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1 CORINTIOS
Corinto era una de las ciudades más importantes de toda Grecia.
Estaba situada en el istmo que unía el Peloponeso al resto de Grecia y tenía dos puertos adyacentes: uno llamado Lequeo, no lejos de la ciudad y desde el que se efectuaba el comercio con Italia y, en general, con el Occidente; el otro era Cencreas, un poco más distante, desde donde se efectuaba el comercio con el Asia. Con tal situación, no es extraño que Corinto fuese un lugar famoso por su riqueza, lo mismo que por sus vicios; tanto que el llevar una vida de libertinaje se solía llamar «hacer el corintio». Por supuesto, allí había templos para todos los dioses y diosas de la gentilidad, y era especialmente famoso el dedicado a Venus Afrodita, con sus más de mil prostitutas sagradas. Sin embargo, allí tenía Dios mucho pueblo (Hch. 18:10) y allí plantó Pablo (3:6) una iglesia del Dios viviente, con sus muchos dones (1:7) y sus muchos defectos; pero todos sus miembros (se entiende, los sinceros creyentes) habían sido lavados, santificados, justificados, después de haber sido algunos tan perversos como el resto de la pagana población (6:9– 11). No obstante, los antiguos vicios habían dejado sus huellas en algunos miembros de la congregación, por lo que el apóstol se ve obligado a no escatimar sus reproches. Como ha demostrado el Dr. Lloyd-Jones, la idea central que, como un hilo de oro, enhebra toda la Epístola es la de «Cuerpo de Cristo» y es en esa perspectiva como debe leerse y estudiarse esta preciosa Carta del gran apóstol. De entre las diversas formas de dividir la Epístola, escogemos la que emplea el Dr. Ryrie, aunque tomamos sólo los títulos de las secciones: 1. Introducción: (1:1–9). 2. Divisiones en la iglesia: (1:10–4:21). 3. Desórdenes morales en la iglesia: (5:1–6:20). 4. Discusión sobre el matrimonio: (7:1–40). 5. Discusión sobre los alimentos ofrecidos a los ídolos: (8:1– 11:1). 6. Discusión sobre el culto público: (11:2–14:40). 7. La doctrina de la resurrección: (15:1–58). 8. Asuntos prácticos y personales: (16:1–24). CAPÍTULO 1 I. El prefacio o introducción de toda la Carta (vv. 1–9). II. Uno de los principales motivos de escribirles: las divisiones en la iglesia (v. 10– 13). III. Un informe del ministerio de Pablo entre ellos (vv. 14–17). IV. La forma en que había predicado allí el Evangelio (vv. 17–31). Versículos 1–9 1. Dentro de la introducción de la Epístola, vemos primero la inscripción (v. 1): Es una Epístola, o Carta, de Pablo, inspirado por Dios. «Llamado apóstol (lit.) de Cristo Jesús». No dice: «llamado a ser apóstol», sino «llamado apóstol» o, como traduce Leal, «apóstol de Cristo Jesús por vocación», esto es, por llamamiento (v. comentario a Ro. 1:1). «Por la voluntad de Dios» significa «porque Dios lo quiso así», donde se dan a entender dos cosas: (A) que no fue Pablo el que escogió dedicarse a ese ministerio, sino que fue Dios quien le llamó a desempeñarlo; (B) que no fue una opción que Dios le propuso, sino un mandato que le ordenó. Y como no había tomado el honor para sí, no era jactancia afirmar que lo tenía. Asocia a Sóstenes (quizás el mencionado en Hch. 18:17) en el saludo. Timoteo estaba ausente (v. 4:17 y comp. con 2 Co. 1:1). Dirige la Carta a la iglesia de Dios que está en Corinto (v. 2). Nótese bien: el propietario y protector es Dios; Corinto es el lugar donde está situada la congregación: Pablo se dirige a una iglesia local. Los creyentes son santificados en Cristo Jesús: Constituidos justos en unión con Él. 2. En este versículo 2, hay tres detalles que no deben pasarse sin analizar: (A) El vocablo «iglesia» se halla también en la dirección de 2 Corintios 1:1, 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1 y en Gálatas 1:2 (en plural). El griego ekklesía (de ek, de, y kaléo, llamar) nos da el concepto de «segregación» («llamada a salir de») para formar una «congregación», semejante al Quehal Jehová. (B) Como en el versículo 1, también aquí hemos de leer «llamados santos», es decir, «santos (justos) por llamamiento». Los «llamados» y los «elegidos» son unos mismos en el pensamiento de Pablo (v. Ro. 8:30; 1 Co. 1:24). (C) «Con todos los que en cualquier lugar, etc.», significa que lo inmediatamente anterior («llamados santos») incluye a todos los que, en cualquier lugar del mundo, invocan el nombre del Señor Jesucristo, puesto que es tan Señor de ellos como nuestro. Dice Ch. Hodge: «Invocar el nombre de alguien es pedir su ayuda». 3. Sigue (v. 3) la bendición-saludo inicial: «Gracia y paz a vosotros, etc.». Comenta Hodge: «Gracia es favor, y paz sus frutos. La primera abarca todo lo que se encierra en el amor de Dios según es manifestado para con los pecadores; y la segunda el conjunto de los beneficios que emanan de aquel amor». El apóstol no se constituye a sí mismo en fuente de estas bendiciones, sino en vehículo de ellas, de parte de Dios, a quien llama nuestro Padre, y de Jesucristo, a quien llama el Señor, pues a Él ha sido dada toda autoridad y todo poder. No sólo es la Cabeza, sino también el Dueño y Señor adorable, de la Iglesia. 4. A continuación (vv. 4 y ss.), Pablo prorrumpe en un cántico de acción de gracias «a mi Dios», y expresa así su amor y su dedicación completa a Dios. Le da gracias «por la gracia que os fue dada en Cristo Jesús», es decir, por la unión con Cristo Jesús. Si nos percatamos de que «Cristo» indica el «Mesías» (Comunicador y Mediador de Dios), mientras que «Jesús» es el hombre que encarna en sí la «salvación de Jehová», entenderemos mejor el énfasis que, según la distinta colocación, carga el apóstol sobre uno de los dos aspectos. Cristo es aquí el vehículo de la gracia de Dios que, por Él, fluye a los suyos (v. Jn. 15:1 y ss.). A continuación Pablo expone las razones por las que eleva a Dios esta acción de gracias: (A) La gracia dada por Dios en Cristo Jesús ha hecho que «en todas las cosas fuisteis enriquecidos en Él» (en Cristo). Cuáles sean estas cosas se ve por el contexto posterior: por los dones de toda clase que han recibido. A la vista de los numerosos reproches que esta Carta incluye, hay quien ha visto en estos versículos, una exageración irónica; pero esto carece totalmente de base. Estos dones no suponen ningún mérito o demérito por parte de los fieles de Corinto; son pura gracia de Dios, que los da a quien quiere (v. el comentario al cap. 12). Precisamente por disfrutar de tal variedad de dones (v. 7), era tanto más reprensible la conducta de los corintios. (B) De estos dones (v. 12:7 y ss.), Pablo especifica aquí «toda palabra (v. 5b) y todo conocimiento» (unidos en 12:8). Dios les había concedido el don sobrenatural de saber expresar bien la verdad y de saber comprender su contenido, «pues nuestro testimonio (v. 6) acerca de Cristo quedó bien afianzado en vosotros» (NVI). Lo de «nuestro» no está en el texto, pero la NVI ha hecho bien en interpolarlo para dar bien el sentido a los lectores. Todos los dones que los corintios poseían eran una confirmación del testimonio que habían recibido por la predicación del Evangelio. (C) Pablo describe a los recipiendarios de estos dones como «los que esperáis anhelantes la revelación («descubrir el velo») de nuestro Señor Jesucristo» (v. 7b). Esta «revelación» coincidirá con la «manifestación» de que habla Juan (1 Jn. 3:2). En el versículo 8, Pablo atribuye a Jesucristo la función de consolidar a los fieles hasta el fin (comp. con Fil. 1:6), para que sean irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Acerca de esto, es menester hacer dos observaciones: (a) el vocablo griego para «irreprensibles» significa personas a las que nadie puede acusar o encausar ante los tribunales (v. Ro. 8:33); (b) el día de Jesucristo (comp. Fil. 1:6) es el día en que Cristo vendrá a recoger a los suyos, y no debe confundirse con el Día del Señor (el Yom Jehová del hebreo), que comprende un período posterior y más amplio, en el que Dios ejecutará sus juicios sobre la humanidad en general. (D) Pablo apoya estas seguridades en la fidelidad de Dios (v. 9), quien nos ha llamado a compartir la vida y la filiación de Cristo (comp. Ro. 8:17, 29), con la consumación en la gloria (Ro. 8:30) de la unión con Cristo que el llamamiento de Dios comporta. ¡Gloriosa expectación, cuando la fidelidad de Dios viene a consolidar nuestras esperanzas! ¿Cómo podemos estar fríos, inactivos, infieles a esa fidelidad? Versículos 10–13 En contraste con los versículos anteriores (notorio, no sólo por lo que sigue, sino también por la partícula de), Pablo se ve obligado ahora a exhortar a los fieles de Corinto a mantener la unidad en la comunidad eclesial. 1. Los exhorta a ponerse de acuerdo en el modo de expresarse en los puntos más importantes que tienen que ver con la unidad dentro de la congregación (v. 10). Apela al nombre de nuestro Señor Jesucristo: A «obrar con conciencia de lo que Él es, de lo que representa y de lo que exige» (J. Leal). «Y que no haya entre vosotros divisiones (lit. cismas)». Entre otros puntos de fricción, se había introducido en la iglesia de Corinto un «espíritu de partido» sobre muchos puntos, de los que aquí (vv. 11–13) menciona los partidos en torno a personalidades. Pablo les exhorta, pide y exige «que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer». El verbo griego, como observa L. Morris, «tiene que ver con restaurar algo a su correcta condición. Se usa en sentido de remendar redes (Mt. 4:21) y para completar lo que faltaba a la fe de los tesalonicenses (1 Ts. 3:10)». El apóstol no les pide que tengan en todo las mismas opiniones, sino que mantengan una unión de fe y amor, suficiente para evitar que se formen partidos dentro de la iglesia. 2. El apóstol se ha enterado de las contiendas (v. 11) existentes en la iglesia de Corinto a causa de las divisiones en torno a personas. Le han enterado los de Cloé, es decir, los de la familia de Cloé. No sabemos si esta Cloé era o no cristiana, pero ciertamente lo eran algunos de su casa (es de suponer). Siempre dentro de una suposición probable, esta familia viviría en Éfeso, donde Pablo escribe esta Epístola, más probable que en el mismo Corinto. Las contiendas son especificadas en el versículo 12: «Me refiero a que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo (es decir, soy partidario de él, de su modo de hablar, de actuar, etc.); y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo». Por 3:4, vemos que los partidos quizá más numerosos eran los dos primeros. No es demasiado aventurado suponer el motivo por el que estos cuatro nombres ocasionaban la formación de cuatro partidos dentro de la iglesia de Corinto: (A) Pablo había plantado (3:6) la iglesia de Corinto (v. Hch. 18:1– 11) y, al ser tan eminente siervo del Señor, poderoso con obras y señales, más que con palabras, es explicable (no justificable) que tuviese allí muchos adeptos. Es probable que su partido fuese el más numeroso. (B) Apolos había regado lo que Pablo plantó (3:6; 4:6), lo que nos insinúa la probabilidad de que predicase allí. También es probable que la causa por la que no sentía deseos de volver allá (16:12) era por no añadir más combustible al celo de sus «partidarios». Es de suponer que su elocuencia fuese el motivo por el que muchos lo preferían. (C) Cefas es el nombre arameo de Pedro (v. Jn. 1:42) y es probable que sus partidarios viesen en él al principal de los apóstoles (v. por ej., Mt. 16:16–19), sin descartar el que se le considerase por algunos como más adicto a la Ley (comp. con Gá. 2:11 y ss.). (D) Lo extraño es que se mencione un cuarto partido ¡en torno a Cristo! Tan extraño que ha dado ocasión a las más extrañas opiniones. Hay quienes han llegado a sugerir que es equivocación de los copistas y debería leerse Crispo (el del v. 14). ¿Puede llegarse a más? Otros (entre ellos, J. Leal) opinan que esta última frase expresa «la opinión personal de Pablo y de muchos fieles de Corinto que protestaban contra los partidos humanos y afirmaban que en el cristianismo no cabe más que un partido: el de Cristo». La construcción gramatical está en contra de esta opinión; es evidente que Pablo menciona aquí un cuarto partido, aunque no es fácil adivinar el motivo. En opinión del que esto escribe (nota del traductor), este cuarto partido estaba formado por quienes, en oposición a los demás partidos, se gloriaban de ser los únicos verdaderos seguidores de Cristo y tenían a los demás por «no cristianos». ¡También «en nombre de Cristo» se puede excomulgar a verdaderos creyentes! 3. La reacción de Pablo contra estas banderías dentro de la iglesia es fuerte, pronta y santamente airada. La expresa en tres preguntas retóricas: «¿Acaso está dividido Cristo?» ¡No, no hay más que un solo Cristo, un solo Señor (Ef. 4:5) y, por tanto, los cristianos deben estar unidos en Él! «¿Fue crucificado Pablo por vosotros?» ¡No, Pablo no fue nuestro Redentor ni derramó su sangre en expiación por nuestros pecados! «¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?» Es significativo que el apóstol usa aquí la preposición griega eis. «hacia, o para, el nombre de Pablo»; como si dijese: «¿Acaso quedasteis dedicados a mi servicio, hechos discípulos míos, por haberos administrado la ordenanza del bautismo?» Por desgracia, hay ministros del Señor que sucumben a la tentación de considerar como de su grupo a los creyentes a quienes han bautizado. Versículos 14–16 En conexión con el versículo 13b, el apóstol da gracias a Dios (v. 14) de que sólo a Crispo y a Gayo, de entre toda la congregación, ha bautizado, de forma que no pueden decir que los fieles de Corinto, o un gran grupo de ellos, han sido bautizados en el nombre de Pablo. Después (v. 16), se corrige y dice que también bautizó a la familia de Estéfanas y añade que no recuerda si bautizó a alguien más. Aquí es necesario hacer dos observaciones: 1. La rectificación que Pablo hace aquí muestra que él no escribía, sino dictaba, las Epístolas; por eso, en vez de borrar, corrige lo que cree necesario. La inspiración divina viene en ayuda del sagrado escritor en la medida en que es necesario para exponer las verdades que Dios desea comunicar por su medio, pero no le provee de una memoria especial para recordar detalles innecesarios. Pablo, pues, habla conforme a su limitada memoria humana, natural. 2. El versículo 14 no se ha de entender como si Pablo diese gracias a Dios por no haberle dado la oportunidad de bautizar a más personas, sino por el hecho de que, al dedicarse especialmente a la predicación del Evangelio (v. 17), dejaba a otros el ministerio de esta ordenanza, lo cual, en las presentes circunstancias de Corinto, por los partidos que se formaban en la iglesia en torno a personalidades, le daba motivo para alegrarse de no haber contribuido a ahondar las divisiones. Versículos 17–31 1. Pablo explica ahora por qué bautizó a pocos: «Pues no me envió Cristo (v. 17) a bautizar, sino a predicar el Evangelio». Dice Hodge: «Esto no significa que el bautismo no estuviera incluido, pero sí que el bautizar era muy secundario con respecto al predicar». En efecto, esto sólo bastaría para convencernos de que el bautismo de agua no es un medio de salvación, sino un precepto u ordenanza que hay que obedecer. Añade Hodge: «La apostasía de la Iglesia consistió en hacer que los ritos fuesen más importantes que la verdad». 2. A continuación declara el estilo de su predicación: «no con sabiduría de palabras, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo» (v. 17b). Es muy probable, como opinan varios autores, que Pablo hubiese aprendido en Atenas una lección importante: Su erudito discurso en el Areópago había sido un fracaso en cuanto a la conversión de los oyentes. Ni aun el optimista Lucas lo disimula con los términos que usa en Hechos 17:3, 34. El mensaje del Cristo crucificado (y resucitado—no se olvide—, 15:24) no necesita del adorno de la retórica humana. Más aún, el interés en emplear palabras de sabiduría humana sólo sirve para que se desvirtúe (lit. sea vaciada), quede ineficaz (el mensaje de) la Cruz. Cuanto mayor es la atención que se presta a la forma, tanto menor es la que se presta al mensaje. Pronto se puede ver quién es el centro de la atención del auditorio, si el predicador o Cristo. Todo lo que sigue hasta el final del capítulo es un desarrollo del versículo 17. (A) La reacción de los hombres ante el mensaje de la Cruz determina su destino eterno: «Para los que se están perdiendo (participio de presente), es decir, para los que van por el camino que conduce a la perdición, el mensaje de la cruz es locura (gr. moría, insensatez), pero para nosotros que vamos siendo salvos (lit.), es decir, para los que vamos por el camino de la salvación, es poder (gr. dúnamis, de donde viene «dinamita») de Dios» (v. 18). Con mayor detalle en los versículos 23, 24: «Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero (gr. skándalon), y para los gentiles locura (gr. moría), mas para aquellos que son llamados (v. el comentario al v. 2), así judíos como griegos, a Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios» (lit.). El «A Cristo» (acusativo) va regido por el «predicamos» del versículo 23. (a) Notemos que la cruz de Cristo era un tropezadero, un escándalo (Gá. 5:11), para los judíos. Los judíos pedían constantemente señales (v. 22, comp. con Mt. 12:38; Mr. 8:11; Jn. 6:30) del cielo, como las de Moisés, para creer en el Mesías. Un Mesías crucificado, colgado de un madero (Gá. 3:13) era para ellos una ofensa imperdonable; esperaban un Mesías glorioso, triunfante de sus enemigos. En el siglo XI de nuestra era, los más influyentes rabinos (Rashi, Kimchi, etc.) llegaron a excluir de las haftorahs o lecturas en la sinagoga el capítulo 53 de Isaías, así saltaban del 52:12 al 54:1, de forma que nadie pudiese oír allí los sufrimientos del Siervo de Jehová. (b) Para los gentiles (los griegos y los romanos), la cruz era una insensatez. ¡Los dioses del Olimpo no descendían a este mundo a sufrir, sino a gozar en abundancia de los placeres viciosos de los humanos! ¿Cómo podían ellos comprender el amor abnegado de Dios, que llega hasta el sacrificio de su único Hijo para salvar a los hombres perdidos? ¿Eran ésas las marcas de un Dios sabio y poderoso? ¡No era ésa la sabiduría (v. 22b), la filosofía, de los griegos! ¿Cómo buscar la salvación en uno que no había podido salvarse a sí mismo? ¡Qué necedad! (c) Pero para los llamados, los elegidos para salvación, desde los cuatro puntos cardinales, de todas las razas, clases, lenguas, etc. (comp. con Ap. 7:9), el mensaje de la Cruz pone precisamente de manifiesto, en Cristo, el poder de Dios que ha cambiado sus vidas, y la sabiduría de Dios que ha llevado a cabo un plan de salvación tan asombroso que, por Él, el hombre pecador es constituido justo, y el santísimo Hijo de Dios es condenado en su lugar. ¿A quién se le habría podido ocurrir tal cosa? (v. 2:9). (B) El triunfo de la Cruz sobre la sabiduría humana, conforme estaba profetizado (Is. 29:14): «Destruiré la sabiduría de los sabios y desecharé el entendimiento de los entendidos» (v. 19). Y continúa el apóstol (vv. 20, 21): «¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el letrado? ¿Dónde está el investigador (lit.) de este mundo? ¿No ha entontecido (lit.) Dios la sabiduría del mundo?» (v. 20). La difícil sintaxis del versículo 21 queda aclarada en la iluminadora paráfrasis de la NVI: «Porque, desde el momento en que, a pesar de la sabiduría manifestada por Dios (en sus obras), el mundo no le reconoció mediante su propia sabiduría, plugo a Dios salvar, mediante la locura de lo que venimos proclamando, a los que creen». Vemos aquí un eco de Romanos 1:19–22. Todo el saber que el mundo pagano apreciaba quedó «entontecido», hecho una insensatez, ante la maravilla de la revelación divina en el glorioso triunfo de la Cruz. Al salvar al mundo, Dios tomó su propio camino; un camino desconocido de los filósofos, de los eruditos, de los investigadores dialécticos al estilo de Sócrates. Y tuvo muy buena razón para ello, pues el mundo no reconoció (conocimiento íntimo, experimental; comp. con Ro. 1:21), mediante la sabiduría humana, a Dios. Así Dios salvó al mundo por medio de lo que el mismo mundo tenía por locura: la proclamación (gr. kérugma) del mensaje de la Cruz. (a) Era una locura, una insensatez, lo que se proclamaba. A los ojos de los sabios de este mundo, el que podamos vivir por medio de uno que murió, el que podamos ser bendecidos por medio de uno que fue hecho maldición, el que podamos ser justificados por medio de uno que fue hecho pecado por nosotros, todo ello no podía menos de ser una insensatez. (b) Era también una locura, una insensatez, la forma en que se hacía la proclamación: Primero, fueron escogidos para ello unos pocos pescadores sin letras y del vulgo (Hch. 4:13). ¿No era esto bastante para despreciar lo que dijesen? Segundo, no disponían de medios económicos para montar una poderosa propaganda. ¿Y pensaban triunfar? Tercero, hacían de lado a los recursos de la oratoria y de la retórica, mediante los cuales logran los sofistas sin escrúpulos cautivar la atención y lavar el cerebro de las masas. Cuarto, no eran potentados con mucha gente a su servicio para apelar al recurso de las armas y hacer así triunfar su causa. El Maestro mismo había prohibido este recurso (Mt. 26:52). (c) La prueba de esta locura estaba a la vista (v. 26): «Pues mirad, hermanos, vuestro llamamiento (es decir, lo que erais cuando fuisteis llamados): no muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles (es decir, de la aristocracia)». Es un fenómeno naturalmente explicable: Los que, en este mundo, disfrutan de dinero, poder, alta posición social, prestigio científico, etc., difícilmente se dan cuenta de que necesitan salvación. ¿Salvarse? ¿De qué? ¡Si hasta tienen un buen seguro de vida! sólo en esta segunda mitad del siglo XX ha llegado a ser un grave peligro la posesión del poder y de las riquezas, al extenderse la ola de los secuestros. ¿Por qué avanza tanto el Evangelio en los países de Centroamérica? En gran parte, porque la mayoría no tiene ninguna cosa material en que apoyar su confianza ni su esperanza. «¡A los pobres les es anunciado el Evangelio!» (Mt. 11:5, comp. con Is. 61:1). (C) Se nos declara enfáticamente la forma asombrosa en que Dios lo ordenó todo: (a) Para abatir el orgullo y la vanidad de los hombres, puesto que (vv. 27, 28), «escogió Dios lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y escogió Dios lo débil del mundo, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es (lo insignificante, lo que no tiene importancia a los ojos del mundo), para reducir a la impotencia (lit.; el mismo verbo de Ro. 6:6, entre otros lugares) lo que es (lo relevante, lo que tiene importancia a los ojos del mundo). De este modo (v. 29), nadie podía jactarse en la presencia de Dios, pues no quedaba base alguna para tal jactancia. Dice Trenchard: «Cuando una organización eclesiástica se hace potente por medio de su jerarquía, su erudición, su dinero y su influencia social y política, se halla en grave peligro, pues será difícil que digan: “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Co. 4:7)». Sólo la sabiduría de Dios halló el medio de nuestra redención; y sólo la gracia de Dios nos lo dio a conocer y nos lo aplicó. (b) Para glorificar el poder, la sabiduría y el amor de Dios (vv. 30, 31): «Mas por obra suya (de Dios) estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría (el plan de Dios, v. 24), la cual se echa de ver en las tres cosas que incluye (el gr. original muestra esta subordinación): justificación, santificación y redención, es decir, la liberación definitiva de todo mal (comp. con Ro. 8:23, al final)». Todo lo que somos y tenemos espiritualmente, nos viene de Dios y en unión con Cristo Jesús; Dios es la fuente, y Cristo es el canal: Nosotros somos necios, pero Él nos ha sido hecho sabiduría; nosotros somos culpables, mas Él nos ha sido hecho justificación; somos pecadores depravados y corrompidos, pero Él nos ha sido hecho santificación; estamos cautivos bajo los males y miserias de esta vida, pero Él nos ha sido hecho redención. Y todo ello está destinado, en último término, a la gloria de Dios. El hombre queda humillado con este plan, pero Dios queda glorificado. CAPÍTULO 2 En este capítulo, I. Pablo insiste en la manera llana y sencilla con que les había anunciado el Evangelio (vv. 1–5). II. Les dice a los fieles de Corinto que les ha comunicado un tesoro del más alto valor y de la más elevada sabiduría, tal que a nadie se le puede ocurrir ni la puede recibir o entender nadie, a no ser mediante la luz y el influjo del Espíritu Santo (vv. 6–16). Versículos 1–5 El apóstol les hace a la memoria a los fieles de Corinto la forma como actuó cuando predicó por primera vez el Evangelio entre ellos. 1. En cuanto al tema de su predicación, les dice (v. 2): «Resolví no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado». El original dice literalmente: «Porque no juzgué conocer (en el sentido íntimo, experimental, de este verbo en la Biblia) algo, sino etc. Cristo, en su persona, y en su obra en la Cruz (la sustancia del Evangelio), era lo único que Pablo deseaba conocer a fondo y proclamar con insistencia. Cualquiera que oyese a Pablo predicar, se podía dar cuenta de in mediato de que ésta era la única cuerda de su arpa, el único asunto de su interés, como si no conociese otra cosa que a Cristo; y a éste, crucificado. 2. En cuanto al modo de predicar a Cristo, dice (A): «Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría» (v. 4). No se proponía cautivar los oídos mediante expresiones elocuentes, ni entretener la fantasía con altos vuelos oratorios. La sabiduría divina no necesita tales ornamentos humanos. (B) Pablo fue a ellos anunciando el testimonio de Dios (v. 1), es decir, publicó algo revelado por Dios. Ningún ornamento de retórica elocuencia ni de profunda filosofía podía añadir un ápice de fuerza persuasiva a lo que iba respaldado por tan elevada autoridad. (C) Se presentó a ellos (v. 3) con debilidad, no propiamente de cuerpo ni de espíritu, sino psicológica, es decir, consciente de su propia insuficiencia (comp. 2 Co. 2:16; 4:7), y con temor y mucho temblor, frase que, como en otros lugares, indica respeto y sentido de la responsabilidad: una ansiedad procedente de la clara conciencia que tenía de la tremenda importancia de su ministerio. Todo fiel ministro del Evangelio siente este temor y temblor; los que suben al púlpito confiados en su facilidad de palabra o en su erudición bíblica, no están bien equipados para hablar con el poder del Espíritu. Pablo no confiaba en los medios humanos de persuadir, sino en la demostración (gr. apódeixis, de donde viene «apodíctico», convincente, que no admite contradicción) del poder del Espíritu (v. 4b, en probable hendíadis). 3. En cuanto al objetivo de su predicación acerca de Cristo con el poder del Espíritu, no con palabras de sabiduría humana, dice (v. 5): «para que vuestra fe no esté (fundada) en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios». Cuando ninguna otra cosa se predica, sino a Cristo crucificado, y no se emplean los medios humanos de elocuencia y sabiduría humana, el éxito de la predicación sólo puede atribuirse al poder de Dios. Versículos 6–16 Al llegar a esta sección, recuérdese la distinción entre las dos clases de sabiduría que el apóstol mencionó en 1:21. Al llegar al versículo 6 de este capítulo 2, vuelve a mencionarlas, para que no se piense que la locura de la Cruz carece de sabiduría. 1. Esta sabiduría (v. 6), la de Dios (v. 7), es la que, dice Pablo, «hablamos entre los perfectos (lit.); sabiduría, por cierto, no de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que se van desgastando, etc.». Analicemos conjuntamente los versículos 6–9: (A) Pablo dice que habla (el plural está para incluir a todos los demás predicadores fieles del Evangelio) sabiduría de Dios entre los perfectos. ¿Quiénes son estos «perfectos»? Por contraste con el versículo 14, sostiene Hodge, con gran aparato de argumentos, que se trata de todos los sinceros creyentes, pues entre los cristianos no hay «grados» como entre los gnósticos. Pero no cabe duda de que está completamente equivocado. Es cierto que no hay «categorías» en la iglesia, pero la triste realidad es que muchos hermanos no pasan de «bebés en Cristo», sin llegar a la madurez. Basta con leer 3:1–3, para darse cuenta de que Pablo tiene en mente a los «maduros espiritualmente», en contraste con estos bebés carnales. El vocablo griego téleios NUNCA se aplica a estos bebés; siempre indica madurez en las diez veces que este vocablo se aplica a personas en el Nuevo Testamento (sólo en una, Ef. 4:13, indica la perfección total, escatológica. V. también el comentario a Fil. 3:12). (B) La sabiduría de este mundo (v. 6), como puede verse por 1:19 y ss., incluye la filosofía, la retórica, la erudición, de griegos y romanos en tiempos del apóstol. Pablo añade «ni de los príncipes de este mundo» (comp. con v. 8, que nos da la clave para entender la expresión del v. 6), para incluir la sabiduría política, etc., de los constituidos en poder y autoridad. Pablo describe a estos príncipes como perdiendo su fuerza (gr. katargouménon), lo cual puede entenderse de dos modos, conforme a los dos sentidos principales del verbo griego: (a) Van desapareciendo (quedan abolidos). Tanto los sistemas filosóficos como los poderes políticos pasan continuamente, para dejar su lugar a otros sistemas, a otros regímenes y, sobre todo, a otros líderes culturales y políticos. Como dice Trenchard: «Frente a la sabiduría divina, Aristóteles no se halla en mejor caso que Julio César». (b) Carecen de fuerza, de mordiente (quedan reducidos a la impotencia). La sabiduría de Dios contiene el plan salvador de Dios para todos los hombres (vv. 7, 9, comp. con Ro. 16:25b), mientras que ninguna filosofía humana, así como ningún sistema político, pueden ofrecer al hombre verdadera salvación; ni siquiera consiguen nivelar los «bolsillos»; mucho menos, regenerar los corazones, pues aquello es una consecuencia de esto (v. Hch. 4:32). (C) De esta sabiduría divina dice Pablo (v. 8) que «si los príncipes (comp. con Hch. 3:17, que trae el mismo vocablo e ilumina lo que Pablo dice aquí) de este mundo la hubieran conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria (comp. con Jn. 17:5), al que comparte la gloria (el honor y el poder) de Jehová, frente a la inutilidad de los dioses falsos de la gentilidad. Esto significa claramente que las autoridades religiosas y políticas de Israel crucificaron a Cristo por ignorar el plan salvífico de Dios (para unos, escándalo; para otros, locura; 1:23). (D) Finalmente, de esta sabiduría de Dios dice Pablo que es en misterio (no es que la hable en misterio), es decir, misteriosa, la sabiduría oculta, pero conocida y preparada por Dios desde la eternidad («antes de los siglos», v. 7) para nuestra gloria; no para nuestra jactancia, sino para que pudiésemos disfrutar de los gloriosos beneficios que la salvación comporta. No es misteriosa en sentido gnóstico, como si sólo algunos «iniciados» pudiesen captarla, sino en el sentido de «mantenida oculta» en el seno de Dios, hasta su reciente revelación para «todos», no sólo para algunos. 2. Para recalcar este sentido de «misterio» de la sabiduría divina, el apóstol echa mano de una cita de Isaías (Is. 64:4), pero tomada muy libremente, quizás a través de una tradición rabínica, y en un sentido muy distinto del que ofrece todo el contexto de Isaías 64. Lo único que, de tal cita, le interesa a Pablo es lo inaudito, lo inesperado, de las obras de Dios, pues son cosas (v. 9) no vistas ni oídas antes, ni se le han podido ocurrir a nadie (éste es el sentido de «subir al corazón de alguien»). De estas cosas, anteriormente ocultas, dice Pablo: (A) Que Dios las reveló (retiró el velo que las cubría) a nosotros, esto es, a todos los creyentes, no sólo a los apóstoles, por medio del Espíritu, es decir, del Espíritu Santo. Dichas cosas estaban ocultas en el seno de Dios, en las profundidades de Dios (v. 10b. Comp. con «las profundidades de Satanás», Ap. 2:24), de modo que nadie podía conocerlas, excepto el Espíritu mismo de Dios. Al decir que «todo lo escudriña», no quiere decir que tenga necesidad de hacer una búsqueda o exploración en lo íntimo del ser de Dios, sino que todo lo penetra y conoce perfectamente (comp. con Sal. 139:1, 3). (B) Usa una comparación (v. 11) que ilustra este perfecto conocimiento que el Espíritu de Dios posee de las intimidades de Dios: Así como nadie conoce las profundidades de una persona, excepto la persona misma, así tampoco nadie puede conocer las profundidades de Dios, excepto Dios mismo. Una persona sólo puede conjeturar lo que otra persona piensa; sólo la persona misma sabe lo que piensa. El caso de Dios es mucho más difícil de sondear, y eso por dos razones: (a) Un hombre puede conjeturar lo que otro hombre piensa, pero nadie puede conjeturar lo que Dios piensa; (b) el Espíritu de Dios, que personifica su poder activo, eficaz, penetrante, llega a profundizar en el abismo infinito e inefable de Dios, mientras que el propio espíritu del hombre se percata únicamente de lo que aparece en la pantalla, como en la superficie, de la conciencia psicológica; por eso, es tan engañoso el corazón humano (Jer. 17:9), pues engaña a su propio dueño, el cual no se percata de los ocultos móviles que guían su conducta. (C) Al tener el Espíritu de Dios, los creyentes conocen los secretos de Dios, su plan de salvación de la humanidad, lo que Dios nos ha otorgado gratuitamente (v. 12), lo cual no puede declarárnoslo el «espíritu del mundo» (gr. to pneuma tou kósmou). Al usar kósmos en lugar de aión, Pablo da a entender «todo principio natural de conocimiento» (J. Leal), más bien que «el espíritu del siglo» en sentido peyorativo. En otras palabras, la razón humana, propia o ajena, no puede comunicarnos el conocimiento adecuado de las cosas de Dios. En cambio, el Espíritu de Dios, al sondear las profundidades de Dios y revelarnos los secretos de Dios en cuanto a nosotros mismos, ¡nos revela también nuestras propias profundidades! ¡Sólo a la luz de lo que Dios nos revela, podemos conocernos realmente a nosotros mismos! En este contexto hay que colocar lo que Pablo dice en el versículo 9. Hay predicadores que interpretan dicho versículo como si se refiriese a lo que Dios nos tiene reservado en el cielo. Esto es una grave equivocación, y nada tiene que ver con lo que el mismo Pablo dice de sí en 2 Corintios 12:4. El plan de Dios para nuestra salvación lo sabemos ya, porque nos ha sido revelado por medio del Espíritu (v. 10). (D) Así como las cosas de Dios no se conocen por medio del espíritu del mundo (v. 12), tampoco se expresan (v. 13) con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu. La última parte de este versículo 13 es sumamente difícil de traducir, no sólo por las diferentes versiones que admite el verbo sunkríno, sino por lo conciso del dativo griego pneumatikoís, ya que es difícil decidir si es instrumental (de cosa) o complemento indirecto (de persona). Lo primero guarda mejor el paralelismo con la primera parte del versículo, y habría de leerse asi: «declarando con palabras espirituales (inspiradas por el Espíritu) las realidades espirituales» (reveladas por el Espíritu). Lo segundo contrasta mejor con lo que viene después (v. 14), y conforme a eso habría de traducirse así: «Declarando cosas espirituales a personas espirituales» (comp. con el v. 6 y con 3:1–3). Bullinger realiza un análisis minucioso del texto y se pronuncia a favor de la segunda versión, pero autores tan serios y competentes como el Dr. Ryrie añaden un «quizá» antes de leer: «Interpretando verdades espirituales a mentes espirituales». No es fácil dogmatizar a favor de una versión determinada. 