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1 CORINTIOS

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1 CORINTIOS

Corinto era una de las ciudades más importantes de toda Grecia.


Estaba situada en el istmo que unía el Peloponeso al resto de
Grecia y tenía dos puertos adyacentes: uno llamado Lequeo, no
lejos de la ciudad y desde el que se efectuaba el comercio con Italia
y, en general, con el Occidente; el otro era Cencreas, un poco más
distante, desde donde se efectuaba el comercio con el Asia. Con tal
situación, no es extraño que Corinto fuese un lugar famoso por su
riqueza, lo mismo que por sus vicios; tanto que el llevar una vida de
libertinaje se solía llamar «hacer el corintio». Por supuesto, allí
había templos para todos los dioses y diosas de la gentilidad, y era
especialmente famoso el dedicado a Venus Afrodita, con sus más
de mil prostitutas sagradas. Sin embargo, allí tenía Dios mucho
pueblo (Hch. 18:10) y allí plantó Pablo (3:6) una iglesia del Dios
viviente, con sus muchos dones (1:7) y sus muchos defectos; pero
todos sus miembros (se entiende, los sinceros creyentes) habían
sido lavados, santificados, justificados, después de haber sido
algunos tan perversos como el resto de la pagana población (6:9–
11). No obstante, los antiguos vicios habían dejado sus huellas en
algunos miembros de la congregación, por lo que el apóstol se ve
obligado a no escatimar sus reproches. Como ha demostrado el Dr.
Lloyd-Jones, la idea central que, como un hilo de oro, enhebra toda
la Epístola es la de «Cuerpo de Cristo» y es en esa perspectiva
como debe leerse y estudiarse esta preciosa Carta del gran apóstol.
De entre las diversas formas de dividir la Epístola, escogemos la
que emplea el Dr. Ryrie, aunque tomamos sólo los títulos de las
secciones:
1. Introducción: (1:1–9).
2. Divisiones en la iglesia: (1:10–4:21).
3. Desórdenes morales en la iglesia: (5:1–6:20).
4. Discusión sobre el matrimonio: (7:1–40).
5. Discusión sobre los alimentos ofrecidos a los ídolos: (8:1–
11:1).
6. Discusión sobre el culto público: (11:2–14:40).
7. La doctrina de la resurrección: (15:1–58).
8. Asuntos prácticos y personales: (16:1–24).
CAPÍTULO 1
I. El prefacio o introducción de toda la Carta (vv. 1–9). II. Uno de los
principales motivos de escribirles: las divisiones en la iglesia (v. 10–
13). III. Un informe del ministerio de Pablo entre ellos (vv. 14–17).
IV. La forma en que había predicado allí el Evangelio (vv. 17–31).
Versículos 1–9
1. Dentro de la introducción de la Epístola, vemos primero la
inscripción (v. 1): Es una Epístola, o Carta, de Pablo, inspirado por
Dios. «Llamado apóstol (lit.) de Cristo Jesús». No dice: «llamado a
ser apóstol», sino «llamado apóstol» o, como traduce Leal, «apóstol
de Cristo Jesús por vocación», esto es, por llamamiento (v.
comentario a Ro. 1:1). «Por la voluntad de Dios» significa «porque
Dios lo quiso así», donde se dan a entender dos cosas:
(A) que no fue Pablo el que escogió dedicarse a ese ministerio, sino
que fue Dios quien le llamó a desempeñarlo;
(B) que no fue una opción que Dios le propuso, sino un mandato
que le ordenó. Y como no había tomado el honor para sí, no era
jactancia afirmar que lo tenía. Asocia a Sóstenes (quizás el
mencionado en Hch. 18:17) en el saludo. Timoteo estaba ausente
(v. 4:17 y comp. con 2 Co. 1:1). Dirige la Carta a la iglesia de Dios
que está en Corinto (v. 2). Nótese bien: el propietario y protector es
Dios; Corinto es el lugar donde está situada la congregación: Pablo
se dirige a una iglesia local. Los creyentes son santificados en
Cristo Jesús: Constituidos justos en unión con Él.
2. En este versículo 2, hay tres detalles que no deben pasarse sin
analizar:
(A) El vocablo «iglesia» se halla también en la dirección de 2
Corintios 1:1, 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1 y en
Gálatas 1:2 (en plural). El griego ekklesía (de ek, de, y kaléo,
llamar) nos da el concepto de «segregación» («llamada a salir de»)
para formar una «congregación», semejante al Quehal Jehová. (B)
Como en el versículo 1, también aquí hemos de leer «llamados
santos», es decir, «santos (justos) por llamamiento». Los
«llamados» y los «elegidos» son unos mismos en el pensamiento
de Pablo (v. Ro. 8:30; 1 Co. 1:24). (C) «Con todos los que en
cualquier lugar, etc.», significa que lo inmediatamente anterior
(«llamados santos») incluye a todos los que, en cualquier lugar del
mundo, invocan el nombre del Señor Jesucristo, puesto que es tan
Señor de ellos como nuestro. Dice Ch. Hodge: «Invocar el nombre
de alguien es pedir su ayuda».
3. Sigue (v. 3) la bendición-saludo inicial: «Gracia y paz a vosotros,
etc.». Comenta Hodge: «Gracia es favor, y paz sus frutos. La
primera abarca todo lo que se encierra en el amor de Dios según es
manifestado para con los pecadores; y la segunda el conjunto de
los beneficios que emanan de aquel amor». El apóstol no se
constituye a sí mismo en fuente de estas bendiciones, sino en
vehículo de ellas, de parte de Dios, a quien llama nuestro Padre, y
de Jesucristo, a quien llama el Señor, pues a Él ha sido dada toda
autoridad y todo poder. No sólo es la Cabeza, sino también el
Dueño y Señor adorable, de la Iglesia.
4. A continuación (vv. 4 y ss.), Pablo prorrumpe en un cántico de
acción de gracias «a mi Dios», y expresa así su amor y su
dedicación completa a Dios. Le da gracias «por la gracia que os fue
dada en Cristo Jesús», es decir, por la unión con Cristo Jesús. Si
nos percatamos de que «Cristo» indica el «Mesías» (Comunicador y
Mediador de Dios), mientras que «Jesús» es el hombre que
encarna en sí la «salvación de Jehová», entenderemos mejor el
énfasis que, según la distinta colocación, carga el apóstol sobre uno
de los dos aspectos. Cristo es aquí el vehículo de la gracia de Dios
que, por Él, fluye a los suyos (v. Jn. 15:1 y ss.). A continuación
Pablo expone las razones por las que eleva a Dios esta acción de
gracias:
(A) La gracia dada por Dios en Cristo Jesús ha hecho que «en
todas las cosas fuisteis enriquecidos en Él» (en Cristo). Cuáles
sean estas cosas se ve por el contexto posterior: por los dones de
toda clase que han recibido. A la vista de los numerosos reproches
que esta Carta incluye, hay quien ha visto en estos versículos, una
exageración irónica; pero esto carece totalmente de base. Estos
dones no suponen ningún mérito o demérito por parte de los fieles
de Corinto; son pura gracia de Dios, que los da a quien quiere (v. el
comentario al cap. 12). Precisamente por disfrutar de tal variedad
de dones (v. 7), era tanto más reprensible la conducta de los
corintios.
(B) De estos dones (v. 12:7 y ss.), Pablo especifica aquí «toda
palabra (v. 5b) y todo conocimiento» (unidos en 12:8). Dios les
había concedido el don sobrenatural de saber expresar bien la
verdad y de saber comprender su contenido, «pues nuestro
testimonio (v. 6) acerca de Cristo quedó bien afianzado en
vosotros» (NVI). Lo de «nuestro» no está en el texto, pero la NVI ha
hecho bien en interpolarlo para dar bien el sentido a los lectores.
Todos los dones que los corintios poseían eran una confirmación
del testimonio que habían recibido por la predicación del Evangelio.
(C) Pablo describe a los recipiendarios de estos dones como «los
que esperáis anhelantes la revelación («descubrir el velo») de
nuestro Señor Jesucristo» (v. 7b). Esta «revelación» coincidirá con
la «manifestación» de que habla Juan (1 Jn. 3:2). En el versículo 8,
Pablo atribuye a Jesucristo la función de consolidar a los fieles
hasta el fin (comp. con Fil. 1:6), para que sean irreprensibles en el
día de nuestro Señor Jesucristo. Acerca de esto, es menester hacer
dos observaciones: (a) el vocablo griego para «irreprensibles»
significa personas a las que nadie puede acusar o encausar ante
los tribunales (v. Ro. 8:33); (b) el día de Jesucristo (comp. Fil. 1:6)
es el día en que Cristo vendrá a recoger a los suyos, y no debe
confundirse con el Día del Señor (el Yom Jehová del hebreo), que
comprende un período posterior y más amplio, en el que Dios
ejecutará sus juicios sobre la humanidad en general.
(D) Pablo apoya estas seguridades en la fidelidad de Dios (v. 9),
quien nos ha llamado a compartir la vida y la filiación de Cristo
(comp. Ro. 8:17, 29), con la consumación en la gloria (Ro. 8:30) de
la unión con Cristo que el llamamiento de Dios comporta. ¡Gloriosa
expectación, cuando la fidelidad de Dios viene a consolidar nuestras
esperanzas! ¿Cómo podemos estar fríos, inactivos, infieles a esa
fidelidad?
Versículos 10–13
En contraste con los versículos anteriores (notorio, no sólo por lo
que sigue, sino también por la partícula de), Pablo se ve obligado
ahora a exhortar a los fieles de Corinto a mantener la unidad en la
comunidad eclesial.
1. Los exhorta a ponerse de acuerdo en el modo de expresarse en
los puntos más importantes que tienen que ver con la unidad dentro
de la congregación (v. 10). Apela al nombre de nuestro Señor
Jesucristo: A «obrar con conciencia de lo que Él es, de lo que
representa y de lo que exige» (J. Leal). «Y que no haya entre
vosotros divisiones (lit. cismas)». Entre otros puntos de fricción, se
había introducido en la iglesia de Corinto un «espíritu de partido»
sobre muchos puntos, de los que aquí (vv. 11–13) menciona los
partidos en torno a personalidades. Pablo les exhorta, pide y exige
«que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un
mismo parecer». El verbo griego, como observa L. Morris, «tiene
que ver con restaurar algo a su correcta condición. Se usa en
sentido de remendar redes (Mt. 4:21) y para completar lo que
faltaba a la fe de los tesalonicenses (1 Ts. 3:10)». El apóstol no les
pide que tengan en todo las mismas opiniones, sino que mantengan
una unión de fe y amor, suficiente para evitar que se formen
partidos dentro de la iglesia.
2. El apóstol se ha enterado de las contiendas (v. 11) existentes en
la iglesia de Corinto a causa de las divisiones en torno a personas.
Le han enterado los de Cloé, es decir, los de la familia de Cloé. No
sabemos si esta Cloé era o no cristiana, pero ciertamente lo eran
algunos de su casa (es de suponer). Siempre dentro de una
suposición probable, esta familia viviría en Éfeso, donde Pablo
escribe esta Epístola, más probable que en el mismo Corinto. Las
contiendas son especificadas en el versículo 12: «Me refiero a que
cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo (es decir, soy partidario
de él, de su modo de hablar, de actuar, etc.); y yo de Apolos; y yo
de Cefas; y yo de Cristo». Por 3:4, vemos que los partidos quizá
más numerosos eran los dos primeros. No es demasiado
aventurado suponer el motivo por el que estos cuatro nombres
ocasionaban la formación de cuatro partidos dentro de la iglesia de
Corinto:
(A) Pablo había plantado (3:6) la iglesia de Corinto (v. Hch. 18:1–
11) y, al ser tan eminente siervo del Señor, poderoso con obras y
señales, más que con palabras, es explicable (no justificable) que
tuviese allí muchos adeptos. Es probable que su partido fuese el
más numeroso.
(B) Apolos había regado lo que Pablo plantó (3:6; 4:6), lo que nos
insinúa la probabilidad de que predicase allí. También es probable
que la causa por la que no sentía deseos de volver allá (16:12) era
por no añadir más combustible al celo de sus «partidarios». Es de
suponer que su elocuencia fuese el motivo por el que muchos lo
preferían.
(C) Cefas es el nombre arameo de Pedro (v. Jn. 1:42) y es probable
que sus partidarios viesen en él al principal de los apóstoles (v. por
ej., Mt. 16:16–19), sin descartar el que se le considerase por
algunos como más adicto a la Ley (comp. con Gá. 2:11 y ss.).
(D) Lo extraño es que se mencione un cuarto partido ¡en torno a
Cristo! Tan extraño que ha dado ocasión a las más extrañas
opiniones. Hay quienes han llegado a sugerir que es equivocación
de los copistas y debería leerse Crispo (el del v. 14). ¿Puede
llegarse a más? Otros (entre ellos, J. Leal) opinan que esta última
frase expresa «la opinión personal de Pablo y de muchos fieles de
Corinto que protestaban contra los partidos humanos y afirmaban
que en el cristianismo no cabe más que un partido: el de Cristo». La
construcción gramatical está en contra de esta opinión; es evidente
que Pablo menciona aquí un cuarto partido, aunque no es fácil
adivinar el motivo. En opinión del que esto escribe (nota del
traductor), este cuarto partido estaba formado por quienes, en
oposición a los demás partidos, se gloriaban de ser los únicos
verdaderos seguidores de Cristo y tenían a los demás por «no
cristianos». ¡También «en nombre de Cristo» se puede excomulgar
a verdaderos creyentes!
3. La reacción de Pablo contra estas banderías dentro de la iglesia
es fuerte, pronta y santamente airada. La expresa en tres preguntas
retóricas: «¿Acaso está dividido Cristo?» ¡No, no hay más que un
solo Cristo, un solo Señor (Ef. 4:5) y, por tanto, los cristianos deben
estar unidos en Él! «¿Fue crucificado Pablo por vosotros?» ¡No,
Pablo no fue nuestro Redentor ni derramó su sangre en expiación
por nuestros pecados! «¿O fuisteis bautizados en el nombre de
Pablo?» Es significativo que el apóstol usa aquí la preposición
griega eis. «hacia, o para, el nombre de Pablo»; como si dijese:
«¿Acaso quedasteis dedicados a mi servicio, hechos discípulos
míos, por haberos administrado la ordenanza del bautismo?» Por
desgracia, hay ministros del Señor que sucumben a la tentación de
considerar como de su grupo a los creyentes a quienes han
bautizado.
Versículos 14–16
En conexión con el versículo 13b, el apóstol da gracias a Dios (v.
14) de que sólo a Crispo y a Gayo, de entre toda la congregación,
ha bautizado, de forma que no pueden decir que los fieles de
Corinto, o un gran grupo de ellos, han sido bautizados en el nombre
de Pablo. Después (v. 16), se corrige y dice que también bautizó a
la familia de Estéfanas y añade que no recuerda si bautizó a alguien
más. Aquí es necesario hacer dos observaciones:
1. La rectificación que Pablo hace aquí muestra que él no escribía,
sino dictaba, las Epístolas; por eso, en vez de borrar, corrige lo que
cree necesario. La inspiración divina viene en ayuda del sagrado
escritor en la medida en que es necesario para exponer las
verdades que Dios desea comunicar por su medio, pero no le
provee de una memoria especial para recordar detalles
innecesarios. Pablo, pues, habla conforme a su limitada memoria
humana, natural.
2. El versículo 14 no se ha de entender como si Pablo diese gracias
a Dios por no haberle dado la oportunidad de bautizar a más
personas, sino por el hecho de que, al dedicarse especialmente a la
predicación del Evangelio (v. 17), dejaba a otros el ministerio de
esta ordenanza, lo cual, en las presentes circunstancias de Corinto,
por los partidos que se formaban en la iglesia en torno a
personalidades, le daba motivo para alegrarse de no haber
contribuido a ahondar las divisiones.
Versículos 17–31
1. Pablo explica ahora por qué bautizó a pocos: «Pues no me envió
Cristo (v. 17) a bautizar, sino a predicar el Evangelio». Dice Hodge:
«Esto no significa que el bautismo no estuviera incluido, pero sí que
el bautizar era muy secundario con respecto al predicar». En efecto,
esto sólo bastaría para convencernos de que el bautismo de agua
no es un medio de salvación, sino un precepto u ordenanza que hay
que obedecer. Añade Hodge: «La apostasía de la Iglesia consistió
en hacer que los ritos fuesen más importantes que la verdad».
2. A continuación declara el estilo de su predicación: «no con
sabiduría de palabras, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo»
(v. 17b). Es muy probable, como opinan varios autores, que Pablo
hubiese aprendido en Atenas una lección importante: Su erudito
discurso en el Areópago había sido un fracaso en cuanto a la
conversión de los oyentes. Ni aun el optimista Lucas lo disimula con
los términos que usa en Hechos 17:3, 34. El mensaje del Cristo
crucificado (y resucitado—no se olvide—, 15:24) no necesita del
adorno de la retórica humana. Más aún, el interés en emplear
palabras de sabiduría humana sólo sirve para que se desvirtúe (lit.
sea vaciada), quede ineficaz (el mensaje de) la Cruz. Cuanto mayor
es la atención que se presta a la forma, tanto menor es la que se
presta al mensaje. Pronto se puede ver quién es el centro de la
atención del auditorio, si el predicador o Cristo. Todo lo que sigue
hasta el final del capítulo es un desarrollo del versículo 17.
(A) La reacción de los hombres ante el mensaje de la Cruz
determina su destino eterno: «Para los que se están perdiendo
(participio de presente), es decir, para los que van por el camino
que conduce a la perdición, el mensaje de la cruz es locura (gr.
moría, insensatez), pero para nosotros que vamos siendo salvos
(lit.), es decir, para los que vamos por el camino de la salvación, es
poder (gr. dúnamis, de donde viene «dinamita») de Dios» (v. 18).
Con mayor detalle en los versículos 23, 24: «Pero nosotros
predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente
tropezadero (gr. skándalon), y para los gentiles locura (gr. moría),
mas para aquellos que son llamados (v. el comentario al v. 2), así
judíos como griegos, a Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios»
(lit.). El «A Cristo» (acusativo) va regido por el «predicamos» del
versículo 23.
(a) Notemos que la cruz de Cristo era un tropezadero, un escándalo
(Gá. 5:11), para los judíos. Los judíos pedían constantemente
señales (v. 22, comp. con Mt. 12:38; Mr. 8:11; Jn. 6:30) del cielo,
como las de Moisés, para creer en el Mesías. Un Mesías
crucificado, colgado de un madero (Gá. 3:13) era para ellos una
ofensa imperdonable; esperaban un Mesías glorioso, triunfante de
sus enemigos. En el siglo XI de nuestra era, los más influyentes
rabinos (Rashi, Kimchi, etc.) llegaron a excluir de las haftorahs o
lecturas en la sinagoga el capítulo 53 de Isaías, así saltaban del
52:12 al 54:1, de forma que nadie pudiese oír allí los sufrimientos
del Siervo de Jehová.
(b) Para los gentiles (los griegos y los romanos), la cruz era una
insensatez. ¡Los dioses del Olimpo no descendían a este mundo a
sufrir, sino a gozar en abundancia de los placeres viciosos de los
humanos! ¿Cómo podían ellos comprender el amor abnegado de
Dios, que llega hasta el sacrificio de su único Hijo para salvar a los
hombres perdidos? ¿Eran ésas las marcas de un Dios sabio y
poderoso? ¡No era ésa la sabiduría (v. 22b), la filosofía, de los
griegos! ¿Cómo buscar la salvación en uno que no había podido
salvarse a sí mismo? ¡Qué necedad!
(c) Pero para los llamados, los elegidos para salvación, desde los
cuatro puntos cardinales, de todas las razas, clases, lenguas, etc.
(comp. con Ap. 7:9), el mensaje de la Cruz pone precisamente de
manifiesto, en Cristo, el poder de Dios que ha cambiado sus vidas,
y la sabiduría de Dios que ha llevado a cabo un plan de salvación
tan asombroso que, por Él, el hombre pecador es constituido justo,
y el santísimo Hijo de Dios es condenado en su lugar. ¿A quién se
le habría podido ocurrir tal cosa? (v. 2:9).
(B) El triunfo de la Cruz sobre la sabiduría humana, conforme
estaba profetizado (Is. 29:14): «Destruiré la sabiduría de los sabios
y desecharé el entendimiento de los entendidos» (v. 19). Y continúa
el apóstol (vv. 20, 21): «¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el
letrado? ¿Dónde está el investigador (lit.) de este mundo? ¿No ha
entontecido (lit.) Dios la sabiduría del mundo?» (v. 20). La difícil
sintaxis del versículo 21 queda aclarada en la iluminadora paráfrasis
de la NVI: «Porque, desde el momento en que, a pesar de la
sabiduría manifestada por Dios (en sus obras), el mundo no le
reconoció mediante su propia sabiduría, plugo a Dios salvar,
mediante la locura de lo que venimos proclamando, a los que
creen». Vemos aquí un eco de Romanos 1:19–22. Todo el saber
que el mundo pagano apreciaba quedó «entontecido», hecho una
insensatez, ante la maravilla de la revelación divina en el glorioso
triunfo de la Cruz. Al salvar al mundo, Dios tomó su propio camino;
un camino desconocido de los filósofos, de los eruditos, de los
investigadores dialécticos al estilo de Sócrates. Y tuvo muy buena
razón para ello, pues el mundo no reconoció (conocimiento íntimo,
experimental; comp. con Ro. 1:21), mediante la sabiduría humana,
a Dios. Así Dios salvó al mundo por medio de lo que el mismo
mundo tenía por locura: la proclamación (gr. kérugma) del mensaje
de la Cruz.
(a) Era una locura, una insensatez, lo que se proclamaba. A los ojos
de los sabios de este mundo, el que podamos vivir por medio de
uno que murió, el que podamos ser bendecidos por medio de uno
que fue hecho maldición, el que podamos ser justificados por medio
de uno que fue hecho pecado por nosotros, todo ello no podía
menos de ser una insensatez.
(b) Era también una locura, una insensatez, la forma en que se
hacía la proclamación: Primero, fueron escogidos para ello unos
pocos pescadores sin letras y del vulgo (Hch. 4:13). ¿No era esto
bastante para despreciar lo que dijesen? Segundo, no disponían de
medios económicos para montar una poderosa propaganda. ¿Y
pensaban triunfar? Tercero, hacían de lado a los recursos de la
oratoria y de la retórica, mediante los cuales logran los sofistas sin
escrúpulos cautivar la atención y lavar el cerebro de las masas.
Cuarto, no eran potentados con mucha gente a su servicio para
apelar al recurso de las armas y hacer así triunfar su causa. El
Maestro mismo había prohibido este recurso (Mt. 26:52).
(c) La prueba de esta locura estaba a la vista (v. 26): «Pues mirad,
hermanos, vuestro llamamiento (es decir, lo que erais cuando
fuisteis llamados): no muchos sabios según la carne, no muchos
poderosos, no muchos nobles (es decir, de la aristocracia)». Es un
fenómeno naturalmente explicable: Los que, en este mundo,
disfrutan de dinero, poder, alta posición social, prestigio científico,
etc., difícilmente se dan cuenta de que necesitan salvación.
¿Salvarse? ¿De qué? ¡Si hasta tienen un buen seguro de vida! sólo
en esta segunda mitad del siglo XX ha llegado a ser un grave peligro
la posesión del poder y de las riquezas, al extenderse la ola de los
secuestros. ¿Por qué avanza tanto el Evangelio en los países de
Centroamérica? En gran parte, porque la mayoría no tiene ninguna
cosa material en que apoyar su confianza ni su esperanza. «¡A los
pobres les es anunciado el Evangelio!» (Mt. 11:5, comp. con Is.
61:1).
(C) Se nos declara enfáticamente la forma asombrosa en que Dios
lo ordenó todo:
(a) Para abatir el orgullo y la vanidad de los hombres, puesto que
(vv. 27, 28), «escogió Dios lo necio del mundo, para avergonzar a
los sabios; y escogió Dios lo débil del mundo, para avergonzar a lo
fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que
no es (lo insignificante, lo que no tiene importancia a los ojos del
mundo), para reducir a la impotencia (lit.; el mismo verbo de Ro.
6:6, entre otros lugares) lo que es (lo relevante, lo que tiene
importancia a los ojos del mundo). De este modo (v. 29), nadie
podía jactarse en la presencia de Dios, pues no quedaba base
alguna para tal jactancia. Dice Trenchard: «Cuando una
organización eclesiástica se hace potente por medio de su
jerarquía, su erudición, su dinero y su influencia social y política, se
halla en grave peligro, pues será difícil que digan: “Tenemos este
tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de
Dios y no de nosotros” (2 Co. 4:7)». Sólo la sabiduría de Dios halló
el medio de nuestra redención; y sólo la gracia de Dios nos lo dio a
conocer y nos lo aplicó.
(b) Para glorificar el poder, la sabiduría y el amor de Dios (vv. 30,
31): «Mas por obra suya (de Dios) estáis vosotros en Cristo Jesús,
el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría (el plan de
Dios, v. 24), la cual se echa de ver en las tres cosas que incluye (el
gr. original muestra esta subordinación): justificación, santificación y
redención, es decir, la liberación definitiva de todo mal (comp. con
Ro. 8:23, al final)». Todo lo que somos y tenemos espiritualmente,
nos viene de Dios y en unión con Cristo Jesús; Dios es la fuente, y
Cristo es el canal: Nosotros somos necios, pero Él nos ha sido
hecho sabiduría; nosotros somos culpables, mas Él nos ha sido
hecho justificación; somos pecadores depravados y corrompidos,
pero Él nos ha sido hecho santificación; estamos cautivos bajo los
males y miserias de esta vida, pero Él nos ha sido hecho redención.
Y todo ello está destinado, en último término, a la gloria de Dios. El
hombre queda humillado con este plan, pero Dios queda glorificado.
CAPÍTULO 2
En este capítulo,
I. Pablo insiste en la manera llana y sencilla con que les había
anunciado el Evangelio (vv. 1–5).
II. Les dice a los fieles de Corinto que les ha comunicado un tesoro
del más alto valor y de la más elevada sabiduría, tal que a nadie se
le puede ocurrir ni la puede recibir o entender nadie, a no ser
mediante la luz y el influjo del Espíritu Santo (vv. 6–16).
Versículos 1–5
El apóstol les hace a la memoria a los fieles de Corinto la forma
como actuó cuando predicó por primera vez el Evangelio entre
ellos.
1. En cuanto al tema de su predicación, les dice (v. 2): «Resolví no
saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste
crucificado». El original dice literalmente: «Porque no juzgué
conocer (en el sentido íntimo, experimental, de este verbo en la
Biblia) algo, sino etc. Cristo, en su persona, y en su obra en la Cruz
(la sustancia del Evangelio), era lo único que Pablo deseaba
conocer a fondo y proclamar con insistencia. Cualquiera que oyese
a Pablo predicar, se podía dar cuenta de in mediato de que ésta era
la única cuerda de su arpa, el único asunto de su interés, como si
no conociese otra cosa que a Cristo; y a éste, crucificado.
2. En cuanto al modo de predicar a Cristo, dice
(A): «Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas
de humana sabiduría» (v. 4). No se proponía cautivar los oídos
mediante expresiones elocuentes, ni entretener la fantasía con altos
vuelos oratorios. La sabiduría divina no necesita tales ornamentos
humanos.
(B) Pablo fue a ellos anunciando el testimonio de Dios (v. 1), es
decir, publicó algo revelado por Dios. Ningún ornamento de retórica
elocuencia ni de profunda filosofía podía añadir un ápice de fuerza
persuasiva a lo que iba respaldado por tan elevada autoridad.
(C) Se presentó a ellos (v. 3) con debilidad, no propiamente de
cuerpo ni de espíritu, sino psicológica, es decir, consciente de su
propia insuficiencia (comp. 2 Co. 2:16; 4:7), y con temor y mucho
temblor, frase que, como en otros lugares, indica respeto y sentido
de la responsabilidad: una ansiedad procedente de la clara
conciencia que tenía de la tremenda importancia de su ministerio.
Todo fiel ministro del Evangelio siente este temor y temblor; los que
suben al púlpito confiados en su facilidad de palabra o en su
erudición bíblica, no están bien equipados para hablar con el poder
del Espíritu. Pablo no confiaba en los medios humanos de
persuadir, sino en la demostración (gr. apódeixis, de donde viene
«apodíctico», convincente, que no admite contradicción) del poder
del Espíritu (v. 4b, en probable hendíadis).
3. En cuanto al objetivo de su predicación acerca de Cristo con el
poder del Espíritu, no con palabras de sabiduría humana, dice (v.
5): «para que vuestra fe no esté (fundada) en la sabiduría de los
hombres, sino en el poder de Dios». Cuando ninguna otra cosa se
predica, sino a Cristo crucificado, y no se emplean los medios
humanos de elocuencia y sabiduría humana, el éxito de la
predicación sólo puede atribuirse al poder de Dios.
Versículos 6–16
Al llegar a esta sección, recuérdese la distinción entre las dos
clases de sabiduría que el apóstol mencionó en 1:21. Al llegar al
versículo 6 de este capítulo 2, vuelve a mencionarlas, para que no
se piense que la locura de la Cruz carece de sabiduría.
1. Esta sabiduría (v. 6), la de Dios (v. 7), es la que, dice Pablo,
«hablamos entre los perfectos (lit.); sabiduría, por cierto, no de este
mundo ni de los príncipes de este mundo, que se van desgastando,
etc.». Analicemos conjuntamente los versículos 6–9:
(A) Pablo dice que habla (el plural está para incluir a todos los
demás predicadores fieles del Evangelio) sabiduría de Dios entre
los perfectos. ¿Quiénes son estos «perfectos»? Por contraste con el
versículo 14, sostiene Hodge, con gran aparato de argumentos, que
se trata de todos los sinceros creyentes, pues entre los cristianos no
hay «grados» como entre los gnósticos. Pero no cabe duda de que
está completamente equivocado. Es cierto que no hay «categorías»
en la iglesia, pero la triste realidad es que muchos hermanos no
pasan de «bebés en Cristo», sin llegar a la madurez. Basta con leer
3:1–3, para darse cuenta de que Pablo tiene en mente a los
«maduros espiritualmente», en contraste con estos bebés carnales.
El vocablo griego téleios NUNCA se aplica a estos bebés; siempre
indica madurez en las diez veces que este vocablo se aplica a
personas en el Nuevo Testamento (sólo en una, Ef. 4:13, indica la
perfección total, escatológica. V. también el comentario a Fil. 3:12).
(B) La sabiduría de este mundo (v. 6), como puede verse por 1:19 y
ss., incluye la filosofía, la retórica, la erudición, de griegos y
romanos en tiempos del apóstol. Pablo añade «ni de los príncipes
de este mundo» (comp. con v. 8, que nos da la clave para entender
la expresión del v. 6), para incluir la sabiduría política, etc., de los
constituidos en poder y autoridad. Pablo describe a estos príncipes
como perdiendo su fuerza (gr. katargouménon), lo cual puede
entenderse de dos modos, conforme a los dos sentidos principales
del verbo griego:
(a) Van desapareciendo (quedan abolidos). Tanto los sistemas
filosóficos como los poderes políticos pasan continuamente, para
dejar su lugar a otros sistemas, a otros regímenes y, sobre todo, a
otros líderes culturales y políticos. Como dice Trenchard: «Frente a
la sabiduría divina, Aristóteles no se halla en mejor caso que Julio
César».
(b) Carecen de fuerza, de mordiente (quedan reducidos a la
impotencia). La sabiduría de Dios contiene el plan salvador de Dios
para todos los hombres (vv. 7, 9, comp. con Ro. 16:25b), mientras
que ninguna filosofía humana, así como ningún sistema político,
pueden ofrecer al hombre verdadera salvación; ni siquiera
consiguen nivelar los «bolsillos»; mucho menos, regenerar los
corazones, pues aquello es una consecuencia de esto (v. Hch.
4:32).
(C) De esta sabiduría divina dice Pablo (v. 8) que «si los príncipes
(comp. con Hch. 3:17, que trae el mismo vocablo e ilumina lo que
Pablo dice aquí) de este mundo la hubieran conocido, no habrían
crucificado al Señor de la gloria (comp. con Jn. 17:5), al que
comparte la gloria (el honor y el poder) de Jehová, frente a la
inutilidad de los dioses falsos de la gentilidad. Esto significa
claramente que las autoridades religiosas y políticas de Israel
crucificaron a Cristo por ignorar el plan salvífico de Dios (para unos,
escándalo; para otros, locura; 1:23).
(D) Finalmente, de esta sabiduría de Dios dice Pablo que es en
misterio (no es que la hable en misterio), es decir, misteriosa, la
sabiduría oculta, pero conocida y preparada por Dios desde la
eternidad («antes de los siglos», v. 7) para nuestra gloria; no para
nuestra jactancia, sino para que pudiésemos disfrutar de los
gloriosos beneficios que la salvación comporta. No es misteriosa en
sentido gnóstico, como si sólo algunos «iniciados» pudiesen
captarla, sino en el sentido de «mantenida oculta» en el seno de
Dios, hasta su reciente revelación para «todos», no sólo para
algunos.
2. Para recalcar este sentido de «misterio» de la sabiduría divina, el
apóstol echa mano de una cita de Isaías (Is. 64:4), pero tomada
muy libremente, quizás a través de una tradición rabínica, y en un
sentido muy distinto del que ofrece todo el contexto de Isaías 64. Lo
único que, de tal cita, le interesa a Pablo es lo inaudito, lo
inesperado, de las obras de Dios, pues son cosas (v. 9) no vistas ni
oídas antes, ni se le han podido ocurrir a nadie (éste es el sentido
de «subir al corazón de alguien»). De estas cosas, anteriormente
ocultas, dice Pablo:
(A) Que Dios las reveló (retiró el velo que las cubría) a nosotros,
esto es, a todos los creyentes, no sólo a los apóstoles, por medio
del Espíritu, es decir, del Espíritu Santo. Dichas cosas estaban
ocultas en el seno de Dios, en las profundidades de Dios (v. 10b.
Comp. con «las profundidades de Satanás», Ap. 2:24), de modo
que nadie podía conocerlas, excepto el Espíritu mismo de Dios. Al
decir que «todo lo escudriña», no quiere decir que tenga necesidad
de hacer una búsqueda o exploración en lo íntimo del ser de Dios,
sino que todo lo penetra y conoce perfectamente (comp. con Sal.
139:1, 3).
(B) Usa una comparación (v. 11) que ilustra este perfecto
conocimiento que el Espíritu de Dios posee de las intimidades de
Dios: Así como nadie conoce las profundidades de una persona,
excepto la persona misma, así tampoco nadie puede conocer las
profundidades de Dios, excepto Dios mismo. Una persona sólo
puede conjeturar lo que otra persona piensa; sólo la persona misma
sabe lo que piensa. El caso de Dios es mucho más difícil de
sondear, y eso por dos razones:
(a) Un hombre puede conjeturar lo que otro hombre piensa, pero
nadie puede conjeturar lo que Dios piensa;
(b) el Espíritu de Dios, que personifica su poder activo, eficaz,
penetrante, llega a profundizar en el abismo infinito e inefable de
Dios, mientras que el propio espíritu del hombre se percata
únicamente de lo que aparece en la pantalla, como en la superficie,
de la conciencia psicológica; por eso, es tan engañoso el corazón
humano (Jer. 17:9), pues engaña a su propio dueño, el cual no se
percata de los ocultos móviles que guían su conducta.
(C) Al tener el Espíritu de Dios, los creyentes conocen los secretos
de Dios, su plan de salvación de la humanidad, lo que Dios nos ha
otorgado gratuitamente (v. 12), lo cual no puede declarárnoslo el
«espíritu del mundo» (gr. to pneuma tou kósmou). Al usar kósmos
en lugar de aión, Pablo da a entender «todo principio natural de
conocimiento» (J. Leal), más bien que «el espíritu del siglo» en
sentido peyorativo. En otras palabras, la razón humana, propia o
ajena, no puede comunicarnos el conocimiento adecuado de las
cosas de Dios. En cambio, el Espíritu de Dios, al sondear las
profundidades de Dios y revelarnos los secretos de Dios en cuanto
a nosotros mismos, ¡nos revela también nuestras propias
profundidades! ¡Sólo a la luz de lo que Dios nos revela, podemos
conocernos realmente a nosotros mismos! En este contexto hay
que colocar lo que Pablo dice en el versículo 9. Hay predicadores
que interpretan dicho versículo como si se refiriese a lo que Dios
nos tiene reservado en el cielo. Esto es una grave equivocación, y
nada tiene que ver con lo que el mismo Pablo dice de sí en 2
Corintios 12:4. El plan de Dios para nuestra salvación lo sabemos
ya, porque nos ha sido revelado por medio del Espíritu (v. 10).
(D) Así como las cosas de Dios no se conocen por medio del
espíritu del mundo (v. 12), tampoco se expresan (v. 13) con
palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña
el Espíritu. La última parte de este versículo 13 es sumamente difícil
de traducir, no sólo por las diferentes versiones que admite el verbo
sunkríno, sino por lo conciso del dativo griego pneumatikoís, ya que
es difícil decidir si es instrumental (de cosa) o complemento
indirecto (de persona). Lo primero guarda mejor el paralelismo con
la primera parte del versículo, y habría de leerse asi: «declarando
con palabras espirituales (inspiradas por el Espíritu) las realidades
espirituales» (reveladas por el Espíritu). Lo segundo contrasta mejor
con lo que viene después (v. 14), y conforme a eso habría de
traducirse así: «Declarando cosas espirituales a personas
espirituales» (comp. con el v. 6 y con 3:1–3). Bullinger realiza un
análisis minucioso del texto y se pronuncia a favor de la segunda
versión, pero autores tan serios y competentes como el Dr. Ryrie
añaden un «quizá» antes de leer: «Interpretando verdades
espirituales a mentes espirituales». No es fácil dogmatizar a favor
de una versión determinada.
