FLAVIA COSTA - El cuerpo en obra texto largo
FLAVIA COSTA - El cuerpo en obra texto largo
FLAVIA COSTA - El cuerpo en obra texto largo
Resumen
Intentaré desde allí pensar la matriz cultural y política, así como el sentido, de la actual
tendencia al autodiseño. En particular, analizar el estatuto del cuerpo propio en este nuevo
régimen que procura, no sin conflictos pero también no sin fuertes sinergias, la
intensificación productiva y la construcción del sí mismo como “obra".
Exposición:
En las sociedades actuales, marcadas por la imbricación profunda entre biopolíticas y
tecnologías de la vida, nuestro vínculo con el cuerpo propio está marcado por un triple
objetivo que lo interpela como un nuevo tipo de “cuerpo productivo”. (1) El primero es
mejorar e intensificar la vida: aumentar el tiempo y la calidad de vida; por un lado, la
lucha contra el envejecimiento y contra las enfermedades; por el otro, un disfrute más
pleno de la vida sensorial y estésica (dos objetivos propios de la figura que Hannah
Arendt denominó animal laborans). (2) El segundo, embellecer y estilizar el cuerpo
(estetizar la imagen del yo, hacer del propio cuerpo una obra exhibible, de la que el
sujeto usuario-autor-propietario pueda sentirse orgulloso). (3) Y el tercero,
incrementar las potencias del cuerpo en tanto “capital humano”: incrementar su valor
en el mercado de trabajo en el contexto del capitalismo posfordista, de predominio del
trabajo inmaterial, pero también en el mercado afectivo y en el mercado del deseo,
una vez que esos mercados fueron desregulados por las leyes de divorcio y, en general,
por la crisis de la familia nuclear post década de 1960. El logro de estos objetivos es
posible porque el cuerpo ha pasado a ser un “cuerpo-signo” emisor de señales; y
porque en la época del semiocapitalismo, esas señales son la principal fuerza de
trabajo que se compra y se vende en el mercado: de eso se trata, precisamente, el
trabajo informacional-sígnico.
Entre los factores innatos del capital humano tiene gran incidencia la genética,
situación que a Foucault a finales de los años 70 le parecía “inquietante”, en la medida
en que “uno de los intereses actuales de la aplicación de la genética a las poblaciones
humanas radica en permitir reconocer a los individuos en riesgo y el tipo de riesgo que
corren a lo largo de su existencia” (ídem: 266). Para Foucault, lo “políticamente
pertinente” en el desarrollo de la genética estaba ya entonces anclado en la
problemática del capital humano. Entre los factores adquiridos, la teoría toma en
cuenta particularmente la educación, las asociaciones (matrimoniales, laborales,
eróticas) y los comportamientos o conductas que se orientan al cuidado de la propia
vida.
La teoría del capital humano admite que los agentes que toman las decisiones
no necesariamente son conscientes de su esfuerzo por maximizar, ni siempre pueden
explicar por qué lo hacen, pero asume que la perspectiva económica se aplica a toda la
conducta humana, tanto a las que se refieren a precios en el mercado como a otras
decisiones, sean habituales o poco frecuentes, grandes o pequeñas, orientadas a fines
económicos o sentimentales, tomadas por pobres o ricos, hombres o mujeres, jóvenes,
adultos o niños.
Dispositivos
Vuelvo ahora al inicio de mi argumento. Las tres series que mencioné hace unos
instantes (imperativo de vida saludable, dispositivo informacional, fitness) funcionan
en este momento histórico a la vez como dispositivos bio-tanato-políticos y como
tecnologías del yo. Es decir, como prácticas y representaciones mediante las cuales los
hombres no sólo gobiernan a otros (el eje de la política, constitución de sujetos que
ejercen o sufren relaciones de poder) y gobiernan las cosas (el eje del saber,
constitución de sujetos de conocimientos) sino también se autogobiernan (el eje de la
ética, constitución de sujetos morales), a fin de garantizar ciertas inserciones
simbólicas, políticas, productivas, subjetivas y negar o desincentivar otras.
(1) Una serie heterogénea de saberes y técnicas para modelar, esculpir, mejorar
e intensificar las vivencias del cuerpo. Esto es, una serie de saberes y prácticas que, en
tanto matrices normativas de comportamiento, se dirigen hacia el cuerpo de la
sensibilidad, o lo que la tradición filosófica de la modernidad occidental denominó
materia sensible. En este sentido, por dispositivo fitness no entiendo solamente la
disciplina deportiva que desde 1996 lleva ese nombre, sino el conjunto mucho más
vasto de prácticas orientadas a “ajustar” los cuerpos al régimen del trabajo inmaterial
de la sociedad del espectáculo.
Hay, con todo, un rasgo común a todas, que es lo que llamo provisoriamente un
ethos del fitness, que imbrica los valores de la salud, la belleza y la conveniencia. Esto
significa que el ajuste corporal se hace, tal como señalé antes, según el triple objetivo
de mejorar e intensificar la vida; embellecer y estilizar el cuerpo; e incrementar las
potencias del cuerpo en tanto “capital humano” (incrementar su valor en el mercado
de trabajo, así como en los mercados afectivo, erótico y libidinal).
