Christian Laval - "Antropología Del Sujeto Neoliberal"
Christian Laval - "Antropología Del Sujeto Neoliberal"
Christian Laval - "Antropología Del Sujeto Neoliberal"
Comenzaré con un preámbulo para aclarar el enfoque del conjunto: el capitalismo es algo
más que un simple modo de producción de bienes, es un proceso de subjetivación tanto
como un proceso de producción y esto es lo que hoy vemos mejor. No podemos entender
qué le sucede al sujeto sin tener consciencia de la economía en la cual vive. Lo que plantea
naturalmente un problema decisivo: la relación entre la economía, las formas de poder y el
sujeto. En cualquier caso, los neoliberales tuvieron una conciencia clara, en ciertos
momentos, de aquello a lo que había que apuntar. M.Thatcher, lo pronosticó un día: «la
economía es el método, el objetivo es cambiar el alma y el corazón».
En La nueva razón del mundo, Pierre Dardot y yo, comenzamos a partir de los trastornos
patológicos tal como están descritos por una literatura abundante. Se describe, en esta
literatura, un ser conminado a responder lo más rápidamente posible como consumidor a los
cambios en los mercados y a las modas, sometido en tanto que trabajador al ritmo de la
mercancía y las finanzas. Se presenta allí un individuo reenviado sin interrupción a una
exigencia de rendimiento y de placer extremo. Este individuo que algunos llaman ‘el
individuo híper-moderno’ es un ser híper-activo y ultra-reactivo, que está sometido a la
orden terminante de ‘darse sin restricción’ al trabajo y, por otro lado, de hacerse bien, darse
placer y desbordarse tanto como pueda. Esta presión permanente de resultado maximizado
tendría, de alguna manera, su recompensa y su complemento en una orden de gozar lo más
que pueda, pasarlo genial y exhibirlo como espectáculo de un éxito total. Y si no lograra
responder a esta presión, sería considerado por él mismo y los demás como un fracasado, o
peor, como un desecho eyectable.
Conocemos todas esas descripciones y exposiciones que pretenden darnos a ver el estado
del sujeto contemporáneo, del nuevo sujeto, ‘cansado de ser sí-mismo’, agotado por esta
carrera hacia el siempre más. En ellas se analiza, retomando términos que vuelven con
frecuencia: el sufrimiento en el trabajo, la depresión generalizada, la erosión de la
personalidad, la ‘perversión ordinaria’, la cultura de la desconfianza e incluso la de-
simbolización y los fenómenos psicóticos de masa.
Lo que nos pareció interesante fue despejar cómo el sujeto contemporáneo era producido de
alguna manera por los dispositivos propios de la racionalidad neoliberal de la competencia
generalizada, aprehendiendo así, cómo esta debía pasar por un cierto número de técnicas
para funcionar. En otras palabras, usamos el concepto foucaultiano de subjetivación para
comenzar a entender cómo el sujeto no estaba ‘alienado’, ni ‘convertido en un extraño para
sí mismo’, lo que implicaría suponer que hay un sujeto no alienado, sino cómo él era llevado
a participar en su propia constitución y construcción. Cómo el sujeto respondía a la
demanda de implicación y performance total que le era dirigida, como si viniera de él
mismo. Esto es lo que dice para nosotros el concepto de subjetivación.
¿Qué relación hay en las múltiples descripciones, procedentes de fuentes diferentes, entre
los ‘desórdenes patológicos’ y la gubernamentalidad neoliberal? Muchas descripciones
clínicas (lo que hemos llamado la clínica del neo-sujeto), hechas por psicoanalistas o por
sociólogos, nos parece que pueden ser relacionadas a un conjunto de dispositivos de
dirección de las conductas, que hemos nombrado dispositivo de performance/goce.
Si hay un nuevo sujeto, debe ser aprehendido en las prácticas discursivas e institucionales
que, a fines del siglo XX, por razones a menudo contingentes, han engendrado la figura del
hombre-empresa o ‘sujeto empresarial’ y han favorecido la puesta en marcha de un
enmadejado de sanciones, incentivos e implicaciones que tienen el efecto de producir
operaciones psíquicas de un nuevo tipo.
