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Trabajo Sagrada Escritura IV

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REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA


UNIVERSIDAD CATÓLICA CECILIO ACOSTA
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA
PROGRAMA DE TEOLOGÍA

RESUMEN DEL LIBRO “INTRODUCCION GENERAL DE LA


BIBLIA”
DE “MIGUEL ANGEL TABET”

AUTOR:
Escobar Meléndez, Dirson Ramón

PROFESOR:
Prof. Enrique Calabia Ruano

Carora , Abril 2022


HERMENEUTICA Y EXEGESIS BIBLICA EN LA IGLESIA

La palabra hermenéutica viene del griego hermeneúo, que significa:


interpretar (traducir, expresar con palabras, declarar, explicar). La
hermenéutica es la disciplina que enseña las reglas pata interpretar bien un
libro, aquí la Biblia. Es arte, porque da reglas por las que se logra la recta
interpretación; pero es también ciencia, porque justifica los .principios y reglas
que han de regir esta interpretación. La hermenéutica consta de tres partes:

• Noematica ( teoría de los sentidos bíblicos)


La noematica (de neoma, pensamiento, sentido). Es la primera parte de la
hermenéutica, que estudia los diversos sentidos con que se expresa el
pensamiento bíblico, el cual se divide en dos grupos:
a) sentido Literal: es el que expresa inmediatamente las palabras.
b) sentido Típico: es el que expresan, no las palabras, sino la cosa,
significadas por las palabras.

• Heurística (principios de interpretación) rotoristicas( exposición de los


libros sagrados).
Heurística, del verbo griego heurískein = «encontrar», es la segunda parte de
la hermenéutica o arte de interpretar, aquí Sagrada Escritura, que tiene por
finalidad «encontrar», mediante los procedimientos científicos convenientes,
los diversos sentidos de la Biblia. Estos procedimientos se dividen en dos
grupos globales: 'interpretación por «investigación»; b) interpretación por
Magisterio.
Se entiende esta interpretación, o Heurística, por «investigación» científica,
los diversos medios y, procedimientos que usan los exegetas para encontrar,
mediante su trabajo científico, los diversos «sentidos” de la Escritura, Es,
pues, el simple trabajo humano que llega a una conclusión científica, pero por
sola investigación y conclusión de ciencia humana, el cual son los siguientes:
1. Crítica textual: esta es una condición para proceder a la exegesis. El
investigador lo primero que ha de hacer es saber si se halla en posesión del
texto original, reconstruido conforme a la más depurada crítica, o si solamente
se encuentra en presencia de un texto aproximado.
2. Autor del libro: Es una condición de gran utilidad para hacer la exegesis
de un libro es conocer la biografía de su autor, sea por datos bíblicos o
extrabíblicos: familia, medio ambiente en que vive y en el que se forma,
tendencias, simpatías, su valía; su cultura, su profesión.
3. Ocasion finalidad propuestas: Es la circunstancia que mueve al
hagiógrafo a componer su obra. La importancia de conocer esto explicará y
hará comprender mejor el propósito y estructura, de la obra y pensamiento del
Autor.
4. Condiciones ambientales del autor: El autor, como hijo de su tiempo y
del medio ambiente en que vive, se expresa con la mentalidad
correspondiente, y exige en los lectores coetáneos una comprensión
proporcional.
5. Elementos arqueológicos subsidiario: Para la comprensión plena de un
libro bíblico hace falta también una valoración del medio ambiente histórico
en que se compone.
6: Lengua y estilo literario: Absolutamente imprescindible para la plena
interpretación de los textos sagrados es el conocimiento de las lenguas-hebreo,
arameo y griego, en propia se pueden captar los matices y, contenido del
pensamiento del autor.
7. El contexto: Es la relación natural que existe entre las diversas partes de
una oración y de las diversas oraciones que pertenecen a una misma estructura
entre sí.
8. Lugares paralelos: Otro recurso exegético de gran importancia son los
«lugares paralelos», es decir, palabras o contenidos equivalentes que salen en
otros pasajes, sean del mismo libro, del mismo autor o en otros libros bíblicos.
Por eso este «paralelismo» es doble: verbal o real, es decir, conceptual,
temático.

POTESTAD MAGISTERIAL DE LA IGLESIA EN LA


INTERPRETACIÓN BÍBLICA.

Siendo la Escritura un libro divino-humano, se ve que ha de estar sujeto en su


interpretación, aún más que al modo de investigación por simple vía humana o
«científica”, a quien representa: a Dios. De aquí que la Biblia, además de la
heurística Humana!), tenga otra heurística por «magisterio» o enseñanza la
Iglesia.

• Problemática actual de la hermenéutica bíblica


El problema Hermenéutico queda situado de cara a la interpretación de los
discurso. El mayor problema de toda disciplina es la Hermenéutica. En la
filosofía Gadamer, o Habermas ya denunciaron el problema. Si consideramos
que la hermenéutica es una ciencia, y que está sometida a unas leyes de
interpretación y explicación, el sujeto que pretenda interpretar la Escritura,
debe estar sometido a esas reglas de estudio. Por lo tanto, ¿Puede entonces
cualquier persona interpretar la Escritura? O incluso, ¿Puede una
denominación concreta hacerlo de forma institucional?. Del mismo modo en
otras disciplinas. El debate es oportuno. No es mi deseo, estudiar la exégesis,
ni profundizar sobre el campo hermenéutico, porque mi objetivo es exponer la
problemática antropológica, que desde el ser humano, en su encuentro con el
texto, llega a conclusiones diferentes, dentro de una misma denominación, y el
problema actual, en nuestra Iglesia, en la que muchos están percibiendo una
institucionalización que abandona o mitiga el texto bíblico. El corazón del
Concilio consiste en esto: ha abierto de nuevo. El problema de la
interpretación de la fe (... ); ha vuelto a poner en marcha el proceso de la
exigencia hermenéutica». Esto es verdad particularmente para la
interpretación de la Escritura. Se invita a los exegetas a reflexionar de forma
más profunda sobre el estatuto epistemológico de su disciplina.

• exponer brevemente las características de los métodos exegéticos y


acercamientos para la interpretación bíblica
El horizonte del exegeta bíblico, que estudia e interpreta el texto sagrado, no
puede ser sino el horizonte de un «creyente», que obra en la fe. La Sagrada
Escritura, de hecho, se presenta con un estatuto del todo especial de palabra
humana y palabra divina a la vez, en el cual la Palabra eterna de Dios se
encarna en las palabras de los autores humanos. En el texto bíblico opera una
realidad de revelación y de presencia particular de Dios que lo hace distinto de
cualquier otro escrito. Pretende ser una palabra última dicha sobre la realidad
que desvela su sentido y verdad más profundos. Por ello no nos podemos
acercar a él sin reconocer y respetar esta peculiar fisonomía suya, que, por
otro lado, solo la fe es capaz de discernir y de acoger con todas sus
consecuencias.
Es la difícil tarea de la exégesis bíblica, llamada a recorrer caminos
interpretativos singulares que sean fieles a la absoluta e irrepetible
particularidad de la Escritura como libro inspirado. El objetivo principal es:
conocer al Jesús verdadero y total. Ni los métodos propios ni los retoques que
adulteran las fuentes deben obstaculizar la mirada sobre el Jesús verdadero y
total.
• Presentar las dimensiones características de la interpretación católica de
la biblia y el planteamiento de actualización de inculturación del uso de
la biblia.

