Trabajo Sagrada Escritura IV
Trabajo Sagrada Escritura IV
Trabajo Sagrada Escritura IV
AUTOR:
Escobar Meléndez, Dirson Ramón
PROFESOR:
Prof. Enrique Calabia Ruano
1. Relecturas
El oráculo de Natán, que promete a David una "casa", es decir, una sucesión
dinástica "estable para siempre" (2 Sam. 7, 12-16), es recordado en numerosas
oportunidades (2 Sam. 23, 5; 1 Rey. 2, 4; 3, 6; 1 Crón. 17, 11-14),
especialmente en el tiempo de la angustia (Sal. 89, 20-38), no sin variaciones
significativas, y es prolongada por otros oráculos (Sal. 2, 7-9; 110, 1-4; Am. 9,
11; Is. 7, 13-14; Jer. 23, 5-6; etc.), de los cuales algunos anuncian el retorno
del reino de David mismo (Os. 3, 5; Jer. 30, 8; Ez. 34, 24; 37, 24-25; cfr. Mc.
11, 10). El reino prometido se vuelve así universal (Sal. 2, 8; Dn. 2, 35. 44; 7,
14; cfr. Mt. 28, 18). El realiza en plenitud la vocación del hombre (Gn. 1, 28;
Sal. 8, 6-9; Sab. 9, 2-3; 10, 2). El oráculo de Jeremías sobre los setenta años de
castigo merecidos por Jerusalén y Judá (Jer. 25, 11-12; 29, 10) es recordado en
2 Crón. 25, 20-23, que constata la realización; pero es meditado de un modo
nuevo, mucho después, por el autor de Daniel, en la convicción de que esta
palabra de Dios contiene aun un sentido oculto, que debe irradiar su luz sobre
la situación presente (Dn. 9, 24-27).
Las relaciones intertextuales toman una extrema densidad en los escritos del
Nuevo Testamento, todos ellos tapizados de alusiones al Antiguo Testamento
y de citas explícitas. Los autores del Nuevo Testamento reconocen al Antiguo
Testamento valor de revelación divina. Proclaman que la revelación ha
encontrado su cumplimiento en la vida, la enseñanza y sobre todo la muerte y
resurrección de Jesús, fuente de perdón y vida eterna. "Cristo murió por
nuestros pecados según las Escrituras y fue sepultado; resucitó al tercer día
según las Escrituras y se apareció..." (1 Cor. 15, 3-5). Este es el núcleo central
de la predicación apostólica (1 Cor. 15, 11). Como siempre, entre las
Escrituras y los acontecimientos que los llevan a cumplimiento, las relaciones
no son de simple correspondencia material, sino de iluminación recíproca y de
progreso dialéctico: se constata a la vez, que las Escrituras revelan el sentido
de los acontecimientos y que los acontecimientos revelan el sentido de las
Escrituras; es decir, que obligan a renunciar a ciertos aspectos de la
interpretación recibida, para adoptar una interpretación nueva.
3. Algunas conclusiones
Puesto que los textos de la Sagrada Escritura tienen a veces tensiones entre
ellos, la interpretación debe necesariamente ser plural. Ninguna interpretación
particular puede agotar el sentido del conjunto, que es una sinfonía a varias
voces. La interpretación de un texto particular debe, pues, evitar la
exclusividad.
La Sagrada Escritura está en diálogo con las comunidades creyentes, porque
ha surgido de sus tradiciones de fe. Sus textos se han desarrollado en relación
con esas tradiciones y han contribuido, recíprocamente, a su desarrollo. La
interpretación de la Escritura se debe hacer, pues, en el seno de la Iglesia en su
pluralidad y su unidad, y en la tradición de fe.
A estos textos que forman "el Antiguo Testamento" (cfr. 2 Cor. 3, 14), la
Iglesia ha unido estrechamente los escritos donde ella ha reconocido, por una
parte, el testimonio auténtico, proveniente de los apóstoles (cfr. Lc. 1, 2; 1 Jn.
1, 1-3) y garantizados por el Espíritu Santo (cfr. 1 Ped. 1, 12), sobre "todo lo
que Jesús comenzó a hacer y enseñar" (Hech. 1, 1) y, por otra parte, las
instrucciones dadas por los mismos apóstoles y por otros discípulos para
constituir la comunidad de los creyentes. Esta doble serie de escritos ha
recibido, seguidamente, el nombre de "Nuevo Testamento".
2. Exégesis patrística
Los Padres consideran la Biblia ante todo como el libro de Dios, obra única de
un único autor. No reducen, sin embargo, a los autores humanos a meros
instrumentos pasivos, y saben asignar a tal o cual libro, tomado
individualmente, una finalidad particular. Pero su tipo de acercamiento no
concede sino ligera atención al desarrollo histórico de la revelación.
