ECP_Clase_N_8
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Introducción
En el día de hoy comenzamos la unidad N°4, que se vincula con el análisis de las
organizaciones políticas y sus vínculos con las prácticas y valores políticos. En esta primera
clase analizaremos las formas de organización social a nivel institucional, concentrándonos
en el papel de los partidos políticos. Para ello, examinaremos un texto de Jordi Dalmases.
Luego, veremos la cuestión de las prácticas de participación política, a partir de un trabajo
de Jacques Lagroye.
Como señala Saín (2000: 113), una pluralidad de actores políticos interactúan entre sí en la
política moderna, compitiendo para formar parte de la estructura institucional de los
gobiernos o buscando influenciar, de diversos modos, sobre dichas estructuras. En ese
marco, debemos distinguir entre los grupos de interés, los movimientos sociales y los
partidos políticos:
Los grupos de interés, como su nombre lo indica, son aquellos grupos o asociaciones que
se conforman mediante la articulación de ciertos intereses (materiales, culturales, sociales).
Su objeto es influir sobre la toma de decisiones públicas del Estado, sobre la opinión
pública o sobre otros actores políticos y sociales, para obtener algún bien o servicio
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público. Se diferencian entre sí por su grado de organización e institucionalización y por su
diversa capacidad de articular intereses e influir políticamente.
Los movimientos sociales también son grupos articulados, pero disponen de un grado de
institucionalización (formalización) menor que otras organizaciones, como los partidos
políticos. Además, se agrupan de acuerdo a intereses más acotados, puntuales y específicos
que los grupos de interés, que se vinculan a determinados al hecho de compartir valores
colectivos (por ejemplo, la defensa de los Derechos Humanos, la ecología, los derechos de
las minorías étnicas o de género). Otra diferencia que los caracteriza es que se conforman
mediante un fuerte lazo identitario, que homogeneiza al grupo. Asimismo, todo movimiento
social se estructura a partir de un conflicto “reactivo”. Este marca una frontera política y
cultural que antagoniza con determinado poder dominante, al que busca vencer o doblegar
(por ejemplo, el movimiento feminista se enfrenta a las formas de opresión del poder
patriarcal). En ese marco, el reclamo que se defiende es por el reconocimiento de un bien
colectivo (y no un interés puramente particular) y suele predominar una construcción por la
negativa. Una última característica es que los movimientos sociales no se organizan por
motivos puramente económicos, sino a partir de otro tipo de afinidades, que se relacionan a
valores y proyectos colectivos (por ejemplo, en defensa de valores colectivos vinculados a
la ecología, los derechos de las minorías sexuales, etc.).
Los partidos políticos, por su parte, son organizaciones políticas que se caracterizan por
competir entre sí para participar de forma directa en los puestos y posiciones políticas y en
la toma de decisiones vinculantes en el Gobierno. En ese marco, no buscan sólo influenciar,
sino participar directamente en cargos gubernamentales. A diferencia de los movimientos
sociales, presentan un alto grado de institucionalización, que se materializa en la existencia
de normas y reglamentos formales que regulan su funcionamiento. Otra particularidad es su
notable heterogeneización interna, aunque comparten el desarrollo de acciones externas de
carácter unificadas. En consonancia con sus principales objetivos, los partidos políticos
deben presentar determinadas opciones políticas programáticas frente a la sociedad,
buscando ser votados por la ciudadanía.
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Siguiendo a Bartolini, Saín (2000: 122) destaca una serie de funciones propias de los
partidos políticos, entendidos como organizaciones políticas centrales de las democracias
contemporáneas. Entre ellas, menciona que a) dispone del monopolio de la canalización de
la participación política, expresado en el voto de los ciudadanos; b) brinda una estructura
para la integración, movilización y participación ciudadana; c) recluta al personal político;
d) agrega intereses y demandas sociales mediante el diseño de políticas y programas
gubernamentales; y e) formula determinadas políticas públicas (policy making).
1°. Los partidos de cuadros: corresponden a los partidos de notables o partidos de elites
que predominaban durante el siglo XIX, cuando el voto era restrictivo y censitario.
Podemos pensar en el Partido Autonomista Nacional (PAN) en la Argentina del período
1880-1916.
2°. Los partidos de masas: emergieron con la extensión universal, secreta y libre del
sufragio y la masificación de las sociedades, durante el siglo XX. Su estructura se basa en
la militancia política, la presencia de fuertes componentes programáticos y sólidos lazos
con los trabajadores y sectores populares. Podemos pensar como ejemplo a los partidos
socialistas europeos.
Siguiendo a Kirchheimer, podemos agregar a estos dos tipos de partidos un tercer tipo, los
llamados partidos atrapatodo (“catch all party”). Este tipo de partidos se caracterizan por
carecer de militantes políticos y esquemas programáticos y por establecer una identidad
política lábil, que relega los aspectos ideológicos para priorizar la articulación de la mayor
cantidad posible de votantes. Podemos pensar como un ejemplo al FREPASO, aunque hoy
en día, en el marco de lo que se conoce como la crisis de representatividad política, una
parte importante de los partidos políticos se han convertido en partidos atrapa-todo.
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Texto: “Los partidos políticos y los sistemas de partidos”, en Miquel Caminal Badía
(Coordinador), Manual de Ciencia Política, Tecnos, Madrid, 1996.
Definición y características
Si bien la definición y las formas de funcionamiento de los partidos políticos han cambiado
en el transcurso del tiempo, el autor propone una definición del partido político, entendido
como:
Esta definición supone asumir una visión realista sobre el funcionamiento de los partidos,
que se organizan en torno a una elite política que busca el poder para llevar a cabo un
programa a favor de una parte importante de la sociedad, todo lo cual les permita su propia
reproducción. Para ello, en los sistemas democráticos contemporáneos, deben presentarse
en la competencia electoral y ser votados libremente por una mayoría de ciudadanos.