3. Cómo se recibe esta sabiduría divina (vv. 14–16). Vemos aquí que: (A) «El hombre animal (lit.) no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura» (v. 14, comp. con 1:21, 23). Con el calificativo de «animal» (gr. psukhikós, el mismo vocablo de 1 Co. 15:44) se refiere Pablo a una persona no regenerada por el Espíritu, inconversa. Nuestras versiones suelen traducir «natural», en lugar de «animal», para no dar la impresión de que el apóstol se refiere a personas bestiales, entregadas a los vicios, especialmente a la sensualidad, pero, por otra parte, el vocablo «natural» tiene el grave inconveniente de que suele interpretarse como lo contrario de «fingido, artificial, insincero», por lo que un lector corriente podría errar el sentido. «Natural» se opone aquí a «sobrenatural» y designa a todo el que no ha recibido la revelación divina ni ha sido cambiado por la acción de la gracia de Dios en el poder regenerador del Espíritu Santo. Por eso, «no puede entender (lit. conocer) las cosas del Espíritu, porque se han de discernir espiritualmente» (v. 14b). Dice J. Leal: «Este hombre, al margen de toda acción sobrenatural divina, ni comprende ni acepta los planes de Dios, la sabiduría y el misterio de la cruz. La razón es porque la entrega al misterio de la cruz es obra del Espíritu, del cual carece». (B) «En cambio (v. 15), el espiritual discierne todas las cosas (comp. con 1 Jn. 2:20, 27, como un eco de Jn. 14:26; 16:13), pero él no es enjuiciado por nadie». Dos observaciones son necesarias aquí: (a) «Todas las cosas» no significa las de cualquier materia, sino las que enseña el Espíritu en la Palabra de Dios, y el «discierne» está en presente continuativo, como para dar a entender que no se trata de un conocimiento perfecto ni de un discernimiento absoluto de todas las cosas espirituales, sino más bien de la posesión del Espíritu como principio y guía de tal discernimiento. En la medida en que el creyente se va haciendo maduro, va también perfeccionando esa facultad de discernir (He. 5:11–14 es el mejor comentario a este versículo). (b) Lo de «él no es enjuiciado por nadie» no quiere decir que esté exento de someterse al juicio y a la disciplina de los líderes de la iglesia. El contexto exige que se entienda con respecto a los que, al tener el Espíritu no pueden ser entendidos ni juzgados por los que no lo tienen. Siguiendo una ilustración empleada por el Crisóstomo, podemos decir que el que tiene buena vista puede ver lo que tiene un ciego y muchas otras cosas que no tiene el ciego; en cambio, el ciego no puede ver lo que tiene el de buena vista, ni siquiera lo que tiene él mismo. La comparación sigue, pues, siendo entre el creyente y el no regenerado por el Espíritu. (C) Con una cita de Isaías 40:13, donde el profeta pondera el poder y la sabiduría de Dios para sacar a los israelitas del cautiverio, el apóstol viene a decir (v. 16) que el juzgar al hombre que tiene el Espíritu de Dios equivale a juzgar a Dios. Dice Hodge: «Estas palabras son una confirmación de lo precedente. Nadie puede juzgar a un hombre espiritual, pues eso sería juzgar al Señor. El Señor había revelado ciertas doctrinas. Los espirituales disciernen aquellas doctrinas como verdaderas. Si un hombre las declara falsas y juzga a los que las defienden, es que pretende ser capaz de enseñar al Señor. Dado que nadie puede hacer esto, nadie puede juzgar a los que tienen la mente de Cristo, es decir, aquellos a quienes Cristo por su Espíritu ha enseñado la verdad». Sin embargo, también aquí es preciso entender bien el contexto, para no extraviarse al pensar cada uno que, como tiene la mente de Cristo, no tiene por qué admitir consejos o enseñanzas de ningún otro hermano. Recordemos la exhortación de Pablo en Romanos 12:2, a renovar constantemente nuestra mente. El proceso es arduo y constante, y hace muy bien el Profesor Trenchard al aconsejar un repaso frecuente a los cuatro Evangelios, para preguntarnos: «¿Cómo pensaba Cristo acerca de tal materia? ¿Cómo actuaría Él en mi caso?» «Si lo hiciéramos así, dice Trenchard, hallaríamos muchas sorpresas y llegaríamos a comprender cuán lejos estamos, en la práctica, de manifestar que tenemos la mente (la manera de pensar) de Cristo.» Tener la mente de Cristo es un gran privilegio, pero es también una grave responsabilidad, por cuanto el pecado que todavía reside (aun cuando no reine) en nosotros, se opone a la mentalidad de Cristo, que es la del Espíritu de Dios. CAPÍTULO 3 Aquí el apóstol, I. reprende a los corintios por su carnalidad y sus divisiones (vv. 1– 4). II. Les instruye acerca del modo de corregir lo que no está bien entre ellos, haciéndoles a la memoria, 1. que los que les habían predicado el Evangelio no eran sino ministros, es decir, servidores de un mismo Amo, Dios (vv. 5–10), y 2. Edificaban sobre un mismo fundamento (vv. 11–15). III. Les exhorta a respetar el cuerpo (vv. 16, 17) y a ser humildes (vv. 18–20), sin jactarse en los que son servidores, no amos, suyos (vv. 21–23). Versículos 1–4
Pablo reprende aquí a los fieles de Corinto:
1. Por su debilidad espiritual. Aunque eran creyentes, nacidos de nuevo, no crecían como era debido. Por esa razón, aunque habían captado las verdades elementales de la fe cristiana, lo que el apóstol llama leche (comp. He. 5:12, 13), como se da a los niños de pecho, no podía impartirles alimento sólido (legumbres, carne, etc.), esto es, una exposición más profunda y detallada de las mismas verdades, como se hace a los que maduran espiritualmente (vv. 1,2). Pablo usa para «carnales» el adjetivo griego sarkínos, de carne; con él se expresa el aspecto de debilidad. El deber de los ministros de Dios es adaptarse a la capacidad (v. 2b) de los oyentes, pero los creyentes tienen también el deber de crecer en gracia y en conocimiento de las Escrituras. 2. Por su carnalidad (vv. 3, 4). Ahora usa un adjetivo distinto: sarkikós, carnal; con él se expresa el aspecto de pecaminosidad, por proceder al modo de los hombres no regenerados. La frase final del versículo 4 dice literalmente: «¿No sois hombres?», que, comp. con v. 3b, significa comportarse a la manera de los que son meramente hombres, no regenerados. ¿En qué se conoce este «modo humano» de comportarse? Lo dice expresamente el apóstol al volver (v. 4) a mencionar las divisiones en torno a personalidades, que ya había mencionado en 1:11–13. Formar partidos en torno a líderes es propio de los políticos (en su condición de ciudadanos de este mundo), no de los creyentes, quienes han de aspirar a la unidad del Espíritu dentro de la iglesia. Andar como los demás hombres es una prueba evidente de carnalidad pecaminosa, no sólo de debilidad. ¿No tenían el Espíritu? ¿Por qué andaban según la carne? Versículos 5–10 Pablo les dice ahora cómo han de curar esos malos humores. 1. Les recuerda que quienes les administraron el Evangelio no son sino servidores (gr. diákonoi): «¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno (comp. Ro. 12:3, 6; 1 Co. 12:18) concedió el Señor» (v. 5). L. Morris hace notar que Pablo no dice «¿quién es Pablo, etc.?», sino «¿qué es, etc.?», «como para distraer la atención hacia las funciones de los predicadores, en vez de concentrarla en las personas». Después de lo que ha dicho (v. 2) sobre «leche» y «alimento sólido», no pudo emplear mejor epíteto que diákonos: el que sirve a la mesa (Hch. 6:1–4). El alimento es la Palabra de Dios; la predicación es la forma en que ese alimento se presenta en la mesa del púlpito, sin más salsa que el poder del Espíritu. Pero el apóstol pasa a usar otra ilustración: «Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento (el germinar y crecer) lo dio (lit.) Dios» (v. 6). Dios era el único que había obrado en el interior del corazón de los oyentes (comp. Hch. 16:14), al hacer que la Palabra echase raíces, brotara y creciera; Pablo y Apolos habían ejercitado cada uno su don respectivo; el uno, al plantar; el otro, al regar (el mismo verbo griego de «dar a beber» en el v. 2) lo que el primero había plantado; pero ambos se habían limitado a una operación exterior, aunque necesaria (según la providencia ordinaria de Dios), para conducir a los hombres a los pies de la Cruz (Jn. 3:14, 15). Con esto se da a entender que los ministros de Dios no pueden «convertir» a nadie, pues la conversión es obra de Dios; por lo que los «convertidos» deberían fijar su atención en Dios que da el crecimiento (v. 7), pues, aparte de esa acción interior divina, «ni el que planta es algo, ni el que riega». 2. Les hace ver la unanimidad de los ministros de Cristo (v. 8): «El que planta y el que riega son una misma cosa», es decir, son criados de un mismo Señor, están empleados en la misma obra y han de actuar en completa armonía, aunque cada uno recibirá su propia recompensa, conforme a su propio esfuerzo (gr. kópon). El fruto pertenece por igual a Dios, pero la recompensa del criado depende de la labor ardua que desempeña cada uno. Y, para hacerles ver a los corintios que los ministros de Dios no trabajan en su propio negocio, sino en el de Dios, añade (v. 9): «Porque nosotros somos colaboradores de Dios». La frase puede entenderse de dos maneras: (A) «Siervos que trabajamos juntos a las órdenes de Dios». Esta interpretación es la que mejor cuadra con el contexto; (13) «Siervos que trabajamos juntamente con Dios». Aunque menos probable, esta interpretación no puede descartarse a la vista de Marcos 16:20. En cualquiera de los dos casos, se pone de relieve el privilegio, la responsabilidad y la autoridad de la tarea apostólica y, más en general, de todo ministerio cristiano. A tono con la metáfora que Pablo usa, dice «y vosotros sois labrantío (campo de labranza) de Dios» (Pablo usa el vocablo gueórguion; comp. con el gueorgós de Jn. 15:1). 3. Súbitamente, cambia de metáfora (v. 9, al final) y los llama: «edificio de Dios». Necesita cambiar de metáfora por lo que dice a continuación (vv. 10–15). Ahora, al que «planta» corresponde «el que pone el fundamento» (comp. con Ef. 2:20) del edificio; y al que «riega» corresponde «el que edifica encima». De sí mismo dice Pablo (v. 10): «Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito (es decir, experto, especializado en este ramo) arquitecto puse el fundamento (v. el versículo siguiente)». Pablo había sido equipado por Dios con la gracia y el don de abrir el surco, de plantar en tierra virgen, de poner «la primera piedra» en el edificio de Dios. Pero era más que eso: el término «arquitecto», jefe de los albañiles, da a entender que había recibido también el cargo de «supervisor general» (como los «Doce» especialmente llamados al apostolado específico) de las iglesias que había fundado (v. 2 Co. 11:28). Por eso, le compete la autoridad de hacer la siguiente advertencia: «pero cada uno mire cómo sobreedifica». A pesar de la semejanza con Efesios 2:20–22; 1 Pedro 2:4–8, aquí no se trata de las personas («piedras vivas») que van siendo añadidas al edificio, sino de los materiales doctrinales que cada uno, especialmente los predicadores, aporta a la obra. Versículos 11–15 En estos versículos, el apóstol describe los materiales del edificio de Dios, así como la recompensa respectiva de los constructores. 1. El fundamento (gr. themélios, lo mismo que en Ef. 2:20), que aquí equivale a la piedra principal del ángulo de Efesios 2:20 y 1 Pedro 2:6–8, no es otro que Jesucristo. Al decir que él (Pablo) había puesto este fundamento, da claramente a entender que no trata de la persona de Cristo, sino del mensaje evangélico sobre la persona y la obra de Cristo. Esto es lo que Pablo llama «mi Evangelio» (Ro. 2:16) y está tan seguro de que ése es el único Evangelio, que se atreve a lanzar el anatema contra quien predique (aunque sea un ángel del cielo). otro «evangelio» que se desvíe del que él ha predicado (Gá. 1:8, 9). Por eso dice ahora que ese fundamento «está ya puesto». Lo ha puesto Él, y nadie lo puede modificar ni cambiar de lugar. Todo el que predique a Cristo, tiene que predicar el Cristo que Pablo predicó, no otro. ¿Es ése el Cristo que se predica hoy en muchas iglesias? 2. Sobre ese fundamento pueden sobreedificarse materiales valiosos: enseñanzas bíblicas puras, sólidas, acendradas, rectamente trazadas (v. 2 Ti. 2:15), que el apóstol compara al oro, la plata y las piedras preciosas (v. 12). Comoquiera que Pablo habla en sentido figurado, es difícil saber si lo de «piedras preciosas» se refiere a diamantes, rubíes, amatistas, etc., o a «piedras de mucho precio» como el granito, el mármol, el pórfido, etc. El sentido no varía, y es inútil querer ver diferencias espirituales en la enumeración de distintos materiales valiosos. 3. Al final del versículo 12 se mencionan otras tres clases de materiales inútiles: madera, heno, paja. Tratándose del edificio de Dios, templo sagrado, dichos materiales son inútiles, sin valor, aun cuando se empleasen, como dice Hodge, «para casas corrientes, pero no para templos. Madera para las puertas y postes; heno, hierba seca mezclada con barro para las paredes; y paja para el techado». Lo mismo que con respecto a los materiales valiosos, no es muy útil ver diferencias tampoco en los inútiles. Sólo a título de información, copiamos del comentario de Trenchard: «Con todo, la madera puede representar esfuerzos humanos que son utilizados por la providencia de Dios, de la manera en que apoyos de madera pueden sostener un edificio por cierto tiempo; pero se entiende (hallándose en esta categoría) que el móvil es carnal, y el hecho de que la obra sea útil, bajo la providencia de Dios, no garantiza ni su permanencia ni que el «obrero» reciba recompensa». 4. Mientras la obra va siendo llevada a cabo, podrán discutir los hombres acerca de la calidad de los materiales, pero llegará el día (v. 13) en que la obra de cada uno se hará manifiesta; no valdrán tapujos de retórica ni profundos estudios de «Alta Crítica»; como los materiales ante el fuego, así se verá la calidad del material doctrinal y espiritual sobreedificado sobre el Evangelio de Cristo, ante el fuego de los ojos del Señor (Ap. 1:14). Al tratarse de un juicio de recompensas, «el día» no puede ser otro que el de Jesucristo (1:8; 5:5; 2 Co. 1:14; Fil. 1:6, 10; 2:16). J. Leal (como todos los demás amilenialistas) lo confunde con el día del Juicio Final (Ap. 20:11 y ss.), pero, a tono con la moderna teología católica, no lo aplica al llamado «purgatorio» temporal, sino al Día de Jehová: «La segunda venida de Cristo (dice J. Leal) está concebida en este marco ígneo, propio de las teofanías del Antiguo Testamento, y aquí viene muy bien en la línea de la alegoría general del edificio». A continuación (vv. 14, 15), expone Pablo el resultado de «la prueba del fuego»: (A) «Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa» (v. 14). El día, del que dice en el versículo 13 que declarará, es decir, pondrá en claro (gr. delósei, mostrará el verdadero carácter), la obra de cada uno, manifestará el carácter de lo que valía el material mediante la prueba de su permanencia: el fuego lo ha refinado, lo ha purificado quizá, pero no lo ha consumido. Jesucristo, el Juez del Tribunal divino, ha dado su Visto Bueno a la obra de su siervo; éste, pues, recibirá recompensa (gr. misthón; no es el «salario» de Ro. 6:23). Ni nuestra mente tiene capacidad para concebir, ni nuestra lengua para expresar, la calidad de la recompensa eterna, de lo que Dios tiene preparado para los que le aman, de lo que Cristo otorgará, como una gloriosa condecoración, a los ministros del Evangelio (y aun a todo fiel testigo suyo en la tierra) que han sido fieles a su llamamiento en el desempeño del ministerio de la Palabra, pero sí sabemos que será una recompensa digna del Dador. (B) En cambio, «si la obra de alguno será consumida por el fuego (lit.), él sufrirá pérdida (lit. saldrá perjudicado), no en su salvación personal, sino por falta de recompensa, ya que su obra ha sido consumida por el fuego como inútil para el edificio general de Dios. El apóstol lo aclara a continuación (v. 15b): «si bien él mismo será salvo, aunque así como a través del fuego». La idea es clara: Lo mismo que una persona que, en un incendio, no logra salvar ninguna de sus posesiones, ni aun la ropa que lleva, sino que escapa, sano y salvo, por entre las llamas, así el obrero cristiano que edificó con material inútil, verá perdido todo ese material, verá también perdida cualquier recompensa, pero no perderá ni en un ápice su salvación (Ro. 8:1). Su escape no será por fuego (por purificación), sino del fuego (por evacuación); el Señor lo sacará como se saca del incendio algo que está a punto de quemarse (comp. con Zac. 3:2). Versículos 16–17 Al tomar pie de la alegoría del edificio, la cual acaba de desarrollar en los versículos anteriores, el apóstol retoma la frase del versículo 9 (al final), para decir (v. 16): «¿No sabéis que sois santuario de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» Y continúa (v. 17): «Si alguno profana (lit. corrompe) el santuario de Dios, al tal le impondrá Dios un severo castigo (lit. lo corromperá Dios); porque el santuario de Dios es sagrado, y ese santuario sois vosotros» (NVI, excepto en lo de «santuario», que la NVI vierte por «templo»). Nótese que Pablo no usa el vocablo hierón, que incluye todo el edificio del templo, sino naón, que denota el santuario propiamente dicho: el Lugar Santo y el Santísimo, es decir, la parte del templo en la que se manifestaba de manera especial la presencia de Jehová y, por eso, ha dicho en el versículo 9b, «¿… y que el Espíritu de Dios mora (gr. oikeí, habita) en vosotros?» «El Espíritu» es, ni más ni menos, «Dios morando en la iglesia local», pues el apóstol se dirige a una iglesia local, no a la Iglesia en general. La iglesia local, pues, y en ella todos los sinceros creyentes, constituyen el santuario del Espíritu, de la misma forma que constituyen el Cuerpo de Cristo. La persona entera, no sólo su alma, es santuario de Dios (v. 6:19, 20). Y así como el santuario estaba separado de todo lo común, de todo lo profano, así también la persona entera del creyente (Ro. 12:1) está consagrada al servicio de Dios. Los cristianos son santos (gr. háguios, sagrado) por profesión, y deben conservarse limpios y puros por preservación. Versículos 18–20 1. Pablo pasa ahora a prescribir humildad como remedio contra las irregularidades que existen en la iglesia de Corinto, especialmente por causa de las divisiones en torno a personalidades, como se ve por el contexto posterior (vv. 21–23). «Nadie se engañe a sí mismo» (v. 18), dice el apóstol. No hay peor engaño para una persona que el que le produce su propio orgullo. Por eso, los peores engañadores son los que fomentan el orgullo de los grandes (gobernantes y prelados), al inflamar el fuego de la soberbia con el fuelle de la adulación. ¡Y ellos—necios—se lo creen! El mejor remedio contra este engaño es el que Pablo prescribe a continuación (v. 18b): «Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, hágase ignorante para que llegue a ser sabio». Para «mundo», Pablo usa aquí el vocablo aión, siglo, con lo que da a entender lo pasajero, lo efímero, de las modas culturales humanas. A fin de entender bien lo que aquí prescribe Pablo, nótese que para «ignorante» usa el vocablo móros, loco, insensato; lo cual nos recuerda lo que dijo antes (1:21 y ss.) de «la locura (gr. moría) de la predicación» de Cristo crucificado. Sólo cuando una persona acepta ser «loco» según el mundo, está en condiciones de ser «sabio» según Dios (v. 2:14). Por el contrario (v. 19), «la sabiduría de este mundo (aquí, kósmos, el ordenado sistema mundano) es insensatez (gr. moría) ante Dios». Las cosas que el mundo más aprecia son las que tienen menos valor a los ojos de Dios. El mundano se cree «sabio» cuando obtiene la suficiente experiencia para escalar los puestos más altos y conseguir así honores, riquezas, poder. El criterio de Dios es a la inversa (v. 2 Co. 8:9; Fil. 2:5–8): Dar y darse, servir por medio del amor (Gá. 5:13) es la suprema sabiduría y la perfecta libertad. 2. Pablo refuerza, con dos citas del Antiguo Testamento (Job 5:13 y Sal. 94:11), su afirmación acerca de la insensatez de la sabiduría mundana: «Él (Dios) atrapa (gr. drassómenos, agarrando con el puño) a los sabios en la astucia de éstos», es decir, los caza con su propia trampa. Son atrapados, como dice Leal, «en las redes de su mala intención, sin que logren impedir los planes de Dios, como se ve en los hermanos de José». La cita del Salmo 94:11 corrobora lo anterior (v. 20): «El Señor (Jehová) conoce los razonamientos (el mismo vocablo de Ro. 1:21) de los sabios, que son vanos», es decir, vacíos, sin éxito, sin fruto (gr. mátaioi; comp. con el mataiótes mataiotéton: vanidad de vanidades, de Eclesiastés, en los LXX). Los más refinados planes de los hombres se deshacen, como pompas de jabón, al soplo de Dios. Dios los conoce de antemano (comp. con Sal. 139:1–6) y los impide o los deshace, según le place. Versículos 21–23 Viene ahora una exhortación a no sobrevalorar a los predicadores y maestros de que disponían los fieles de Corinto. 1. «Así que, ninguno se jacte en los hombres», dice Pablo (v. 21). Dos detalles son dignos de observación en esta frase: (A) Hóste es una conjunción que señala una conclusión fuerte en vista de lo que precede: «Por consiguiente, etc.». (B) En la cita del Salmo 94:11, el apóstol ha cambiado por «sabios» el «hombres» de los LXX (Adán en el hebreo). Sin duda, lo ha hecho para conservar el paralelismo con el lugar de Job 5:13; pero ahora (v. 21) vuelve a decir «hombres», con relación a lo que sigue. Estas observaciones son de suma importancia, pues nos llevan a la conclusión de que TAMBIÉN entre los líderes de las iglesias, genuinos creyentes, puede darse alguna sabiduría humana o algún detalle humano que (aun sin quererlo ellos) atraiga demasiada atención por parte de los demás hermanos de la congregación. Todo lo que no sea «la locura de la predicación» y «gloriarse en el Señor» (1:21, 31) puede promover «la jactancia en los hombres». 2. Pero el apóstol ahonda más, y detalla ahora lo que había ya insinuado en el versículo 5, para mostrar la insensatez de jactarse en un líder religioso como en alguien a quien seguir y servir como a un jefe de partido político. Por eso, continúa (vv. 21b–23): «porque todo es vuestro». Nótese: TODO. Y comienza precisamente (v. 22) por Pablo, Apolos y Cefas. Aquellos mismos a quienes los corintios consideraban como líderes de distintas facciones dentro de la iglesia, no eran sino ministros de Dios puestos al servicio de la congregación, no para servirse de la congregación (comp. con Mt. 20:28, donde Cristo da el ejemplo). 3. Pasa después a describir como posesiones del cristiano cosas que nadie consideraría como realmente suyas (v. 22b): (A) El mundo. ¿El mundo? Sí, porque si Cristo es el heredero de toda la creación (Col. 1:15), nosotros somos coherederos con Él (Ro. 8:17). (B) La vida y la muerte. Para los no creyentes, la muerte es horrorosa y la vida llega a ser, para muchos, una carga insoportable; por eso, tratan de acortarla mediante el suicidio. Pero, para el creyente, la vida es Cristo, y el morir ganancia (Fil. 1:21). Sólo vive en plenitud el que vive en la plenitud de Cristo (Col. 2:9, 10); el que muere, duerme en el regazo de Dios y entra en el gozo de su Señor; y Dios pone un precio muy alto a la muerte violenta de los suyos (Sal. 116:15). (C) Lo presente y lo por venir. Para la mayoría de los hombres, lo presente está lleno de sinsabores, y el porvenir está lleno de temores; pero el creyente disfruta, por fe, del presente, y contempla con gozo el porvenir mediante la esperanza. Por eso, después de empezar el cap. 4 de Filipenses con cierto desagrado, ante la sola mención del libro de la vida (v. 3b), Pablo exclama (v. 4): «¡Regocijaos en el Señor siempre! Otra vez digo: ¡Regocijaos!» 4. El versículo 23 indica la jerarquía que existe entre los propietarios: «Vosotros (sois) de Cristo; y Cristo, de Dios». Acerca de esto, es menester tener en cuenta dos cosas: (A) La idea aquí expresada es que los corintios no eran propiedad de ningún líder eclesiástico (refuerza lo dicho al comienzo del v. 22), sino de Cristo; todos y cada uno de los miembros de la Iglesia tienen un solo Señor (Ef. 4:5): Jesucristo. Pero esto no quiere decir que Jesucristo no nos pertenezca, como si no fuese posesión nuestra (v. Mt. 20:28), sino que es una posesión que sobrepasa, en dignidad, señorío y poder, a todos los que lo poseen, incluidos los líderes, de quienes también es Señor único. (B) La última frase nos convence de la subordinación del Hijo al Padre; y eso, no sólo como hombre (v. el comentario a 15:28). Dice Hodge: «Las Escrituras hablan de una triple subordinación de Cristo. 1. Subordinación de la segunda persona de la Trinidad a la primera en cuanto al modo de subsistir (es decir, de existir como persona,— nota del traductor—) y operar … 2. Subordinación voluntaria del Hijo al humillarse hasta ser hallado como hombre, y hecho obediente hasta la muerte … 3. Sujeción económica (es decir, funcional,—nota del traductor—) u oficial … Es decir, subordinación del Hijo de Dios encarnado, en la obra de la redención y como cabeza de la Iglesia». Ésta es, en realidad, su condición de único Mediador entre Dios y los hombres; y, precisamente, como hombre (1 Ti. 2:5). CAPÍTULO 4 En este capítulo, Pablo, I. instruye a los corintios sobre el modo como han de considerarle a él y a los demás predicadores del Evangelio (vv. 1–6). II. Les precave contra el orgullo y la autosuficiencia (vv. 7–13). III. Les exhorta a considerarle a él como su «padre en la fe» (vv. 14–16). IV. Les comunica el envío de Timoteo y su propio plan de visitarles en breve (vv. 17–21). Versículos 1–6 1. Aunque no aparece ninguna conjunción consecutiva al comienzo del versículo 1, las frases de Pablo aquí son una consecuencia de lo dicho en el capítulo 3, con otros detalles que enfatizan la responsabilidad del ministerio, el papel subalterno del ministro de Dios y ante quién ha de rendirse cuenta de la actuación ministerial. «Por tanto, que los demás vean en nosotros servidores de Cristo y administradores de los secretos de Dios» (v. 1. NVI, que añade «Por tanto», para que se vea mejor el sentido). El verbo es el mismo de Romanos 6:11 y significa «tener en cuenta» (aquí, «tener a alguien por lo que realmente es»). Para «servidores», Pablo usa el vocablo huperétes que designaba al remero de una nave de tres filas de remeros (trirreme), subordinado al comandante de la nave. El término ocurre veinte veces en el Nuevo Testamento y siempre significa un servidor subalterno que acompaña a su superior, por lo que también puede traducirse por «asistente» (v. Hch. 13:5, con respecto a Juan Marcos). El vocablo griego oikónomos que Pablo usa para «administradores», puede traducirse también por «mayordomo» o «dispensador», y se deriva de oíkos, casa, y némo, distribuir, asignar, etc., de donde procede nómos, ley. Así, pues, Pablo se cuenta entre los mayordomos encargados de dispensar o administrar los misterios de Dios, es decir, las verdades que Dios había mantenido en secreto desde antes de la fundación del mundo, pero las había revelado ahora a los predicadores del Evangelio (2:7, 10). 2. Comoquiera que el administrador o mayordomo es un criado en quien el amo ha puesto su confianza, su cualidad fundamental es la fidelidad (v. 2): «Ahora bien, lo que en último término se exige a los que han recibido algo en administración, es fidelidad» (NVI). Algunos MSS dicen «exigís» (o, «exigid»), en lugar de «se exige», con lo que el sentido sería, dice Leal, «Vosotros debéis exigir o buscar en los apóstoles su fidelidad. Es el criterio que debéis seguir para juzgarlos». Sin embargo, la primera lectura cuadra mejor con el contexto posterior, pues el apóstol dice a continuación (vv. 3, 4) que no está sometido al juicio de ningún miembro de la iglesia ni a un día humano (lit.), esto es, a un plazo fijado para comparecer ante un tribunal, ni de la iglesia ni de fuera de la iglesia. El verbo es el mismo usado en 2:14 y ss., y significa el interrogatorio al que se somete a un reo ante un tribunal. Tampoco él se juzga a sí mismo, a pesar de que su conciencia no le acusa (v. 4) de ninguna falta de fidelidad. Al decir «no por eso quedo justificado» (lit.), Pablo no se refiere a la justificación teológica, salvífica, que se obtiene de gracia mediante la fe. ¡Pablo se sabía salvo! Se refiere a fidelidad en el desempeño de su ministerio; de esa fidelidad, él se declaraba incompetente para juzgarse a sí mismo—conocía bien lo engañoso del corazón humano—, y reconocía en el Señor al único Juez competente para juzgarle en esta materia. 3. Por tanto, nadie debe juzgar nada antes de tiempo, pues al ser el Señor el único competente para juzgar, Él lo hará (v. 5) en su Segunda Venida, al sacar a la luz lo oculto, las intenciones de los corazones. Juzgar antes de tiempo es, pues, usurpar la silla del Juez Supremo. Esto nos enseña dos cosas: (A) El tremendo pecado de juzgar (v. Mt. 7:1–5) a otros, fuera de los legítimos tribunales de justicia y, sobre todo, en este caso, a los administradores de los misterios de Dios. (B) La tremenda responsabilidad de los ministros de Dios, pues son los mayordomos de Dios para dispensar a los demás las verdades que Dios ha revelado para la salvación y santificación de los hombres. No siempre son fieles los motivos por los que un predicador anuncia a Cristo (v. Fil. 1:16) y algunos que dicen «¡Señor, Señor!» se perderán para siempre (v. Mt. 7:21–23). Pero hay aquí dos cosas ciertas: Que los creyentes han de ver en los predicadores siervos de Dios que les administran la Palabra de Dios y que, por eso, son merecedores del honor, de la oración y del sustento por parte de las ovejas a las que así alimentan; segundo, que los ministros de la Palabra han de esforzarse por ser fieles a tan alto oficio y tan bendito ministerio, al saber que han de rendir cuentas al Amo. ¡Nótese bien! Sólo a Él. El pastor no es responsable ante la congregación, sino ante Dios, porque la iglesia no es una democracia, sino una teocracia. Por eso mismo, no es de la congregación de donde ha de esperar el predicador alabanza o partidarios, sino que cada uno (v. 5b) recibirá su alabanza de parte de Dios. 4. Pablo termina esta sección diciendo (v. 6): «Ahora bien, hermanos, todo esto lo he aplicado, a modo de ejemplo, a mí y a Apolos en beneficio vuestro, a fin de que aprendáis de nuestro caso el sentido de aquel dicho: “No sobrepasar de lo que está escrito”. Entonces ni uno de vosotros estará engreído de tomar partido a favor de un apóstol contra otro». (NVI). Esta paráfrasis (con algunos puntos discutibles) ilumina el sentido de este difícil versículo. El verbo griego con que Pablo expresa la presentación de su caso y el de Apolos es el mismo de 2 Corintios 11:15, donde se traduce por «disfrazarse»; aquí indica presentar, tras un caso concreto, un principio general: Atenerse a lo que dice la Palabra de Dios. No sabemos si Pablo tiene aquí en mente alguna porción determinada (como Jer. 9:23, mencionada en 1:31), o se refiere a la Escritura en general, la cual exalta la gloria de Dios y enseña a no gloriarse en el hombre. Lo que realmente importa para beneficio de los creyentes de Corinto (y para todos en general), es que nadie se hinche (lit. El mismo verbo de 8:1) orgullosamente al pensar que el «líder» a quien sigue merece más honor, respeto y atención que otro hermano cualquiera. El verbo griego tiene cierto matiz de apasionamiento en el orgullo con que cada uno defiende a su predicador favorito. Versículos 7–13 En esta sección, llegando a usar de fina ironía, el apóstol precave contra esa hinchazón orgullosa. 1. Dirige primero (v. 7) tres preguntas socráticas de mucho efecto. Hay quienes opinan (por ej. Comely) que van dirigidas a los supuestos jefes de los partidos que se formaban en la iglesia de Corinto, pero el contexto posterior muestra que se dirige a los propios miembros de la iglesia, que se hinchaban sobre otros a causa del líder a quien cada uno seguía: «Porque, ¿quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» El primer verbo (gr. diakrínei) significa, en primer término «hacer diferencia» y, en consecuencia, «otorgar una cierta superioridad». El resto del versículo muestra que no hay motivo de vanagloria en ningún don o gracia que se posea, pues «por la gracia de Dios somos lo que somos» (15:10, donde se ve la correcta actitud del propio Pablo). El versículo no se refiere en modo alguno a la elección salvífica, por donde se palpa el error de muchos antiguos manuales de teología católica que lo aplicaban a dicha elección, con un desconocimiento total del contexto. 