito, Augusto o el
de Trajano, columnas como las de Trajano y Constantino y templos votivos por las
victorias militares; se trajeron numerosos obeliscos de Egipto.

El famoso Augusto de Prima Porta.


La paz exterior, la seguridad, la red de comunicaciones que implicaban calzadas y rutas
marítimas, impulsaron el comercio y la economía. La agricultura y ganadería en la
antigua Roma continuó el proceso tardorrepublicano de concentración de propiedad
de la tierra en latifundios merced a la distribución de las tierras conquistadas y a la
ruina de los pequeños agricultores. El esclavismo fue clave en la explotación de dichos
latifundios y otro motivo del militarismo romano. La ingeniería romana permitió
explotar por primera vez a gran escala minas en Hispania y Britania. Con gremios
nacieron primitivas industrias como el vidrio romano, el garum o la púrpura. La
existencia de una serie de Estados organizados a lo largo de Eurasia permitió la
creación de la Ruta de la Seda, que enlazaba Occidente con el Imperio chino y la India.

Bajo la etapa imperial los dominios de Roma siguieron aumentando. Augusto, después
de que las guerras que le llevaron al trono le enfrentaran a Cleopatra, conquistó Egipto,
incorporó el antiguo protectorado romano de Galacia y, en su intento de crear un
imperio cohesionado. terminó la conquista de Hispania contra cántabros y astures, la
de Nórico y Rhetium al norte de los Alpes, y la cuenca
del Danubio (Panonia, Moesia y Tracia). Tiberio incorporaría como provincia Capadocia,
que desde los tiempos de la República había dependido de Roma para sobrevivir entre
los imperios de la región. Calígula, en uno de sus excesos, asesinó al rey
de Mauritania y se anexionó el país. Claudio, tratando de ganarse la fama,
invadió Britania, que sería conquistada finalmente tras varias campañas. Tito es famoso
por haber conquistado Judea, desde tiempos de César aliado o protectorado romano.
La lucha con Roma marcó muchos hitos nacionales en dichos países, como la rebelión
de la reina britana Boudica, las campañas contra los pictos de Cneo Julio Agrícola o la
última resistencia judía en Masada. El imperio llegó a su máxima extensión durante el
reinado de Trajano, conquistador de Dacia (actual Rumanía) tras las guerras dacias,
de Petra y de Asiria, de Mesopotamia y Armenia tras una guerra con los persas.

Recreación de una legión imperial.

El Imperio romano abarcaba desde el Océano Atlántico, al oeste, hasta las orillas
del mar Negro, el mar Rojo y el golfo Pérsico, al este, y desde el desierto del Sahara al
sur, hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera
con Caledonia al norte. Su superficie máxima estimada sería de unos 6.14 millones
de km².

Con el tiempo las fronteras se fueron estabilizando. La derrota ante los germanos
de Arminio en Teotoburgo, en tiempos de Augusto, arruinó la conquista de Germania
proyectada por el emperador. Las constantes guerras con el Imperio parto en el este
marcaron el límite final por Oriente, teniéndose que librar muchas guerras con persas o
Estados levantiscos como Palmira para conservar lo conquistado. Las dificultades para
gestionar el ya inmenso territorio imperial llevaron a la construcción de limes, o
fronteras fortificadas, para defender un imperio que comenzaba a dar señales de
agotamiento.

El sucesor de Trajano, Adriano, abandonó parte de sus conquistas en Oriente Medio


para mejor gestionar el imperio y creó el Muro de Adriano frente a
los pictos escoceses. Marco Aurelio pasó buena parte de su reinado luchando en
las guerras marcomanas contra los sármatas en el Oriente y los marcomanos en el
Danubio, a medida que la presión de los hunos empujaba a estos y otras tribus
(godos, alanos...) contra las fronteras del Imperio.

El Bajo Imperio y la decadencia

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Artículos principales: Bajo Imperio romano y Caída del Imperio romano de Occidente.

El período conocido como Bajo Imperio (284-395) comienza con Diocleciano, que fue
emperador de Roma desde 284 hasta 305. Diocleciano, para facilitar la administración
del Imperio, ideó la Tetraquía, dividiendo el Imperio entre Occidente y Oriente. Él
inaugura la dinastía Constantiniana (305-363), llamada así en honor al más relevante
de sus emperadores. Tras ella, se sucedieron la dinastía Valentiniana (364-395) y
la dinastía Teodosiana.

Desde Diocleciano, el imperio se volvió a unir y a separar en diversas ocasiones,


siguiendo el ritmo de guerras civiles, usurpadores y repartos entre herederos al trono
hasta que, a la muerte de Teodosio I el Grande, que hizo del Cristianismo no arriano la
religión oficial, quedó definitivamente dividido.

Diócesis de Italia en el año 400.