Para resumir nuestra hipótesis, el neoliberalismo se caracteriza por un modo muy particular
de subjetivación articulado a este dispositivo que podemos llamar de la ultra-
subjetivación. En el fondo, para nosotros, el neoliberalismo es una cierta manera de
producir nuevas formas subjetivas, al mismo tiempo que nuevas relaciones sociales. Es por
ahí, que mis trabajos pueden tocar lo que podría llamarse una ‘antropología normativa’ en
tanto que los procesos históricos de subjetivación tienen que ver con las concepciones que
se tengan del hombre.
Mis trabajos se refieren aquí o allá, de una manera un poco vaga a la antropología, a veces a
la ‘mutación antropológica’, sin que estos términos estén sistematizados o estabilizados. Me
gustaría explicarme un poco sobre dos trabajos que están, con tres años de diferencia, en
continuidad el uno con el otro: El hombre económico y La nueva razón del mundo y en
particular su decimotercer capítulo titulado «La fábrica del hombre neoliberal» (para la
anécdota, lo escribimos a pedido de nuestro editor, lo que nos valió más de un comentario y
discusiones).
Es, en efecto, un cierto conjunto de obras teóricas entre los años 1950 y 1970 que
definieron ese momento de las ‘ciencias humanas’ que fue llamado ‘estructuralismo’, en el
que el sujeto como historia pudo comenzar a ser pensado contra las filosofías del sujeto y
contra los vestigios de un humanismo tradicional en el seno de las ciencias del hombre.
Desde entonces, sabemos que la historia humana no es la historia del Hombre idéntico a sí
mismo en un mundo cambiante, ni es más la historia de una realización o una emancipación
ligada a un origen y a una esencia; sabemos que la historia es la historia de las
transformaciones, de las mutaciones del hombre. Es sin duda Michel Foucault quien mejor
expresa este cambio en muchos textos y en particular en una entrevista de 1978 donde
vuelve sobre su recorrido y el de su generación teórica: «En el curso de su historia, los
hombres nunca han dejado de construirse, es decir, de desplazar continuamente su
subjetividad, de constituirse en una serie infinita y múltiple de diferentes subjetividades que
no tendrán nunca un fin y no nos colocarán jamás, frente a algo que sería el hombre”2.
Es bajo esta luz que podemos reconsiderar la famosa ‘muerte del hombre’ con la que, en
1966, concluye Las palabras y las cosas. Formulación que, a veces, se conserva como el
resumen de esos años. Esta formulación parecía mejor expresar, a la vez, la refutación del
humanismo y una nueva forma de concebir al hombre como un a priori histórico constituido
en una cierta época, un a priori histórico que estaría, por otra parte, en vías de desaparición
por el hecho de la emergencia igualmente histórica de esas ‘contra-ciencias’ que son, para
Foucault, la etnología y el psicoanálisis, en la medida en que hacen aparecer los procesos y
las estructuras inconscientes que constituyen las figuras subjetivas variables de una
sociedad a otra, de una época a otra. La ‘muerte del hombre’ es, entonces, el
cuestionamiento del a priori histórico del hombre de las ciencias del hombre. Habría mucho
que decir y repetir naturalmente sobre el ‘nacimiento del hombre’ en la transición del siglo
XVIII al XIX, como lo analiza Foucault en el libro de 1966, pero lo importante es la brillante
afirmación de la historicidad radical del sujeto humano, que tuvo una gran repercusión.
Foucault regresó más tarde a esta fórmula de ‘la muerte del hombre’ en la entrevista de
1978 que cité hace un momento. No es tanto de la ‘muerte del hombre’ de lo que hubiera
tenido que hablar, dice Foucault, sino de la ‘producción del hombre’. El retorno crítico de
Foucault sobre su formulación es precioso. Hablando de ‘muerte del hombre’ quiso decir
que, en las ciencias del hombre, no constatamos el descubrimiento de una esencia del
hombre al final del recorrido, nunca encontramos el ‘hombre originario’, el hombre esencial,
nunca se encontró más de lo que se puso ahí, nunca se descubre allí más que el a priori
histórico que no cesamos de construir, haciendo semblante de descubrirlo. Es mediante esta
objetivación continua que se constituye el sujeto histórico que procede de la subjetivación.