3. Cómo se recibe esta sabiduría divina (vv. 14–16). Vemos aquí
que:
(A) «El hombre animal (lit.) no capta las cosas que son del Espíritu
de Dios, porque para él son locura» (v. 14, comp. con 1:21, 23).
Con el calificativo de «animal» (gr. psukhikós, el mismo vocablo de
1 Co. 15:44) se refiere Pablo a una persona no regenerada por el
Espíritu, inconversa. Nuestras versiones suelen traducir «natural»,
en lugar de «animal», para no dar la impresión de que el apóstol se
refiere a personas bestiales, entregadas a los vicios, especialmente
a la sensualidad, pero, por otra parte, el vocablo «natural» tiene el
grave inconveniente de que suele interpretarse como lo contrario de
«fingido, artificial, insincero», por lo que un lector corriente podría
errar el sentido. «Natural» se opone aquí a «sobrenatural» y
designa a todo el que no ha recibido la revelación divina ni ha sido
cambiado por la acción de la gracia de Dios en el poder
regenerador del Espíritu Santo. Por eso, «no puede entender (lit.
conocer) las cosas del Espíritu, porque se han de discernir
espiritualmente» (v. 14b). Dice J. Leal: «Este hombre, al margen de
toda acción sobrenatural divina, ni comprende ni acepta los planes
de Dios, la sabiduría y el misterio de la cruz. La razón es porque la
entrega al misterio de la cruz es obra del Espíritu, del cual carece».
(B) «En cambio (v. 15), el espiritual discierne todas las cosas
(comp. con 1 Jn. 2:20, 27, como un eco de Jn. 14:26; 16:13), pero él
no es enjuiciado por nadie». Dos observaciones son necesarias
aquí: (a) «Todas las cosas» no significa las de cualquier materia,
sino las que enseña el Espíritu en la Palabra de Dios, y el
«discierne» está en presente continuativo, como para dar a
entender que no se trata de un conocimiento perfecto ni de un
discernimiento absoluto de todas las cosas espirituales, sino más
bien de la posesión del Espíritu como principio y guía de tal
discernimiento. En la medida en que el creyente se va haciendo
maduro, va también perfeccionando esa facultad de discernir (He.
5:11–14 es el mejor comentario a este versículo). (b) Lo de «él no
es enjuiciado por nadie» no quiere decir que esté exento de
someterse al juicio y a la disciplina de los líderes de la iglesia. El
contexto exige que se entienda con respecto a los que, al tener el
Espíritu no pueden ser entendidos ni juzgados por los que no lo
tienen. Siguiendo una ilustración empleada por el Crisóstomo,
podemos decir que el que tiene buena vista puede ver lo que tiene
un ciego y muchas otras cosas que no tiene el ciego; en cambio, el
ciego no puede ver lo que tiene el de buena vista, ni siquiera lo que
tiene él mismo. La comparación sigue, pues, siendo entre el
creyente y el no regenerado por el Espíritu.
(C) Con una cita de Isaías 40:13, donde el profeta pondera el poder
y la sabiduría de Dios para sacar a los israelitas del cautiverio, el
apóstol viene a decir (v. 16) que el juzgar al hombre que tiene el
Espíritu de Dios equivale a juzgar a Dios. Dice Hodge: «Estas
palabras son una confirmación de lo precedente. Nadie puede
juzgar a un hombre espiritual, pues eso sería juzgar al Señor. El
Señor había revelado ciertas doctrinas. Los espirituales disciernen
aquellas doctrinas como verdaderas. Si un hombre las declara
falsas y juzga a los que las defienden, es que pretende ser capaz
de enseñar al Señor. Dado que nadie puede hacer esto, nadie
puede juzgar a los que tienen la mente de Cristo, es decir, aquellos
a quienes Cristo por su Espíritu ha enseñado la verdad». Sin
embargo, también aquí es preciso entender bien el contexto, para
no extraviarse al pensar cada uno que, como tiene la mente de
Cristo, no tiene por qué admitir consejos o enseñanzas de ningún
otro hermano. Recordemos la exhortación de Pablo en Romanos
12:2, a renovar constantemente nuestra mente. El proceso es arduo
y constante, y hace muy bien el Profesor Trenchard al aconsejar un
repaso frecuente a los cuatro Evangelios, para preguntarnos:
«¿Cómo pensaba Cristo acerca de tal materia? ¿Cómo actuaría Él
en mi caso?» «Si lo hiciéramos así, dice Trenchard, hallaríamos
muchas sorpresas y llegaríamos a comprender cuán lejos estamos,
en la práctica, de manifestar que tenemos la mente (la manera de
pensar) de Cristo.» Tener la mente de Cristo es un gran privilegio,
pero es también una grave responsabilidad, por cuanto el pecado
que todavía reside (aun cuando no reine) en nosotros, se opone a la
mentalidad de Cristo, que es la del Espíritu de Dios.
CAPÍTULO 3
Aquí el apóstol,
I. reprende a los corintios por su carnalidad y sus divisiones (vv. 1–
4).
II. Les instruye acerca del modo de corregir lo que no está bien
entre ellos, haciéndoles a la memoria,
1. que los que les habían predicado el Evangelio no eran sino
ministros, es decir, servidores de un mismo Amo, Dios (vv. 5–10), y
2. Edificaban sobre un mismo fundamento (vv. 11–15).
III. Les exhorta a respetar el cuerpo (vv. 16, 17) y a ser humildes
(vv. 18–20), sin jactarse en los que son servidores, no amos, suyos
(vv. 21–23).
Versículos 1–4

Pablo reprende aquí a los fieles de Corinto:


1. Por su debilidad espiritual. Aunque eran creyentes, nacidos de
nuevo, no crecían como era debido. Por esa razón, aunque habían
captado las verdades elementales de la fe cristiana, lo que el
apóstol llama leche (comp. He. 5:12, 13), como se da a los niños de
pecho, no podía impartirles alimento sólido (legumbres, carne, etc.),
esto es, una exposición más profunda y detallada de las mismas
verdades, como se hace a los que maduran espiritualmente (vv.
1,2). Pablo usa para «carnales» el adjetivo griego sarkínos, de
carne; con él se expresa el aspecto de debilidad. El deber de los
ministros de Dios es adaptarse a la capacidad (v. 2b) de los
oyentes, pero los creyentes tienen también el deber de crecer en
gracia y en conocimiento de las Escrituras.
2. Por su carnalidad (vv. 3, 4). Ahora usa un adjetivo distinto:
sarkikós, carnal; con él se expresa el aspecto de pecaminosidad,
por proceder al modo de los hombres no regenerados. La frase final
del versículo 4 dice literalmente: «¿No sois hombres?», que, comp.
con v. 3b, significa comportarse a la manera de los que son
meramente hombres, no regenerados. ¿En qué se conoce este
«modo humano» de comportarse? Lo dice expresamente el apóstol
al volver (v. 4) a mencionar las divisiones en torno a
personalidades, que ya había mencionado en 1:11–13. Formar
partidos en torno a líderes es propio de los políticos (en su
condición de ciudadanos de este mundo), no de los creyentes,
quienes han de aspirar a la unidad del Espíritu dentro de la iglesia.
Andar como los demás hombres es una prueba evidente de
carnalidad pecaminosa, no sólo de debilidad. ¿No tenían el
Espíritu? ¿Por qué andaban según la carne?
Versículos 5–10
Pablo les dice ahora cómo han de curar esos malos humores.
1. Les recuerda que quienes les administraron el Evangelio no son
sino servidores (gr. diákonoi): «¿Qué, pues, es Pablo, y qué es
Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso
según lo que a cada uno (comp. Ro. 12:3, 6; 1 Co. 12:18) concedió
el Señor» (v. 5).
L. Morris hace notar que Pablo no dice «¿quién es Pablo, etc.?»,
sino «¿qué es, etc.?», «como para distraer la atención hacia las
funciones de los predicadores, en vez de concentrarla en las
personas». Después de lo que ha dicho (v. 2) sobre «leche» y
«alimento sólido», no pudo emplear mejor epíteto que diákonos: el
que sirve a la mesa (Hch. 6:1–4). El alimento es la Palabra de Dios;
la predicación es la forma en que ese alimento se presenta en la
mesa del púlpito, sin más salsa que el poder del Espíritu.
Pero el apóstol pasa a usar otra ilustración: «Yo planté, Apolos
regó; pero el crecimiento (el germinar y crecer) lo dio (lit.) Dios» (v.
6). Dios era el único que había obrado en el interior del corazón de
los oyentes (comp. Hch. 16:14), al hacer que la Palabra echase
raíces, brotara y creciera; Pablo y Apolos habían ejercitado cada
uno su don respectivo; el uno, al plantar; el otro, al regar (el mismo
verbo griego de «dar a beber» en el v. 2) lo que el primero había
plantado; pero ambos se habían limitado a una operación exterior,
aunque necesaria (según la providencia ordinaria de Dios), para
conducir a los hombres a los pies de la Cruz (Jn. 3:14, 15). Con
esto se da a entender que los ministros de Dios no pueden
«convertir» a nadie, pues la conversión es obra de Dios; por lo que
los «convertidos» deberían fijar su atención en Dios que da el
crecimiento (v. 7), pues, aparte de esa acción interior divina, «ni el
que planta es algo, ni el que riega».
2. Les hace ver la unanimidad de los ministros de Cristo (v. 8): «El
que planta y el que riega son una misma cosa», es decir, son
criados de un mismo Señor, están empleados en la misma obra y
han de actuar en completa armonía, aunque cada uno recibirá su
propia recompensa, conforme a su propio esfuerzo (gr. kópon). El
fruto pertenece por igual a Dios, pero la recompensa del criado
depende de la labor ardua que desempeña cada uno.
Y, para hacerles ver a los corintios que los ministros de Dios no
trabajan en su propio negocio, sino en el de Dios, añade (v. 9):
«Porque nosotros somos colaboradores de Dios». La frase puede
entenderse de dos maneras: (A) «Siervos que trabajamos juntos a
las órdenes de Dios». Esta interpretación es la que mejor cuadra
con el contexto; (13) «Siervos que trabajamos juntamente con
Dios». Aunque menos probable, esta interpretación no puede
descartarse a la vista de Marcos 16:20. En cualquiera de los dos
casos, se pone de relieve el privilegio, la responsabilidad y la
autoridad de la tarea apostólica y, más en general, de todo
ministerio cristiano. A tono con la metáfora que Pablo usa, dice «y
vosotros sois labrantío (campo de labranza) de Dios» (Pablo usa el
vocablo gueórguion; comp. con el gueorgós de Jn. 15:1).
3. Súbitamente, cambia de metáfora (v. 9, al final) y los llama:
«edificio de Dios». Necesita cambiar de metáfora por lo que dice a
continuación (vv. 10–15). Ahora, al que «planta» corresponde «el
que pone el fundamento» (comp. con Ef. 2:20) del edificio; y al que
«riega» corresponde «el que edifica encima». De sí mismo dice
Pablo (v. 10): «Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada,
yo como perito (es decir, experto, especializado en este ramo)
arquitecto puse el fundamento (v. el versículo siguiente)».
Pablo había sido equipado por Dios con la gracia y el don de abrir el
surco, de plantar en tierra virgen, de poner «la primera piedra» en el
edificio de Dios. Pero era más que eso: el término «arquitecto», jefe
de los albañiles, da a entender que había recibido también el cargo
de «supervisor general» (como los «Doce» especialmente llamados
al apostolado específico) de las iglesias que había fundado (v. 2 Co.
11:28). Por eso, le compete la autoridad de hacer la siguiente
advertencia: «pero cada uno mire cómo sobreedifica». A pesar de la
semejanza con Efesios 2:20–22; 1 Pedro 2:4–8, aquí no se trata de
las personas («piedras vivas») que van siendo añadidas al edificio,
sino de los materiales doctrinales que cada uno, especialmente los
predicadores, aporta a la obra.
Versículos 11–15
En estos versículos, el apóstol describe los materiales del edificio
de Dios, así como la recompensa respectiva de los constructores.
1. El fundamento (gr. themélios, lo mismo que en Ef. 2:20), que aquí
equivale a la piedra principal del ángulo de Efesios 2:20 y 1 Pedro
2:6–8, no es otro que Jesucristo. Al decir que él (Pablo) había
puesto este fundamento, da claramente a entender que no trata de
la persona de Cristo, sino del mensaje evangélico sobre la persona
y la obra de Cristo. Esto es lo que Pablo llama «mi Evangelio» (Ro.
2:16) y está tan seguro de que ése es el único Evangelio, que se
atreve a lanzar el anatema contra quien predique (aunque sea un
ángel del cielo). otro «evangelio» que se desvíe del que él ha
predicado (Gá. 1:8, 9). Por eso dice ahora que ese fundamento
«está ya puesto». Lo ha puesto Él, y nadie lo puede modificar ni
cambiar de lugar. Todo el que predique a Cristo, tiene que predicar
el Cristo que Pablo predicó, no otro. ¿Es ése el Cristo que se
predica hoy en muchas iglesias?
2. Sobre ese fundamento pueden sobreedificarse materiales
valiosos: enseñanzas bíblicas puras, sólidas, acendradas,
rectamente trazadas (v. 2 Ti. 2:15), que el apóstol compara al oro,
la plata y las piedras preciosas (v. 12). Comoquiera que Pablo
habla en sentido figurado, es difícil saber si lo de «piedras
preciosas» se refiere a diamantes, rubíes, amatistas, etc., o a
«piedras de mucho precio» como el granito, el mármol, el pórfido,
etc. El sentido no varía, y es inútil querer ver diferencias espirituales
en la enumeración de distintos materiales valiosos.
3. Al final del versículo 12 se mencionan otras tres clases de
materiales inútiles: madera, heno, paja. Tratándose del edificio de
Dios, templo sagrado, dichos materiales son inútiles, sin valor, aun
cuando se empleasen, como dice Hodge, «para casas corrientes,
pero no para templos. Madera para las puertas y postes; heno,
hierba seca mezclada con barro para las paredes; y paja para el
techado». Lo mismo que con respecto a los materiales valiosos, no
es muy útil ver diferencias tampoco en los inútiles. Sólo a título de
información, copiamos del comentario de Trenchard: «Con todo, la
madera puede representar esfuerzos humanos que son utilizados
por la providencia de Dios, de la manera en que apoyos de madera
pueden sostener un edificio por cierto tiempo; pero se entiende
(hallándose en esta categoría) que el móvil es carnal, y el hecho de
que la obra sea útil, bajo la providencia de Dios, no garantiza ni su
permanencia ni que el «obrero» reciba recompensa».
4. Mientras la obra va siendo llevada a cabo, podrán discutir los
hombres acerca de la calidad de los materiales, pero llegará el día
(v. 13) en que la obra de cada uno se hará manifiesta; no valdrán
tapujos de retórica ni profundos estudios de «Alta Crítica»; como los
materiales ante el fuego, así se verá la calidad del material doctrinal
y espiritual sobreedificado sobre el Evangelio de Cristo, ante el
fuego de los ojos del Señor (Ap. 1:14). Al tratarse de un juicio de
recompensas, «el día» no puede ser otro que el de Jesucristo (1:8;
5:5; 2 Co. 1:14; Fil. 1:6, 10; 2:16). J. Leal (como todos los demás
amilenialistas) lo confunde con el día del Juicio Final (Ap. 20:11 y
ss.), pero, a tono con la moderna teología católica, no lo aplica al
llamado «purgatorio» temporal, sino al Día de Jehová: «La segunda
venida de Cristo (dice J. Leal) está concebida en este marco ígneo,
propio de las teofanías del Antiguo Testamento, y aquí viene muy
bien en la línea de la alegoría general del edificio». A continuación
(vv. 14, 15), expone Pablo el resultado de «la prueba del fuego»:
(A) «Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, recibirá
recompensa» (v. 14). El día, del que dice en el versículo 13 que
declarará, es decir, pondrá en claro (gr. delósei, mostrará el
verdadero carácter), la obra de cada uno, manifestará el carácter
de lo que valía el material mediante la prueba de su
permanencia: el fuego lo ha refinado, lo ha purificado quizá, pero
no lo ha consumido. Jesucristo, el Juez del Tribunal divino, ha dado
su Visto Bueno a la obra de su siervo; éste, pues, recibirá
recompensa (gr. misthón; no es el «salario» de Ro. 6:23). Ni
nuestra mente tiene capacidad para concebir, ni nuestra lengua
para expresar, la calidad de la recompensa eterna, de lo que Dios
tiene preparado para los que le aman, de lo que Cristo otorgará,
como una gloriosa condecoración, a los ministros del Evangelio (y
aun a todo fiel testigo suyo en la tierra) que han sido fieles a su
llamamiento en el desempeño del ministerio de la Palabra, pero sí
sabemos que será una recompensa digna del Dador.
(B) En cambio, «si la obra de alguno será consumida por el
fuego (lit.), él sufrirá pérdida (lit. saldrá perjudicado), no en su
salvación personal, sino por falta de recompensa, ya que su obra ha
sido consumida por el fuego como inútil para el edificio general de
Dios. El apóstol lo aclara a continuación (v. 15b): «si bien él mismo
será salvo, aunque así como a través del fuego». La idea es
clara: Lo mismo que una persona que, en un incendio, no logra
salvar ninguna de sus posesiones, ni aun la ropa que lleva, sino que
escapa, sano y salvo, por entre las llamas, así el obrero cristiano
que edificó con material inútil, verá perdido todo ese material, verá
también perdida cualquier recompensa, pero no perderá ni en
un ápice su salvación (Ro. 8:1). Su escape no será por fuego (por
purificación), sino del fuego (por evacuación); el Señor lo sacará
como se saca del incendio algo que está a punto de quemarse
(comp. con Zac. 3:2).
Versículos 16–17
Al tomar pie de la alegoría del edificio, la cual acaba de desarrollar
en los versículos anteriores, el apóstol retoma la frase del versículo
9 (al final), para decir (v. 16): «¿No sabéis que sois santuario de
Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» Y continúa
(v. 17): «Si alguno profana (lit. corrompe) el santuario de Dios, al tal
le impondrá Dios un severo castigo (lit. lo corromperá Dios); porque
el santuario de Dios es sagrado, y ese santuario sois vosotros»
(NVI, excepto en lo de «santuario», que la NVI vierte por «templo»).
Nótese que Pablo no usa el vocablo hierón, que incluye todo el
edificio del templo, sino naón, que denota el santuario propiamente
dicho: el Lugar Santo y el Santísimo, es decir, la parte del
templo en la que se manifestaba de manera especial la
presencia de Jehová y, por eso, ha dicho en el versículo 9b,
«¿… y que el Espíritu de Dios mora (gr. oikeí, habita) en vosotros?»
«El Espíritu» es, ni más ni menos, «Dios morando en la iglesia
local», pues el apóstol se dirige a una iglesia local, no a la Iglesia en
general.
La iglesia local, pues, y en ella todos los sinceros creyentes,
constituyen el santuario del Espíritu, de la misma forma que
constituyen el Cuerpo de Cristo. La persona entera, no sólo su
alma, es santuario de Dios (v. 6:19, 20). Y así como el santuario
estaba separado de todo lo común, de todo lo profano, así también
la persona entera del creyente (Ro. 12:1) está consagrada al
servicio de Dios. Los cristianos son santos (gr. háguios,
sagrado) por profesión, y deben conservarse limpios y puros por
preservación.
Versículos 18–20
1. Pablo pasa ahora a prescribir humildad como remedio contra las
irregularidades que existen en la iglesia de Corinto, especialmente
por causa de las divisiones en torno a personalidades, como se ve
por el contexto posterior (vv. 21–23). «Nadie se engañe a sí mismo»
(v. 18), dice el apóstol. No hay peor engaño para una persona
que el que le produce su propio orgullo. Por eso, los peores
engañadores son los que fomentan el orgullo de los grandes
(gobernantes y prelados), al inflamar el fuego de la soberbia con
el fuelle de la adulación. ¡Y ellos—necios—se lo creen!
El mejor remedio contra este engaño es el que Pablo prescribe
a continuación (v. 18b): «Si alguno entre vosotros se cree sabio
según este mundo, hágase ignorante para que llegue a ser
sabio». Para «mundo», Pablo usa aquí el vocablo aión, siglo, con
lo que da a entender lo pasajero, lo efímero, de las modas
culturales humanas. A fin de entender bien lo que aquí prescribe
Pablo, nótese que para «ignorante» usa el vocablo móros, loco,
insensato; lo cual nos recuerda lo que dijo antes (1:21 y ss.) de «la
locura (gr. moría) de la predicación» de Cristo crucificado. Sólo
cuando una persona acepta ser «loco» según el mundo, está en
condiciones de ser «sabio» según Dios (v. 2:14). Por el contrario (v.
19), «la sabiduría de este mundo (aquí, kósmos, el ordenado
sistema mundano) es insensatez (gr. moría) ante Dios». Las cosas
que el mundo más aprecia son las que tienen menos valor a los
ojos de Dios. El mundano se cree «sabio» cuando obtiene la
suficiente experiencia para escalar los puestos más altos y
conseguir así honores, riquezas, poder. El criterio de Dios es a la
inversa (v. 2 Co. 8:9; Fil. 2:5–8): Dar y darse, servir por medio del
amor (Gá. 5:13) es la suprema sabiduría y la perfecta libertad.
2. Pablo refuerza, con dos citas del Antiguo Testamento (Job 5:13 y
Sal. 94:11), su afirmación acerca de la insensatez de la sabiduría
mundana: «Él (Dios) atrapa (gr. drassómenos, agarrando con el
puño) a los sabios en la astucia de éstos», es decir, los caza con su
propia trampa. Son atrapados, como dice Leal, «en las redes de su
mala intención, sin que logren impedir los planes de Dios, como se
ve en los hermanos de José».
La cita del Salmo 94:11 corrobora lo anterior (v. 20): «El Señor
(Jehová) conoce los razonamientos (el mismo vocablo de Ro. 1:21)
de los sabios, que son vanos», es decir, vacíos, sin éxito, sin fruto
(gr. mátaioi; comp. con el mataiótes mataiotéton: vanidad de
vanidades, de Eclesiastés, en los LXX). Los más refinados planes
de los hombres se deshacen, como pompas de jabón, al soplo de
Dios. Dios los conoce de antemano (comp. con Sal. 139:1–6) y los
impide o los deshace, según le place.
Versículos 21–23
Viene ahora una exhortación a no sobrevalorar a los predicadores y
maestros de que disponían los fieles de Corinto.
1. «Así que, ninguno se jacte en los hombres», dice Pablo (v. 21).
Dos detalles son dignos de observación en esta frase: (A) Hóste es
una conjunción que señala una conclusión fuerte en vista de lo que
precede: «Por consiguiente, etc.». (B) En la cita del Salmo 94:11, el
apóstol ha cambiado por «sabios» el «hombres» de los LXX (Adán
en el hebreo). Sin duda, lo ha hecho para conservar el paralelismo
con el lugar de Job 5:13; pero ahora (v. 21) vuelve a decir
«hombres», con relación a lo que sigue. Estas observaciones son
de suma importancia, pues nos llevan a la conclusión de que
TAMBIÉN entre los líderes de las iglesias, genuinos creyentes,
puede darse alguna sabiduría humana o algún detalle humano que
(aun sin quererlo ellos) atraiga demasiada atención por parte de los
demás hermanos de la congregación. Todo lo que no sea «la locura
de la predicación» y «gloriarse en el Señor» (1:21, 31) puede
promover «la jactancia en los hombres».
2. Pero el apóstol ahonda más, y detalla ahora lo que había ya
insinuado en el versículo 5, para mostrar la insensatez de jactarse
en un líder religioso como en alguien a quien seguir y servir como a
un jefe de partido político. Por eso, continúa (vv. 21b–23): «porque
todo es vuestro». Nótese: TODO. Y comienza precisamente (v. 22)
por Pablo, Apolos y Cefas. Aquellos mismos a quienes los corintios
consideraban como líderes de distintas facciones dentro de la
iglesia, no eran sino ministros de Dios puestos al servicio de la
congregación, no para servirse de la congregación (comp. con Mt.
20:28, donde Cristo da el ejemplo).
3. Pasa después a describir como posesiones del cristiano cosas
que nadie consideraría como realmente suyas (v. 22b):
(A) El mundo. ¿El mundo? Sí, porque si Cristo es el heredero de
toda la creación (Col. 1:15), nosotros somos coherederos con Él
(Ro. 8:17).
(B) La vida y la muerte. Para los no creyentes, la muerte es
horrorosa y la vida llega a ser, para muchos, una carga
insoportable; por eso, tratan de acortarla mediante el suicidio. Pero,
para el creyente, la vida es Cristo, y el morir ganancia (Fil. 1:21).
Sólo vive en plenitud el que vive en la plenitud de Cristo (Col. 2:9,
10); el que muere, duerme en el regazo de Dios y entra en el gozo
de su Señor; y Dios pone un precio muy alto a la muerte violenta de
los suyos (Sal. 116:15).
(C) Lo presente y lo por venir. Para la mayoría de los hombres, lo
presente está lleno de sinsabores, y el porvenir está lleno de
temores; pero el creyente disfruta, por fe, del presente, y contempla
con gozo el porvenir mediante la esperanza. Por eso, después de
empezar el cap. 4 de Filipenses con cierto desagrado, ante la sola
mención del libro de la vida (v. 3b), Pablo exclama (v. 4):
«¡Regocijaos en el Señor siempre! Otra vez digo: ¡Regocijaos!»
4. El versículo 23 indica la jerarquía que existe entre los
propietarios: «Vosotros (sois) de Cristo; y Cristo, de Dios». Acerca
de esto, es menester tener en cuenta dos cosas:
(A) La idea aquí expresada es que los corintios no eran propiedad
de ningún líder eclesiástico (refuerza lo dicho al comienzo del v. 22),
sino de Cristo; todos y cada uno de los miembros de la Iglesia
tienen un solo Señor (Ef. 4:5): Jesucristo. Pero esto no quiere decir
que Jesucristo no nos pertenezca, como si no fuese posesión
nuestra (v. Mt. 20:28), sino que es una posesión que sobrepasa, en
dignidad, señorío y poder, a todos los que lo poseen, incluidos los
líderes, de quienes también es Señor único.
(B) La última frase nos convence de la subordinación del Hijo al
Padre; y eso, no sólo como hombre (v. el comentario a 15:28). Dice
Hodge: «Las Escrituras hablan de una triple subordinación de
Cristo.
1. Subordinación de la segunda persona de la Trinidad a la primera
en cuanto al modo de subsistir (es decir, de existir como persona,—
nota del traductor—) y operar …
2. Subordinación voluntaria del Hijo al humillarse hasta ser hallado
como hombre, y hecho obediente hasta la muerte …
3. Sujeción económica (es decir, funcional,—nota del traductor—) u
oficial … Es decir, subordinación del Hijo de Dios encarnado, en la
obra de la redención y como cabeza de la Iglesia». Ésta es, en
realidad, su condición de único Mediador entre Dios y los hombres;
y, precisamente, como hombre (1 Ti. 2:5).
CAPÍTULO 4
En este capítulo, Pablo, I. instruye a los corintios sobre el modo
como han de considerarle a él y a los demás predicadores del
Evangelio (vv. 1–6). II. Les precave contra el orgullo y la
autosuficiencia (vv. 7–13). III. Les exhorta a considerarle a él como
su «padre en la fe» (vv. 14–16). IV. Les comunica el envío de
Timoteo y su propio plan de visitarles en breve (vv. 17–21).
Versículos 1–6
1. Aunque no aparece ninguna conjunción consecutiva al comienzo
del versículo 1, las frases de Pablo aquí son una consecuencia de
lo dicho en el capítulo 3, con otros detalles que enfatizan la
responsabilidad del ministerio, el papel subalterno del ministro de
Dios y ante quién ha de rendirse cuenta de la actuación ministerial.
«Por tanto, que los demás vean en nosotros servidores de Cristo y
administradores de los secretos de Dios» (v. 1. NVI, que añade
«Por tanto», para que se vea mejor el sentido). El verbo es el
mismo de Romanos 6:11 y significa «tener en cuenta» (aquí, «tener
a alguien por lo que realmente es»). Para «servidores», Pablo usa
el vocablo huperétes que designaba al remero de una nave de
tres filas de remeros (trirreme), subordinado al comandante de
la nave. El término ocurre veinte veces en el Nuevo Testamento y
siempre significa un servidor subalterno que acompaña a su
superior, por lo que también puede traducirse por «asistente» (v.
Hch. 13:5, con respecto a Juan Marcos).
El vocablo griego oikónomos que Pablo usa para
«administradores», puede traducirse también por «mayordomo» o
«dispensador», y se deriva de oíkos, casa, y némo, distribuir,
asignar, etc., de donde procede nómos, ley. Así, pues, Pablo se
cuenta entre los mayordomos encargados de dispensar o
administrar los misterios de Dios, es decir, las verdades que Dios
había mantenido en secreto desde antes de la fundación del
mundo, pero las había revelado ahora a los predicadores del
Evangelio (2:7, 10).
2. Comoquiera que el administrador o mayordomo es un criado en
quien el amo ha puesto su confianza, su cualidad fundamental es la
fidelidad (v. 2): «Ahora bien, lo que en último término se exige a
los que han recibido algo en administración, es fidelidad»
(NVI). Algunos MSS dicen «exigís» (o, «exigid»), en lugar de «se
exige», con lo que el sentido sería, dice Leal, «Vosotros debéis
exigir o buscar en los apóstoles su fidelidad. Es el criterio que
debéis seguir para juzgarlos». Sin embargo, la primera lectura
cuadra mejor con el contexto posterior, pues el apóstol dice a
continuación (vv. 3, 4) que no está sometido al juicio de ningún
miembro de la iglesia ni a un día humano (lit.), esto es, a un
plazo fijado para comparecer ante un tribunal, ni de la iglesia ni de
fuera de la iglesia. El verbo es el mismo usado en 2:14 y ss., y
significa el interrogatorio al que se somete a un reo ante un tribunal.
Tampoco él se juzga a sí mismo, a pesar de que su conciencia no
le acusa (v. 4) de ninguna falta de fidelidad. Al decir «no por eso
quedo justificado» (lit.), Pablo no se refiere a la justificación
teológica, salvífica, que se obtiene de gracia mediante la fe. ¡Pablo
se sabía salvo! Se refiere a fidelidad en el desempeño de su
ministerio; de esa fidelidad, él se declaraba incompetente para
juzgarse a sí mismo—conocía bien lo engañoso del corazón
humano—, y reconocía en el Señor al único Juez competente para
juzgarle en esta materia.
3. Por tanto, nadie debe juzgar nada antes de tiempo, pues al ser el
Señor el único competente para juzgar, Él lo hará (v. 5) en su
Segunda Venida, al sacar a la luz lo oculto, las intenciones de los
corazones. Juzgar antes de tiempo es, pues, usurpar la silla del
Juez Supremo. Esto nos enseña dos cosas:
(A) El tremendo pecado de juzgar (v. Mt. 7:1–5) a otros, fuera de
los legítimos tribunales de justicia y, sobre todo, en este caso, a los
administradores de los misterios de Dios.
(B) La tremenda responsabilidad de los ministros de Dios, pues son
los mayordomos de Dios para dispensar a los demás las verdades
que Dios ha revelado para la salvación y santificación de los
hombres.
No siempre son fieles los motivos por los que un predicador anuncia
a Cristo (v. Fil. 1:16) y algunos que dicen «¡Señor, Señor!» se
perderán para siempre (v. Mt. 7:21–23). Pero hay aquí dos cosas
ciertas: Que los creyentes han de ver en los predicadores siervos
de Dios que les administran la Palabra de Dios y que, por eso, son
merecedores del honor, de la oración y del sustento por parte de las
ovejas a las que así alimentan; segundo, que los ministros de la
Palabra han de esforzarse por ser fieles a tan alto oficio y tan
bendito ministerio, al saber que han de rendir cuentas al Amo.
¡Nótese bien! Sólo a Él. El pastor no es responsable ante la
congregación, sino ante Dios, porque la iglesia no es una
democracia, sino una teocracia. Por eso mismo, no es de la
congregación de donde ha de esperar el predicador alabanza o
partidarios, sino que cada uno (v. 5b) recibirá su alabanza de parte
de Dios.
4. Pablo termina esta sección diciendo (v. 6): «Ahora bien,
hermanos, todo esto lo he aplicado, a modo de ejemplo, a mí y a
Apolos en beneficio vuestro, a fin de que aprendáis de nuestro caso
el sentido de aquel dicho: “No sobrepasar de lo que está escrito”.
Entonces ni uno de vosotros estará engreído de tomar partido a
favor de un apóstol contra otro». (NVI). Esta paráfrasis (con algunos
puntos discutibles) ilumina el sentido de este difícil versículo. El
verbo griego con que Pablo expresa la presentación de su caso y el
de Apolos es el mismo de 2 Corintios 11:15, donde se traduce por
«disfrazarse»; aquí indica presentar, tras un caso concreto, un
principio general: Atenerse a lo que dice la Palabra de Dios. No
sabemos si Pablo tiene aquí en mente alguna porción determinada
(como Jer. 9:23, mencionada en 1:31), o se refiere a la Escritura en
general, la cual exalta la gloria de Dios y enseña a no gloriarse en el
hombre. Lo que realmente importa para beneficio de los creyentes
de Corinto (y para todos en general), es que nadie se hinche (lit. El
mismo verbo de 8:1) orgullosamente al pensar que el «líder» a
quien sigue merece más honor, respeto y atención que otro
hermano cualquiera. El verbo griego tiene cierto matiz de
apasionamiento en el orgullo con que cada uno defiende a su
predicador favorito.
Versículos 7–13
En esta sección, llegando a usar de fina ironía, el apóstol precave
contra esa hinchazón orgullosa.
1. Dirige primero (v. 7) tres preguntas socráticas de mucho efecto.
Hay quienes opinan (por ej. Comely) que van dirigidas a los
supuestos jefes de los partidos que se formaban en la iglesia de
Corinto, pero el contexto posterior muestra que se dirige a los
propios miembros de la iglesia, que se hinchaban sobre otros a
causa del líder a quien cada uno seguía: «Porque, ¿quién te
distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo
recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?»
El primer verbo (gr. diakrínei) significa, en primer término
«hacer diferencia» y, en consecuencia, «otorgar una cierta
superioridad». El resto del versículo muestra que no hay motivo de
vanagloria en ningún don o gracia que se posea, pues «por la
gracia de Dios somos lo que somos» (15:10, donde se ve la
correcta actitud del propio Pablo). El versículo no se refiere en
modo alguno a la elección salvífica, por donde se palpa el error de
muchos antiguos manuales de teología católica que lo aplicaban a
dicha elección, con un desconocimiento total del contexto.
2. Con fina ironía, Pablo compara el motivo imaginario de la
hinchazón de los corintios, con las privaciones y aflicciones que
los apóstoles (y, en especial, él mismo) sufrían constantemente por
causa del Evangelio:
(A) «Ya estáis saciados (v. 8), ya estáis ricos, sin nosotros
reináis, esto es, no necesitáis de nosotros para navegar viento
en popa; nos habéis dejado muy atrás.» Nótese la gradación: de
la suficiencia a la opulencia, y de la opulencia a la realeza; da así a
entender el grado al que había llegado la hinchazón de los corintios.
Y añade (v. 8b): «¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos
también juntamente con vosotros!» Como si dijese: «¡Ojalá fuese
verdad que la consumación del reino de Cristo hubiese llegado ya
hasta vosotros, pues entonces también nosotros compartiríamos
con vosotros esa gloria!»
(B) La fraseología del versículo 9 está calcada de los espectáculos
de los gladiadores, derrotados en la arena del circo y condenados
así a una muerte segura. El apóstol continúa con el pensamiento
del versículo anterior: «Tan lejos estamos de reinar que me da la
impresión de que a nosotros los apóstoles nos ha asignado Dios un
conspicuo lugar al final de la procesión, como a los condenados a
morir en la arena del circo. Hemos venido a ser un espectáculo (gr.
théatron, de donde viene “teatro”) para todo el mundo, lo mismo
para los ángeles que para los hombres» (NVI). El versículo se
entiende mejor al saber, como se sabe, que ni siquiera los
vencedores en dichos juegos del circo escapaban de la muerte,
pues eran reservados para un combate posterior en el que se veían
obligados a luchar desnudos; por eso, se les llamaba postremi (gr.
eskhátous), pues ocupaban las últimas filas, y estaban así
doblemente expuestos a las miradas de los espectadores. El
sentido general del versículo es que los apóstoles estaban
continuamente expuestos a tales peligros, que tanto los ángeles
como los hombres (es decir, todos los seres personales, excepto
Dios, del Universo) los contemplaban llenos de asombro.
(C) El versículo 10 presenta un triple contraste entre la situación
(real) de los apóstoles y la situación (imaginaria; de ahí, la ironía de
Pablo) de los corintios: «Nosotros somos insensatos (gr. moroí) por
amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles,
mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros
despreciados (gr. átimoi, sin estima). Según la sabiduría del mundo
(que se había filtrado también en la iglesia de Corinto), los
apóstoles eran necios, débiles, indignos de estima; ésa era la
realidad. En cambio, los fieles de Corinto, en su hinchazón, se
sentían prudentes, fuertes y gloriosos (gr. éndoxoi); ésa era una
vana ilusión; su miopía les impedía ver la carnalidad que les restaba
prudencia, fuerza y honor. ¡Cómo necesitaban la lección del v. 6, lo
mismo que la de Romanos 12:3!