La exégesis católica no procura distinguirse por un método científico


particular. Ella reconoce que uno de los aspectos de los textos bíblicos es ser
obra de autores humanos, que se han servido de sus propias capacidades de
expresión y de medios que su tiempo y su medio social ponían a su
disposición. En consecuencia, ella utiliza sin segundas intenciones, todos los
métodos y acercamientos científicos que permiten captar mejor el sentido de
los textos en su contexto lingüístico, literario, socio-cultural, religioso e
histórico, iluminándolos también por el estudio de sus fuentes y teniendo en
cuenta la personalidad de cada autor (cfr. Divino afflante Spiritu, Enchiridion
Biblicum, 557). La exégesis católica contribuye así activamente al desarrollo
de los métodos y al progreso de la investigación. Lo que la caracteriza es que
se sitúa conscientemente en la tradición viva de la Iglesia, cuya primera
preocupación es la fidelidad a la revelación testimoniada por la Biblia. Las
hermenéuticas modernas han puesto en evidencia, como hemos recordado, la
imposibilidad de interpretar un texto sin partir de una "precomprensión" de
uno u otro género. El exegeta católico aborda los escritos bíblicos con una
precomprensión, que une estrechamente la cultura moderna científica y la
tradición religiosa proveniente de Israel y de la comunidad cristiana primitiva.
Su interpretación se encuentra así en continuidad con el dinamismo de
interpretación que se manifiesta en el interior mismo de la Biblia, y que se
prolonga luego en la vida de la Iglesia. Ella corresponde a la exigencia de
afinidad vital entre el intérprete y su objeto, afinidad que constituye una de las
condiciones de posibilidad de la empresa exegética.

Toda precomprensión comporta sin embargo peligros. En el caso de la


exégesis católica, existe el riesgo de atribuir a los textos bíblicos un sentido
que no expresan, sino que es el fruto de un desarrollo ulterior de la tradición.
El exegeta debe prevenir este riesgo.

A. LA INTERPRETACIÓN EN LA TRADICIÓN BÍBLICA

Los textos de la Biblia son la expresión de tradiciones religiosas que existían


antes de ellos. El modo cómo se relacionan con las tradiciones es diferente en
cada caso, ya que la creatividad de los autores se manifiesta en diversos
grados. En el curso del tiempo, múltiples tradiciones han confluido poco a
poco para formar una gran tradición común. La Biblia es una manifestación
privilegiada de este proceso que ella ha contribuido a realizar y del cual
continúa siendo norma reguladora.

"La interpretación en la tradición bíblica" comporta una gran variedad de


aspectos. Se puede entender como el modo con el cual la Biblia interpreta las
experiencias humanas fundamentales o los acontecimientos particulares de la
historia de Israel, o como el modo en el cual los textos bíblicos utilizan las
fuentes, escritas u orales 3/4de las cuales algunas pueden provenir de otras
religiones o culturas3/4, reinterpretándolas. Siendo nuestro tema la
interpretación de la Biblia, no queremos tratar aquí estas amplias cuestiones,
sino simplemente proponer algunas observaciones sobre la interpretación de
los textos bíblicos en el interior de la Biblia misma".

1. Relecturas

Lo que contribuye a dar a la Biblia su unidad interna, única en su género, es


que los escritos bíblicos posteriores se apoyan con frecuencia sobre los
escritos anteriores. Aluden a ellos, proponen "relecturas" que desarrollan
nuevos aspectos del sentido, a veces muy diferentes del sentido primitivo, o
inclusive se refieren a ellos explícitamente, sea para profundizar el
significado, sea para afirmar su realización.
Así, la herencia de una tierra, prometida por Dios a Abraham para su
descendencia (Gn. 15, 7. 18), se convierte en la entrada en el santuario de Dios
(Ex. 15, 17), en una participación en el reposo de Dios (Sal. 132, 7-8),
reservada a los verdaderos creyentes (Sal. 95, 8-11; Hech. 3, 73/44, 11), y,
finalmente, en la entrada en el santuario celestial (Heb. 6, 12. 18-20),
"herencia eterna" (Heb. 9, 15).

El oráculo de Natán, que promete a David una "casa", es decir, una sucesión
dinástica "estable para siempre" (2 Sam. 7, 12-16), es recordado en numerosas
oportunidades (2 Sam. 23, 5; 1 Rey. 2, 4; 3, 6; 1 Crón. 17, 11-14),
especialmente en el tiempo de la angustia (Sal. 89, 20-38), no sin variaciones
significativas, y es prolongada por otros oráculos (Sal. 2, 7-9; 110, 1-4; Am. 9,
11; Is. 7, 13-14; Jer. 23, 5-6; etc.), de los cuales algunos anuncian el retorno
del reino de David mismo (Os. 3, 5; Jer. 30, 8; Ez. 34, 24; 37, 24-25; cfr. Mc.
11, 10). El reino prometido se vuelve así universal (Sal. 2, 8; Dn. 2, 35. 44; 7,
14; cfr. Mt. 28, 18). El realiza en plenitud la vocación del hombre (Gn. 1, 28;
Sal. 8, 6-9; Sab. 9, 2-3; 10, 2). El oráculo de Jeremías sobre los setenta años de
castigo merecidos por Jerusalén y Judá (Jer. 25, 11-12; 29, 10) es recordado en
2 Crón. 25, 20-23, que constata la realización; pero es meditado de un modo
nuevo, mucho después, por el autor de Daniel, en la convicción de que esta
palabra de Dios contiene aun un sentido oculto, que debe irradiar su luz sobre
la situación presente (Dn. 9, 24-27).

La afirmación fundamental de la justicia retributiva de Dios, que recompensa


a los buenos y castiga a los malvados (Sal. 1, 1-6; 112, 1-10; Lev. 26, 3-33;
etc.), choca con la experiencia inmediata que frecuentemente no corresponde a
aquella. La Escritura expresa entonces con vigor el desacuerdo y la protesta
(Sal. 44; Jb. 10, 1-7; 13, 3-28; 233/424) y profundiza progresivamente el
misterio (Sal. 37; Jb. 383/442; Is. 53; Sab. 33/45).

2. Relaciones entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento

Las relaciones intertextuales toman una extrema densidad en los escritos del
Nuevo Testamento, todos ellos tapizados de alusiones al Antiguo Testamento
y de citas explícitas. Los autores del Nuevo Testamento reconocen al Antiguo
Testamento valor de revelación divina. Proclaman que la revelación ha
encontrado su cumplimiento en la vida, la enseñanza y sobre todo la muerte y
resurrección de Jesús, fuente de perdón y vida eterna. "Cristo murió por
nuestros pecados según las Escrituras y fue sepultado; resucitó al tercer día
según las Escrituras y se apareció..." (1 Cor. 15, 3-5). Este es el núcleo central
de la predicación apostólica (1 Cor. 15, 11). Como siempre, entre las
Escrituras y los acontecimientos que los llevan a cumplimiento, las relaciones
no son de simple correspondencia material, sino de iluminación recíproca y de
progreso dialéctico: se constata a la vez, que las Escrituras revelan el sentido
de los acontecimientos y que los acontecimientos revelan el sentido de las
Escrituras; es decir, que obligan a renunciar a ciertos aspectos de la
interpretación recibida, para adoptar una interpretación nueva.