Es indudable que allí Foucault se une a Marx, y es allí donde reconoce su profundo acuerdo
con la inspiración de Marx para quien “el hombre produce al hombre»3. Ciertamente Marx
no fue el primero en pensar que el hombre se hacía a sí mismo, activamente. Se podía
encontrar en la filiación de los empiristas y sensualistas una serie de aserciones que dicen
que el hombre está hecho y se hace a través de su experiencia corporal y sensorial, que él
se produce en sus encuentros, en la experiencia de los objetos del mundo, por su educación
y en la vida como la gran educadora de los hombres. Mencionaré aquí solo a Adam
Ferguson, en su Historia de la sociedad civil: «el hombre es, hasta cierto punto, el artesano
de sus formas de ser así como de su fortuna». Eso es lo que Marx heredó y lo que Foucault,
a su manera, reencontró. Entre las circunstancias en las cuales actuamos está, lo que dice
Marx al comienzo de El 18 Brumario, lo que pesa sobre el cerebro de los vivos. Hay aún
más: los hombres actúan desde lo que son en tanto sujetos que no han elegido quiénes son,
ni su forma de relacionarse consigo mismos y con los demás, pero que actuando como
actores históricos trabajan para su propia transformación, sin saber de antemano lo que
será de ellos debido a su acción, lo que su propia acción hará de ellos mismos. De ahí la
importancia de volver sobre la historia, no de las mentalidades, sino de las subjetividades,
sobre las formas en que los hombres se conciben, de sus prácticas y relaciones ligadas a sus
concepciones. De allí, sobre todo, la importancia de las normas de pensamiento y conducta
que dan forma a las subjetividades históricas del hombre, de allí la importancia de los
procesos históricos de subjetivación.
Uno de los puntos de apoyo que hemos encontrado en Foucault es el carácter histórico de la
subjetividad. La forma en que Foucault plantea el problema de la constitución histórica de la
subjetividad también se debe a Nietzsche, quien quiere que los afectos, la moralidad misma
y la conducta sean examinados con un ‘espíritu histórico’. El sujeto debe ser retomado en su
trama histórica y en la relación que mantiene con los demás y consigo mismo. El sujeto no
es idéntico a sí mismo, no tiene una esencia, es una historia sin origen y sin destino, y no es
sin relación con la sociedad, ya que él es una actividad (subjetivación), una práctica que
proviene ella misma de técnicas.
Pero la subjetivación es también otra cosa, es la forma en que uno deviene sujeto, en la cual
un sujeto es llevado a conducirse a sí mismo como el discurso social espera que lo haga, lo
que supone una relación activa, la de que el sujeto sea precisamente un sujeto que mantiene
consigo una relación en la que él se toma por un sujeto que tiene que conducirse,
transformarse y reformarse a sí mismo. En otras palabras, esta dimensión activa de la
subjetivación se confunde con la naturaleza misma de la subjetividad, como una relación del
sujeto consigo mismo. Pero con la salvedad de que no hay un sujeto que no sea el producto
de un proceso de subjetivación específico, de cierto periodo histórico, el cual supone
técnicas de sí mismo también particulares, como ‘ejercicios’, ‘ascesis’.
Esta es la apuesta política de los cursos de Foucault, sobre la gobernabilidad de uno mismo
y de los otros. Es el objeto del examen de la noción griega de ‘cuidado de sí mismo’, así
como de prácticas y técnicas que le están ligadas. Ocuparse de sí mismo, transformarse,
reformarse, sigue su curso desde los griegos a la espiritualidad cristiana. En otras palabras,
la subjetivación es la forma en que un sujeto trabaja para aceptar ser lo que se quiere que
sea, para saber cómo hacer lo que se desea que haga, para desear hacer lo se espera que él
haga.
Lo que he querido hacer con mi libro titulado El hombre económico era una genealogía de
una ‘imagen del hombre’. He comenzado con una pequeña frase de Mauss en El ensayo
sobre el don, que hablaba del hombre moderno como una “máquina calculadora”. Y me he
preguntado cómo se había constituido este ‘hombre económico’ que es la figura de
referencia en la economía política clásica y que tiende cada vez más a ‘realizarse’, a
‘encarnarse’, aun cuando, como dice Mauss, no estamos enteramente constituidos como una
«máquina calculadora». Lo que he querido hacer es, más bien, la historia de esta norma
humana, que desborda y precede a la constitución de la ciencia económica, que anticipa el
desarrollo del capitalismo. No tomar el hombre económico como un reflejo ideológico o un
efecto de emanación del capitalismo, sino como una figura preexistente, como una
precondición, como un discurso facilitador del despliegue del capitalismo.