(D) En los versículos 11–13, describe con mayor detalle las
privaciones, fatigas y aflicciones de los predicadores del Evangelio,
especialmente las que él sufría. No se refiere a cosas de un pasado
remoto, sino que dice: «Hasta el momento presente (en el tiempo
en que escribía esto), padecemos hambre, pasamos sed, andamos
mal vestidos (lit. desnudos), somos abofeteados (lit. heridos con el
puño, el mismo verbo de Mt. 26:67) y no tenemos morada fija (lit.
andamos de un lado para otro)» (v. 11). ¡Pobres circunstancias, de
cierto, eran las de los primeros predicadores del Evangelio: sin casa
ni hogar, destituidos de alimento y abrigo! Así seguían el ejemplo
del que no tuvo donde reclinar la cabeza (Lc. 9:58). Pero, ¡oh
glorioso amor! ¡Oh bendita dedicación a la obra del Señor, que les
hizo pasar gozosos a través de tales miserias y dificultades! ¡Todo
lo dieron por bien perdido, con tal de ganar a Cristo y ganar almas
para Cristo!
Las fatigas y los malos tratos que menciona en los versículos 11 y
12 (comp. con 1 P. 2:23), llegan a su colmo cuando añade en el
versículo 13: «Hasta el presente, hemos venido a ser la basura del
mundo, los desperdicios de la humanidad» (NVI). El vocablo que
usa para «basura» no es el mismo de Filipenses 3:8 (al final del
versículo), sino perikathármata, que indica la suciedad que se retira
al limpiar toda la superficie de un objeto; el vocablo para
«desperdicios» es perípsema y, a la acción de lavar del primer
vocablo, añade la de frotar y rascar, para completar la limpieza.
Ambos vocablos tenían, para los griegos, un sentido de
«purificación expiatoria», tanto que los atenienses llamaban
perípsema a la persona que arrojaban al mar, como si estuviese
cargada con todos los pecados de la ciudad. No es que Pablo se
considerase a sí mismo y a los demás apóstoles como víctima
propiciatoria por todos los hombres, sino que emplea dichos
términos para poner de relieve el mal trato y el desprecio que
sufrían, no por parte de los habitantes de una ciudad, sino del
mundo entero, considerado en su condición de humanidad no
regenerada.
Versículos 14–16
Al cambiar el tono, el apóstol exhorta ahora a los corintios a ver en
él, no al maestro fustigador, sino al padre tierno a quien imitar: «No
escribo esto, dice (v. 14), para avergonzaros, sino para
amonestaros como a hijos míos amados». Las reprensiones que
avergüenzan sólo sirven para exasperar, mientras que las que se
hacen con afecto y amabilidad llevan la garantía del arrepentimiento
y la reforma. Azotar como lo hace un enemigo o un verdugo
provoca en la víctima una obstinación todavía mayor. Pablo les
habla como un padre a sus hijos y da la razón (v. 15): «pues en
Cristo Jesús yo os engendré por medio del Evangelio». Él había
sido el instrumento en las manos de Dios para que ellos naciesen
de nuevo por la Palabra y el Espíritu, mientras todos los demás
pastores y maestros que pudiesen tener eran sólo ayos, simples
instructores. El griego paidagógos designaba al esclavo que vigilaba
al niño y lo llevaba a la escuela.
En virtud de la humildad que Pablo les muestra y del sacrificio que
por ellos hace y ha hecho, se entiende, en este contexto, que les
exhorte a que le imiten (v. 16). En otros lugares (11:1; 1 Ts. 1:6),
Pablo exhorta a los creyentes a que le imiten a él, como él imita a
Cristo. Comenta L. Morris: «Aun cuando en las diferentes
circunstancias de hoy en día, los predicadores pueden muy bien
abstenerse de invitar a otros a que les imiten, es todavía cierto que
si hemos de recomendar el Evangelio, ha de ser con base en el
poder que él muestra en nuestra vida».
Versículos 17–21
1. En conexión con el contexto anterior (v. 16), el apóstol les va a
recordar la forma de su proceder (lit. sus caminos) en Cristo (v. 17),
no sólo en Corinto, sino también en la forma en que enseñaba (lo
que él mismo practicaba) en todas partes y en todas las iglesias.
Este recuerdo lo va a hacer ahora por medio de Timoteo a quien
envía a Corinto. El original dice os envié, porque, como dice J. Leal,
«se coloca en el momento en que será leída la carta». Pablo no
tenía una doctrina y un proceder para un lugar y una iglesia, y otra
doctrina y otro proceder para otros lugares y para otras iglesias,
sino que su proceder era tan invariable como invariable es el
Evangelio de Cristo. Llama a Timoteo «mi hijo amado y fiel en el
Señor» (comp. con el v. 2). Como los fieles de Corinto, también
Timoteo había sido engendrado en Cristo Jesús mediante la
predicación de Pablo. Por otra parte, según 2 Corintios 1:19,
Timoteo había ayudado a Pablo en la fundación de la iglesia de
Corinto. Bien podía el apóstol llamar «hijo suyo» a quien se parecía
a tan buen padre.
2. De ahí pasa Pablo a reprender a algunos que están envanecidos,
dice, «como si yo nunca hubiese de ir a vosotros» (v. 18); y les
asegura: «pero iré pronto a vosotros, si el Señor quiere» (v. 19). En
todos nuestros planes y proyectos, hemos de someternos a los
designios de la Providencia.
3. A continuación, les dice cuál será el resultado de su llegada a
ellos (v. 19b): «conoceré, no las palabras, sino el poder de los que
andan envanecidos». Para que no crean que Pablo les teme y que,
por eso, les envía a Timoteo, les dice ahora que él mismo pondrá a
prueba el poder espiritual de los que tanto se envanecían en sus
finos discursos. Ya anteriormente (2:4) les había dicho que su
propia predicación no había sido con palabras persuasivas de
humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder. Y
ahora añade (v. 20) la razón: «Porque el reino de Dios no consiste
en palabras, sino en poder», la poderosa eficacia que la verdad
divina ejerce en la mente de los hombres y en su modo de
comportarse. No hay mejor evidencia acerca de la predicación de
un ministro de Dios que la de los efectos verdaderamente divinos
que produce en el corazón humano. Ciertamente procede de Dios lo
que produce, en el mayor grado posible, la semejanza con Dios.
4. Deja a la elección de ellos la forma en que ha de presentarse
ante ellos (v. 21): «¿Qué queréis? ¿Iré a vosotros con vara, o con
amor y espíritu de mansedumbre?» Es decir, le habían de hallar de
acuerdo con la forma en que ellos se comportaban. Los ofensores
obstinados deben ser tratados con severidad. Lo mismo en las
familias que en las comunidades cristianas, el amor y la compasión
pueden obligar a usar la vara. Pero no es eso lo más deseable, sino
que ha de hacerse todo lo posible por evitarlo. El dilema que les
pone es como si les dijese: «Recibid esta advertencia y cesad de
formar partidos en la iglesia, y me hallaréis tan benigno y amable
como podáis desear. Prefiero llegar desplegando la ternura de un
padre antes que hacer uso del peso de mi autoridad». Es señal de
justo equilibrio y rara ecuanimidad en un ministro de Dios tener en
primera línea el espíritu de amor y mansedumbre, sin carecer por
eso de la fuerza necesaria para mantener su autoridad.
CAPÍTULO 5
Aquí el apóstol, I. les reprocha la lenidad que muestran en el caso
del incestuoso (vv. 1–6). II. Les exhorta a mantener la pureza
cristiana (vv. 7, 8) y, III. les urge a que se separen de quienes hacen
profesión de fe cristiana, pero son culpables de notoria perversidad
(vv. 9–13).
Versículos 1–6
1. Del pecado de orgullo pasa ahora Pablo a reprender a los fieles
de Corinto de un pecado de incesto cometido entre ellos (v. 1): «Se
comenta por doquier el caso de inmoralidad sexual (gr. porneia) que
se da entre vosotros, y de una inmoralidad tal que no se da ni entre
los paganos; hasta el extremo de tomar uno por mujer a su
madrastra» (lit. la mujer del padre). Así traduce la NVI. El texto no
aclara si se trata sólo de incesto (matrimonio en grado prohibido)
con la mujer de su padre—no con su propia madre—, ya difunto, lo
cual es más probable, o de especial pecado de concubinato
añadido al incesto, por haber seducido a la mujer o haberse
divorciado ésta de su marido, lo cual no es tan probable, pero es
posible ante el énfasis que el apóstol carga sobre dicho pecado. Las
palabras del apóstol no dan pie para pensar que dicho pecado no
se cometiese entre los paganos, sino que, dondequiera se daba, no
dejaba de producir detestación. ¡Y que fuese precisamente en una
iglesia cristiana donde tal inmoralidad se practicase! Las mejores
iglesias están expuestas, en el presente estado de imperfección, a
las mayores corrupciones.
2. Les reprende severamente por esta conducta (v. 2): «Y vosotros
estáis envanecidos». Ellos continuaban en su orgullo espiritual, lo
que les impedía considerar la gravedad del caso del incestuoso.
¡Caso curioso! La propia estima nos inclina a ver con lentes de
aumento las faltas ajenas, pero cuando el orgullo se torna
«corporativo», se pierden de vista tanto los defectos individuales
como los del grupo. Y lo peor era que, por lo que se ve, de esta
ceguera participaban los líderes de la iglesia, sobre los que recaía
la principal responsabilidad en la imposición de la necesaria
disciplina.
3. El apóstol les dice a continuación que, en lugar de seguir tan
hinchados de soberbia, deberían haber guardado duelo por la
gangrena del miembro enfermo como se guarda por la muerte de un
familiar (v. 2b) y extirpar de la comunidad el miembro podrido para
que no infectase a los demás: «¿No deberíais más bien haber
hecho duelo, para que fuese quitado de vosotros el que cometió tal
acción?»
4. Tenemos luego la instrucción de Pablo acerca de lo que debe
hacerse con el incestuoso: Debe ser puesto fuera de comunión (vv.
3–5), lo que Pablo recalca con las frases más solemnes:
(A) El apóstol, aunque ausente corporalmente (v. 3), se siente
presente en espíritu (unión de mente y corazón) en medio de la
asamblea de Corinto y, de este modo, como presidente (en virtud
de su autoridad apostólica) de dicha asamblea, ha pronunciado ya
su sentencia contra el delincuente.
(B) Reunidos así en asamblea con la presencia espiritual de Pablo
(v. 4), éste pronuncia la sentencia en el nombre del Señor
Jesucristo …, con el poder del Señor Jesucristo; es decir, en unión
con el verdadero Dueño y Señor de la Iglesia y con la garantía del
poder del Señor con el que se convalida la sentencia de separar de
la comunión eclesial al incestuoso.
(C) La sentencia está expresada en los siguientes términos (v. 5):
«El tal (el incestuoso) sea entregado a Satanás para destrucción de
la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor
Jesús». Esto no significa que se le entregue al diablo para que éste
le de muerte, sino que, al ponerlo fuera de comunión, se le deja en
la esfera donde el diablo ejerce su dominio maléfico. Dice Leal:
«Por el hecho de arrojarlo de la iglesia, se suponía que el culpable
caía en poder de las fuerzas del mal y de la muerte» (comp. con
11:30–32). Tampoco significa que el cuerpo debe ser destruido para
que el espíritu se salve. Tal dicotomía no se considera aquí, sino la
del hombre temporal y el eterno, la del pecador y el cristiano.
Mediante la aplicación de la necesaria disciplina, el pecador es
corregido y reconducido al arrepentimiento a fin de que el cristiano
(si es verdadero creyente) aparezca purificado (salvo en su sentido
más amplio) ante el tribunal de Cristo (comp. 2 Co. 5:10).
5. El apóstol, para dar razón de la severidad necesaria en este
caso, les hace ver la gravedad de la situación, y considera que la
iglesia es un cuerpo orgánico. Sin embargo, la metáfora que usa es
todavía más expresiva aquí, como se ve por el contexto posterior
(vv. 7, 8). «¿No sabéis, dice, que un poco de levadura hace
fermentar toda la masa?» La levadura, como siempre en la Biblia,
es símbolo de corrupción, y su uso en este versículo viene a
confirmar la regla general, sin excepciones.
Versículos 7–8
La metáfora del versículo 6 es ahora desarrollada en todo su
simbolismo y en comparación con ciertos detalles de la Pascua
judía.
1. Puesto que la levadura es principio de corrupción, el apóstol hace
ver que los antiguos hábitos viciosos eran, no sólo pecaminosos,
sino también contagiosos. Los corintios, al haber nacido de nuevo
cuando se convirtieron a Cristo, son nueva masa (v. 7), por lo que
no pueden consentir que en la iglesia vuelvan a introducirse restos
de la antigua masa fermentada. Esta reside todavía en el fondo del
«viejo hombre», del «cuerpo de pecado», pero hay que ir dándole
muerte para que la vida espiritual se mantenga en su debido vigor
(v. Ro. 8:13).
2. El «porque» de la segunda parte del versículo 7 expresa la razón
de la necesidad de esta constante purificación: «porque nuestra
pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros». La Pascua
judía se repetía cada año el día 14 del mes de Nisán. En la mañana
de dicho día, todo pan fermentado debía ser arrojado de casa. Pero
Cristo se ofreció una vez por todas (He. 9:26–28; 10:12–14); murió
al pecado una vez por todas (Ro. 6:10). El cristiano, pues, ha de
vivir en una continua Pascua; toda la vida del creyente ha de ser
una fiesta de panes sin levadura (v. 8), en la que la maldad y
malignidad de la vieja levadura han de ser arrojadas muy lejos, para
que prevalezcan la sinceridad y la verdad del pan ázimo. Dice L.
Morris: «La sinceridad se refiere a la pureza del motivo, y la verdad
a la pureza de la acción».
Versículos 9–13
El asunto que aquí está tratando le trae a la memoria a Pablo un
aviso que ya había dado a los corintios por escrito (v. 9), por lo que
es opinión casi unánime que se refiere a una carta anterior, la cual
no nos ha llegado. Por fortuna, nos llega aquí un punto muy
importante de conducta cristiana acerca de la separación. Cita, en
concreto, primero a los fornicarios (v. 9b), que en griego es pornois
conforme al porneia, fornicación, del versículo 1.
1. Pero el aviso no alcanza sólo a este pecado, sino a todo vicio
notorio y degradante dentro de la comunidad eclesial. El apóstol
enumera seis (v. 11) «os escribí que no os juntéis con ninguno que,
llamándose hermano, sea fornicario, o avaro, o idólatra, o
agraviador (lit., en especial, mediante difamación), o borracho o
ladrón; con el tal ni aun comáis». Esta conminación es semejante a
la que hace Juan (2 Jn. vv. 10, 11) con respecto a los que propagan
falsas doctrinas. La Palabra de Dios no conoce ninguna otra
separación impuesta al cristiano
Como éste es un asunto de gran importancia (nota del traductor) en
algunos lugares, aprovecho la ocasión para resumir, en beneficio de
quienes no se hayan enterado, lo que significa la «segunda
separación»: En el caso que nos ocupa, consistiría en separarse, no
sólo del incestuoso, sino de quienes no lo separasen de la
comunidad. Como si hubiese que «excomulgar» no sólo al vicioso,
sino también a quienes no lo «excomulgan». Hay creyentes,
pastores y evangelistas de cuya ortodoxia y conducta cristiana no
se puede dudar, que mantienen contacto y amistad con gentes de
otras denominaciones de muy dudosa ortodoxia. Hasta qué punto
se traspasa en estos contactos la línea que aquí marca el apóstol,
es difícil discernir y determinar. Pero una cosa hay segura: Es
antibíblico y, por tanto, anticristiano, boicotear y denigrar a dichos
creyentes, pastores y evangelistas más o menos
«ecumenismófilos» (permítaseme el neologismo). ¡Es tan fácil caer
en la actitud mencionada en Isaías 65:5!
2. Pero, antes de mencionar esta (única) separación ¡dentro de la
propia congregación!, el apóstol dice (v. 10) de quiénes no puede
un creyente separarse. Él no habla en general al decir esto de no
juntarse: «no en general con los fornicarios de este mundo, o con
los avaros, o con los ladrones o con los idólatras; pues en tal caso
os sería necesario salir del mundo». Jesucristo no quiso que los
suyos huyesen al desierto o se metieran en conventos y
monasterios para huir del mundo (v. Jn. 17:15). ¡Es precisamente al
mundo al que hay que dar testimonio de Jesús y de su Evangelio! El
creyente ha de juntarse con mundanos en el taller, la oficina, el
trabajo de todo orden, etc. Lo único que se le prescribe, en este
terreno, es a no uncirse en yugada desigual con los no creyentes (v.
el comentario a 2 Co. 6:14). Muchas veces, la única oportunidad
que un creyente tiene de dar testimonio ante el mundo es con su
conducta ejemplar entre no creyentes, en el trabajo, en la oficina,
etc. Digo «con su conducta», porque, de ordinario, la insistencia en
querer «sermonearles» puede resultar contraproducente; en
especial, si uno no está bien equipado para presentar defensa con
mansedumbre y respeto (1 P. 3:15).
3. La razón de esta aparente anomalía (separarse de creyentes, y
no separarse de mundanos; en ambos casos, viciosos) es muy
clara (vv. 12, 13). Los mundanos están fuera de la congregación (v.
12); no entran en el campo—de la disciplina de la iglesia—. Dios los
juzgará (v. 13). Como no han nacido de nuevo, el pecado es su
clima y hasta su entraña. Pero los creyentes son los que están
dentro (v. 12b), ligados por las normas de doctrina y conducta de la
fe cristiana y, por tanto, no sólo expuestos al juicio de Dios, sino
también a la disciplina de la iglesia. Han de ser corregidos, y hasta
castigados, para que la congregación conserve la pureza que le
corresponde como a Cuerpo de Cristo. Por eso, concluye el apóstol
(v. 13b): «Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros».
CAPÍTULO 6

El apóstol, I. reprende aquí a los fieles de Corinto por llevar sus


litigios ante los tribunales seculares (vv. 1–8). II. Toma de aquí
ocasión para avisarles contra muchos graves pecados (vv. 9–11).
III. Les amonesta con vehemencia contra la fornicación (vv. 12–20).
Versículos 1–8
1. Pablo comienza este capítulo reprendiendo a los corintios de
ventilar sus pleitos ante los tribunales del Estado, con lo que se
rebaja evidentemente la dignidad del nombre cristiano. Nótese la
forma vehemente con que se expresa (v. 1): «¿Se atreve alguno de
vosotros …?» Como si dijese: «¿Es posible que algún miembro de
vuestra congregación tenga la cara tan dura como para llevar a los
tribunales a otro hermano de la misma fe y aun de la misma
asamblea?» Llama «injustos» a los jueces seculares como sinónimo
del «inicuos» de Hechos 2:23, aplicable a los no creyentes y a los
paganos en general; no indica con ello que los tribunales de Corinto
fuesen dominados por el soborno, la corrupción o la injusticia en
general. Santos, por contraste, es el denominador común de los
creyentes por estar lavados de sus pecados y consagrados a Dios.
2. Les recuerda a continuación algo que sirve de agravante a este
pecado (vv. 2, 3): «¿O no sabéis que los santos (los creyentes) han
de juzgar al mundo?… ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los
ángeles?» Estas frases requieren especial atención.
(A) El mundo no tiene aquí sentido peyorativo, sino que incluye el
Universo visible sobre el que Cristo, Cabeza de la Iglesia, está
entronizado (Ro. 8:34) y, con Él, los creyentes, ya legalmente ahora
(Ef. 2:6) y realmente después (Ap. 20:4, 6). Comoquiera que juzgar
equivale (con frecuencia, en la Biblia) a gobernar, es muy probable
que aquí no signifique que los creyentes han de participar, con el
Señor, en el acto de dictar sentencia, en el Juicio Final, en contra o
a favor de los habitantes del orbe. La elevada posición que, en
Cristo y con Cristo, mostrarán en el último día basta para interpretar
estas frases en sentido de preeminencia y dominio (comp. con He.
2:5 y ss.).
(B) Todavía está más claro que no se trata de dictar sentencia en el
caso de los ángeles, ya que no hay motivo para ver aquí
únicamente a los ángeles caídos o demonios. Dice Hodge: «Esta
explicación evita la dificultad de suponer que los ángeles buenos
han de ser llamados a juicio; y armoniza con lo que la Biblia enseña
de la subordinación de los ángeles a Cristo, y a la Iglesia que está
en Él».
(C) Lo que a Pablo le interesa destacar aquí es el contraste entre la
elevada condición espiritual de los creyentes no sólo por encima del
mundo, sino también de los ángeles (v. He. 1:14), y las trivialidades
temporales (vv. 2, 3: «los casos menos importantes … las cosas de
esta vida»). Sobre estas cosas, de tan poca importancia frente a lo
espiritual y lo eterno, acudían a los tribunales del mundo los fieles
de Corinto. ¡Qué degradación y qué vergüenza!
3. La condicional con subjuntivo: «En caso de que tengáis …»
(lit.) del versículo 4 indica dos cosas:
(A) Que esas cosas de esta vida (nótese el énfasis de Pablo al
situarlas al comienzo del versículo por hipérbaton) no deberían en
modo alguno dar ocasión para llevarlas ante los tribunales
seculares; más aún, tales litigios no deberían surgir entre hermanos
(comp. con el v. 6).
(B) Que la interpretación de la frase final del versículo 4 al
considerar, sobre todo, su conexión con el versículo 5, debe
hallarse en la línea de un imperativo irónico. En efecto, no es
probable que los que no significan nada (lit.) en la iglesia se refiera
a los jueces seculares, aunque no pueda descartarse del todo la
posibilidad de esta interpretación (en este caso, el verbo poner
habría de estar en indicativo (¿ponéis …?). Menos probable es
todavía que los insignificantes en la iglesia fuesen (presente de
imperativo) los que habrían de juzgar en tales litigios (ya se trate de
jueces seculares o de creyentes incultos), pues el apóstol agrega (v.
5b): «¿No hay entre vosotros sabio (esto es, lo suficientemente
entendido), ni aun uno para servir de árbitro en tales casos?»
Tras este breve análisis, propongo (nota del traductor) como más
probable y clara la versión que hace J. Leal de los versículos 4–6:
«Pues cuando tengáis litigios temporales, tomad por jueces a los
que son menos en la iglesia. Os lo digo para afrenta vuestra.
¿acaso no hay entre vosotros ningún sabio que pueda hacer de
árbitro entre sus hermanos? ¡Está bien que pleitee hermano contra
hermano, y eso ante los infieles!» (la última frase, como es obvio,
está vertida en forma de ironía). Nótese la fuerza del «¡y eso!».
Comenta Morris: «Ya es cosa asombrosa el que un hermano quiera
litigar contra otro hermano. Si lo hace, es todavía más asombroso el
que lo haga delante de no creyentes».
4. Después de lamentarse de lo que ocurre, el apóstol pasa a
recomendar el remedio contra tales males (v. 7). El remedio se
entiende mejor, al dar al griego héttema, que suele traducirse por
«falta», su significado preciso de «derrota» o «fracaso». Bien
traduce la NVI: «El hecho mismo de tener pleitos entre vosotros ya
significa un completo fracaso de vuestra parte». Es cierto que el
remedio propuesto requiere por parte del creyente un alto grado de
espiritualidad, pero el discípulo de Cristo ha de seguir las pisadas
de su Maestro (v. 7b): «¿Por qué no sufrís más bien el agravio?
¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados?» Un despojo y una
pérdida materiales son siempre mejores que una derrota y una
pérdida espirituales.
Versículos 9–11
De este grave pecado de defraudar al hermano y agraviarle, toma el
apóstol ocasión para amonestar a los corintios contra muchas
costumbres viciosas que habían practicado antes de convertirse al
Señor.
1. Les advierte claramente que quienes practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios (vv. 9 y 10b). El menos versado de todos
ellos en la Palabra de Dios debe conocer eso: «Que los injustos no
heredarán el reino de Dios» (v. 9), es decir, no entrarán en la vida
eterna. ¡Y ellos estaban cometiendo injusticias contra sus
hermanos! Junto a este pecado especifica otros diez, que son como
especies dentro del mismo género de injusticia (vv. 9, 10):
fornicarios, idólatras, adúlteros, afeminados y homosexuales (es
decir, los sodomitas por pasiva y por activa), los ladrones, los
avaros, los borrachos, los maldicientes (el mismo vocablo de 5:11) y
los maleantes (mejor que «estafadores»), en griego hárpagues, los
que arrebatan por la fuerza y da la cara, para distinguirlos de los
simples «ladrones» (gr. kléptai), que suelen robar a escondidas y
sin hacer ninguna otra violencia. El griego hárpax suele traducirse
por ladrón en 5:11. Por supuesto, el cielo no se ha hecho para tales
delincuentes. La basura de la tierra no debe entrar en las
mansiones celestiales.
2. Al conocer las engañosas profundidades del corazón humano y
las malas artes del enemigo de las almas, Pablo les advierte (v. 9b):
«¡No os llaméis a engaño!» (NVI). El engaño puede ser de dos
clases:
(A) Al pensar que el mal que se hace al prójimo no tiene importancia
o que no hacemos sino resarcirnos del mal que el prójimo nos ha
hecho a nosotros;
(B) que podemos vivir en pecado y morir en Cristo, llevar una vida
de hijos del diablo y entrar en el cielo como hijos de Dios. Éste es
un gravísimo engaño. ¿Cómo puede alguien esperar que lo que ha
sembrado en la carne surja en cosecha de vida eterna?
3. Les hace memoria del cambio radical que la gracia de Dios había
efectuado en ellos cuando se convirtieron al Señor (v. 11). El
versículo dice literalmente: «Y estas cosas erais algunos; pero
fuisteis lavados, pero fuisteis santificados (en sentido de separación
de lo mundano o profano), pero fuisteis justificados». Nótese el
énfasis que comporta la repetición de la partícula adversativa, para
poner de relieve los santos resultados de la conversión a Dios frente
a las prácticas pecaminosas que algunos de ellos albergaban
todavía. Si tan glorioso es el cambio que la gracia de Dios efectúa
¡cuán vergonzoso no será volver a revolcarse en el cieno después
de haber sido lavado! (v. 2 P. 2:22b).
Conforme a los mejores MSS, la última parte del versículo 11 ha de
leerse del modo siguiente: «en el nombre del Señor Jesucristo y en
el Espíritu de nuestro Dios» (lit.). Esto significa que los tres efectos
mencionados de la conversión se llevaron a cabo en virtud de la
unión con Cristo y con el poder del Espíritu Santo. Al describir al
Salvador por medio de los tres títulos que resumen sus tres
funciones: regia, sacerdotal y profética, el apóstol quiere
impresionar a los corintios y hacerles ver la afrenta que, con sus
prácticas injustas, hacían a su Señor y Salvador y al Espíritu Santo
(comp. con He. 10:29).
Versículos 12–20
Para comprender bien todo este pasaje, es menester tener en
cuenta, como certeramente advierte J. Leal, la existencia de un
grupo gnóstico en Corinto. Al dejar para el comentario a 1 Juan
otros detalles de la doctrina gnóstica, nos limitaremos aquí al que se
refiere al concepto que tenían los gnósticos de la materia y, por
tanto, del cuerpo humano: La materia, según ellos, no fue creada
por Dios, sino por una deidad inferior, y carece de cualidad ética;
así que los excesos del cuerpo no afectan al espíritu, «único
heredero del cielo» (Leal), ya que sólo el alma ha de ir al cielo, pues
el cuerpo no ha de resucitar. Pablo combate en estos versículos 12
y ss. del presente capítulo y en el cap. 8 el libertinismo gnóstico de
la carne, y en el capítulo 15 la doctrina gnóstica contra la
resurrección del cuerpo. Así que «esta perícopa tiene especial
importancia, porque nos descubre el pensamiento del apóstol sobre
la dignidad del cuerpo cristiano en cuanto tal» (Leal).
1. La primera parte de esta sección (vv. 12–14) resume la
enseñanza paulina, cristiana, contra la enseñanza gnóstica que
hemos expuesto en la introducción precedente. El apóstol propone,
como en otros lugares, el principio de la libertad cristiana, pero de
inmediato sale al paso del abuso que los gnósticos hacían de tal
principio.
(A) Como ya lo hizo en Romanos 14, especialmente en los
versículos 14 y ss., y lo volverá a hacer en los capítulos 8 y 10 de la
presente epístola, Pablo advierte una y otra vez que la libertad del
cristiano no tiene otra restricción que la que le impone el
mandamiento del amor (comp. con Gá. 5:13): «Todo me es lícito»
(v. 12), gritaban los gnósticos. «Sí, contesta Pablo, pero no todo es
provechoso; más aún, puede ser dañoso; por tanto, yo no me dejaré
dominar por nada». En efecto, el que se deja dominar por algo ha
dejado su condición de señor para pasar a la condición de esclavo.
(B) También es cierto, como los gnósticos decían, que «los
alimentos son para el vientre, y el vientre para los alimentos; llegará
un día en que Dios dejará inoperantes (gr. katarguései, el mismo
verbo de Ro. 6:6, entre otros lugares) tanto al uno como a los otros»
(v. 13), pero el cuerpo en sí es obra de Dios y pertenece al Señor y,
aun cuando haya de perecer en su estado actual, está destinado a
la resurrección (vv. 13b, 14). Por tanto, su uso entra dentro de la
ética cristiana y, por eso, no es para la fornicación; más aún, es, en
el creyente, un santuario de Dios y miembro de Cristo (vv. 15, 19,
20).
(C) La frase «y el Señor (es) para el cuerpo» (v. 13, al final) sólo
puede entenderse de una manera dentro de este contexto, en
conexión con el versículo siguiente: La resurrección de Cristo, como
afirma J. Leal, «no sólo es ideal de la nuestra, sino principio
también. Nosotros hemos de resucitar en virtud de nuestra unión
con Cristo resucitado, con el “Señor”. Esta explicación es la que
señala el versículo 14. Dios Padre, que ha resucitado al Señor, nos
resucitará a nosotros precisamente por nuestra incorporación a
Cristo resucitado». ¡Qué honor tan grande para nuestro cuerpo! ¡No
abusemos, pues, de estos cuerpos por el pecado, ya que, si los
conservamos puros, serán hechos semejantes al cuerpo glorioso de
Cristo (v. Fil. 3:21)!
2. De ahí pasa el apóstol a referirse más en detalle al pecado de
fornicación. Para no entender mal el versículo 18, ha de tenerse en
cuenta que Pablo no dice que la fornicación sea un pecado más
grave que los demás. ¡No hay tal cosa! El orgullo, el odio, la envidia,
la difamación son pecados más graves, por cuanto son más
«espirituales», sin la urgencia que presenta el instinto y sin la
tentación provocada por los sentidos. Lo que sí dice es que el
pecado de fornicación se distingue de otros pecados en que «el que
fornica, peca contra su propio cuerpo». Otros pecados, como el
robo, el homicidio, etc. tienen su término fuera del propio cuerpo.
Otros más, como la ebriedad o la gula, son también contra el propio
cuerpo, pero no tienen por resultado la formación de una sola carne
con otra persona como sucede con la fornicación. Aquí es donde se
apoya toda la argumentación del apóstol.
(A) En efecto, el cuerpo del creyente es miembro de Cristo (v. 15).
Cuando nuestro espíritu se une, por fe, a Cristo, nuestra persona
entera pasa a ser miembro de Cristo. Y son, pues, nuestros
miembros, miembros de Cristo, «¿Quitaré (el mismo verbo de Jn.
1:29), retiraré, dice Pablo, los miembros de Cristo y los haré
miembros de una ramera? ¡De ningún modo! (la misma expresión
de Ro. 3:4 y muchos otros lugares de la misma epístola)».
(B) El contraste es más fuerte cuando se considera el efecto de la
unión que se lleva a cabo en la fornicación, como también en el acto
sexual lícito con la propia mujer (de ahí la cita de Gn. 2:24 al final
del v. 16):«Los dos vendrán a ser una sola carne»; como si fuesen
una sola persona, pues ése es el sentido de la frase en Génesis
2:24. En cambio, «el que se une (lit. el que se apega; el mismo
verbo del v. 16, así como de Gn. 2:24 «se unirá a su mujer» y de Lc.
15:15 «y se apegó a uno de los ciudadanos») al Señor (Jesucristo),
es un solo espíritu (con Él)».
¿Cómo puede ser el cristiano un solo espíritu con Cristo? Si tiene el
mismo principio de vida espiritual que tiene Cristo: El Espíritu Santo,
que a Él le fue concedido sin medida (Jn. 3:34), y de cuya plenitud
todos hemos recibido (Jn. 1:16). La unión espiritual es todavía más
profunda que la unión carnal, pues se lleva a cabo en el centro
mismo de la persona; por lo que la unión marital misma pierde
muchos grados cuando degenera en mera unión carnal. Si esto es
así en el legítimo matrimonio, ¡cómo podrá un creyente llegar a tal
grado de degeneración, al quebrantar la unión espiritual con el
Señor para unirse carnalmente, pecaminosamente, con una ramera!
(C) Al ser miembros de Cristo y tener el Espíritu de Cristo morando
en nosotros, nuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo (v. 19),
un motivo más, explícito ahora, para que conservemos puro el
cuerpo que hemos recibido de Dios, lo mismo que el espíritu. No
somos nuestros, sino del Señor (v. 19b, comp. con 3:23). Somos de
Dios, no sólo por haber recibido de Él cuerpo y espíritu, sino
también por haber sido redimidos, vueltos a comprar por precio por
Él (v. 20). ¡Y qué precio! ¡La sangre de su propio Hijo Unigénito!
(Hch. 20:28b; 1 P. 1:18, 19).
(D) Por consiguiente, al ser santuario de Dios y miembros de Cristo,
hemos de glorificar a Dios en cuerpo y en espíritu, los cuales son de
Dios (v. 20b). Un santuario es un lugar donde Dios mora de un
modo especial; un lugar consagrado, por eso mismo, a su servicio;
un lugar donde se le rinde culto de adoración y de sacrificio (v. Ro.
12:1). ¿Y habrá algún creyente que se atreva a desecrar tal
santuario, ofreciéndolo para el uso y el servicio de una prostituta?
¡De ningún modo! (v. 15b).
CAPÍTULO 7
El apóstol responde ahora a ciertas preguntas que le habían hecho
los corintios acerca del matrimonio. I. Les muestra que el
matrimonio fue establecido como un remedio contra la fornicación
(vv. 1–9). II. Exhorta a los casados a no separarse, a no ser que
uno de los cónyuges sea no creyente y se marche (vv. 10–16). III.
Les muestra que al hacerse cristiana una persona no cambia por
eso su estado natural exterior (vv. 17–24). IV. Les exhorta, a los no
casados, a que se guarden en el estado en que están, para librarse
de las preocupaciones que, a la sazón, imponían las difíciles
circunstancias, y para dedicarse de lleno al servicio del Señor (vv.
25–35). V. Les instruye sobre la forma en que han de disponer de
las doncellas (vv. 36–38). VI. Cierra el capítulo al aconsejar a las
viudas sobre el modo de comportarse en dicho estado (vv. 39, 40).
Versículos 1–9
1. Al contestar a una pregunta de los corintios acerca del
matrimonio, sienta Pablo un principio que, a primera vista, podría
escandalizar a muchos evangélicos, mientras sirve de bandera a
muchos católicos. La respuesta requiere toda la matización que
luego veremos.
(A) «Bien le está al hombre no tocar mujer» (v. 1b), dice Pablo. El
griego dice kalón, bueno en el sentido de belleza y excelencia, más
bien que en el sentido moral de honestidad, lo que sería poco. Que
se trata del matrimonio, se ve por el contexto posterior.
(B) Pero, a fin de que nadie se forme de esto un concepto erróneo,
de inmediato (v. 2) añade que «a causa de las fornicaciones», es
decir, para poner remedio al ardor de la pasión sexual, la norma
general es que «cada uno tenga su propia mujer y cada una tenga
su propio marido».
2. A continuación, el apóstol (vv. 3–5) detalla unos conceptos sobre
la unión sexual de los cónyuges en unas frases que son poco
predicadas y mal practicadas incluso por parte de parejas que
profesan la fe de Cristo.
(A) En forma positiva, amonesta al marido a que cumpla con la
mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido (v. 3). El
«deber conyugal» al que Pablo se refiere es, ni más ni menos, que
el derecho recíproco de los cónyuges al acto de la unión sexual, con
el deber consiguiente de cada uno de ellos de consentir de buena
gana en la petición del otro, a no ser que razones de salud u otras
bien conocidas sean suficientes para dar una negativa razonable. El
apóstol da la razón de esto (v. 4): Al casarse, los cónyuges se
entregaron el uno al otro de tal forma que la mujer no es dueña de
su propio cuerpo, sino el marido; tampoco el marido es dueño de su
propio cuerpo, sino la mujer». El olvido o la negligencia en el
cumplimiento de este deber es cosa muy grave, pues conduce
derechamente a caer en la tentación de adulterio.
(B) En forma negativa, dice luego (v. 5): «No os defraudéis el uno al
otro en vuestro derecho, a no ser de mutuo consentimiento y sólo
por algún tiempo, para dedicaros a la oración. Luego, volved a
vuestra íntima relación conyugal, a fin de que no os tiente Satanás
valiéndose de vuestra dificultad en mantener la continencia» (NVI).
El apóstol no menciona razones de salud, etc, que son obvias, pero
requiere tres condiciones para que la abstinencia de la unión sexual
sea legítima:
(a) Ha de ser de mutuo consentimiento. Si el otro cónyuge siente la
urgencia del instinto, tiene derecho a que se le cumpla su deseo.