Desde el tiempo de su actividad pública, Jesús había tomado una posición


personal original, diferente de la interpretación tradicional de su tiempo, la "de
los escribas y fariseos" (Mt. 5, 20). Numerosos son los testimonios: las
antítesis del Sermón de la montaña (Mt. 5, 21-48), la libertad soberana de
Jesús en la observancia del sábado (Mc. 2, 27-28 y par.), su modo de
relativizar los preceptos de pureza ritual (Mc. 7, 1-23, y par.), su exigencia
radical, al contrario en otros campos (Mt. 10, 2-12 y par.; 10, 17-27 y par.) y
sobre todo su actitud de acogida hacia los "publicanos y pecadores" (Mc. 2,
15-17 y par.). Esto no era un capricho contestatario sino, al contrario, fidelidad
profunda a la voluntad de Dios expresada en la Escritura (cfr. Mt. 5, 17; 9, 13;
Mc. 7, 8-13 y par.; 10, 5-9 y par.). La muerte y la resurrección de Jesús han
llevado al extremo la evolución comenzada, provocando, en algunos puntos,
una ruptura completa, al mismo tiempo que una apertura inesperada. La
muerte del Mesías, "rey de los judíos" (Mc. 15, 26 y par.), ha provocado una
transformación de la interpretación histórica de los salmos reales y de los
oráculos mesiánicos. Su resurrección y su glorificación celestial como Hijo de
Dios han dado a esos mismos textos una plenitud de sentido, antes
inconcebible. Expresiones que parecían hiperbólicas deben, a partir de ese
momento, ser tomadas literalmente. Ellas aparecen como preparadas por Dios
para expresar la gloria de Cristo Jesús, ya que Jesús es verdaderamente
"Señor" (Sal. 110, 1), en el sentido más fuerte del término (Hech. 2, 36; Flp. 2,
10-11; Heb. 1, 10-12). El es el Hijo de Dios (Sal. 2, 7; Mc. 14, 62; Rom. 1, 3-
4), Dios con Dios (Sal. 45, 7; Heb. 1, 8; Jn. 1, 1; 20, 28). "Su reino no tendrá
fin" (Lc. 1, 32-33; cfr. 1 Crón. 17, 11-14; Sal. 45, 7; Heb. 1, 8), y él es al
mismo tiempo "sacerdote eterno" (Sal. 110, 4; Heb. 5, 6-10; 7, 23-24). A la
luz del acontecimiento de la pascua, los autores del Nuevo Testamento han
releído el Antiguo Testamento. El Espíritu Santo enviado por el Cristo
glorificado (cfr. Jn. 15, 26; 16, 7) les ha hecho descubrir el sentido espiritual.
Han sido así llevados a afirmar, más que nunca, el valor profético del Antiguo
Testamento; pero, por otra parte, a relativizar fuertemente su valor como
institución salvífica. Este segundo punto de vista, que aparece ya en los
evangelios (cfr. Mt. 11, 11-13 y par.; 12, 41-42 y par.; Jn. 4, 12-14; 5, 37; 6,
32), se manifiesta con todo su vigor en algunas cartas paulinas, así como en la
carta a los Hebreos. Pablo y el autor de la carta a los Hebreos demuestran que
la Torah, como revelación, anuncia ella misma su propio fin como sistema
legislativo (Gál. 2, 153/45, 1; Rom. 3, 20-21; 6, 14; Heb. 7, 11-19; 10, 8-9).
Por ello, los paganos que se adhieren a la fe en Cristo no deben ser sometidos
a todos los preceptos de la legislación bíblica, reducida ahora, como conjunto,
a la institución legal de un pueblo particular. Pero ellos deben, sí, nutrirse del
Antiguo Testamento como palabra de Dios, que les permite descubrir mejor
todas las dimensiones del misterio pascual del cual viven (cfr. Lc. 24, 25-27.
44-45; Rom. 1, 1-2). Las relaciones entre el Nuevo y el Antiguo Testamento
en la Biblia cristiana no son, pues, simples. Cuando se trata de utilizar textos
particulares, los autores del Nuevo Testamento han recurrido naturalmente a
los conocimientos y procedimientos de interpretación de su época. Sería un
anacronismo exigir de ellos que estuvieran conformes a los métodos
científicos modernos. El exegeta debe más bien adquirir el conocimiento de
los procedimientos antiguos, para poder interpretar correctamente el uso que
se hace de ellos. Es verdad, por otra parte, que no se puede otorgar un valor
absoluto a lo que es conocimiento humano limitado. Conviene finalmente
añadir que en el Nuevo Testamento, como ya en el Antiguo Testamento, se
observa la yuxtaposición de perspectivas diferentes, a veces en tensión unas
con otras; por ejemplo sobre la situación de Jesús (Jn. 8, 29; 16, 32 y Mc. 15,
34), o sobre el valor de la Ley mosaica (Mt. 17-19 y Rom. 6, 14), o sobre la
necesidad de las obras para la justificación (Sant. 2, 24 y Rom. 3, 28; Ef. 2, 8-
9). Una de las características de la Biblia es precisamente la ausencia de un
sistema, y por el contrario, la presencia de tensiones dinámicas. La Biblia ha
acogido varios modos de interpretar los mismos acontecimientos o de pensar
los mismos problemas. Ella invita así a rechazar el simplismo y la estrechez de
espíritu.

3. Algunas conclusiones

De cuanto se acaba de decir, se puede concluir que la Biblia contiene


numerosas indicaciones y sugestiones sobre el arte de interpretarla. La Biblia
es, ella misma, desde los comienzos, interpretación. Sus textos han sido
reconocidos por las comunidades de la Antigua Alianza y del tiempo
apostólico como expresiones válidas de su fe. Según la interpretación de las
comunidades y en unión con ellas, han sido reconocidos como Sagrada
Escritura (así, por ejemplo, el Cantar de los cantares ha sido reconocido como
Sagrada Escritura en cuanto se aplica a la relación entre Dios e Israel). En el
curso de la formación de la Biblia, los escritos que la componen han sido, en
numerosos casos, reelaborados y reinterpretados para responder a situaciones
nuevas, antes desconocidas.

El modo de interpretar los textos, que se manifiesta en la Sagrada Escritura,


sugiere las siguientes observaciones:

Puesto que la Sagrada Escritura se ha constituido sobre la base del consenso


de las comunidades creyentes, que han reconocido en su texto la expresión de
la fe revelada, su interpretación misma debe ser, para la fe viviente de las
comunidades eclesiales, fuente de consenso sobre los puntos esenciales.

Puesto que la expresión de la fe, tal como se encuentra en la Sagrada Escritura


reconocida por todos, se ha renovado continuamente para enfrentar situaciones
nuevas (lo cual explica las "relecturas" de numerosos textos bíblicos), la
interpretación de la Biblia debe tener igualmente un aspecto de creatividad y
afrontar las cuestiones nuevas, para responder a ellas a partir de la Biblia.

Puesto que los textos de la Sagrada Escritura tienen a veces tensiones entre
ellos, la interpretación debe necesariamente ser plural. Ninguna interpretación
particular puede agotar el sentido del conjunto, que es una sinfonía a varias
voces. La interpretación de un texto particular debe, pues, evitar la
exclusividad.
La Sagrada Escritura está en diálogo con las comunidades creyentes, porque
ha surgido de sus tradiciones de fe. Sus textos se han desarrollado en relación
con esas tradiciones y han contribuido, recíprocamente, a su desarrollo. La
interpretación de la Escritura se debe hacer, pues, en el seno de la Iglesia en su
pluralidad y su unidad, y en la tradición de fe.

Las tradiciones de fe forman el medio vital en el cual se ha insertado la


actividad literaria de los autores de la Sagrada Escritura. Esta inserción
comprendía también la participación en la vida litúrgica y en la actividad
exterior de las comunidades, en su mundo espiritual, su cultura, y en las
peripecias de su destino histórico. La interpretación de la Sagrada Escritura
exige, pues, de manera semejante, la participación de los exegetas en toda la
vida y la fe de la comunidad creyente de su tiempo.

El diálogo con la Sagrada Escritura en su conjunto, y por tanto con la


comprensión de la fe propia de épocas anteriores, se acompaña
necesariamente con un diálogo con la generación presente. Esto implica
establecer una relación de continuidad, pero también constatar las diferencias.
La interpretación de la Escritura comporta, por tanto, un trabajo de
verificación y de selección: está en continuidad con las tradiciones exegéticas
anteriores, de las cuales conserva y vuelve a emplear muchos elementos, pero
sobre otros puntos se distancia de ellas para poder progresar.