Para resumir mi trabajo sobre la antropología normativa del utilitarismo, diré esto:
El sujeto productivo fue la gran obra de la sociedad industrial. No se trataba solo de
aumentar la producción material, también era necesario que el poder se redefiniera como
esencialmente productivo, como un estimulante de la producción cuyos límites estarían
determinados únicamente por los efectos de su acción sobre la producción. Ese poder
esencialmente productivo tenía como correlato al sujeto productivo, no solo el trabajador,
sino al sujeto que, en todos los dominios de su existencia, produce bienestar, placer,
felicidad. Muy temprano, la economía política tuvo como respuesta una psicología científica
que describía una economía psíquica, que le era homogénea. Ya en el siglo XVIII,
comenzaron las bodas de la mecánica económica y la psico-fisiología de las sensaciones. Es,
sin duda, el cruce decisivo que dibujará la nueva economía del hombre, gobernada por
placeres y penas. Gobernado y gobernable por las sensaciones: si el individuo debe ser
considerado en su libertad, él es también un bribón irreductible, un ‘delincuente potencial’,
un ser impulsado por su propio interés. La nueva política se inaugura con el monumento
panóptico erigido para gloria de la vigilancia de cada uno por todos y de todos por cada uno.
Vigilar a los sujetos y maximizar el poder, ¿para qué hacerlo? Para la producción de la
mayor felicidad. La intensificación de esfuerzos y resultados, la minimización de gastos
innecesarios, tal es la ley de la eficacia. Fabricar hombres útiles, dóciles para el trabajo,
rápidos para consumir, fabricar el hombre eficaz, esto ya se dibuja, y de qué manera, en el
trabajo de Bentham.
El paso inaugural, dijimos, ha consistido en inventar el hombre del cálculo que ejerce sobre
sí mismo un esfuerzo de maximización de placeres y castigos, requeridos para la existencia
entre los individuos de intereses relacionados. Las instituciones fueron hechas para formar
y enmarcar los sujetos más bien reacios a esta existencia y para hacer converger intereses
diversos. Pero el discurso de las instituciones, comenzando por el discurso político, está
lejos de ser unívoco. El utilitarismo no se impuso como la única doctrina legítima, ni mucho
menos. Los principios se mantuvieron mezclados, e incluso vimos, a fines del siglo XIX,
aparecer en las relaciones económicas, consideraciones ‘sociales’, derechos ‘sociales’,
políticas ‘sociales’ que vinieron seriamente a limitar la lógica acumuladora del capital y la
concepción estrictamente contractual de los intercambios sociales.
Pero esto va más allá con el neoliberalismo. Se trata de fabricar el sujeto no solo del interés
y del deseo, sino el sujeto de la performance y del goce, a través de dispositivos
particulares. El neoliberalismo nos parece corresponder a otra lógica, a una nueva fase; el
sujeto no está dado, podemos remodelarlo constantemente, el gran mercado no es suficiente
para socializarlo, ni para transformarlo. Se necesitan operaciones especiales,
medicamentos, técnicas del yo, ascesis de la performance. Probablemente se requerirán,
de más en más, las técnicas comportamentales, las píldoras del rendimiento que actuarán
sobre la química cerebral, lo que en resumen significa fabricar el nuevo hombre, el sujeto
de la performance y del goce. Y para eso, se requiere de un dispositivo social e
institucional. El momento neoliberal se caracteriza por esta homogeneización del discurso
del hombre en torno a la figura de la empresa. Esta nueva figura del sujeto productivo
opera una síntesis de las formas plurales de subjetividad que la democracia liberal dejaba
subsistir. En adelante, un conjunto de técnicas, que están esparcidas en la sociedad y son el
principio de la reforma de las instituciones, contribuyen a fabricar un nuevo sujeto que
llamaremos indiferentemente ‘sujeto empresarial’ o ‘sujeto neoliberal’.