Numerosos Padres de la Iglesia presentan el Logos, Verbo de Dios, como
autor del Antiguo Testamento y afirman así que toda la Escritura tiene un
alcance cristológico.
Preocupados sobre todo por vivir de la Biblia en comunión con sus hermanos,
los Padres se contentan frecuentemente con utilizar los textos bíblicos
corrientes en su ambiente. Orígenes se interesa metódicamente por la Biblia
hebrea, sobre todo animado por la preocupación de argumentar frente a los
judíos a partir de textos aceptables para ellos. San Jerónimo resulta una
excepción cuando exalta la hebraica veritas.
Persuadidos de que se trata del libro de Dios, el cual es, por tanto, inagotable,
los Padres creen poder interpretar tal pasaje según tal esquema alegórico, pero
consideran que cada uno queda libre de proponer otra cosa, mientras respete la
analogía de la fe.
Las Escrituras dadas a la Iglesia son el tesoro común del cuerpo completo de
los creyentes: "La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un
sólo depósito sagrado de la palabra de Dios, encomendado a la Iglesia, al que
se adhiere todo el pueblo santo unido a sus pastores, y así persevera
constantemente en la doctrina de los apóstoles..." (Dei Verbum, 10; cfr.
también 21). La familiaridad de los fieles con el texto de las Escrituras ha sido
más notable en unas épocas de la historia de la Iglesia que en otras. Pero las
Escrituras han ocupado una posición de primer plano en todos los momentos
importantes de renovación en la vida de la Iglesia, desde el movimiento
monástico de los primeros siglos hasta la época reciente del Concilio Vaticano
II.
Este mismo Concilio enseña que todos los bautizados, cuando participan, en la
fe de Cristo, en la celebración de la eucaristía, reconocen la presencia de
Cristo también en su palabra, "pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura, es él quien habla" (Sacrosanctum Concilium, 7). A este escuchar la
palabra ellos aportan "el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo. (...)
Con ese sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y sostiene, el pueblo
de Dios, bajo la dirección del sagrado magisterio, al que sigue fielmente,
recibe, no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cfr.
1 Tes. 2, 13); se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para
siempre a los santos (cfr. Jds. 3), penetra más profundamente en ella con
rectitud de juicio y la aplica con mayor plenitud en la vida" (Lumen gentium,
12).
1. Orientaciones principales
Aunque cada libro de la Biblia haya sido escrito con una finalidad diferente y
tenga su significado específico, todos son portadores de un sentido ulterior
cuando se vuelven parte del conjunto canónico. La tarea de los exegetas
incluye, pues, la explicación de la afirmación agustiniana: "Novum
Testamentum in Vetere latet, et in Novo Vetus patet" (cfr. san Agustín, Quest.
in Hept., 2, 73, CSEL 28, III, 3, p. 141).
Los exegetas deben también explicar la relación que existe entre la Biblia y la
Iglesia. La Biblia ha llegado a la existencia en las comunidades creyentes. Ella
expresa la fe de Israel; luego, las de las primeras comunidades cristianas.
Unida a la tradición viva, que la precede, la acompaña y la nutre (cfr. Dei
Verbum, 21) es el medio privilegiado del cual Dios se sirve para guiar, aún
hoy, la construcción y el crecimiento de la Iglesia, en cuanto pueblo de Dios.
Inseparable de la dimensión eclesial es la apertura ecuménica.
Puesto que la Biblia expresa la salvación ofrecida por Dios a todos los
hombres, la tarea de los exegetas católicos comporta una dimensión universal,
que requiere una atención a las otras religiones y a las expectativas del mundo
actual.
2. Investigación
3. Enseñanza
4. Publicaciones
Cuando abordan los textos bíblicos, los exegetas necesariamente tienen una
precomprensión. En el caso de la exégesis católica, se trata de una
precomprensión basada sobre certezas de fe: la Biblia es un texto inspirado
por Dios y confiado a la Iglesia para suscitar la fe y guiar la vida cristiana.
Estas certezas de fe no llegan a los exegetas en estado bruto, sino después de
haber sido elaboradas en la comunidad eclesial por la reflexión teológica. Los
exegetas están, pues, orientados en su investigación por la reflexión dogmática
sobre la inspiración de la Escritura y sobre la función de ésta en la vida
eclesial.
Pero, recíprocamente, el trabajo de los exegetas sobre los textos inspirados les
proporciona una experiencia que los teólogos deben tener en cuenta para
esclarecer la teología de la inspiración y de la interpretación eclesial de la
Biblia. La exégesis suscita, en particular, una conciencia más viva y más
precisa del carácter histórico de la inspiración bíblica. Muestra que el proceso
de inspiración es histórico, no solamente porque ha ocurrido en el curso de la
historia de Israel y de la Iglesia primitiva, sino también porque se ha realizado
por la mediación de personas humanas marcadas cada una por su época y que,
bajo la guía del Espíritu, han jugado un papel activo en la vida del pueblo de
Dios.