B. LA INTERPRETACIÓN EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA

La Iglesia, pueblo de Dios, tiene conciencia de ser ayudada por el Espíritu


Santo en su comprensión e interpretación de las Escrituras. Los primeros
discípulos de Jesús sabían que no estaban en grado de comprender
inmediatamente, en todos sus aspectos, la plenitud que habían recibido.
Experimentaban, en su vida de comunidad vivida con perseverancia, una
profundización y una explicitación progresiva de la revelación recibida.
Reconocían en esto la influencia y la acción del "Espíritu de verdad" que el
Cristo les había prometido para guiarlos hacia la plenitud de la verdad (Jn. 16,
12-13). La Iglesia continúa su camino del mismo modo, sostenida por la
promesa de Cristo: "el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi
nombre, os enseñará todas las cosas y os hará recordar todo lo que yo os había
dicho" (Jn. 14, 26).

1. Formación del canon

Guiada por el Espíritu Santo y a la luz de la Tradición viviente que ha


recibido, la Iglesia ha discernido los escritos que deben ser conservados como
Sagrada Escritura en el sentido que "habiendo sido escritos bajo la inspiración
del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, han sido trasmitidos como tales a
la Iglesia" (Dei Verbum, 11) y contienen "la verdad que Dios ha querido
consignar en las sagradas letras para nuestra salvación" (ibíd.).

El discernimiento del "canon" de la Sagrada Escritura ha sido el punto de


llegada de un largo proceso. Las comunidades de la Antigua Alianza (a partir
de grupos particulares como los círculos proféticos o el ambiente sacerdotal,
hasta el conjunto del pueblo) han reconocido en un cierto número de textos la
palabra de Dios que suscitaba su fe y los guiaba en la vida. Ellas han recibido
esos textos como un patrimonio que debía ser conservado y trasmitido. Así,
los textos han dejado de ser simplemente la expresión de la inspiración de
autores particulares; se han convertido en propiedad común del pueblo de
Dios. El Nuevo Testamento testimonia su veneración por esos textos sagrados,
que él recibe como una preciosa herencia trasmitida por el pueblo judío. Los
considera "Sagradas Escrituras" (Rom. 1, 2), "inspiradas" por el Espíritu de
Dios (2 Tim. 3, 16; cfr. 2 Ped. 1, 20-21), que "no pueden ser abolidas" (Jn. 10,
35).

A estos textos que forman "el Antiguo Testamento" (cfr. 2 Cor. 3, 14), la
Iglesia ha unido estrechamente los escritos donde ella ha reconocido, por una
parte, el testimonio auténtico, proveniente de los apóstoles (cfr. Lc. 1, 2; 1 Jn.
1, 1-3) y garantizados por el Espíritu Santo (cfr. 1 Ped. 1, 12), sobre "todo lo
que Jesús comenzó a hacer y enseñar" (Hech. 1, 1) y, por otra parte, las
instrucciones dadas por los mismos apóstoles y por otros discípulos para
constituir la comunidad de los creyentes. Esta doble serie de escritos ha
recibido, seguidamente, el nombre de "Nuevo Testamento".

En este proceso, numerosos factores han jugado un papel: la certeza de que


Jesús 3/4y los apóstoles con él3/4 habían reconocido el Antiguo Testamento
como Escritura inspirada, y de que el misterio pascual constituía su
cumplimiento; la convicción de que los escritos del Nuevo Testamento
provienen auténticamente de la predicación apostólica (lo cual no implica que
hayan sido todos ellos compuestos por los apóstoles mismos); la constatación
de su conformidad con la regla de fe, y de su uso en la liturgia cristiana; en
fin, la de su acuerdo con la vida eclesial de las comunidades y de su capacidad
de nutrir esa vida.

Discerniendo el canon de las Escrituras, la Iglesia discernía también y definía


su propia identidad, de modo que las Escrituras son, a partir de ese momento,
un espejo en el cual la Iglesia puede redescubrir constantemente su identidad,
y verificar, siglo tras siglo, el modo como ella responde sin cesar al evangelio,
del cual se dispone a ser el medio de trasmisión (Dei Verbum, 7). Esto
confiere a los escritos canónicos un valor salvífico y teológico completamente
diferente del de otros textos antiguos. Si estos últimos pueden arrojar mucha
luz sobre los orígenes de la fe, no pueden nunca sustituir la autoridad de los
escritos considerados como canónicos, y por tanto fundamentales para la
comprensión de la fe cristiana.

2. Exégesis patrística

Desde los primeros tiempos, se ha comprendido que el mismo Espíritu Santo,


que ha impulsado a los autores del Nuevo Testamento a poner por escrito el
mensaje de salvación (Dei Verbum, 7; 18), asiste a la Iglesia continuamente
para interpretar los escritos inspirados (cfr. Ireneo, Adv. Haer., 3. 24. 1; 4. 33.
8; Orígenes, De princ., 2. 7. 2; Tertuliano, De Praescr., 22). Los Padres de la
Iglesia, que tienen un papel particular en el proceso de formación del canon,
tienen, de modo semejante, un papel fundador en relación a la tradición viva,
que sin cesar acompaña y guía la lectura y la interpretación que la Iglesia hace
de las Escrituras (cfr. Providentissimus Deus, Enchiridion Biblicum, 110-111;
Divino afflante Spiritu, 28-30, Enchiridion Biblicum, 554; Dei Verbum, 23;
PCB, Instr. de Evang. histor., 1). En el curso de la gran Tradición, la
contribución particular de la exégesis patrística consiste en esto: ella ha sacado
del conjunto de la Escritura las orientaciones de base que han dado forma a la
tradición doctrinal de la Iglesia, y ha proporcionado una rica enseñanza
teológica para la instrucción y la alimentación espiritual de los fieles.
En los Padres de la Iglesia, la lectura de la Escritura y su interpretación
ocupan un lugar considerable. Lo testimonian primeramente las obras
directamente ligadas a la comprensión de las Escrituras, es decir, las homilías
y los comentarios, pero también las obras de controversia y teología, donde la
referencia a la Escritura sirve como argumento principal.

El lugar habitual de la lectura bíblica es la Iglesia, durante la liturgia. Por eso,


la interpretación propuesta es siempre de naturaleza teológica, pastoral y
teologal, al servicio de las comunidades y de cada uno de los fieles.

Los Padres consideran la Biblia ante todo como el libro de Dios, obra única de
un único autor. No reducen, sin embargo, a los autores humanos a meros
instrumentos pasivos, y saben asignar a tal o cual libro, tomado
individualmente, una finalidad particular. Pero su tipo de acercamiento no
concede sino ligera atención al desarrollo histórico de la revelación.
Numerosos Padres de la Iglesia presentan el Logos, Verbo de Dios, como
autor del Antiguo Testamento y afirman así que toda la Escritura tiene un
alcance cristológico.

Salvo algunos exegetas de la Escuela Antioquena (Teodoro de Mopsuestia en


particular), los Padres se sienten autorizados a tomar una frase fuera de su
contexto para reconocer allí una verdad revelada por Dios. En la apologética,
frente a los judíos, o en la controversia dogmática con otras teologías, no
dudan en apoyarse sobre interpretaciones de este tipo.

Preocupados sobre todo por vivir de la Biblia en comunión con sus hermanos,
los Padres se contentan frecuentemente con utilizar los textos bíblicos
corrientes en su ambiente. Orígenes se interesa metódicamente por la Biblia
hebrea, sobre todo animado por la preocupación de argumentar frente a los
judíos a partir de textos aceptables para ellos. San Jerónimo resulta una
excepción cuando exalta la hebraica veritas.

Los Padres practican de modo más o menos frecuente el método alegórico


para disipar el escándalo que podrían sentir algunos cristianos y los
adversarios paganos del cristianismo, frente a tal o cual pasaje de la Biblia.
Pero la literalidad y la historicidad de los textos son raramente anuladas. El
recurso de los Padres a la alegoría supera generalmente el fenómeno de una
adaptación al método alegórico de los autores paganos.

