1. Textos Para Analizar
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La otra noche estuve un rato en el bar de la esquina. Es decir, en uno de los cientos de
miles de bares de la esquina que hay en España, esos locales que, en nuestra sociedad, hacen
las veces de iglesias laicas o centros comunitarios, piedras fundamentales de la vida del
barrio. Este establecimiento en concreto, además, está de verdad en un esquinazo y por
añadidura se encuentra a un tiro de piedra de mi casa tal y como debe ser según las normas
sagradas y no escritas del parroquiano tradicional.
En España hay 260.000 bares, uno por cada 175 habitantes, la cifra más alta de la
Tierra (datos de 2016 de la consultora Nielsen). Repito: somos la primera potencia mundial
del codo en barra. Para hacernos una idea de la enormidad de nuestra afición, digamos, por
ejemplo, que tenemos más bares que la suma de todos los que hay en Estados Unidos. Si
añadimos los restaurantes, nos ponemos en 350.000, es decir, un establecimiento de
hostelería por cada 129 habitantes, pero ahí ya somos los segundos porque nos gana por un
pelo la diminuta Chipre con uno por cada 124 personas. Esto es interesante, porque resalta
que en otros países tal vez le den mayor importancia a lo gastronómico, mientras que lo
verdaderamente extraordinario en nuestra cultura es el antiguo y acendrado apego al bareto.
¿Y qué significaría esto? Pues que somos animales eminentemente sociales. Que necesitamos
el roce, el aliento, la compañía, el calor de los nuestros. Que, para vivir, tenemos que sentir
que formamos parte de un grupo. Quizá sea un rasgo primitivo. Un residuo de los usos de la
horda.
Ya he citado alguna vez aquel famoso estudio que Coca-Cola hizo en España hará
unos cinco años sobre el tema, con datos tan despampanantes como el hecho de que más de
dos tercios de los españoles conocen el nombre del camarero de su bar favorito, o que casi el
30% le dejaría al camarero las llaves de su casa con total confianza. Yo llevaba tiempo sin
pisar un bar: me debo de estar desnaturalizando. Pero la otra noche entré en el garito de la
esquina y experimenté una inmediata sensación de reconocimiento. Como quien vuelve a
casa.
Rosa Montero
17 junio de 2018
El País
(adaptación)
¿Me abres?
Están presentes en mi vida. Vienen a mi casa prácticamente todos los días y casi
siempre suelen traerme sorpresas. Cuando son malas noticias, lo intuyen y me sonríen con
complicidad en los ojos. Manolo no pregunta, pero conoce los remitentes y maldice a quien
haga falta. «Ya les vale a estos cabr…», suelta. Y yo, si no fuera tan tímida, le chocaría los
cinco. Un día me trajo un fanzine del barrio en el que había participado con un poema. Me lo
escondió rápidamente entre dos paquetes y, mientras se cerraba el ascensor y se colocaba el
cigarro en la oreja, me dijo: «Eso es un regalo de mi parte». No es un tipo que espere una
contestación o un intercambio. Por eso es mi cartero favorito. Por eso y porque aunque no
traiga nada para mí siempre llama a nuestro piso porque sabe que le vamos a abrir.
Los repartidores forman parte de mi vida. A veces traen comida a domicilio, otras
vienen a recoger paquetes, siempre me traen libros. Hay días que vienen con cartas, otros con
regalos. Son los que me acercan mis recambios médicos de manera puntual, los que llenan mi
casa de ramos de flores los días importantes, los que me permitieron sentirme un poco más
cerca de mi hermana el día que no se pudo casar porque el mundo estaba confinado. También
son los que me traen los primeros ejemplares de mis libros antes de que salgan en librerías y
los que hacen posible que el contacto con mis amigos de América Latina no sea solo virtual,
sino tangible y material.
Son pacientes, muy pacientes. Nadie les avisa si estamos en casa o no, pero no
protestan si tienen que venir dos veces. Alguna mañana los veo en el portal y echo a correr
antes de que se vayan. Y ellos me esperan, me sonríen y se marchan con prisa. Se conocen el
barrio, los establecimientos, los portales. Conocen a los vecinos mejor que los propios
vecinos.
A veces vienen empapados en agua y otras en sudor. En casa siempre les ofrecemos
una toalla y un vaso de agua. Ellos son los que se arriesgan para que los demás no nos
arriesguemos y no debemos olvidar que cuando leemos “no salgas, envíamos a casa” lo que
en verdad está diciendo es “hay alguien cuyo trabajo es salir de casa para ir a la tuya, incluso
en plena pandemia”. Quizá de ese modo podamos dedicarles un rato de amabilidad, un saludo
cariñoso, una propina cuando se pueda, apoyo en la justicia de sus luchas.
09 OCT 2020
Elvira Sastre
El País
Ahora hay mucha gente motivada que intenta romper este relato sesgado. Están
apareciendo numerosos catálogos de científicas, pintoras y demás disciplinas, pero esto, dice
López Navajas, aun siendo muy válido, no es suficiente. “Hay buena voluntad, pero poco
sistema. Lo de la igualdad y el 8 de marzo está muy bien, pero yo de lo que estoy hablando es
de rigor científico y cultural. Es como el que da clase de ciencias y dice: ‘Hoy, que ya hemos
acabado, vamos a hablar de Lise Meitner’. Pues no, habla de Meitner cuando toque, cuando
expliques la fisión nuclear [...].
Para que los profesores puedan hablar “cuando toque”, Ana lleva 10 años
desarrollando un proyecto de una envergadura única en el mundo. Es un banco no sólo de
datos de mujeres, sino también de sus obras, que además ofrece al profesorado y a las
editoriales una serie de actividades que pueden usar en clase y en los textos siguiendo los
contenidos de la ley de educación. Abarca de primero a cuarto de la ESO y es de acceso libre.
Pero la gran noticia es que, después de una década cruzando el desierto, López Navajas acaba
de conseguir dinero de la UE para hacerlo realidad. El proyecto Women’s Legacy cuenta con
tres años de fondos europeos que pagarán a un equipo de más de 100 personas [...]. “Me
dicen: ‘Ahora hay que hacer una historia feminista’. No, perdón. Lo que hay que hacer es una
historia, y punto. Porque lo que ahora hay es una historia con adjetivo, sesgada, androcéntrica
y mal hecha. El feminismo es el que nos ha llevado a poder escribir una historia normal y
verdadera”. Ese cambio en el relato del mundo no es baladí; el ninguneo milenario de las
mujeres nos ha llevado al virus Eva, a la devaluación y el maltrato. Quiero decir que el hecho
de que en la ESO sólo se cite a un 7,6% de mujeres termina matando. Y el conocimiento es la
mejor vacuna contra este virus.
27 SEP 2020, Rosa Montero, El País