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Tema 6. TEATRO ESPAÑOL DE 1936 A 1975.

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TEMA 6: EL TEATRO ESPAÑOL DE 1936 A 1975

El teatro español de la década de los cuarenta se ve condicionado por distintas circunstancias. Por un lado, los nuevos
autores quedan desprovistos de figuras de referencia capaces de impulsar un teatro innovador o de mayor ambición
estética. Esto se debe al asesinato de Lorca, a la muerte de Valle-Inclán y Unamuno, y al exilio de Jacinto Grau, Rafael
Alberti, Max Aub o Alejandro Casona. Por otra parte, el férreo control de la creación escénica ejercido por la censura
franquista imposibilita un teatro que refleje fielmente la realidad del país y reflexione críticamente sobre ella.

Como consecuencia, el teatro de la primera posguerra tiene como rasgos compartidos la preferencia por la comedia
y su carácter evasivo o escapista. Así, surge la comedia burguesa que, siguiendo la estela de Jacinto Benavente, es
un teatro estéticamente convencional e ideológicamente conservador, que pretende entretener al espectador.
Apenas hay menciones ni a la Guerra Civil ni a las circunstancias sociales o políticas de la época. El tema principal es
la búsqueda de la felicidad. Otros motivos son: la infidelidad y los celos, el triunfo de los buenos sentimientos o el
autoengaño como forma de evitar el sufrimiento. Destacan autores como Joaquín Calvo Sotelo, José López Rubio, Juan
Ignacio Luca de Tena o Edgar Neville. También surge la comedia del disparate, cuyos principales representantes son
Miguel Mihura (Tres sombreros de copa) y Enrique Jardiel Poncela (Los ladrones somos gente honrada) y que se
caracteriza por el humor absurdo de raíz vanguardista, ajeno a la realidad de la época.

Paralelamente, siguen escribiendo teatro los grandes dramaturgos españoles en el exilio (teatro en el exilio): Alberti
(El adefesio), Max Aub (San Juan) y Alejandro Casona, cuyas obras (La dama del alba, La barca sin pescador)
presentan una combinación escapista de poesía y misterio, caracterizada por el conflicto entre fantasía y realidad, y la
presencia de personajes alegóricos (el Diablo en La barca sin pescador y la Muerte en La dama del alba).

En los años cincuenta surge en España un teatro comprometido con la realidad social y política. Aparece el
posibilismo de Antonio Buero Vallejo, en el que se inscriben tragedias caracterizadas por personajes históricos para
reflexionar sobre el presente (El sueño de la razón), la presencia de elementos simbólicos (la ceguera, en El concierto
de San Ovidio o En la ardiente oscuridad) y efectos de inmersión (La Fundación), que pretenden que el espectador
tome conciencia de la trágica condición del ser humano, así como de la realidad de la época, marcada por la miseria,
la ignorancia, la corrupción moral y la falta de libertad. Además, cabe destacar a Alfonso Sastre y su teatro de agitación
política y social, cuyos dramas (La taberna fantástica) contienen una denuncia de las injusticias sociales y de la
situación política en España. Otros dramaturgos optan por una estética realista para retratar críticamente la realidad.
Destacan, entre otros, Lauro Olmo (La camisa) y José Martín Recuerda (Las salvajes en Puente San Gil).

Fernando Arrabal y Francisco Nieva, influidos por el surrealismo, el teatro del absurdo y el teatro de la crueldad, son
los autores fundamentales del teatro experimental o vanguardista, que reacciona contra el teatro realista de
contenido social predominante en los años cincuenta. Arrabal (Pic-nic, El cementerio de automóviles) desarrolló parte
de su obra en Francia donde fundó en 1962 el Movimiento Pánico, teatro provocador, que aspira a escandalizar al
espectador por medio de la violencia o la locura. Sus obras constituyen alegorías que presentan una imagen pesimista,
atroz, de la condición humana. Es un teatro simbólico, vinculado al teatro del absurdo. El tema del teatro furioso de
Francisco Nieva (Pelo de tormenta, Nosferatu) es la crítica de la España tradicional, marcada por la religiosidad y la
represión sexual. Propugna la transgresión y la liberación de los instintos, mediante un lenguaje caracterizado por el
erotismo, al que incorpora elementos del carnaval, el esperpento o el surrealismo. Muchas de sus obras fueron
escritas en los años sesenta, aunque no pudieron ser estrenadas hasta después de la muerte de Franco.