El recurso a la alegoría deriva también de la convicción de que la Biblia, libro


de Dios, ha sido dada por él a su pueblo, la Iglesia. En principio nada se debe
dejar de lado, como fuera de uso o definitivamente caduco. Dios dirige a su
pueblo cristiano un mensaje siempre actual. En sus explicaciones de la Biblia,
los Padres mezclan y entrecruzan las interpretaciones tipológicas y alegóricas
de un modo difícilmente discernible, siempre con una finalidad pastoral y
pedagógica. Cuanto ha sido escrito, lo ha sido para nuestra instrucción (cfr. 1
Cor. 10, 11).

Persuadidos de que se trata del libro de Dios, el cual es, por tanto, inagotable,
los Padres creen poder interpretar tal pasaje según tal esquema alegórico, pero
consideran que cada uno queda libre de proponer otra cosa, mientras respete la
analogía de la fe.

La interpretación alegórica de las Escrituras que caracteriza la exégesis


patrística, puede desorientar al hombre moderno. Pero la experiencia de
Iglesia que refleja esta exégesis, ofrece una contribución siempre útil (cfr.
Divino afflante Spiritu, 31-32; Dei Verbum, 23). Los Padres enseñan a leer
teológicamente la Biblia en el seno de una tradición viva, con un auténtico
espíritu cristiano.

3. Papel de los diferentes miembros de la Iglesia en la interpretación

Las Escrituras dadas a la Iglesia son el tesoro común del cuerpo completo de
los creyentes: "La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un
sólo depósito sagrado de la palabra de Dios, encomendado a la Iglesia, al que
se adhiere todo el pueblo santo unido a sus pastores, y así persevera
constantemente en la doctrina de los apóstoles..." (Dei Verbum, 10; cfr.
también 21). La familiaridad de los fieles con el texto de las Escrituras ha sido
más notable en unas épocas de la historia de la Iglesia que en otras. Pero las
Escrituras han ocupado una posición de primer plano en todos los momentos
importantes de renovación en la vida de la Iglesia, desde el movimiento
monástico de los primeros siglos hasta la época reciente del Concilio Vaticano
II.
Este mismo Concilio enseña que todos los bautizados, cuando participan, en la
fe de Cristo, en la celebración de la eucaristía, reconocen la presencia de
Cristo también en su palabra, "pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura, es él quien habla" (Sacrosanctum Concilium, 7). A este escuchar la
palabra ellos aportan "el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo. (...)
Con ese sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y sostiene, el pueblo
de Dios, bajo la dirección del sagrado magisterio, al que sigue fielmente,
recibe, no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cfr.
1 Tes. 2, 13); se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para
siempre a los santos (cfr. Jds. 3), penetra más profundamente en ella con
rectitud de juicio y la aplica con mayor plenitud en la vida" (Lumen gentium,
12).

Así pues, todos los miembros de la Iglesia tienen un papel en la interpretación


de las escrituras. En el ejercicio de su ministerio pastoral, los obispos, en
cuanto sucesores de los apóstoles, son los primeros testigos y garantes de la
tradición viva en la cual las Escrituras son interpretadas en cada época.
"Iluminados por el Espíritu de verdad, deben conservar fielmente la palabra de
Dios, explicarla, y difundirla por su predicación" (Dei Verbum, 9; cfr. Lumen
gentium, 25). En tanto que colaboradores de los obispos, los sacerdotes tienen
como primera obligación la proclamación de la Palabra (Presbyterorum
ordinis, 4). Están dotados de un carisma particular para la interpretación de la
Escritura, cuando trasmitiendo, no sus ideas personales, sino la palabra de
Dios, aplican la verdad eterna del evangelio a las circunstancias concretas de
la vida (ibíd). Corresponde a los sacerdotes y a los diáconos, sobre todo
cuando administran los sacramentos, poner de relieve la unidad que forman
Palabra y Sacramento en el ministerio de la Iglesia.

Como presidentes de la comunidad eucarística y educadores de la fe, los


ministros de la Palabra tienen como tarea principal, no simplemente enseñar,
sino ayudar a los fieles a comprender y discernir lo que la palabra de Dios les
dice al corazón cuando escuchan y meditan las Escrituras. Así, el conjunto de
la iglesia local, según el modelo de Israel, pueblo de Dios (Ex. 9, 5-6), se
convierte en una comunidad que sabe que Dios le habla (cfr. Jn. 6, 45), y se
apresura a escuchar la Palabra con fe, amor y docilidad (Deut. 6, 4-6). Tales
comunidades, que escuchan verdaderamente, se convierten en vigorosos
núcleos de evangelización y diálogo, así como de transformación social, a
condición de estar siempre unidos en la fe y en el amor de la totalidad de la
Iglesia (Evangelii nuntiandi, 57-58; CDF, Instrucción sobre la libertad
cristiana y la liberación, 69-70).

El espíritu también ha sido dado, ciertamente, a los cristianos individualmente,


de modo que pueden arder sus corazones dentro de ellos (cfr. Lc. 24, 32),
cuando oran y estudian en la oración las Escrituras, en el contexto de su vida
personal. Por ello, el Concilio Vaticano II ha pedido con insistencia que el
acceso a las Escrituras sea facilitado de todos los modos posibles (Dei
Verbum, 22; 25). Este tipo de lectura, hay que notarlo, no es nunca
completamente privado, ya que el creyente lee e interpreta siempre la
Escritura en la fe de la Iglesia y aporta a la comunidad el fruto de su lectura,
para enriquecer la fe común.

Toda la tradición bíblica, y de un modo más particular, la enseñanza de Jesús


en los evangelios, indican como oyentes privilegiados de la palabra de Dios a
aquéllos que el mundo considera como gente de humilde condición. Jesús ha
reconocido que las cosas ocultas a los sabios y prudentes han sido reveladas a
los simples (Mt. 11, 25; Lc. 10, 21) y que el reino de Dios pertenece a aquellos
que se asemejan a los niños (Mc. 10, 4 y par.).

En la misma línea, Jesús ha proclamado: "Bienaventurados vosotros los


pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (Lc. 6, 20; cfr. Mt. 5, 3). Entre los
signos de los tiempos mesiánicos se encuentra la proclamación de la buena
noticia a los pobres (Lc. 4, 18; 7, 22; Mt. 11, 5; cfr. CDF, Instrucción sobre la
libertad cristiana y la liberación, 47-48). Aquellos que, en su desamparo y
privación de recursos humanos, son llevados a poner su única esperanza en
Dios y su justicia, tienen una capacidad de escuchar y de interpretar la palabra
de Dios, que debe ser tomada en cuenta por el conjunto de la Iglesia y exige
también una respuesta a nivel social.

Reconociendo la diversidad de dones y de funciones que el Espíritu pone al


servicio de la comunidad, en particular el don de enseñar (1 Cor. 12, 28-30;
Rom. 12, 6-7; Ef. 4, 11-16), la Iglesia estima a aquellos que manifiestan una
capacidad particular de contribuir a la construcción del cuerpo de Cristo por su
competencia en la interpretación de la Escritura (Divino afflante Spiritu, 46-
48; Enchiridion Biblicum, 564-565; Dei Verbum, 23; PCB, Instrucción sobre
la historicidad de los evangelios, Intr.). Aunque sus trabajos no siempre hayan
obtenido el apoyo que se les da hoy, los exegetas que ponen su saber al
servicio de la Iglesia, se encuentran situados en una rica tradición que se
extiende desde los primeros siglos, con Orígenes y Jerónimo, hasta los
tiempos más recientes, con el padre Lagrange y otros, y se prolonga hasta
nuestros días. En particular, la búsqueda del sentido literal de la Escritura,
sobre el cual se insiste tanto hoy, requiere los esfuerzos conjugados de
aquellos que tienen competencias en lenguas antiguas, en historia y cultura,
crítica textual y análisis de formas literarias, y que saben utilizar los métodos
de la crítica científica. Además de esta atención al texto en su contexto
histórico original, la Iglesia cuenta con exegetas, animados por el mismo
Espíritu que ha inspirado la Escritura, para asegurar que "un número tan
grande como sea posible de servidores de la palabra de Dios, esté en grado de
procurar efectivamente al pueblo de Dios el alimento de las Escrituras"
(Divino afflante Spiritu, 24; 53-55; Enchiridion Biblicum, 551, 567; Dei
Verbum, 23; Pablo VI, Sedula Cura [1971]). Es motivo de satisfacción ver el
número creciente de mujeres exegetas, que contribuyen a la interpretación de
la Escritura, con puntos de vista penetrantes y nuevos, y ponen de relieve
aspectos que habían caído en el olvido.