(b) Ha de ser sólo por algún tiempo. La continencia continuada
puede dar paso a una incontinencia desenfrenada.
(c) Ha de ser por un motivo espiritual superior. En la oración entra
probablemente el ayuno, es decir, una abstención de todo lo que da
placer a los sentidos, para gozar de una comunión más intensa con
el Señor. Por supuesto, esto no se puede presentar como excusa
para negar al otro cónyuge el derecho que le pertenece.
También aquí da el apóstol la razón por la que esta abstinencia
no debe prolongarse (v. 5b): Deben volver los cónyuges a lo mismo
(lit.), esto es, a la íntima relación sexual, a fin de que no les tiente el
diablo induciéndoles a la incontinencia anteriormente mencionada.
3. En los versículos 6–9, el apóstol puntualiza que él a nadie
impone el casarse, lo dice por vía de concesión, por la razón que ha
dado en el versículo 2. Por su parte, desearía que todos los
hombres estuviesen como él (v. 7). La frase de Hechos 26:10, en la
que Pablo afirma haber votado en el Sanedrín, donde sólo los
cabezas de familia tenían derecho al voto, ofrece fundamento para
opinar que Pablo no era soltero, sino viudo. No obstante (todo el
capítulo es nota del traductor), un rabino converso me aclaró que
existía una especie de «matrimonio» con la Torah, en virtud del cual
se admitía como «casados» a los que, de manera especial, se
dedicaban al estudio y enseñanza de la Ley.
(A) Podemos, pues, suponer que Pablo fuese soltero, célibe. Esto le
concedía, como a Bernabé (v. 9:5, 6), mayor libertad de
movimientos y le hacía menos gravoso económicamente.
(B) Pero este consejo que da a los solteros y a las viudas (v. 8),
está subordinado a una condición indispensable: SÓLO PUEDEN
SEGUIRLO LOS QUE TIENEN DON DE CONTINENCIA. El apóstol
habla de la continencia, del celibato, como de un don (gr. khárisma)
de Dios (vv. 7, 9). Puedo asegurar que, hasta después del C.
Vaticano II (1962–1965) y durante muchísimos siglos, un elevado
porcentaje de clérigos aceptaban el celibato sin tener el don de la
continencia, y aun muchos de ellos lo hacían más o menos forzados
por sus padres (especialmente, por sus madres, que así veían
desaparecer la rivalidad de una nuera).
(C) Con respecto a los que no tienen tal don de continencia (v. 9), el
apóstol no da permiso, sino mandato: «Cásense, pues mejor es
casarse que estarse quemando». El deseo sexual insatisfecho, sin
el don del celibato, es como un fuego que abrasa a la persona y la
induce a dar rienda suelta al instinto. Estarse quemando no implica
solamente insatisfacción, sino también incontinencia.
(D) Resta una observación muy importante: En todo el capítulo,
pero especialmente en el versículo 26, late la idea de unas
circunstancias especiales («la angustiosa situación presente», v. 26.
NVI), que aconsejan no cambiar de estado (v. 20), por lo que las
razones mismas que Pablo aporta en favor del celibato han de
considerarse en este contexto. Comenta atinadamente Hodge: «Si
estos versículos y otros de significado semejante han de entenderse
como aplicados a los hombres en general, y no a los hombres en
las circunstancias peculiares de los primitivos cristianos, entonces
ha de admitirse que Pablo menosprecia el matrimonio y lo presenta
como si tuviese apenas una finalidad superior a la de la relación
sexual entre los animales. No puede ser éste el significado; no sólo
porque es contrario a la Escritura, sino porque Pablo, en otro lugar
(Ef. 5:22–33), presenta al matrimonio como unión espiritual
sumamente ennoblecedora … La verdad es que el apóstol escribe a
los corintios como se dirigiría a un ejército a punto de entrar en
desigual combate en país enemigo, y para un período prolongado.
Les dice: «No es hora de que penséis en el matrimonio. Tenéis
derecho a casaros. Y, en general, lo mejor es que todos se casen.
Pero dadas vuestras circunstancias, tal cosa sólo os acarrearía
nuevos inconvenientes y sufrimientos» … Es, pues, muy importante
tener esto en cuenta para una recta interpretación de todo el
capítulo».
Versículos 10–16
1. Pablo comienza esta sección recordando a los casados que lo
que ahora les va a decir no es un consejo, o mandato, personal
suyo, sino mandato del Señor (v. 10, 11): Que la mujer no se separe
del marido (v. Mt. 5:32; 19:6–9) … y que el marido no abandone a
su mujer (v. 11b). No pueden separarse por otra razón, sino la que
da el mismo Señor en los lugares citados. Los cónyuges cristianos
deberían evitar toda contienda o, si ésta surge en un momento de
acaloramiento, ha de buscarse pronto la reconciliación (v. 11).
Están mutuamente ligados de por vida. No pueden, pues, sacudirse
la carga, sino arrimar el hombro de la manera más cómoda posible
y procurar que al cónyuge le resulte también lo más ligera posible.
2. Pasa luego a tratar del caso de una pareja en la que uno de los
cónyuges se ha convertido a Cristo mientras el otro permanece en
la incredulidad.
(A) En este caso, no cita ningún mandato del Señor, pues no consta
en la Escritura, sino que lo da como orden personal suya, aunque lo
hace inspirado por Dios (comp. con el v. 40b).
(B) Se trata de un caso en que el cónyuge incrédulo se separa (v.
15), es decir, se marcha del hogar. Pero si dicho cónyuge consiente
en vivir pacíficamente con el cónyuge creyente, éste no debe
buscar el divorcio (vv. 12, 13).
(C) La razón que da el apóstol para que el hermano creyente no
abandone a su cónyuge no creyente, si éste consiente en vivir en
paz dentro del hogar, es (v. 14) que, de este modo, tanto el cónyuge
no creyente como los hijos habidos en el matrimonio, quedan
santificados. Esto no significa, como es obvio, que el cónyuge no
creyente se salve por ser salvo el cónyuge creyente, ni que los hijos
sean salvos por la misma razón, sino que aquel hogar «constituye,
como dice Trenchard, una “isla de fe” en medio de un mundo infiel,
en el que participan los hijos de las bendiciones de la luz del
Evangelio y del conocimiento de la Palabra». Sin saberlo, ni
agradecerlo, el cónyuge incrédulo participa de las ricas bendiciones
que Dios hace llover sobre aquel hogar que, por la presencia del
cónyuge creyente, es ya un pequeño santuario.
(D) Más difíciles son de entender las razones que da (vv. 15, 16)
para que el hermano o la hermana permitan que el cónyuge
incrédulo se separe:
(a) «No está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre (lit. no
ha sido esclavizado) en semejante caso, sino que a paz nos llamó
Dios» (v. 15b). Comenta Ryrie: «Nada se dice sobre un segundo
matrimonio para el creyente». La misma reserva guarda Trenchard:
«Ha de aceptar la situación por la cual no es responsable. No ha de
luchar con el fin de mantener algo ya deshecho». Sin embargo, me
pregunto yo: ¿Cabe mayor esclavitud (sobre todo, para un hermano
joven) que mantenerse célibe por el resto de su vida? De ahí que
sean muchos los autores que vean aquí la concesión implícita del
derecho a segundas nupcias. Mucho más difícil es el caso en que,
por ejemplo, una mujer que ha hecho pública profesión de fe en una
iglesia abandona a su marido para marcharse con otro. Con todo,
cabría preguntarse también aquí: ¿Puede tenerse por «creyente»
una persona que, de forma pública y flagrante, se entrega a un
estado habitual de adulterio?
(b) «Porque, ¿qué sabes tú, oh mujer, si harás salvo a tu marido,
etc.?» (v. 16). Este versículo admite dos interpretaciones, según se
aplique de una manera o de otra: Primera, «¿Qué sabes tú si …?
¡Quizás serás tú un instrumento de Dios para su salvación» (comp.
con 1 P. 3:1). Segunda, «¿Qué sabes tú si …? ¡No te aflijas porque
se haya marchado, pues no sabes si habrías podido servirle de
bendición! Por el contexto próximo anterior, esta segunda
interpretación es la más probable. El pensamiento dominante es la
«paz» que debe reinar en un hogar cristiano.
Versículos 17–24
El apóstol procede ahora a establecer una norma general, pero que
ha de considerarse a la luz del versículo 16, como ya explicamos
anteriormente.
1. La norma es (v. 17): «Cada uno retenga en la vida el lugar que el
Señor le ha asignado y al que Dios le ha llamado» (NVI). Dos son
los casos que Pablo especifica:
(A) El de la circuncisión. Lo que importa realmente no son las
señales exteriores, sino la observancia interior de la piedad, de los
mandamientos de Dios (vv. 18, 19), que se resumen en el amor: la
fe que se traduce en obras de amor (Gá. 5:6, 13).
(B) El de la esclavitud (vv. 20–24). Todo cristiano verdadero es
esclavo voluntario de Cristo, y de nadie más. Lo mismo da que sea
esclavo o libre, pues (v. 22) «siendo esclavo, es liberto del Señor
…; siendo libre, es esclavo de Cristo».
2. ¿Podemos, entonces, decir que Pablo prohíbe toda honesta
ambición y todo esfuerzo por librarse de la esclavitud? ¡De ningún
modo! Véase lo que dice (v. 21) al esclavo creyente: «¿Fuiste
llamado siendo esclavo? ¡No te importe! Pero, si es que también
puedes llegar a ser libre, procúralo más, es decir, aprovecha las
oportunidades que se te presenten para ello». Un buen esclavo
puede rendir a su amo muchos y muy valiosos servicios, pero no
cabe duda de que un creyente tiene más y mejores oportunidades
de hacer el bien si no está sujeto, en todo tiempo y lugar, al servicio
de un solo hombre.
3. La conclusión final de esta sección (v. 24, comp. con el v. 17) es:
«Hermanos, cada uno, con su responsabilidad ante Dios, continúe
en la situación en que Dios le llamó». La presencia y el favor de
Dios no están limitados a ninguna condición exterior. El que está
atado puede disfrutar de tales bendiciones tanto como el que está
suelto, porque el favor de Dios no está atado.
Versículos 25–35
El apóstol pasa ahora a tratar de otro asunto sobre el que le habían
consultado, según es probable, o porque le vuelve a la memoria el
tema del celibato, después del paréntesis anterior, según piensan
otros. En opinión del que esto escribe, es un tema aparte que
responde a consulta por parte de los fieles de Corinto.
1. La forma en que introduce el tema es (v. 25) dando su parecer,
no como precepto del Señor, pero lo hace en cumplimiento de la
fidelidad al ministerio apostólico que le ha sido confiado. Dice Leal:
«La autoridad que posee como apóstol y maestro es un don gratuito
que ha recibido del Señor».
2. Al volver al motivo que le indujo a aconsejar que cada uno se
quedase en el estado al que había sido llamado (vv. 17–22), da
ahora la razón explícita (v. 26). Desconocemos las circunstancias
concretas del agobio o angustiosa situación presente a la que aquí
se refiere.
3. Como ya dijimos, es a la vista de esta situación angustiosa como
se ha de interpretar el consejo que da al casado para que no se
suelte y al soltero (o viudo) para que no se case. Como dice L.
Morris: «Cuando el mar se embravece, no es hora de cambiar de
navío». Para que no se le entienda mal, agrega inmediatamente (v.
28) que, a pesar de todo, no es ningún pecado casarse en estas
circunstancias, ya que el matrimonio es el estado normal del ser
humano, y la continencia es un don de Dios que no a todos se da
(vv. 6–9).
4. Dos son las razones que da en apoyo del consejo a favor de
mantenerse en soltería:
(A) «Los tales (los que se casan) tendrán aflicción de la carne, y yo
os la quiero evitar» (v. 28b). Los autores suelen entender esta
«aflicción de la carne» en sentido general, por las preocupaciones y
los problemas que lleva consigo la crianza y el mantenimiento de
los hijos, etc. Esta opinión es, a mi juicio, insostenible, ya que, en
este caso, el apóstol desanimaría a todos a contraer matrimonio.
Hodge especifica con acierto: «Se trata de las aflicciones que
necesariamente han de acompañar al matrimonio en tiempos de
dificultad».
(B) El carácter transitorio de la vida presente: «El tiempo es
limitado» (v. 29). El vocablo para «tiempo» no es khrónos, sino
kairós: el tiempo marcado (comp. con Mr. 1:15), la oportunidad, la
ocasión. Y el verbo en participio de pretérito «limitado» significa
«acortado o contraído», como algo que se enrosca (Hch. 5:6). Lo
expresa también (v. 31b) bajo otra figura: «Porque este mundo, en
su forma actual, está destinado a desaparecer pronto» (NVI). El
apóstol usa el vocablo skhéma (v. el verbo en Ro. 12:2), figura o
tinglado que se monta y se desmonta con rapidez. Dice Hodge: «La
figura está tomada del cambio de decorados en un teatro». En
general, indica toda apariencia exterior pasajera que contrasta con
una realidad estable y segura.
5. Este carácter pasajero del mundo actual, añadido a la congoja
que las presentes circunstancias añaden, da pie a Pablo para
exhortar a todos a que mantengan la paz del corazón por debajo del
oleaje de los quehaceres cotidianos. Los días de fiesta, como los
días de duelo, no deben alterar el temple de ánimo del creyente;
adquirir, o perder, posesiones temporales no es de importancia
primordial; el goce, más aún que el dolor, de las cosas de este
mundo no tiene consistencia (vv. 29b–31a). Es de notar que Pablo
usa dos verbos distintos en la primera parte del versículo 31, cuya
diferencia se echa de ver en la magnífica versión de la NVI: «y los
que se sirven de las cosas de este mundo, como quien no se deja
absorber por ellas». Pablo no recomienda ser estoico, ni siquiera
(aquí) ser asceta, sino dueño de sí en toda clase de situaciones.
6. Dentro de esta perspectiva, se entiende mejor lo que dice en los
versículos 32b–35 a favor del celibato. Aunque una vida espiritual
intensa permite al creyente casado servir al Señor con un corazón
indiviso, es cierto que, si al estado matrimonial se añade una
congoja (gr. mérimna) o preocupación especial, cabe la tentación de
distraerse demasiado en las exigencias que la vida conyugal y
familiar demanda, hasta el punto de sentirse uno «dividido» (gr.
meméristai, hecho pedazos). Dice (sobre el v. 26) el famoso
exegeta y obispo anglicano Lightfoot: «Un hombre que, de suyo, es
un héroe, se vuelve cobarde al pensar en su mujer viuda y en sus
hijos huérfanos».
7. El apóstol se apresura a añadir que todo esto lo dice para
provecho, para facilitar el trato con el Señor (v. 35), no para tender
una trampa. El vocablo griego brókhos significa el lazo que se
emplea para ahorcar o para cazar pájaros. Pablo no tiene la
intención de dar caza a los fieles de Corinto e impedirles la libertad
de movimientos, ya que entonces el lazo se convertiría en una
grave tentación a abrazar el celibato sin poseer el don de
continencia.
Versículos 36–38
Estos versículos son sumamente oscuros, no sólo por la
ambigüedad de muchas palabras, sino porque varios vocablos no
ocurren en los autores clásicos griegos. De ahí que se den cuatro o
cinco versiones diferentes, de las que las más probables son dos:
(A) La que ve en el vocablo párthenos una hija virgen y supone que
Pablo se dirige a su padre con respecto a lo que tiene que hacer
con ella si se le pasa a la hija la flor de la edad; (B) la que ve en
dicho vocablo una novia virgen, y supone que el apóstol se dirige al
novio. J. Leal demuestra con razones contundentes que esta
segunda versión es la única admisible frente a un cuidadoso
análisis del texto, y ésa es la que aparece como más probable en la
NVI, que dice así:
«Si alguno piensa que se está portando indebidamente con su
novia, y a ella se le va pasando la flor de la edad, por lo cual él se
siente obligado a decidirse por el matrimonio, ponga por obra lo que
siente; no es ningún pecado; así que, cásense. Pero el que se
mantiene firme en su propósito, y no está dominado por sus
impulsos, sino que mantiene un perfecto dominio sobre su propia
voluntad, y la decisión que ha tomado es no casarse con la
muchacha, éste también obra bien. Así, pues, el que se casa con la
doncella hace bien; pero el que no se casa, aún hace mejor».
Tenemos aquí un caso, quizás único en la Biblia, en que lo que el
lector necesita no es un comentario que aclare (el fondo está claro),
sino una versión que descifre un texto original sumamente ambiguo.
Y para que el lector se cerciore de esta ambigüedad, le ofrezco otra
versión muy interesante, la de la Nueva Biblia Española que, frente
a la peculiar fraseología del versículo 37, traduce párthenos por
«compañera» de trabajo soltera, y dice así:
«Supongamos que uno con mucha vitalidad piensa que se está
propasando con su compañera y que la cosa no tiene remedio; que
haga lo que desea, no hay pecado en eso; cásense. Otro, en
cambio, está firme interiormente y no siente una compulsión
irresistible, sino que tiene libertad para tomar su propia decisión y
ha determinado dentro de sí respetar a su compañera; hará
perfectamente. En resumen, el que se casa con su compañera hace
bien, y el que no se casa, todavía mejor».
Al ser tan ambiguo el sentido del original, no puede decirse que
alguna de estas versiones distorsione el texto. Mucho depende del
punto de vista que el lector defienda en cuanto a la literalidad o
libertad de las versiones. La NVI y la NBE traducen bien, pero con
mucha libertad. La Biblia de Jerusalén y la de los jesuitas en La
Sagrada Escritura (texto y comentario a toda la Biblia) siguen muy a
la letra el original. Ambas pautas de versión tienen sus ventajas así
como sus inconvenientes.
Versículos 39–40
Estos dos versículos contienen consejos para las viudas. Sólo la
muerte puede romper el vínculo conyugal (comp. con Ro. 7:2). A la
muerte del marido, la viuda puede contraer segundas nupcias, con
tal que, dice el apóstol, lo haga en el Señor, es decir, como
conviene a quien es un miembro de Cristo y como tal ha de portarse
siempre. Esto implica (quizás explícitamente) que no debe casarse
con un hombre que no sea creyente (comp. con 2 Co. 6:14). Sin
embargo, el consejo personal de Pablo (v. 40) a tal viuda (no hay
mandato del Señor a este respecto; comp. con el v. 12) es que
«será más dichosa si se queda así», es decir, sin casar. Pero este
consejo de Pablo está refrendado por su firme convicción de que,
en lo que dice, está guiado por el Espíritu de Dios. Por tanto, su
consejo tiene mucha más fuerza que la opinión privada de un
cualquiera.
C
CAPÍTULO 9
Aquí Pablo, I. afirma su misión y su autoridad apostólicas (vv. 1, 2).
II. Reclama el derecho a mantenerse en virtud de su ministerio (vv.
3–14). III. Muestra que había renunciado voluntariamente a este
privilegio (vv. 15–18). IV. Especifica varias otras cosas en las que
se había negado a sí mismo (vv. 19–23). V. Concluye su
argumentación mostrando qué es lo que le había animado a tomar
esta determinación (vv. 24–27).
Versículos 1–2
Empalmando con el último versículo del capítulo anterior, el apóstol
aprovecha la ocasión para afirmar sus derechos como tal; así
contesta a quienes los ponían en duda y, especialmente, a los que
abusaban de la madurez espiritual que aseguraban tener para
perjudicar, por falta de consideración y de amor, a los débiles en la
fe.
En efecto, según los mejores MSS, el capítulo se abre con cuatro
preguntas en el orden siguiente: «¿No soy libre? ¿No soy apóstol?
¿No he visto a Jesús nuestro Señor? ¿No sois vosotros mi obra en
el Señor?» Nótese el orden, por medio del cual da a entender que
cumple con creces lo que exhorta a los corintios a que hagan. Él
también tiene derecho a usar de la libertad con que Cristo nos hizo
libres. Además es apóstol, como lo prueba, no sólo el hecho de su
llamamiento, sino también el de haber visto al Señor Jesucristo y,
en el terreno de las realizaciones prácticas, el sello que el Espíritu
Santo ha puesto a sus labores apostólicas en la conversión de los
primeros fieles de Corinto. Era, pues, una prueba de tremenda
ingratitud por parte de ellos el poner en duda la autoridad apostólica
de él.
Versículos 3–14
Pasa ahora a exponer los derechos que tenía para reclamar lo que
le correspondía por el desempeño fiel de su ministerio apostólico.
1. Arguye primero y parte del terreno de los hechos (vv. 4–6). Todos
los demás apóstoles, los hermanos del Señor y el mismo Cefas, el
portavoz de los apóstoles, ejercitaban el derecho que tenían a vivir
a expensas de aquellos a quienes predicaban el Evangelio, y
llevaban también consigo a sus mujeres. ¿Acaso Bernabé y él eran
los únicos que carecían de este derecho?
2. Expone luego el caso general, basándose en la Ley (Dt. 25:4).
Cada uno se sustenta por medio de su trabajo, pues hasta los
bueyes disfrutaban del derecho a comer de lo que estaban trillando.
Aquí (v. 10) acomoda a los hombres lo que la ley dice de los
bueyes. Es un argumento de los que se llaman a fortiori. No quiere
decir que Dios no tenga ningún cuidado de los bueyes (la Ley
misma demuestra que lo tiene), sino que el cuidado que tiene de los
hombres es mucho mayor.
3. De ahí pasa a expresar con toda claridad el derecho que él tenía
a vivir a expensas de aquellos a quienes ministraba las realidades
espirituales:
(A) Bien podía recoger sustento material el que les prodigaba
alimento espiritual (v. 10); él, con mucho mayor derecho que los
demás predicadores (v. 12), aun cuando no usaba de este derecho
(vv. 12b, 15) para no impedir el avance del Evangelio de Cristo.
(B) Hace una comparación con los sacerdotes de la Ley, quienes
participaban de lo ofrecido en sacrificio a Dios (v. 13).
(C) El propio Señor había dicho que el obrero (y se refería al obrero
en cosas espirituales) es digno de su sustento (Mt. 10:10; Lc. 10:7;
Gá. 6:6; 1 Ti. 5:17).
Versículos 15–18
1. Pablo no había reclamado sus derechos en el pasado, y tampoco
les escribía ahora (v. 15) para reclamarlos. Para él era una gloria
(no por egoísmo, sino por santo pundonor) predicar gratis el
Evangelio y mantenerse con el sudor de su frente. La profunda
emoción que embargaba el ánimo del apóstol se echa de ver en la
extraña construcción de la segunda parte del versículo 15 que dice
literalmente así: «Porque prefiero morir antes que … ¡Nadie vaciará
mi jactancia!»
2. Para que nadie le interprete mal, Pablo se apresura a decir (v.
16) que la predicación del Evangelio no es para él materia de gloria
personal, pues le constriñe el llamamiento de Dios, le constriñe su
conciencia ligada al cumplimiento de su deber y, sobre todo ello, le
constriñe el fuego que lleva en el corazón a favor de la salvación de
los hombres y de la gloria del Señor Jesucristo (comp. con Jer.
20:9). Dice L. Morris: «La necesidad apremia a todos los que han
experimentado en su vida el poder del Evangelio».
3. El versículo 17 puede entenderse de varias maneras, pero la más
obvia es la siguiente: El ministerio que se ejerce de buena gana
tiene su galardón; pero, aunque lo haga de mala gana, no tiene
excusa, pues es una mayordomía (gr. oikonomía, dispensación,
administración, etc.) la que se le ha confiado (comp. con 4:1), y de
ella tendrá que rendir cuentas.
4. A la vista del capítulo 8, y del contexto actual, tanto anterior como
posterior, Pablo asegura (v. 18) que su galardón está ya en predicar
gratis el Evangelio (comp. con vv. 12b, 15b), sin hacer uso del
derecho que tiene a que le mantengan, pues de esta forma nadie
podrá reprocharle que predica por ninguna retribución material, por
legítima que ésta sea.
Versículos 19–23
1. Además de la libertad cristiana, Pablo disfrutaba de la que le
proporcionaba su ciudadanía romana; ambas (y una tercera que
acaba de nombrar: su predicación gratis, ya que él se ganaba su
propio sustento) le desligaban de todo compromiso, de toda
servidumbre hacia otros. Esta libertad tan amplia, por la que no
estaba obligado a ningún ser humano, le capacitaba para dedicarse
por completo a ganar el mayor número de personas de toda raza,
clase, etc., para Cristo (v. 19). Esta plena dedicación a la salvación
de los hombres mediante la predicación del Evangelio es lo que él
llama haberse hecho esclavo (lit.) de todos.
2. A continuación expone la forma maravillosa, digna de universal
imitación, con que ha conjugado su multiforme libertad con la
voluntaria esclavitud en favor del avance del Evangelio (vv. 20–23):
(A) Con los judíos se había comportado como si estuviera bajo la
Ley (v. 20, comp. con Hch. 16:3; 18:18; 21:23–26), aunque ya no lo
estaba (v. Ro. 10:4). (B) Con los gentiles que no tenían la Ley de
Moisés, se había comportado como si él no tuviera tampoco la Ley
(v. 21, comp. con Gá. 2:3; 3:2). Y, para que no se pensase que
carecía completamente de toda ley, añade en paréntesis: «no
estando yo sin ley de Dios, sino dentro de la ley de Cristo».
Por cierto, nota del traductor, todas las versiones que conozco,
exceptuando la RV 1977 y la Nueva Biblia Española, traducen
erróneamente la expresión énnomos Khristou por «bajo la ley de
Cristo», cuando el prefijo en muestra una interioridad que no debe
pasar desapercibida. La Nueva Biblia Española ofrece esta
estupenda versión: «mi Ley es el Mesías». Ni aun la Biblia de
Jerusalén ni la NVI inglesa han expresado correctamente el sentido
ni la letra de dicha frase, con lo que se pierde el contraste entre el
cuádruple «sin ley» y el «dentro de la ley» o «identificado con la
ley» del versículo 21.
3. Pablo da la razón por la que obra de este modo (vv. 22, 23):
«Con los débiles me he hecho débil, para ganar a los débiles. Me
he hecho de todo con todos los hombres, por ver de salvar a
algunos por todos los medios posibles. Todo esto lo hago en aras
de la Buena Noticia, para hacerme coparticipe de las bendiciones
que comporta» (NVI). Vemos:
(A) Que Pablo no juzgaba ni despreciaba a los débiles, sino que se
acomodaba a ellos, no por debilidad propia, sino en atención a la
debilidad ajena. Practicaba lo que enseñaba sobre la forma en que
ha de conducirse el cristiano «fuerte» con el «débil».
(B) Se negaba a sí mismo, a fin de procurar la salvación del mayor
número de personas (v. 22b), y empleaba para ello todos los
medios posibles a su alcance, siempre, por supuesto, que los
principios doctrinales no sufriesen merma o peligroso compromiso
(comp. con Gá. 2:11 y ss.).
(C) Esto tenía una finalidad más alta (v. 23): Obraba así en aras del
Evangelio; para que la Buena Noticia del perdón y la gracia de Dios
hacia los hombres, con todas las bendiciones consiguientes,
alcanzasen al mayor número posible, así como a él mismo. Un
corazón así caliente con el celo por la gloria de Dios y la salvación
de los hombres, no reclama derechos, privilegios ni dinero.
Versículos 24–27
Pablo no aspiraba a las cosas corruptibles de este mundo, porque
tenía los ojos puestos en una corona imperecedera (v. 2 Ti. 4:8). A
eso estaban encaminados los ejercicios con los que compara tres
de las pruebas atléticas que se llevaban a cabo en los juegos
llamados «ístmicos» los que se celebraban cada dos años cerca de
Corinto y tenían casi tanta importancia como los olímpicos.
1. El primer juego mencionado (v. 24) es el de las carreras. La vida
cristiana es comparada a una carrera (He. 12:1, 2) y a una lucha (2
Ti. 4:8). Pero hay dos diferencias muy notables en cuanto al premio
que los corredores y luchadores griegos recibían y el que reciben
los creyentes que se ejercitan en la piedad (v. 1 Ti. 4:8):
(A) En los juegos de Grecia, uno solo se llevaba el premio; pero en
la carrera espiritual, todos los que corren bien, pueden obtenerlo.
(B) Los atletas griegos se sometían a la más severa disciplina, a fin
de estar en condiciones de competir con éxito, pero lo que recibían
(v. 25) era una corona corruptible. En los juegos ístmicos, ni
siquiera era una corona de laurel, sino de ramas de pino. En
cambio, la corona del cristiano es una corona incorruptible (v. 1 P.
1:4). Pablo corría derechamente a la meta (v. 26a).
2. El segundo juego es el boxeo (v. 26), en el que los golpes dados
al aire sólo ofrecen ventaja al adversario. Pablo no derrochaba sus
energías espirituales en sacudir al aire, como muchos creyentes
carnales que desperdician el tiempo y las energías en niñerías y
frivolidades (aun no siendo pecaminosas). Él atacaba bien al
enemigo, pues conocía bien sus artes (2 Co. 2:11).
3. En el versículo 27, si se lee, con unos pocos MSS, hupöpiazo
(con la primera o breve), significa «derribar a tierra», con lo que
tendríamos un tercer juego: la lucha atlética, y así el verbo
agonízomai del versículo 25 tendría aquí su sentido específico de
«lucha». Pero la mayoría inmensa (casi unanimidad) de los MSS
leen en el versículo 27 hupöpiazo (con o larga) que significa
«golpear debajo del ojo». Sigue, pues, con la imagen del boxeo,
pero ahora el adversario es su propio cuerpo. Es un símil y no se
puede tomar a la letra. Pablo no quiere decir que golpease
físicamente su cuerpo, sino que lo sometía a severo control de los
instintos y, sobre todo, de los sentidos (comp. con Job 31:1). La
expresión «lo conduzco a esclavitud» (lit.) da idea del rigor con que
el apóstol sometía su cuerpo por la gracia de Dios y el poder del
Espíritu, que en él no calan en vano (15:10).
4. Finalmente (v. 27b) expone el peligro al que conduce la
negligencia en dominar las inclinaciones de la carne: «no sea que
habiendo proclamado a otros, yo mismo venga a ser descalificado».
Al continuar con el símil de los juegos ístmicos, se presenta a sí
mismo como «proclamador de los juegos». El verbo que usa para
esto (gr. kerúxas) es el mismo que se usa en el Nuevo Testamento
para la predicación del Evangelio, pues es una grandiosa
proclamación, a los cuatro vientos, de la Buena Noticia, y ésa es la
labor a que había sido llamado (1:17) por encima de cualquier otra.
Al tomar también él (v. 23b) parte en el «juego», triste cosa sería
que, después de proclamar vencedores a otros, él mismo fuese
descalificado de la competición.
Por cierto, esta última frase ha sido usada como si significase la
condenación eterna. Esta interpretación se debe, en gran parte, a la
traducción de la Vulgata, que vertió por réprobus, réprobo,
condenado al Infierno, el adókimos del original, que significa
«alguien que no ha pasado la prueba». La Versión Autorizada
Inglesa (también la RV) cometió el mismo error al traducirlo por
castaway, por lo que los sucesores de M. Henry lo interpretaron de
predicadores inconversos, pero, ¿cómo podía entonces Pablo
aplicárselo a sí mismo, cuando se sabía salvo? No se trata de
salvación o condenación eternas, sino de la pérdida del premio, de
la recompensa prometida al que corre bien, etc. Incluso los
modernos exegetas católicos hablan aquí con mucha cautela. Dice
J. Leal: «Descalificado: es término tomado del deporte. El que
vence es calificado; el que no vence es descalificado».
CAPÍTULO 10
El apóstol, I. amonesta a los corintios contra la falsa seguridad,
mediante el ejemplo de los judíos (vv. 1–14). II. Vuelve a su anterior
argumentación del capítulo 8 sobre el comer de lo ofrecido a los
ídolos (vv. 15–22). III. Pueden comprar dichas carnes en el mercado
o comerlas a la mesa de amigos paganos, sin hacer preguntas.
Pero esta libertad ha de tomar en consideración la debilidad de
conciencia de algunos hermanos (vv. 23–33).
Versículos 1–5
Pablo pone delante de los fieles de Corinto el ejemplo de los judíos,
quienes habían gozado de grandes privilegios, pero habían caído
bajo graves castigos.
1. La providencia de Dios con ellos y lo que a ellos les pasó debe
servirnos de advertencia.
2. El apóstol especifica algunos de esos privilegios:
(A) Su liberación de Egipto. Fueron conducidos milagrosamente a
través del mar Rojo, en el que se ahogaron los egipcios que les
perseguían; para los israelitas, el mar fue una avenida por la que
pasaron a pie enjuto; para los egipcios fue un gran cementerio.
(B) Tenían unos símbolos que eran tipo de nuestras ordenanzas del
bautismo y de la Cena del Señor (vv. 1b–4):
(a) «… y todos pasaron por el mar, y todos fueron bautizados en
(lit.) Moisés». El griego usa la preposición eis que se halla en la
fórmula de Mateo 28:19 y en varios lugares de Hechos y es una
preposición de movimiento (a, hacia). L. Morris comenta:
«Probablemente hemos de pensar en Moisés como tipo de Cristo.
Así como el bautismo tiene como efecto poner a una persona bajo
el liderato de Cristo, así también la participación en los grandes
acontecimientos del Éxodo puso a los israelitas bajo el liderato de
Moisés» (v. Éx. 14:31 «… y creyeron a Jehová y a Moisés su
siervo»).
(b) Igualmente, el alimento espiritual que todos ellos comieron (v. 3)
y la bebida espiritual que todos bebieron (v. 4) eran tipo de la Cena
del Señor. El vocablo «espiritual» significa aquí que el origen tanto
del alimento (el maná) como la bebida (el agua de la roca) fue
sobrenatural, milagroso. Pablo no asocia el maná con la Cena, pero
de la roca de donde brotó el agua dice (v. 4b) que «los seguía (a los
israelitas), y la roca era Cristo». Estas expresiones, a primera vista
tan extrañas, se entienden perfectamente si recordamos, como
hace notar con gran acierto el Prof. Trenchard, que el Ángel de
Jehová que marchaba constantemente (v. Éx. 32:34; 33:2) con el
pueblo de Israel durante la peregrinación por el desierto y en la
entrada en Canaán no era otro que el Cristo preencarnado.
3. «Pero (y Pablo usa la conjunción adversativa fuerte allá) de los
más de ellos no se agradó Dios, pues quedaron tendidos (lit.
esparcidos) en el desierto» (v. 5, comp. con los caps. 12 al 14 de
Números).
Versículos 6–14
1. Se especifican ahora algunos pecados más relevantes de los
hijos de Israel para que nos sirvan de aviso.
(A) Hemos de huir de los deseos desordenados hacia las cosas
carnales (v. 6). Dios alimentaba a los israelitas con maná, pero ellos
deseaban con vehemencia comer carne.
(B) Ya al pie del Sinaí, después de comer y beber, se entregaron a
la idolatría (v. 7), y celebraron fiesta en honor del becerro de oro.
Esto tenía especial aplicación a los fieles de Corinto en conexión
con el tema de lo sacrificado a los ídolos.

(C) También les advierte contra la fornicación (v. 8), y alude al


episodio de Números 25:1 y ss. En la corrompida ciudad de Corinto,
éste era un pecado corriente por demás. La cifra de 23.000 que
Pablo da en relación con la fornicación mencionada parece
contradecir la de 24.000 que da Números 25:9. La mayoría de los
autores opinan que Pablo citó de memoria, sin preocuparle la
precisión numérica, pero es digna de notarse la sugerencia de L.
Morris de que es probable que el apóstol descontara los ejecutados
primeramente por los jueces (Nm. 25:5).
(D) Viene luego la provocación (v. 9) que se nos refiere en Números
21, con el episodio de las serpientes. El Señor a quien provocaron
(comp. con el v. 22) es Cristo (v. lo dicho anteriormente del Ángel
de Jehová). ¿Quién se atreverá a provocarle ahora que está
glorificado y sentado a la diestra del Padre?
(E) Pablo menciona en último lugar la murmuración de los israelitas
(v. por ej., Nm. 14:2, 36; 16:11, 41), con los consiguientes castigos.
Algo semejante parece haber ocurrido en el caso de los fieles de
Corinto: murmuraban contra Pablo y, en él, contra el Señor mismo.
2. El apóstol resume todas estas advertencias particulares en una
general (v. 11): «Y estas cosas les acontecieron como ejemplo (lit. a
modo de tipo) y fueron escritas para amonestarnos a nosotros, a
quienes han alcanzado los fines de los siglos», es decir, el
profetizado cumplimiento de los tiempos con la Venida del Mesías
(comp. con Mr. 1:15; Gá. 4:4). Los pecados de los israelitas eran
ejemplo de la infidelidad de muchos en la dispensación del
Evangelio, y los castigos que Dios ejecutó en ellos son también
lecciones manifiestas que nos enseñan a recoger el fruto de la
experiencia de las edades pasadas y escarmentar en cabeza ajena.
Ninguna cosa de las Escrituras se escribió en vano, y es nuestro
deber y nuestra prudencia recibir de ellas la instrucción necesaria.
3. La aplicación que Pablo hace en el versículo 12 es clara. Los
fieles de Corinto estaban muy orgullosos de su posición, de sus
dones, de sus predicadores. También los israelitas lo estaban,
puesto que eran el pueblo escogido de Dios; sin embargo, cayeron.
Esta caída no significa la condenación eterna, sino el castigo
corporal de la muerte en el desierto (comp. con 11:30, 31). «Así
que, el que piensa estar firme, mire que no caiga». Se ha dicho muy
bien que «la oculta soberbia conduce a la lujuria manifiesta».
Cuando estas caídas se dan en un cristiano genuino, conducen a la
pérdida o enfriamiento de la comunión con Dios, no a la
condenación eterna, como solía afirmarse (y aún se hace) en
círculos catolicorromanos.