2. Con fina ironía, Pablo compara el motivo imaginario de la hinchazón de los corintios, con las privaciones y aflicciones que los apóstoles (y, en especial, él mismo) sufrían constantemente por causa del Evangelio: (A) «Ya estáis saciados (v. 8), ya estáis ricos, sin nosotros reináis, esto es, no necesitáis de nosotros para navegar viento en popa; nos habéis dejado muy atrás.» Nótese la gradación: de la suficiencia a la opulencia, y de la opulencia a la realeza; da así a entender el grado al que había llegado la hinchazón de los corintios. Y añade (v. 8b): «¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros!» Como si dijese: «¡Ojalá fuese verdad que la consumación del reino de Cristo hubiese llegado ya hasta vosotros, pues entonces también nosotros compartiríamos con vosotros esa gloria!» (B) La fraseología del versículo 9 está calcada de los espectáculos de los gladiadores, derrotados en la arena del circo y condenados así a una muerte segura. El apóstol continúa con el pensamiento del versículo anterior: «Tan lejos estamos de reinar que me da la impresión de que a nosotros los apóstoles nos ha asignado Dios un conspicuo lugar al final de la procesión, como a los condenados a morir en la arena del circo. Hemos venido a ser un espectáculo (gr. théatron, de donde viene “teatro”) para todo el mundo, lo mismo para los ángeles que para los hombres» (NVI). El versículo se entiende mejor al saber, como se sabe, que ni siquiera los vencedores en dichos juegos del circo escapaban de la muerte, pues eran reservados para un combate posterior en el que se veían obligados a luchar desnudos; por eso, se les llamaba postremi (gr. eskhátous), pues ocupaban las últimas filas, y estaban así doblemente expuestos a las miradas de los espectadores. El sentido general del versículo es que los apóstoles estaban continuamente expuestos a tales peligros, que tanto los ángeles como los hombres (es decir, todos los seres personales, excepto Dios, del Universo) los contemplaban llenos de asombro. (C) El versículo 10 presenta un triple contraste entre la situación (real) de los apóstoles y la situación (imaginaria; de ahí, la ironía de Pablo) de los corintios: «Nosotros somos insensatos (gr. moroí) por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados (gr. átimoi, sin estima). Según la sabiduría del mundo (que se había filtrado también en la iglesia de Corinto), los apóstoles eran necios, débiles, indignos de estima; ésa era la realidad. En cambio, los fieles de Corinto, en su hinchazón, se sentían prudentes, fuertes y gloriosos (gr. éndoxoi); ésa era una vana ilusión; su miopía les impedía ver la carnalidad que les restaba prudencia, fuerza y honor. ¡Cómo necesitaban la lección del v. 6, lo mismo que la de Romanos 12:3! (D) En los versículos 11–13, describe con mayor detalle las privaciones, fatigas y aflicciones de los predicadores del Evangelio, especialmente las que él sufría. No se refiere a cosas de un pasado remoto, sino que dice: «Hasta el momento presente (en el tiempo en que escribía esto), padecemos hambre, pasamos sed, andamos mal vestidos (lit. desnudos), somos abofeteados (lit. heridos con el puño, el mismo verbo de Mt. 26:67) y no tenemos morada fija (lit. andamos de un lado para otro)» (v. 11). ¡Pobres circunstancias, de cierto, eran las de los primeros predicadores del Evangelio: sin casa ni hogar, destituidos de alimento y abrigo! Así seguían el ejemplo del que no tuvo donde reclinar la cabeza (Lc. 9:58). Pero, ¡oh glorioso amor! ¡Oh bendita dedicación a la obra del Señor, que les hizo pasar gozosos a través de tales miserias y dificultades! ¡Todo lo dieron por bien perdido, con tal de ganar a Cristo y ganar almas para Cristo! Las fatigas y los malos tratos que menciona en los versículos 11 y 12 (comp. con 1 P. 2:23), llegan a su colmo cuando añade en el versículo 13: «Hasta el presente, hemos venido a ser la basura del mundo, los desperdicios de la humanidad» (NVI). El vocablo que usa para «basura» no es el mismo de Filipenses 3:8 (al final del versículo), sino perikathármata, que indica la suciedad que se retira al limpiar toda la superficie de un objeto; el vocablo para «desperdicios» es perípsema y, a la acción de lavar del primer vocablo, añade la de frotar y rascar, para completar la limpieza. Ambos vocablos tenían, para los griegos, un sentido de «purificación expiatoria», tanto que los atenienses llamaban perípsema a la persona que arrojaban al mar, como si estuviese cargada con todos los pecados de la ciudad. No es que Pablo se considerase a sí mismo y a los demás apóstoles como víctima propiciatoria por todos los hombres, sino que emplea dichos términos para poner de relieve el mal trato y el desprecio que sufrían, no por parte de los habitantes de una ciudad, sino del mundo entero, considerado en su condición de humanidad no regenerada. Versículos 14–16 Al cambiar el tono, el apóstol exhorta ahora a los corintios a ver en él, no al maestro fustigador, sino al padre tierno a quien imitar: «No escribo esto, dice (v. 14), para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados». Las reprensiones que avergüenzan sólo sirven para exasperar, mientras que las que se hacen con afecto y amabilidad llevan la garantía del arrepentimiento y la reforma. Azotar como lo hace un enemigo o un verdugo provoca en la víctima una obstinación todavía mayor. Pablo les habla como un padre a sus hijos y da la razón (v. 15): «pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del Evangelio». Él había sido el instrumento en las manos de Dios para que ellos naciesen de nuevo por la Palabra y el Espíritu, mientras todos los demás pastores y maestros que pudiesen tener eran sólo ayos, simples instructores. El griego paidagógos designaba al esclavo que vigilaba al niño y lo llevaba a la escuela. En virtud de la humildad que Pablo les muestra y del sacrificio que por ellos hace y ha hecho, se entiende, en este contexto, que les exhorte a que le imiten (v. 16). En otros lugares (11:1; 1 Ts. 1:6), Pablo exhorta a los creyentes a que le imiten a él, como él imita a Cristo. Comenta L. Morris: «Aun cuando en las diferentes circunstancias de hoy en día, los predicadores pueden muy bien abstenerse de invitar a otros a que les imiten, es todavía cierto que si hemos de recomendar el Evangelio, ha de ser con base en el poder que él muestra en nuestra vida». Versículos 17–21 1. En conexión con el contexto anterior (v. 16), el apóstol les va a recordar la forma de su proceder (lit. sus caminos) en Cristo (v. 17), no sólo en Corinto, sino también en la forma en que enseñaba (lo que él mismo practicaba) en todas partes y en todas las iglesias. Este recuerdo lo va a hacer ahora por medio de Timoteo a quien envía a Corinto. El original dice os envié, porque, como dice J. Leal, «se coloca en el momento en que será leída la carta». Pablo no tenía una doctrina y un proceder para un lugar y una iglesia, y otra doctrina y otro proceder para otros lugares y para otras iglesias, sino que su proceder era tan invariable como invariable es el Evangelio de Cristo. Llama a Timoteo «mi hijo amado y fiel en el Señor» (comp. con el v. 2). Como los fieles de Corinto, también Timoteo había sido engendrado en Cristo Jesús mediante la predicación de Pablo. Por otra parte, según 2 Corintios 1:19, Timoteo había ayudado a Pablo en la fundación de la iglesia de Corinto. Bien podía el apóstol llamar «hijo suyo» a quien se parecía a tan buen padre. 2. De ahí pasa Pablo a reprender a algunos que están envanecidos, dice, «como si yo nunca hubiese de ir a vosotros» (v. 18); y les asegura: «pero iré pronto a vosotros, si el Señor quiere» (v. 19). En todos nuestros planes y proyectos, hemos de someternos a los designios de la Providencia. 3. A continuación, les dice cuál será el resultado de su llegada a ellos (v. 19b): «conoceré, no las palabras, sino el poder de los que andan envanecidos». Para que no crean que Pablo les teme y que, por eso, les envía a Timoteo, les dice ahora que él mismo pondrá a prueba el poder espiritual de los que tanto se envanecían en sus finos discursos. Ya anteriormente (2:4) les había dicho que su propia predicación no había sido con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder. Y ahora añade (v. 20) la razón: «Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder», la poderosa eficacia que la verdad divina ejerce en la mente de los hombres y en su modo de comportarse. No hay mejor evidencia acerca de la predicación de un ministro de Dios que la de los efectos verdaderamente divinos que produce en el corazón humano. Ciertamente procede de Dios lo que produce, en el mayor grado posible, la semejanza con Dios. 4. Deja a la elección de ellos la forma en que ha de presentarse ante ellos (v. 21): «¿Qué queréis? ¿Iré a vosotros con vara, o con amor y espíritu de mansedumbre?» Es decir, le habían de hallar de acuerdo con la forma en que ellos se comportaban. Los ofensores obstinados deben ser tratados con severidad. Lo mismo en las familias que en las comunidades cristianas, el amor y la compasión pueden obligar a usar la vara. Pero no es eso lo más deseable, sino que ha de hacerse todo lo posible por evitarlo. El dilema que les pone es como si les dijese: «Recibid esta advertencia y cesad de formar partidos en la iglesia, y me hallaréis tan benigno y amable como podáis desear. Prefiero llegar desplegando la ternura de un padre antes que hacer uso del peso de mi autoridad». Es señal de justo equilibrio y rara ecuanimidad en un ministro de Dios tener en primera línea el espíritu de amor y mansedumbre, sin carecer por eso de la fuerza necesaria para mantener su autoridad. CAPÍTULO 5 Aquí el apóstol, I. les reprocha la lenidad que muestran en el caso del incestuoso (vv. 1–6). II. Les exhorta a mantener la pureza cristiana (vv. 7, 8) y, III. les urge a que se separen de quienes hacen profesión de fe cristiana, pero son culpables de notoria perversidad (vv. 9–13). Versículos 1–6 1. Del pecado de orgullo pasa ahora Pablo a reprender a los fieles de Corinto de un pecado de incesto cometido entre ellos (v. 1): «Se comenta por doquier el caso de inmoralidad sexual (gr. porneia) que se da entre vosotros, y de una inmoralidad tal que no se da ni entre los paganos; hasta el extremo de tomar uno por mujer a su madrastra» (lit. la mujer del padre). Así traduce la NVI. El texto no aclara si se trata sólo de incesto (matrimonio en grado prohibido) con la mujer de su padre—no con su propia madre—, ya difunto, lo cual es más probable, o de especial pecado de concubinato añadido al incesto, por haber seducido a la mujer o haberse divorciado ésta de su marido, lo cual no es tan probable, pero es posible ante el énfasis que el apóstol carga sobre dicho pecado. Las palabras del apóstol no dan pie para pensar que dicho pecado no se cometiese entre los paganos, sino que, dondequiera se daba, no dejaba de producir detestación. ¡Y que fuese precisamente en una iglesia cristiana donde tal inmoralidad se practicase! Las mejores iglesias están expuestas, en el presente estado de imperfección, a las mayores corrupciones. 2. Les reprende severamente por esta conducta (v. 2): «Y vosotros estáis envanecidos». Ellos continuaban en su orgullo espiritual, lo que les impedía considerar la gravedad del caso del incestuoso. ¡Caso curioso! La propia estima nos inclina a ver con lentes de aumento las faltas ajenas, pero cuando el orgullo se torna «corporativo», se pierden de vista tanto los defectos individuales como los del grupo. Y lo peor era que, por lo que se ve, de esta ceguera participaban los líderes de la iglesia, sobre los que recaía la principal responsabilidad en la imposición de la necesaria disciplina. 3. El apóstol les dice a continuación que, en lugar de seguir tan hinchados de soberbia, deberían haber guardado duelo por la gangrena del miembro enfermo como se guarda por la muerte de un familiar (v. 2b) y extirpar de la comunidad el miembro podrido para que no infectase a los demás: «¿No deberíais más bien haber hecho duelo, para que fuese quitado de vosotros el que cometió tal acción?» 4. Tenemos luego la instrucción de Pablo acerca de lo que debe hacerse con el incestuoso: Debe ser puesto fuera de comunión (vv. 3–5), lo que Pablo recalca con las frases más solemnes: (A) El apóstol, aunque ausente corporalmente (v. 3), se siente presente en espíritu (unión de mente y corazón) en medio de la asamblea de Corinto y, de este modo, como presidente (en virtud de su autoridad apostólica) de dicha asamblea, ha pronunciado ya su sentencia contra el delincuente. (B) Reunidos así en asamblea con la presencia espiritual de Pablo (v. 4), éste pronuncia la sentencia en el nombre del Señor Jesucristo …, con el poder del Señor Jesucristo; es decir, en unión con el verdadero Dueño y Señor de la Iglesia y con la garantía del poder del Señor con el que se convalida la sentencia de separar de la comunión eclesial al incestuoso. (C) La sentencia está expresada en los siguientes términos (v. 5): «El tal (el incestuoso) sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús». Esto no significa que se le entregue al diablo para que éste le de muerte, sino que, al ponerlo fuera de comunión, se le deja en la esfera donde el diablo ejerce su dominio maléfico. Dice Leal: «Por el hecho de arrojarlo de la iglesia, se suponía que el culpable caía en poder de las fuerzas del mal y de la muerte» (comp. con 11:30–32). Tampoco significa que el cuerpo debe ser destruido para que el espíritu se salve. Tal dicotomía no se considera aquí, sino la del hombre temporal y el eterno, la del pecador y el cristiano. Mediante la aplicación de la necesaria disciplina, el pecador es corregido y reconducido al arrepentimiento a fin de que el cristiano (si es verdadero creyente) aparezca purificado (salvo en su sentido más amplio) ante el tribunal de Cristo (comp. 2 Co. 5:10). 5. El apóstol, para dar razón de la severidad necesaria en este caso, les hace ver la gravedad de la situación, y considera que la iglesia es un cuerpo orgánico. Sin embargo, la metáfora que usa es todavía más expresiva aquí, como se ve por el contexto posterior (vv. 7, 8). «¿No sabéis, dice, que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?» La levadura, como siempre en la Biblia, es símbolo de corrupción, y su uso en este versículo viene a confirmar la regla general, sin excepciones. Versículos 7–8 La metáfora del versículo 6 es ahora desarrollada en todo su simbolismo y en comparación con ciertos detalles de la Pascua judía. 1. Puesto que la levadura es principio de corrupción, el apóstol hace ver que los antiguos hábitos viciosos eran, no sólo pecaminosos, sino también contagiosos. Los corintios, al haber nacido de nuevo cuando se convirtieron a Cristo, son nueva masa (v. 7), por lo que no pueden consentir que en la iglesia vuelvan a introducirse restos de la antigua masa fermentada. Esta reside todavía en el fondo del «viejo hombre», del «cuerpo de pecado», pero hay que ir dándole muerte para que la vida espiritual se mantenga en su debido vigor (v. Ro. 8:13). 2. El «porque» de la segunda parte del versículo 7 expresa la razón de la necesidad de esta constante purificación: «porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros». La Pascua judía se repetía cada año el día 14 del mes de Nisán. En la mañana de dicho día, todo pan fermentado debía ser arrojado de casa. Pero Cristo se ofreció una vez por todas (He. 9:26–28; 10:12–14); murió al pecado una vez por todas (Ro. 6:10). El cristiano, pues, ha de vivir en una continua Pascua; toda la vida del creyente ha de ser una fiesta de panes sin levadura (v. 8), en la que la maldad y malignidad de la vieja levadura han de ser arrojadas muy lejos, para que prevalezcan la sinceridad y la verdad del pan ázimo. Dice L. Morris: «La sinceridad se refiere a la pureza del motivo, y la verdad a la pureza de la acción». Versículos 9–13 El asunto que aquí está tratando le trae a la memoria a Pablo un aviso que ya había dado a los corintios por escrito (v. 9), por lo que es opinión casi unánime que se refiere a una carta anterior, la cual no nos ha llegado. Por fortuna, nos llega aquí un punto muy importante de conducta cristiana acerca de la separación. Cita, en concreto, primero a los fornicarios (v. 9b), que en griego es pornois conforme al porneia, fornicación, del versículo 1. 1. Pero el aviso no alcanza sólo a este pecado, sino a todo vicio notorio y degradante dentro de la comunidad eclesial. El apóstol enumera seis (v. 11) «os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, sea fornicario, o avaro, o idólatra, o agraviador (lit., en especial, mediante difamación), o borracho o ladrón; con el tal ni aun comáis». Esta conminación es semejante a la que hace Juan (2 Jn. vv. 10, 11) con respecto a los que propagan falsas doctrinas. La Palabra de Dios no conoce ninguna otra separación impuesta al cristiano Como éste es un asunto de gran importancia (nota del traductor) en algunos lugares, aprovecho la ocasión para resumir, en beneficio de quienes no se hayan enterado, lo que significa la «segunda separación»: En el caso que nos ocupa, consistiría en separarse, no sólo del incestuoso, sino de quienes no lo separasen de la comunidad. Como si hubiese que «excomulgar» no sólo al vicioso, sino también a quienes no lo «excomulgan». Hay creyentes, pastores y evangelistas de cuya ortodoxia y conducta cristiana no se puede dudar, que mantienen contacto y amistad con gentes de otras denominaciones de muy dudosa ortodoxia. Hasta qué punto se traspasa en estos contactos la línea que aquí marca el apóstol, es difícil discernir y determinar. Pero una cosa hay segura: Es antibíblico y, por tanto, anticristiano, boicotear y denigrar a dichos creyentes, pastores y evangelistas más o menos «ecumenismófilos» (permítaseme el neologismo). ¡Es tan fácil caer en la actitud mencionada en Isaías 65:5! 2. Pero, antes de mencionar esta (única) separación ¡dentro de la propia congregación!, el apóstol dice (v. 10) de quiénes no puede un creyente separarse. Él no habla en general al decir esto de no juntarse: «no en general con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo». Jesucristo no quiso que los suyos huyesen al desierto o se metieran en conventos y monasterios para huir del mundo (v. Jn. 17:15). ¡Es precisamente al mundo al que hay que dar testimonio de Jesús y de su Evangelio! El creyente ha de juntarse con mundanos en el taller, la oficina, el trabajo de todo orden, etc. Lo único que se le prescribe, en este terreno, es a no uncirse en yugada desigual con los no creyentes (v. el comentario a 2 Co. 6:14). Muchas veces, la única oportunidad que un creyente tiene de dar testimonio ante el mundo es con su conducta ejemplar entre no creyentes, en el trabajo, en la oficina, etc. Digo «con su conducta», porque, de ordinario, la insistencia en querer «sermonearles» puede resultar contraproducente; en especial, si uno no está bien equipado para presentar defensa con mansedumbre y respeto (1 P. 3:15). 3. La razón de esta aparente anomalía (separarse de creyentes, y no separarse de mundanos; en ambos casos, viciosos) es muy clara (vv. 12, 13). Los mundanos están fuera de la congregación (v. 12); no entran en el campo—de la disciplina de la iglesia—. Dios los juzgará (v. 13). Como no han nacido de nuevo, el pecado es su clima y hasta su entraña. Pero los creyentes son los que están dentro (v. 12b), ligados por las normas de doctrina y conducta de la fe cristiana y, por tanto, no sólo expuestos al juicio de Dios, sino también a la disciplina de la iglesia. Han de ser corregidos, y hasta castigados, para que la congregación conserve la pureza que le corresponde como a Cuerpo de Cristo. Por eso, concluye el apóstol (v. 13b): «Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros». CAPÍTULO 6
El apóstol, I. reprende aquí a los fieles de Corinto por llevar sus
litigios ante los tribunales seculares (vv. 1–8). II. Toma de aquí ocasión para avisarles contra muchos graves pecados (vv. 9–11). III. Les amonesta con vehemencia contra la fornicación (vv. 12–20). Versículos 1–8 1. Pablo comienza este capítulo reprendiendo a los corintios de ventilar sus pleitos ante los tribunales del Estado, con lo que se rebaja evidentemente la dignidad del nombre cristiano. Nótese la forma vehemente con que se expresa (v. 1): «¿Se atreve alguno de vosotros …?» Como si dijese: «¿Es posible que algún miembro de vuestra congregación tenga la cara tan dura como para llevar a los tribunales a otro hermano de la misma fe y aun de la misma asamblea?» Llama «injustos» a los jueces seculares como sinónimo del «inicuos» de Hechos 2:23, aplicable a los no creyentes y a los paganos en general; no indica con ello que los tribunales de Corinto fuesen dominados por el soborno, la corrupción o la injusticia en general. Santos, por contraste, es el denominador común de los creyentes por estar lavados de sus pecados y consagrados a Dios. 2. Les recuerda a continuación algo que sirve de agravante a este pecado (vv. 2, 3): «¿O no sabéis que los santos (los creyentes) han de juzgar al mundo?… ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?» Estas frases requieren especial atención. (A) El mundo no tiene aquí sentido peyorativo, sino que incluye el Universo visible sobre el que Cristo, Cabeza de la Iglesia, está entronizado (Ro. 8:34) y, con Él, los creyentes, ya legalmente ahora (Ef. 2:6) y realmente después (Ap. 20:4, 6). Comoquiera que juzgar equivale (con frecuencia, en la Biblia) a gobernar, es muy probable que aquí no signifique que los creyentes han de participar, con el Señor, en el acto de dictar sentencia, en el Juicio Final, en contra o a favor de los habitantes del orbe. La elevada posición que, en Cristo y con Cristo, mostrarán en el último día basta para interpretar estas frases en sentido de preeminencia y dominio (comp. con He. 2:5 y ss.). (B) Todavía está más claro que no se trata de dictar sentencia en el caso de los ángeles, ya que no hay motivo para ver aquí únicamente a los ángeles caídos o demonios. Dice Hodge: «Esta explicación evita la dificultad de suponer que los ángeles buenos han de ser llamados a juicio; y armoniza con lo que la Biblia enseña de la subordinación de los ángeles a Cristo, y a la Iglesia que está en Él». (C) Lo que a Pablo le interesa destacar aquí es el contraste entre la elevada condición espiritual de los creyentes no sólo por encima del mundo, sino también de los ángeles (v. He. 1:14), y las trivialidades temporales (vv. 2, 3: «los casos menos importantes … las cosas de esta vida»). Sobre estas cosas, de tan poca importancia frente a lo espiritual y lo eterno, acudían a los tribunales del mundo los fieles de Corinto. ¡Qué degradación y qué vergüenza! 3. La condicional con subjuntivo: «En caso de que tengáis …» (lit.) del versículo 4 indica dos cosas: (A) Que esas cosas de esta vida (nótese el énfasis de Pablo al situarlas al comienzo del versículo por hipérbaton) no deberían en modo alguno dar ocasión para llevarlas ante los tribunales seculares; más aún, tales litigios no deberían surgir entre hermanos (comp. con el v. 6). (B) Que la interpretación de la frase final del versículo 4 al considerar, sobre todo, su conexión con el versículo 5, debe hallarse en la línea de un imperativo irónico. En efecto, no es probable que los que no significan nada (lit.) en la iglesia se refiera a los jueces seculares, aunque no pueda descartarse del todo la posibilidad de esta interpretación (en este caso, el verbo poner habría de estar en indicativo (¿ponéis …?). Menos probable es todavía que los insignificantes en la iglesia fuesen (presente de imperativo) los que habrían de juzgar en tales litigios (ya se trate de jueces seculares o de creyentes incultos), pues el apóstol agrega (v. 5b): «¿No hay entre vosotros sabio (esto es, lo suficientemente entendido), ni aun uno para servir de árbitro en tales casos?» Tras este breve análisis, propongo (nota del traductor) como más probable y clara la versión que hace J. Leal de los versículos 4–6: «Pues cuando tengáis litigios temporales, tomad por jueces a los que son menos en la iglesia. Os lo digo para afrenta vuestra. ¿acaso no hay entre vosotros ningún sabio que pueda hacer de árbitro entre sus hermanos? ¡Está bien que pleitee hermano contra hermano, y eso ante los infieles!» (la última frase, como es obvio, está vertida en forma de ironía). Nótese la fuerza del «¡y eso!». Comenta Morris: «Ya es cosa asombrosa el que un hermano quiera litigar contra otro hermano. Si lo hace, es todavía más asombroso el que lo haga delante de no creyentes». 4. Después de lamentarse de lo que ocurre, el apóstol pasa a recomendar el remedio contra tales males (v. 7). El remedio se entiende mejor, al dar al griego héttema, que suele traducirse por «falta», su significado preciso de «derrota» o «fracaso». Bien traduce la NVI: «El hecho mismo de tener pleitos entre vosotros ya significa un completo fracaso de vuestra parte». Es cierto que el remedio propuesto requiere por parte del creyente un alto grado de espiritualidad, pero el discípulo de Cristo ha de seguir las pisadas de su Maestro (v. 7b): «¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados?» Un despojo y una pérdida materiales son siempre mejores que una derrota y una pérdida espirituales. Versículos 9–11 De este grave pecado de defraudar al hermano y agraviarle, toma el apóstol ocasión para amonestar a los corintios contra muchas costumbres viciosas que habían practicado antes de convertirse al Señor. 1. Les advierte claramente que quienes practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (vv. 9 y 10b). El menos versado de todos ellos en la Palabra de Dios debe conocer eso: «Que los injustos no heredarán el reino de Dios» (v. 9), es decir, no entrarán en la vida eterna. ¡Y ellos estaban cometiendo injusticias contra sus hermanos! Junto a este pecado especifica otros diez, que son como especies dentro del mismo género de injusticia (vv. 9, 10): fornicarios, idólatras, adúlteros, afeminados y homosexuales (es decir, los sodomitas por pasiva y por activa), los ladrones, los avaros, los borrachos, los maldicientes (el mismo vocablo de 5:11) y los maleantes (mejor que «estafadores»), en griego hárpagues, los que arrebatan por la fuerza y da la cara, para distinguirlos de los simples «ladrones» (gr. kléptai), que suelen robar a escondidas y sin hacer ninguna otra violencia. El griego hárpax suele traducirse por ladrón en 5:11. Por supuesto, el cielo no se ha hecho para tales delincuentes. La basura de la tierra no debe entrar en las mansiones celestiales. 2. Al conocer las engañosas profundidades del corazón humano y las malas artes del enemigo de las almas, Pablo les advierte (v. 9b): «¡No os llaméis a engaño!» (NVI). El engaño puede ser de dos clases: (A) Al pensar que el mal que se hace al prójimo no tiene importancia o que no hacemos sino resarcirnos del mal que el prójimo nos ha hecho a nosotros; (B) que podemos vivir en pecado y morir en Cristo, llevar una vida de hijos del diablo y entrar en el cielo como hijos de Dios. Éste es un gravísimo engaño. ¿Cómo puede alguien esperar que lo que ha sembrado en la carne surja en cosecha de vida eterna? 3. Les hace memoria del cambio radical que la gracia de Dios había efectuado en ellos cuando se convirtieron al Señor (v. 11). El versículo dice literalmente: «Y estas cosas erais algunos; pero fuisteis lavados, pero fuisteis santificados (en sentido de separación de lo mundano o profano), pero fuisteis justificados». Nótese el énfasis que comporta la repetición de la partícula adversativa, para poner de relieve los santos resultados de la conversión a Dios frente a las prácticas pecaminosas que algunos de ellos albergaban todavía. Si tan glorioso es el cambio que la gracia de Dios efectúa ¡cuán vergonzoso no será volver a revolcarse en el cieno después de haber sido lavado! (v. 2 P. 2:22b). Conforme a los mejores MSS, la última parte del versículo 11 ha de leerse del modo siguiente: «en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (lit.). Esto significa que los tres efectos mencionados de la conversión se llevaron a cabo en virtud de la unión con Cristo y con el poder del Espíritu Santo. Al describir al Salvador por medio de los tres títulos que resumen sus tres funciones: regia, sacerdotal y profética, el apóstol quiere impresionar a los corintios y hacerles ver la afrenta que, con sus prácticas injustas, hacían a su Señor y Salvador y al Espíritu Santo (comp. con He. 10:29). Versículos 12–20 Para comprender bien todo este pasaje, es menester tener en cuenta, como certeramente advierte J. Leal, la existencia de un grupo gnóstico en Corinto. Al dejar para el comentario a 1 Juan otros detalles de la doctrina gnóstica, nos limitaremos aquí al que se refiere al concepto que tenían los gnósticos de la materia y, por tanto, del cuerpo humano: La materia, según ellos, no fue creada por Dios, sino por una deidad inferior, y carece de cualidad ética; así que los excesos del cuerpo no afectan al espíritu, «único heredero del cielo» (Leal), ya que sólo el alma ha de ir al cielo, pues el cuerpo no ha de resucitar. Pablo combate en estos versículos 12 y ss. del presente capítulo y en el cap. 8 el libertinismo gnóstico de la carne, y en el capítulo 15 la doctrina gnóstica contra la resurrección del cuerpo. Así que «esta perícopa tiene especial importancia, porque nos descubre el pensamiento del apóstol sobre la dignidad del cuerpo cristiano en cuanto tal» (Leal). 1. La primera parte de esta sección (vv. 12–14) resume la enseñanza paulina, cristiana, contra la enseñanza gnóstica que hemos expuesto en la introducción precedente. El apóstol propone, como en otros lugares, el principio de la libertad cristiana, pero de inmediato sale al paso del abuso que los gnósticos hacían de tal principio. (A) Como ya lo hizo en Romanos 14, especialmente en los versículos 14 y ss., y lo volverá a hacer en los capítulos 8 y 10 de la presente epístola, Pablo advierte una y otra vez que la libertad del cristiano no tiene otra restricción que la que le impone el mandamiento del amor (comp. con Gá. 5:13): «Todo me es lícito» (v. 12), gritaban los gnósticos. «Sí, contesta Pablo, pero no todo es provechoso; más aún, puede ser dañoso; por tanto, yo no me dejaré dominar por nada». En efecto, el que se deja dominar por algo ha dejado su condición de señor para pasar a la condición de esclavo. (B) También es cierto, como los gnósticos decían, que «los alimentos son para el vientre, y el vientre para los alimentos; llegará un día en que Dios dejará inoperantes (gr. katarguései, el mismo verbo de Ro. 6:6, entre otros lugares) tanto al uno como a los otros» (v. 13), pero el cuerpo en sí es obra de Dios y pertenece al Señor y, aun cuando haya de perecer en su estado actual, está destinado a la resurrección (vv. 13b, 14). Por tanto, su uso entra dentro de la ética cristiana y, por eso, no es para la fornicación; más aún, es, en el creyente, un santuario de Dios y miembro de Cristo (vv. 15, 19, 20). (C) La frase «y el Señor (es) para el cuerpo» (v. 13, al final) sólo puede entenderse de una manera dentro de este contexto, en conexión con el versículo siguiente: La resurrección de Cristo, como afirma J. Leal, «no sólo es ideal de la nuestra, sino principio también. Nosotros hemos de resucitar en virtud de nuestra unión con Cristo resucitado, con el “Señor”. Esta explicación es la que señala el versículo 14. Dios Padre, que ha resucitado al Señor, nos resucitará a nosotros precisamente por nuestra incorporación a Cristo resucitado». ¡Qué honor tan grande para nuestro cuerpo! ¡No abusemos, pues, de estos cuerpos por el pecado, ya que, si los conservamos puros, serán hechos semejantes al cuerpo glorioso de Cristo (v. Fil. 3:21)! 2. De ahí pasa el apóstol a referirse más en detalle al pecado de fornicación. Para no entender mal el versículo 18, ha de tenerse en cuenta que Pablo no dice que la fornicación sea un pecado más grave que los demás. ¡No hay tal cosa! El orgullo, el odio, la envidia, la difamación son pecados más graves, por cuanto son más «espirituales», sin la urgencia que presenta el instinto y sin la tentación provocada por los sentidos. Lo que sí dice es que el pecado de fornicación se distingue de otros pecados en que «el que fornica, peca contra su propio cuerpo». Otros pecados, como el robo, el homicidio, etc. tienen su término fuera del propio cuerpo. Otros más, como la ebriedad o la gula, son también contra el propio cuerpo, pero no tienen por resultado la formación de una sola carne con otra persona como sucede con la fornicación. Aquí es donde se apoya toda la argumentación del apóstol. (A) En efecto, el cuerpo del creyente es miembro de Cristo (v. 15). Cuando nuestro espíritu se une, por fe, a Cristo, nuestra persona entera pasa a ser miembro de Cristo. Y son, pues, nuestros miembros, miembros de Cristo, «¿Quitaré (el mismo verbo de Jn. 1:29), retiraré, dice Pablo, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? ¡De ningún modo! (la misma expresión de Ro. 3:4 y muchos otros lugares de la misma epístola)». (B) El contraste es más fuerte cuando se considera el efecto de la unión que se lleva a cabo en la fornicación, como también en el acto sexual lícito con la propia mujer (de ahí la cita de Gn. 2:24 al final del v. 16):«Los dos vendrán a ser una sola carne»; como si fuesen una sola persona, pues ése es el sentido de la frase en Génesis 2:24. En cambio, «el que se une (lit. el que se apega; el mismo verbo del v. 16, así como de Gn. 2:24 «se unirá a su mujer» y de Lc. 15:15 «y se apegó a uno de los ciudadanos») al Señor (Jesucristo), es un solo espíritu (con Él)». ¿Cómo puede ser el cristiano un solo espíritu con Cristo? Si tiene el mismo principio de vida espiritual que tiene Cristo: El Espíritu Santo, que a Él le fue concedido sin medida (Jn. 3:34), y de cuya plenitud todos hemos recibido (Jn. 1:16). La unión espiritual es todavía más profunda que la unión carnal, pues se lleva a cabo en el centro mismo de la persona; por lo que la unión marital misma pierde muchos grados cuando degenera en mera unión carnal. Si esto es así en el legítimo matrimonio, ¡cómo podrá un creyente llegar a tal grado de degeneración, al quebrantar la unión espiritual con el Señor para unirse carnalmente, pecaminosamente, con una ramera! (C) Al ser miembros de Cristo y tener el Espíritu de Cristo morando en nosotros, nuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo (v. 19), un motivo más, explícito ahora, para que conservemos puro el cuerpo que hemos recibido de Dios, lo mismo que el espíritu. No somos nuestros, sino del Señor (v. 19b, comp. con 3:23). Somos de Dios, no sólo por haber recibido de Él cuerpo y espíritu, sino también por haber sido redimidos, vueltos a comprar por precio por Él (v. 20). ¡Y qué precio! ¡La sangre de su propio Hijo Unigénito! (Hch. 20:28b; 1 P. 1:18, 19). (D) Por consiguiente, al ser santuario de Dios y miembros de Cristo, hemos de glorificar a Dios en cuerpo y en espíritu, los cuales son de Dios (v. 20b). Un santuario es un lugar donde Dios mora de un modo especial; un lugar consagrado, por eso mismo, a su servicio; un lugar donde se le rinde culto de adoración y de sacrificio (v. Ro. 12:1). ¿Y habrá algún creyente que se atreva a desecrar tal santuario, ofreciéndolo para el uso y el servicio de una prostituta? ¡De ningún modo! (v. 15b). CAPÍTULO 7 El apóstol responde ahora a ciertas preguntas que le habían hecho los corintios acerca del matrimonio. I. Les muestra que el matrimonio fue establecido como un remedio contra la fornicación (vv. 1–9). II. Exhorta a los casados a no separarse, a no ser que uno de los cónyuges sea no creyente y se marche (vv. 10–16). III. Les muestra que al hacerse cristiana una persona no cambia por eso su estado natural exterior (vv. 17–24). IV. Les exhorta, a los no casados, a que se guarden en el estado en que están, para librarse de las preocupaciones que, a la sazón, imponían las difíciles circunstancias, y para dedicarse de lleno al servicio del Señor (vv. 25–35). V. Les instruye sobre la forma en que han de disponer de las doncellas (vv. 36–38). VI. Cierra el capítulo al aconsejar a las viudas sobre el modo de comportarse en dicho estado (vv. 39, 40). Versículos 1–9 1. Al contestar a una pregunta de los corintios acerca del matrimonio, sienta Pablo un principio que, a primera vista, podría escandalizar a muchos evangélicos, mientras sirve de bandera a muchos católicos. La respuesta requiere toda la matización que luego veremos. (A) «Bien le está al hombre no tocar mujer» (v. 1b), dice Pablo. El griego dice kalón, bueno en el sentido de belleza y excelencia, más bien que en el sentido moral de honestidad, lo que sería poco. Que se trata del matrimonio, se ve por el contexto posterior. (B) Pero, a fin de que nadie se forme de esto un concepto erróneo, de inmediato (v. 2) añade que «a causa de las fornicaciones», es decir, para poner remedio al ardor de la pasión sexual, la norma general es que «cada uno tenga su propia mujer y cada una tenga su propio marido». 