Si las Escrituras, como se ha recordado antes, son el bien de la Iglesia entera,


y forman parte de la "herencia de la fe", que todos, pastores y fieles,
"conservan, profesan y ponen en práctica con un esfuerzo común", continúa
siendo verdad que "la función de interpretar auténticamente la palabra de
Dios, trasmitida por la Escritura o por la Tradición, sólo ha sido confiada al
Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en nombre de
Jesucristo" (Dei Verbum, 10). Así, pues, en último término, es el Magisterio
quien tiene la misión de garantizar la auténtica interpretación, y de indicar,
cuando sea necesario, que tal o cual interpretación particular es incompatible
con el evangelio auténtico. Esta misión se ejerce en el interior de la koinonía
del Cuerpo, expresando oficialmente la fe de la Iglesia para servir a la Iglesia.
El Magisterio consulta para ello a los teólogos, los exegetas y otros expertos,
de los cuales reconoce la legítima libertad y con quienes queda ligado por una
recíproca relación en la finalidad de "conservar al pueblo de Dios en la verdad
que hace libres" (CDF, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, 21).

C. LA TAREA DEL EXEGETA

La tarea de los exegetas católicos comporta varios aspectos. Es una tarea de


Iglesia, que consiste en estudiar y explicar la Sagrada Escritura para poner sus
riquezas a la disposición de pastores y fieles. Pero es al mismo tiempo un tarea
científica, que pone al exegeta católico en relación con sus colegas no
católicos y con diversos sectores de la investigación científica. Esta tarea
comprende a la vez el trabajo de investigación y el de enseñanza. Uno y otro
desembocan habitualmente en publicaciones.

1. Orientaciones principales

Aplicándose a su tarea, los exegetas católicos deben considerar seriamente el


carácter histórico de la revelación bíblica, ya que ambos Testamentos
expresan en palabras humanas, que llevan la marca de su tiempo, la revelación
histórica que Dios ha hecho, por diferentes medios, de sí mismo y de su
designio de salvación. En consecuencia, los exegetas deben servirse del
método histórico-crítico, sin atribuirle, sin embargo, la exclusividad. Todos
los métodos pertinentes de interpretación de los textos están capacitados para
contribuir a la exégesis de la Biblia.

En su trabajo, los exegetas católicos no deben jamás olvidar que ellos


interpretan la palabra de Dios. Su tarea común no está terminada cuando han
distinguido fuentes, definido las formas o explicado los procedimientos
literarios, sino solamente cuando han iluminado el sentido del texto bíblico
como actual palabra de Dios. Para alcanzar esta finalidad, deben tomar en
consideración las diversas perspectivas hermenéuticas que ayudan a percibir la
actualidad del mensaje bíblico y le permiten responder a las necesidades de los
lectores modernos de las Escrituras.

Los exegetas tienen que explicar también el alcance cristológico, canónico y


eclesial de los escritos bíblicos.

El alcance cristológico de los textos bíblicos no es siempre evidente; se debe


sacar a la luz cada vez que es posible. Aunque Cristo haya establecido la
Nueva Alianza en su sangre, los libros de la primera Alianza no han perdido
su valor. Asumidos en la proclamación del evangelio, adquieren y manifiestan
su plena significación en el "misterio de Cristo" (Ef. 3, 4), del cual aclaran los
múltiples aspectos, al mismo tiempo que son iluminados por él. Estos libros,
en efecto, preparan al pueblo de Dios a su venida (cfr. Dei Verbum, 14-16).

Aunque cada libro de la Biblia haya sido escrito con una finalidad diferente y
tenga su significado específico, todos son portadores de un sentido ulterior
cuando se vuelven parte del conjunto canónico. La tarea de los exegetas
incluye, pues, la explicación de la afirmación agustiniana: "Novum
Testamentum in Vetere latet, et in Novo Vetus patet" (cfr. san Agustín, Quest.
in Hept., 2, 73, CSEL 28, III, 3, p. 141).

Los exegetas deben también explicar la relación que existe entre la Biblia y la
Iglesia. La Biblia ha llegado a la existencia en las comunidades creyentes. Ella
expresa la fe de Israel; luego, las de las primeras comunidades cristianas.
Unida a la tradición viva, que la precede, la acompaña y la nutre (cfr. Dei
Verbum, 21) es el medio privilegiado del cual Dios se sirve para guiar, aún
hoy, la construcción y el crecimiento de la Iglesia, en cuanto pueblo de Dios.
Inseparable de la dimensión eclesial es la apertura ecuménica.

Puesto que la Biblia expresa la salvación ofrecida por Dios a todos los
hombres, la tarea de los exegetas católicos comporta una dimensión universal,
que requiere una atención a las otras religiones y a las expectativas del mundo
actual.

2. Investigación

La tarea exegética es demasiado vasta como para poder ser realizada


adecuadamente por un solo individuo. Se impone una división del trabajo,
especialmente para la investigación, que requiere especialistas en diferentes
dominios. Los posibles inconvenientes de la especialización se evitarán
gracias a esfuerzos interdisciplinares.

Es muy importante, para el bien de toda la Iglesia y para su influencia en el


mundo moderno, que un número suficiente de personas bien formadas estén
consagradas a la investigación en diferentes sectores de la ciencia exegética.
Preocupados por las necesidades más inmediatas del ministerio, los obispos y
superiores religiosos están tentados, frecuentemente, de no tomar
suficientemente en serio la responsabilidad que les toca de proveer a esta
necesidad fundamental. Una carencia en esta materia expone la Iglesia a
graves inconvenientes, ya que los pastores y los fieles corren el riesgo de
quedar a merced de una ciencia exegética extraña a la Iglesia, y privada de
relaciones con la vida de fe. Declarando que "el estudio de la Sagrada
Escritura" debe ser como el "alma de la teología" (Dei Verbu, 24), el Concilio
Vaticano II ha mostrado toda la importancia de la investigación exegética. Al
mismo tiempo ha recordado implícitamente a los exegetas católicos que sus
investigaciones tienen una relación esencial con la teología, de lo cual deben
mostrarse conscientes.

3. Enseñanza

La declaración del Concilio hace comprender el papel fundamental que


corresponde a la enseñanza de la exégesis en las facultades de teología, los
seminarios y los escolásticos. Es obvio que el nivel de estudio en tales
instituciones no puede ser uniforme. Es deseable que la enseñanza de la
exégesis sea impartida por hombres y mujeres. Tal enseñanza tendrá una
orientación más técnica en las facultades, más directamente pastoral en los
seminarios. Pero no podrá jamás carecer de una seria dimensión intelectual.
Proceder de otro modo sería falto de respeto hacia la palabra de Dios.