4. Añade luego unas palabras de consuelo (v. 13). Aunque
desagrada a Dios la presunción, no le agrada la desesperación. O
las pruebas serán proporcionadas a nuestras fuerzas, o se nos
proveerá de fuerzas adecuadas para nuestras pruebas. Las
tentaciones que sufrimos no son sobrehumanas sino humanas, es
decir, las que sobrevienen a los seres humanos en general. Y aun
de esas tentaciones «humanas» Dios nos dará una salida (lit.), es
decir, una vía de escape, a fin de que no nos hundamos bajo el
peso de una tentación abrumadora. Dios sabe lo que podemos
aguantar y por cuánto tiempo lo podemos aguantar. Los hombres
pueden dejarle a uno en la estacada, y huir después de vernos
agobiados y malheridos, y a veces son ellos mismos los que nos
han herido, pero Dios es fiel y no nos abandonará con tal que nos
acojamos a su gracia y a su poder y no confiemos en nuestras
propias fuerzas. El vocablo que Pablo usa para salida no es éxodos,
sino ékbasis, el cual indica un desfiladero por entre montañas
escarpadas. Dice L. Morris: «La imagen es la de un ejército
atrapado entre lugares montañosos y que escapa de una situación
imposible a través de un pasadizo».
5. Tras estas palabras de aliento, Pablo da suelta a su emoción
paternal (v. 14), al llamar a los fieles de Corinto «amados míos»
(comp. con 4:15), y les exhorta al decie: «Huid de la idolatría»
(comp. con 6:18). El «Por tanto» con que comienza el versículo
indica una consecuencia; con la mayor probabilidad, esta
consecuencia apunta a la tentación que comportaba el
acercamiento a los ídolos, casi inevitable para quienes
frecuentaban, aun con buenas intenciones, los templos de los
ídolos. Dice Trenchard: «Los corintios no habían de entretenerse en
las antesalas de los templos idolátricos, porque se acercaban a la
esfera de la actuación de demonios, quienes tergiversaban los
hondos anhelos espirituales de la multitud, convirtiéndolos en
superstición y vicio».
Versículos 15–22
En la presente sección, el apóstol insiste en sus advertencias contra
la idolatría.
1. Apela primero al buen sentido y discernimiento de ellos (v. 15):
«Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo». El
vocablo phrónimos que Pablo usa aquí tiene sentido de «prudente,
precavido, sagaz», y no hay motivo para pensar que lo dice
irónicamente.
2. Pasa luego a establecer un contraste entre la comunión que
tenemos con el Señor mediante el rito de la Cena del Señor y la
comunión con los demonios mediante la participación en el festín
dedicado a honrar a los ídolos. Es menester tener en cuenta que,
en los sacrificios del Antiguo Testamento, los que comían de lo
ofrecido en sacrificio participaban del sacrificio mismo, con lo que
no sólo rendían así culto a Dios, sino también manifestaban su
comunión con Él (v. 18).
(A) La copa de bendición (v. 16) era el nombre que se daba a la
tercera copa de la Cena pascual. Es posible que fuese ésta la que
el Señor usó para la institución de la ordenanza de la Cena. Tanto
el partimiento del pan (v. 16b), como el beber de la copa, eran
símbolo expresivo y claro memorial de la muerte de Cristo al ser
roto, es decir, horadado su cuerpo y derramada su sangre en el
Calvario, como puede verse en los relatos de Mateo 26:26–29;
Marcos 14:22–25; Lucas 22:17–20 y, en esta misma epístola, 11:23
y ss.
(B) La expresión «que bendecimos» no implica ninguna
«consagración» al modo como la Iglesia de Roma, la Ortodoxia
Griega y la Iglesia Alta de Inglaterra lo entienden, de forma que el
vino y el pan den paso al cuerpo y a la sangre de Cristo (que, por
cierto, carece de carne y sangre en su estado glorioso, celestial). Lo
más probable es que se refiera a la bendición que se pronunciaba
en la oración inicial que comenzaba diciendo: «¡Bendito seas,
Señor!»
(C) L. Morris da como probable la explicación de por qué menciona
Pablo en primer lugar la copa, al ser así que el Señor bendijo
primero, y partió, el pan. «Este orden, dice, puede deberse al deseo
de poner de relieve el derramamiento de la sangre del Señor. O
también podría deberse al hecho de la prominencia que se daba a
la copa, junto a la insignificancia del pan, en los sacrificios paganos
a los que Pablo va a referirse a continuación».
(D) El vocablo «comunión», que el apóstol usa dos veces en el
versículo 16, no tiene nada que ver con la frase «tomar la
comunión», según la entienden los catolicorromanos, sino que
conserva su significado bíblico (comp. con Hch. 2:42 y 1 Jn. 1:3,
entre otros lugares) de «compartir con alguien» algo que no se
disminuye, sino que aumenta, con el número de los que de ello
comparten. Su sentido aquí no es que quien participa de la Cena
del Señor tome de ninguna manera el cuerpo y la sangre del Señor,
los cuales, de suyo, no confieren ningún provecho espiritual (v. Jn.
6:63), sino que quien recibe con fe el pan y el vino de la Mesa del
Señor, reaviva en sí el recuerdo de lo que Jesús llevó a cabo por
nosotros en la Cruz del Calvario. Dice Trenchard: «De este modo, al
participar en los símbolos, manifestamos nuestra participación
espiritual, por la fe, en todo el profundísimo significado del Sacrificio
realizado, confirmando nuestra unión espiritual con el Señor por
medio de su obra».
(E) El versículo 17, de redacción demasiado concisa, se aclara
algún tanto en la NVI: «Al haber un solo pan, nosotros, aun siendo
muchos, somos un solo cuerpo, porque todos participamos (gr.
metékhomen, llevarse cada uno una parte; no es el mismo verbo del
v. 20, pero sí del v. 21b) de aquella única pieza de pan». Este
versículo, al que no se le suele dar la debida consideración,
significa lo siguiente: La hogaza de pan que partimos, y de la que
participamos todos los que celebramos la Cena del Señor, es una
sola. Esta hogaza es símbolo, no sólo del cuerpo físico de Jesús,
sino también del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia (v. 12:12 y ss.).
Al formar todos un solo Cuerpo con Cristo, manifestamos la unidad
de la Iglesia al participar todos del mismo único pan.
(F) Pasa ahora a la aplicación de todo esto a los sacrificios
ofrecidos a los ídolos (vv. 18–21), en lo cual hay muchos detalles
dignos de notar:
(a) Téngase en cuenta que Pablo NO VE EN LA CENA DEL
SEÑOR NINGÚN SACRIFICIO (contra la opinión de la Iglesia de
Roma, hecha «dogma de fe» en el Concilio de Trento); por eso,
intercala el versículo 18, a fin de hacer la comparación entre los
«sacrificios» y el «altar» de Israel según la carne (para distinguirlo
de la Iglesia, que ya no ofrecía sacrificios, ni tenía más altar que
Cristo mismo, (He. 13:10) y los sacrificios ofrecidos a los ídolos (vv.
19, 20).
(b) Por eso, el apóstol no hace comparación entre «altares», sino
entre «mesas» (gr. trápeza): la Mesa del Señor, y la mesa donde se
comía lo sacrificado a los ídolos, a la que llama mesa de los
demonios (v. 21).
(c) La razón por la que la llama así es que, en realidad, como ya ha
dicho otras veces, los ídolos no son nada (v. 19), por lo que
tampoco tiene ninguna cualidad sagrada lo que a ellos se ofrece (v.
19b). Así que, a fin de cuentas, lo que los gentiles sacrifican, lo
sacrifican a los demonios (que es realmente lo que hay detrás de
las vanas imágenes sin vida de los ídolos), y no a Dios (v. 20).
(d) Por consiguiente, concluye Pablo, «No podéis beber la copa
del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la
mesa del Señor y de la mesa de los demonios» (v. 21). La razón es
clara: Participar de la mesa del Señor es tener comunión con el
Señor (v. 16), mientras que participar de la mesa de los ídolos es
tener comunión con los demonios (v. 20b).
3. El apóstol concluye esta sección con una seria advertencia
formulada en dos preguntas: «¿O provocaremos a celos al Señor?
¿Somos acaso más fuertes que Él?» (v. 22). «Provocar a celos» es
un verbo distinto del usado en el versículo 9, y nos recuerda la idea
veterotestamentaria del Dios celoso de su gloria como único
Salvador y Dueño de Israel, en contraste con los dioses falsos que
no servían para nada. Así, pues, el celo de Dios se encendía de
modo especial cuando el pueblo se entregaba a la idolatría. Sobre
la segunda pregunta comenta J. Leal: «La advertencia final es de un
profundo sentido de la pequeñez humana y de la grandeza de Dios.
El hombre no puede luchar con Dios. Su postura debe ser la de
someterse y no irritarle».
Versículos 23–33
Aquí el apóstol da normas prácticas sobre cuándo y dónde se
puede o no se puede comer de lo sacrificado a los ídolos.
1. Comienza y repite, en primera persona, lo que ya expresó en
6:12: «Todo me es lícito, pero no todo conviene, no todo es
provechoso; todo me es lícito, pero no todo edifica» (v. 23, comp.
con 8:1). Todo creyente, dentro de la legítima libertad cristiana, ha
de estar atento a no servir de tropiezo a un hermano o hermana;
más bien (v. 2) ha de buscar el interés del otro por encima del
propio. Con este principio por delante, entra de nuevo en el tema
sobre el comer de lo sacrificado a los ídolos.
2. Las normas que establece son muy claras y sencillas:
(A) De todo lo que se vende en la carnicería se puede comer, sin
hacer más averiguaciones (v. 25), porque todo es bueno si se toma
con acción de gracias (v. 26, comp. con Ro. 14:6; 1 Ti. 4:4).
(B) Se puede aceptar la invitación de un no creyente y comer de
todo lo que ponga a la mesa; tampoco hace falta hacer más
averiguaciones (v. 27), pues es un caso similar al anterior. Si en
alguno de los dos casos, se ofrecen a comer carnes sacrificadas a
los ídolos (sin que esto se mencione), ello no contamina al hombre.
(C) La situación cambia si alguien dice: Esto fue sacrificado a los
ídolos (v. 28). Entonces no se debe comer, por causa de aquel que
lo declaró (v. 28b), es decir, para no herir la conciencia ajena (v.
29), no la propia, pues aquí se trata de un banquete común; es un
caso distinto del tratado en los versículos 16–22, donde el contexto
es cultual: en el templo de los ídolos y como quien toma parte en el
sacrificio que se les ofrece, lo cual el creyente no puede hacer sin
manchar su propia conciencia. La última frase del versículo 28 (en
paréntesis, en la RV 1977) no aparece en los principales MSS: es,
sin duda, una repetición mecánica del versículo 26.
(D) La segunda parte del versículo 29 y el versículo 30 se prestan a
un malentendido, ya que, a primera vista, parece como si encerrase
una queja contra esta restricción de la libertad a causa de la
conciencia débil del interlocutor. El sentido no es ése, como
demuestran L. Morris y J. Leal, quien da la paráfrasis siguiente, con
la que se esclarece el texto sagrado: «¿Para qué dar ocasión a que
mi libertad de conciencia la critiquen los débiles, cuando los
escandalizo? ¿Para qué dar ocasión a que me vituperen, cuando
puedo comer dando gracias a Dios?»
3. Pablo finaliza esta sección (la cual comprende también el
versículo 1 del capítulo 11, pues la división está muy mal hecha),
exhortando a los fieles de Corinto a que sigan el ejemplo de él,
como él sigue el de Cristo (11:1; compárese 10:33 con Ro. 15:3). La
norma suprema, tanto para la edificación propia como para la de los
demás (v. 33b) es (v. 31) hacerlo todo para la gloria de Dios; con
esta norma suprema por delante, de seguro que nadie causará
escándalo (v. 32) ni provocará críticas (v. 30). Pablo distingue (v.
32) judíos, gentiles (ambos grupos incluyen a no creyentes) y la
iglesia de Dios. Dice J. Leal, acerca del versículo 33: «Con libertad
apostólica, Pablo se presenta como modelo de renuncias, como un
padre que habla con sus hijos». M. Henry hace notar que «un
predicador puede urgir sus admoniciones con osadía y autoridad
cuando las puede reforzar con su propio ejemplo».
CAPÍTULO 11
El apóstol se esfuerza ahora por corregir algunos desórdenes
notorios de la iglesia de Corinto, de los que reprende a sus
miembros, como eran, I. la conducta de las mujeres en las
reuniones de la congregación (vv. 2–16). II. Ciertos desórdenes que
se producían en la celebración de la Cena del Señor (vv. 17–34).
Versículos 2–16
1. Pablo comienza, como debería hacer todo ministro de Dios, con
una alabanza a los fieles de Corinto (v. 2). Les alaba por el recuerdo
que guardan de él y por la observancia de las instrucciones que les
había entregado. El vocablo griego para «instrucciones» es aquí,
como en 2 Tesalonicenses 2:15, paradóseis, que significa
«instrucciones dadas oralmente», con el matiz peculiar de haber
sido «pasadas de mano en mano» (no se las había inventado
Pablo), por lo que suele traducirse por «tradiciones», aunque este
término ha adquirido en la Iglesia de Roma el sentido de «depósito
oral de la revelación, con un valor igual que el de las Sagradas
Escrituras», por lo que es preferible prescindir del uso de tal vocablo
y usar el de «enseñanzas transmitidas oralmente».
2. Pasa de inmediato a reprender la conducta de las mujeres en las
reuniones, diríamos «oficiales», de la congregación.
(A) Comienza estableciendo una especie de «jerarquía» de
autoridad, la cual ha de entenderse en sentido figurado (v. 3). Dice
que Cristo es la cabeza de todo varón. A la luz de los versículos 7–
9, se ve que Pablo no se refiere a todo varón, sino al marido; añade
que el varón es la cabeza de la mujer. Lo de «y Dios es la cabeza
de Cristo» nos lleva a 3:23; 15:27, 28, así como a Juan 14:28, por
no citar más lugares. La subordinación de la mujer al marido se
basa en el relato de Génesis 2, en el que vemos la creación del
primer hombre del polvo de la tierra; en correspondencia con
Génesis 1:26, 27, vemos que es principalmente el varón el que fue
creado a imagen y semejanza de Dios (v. 7), mientras que la
primera mujer fue creada del hombre y a imagen y semejanza de
éste (vv. 7b, 8); más aún, «tampoco el varón fue creado por causa
de la mujer (es decir, para servirle a ella de ayuda), sino la mujer
por causa del varón» (v. 9, comp. con Gn. 2:18).
(B) «Sin embargo» (v. 11), al pasar del orden de la creación al de la
redención, el apóstol recuerda que, en el Señor, es decir, en el
plano sobrenatural, como miembros de un mismo Cuerpo de Cristo
(12:13; Gá. 3:28) y coherederos de la gracia de la vida eterna (1 P.
3:7), están al mismo nivel; ambos tienen a Dios por Padre (v. 12 al
final) y, aunque es cierto que la primera mujer fue hecha del primer
varón, también es cierto que todo otro varón (también Cristo; nótese
el énfasis de Gá. 4:4) nace mediante la mujer (v. 12).
(C) Esta especie de «prenotandos», intercalados en la sección
según le parece a Pablo más oportuno con miras al detalle
particular que desea inculcar, conducen a reforzar la norma que,
según él, era costumbre en las iglesias y sobre la que él no quiere
discutir (v. 16): Todo varón que ora o profetiza con la cabeza
cubierta, afrenta a su cabeza (v. 4); con la mayor probabilidad, no
se refiere a su propia cabeza física, sino a Cristo (v. 3). Pero toda
mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su
cabeza (v. 5, comparado igualmente con el v. 3), es decir, a su
marido. Estamos, pues, en la famosa porción del «velo», que tanto
da que hablar en muchas iglesias y por la que muchos hermanos
gastan demasiado tiempo en discutir minucias, con frecuente olvido
de las más importantes enseñanzas de la Palabra de Dios. Vamos a
analizar algunos detalles notables que se prestan a malentendidos,
y sentimos tener que disentir, en la mayoría de ellos, de la opinión
del Profesor Trenchard.
(a) Para comenzar, téngase en cuenta que Pablo está hablando de
una costumbre nueva, introducida en ciertas iglesias de la
gentilidad. En efecto, los varones judíos siempre oraban (y oran
aún) con la cabeza cubierta por el tallis, una especie de «solideo»,
más o menos amplio. Por otra parte, tanto los varones griegos,
como sus mujeres, oraban con la cabeza descubierta. Los
cristianos, al menos los procedentes de la gentilidad, «adoptaron
una práctica distintiva», como dice L. Morris. Los argumentos que
Pablo usa para exhortar a la observancia de esta norma están,
pues, acomodados a esta práctica que los creyentes habían
introducido para distinguirse de la pauta observada, tanto por los
judíos como por los paganos, en sus lugares públicos de oración.
(b) Por Hechos 16:13; 21:9, vemos que también las mujeres oraban
y profetizaban, aunque no en la congregación general (v. 14:34, 35,
comp. con 1 Ti. 2:11, 12). En la vía pública, como era el caso del
grupo de mujeres de Filipos, no cabe duda de que orarían con la
cabeza cubierta, pero no es de creer que se cubriesen la cabeza
para orar o profetizar dentro de casa.
(c) Los versículos 5b, 6 significan lo siguiente: Sólo las mujeres de
mala fama iban descubiertas por la calle, y sólo las esclavas iban
rapadas. Por tanto, una mujer decente, como debe ser toda mujer
cristiana, debe cubrirse; de lo contrario, que se rape la cabeza, pues
más vale aparecer en público como esclava que como ramera.
¿Con qué debe cubrirse? Con el velo que usaban (y todavía usan
en algunos lugares) las mujeres orientales. Pero este velo no es la
«mantilla» que usan en España las mujeres tanto evangélicas como
católicas en los cultos; es un velo más bien espeso y, además, cae
por delante hasta cerca de los ojos, como lo da a entender el verbo
griego que en estos versículos se usa.
(d) La razón por la que el varón no debe cubrirse la cabeza (v. 7) es
que él es imagen y gloria de Dios. También la mujer, como ser
humano, fue hecha a imagen de Dios, pero sólo el varón es imagen
gloriosa de Dios, porque, como dice Hodge, «en cuanto al dominio
con que el hombre fue investido sobre la tierra, Adán era el
representante de Dios. Él es la gloria de Dios, porque en él se
manifiesta especialmente la majestad divina». Cubrirse la cabeza
equivaldría, pues, para él a renunciar que se reflejase en su rostro
la gloria de tal majestad. En cambio, la mujer está destinada, en lo
natural, a reflejar la gloria de su marido, como de aquel a quien está
directamente subordinada (v. Ef. 5:22; 1 P. 3:5, 6).
(e) El difícil versículo 10 dice textualmente: «Por esto, debe la mujer
tener autoridad sobre la cabeza a causa de los ángeles». A la vista
del contexto anterior, habríamos de esperar que Pablo dijese, como
traducen algunas versiones, «debe la mujer tener señal de sujeción
…». Por eso, hay autores que ven en el vocablo «autoridad» (gr.
exousían) la dignidad que la mujer adquiere al ir cubierta, y de la
que se despoja al quitarse el velo en público. Esta interpretación no
cuadra bien con el sentido del contexto. L. Morris adopta una
posición intermedia al decir: «Lo que Pablo, pues, quiere dar a
entender es que, al cubrirse la cabeza, la mujer asegura su propia
posición de dignidad y autoridad. Al mismo tiempo, reconoce su
subordinación».
(f) Punto aparte merece la frase «a causa de los ángeles». Opinan
algunos que el vocablo «ángeles» significa aquí «mensajeros o
enviados» de otras iglesias, los cuales se escandalizarían al ver a
las mujeres creyentes con la cabeza descubierta. La interpretación
más obvia, sin embargo, es la que explica el vocablo en su sentido
corriente. Dice M. Henry: «Judíos y cristianos tenían la opinión de
que estos espíritus administradores están presentes en sus
asambleas». Véanse lugares como Isaías 6:1 y ss.; 1 Pedro 1:12,
para mostrar que, en efecto, los ángeles se interesan por lo que
ocurre en la iglesia y por la reverencia o irreverencia de los que
asisten a los cultos.
(g) Queda sólo otro punto difícil de dilucidar, que, en opinión del
traductor, es decisivo para la interpretación de toda la porción (vv.
13–15). Para convencer a los corintios de que no está bien que la
mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza (v. 13), el apóstol apela a la
naturaleza misma (v. 14). ¿Qué entiende por «naturaleza»? No
puede referirse al crecimiento espontáneo del cabello, pues tanto al
hombre como a la mujer les crece igualmente el pelo, además de
que sólo al hombre le crece la barba, con lo que supera en esto a la
mujer. Era una gloria para los nazareos o nazireos dejarse crecer el
cabello, y así iría aderezado Juan el Bautista (comp. Lc. 1:15) y
muchos entre los griegos, especialmente los filósofos, llevaban
largo el cabello. Dice L. Morris: «Ciertamente, esto (lo de llevar el
varón el pelo corto) debía de ser la costumbre en el Corinto del
primer siglo; de no ser así, nunca habría podido Pablo urgir su
apelación de esta manera».
En opinión, pues, del traductor, el apóstol se acomoda aquí a las
circunstancias de tiempo y lugar; y los argumentos que emplea
están también, como es corriente en él, acomodados al punto sobre
el que desea insistir. Justo es añadir, sin embargo, que en nuestra
sociedad occidental, y hasta bien entrado el siglo XX, el cabello
largo ha sido un gracioso ornamento de la mujer (v. 15 «le es
honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello»). El vocablo
griego para «velo» no es aquí el mismo de los versículos 4 y ss.,
sino peribolaion, que significa «envoltura»; es como un bello manto
que la envuelve como el gran peplum con que se cubrían las damas
griegas y romanas de la alta sociedad. Esto no quiere decir que
Pablo dispense del velo a las mujeres que lleven largo el cabello,
pues toda su argumentación se vendría abajo al llegar a este punto.
No obstante, tras lo que llevamos dicho, es muy problemático que el
uso del velo haya de imponerse en nuestras iglesias del occidente y
en nuestra época.
Versículos 17–22
Más serio es el reproche que los corintios se merecen y que Pablo
les lanza por su conducta desordenada durante la observancia de la
Cena del Señor. Por eso, aunque antes de tratar sobre lo del velo,
les alabó (v. 2), ahora no les alaba (v. 17). Para mostrar la
importancia que da al tema que ahora va a tocar, dice «en primer
lugar», puesto que, en el resto del capítulo, no se halla ningún «en
segundo lugar».
1. El desorden al que Pablo se refiere tiene lugar (v. 18) cuando se
reúnen en iglesia (lit.), es decir, como asamblea para el culto, la
oración, etc. Pablo lo sabe de oídas. Lo de «y en parte lo creo» nos
da a entender que Pablo no incurría en el defecto de una ingenua
credulidad, pero tenía motivos más que suficientes para admitir que
había mucho de verdad en lo que le habían referido. Las
«divisiones» (gr. skhísmata) a que alude son una de las obras de la
carne (v. Gá. 5:20), de las que dice que son inevitables (comp. con
Mt. 18:7) dada la corrupción de la naturaleza humana, aun en los
creyentes, y sirven (v. 19b) «para que se hagan manifiestos entre
vosotros los que son aprobados», es decir, los que pasan la prueba
de no causar ni secundar divisiones y banderías.
2. El texto sagrado (vv. 20–22) da a entender claramente que, al
menos en Corinto, por aquellas fechas, la Cena del Señor (v. 20),
es decir, instituida por el Señor y en íntima conexión con la obra del
Señor, se celebraba en el contexto de un banquete fraternal de
amor cristiano, por lo que se la llamaba ágape (v. 2 P. 2:13; Jud. v.
12), que es el vocablo más elevado para «amor» (v. 1 Jn. 3:1)
3. En estos ágapes, los corintios producían divisiones vergonzosas
(vv. 21, 22), no sólo porque cada uno se adelantaba a tomar su
propia cena sino porque algunos comían y bebían hasta
embriagarse, mientras otros carecían hasta de lo más necesario
para su sustento. Con esto se cometían tres pecados graves:
(A) Menosprecio a la iglesia, cuya dignidad enfatiza Pablo al añadir
«de Dios»;
(B) falta de consideración hacia los pobres de la congregación hasta
avergonzarles;
(C) atentado directo contra la unidad de la iglesia, conforme a lo que
Pablo ha expuesto en 10:17.
Versículos 23–34
Esto le ofrece a Pablo la oportunidad de exponer cuál es el genuino
significado de la Cena del Señor, así como la gravedad del pecado
que se comete al celebrarla indignamente. Tenemos aquí una
exposición, una admonición y una exhortación.
1. Pablo expone lo que él ha recibido, acerca de la institución de la
Cena, de parte del Señor (v. 23). Aunque la preposición apó hace
posible el que Pablo recibiese la información a través de los
apóstoles que habían asistido a la institución de la Cena; sin
embargo, ese yo enfático con que comienza la porción en el original
griego, da a entender que lo supo directamente de labios del Señor
Jesús.
2. La formulación se parece al relato de Lucas 22:19, 20 más que al
de Mateo y Marcos. Los siguientes puntos son dignos de
consideración:
(A) El versículo 24, conforme a los MSS más fidedignos, dice así a
la letra: «Y después de dar gracias (esto es, de pronunciar la
bendición acostumbrada), partió (el pan) y dijo: Esto es mi cuerpo el
que (es ofrecido) por vosotros (gr. huper humón, a favor vuestro,
esto es, por vuestra salvación). Continuad haciendo esto en
memoria mía (gr. emén, más fuerte que mou de mí). En dichos MSS
no aparece ni el «Tomad y comed» ni el «es partido». Como se ve
por el versículo 26, tanto el ofrecimiento de su cuerpo por nuestra
salvación, como el derramamiento de su sangre (v. 25) para sellar
el nuevo pacto, tienen sentido proléptico, hacia adelante, pues
apuntan a la muerte en cruz, la cual se había de llevar a cabo al día
siguiente. Eso es muy importante, así como el «haced» (no
«ofreced»), pues muestra que la Cena del Señor no es un sacrificio
(contra la enseñanza dogmática de la Iglesia de Roma).
(B) El versículo 25 no ofrece ninguna discrepancia en los diversos
MSS. Es de notar que no dice «Esta copa es mi sangre» o
«contiene mi sangre», sino «es (representa) el nuevo pacto en mi
sangre», sellado con mi sangre; representa, digo, porque es obvio
que la copa no era en sí el nuevo pacto, sino que el nuevo pacto iba
a ser sellado mediante el derramamiento de la sangre de la víctima,
lo que se iba a llevar a cabo al día siguiente. Nótese, además, que
(contra la opinión prejuzgada del jesuita J. Leal) en ningún lugar de
toda esta porción (vv. 23–34) se habla de comer el cuerpo o beber
la sangre de Cristo, sino de comer el pan y beber la copa, lo que
basta y sobra para refutar el dogma catolicorromano de la
«transubstanciación».
(C) Un pequeño detalle, que puede revestir gran importancia, está
en el vocablo «memoria», es decir, recuerdo (gr. anámnesis), que
no es el mismo de Hechos 10:4 («mnemósunon», memorial). El
primero indica una función del sujeto, mientras que el segundo
indica un objeto apto para recordar, un «recordatorio». En el
momento en que se cambia el vocablo correcto «memoria» por el
incorrecto «memorial», y se hace así del acto un objeto, y de los
elementos (el pan y el vino) cosas en sí sagradas, se está en
camino de admitir un aspecto sacrificial en la celebración de la
Cena. Así es como la Iglesia Anglicana ha llegado ya a dar por
bueno «el Sacrificio de la Misa».
(D) El versículo 26, con palabras del propio Pablo, no del Señor,
expone, concisa y claramente, lo que hay realmente tras el
simbolismo de la Cena del Señor: El aspecto principal es un
anuncio solemne y continuo (gr. katanguéllete) de la muerte del
Señor hasta que venga por segunda vez. Es como una predicación
continua del hecho central del Evangelio, predicación que se
prolonga en un continuo presente, desde un hecho pasado,
consumado de una vez por todas, hasta un futuro seguro y siempre
inminente. Los símbolos del pan y del vino nos traen a la mente y al
corazón el hecho asombroso, pero real, del insondable misterio del
Dios infinito e infinitamente santo hacia las miserables criaturas
pecadoras que somos todos los seres humanos. Por eso, la
celebración de la Cena del Señor ha de estar animada por una
inmensa gratitud y un amor sin límites a nuestro Dios y Salvador,
así como a nuestros hermanos, copartícipes de las mismas
bendiciones que nosotros. Dice J. Leal: «Esta doble contemplación
del Cristo que murió y del Cristo que ha de venir está toda ella
animada por el amor. Así, la eucaristía resume los actos de las tres
más grandes virtudes: la fe, que recuerda la muerte redentora; la
esperanza, que contempla la venida gloriosa; y la caridad, que se
recrea en la presencia del Cristo invisible y presente».
Naturalmente, los evangélicos consideramos esta «presencia de
Cristo» en los elementos de manera muy distinta de la de J. Leal.
3. El peligro de celebrar la Cena indignamente y usarla para fines
egoístas: banquetear y dividir a la iglesia (vv. 27–29). Pablo expone
la gravedad del pecado y la urgencia del remedio.
(A) Conforme vimos en los versículos 21 y 22, el pecado de los
corintios en la celebración de la Cena era doble: (a) Comían y
bebían hasta embriagarse, con lo que no estaban en condiciones
para celebrar de manera digna la Cena del Señor: «no discernían el
cuerpo» (v. 29). Aun cuando los mejores MSS no añaden «del
Señor», el contexto anterior (v. 27) da a entender que Pablo tenía
en mente el cuerpo físico de Cristo, sin perder de vista (b) el
segundo pecado que había apuntado en el versículo 22: el
menosprecio a la iglesia de Dios, al Cuerpo de Cristo que es la
Iglesia, concepto que jamás olvida el apóstol a lo largo de toda la
Epístola. «No discernir» significa no hacer diferencia entre una cena
ordinaria y la Cena del Señor.
(B) Para dar idea de la gravedad de estos pecados, Pablo usa
vocablos muy fuertes, tanto en cuanto a la culpa como en cuanto a
la pena. Dice (v. 27): «De manera que cualquiera que coma este
pan o beba esta copa del Señor indignamente, será culpable (gr.
énokhos, reo, como en Mt. 5:21, 22; 26:66; He. 2:15; Stg. 2:10) del
cuerpo y de la sangre del Señor», pues no tiene en cuenta las
tremendas realidades que los símbolos del pan y del vino
representan. Dice L. Morris: «La grandeza del don ofrecido es la
medida de la grandeza de la culpa». En cuanto al efecto espiritual
del pecado, Pablo dice que «el que come y bebe indignamente …,
come y bebe su propio juicio» (gr. krima, ejecución de una
sentencia condenatoria; como es obvio, no se trata de perdición
eterna). Nótese que el apóstol no manda que el que recibe los
elementos sea digno (¡nadie podría acercarse a tal Mesa!), sino que
lo haga dignamente, de manera que no desdiga de lo que recibe.
(C) El remedio para no incurrir en dicha culpabilidad es (v. 28): «Por
tanto, examínese cada uno a sí mismo, y coma entonces del pan y
beba de la copa». Nótense estos dos detalles:
(a) Cada uno debe examinarse a sí mismo, es decir, escudriñar su
propia conciencia para ver si está en condiciones de participar de la
Cena del Señor; nadie puede juzgar la conciencia ajena ni impedir,
por tanto, que un hermano participe, a no ser que haya sido puesto
oficialmente fuera de comunión.
(b) El apóstol no dice que si, al examinarse, la persona comprueba
que no está en condiciones, se abstenga de tomar el pan y el vino,
sino que, después de examinarse, coma entonces del pan y beba
de la copa. Esto supone que, si tras el examen de conciencia, halla
que está en pecado contra el Señor o contra un hermano o
hermana, ha de confesar, arrepentido, su pecado al Señor (1 Jn.
1:9) y prometer reanudar su comunión fraternal con el hermano o la
hermana. De este modo, estará en condiciones de participar
dignamente de la Cena. Quien no quita el obstáculo que le impide
dicha participación NO DEBE ASISTIR A LA CELEBRACIÓN DE LA
CENA DEL SEÑOR; LA ASISTENCIA SIN PARTICIPAR ES
ANTIBÍBLICA. Sí puede asistir a la predicación, pero debe, al
menos retirarse lejos del grupo de los que participan de la Cena,
como deben hacer los que no han ingresado todavía en la
membresía de la asamblea.
4. De ahí pasa el apóstol a mencionar los castigos corporales que el
Señor dispone a menudo como disciplina drástica contra sus hijos
rebeldes (vv. 30–32): El abuso de la Cena había ocasionado
enfermedades y aun la muerte de bastantes miembros de la
congregación (v. 30); no eran simplemente por causas naturales,
sino por la mano paternal del Señor (v. 30). Que se trataba de
verdaderos creyentes, se echa de ver por el vocablo que usa para
expresar la muerte: «duermen» (comp. por ej., con Mt. 27:52; Hch.
7:60). Éste era el juicio de Dios (v. 31) contra los que participaban
de la Cena sin examinar su mala conciencia. Con esta disciplina
(tan drástica en bastantes casos, v. 30b), nuestro Padre (v. 32)
cumple el objetivo de educarnos (gr. paideuómetha; comp. con la
paideia, disciplina, de Ef. 6:4), corrigiéndonos, para que no seamos
condenados (gr. katakrithómen, un verbo mucho más fuerte—el
mismo de Marcos 16:16—, que el krinómenoi de comienzos de este
versículo 32) con el mundo.
5. Pablo termina el capítulo con una exhortación final, que sirve de
conclusión a toda la porción sobre la Cena del Señor (vv. 33, 34):
En lugar de adelantarse a tomar su propia cena (v. 21), deben
esperarse unos a otros (v. 33), para que aquello sea una verdadera
«cena», esto es, comida en común (gr. koinet). Y, si alguno tiene
hambre (v. 34), coma en su casa. Así no se reunirán para juicio
(comp. con el v. 29). Y añade: «Las demás cosas las pondré en
orden cuando vaya». Se ve que había otras cosas, dentro del
mismo culto, que no estaban en orden; pero lo que ha mencionado
en el presente capítulo requería medidas de urgencia.
CAPÍTULO 12
Comienza en este capítulo la sección de la Epístola que trata de los
dones espirituales o carismas. Aquí, el apóstol, I. considera su
origen, su variedad y su uso (vv. 1–11). II. Compara su uso a las
funciones de los distintos miembros del cuerpo humano (vv. 12–26).
III. Declara que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo (vv. 27–30). IV.
Termina con una exhortación a seguir, ante todo, el camino más
excelente (v. 31).
Versículos 1–11
Esta materia de los dones o carismas espirituales requiere una
introducción para comprender bien su naturaleza y alcance, sin
extendernos en demasiados detalles, propios más bien de los
manuales de Teología. Bastará, por ahora, con lo siguiente: 1) La
gracia (gr. kháris) es un don emanado del favor de Dios para la
salvación personal de los que creen con fe genuina (v. Ef. 2:8),
mientras que los dones (gr. kharísmata) espirituales que aquí se
mencionan van directamente encaminados a la edificación de la
comunidad, del cuerpo que es la Iglesia. 2) De ahí que la posesión
de estos dones no es señal clara de que el que los posee sea salvo,
como puede verse por Mateo 7:22, 23 y por los versículos 1–3 del
capítulo 13 de esta misma Epístola. Así, pues, una iglesia rica en
toda clase de estos dones, como la de Corinto (1:7), estaba llena de
carnalidad. 3) Como el propio Satanás puede disfrazarse de ángel
de luz (2 Co. 11:14) y la psicología humana es tan complicada, de
forma que el propio corazón puede engañar a la persona (Jer. 17:9),
es preciso seguir algunas normas seguras de discernimiento de
espíritus, para probar si los espíritus proceden de Dios (1 Jn. 4:1).
El mismo Juan expone los tres «tests» que sirven para dicha
prueba:
(A) El «test» de la ortodoxia (1 Jn. 4:3): «Todo espíritu que no
confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no procede de Dios».
¿Se atienen, tanto los dirigentes como los demás miembros de la
congregación a todas las verdades enseñadas por la Biblia; en
especial, a todo lo que concierne a la persona y a la obra del Señor
Jesucristo? ¿Se da o no se da a la predicación del Evangelio y al
estudio de la Palabra de Dios el lugar relevante que les compete?
(B) El «test» de la conducta (1 Jn. 3:10): «En esto se manifiestan
los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica
justicia no es de Dios, y tampoco el que no ama a su hermano». No
hay cosa peor que usar poderes espirituales y echar mano de
afirmaciones ortodoxas para saciar el propio orgullo personal y la
satisfacción de la carne (comp. con Col. 2:23; Tit. 1:16). Dijo el
Señor que por los frutos los conoceremos (Mt. 7:20). ¿Responden
las obras a los dones que dicen poseer? ¿Sirven esos dones para
edificación de la iglesia o más bien causan división dentro de ella?
(C) El «test» de los métodos empleados (1 Jn. 4:5): «Ellos son del
mundo; por eso hablan como del mundo, y el mundo los oye». En
especial, hay dos dones, el de sanidades (v. 9) y el de lenguas (v.