2. A continuación, el apóstol (vv. 3–5) detalla unos conceptos sobre la unión sexual de los cónyuges en unas frases que son poco predicadas y mal practicadas incluso por parte de parejas que profesan la fe de Cristo. (A) En forma positiva, amonesta al marido a que cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido (v. 3). El «deber conyugal» al que Pablo se refiere es, ni más ni menos, que el derecho recíproco de los cónyuges al acto de la unión sexual, con el deber consiguiente de cada uno de ellos de consentir de buena gana en la petición del otro, a no ser que razones de salud u otras bien conocidas sean suficientes para dar una negativa razonable. El apóstol da la razón de esto (v. 4): Al casarse, los cónyuges se entregaron el uno al otro de tal forma que la mujer no es dueña de su propio cuerpo, sino el marido; tampoco el marido es dueño de su propio cuerpo, sino la mujer». El olvido o la negligencia en el cumplimiento de este deber es cosa muy grave, pues conduce derechamente a caer en la tentación de adulterio. (B) En forma negativa, dice luego (v. 5): «No os defraudéis el uno al otro en vuestro derecho, a no ser de mutuo consentimiento y sólo por algún tiempo, para dedicaros a la oración. Luego, volved a vuestra íntima relación conyugal, a fin de que no os tiente Satanás valiéndose de vuestra dificultad en mantener la continencia» (NVI). El apóstol no menciona razones de salud, etc, que son obvias, pero requiere tres condiciones para que la abstinencia de la unión sexual sea legítima: (a) Ha de ser de mutuo consentimiento. Si el otro cónyuge siente la urgencia del instinto, tiene derecho a que se le cumpla su deseo. (b) Ha de ser sólo por algún tiempo. La continencia continuada puede dar paso a una incontinencia desenfrenada. (c) Ha de ser por un motivo espiritual superior. En la oración entra probablemente el ayuno, es decir, una abstención de todo lo que da placer a los sentidos, para gozar de una comunión más intensa con el Señor. Por supuesto, esto no se puede presentar como excusa para negar al otro cónyuge el derecho que le pertenece. También aquí da el apóstol la razón por la que esta abstinencia no debe prolongarse (v. 5b): Deben volver los cónyuges a lo mismo (lit.), esto es, a la íntima relación sexual, a fin de que no les tiente el diablo induciéndoles a la incontinencia anteriormente mencionada. 3. En los versículos 6–9, el apóstol puntualiza que él a nadie impone el casarse, lo dice por vía de concesión, por la razón que ha dado en el versículo 2. Por su parte, desearía que todos los hombres estuviesen como él (v. 7). La frase de Hechos 26:10, en la que Pablo afirma haber votado en el Sanedrín, donde sólo los cabezas de familia tenían derecho al voto, ofrece fundamento para opinar que Pablo no era soltero, sino viudo. No obstante (todo el capítulo es nota del traductor), un rabino converso me aclaró que existía una especie de «matrimonio» con la Torah, en virtud del cual se admitía como «casados» a los que, de manera especial, se dedicaban al estudio y enseñanza de la Ley. (A) Podemos, pues, suponer que Pablo fuese soltero, célibe. Esto le concedía, como a Bernabé (v. 9:5, 6), mayor libertad de movimientos y le hacía menos gravoso económicamente. (B) Pero este consejo que da a los solteros y a las viudas (v. 8), está subordinado a una condición indispensable: SÓLO PUEDEN SEGUIRLO LOS QUE TIENEN DON DE CONTINENCIA. El apóstol habla de la continencia, del celibato, como de un don (gr. khárisma) de Dios (vv. 7, 9). Puedo asegurar que, hasta después del C. Vaticano II (1962–1965) y durante muchísimos siglos, un elevado porcentaje de clérigos aceptaban el celibato sin tener el don de la continencia, y aun muchos de ellos lo hacían más o menos forzados por sus padres (especialmente, por sus madres, que así veían desaparecer la rivalidad de una nuera). (C) Con respecto a los que no tienen tal don de continencia (v. 9), el apóstol no da permiso, sino mandato: «Cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando». El deseo sexual insatisfecho, sin el don del celibato, es como un fuego que abrasa a la persona y la induce a dar rienda suelta al instinto. Estarse quemando no implica solamente insatisfacción, sino también incontinencia. (D) Resta una observación muy importante: En todo el capítulo, pero especialmente en el versículo 26, late la idea de unas circunstancias especiales («la angustiosa situación presente», v. 26. NVI), que aconsejan no cambiar de estado (v. 20), por lo que las razones mismas que Pablo aporta en favor del celibato han de considerarse en este contexto. Comenta atinadamente Hodge: «Si estos versículos y otros de significado semejante han de entenderse como aplicados a los hombres en general, y no a los hombres en las circunstancias peculiares de los primitivos cristianos, entonces ha de admitirse que Pablo menosprecia el matrimonio y lo presenta como si tuviese apenas una finalidad superior a la de la relación sexual entre los animales. No puede ser éste el significado; no sólo porque es contrario a la Escritura, sino porque Pablo, en otro lugar (Ef. 5:22–33), presenta al matrimonio como unión espiritual sumamente ennoblecedora … La verdad es que el apóstol escribe a los corintios como se dirigiría a un ejército a punto de entrar en desigual combate en país enemigo, y para un período prolongado. Les dice: «No es hora de que penséis en el matrimonio. Tenéis derecho a casaros. Y, en general, lo mejor es que todos se casen. Pero dadas vuestras circunstancias, tal cosa sólo os acarrearía nuevos inconvenientes y sufrimientos» … Es, pues, muy importante tener esto en cuenta para una recta interpretación de todo el capítulo». Versículos 10–16 1. Pablo comienza esta sección recordando a los casados que lo que ahora les va a decir no es un consejo, o mandato, personal suyo, sino mandato del Señor (v. 10, 11): Que la mujer no se separe del marido (v. Mt. 5:32; 19:6–9) … y que el marido no abandone a su mujer (v. 11b). No pueden separarse por otra razón, sino la que da el mismo Señor en los lugares citados. Los cónyuges cristianos deberían evitar toda contienda o, si ésta surge en un momento de acaloramiento, ha de buscarse pronto la reconciliación (v. 11). Están mutuamente ligados de por vida. No pueden, pues, sacudirse la carga, sino arrimar el hombro de la manera más cómoda posible y procurar que al cónyuge le resulte también lo más ligera posible. 2. Pasa luego a tratar del caso de una pareja en la que uno de los cónyuges se ha convertido a Cristo mientras el otro permanece en la incredulidad. (A) En este caso, no cita ningún mandato del Señor, pues no consta en la Escritura, sino que lo da como orden personal suya, aunque lo hace inspirado por Dios (comp. con el v. 40b). (B) Se trata de un caso en que el cónyuge incrédulo se separa (v. 15), es decir, se marcha del hogar. Pero si dicho cónyuge consiente en vivir pacíficamente con el cónyuge creyente, éste no debe buscar el divorcio (vv. 12, 13). (C) La razón que da el apóstol para que el hermano creyente no abandone a su cónyuge no creyente, si éste consiente en vivir en paz dentro del hogar, es (v. 14) que, de este modo, tanto el cónyuge no creyente como los hijos habidos en el matrimonio, quedan santificados. Esto no significa, como es obvio, que el cónyuge no creyente se salve por ser salvo el cónyuge creyente, ni que los hijos sean salvos por la misma razón, sino que aquel hogar «constituye, como dice Trenchard, una “isla de fe” en medio de un mundo infiel, en el que participan los hijos de las bendiciones de la luz del Evangelio y del conocimiento de la Palabra». Sin saberlo, ni agradecerlo, el cónyuge incrédulo participa de las ricas bendiciones que Dios hace llover sobre aquel hogar que, por la presencia del cónyuge creyente, es ya un pequeño santuario. (D) Más difíciles son de entender las razones que da (vv. 15, 16) para que el hermano o la hermana permitan que el cónyuge incrédulo se separe: (a) «No está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre (lit. no ha sido esclavizado) en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios» (v. 15b). Comenta Ryrie: «Nada se dice sobre un segundo matrimonio para el creyente». La misma reserva guarda Trenchard: «Ha de aceptar la situación por la cual no es responsable. No ha de luchar con el fin de mantener algo ya deshecho». Sin embargo, me pregunto yo: ¿Cabe mayor esclavitud (sobre todo, para un hermano joven) que mantenerse célibe por el resto de su vida? De ahí que sean muchos los autores que vean aquí la concesión implícita del derecho a segundas nupcias. Mucho más difícil es el caso en que, por ejemplo, una mujer que ha hecho pública profesión de fe en una iglesia abandona a su marido para marcharse con otro. Con todo, cabría preguntarse también aquí: ¿Puede tenerse por «creyente» una persona que, de forma pública y flagrante, se entrega a un estado habitual de adulterio? (b) «Porque, ¿qué sabes tú, oh mujer, si harás salvo a tu marido, etc.?» (v. 16). Este versículo admite dos interpretaciones, según se aplique de una manera o de otra: Primera, «¿Qué sabes tú si …? ¡Quizás serás tú un instrumento de Dios para su salvación» (comp. con 1 P. 3:1). Segunda, «¿Qué sabes tú si …? ¡No te aflijas porque se haya marchado, pues no sabes si habrías podido servirle de bendición! Por el contexto próximo anterior, esta segunda interpretación es la más probable. El pensamiento dominante es la «paz» que debe reinar en un hogar cristiano. Versículos 17–24 El apóstol procede ahora a establecer una norma general, pero que ha de considerarse a la luz del versículo 16, como ya explicamos anteriormente. 1. La norma es (v. 17): «Cada uno retenga en la vida el lugar que el Señor le ha asignado y al que Dios le ha llamado» (NVI). Dos son los casos que Pablo especifica: (A) El de la circuncisión. Lo que importa realmente no son las señales exteriores, sino la observancia interior de la piedad, de los mandamientos de Dios (vv. 18, 19), que se resumen en el amor: la fe que se traduce en obras de amor (Gá. 5:6, 13). (B) El de la esclavitud (vv. 20–24). Todo cristiano verdadero es esclavo voluntario de Cristo, y de nadie más. Lo mismo da que sea esclavo o libre, pues (v. 22) «siendo esclavo, es liberto del Señor …; siendo libre, es esclavo de Cristo». 2. ¿Podemos, entonces, decir que Pablo prohíbe toda honesta ambición y todo esfuerzo por librarse de la esclavitud? ¡De ningún modo! Véase lo que dice (v. 21) al esclavo creyente: «¿Fuiste llamado siendo esclavo? ¡No te importe! Pero, si es que también puedes llegar a ser libre, procúralo más, es decir, aprovecha las oportunidades que se te presenten para ello». Un buen esclavo puede rendir a su amo muchos y muy valiosos servicios, pero no cabe duda de que un creyente tiene más y mejores oportunidades de hacer el bien si no está sujeto, en todo tiempo y lugar, al servicio de un solo hombre. 3. La conclusión final de esta sección (v. 24, comp. con el v. 17) es: «Hermanos, cada uno, con su responsabilidad ante Dios, continúe en la situación en que Dios le llamó». La presencia y el favor de Dios no están limitados a ninguna condición exterior. El que está atado puede disfrutar de tales bendiciones tanto como el que está suelto, porque el favor de Dios no está atado. Versículos 25–35 El apóstol pasa ahora a tratar de otro asunto sobre el que le habían consultado, según es probable, o porque le vuelve a la memoria el tema del celibato, después del paréntesis anterior, según piensan otros. En opinión del que esto escribe, es un tema aparte que responde a consulta por parte de los fieles de Corinto. 1. La forma en que introduce el tema es (v. 25) dando su parecer, no como precepto del Señor, pero lo hace en cumplimiento de la fidelidad al ministerio apostólico que le ha sido confiado. Dice Leal: «La autoridad que posee como apóstol y maestro es un don gratuito que ha recibido del Señor». 2. Al volver al motivo que le indujo a aconsejar que cada uno se quedase en el estado al que había sido llamado (vv. 17–22), da ahora la razón explícita (v. 26). Desconocemos las circunstancias concretas del agobio o angustiosa situación presente a la que aquí se refiere. 3. Como ya dijimos, es a la vista de esta situación angustiosa como se ha de interpretar el consejo que da al casado para que no se suelte y al soltero (o viudo) para que no se case. Como dice L. Morris: «Cuando el mar se embravece, no es hora de cambiar de navío». Para que no se le entienda mal, agrega inmediatamente (v. 28) que, a pesar de todo, no es ningún pecado casarse en estas circunstancias, ya que el matrimonio es el estado normal del ser humano, y la continencia es un don de Dios que no a todos se da (vv. 6–9). 4. Dos son las razones que da en apoyo del consejo a favor de mantenerse en soltería: (A) «Los tales (los que se casan) tendrán aflicción de la carne, y yo os la quiero evitar» (v. 28b). Los autores suelen entender esta «aflicción de la carne» en sentido general, por las preocupaciones y los problemas que lleva consigo la crianza y el mantenimiento de los hijos, etc. Esta opinión es, a mi juicio, insostenible, ya que, en este caso, el apóstol desanimaría a todos a contraer matrimonio. Hodge especifica con acierto: «Se trata de las aflicciones que necesariamente han de acompañar al matrimonio en tiempos de dificultad». (B) El carácter transitorio de la vida presente: «El tiempo es limitado» (v. 29). El vocablo para «tiempo» no es khrónos, sino kairós: el tiempo marcado (comp. con Mr. 1:15), la oportunidad, la ocasión. Y el verbo en participio de pretérito «limitado» significa «acortado o contraído», como algo que se enrosca (Hch. 5:6). Lo expresa también (v. 31b) bajo otra figura: «Porque este mundo, en su forma actual, está destinado a desaparecer pronto» (NVI). El apóstol usa el vocablo skhéma (v. el verbo en Ro. 12:2), figura o tinglado que se monta y se desmonta con rapidez. Dice Hodge: «La figura está tomada del cambio de decorados en un teatro». En general, indica toda apariencia exterior pasajera que contrasta con una realidad estable y segura. 5. Este carácter pasajero del mundo actual, añadido a la congoja que las presentes circunstancias añaden, da pie a Pablo para exhortar a todos a que mantengan la paz del corazón por debajo del oleaje de los quehaceres cotidianos. Los días de fiesta, como los días de duelo, no deben alterar el temple de ánimo del creyente; adquirir, o perder, posesiones temporales no es de importancia primordial; el goce, más aún que el dolor, de las cosas de este mundo no tiene consistencia (vv. 29b–31a). Es de notar que Pablo usa dos verbos distintos en la primera parte del versículo 31, cuya diferencia se echa de ver en la magnífica versión de la NVI: «y los que se sirven de las cosas de este mundo, como quien no se deja absorber por ellas». Pablo no recomienda ser estoico, ni siquiera (aquí) ser asceta, sino dueño de sí en toda clase de situaciones. 6. Dentro de esta perspectiva, se entiende mejor lo que dice en los versículos 32b–35 a favor del celibato. Aunque una vida espiritual intensa permite al creyente casado servir al Señor con un corazón indiviso, es cierto que, si al estado matrimonial se añade una congoja (gr. mérimna) o preocupación especial, cabe la tentación de distraerse demasiado en las exigencias que la vida conyugal y familiar demanda, hasta el punto de sentirse uno «dividido» (gr. meméristai, hecho pedazos). Dice (sobre el v. 26) el famoso exegeta y obispo anglicano Lightfoot: «Un hombre que, de suyo, es un héroe, se vuelve cobarde al pensar en su mujer viuda y en sus hijos huérfanos». 7. El apóstol se apresura a añadir que todo esto lo dice para provecho, para facilitar el trato con el Señor (v. 35), no para tender una trampa. El vocablo griego brókhos significa el lazo que se emplea para ahorcar o para cazar pájaros. Pablo no tiene la intención de dar caza a los fieles de Corinto e impedirles la libertad de movimientos, ya que entonces el lazo se convertiría en una grave tentación a abrazar el celibato sin poseer el don de continencia. Versículos 36–38 Estos versículos son sumamente oscuros, no sólo por la ambigüedad de muchas palabras, sino porque varios vocablos no ocurren en los autores clásicos griegos. De ahí que se den cuatro o cinco versiones diferentes, de las que las más probables son dos: (A) La que ve en el vocablo párthenos una hija virgen y supone que Pablo se dirige a su padre con respecto a lo que tiene que hacer con ella si se le pasa a la hija la flor de la edad; (B) la que ve en dicho vocablo una novia virgen, y supone que el apóstol se dirige al novio. J. Leal demuestra con razones contundentes que esta segunda versión es la única admisible frente a un cuidadoso análisis del texto, y ésa es la que aparece como más probable en la NVI, que dice así: «Si alguno piensa que se está portando indebidamente con su novia, y a ella se le va pasando la flor de la edad, por lo cual él se siente obligado a decidirse por el matrimonio, ponga por obra lo que siente; no es ningún pecado; así que, cásense. Pero el que se mantiene firme en su propósito, y no está dominado por sus impulsos, sino que mantiene un perfecto dominio sobre su propia voluntad, y la decisión que ha tomado es no casarse con la muchacha, éste también obra bien. Así, pues, el que se casa con la doncella hace bien; pero el que no se casa, aún hace mejor». Tenemos aquí un caso, quizás único en la Biblia, en que lo que el lector necesita no es un comentario que aclare (el fondo está claro), sino una versión que descifre un texto original sumamente ambiguo. Y para que el lector se cerciore de esta ambigüedad, le ofrezco otra versión muy interesante, la de la Nueva Biblia Española que, frente a la peculiar fraseología del versículo 37, traduce párthenos por «compañera» de trabajo soltera, y dice así: «Supongamos que uno con mucha vitalidad piensa que se está propasando con su compañera y que la cosa no tiene remedio; que haga lo que desea, no hay pecado en eso; cásense. Otro, en cambio, está firme interiormente y no siente una compulsión irresistible, sino que tiene libertad para tomar su propia decisión y ha determinado dentro de sí respetar a su compañera; hará perfectamente. En resumen, el que se casa con su compañera hace bien, y el que no se casa, todavía mejor». Al ser tan ambiguo el sentido del original, no puede decirse que alguna de estas versiones distorsione el texto. Mucho depende del punto de vista que el lector defienda en cuanto a la literalidad o libertad de las versiones. La NVI y la NBE traducen bien, pero con mucha libertad. La Biblia de Jerusalén y la de los jesuitas en La Sagrada Escritura (texto y comentario a toda la Biblia) siguen muy a la letra el original. Ambas pautas de versión tienen sus ventajas así como sus inconvenientes. Versículos 39–40 Estos dos versículos contienen consejos para las viudas. Sólo la muerte puede romper el vínculo conyugal (comp. con Ro. 7:2). A la muerte del marido, la viuda puede contraer segundas nupcias, con tal que, dice el apóstol, lo haga en el Señor, es decir, como conviene a quien es un miembro de Cristo y como tal ha de portarse siempre. Esto implica (quizás explícitamente) que no debe casarse con un hombre que no sea creyente (comp. con 2 Co. 6:14). Sin embargo, el consejo personal de Pablo (v. 40) a tal viuda (no hay mandato del Señor a este respecto; comp. con el v. 12) es que «será más dichosa si se queda así», es decir, sin casar. Pero este consejo de Pablo está refrendado por su firme convicción de que, en lo que dice, está guiado por el Espíritu de Dios. Por tanto, su consejo tiene mucha más fuerza que la opinión privada de un cualquiera. C CAPÍTULO 9 Aquí Pablo, I. afirma su misión y su autoridad apostólicas (vv. 1, 2). II. Reclama el derecho a mantenerse en virtud de su ministerio (vv. 3–14). III. Muestra que había renunciado voluntariamente a este privilegio (vv. 15–18). IV. Especifica varias otras cosas en las que se había negado a sí mismo (vv. 19–23). V. Concluye su argumentación mostrando qué es lo que le había animado a tomar esta determinación (vv. 24–27). Versículos 1–2 Empalmando con el último versículo del capítulo anterior, el apóstol aprovecha la ocasión para afirmar sus derechos como tal; así contesta a quienes los ponían en duda y, especialmente, a los que abusaban de la madurez espiritual que aseguraban tener para perjudicar, por falta de consideración y de amor, a los débiles en la fe. En efecto, según los mejores MSS, el capítulo se abre con cuatro preguntas en el orden siguiente: «¿No soy libre? ¿No soy apóstol? ¿No he visto a Jesús nuestro Señor? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?» Nótese el orden, por medio del cual da a entender que cumple con creces lo que exhorta a los corintios a que hagan. Él también tiene derecho a usar de la libertad con que Cristo nos hizo libres. Además es apóstol, como lo prueba, no sólo el hecho de su llamamiento, sino también el de haber visto al Señor Jesucristo y, en el terreno de las realizaciones prácticas, el sello que el Espíritu Santo ha puesto a sus labores apostólicas en la conversión de los primeros fieles de Corinto. Era, pues, una prueba de tremenda ingratitud por parte de ellos el poner en duda la autoridad apostólica de él. Versículos 3–14 Pasa ahora a exponer los derechos que tenía para reclamar lo que le correspondía por el desempeño fiel de su ministerio apostólico. 1. Arguye primero y parte del terreno de los hechos (vv. 4–6). Todos los demás apóstoles, los hermanos del Señor y el mismo Cefas, el portavoz de los apóstoles, ejercitaban el derecho que tenían a vivir a expensas de aquellos a quienes predicaban el Evangelio, y llevaban también consigo a sus mujeres. ¿Acaso Bernabé y él eran los únicos que carecían de este derecho? 2. Expone luego el caso general, basándose en la Ley (Dt. 25:4). Cada uno se sustenta por medio de su trabajo, pues hasta los bueyes disfrutaban del derecho a comer de lo que estaban trillando. Aquí (v. 10) acomoda a los hombres lo que la ley dice de los bueyes. Es un argumento de los que se llaman a fortiori. No quiere decir que Dios no tenga ningún cuidado de los bueyes (la Ley misma demuestra que lo tiene), sino que el cuidado que tiene de los hombres es mucho mayor. 3. De ahí pasa a expresar con toda claridad el derecho que él tenía a vivir a expensas de aquellos a quienes ministraba las realidades espirituales: (A) Bien podía recoger sustento material el que les prodigaba alimento espiritual (v. 10); él, con mucho mayor derecho que los demás predicadores (v. 12), aun cuando no usaba de este derecho (vv. 12b, 15) para no impedir el avance del Evangelio de Cristo. (B) Hace una comparación con los sacerdotes de la Ley, quienes participaban de lo ofrecido en sacrificio a Dios (v. 13). (C) El propio Señor había dicho que el obrero (y se refería al obrero en cosas espirituales) es digno de su sustento (Mt. 10:10; Lc. 10:7; Gá. 6:6; 1 Ti. 5:17). Versículos 15–18 1. Pablo no había reclamado sus derechos en el pasado, y tampoco les escribía ahora (v. 15) para reclamarlos. Para él era una gloria (no por egoísmo, sino por santo pundonor) predicar gratis el Evangelio y mantenerse con el sudor de su frente. La profunda emoción que embargaba el ánimo del apóstol se echa de ver en la extraña construcción de la segunda parte del versículo 15 que dice literalmente así: «Porque prefiero morir antes que … ¡Nadie vaciará mi jactancia!» 2. Para que nadie le interprete mal, Pablo se apresura a decir (v. 16) que la predicación del Evangelio no es para él materia de gloria personal, pues le constriñe el llamamiento de Dios, le constriñe su conciencia ligada al cumplimiento de su deber y, sobre todo ello, le constriñe el fuego que lleva en el corazón a favor de la salvación de los hombres y de la gloria del Señor Jesucristo (comp. con Jer. 20:9). Dice L. Morris: «La necesidad apremia a todos los que han experimentado en su vida el poder del Evangelio». 3. El versículo 17 puede entenderse de varias maneras, pero la más obvia es la siguiente: El ministerio que se ejerce de buena gana tiene su galardón; pero, aunque lo haga de mala gana, no tiene excusa, pues es una mayordomía (gr. oikonomía, dispensación, administración, etc.) la que se le ha confiado (comp. con 4:1), y de ella tendrá que rendir cuentas. 4. A la vista del capítulo 8, y del contexto actual, tanto anterior como posterior, Pablo asegura (v. 18) que su galardón está ya en predicar gratis el Evangelio (comp. con vv. 12b, 15b), sin hacer uso del derecho que tiene a que le mantengan, pues de esta forma nadie podrá reprocharle que predica por ninguna retribución material, por legítima que ésta sea. Versículos 19–23 1. Además de la libertad cristiana, Pablo disfrutaba de la que le proporcionaba su ciudadanía romana; ambas (y una tercera que acaba de nombrar: su predicación gratis, ya que él se ganaba su propio sustento) le desligaban de todo compromiso, de toda servidumbre hacia otros. Esta libertad tan amplia, por la que no estaba obligado a ningún ser humano, le capacitaba para dedicarse por completo a ganar el mayor número de personas de toda raza, clase, etc., para Cristo (v. 19). Esta plena dedicación a la salvación de los hombres mediante la predicación del Evangelio es lo que él llama haberse hecho esclavo (lit.) de todos. 2. A continuación expone la forma maravillosa, digna de universal imitación, con que ha conjugado su multiforme libertad con la voluntaria esclavitud en favor del avance del Evangelio (vv. 20–23): (A) Con los judíos se había comportado como si estuviera bajo la Ley (v. 20, comp. con Hch. 16:3; 18:18; 21:23–26), aunque ya no lo estaba (v. Ro. 10:4). (B) Con los gentiles que no tenían la Ley de Moisés, se había comportado como si él no tuviera tampoco la Ley (v. 21, comp. con Gá. 2:3; 3:2). Y, para que no se pensase que carecía completamente de toda ley, añade en paréntesis: «no estando yo sin ley de Dios, sino dentro de la ley de Cristo». Por cierto, nota del traductor, todas las versiones que conozco, exceptuando la RV 1977 y la Nueva Biblia Española, traducen erróneamente la expresión énnomos Khristou por «bajo la ley de Cristo», cuando el prefijo en muestra una interioridad que no debe pasar desapercibida. La Nueva Biblia Española ofrece esta estupenda versión: «mi Ley es el Mesías». Ni aun la Biblia de Jerusalén ni la NVI inglesa han expresado correctamente el sentido ni la letra de dicha frase, con lo que se pierde el contraste entre el cuádruple «sin ley» y el «dentro de la ley» o «identificado con la ley» del versículo 21. 3. Pablo da la razón por la que obra de este modo (vv. 22, 23): «Con los débiles me he hecho débil, para ganar a los débiles. Me he hecho de todo con todos los hombres, por ver de salvar a algunos por todos los medios posibles. Todo esto lo hago en aras de la Buena Noticia, para hacerme coparticipe de las bendiciones que comporta» (NVI). Vemos: (A) Que Pablo no juzgaba ni despreciaba a los débiles, sino que se acomodaba a ellos, no por debilidad propia, sino en atención a la debilidad ajena. Practicaba lo que enseñaba sobre la forma en que ha de conducirse el cristiano «fuerte» con el «débil». (B) Se negaba a sí mismo, a fin de procurar la salvación del mayor número de personas (v. 22b), y empleaba para ello todos los medios posibles a su alcance, siempre, por supuesto, que los principios doctrinales no sufriesen merma o peligroso compromiso (comp. con Gá. 2:11 y ss.). (C) Esto tenía una finalidad más alta (v. 23): Obraba así en aras del Evangelio; para que la Buena Noticia del perdón y la gracia de Dios hacia los hombres, con todas las bendiciones consiguientes, alcanzasen al mayor número posible, así como a él mismo. Un corazón así caliente con el celo por la gloria de Dios y la salvación de los hombres, no reclama derechos, privilegios ni dinero. Versículos 24–27 Pablo no aspiraba a las cosas corruptibles de este mundo, porque tenía los ojos puestos en una corona imperecedera (v. 2 Ti. 4:8). A eso estaban encaminados los ejercicios con los que compara tres de las pruebas atléticas que se llevaban a cabo en los juegos llamados «ístmicos» los que se celebraban cada dos años cerca de Corinto y tenían casi tanta importancia como los olímpicos. 1. El primer juego mencionado (v. 24) es el de las carreras. La vida cristiana es comparada a una carrera (He. 12:1, 2) y a una lucha (2 Ti. 4:8). Pero hay dos diferencias muy notables en cuanto al premio que los corredores y luchadores griegos recibían y el que reciben los creyentes que se ejercitan en la piedad (v. 1 Ti. 4:8): (A) En los juegos de Grecia, uno solo se llevaba el premio; pero en la carrera espiritual, todos los que corren bien, pueden obtenerlo. (B) Los atletas griegos se sometían a la más severa disciplina, a fin de estar en condiciones de competir con éxito, pero lo que recibían (v. 25) era una corona corruptible. En los juegos ístmicos, ni siquiera era una corona de laurel, sino de ramas de pino. En cambio, la corona del cristiano es una corona incorruptible (v. 1 P. 1:4). Pablo corría derechamente a la meta (v. 26a). 2. El segundo juego es el boxeo (v. 26), en el que los golpes dados al aire sólo ofrecen ventaja al adversario. Pablo no derrochaba sus energías espirituales en sacudir al aire, como muchos creyentes carnales que desperdician el tiempo y las energías en niñerías y frivolidades (aun no siendo pecaminosas). Él atacaba bien al enemigo, pues conocía bien sus artes (2 Co. 2:11). 3. En el versículo 27, si se lee, con unos pocos MSS, hupöpiazo (con la primera o breve), significa «derribar a tierra», con lo que tendríamos un tercer juego: la lucha atlética, y así el verbo agonízomai del versículo 25 tendría aquí su sentido específico de «lucha». Pero la mayoría inmensa (casi unanimidad) de los MSS leen en el versículo 27 hupöpiazo (con o larga) que significa «golpear debajo del ojo». Sigue, pues, con la imagen del boxeo, pero ahora el adversario es su propio cuerpo. Es un símil y no se puede tomar a la letra. Pablo no quiere decir que golpease físicamente su cuerpo, sino que lo sometía a severo control de los instintos y, sobre todo, de los sentidos (comp. con Job 31:1). La expresión «lo conduzco a esclavitud» (lit.) da idea del rigor con que el apóstol sometía su cuerpo por la gracia de Dios y el poder del Espíritu, que en él no calan en vano (15:10). 4. Finalmente (v. 27b) expone el peligro al que conduce la negligencia en dominar las inclinaciones de la carne: «no sea que habiendo proclamado a otros, yo mismo venga a ser descalificado». Al continuar con el símil de los juegos ístmicos, se presenta a sí mismo como «proclamador de los juegos». El verbo que usa para esto (gr. kerúxas) es el mismo que se usa en el Nuevo Testamento para la predicación del Evangelio, pues es una grandiosa proclamación, a los cuatro vientos, de la Buena Noticia, y ésa es la labor a que había sido llamado (1:17) por encima de cualquier otra. Al tomar también él (v. 23b) parte en el «juego», triste cosa sería que, después de proclamar vencedores a otros, él mismo fuese descalificado de la competición. Por cierto, esta última frase ha sido usada como si significase la condenación eterna. Esta interpretación se debe, en gran parte, a la traducción de la Vulgata, que vertió por réprobus, réprobo, condenado al Infierno, el adókimos del original, que significa «alguien que no ha pasado la prueba». La Versión Autorizada Inglesa (también la RV) cometió el mismo error al traducirlo por castaway, por lo que los sucesores de M. Henry lo interpretaron de predicadores inconversos, pero, ¿cómo podía entonces Pablo aplicárselo a sí mismo, cuando se sabía salvo? No se trata de salvación o condenación eternas, sino de la pérdida del premio, de la recompensa prometida al que corre bien, etc. Incluso los modernos exegetas católicos hablan aquí con mucha cautela. Dice J. Leal: «Descalificado: es término tomado del deporte. El que vence es calificado; el que no vence es descalificado». CAPÍTULO 10 El apóstol, I. amonesta a los corintios contra la falsa seguridad, mediante el ejemplo de los judíos (vv. 1–14). II. Vuelve a su anterior argumentación del capítulo 8 sobre el comer de lo ofrecido a los ídolos (vv. 15–22). III. Pueden comprar dichas carnes en el mercado o comerlas a la mesa de amigos paganos, sin hacer preguntas. Pero esta libertad ha de tomar en consideración la debilidad de conciencia de algunos hermanos (vv. 23–33). Versículos 1–5 Pablo pone delante de los fieles de Corinto el ejemplo de los judíos, quienes habían gozado de grandes privilegios, pero habían caído bajo graves castigos. 1. La providencia de Dios con ellos y lo que a ellos les pasó debe servirnos de advertencia. 2. El apóstol especifica algunos de esos privilegios: (A) Su liberación de Egipto. Fueron conducidos milagrosamente a través del mar Rojo, en el que se ahogaron los egipcios que les perseguían; para los israelitas, el mar fue una avenida por la que pasaron a pie enjuto; para los egipcios fue un gran cementerio. (B) Tenían unos símbolos que eran tipo de nuestras ordenanzas del bautismo y de la Cena del Señor (vv. 1b–4): (a) «… y todos pasaron por el mar, y todos fueron bautizados en (lit.) Moisés». El griego usa la preposición eis que se halla en la fórmula de Mateo 28:19 y en varios lugares de Hechos y es una preposición de movimiento (a, hacia). L. Morris comenta: «Probablemente hemos de pensar en Moisés como tipo de Cristo. Así como el bautismo tiene como efecto poner a una persona bajo el liderato de Cristo, así también la participación en los grandes acontecimientos del Éxodo puso a los israelitas bajo el liderato de Moisés» (v. Éx. 14:31 «… y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo»). (b) Igualmente, el alimento espiritual que todos ellos comieron (v. 3) y la bebida espiritual que todos bebieron (v. 4) eran tipo de la Cena del Señor. El vocablo «espiritual» significa aquí que el origen tanto del alimento (el maná) como la bebida (el agua de la roca) fue sobrenatural, milagroso. Pablo no asocia el maná con la Cena, pero de la roca de donde brotó el agua dice (v. 4b) que «los seguía (a los israelitas), y la roca era Cristo». Estas expresiones, a primera vista tan extrañas, se entienden perfectamente si recordamos, como hace notar con gran acierto el Prof. Trenchard, que el Ángel de Jehová que marchaba constantemente (v. Éx. 32:34; 33:2) con el pueblo de Israel durante la peregrinación por el desierto y en la entrada en Canaán no era otro que el Cristo preencarnado. 3. «Pero (y Pablo usa la conjunción adversativa fuerte allá) de los más de ellos no se agradó Dios, pues quedaron tendidos (lit. esparcidos) en el desierto» (v. 5, comp. con los caps. 12 al 14 de Números). Versículos 6–14 1. Se especifican ahora algunos pecados más relevantes de los hijos de Israel para que nos sirvan de aviso. (A) Hemos de huir de los deseos desordenados hacia las cosas carnales (v. 6). Dios alimentaba a los israelitas con maná, pero ellos deseaban con vehemencia comer carne. (B) Ya al pie del Sinaí, después de comer y beber, se entregaron a la idolatría (v. 7), y celebraron fiesta en honor del becerro de oro. Esto tenía especial aplicación a los fieles de Corinto en conexión con el tema de lo sacrificado a los ídolos.