En las empresas solo hay pequeñas empresas, cada empleado es una empresa de sí mismo,
debe gestionarse como un ‘centro individual de ganancia’ en abierta rivalidad con los
demás. Obviamente, la relación salarial no desaparece, pero el cambio es notable y conduce,
de aquí en adelante, a formas muy sensibles de contratación y precarización. Cada
trabajador es considerado como un productor de valor, perfectamente evaluable en el
mercado interno de la empresa que lo emplea. Su propio valor depende del valor individual
que produce y puede medirse mediante sistemas de evaluación cuantitativos, los mismos
que se generalizan en el sector público y en las asociaciones.
La vida personal, casi entera, está tomada por esta racionalidad verdaderamente global.
Bob Aubrey, un consultante que hemos plagiado, explica que la vida no es más que una
‘cartera de actividades’ a valorizar. Él mismo se apoya en Foucault para comparar el
cuidado de sí mismo con esta gestión del ‘capital humano’. Pero lo que también nos parece
nuevo es que en esta empresa de sí mismo no habría lugar para la menor pérdida. La
plusvalía se recupera inmediatamente para sí mismo; con la frase me ‘rompo trabajando’
por supuesto aumenta mi valor en el mercado. El ascetismo laborioso, más que nunca
exaltado, es inseparable de la recuperación, sin pérdida, del goce. Se supone que el nuevo
sujeto goza de sí mismo, del valor social que tiene y que él es. El proceso de valorización de
sí mismo es ilimitado, es una especie de goce imaginario de plenitud. Cuando algunos
comparan la técnica gerencial de sí mismo, con el antiguo cuidado de sí mismo, olvidan que
en el cuidado de sí que se hacía había un movimiento de des-implicación del rol social, una
puesta a distancia. Era necesario retirarse del juego social para alcanzar un orden de cosas
más universal, más auténtico. Con las técnicas gerenciales, por el contrario, tenemos una
identificación y una implicación total en la gesta competitiva y en la función social.
La ultra-subjetivación
Esto implica también y, sobre todo, y es allí donde encontramos verdaderamente, una nueva
subjetividad de la ilimitación o, como decimos en La nueva razón del mundo, de la ultra-
subjetivación.
Si todas las relaciones salariales aún no se basan en este modelo, ellas se aproximan a él
cuando en el trabajo, no solo se pide obediencia a las prescripciones, sino también calidad
relacional, iniciativa y creatividad. Un cierto número de técnicas participa de un dispositivo
más general destinado a crear y reforzar estas disposiciones subjetivas. En los círculos
profesionales, incluso más allá, hay técnicas de un tipo especial que tienen en común no
prohibir, no bloquear y desplazar las líneas de la moral utilitarista habitual, esa que opone
justamente el principio del placer al principio de realidad, en la medida en que ella
constituye un obstáculo para el proceso de la ilimitación que está más afirmado que nunca
en el capitalismo actual. Estas técnicas comprometen al sujeto a trabajar en sí mismo, para
convertirse en un hombre de la competencia, en un pequeño ‘señor de la guerra comercial’.
La competencia supone que podemos medir y comparar los resultados de una actividad, que
podemos recompensar a los ganadores y perdedores. Si el mercado no puede sancionar
directamente, es necesario crear artificialmente operadores equivalentes al mercado, cuasi-
mercados sin mercancías, pero donde se establecerán sistemas de precios cuantificados
para medir el valor de la producción y del productor. Son todos estos sistemas burocráticos
de evaluación, contratación y comparación los que sirven como reguladores de estos cuasi-
mercados internos en las empresas y las administraciones, puesto que son allí técnicas
esenciales. Con la evaluación cuantitativa, tenemos la demostración práctica magistral de lo
que M. Thatcher decía sobre la economía, como una forma de cambiar el alma y el corazón.
Lo importante es comprometer allí a las personas, hacerlas participar para que cambien al
aceptar ser evaluadas, comparadas y recompensadas. El punto esencial es la accountability,
el hecho de ser responsable, de ‘rendir cuentas’, pero sobre todo de entrar en la
contabilidad, que su actividad sea medida objetivamente, comparada con la de los demás,
etcétera.
Uno de los aspectos que a menudo se observan son la pesadez y el costo, y, por lo tanto, lo
económicamente ineficientes que son estos procedimientos de competencia y evaluación.