10), que requieren un discernimiento especial, por la sencilla razón
de que los poderes naturales de la mente (sugestión mediante la
voz, el gesto y el ambiente) llegan a producir efectos similares a los
que proceden del Espíritu de Dios, como lo ha demostrado
abundantemente el psiquiatra inglés W. Sargant en su libro The
Mind Possessed. ¿Perdura el cambio efectuado en la persona
afectada? ¿Se nota en la práctica un progreso espiritual? ¿Sube el
nivel espiritual de la congregación de puertas adentro y en su
impacto misionero? Si no se puede responder afirmativamente a
estas preguntas, resultan sospechosos los métodos empleados.
Con estos prenotandos, pasamos al análisis de la porción.
1. Por la forma con que Pablo comienza la porción, se ve que
también aquí responde a preguntas de los corintios (v. 1): «Y en
cuanto a los espirituales (lit.), etc.». Es opinión casi unánime que ha
de suplirse «dones», conforme al contexto posterior, no «hombres».
¿Qué es lo que Pablo no quiere que los corintios ignoren? (v. 1b).
Los versículos 2 y 3 vienen a dar la respuesta, a primera vista,
extraña, pero que explica la diferencia entre los fenómenos
producidos por el Espíritu Santo y los producidos por los demonios.
En el versículo 2, les hace a la memoria que, cuanto eran paganos,
se les extraviaba llevándolos a los pies de los ídolos mudos. Sin
embargo, allí recibían respuestas por medio de oráculos inventados
por los sacerdotes de los ídolos, y allí entraban en trance (como
ocurre aún en muchas tribus idólatras, bajo el influjo de los
hechiceros, etc.), hasta sentirse poseídos por los espíritus de los
dioses, de los antepasados, etc.
2. Esto le lleva, en el versículo 3, a establecer una norma general
para distinguir los impulsos del Espíritu Santo de los de los espíritus
malignos, pues eran éstos, en definitiva, los que se ocultaban tras
los ídolos. Dice J. Leal, sobre el versículo 2: «Parece que Pablo
piensa en los extáticos paganos, verdaderas víctimas de los
demonios … Los fenómenos extáticos, como tales, no son señal del
Espíritu Santo». La norma es que ningún ser humano que hable mal
de Cristo puede estar bajo la acción del Espíritu Santo. «Jesús es
anátema» (lit.), esto es, «maldito» (comp. con Gá. 3:13) era el grito
de los judíos enemigos del Evangelio, como puede deducirse de
Hechos 13:45 y lugares parecidos (comp. con el «escándalo» que
menciona en 1:23 y Gá. 5:11). Por otro lado, «nadie puede decir.
Jesús es el Señor, sino por el Espíritu Santo» (v. 3b). Por supuesto,
cualquier incrédulo puede decir: «Jesús es el Señor» de labios para
fuera, pero no de corazón y con el poder espiritual que se requiere
para que dicha profesión de fe se refleje en la conducta e incluso en
el martirio, cuando a los cristianos querían forzarles a reconocer la
divinidad del emperador, y que dijesen: Káisar Kyrios: «César es el
Señor».
3. Pasa luego, en una formulación que muchos consideran trinitaria
(implícitamente), a declarar el origen de los dones espirituales (vv.
4:6).
(A) «Hay diferencias de carismas (lit.), pero el Espíritu es el mismo»
(v. 4). Como se está refiriendo a los dones espirituales, comienza
por el Espíritu, como dispensador directo de todo don (comp. con
Ro. 5:5, donde se ve que el propio Espíritu es el gran Don). Dice L.
Morris: «Es obvio que los corintios usaban los dones como un
medio de fomentar la división. Consideraban la posesión de tales
dones como motivo de orgullo y se enfrentaban unos con otros
sobre la base de tal o cual don. Pablo insiste en que ésta es una
actitud incorrecta. Aun cuando reconoce que hay diversidad en los
dones conferidos por el Espíritu, el Espíritu es el mismo. El Espíritu
no lucha contra sí mismo».
(B) «Y hay diversidad de ministerios (gr. diakonión), pero el Señor
(Jesucristo) es el mismo» (v. 5). En la voz diakonía se puede ver
que el ministerio en la iglesia es un servicio. Los ministerios se
atribuyen a Cristo por ser Él la Cabeza de la Iglesia, y con ello se
recuerda a los que ocupan puestos de liderato y responsabilidad en
las congregaciones que no son «señores» de la grey (v. 1 P. 5:3),
sino servidores, a ejemplo de Aquel que no vino para ser servido,
sino para servir y para dar su vida (Mt. 20:28).
(C) «Y hay diversidad de actividades (energuemáton), pero Dios (el
Padre) que efectúa (gr. ho energón) todas las cosas en todos, es el
mismo». Unas breves observaciones ayudarán a entender mejor
este versículo:
(a) El vocablo griego enérgueia es el poder (dúnamis) en acción.
Las actividades (mejor que «operaciones», vocablo que se presta a
confusiones) concretas, «actualizadas» en cada situación, se
expresan en griego con el vocablo enérguema, pues el sufijo ma
indica el objeto (como en kríma, sentencia, en contraste con krísis,
juicio, la acción de juzgar).
(b) Las actividades a que Pablo se refiere aquí son sobrenaturales,
en virtud de los dones del Espíritu. En ellas actúa, pues,
directamente el Padre, quien actúa (gr. energueí) en nosotros tanto
el querer como el hacer para nuestra salvación (Fil. 2:12, 13). A Él
se debe el efectuar milagros (v. 10, comp. con Jn. 14:10, 11, entre
otros lugares de Juan).
4. Después de afirmar que cada uno recibe para provecho común el
don respectivo con el que se manifiesta el poder del Espíritu Santo
en la comunidad eclesial, el apóstol da una lista de nueve dones (la
lista no es exhaustiva; comp. con el v. 28):
(A) «Habilidad de hablar con sabiduría» (v. 8) tiene relación con la
penetración profunda en las verdades de la fe, mientras que la
«habilidad de hablar con conocimiento (mejor que «ciencia»,
término que resulta hoy ambiguo) tiene que ver con la capacidad de
adquirir información correcta sobre las verdades bíblicas y de
exponerlas con claridad y precisión a los oyentes, aunque Arndt y
Gingrich hacen notar que Pablo asocia el vocablo gnósis con
misterios, revelaciones y profecías (v. 13:3; 14:6). En todo caso, el
término no tiene nada que ver con la «gnosis» de las religiones
mistéricas y del teosofismo.
(B) Después de este par de dones que dicen relación especial con
la mente de quienes ejercen el ministerio de la Palabra (van en
cabeza por ser los más importantes; comp. con los del v. 28),
vienen tres que se relacionan directamente con la acción: «fe» (v.
9), no la fe que justifica, sino la que «traslada montañas» (comp.
con 13:2), es decir, una seguridad sobrenatural de que la persona
sirve a Dios de instrumento para obrar maravillas; «dones de
sanidades»; el plural indica, quizá, que no todos poseían el mismo
don para las mismas enfermedades; «actividades de poderes» (lit.
v. 10), es decir «el don de efectuar milagros». El griego expresa el
elemento de «poder», y por eso se usa con frecuencia en los casos
de milagros llevados a cabo por Jesús.
(C) Vienen después un par de dones relacionados con una especie
de inspiración divina, tanto para profetizar (v. 10b) que, en el
capítulo 14, adquiere especial relevancia, pues sirve «para
edificación, exhortación y consolación» (14:3), como para discernir
los espíritus (v. 10c), don que, en la primitiva Iglesia, cumplía una
función necesaria en casos difíciles, especialmente antes de que el
canon del Nuevo Testamento estuviese completo. Aunque todo
creyente disfruta, en alguna medida, de este don (v. 1 Jn. 2:20, 27;
4:1), tiene aquí un sentido específico.
(D) Finalmente, vienen dos dones realmente extraordinarios y que
guardan íntima conexión entre sí (v. 10, al final): el don de lenguas y
el de interpretación de lenguas. El don de lenguas de que aquí se
habla no debe confundirse con el milagro de Hechos 2:4 y ss., en
que los apóstoles hablaban en su propia lengua, el arameo, y los
oyentes les entendían cada uno en la suya propia. Dice L. Morris:
«El don del que habla Pablo no servía para que los demás pudiesen
entender mejor al que hablaba, sino tal que ni el mismo que hablaba
se entendía a sí mismo. El sentido de Pablo parece ser el de
expresiones pronunciadas como en éxtasis, en lenguaje
desconocido y bajo la influencia del Espíritu. Después de este don,
Pablo habla de la interpretación de las lenguas. Éste era el don por
medio del cual Dios hacía inteligible lo que había quedado oculto a
todos en las expresiones extáticas a las que acabamos de
referirnos» (el subrayado es suyo).
5. En el versículo 11, Pablo declara que todas estas cosas tan
diversas (nótese el hetero, que da paso a especie distinta, delante
de «fe», así como de «géneros de lenguas», en contraste con el
állo, otro de la misma especie, que precede a los demás dones) las
efectúa uno solo y el mismo Espíritu (lit.), lo que pone de relieve la
unidad de propósito en Dios, y por tanto, la unidad que ha de
mantener la iglesia en el uso de los dones, por diversos que éstos
puedan ser. El Espíritu es el que «los distribuye a cada uno en
particular, según su designio» (v. 11b, NVI). «Ese cada uno en
particular, dice Morris, es una advertencia de que Dios nos trata
como a individuos», es decir, no como a una masa amorfa. LA
CONSECUENCIA PRÁCTICA DE TODO ESTO ES QUE TODO
MIEMBRO DE IGLESIA POSEE ALGÚN DON (en el Cuerpo no hay
miembros inútiles) Y ES DEBER DE LOS PASTORES
RECONOCERLO, ANIMARLO Y UTILIZARLO.
Versículos 12–26
El apóstol compara ahora la iglesia con un cuerpo humano, a fin de
inculcar mejor a los corintios la necesidad de mantener la unidad
dentro de la diversidad de dones y de personas dotadas de esos
dones.
1. Un cuerpo humano (v. 12) tiene muchos y diferentes miembros,
pero los muchos miembros de un mismo cuerpo hacen un solo
cuerpo. Así también Cristo. Por el contexto, no cabe duda de que
esta concisa frase ha de entenderse en el sentido de que la Iglesia
es un Cuerpo en que Cristo es la Cabeza que confiere al Cuerpo
unidad, vida y movimiento.
2. El versículo 13 explica cómo se hace una persona miembro del
Cuerpo de Cristo: «Porque por un solo Espíritu fuimos todos
bautizados para formar (lit. hacia) un solo cuerpo, sean judíos o
griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un
mismo Espíritu». Son muchos los autores que comparan este
bautismo con el de Hechos 2:4, lo cual es un grave error (v. el
comentario a dicho lugar). El Día de Pentecostés, fue Cristo (Hch.
2:33) quien bautizó con el Espíritu Santo a los reunidos en el
Aposento Alto, los cuales ¡ya eran creyentes y, por tanto, salvos!
Aquel fue un bautismo de poder. Aquí, en cambio, es el Espíritu
Santo, en su función regeneradora, el que nos bautiza
sumergiéndonos en Cristo, es decir, incorporándonos a la Iglesia
que es su Cuerpo, como lo expresa la preposición griega eis, que
es preposición de movimiento. Téngase en cuenta que Pablo
pensaba en hebreo, idioma muy escaso en preposiciones; por eso,
la preposición griega en, que aparece en la primera frase del
versículo, equivale a la hebrea be, que aquí le daría el único sentido
posible de por. Romanos 6:3 y ss. nos aclaran el sentido del
versículo presente, al entender bautismo en sentido espiritual, del
que el bautismo de agua es símbolo, pero no instrumento de
regeneración espiritual. Los dos verbos de este versículo están en
aoristo pasivo, de una vez por todas. La comparación del versículo
13b con Juan 7:37–39, nos aclara todavía más que Pablo se refiere
al momento en que, por fe, recibimos al Señor y, con Él, el sello del
Espíritu Santo (v. Ef. 1:13).
3. Los versículos 14–26 constituyen una ilustración sencillísima y
muy apropiada, sin dificultades para todo buen estudioso de la
Escritura.
(A) La diversidad de miembros en el cuerpo no es cosa accidental,
sino que pertenece a la esencia misma del organismo, que requiere
la pluralidad de miembros (vv. 14, 19), lo mismo que la diversidad
de las funciones orgánicas (vv. 15–21). La función del ojo es distinta
de la del oído (v. 16) y de la de la mano (v. 21). La del pie es
también distinta de la de la mano (v. 15) y de la cabeza (v. 21b), etc.
Cada miembro del cuerpo tiene su particular forma, lugar y función
(vv. 18, 19), pero todos forman parte del mismo cuerpo (vv. 15–17)
y todos se necesitan unos a otros (v. 21). No sería difícil aplicar a
cada miembro de la iglesia las respectivas funciones que aquí se
mencionan, pero nos expondría a dejarnos llevar demasiado por la
imaginación (mejor dicho, por la fantasía). Únicamente
mencionaremos la aguda observación del Crisóstomo de que el pie
no se compara con el ojo, sino con la mano (v. 15), por lo que
comenta L. Morris: «Estamos inclinados a tener envidia de los que
nos aventajan un poco, más bien que de los que pertenecen
notoriamente a diferente clase».
(B) La mutua necesidad de miembros de parecida «categoría», por
así decirlo, es tan obvia que no resulta difícil reconocerla. El ojo del
supervisor o epískopos reconoce fácilmente la necesidad de la
mano del diácono, del pie del evangelista y de la oreja del anciano
consejero, pero es más difícil ver la necesidad que se tiene de
miembros débiles y menos decorosos (vv. 22, 23): los pobres, los
que desconocen la maraña de la exégesis y de la teología, etc. Pero
estos hermanos resultan, a veces, más necesarios que los
exegetas. Cuando se desgastan las paredes de la capilla, por
ejemplo, la aportación del hermano decorador es más urgente que
la del maestro de la Escuela Dominical. Y, como tenemos cuidado
en cubrir decorosamente los miembros menos decorosos, también
debemos vestir con afecto y consideración especiales a los
hermanos que, por causas físicas o mentales, no atraen de suyo la
simpatía o hasta ponen a prueba la paciencia.
(C) La mutua pertenencia al mismo Cuerpo de Cristo que es la
Iglesia exige que cada miembro comparta los gozos y los pesares
de los demás (v. 26, comp. con Ro. 12:15). Esto sucede
espontáneamente y con toda naturalidad en el organismo humano.
¿Qué ocurre, por ejemplo, si se nos clava una espina en el pie? Los
ojos se inclinan de inmediato sobre el miembro lastimado y las
manos acuden enseguida a sacar la espina y aplicar el remedio
conveniente. ¿Es ésta la solicitud que mostramos con respecto a
los problemas y las aflicciones de nuestros hermanos en Cristo?
Ciertamente tenemos aquí materia abundante para un detenido
examen de conciencia.
Versículos 27–31
1. El apóstol hace brevemente la aplicación general, al Cuerpo de
Cristo que es la Iglesia, de la ilustración que ha empleado, basada
en la unidad y variedad del organismo humano.
(A) Resume concisamente la relación que guardan los creyentes
con Cristo, y unos con otros (v. 27): «Ahora bien, vosotros sois el
cuerpo de Cristo, y miembros cada uno por su parte». La relación
que cada uno guarda con Cristo-Cabeza hace que cada uno guarde
una relación de co-miembro con todos los demás.
(B) Expone la variedad de ministerios y oficios instituidos por Cristo.
Dice Pablo que Dios los puso (el mismo verbo de Jn. 15:16) en la
iglesia, porque Dios el Padre es el que designa y hace el
llamamiento (comp. con 1:1), mientras que el Espíritu distribuye los
dones (vv. 4, 7, 8), y Cristo regala (v. Ef. 4:11) a la Iglesia los
ministros llamados por el Padre y dotados por el Espíritu. La lista es
distinta de la de los versículos 8–10, pues allí se hablaba de dones,
y aquí se habla de personas que poseen los dones y los ejercen.
Nótense los siguientes detalles:
(a) A los dones (los primeros) de sabiduría y conocimiento para
exponer rectamente la Palabra (v. 8), corresponden aquí (v. 28),
también a la cabeza de los demás, y numerados explícitamente
(«primero, segundo, tercero»), por orden de dignidad e importancia
(comp. con Ef. 4:11), tres ministerios: «Apóstoles, profetas y
maestros». Es probable que el vocablo apóstoles incluya aquí,
además de los Doce, a Pablo y otros siervos de Dios que
colaboraban en la evangelización y en la fundación de iglesias
(Bernabé, Timoteo, Tito, etc.). Los «pastores» de Efesios 4:11
entran, en parte, en los maestros de aquí, y en parte también, en los
equipados con dotes de gobierno.
(b) El resto de la lista del versículo 28, encabezados, no por un
«cuarto», sino «después», lo que da idea de que estaban
subordinados a los tres géneros de ministerio mencionados
primeramente, así como su carácter secundario, accesorio, para
edificación de la iglesia, NO APARECEN YA EN FORMA
PERSONAL, sino impersonalmente, de la forma siguiente:
«después poderes (don de hacer milagros, comp. con v. 10),
después carismas de sanidades, ayudas, gobernaciones, géneros
de lenguas» (lit.).
(c) No se citan aquí los dones de discernimiento de espíritus (v.
10b), pues se le supone en los apóstoles y en los profetas (v. por ej.
Hch. 5:3 y ss.; 14:9; 16:18), ni el de interpretación de lenguas (v.
10c), pues se le supone incluido en el don de lenguas. De este
último dice M. Henry: «El último de todos estos dones en lugar y
rango es la diversidad de lenguas. Es, de suyo, el menos útil y el
menos importante de todos estos dones. Los corintios se daban a sí
mismo excesivo valor a causa de este don … Es cosa demasiado
corriente que los hombres se den a sí mismos el más alto valor en
lo que tiene menos valor».
(d) Por «ayudas» (gr. antilémpseis), parece darse a entender el don
de ciertos hermanos con capacidad especial para asistir a pobres y
enfermos de la congregación, dispensándoles el necesario consuelo
y aun la ayuda económica en la forma más discreta y, al mismo
tiempo, más llena de calor y afecto cristiano.
(e) Por «gobernaciones», es decir, dotes de gobierno, se entiende
los líderes de la congregación, los que ejercen el pastorado en
forma de ancianos o sobreveedores. Aunque es un oficio digno de
toda honra y consideración, nótese su colocación ¡en penúltimo
lugar!, mientras que el ministerio de la Palabra está, personalmente,
entre los primeros (concretamente, el tercero). El vocablo griego
procede de kubernétes, con el que se designaba al piloto de una
nave.
(C) Por medio de una serie de preguntas (vv. 29, 30), el apóstol
hace ver que no todos los miembros de la congregación poseen
todos los dones; en otras palabras: De la misma forma que el
Espíritu reparte los dones a cada uno en particular según su
voluntad (v. 11), también ha de contentarse cada uno con el don
que de Dios ha recibido, de forma que lo use con la mayor diligencia
posible y sin envidiar los dones de los demás hermanos. Por cierto,
lo de «¿acaso hablan todos en lenguas?» es algo que no puede
esgrimirse como argumento contra los hermanos de la
denominación pentecostal y a favor de la restricción que tal
expresión parece indicar dentro de los fenómenos carismáticos,
pues dichos hermanos lo conectan, no con este versículo ni con el
tema del capítulo 14, sino con Marcos 16:17 y Hechos 2:4. Ahora
bien:
En cuanto a Marcos 16:18, véase el comentario a dicho lugar. Sólo
hemos de añadir que muchos, y muy santos, creyentes han muerto
envenenados y mordidos por serpientes y otras alimañas. Por lo
que tal versículo (que, además, no figura en los mejores MSS) no
puede aplicarse a todos los creyentes ni a todas las épocas.
Con respecto a Hechos 2:4, compárese con Hechos 10:46; 19:6, así
como con Hechos 8:17, aunque aquí no se dice explícitamente, el
fenómeno comportaba una finalidad particular: mostrar que, en
todos esos casos, los que recibían ese don formaban parte de la
comunidad de creyentes sobre los que, el día de Pentecostés,
había descendido el Espíritu Santo. Con todo, permítaseme hacer
tres observaciones (no exijo que todos compartan mi opinión; este
tema no debería fomentar la división entre los creyentes sinceros de
distintas denominaciones):
Primera: Este fenómeno, como otros también extraordinarios,
cooperaba a la expansión del Evangelio en una época en que el
canon del Nuevo Testamento no estaba redactado, ni completado ni
admitido con seguridad por todos (v. a este respecto, el comentario
a 13:8).
Segunda: El fenómeno exigiría la llenura del Espíritu Santo. Pero no
todos los creyentes son llenos del Espíritu Santo; de lo contrario, no
podrían existir creyentes carnales. El sello del Espíritu se imprime
sobre todos los creyentes (Ef. 1:13; 4:30), pero el sello se distingue
claramente de la llenura (v. Ef. 5:18).
Tercera. Nadie puede dudar de que ha habido, y hay, muchísimos
siervos de Dios y de eximia espiritualidad, llenos realmente del
Espíritu Santo, de quienes no consta que hablasen jamás en
lenguas. Muchos de los que actualmente viven no pertenecen a la
denominación pentecostal.
Recuérdese, sobre todo, lo que dijimos al comienzo del presente
capítulo.
2. El apóstol finaliza este capítulo con una especie de «indirecta»,
que, en realidad, es una exhortación a desear celosamente los
dones mejores (v. 31), es decir, los que más aprovechan para la
edificación de la iglesia. Pero hay todavía algo mejor, indispensable,
que los mejores dones: «Y yo os voy a mostrar todavía un camino
más excelente» (v. 31b). El griego kath’ hyperbolén da a entender
claramente que el amor (v. todo el cap. 13) es el camino (es decir,
el modo de conducirse) por excelencia, no para obtener los mejores
dones, como algunos opinan, sino para la necesaria espiritualidad
personal, como vamos a ver en el capítulo siguiente.
CAPÍTULO 13
El apóstol describe ahora ese camino por excelencia que es el
amor, I. muestra su absoluta necesidad (vv. 1–3); II. describe sus
propiedades (vv. 4–7); III. muestra cuánto aventaja a los mejores
dones y a todas las demás gracias, no sólo por su calidad, sino
también por su duración (vv. 8–13).
Versículos 1–3
En estos versículos, el apóstol muestra qué quería decir al
mencionar el camino más excelente; se refería al amor en su
sentido más elevado. Es conveniente recordar que el griego tiene
tres vocablos que designan tres clases de amor: éros, que designa
el amor de algo apetecible; en especial, el amor entre un hombre y
una mujer; philía, que es el amor de amistad; y agápe, que designa
el amor de absoluta generosidad, por el que se busca el bien del
amado por encima de todo interés o provecho del amante. Este
amor es característico de Dios (Jn. 3:16; 1 Jn. 3:1; 4:8, 16), y a éste
se refiere Pablo en este capítulo en cuanto que es como una
participación del amor de Dios, pues con él amamos a Dios y al
prójimo como se debe amar. De este amor dice aquí Pablo que es
indispensable, ya que, sin él, los más gloriosos carismas no sirven
para nada al sujeto que los posee.
1. Sin él, nada sirven las lenguas (v. 1): «Si yo hablara lenguas
humanas y angélicas, pero no tengo amor, vengo a ser como
bronce que resuena o címbalo que retiñe». Pablo se refiere aquí al
don de lenguas y, para designarlo con la mayor extensión posible,
lo expresa en forma de lenguas de hombres y de ángeles. Pablo
usa el verbo ekhéo (de donde viene «eco») para designar el sonido,
con toda probabilidad, de una especie de «gong» (más bien que de
una trompeta); y el verbo alalázo, para describir el tañido continuo,
fuerte y áspero de un timbal. Con ello, da a entender que, sin amor,
todo lo que se diga, ya sea en el uso extático del don de lenguas, ya
en la más elocuente exposición de la Palabra de Dios, no es otra
cosa que ruido huero e inútil.
2. El apóstol pasa después a referirse a los dones relacionados con
el conocimiento (v. 2): «Y si tuviese profecía, y entendiese todos los
misterios y toda ciencia (la suma de toda sabiduría divina y
humana), y si tuviese tanta fe como para trasladar montañas (el
mismo don de 12:9; comp. con Mr. 11:23), pero no tengo amor,
nada soy». Nótese que no dice «poco soy» sino «nada soy».
Comenta Morris: «La elección del vocablo es muy impresionante».
3. De ahí pasa a los dones que se relacionan con la generosidad
llevada hasta los últimos extremos (v. 3): «Y si repartiese todos mis
bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo
para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve (es decir,
no gano nada con eso. NVI)». Pablo no puede expresar en términos
más claros y explícitos lo indispensable del amor y lo inútiles que,
sin él, resultan las dos «virtudes» que más se han apreciado a lo
largo de los siglos: la generosidad, llevada hasta el extremo de
desprenderse, de una vez por todas (el verbo está en aoristo), de
todos los bienes de fortuna para darlos a los pobres; y el martirio,
«entregar el cuerpo» (la misma expresión de Dn. 3:28) para ser
quemado, es decir, una muerte atroz y voluntaria, pero que no
procede de un amor verdadero a Dios o al prójimo. Dice L. Morris:
«Una persona puede poseer un sentido tal de dedicación a un alto
ideal, que esté dispuesta a entregarse a una muerte tan dolorosa
como ésta, pero, si carece de amor, de nada le aprovecha». Si el
corazón no nos arde de amor, nada ganaremos con que nuestro
cuerpo sea reducido a cenizas en pro de la verdad.
Versículos 4–7
Vemos ahora algunas de las excelentes propiedades del amor
genuino.
1. «El amor es paciente» (v. 4), es decir, sabe soportar los males y
las injusticias que provienen de la maldad de los hombres (ése es el
sentido del vocablo griego), al confiar en la protección de Dios.
2. «Es servicial», esto es, trata al prójimo con amabilidad y con
benignidad, y aprovecha todas las oportunidades para hacer el bien
a los semejantes.
3. «El amor no tiene envidia», no siente celos ante el bien del
prójimo, sino que se alegra de que los demás disfruten de los
mayores y mejores bienes de toda clase.
4. «No es jactancioso, no se engríe.» Las dos ideas son afines. En
el primer vocablo, vemos un verbo que no vuelve a salir en las
Escrituras y viene a designar algo así como una «bolsa llena de
aire», por lo que se parece mucho al «engreírse», que ya vimos en
4:6; 8:1. El segundo es como la exteriorización vanidosa del orgullo
interior. El amor huye de estas actitudes, pues es amigo de la
modestia y de la humildad.
5. «No hace nada indecoroso» (v. 5) se refiere, no sólo a una
conducta decente, sino también ordenada y cortés con los demás;
no hace nada fuera de tiempo ni de lugar.
6 «No busca lo suyo» (lit.); es decir, no busca su propio interés, su
propia utilidad, al contrario de lo que le ocurre al egoísta (v. 10:24 y,
por contraste, Fil. 2:21). El verdadero amor es directamente lo
contrario del egoísmo.
7. «No se irrita.» Donde arde la llama del amor, no se encienden
fácilmente las llamas del furor; y, si llegan a encenderse de pronto,
no tardan en apagarse. El verbo que Pablo usa es de la misma raíz
que el vocablo que emplea Lucas para «tirantez» en Hechos 15:39.
8. «No toma en cuenta el mal» es decir, no ve malas intenciones en
los dichos y hechos de los demás, ni guarda resentimiento en el
fondo del corazón. El verbo se usaba para anotar cuentas en un
libro del «haber» y el «debe», y expresa muy bien la inclinación del
amor a olvidar las injurias recibidas y a no tener en reserva ningún
sentimiento de revancha.
9. «No se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad» (v. 6). El
paralelismo antitético que Pablo establece en este versículo, nos
ayuda a entender mejor el sentido del vocablo «verdad» aquí: lo
genuino, lo bueno, lo justo (comp. con Jn. 14:6; Ef. 4:21; 2 Ts. 2:10,
12). Cuando esta verdad triunfa y se regocija, el amor se regocija
juntamente con ella, mientras que le entristecen las injusticias, las
violencias, las maldades de todo género que suelen figurar, con
grandes letras, en los epígrafes de los diarios y en los primeros
lugares de los demás medios de comunicación. Eso que tanto
interés suele suscitar en la mayoría, sólo tristeza le produce al
amor.
10. «Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta»
(v. 7). ¡Qué bello programa en cuatro brevísimas frases! El primer
verbo comporta la idea de «cubrir». El amor «cubre», oculta (comp.
con Pr. 10:12; Stg. 5:20; 1 P. 4:8, aunque el verbo es distinto) y
excusa, en cuanto es posible, las faltas del prójimo. El verbo admite
también, como en 9:12, la idea de «callarse y soportar las
inconveniencias provenientes de la inconsideración ajena», y así lo
entienden algunos aquí también. «Todo lo cree» no indica excesiva
credulidad, sino todo lo contrario: no cree fácilmente lo malo que se
dice de los demás, sino que se inclina a fiarse de los demás (éste
es el sentido) y a no ver mal en el prójimo, mientras no sea notorio
el mal (y aun así, resulta aventurado juzgar las intenciones).
Cuando la maldad ajena no puede negarse, el amor todo lo espera,
es decir, no pierde la esperanza de una enmienda, de una
recuperación moral o espiritual. «Rehúsa tener por definitivo el
fracaso», dice L. Morris. Y, mientras tanto, aun en el caso de que
las esperanzas parezcan fallidas, no se rinde, todo lo soporta (gr.
hupoménei): con fortaleza activa, cristiana, pone decididamente el
hombro bajo las más adversas circunstancias. «Es la persistencia
del soldado que, en lo más recio de la batalla, no desmaya, sino
que continúa repartiendo mandobles a diestro y siniestro con todo
vigor» (Morris).
Versículos 8–13
En estos versículos, el apóstol pone de relieve una cualidad
absolutamente propia, exclusiva, del amor: su perpetuidad. Cuando
todo lo demás, aun los dones más excelentes y las más eminentes
virtudes, haya cesado, el amor perdurará por toda la eternidad,
porque es lo mayor.
1. Compara primero la perpetuidad del amor con la transitoriedad de
los carismas más significativos: el don de profecía, el de lenguas y
el de conocimiento (v. 8): «El amor nunca cae (es decir, nunca se
acaba. Comp. con Cnt. 6:8). Mas; ya (sean) profecías, quedarán
desvirtuadas (según el sentido primordial del verbo katarguéo,
reducir a la impotencia), es decir, caerán en desuso; ya (sean)
lenguas, cesarán; ya (sea) conocimiento, quedará desvirtuado (el
mismo verbo katarguéo), es decir, se desvanecerá». Ésta es la
traducción literal del versículo. Por el contexto posterior, quedan
pocas dudas de que esta cesación se refiere al momento de la
Segunda Venida del Señor. Cuando estemos en la presencia del
Señor, no habrá necesidad de profetas ni de locuciones extáticas e
ininteligibles. Por otra parte, el conocimiento actual que ahora
poseemos de las cosas espirituales palidecerá ante la venida de lo
perfecto (v. 10). En efecto, nuestro conocimiento es ahora parcial (v.
9): conocemos en parte, no porque conozcamos sólo una parte,
sino porque lo que conocemos, lo sabemos todavía
imperfectamente (comp. con el v. 12), mientras que en parte
profetizamos, es decir (con la mayor probabilidad), el don de
profecía sólo parcialmente nos da un atisbo de la verdad oculta en
el misterio, con lo que «el profeta, lo mismo que el sabio, sólo recibe
de Dios un parcial atisbo de la verdad» (Morris). Esta idea se halla
desarrollada en 1 Pedro 1:10–12. Cuando el plan de Dios llegue a
su consumación, lo que es en parte quedará fuera de uso (v. 10b.
De nuevo, el verbo katarguéo).
Al ser, pues, el sentido escatológico el más obvio en toda esta
porción resulta demasiado aventurado sacar del versículo 8 un
argumento apodíctico contra la opinión de los hermanos
pentecostales a favor de la continuación de los carismas en la
época actual. Digo «apodíctico», pues tampoco quiero negar cierta
probabilidad a la opinión de hermanos tan competentes en la
exposición de la Palabra como Trenchard y Ryrie. Dice éste en nota
al versículo 11: «Hay estadios de crecimiento dentro del presente
tiempo imperfecto antes del regreso de Cristo. Después del
comienzo de la Iglesia, hubo un período de inmadurez, durante el
cual se necesitaban dones espectaculares para el crecimiento y la
autenticación (He. 2:3, 4). Al quedar completo el Nuevo
Testamento, y con el crecimiento de la madurez de la Iglesia,
desapareció la necesidad de tales dones».
2. Pablo ilustra con una comparación tomada de la vida humana
ese contraste entre lo parcial y lo perfecto que expuso en los
versículos 9 y 10: «Cuando yo era niño, hablaba como niño,
pensaba como niño, razonaba como niño; mas cuando me hice
hombre, dejé a un lado lo que era de niño» (v. 11). Los niños
pequeños (gr. néplos) tienen nociones muy confusas acerca de las
cosas y, de acuerdo con sus nociones, se expresan y razonan
también confusamente, sin tino ni precisión. Pero al hacerse
adultos, abandonan con toda naturalidad dichas nociones y se ríen
de ellas. Para el verbo «dejé a un lado», Pablo usa de nuevo el
verbo katarguéo (por cuarta vez en pocos versículos), en el sentido
de que tenía decidido no hacer uso de las nociones infantiles. Los
dos verbos están en pretérito perfecto («me he hecho hombre … he
dejado a un lado»), e indica que el proceso no fue instantáneo, sino
progresivo (contra la opinión de L. Morris, que ve en el perfecto
katérgueka una muestra de que Pablo «puso a un lado las cosas
infantiles con decisión y finalidad», es decir, definitivamente).
3. El versículo 12 muestra, mediante la conjunción gar («porque»),
que el versículo 11, lo mismo que este versículo 12, se refieren a la
Segunda Venida del Señor: «Porque ahora vemos mediante un
espejo y en enigma (lit.; es decir, de manera borrosa), mas
entonces (veremos) cara a cara; ahora conozco en parte (comp.
con el v. 9), mas entonces conoceré perfectamente, así como fui
perfectamente conocido» (lit. Comp. con 8:3). Hay aquí varios
detalles dignos de especial observación:
(A) Los espejos antiguos eran de metal pulido, por lo que no
reflejaban las imágenes con la misma perfección que los espejos de
azogue que ahora tenemos; de ahí que Pablo use la metáfora del
espejo, no sólo para dar a entender el modo «indirecto» de ver las
cosas celestiales en esta vida, sino también la oscuridad que la
visión actual de tales cosas comporta.
(B) Pablo añade que entonces, cuando el Señor regrese, veremos
cara a cara. ¿A quién? Los catolicorromanos tienen por «dogma» la
visión facial, directa e intuitiva, de la esencia divina. Algunos
hermanos mal informados (¡y son muchos, aun entre los expertos!)
ven aquí, como en otros lugares, una alusión a la visión de Dios (el
Padre) en el cielo. Esto contradice a toda la Escritura,
especialmente a 1 Timoteo 6:16. No cabe duda, por todo el tono de
la porción (comp. con 1 Jn. 3:2–4), así como por el contexto general
de la Escritura, que Pablo se refiere a la visión facial del Señor
Jesucristo. Dice la versión Las Grandes Nuevas (NVI), en nota a
este versículo: «Todo el que conozca la mentalidad cristocéntrica de
Pablo, no dudará de que se refiere a la visión del Señor (comp. con
2 Co. 5:6–8; 1 Jn. 3:2)».
(C) Del ver, pasa Pablo en la segunda parte del versículo 12, al
conocer. En la vida presente, nuestro conocimiento de Dios y de las
cosas celestiales es imperfecto; pero, tras el paso a la eternidad,
nuestro conocimiento será perfecto (en este sentido intensivo ha de
tomarse el verbo compuesto epiguinosko); como dice M. Henry:
«¡Oh glorioso cambio! ¡Pasar de la oscuridad a la luz, de las nubes
al claro resplandor solar del rostro de nuestro Salvador, y ver la luz
en la propia luz de Dios! En lo mejor, es únicamente el crepúsculo
mientras estamos en este mundo; allí será día perfecto y eterno».
4. Finalmente (v. 13), el apóstol termina el capítulo con las frases
siguientes: «Lo permanente es, pues, fe, esperanza y amor estas
tres cosas juntas. Pero la más excelente de ellas es el amor» (NVI).
Con esta versión, el versículo gana enormemente en claridad, a la
vez que hace entera justicia al sentido del original. Merece un
análisis especial:
(A) Aunque la conjunción griega de, que indica una especie de
secuencia, suele traducirse por «mas» (adversativa suave, en vez
de «pero»), aquí es clara la idea de resumen o conclusión, como la
interpreta la NVI.
(B) Es muy de notar que el original coloca delante de la tríada «fe,
esperanza, amor» (sin artículo en ninguna de las tres) el verbo
ménei, permanece, en singular. Aun cuando esto es correcto
gramaticalmente (lo mismo que en latín y castellano), al concertar el
verbo, en singular, con el sujeto siguiente, el contexto posterior
(«estas tres cosas») da a entender que la intención del apóstol es
tomarlas en conjunto, como algo que en la vida del creyente va
sólidamente coligado (v. Ro. 5:2–5; Gá. 5:5, 6; Col. 1:4 y ss.; 1 Ts.
1:3; 5:8; He. 6:10–12; 1 P. 1:21 y ss.; etc.).