(C) También les advierte contra la fornicación (v. 8), y alude al
episodio de Números 25:1 y ss. En la corrompida ciudad de Corinto, éste era un pecado corriente por demás. La cifra de 23.000 que Pablo da en relación con la fornicación mencionada parece contradecir la de 24.000 que da Números 25:9. La mayoría de los autores opinan que Pablo citó de memoria, sin preocuparle la precisión numérica, pero es digna de notarse la sugerencia de L. Morris de que es probable que el apóstol descontara los ejecutados primeramente por los jueces (Nm. 25:5). (D) Viene luego la provocación (v. 9) que se nos refiere en Números 21, con el episodio de las serpientes. El Señor a quien provocaron (comp. con el v. 22) es Cristo (v. lo dicho anteriormente del Ángel de Jehová). ¿Quién se atreverá a provocarle ahora que está glorificado y sentado a la diestra del Padre? (E) Pablo menciona en último lugar la murmuración de los israelitas (v. por ej., Nm. 14:2, 36; 16:11, 41), con los consiguientes castigos. Algo semejante parece haber ocurrido en el caso de los fieles de Corinto: murmuraban contra Pablo y, en él, contra el Señor mismo. 2. El apóstol resume todas estas advertencias particulares en una general (v. 11): «Y estas cosas les acontecieron como ejemplo (lit. a modo de tipo) y fueron escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos», es decir, el profetizado cumplimiento de los tiempos con la Venida del Mesías (comp. con Mr. 1:15; Gá. 4:4). Los pecados de los israelitas eran ejemplo de la infidelidad de muchos en la dispensación del Evangelio, y los castigos que Dios ejecutó en ellos son también lecciones manifiestas que nos enseñan a recoger el fruto de la experiencia de las edades pasadas y escarmentar en cabeza ajena. Ninguna cosa de las Escrituras se escribió en vano, y es nuestro deber y nuestra prudencia recibir de ellas la instrucción necesaria. 3. La aplicación que Pablo hace en el versículo 12 es clara. Los fieles de Corinto estaban muy orgullosos de su posición, de sus dones, de sus predicadores. También los israelitas lo estaban, puesto que eran el pueblo escogido de Dios; sin embargo, cayeron. Esta caída no significa la condenación eterna, sino el castigo corporal de la muerte en el desierto (comp. con 11:30, 31). «Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga». Se ha dicho muy bien que «la oculta soberbia conduce a la lujuria manifiesta». Cuando estas caídas se dan en un cristiano genuino, conducen a la pérdida o enfriamiento de la comunión con Dios, no a la condenación eterna, como solía afirmarse (y aún se hace) en círculos catolicorromanos. 4. Añade luego unas palabras de consuelo (v. 13). Aunque desagrada a Dios la presunción, no le agrada la desesperación. O las pruebas serán proporcionadas a nuestras fuerzas, o se nos proveerá de fuerzas adecuadas para nuestras pruebas. Las tentaciones que sufrimos no son sobrehumanas sino humanas, es decir, las que sobrevienen a los seres humanos en general. Y aun de esas tentaciones «humanas» Dios nos dará una salida (lit.), es decir, una vía de escape, a fin de que no nos hundamos bajo el peso de una tentación abrumadora. Dios sabe lo que podemos aguantar y por cuánto tiempo lo podemos aguantar. Los hombres pueden dejarle a uno en la estacada, y huir después de vernos agobiados y malheridos, y a veces son ellos mismos los que nos han herido, pero Dios es fiel y no nos abandonará con tal que nos acojamos a su gracia y a su poder y no confiemos en nuestras propias fuerzas. El vocablo que Pablo usa para salida no es éxodos, sino ékbasis, el cual indica un desfiladero por entre montañas escarpadas. Dice L. Morris: «La imagen es la de un ejército atrapado entre lugares montañosos y que escapa de una situación imposible a través de un pasadizo». 5. Tras estas palabras de aliento, Pablo da suelta a su emoción paternal (v. 14), al llamar a los fieles de Corinto «amados míos» (comp. con 4:15), y les exhorta al decie: «Huid de la idolatría» (comp. con 6:18). El «Por tanto» con que comienza el versículo indica una consecuencia; con la mayor probabilidad, esta consecuencia apunta a la tentación que comportaba el acercamiento a los ídolos, casi inevitable para quienes frecuentaban, aun con buenas intenciones, los templos de los ídolos. Dice Trenchard: «Los corintios no habían de entretenerse en las antesalas de los templos idolátricos, porque se acercaban a la esfera de la actuación de demonios, quienes tergiversaban los hondos anhelos espirituales de la multitud, convirtiéndolos en superstición y vicio». Versículos 15–22 En la presente sección, el apóstol insiste en sus advertencias contra la idolatría. 1. Apela primero al buen sentido y discernimiento de ellos (v. 15): «Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo». El vocablo phrónimos que Pablo usa aquí tiene sentido de «prudente, precavido, sagaz», y no hay motivo para pensar que lo dice irónicamente. 2. Pasa luego a establecer un contraste entre la comunión que tenemos con el Señor mediante el rito de la Cena del Señor y la comunión con los demonios mediante la participación en el festín dedicado a honrar a los ídolos. Es menester tener en cuenta que, en los sacrificios del Antiguo Testamento, los que comían de lo ofrecido en sacrificio participaban del sacrificio mismo, con lo que no sólo rendían así culto a Dios, sino también manifestaban su comunión con Él (v. 18). (A) La copa de bendición (v. 16) era el nombre que se daba a la tercera copa de la Cena pascual. Es posible que fuese ésta la que el Señor usó para la institución de la ordenanza de la Cena. Tanto el partimiento del pan (v. 16b), como el beber de la copa, eran símbolo expresivo y claro memorial de la muerte de Cristo al ser roto, es decir, horadado su cuerpo y derramada su sangre en el Calvario, como puede verse en los relatos de Mateo 26:26–29; Marcos 14:22–25; Lucas 22:17–20 y, en esta misma epístola, 11:23 y ss. (B) La expresión «que bendecimos» no implica ninguna «consagración» al modo como la Iglesia de Roma, la Ortodoxia Griega y la Iglesia Alta de Inglaterra lo entienden, de forma que el vino y el pan den paso al cuerpo y a la sangre de Cristo (que, por cierto, carece de carne y sangre en su estado glorioso, celestial). Lo más probable es que se refiera a la bendición que se pronunciaba en la oración inicial que comenzaba diciendo: «¡Bendito seas, Señor!» (C) L. Morris da como probable la explicación de por qué menciona Pablo en primer lugar la copa, al ser así que el Señor bendijo primero, y partió, el pan. «Este orden, dice, puede deberse al deseo de poner de relieve el derramamiento de la sangre del Señor. O también podría deberse al hecho de la prominencia que se daba a la copa, junto a la insignificancia del pan, en los sacrificios paganos a los que Pablo va a referirse a continuación». (D) El vocablo «comunión», que el apóstol usa dos veces en el versículo 16, no tiene nada que ver con la frase «tomar la comunión», según la entienden los catolicorromanos, sino que conserva su significado bíblico (comp. con Hch. 2:42 y 1 Jn. 1:3, entre otros lugares) de «compartir con alguien» algo que no se disminuye, sino que aumenta, con el número de los que de ello comparten. Su sentido aquí no es que quien participa de la Cena del Señor tome de ninguna manera el cuerpo y la sangre del Señor, los cuales, de suyo, no confieren ningún provecho espiritual (v. Jn. 6:63), sino que quien recibe con fe el pan y el vino de la Mesa del Señor, reaviva en sí el recuerdo de lo que Jesús llevó a cabo por nosotros en la Cruz del Calvario. Dice Trenchard: «De este modo, al participar en los símbolos, manifestamos nuestra participación espiritual, por la fe, en todo el profundísimo significado del Sacrificio realizado, confirmando nuestra unión espiritual con el Señor por medio de su obra». (E) El versículo 17, de redacción demasiado concisa, se aclara algún tanto en la NVI: «Al haber un solo pan, nosotros, aun siendo muchos, somos un solo cuerpo, porque todos participamos (gr. metékhomen, llevarse cada uno una parte; no es el mismo verbo del v. 20, pero sí del v. 21b) de aquella única pieza de pan». Este versículo, al que no se le suele dar la debida consideración, significa lo siguiente: La hogaza de pan que partimos, y de la que participamos todos los que celebramos la Cena del Señor, es una sola. Esta hogaza es símbolo, no sólo del cuerpo físico de Jesús, sino también del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia (v. 12:12 y ss.). Al formar todos un solo Cuerpo con Cristo, manifestamos la unidad de la Iglesia al participar todos del mismo único pan. (F) Pasa ahora a la aplicación de todo esto a los sacrificios ofrecidos a los ídolos (vv. 18–21), en lo cual hay muchos detalles dignos de notar: (a) Téngase en cuenta que Pablo NO VE EN LA CENA DEL SEÑOR NINGÚN SACRIFICIO (contra la opinión de la Iglesia de Roma, hecha «dogma de fe» en el Concilio de Trento); por eso, intercala el versículo 18, a fin de hacer la comparación entre los «sacrificios» y el «altar» de Israel según la carne (para distinguirlo de la Iglesia, que ya no ofrecía sacrificios, ni tenía más altar que Cristo mismo, (He. 13:10) y los sacrificios ofrecidos a los ídolos (vv. 19, 20). (b) Por eso, el apóstol no hace comparación entre «altares», sino entre «mesas» (gr. trápeza): la Mesa del Señor, y la mesa donde se comía lo sacrificado a los ídolos, a la que llama mesa de los demonios (v. 21). (c) La razón por la que la llama así es que, en realidad, como ya ha dicho otras veces, los ídolos no son nada (v. 19), por lo que tampoco tiene ninguna cualidad sagrada lo que a ellos se ofrece (v. 19b). Así que, a fin de cuentas, lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios (que es realmente lo que hay detrás de las vanas imágenes sin vida de los ídolos), y no a Dios (v. 20). (d) Por consiguiente, concluye Pablo, «No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios» (v. 21). La razón es clara: Participar de la mesa del Señor es tener comunión con el Señor (v. 16), mientras que participar de la mesa de los ídolos es tener comunión con los demonios (v. 20b). 3. El apóstol concluye esta sección con una seria advertencia formulada en dos preguntas: «¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos acaso más fuertes que Él?» (v. 22). «Provocar a celos» es un verbo distinto del usado en el versículo 9, y nos recuerda la idea veterotestamentaria del Dios celoso de su gloria como único Salvador y Dueño de Israel, en contraste con los dioses falsos que no servían para nada. Así, pues, el celo de Dios se encendía de modo especial cuando el pueblo se entregaba a la idolatría. Sobre la segunda pregunta comenta J. Leal: «La advertencia final es de un profundo sentido de la pequeñez humana y de la grandeza de Dios. El hombre no puede luchar con Dios. Su postura debe ser la de someterse y no irritarle». Versículos 23–33 Aquí el apóstol da normas prácticas sobre cuándo y dónde se puede o no se puede comer de lo sacrificado a los ídolos. 1. Comienza y repite, en primera persona, lo que ya expresó en 6:12: «Todo me es lícito, pero no todo conviene, no todo es provechoso; todo me es lícito, pero no todo edifica» (v. 23, comp. con 8:1). Todo creyente, dentro de la legítima libertad cristiana, ha de estar atento a no servir de tropiezo a un hermano o hermana; más bien (v. 2) ha de buscar el interés del otro por encima del propio. Con este principio por delante, entra de nuevo en el tema sobre el comer de lo sacrificado a los ídolos. 2. Las normas que establece son muy claras y sencillas: (A) De todo lo que se vende en la carnicería se puede comer, sin hacer más averiguaciones (v. 25), porque todo es bueno si se toma con acción de gracias (v. 26, comp. con Ro. 14:6; 1 Ti. 4:4). (B) Se puede aceptar la invitación de un no creyente y comer de todo lo que ponga a la mesa; tampoco hace falta hacer más averiguaciones (v. 27), pues es un caso similar al anterior. Si en alguno de los dos casos, se ofrecen a comer carnes sacrificadas a los ídolos (sin que esto se mencione), ello no contamina al hombre. (C) La situación cambia si alguien dice: Esto fue sacrificado a los ídolos (v. 28). Entonces no se debe comer, por causa de aquel que lo declaró (v. 28b), es decir, para no herir la conciencia ajena (v. 29), no la propia, pues aquí se trata de un banquete común; es un caso distinto del tratado en los versículos 16–22, donde el contexto es cultual: en el templo de los ídolos y como quien toma parte en el sacrificio que se les ofrece, lo cual el creyente no puede hacer sin manchar su propia conciencia. La última frase del versículo 28 (en paréntesis, en la RV 1977) no aparece en los principales MSS: es, sin duda, una repetición mecánica del versículo 26. (D) La segunda parte del versículo 29 y el versículo 30 se prestan a un malentendido, ya que, a primera vista, parece como si encerrase una queja contra esta restricción de la libertad a causa de la conciencia débil del interlocutor. El sentido no es ése, como demuestran L. Morris y J. Leal, quien da la paráfrasis siguiente, con la que se esclarece el texto sagrado: «¿Para qué dar ocasión a que mi libertad de conciencia la critiquen los débiles, cuando los escandalizo? ¿Para qué dar ocasión a que me vituperen, cuando puedo comer dando gracias a Dios?» 3. Pablo finaliza esta sección (la cual comprende también el versículo 1 del capítulo 11, pues la división está muy mal hecha), exhortando a los fieles de Corinto a que sigan el ejemplo de él, como él sigue el de Cristo (11:1; compárese 10:33 con Ro. 15:3). La norma suprema, tanto para la edificación propia como para la de los demás (v. 33b) es (v. 31) hacerlo todo para la gloria de Dios; con esta norma suprema por delante, de seguro que nadie causará escándalo (v. 32) ni provocará críticas (v. 30). Pablo distingue (v. 32) judíos, gentiles (ambos grupos incluyen a no creyentes) y la iglesia de Dios. Dice J. Leal, acerca del versículo 33: «Con libertad apostólica, Pablo se presenta como modelo de renuncias, como un padre que habla con sus hijos». M. Henry hace notar que «un predicador puede urgir sus admoniciones con osadía y autoridad cuando las puede reforzar con su propio ejemplo». CAPÍTULO 11 El apóstol se esfuerza ahora por corregir algunos desórdenes notorios de la iglesia de Corinto, de los que reprende a sus miembros, como eran, I. la conducta de las mujeres en las reuniones de la congregación (vv. 2–16). II. Ciertos desórdenes que se producían en la celebración de la Cena del Señor (vv. 17–34). Versículos 2–16 1. Pablo comienza, como debería hacer todo ministro de Dios, con una alabanza a los fieles de Corinto (v. 2). Les alaba por el recuerdo que guardan de él y por la observancia de las instrucciones que les había entregado. El vocablo griego para «instrucciones» es aquí, como en 2 Tesalonicenses 2:15, paradóseis, que significa «instrucciones dadas oralmente», con el matiz peculiar de haber sido «pasadas de mano en mano» (no se las había inventado Pablo), por lo que suele traducirse por «tradiciones», aunque este término ha adquirido en la Iglesia de Roma el sentido de «depósito oral de la revelación, con un valor igual que el de las Sagradas Escrituras», por lo que es preferible prescindir del uso de tal vocablo y usar el de «enseñanzas transmitidas oralmente». 2. Pasa de inmediato a reprender la conducta de las mujeres en las reuniones, diríamos «oficiales», de la congregación. (A) Comienza estableciendo una especie de «jerarquía» de autoridad, la cual ha de entenderse en sentido figurado (v. 3). Dice que Cristo es la cabeza de todo varón. A la luz de los versículos 7– 9, se ve que Pablo no se refiere a todo varón, sino al marido; añade que el varón es la cabeza de la mujer. Lo de «y Dios es la cabeza de Cristo» nos lleva a 3:23; 15:27, 28, así como a Juan 14:28, por no citar más lugares. La subordinación de la mujer al marido se basa en el relato de Génesis 2, en el que vemos la creación del primer hombre del polvo de la tierra; en correspondencia con Génesis 1:26, 27, vemos que es principalmente el varón el que fue creado a imagen y semejanza de Dios (v. 7), mientras que la primera mujer fue creada del hombre y a imagen y semejanza de éste (vv. 7b, 8); más aún, «tampoco el varón fue creado por causa de la mujer (es decir, para servirle a ella de ayuda), sino la mujer por causa del varón» (v. 9, comp. con Gn. 2:18). (B) «Sin embargo» (v. 11), al pasar del orden de la creación al de la redención, el apóstol recuerda que, en el Señor, es decir, en el plano sobrenatural, como miembros de un mismo Cuerpo de Cristo (12:13; Gá. 3:28) y coherederos de la gracia de la vida eterna (1 P. 3:7), están al mismo nivel; ambos tienen a Dios por Padre (v. 12 al final) y, aunque es cierto que la primera mujer fue hecha del primer varón, también es cierto que todo otro varón (también Cristo; nótese el énfasis de Gá. 4:4) nace mediante la mujer (v. 12). (C) Esta especie de «prenotandos», intercalados en la sección según le parece a Pablo más oportuno con miras al detalle particular que desea inculcar, conducen a reforzar la norma que, según él, era costumbre en las iglesias y sobre la que él no quiere discutir (v. 16): Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta a su cabeza (v. 4); con la mayor probabilidad, no se refiere a su propia cabeza física, sino a Cristo (v. 3). Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su cabeza (v. 5, comparado igualmente con el v. 3), es decir, a su marido. Estamos, pues, en la famosa porción del «velo», que tanto da que hablar en muchas iglesias y por la que muchos hermanos gastan demasiado tiempo en discutir minucias, con frecuente olvido de las más importantes enseñanzas de la Palabra de Dios. Vamos a analizar algunos detalles notables que se prestan a malentendidos, y sentimos tener que disentir, en la mayoría de ellos, de la opinión del Profesor Trenchard. (a) Para comenzar, téngase en cuenta que Pablo está hablando de una costumbre nueva, introducida en ciertas iglesias de la gentilidad. En efecto, los varones judíos siempre oraban (y oran aún) con la cabeza cubierta por el tallis, una especie de «solideo», más o menos amplio. Por otra parte, tanto los varones griegos, como sus mujeres, oraban con la cabeza descubierta. Los cristianos, al menos los procedentes de la gentilidad, «adoptaron una práctica distintiva», como dice L. Morris. Los argumentos que Pablo usa para exhortar a la observancia de esta norma están, pues, acomodados a esta práctica que los creyentes habían introducido para distinguirse de la pauta observada, tanto por los judíos como por los paganos, en sus lugares públicos de oración. (b) Por Hechos 16:13; 21:9, vemos que también las mujeres oraban y profetizaban, aunque no en la congregación general (v. 14:34, 35, comp. con 1 Ti. 2:11, 12). En la vía pública, como era el caso del grupo de mujeres de Filipos, no cabe duda de que orarían con la cabeza cubierta, pero no es de creer que se cubriesen la cabeza para orar o profetizar dentro de casa. (c) Los versículos 5b, 6 significan lo siguiente: Sólo las mujeres de mala fama iban descubiertas por la calle, y sólo las esclavas iban rapadas. Por tanto, una mujer decente, como debe ser toda mujer cristiana, debe cubrirse; de lo contrario, que se rape la cabeza, pues más vale aparecer en público como esclava que como ramera. ¿Con qué debe cubrirse? Con el velo que usaban (y todavía usan en algunos lugares) las mujeres orientales. Pero este velo no es la «mantilla» que usan en España las mujeres tanto evangélicas como católicas en los cultos; es un velo más bien espeso y, además, cae por delante hasta cerca de los ojos, como lo da a entender el verbo griego que en estos versículos se usa. (d) La razón por la que el varón no debe cubrirse la cabeza (v. 7) es que él es imagen y gloria de Dios. También la mujer, como ser humano, fue hecha a imagen de Dios, pero sólo el varón es imagen gloriosa de Dios, porque, como dice Hodge, «en cuanto al dominio con que el hombre fue investido sobre la tierra, Adán era el representante de Dios. Él es la gloria de Dios, porque en él se manifiesta especialmente la majestad divina». Cubrirse la cabeza equivaldría, pues, para él a renunciar que se reflejase en su rostro la gloria de tal majestad. En cambio, la mujer está destinada, en lo natural, a reflejar la gloria de su marido, como de aquel a quien está directamente subordinada (v. Ef. 5:22; 1 P. 3:5, 6). (e) El difícil versículo 10 dice textualmente: «Por esto, debe la mujer tener autoridad sobre la cabeza a causa de los ángeles». A la vista del contexto anterior, habríamos de esperar que Pablo dijese, como traducen algunas versiones, «debe la mujer tener señal de sujeción …». Por eso, hay autores que ven en el vocablo «autoridad» (gr. exousían) la dignidad que la mujer adquiere al ir cubierta, y de la que se despoja al quitarse el velo en público. Esta interpretación no cuadra bien con el sentido del contexto. L. Morris adopta una posición intermedia al decir: «Lo que Pablo, pues, quiere dar a entender es que, al cubrirse la cabeza, la mujer asegura su propia posición de dignidad y autoridad. Al mismo tiempo, reconoce su subordinación». (f) Punto aparte merece la frase «a causa de los ángeles». Opinan algunos que el vocablo «ángeles» significa aquí «mensajeros o enviados» de otras iglesias, los cuales se escandalizarían al ver a las mujeres creyentes con la cabeza descubierta. La interpretación más obvia, sin embargo, es la que explica el vocablo en su sentido corriente. Dice M. Henry: «Judíos y cristianos tenían la opinión de que estos espíritus administradores están presentes en sus asambleas». Véanse lugares como Isaías 6:1 y ss.; 1 Pedro 1:12, para mostrar que, en efecto, los ángeles se interesan por lo que ocurre en la iglesia y por la reverencia o irreverencia de los que asisten a los cultos. (g) Queda sólo otro punto difícil de dilucidar, que, en opinión del traductor, es decisivo para la interpretación de toda la porción (vv. 13–15). Para convencer a los corintios de que no está bien que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza (v. 13), el apóstol apela a la naturaleza misma (v. 14). ¿Qué entiende por «naturaleza»? No puede referirse al crecimiento espontáneo del cabello, pues tanto al hombre como a la mujer les crece igualmente el pelo, además de que sólo al hombre le crece la barba, con lo que supera en esto a la mujer. Era una gloria para los nazareos o nazireos dejarse crecer el cabello, y así iría aderezado Juan el Bautista (comp. Lc. 1:15) y muchos entre los griegos, especialmente los filósofos, llevaban largo el cabello. Dice L. Morris: «Ciertamente, esto (lo de llevar el varón el pelo corto) debía de ser la costumbre en el Corinto del primer siglo; de no ser así, nunca habría podido Pablo urgir su apelación de esta manera». En opinión, pues, del traductor, el apóstol se acomoda aquí a las circunstancias de tiempo y lugar; y los argumentos que emplea están también, como es corriente en él, acomodados al punto sobre el que desea insistir. Justo es añadir, sin embargo, que en nuestra sociedad occidental, y hasta bien entrado el siglo XX, el cabello largo ha sido un gracioso ornamento de la mujer (v. 15 «le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello»). El vocablo griego para «velo» no es aquí el mismo de los versículos 4 y ss., sino peribolaion, que significa «envoltura»; es como un bello manto que la envuelve como el gran peplum con que se cubrían las damas griegas y romanas de la alta sociedad. Esto no quiere decir que Pablo dispense del velo a las mujeres que lleven largo el cabello, pues toda su argumentación se vendría abajo al llegar a este punto. No obstante, tras lo que llevamos dicho, es muy problemático que el uso del velo haya de imponerse en nuestras iglesias del occidente y en nuestra época. Versículos 17–22 Más serio es el reproche que los corintios se merecen y que Pablo les lanza por su conducta desordenada durante la observancia de la Cena del Señor. Por eso, aunque antes de tratar sobre lo del velo, les alabó (v. 2), ahora no les alaba (v. 17). Para mostrar la importancia que da al tema que ahora va a tocar, dice «en primer lugar», puesto que, en el resto del capítulo, no se halla ningún «en segundo lugar». 1. El desorden al que Pablo se refiere tiene lugar (v. 18) cuando se reúnen en iglesia (lit.), es decir, como asamblea para el culto, la oración, etc. Pablo lo sabe de oídas. Lo de «y en parte lo creo» nos da a entender que Pablo no incurría en el defecto de una ingenua credulidad, pero tenía motivos más que suficientes para admitir que había mucho de verdad en lo que le habían referido. Las «divisiones» (gr. skhísmata) a que alude son una de las obras de la carne (v. Gá. 5:20), de las que dice que son inevitables (comp. con Mt. 18:7) dada la corrupción de la naturaleza humana, aun en los creyentes, y sirven (v. 19b) «para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados», es decir, los que pasan la prueba de no causar ni secundar divisiones y banderías. 2. El texto sagrado (vv. 20–22) da a entender claramente que, al menos en Corinto, por aquellas fechas, la Cena del Señor (v. 20), es decir, instituida por el Señor y en íntima conexión con la obra del Señor, se celebraba en el contexto de un banquete fraternal de amor cristiano, por lo que se la llamaba ágape (v. 2 P. 2:13; Jud. v. 12), que es el vocablo más elevado para «amor» (v. 1 Jn. 3:1) 3. En estos ágapes, los corintios producían divisiones vergonzosas (vv. 21, 22), no sólo porque cada uno se adelantaba a tomar su propia cena sino porque algunos comían y bebían hasta embriagarse, mientras otros carecían hasta de lo más necesario para su sustento. Con esto se cometían tres pecados graves: (A) Menosprecio a la iglesia, cuya dignidad enfatiza Pablo al añadir «de Dios»; (B) falta de consideración hacia los pobres de la congregación hasta avergonzarles; (C) atentado directo contra la unidad de la iglesia, conforme a lo que Pablo ha expuesto en 10:17. Versículos 23–34 Esto le ofrece a Pablo la oportunidad de exponer cuál es el genuino significado de la Cena del Señor, así como la gravedad del pecado que se comete al celebrarla indignamente. Tenemos aquí una exposición, una admonición y una exhortación. 1. Pablo expone lo que él ha recibido, acerca de la institución de la Cena, de parte del Señor (v. 23). Aunque la preposición apó hace posible el que Pablo recibiese la información a través de los apóstoles que habían asistido a la institución de la Cena; sin embargo, ese yo enfático con que comienza la porción en el original griego, da a entender que lo supo directamente de labios del Señor Jesús. 2. La formulación se parece al relato de Lucas 22:19, 20 más que al de Mateo y Marcos. Los siguientes puntos son dignos de consideración: (A) El versículo 24, conforme a los MSS más fidedignos, dice así a la letra: «Y después de dar gracias (esto es, de pronunciar la bendición acostumbrada), partió (el pan) y dijo: Esto es mi cuerpo el que (es ofrecido) por vosotros (gr. huper humón, a favor vuestro, esto es, por vuestra salvación). Continuad haciendo esto en memoria mía (gr. emén, más fuerte que mou de mí). En dichos MSS no aparece ni el «Tomad y comed» ni el «es partido». Como se ve por el versículo 26, tanto el ofrecimiento de su cuerpo por nuestra salvación, como el derramamiento de su sangre (v. 25) para sellar el nuevo pacto, tienen sentido proléptico, hacia adelante, pues apuntan a la muerte en cruz, la cual se había de llevar a cabo al día siguiente. Eso es muy importante, así como el «haced» (no «ofreced»), pues muestra que la Cena del Señor no es un sacrificio (contra la enseñanza dogmática de la Iglesia de Roma). (B) El versículo 25 no ofrece ninguna discrepancia en los diversos MSS. Es de notar que no dice «Esta copa es mi sangre» o «contiene mi sangre», sino «es (representa) el nuevo pacto en mi sangre», sellado con mi sangre; representa, digo, porque es obvio que la copa no era en sí el nuevo pacto, sino que el nuevo pacto iba a ser sellado mediante el derramamiento de la sangre de la víctima, lo que se iba a llevar a cabo al día siguiente. Nótese, además, que (contra la opinión prejuzgada del jesuita J. Leal) en ningún lugar de toda esta porción (vv. 23–34) se habla de comer el cuerpo o beber la sangre de Cristo, sino de comer el pan y beber la copa, lo que basta y sobra para refutar el dogma catolicorromano de la «transubstanciación». (C) Un pequeño detalle, que puede revestir gran importancia, está en el vocablo «memoria», es decir, recuerdo (gr. anámnesis), que no es el mismo de Hechos 10:4 («mnemósunon», memorial). El primero indica una función del sujeto, mientras que el segundo indica un objeto apto para recordar, un «recordatorio». En el momento en que se cambia el vocablo correcto «memoria» por el incorrecto «memorial», y se hace así del acto un objeto, y de los elementos (el pan y el vino) cosas en sí sagradas, se está en camino de admitir un aspecto sacrificial en la celebración de la Cena. Así es como la Iglesia Anglicana ha llegado ya a dar por bueno «el Sacrificio de la Misa». (D) El versículo 26, con palabras del propio Pablo, no del Señor, expone, concisa y claramente, lo que hay realmente tras el simbolismo de la Cena del Señor: El aspecto principal es un anuncio solemne y continuo (gr. katanguéllete) de la muerte del Señor hasta que venga por segunda vez. Es como una predicación continua del hecho central del Evangelio, predicación que se prolonga en un continuo presente, desde un hecho pasado, consumado de una vez por todas, hasta un futuro seguro y siempre inminente. Los símbolos del pan y del vino nos traen a la mente y al corazón el hecho asombroso, pero real, del insondable misterio del Dios infinito e infinitamente santo hacia las miserables criaturas pecadoras que somos todos los seres humanos. Por eso, la celebración de la Cena del Señor ha de estar animada por una inmensa gratitud y un amor sin límites a nuestro Dios y Salvador, así como a nuestros hermanos, copartícipes de las mismas bendiciones que nosotros. Dice J. Leal: «Esta doble contemplación del Cristo que murió y del Cristo que ha de venir está toda ella animada por el amor. Así, la eucaristía resume los actos de las tres más grandes virtudes: la fe, que recuerda la muerte redentora; la esperanza, que contempla la venida gloriosa; y la caridad, que se recrea en la presencia del Cristo invisible y presente». Naturalmente, los evangélicos consideramos esta «presencia de Cristo» en los elementos de manera muy distinta de la de J. Leal. 3. El peligro de celebrar la Cena indignamente y usarla para fines egoístas: banquetear y dividir a la iglesia (vv. 27–29). Pablo expone la gravedad del pecado y la urgencia del remedio. (A) Conforme vimos en los versículos 21 y 22, el pecado de los corintios en la celebración de la Cena era doble: (a) Comían y bebían hasta embriagarse, con lo que no estaban en condiciones para celebrar de manera digna la Cena del Señor: «no discernían el cuerpo» (v. 29). Aun cuando los mejores MSS no añaden «del Señor», el contexto anterior (v. 27) da a entender que Pablo tenía en mente el cuerpo físico de Cristo, sin perder de vista (b) el segundo pecado que había apuntado en el versículo 22: el menosprecio a la iglesia de Dios, al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, concepto que jamás olvida el apóstol a lo largo de toda la Epístola. «No discernir» significa no hacer diferencia entre una cena ordinaria y la Cena del Señor. (B) Para dar idea de la gravedad de estos pecados, Pablo usa vocablos muy fuertes, tanto en cuanto a la culpa como en cuanto a la pena. Dice (v. 27): «De manera que cualquiera que coma este pan o beba esta copa del Señor indignamente, será culpable (gr. énokhos, reo, como en Mt. 5:21, 22; 26:66; He. 2:15; Stg. 2:10) del cuerpo y de la sangre del Señor», pues no tiene en cuenta las tremendas realidades que los símbolos del pan y del vino representan. Dice L. Morris: «La grandeza del don ofrecido es la medida de la grandeza de la culpa». En cuanto al efecto espiritual del pecado, Pablo dice que «el que come y bebe indignamente …, come y bebe su propio juicio» (gr. krima, ejecución de una sentencia condenatoria; como es obvio, no se trata de perdición eterna). Nótese que el apóstol no manda que el que recibe los elementos sea digno (¡nadie podría acercarse a tal Mesa!), sino que lo haga dignamente, de manera que no desdiga de lo que recibe. (C) El remedio para no incurrir en dicha culpabilidad es (v. 28): «Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y coma entonces del pan y beba de la copa». Nótense estos dos detalles: (a) Cada uno debe examinarse a sí mismo, es decir, escudriñar su propia conciencia para ver si está en condiciones de participar de la Cena del Señor; nadie puede juzgar la conciencia ajena ni impedir, por tanto, que un hermano participe, a no ser que haya sido puesto oficialmente fuera de comunión. (b) El apóstol no dice que si, al examinarse, la persona comprueba que no está en condiciones, se abstenga de tomar el pan y el vino, sino que, después de examinarse, coma entonces del pan y beba de la copa. Esto supone que, si tras el examen de conciencia, halla que está en pecado contra el Señor o contra un hermano o hermana, ha de confesar, arrepentido, su pecado al Señor (1 Jn. 1:9) y prometer reanudar su comunión fraternal con el hermano o la hermana. De este modo, estará en condiciones de participar dignamente de la Cena. Quien no quita el obstáculo que le impide dicha participación NO DEBE ASISTIR A LA CELEBRACIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR; LA ASISTENCIA SIN PARTICIPAR ES ANTIBÍBLICA. Sí puede asistir a la predicación, pero debe, al menos retirarse lejos del grupo de los que participan de la Cena, como deben hacer los que no han ingresado todavía en la membresía de la asamblea. 4. De ahí pasa el apóstol a mencionar los castigos corporales que el Señor dispone a menudo como disciplina drástica contra sus hijos rebeldes (vv. 30–32): El abuso de la Cena había ocasionado enfermedades y aun la muerte de bastantes miembros de la congregación (v. 30); no eran simplemente por causas naturales, sino por la mano paternal del Señor (v. 30). Que se trataba de verdaderos creyentes, se echa de ver por el vocablo que usa para expresar la muerte: «duermen» (comp. por ej., con Mt. 27:52; Hch. 7:60). Éste era el juicio de Dios (v. 31) contra los que participaban de la Cena sin examinar su mala conciencia. Con esta disciplina (tan drástica en bastantes casos, v. 30b), nuestro Padre (v. 32) cumple el objetivo de educarnos (gr. paideuómetha; comp. con la paideia, disciplina, de Ef. 6:4), corrigiéndonos, para que no seamos condenados (gr. katakrithómen, un verbo mucho más fuerte—el mismo de Marcos 16:16—, que el krinómenoi de comienzos de este versículo 32) con el mundo. 5. Pablo termina el capítulo con una exhortación final, que sirve de conclusión a toda la porción sobre la Cena del Señor (vv. 33, 34): En lugar de adelantarse a tomar su propia cena (v. 21), deben esperarse unos a otros (v. 33), para que aquello sea una verdadera «cena», esto es, comida en común (gr. koinet). Y, si alguno tiene hambre (v. 34), coma en su casa. Así no se reunirán para juicio (comp. con el v. 29). Y añade: «Las demás cosas las pondré en orden cuando vaya». Se ve que había otras cosas, dentro del mismo culto, que no estaban en orden; pero lo que ha mencionado en el presente capítulo requería medidas de urgencia. CAPÍTULO 12 Comienza en este capítulo la sección de la Epístola que trata de los dones espirituales o carismas. Aquí, el apóstol, I. considera su origen, su variedad y su uso (vv. 1–11). II. Compara su uso a las funciones de los distintos miembros del cuerpo humano (vv. 12–26). III. Declara que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo (vv. 27–30). IV. Termina con una exhortación a seguir, ante todo, el camino más excelente (v. 31). Versículos 1–11 Esta materia de los dones o carismas espirituales requiere una introducción para comprender bien su naturaleza y alcance, sin extendernos en demasiados detalles, propios más bien de los manuales de Teología. Bastará, por ahora, con lo siguiente: 1) La gracia (gr. kháris) es un don emanado del favor de Dios para la salvación personal de los que creen con fe genuina (v. Ef. 2:8), mientras que los dones (gr. kharísmata) espirituales que aquí se mencionan van directamente encaminados a la edificación de la comunidad, del cuerpo que es la Iglesia. 