Los profesores de exégesis deben comunicar a los estudiantes una profunda


estima por la Sagrada Escritura, mostrando cómo ella merece un estudio
atento y objetivo, que permita apreciar mejor su valor literario, histórico,
social y teológico. No pueden contentarse con trasmitir una serie de
conocimientos que los estudiantes registran pasivamente, sino que deben
introducir a los métodos exegéticos, explicando sus operaciones principales,
para hacer a los estudiantes capaces de un juicio personal. Dado el limitado
tiempo de que se dispone, conviene utilizar alternativamente dos modos de
enseñar: por una parte, exposiciones sintéticas, que introducen al estudio de
libros bíblicos completos y no dejan de lado ningún sector importante del
Antiguo o del Nuevo Testamento. Por otra, análisis más profundo de algunos
textos bien escogidos, que sean al mismo tiempo una iniciación a la práctica
de la exégesis. En uno y otro caso, hay que evitar ser unilateral, es decir, no
limitarse ni a un comentario espiritual desprovisto de base histórico-crítica, ni
a un comentario histórico-crítico desprovisto del contenido doctrinal y
espiritual (cfr. Divino afflante Spiritu, EB, 551-552; PCB, De Sacra Scriptura
recte docenda, EB. 598). La enseñanza debe mostrar a la vez el enraizamiento
histórico de los escritos bíblicos, su aspecto de palabra personal del Padre
celestial que se dirige con amor a sus hijos (cfr. Dei Verbum, 21) y su papel
indispensable en el ministerio pastoral (cfr. 2 Tim. 3, 16).

4. Publicaciones

Como fruto de la investigación y complemento de la enseñanza, las


publicaciones tienen una función muy importante para el progreso y la
difusión de la exégesis. En nuestros días, la publicación no se realiza
solamente por los textos impresos, sino también por otros medios más rápidos
y potentes (radio, televisión, técnicas electrónicas), de los cuales conviene
aprender a servirse.

Las publicaciones de alto nivel científico son el instrumento principal de


diálogo, de discusión y de cooperación entre los investigadores. Gracias a
ellas, la exégesis católica puede mantenerse en relación con otros ambientes
de la investigación exegética, así como con el mundo científico en general.

Hay otras publicaciones que proporcionan grandes servicios a breve plazo,


adaptándose a diferentes categorías de lectores, desde el público cultivado
hasta los niños del catecismo, pasando por los grupos bíblicos, los
movimientos apostólicos y las congregaciones religiosas. Los exegetas
dotados para la divulgación hacen una obra extremadamente útil y fecunda,
indispensable para asegurar a los estudios exegéticos el influjo que deben
tener. En este sector, la necesidad de la actualización bíblica se hace sentir de
modo apremiante. Esto requiere que los exegetas tomen en consideración las
legítimas exigencias de las personas instruidas y cultivadas de nuestro tiempo
y distingan claramente, pensando en ellas, lo que debe ser considerado como
detalle secundario, condicionado por la época, lo que se debe interpretar como
lenguaje mítico, y lo que hay que apreciar cómo sentido propio, histórico e
inspirado. Los escritos bíblicos no han sido compuestos en lenguaje moderno,
ni en estilo del siglo XX. Las formas de expresión y los géneros literarios que
utilizan en su texto hebreo, arameo o griego, deben ser hechos inteligibles a
los hombres y mujeres de hoy, que, de otro modo, estarían tentados o a
desinteresarse de la Biblia, o a interpretarla de modo simplista, literalista o
fantasioso.

En toda la diversidad de sus tareas, el exegeta católico no tiene otra finalidad


que el servicio de la palabra de Dios. Su ambición no es sustituir los textos
bíblicos con el resultado de su trabajo, se trate de la reconstrucción de
documentos antiguos utilizados por los autores inspirados, o de una
presentación moderna de las últimas conclusiones de la ciencia exegética. Su
ambición es, al contrario, poner más a la luz los textos bíblicos mismos,
ayudando a apreciarlos mejor y a comprenderlos con mayor exactitud histórica
y profundidad espiritual.

D. RELACIONES CON LAS OTRAS DISCIPLINAS TEOLÓGICAS

Siendo ella misma una disciplina teológica, "fides quaerens intellectum", la


exégesis mantiene relaciones estrechas y complejas con las otras disciplinas
teológicas. Por una parte, la teología sistemática tiene un influjo sobre la
precomprensión, con la cual los exegetas abordan los textos bíblicos. Pero por
otra, la exégesis proporciona a las otras disciplinas teológicas datos que son
fundamentales para éstas. Relaciones de diálogo se establecen, pues, entre la
exégesis y las otras disciplinas teológicas, en el mutuo respeto de su
especificidad.

1. Teología y precomprensión de los textos bíblicos

Cuando abordan los textos bíblicos, los exegetas necesariamente tienen una
precomprensión. En el caso de la exégesis católica, se trata de una
precomprensión basada sobre certezas de fe: la Biblia es un texto inspirado
por Dios y confiado a la Iglesia para suscitar la fe y guiar la vida cristiana.
Estas certezas de fe no llegan a los exegetas en estado bruto, sino después de
haber sido elaboradas en la comunidad eclesial por la reflexión teológica. Los
exegetas están, pues, orientados en su investigación por la reflexión dogmática
sobre la inspiración de la Escritura y sobre la función de ésta en la vida
eclesial.

Pero, recíprocamente, el trabajo de los exegetas sobre los textos inspirados les
proporciona una experiencia que los teólogos deben tener en cuenta para
esclarecer la teología de la inspiración y de la interpretación eclesial de la
Biblia. La exégesis suscita, en particular, una conciencia más viva y más
precisa del carácter histórico de la inspiración bíblica. Muestra que el proceso
de inspiración es histórico, no solamente porque ha ocurrido en el curso de la
historia de Israel y de la Iglesia primitiva, sino también porque se ha realizado
por la mediación de personas humanas marcadas cada una por su época y que,
bajo la guía del Espíritu, han jugado un papel activo en la vida del pueblo de
Dios.

Por lo demás, la afirmación teológica de la relación estrecha entre Escritura


inspirada y Tradición de la Iglesia, es confirmada y precisada gracias al
desarrollo de los estudios exegéticos, que lleva a los exegetas a otorgar una
creciente atención al influjo sobre los textos del medio vital en el cual se han
formado ("Sitz im Leben").

2. Exégesis y teología dogmática

Sin ser el único locus theologicus, la Sagrada Escritura constituye la base


privilegiada de los estudios teológicos. Para interpretar la Escritura con
exactitud científica y precisión, los teólogos tienen necesidad del trabajo de
los exegetas. Por su parte, los exegetas deben orientar sus investigaciones de
tal modo que "el estudio de la Sagrada Escritura" pueda efectivamente ser
como "el alma de la teología" (Dei Verbum, 24). Con esta finalidad, es
necesario que concedan una particular atención al contenido religioso de los
escritos bíblicos.

Los exegetas pueden ayudar a los teólogos a evitar dos extremos: por una
parte el dualismo, que separa completamente una verdad doctrinal de su
expresión lingüística, considerada como no importante; y por otra el
fundamentalismo, que confundiendo lo humano y lo divino, considera como
verdad revelada aun los aspectos contingentes de las expresiones humanas.

Para evitar ambos extremos, es necesario distinguir sin separar, y aceptar una
tensión persistente. La palabra de Dios se expresa en las obras de autores
humanos. Pensamiento y palabra son al mismo tiempo de Dios y del hombre,
de modo que todo en la Biblia viene a la vez de Dios y del autor inspirado. No
se sigue de ello, sin embargo, que Dios haya dado un valor absoluto al
condicionamiento histórico de su mensaje. Este es susceptible de ser
interpretado y actualizado, es decir, de ser separado, al menos parcialmente,
de su condicionamiento histórico pasado para ser trasplantado al
condicionamiento histórico presente. El exegeta establece las bases de esta
operación, que el teólogo continúa, tomando en consideración los otros loci
theologici que contribuyen al desarrollo del dogma.