(C) Al apóstol no le preocupa ahora ni el valor «salvífico» de estas
tres gracias, ni si una es raíz de otra, ni si el amor permanecerá por
toda la eternidad (lo cual es cierto, a la vista del versículo 8; aunque
incluso aquí la comparación podría ser entre el amor y los dones
que se enumeran a continuación) mientras la fe dará paso a la
visión (comp. con 2 Co. 5:7; He. 11:1), y la esperanza a la posesión
(comp. con Ro. 8:24). El capítulo 13 no es un paréntesis, no es una
especie de delicioso «sandwich» entre los capítulos 12 y 14, sino
que ha de entenderse en conexión con ellos (v. 11:31). Como
comenta L. Morris: «En vista del aprecio que los corintios sentían
por lo espectacular, él (Pablo) les dice: Las cosas realmente
importantes no son “lenguas” y cosas por el estilo, sino fe,
esperanza y amor. Y no hay nada tan grande como el amor». La
importancia de dicha tríada está, pues, en que, más que ninguna
otra gracia y más que ningún otro carisma, cooperan a la edificación
del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
(D) Una última observación: Si se admite que el verbo ménei indica
una permanencia eterna, no sólo del amor (lo cual está fuera de
duda), sino también de la fe en forma de «confianza», y de la
esperanza en forma de «expectación» progresiva, como lo hacen
Hodge y Trenchard, entonces quedará demostrada, sí, la
importancia mayor de la tríada sobre los demás dones y gracias,
pero ya no podrá esgrimirse contra los hermanos pentecostales el
argumento de que las lenguas, etc., cesaron ya después de
completado el canon del Nuevo Testamento, mientras que la fe y la
esperanza permanecen hasta el retorno del Señor. La única
conclusión que podría sacarse, ante los verbos katarguéo y
paúsomai del versículo 8, es que los carismas son de carácter
temporal (mientras se edifica la Iglesia), mientras que la fe, la
esperanza y el amor son de carácter eterno.
CAPÍTULO 14
Este capítulo se divide en dos partes: I. Superioridad de la profecía
sobre el don de lenguas (vv. 1–25). II. Normas prácticas para el
recto uso de los dones (vv. 26–40).
Versículos 1–25
Puesto que los corintios daban un valor exagerado al don de
lenguas, el apóstol muestra aquí la superioridad del don de profecía
sobre el de lenguas. Dicha superioridad se funda en tres
cualidades: 1) claridad (vv. 2, 3). El que profetiza es entendido por
todos; el que habla en lenguas, ni él mismo se entiende; 2)
edificación (v. 4). «El que habla en lenguas, a sí mismo se edifica;
pero el que profetiza, edifica a la iglesia». 3) testimonio (vv. 24, 25).
Recordemos que el don de lenguas consiste «en emitir sonidos
ininteligibles y palabras incoherentes durante un estado extático»
(Leal). Aunque en ningún lugar dice el texto sagrado que las
lenguas sean desconocidas (el unknown de la A.V. inglesa y lo de
«extraña» de la RV anterior a la edición de 1977 no están en el
original), el contexto, y el mismo carácter de dicho carisma
muestran que no se trata de idiomas hablados en la tierra, pues de
éstos podría darse una interpretación no carismática.
1. Al conectar con el último versículo del capítulo anterior, Pablo
comienza exhortando a los fieles de Corinto a «procurar alcanzar el
amor» (v. 1. Lit. perseguir el amor), lo que nos da idea de que el
ejercicio del amor es algo que ha de procurarse con persistencia y
continuidad, como algo que nunca se acaba de completar.
2. Pasa luego (vv. 1b–5) a instruirles acerca de la superioridad del
don de profecía sobre el de lenguas. No les prohíbe el uso de los
demás dones (antes les anima a desearlos con celo,—v. 1b—),
pero de manera especial les exhorta a ejercitar el don de profecía,
ya que (v. 2) el que habla en lenguas, se dirige a Dios y (v. 4) se
edifica a sí mismo, mientras que el que profetiza, edifica a la iglesia
(v. 4), pues (v. 3) «habla a los hombres para edificación,
exhortación y consolación». Este último vocablo es la única vez que
aparece en todo el Nuevo Testamento y comporta la idea, no sólo
de consuelo, sino también de estímulo o incentivo. El mejor don es
el que mayor bien produce. Para que no se le interprete mal, el
apóstol expresa su deseo de que todos, si fuese posible (comp. con
12:30), hablasen en lenguas (v. 5), hasta el punto de mandarles que
no impidan hacerlo (v. 39b), pero todavía desea más que
profetizasen, a no ser que el que habla en lenguas pida poder para
interpretarlas (v. 5b, comp. con el v. 13).
3. Explica luego esta superioridad de la profecía sobre las lenguas.
(A) Poniéndose a sí mismo por ejemplo (v. 6): ¿De qué provecho
les sería él mismo si, en lugar de instruirles de modo inteligible,
fuese a ellos para gastar el tiempo hablando en lenguas?
(B) Lo ilustra luego (vv. 7–11) con el uso de instrumentos musicales:
Si la flauta o la cítara (v. 7) se tocan de tal forma que no hay modo
de distinguir lo que se toca ¿cómo podrá alguien disponer los pasos
del dance? Y si la trompeta (v. 8) del corneta militar da un toque
confuso ¿cómo sabrán los soldados si el general da orden de
ataque o de retirada? Así también, si sólo hay un hablar en lenguas
ininteligibles (v. 9), será como hablar al aire; es decir, en vano
(comp. con el «golpear al aire» de 9:26). Será también (vv. 10, 11)
como una conversación entre dos extranjeros, en la que ninguno de
los dos entiende ni una sola palabra del idioma del otro.
(C) Pablo no pierde nunca de vista el objetivo de toda la Carta: la
edificación de la iglesia (v. 12), la cual se obtiene con algo
inteligible, tanto en la oración (vv. 14, 15a), como en el canto de
alabanza y acción de gracias (vv. 15b–17), no con algo que no
pueda entenderse. Se contrasta en todos estos versículos el
espíritu con la mente (gr. nous), que la RV vierte por
«entendimiento». El espíritu designa aquí «la parte más íntima del
hombre, posiblemente la parte afectiva del alma, donde actúa el
Espíritu divino, que da el carisma del don de lenguas» (Leal),
mientras que mente o entendimiento designa la facultad con la que
nuestro espíritu piensa, razona, se da cuenta de lo que la persona
piensa y dice, y le permite controlarse (comp. con el v. 32).
(D) En el versículo 16, así como en los versículos 23 y 24, vemos el
vocablo griego idiótes. Este término, del que procede el castellano
«idiota», no tenía en su origen el significado de necio o imbécil que
ha venido a dársele, sino (de ídios, propio, privado) el de persona
sin rango, no iniciada, no perteneciente a determinado grupo, etc.
Por todo el contexto posterior se colige que tales personas eran
individuos que no se habían entregado al Señor y, por tanto, no
podían participar de las ordenanzas, etc., pero estaban interesados
en el Evangelio y asistían a las reuniones de los cristianos. Por eso,
cuando de ellos se dice que no podrán decir «Amén» (v. 16) o que
pensarán, como los incrédulos, que los creyentes están locos (v.
23), no es porque los miembros de la congregación entiendan lo
que ellos no entienden, sino porque son ellos precisamente los que
necesitan ser ganados para Cristo (vv. 24, 25), lo cual no se logra
con expresiones extáticas, sino con enseñanzas inteligibles.
(E) Para dar a entender, una vez más, que Pablo no desprecia el
don de lenguas, dice que da gracias a Dios (v. 18) por poseerlo y
usarlo más que todos ellos; pero (añade en el v. 19) en la iglesia
prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento (esto es,
inteligibles), para instruir también a otros, que diez mil palabras en
lenguas. En conexión con esto, exhorta con afecto («Hermanos», v.
20) a los fieles de Corinto a no ser niños en el modo de pensar
(comp. con 13:11; Ef. 4:14; He. 5:12, 13), sino en la malicia, pero
maduros en el modo de pensar. El griego dice a la letra en la
segunda frase del versículo 20 «sed (o actuad como) niños
pequeños en la malicia», ¡en eso es en lo que no deben crecer,
pero sí en el modo de pensar, hasta saber discernir con toda
madurez entre lo realmente importante y lo secundario!
(F) El versículo 22 podría ocasionar confusión si se le compara con
el contexto posterior, al que parece contradecir, pero su conexión
está en el v. anterior. En el versículo 21, el apóstol cita de Isaías
28:11, 12, donde se habla de los judíos que se negaban a creer al
profeta cuando les anunciaba la invasión de los asirios, gente de
lengua extraña (Is. 28:11) para el pueblo de Israel. Esto les sería
por castigo de Dios. Aun con este texto como trasfondo (y, quizás,
precisamente a causa de ello), el versículo 22 es muy difícil de
entender, pues no se sabe a ciencia cierta qué quiere dar a
entender aquí Pablo por «señal» ¿señal de castigo para los
incrédulos en general, como interpreta L. Morris? Me resulta duro
admitirlo, si tenemos además en cuenta la forma tan libre que tiene
Pablo de acomodar las citas del Antiguo Testamento. ¿Señal de
juicio para los que no creen (de entre los judíos), como parafrasea
Trenchard? Me parece fuera de contexto y de objetivo. «La
explicación más satisfactoria, dice Hodge, es tomar la palabra señal
en el sentido general de cualquier indicación de la presencia
divina». Yo añadiría el adjetivo «extraordinaria» a lo de «indicación
de la presencia divina». Así se evita interpretar señal como juicio o
castigo y se le da un sentido favorable, como lo exige el paralelismo
con la segunda parte del versículo 22: «pero la profecía, no a los
incrédulos, sino a los creyentes», los cuales no necesitan señales
extraordinarias, sino instrucción edificante.
Con esta interpretación coincide en el fondo la que da el propio M.
Henry (es decir, sus sucesores) del versículo 22 (aunque lo
desconectan del v. 21): «El don de lenguas era necesario para la
extensión del cristianismo. Era apropiado e intentado para
convencer a los incrédulos … Para que los dones se usen
rectamente, es menester conocer los fines que están destinados a
servir. Lanzarse a la conversión de los infieles habría sido una vana
empresa sin el don de lenguas, pero, en una asamblea de
cristianos, sería del todo improcedente».
(G) El crédito y la reputación de las asambleas requería preferir el
don de profecía al de lenguas. Si sus ministros, o los demás que
interviniesen en los actos del culto a Dios, hablasen un lenguaje
ininteligible, y entrasen incrédulos en el local, concluirían (v. 23) que
los asistentes estaban locos. ¿Qué clase de religión es la que da de
lado al sentido común y al entendimiento? ¿No aparecería entonces
el cristianismo ridículo a los ojos de los paganos? En cambio, si, en
lugar de hablar en lenguas, se interpreta y expone fielmente la
Escritura, un incrédulo o un asistente inconverso, pero interesado
en el Evangelio, puede quedar convicto de pecado (vv. 23, 24) y
llegar a la conversión. El ministerio no fue instituido para hacer
ostentación de dones, sino para salvación de almas.
Versículos 26–33
1. El apóstol encabeza esta nueva sección con un «¿Qué, pues
hay, hermanos?» (v. 26), como si dijese: «¿Cómo van las cosas
entre vosotros?» O, quizás, «¿Qué conclusión sacaremos de todo
esto?» Por el contexto posterior, se ve que dicha frase no tiene
precisamente el tono de reproche, pero sí de amonestación. Pablo
da por bueno (v. 26b) que cada hermano ejercite el don que posee,
con tal de que todo se haga para edificación, lo que requiere paz y
orden, sin confusión (comp. con vv. 33 y 40). Lo de «Cuando os
reunís» (comp. con 11:18) indica reunión cultual y oficial de la
asamblea.
2. En los versículos 27–32, Pablo da normas para que se guarde el
debido orden en el ejercicio de los dones:
(A) El don de lenguas podían ejercitarlo tres a lo sumo, por turno,
con tal de que hubiese quien las interpretase; de lo contrario, no
debía usarse en la asamblea (vv. 27, 28).
(B) Asimismo, los que profetizasen no debían pasar de tres (v. 29).
Los demás debían discernir en silencio si lo que se decía era o no
procedente del Espíritu de Dios. Cabía el caso de una revelación
urgente (v. 30), hecha a algún hermano que estuviera sentado; en
este caso, el que estaba hablando debía ceder paso a dicho
hermano.
(C) A nadie se le había de impedir que se expresase en
instrucciones provechosas (v. 31), pero con el debido autocontrol,
porque (v. 32) los espíritus de los profetas están sometidos a los
profetas. Ésta es la versión más probable del versículo. Su sentido
es: «Las actividades espirituales de los profetas están bajo el pleno
control de los profetas. Ningún verdadero profeta puede exigir que
se le oiga con el pretexto de que está bajo un poder sobre el que no
tiene control» (Ryrie). En otras palabras, el que ejerce el don del
Espíritu no es una máquina, sino un ser racional con la facultad de
controlar sus reflexiones y sus modos de expresarse.(D) Todo esto
podría dar la impresión de que no es el Espíritu Santo el que actúa,
sino que han de ser los creyentes los que de algún modo controlan
la acción del Espíritu Santo. No hay tal cosa. Lo que Pablo pone
como razón para que todas estas manifestaciones del Espíritu sean
puestas a prueba y ejercitadas para edificación de la iglesia, es (v.
33) que «Dios no es Dios de confusión, sino de paz». Por
consiguiente, un ejercicio de los dones que se lleve a cabo de forma
desordenada, sin control por parte de los que los ejercitan, al
perturbar la dignidad del culto de adoración a Dios y causar
confusión a propios y extraños, no puede ser manifestación del
Espíritu de Dios, sino ostentación de la carnalidad del espíritu
humano, si no es que está allí obrando el diablo, el cual aprovecha
las cosas más santas para hacer todo el daño que puede. Dentro de
la responsabilidad de los guías de la congregación está velar para
que no se produzcan dichos desórdenes y detenerlos si llegan a
producirse.
Versículos 33b–35
Según aparece en nuestras versiones, la segunda parte del
versículo 33 hace mejor sentido si se une con el versículo 34. Pablo
establece así una norma general, practicada en todas las iglesias
de los santos. Por ella (vv. 34, 35), se prohíbe a las mujeres
cristianas hablar en las congregaciones (lit. iglesias). Apela el
apóstol a la Ley, es decir, a Génesis 3:16, como primer mandato de
sumisión de la mujer al marido. Especifica (v. 35) que si las mujeres
quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos, porque le
es indecoroso, dice, a la mujer (lit.) hablar en la iglesia. Para
«indecoroso», Pablo usa el mismo vocablo de 11:6. Nótese que
Pablo dice «en las iglesias» (lit.), es decir, cuando la comunidad
eclesial se reúne como tal en culto público de adoración a Dios,
estudio y predicación de la Palabra, observancia de las ordenanzas,
etc.
A la luz de 11:5 y de 1 Timoteo 2:11, 12, se puede asegurar que lo
que el apóstol prohíbe aquí es que la mujer ejerza, en una
congregación ya organizada con los necesarios ministerios y los
convenientes oficios, y en las reuniones públicas de la congregación
como tal, el ministerio de la Palabra, o que se tome la libertad de
emitir juicios o hacer preguntas. Podría objetarse: ¿Y qué harán las
viudas y las solteras, que no tienen marido a quien preguntar en
casa? Seguramente que pueden preguntar a algún hermano capaz
de darles respuesta conveniente. Dentro de esta prohibición, según
opinión del traductor y de la mayoría de los hermanos estudiosos de
las Escrituras, no entra el orar y profetizar en la asamblea, ni
tampoco se prohíbe ofrecer algún reportaje misionero, testimonio
personal de conversión, etc.
Por supuesto, las hermanas pueden dar palabra de instrucción en
las reuniones de mujeres, sea cualquiera el lugar donde se
celebren, así como en la Escuela Dominical y en comunidades de
tipo misional que todavía no están plenamente organizadas como
«iglesias», donde no hay varones suficientemente equipados para
trazar rectamente la palabra de la verdad (2 Ti. 2:15).
Versículos 36–40
1. En el versículo 36, vemos un reproche que parece indicar, en
conexión con el contexto anterior, que el desorden al que acaba de
referirse se practicaba en la iglesia de Corinto, contra la voluntad
del Señor (v. 37) y contra la costumbre de las demás iglesias (v.
33b). De ahí, esa pregunta retórica, cuyo sentido aparece más claro
aún en la NVI: «¿O es que pensáis que la palabra de Dios tuvo su
origen en vosotros, o que vosotros sois los únicos que la habéis
recibido?» Como si dijese irónicamente: «¡Quizá vosotros sois los
únicos que conocéis a fondo las Escrituras! ¡Tal vez sois vosotros
los que tenéis la exclusiva del Espíritu Santo!»
2. Que ésta era la intención de la pregunta de Pablo, se ve por el
versículo 27: «Si alguno se cree profeta o espiritual (es decir,
dotado de un carisma que le pone en “hilo” directo con el Espíritu
Santo), que se de perfecta cuenta, en las cosas que os escribo, de
que del Señor son mandamiento (el mismo vocablo de Jn. 10:18c; 1
Jn. 4:6)». Adrede he traducido literalmente el versículo, a fin de que
se advierta la posición enfática en que coloca Pablo el vocablo
«Señor». Pablo había recibido por revelación directa de Dios lo que
había transmitido a los corintios (2:10) y ellos mismos habían sido
engendrados en Cristo, injertados en Cristo, por la predicación de él
(4:15). ¿Y se atrevería alguno de ellos a contradecirle y
desobedecerle en nombre del Espíritu? PABLO ESTABLECE AQUÍ
UNA NORMA QUE TODO CREYENTE SINCERO DEBE ADMITIR:
EL ESPÍRITU DE DIOS NO PUEDE IR CONTRA LA PALABRA (¡EL
VERBO!) DE DIOS. POR CONSIGUIENTE, TODA
MANIFESTACIÓN «ESPIRITUAL» QUE NO VAYA DE ACUERDO
CON LA ESCRITURA, ES ESPURIA.
3. El versículo 37 ofrece en los MSS diferentes lecturas del segundo
verbo. La más probable es agnoétai, «es ignorado», conforme
traduce la NVI: «Y si alguno se hace el ignorante, también él será
(lit. es) ignorado». Este versículo dice relación a lo que antecede.
Parafrasea J. Leal: «Si no reconoce en mi precepto la autoridad de
Dios, en esto no se revela él como inspirado por Dios y yo no lo
reconozco como carismático».
4. Los versículos 39 y 40 son un resumen con el que Pablo
concluye y urge todo lo que ha dicho en la porción: «Así, pues,
hermanos míos, aspirad a tener el don de profecía y no impidáis el
hablar en lenguas. Pero todo debe hacerse de una manera
decorosa y ordenada» (NVI).
CAPÍTULO 15
Aquí, el apóstol, I. establece la certeza de la resurrección de
nuestro Salvador (vv. 1–11). II. Se pone a refutar a los que negaban
la resurrección de los muertos (vv. 12–19). III. Lo hace basándose
precisamente en la realidad histórica de la resurrección del Señor
(vv. 20–34). IV. Responde a una objeción y aprovecha la
oportunidad para mostrar el gran cambio que se llevará a cabo en
los cuerpos de los creyentes el día de su resurrección (vv. 35–50).
V. Declara también la transformación que experimentarán los
creyentes que vivan cuando suene la trompeta final (vv. 51–57). VI.
Concluye con una seria exhortación a todos los creyentes a
perseverar en la práctica del bien (v. 58).
Versículos 1–11
En este capítulo, el apóstol se dedica a establecer la doctrina de la
resurrección de los muertos, que algunos de los corintios negaban
paladinamente (v. 12). Al negar la resurrección, renunciaban a un
glorioso futuro personal, lleno de inefables recompensas. Pablo
comienza con un compendio o quintaesencia del Evangelio que él
predicaba. Con respecto a este Evangelio, obsérvese:
1. Cuán grande es el énfasis que en él pone (vv. 1, 2). Eso era lo
que constantemente predicaba él. Ese era el Evangelio que los
corintios habían recibido, pues no hay otro Evangelio. No era
ninguna enseñanza nueva, extraña. Ése era el fundamento firme de
su posición como creyentes (v. 1), y sobre ese firme pavimento
caminaban seguros por la senda de la salvación (v. 2. El verbo está
en presente continuativo de la voz pasiva: «vais siendo salvos»).
Esta salvación era una realidad en ellos, si retenían la palabra que
Pablo les había predicado (de la que formaba parte del núcleo la
creencia en la resurrección), pues, si la negaban, era señal de que
habían creído en vano (v. 2b, comp. con v. 17); su fe no habría sido
genuina, salvífica. Negado el núcleo del Evangelio, todo el edificio
de la salvación cae por tierra. No hay salvación en el nombre de
Jesús, a no ser sobre la base de la fe en su muerte y en su
resurrección.
2. Cuál es ese evangelio al que Pablo se refiere: Es aquella
enseñanza que el apóstol les había transmitido en primer lugar (v.
3); es decir, «como algo de la mayor importancia» (NVI). Era
doctrina del más alto rango, las verdades fundamentales y más
necesarias. La muerte y resurrección de Jesucristo son los dos
hechos sobre los que, como sobre dos robustas y firmísimas
columnas, se sostiene el edificio de las verdades evangélicas y la fe
de todo el que se salva.
3. Esta doctrina es corroborada:
(A) Por las predicciones del Antiguo Testamento (vv. 3b, 4): «Que
Cristo murió (aoristo) por nuestros pecados conforme a las
Escrituras; y que fue sepultado (prueba de que estaba realmente
muerto), y que resucitó (lit. ha resucitado, en perfecto continuativo)
al tercer día conforme a las Escrituras» (v. Is. 53:5–12, comp. con
Sal. 16:8 y ss.; Mt. 16:21; 26:24; Lc. 24:25–27; Jn. 2:21 y ss.; Hch.
2:22, 31; 8:32 y ss.; 17:2 y ss.; 26:22 y ss.).
(B) Por el testimonio de muchos testigos de primera mano, quienes
habían visto al Señor después de su resurrección de entre los
muertos. Tantos ojos, en tantos lugares, y en diferentes tiempos,
daban testimonio fehaciente del gran milagro (v. 11). Eso es lo que
todos los testigos habían atestiguado, y eso era lo que los propios
corintios habían creído.
(a) Entre los testigos, enumera Pablo (v. 5) primeramente a Pedro
(v. Lc. 24:34), a quien suele llamar Cefas, pues ése es el
sobrenombre que le puso el Señor (Jn. 1:42), después a los Doce
(Lc. 24:36). «Después (v. 6) se apareció a más de quinientos
hermanos a la vez, de los cuales la mayoría viven aún, pero
algunos ya se durmieron», es decir, ya se habían muerto. No
sabemos si Pablo se refiere a la aparición mencionada en Mateo
28:16 y ss. o si es alguna otra de la que sólo tenemos el informe
que aquí nos da el apóstol. Dice L. Morris: «Es obviamente de la
mayor importancia, pues en ninguna otra ocasión pudo una cifra tan
alta de personas testificar del hecho de la resurrección». De la
aparición a Jacobo, el hermano del Señor (v. 7), no sabemos nada
más. Pablo vuelve a mencionar (v. 7b) otra aparición a los Doce (Lc.
24:50).
(b) En último lugar, menciona el apóstol la aparición que el Señor se
dignó otorgarle a él. Veamos cómo expresa literalmente el original
los tres versículos en que Pablo da cuenta de este suceso que tanta
importancia tenía para él como testigo de la resurrección del Señor:
«Y al último de todos, tal como al feto abortivo, se dio a ver (lit. fue
visto) a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles, que no estoy
cualificado (gr. hikanós, el mismo vocablo de 2 Ti. 2:2, entre otros
muchos lugares) para ser llamado apóstol, por cuanto perseguí a la
iglesia de Dios; mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y su
gracia, la que a mí (me fue otorgada), no cayó en el vacío (lit. no fue
hecha vacía), sino que más abundantemente que todos ellos me
puse a trabajar con ardor (aoristo ingresivo), mas no yo
(solamente), sino la gracia de Dios en unión conmigo». En esta
porción, hay varios detalles que merecen ser analizados
Primero, el vocablo para «feto abortivo» es éktroma, que puede
indicar aquí dos cosas: 1) La forma repentina, como antinatural, con
que Pablo había sido, no sólo convertido, sino entrado a formar
parte del grupo de los apóstoles; 2) como un insulto (así se
empleaba con frecuencia dicho vocablo griego), ya fuese por su
mala presencia física (comp. con 2 Co. 10:10), ya fuese por
considerarle incompetente (comp con el v. 10) para ejercer el
ministerio apostólico Dice J. Leal: «El artículo que precede (al
vocablo) podría indicar que algunos habían echado en cara a Pablo
su origen apostólico de segundo plano
Segundo, la gracia que, por tres veces, menciona Pablo en el
versículo 10 no es «la gracia de la salvación» (así aplican
erróneamente muchos este versículo), sino «la gracia del
apostolado» (comp. 1:1, con Ro. 1:1, 5; 12:3), es decir, el poder que
Pablo había recibido como consecuencia del llamamiento de Dios al
ministerio apostólico, siempre como fruto del favor, de la
benevolencia especial, de Dios
Tercero, este poder de Dios en Pablo no actuaba automáticamente,
por sí solo, sino mediante la cooperación ardua, afanosa, del
apóstol. Por eso dice que dicha gracia en él no cayó en el vacío. Y
para que nadie pensara que Pablo se atribuía a sí mismo la eficacia
que su labor apostólica tenía, se apresura a especificar: «mas no
yo, como si en mí mismo se originara ese poder, sino la gracia de
Dios (que está) conmigo». Nótese que no dice: «sino con la gracia
de Dios», sino que dice: «sino la gracia de Dios conmigo».
Para entender bien esta frase, es de notar que en griego hay dos
preposiciones que significan «con» y otras dos que significan «sin».
Las dos primeras son sun, que significa «en unión con» (ésa es la
que tenemos aquí) y metá, que significa «en compañía de». Las
otras dos son khorís, que indica «separación de» (la contraria de
sun; por eso, la usa el Señor por la pluma de Juan en Juan 15:5,
versículo con el que se ilumina la frase que analizamos) y áneu, que
indica «sin la compañía» o «sin la intervención» de alguien, y es la
contraria de metá. Lo que Pablo, pues, expresa en esa frase es que
la gracia poderosa de Dios era como la «despensa inagotable» de
la que él sacaba constantemente fuerzas para proseguir su trabajo.
ASÍ, PUES, DE ESTE VERSÍCULO NO SE PUEDE SACAR
NINGÚN ARGUMENTO A FAVOR DE LA COOPERACIÓN DEL
ALBEDRÍO HUMANO EN LA OBRA DE LA SALVACIÓN
PERSONAL.
Versículos 12–19
«Pero si se predica (conexión con el v. 11) de Cristo que resucitó de
entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay
resurrección de muertos?» (v. 12). El apóstol presenta un hecho
bien atestiguado, incontestable, el de la resurrección de Jesucristo.
1. En efecto (v. 13), «si no hay resurrección de muertos, tampoco
Cristo resucitó». En efecto, una negación de carácter universal
incluye, en buena lógica, todos los casos particulares.
2. Pero si se niega el hecho de la resurrección de Cristo, queda
vana (lit. vacía) la predicación apostólica del Evangelio, y queda
también vana (lit. vacía) nuestra fe. Es decir, la resurrección de
Cristo tiene, junto con su valor histórico (de ahí, el poder destructor
del modernismo), un valor apologético, porque sobre ella había
fundamentado el propio Señor la validez definitiva de su testimonio,
y los apóstoles la prueba testifical y el contenido nuclear de su
predicación; y un valor de causalidad eficiente con respecto a la
justificación del que cree (comp. con Ro. 4:25b), pues sin ella la
muerte de Cristo es una derrota a manos del pecado, no un triunfo
sobre la muerte que en el pecado tiene su aguijón. Así, pues:
(A) Los versículos 3–11 están dedicados a establecer el hecho
histórico de la resurrección de Jesucristo: Había sido profetizado ya
en el Antiguo Testamento y había sido avalado por una gran
multitud de testigos de primera mano, que habían visto vivo al
Señor después de haber muerto y haber sido sepultado.
(B) Los versículos 12–16 están dedicados a establecer el valor
apologético de la resurrección de Cristo, ya que sin ella queda vacía
de contenido, de testimonio verídico, la predicación apostólica (vv.
14–16), con lo que la fe de los oyentes sería una necia credulidad,
pues carecería de realidad sustancial (comp. con He. 11:1), de
hypóstasis.
(C) Los versículos 17–19 establecen la causalidad eficiente de la
resurrección del Señor con respecto a la salvación de los creyentes.
El apóstol usa en el versículo 17, para decir que nuestra fe sería
vana, un vocablo distinto del usado en el versículo 14; en el
versículo 14 usa kené, vacía, es decir, sin contenido fiable; en el
versículo 17 usa mataia, necia, es decir, inútil y sin valor alguno. Por
eso añade: «aún estáis en vuestros pecados» (v. 17b). ¡Sin perdón
de pecados, sin regeneración espiritual, sin Cristo y sin esperanza!
«Entonces (v. 18) también los que durmieron en Cristo (la frase
indica que Pablo está hablando en hipótesis), han perecido», se han
perdido para siempre (el verbo es el mismo de Jn. 3:16b).
(D) El versículo 19 ha de leerse como en la RV. 1977, a fin de evitar
la confusión sintáctica, y la peor confusión espiritual que algunos de
los lectores (como me consta,—nota del traductor—) han sentido:
«Si solamente en esta vida tenemos puesta nuestra esperanza (lit.
estamos habiendo esperado) en Cristo, somos los más dignos de
lástima de todos los hombres». En este versículo tenemos
condensadas las siguientes enseñanzas bíblicas:
(a) Una persona que no resucita se ha perdido. Las Escrituras no
hablan de la salvación del alma, sino de la salvación de la persona.
(b) El adverbio mónon, solamente, está en el original al final de toda
la frase, para dar a entender que «si a eso se reduce todo: a poner
nuestra esperanza en Cristo en esta vida temporal, terrenal, somos
unos desgraciados, dignos de lástima».
(c) ¿Por qué serían los creyentes los más dignos de lástima de
todos los hombres, si su esperanza en la vida eterna que Cristo
prometió a los suyos resultase fallida, al no haber resucitado Él
mismo? La razón es obvia y muy sencilla (véanse los vv. 30–32):
Los no creyentes, ante la muerte, tienen el consuelo de dar rienda
suelta a sus pasiones y apetitos mientras viven: «comamos y
bebamos, porque mañana moriremos» (v. 32b), es decir, «ya que la
vida es corta, saquémosle todo el jugo posible». Pero el creyente
frena sus pasiones, controla sus apetitos, pasa por dificultades y
padece persecuciones precisamente por la fe en el Señor y la
esperanza que ha puesto en Él para vida eterna. Esta esperanza es
la que inclina la balanza, con su eterno peso de gloria, y torna
sumamente liviano el platillo donde se hallan las dificultades que el
creyente tiene que arrostrar precisamente por ser creyente (v. Ro.
8:18; 2 Co. 4:17; 1 P. 1:6, 7; 4:13).
Versículos 20–34
El apóstol establece aquí la verdad de la resurrección de los que
durmieron en Cristo.
1. Lo hace basado en la resurrección del Señor (v. 20): Cristo
resucitó como primicias de los que durmieron. Alude así a Levítico
23:9–14 (v. el comentario a dicho lugar). Así como la dedicación de
los primeros frutos comportaba, de alguna manera, la consagración
del resto de la cosecha, así también la resurrección del Señor
comportaba la de todos los que habían muerto en sus brazos, los
que durmieron en Cristo (v. 18).
2. Pablo ilustra este argumento y establece un paralelismo (vv. 21,
22) entre el Primer Adán y el Postrer Adán: Por el primero, entró la
muerte en el mundo (comp. con Ro. 5:12); por el segundo, la
resurrección y la vida (comp. con Jn. 11:25). Por nuestra unión
congénita con la primera cabeza de la raza humana, todos morimos
en la muerte de Adán, como todos pecamos por el pecado de Adán.
Por nuestra unión, por fe, con la segunda cabeza, Cristo, todos los
que nos unimos a Él, en Él somos vivificados. Como advierte L.
Morris, el todos de este versículo tiene probablemente dos
diferentes sentidos en las dos mitades. En la primera mitad, se
refiere a toda la humanidad, pues todos están en Adán. Pero en la
segunda mitad está más limitado, aplicándose a todos los que están
en Cristo. El versículo no favorece en modo alguno al
universalismo. En Adán, todos los que han de morir, mueren; en
Cristo, todos los que han de vivir, viven».
La razón, en efecto, de esta diferencia es muy sencilla: Al grupo de
los que están en Adán, pertenecemos por nacimiento; al de los que
están en Cristo, no se pertenece por naturaleza (v. Jn. 1:12, 13),
sino por gracia, la cual no se aplica a todos, sino sólo a los que
creen (Ef. 2:8).
3. El apóstol establece cierto orden (vv. 23, 24a) en la resurrección
de los que durmieron en Cristo (no se pierda esto de vista, pues no
se trata en todo el capítulo de la resurrección de los condenados).
Para los amilenaristas, el versículo resulta difícil. (Todo el cap. es
del traductor.)
(A) Notemos que, para «orden», Pablo usa el vocablo griego tágma,
término militar para designar las distintas filas de soldados en
formación. Esto indica que hay tres estadios, como tres «filas» en la
resurrección de los justos.
(B) Estas tres filas están aquí mencionadas tras los términos
griegos aparkhé (primicias), épeita (después) y eita (luego).
(a) «Primicias, Cristo» (lit.), dice al establecer dicho orden (v. 23b).
Si se tiene en cuenta que las primicias de la cosecha no constaban
sólo de una espiga, sino de un manojo, me parece probable que el
apóstol se refiera, no sólo a la resurrección del Señor, sino también
(v. Mt. 27:52, 53) a los que parece ser que resucitaron al mismo
tiempo que Él y subieron después con Él al cielo, como haciéndole
escolta (comp. con Ef. 4:8).
(b) «Después, los que son de Cristo, en su venida» (v. 23c). Esto
hace referencia a la Venida de Cristo por los suyos (comp. con 1 Ts.
4:13–18).
(c) «Después, el fin» (v. 24). No cabe duda de que aquí se implica
una tercera resurrección de los justos. La duda está en el tiempo
preciso en que esta tercera fase ha de llevarse a cabo. El contexto
posterior da a entender que será al término del milenio, como
asegura Ryrie. De Isaías 65:20, no se puede argüir ni a favor ni en
contra de la muerte de justos durante el milenio; pero, aun así,
quedan por resucitar otros justos después del arrebatamiento de la
Iglesia: ¡los que hayan muerto durante la Gran Tribulación, los
cuales, según Apocalipsis 7:9 y ss., forman una multitud
innumerable!
4. En el resto del versículo 24, así como en los versículos 25–28, el
apóstol declara que, una vez que hayan sido suprimidos todos los
obstáculos que se oponían al establecimiento del reino, del dominio
de Cristo sobre todas las cosas (comp. con Sal. 110:1; He. 10:13),
Cristo entregará el reino al Dios y Padre (v. 24). La mención de la
muerte (v. 26, comp. con Ap. 20:14) como el último de los enemigos
que serán suprimidos (el apóstol usa el tan conocido verbo
katarguéo, hacer inoperante), sugiere a L. Morris la idea de que con
el término «enemigos, Pablo tiene en mente, no hombres malignos,
sino poderes malignos».
Cuando todos estos enemigos hayan sido sometidos y, de este
modo, el Señor Jesucristo haya adquirido el dominio de hecho
(comp. con Lc. 4:6) sobre todas las cosas (vv. 27, 28a, comp. con
Sal. 8:6; Fil. 3:21; He. 2:8), «también el Hijo mismo se someterá al
que (al Dios y Padre del v. 24) le sometió a Él todas las cosas, para
que Dios sea todo en todos». En otras palabras, y para evitar
posibles confusiones, LA FUNCIÓN MEDIATORIAL (1 Ti. 2:5) QUE
EL HIJO DE DIOS ASUMIÓ PARA LA SALVACIÓN DE LA
HUMANIDAD HABRÁ CUMPLIDO SU OBJETIVO. Dios el Padre lo
será todo para todos sin necesidad del «camino» (Jn. 14:6; He.
10:20). Así como todas las cosas tienen su origen en Dios, así
también todo lo redimido volverá a Él: los santos tendrán íntima
comunión con Él, bajo el mismo techo (comp. con Ap. 21:3), sin que
nada ni nadie pueda ya impedir ni empañar esa gloriosa comunión
con Dios. No hay aquí nada del panteísmo hindú ni siquiera del
llamado «panenteísmo» de Teilhard de Chardin.
5. El versículo 29 presenta a los intérpretes gran dificultad: ¿Qué
quiere decir Pablo con eso de «los que se están bautizando (lit.) por
(gr. huper o hyper) los muertos»? Se han dado de esta frase
muchas y muy variadas interpretaciones. Dice Leal: «Algunos han
contado hasta 30». De todas ellas, sólo tres merecen consideración,
aunque ninguna de las tres tiene garantía absoluta de acertar.
(A) Según la opinión que durante muchos siglos tuvo el favor de los
expositores, se trataría de casos en que un creyente ya bautizado
se bautizaba por segunda vez en lugar de un catecúmeno que
hubiese fallecido sin cumplir la ordenanza que simboliza la muerte y
la resurrección con Cristo. Pablo citaría esta práctica sin, por eso,
aprobarla. Ni la Historia ni la Escritura dan pie para que esta opinión
sea fidedigna.
(B) Según la opinión que Ryrie tiene como más probable, se trata
de personas recién convertidas que se bautizaban para llenar así el
vacío que dejaban en la congregación los que se iban muriendo.
«Esta explicación, dice Trenchard, es más sentimental que
doctrinal, de difícil comprensión como punto fuerte del argumento
del apóstol en este lugar.»