2) De ahí que la posesión de estos dones no es señal clara de que el que los posee sea salvo, como puede verse por Mateo 7:22, 23 y por los versículos 1–3 del capítulo 13 de esta misma Epístola. Así, pues, una iglesia rica en toda clase de estos dones, como la de Corinto (1:7), estaba llena de carnalidad. 3) Como el propio Satanás puede disfrazarse de ángel de luz (2 Co. 11:14) y la psicología humana es tan complicada, de forma que el propio corazón puede engañar a la persona (Jer. 17:9), es preciso seguir algunas normas seguras de discernimiento de espíritus, para probar si los espíritus proceden de Dios (1 Jn. 4:1). El mismo Juan expone los tres «tests» que sirven para dicha prueba: (A) El «test» de la ortodoxia (1 Jn. 4:3): «Todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no procede de Dios». ¿Se atienen, tanto los dirigentes como los demás miembros de la congregación a todas las verdades enseñadas por la Biblia; en especial, a todo lo que concierne a la persona y a la obra del Señor Jesucristo? ¿Se da o no se da a la predicación del Evangelio y al estudio de la Palabra de Dios el lugar relevante que les compete? (B) El «test» de la conducta (1 Jn. 3:10): «En esto se manifiestan los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica justicia no es de Dios, y tampoco el que no ama a su hermano». No hay cosa peor que usar poderes espirituales y echar mano de afirmaciones ortodoxas para saciar el propio orgullo personal y la satisfacción de la carne (comp. con Col. 2:23; Tit. 1:16). Dijo el Señor que por los frutos los conoceremos (Mt. 7:20). ¿Responden las obras a los dones que dicen poseer? ¿Sirven esos dones para edificación de la iglesia o más bien causan división dentro de ella? (C) El «test» de los métodos empleados (1 Jn. 4:5): «Ellos son del mundo; por eso hablan como del mundo, y el mundo los oye». En especial, hay dos dones, el de sanidades (v. 9) y el de lenguas (v. 10), que requieren un discernimiento especial, por la sencilla razón de que los poderes naturales de la mente (sugestión mediante la voz, el gesto y el ambiente) llegan a producir efectos similares a los que proceden del Espíritu de Dios, como lo ha demostrado abundantemente el psiquiatra inglés W. Sargant en su libro The Mind Possessed. ¿Perdura el cambio efectuado en la persona afectada? ¿Se nota en la práctica un progreso espiritual? ¿Sube el nivel espiritual de la congregación de puertas adentro y en su impacto misionero? Si no se puede responder afirmativamente a estas preguntas, resultan sospechosos los métodos empleados. Con estos prenotandos, pasamos al análisis de la porción. 1. Por la forma con que Pablo comienza la porción, se ve que también aquí responde a preguntas de los corintios (v. 1): «Y en cuanto a los espirituales (lit.), etc.». Es opinión casi unánime que ha de suplirse «dones», conforme al contexto posterior, no «hombres». ¿Qué es lo que Pablo no quiere que los corintios ignoren? (v. 1b). Los versículos 2 y 3 vienen a dar la respuesta, a primera vista, extraña, pero que explica la diferencia entre los fenómenos producidos por el Espíritu Santo y los producidos por los demonios. En el versículo 2, les hace a la memoria que, cuanto eran paganos, se les extraviaba llevándolos a los pies de los ídolos mudos. Sin embargo, allí recibían respuestas por medio de oráculos inventados por los sacerdotes de los ídolos, y allí entraban en trance (como ocurre aún en muchas tribus idólatras, bajo el influjo de los hechiceros, etc.), hasta sentirse poseídos por los espíritus de los dioses, de los antepasados, etc. 2. Esto le lleva, en el versículo 3, a establecer una norma general para distinguir los impulsos del Espíritu Santo de los de los espíritus malignos, pues eran éstos, en definitiva, los que se ocultaban tras los ídolos. Dice J. Leal, sobre el versículo 2: «Parece que Pablo piensa en los extáticos paganos, verdaderas víctimas de los demonios … Los fenómenos extáticos, como tales, no son señal del Espíritu Santo». La norma es que ningún ser humano que hable mal de Cristo puede estar bajo la acción del Espíritu Santo. «Jesús es anátema» (lit.), esto es, «maldito» (comp. con Gá. 3:13) era el grito de los judíos enemigos del Evangelio, como puede deducirse de Hechos 13:45 y lugares parecidos (comp. con el «escándalo» que menciona en 1:23 y Gá. 5:11). Por otro lado, «nadie puede decir. Jesús es el Señor, sino por el Espíritu Santo» (v. 3b). Por supuesto, cualquier incrédulo puede decir: «Jesús es el Señor» de labios para fuera, pero no de corazón y con el poder espiritual que se requiere para que dicha profesión de fe se refleje en la conducta e incluso en el martirio, cuando a los cristianos querían forzarles a reconocer la divinidad del emperador, y que dijesen: Káisar Kyrios: «César es el Señor». 3. Pasa luego, en una formulación que muchos consideran trinitaria (implícitamente), a declarar el origen de los dones espirituales (vv. 4:6). (A) «Hay diferencias de carismas (lit.), pero el Espíritu es el mismo» (v. 4). Como se está refiriendo a los dones espirituales, comienza por el Espíritu, como dispensador directo de todo don (comp. con Ro. 5:5, donde se ve que el propio Espíritu es el gran Don). Dice L. Morris: «Es obvio que los corintios usaban los dones como un medio de fomentar la división. Consideraban la posesión de tales dones como motivo de orgullo y se enfrentaban unos con otros sobre la base de tal o cual don. Pablo insiste en que ésta es una actitud incorrecta. Aun cuando reconoce que hay diversidad en los dones conferidos por el Espíritu, el Espíritu es el mismo. El Espíritu no lucha contra sí mismo». (B) «Y hay diversidad de ministerios (gr. diakonión), pero el Señor (Jesucristo) es el mismo» (v. 5). En la voz diakonía se puede ver que el ministerio en la iglesia es un servicio. Los ministerios se atribuyen a Cristo por ser Él la Cabeza de la Iglesia, y con ello se recuerda a los que ocupan puestos de liderato y responsabilidad en las congregaciones que no son «señores» de la grey (v. 1 P. 5:3), sino servidores, a ejemplo de Aquel que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida (Mt. 20:28). (C) «Y hay diversidad de actividades (energuemáton), pero Dios (el Padre) que efectúa (gr. ho energón) todas las cosas en todos, es el mismo». Unas breves observaciones ayudarán a entender mejor este versículo: (a) El vocablo griego enérgueia es el poder (dúnamis) en acción. Las actividades (mejor que «operaciones», vocablo que se presta a confusiones) concretas, «actualizadas» en cada situación, se expresan en griego con el vocablo enérguema, pues el sufijo ma indica el objeto (como en kríma, sentencia, en contraste con krísis, juicio, la acción de juzgar). (b) Las actividades a que Pablo se refiere aquí son sobrenaturales, en virtud de los dones del Espíritu. En ellas actúa, pues, directamente el Padre, quien actúa (gr. energueí) en nosotros tanto el querer como el hacer para nuestra salvación (Fil. 2:12, 13). A Él se debe el efectuar milagros (v. 10, comp. con Jn. 14:10, 11, entre otros lugares de Juan). 4. Después de afirmar que cada uno recibe para provecho común el don respectivo con el que se manifiesta el poder del Espíritu Santo en la comunidad eclesial, el apóstol da una lista de nueve dones (la lista no es exhaustiva; comp. con el v. 28): (A) «Habilidad de hablar con sabiduría» (v. 8) tiene relación con la penetración profunda en las verdades de la fe, mientras que la «habilidad de hablar con conocimiento (mejor que «ciencia», término que resulta hoy ambiguo) tiene que ver con la capacidad de adquirir información correcta sobre las verdades bíblicas y de exponerlas con claridad y precisión a los oyentes, aunque Arndt y Gingrich hacen notar que Pablo asocia el vocablo gnósis con misterios, revelaciones y profecías (v. 13:3; 14:6). En todo caso, el término no tiene nada que ver con la «gnosis» de las religiones mistéricas y del teosofismo. (B) Después de este par de dones que dicen relación especial con la mente de quienes ejercen el ministerio de la Palabra (van en cabeza por ser los más importantes; comp. con los del v. 28), vienen tres que se relacionan directamente con la acción: «fe» (v. 9), no la fe que justifica, sino la que «traslada montañas» (comp. con 13:2), es decir, una seguridad sobrenatural de que la persona sirve a Dios de instrumento para obrar maravillas; «dones de sanidades»; el plural indica, quizá, que no todos poseían el mismo don para las mismas enfermedades; «actividades de poderes» (lit. v. 10), es decir «el don de efectuar milagros». El griego expresa el elemento de «poder», y por eso se usa con frecuencia en los casos de milagros llevados a cabo por Jesús. (C) Vienen después un par de dones relacionados con una especie de inspiración divina, tanto para profetizar (v. 10b) que, en el capítulo 14, adquiere especial relevancia, pues sirve «para edificación, exhortación y consolación» (14:3), como para discernir los espíritus (v. 10c), don que, en la primitiva Iglesia, cumplía una función necesaria en casos difíciles, especialmente antes de que el canon del Nuevo Testamento estuviese completo. Aunque todo creyente disfruta, en alguna medida, de este don (v. 1 Jn. 2:20, 27; 4:1), tiene aquí un sentido específico. (D) Finalmente, vienen dos dones realmente extraordinarios y que guardan íntima conexión entre sí (v. 10, al final): el don de lenguas y el de interpretación de lenguas. El don de lenguas de que aquí se habla no debe confundirse con el milagro de Hechos 2:4 y ss., en que los apóstoles hablaban en su propia lengua, el arameo, y los oyentes les entendían cada uno en la suya propia. Dice L. Morris: «El don del que habla Pablo no servía para que los demás pudiesen entender mejor al que hablaba, sino tal que ni el mismo que hablaba se entendía a sí mismo. El sentido de Pablo parece ser el de expresiones pronunciadas como en éxtasis, en lenguaje desconocido y bajo la influencia del Espíritu. Después de este don, Pablo habla de la interpretación de las lenguas. Éste era el don por medio del cual Dios hacía inteligible lo que había quedado oculto a todos en las expresiones extáticas a las que acabamos de referirnos» (el subrayado es suyo). 5. En el versículo 11, Pablo declara que todas estas cosas tan diversas (nótese el hetero, que da paso a especie distinta, delante de «fe», así como de «géneros de lenguas», en contraste con el állo, otro de la misma especie, que precede a los demás dones) las efectúa uno solo y el mismo Espíritu (lit.), lo que pone de relieve la unidad de propósito en Dios, y por tanto, la unidad que ha de mantener la iglesia en el uso de los dones, por diversos que éstos puedan ser. El Espíritu es el que «los distribuye a cada uno en particular, según su designio» (v. 11b, NVI). «Ese cada uno en particular, dice Morris, es una advertencia de que Dios nos trata como a individuos», es decir, no como a una masa amorfa. LA CONSECUENCIA PRÁCTICA DE TODO ESTO ES QUE TODO MIEMBRO DE IGLESIA POSEE ALGÚN DON (en el Cuerpo no hay miembros inútiles) Y ES DEBER DE LOS PASTORES RECONOCERLO, ANIMARLO Y UTILIZARLO. Versículos 12–26 El apóstol compara ahora la iglesia con un cuerpo humano, a fin de inculcar mejor a los corintios la necesidad de mantener la unidad dentro de la diversidad de dones y de personas dotadas de esos dones. 1. Un cuerpo humano (v. 12) tiene muchos y diferentes miembros, pero los muchos miembros de un mismo cuerpo hacen un solo cuerpo. Así también Cristo. Por el contexto, no cabe duda de que esta concisa frase ha de entenderse en el sentido de que la Iglesia es un Cuerpo en que Cristo es la Cabeza que confiere al Cuerpo unidad, vida y movimiento. 2. El versículo 13 explica cómo se hace una persona miembro del Cuerpo de Cristo: «Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados para formar (lit. hacia) un solo cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu». Son muchos los autores que comparan este bautismo con el de Hechos 2:4, lo cual es un grave error (v. el comentario a dicho lugar). El Día de Pentecostés, fue Cristo (Hch. 2:33) quien bautizó con el Espíritu Santo a los reunidos en el Aposento Alto, los cuales ¡ya eran creyentes y, por tanto, salvos! Aquel fue un bautismo de poder. Aquí, en cambio, es el Espíritu Santo, en su función regeneradora, el que nos bautiza sumergiéndonos en Cristo, es decir, incorporándonos a la Iglesia que es su Cuerpo, como lo expresa la preposición griega eis, que es preposición de movimiento. Téngase en cuenta que Pablo pensaba en hebreo, idioma muy escaso en preposiciones; por eso, la preposición griega en, que aparece en la primera frase del versículo, equivale a la hebrea be, que aquí le daría el único sentido posible de por. Romanos 6:3 y ss. nos aclaran el sentido del versículo presente, al entender bautismo en sentido espiritual, del que el bautismo de agua es símbolo, pero no instrumento de regeneración espiritual. Los dos verbos de este versículo están en aoristo pasivo, de una vez por todas. La comparación del versículo 13b con Juan 7:37–39, nos aclara todavía más que Pablo se refiere al momento en que, por fe, recibimos al Señor y, con Él, el sello del Espíritu Santo (v. Ef. 1:13). 3. Los versículos 14–26 constituyen una ilustración sencillísima y muy apropiada, sin dificultades para todo buen estudioso de la Escritura. (A) La diversidad de miembros en el cuerpo no es cosa accidental, sino que pertenece a la esencia misma del organismo, que requiere la pluralidad de miembros (vv. 14, 19), lo mismo que la diversidad de las funciones orgánicas (vv. 15–21). La función del ojo es distinta de la del oído (v. 16) y de la de la mano (v. 21). La del pie es también distinta de la de la mano (v. 15) y de la cabeza (v. 21b), etc. Cada miembro del cuerpo tiene su particular forma, lugar y función (vv. 18, 19), pero todos forman parte del mismo cuerpo (vv. 15–17) y todos se necesitan unos a otros (v. 21). No sería difícil aplicar a cada miembro de la iglesia las respectivas funciones que aquí se mencionan, pero nos expondría a dejarnos llevar demasiado por la imaginación (mejor dicho, por la fantasía). Únicamente mencionaremos la aguda observación del Crisóstomo de que el pie no se compara con el ojo, sino con la mano (v. 15), por lo que comenta L. Morris: «Estamos inclinados a tener envidia de los que nos aventajan un poco, más bien que de los que pertenecen notoriamente a diferente clase». (B) La mutua necesidad de miembros de parecida «categoría», por así decirlo, es tan obvia que no resulta difícil reconocerla. El ojo del supervisor o epískopos reconoce fácilmente la necesidad de la mano del diácono, del pie del evangelista y de la oreja del anciano consejero, pero es más difícil ver la necesidad que se tiene de miembros débiles y menos decorosos (vv. 22, 23): los pobres, los que desconocen la maraña de la exégesis y de la teología, etc. Pero estos hermanos resultan, a veces, más necesarios que los exegetas. Cuando se desgastan las paredes de la capilla, por ejemplo, la aportación del hermano decorador es más urgente que la del maestro de la Escuela Dominical. Y, como tenemos cuidado en cubrir decorosamente los miembros menos decorosos, también debemos vestir con afecto y consideración especiales a los hermanos que, por causas físicas o mentales, no atraen de suyo la simpatía o hasta ponen a prueba la paciencia. (C) La mutua pertenencia al mismo Cuerpo de Cristo que es la Iglesia exige que cada miembro comparta los gozos y los pesares de los demás (v. 26, comp. con Ro. 12:15). Esto sucede espontáneamente y con toda naturalidad en el organismo humano. ¿Qué ocurre, por ejemplo, si se nos clava una espina en el pie? Los ojos se inclinan de inmediato sobre el miembro lastimado y las manos acuden enseguida a sacar la espina y aplicar el remedio conveniente. ¿Es ésta la solicitud que mostramos con respecto a los problemas y las aflicciones de nuestros hermanos en Cristo? Ciertamente tenemos aquí materia abundante para un detenido examen de conciencia. Versículos 27–31 1. El apóstol hace brevemente la aplicación general, al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, de la ilustración que ha empleado, basada en la unidad y variedad del organismo humano. (A) Resume concisamente la relación que guardan los creyentes con Cristo, y unos con otros (v. 27): «Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno por su parte». La relación que cada uno guarda con Cristo-Cabeza hace que cada uno guarde una relación de co-miembro con todos los demás. (B) Expone la variedad de ministerios y oficios instituidos por Cristo. Dice Pablo que Dios los puso (el mismo verbo de Jn. 15:16) en la iglesia, porque Dios el Padre es el que designa y hace el llamamiento (comp. con 1:1), mientras que el Espíritu distribuye los dones (vv. 4, 7, 8), y Cristo regala (v. Ef. 4:11) a la Iglesia los ministros llamados por el Padre y dotados por el Espíritu. La lista es distinta de la de los versículos 8–10, pues allí se hablaba de dones, y aquí se habla de personas que poseen los dones y los ejercen. Nótense los siguientes detalles: (a) A los dones (los primeros) de sabiduría y conocimiento para exponer rectamente la Palabra (v. 8), corresponden aquí (v. 28), también a la cabeza de los demás, y numerados explícitamente («primero, segundo, tercero»), por orden de dignidad e importancia (comp. con Ef. 4:11), tres ministerios: «Apóstoles, profetas y maestros». Es probable que el vocablo apóstoles incluya aquí, además de los Doce, a Pablo y otros siervos de Dios que colaboraban en la evangelización y en la fundación de iglesias (Bernabé, Timoteo, Tito, etc.). Los «pastores» de Efesios 4:11 entran, en parte, en los maestros de aquí, y en parte también, en los equipados con dotes de gobierno. (b) El resto de la lista del versículo 28, encabezados, no por un «cuarto», sino «después», lo que da idea de que estaban subordinados a los tres géneros de ministerio mencionados primeramente, así como su carácter secundario, accesorio, para edificación de la iglesia, NO APARECEN YA EN FORMA PERSONAL, sino impersonalmente, de la forma siguiente: «después poderes (don de hacer milagros, comp. con v. 10), después carismas de sanidades, ayudas, gobernaciones, géneros de lenguas» (lit.). (c) No se citan aquí los dones de discernimiento de espíritus (v. 10b), pues se le supone en los apóstoles y en los profetas (v. por ej. Hch. 5:3 y ss.; 14:9; 16:18), ni el de interpretación de lenguas (v. 10c), pues se le supone incluido en el don de lenguas. De este último dice M. Henry: «El último de todos estos dones en lugar y rango es la diversidad de lenguas. Es, de suyo, el menos útil y el menos importante de todos estos dones. Los corintios se daban a sí mismo excesivo valor a causa de este don … Es cosa demasiado corriente que los hombres se den a sí mismos el más alto valor en lo que tiene menos valor». (d) Por «ayudas» (gr. antilémpseis), parece darse a entender el don de ciertos hermanos con capacidad especial para asistir a pobres y enfermos de la congregación, dispensándoles el necesario consuelo y aun la ayuda económica en la forma más discreta y, al mismo tiempo, más llena de calor y afecto cristiano. (e) Por «gobernaciones», es decir, dotes de gobierno, se entiende los líderes de la congregación, los que ejercen el pastorado en forma de ancianos o sobreveedores. Aunque es un oficio digno de toda honra y consideración, nótese su colocación ¡en penúltimo lugar!, mientras que el ministerio de la Palabra está, personalmente, entre los primeros (concretamente, el tercero). El vocablo griego procede de kubernétes, con el que se designaba al piloto de una nave. (C) Por medio de una serie de preguntas (vv. 29, 30), el apóstol hace ver que no todos los miembros de la congregación poseen todos los dones; en otras palabras: De la misma forma que el Espíritu reparte los dones a cada uno en particular según su voluntad (v. 11), también ha de contentarse cada uno con el don que de Dios ha recibido, de forma que lo use con la mayor diligencia posible y sin envidiar los dones de los demás hermanos. Por cierto, lo de «¿acaso hablan todos en lenguas?» es algo que no puede esgrimirse como argumento contra los hermanos de la denominación pentecostal y a favor de la restricción que tal expresión parece indicar dentro de los fenómenos carismáticos, pues dichos hermanos lo conectan, no con este versículo ni con el tema del capítulo 14, sino con Marcos 16:17 y Hechos 2:4. Ahora bien: En cuanto a Marcos 16:18, véase el comentario a dicho lugar. Sólo hemos de añadir que muchos, y muy santos, creyentes han muerto envenenados y mordidos por serpientes y otras alimañas. Por lo que tal versículo (que, además, no figura en los mejores MSS) no puede aplicarse a todos los creyentes ni a todas las épocas. Con respecto a Hechos 2:4, compárese con Hechos 10:46; 19:6, así como con Hechos 8:17, aunque aquí no se dice explícitamente, el fenómeno comportaba una finalidad particular: mostrar que, en todos esos casos, los que recibían ese don formaban parte de la comunidad de creyentes sobre los que, el día de Pentecostés, había descendido el Espíritu Santo. Con todo, permítaseme hacer tres observaciones (no exijo que todos compartan mi opinión; este tema no debería fomentar la división entre los creyentes sinceros de distintas denominaciones): Primera: Este fenómeno, como otros también extraordinarios, cooperaba a la expansión del Evangelio en una época en que el canon del Nuevo Testamento no estaba redactado, ni completado ni admitido con seguridad por todos (v. a este respecto, el comentario a 13:8). Segunda: El fenómeno exigiría la llenura del Espíritu Santo. Pero no todos los creyentes son llenos del Espíritu Santo; de lo contrario, no podrían existir creyentes carnales. El sello del Espíritu se imprime sobre todos los creyentes (Ef. 1:13; 4:30), pero el sello se distingue claramente de la llenura (v. Ef. 5:18). Tercera. Nadie puede dudar de que ha habido, y hay, muchísimos siervos de Dios y de eximia espiritualidad, llenos realmente del Espíritu Santo, de quienes no consta que hablasen jamás en lenguas. Muchos de los que actualmente viven no pertenecen a la denominación pentecostal. Recuérdese, sobre todo, lo que dijimos al comienzo del presente capítulo. 2. El apóstol finaliza este capítulo con una especie de «indirecta», que, en realidad, es una exhortación a desear celosamente los dones mejores (v. 31), es decir, los que más aprovechan para la edificación de la iglesia. Pero hay todavía algo mejor, indispensable, que los mejores dones: «Y yo os voy a mostrar todavía un camino más excelente» (v. 31b). El griego kath’ hyperbolén da a entender claramente que el amor (v. todo el cap. 13) es el camino (es decir, el modo de conducirse) por excelencia, no para obtener los mejores dones, como algunos opinan, sino para la necesaria espiritualidad personal, como vamos a ver en el capítulo siguiente. CAPÍTULO 13 El apóstol describe ahora ese camino por excelencia que es el amor, I. muestra su absoluta necesidad (vv. 1–3); II. describe sus propiedades (vv. 4–7); III. muestra cuánto aventaja a los mejores dones y a todas las demás gracias, no sólo por su calidad, sino también por su duración (vv. 8–13). Versículos 1–3 En estos versículos, el apóstol muestra qué quería decir al mencionar el camino más excelente; se refería al amor en su sentido más elevado. Es conveniente recordar que el griego tiene tres vocablos que designan tres clases de amor: éros, que designa el amor de algo apetecible; en especial, el amor entre un hombre y una mujer; philía, que es el amor de amistad; y agápe, que designa el amor de absoluta generosidad, por el que se busca el bien del amado por encima de todo interés o provecho del amante. Este amor es característico de Dios (Jn. 3:16; 1 Jn. 3:1; 4:8, 16), y a éste se refiere Pablo en este capítulo en cuanto que es como una participación del amor de Dios, pues con él amamos a Dios y al prójimo como se debe amar. De este amor dice aquí Pablo que es indispensable, ya que, sin él, los más gloriosos carismas no sirven para nada al sujeto que los posee. 1. Sin él, nada sirven las lenguas (v. 1): «Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, vengo a ser como bronce que resuena o címbalo que retiñe». Pablo se refiere aquí al don de lenguas y, para designarlo con la mayor extensión posible, lo expresa en forma de lenguas de hombres y de ángeles. Pablo usa el verbo ekhéo (de donde viene «eco») para designar el sonido, con toda probabilidad, de una especie de «gong» (más bien que de una trompeta); y el verbo alalázo, para describir el tañido continuo, fuerte y áspero de un timbal. Con ello, da a entender que, sin amor, todo lo que se diga, ya sea en el uso extático del don de lenguas, ya en la más elocuente exposición de la Palabra de Dios, no es otra cosa que ruido huero e inútil. 2. El apóstol pasa después a referirse a los dones relacionados con el conocimiento (v. 2): «Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia (la suma de toda sabiduría divina y humana), y si tuviese tanta fe como para trasladar montañas (el mismo don de 12:9; comp. con Mr. 11:23), pero no tengo amor, nada soy». Nótese que no dice «poco soy» sino «nada soy». Comenta Morris: «La elección del vocablo es muy impresionante». 3. De ahí pasa a los dones que se relacionan con la generosidad llevada hasta los últimos extremos (v. 3): «Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve (es decir, no gano nada con eso. NVI)». Pablo no puede expresar en términos más claros y explícitos lo indispensable del amor y lo inútiles que, sin él, resultan las dos «virtudes» que más se han apreciado a lo largo de los siglos: la generosidad, llevada hasta el extremo de desprenderse, de una vez por todas (el verbo está en aoristo), de todos los bienes de fortuna para darlos a los pobres; y el martirio, «entregar el cuerpo» (la misma expresión de Dn. 3:28) para ser quemado, es decir, una muerte atroz y voluntaria, pero que no procede de un amor verdadero a Dios o al prójimo. Dice L. Morris: «Una persona puede poseer un sentido tal de dedicación a un alto ideal, que esté dispuesta a entregarse a una muerte tan dolorosa como ésta, pero, si carece de amor, de nada le aprovecha». Si el corazón no nos arde de amor, nada ganaremos con que nuestro cuerpo sea reducido a cenizas en pro de la verdad. Versículos 4–7 Vemos ahora algunas de las excelentes propiedades del amor genuino. 1. «El amor es paciente» (v. 4), es decir, sabe soportar los males y las injusticias que provienen de la maldad de los hombres (ése es el sentido del vocablo griego), al confiar en la protección de Dios. 2. «Es servicial», esto es, trata al prójimo con amabilidad y con benignidad, y aprovecha todas las oportunidades para hacer el bien a los semejantes. 3. «El amor no tiene envidia», no siente celos ante el bien del prójimo, sino que se alegra de que los demás disfruten de los mayores y mejores bienes de toda clase. 4. «No es jactancioso, no se engríe.» Las dos ideas son afines. En el primer vocablo, vemos un verbo que no vuelve a salir en las Escrituras y viene a designar algo así como una «bolsa llena de aire», por lo que se parece mucho al «engreírse», que ya vimos en 4:6; 8:1. El segundo es como la exteriorización vanidosa del orgullo interior. El amor huye de estas actitudes, pues es amigo de la modestia y de la humildad. 5. «No hace nada indecoroso» (v. 5) se refiere, no sólo a una conducta decente, sino también ordenada y cortés con los demás; no hace nada fuera de tiempo ni de lugar. 6 «No busca lo suyo» (lit.); es decir, no busca su propio interés, su propia utilidad, al contrario de lo que le ocurre al egoísta (v. 10:24 y, por contraste, Fil. 2:21). El verdadero amor es directamente lo contrario del egoísmo. 7. «No se irrita.» Donde arde la llama del amor, no se encienden fácilmente las llamas del furor; y, si llegan a encenderse de pronto, no tardan en apagarse. El verbo que Pablo usa es de la misma raíz que el vocablo que emplea Lucas para «tirantez» en Hechos 15:39. 8. «No toma en cuenta el mal» es decir, no ve malas intenciones en los dichos y hechos de los demás, ni guarda resentimiento en el fondo del corazón. El verbo se usaba para anotar cuentas en un libro del «haber» y el «debe», y expresa muy bien la inclinación del amor a olvidar las injurias recibidas y a no tener en reserva ningún sentimiento de revancha. 9. «No se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad» (v. 6). El paralelismo antitético que Pablo establece en este versículo, nos ayuda a entender mejor el sentido del vocablo «verdad» aquí: lo genuino, lo bueno, lo justo (comp. con Jn. 14:6; Ef. 4:21; 2 Ts. 2:10, 12). Cuando esta verdad triunfa y se regocija, el amor se regocija juntamente con ella, mientras que le entristecen las injusticias, las violencias, las maldades de todo género que suelen figurar, con grandes letras, en los epígrafes de los diarios y en los primeros lugares de los demás medios de comunicación. Eso que tanto interés suele suscitar en la mayoría, sólo tristeza le produce al amor. 10. «Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (v. 7). ¡Qué bello programa en cuatro brevísimas frases! El primer verbo comporta la idea de «cubrir». El amor «cubre», oculta (comp. con Pr. 10:12; Stg. 5:20; 1 P. 4:8, aunque el verbo es distinto) y excusa, en cuanto es posible, las faltas del prójimo. El verbo admite también, como en 9:12, la idea de «callarse y soportar las inconveniencias provenientes de la inconsideración ajena», y así lo entienden algunos aquí también. «Todo lo cree» no indica excesiva credulidad, sino todo lo contrario: no cree fácilmente lo malo que se dice de los demás, sino que se inclina a fiarse de los demás (éste es el sentido) y a no ver mal en el prójimo, mientras no sea notorio el mal (y aun así, resulta aventurado juzgar las intenciones). Cuando la maldad ajena no puede negarse, el amor todo lo espera, es decir, no pierde la esperanza de una enmienda, de una recuperación moral o espiritual. «Rehúsa tener por definitivo el fracaso», dice L. Morris. Y, mientras tanto, aun en el caso de que las esperanzas parezcan fallidas, no se rinde, todo lo soporta (gr. hupoménei): con fortaleza activa, cristiana, pone decididamente el hombro bajo las más adversas circunstancias. «Es la persistencia del soldado que, en lo más recio de la batalla, no desmaya, sino que continúa repartiendo mandobles a diestro y siniestro con todo vigor» (Morris). Versículos 8–13 En estos versículos, el apóstol pone de relieve una cualidad absolutamente propia, exclusiva, del amor: su perpetuidad. Cuando todo lo demás, aun los dones más excelentes y las más eminentes virtudes, haya cesado, el amor perdurará por toda la eternidad, porque es lo mayor. 1. Compara primero la perpetuidad del amor con la transitoriedad de los carismas más significativos: el don de profecía, el de lenguas y el de conocimiento (v. 8): «El amor nunca cae (es decir, nunca se acaba. Comp. con Cnt. 6:8). Mas; ya (sean) profecías, quedarán desvirtuadas (según el sentido primordial del verbo katarguéo, reducir a la impotencia), es decir, caerán en desuso; ya (sean) lenguas, cesarán; ya (sea) conocimiento, quedará desvirtuado (el mismo verbo katarguéo), es decir, se desvanecerá». Ésta es la traducción literal del versículo. Por el contexto posterior, quedan pocas dudas de que esta cesación se refiere al momento de la Segunda Venida del Señor. Cuando estemos en la presencia del Señor, no habrá necesidad de profetas ni de locuciones extáticas e ininteligibles. Por otra parte, el conocimiento actual que ahora poseemos de las cosas espirituales palidecerá ante la venida de lo perfecto (v. 10). En efecto, nuestro conocimiento es ahora parcial (v. 9): conocemos en parte, no porque conozcamos sólo una parte, sino porque lo que conocemos, lo sabemos todavía imperfectamente (comp. con el v. 12), mientras que en parte profetizamos, es decir (con la mayor probabilidad), el don de profecía sólo parcialmente nos da un atisbo de la verdad oculta en el misterio, con lo que «el profeta, lo mismo que el sabio, sólo recibe de Dios un parcial atisbo de la verdad» (Morris). Esta idea se halla desarrollada en 1 Pedro 1:10–12. Cuando el plan de Dios llegue a su consumación, lo que es en parte quedará fuera de uso (v. 10b. De nuevo, el verbo katarguéo). Al ser, pues, el sentido escatológico el más obvio en toda esta porción resulta demasiado aventurado sacar del versículo 8 un argumento apodíctico contra la opinión de los hermanos pentecostales a favor de la continuación de los carismas en la época actual. Digo «apodíctico», pues tampoco quiero negar cierta probabilidad a la opinión de hermanos tan competentes en la exposición de la Palabra como Trenchard y Ryrie. Dice éste en nota al versículo 11: «Hay estadios de crecimiento dentro del presente tiempo imperfecto antes del regreso de Cristo. Después del comienzo de la Iglesia, hubo un período de inmadurez, durante el cual se necesitaban dones espectaculares para el crecimiento y la autenticación (He. 2:3, 4). Al quedar completo el Nuevo Testamento, y con el crecimiento de la madurez de la Iglesia, desapareció la necesidad de tales dones». 2. Pablo ilustra con una comparación tomada de la vida humana ese contraste entre lo parcial y lo perfecto que expuso en los versículos 9 y 10: «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; mas cuando me hice hombre, dejé a un lado lo que era de niño» (v. 11). Los niños pequeños (gr. néplos) tienen nociones muy confusas acerca de las cosas y, de acuerdo con sus nociones, se expresan y razonan también confusamente, sin tino ni precisión. Pero al hacerse adultos, abandonan con toda naturalidad dichas nociones y se ríen de ellas. Para el verbo «dejé a un lado», Pablo usa de nuevo el verbo katarguéo (por cuarta vez en pocos versículos), en el sentido de que tenía decidido no hacer uso de las nociones infantiles. Los dos verbos están en pretérito perfecto («me he hecho hombre … he dejado a un lado»), e indica que el proceso no fue instantáneo, sino progresivo (contra la opinión de L. Morris, que ve en el perfecto katérgueka una muestra de que Pablo «puso a un lado las cosas infantiles con decisión y finalidad», es decir, definitivamente). 3. El versículo 12 muestra, mediante la conjunción gar («porque»), que el versículo 11, lo mismo que este versículo 12, se refieren a la Segunda Venida del Señor: «Porque ahora vemos mediante un espejo y en enigma (lit.; es decir, de manera borrosa), mas entonces (veremos) cara a cara; ahora conozco en parte (comp. con el v. 9), mas entonces conoceré perfectamente, así como fui perfectamente conocido» (lit. Comp. con 8:3). Hay aquí varios detalles dignos de especial observación: (A) Los espejos antiguos eran de metal pulido, por lo que no reflejaban las imágenes con la misma perfección que los espejos de azogue que ahora tenemos; de ahí que Pablo use la metáfora del espejo, no sólo para dar a entender el modo «indirecto» de ver las cosas celestiales en esta vida, sino también la oscuridad que la visión actual de tales cosas comporta. (B) Pablo añade que entonces, cuando el Señor regrese, veremos cara a cara. ¿A quién? Los catolicorromanos tienen por «dogma» la visión facial, directa e intuitiva, de la esencia divina. Algunos hermanos mal informados (¡y son muchos, aun entre los expertos!) ven aquí, como en otros lugares, una alusión a la visión de Dios (el Padre) en el cielo. Esto contradice a toda la Escritura, especialmente a 1 Timoteo 6:16. No cabe duda, por todo el tono de la porción (comp. con 1 Jn. 3:2–4), así como por el contexto general de la Escritura, que Pablo se refiere a la visión facial del Señor Jesucristo. Dice la versión Las Grandes Nuevas (NVI), en nota a este versículo: «Todo el que conozca la mentalidad cristocéntrica de Pablo, no dudará de que se refiere a la visión del Señor (comp. con 2 Co. 5:6–8; 1 Jn. 3:2)». (C) Del ver, pasa Pablo en la segunda parte del versículo 12, al conocer. En la vida presente, nuestro conocimiento de Dios y de las cosas celestiales es imperfecto; pero, tras el paso a la eternidad, nuestro conocimiento será perfecto (en este sentido intensivo ha de tomarse el verbo compuesto epiguinosko); como dice M. Henry: «¡Oh glorioso cambio! ¡Pasar de la oscuridad a la luz, de las nubes al claro resplandor solar del rostro de nuestro Salvador, y ver la luz en la propia luz de Dios! En lo mejor, es únicamente el crepúsculo mientras estamos en este mundo; allí será día perfecto y eterno». 