El teatro en democracia está condicionado por dos factores: el apoyo institucional y la pérdida de importancia del
dramaturgo y del texto dramático. Este último tiene dos consecuencias: la importancia del director de escena y la
aparición de grupos de teatro independiente (Els Joglars, La Fura dels Baus, Els Comediants, Tábano o El Gayo
Vallecano), con tendencia a la creación colectiva y al teatro no verbal. Pervive, no obstante, un teatro de texto, con
un renovado vigor en los últimos años.

En el teatro de los ochenta destacan José Luis Alonso de Santos (La estanquera de Vallecas), José Sanchis Sinisterra
(¡Ay, Carmela!), Fermín Cabal (Castillos en el aire), Paloma Pedrero (Noches de amor efímero) o Fernando Fernán
Gómez (Las bicicletas son para el verano). Estos dramaturgos evitan el experimentalismo extremo, para recuperar la
conexión con el público. Son obras de raíz realista, con tramas comprensibles y personajes dotados de coherencia
psicológica, en las que se rehúye de la solemnidad o la especulación intelectual. Algunos de los temas tratados en este
periodo son: la Guerra Civil, la corrupción, la droga, conflictos psicológicos, la violencia de género o la inmigración y
los prejuicios xenófobos y racistas.
TEMA 7: LA NOVELA DESDE 1940 A 1975

La Guerra Civil supuso un corte drástico en el desarrollo de la vida cultural española. Durante la dictadura, diversos
factores dificultaron la escritura y la publicación de nuevas novelas: anulación de libertades básicas, aislamiento
internacional, exilio de autores que habían publicado antes de la guerra (Max Aub, Francisco Ayala, Benjamín Jarnés,
Arturo Barea…), y la incomunicación de los nuevos novelistas con los escritores de generaciones anteriores. Esto
explica la anómala evolución de la narrativa durante las décadas de los cuarenta y los cincuenta, en las que permaneció
al margen de las principales tendencias de la narrativa occidental contemporánea.

Las dos corrientes principales de la novela en los años 40 son la novela existencial y la novela tremendista. La
primera presenta relatos que reflejan la asfixiante realidad de la posguerra, protagonizados por seres angustiados a
los que les obsesiona la idea de la muerte. No hay en ellos crítica política ni social. Se inscriben Nada (1944), de Carmen
Laforet o La sombra del ciprés es alargada (1948), primera novela de Miguel Delibes. La novela tremendista es una
manifestación extrema de la novela existencial. Reflejo de la misma angustia y desolación, en el tremendismo se
acentúan la atrocidad y la violencia. Son frecuentes los episodios brutales, que remiten a elementos de la tradición
literaria como la picaresca o el esperpento de Valle-Inclán. La obra más representativa es La familia de Pascual Duarte,
de Camilo José Cela, narración en primera persona de un condenado a muerte, cuya vida miserable parece justificar
sus crímenes.

Las novelas publicadas en los años cincuenta ofrecen un testimonio crítico de la sociedad española de la época.
Los autores se sitúan en la tradición del realismo. Incorporan temas sociales, superando el individualismo
existencialista de los cuarenta hacia lo colectivo. La novela pionera de esta tendencia es La colmena, de Cela. La obra,
publicada en Buenos Aires en 1951, fue prohibida en España durante años, aunque circuló de manera clandestina. Es
el retrato de la vida cotidiana en Madrid durante dos días de diciembre de 1942. Destaca el protagonismo colectivo,
pues se reflejan las rutinas y miserias cotidianas de una multitud de personajes que luchan por sobrevivir en un
entorno de soledad y frustración. La acción se centra en el conjunto de la ciudad. Además, destaca el fragmentarismo
y el contrapunto, pues el discurso está dividido en 215 fragmentos a lo largo de los cuales el narrador en tercera
persona desarrolla varias líneas argumentales simultáneas.