(C) Bullinger apunta una solución interesantísima, pero que exige
una corrección en la puntuación que el texto griego tiene en la
actualidad, al tener en cuenta que los primeros MSS carecían de
puntuación. El versículo 29 habría de puntuarse del modo siguiente:
«¿Qué lograrán los que se bautizan? ¡Por los muertos (se
bautizan), si en ninguna manera los muertos resucitan!» Como si
dijese: «Es como si parasen en meros cadáveres; están muriendo
cada día (v. 31), perecen en la muerte (v. 18) y son así los más
dignos de lástima de todos los hombres (v. 19)». Al comparar con
Romanos 6:3 y ss., se advierte todavía mejor este sentido: El
creyente se sumerge con Cristo en la muerte. Si no hay
resurrección, se queda en cadáver, pues pierde la vida anterior sin
surgir a una nueva vida. La preposición hupér o hypér tiene, pues,
aquí el sentido de «objeto de interés», como en otros lugares (por
ej., 2 Co. 1:6 «para vuestra consolación»).
Esta opinión, seguida también por W. E. Vine y otros, es la que
menos dificultades ofrece, y explica bien el sentido del texto dentro
del contexto. Para entenderla bien, ayuda no poco tener en cuenta
que los versículos 20–28 forman una especie de paréntesis, por lo
que el versículo 29 debe leerse después del 19 para mejor captar el
sentido dentro de esta interpretación.
6. El apóstol continúa arguyendo en favor de su tesis, mostrando el
absurdo que representaría la conducta de quienes sufren por
Jesucristo.
(A) Sería una necedad (v. 30) estar expuesto a tantos peligros.
«Cada día muero», dice (v. 31b), esto es, vivo en constante peligro
de muerte. La frase va, en el original, al comienzo del versículo, con
lo que, al unirse al final del versículo 30, se nota mejor el énfasis de
Pablo: «Lo juro, hermanos, por vuestra gloria (la de Pablo en los
corintios, comp. con 4:15), la que tengo en Cristo Jesús, nuestro
Señor» (lit.). Es probable que la «lucha contras las fieras en Éfeso»
(v. 32) haya de entenderse en sentido figurado y que se refiera al
incidente de Hechos 19:23 y ss. «Como hombre» significa «según
aquellas miras e intereses que determinan la conducta de los
hombres en general» (Hodge).
(B) Sería mucho más cuerdo aprovecharse de las comodidades y
de los goces que ofrece la vida presente si no existe la resurrección
a otra vida mejor, la vida eterna. Si hemos de morir como los
animales, mejor es vivir también como los animales. ¿Para qué
privarse de los goces de los mundanos y arrostrar las dificultades y
los peligros de los cristianos, si no hay otra vida? Sin la creencia en
la resurrección, la pauta más sensata de conducta es la que Pablo
cita de Isaías 22:13 (v. 32b): «Comamos y bebamos, porque
mañana moriremos».
7. El apóstol cierra esta sección con una advertencia, seguida de
una exhortación y de un reproche.
(A) La advertencia está tomada, con toda probabilidad, de un refrán
popular, de donde la había tomado casi cuatro siglos antes el poeta
griego Menandro: «Las malas compañías (mejor que
«conversaciones») corrompen las buenas costumbres». Al que
antepone Pablo la siguiente seria advertencia: «¡No os dejéis
engañar!» (el verbo está en pasiva). Se refiere Pablo, conforme al
contexto, al peligro que se corre si no se evita la compañía y la
conversación de los que negaban la resurrección de entre los
muertos. El error y el vicio son contagiosos.
(B) Les exhorta después a romper definitivamente con el pecado, y
entrar en razón como quien despierta después de haberse
embriagado (v. 34): «Retornad a vuestro sano juicio, como es
vuestro deber. Y no sigáis pecando» (NVI). Si participamos en la
esperanza gloriosa de la resurrección futura, hemos de sacudirnos
los malos hábitos y no dar oídos a cantos de sirena de los viciosos.
(C) Algunos de ellos merecían claramente este reproche (v. 34b):
«Pues hay algunos que continúan con su desconocimiento de Dios;
para vergüenza vuestra lo digo» (NVI). El desconocimiento del
verdadero carácter de Dios está siempre en la raíz de todo pecado
y de todo error acerca de las cosas celestiales y, por tanto, también
de la falta de fe en la resurrección. Los que conocen a Dios saben
que es un Dios fiel y amoroso, que no olvida nuestra fatiga ni
nuestra paciencia, que no permite que nuestro trabajo sea en vano
(comp. con v. 58).
Versículos 35–50
Es probable que, entre los que negaban la resurrección (como entre
los que la niegan hoy), fuesen corrientes las dos objeciones que
Pablo formula en el versículo 35: «Pero dirá alguno: ¿Cómo
resucitarán los muertos?, es decir, ¿con qué poder, por qué medios,
de qué modo, puede volver a la vida un cuerpo cuyo organismo se
ha desintegrado tras la muerte? Y, ¿con qué clase de cuerpo
vendrán?, esto es, ¿qué forma tendrá?, ¿de qué estará
compuesto?, ¿cómo podrá ser el mismo cuerpo que se desintegró?
La objeción sube de punto si tenemos en cuenta que muchos
hombres han sido devorados por animales, y estos animales han
sido devorados por otros y, quizá, estos últimos han parado en la
mesa de otros hombres, etc.
1. A la primera objeción, responde Pablo (vv. 36–38) y apela al
poder de Dios conforme se manifiesta en la naturaleza, en algo que
todos pueden contemplar, año tras año, en la siembra y recolección
del cereal. El trigo, por ejemplo, no sólo brota después de haber
sido enterrado, sino que precisamente necesita ser enterrado para
que pueda brotar. Pablo llama «insensato» (gr. áfron, sin seso) al
que propone esta objeción, pues desconoce el poder de Dios (v. 38,
comp. con Mt. 22:29) para hacer surgir del grano desnudo (v. 37),
«sin el vestido de verdura que caracteriza a la planta» (Morris), una
espiga que contiene granos de la misma especie que el que se
sembró: «a cada semilla su propio cuerpo» (v. 38b).
2. A la segunda objeción responde con mayor detalle, como lo
merece el tema.
(A) Por lo que acaba de decir en los versículos 36–38, ya se ve que,
aunque la simiente que brota es de la misma especie que la que se
sembró, el cambio que en el grano sembrado se ha efectuado es
grande: Ha muerto antes (v. 36b), se ha desintegrado antes de
volver a brotar. Como hace notar J. Leal, «La concepción que
presupone sobre el mundo vegetal es que la planta no está
preformada en la semilla».
(B) Existe gran variedad en los demás cuerpos:
(a) En los cuerpos de carne (v. 39).
(b) En los cuerpos celestiales (con toda probabilidad, los astros,
como se ve por el v. 41) y cuerpos terrenales, en lo que parecen
incluirse todas las clases de minerales; una es la gloria (lit.), es
decir, el resplandor, de los cuerpos celestiales, y otra diferente (gr.
hétera) la de los terrenales (v. 40); en efecto, el brillo de una estrella
es diferente del de un diamante.
(c) En los mismos cuerpos celestiales se registran diferencias en
cuanto al resplandor (v. 41): el del sol es diferente del de la luna, y
ambos diferentes del de las estrellas; y aun las mismas estrellas se
diferencian entre sí por el resplandor. Por eso, hablamos de
estrellas de primera magnitud, de segunda, de tercera, etc.
(C) «Así también es la resurrección de los muertos» (v. 42). Con
esta frase da Pablo a entender, no precisamente que los
resucitados se distingan unos de otros por el resplandor (aunque
esto sea verdad), sino que así también el cuerpo resucitado será
diferente del que se desintegró, aunque la persona sea siempre la
misma. A continuación, pasa a detallar las cuatro propiedades por
las que el cuerpo resucitado se distingue del que fue enterrado:
(a) «Se siembra (vuelve la metáfora de la «semilla») en corrupción,
resucitará en incorrupción» (v. 42b). El cuerpo actual está sujeto a
toda clase de enfermedades y miserias, se deteriora más o menos
deprisa y, finalmente, se corrompe del todo en el sepulcro; en
cambio, el cuerpo de la resurrección estará inmunizado, por su
propia naturaleza, contra la corrupción; permanecerá joven y sin
desgaste por toda la eternidad.
(b) «Se siembra en deshonor, resucitará en gloria» (v. 43). Un
cadáver, aun el de la mujer más hermosa, muerta en plena
juventud, pronto se convierte en algo feo y repugnante. No valen los
«arreglos». Como dice Trenchard: «El cadáver no vuelve a la vida
por eso y, pintado o no, ha dejado toda su “honra” en la Tierra para
volver al polvo del que fue sacado». En cambio, el cuerpo de la
resurrección será hecho semejante al glorioso cuerpo del Señor
resucitado (v. Fil. 3:21) y brillará con un resplandor parecido al suyo.
(c) «Se siembra en debilidad, resucitará en poder» (v. 43b). Nada
tan débil como un cadáver: sin vida, sin movimiento, totalmente
inerte. En cambio, el cuerpo resucitado gozará de todo el poder y de
todo el vigor que la vida eterna es capaz de comunicarle.
(d) «Se siembra cuerpo animal (lit. comp. con 2:12, donde sale el
mismo vocablo), resucitará cuerpo espiritual» (v. 44). El cuerpo
actual, aun el del creyente más espiritual, es un cuerpo adaptado a
las condiciones de la vida presente; responde a los instintos,
reflejos, etc., de la psique; por eso, emplea el apóstol aquí el
adjetivo psykhikón. En cambio, el cuerpo espiritual estará adaptado
a las condiciones de la vida eterna. «Espiritual» no significa que
esté compuesto de «espíritu», sino que, como dice L. Morris,
«expresará el espíritu» y «responderá a las necesidades del
espíritu»; será el instrumento perfecto de la vida celestial, como el
cuerpo «animal» es el órgano de la vida terrenal.
(D) Lo ilustra con la comparación entre el Primer Adán y el Postrero
(vv. 45–48). No dice «el Segundo», lo que podría dar lugar a un
«tercero», etc., sino «el Postrero»; no hay ninguno después de Él.
(a) El contraste es, pues, únicamente entre dos: el Primero y el
Postrero, las dos únicas cabezas de la humanidad. Apela Pablo a
las Escrituras; en especial, a Génesis 2:7, donde leemos que, al ser
creado por Dios, Adán vino a ser alma viviente, es decir, una
persona viva, que habría podido continuar viviendo indefinidamente
si no hubiese transgredido el precepto divino de no comer del árbol
del conocimiento del bien y del mal. Pero Cristo, el Postrer Adán, es
espíritu vivificante (comp. con Jn. 5:21; 6:57; 11:25, 26). El vocablo
«espíritu» no designa aquí la sustancia o el estado del Cristo
resucitado, sino su dinamismo vivificante que actúa en los que, por
la regeneración espiritual, fueron injertados en Él para vivir, en Él y
por Él, una vida, no futura, sino eterna, esto es, desde ya ahora
hasta el futuro y por toda la eternidad.
(b) El versículo 46 comienza con la adversativa fuerte «pero» (gr.
allá), lo cual se debe, según opina L. Morris, a que Pablo desea
poner en claro que, aunque Cristo ya existía antes del tiempo y
antes que existiese hombre alguno, «en el orden de la creación,
entramos primero en la vida natural; solamente después de eso es
cuando entramos en la espiritual».
(c) Correspondiendo a este orden de la creación, el apóstol declara
(vv. 47–49) que hemos de tener primero cuerpo terrestre, a imagen
del Primer Adán, quien fue formado del polvo de la tierra (v. 47. Lit.),
antes de tener el celestial, a imagen de Cristo, el Postrer Adán,
quien es del cielo.
(E) En el versículo 50, Pablo expone la razón por la que dicho
cambio (del cuerpo terrenal al celestial) es necesario: «La
corrupción no puede heredar la incorrupción». Este cuerpo que
ahora llevamos, de carne y sangre, no es adecuado para el mundo
celestial, donde hemos de tener, después de la resurrección,
nuestra herencia eterna.
Versículos 51–57
1. Pablo les dice ahora a los fieles de Corinto que no todos los
creyentes han de morir (v. 51), sino que los que todavía estén con
vida natural cuando el Señor vuelva por los suyos (1 Ts. 4:16, 17),
serán transformados de corruptibles en incorruptibles, de mortales
en inmortales (v. 53, comp. con v. 50). Todos experimentarán el
cambio, inmediatamente después de que los creyentes difuntos
hayan sido resucitados con cuerpo incorruptible. Esta
transformación, dice Pablo, se llevará a cabo (v. 52), «en un
instante (gr. en atómo; «átomo» significa «lo que no puede
cortarse»; aquí, una fracción indivisible de tiempo), en un abrir y
cerrar de ojos, a la final trompeta», la cual es llamada, en 1
Tesalonicenses 4:16, «trompeta de Dios».
2. Tras esta detallada exposición de la resurrección y
transformación gloriosa de los creyentes en la Venida del Señor, el
apóstol estalla en un himno triunfal (vv. 54–57).
(A) Cuando se haya llevado a cabo la gloriosa transformación que
ha mencionado en el versículo 53 y en la primera parte del versículo
54, «entonces, dice (v. 54b), se cumplirá la palabra que está escrita:
Sorbida fue la muerte para victoria» (lit.). Pablo cita libremente de
Isaías 25:8 y Oseas 13:14. Dice Trenchard: «No son citas exactas,
sino más bien reminiscencias de las expresiones de triunfo que
emplearon estos profetas al contemplar anticipadamente la obra
final de gracia a favor de Israel, en la que se involucra la victoria
sobre la muerte». El sentido de la expresión del versículo 54b es,
como dice la NVI, en nota a dicho versículo: «La victoria de la
resurrección se ha tragado el poder de la muerte».
(B) Con expresiones que nos recuerdan las de Oseas 13:14, el
apóstol entona un cántico al triunfo que aquel día se conseguirá
sobre la muerte: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde
está, oh muerte (lit.), tu aguijón?» (v. 55). Como si dijese: «Hasta
ahora hemos sido tus prisioneros, pero ahora se han abierto de par
en par las puertas de la cárcel y hemos quedado libres; se acabó tu
dominio, se acabaron tus victorias».
(C) Explica a continuación de dónde adquiere la muerte su origen y
sus victorias (v. 56): «El aguijón de la muerte es el pecado; y el
poder del pecado, la ley». El pecado es presentado aquí como un
escorpión que presta su veneno a la muerte (comp. con Ro. 6:23).
La muerte, sin el pecado, es una ganancia (Fil. 1:21, 23), un pasar
de esta vida a los brazos del Señor. El poder del pecado es la ley,
no en sí misma (v. Ro. 7:12), sino por la maldición que recae sobre
los que no la observan por completo (Gá. 3:10).
(D) «Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por
medio de nuestro Señor Jesucristo» (v. 57. Comp. con Ro. 7:25).
Dios nos da la victoria precisamente mediante el sacrificio de Cristo
en la Cruz del Calvario. Allí «nos redimió de la maldición de la ley,
habiéndose hecho maldición por nosotros» (Gá. 3:13). Al gran amor
de Dios hacia nosotros se debe el que, mediante la muerte de
Cristo, el pecado pierda su aguijón y nos pueda ser perdonado, y la
muerte quede completamente desarmada para los que duermen en
el Señor. Pablo no dice que Dios nos dio, sino que nos da (participio
de presente, algo continuo). Dice L. Morris: «El uso del participio de
presente puede sugerir la idea de que es una característica de Dios
dar victoria. También se da a entender ahí que participamos ya en
esa victoria ahora, y que participamos de ella a diario». Esta victoria
es exclusiva del cristiano, y a él solo compete entonar el himno de
alabanza y acción de gracias por ella. Los no creyentes
permanecen bajo el poder del pecado y de la muerte; carecen de
corazón y de labios capaces de entonar tal himno.
Versículo 58
En este versículo, y como conclusión de todo lo que antecede, el
apóstol, con el cariñoso saludo de «hermanos míos amados»,
1. Dirige a los fieles de Corinto una triple exhortación:
(A) A hacerse firmes (lit.), firmes en las verdades de la fe que
aprendieron del apóstol y en las normas de conducta que
caracterizan a los que han de seguir las pisadas del Señor.
(B) A ser también inconmovibles (lit.), de forma que nada ni nadie
pueda desviarles del verdadero camino ni de la gloriosa esperanza
de resucitar un día incorruptibles e inmortales. Los cristianos no
deben ser removidos de esta esperanza del Evangelio (v. Col.
1:23). Esta esperanza debe ser el ancla de nuestra alma (He. 6:19).
(C) A abundar en la obra del Señor siempre. Tan gloriosa
esperanza debe estimular vigorosamente el afán, la constancia y la
paciencia en toda obra que llevemos a cabo por el Señor.
2. Les dice (v. 58b) que disponen de las mejores bases del mundo
sobre las que poder cimentar sus esperanzas: «sabiendo que
vuestro trabajo fatigoso (gr. kópos, labor ardua) en el Señor, esto
es, en unión con el Señor resucitado, glorioso, poderoso, no es
vacío (lit.), no se hace en vano. Tan seguro como que Cristo
resucitó, también ellos resucitarán. Dios es muy buen amo y muy
buen pagador, con Él, nunca se pierde, porque no es injusto ni infiel
como para olvidar o no tener en cuenta lo que por Él se hace.
Además, es poderoso para hacer todas las cosas mucho más
abundantemente de lo que pedimos o pensamos (Ef. 3:20). Por eso,
los que sirven a Dios nunca pueden trabajar demasiado ni sufrir
demasiado por un Amo tan bueno.
CAPÍTULO 16

En este capítulo, el apóstol, I. da instrucciones sobre una colecta


caritativa que ha de hacerse a favor de las iglesias de Judea (vv. 1–
4). II. Menciona sus planes de viaje para girar una visita a Corinto
(vv. 5–9). III. Les da una recomendación de Timoteo y de Apolos
(vv. 10–12). IV. Les insta a practicar la vigilancia, la constancia, el
amor y la debida consideración con todos los colaboradores de
Pablo (vv. 13–19). V. Cierra la epístola con saludos de parte de los
hermanos que le acompañan y de él mismo (vv. 20–24).
Versículos 1–4
El apóstol concluye su Carta en este capítulo. Lo comienza
dándoles instrucciones con respecto a una colecta para los fieles de
Judea. Véase:
1. Cómo introduce dichas instrucciones (v. 1). Había dado
instrucciones similares a las iglesias de Galacia. Se conformaba con
que siguiesen las mismas normas que había dado a otras iglesias
en circunstancias parecidas. Su prudencia se echa de ver también
en la mención misma que hace de estas órdenes suyas a las
iglesias de Galacia, a fin de excitar en ellos la emulación y
animarles así a ser generosos. Los que sobrepasaban a la mayoría
de las iglesias en la abundancia de dones espirituales, de seguro no
consentirían en ir a la zaga en su generosidad hacia los hermanos
necesitados. Le va muy bien a todo buen creyente no consentir ser
superado por otros hermanos en todo lo que supone virtud y es
digno de alabanza, con tal que esta consideración sirva solamente
para animarle al ejercicio de la virtud, no al orgullo propio ni a
envidiar a otros. La iglesia de Corinto no debía ser sobrepasada por
las iglesias de Galacia en este servicio de amor.
2. Cuáles son dichas instrucciones.
(A) La forma en que dicha colecta debía llevarse a cabo (v. 2):
«Cada uno de vosotros ponga aparte algo». Véase cómo
singulariza Pablo al decir «cada uno» distributivamente, por
individuos, no por grupos ni familias. «Ponga aparte algo» de
antemano, «guardándolo», no sea que cuando llegue el momento
de aportar la ofrenda, se halle con que ya ha gastado todo el dinero
de la semana. La mejor medida es ir apartando poco a poco, según
lo que dice el refrán castellano: «Un grano no hace granero, pero
ayuda a su compañero». Daremos alegremente si vamos apartando
con cariño poco a poco, aunque también puede hacerse al final de
la semana, cuando, por ejemplo, se cobra el salario por el trabajo
realizado.
(B) La medida en que hay que ofrendar: «según haya prosperado».
El verbo está en pasiva, por lo que puede suponerse que Pablo se
refiere al Señor como sujeto agente de dicha prosperidad, aunque
el texto no lo dice explícitamente. La frase equivale a «de acuerdo
con vuestros ingresos», como traduce la NVI. Pablo no apela a lo
que todavía suele llamarse «el diezmo», ya que no estamos bajo la
Ley; pero, como alguien ha dicho, en el Evangelio no vamos a ser
menos generosos voluntariamente de lo que la Ley exigía
obligatoriamente. De Dios nos viene todo lo que somos y
poseemos. Así que, cuando su bondad generosa se vuelca tan
abundantemente sobre nosotros, deberíamos hacer con gusto que
lo que recibimos de tan inagotable manantial fluyese también hacia
otros, especialmente a los hermanos en la fe. Por supuesto, cuando
uno es menos prosperado, no puede abrir la mano con la misma
anchura que el que ha sido prosperado más; tampoco Dios espera
que lo haga.
(C) El tiempo en que ha de hacerse la ofrenda: «El primer día de la
semana», expresión con la que, invariablemente, se designa en el
Nuevo Testamento el domingo. La referencia a Apocalipsis 1:10
debería ser borrada de las versiones, pues allí se habla del Día de
Jehová, no del domingo. Al ser el domingo el día más apropiado
para la reunión de los hermanos en el culto de adoración,
predicación de la Palabra, etc., es también el más apropiado para
ofrendar conforme a los ingresos de la semana.
(D) El apóstol deseaba (v. 2b) que la colecta estuviese a punto para
que cuando él llegase, no se hiciesen entonces colectas. Pueden
adivinarse fácilmente las razones que el apóstol tenía para ello: No
quería restar tiempo a la edificación espiritual de los fieles ni verse
envuelto en asuntos de dinero, como vemos por los versículos 3 y
4. Él mismo estaba dispuesto a dar cartas de recomendación (v. 3)
a favor de los hermanos que los corintios designasen para llevar la
colecta, y aun a acompañarles si creían (v. 4) que valía la pena (lit.
si era apropiado), pero deseaba que fuesen otros, no él, quienes
llevasen la colecta, a fin de evitar habladurías, no fuesen a pensar
algunos que sacaba algún beneficio personal del dinero de otros.
Bien merecían una recomendación quienes, además del sacrificio
del bolsillo, añadían el de un largo viaje, siempre peligroso y, en
todo caso, al ceder gran parte de su tiempo.
Versículos 5–9
El apóstol les notifica a continuación su deseo de visitarles.
1. Les anuncia primero su intención de pasar por Macedonia (v. 5).
La conjunción griega hótan (cuando) es indefinida, lo que da a
entender que Pablo no sabe todavía cuándo ha de viajar hasta
ellos, pero sí les asegura que no hará más que pasar por
Macedonia; en cambio (v. 7), no quiere verles a ellos de paso, sino
que piensa quedarse en Corinto por algún tiempo, y aun pasar el
invierno (v. 6) allí. Había trabajado mucho en aquella iglesia y había
hecho mucho bien entre ellos. Aunque algunos de los miembros se
dividían en facciones contra él, sin duda eran muchos los que le
tenían tierno afecto. Esta estancia les daría a los fieles de Corinto la
oportunidad de «encaminarle a él», frase que significa «proveer de
lo necesario para el viaje». También le daría a él la oportunidad de
hacer todo lo posible por curar las heridas que las divisiones
causaban en la congregación.
2. La excusa para no verles ahora (v. 7) es que ahora no podría
permanecer con ellos el tiempo suficiente para que ni él ni ellos
quedasen satisfechos con tan corta visita, pero espera, cuando Dios
lo permita («si el Señor lo permite»), permanecer con ellos algún
(gr. tiná, «alguno» en sentido indefinido) tiempo. Les amaba tanto
que deseaba tener pronto la oportunidad de gozarse en comunión
con ellos y edificarles con su palabra y su ejemplo durante el tiempo
que le fuera posible. El hecho mismo de usar el indefinido «algún»,
en vez de poner límites al tiempo que deseaba pasar entre ellos, lo
ensancha todo cuanto le sea posible, de acuerdo siempre con el
designio de Dios.
3. Expresa luego su deseo de permanecer en Éfeso (v. 8), desde
donde escribe la Epístola, hasta Pentecostés. Y expone a
continuación el motivo por el que se queda allí (v. 9): «Porque se
me ha abierto una puerta grande y eficaz», es decir, que daba paso
a una labor eficaz por parte del apóstol. Extraña ver, en esta
conexión, la frase que usa a continuación: «y los adversarios (son)
muchos» (lit.). Por Hechos 19 se puede ver cuántos y cuán grandes
eran los adversarios que Pablo tenía en Éfeso. Pero Pablo no
estampa esa frase en tono de cobardía; al contrario, era
precisamente la presencia de tantos adversarios lo que estimulaba
el celo, el ardor evangelizador del apóstol. El creyente y, sobre todo,
el fiel administrador de los misterios de Dios (4:1) no puede llevar a
cabo su tarea sin que nadie le moleste. El diablo se opone con
todas sus fuerzas a quienes se empeñan de corazón en destruir su
reino, pero el ánimo del buen soldado, en lugar de menguar con el
fragor del combate, se crece ante la resistencia del enemigo.
Además, el que pelea la buena batalla (1 Ti. 6:12; 2 Ti. 4:7) tiene
motivos para cobrar aliento, pues sabe que tiene asegurada la
victoria.
Versículos 10–12
1. Les hace ahora una recomendación de Timoteo (v. 10), el cual
había sido enviado allá por el apóstol para corregir los abusos que
se habían colado entre ellos; y no sólo para instruir, sino también
para reprender, a los culpables. Las contiendas, especialmente en
torno a líderes (1:11–17; 3:37), habían dañado grandemente la paz
y la comunión de la iglesia. Era hora de que se comportasen como
es digno de quienes se precian del nombre de «cristianos» y diesen
oídos a las instrucciones y reconvenciones que Timoteo hubiese de
hacerles. Nadie había de menospreciar a Timoteo (v. 11),
aprovechándose de su juventud (comp. con 1 Ti. 4:12) y de su
timidez. Al contrario, habían de hacer buen uso de él mientras
permaneciera entre ellos y proveerle de lo necesario (lit.
encaminarle; el mismo vocablo del v. 6) para su viaje de vuelta.
2. Las razones por las que habían de portarse de ese modo con
Timoteo: Estaba empleado en la misma labor que Pablo: al servicio,
y para la gloria, del Señor (v. 10b). No iba para hacer su propia obra
ni la obra de Pablo, sino la obra del Señor; y tales obreros deben
ser tratados con el mayor afecto y con todo respeto. Con honor y
respeto hay que tratar a los pastores y maestros, lo mismo que a los
apóstoles y evangelistas. Eso no era obstáculo para que también le
tratasen bien por consideración al apóstol, quien le había enviado a
Corinto y de allí esperaba su regreso (v. 11).
3. Les informa asimismo (v. 12) del propósito de Apolos de visitarles
cuando tenga oportunidad. Tres detalles de importancia son dignos
de consideración, a fin de evitar falsas interpretaciones:
(A) El versículo 12 comienza con la frase «mas acerca de …», lo
cual, como en 7:1, 25; 12:1; 16:1, indica que los corintios habían
expresado el deseo de que Apolos les visitara.
(B) Pablo, no sólo consiente en que Apolos acompañe a los
hermanos (mientras él se queda en Éfeso), sino que le exhorta con
insistencia (gr. pollá, muchas cosas, es decir, con muchas razones
o con muchas palabras) a que vaya a Corinto con los hermanos.
Esto nos da idea de la magnanimidad de Pablo que de ningún modo
veía en Apolos a un rival.
(C) En esta ocasión, Apolos de ninguna manera tuvo voluntad de ir.
Nadie le obligaba, y no cabe duda de que tenía muy buenas
razones para negarse a ir. Se ha pensado que Apolos tenía por
entonces algún trabajo importante que llevar a cabo, pero el motivo
más probable es que, con la misma magnanimidad que Pablo, no
pensaba que aquél fuese el tiempo más propicio para esta visita. No
quería fomentar, con su presencia, el florecimiento del partido que,
en la comunidad de Corinto, se había formado en torno a su
nombre. No es que el texto sagrado nos ofrezca en forma alguna
las razones que tuvo Apolos para negarse, pero el motivo apuntado
parece ser el que puede «leerse entre líneas», como solemos decir.
J. Leal tiene como más probable que no se trata de la voluntad de
Apolos, sino de la de Dios: No era voluntad de Dios que Apolos
marchase en esta ocasión. Es cierto que el griego dice sólo «No
había (o no era) voluntad», pero sería muy extraño que Pablo se
callase lo «de Dios» o «del Señor», hasta el punto de no figurar esta
añadidura de algún copista en ninguno de los MSS.
Versículos 13–18
Vienen ahora exhortaciones, ruegos y noticias.
1. En los versículos 13 y 14, hallamos cinco breves exhortaciones;
tan breves que sólo ocupan, en total, doce palabras en el original,
aun contando las preposiciones y los artículos:
(A) «Velad», es decir, según indica el presente de imperativo,
«permaneced constantemente en vela, ahuyentad de vosotros la
somnolencia espiritual, mirad que el enemigo no duerme» (comp.
con 1 P. 5:8, donde el mismo verbo aparece en aoristo ingresivo:
«poneos de una vez a velar»).
(B) «Estad firmes en la fe», es decir, manteneos firmemente
adheridos a la verdadera doctrina del Evangelio. Esta fe es la única
que les permitirá estar firmes en todo tiempo contra las tentaciones
del enemigo (comp. con 1 P. 5:9; 1 Jn. 5:4).
(C) «Portaos varonilmente.» Como muy bien observa E. Trenchard:
«Muchos de los corintios se habían portado como niños» (v. 3:1 y
ss.), no sólo por los partidismos, sino también por sobrevalorar los
dones menos importantes.
(D) «Sed fuertes.» El verbo nos recuerda el «esfuérzate», que
tantas veces aparece en el capítulo 1 de Josué. Como si dijese:
«Mostrad que sois hombres en el esfuerzo que hacéis por
manteneros firmes», contando siempre con que nuestra fuerza nos
viene del Señor.
(E) «Todas vuestras cosas sean hechas con amor» (v. 14). La NVI
da un sentido mejor: «Todo lo que hagáis, hacedlo por amor», ya
que la preposición griega es en. Dice L. Morris: «El amor es más
que un acompañamiento de las acciones cristianas. Es la atmósfera
misma en la que el cristiano vive, se mueve y tiene su ser».
2. En los versículos 16–18, Pablo les da instrucciones sobre el
modo como deben comportarse con algunos hermanos que han
llevado a cabo eminentes servicios entre ellos.
(A) Describe primero el carácter y los servicios de dichos hermanos:
(a) Menciona (v. 15) la familia (lit. casa) de Estéfanas (comp. 1:16).
Ellos eran los primeros frutos de la predicación de Pablo en Acaya,
la provincia sureña de Grecia, donde estaban ubicadas Atenas y
Corinto. Esta mención suscita un pequeño problema por el hecho
de que Pablo había presenciado algunas conversiones en Atenas
antes de predicar en Corinto. Dice L. Morris: «Es posible que la
familia de Estéfanas se hubiese convertido antes de predicar Pablo
en Atenas. También es posible que, aun cuando se hubiesen
llevado a cabo anteriormente conversiones de individuos, ésta fuese
la primera familia convertida en bloque. Y aún queda la posibilidad
de que primicias indique frutos que prometían una gran cosecha
futura».
(b) De esta familia dice que se habían puesto al servicio de los
santos (v. 15b). La frase griega da a entender que esta familia había
tomado, como un oficio que exige dedicación a tiempo completo, el
servir a los hermanos en todo lo que éstos pudiesen necesitar, tanto
en lo económico como en lo espiritual.
(c) En el versículo 17 vuelve a mencionar a Estéfanas, junto a
Fortunato y Acaico: «Me alegro de la presencia (gr. parousía) de
Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, pues ellos suplieron (lit.
llenaron con creces) lo que se echaba en falta de vuestra parte
(lit.)». El sentido de esta frase es que estos tres hermanos habían
representado muy bien a toda la congregación de Corinto, de forma
que, con su llegada a Éfeso, habían proporcionado al apóstol alivio
y refrigerio (el verbo es el mismo de Mt. 11:28 «y yo os haré
descansar»). Y no sólo a él, sino también a la congregación misma.
El refrigerio de Pablo al recibir a estos tres mensajeros de la iglesia
era parecido al que la misma congregación había sentido al
enviarlos. Para ambas partes, había sido una embajada de paz.
(B) Les instruye luego sobre el modo como deben comportarse con
tales siervos del Señor (v. 16): «Os exhorto (del v. 15a) … a que
también vosotros os sometáis a los tales (esto es, a ellos y a
quienes son como ellos) y a todo el que colabora y trabaja hasta
fatigarse» (lit.). Notemos el enlace, tan claro en el original, entre el
verbo étaxan («se pusieron») del versículo 15b y el hupotássesthe
(«someteos») del v. 16a, que es un verbo compuesto del anterior.
Como si dijese: «Así como ellos se pusieron al servicio de los
hermanos, poneos vosotros a disposición de ellos, a fin de servirles
de brazos en lo que ellos hayan emprendido a favor de los
necesitados». Más adelante (v. 18), exhorta a los corintios a
reconocer, es decir, a prestar el respeto, la gratitud y la sumisión, a
tales personas, a tan fieles siervos del Señor. Con respecto al
último verbo del versículo 16 (gr. kopiónti, al que trabaja de recio,
con afán y fatiga), cita Morris el sucinto comentario de Edwards:
«Muchos trabajan, pocos se fatigan».
Versículos 19–24
El apóstol cierra su Carta,
1. Con saludos a la congregación de Corinto, de parte de las
iglesias del Asia proconsular, cuyo centro en muchos aspectos era
Éfeso. Menciona en particular los saludos que les envían Aquila y
Priscila (una de las dos únicas veces, contra cuatro, en que Priscila
es nombrada en segundo lugar en el Nuevo Testamento), con la
iglesia que está en su casa (v. Ro. 16:5). El apóstol dice que «os
envían muchos saludos en el Señor», lo cual va más allá de la mera
cortesía, hasta designar un entrañable afecto cristiano. Con ellos se
había hospedado Pablo en Corinto (Hch. 18:1–3) y ahora se
hallaban en Éfeso con él. Viene luego el saludo general (v. 20) de
todos los hermanos de Éfeso que se hallaban con Pablo. Su saludo
personal (v. 21) lo escribía de su propia mano, ya que el resto de la
Epístola lo había dictado a un amanuense.
2. Con una exhortación a que se presten mutuamente las muestras
de afecto fraternal (v 20b): «Saludaos los unos a los otros con beso
santo» la misma frase de Romanos 16:16, donde dimos la
explicación pertinente.
3. Con una solemne advertencia (v. 22). A veces, necesitamos que
se nos amenace, a fin de que no perdamos el santo temor de Dios.
El temor santo es muy buen amigo de una fe santa, lo mismo que
de una vida santa.
(A) La persona, indefinida, a la que va dirigida esta solemne
advertencia: «Si alguien no ama (gr. phileí, que indica amor
entrañable, de buen amigo, como en Jn. 15:15–17, en las tres
contestaciones de Pedro) al Señor Jesucristo». Con esta expresión
no se alude a verdaderos creyentes, sino a personas que se han
colado en la membresía de la iglesia local sin haber experimentado
una sincera conversión. «No amaban al Señor, dice Trenchard,
porque nunca le habían conocido.» Hay muchos que tienen
frecuentemente en su boca el nombre de Cristo, pero no le tienen
verdadero amor en el corazón.
(B) La maldición que Pablo pronuncia contra tales personas: «Sea
anatema» (comp. con 12:3, Gá. 1:8, 9). Dice L. Morris: «La
expresión tan fuerte indica la profundidad de los sentimientos de
Pablo acerca de una recta actitud hacia el Señor. Si alguien no tiene
el corazón inflamado de amor al Señor, le falta la raíz del asunto. Es
un traidor a la causa de la verdad».
(C) Es improbable, contra la opinión de los sucesores de M. Henry,
que el saludo arameo con que Pablo cierra la Carta antes de la final
bendición, tenga una conexión directa con el anatema que acaba de
pronunciar. Los mejores MSS nos han transmitido dicha expresión
aramea de la manera siguiente: «Marana tha». La primera parte
(mar) significa «Señor». La segunda (ana o an) significa «nuestro».
El segundo vocablo (tha) significa «ven». Es, pues, una especie de
oración breve o jaculatoria, como en Apocalipsis 22:20. Pero hay
algunos MSS que leen Marán átha, lo que significa «Nuestro Señor
viene» (lit. ha venido), cuya interpretación más probable es que el
Señor está a punto de venir, como una advertencia de la inminencia
de la Segunda Venida del Señor.
4. Con buenos deseos para todos ellos y con expresiones de buena
voluntad.
(A) Con buenos deseos en forma de bendición (v. 23): «La gracia
del Señor Jesús (esté) con vosotros» (lit.). La gracia del Señor
Jesucristo (comp. con 2 Co. 13:14) comprende todo lo bueno que
nos viene del favor de Dios por medio de Cristo, para provecho
nuestro en el tiempo y en la eternidad. Nada mejor podemos desear
a nuestros amigos y hermanos en la fe. Mientras la fórmula más
corta se halla en Colosenses 4:18: «La gracia sea con vosotros», la
más larga es la de 2 Corintios 13:14.
(B) Con una tierna declaración del amor que les tiene a todos ellos
en Cristo Jesús (v. 24). Dice Morris: «Nótese ese todos. Él (Pablo)
tenía en Corinto algunos fuertes adversarios. Pero envía su amor a
todos ellos».
5. Finalmente, el vocablo Amén falta en los mejores MSS, con lo
que, como dice Morris, «La última palabra de Pablo a los corintios
es Jesús».

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