4. Finalmente (v. 13), el apóstol termina el capítulo con las frases siguientes: «Lo permanente es, pues, fe, esperanza y amor estas tres cosas juntas. Pero la más excelente de ellas es el amor» (NVI). Con esta versión, el versículo gana enormemente en claridad, a la vez que hace entera justicia al sentido del original. Merece un análisis especial: (A) Aunque la conjunción griega de, que indica una especie de secuencia, suele traducirse por «mas» (adversativa suave, en vez de «pero»), aquí es clara la idea de resumen o conclusión, como la interpreta la NVI. (B) Es muy de notar que el original coloca delante de la tríada «fe, esperanza, amor» (sin artículo en ninguna de las tres) el verbo ménei, permanece, en singular. Aun cuando esto es correcto gramaticalmente (lo mismo que en latín y castellano), al concertar el verbo, en singular, con el sujeto siguiente, el contexto posterior («estas tres cosas») da a entender que la intención del apóstol es tomarlas en conjunto, como algo que en la vida del creyente va sólidamente coligado (v. Ro. 5:2–5; Gá. 5:5, 6; Col. 1:4 y ss.; 1 Ts. 1:3; 5:8; He. 6:10–12; 1 P. 1:21 y ss.; etc.). (C) Al apóstol no le preocupa ahora ni el valor «salvífico» de estas tres gracias, ni si una es raíz de otra, ni si el amor permanecerá por toda la eternidad (lo cual es cierto, a la vista del versículo 8; aunque incluso aquí la comparación podría ser entre el amor y los dones que se enumeran a continuación) mientras la fe dará paso a la visión (comp. con 2 Co. 5:7; He. 11:1), y la esperanza a la posesión (comp. con Ro. 8:24). El capítulo 13 no es un paréntesis, no es una especie de delicioso «sandwich» entre los capítulos 12 y 14, sino que ha de entenderse en conexión con ellos (v. 11:31). Como comenta L. Morris: «En vista del aprecio que los corintios sentían por lo espectacular, él (Pablo) les dice: Las cosas realmente importantes no son “lenguas” y cosas por el estilo, sino fe, esperanza y amor. Y no hay nada tan grande como el amor». La importancia de dicha tríada está, pues, en que, más que ninguna otra gracia y más que ningún otro carisma, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. (D) Una última observación: Si se admite que el verbo ménei indica una permanencia eterna, no sólo del amor (lo cual está fuera de duda), sino también de la fe en forma de «confianza», y de la esperanza en forma de «expectación» progresiva, como lo hacen Hodge y Trenchard, entonces quedará demostrada, sí, la importancia mayor de la tríada sobre los demás dones y gracias, pero ya no podrá esgrimirse contra los hermanos pentecostales el argumento de que las lenguas, etc., cesaron ya después de completado el canon del Nuevo Testamento, mientras que la fe y la esperanza permanecen hasta el retorno del Señor. La única conclusión que podría sacarse, ante los verbos katarguéo y paúsomai del versículo 8, es que los carismas son de carácter temporal (mientras se edifica la Iglesia), mientras que la fe, la esperanza y el amor son de carácter eterno. CAPÍTULO 14 Este capítulo se divide en dos partes: I. Superioridad de la profecía sobre el don de lenguas (vv. 1–25). II. Normas prácticas para el recto uso de los dones (vv. 26–40). Versículos 1–25 Puesto que los corintios daban un valor exagerado al don de lenguas, el apóstol muestra aquí la superioridad del don de profecía sobre el de lenguas. Dicha superioridad se funda en tres cualidades: 1) claridad (vv. 2, 3). El que profetiza es entendido por todos; el que habla en lenguas, ni él mismo se entiende; 2) edificación (v. 4). «El que habla en lenguas, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia». 3) testimonio (vv. 24, 25). Recordemos que el don de lenguas consiste «en emitir sonidos ininteligibles y palabras incoherentes durante un estado extático» (Leal). Aunque en ningún lugar dice el texto sagrado que las lenguas sean desconocidas (el unknown de la A.V. inglesa y lo de «extraña» de la RV anterior a la edición de 1977 no están en el original), el contexto, y el mismo carácter de dicho carisma muestran que no se trata de idiomas hablados en la tierra, pues de éstos podría darse una interpretación no carismática. 1. Al conectar con el último versículo del capítulo anterior, Pablo comienza exhortando a los fieles de Corinto a «procurar alcanzar el amor» (v. 1. Lit. perseguir el amor), lo que nos da idea de que el ejercicio del amor es algo que ha de procurarse con persistencia y continuidad, como algo que nunca se acaba de completar. 2. Pasa luego (vv. 1b–5) a instruirles acerca de la superioridad del don de profecía sobre el de lenguas. No les prohíbe el uso de los demás dones (antes les anima a desearlos con celo,—v. 1b—), pero de manera especial les exhorta a ejercitar el don de profecía, ya que (v. 2) el que habla en lenguas, se dirige a Dios y (v. 4) se edifica a sí mismo, mientras que el que profetiza, edifica a la iglesia (v. 4), pues (v. 3) «habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación». Este último vocablo es la única vez que aparece en todo el Nuevo Testamento y comporta la idea, no sólo de consuelo, sino también de estímulo o incentivo. El mejor don es el que mayor bien produce. Para que no se le interprete mal, el apóstol expresa su deseo de que todos, si fuese posible (comp. con 12:30), hablasen en lenguas (v. 5), hasta el punto de mandarles que no impidan hacerlo (v. 39b), pero todavía desea más que profetizasen, a no ser que el que habla en lenguas pida poder para interpretarlas (v. 5b, comp. con el v. 13). 3. Explica luego esta superioridad de la profecía sobre las lenguas. (A) Poniéndose a sí mismo por ejemplo (v. 6): ¿De qué provecho les sería él mismo si, en lugar de instruirles de modo inteligible, fuese a ellos para gastar el tiempo hablando en lenguas? (B) Lo ilustra luego (vv. 7–11) con el uso de instrumentos musicales: Si la flauta o la cítara (v. 7) se tocan de tal forma que no hay modo de distinguir lo que se toca ¿cómo podrá alguien disponer los pasos del dance? Y si la trompeta (v. 8) del corneta militar da un toque confuso ¿cómo sabrán los soldados si el general da orden de ataque o de retirada? Así también, si sólo hay un hablar en lenguas ininteligibles (v. 9), será como hablar al aire; es decir, en vano (comp. con el «golpear al aire» de 9:26). Será también (vv. 10, 11) como una conversación entre dos extranjeros, en la que ninguno de los dos entiende ni una sola palabra del idioma del otro. (C) Pablo no pierde nunca de vista el objetivo de toda la Carta: la edificación de la iglesia (v. 12), la cual se obtiene con algo inteligible, tanto en la oración (vv. 14, 15a), como en el canto de alabanza y acción de gracias (vv. 15b–17), no con algo que no pueda entenderse. Se contrasta en todos estos versículos el espíritu con la mente (gr. nous), que la RV vierte por «entendimiento». El espíritu designa aquí «la parte más íntima del hombre, posiblemente la parte afectiva del alma, donde actúa el Espíritu divino, que da el carisma del don de lenguas» (Leal), mientras que mente o entendimiento designa la facultad con la que nuestro espíritu piensa, razona, se da cuenta de lo que la persona piensa y dice, y le permite controlarse (comp. con el v. 32). (D) En el versículo 16, así como en los versículos 23 y 24, vemos el vocablo griego idiótes. Este término, del que procede el castellano «idiota», no tenía en su origen el significado de necio o imbécil que ha venido a dársele, sino (de ídios, propio, privado) el de persona sin rango, no iniciada, no perteneciente a determinado grupo, etc. Por todo el contexto posterior se colige que tales personas eran individuos que no se habían entregado al Señor y, por tanto, no podían participar de las ordenanzas, etc., pero estaban interesados en el Evangelio y asistían a las reuniones de los cristianos. Por eso, cuando de ellos se dice que no podrán decir «Amén» (v. 16) o que pensarán, como los incrédulos, que los creyentes están locos (v. 23), no es porque los miembros de la congregación entiendan lo que ellos no entienden, sino porque son ellos precisamente los que necesitan ser ganados para Cristo (vv. 24, 25), lo cual no se logra con expresiones extáticas, sino con enseñanzas inteligibles. (E) Para dar a entender, una vez más, que Pablo no desprecia el don de lenguas, dice que da gracias a Dios (v. 18) por poseerlo y usarlo más que todos ellos; pero (añade en el v. 19) en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento (esto es, inteligibles), para instruir también a otros, que diez mil palabras en lenguas. En conexión con esto, exhorta con afecto («Hermanos», v. 20) a los fieles de Corinto a no ser niños en el modo de pensar (comp. con 13:11; Ef. 4:14; He. 5:12, 13), sino en la malicia, pero maduros en el modo de pensar. El griego dice a la letra en la segunda frase del versículo 20 «sed (o actuad como) niños pequeños en la malicia», ¡en eso es en lo que no deben crecer, pero sí en el modo de pensar, hasta saber discernir con toda madurez entre lo realmente importante y lo secundario! (F) El versículo 22 podría ocasionar confusión si se le compara con el contexto posterior, al que parece contradecir, pero su conexión está en el v. anterior. En el versículo 21, el apóstol cita de Isaías 28:11, 12, donde se habla de los judíos que se negaban a creer al profeta cuando les anunciaba la invasión de los asirios, gente de lengua extraña (Is. 28:11) para el pueblo de Israel. Esto les sería por castigo de Dios. Aun con este texto como trasfondo (y, quizás, precisamente a causa de ello), el versículo 22 es muy difícil de entender, pues no se sabe a ciencia cierta qué quiere dar a entender aquí Pablo por «señal» ¿señal de castigo para los incrédulos en general, como interpreta L. Morris? Me resulta duro admitirlo, si tenemos además en cuenta la forma tan libre que tiene Pablo de acomodar las citas del Antiguo Testamento. ¿Señal de juicio para los que no creen (de entre los judíos), como parafrasea Trenchard? Me parece fuera de contexto y de objetivo. «La explicación más satisfactoria, dice Hodge, es tomar la palabra señal en el sentido general de cualquier indicación de la presencia divina». Yo añadiría el adjetivo «extraordinaria» a lo de «indicación de la presencia divina». Así se evita interpretar señal como juicio o castigo y se le da un sentido favorable, como lo exige el paralelismo con la segunda parte del versículo 22: «pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes», los cuales no necesitan señales extraordinarias, sino instrucción edificante. Con esta interpretación coincide en el fondo la que da el propio M. Henry (es decir, sus sucesores) del versículo 22 (aunque lo desconectan del v. 21): «El don de lenguas era necesario para la extensión del cristianismo. Era apropiado e intentado para convencer a los incrédulos … Para que los dones se usen rectamente, es menester conocer los fines que están destinados a servir. Lanzarse a la conversión de los infieles habría sido una vana empresa sin el don de lenguas, pero, en una asamblea de cristianos, sería del todo improcedente». (G) El crédito y la reputación de las asambleas requería preferir el don de profecía al de lenguas. Si sus ministros, o los demás que interviniesen en los actos del culto a Dios, hablasen un lenguaje ininteligible, y entrasen incrédulos en el local, concluirían (v. 23) que los asistentes estaban locos. ¿Qué clase de religión es la que da de lado al sentido común y al entendimiento? ¿No aparecería entonces el cristianismo ridículo a los ojos de los paganos? En cambio, si, en lugar de hablar en lenguas, se interpreta y expone fielmente la Escritura, un incrédulo o un asistente inconverso, pero interesado en el Evangelio, puede quedar convicto de pecado (vv. 23, 24) y llegar a la conversión. El ministerio no fue instituido para hacer ostentación de dones, sino para salvación de almas. Versículos 26–33 1. El apóstol encabeza esta nueva sección con un «¿Qué, pues hay, hermanos?» (v. 26), como si dijese: «¿Cómo van las cosas entre vosotros?» O, quizás, «¿Qué conclusión sacaremos de todo esto?» Por el contexto posterior, se ve que dicha frase no tiene precisamente el tono de reproche, pero sí de amonestación. Pablo da por bueno (v. 26b) que cada hermano ejercite el don que posee, con tal de que todo se haga para edificación, lo que requiere paz y orden, sin confusión (comp. con vv. 33 y 40). Lo de «Cuando os reunís» (comp. con 11:18) indica reunión cultual y oficial de la asamblea. 2. En los versículos 27–32, Pablo da normas para que se guarde el debido orden en el ejercicio de los dones: (A) El don de lenguas podían ejercitarlo tres a lo sumo, por turno, con tal de que hubiese quien las interpretase; de lo contrario, no debía usarse en la asamblea (vv. 27, 28). (B) Asimismo, los que profetizasen no debían pasar de tres (v. 29). Los demás debían discernir en silencio si lo que se decía era o no procedente del Espíritu de Dios. Cabía el caso de una revelación urgente (v. 30), hecha a algún hermano que estuviera sentado; en este caso, el que estaba hablando debía ceder paso a dicho hermano. (C) A nadie se le había de impedir que se expresase en instrucciones provechosas (v. 31), pero con el debido autocontrol, porque (v. 32) los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas. Ésta es la versión más probable del versículo. Su sentido es: «Las actividades espirituales de los profetas están bajo el pleno control de los profetas. Ningún verdadero profeta puede exigir que se le oiga con el pretexto de que está bajo un poder sobre el que no tiene control» (Ryrie). En otras palabras, el que ejerce el don del Espíritu no es una máquina, sino un ser racional con la facultad de controlar sus reflexiones y sus modos de expresarse.(D) Todo esto podría dar la impresión de que no es el Espíritu Santo el que actúa, sino que han de ser los creyentes los que de algún modo controlan la acción del Espíritu Santo. No hay tal cosa. Lo que Pablo pone como razón para que todas estas manifestaciones del Espíritu sean puestas a prueba y ejercitadas para edificación de la iglesia, es (v. 33) que «Dios no es Dios de confusión, sino de paz». Por consiguiente, un ejercicio de los dones que se lleve a cabo de forma desordenada, sin control por parte de los que los ejercitan, al perturbar la dignidad del culto de adoración a Dios y causar confusión a propios y extraños, no puede ser manifestación del Espíritu de Dios, sino ostentación de la carnalidad del espíritu humano, si no es que está allí obrando el diablo, el cual aprovecha las cosas más santas para hacer todo el daño que puede. Dentro de la responsabilidad de los guías de la congregación está velar para que no se produzcan dichos desórdenes y detenerlos si llegan a producirse. Versículos 33b–35 Según aparece en nuestras versiones, la segunda parte del versículo 33 hace mejor sentido si se une con el versículo 34. Pablo establece así una norma general, practicada en todas las iglesias de los santos. Por ella (vv. 34, 35), se prohíbe a las mujeres cristianas hablar en las congregaciones (lit. iglesias). Apela el apóstol a la Ley, es decir, a Génesis 3:16, como primer mandato de sumisión de la mujer al marido. Especifica (v. 35) que si las mujeres quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos, porque le es indecoroso, dice, a la mujer (lit.) hablar en la iglesia. Para «indecoroso», Pablo usa el mismo vocablo de 11:6. Nótese que Pablo dice «en las iglesias» (lit.), es decir, cuando la comunidad eclesial se reúne como tal en culto público de adoración a Dios, estudio y predicación de la Palabra, observancia de las ordenanzas, etc. A la luz de 11:5 y de 1 Timoteo 2:11, 12, se puede asegurar que lo que el apóstol prohíbe aquí es que la mujer ejerza, en una congregación ya organizada con los necesarios ministerios y los convenientes oficios, y en las reuniones públicas de la congregación como tal, el ministerio de la Palabra, o que se tome la libertad de emitir juicios o hacer preguntas. Podría objetarse: ¿Y qué harán las viudas y las solteras, que no tienen marido a quien preguntar en casa? Seguramente que pueden preguntar a algún hermano capaz de darles respuesta conveniente. Dentro de esta prohibición, según opinión del traductor y de la mayoría de los hermanos estudiosos de las Escrituras, no entra el orar y profetizar en la asamblea, ni tampoco se prohíbe ofrecer algún reportaje misionero, testimonio personal de conversión, etc. Por supuesto, las hermanas pueden dar palabra de instrucción en las reuniones de mujeres, sea cualquiera el lugar donde se celebren, así como en la Escuela Dominical y en comunidades de tipo misional que todavía no están plenamente organizadas como «iglesias», donde no hay varones suficientemente equipados para trazar rectamente la palabra de la verdad (2 Ti. 2:15). Versículos 36–40 1. En el versículo 36, vemos un reproche que parece indicar, en conexión con el contexto anterior, que el desorden al que acaba de referirse se practicaba en la iglesia de Corinto, contra la voluntad del Señor (v. 37) y contra la costumbre de las demás iglesias (v. 33b). De ahí, esa pregunta retórica, cuyo sentido aparece más claro aún en la NVI: «¿O es que pensáis que la palabra de Dios tuvo su origen en vosotros, o que vosotros sois los únicos que la habéis recibido?» Como si dijese irónicamente: «¡Quizá vosotros sois los únicos que conocéis a fondo las Escrituras! ¡Tal vez sois vosotros los que tenéis la exclusiva del Espíritu Santo!» 2. Que ésta era la intención de la pregunta de Pablo, se ve por el versículo 27: «Si alguno se cree profeta o espiritual (es decir, dotado de un carisma que le pone en “hilo” directo con el Espíritu Santo), que se de perfecta cuenta, en las cosas que os escribo, de que del Señor son mandamiento (el mismo vocablo de Jn. 10:18c; 1 Jn. 4:6)». Adrede he traducido literalmente el versículo, a fin de que se advierta la posición enfática en que coloca Pablo el vocablo «Señor». Pablo había recibido por revelación directa de Dios lo que había transmitido a los corintios (2:10) y ellos mismos habían sido engendrados en Cristo, injertados en Cristo, por la predicación de él (4:15). ¿Y se atrevería alguno de ellos a contradecirle y desobedecerle en nombre del Espíritu? PABLO ESTABLECE AQUÍ UNA NORMA QUE TODO CREYENTE SINCERO DEBE ADMITIR: EL ESPÍRITU DE DIOS NO PUEDE IR CONTRA LA PALABRA (¡EL VERBO!) DE DIOS. POR CONSIGUIENTE, TODA MANIFESTACIÓN «ESPIRITUAL» QUE NO VAYA DE ACUERDO CON LA ESCRITURA, ES ESPURIA. 3. El versículo 37 ofrece en los MSS diferentes lecturas del segundo verbo. La más probable es agnoétai, «es ignorado», conforme traduce la NVI: «Y si alguno se hace el ignorante, también él será (lit. es) ignorado». Este versículo dice relación a lo que antecede. Parafrasea J. Leal: «Si no reconoce en mi precepto la autoridad de Dios, en esto no se revela él como inspirado por Dios y yo no lo reconozco como carismático». 4. Los versículos 39 y 40 son un resumen con el que Pablo concluye y urge todo lo que ha dicho en la porción: «Así, pues, hermanos míos, aspirad a tener el don de profecía y no impidáis el hablar en lenguas. Pero todo debe hacerse de una manera decorosa y ordenada» (NVI). CAPÍTULO 15 Aquí, el apóstol, I. establece la certeza de la resurrección de nuestro Salvador (vv. 1–11). II. Se pone a refutar a los que negaban la resurrección de los muertos (vv. 12–19). III. Lo hace basándose precisamente en la realidad histórica de la resurrección del Señor (vv. 20–34). IV. Responde a una objeción y aprovecha la oportunidad para mostrar el gran cambio que se llevará a cabo en los cuerpos de los creyentes el día de su resurrección (vv. 35–50). V. Declara también la transformación que experimentarán los creyentes que vivan cuando suene la trompeta final (vv. 51–57). VI. Concluye con una seria exhortación a todos los creyentes a perseverar en la práctica del bien (v. 58). Versículos 1–11 En este capítulo, el apóstol se dedica a establecer la doctrina de la resurrección de los muertos, que algunos de los corintios negaban paladinamente (v. 12). Al negar la resurrección, renunciaban a un glorioso futuro personal, lleno de inefables recompensas. Pablo comienza con un compendio o quintaesencia del Evangelio que él predicaba. Con respecto a este Evangelio, obsérvese: 1. Cuán grande es el énfasis que en él pone (vv. 1, 2). Eso era lo que constantemente predicaba él. Ese era el Evangelio que los corintios habían recibido, pues no hay otro Evangelio. No era ninguna enseñanza nueva, extraña. Ése era el fundamento firme de su posición como creyentes (v. 1), y sobre ese firme pavimento caminaban seguros por la senda de la salvación (v. 2. El verbo está en presente continuativo de la voz pasiva: «vais siendo salvos»). Esta salvación era una realidad en ellos, si retenían la palabra que Pablo les había predicado (de la que formaba parte del núcleo la creencia en la resurrección), pues, si la negaban, era señal de que habían creído en vano (v. 2b, comp. con v. 17); su fe no habría sido genuina, salvífica. Negado el núcleo del Evangelio, todo el edificio de la salvación cae por tierra. No hay salvación en el nombre de Jesús, a no ser sobre la base de la fe en su muerte y en su resurrección. 2. Cuál es ese evangelio al que Pablo se refiere: Es aquella enseñanza que el apóstol les había transmitido en primer lugar (v. 3); es decir, «como algo de la mayor importancia» (NVI). Era doctrina del más alto rango, las verdades fundamentales y más necesarias. La muerte y resurrección de Jesucristo son los dos hechos sobre los que, como sobre dos robustas y firmísimas columnas, se sostiene el edificio de las verdades evangélicas y la fe de todo el que se salva. 3. Esta doctrina es corroborada: (A) Por las predicciones del Antiguo Testamento (vv. 3b, 4): «Que Cristo murió (aoristo) por nuestros pecados conforme a las Escrituras; y que fue sepultado (prueba de que estaba realmente muerto), y que resucitó (lit. ha resucitado, en perfecto continuativo) al tercer día conforme a las Escrituras» (v. Is. 53:5–12, comp. con Sal. 16:8 y ss.; Mt. 16:21; 26:24; Lc. 24:25–27; Jn. 2:21 y ss.; Hch. 2:22, 31; 8:32 y ss.; 17:2 y ss.; 26:22 y ss.). (B) Por el testimonio de muchos testigos de primera mano, quienes habían visto al Señor después de su resurrección de entre los muertos. Tantos ojos, en tantos lugares, y en diferentes tiempos, daban testimonio fehaciente del gran milagro (v. 11). Eso es lo que todos los testigos habían atestiguado, y eso era lo que los propios corintios habían creído. (a) Entre los testigos, enumera Pablo (v. 5) primeramente a Pedro (v. Lc. 24:34), a quien suele llamar Cefas, pues ése es el sobrenombre que le puso el Señor (Jn. 1:42), después a los Doce (Lc. 24:36). «Después (v. 6) se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales la mayoría viven aún, pero algunos ya se durmieron», es decir, ya se habían muerto. No sabemos si Pablo se refiere a la aparición mencionada en Mateo 28:16 y ss. o si es alguna otra de la que sólo tenemos el informe que aquí nos da el apóstol. Dice L. Morris: «Es obviamente de la mayor importancia, pues en ninguna otra ocasión pudo una cifra tan alta de personas testificar del hecho de la resurrección». De la aparición a Jacobo, el hermano del Señor (v. 7), no sabemos nada más. Pablo vuelve a mencionar (v. 7b) otra aparición a los Doce (Lc. 24:50). (b) En último lugar, menciona el apóstol la aparición que el Señor se dignó otorgarle a él. Veamos cómo expresa literalmente el original los tres versículos en que Pablo da cuenta de este suceso que tanta importancia tenía para él como testigo de la resurrección del Señor: «Y al último de todos, tal como al feto abortivo, se dio a ver (lit. fue visto) a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles, que no estoy cualificado (gr. hikanós, el mismo vocablo de 2 Ti. 2:2, entre otros muchos lugares) para ser llamado apóstol, por cuanto perseguí a la iglesia de Dios; mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia, la que a mí (me fue otorgada), no cayó en el vacío (lit. no fue hecha vacía), sino que más abundantemente que todos ellos me puse a trabajar con ardor (aoristo ingresivo), mas no yo (solamente), sino la gracia de Dios en unión conmigo». En esta porción, hay varios detalles que merecen ser analizados Primero, el vocablo para «feto abortivo» es éktroma, que puede indicar aquí dos cosas: 1) La forma repentina, como antinatural, con que Pablo había sido, no sólo convertido, sino entrado a formar parte del grupo de los apóstoles; 2) como un insulto (así se empleaba con frecuencia dicho vocablo griego), ya fuese por su mala presencia física (comp. con 2 Co. 10:10), ya fuese por considerarle incompetente (comp con el v. 10) para ejercer el ministerio apostólico Dice J. Leal: «El artículo que precede (al vocablo) podría indicar que algunos habían echado en cara a Pablo su origen apostólico de segundo plano Segundo, la gracia que, por tres veces, menciona Pablo en el versículo 10 no es «la gracia de la salvación» (así aplican erróneamente muchos este versículo), sino «la gracia del apostolado» (comp. 1:1, con Ro. 1:1, 5; 12:3), es decir, el poder que Pablo había recibido como consecuencia del llamamiento de Dios al ministerio apostólico, siempre como fruto del favor, de la benevolencia especial, de Dios Tercero, este poder de Dios en Pablo no actuaba automáticamente, por sí solo, sino mediante la cooperación ardua, afanosa, del apóstol. Por eso dice que dicha gracia en él no cayó en el vacío. Y para que nadie pensara que Pablo se atribuía a sí mismo la eficacia que su labor apostólica tenía, se apresura a especificar: «mas no yo, como si en mí mismo se originara ese poder, sino la gracia de Dios (que está) conmigo». Nótese que no dice: «sino con la gracia de Dios», sino que dice: «sino la gracia de Dios conmigo». Para entender bien esta frase, es de notar que en griego hay dos preposiciones que significan «con» y otras dos que significan «sin». Las dos primeras son sun, que significa «en unión con» (ésa es la que tenemos aquí) y metá, que significa «en compañía de». Las otras dos son khorís, que indica «separación de» (la contraria de sun; por eso, la usa el Señor por la pluma de Juan en Juan 15:5, versículo con el que se ilumina la frase que analizamos) y áneu, que indica «sin la compañía» o «sin la intervención» de alguien, y es la contraria de metá. Lo que Pablo, pues, expresa en esa frase es que la gracia poderosa de Dios era como la «despensa inagotable» de la que él sacaba constantemente fuerzas para proseguir su trabajo. ASÍ, PUES, DE ESTE VERSÍCULO NO SE PUEDE SACAR NINGÚN ARGUMENTO A FAVOR DE LA COOPERACIÓN DEL ALBEDRÍO HUMANO EN LA OBRA DE LA SALVACIÓN PERSONAL. Versículos 12–19 «Pero si se predica (conexión con el v. 11) de Cristo que resucitó de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?» (v. 12). El apóstol presenta un hecho bien atestiguado, incontestable, el de la resurrección de Jesucristo. 1. En efecto (v. 13), «si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó». En efecto, una negación de carácter universal incluye, en buena lógica, todos los casos particulares. 2. Pero si se niega el hecho de la resurrección de Cristo, queda vana (lit. vacía) la predicación apostólica del Evangelio, y queda también vana (lit. vacía) nuestra fe. Es decir, la resurrección de Cristo tiene, junto con su valor histórico (de ahí, el poder destructor del modernismo), un valor apologético, porque sobre ella había fundamentado el propio Señor la validez definitiva de su testimonio, y los apóstoles la prueba testifical y el contenido nuclear de su predicación; y un valor de causalidad eficiente con respecto a la justificación del que cree (comp. con Ro. 4:25b), pues sin ella la muerte de Cristo es una derrota a manos del pecado, no un triunfo sobre la muerte que en el pecado tiene su aguijón. Así, pues: (A) Los versículos 3–11 están dedicados a establecer el hecho histórico de la resurrección de Jesucristo: Había sido profetizado ya en el Antiguo Testamento y había sido avalado por una gran multitud de testigos de primera mano, que habían visto vivo al Señor después de haber muerto y haber sido sepultado. (B) Los versículos 12–16 están dedicados a establecer el valor apologético de la resurrección de Cristo, ya que sin ella queda vacía de contenido, de testimonio verídico, la predicación apostólica (vv. 14–16), con lo que la fe de los oyentes sería una necia credulidad, pues carecería de realidad sustancial (comp. con He. 11:1), de hypóstasis. (C) Los versículos 17–19 establecen la causalidad eficiente de la resurrección del Señor con respecto a la salvación de los creyentes. El apóstol usa en el versículo 17, para decir que nuestra fe sería vana, un vocablo distinto del usado en el versículo 14; en el versículo 14 usa kené, vacía, es decir, sin contenido fiable; en el versículo 17 usa mataia, necia, es decir, inútil y sin valor alguno. Por eso añade: «aún estáis en vuestros pecados» (v. 17b). ¡Sin perdón de pecados, sin regeneración espiritual, sin Cristo y sin esperanza! «Entonces (v. 18) también los que durmieron en Cristo (la frase indica que Pablo está hablando en hipótesis), han perecido», se han perdido para siempre (el verbo es el mismo de Jn. 3:16b). (D) El versículo 19 ha de leerse como en la RV. 1977, a fin de evitar la confusión sintáctica, y la peor confusión espiritual que algunos de los lectores (como me consta,—nota del traductor—) han sentido: «Si solamente en esta vida tenemos puesta nuestra esperanza (lit. estamos habiendo esperado) en Cristo, somos los más dignos de lástima de todos los hombres». En este versículo tenemos condensadas las siguientes enseñanzas bíblicas: (a) Una persona que no resucita se ha perdido. Las Escrituras no hablan de la salvación del alma, sino de la salvación de la persona. (b) El adverbio mónon, solamente, está en el original al final de toda la frase, para dar a entender que «si a eso se reduce todo: a poner nuestra esperanza en Cristo en esta vida temporal, terrenal, somos unos desgraciados, dignos de lástima». (c) ¿Por qué serían los creyentes los más dignos de lástima de todos los hombres, si su esperanza en la vida eterna que Cristo prometió a los suyos resultase fallida, al no haber resucitado Él mismo? La razón es obvia y muy sencilla (véanse los vv. 30–32): Los no creyentes, ante la muerte, tienen el consuelo de dar rienda suelta a sus pasiones y apetitos mientras viven: «comamos y bebamos, porque mañana moriremos» (v. 32b), es decir, «ya que la vida es corta, saquémosle todo el jugo posible». Pero el creyente frena sus pasiones, controla sus apetitos, pasa por dificultades y padece persecuciones precisamente por la fe en el Señor y la esperanza que ha puesto en Él para vida eterna. Esta esperanza es la que inclina la balanza, con su eterno peso de gloria, y torna sumamente liviano el platillo donde se hallan las dificultades que el creyente tiene que arrostrar precisamente por ser creyente (v. Ro. 8:18; 2 Co. 4:17; 1 P. 1:6, 7; 4:13). Versículos 20–34 El apóstol establece aquí la verdad de la resurrección de los que durmieron en Cristo. 1. Lo hace basado en la resurrección del Señor (v. 20): Cristo resucitó como primicias de los que durmieron. Alude así a Levítico 23:9–14 (v. el comentario a dicho lugar). Así como la dedicación de los primeros frutos comportaba, de alguna manera, la consagración del resto de la cosecha, así también la resurrección del Señor comportaba la de todos los que habían muerto en sus brazos, los que durmieron en Cristo (v. 18). 2. Pablo ilustra este argumento y establece un paralelismo (vv. 21, 22) entre el Primer Adán y el Postrer Adán: Por el primero, entró la muerte en el mundo (comp. con Ro. 5:12); por el segundo, la resurrección y la vida (comp. con Jn. 11:25). Por nuestra unión congénita con la primera cabeza de la raza humana, todos morimos en la muerte de Adán, como todos pecamos por el pecado de Adán. Por nuestra unión, por fe, con la segunda cabeza, Cristo, todos los que nos unimos a Él, en Él somos vivificados. Como advierte L. Morris, el todos de este versículo tiene probablemente dos diferentes sentidos en las dos mitades. En la primera mitad, se refiere a toda la humanidad, pues todos están en Adán. Pero en la segunda mitad está más limitado, aplicándose a todos los que están en Cristo. El versículo no favorece en modo alguno al universalismo. En Adán, todos los que han de morir, mueren; en Cristo, todos los que han de vivir, viven». La razón, en efecto, de esta diferencia es muy sencilla: Al grupo de los que están en Adán, pertenecemos por nacimiento; al de los que están en Cristo, no se pertenece por naturaleza (v. Jn. 1:12, 13), sino por gracia, la cual no se aplica a todos, sino sólo a los que creen (Ef. 2:8). 3. El apóstol establece cierto orden (vv. 23, 24a) en la resurrección de los que durmieron en Cristo (no se pierda esto de vista, pues no se trata en todo el capítulo de la resurrección de los condenados). Para los amilenaristas, el versículo resulta difícil. (Todo el cap. es del traductor.) (A) Notemos que, para «orden», Pablo usa el vocablo griego tágma, término militar para designar las distintas filas de soldados en formación. Esto indica que hay tres estadios, como tres «filas» en la resurrección de los justos. (B) Estas tres filas están aquí mencionadas tras los términos griegos aparkhé (primicias), épeita (después) y eita (luego). (a) «Primicias, Cristo» (lit.), dice al establecer dicho orden (v. 23b). Si se tiene en cuenta que las primicias de la cosecha no constaban sólo de una espiga, sino de un manojo, me parece probable que el apóstol se refiera, no sólo a la resurrección del Señor, sino también (v. Mt. 27:52, 53) a los que parece ser que resucitaron al mismo tiempo que Él y subieron después con Él al cielo, como haciéndole escolta (comp. con Ef. 4:8). (b) «Después, los que son de Cristo, en su venida» (v. 23c). Esto hace referencia a la Venida de Cristo por los suyos (comp. con 1 Ts. 4:13–18). (c) «Después, el fin» (v. 24). No cabe duda de que aquí se implica una tercera resurrección de los justos. La duda está en el tiempo preciso en que esta tercera fase ha de llevarse a cabo. El contexto posterior da a entender que será al término del milenio, como asegura Ryrie. De Isaías 65:20, no se puede argüir ni a favor ni en contra de la muerte de justos durante el milenio; pero, aun así, quedan por resucitar otros justos después del arrebatamiento de la Iglesia: ¡los que hayan muerto durante la Gran Tribulación, los cuales, según Apocalipsis 7:9 y ss., forman una multitud innumerable! 4. En el resto del versículo 24, así como en los versículos 25–28, el apóstol declara que, una vez que hayan sido suprimidos todos los obstáculos que se oponían al establecimiento del reino, del dominio de Cristo sobre todas las cosas (comp. con Sal. 110:1; He. 10:13), Cristo entregará el reino al Dios y Padre (v. 24). La mención de la muerte (v. 26, comp. con Ap. 20:14) como el último de los enemigos que serán suprimidos (el apóstol usa el tan conocido verbo katarguéo, hacer inoperante), sugiere a L. Morris la idea de que con el término «enemigos, Pablo tiene en mente, no hombres malignos, sino poderes malignos». Cuando todos estos enemigos hayan sido sometidos y, de este modo, el Señor Jesucristo haya adquirido el dominio de hecho (comp. con Lc. 4:6) sobre todas las cosas (vv. 27, 28a, comp. con Sal. 8:6; Fil. 3:21; He. 2:8), «también el Hijo mismo se someterá al que (al Dios y Padre del v. 24) le sometió a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos». En otras palabras, y para evitar posibles confusiones, LA FUNCIÓN MEDIATORIAL (1 Ti. 2:5) QUE EL HIJO DE DIOS ASUMIÓ PARA LA SALVACIÓN DE LA HUMANIDAD HABRÁ CUMPLIDO SU OBJETIVO. Dios el Padre lo será todo para todos sin necesidad del «camino» (Jn. 14:6; He. 10:20). Así como todas las cosas tienen su origen en Dios, así también todo lo redimido volverá a Él: los santos tendrán íntima comunión con Él, bajo el mismo techo (comp. con Ap. 21:3), sin que nada ni nadie pueda ya impedir ni empañar esa gloriosa comunión con Dios. No hay aquí nada del panteísmo hindú ni siquiera del llamado «panenteísmo» de Teilhard de Chardin. 