Para los autores de medio siglo, la literatura debía reflejar las circunstancias sociohistóricas y servir para
transformar la realidad, de acuerdo con la noción de compromiso formulada por el filósofo francés Jean-Paul Sartre.
Así, se deben abordar las penosas condiciones de vida de la gente corriente en España, con voluntad de denuncia. La
técnica narrativa es el objetivismo (transcripción imparcial de los sucesos a la manera de una cámara cinematográfica),
por medio de un narrador en tercera persona que se limita a registrar los diálogos de los personajes y a mostrar sus
comportamientos. En cuanto a los autores, pueden agruparse en dos subconjuntos: los pertenecientes al realismo
social, con un compromiso político explícito (La piqueta, de Antonio Ferres; La zanja, de Alfonso Grosso; Central
eléctrica, de Jesús López Pacheco), y los neorrealistas, con un mayor interés por las cualidades estéticas de sus obras,
y que carecen de una voluntad explícita de denuncia (Los Abel, de Ana Mª Matute; El fulgor y la sangre, de Ignacio
Aldecoa; Entre Visillos, de Carmen Martín Gaite; El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, máxima expresión del
objetivismo). Esta última obra cuenta la historia de un grupo de jóvenes que pasan el día junto al río Jarama; la
banalidad de sus vidas contrasta con el accidente mortal de una de las chicas, ahogada en el río.

A principios de los años sesenta se produce un movimiento de renovación de la narrativa marcado por el
hartazgo de la novela social y la necesidad de normalizar la narrativa española con respecto a la literatura europea,
hispanoamericana o norteamericana. En esta novela experimental encontramos características como el subjetivismo,
esto es, la indagación en la realidad española realizada a través de personajes fuertemente individualizados, sumidos
en una crisis de identidad. Esto se traduce en el uso del monólogo interior o el tú autorreflexivo. Otro rasgo de esta
novela es la desaparición del capítulo como unidad estructural básica, sustituido por secuencias o párrafos, que
sugieren el carácter fragmentario de los recuerdos, o el flujo continuado de la vida o el pensamiento. También es
significativa la creación de espacios simbólicos o míticos, así como la inclusión de materiales diversos (informes de la
policía, rótulos, anuncios, esquelas, referencias culturales, poemas en un idioma inventado…), y técnicas como el
desorden cronológico o las licencias ortográficas y tipográficas. Por último, hay una voluntad de renovación estilística,
con un estilo barroquizante, muy elaborado, apartado de la lengua común. Las obras fundamentales son Tiempo de
silencio, de Luis Martín Santos; Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes (largo soliloquio de una mujer frente al
cadáver de su marido); Volverás a Región, de Juan Benet; Señas de identidad, de Juan Goytisolo; Si te dicen que caí,
de Juan Marsé; La saga/fuga de J. B., de Gonzalo Torrente Ballester.
Respecto a la narrativa en el exilio, los ejes temáticos de sus autores (Rosa Chacel, Ramón J. Sender, Francisco
Ayala, Max Aub) son las causas, el desarrollo y las secuelas de la Guerra Civil y la reflexión autobiográfica, mediante
la cual darán testimonio de su propia vida. Obras destacadas son: Réquiem por un campesino español y la serie de
nueve novelas de Crónica del alba, de Ramón J. Sender; y El laberinto mágico, obra maestra de Max Aub.

Para terminar, la novela a partir de 1975 se va a caracterizar por su gran variedad en temas y técnicas. Se modera
el experimentalismo y hay un regreso mayoritario a la intriga tradicional en relatos magistralmente construidos que
abracan todos los subgéneros narrativos: la novela negra, histórica, de aventuras, autobiográfica, de amor, la
metanovela, etc. Entre los numerosos autores, podemos destacar a Eduardo Mendoza (La verdad sobre el caso
Savolta), Manuel Vázquez Montalbán (Los mares del sur), Javier Marías (Corazón tan blanco), Julio Llamazares (La
lluvia amarilla), Antonio Muñoz Molina (El invierno en Lisboa), etc.

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