La oleada de pueblos orientales terminó empujando a las tribus germánicas,
empujadas hacia el Oeste, que varias veces penetraron en un Imperio romano cada vez
más débil. Las fronteras cedieron por falta de soldados que las defendiesen, después
de que Caracalla hubiera extendido la ciudadanía romana a todo el Imperio en el
siglo III, dejando que Italia (y con ella la misma Roma) perdiera gradualmente su
diferenciación con las provincias.

En muchas ocasiones se llegaron a ceder provincias fronterizas a los germanos a


cambio de que las defendiesen de sus compatriotas (estableciendo foedus con ellos),
pues el servicio militar había sido abolido entre los italianos. Otras veces se vio como
generales se autoproclamaban emperadores en Galia o Britania, provincia que fue
finalmente abandonada para concentrar las tropas en el continente. El Imperio,
sofisticado y rico como pocos en la historia, era ya decadente, y en los siglos III y IV, sus
últimas glorias vinieron de generales de origen bárbaro como Aecio, que derrotó
a Atila en la batalla de los Campos Cataláunicos y Estilicón, que logró las últimas
victorias contra los germanos.

En el Medio Oriente, la rebelión de Zenobia en Palmira y las guerras con


los sasánidas pusieron varias veces en aprietos al Imperio. La frontera del Rin fue
rebasada por los francos un día que el río se heló y la del Danubio cedió ante
los godos que causaron una histórica derrota a las últimas legiones en la batalla de
Adrianópolis. En el culmen de la debilidad, la misma Italia fue atacada. La gloriosa
ciudad de Roma fue saqueada por los visigodos de Alarico I en 410. Atila atacó la
península devastando Aquilea (cuyos prófugos fueron el germen de la desde entonces
pujante Venecia) y llegó hasta Roma, que sin embargo no atacó después de un
parlamento con el papa León I el Magno.

Paralelamente, la capitalidad había sido desplazada a Milán primero, y a la fácilmente


defendible Rávena después, mientras que varias provincias iban siendo conquistadas
por diversos pueblos germanos o directamente abandonadas por el poder central. La
parte oriental, más rica y militarmente fuerte, se convirtió en el gran foco de poder del
Mediterráneo, el naciente Imperio Bizantino, a costa de reducir los recursos de Italia y
Occidente. El cristianismo, otrora perseguido, se convirtió en religión oficial gracias a
los edictos de Milán de Constantino I el Grande de 313, que proclamaba la libertad
religiosa y el de Tesalónica de Teodosio I el Grande, que hizo el cristianismo oficial en el
380. El obispo de Roma, el papa, empezó a cobrar importancia política y a ser uno de
los principales dirigentes cristianos. Las ciudades decayeron, produciéndose una
emigración al campo, con el consecuente efecto negativo en el comercio, la cultura y la
ciencia.

El emperador de Roma ya no controlaba el Imperio, de tal manera que en el año 476,


un jefe bárbaro, Odoacro, destituyó a Rómulo Augústulo, un niño de apenas 10 años
que fue el último emperador Romano de Occidente y envió las insignias imperiales
a Zenón, emperador Romano de Oriente.

Alta Edad Media (s. V al XII)

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El Reino ostrogodo

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Artículo principal: Reino ostrogodo de Italia

Mapa del Reino ostrogodo de Italia.

Los ostrogodos eran un grupo de godos que habían sido sojuzgados por los hunos. Tras
su liberación de aquellos, eligieron a Teodomiro como rey y se asentaron bajo
protección bizantina en Panonia, en el cauce del Danubio. A este le sucedió su
hijo Teodorico el Grande, que con la bendición del emperador de Oriente condujo a su
pueblo a Italia en 488.

En la península gobernaba el hérulo Odoacro tras deponer al último emperador


romano en 476. Tras una campaña en el Norte de la península, Teodorico tomó la
capital, Rávena, matando a Odoacro en 493 y estableciéndose como señor del país. Su
reinado fue recordado por mantener la administración romana, que protegió, logrando
mantener la estabilidad de Occidente. Regente de sus primos visigodos al ser abuelo
del joven rey, Teodorico, llegó por un tiempo a parecer ser capaz de reconstruir el
antiguo Imperio de Occidente. Mandó construir y decorar joyas como la Capilla
Arzobispal de Rávena, el Baptisterio Arriano o su mausoleo, obra maestra del arte
ostrogodo en Italia.

Sin embargo, en 526, la muerte de Teodorico acabó con esta etapa de paz, heredando
Italia su nieto, Atalarico. El Reino Ostrogodo de Italia se desmoronó, con un sobrino de
Teodorico, Teodato, asesinando a Atalarico, nieto y heredero del gran rey e iniciando
una guerra civil. Los excesos de Teodato rompieron con el apoyo del Imperio Romano
de Oriente al dominio ostrogrodo y propició una invasión bizantina paralela a las luchas
nobiliarias.

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