5. El versículo 29 presenta a los intérpretes gran dificultad: ¿Qué quiere decir Pablo con eso de «los que se están bautizando (lit.) por (gr. huper o hyper) los muertos»? Se han dado de esta frase muchas y muy variadas interpretaciones. Dice Leal: «Algunos han contado hasta 30». De todas ellas, sólo tres merecen consideración, aunque ninguna de las tres tiene garantía absoluta de acertar. (A) Según la opinión que durante muchos siglos tuvo el favor de los expositores, se trataría de casos en que un creyente ya bautizado se bautizaba por segunda vez en lugar de un catecúmeno que hubiese fallecido sin cumplir la ordenanza que simboliza la muerte y la resurrección con Cristo. Pablo citaría esta práctica sin, por eso, aprobarla. Ni la Historia ni la Escritura dan pie para que esta opinión sea fidedigna. (B) Según la opinión que Ryrie tiene como más probable, se trata de personas recién convertidas que se bautizaban para llenar así el vacío que dejaban en la congregación los que se iban muriendo. «Esta explicación, dice Trenchard, es más sentimental que doctrinal, de difícil comprensión como punto fuerte del argumento del apóstol en este lugar.» (C) Bullinger apunta una solución interesantísima, pero que exige una corrección en la puntuación que el texto griego tiene en la actualidad, al tener en cuenta que los primeros MSS carecían de puntuación. El versículo 29 habría de puntuarse del modo siguiente: «¿Qué lograrán los que se bautizan? ¡Por los muertos (se bautizan), si en ninguna manera los muertos resucitan!» Como si dijese: «Es como si parasen en meros cadáveres; están muriendo cada día (v. 31), perecen en la muerte (v. 18) y son así los más dignos de lástima de todos los hombres (v. 19)». Al comparar con Romanos 6:3 y ss., se advierte todavía mejor este sentido: El creyente se sumerge con Cristo en la muerte. Si no hay resurrección, se queda en cadáver, pues pierde la vida anterior sin surgir a una nueva vida. La preposición hupér o hypér tiene, pues, aquí el sentido de «objeto de interés», como en otros lugares (por ej., 2 Co. 1:6 «para vuestra consolación»). Esta opinión, seguida también por W. E. Vine y otros, es la que menos dificultades ofrece, y explica bien el sentido del texto dentro del contexto. Para entenderla bien, ayuda no poco tener en cuenta que los versículos 20–28 forman una especie de paréntesis, por lo que el versículo 29 debe leerse después del 19 para mejor captar el sentido dentro de esta interpretación. 6. El apóstol continúa arguyendo en favor de su tesis, mostrando el absurdo que representaría la conducta de quienes sufren por Jesucristo. (A) Sería una necedad (v. 30) estar expuesto a tantos peligros. «Cada día muero», dice (v. 31b), esto es, vivo en constante peligro de muerte. La frase va, en el original, al comienzo del versículo, con lo que, al unirse al final del versículo 30, se nota mejor el énfasis de Pablo: «Lo juro, hermanos, por vuestra gloria (la de Pablo en los corintios, comp. con 4:15), la que tengo en Cristo Jesús, nuestro Señor» (lit.). Es probable que la «lucha contras las fieras en Éfeso» (v. 32) haya de entenderse en sentido figurado y que se refiera al incidente de Hechos 19:23 y ss. «Como hombre» significa «según aquellas miras e intereses que determinan la conducta de los hombres en general» (Hodge). (B) Sería mucho más cuerdo aprovecharse de las comodidades y de los goces que ofrece la vida presente si no existe la resurrección a otra vida mejor, la vida eterna. Si hemos de morir como los animales, mejor es vivir también como los animales. ¿Para qué privarse de los goces de los mundanos y arrostrar las dificultades y los peligros de los cristianos, si no hay otra vida? Sin la creencia en la resurrección, la pauta más sensata de conducta es la que Pablo cita de Isaías 22:13 (v. 32b): «Comamos y bebamos, porque mañana moriremos». 7. El apóstol cierra esta sección con una advertencia, seguida de una exhortación y de un reproche. (A) La advertencia está tomada, con toda probabilidad, de un refrán popular, de donde la había tomado casi cuatro siglos antes el poeta griego Menandro: «Las malas compañías (mejor que «conversaciones») corrompen las buenas costumbres». Al que antepone Pablo la siguiente seria advertencia: «¡No os dejéis engañar!» (el verbo está en pasiva). Se refiere Pablo, conforme al contexto, al peligro que se corre si no se evita la compañía y la conversación de los que negaban la resurrección de entre los muertos. El error y el vicio son contagiosos. (B) Les exhorta después a romper definitivamente con el pecado, y entrar en razón como quien despierta después de haberse embriagado (v. 34): «Retornad a vuestro sano juicio, como es vuestro deber. Y no sigáis pecando» (NVI). Si participamos en la esperanza gloriosa de la resurrección futura, hemos de sacudirnos los malos hábitos y no dar oídos a cantos de sirena de los viciosos. (C) Algunos de ellos merecían claramente este reproche (v. 34b): «Pues hay algunos que continúan con su desconocimiento de Dios; para vergüenza vuestra lo digo» (NVI). El desconocimiento del verdadero carácter de Dios está siempre en la raíz de todo pecado y de todo error acerca de las cosas celestiales y, por tanto, también de la falta de fe en la resurrección. Los que conocen a Dios saben que es un Dios fiel y amoroso, que no olvida nuestra fatiga ni nuestra paciencia, que no permite que nuestro trabajo sea en vano (comp. con v. 58). Versículos 35–50 Es probable que, entre los que negaban la resurrección (como entre los que la niegan hoy), fuesen corrientes las dos objeciones que Pablo formula en el versículo 35: «Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos?, es decir, ¿con qué poder, por qué medios, de qué modo, puede volver a la vida un cuerpo cuyo organismo se ha desintegrado tras la muerte? Y, ¿con qué clase de cuerpo vendrán?, esto es, ¿qué forma tendrá?, ¿de qué estará compuesto?, ¿cómo podrá ser el mismo cuerpo que se desintegró? La objeción sube de punto si tenemos en cuenta que muchos hombres han sido devorados por animales, y estos animales han sido devorados por otros y, quizá, estos últimos han parado en la mesa de otros hombres, etc. 1. A la primera objeción, responde Pablo (vv. 36–38) y apela al poder de Dios conforme se manifiesta en la naturaleza, en algo que todos pueden contemplar, año tras año, en la siembra y recolección del cereal. El trigo, por ejemplo, no sólo brota después de haber sido enterrado, sino que precisamente necesita ser enterrado para que pueda brotar. Pablo llama «insensato» (gr. áfron, sin seso) al que propone esta objeción, pues desconoce el poder de Dios (v. 38, comp. con Mt. 22:29) para hacer surgir del grano desnudo (v. 37), «sin el vestido de verdura que caracteriza a la planta» (Morris), una espiga que contiene granos de la misma especie que el que se sembró: «a cada semilla su propio cuerpo» (v. 38b). 2. A la segunda objeción responde con mayor detalle, como lo merece el tema. (A) Por lo que acaba de decir en los versículos 36–38, ya se ve que, aunque la simiente que brota es de la misma especie que la que se sembró, el cambio que en el grano sembrado se ha efectuado es grande: Ha muerto antes (v. 36b), se ha desintegrado antes de volver a brotar. Como hace notar J. Leal, «La concepción que presupone sobre el mundo vegetal es que la planta no está preformada en la semilla». (B) Existe gran variedad en los demás cuerpos: (a) En los cuerpos de carne (v. 39). (b) En los cuerpos celestiales (con toda probabilidad, los astros, como se ve por el v. 41) y cuerpos terrenales, en lo que parecen incluirse todas las clases de minerales; una es la gloria (lit.), es decir, el resplandor, de los cuerpos celestiales, y otra diferente (gr. hétera) la de los terrenales (v. 40); en efecto, el brillo de una estrella es diferente del de un diamante. (c) En los mismos cuerpos celestiales se registran diferencias en cuanto al resplandor (v. 41): el del sol es diferente del de la luna, y ambos diferentes del de las estrellas; y aun las mismas estrellas se diferencian entre sí por el resplandor. Por eso, hablamos de estrellas de primera magnitud, de segunda, de tercera, etc. (C) «Así también es la resurrección de los muertos» (v. 42). Con esta frase da Pablo a entender, no precisamente que los resucitados se distingan unos de otros por el resplandor (aunque esto sea verdad), sino que así también el cuerpo resucitado será diferente del que se desintegró, aunque la persona sea siempre la misma. A continuación, pasa a detallar las cuatro propiedades por las que el cuerpo resucitado se distingue del que fue enterrado: (a) «Se siembra (vuelve la metáfora de la «semilla») en corrupción, resucitará en incorrupción» (v. 42b). El cuerpo actual está sujeto a toda clase de enfermedades y miserias, se deteriora más o menos deprisa y, finalmente, se corrompe del todo en el sepulcro; en cambio, el cuerpo de la resurrección estará inmunizado, por su propia naturaleza, contra la corrupción; permanecerá joven y sin desgaste por toda la eternidad. (b) «Se siembra en deshonor, resucitará en gloria» (v. 43). Un cadáver, aun el de la mujer más hermosa, muerta en plena juventud, pronto se convierte en algo feo y repugnante. No valen los «arreglos». Como dice Trenchard: «El cadáver no vuelve a la vida por eso y, pintado o no, ha dejado toda su “honra” en la Tierra para volver al polvo del que fue sacado». En cambio, el cuerpo de la resurrección será hecho semejante al glorioso cuerpo del Señor resucitado (v. Fil. 3:21) y brillará con un resplandor parecido al suyo. (c) «Se siembra en debilidad, resucitará en poder» (v. 43b). Nada tan débil como un cadáver: sin vida, sin movimiento, totalmente inerte. En cambio, el cuerpo resucitado gozará de todo el poder y de todo el vigor que la vida eterna es capaz de comunicarle. (d) «Se siembra cuerpo animal (lit. comp. con 2:12, donde sale el mismo vocablo), resucitará cuerpo espiritual» (v. 44). El cuerpo actual, aun el del creyente más espiritual, es un cuerpo adaptado a las condiciones de la vida presente; responde a los instintos, reflejos, etc., de la psique; por eso, emplea el apóstol aquí el adjetivo psykhikón. En cambio, el cuerpo espiritual estará adaptado a las condiciones de la vida eterna. «Espiritual» no significa que esté compuesto de «espíritu», sino que, como dice L. Morris, «expresará el espíritu» y «responderá a las necesidades del espíritu»; será el instrumento perfecto de la vida celestial, como el cuerpo «animal» es el órgano de la vida terrenal. (D) Lo ilustra con la comparación entre el Primer Adán y el Postrero (vv. 45–48). No dice «el Segundo», lo que podría dar lugar a un «tercero», etc., sino «el Postrero»; no hay ninguno después de Él. (a) El contraste es, pues, únicamente entre dos: el Primero y el Postrero, las dos únicas cabezas de la humanidad. Apela Pablo a las Escrituras; en especial, a Génesis 2:7, donde leemos que, al ser creado por Dios, Adán vino a ser alma viviente, es decir, una persona viva, que habría podido continuar viviendo indefinidamente si no hubiese transgredido el precepto divino de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Pero Cristo, el Postrer Adán, es espíritu vivificante (comp. con Jn. 5:21; 6:57; 11:25, 26). El vocablo «espíritu» no designa aquí la sustancia o el estado del Cristo resucitado, sino su dinamismo vivificante que actúa en los que, por la regeneración espiritual, fueron injertados en Él para vivir, en Él y por Él, una vida, no futura, sino eterna, esto es, desde ya ahora hasta el futuro y por toda la eternidad. (b) El versículo 46 comienza con la adversativa fuerte «pero» (gr. allá), lo cual se debe, según opina L. Morris, a que Pablo desea poner en claro que, aunque Cristo ya existía antes del tiempo y antes que existiese hombre alguno, «en el orden de la creación, entramos primero en la vida natural; solamente después de eso es cuando entramos en la espiritual». (c) Correspondiendo a este orden de la creación, el apóstol declara (vv. 47–49) que hemos de tener primero cuerpo terrestre, a imagen del Primer Adán, quien fue formado del polvo de la tierra (v. 47. Lit.), antes de tener el celestial, a imagen de Cristo, el Postrer Adán, quien es del cielo. (E) En el versículo 50, Pablo expone la razón por la que dicho cambio (del cuerpo terrenal al celestial) es necesario: «La corrupción no puede heredar la incorrupción». Este cuerpo que ahora llevamos, de carne y sangre, no es adecuado para el mundo celestial, donde hemos de tener, después de la resurrección, nuestra herencia eterna. Versículos 51–57 1. Pablo les dice ahora a los fieles de Corinto que no todos los creyentes han de morir (v. 51), sino que los que todavía estén con vida natural cuando el Señor vuelva por los suyos (1 Ts. 4:16, 17), serán transformados de corruptibles en incorruptibles, de mortales en inmortales (v. 53, comp. con v. 50). Todos experimentarán el cambio, inmediatamente después de que los creyentes difuntos hayan sido resucitados con cuerpo incorruptible. Esta transformación, dice Pablo, se llevará a cabo (v. 52), «en un instante (gr. en atómo; «átomo» significa «lo que no puede cortarse»; aquí, una fracción indivisible de tiempo), en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta», la cual es llamada, en 1 Tesalonicenses 4:16, «trompeta de Dios». 2. Tras esta detallada exposición de la resurrección y transformación gloriosa de los creyentes en la Venida del Señor, el apóstol estalla en un himno triunfal (vv. 54–57). (A) Cuando se haya llevado a cabo la gloriosa transformación que ha mencionado en el versículo 53 y en la primera parte del versículo 54, «entonces, dice (v. 54b), se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida fue la muerte para victoria» (lit.). Pablo cita libremente de Isaías 25:8 y Oseas 13:14. Dice Trenchard: «No son citas exactas, sino más bien reminiscencias de las expresiones de triunfo que emplearon estos profetas al contemplar anticipadamente la obra final de gracia a favor de Israel, en la que se involucra la victoria sobre la muerte». El sentido de la expresión del versículo 54b es, como dice la NVI, en nota a dicho versículo: «La victoria de la resurrección se ha tragado el poder de la muerte». (B) Con expresiones que nos recuerdan las de Oseas 13:14, el apóstol entona un cántico al triunfo que aquel día se conseguirá sobre la muerte: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte (lit.), tu aguijón?» (v. 55). Como si dijese: «Hasta ahora hemos sido tus prisioneros, pero ahora se han abierto de par en par las puertas de la cárcel y hemos quedado libres; se acabó tu dominio, se acabaron tus victorias». (C) Explica a continuación de dónde adquiere la muerte su origen y sus victorias (v. 56): «El aguijón de la muerte es el pecado; y el poder del pecado, la ley». El pecado es presentado aquí como un escorpión que presta su veneno a la muerte (comp. con Ro. 6:23). La muerte, sin el pecado, es una ganancia (Fil. 1:21, 23), un pasar de esta vida a los brazos del Señor. El poder del pecado es la ley, no en sí misma (v. Ro. 7:12), sino por la maldición que recae sobre los que no la observan por completo (Gá. 3:10). (D) «Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (v. 57. Comp. con Ro. 7:25). Dios nos da la victoria precisamente mediante el sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario. Allí «nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros» (Gá. 3:13). Al gran amor de Dios hacia nosotros se debe el que, mediante la muerte de Cristo, el pecado pierda su aguijón y nos pueda ser perdonado, y la muerte quede completamente desarmada para los que duermen en el Señor. Pablo no dice que Dios nos dio, sino que nos da (participio de presente, algo continuo). Dice L. Morris: «El uso del participio de presente puede sugerir la idea de que es una característica de Dios dar victoria. También se da a entender ahí que participamos ya en esa victoria ahora, y que participamos de ella a diario». Esta victoria es exclusiva del cristiano, y a él solo compete entonar el himno de alabanza y acción de gracias por ella. Los no creyentes permanecen bajo el poder del pecado y de la muerte; carecen de corazón y de labios capaces de entonar tal himno. Versículo 58 En este versículo, y como conclusión de todo lo que antecede, el apóstol, con el cariñoso saludo de «hermanos míos amados», 1. Dirige a los fieles de Corinto una triple exhortación: (A) A hacerse firmes (lit.), firmes en las verdades de la fe que aprendieron del apóstol y en las normas de conducta que caracterizan a los que han de seguir las pisadas del Señor. (B) A ser también inconmovibles (lit.), de forma que nada ni nadie pueda desviarles del verdadero camino ni de la gloriosa esperanza de resucitar un día incorruptibles e inmortales. Los cristianos no deben ser removidos de esta esperanza del Evangelio (v. Col. 1:23). Esta esperanza debe ser el ancla de nuestra alma (He. 6:19). (C) A abundar en la obra del Señor siempre. Tan gloriosa esperanza debe estimular vigorosamente el afán, la constancia y la paciencia en toda obra que llevemos a cabo por el Señor. 2. Les dice (v. 58b) que disponen de las mejores bases del mundo sobre las que poder cimentar sus esperanzas: «sabiendo que vuestro trabajo fatigoso (gr. kópos, labor ardua) en el Señor, esto es, en unión con el Señor resucitado, glorioso, poderoso, no es vacío (lit.), no se hace en vano. Tan seguro como que Cristo resucitó, también ellos resucitarán. Dios es muy buen amo y muy buen pagador, con Él, nunca se pierde, porque no es injusto ni infiel como para olvidar o no tener en cuenta lo que por Él se hace. Además, es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos (Ef. 3:20). Por eso, los que sirven a Dios nunca pueden trabajar demasiado ni sufrir demasiado por un Amo tan bueno. CAPÍTULO 16
En este capítulo, el apóstol, I. da instrucciones sobre una colecta
caritativa que ha de hacerse a favor de las iglesias de Judea (vv. 1– 4). II. Menciona sus planes de viaje para girar una visita a Corinto (vv. 5–9). III. Les da una recomendación de Timoteo y de Apolos (vv. 10–12). IV. Les insta a practicar la vigilancia, la constancia, el amor y la debida consideración con todos los colaboradores de Pablo (vv. 13–19). V. Cierra la epístola con saludos de parte de los hermanos que le acompañan y de él mismo (vv. 20–24). Versículos 1–4 El apóstol concluye su Carta en este capítulo. Lo comienza dándoles instrucciones con respecto a una colecta para los fieles de Judea. Véase: 1. Cómo introduce dichas instrucciones (v. 1). Había dado instrucciones similares a las iglesias de Galacia. Se conformaba con que siguiesen las mismas normas que había dado a otras iglesias en circunstancias parecidas. Su prudencia se echa de ver también en la mención misma que hace de estas órdenes suyas a las iglesias de Galacia, a fin de excitar en ellos la emulación y animarles así a ser generosos. Los que sobrepasaban a la mayoría de las iglesias en la abundancia de dones espirituales, de seguro no consentirían en ir a la zaga en su generosidad hacia los hermanos necesitados. Le va muy bien a todo buen creyente no consentir ser superado por otros hermanos en todo lo que supone virtud y es digno de alabanza, con tal que esta consideración sirva solamente para animarle al ejercicio de la virtud, no al orgullo propio ni a envidiar a otros. La iglesia de Corinto no debía ser sobrepasada por las iglesias de Galacia en este servicio de amor. 2. Cuáles son dichas instrucciones. (A) La forma en que dicha colecta debía llevarse a cabo (v. 2): «Cada uno de vosotros ponga aparte algo». Véase cómo singulariza Pablo al decir «cada uno» distributivamente, por individuos, no por grupos ni familias. «Ponga aparte algo» de antemano, «guardándolo», no sea que cuando llegue el momento de aportar la ofrenda, se halle con que ya ha gastado todo el dinero de la semana. La mejor medida es ir apartando poco a poco, según lo que dice el refrán castellano: «Un grano no hace granero, pero ayuda a su compañero». Daremos alegremente si vamos apartando con cariño poco a poco, aunque también puede hacerse al final de la semana, cuando, por ejemplo, se cobra el salario por el trabajo realizado. (B) La medida en que hay que ofrendar: «según haya prosperado». El verbo está en pasiva, por lo que puede suponerse que Pablo se refiere al Señor como sujeto agente de dicha prosperidad, aunque el texto no lo dice explícitamente. La frase equivale a «de acuerdo con vuestros ingresos», como traduce la NVI. Pablo no apela a lo que todavía suele llamarse «el diezmo», ya que no estamos bajo la Ley; pero, como alguien ha dicho, en el Evangelio no vamos a ser menos generosos voluntariamente de lo que la Ley exigía obligatoriamente. De Dios nos viene todo lo que somos y poseemos. Así que, cuando su bondad generosa se vuelca tan abundantemente sobre nosotros, deberíamos hacer con gusto que lo que recibimos de tan inagotable manantial fluyese también hacia otros, especialmente a los hermanos en la fe. Por supuesto, cuando uno es menos prosperado, no puede abrir la mano con la misma anchura que el que ha sido prosperado más; tampoco Dios espera que lo haga. (C) El tiempo en que ha de hacerse la ofrenda: «El primer día de la semana», expresión con la que, invariablemente, se designa en el Nuevo Testamento el domingo. La referencia a Apocalipsis 1:10 debería ser borrada de las versiones, pues allí se habla del Día de Jehová, no del domingo. Al ser el domingo el día más apropiado para la reunión de los hermanos en el culto de adoración, predicación de la Palabra, etc., es también el más apropiado para ofrendar conforme a los ingresos de la semana. (D) El apóstol deseaba (v. 2b) que la colecta estuviese a punto para que cuando él llegase, no se hiciesen entonces colectas. Pueden adivinarse fácilmente las razones que el apóstol tenía para ello: No quería restar tiempo a la edificación espiritual de los fieles ni verse envuelto en asuntos de dinero, como vemos por los versículos 3 y 4. Él mismo estaba dispuesto a dar cartas de recomendación (v. 3) a favor de los hermanos que los corintios designasen para llevar la colecta, y aun a acompañarles si creían (v. 4) que valía la pena (lit. si era apropiado), pero deseaba que fuesen otros, no él, quienes llevasen la colecta, a fin de evitar habladurías, no fuesen a pensar algunos que sacaba algún beneficio personal del dinero de otros. Bien merecían una recomendación quienes, además del sacrificio del bolsillo, añadían el de un largo viaje, siempre peligroso y, en todo caso, al ceder gran parte de su tiempo. Versículos 5–9 El apóstol les notifica a continuación su deseo de visitarles. 1. Les anuncia primero su intención de pasar por Macedonia (v. 5). La conjunción griega hótan (cuando) es indefinida, lo que da a entender que Pablo no sabe todavía cuándo ha de viajar hasta ellos, pero sí les asegura que no hará más que pasar por Macedonia; en cambio (v. 7), no quiere verles a ellos de paso, sino que piensa quedarse en Corinto por algún tiempo, y aun pasar el invierno (v. 6) allí. Había trabajado mucho en aquella iglesia y había hecho mucho bien entre ellos. Aunque algunos de los miembros se dividían en facciones contra él, sin duda eran muchos los que le tenían tierno afecto. Esta estancia les daría a los fieles de Corinto la oportunidad de «encaminarle a él», frase que significa «proveer de lo necesario para el viaje». También le daría a él la oportunidad de hacer todo lo posible por curar las heridas que las divisiones causaban en la congregación. 2. La excusa para no verles ahora (v. 7) es que ahora no podría permanecer con ellos el tiempo suficiente para que ni él ni ellos quedasen satisfechos con tan corta visita, pero espera, cuando Dios lo permita («si el Señor lo permite»), permanecer con ellos algún (gr. tiná, «alguno» en sentido indefinido) tiempo. Les amaba tanto que deseaba tener pronto la oportunidad de gozarse en comunión con ellos y edificarles con su palabra y su ejemplo durante el tiempo que le fuera posible. El hecho mismo de usar el indefinido «algún», en vez de poner límites al tiempo que deseaba pasar entre ellos, lo ensancha todo cuanto le sea posible, de acuerdo siempre con el designio de Dios. 3. Expresa luego su deseo de permanecer en Éfeso (v. 8), desde donde escribe la Epístola, hasta Pentecostés. Y expone a continuación el motivo por el que se queda allí (v. 9): «Porque se me ha abierto una puerta grande y eficaz», es decir, que daba paso a una labor eficaz por parte del apóstol. Extraña ver, en esta conexión, la frase que usa a continuación: «y los adversarios (son) muchos» (lit.). Por Hechos 19 se puede ver cuántos y cuán grandes eran los adversarios que Pablo tenía en Éfeso. Pero Pablo no estampa esa frase en tono de cobardía; al contrario, era precisamente la presencia de tantos adversarios lo que estimulaba el celo, el ardor evangelizador del apóstol. El creyente y, sobre todo, el fiel administrador de los misterios de Dios (4:1) no puede llevar a cabo su tarea sin que nadie le moleste. El diablo se opone con todas sus fuerzas a quienes se empeñan de corazón en destruir su reino, pero el ánimo del buen soldado, en lugar de menguar con el fragor del combate, se crece ante la resistencia del enemigo. Además, el que pelea la buena batalla (1 Ti. 6:12; 2 Ti. 4:7) tiene motivos para cobrar aliento, pues sabe que tiene asegurada la victoria. Versículos 10–12 1. Les hace ahora una recomendación de Timoteo (v. 10), el cual había sido enviado allá por el apóstol para corregir los abusos que se habían colado entre ellos; y no sólo para instruir, sino también para reprender, a los culpables. Las contiendas, especialmente en torno a líderes (1:11–17; 3:37), habían dañado grandemente la paz y la comunión de la iglesia. Era hora de que se comportasen como es digno de quienes se precian del nombre de «cristianos» y diesen oídos a las instrucciones y reconvenciones que Timoteo hubiese de hacerles. Nadie había de menospreciar a Timoteo (v. 11), aprovechándose de su juventud (comp. con 1 Ti. 4:12) y de su timidez. Al contrario, habían de hacer buen uso de él mientras permaneciera entre ellos y proveerle de lo necesario (lit. encaminarle; el mismo vocablo del v. 6) para su viaje de vuelta. 2. Las razones por las que habían de portarse de ese modo con Timoteo: Estaba empleado en la misma labor que Pablo: al servicio, y para la gloria, del Señor (v. 10b). No iba para hacer su propia obra ni la obra de Pablo, sino la obra del Señor; y tales obreros deben ser tratados con el mayor afecto y con todo respeto. Con honor y respeto hay que tratar a los pastores y maestros, lo mismo que a los apóstoles y evangelistas. Eso no era obstáculo para que también le tratasen bien por consideración al apóstol, quien le había enviado a Corinto y de allí esperaba su regreso (v. 11). 3. Les informa asimismo (v. 12) del propósito de Apolos de visitarles cuando tenga oportunidad. Tres detalles de importancia son dignos de consideración, a fin de evitar falsas interpretaciones: (A) El versículo 12 comienza con la frase «mas acerca de …», lo cual, como en 7:1, 25; 12:1; 16:1, indica que los corintios habían expresado el deseo de que Apolos les visitara. (B) Pablo, no sólo consiente en que Apolos acompañe a los hermanos (mientras él se queda en Éfeso), sino que le exhorta con insistencia (gr. pollá, muchas cosas, es decir, con muchas razones o con muchas palabras) a que vaya a Corinto con los hermanos. Esto nos da idea de la magnanimidad de Pablo que de ningún modo veía en Apolos a un rival. (C) En esta ocasión, Apolos de ninguna manera tuvo voluntad de ir. Nadie le obligaba, y no cabe duda de que tenía muy buenas razones para negarse a ir. Se ha pensado que Apolos tenía por entonces algún trabajo importante que llevar a cabo, pero el motivo más probable es que, con la misma magnanimidad que Pablo, no pensaba que aquél fuese el tiempo más propicio para esta visita. No quería fomentar, con su presencia, el florecimiento del partido que, en la comunidad de Corinto, se había formado en torno a su nombre. No es que el texto sagrado nos ofrezca en forma alguna las razones que tuvo Apolos para negarse, pero el motivo apuntado parece ser el que puede «leerse entre líneas», como solemos decir. J. Leal tiene como más probable que no se trata de la voluntad de Apolos, sino de la de Dios: No era voluntad de Dios que Apolos marchase en esta ocasión. Es cierto que el griego dice sólo «No había (o no era) voluntad», pero sería muy extraño que Pablo se callase lo «de Dios» o «del Señor», hasta el punto de no figurar esta añadidura de algún copista en ninguno de los MSS. Versículos 13–18 Vienen ahora exhortaciones, ruegos y noticias. 1. En los versículos 13 y 14, hallamos cinco breves exhortaciones; tan breves que sólo ocupan, en total, doce palabras en el original, aun contando las preposiciones y los artículos: (A) «Velad», es decir, según indica el presente de imperativo, «permaneced constantemente en vela, ahuyentad de vosotros la somnolencia espiritual, mirad que el enemigo no duerme» (comp. con 1 P. 5:8, donde el mismo verbo aparece en aoristo ingresivo: «poneos de una vez a velar»). (B) «Estad firmes en la fe», es decir, manteneos firmemente adheridos a la verdadera doctrina del Evangelio. Esta fe es la única que les permitirá estar firmes en todo tiempo contra las tentaciones del enemigo (comp. con 1 P. 5:9; 1 Jn. 5:4). (C) «Portaos varonilmente.» Como muy bien observa E. Trenchard: «Muchos de los corintios se habían portado como niños» (v. 3:1 y ss.), no sólo por los partidismos, sino también por sobrevalorar los dones menos importantes. (D) «Sed fuertes.» El verbo nos recuerda el «esfuérzate», que tantas veces aparece en el capítulo 1 de Josué. Como si dijese: «Mostrad que sois hombres en el esfuerzo que hacéis por manteneros firmes», contando siempre con que nuestra fuerza nos viene del Señor. (E) «Todas vuestras cosas sean hechas con amor» (v. 14). La NVI da un sentido mejor: «Todo lo que hagáis, hacedlo por amor», ya que la preposición griega es en. Dice L. Morris: «El amor es más que un acompañamiento de las acciones cristianas. Es la atmósfera misma en la que el cristiano vive, se mueve y tiene su ser». 2. En los versículos 16–18, Pablo les da instrucciones sobre el modo como deben comportarse con algunos hermanos que han llevado a cabo eminentes servicios entre ellos. (A) Describe primero el carácter y los servicios de dichos hermanos: (a) Menciona (v. 15) la familia (lit. casa) de Estéfanas (comp. 1:16). Ellos eran los primeros frutos de la predicación de Pablo en Acaya, la provincia sureña de Grecia, donde estaban ubicadas Atenas y Corinto. Esta mención suscita un pequeño problema por el hecho de que Pablo había presenciado algunas conversiones en Atenas antes de predicar en Corinto. Dice L. Morris: «Es posible que la familia de Estéfanas se hubiese convertido antes de predicar Pablo en Atenas. También es posible que, aun cuando se hubiesen llevado a cabo anteriormente conversiones de individuos, ésta fuese la primera familia convertida en bloque. Y aún queda la posibilidad de que primicias indique frutos que prometían una gran cosecha futura». (b) De esta familia dice que se habían puesto al servicio de los santos (v. 15b). La frase griega da a entender que esta familia había tomado, como un oficio que exige dedicación a tiempo completo, el servir a los hermanos en todo lo que éstos pudiesen necesitar, tanto en lo económico como en lo espiritual. (c) En el versículo 17 vuelve a mencionar a Estéfanas, junto a Fortunato y Acaico: «Me alegro de la presencia (gr. parousía) de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, pues ellos suplieron (lit. llenaron con creces) lo que se echaba en falta de vuestra parte (lit.)». El sentido de esta frase es que estos tres hermanos habían representado muy bien a toda la congregación de Corinto, de forma que, con su llegada a Éfeso, habían proporcionado al apóstol alivio y refrigerio (el verbo es el mismo de Mt. 11:28 «y yo os haré descansar»). Y no sólo a él, sino también a la congregación misma. El refrigerio de Pablo al recibir a estos tres mensajeros de la iglesia era parecido al que la misma congregación había sentido al enviarlos. Para ambas partes, había sido una embajada de paz. (B) Les instruye luego sobre el modo como deben comportarse con tales siervos del Señor (v. 16): «Os exhorto (del v. 15a) … a que también vosotros os sometáis a los tales (esto es, a ellos y a quienes son como ellos) y a todo el que colabora y trabaja hasta fatigarse» (lit.). Notemos el enlace, tan claro en el original, entre el verbo étaxan («se pusieron») del versículo 15b y el hupotássesthe («someteos») del v. 16a, que es un verbo compuesto del anterior. Como si dijese: «Así como ellos se pusieron al servicio de los hermanos, poneos vosotros a disposición de ellos, a fin de servirles de brazos en lo que ellos hayan emprendido a favor de los necesitados». Más adelante (v. 18), exhorta a los corintios a reconocer, es decir, a prestar el respeto, la gratitud y la sumisión, a tales personas, a tan fieles siervos del Señor. Con respecto al último verbo del versículo 16 (gr. kopiónti, al que trabaja de recio, con afán y fatiga), cita Morris el sucinto comentario de Edwards: «Muchos trabajan, pocos se fatigan». Versículos 19–24 El apóstol cierra su Carta, 1. Con saludos a la congregación de Corinto, de parte de las iglesias del Asia proconsular, cuyo centro en muchos aspectos era Éfeso. Menciona en particular los saludos que les envían Aquila y Priscila (una de las dos únicas veces, contra cuatro, en que Priscila es nombrada en segundo lugar en el Nuevo Testamento), con la iglesia que está en su casa (v. Ro. 16:5). El apóstol dice que «os envían muchos saludos en el Señor», lo cual va más allá de la mera cortesía, hasta designar un entrañable afecto cristiano. Con ellos se había hospedado Pablo en Corinto (Hch. 18:1–3) y ahora se hallaban en Éfeso con él. Viene luego el saludo general (v. 20) de todos los hermanos de Éfeso que se hallaban con Pablo. Su saludo personal (v. 21) lo escribía de su propia mano, ya que el resto de la Epístola lo había dictado a un amanuense. 2. Con una exhortación a que se presten mutuamente las muestras de afecto fraternal (v 20b): «Saludaos los unos a los otros con beso santo» la misma frase de Romanos 16:16, donde dimos la explicación pertinente. 3. Con una solemne advertencia (v. 22). A veces, necesitamos que se nos amenace, a fin de que no perdamos el santo temor de Dios. El temor santo es muy buen amigo de una fe santa, lo mismo que de una vida santa. (A) La persona, indefinida, a la que va dirigida esta solemne advertencia: «Si alguien no ama (gr. phileí, que indica amor entrañable, de buen amigo, como en Jn. 15:15–17, en las tres contestaciones de Pedro) al Señor Jesucristo». Con esta expresión no se alude a verdaderos creyentes, sino a personas que se han colado en la membresía de la iglesia local sin haber experimentado una sincera conversión. «No amaban al Señor, dice Trenchard, porque nunca le habían conocido.» Hay muchos que tienen frecuentemente en su boca el nombre de Cristo, pero no le tienen verdadero amor en el corazón. (B) La maldición que Pablo pronuncia contra tales personas: «Sea anatema» (comp. con 12:3, Gá. 1:8, 9). Dice L. Morris: «La expresión tan fuerte indica la profundidad de los sentimientos de Pablo acerca de una recta actitud hacia el Señor. Si alguien no tiene el corazón inflamado de amor al Señor, le falta la raíz del asunto. Es un traidor a la causa de la verdad». (C) Es improbable, contra la opinión de los sucesores de M. Henry, que el saludo arameo con que Pablo cierra la Carta antes de la final bendición, tenga una conexión directa con el anatema que acaba de pronunciar. Los mejores MSS nos han transmitido dicha expresión aramea de la manera siguiente: «Marana tha». La primera parte (mar) significa «Señor». La segunda (ana o an) significa «nuestro». El segundo vocablo (tha) significa «ven». Es, pues, una especie de oración breve o jaculatoria, como en Apocalipsis 22:20. Pero hay algunos MSS que leen Marán átha, lo que significa «Nuestro Señor viene» (lit. ha venido), cuya interpretación más probable es que el Señor está a punto de venir, como una advertencia de la inminencia de la Segunda Venida del Señor. 4. Con buenos deseos para todos ellos y con expresiones de buena voluntad. (A) Con buenos deseos en forma de bendición (v. 23): «La gracia del Señor Jesús (esté) con vosotros» (lit.). La gracia del Señor Jesucristo (comp. con 2 Co. 13:14) comprende todo lo bueno que nos viene del favor de Dios por medio de Cristo, para provecho nuestro en el tiempo y en la eternidad. Nada mejor podemos desear a nuestros amigos y hermanos en la fe. Mientras la fórmula más corta se halla en Colosenses 4:18: «La gracia sea con vosotros», la más larga es la de 2 Corintios 13:14. (B) Con una tierna declaración del amor que les tiene a todos ellos en Cristo Jesús (v. 24). Dice Morris: «Nótese ese todos. Él (Pablo) tenía en Corinto algunos fuertes adversarios. Pero envía su amor a todos ellos». 5. Finalmente, el vocablo Amén falta en los mejores MSS, con lo que, como dice Morris, «La última palabra de Pablo a los corintios es Jesús».