Pero la crítica en términos de eficiencia a veces cae de lado. La eficacia de la que se trata
consiste en reformar los individuos, plegarlos a una lógica de empresa y mercado. Por
supuesto, en este nivel hay una ‘codificación’ burocrática, pues lo que importa es la creencia
en que lo que se gana es la energía que la competencia ha permitido producir, por la
exposición al riesgo, etcétera.
Hablamos en nuestro libro del ‘dispositivo performance/goce’ para designar algo más
amplio y más heterogéneo que las técnicas vigentes en las empresas. Esto se refiere a los
saberes, las instituciones, las técnicas, los discursos que tienen un poder de normalización
sobre la conducta y la subjetividad. Este es el nombre que le damos, si se quiere, a la
sociedad de mercado en su fase neoliberal. Fabricar el sujeto de la ilimitación quiere decir
trabajar sobre sus inhibiciones en relación a los demás, sus escrúpulos, su vergüenza y su
timidez, todos los límites que nos fueron impuestos en nuestra infancia por las instituciones
represivas que son la familia y la escuela tradicional. Es decir ‘sobrepasarse’, explotarse,
matar a otros, en un mundo violento, hecho a la imagen de los video-juegos que se les dan a
los niños para excitarlos.
Es toda una línea de cultura que tiene como punto en el horizonte ideal, un ser cuya única
norma de conducta es la búsqueda indefinida de la performance y del goce. Es el hilo que
corre entre todas las formas de culto al exceso, a la velocidad, al puntaje, que viene a
sobrepasar todo límite y cuya lógica es superar cualquier límite. La química ofrece sin duda
posibilidades de acción sobre el cerebro que van en este sentido, como los video-juegos, las
finanzas -hasta el crach-, como la sexualidad, los deportes de competición, los juegos
televisados, los modos festivos híper-alcoholizados. Esto es también la valorización del
riesgo y la denigración de todas las formas de protección social y de solidaridad, es la
denuncia de las reglas ‘restrictivas’, del inmovilismo, del statu quo.
Se podría demostrar que el carácter ilimitado del goce está marcado por una libertad de
elección indefinida, a priori sin límite. La relación con las instituciones, las normas, las
leyes, son relaciones de elección. El consumidor es soberano y entre todas las cosas, el
sujeto es un consumidor que tiene derecho a todo. Y viceversa, todo está a su disposición, al
menos en el derecho. Simplemente, porque aquí también, todo está potencialmente ofrecido
al goce, que es un objeto del que se puede disponer. Pero el punto importante es el trazo de
unión que hay que poner entre performance/goce, como lo demuestran bien estos productos
que maximizan el poder sexual masculino. Consumir es producir satisfacción, es trabajar en
la satisfacción (Becker) de acuerdo con la teoría del capital humano. Y, además, gozar es
una performance.
Implicaciones políticas
Foucault ha entendido mejor la positividad de las formas de poder cuando él las ve como
modos de producción, cuando comprende que son maneras de hacer, formas de ‘conducir
las conductas’. No debemos entender el sujeto neoliberal como un sujeto que habría perdido
sus puntos de referencia, su moral o sus límites. O más bien, si es un ‘sin límites’, no
significa que los haya perdido, sino que ha entrado en un modo de subjetivación que lo lleva
a ir más allá de cualquier límite. Lo ‘sin límite’ es exactamente la lógica normativa de lo
ilimitado, no es un declive de las normas que limitan, son las nuevas normas las que
empujan a ir más allá de todos los límites. Pero este nuevo sujeto es tendencial, como la ley
de la caída de la tasa de ganancia. Ley tendencial de sobrepasar los límites. Esto no
significa que no hay límite, se recrean tan pronto como se cruzan, como el puntaje que el
deportista debe superar.
1
Cf. Bertaux, D., Destins personnels et structures de classe. Pour une critique de
l’anthroponomie, PUF, 1977.
2
Foucault, M., Entretien avec Michel Foucault, 1978, publié dans II Contributo, 4eme
année, N°1, janvier-mars 1980, repris en Dits et Écrits, II, 1988, Quarto, pp. 860-914.
3
Foucault, M., op.cit., p. 893.
4
Brunel, V., Les managers de l’âme, le développement personnel en entreprise, une nouvelle
pratique de pouvoir?, Éditions La Découverte, 2004.