3. Exégesis y teología moral

Análogas observaciones se pueden hacer sobre la relación entre exégesis y


teología moral. A los relatos que se refieren a la historia de salvación, la Biblia
une estrechamente múltiples instrucciones sobre la conducta que se debe
observar: mandamientos, prohibiciones, prescripciones jurídicas,
exhortaciones e invectivas proféticas, consejos sapienciales. Una de las tareas
de la exégesis consiste en precisar el alcance de este abundante material y en
preparar así el trabajo de los moralistas.

Esta tarea no es simple, ya que con frecuencia los textos bíblicos no se


preocupan de distinguir los preceptos morales universales de las
prescripciones de pureza ritual o de reglas jurídicas particulares. Todo se
encuentra junto. Por otra parte, la Biblia refleja una evolución moral
considerable, que encuentra su perfeccionamiento en el Nuevo Testamento.
No basta, pues, que una cierta posición en materia de moral esté testimoniado
en el Antiguo Testamento (por ejemplo, la práctica de la esclavitud o del
divorcio, o la de exterminación en caso de guerra), para que esta posición
continúe siendo válida. Se debe efectuar un discernimiento, que tenga en
cuenta el necesario progreso de la conciencia moral. Los escritos del antiguo
Testamento contienen elementos "imperfectos y caducos" (Dei Verbum, 15),
que la pedagogía divina no podía eliminar desde el comienzo. El Nuevo
Testamento mismo no es fácil de interpretar en el dominio de la moral, porque
se expresa con frecuencia en imágenes o paradojas, o inclusive en modo
provocatorio, y en él la relación de los cristianos con la ley judía es objeto de
ásperas controversias.

Los moralistas tienen, pues, el derecho de presentar a los exegetas muchas


cuestiones importantes, que estimulen sus investigaciones. En más de un caso,
la respuesta podrá ser que ningún texto bíblico trata explícitamente el
problema presentado. Pero aun entonces, el testimonio de la Biblia,
comprendido en su vigoroso dinamismo de conjunto, no puede dejar de ayudar
a definir una orientación fecunda. Sobre los puntos más importantes, la moral
del Decálogo continúa siendo fundamental. El Antiguo Testamento contiene
ya los principios y los valores que guían un actuar plenamente conforme a la
dignidad de la persona humana, creada "a la imagen de Dios" (Gn. 1, 27). El
Nuevo Testamento ilumina esos principios y valores por la revelación del
amor de Dios en Cristo.

4. Puntos de vista diferentes e interacción necesaria

En su documento de 1988 sobre la interpretación de los dogmas, la Comisión


Teológica Internacional ha recordado que, en los tiempos modernos, se ha
creado un conflicto entre la exégesis y la teología dogmática. Después observa
los aportes positivos de la exégesis moderna a la teología sistemática (La
interpretación de los dogmas, 1988, C. I, 2). Para mayor precisión, es útil
añadir que el conflicto ha sido provocado por la exégesis liberal. Entre la
exégesis católica y la teología dogmática, no ha habido un conflicto
generalizado, sino solamente momentos de fuerte tensión. Es verdad, sin
embargo, que la tensión puede degenerar en conflicto, si de una y otra parte se
hacen más rígidas las legítimas diferencias de puntos de vista, hasta
transformarlas en posiciones irreductibles.

Los puntos de vista, en efecto, son diferentes, y deben serlo. La tarea primera
de la exégesis es discernir con precisión los sentidos de los textos bíblicos en
su contexto propio; es decir, primero en su contexto literario e histórico
particular, y luego en el contexto del canon de las Escrituras. Al realizar esta
tarea, el exegeta pone a la luz el sentido teológico de los textos, cuando éstos
tienen un alcance de tal naturaleza. Es así posible una continuidad entre la
exégesis y la reflexión teológica ulterior. Pero el punto de vista no es el
mismo, porque la tarea del exegeta es fundamentalmente histórica y
descriptiva, y se limita a la interpretación de la Biblia.

El teólogo dogmático realiza una tarea más especulativa y sistemática. Por


esta razón, no se interesa sino por algunos textos y aspectos de la Biblia, y por
lo demás, toma en consideración muchos otros datos que no son bíblicos -
escritos patrísticos, definiciones conciliares, otros documentos del magisterio,
liturgia-, así como sistemas filosóficos y la situación cultural, social y política
contemporánea. Su tarea no es simplemente interpretar la Biblia, sino intentar
una comprensión plenamente reflexionada de la fe cristiana en todas sus
dimensiones, y especialmente en su relación decisiva con la existencia
humana.

A causa de su orientación especulativa y sistemática, la teología ha cedido con


frecuencia a la tentación de considerar la Biblia como un depósito de dicta
probantia, destinados a confirmar las tesis doctrinales. En nuestros días, los
teólogos dogmáticos han adquirido una más viva conciencia de la importancia
del contexto literario e histórico para la correcta interpretación de textos
antiguos, y recurren siempre más a la colaboración de los exegetas.

Como palabra de Dios puesta por escrito, la Biblia tiene una riqueza de
significado que no puede ser completamente captado en una teología
sistemática ni quedar prisionero de ella. Una de las principales funciones de la
Biblia es lanzar serios desafíos a los sistemas teológicos y recordarles
continuamente la existencia de aspectos importantes de la divina revelación y
de la realidad humana, que a veces son olvidados o descuidados por la
reflexión sistemática. La renovación de la metodología exegética puede
contribuir a esta toma de conciencia.

Recíprocamente, la exégesis se debe dejar iluminar por la investigación


teológica. Esta la estimulará a presentar a los textos cuestiones importantes y a
descubrir mejor todo el alcance de su fecundidad. El estudio científico de la
Biblia no puede aislarse de la investigación teológica, ni e la experiencia
espiritual y del discernimiento de la Iglesia. La exégesis produce sus mejores
frutos, cuando se efectúa en el contexto de la fe viva de la comunidad
cristiana, orientada hacia la salvación del mundo entero.

Me parece que lo más directo y conducente para ello sea recurrir al uso mismo
de la expresión, "inculturación del Evangelio" en los textos recientes del
magisterio. La expresión "inculturación del Evangelio" se encuentra cerca de
veinte veces a todo lo largo del Documento "Conclusiones de Santo
Domingo", sin embargo, en ningún momento se tuvo intención de definirla
con precisión, aunque del uso disperso que se hace de tal expresión, sería
posible descubrir los diferentes elementos que la constituyen. Por ello, en
razón de la precisión, es del todo necesario recurrir a los documentos de la
Iglesia que le dieron origen, al menos conceptual. La expresión como tal, esto
es, en cuanto modo concreto de la evangelización de la cultura y de las
culturas, y su descripción, aparece en los Documentos del Magisterio, solo a
partir del Pontificado de Juan Pablo 11. El Papa emplea este término, quizás
por primera vez, en una alocución dirigida a los miembros de la Pontificia
Comisión Bíblica el 26 de Abril de 1979" El término "aculturación" o
"inculturación" bien puede ser un neologismo, pero expresa muy bien uno de
los elementos del gran misterio de la Encamación. Pero es en su Encíclica
Redemptoris Missio donde expone el contenido del concepto dentro del
contexto de la misión evangelizadora de la Iglesia: "El proceso de inserción de
la Iglesia en las culturas de los pueblos requiere largo tiempo: No se trata de
una mera adaptación externa, ya que la inculturación significa una íntima
transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en
el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas. A
propósito de los riesgos que la inculturación implica, el documento advierte
"La inculturación en su recto proceso debe estar dirigida por dos grandes
principios: La compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a asumir
y la comunión con la Iglesia universal. Los Obispos guardianes del "depósito
de la fe", se cuidarán de la fidelidad y, sobre todo, del discernimiento, para lo
cual es necesario un profundo equilibrio; en efecto, existe el riesgo de pasar
acríticamente de una especie de alienación de la cultura a una supervaloración
de la misma, que es un producto del hombre, en consecuencia, marcada por el
pecado. También ella debe ser purificada, elevada y perfeccionada." (n.54)

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