Los exegetas pueden ayudar a los teólogos a evitar dos extremos: por una
parte el dualismo, que separa completamente una verdad doctrinal de su
expresión lingüística, considerada como no importante; y por otra el
fundamentalismo, que confundiendo lo humano y lo divino, considera como
verdad revelada aun los aspectos contingentes de las expresiones humanas.
Para evitar ambos extremos, es necesario distinguir sin separar, y aceptar una
tensión persistente. La palabra de Dios se expresa en las obras de autores
humanos. Pensamiento y palabra son al mismo tiempo de Dios y del hombre,
de modo que todo en la Biblia viene a la vez de Dios y del autor inspirado. No
se sigue de ello, sin embargo, que Dios haya dado un valor absoluto al
condicionamiento histórico de su mensaje. Este es susceptible de ser
interpretado y actualizado, es decir, de ser separado, al menos parcialmente,
de su condicionamiento histórico pasado para ser trasplantado al
condicionamiento histórico presente. El exegeta establece las bases de esta
operación, que el teólogo continúa, tomando en consideración los otros loci
theologici que contribuyen al desarrollo del dogma.
Los puntos de vista, en efecto, son diferentes, y deben serlo. La tarea primera
de la exégesis es discernir con precisión los sentidos de los textos bíblicos en
su contexto propio; es decir, primero en su contexto literario e histórico
particular, y luego en el contexto del canon de las Escrituras. Al realizar esta
tarea, el exegeta pone a la luz el sentido teológico de los textos, cuando éstos
tienen un alcance de tal naturaleza. Es así posible una continuidad entre la
exégesis y la reflexión teológica ulterior. Pero el punto de vista no es el
mismo, porque la tarea del exegeta es fundamentalmente histórica y
descriptiva, y se limita a la interpretación de la Biblia.
Como palabra de Dios puesta por escrito, la Biblia tiene una riqueza de
significado que no puede ser completamente captado en una teología
sistemática ni quedar prisionero de ella. Una de las principales funciones de la
Biblia es lanzar serios desafíos a los sistemas teológicos y recordarles
continuamente la existencia de aspectos importantes de la divina revelación y
de la realidad humana, que a veces son olvidados o descuidados por la
reflexión sistemática. La renovación de la metodología exegética puede
contribuir a esta toma de conciencia.
Me parece que lo más directo y conducente para ello sea recurrir al uso mismo
de la expresión, "inculturación del Evangelio" en los textos recientes del
magisterio. La expresión "inculturación del Evangelio" se encuentra cerca de
veinte veces a todo lo largo del Documento "Conclusiones de Santo
Domingo", sin embargo, en ningún momento se tuvo intención de definirla
con precisión, aunque del uso disperso que se hace de tal expresión, sería
posible descubrir los diferentes elementos que la constituyen. Por ello, en
razón de la precisión, es del todo necesario recurrir a los documentos de la
Iglesia que le dieron origen, al menos conceptual. La expresión como tal, esto
es, en cuanto modo concreto de la evangelización de la cultura y de las
culturas, y su descripción, aparece en los Documentos del Magisterio, solo a
partir del Pontificado de Juan Pablo 11. El Papa emplea este término, quizás
por primera vez, en una alocución dirigida a los miembros de la Pontificia
Comisión Bíblica el 26 de Abril de 1979" El término "aculturación" o
"inculturación" bien puede ser un neologismo, pero expresa muy bien uno de
los elementos del gran misterio de la Encamación. Pero es en su Encíclica
Redemptoris Missio donde expone el contenido del concepto dentro del
contexto de la misión evangelizadora de la Iglesia: "El proceso de inserción de
la Iglesia en las culturas de los pueblos requiere largo tiempo: No se trata de
una mera adaptación externa, ya que la inculturación significa una íntima
transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en
el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas. A
propósito de los riesgos que la inculturación implica, el documento advierte
"La inculturación en su recto proceso debe estar dirigida por dos grandes
principios: La compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a asumir
y la comunión con la Iglesia universal. Los Obispos guardianes del "depósito
de la fe", se cuidarán de la fidelidad y, sobre todo, del discernimiento, para lo
cual es necesario un profundo equilibrio; en efecto, existe el riesgo de pasar
acríticamente de una especie de alienación de la cultura a una supervaloración
de la misma, que es un producto del hombre, en consecuencia, marcada por el
pecado. También ella debe ser purificada, elevada y perfeccionada." (n.54)