El primero, en los siglos XVI y XVII, operaba sobre cuerpos a los que se tenía por
imágenes de cera pasiva, sometidas al modelado, sobre la base del evidente prestigio
de la rectitud física (el ejemplo es el corsé preventivo usado por los niños de la Francia
del siglo XVII, que imponía sus líneas de ballena rígida sobre una pose inmóvil, porque
se consideraba que esos tejidos protegían la morfología). Para Vigarello, la finalidad es
prioritariamente estética: “La ortopedia restituye la apariencia o previene su
deformación”, y se restringe a las clases altas y medias-altas.
El segundo, entre los siglos XVIII y XIX, respondía al modelo de los motores
energéticos susceptibles de incrementar rendimientos y productividades. Se trata, en
efecto, de una nueva pedagogía de la postura que reacciona contra el modelo anterior,
al que califica como demasiado estático y declara explícitamente orientarse al
perfeccionamiento corporal.
Esto se corresponde con la polivalencia del cuerpo: el cuerpo es, como dice Le
Breton, el “socio” del sujeto en sus intentos por obtener mejores posiciones laborales,
mayores rendimientos sexuales y mejores partidos afectivos. Pero es también el lugar
donde se experimentan los placeres y sufrimientos, es ese “otro de sí” que le plantea
al sujeto sus límites, su irreductible “impropiedad”. El cuerpo que se siente es el objeto
que, a partir de sus prácticas, da origen al sujeto. Estos nuevos dispositivos
contribuyen a un (nuevo, otro) intento improbable por invertir esta precedencia del
objeto sobre el sujeto; un intento por sujetar al cuerpo a las intenciones y
motivaciones de un cada vez más enflaquecido yo.
Nos hace recordar, volviendo al cálculo estratégico del capital humano, el caso
de Juliana Borges, quien en 2011, a los 22 años, fue elegida Miss Brasil. Luego de
obtener su cetro, Juliana admitió haberse sometido a 19 cirugías estéticas antes de ser
elegida. Por supuesto muchas voces se alzaron contra ella, reclamándole incluso que
devuelva su reinado. “¿De qué me serviría ir al cirujano a los 60 años? –explicó con
evidente sentido práctico–. Tengo que invertir ahora, pues esta carrera sólo dura hasta
los 30”.
Para concluir, diré que uno de los aspectos más significativo del dispositivo
fitness reside en el hecho de que actúa, no tanto a través de una disciplina correctiva,
permanente, normalizadora, sino mediante la diversificación de los modelos y la
creación de un medio ambiente favorable a la percepción del cuerpo como “problema”
y espacio de intervención en el que no se puede no intervenir. Esto significa que el
primer nivel de actuación de los dispositivos es la serie de las representaciones, antes
incluso que las prácticas mismas, que son dejadas en un segundo plano o, más bien,
que son ofrecidas como stock o reserva disponible de acciones posibles, disociadas de
un objetivo preciso.
Para cerrar, como parte de las herramientas analíticas de esto que estuve
pensando, quisiera comentarles algo más. Se trata de poner esto que acabamos de ver
en el marco del hoy muy conocido fragmento póstumo de Benjamin, datado con no
completa certeza en 1921, sobre "El capitalismo como religión". Varios autores han
comentado recientemente esta tesis Benjaminiana: Agamben, antes que todos. Luego
Michael Löwy, Byung Chul Han, en nuestro país Fabián Ludueña.
Por esta razón Pablo puede afirmar en una famosa definición que “la fe es la
sustancia de las cosas esperadas”: es lo que da credibilidad a la realidad y a
lo que no existe todavía, pero en lo que creemos y tenemos fe, en lo que
hemos puesto en juego nuestro crédito y nuestra palabra.
La segunda, que tiene que ver con esto mismo, es desentrañar entonces el
papel de este "dinero", este mediador universal y convencional, como parte
del culto capitalista: el dinero se convierte así en un signo convencional
performativo, que allí donde quiera que un sistema jurídico y una formación social le
otorguen legitimidad o fuerza-de-ley, realiza en quien lo posee aquello que
significa: valor, crédito, fe, estado (momentáneo) de gracia.
El dinero es, como había entrevisto Marx, un signo; pero no un símbolo que está en
lugar de otra cosa, sino un performativo. Un signo sin otro significado que sí mismo,
que, actúa como un auténtico signo eficaz. De este modo, aún independizado de todo
respaldo en metálico, e incluso de su soporte mismo en papel, el dinero como flujo de
capital es algo así como una forma circulante de performatividad pura capaz de producir
valor a lo largo del universo y sostener el andamiaje de un mercado sin fronteras.
Esto significa que el banco, que no es más que una máquina de fabricar y
manejar crédito, ha tomado el lugar de la iglesia y, mediante la regulación
del crédito, manipula y administra la fe –la escasa e incierta confianza– que
nuestro tiempo todavía tiene en sí mismo.
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