Origen
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Los partidos políticos, cuyo origen proviene de la palabra parte (pese a que deben intentar
representar al todo), surgen en Europa occidental en el siglo XIX y tienen como principal
exponente al sistema bipartidista inglés, basado históricamente en un esquema
parlamentario de dos partidos: laboristas y conservadores. Se expanden, sin embargo, a
partir del proceso de democratización que se produce a partir del establecimiento del
derecho al voto libre, secreto, igualitario y universal, que termina con el voto censitario y,
de este modo, amplía el grado de participación política hacia el pueblo.
Funciones
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e) Reforzamiento y estabilización del sistema político: Los partidos que participan
del juego democrático contribuyen a su permanencia y desean que el sistema
político se mantenga estable para su propia supervivencia.
Tipología de partidos
Como indiqué en la introducción, existen distintas tipologías de los partidos políticos. Uno
de los enfoques más importantes es el de Maurice Duverger. Duverger incorpora elementos
organizativos, para diferenciar entre partidos 1) de cuadros y 2) de masas.
Otto Kircheimer, por su parte, se refiere a un tercer tipo de partido, que denomina catch all
party o partido “atrapatodo”, que tiene por objeto conseguir el mayor número de votos.
Ello lo conduce a moderar sus programas electorales y sus distinciones ideológicas para
captar el mayor número de electores posible, tendiendo hacia el centro del espectro
ideológico.
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mayor capacidad de desarrollo del partido, mayor homogeneización territorial (incluyendo
mayor grado de disciplina partidaria) y mayor poder organizativo y político en general.
Desde comienzos del siglo XX, con los aportes de Hans Kelsen, comenzó a fomentarse la
incorporación de principios constitucionales que formalicen el papel de los partidos
políticos, aunque solo después de la Segunda Guerra Mundial estos fueron introducidos en
las Constituciones de los países, reconociéndose su función en la promoción de la
pluralidad democrática.
Cada partido posee militantes, afiliados y dirigentes que forman parte de su estructura
organizativa y votantes o simpatizantes no pertenecientes al partido, pero identificados con
aquel. A su vez, existen un conjunto de organizaciones de base interrelacionadas y que
actúan de forma piramidal, como los comités, secciones, células y milicias, que pueden
funcionar de un modo sectorial o bien territorial (más nacional). Además, generalmente los
partidos políticos realizan asambleas o congresos nacionales, en los que debaten cuestiones
programáticas y estratégicas.
Financiación
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Todo partido depende de los recursos económicos para expandir y expresar sus ideas,
sostener sus estructuras y sobrevivir, aunque en las últimas décadas, al compás del
desarrollo del marketing y las nuevas técnicas de propaganda política, este fenómeno de la
necesidad de financiación económica se ha extendido hasta convertir a los partidos, en
gran medida, en organizaciones basadas en una lógica empresarial.
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Un acontecimiento central de esta dinámica de transformaciones institucionales se produjo
en diciembre del 2001, cuando, al compás de la profunda crisis económica y social, se
rompió el vínculo de representatividad entre la “clase política” y la sociedad, al compas de
las movilizaciones sociales del 19y 20 que reclamaban “Que se vayan todos!”. De esa
crisis, que concluyó con la renuncia de De la Rúa y la caída de la Alianza, emergieron
primero las asambleas barriales (2002) y luego los fenómenos del peronismo duhaldista
(2002-2003) kirchnerista (2003-2015) y el propio partido PRO, que surgió en el 2003
mediante una alianza entre Macri y el partido Procrear de López Murphy. Finalmente, en
las elecciones presidenciales del 2015 una inédita coalición electoral entre el PRO y la
UCR condujo a un dirigente de una nueva fuerza partidaria, bajo el nombre de
“Cambiemos”, a la presidencia. Actualmente, la nueva fuerza parece estar consolidándose
como un partido de centroderecha que termina con el clásico bipartidismo PJ-UCR. La
emergencia del partido atrapatodo UNA, liderado por Sergio Massa, y de un partido de
izquierda trotskista, el FIT, completan el panorama del sistema de partidos en la Argentina
actual.
Luego se pregunta cuándo una acción o una conducta individual o social puede ser
considerada política y señala que es política cuando los actores, no sólo los directamente
involucrados, la invisten de ese modo, de manera tal que atribuyen la acción o conducta
como una actividad política.
Enfoques como los de Olson presentan una debilidad teórica, debido a que limitan la
complejidad del vínculo político a cuestiones instrumentales (económicas), olvidando la
relevancia que asumen las ideas y valores, las identificaciones sociales y las solidaridades
en común. También dejan de lado las interpelaciones y esquemas ideológicos de los líderes
que organizan las movilizaciones1.
Como afirma Lagroye, existen grupos movilizados que rechazan que sus acciones sean
catalogadas como políticas, mientras que otros (en muchos casos, los sindicalistas)
reivindican sus movilizaciones como políticas. Según el autor, cuando una movilización
adquiere su status de política, implica la creación de nuevos marcos de interpretación de su
situación, sus intereses y problemas. Por lo general, esta politización se relaciona a la idea
de que la movilización permite obtener ciertos derechos sociales, como es el caso de una
huelga que reclama por el derecho al trabajo, pero también se vincula con un cambio de
percepción en relación al pasado y a los actores sociales (por ejemplo, asociando a los ricos
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El peligro es caer en el discurso que sostiene que toda movilización popular es “por el chori”, olvidando que
existen fuertes identificaciones sociales y valores colectivos que explican las movilizaciones sociales, más
allá de lo meramente económico.
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con la opresión social del pueblo). En ese marco, corresponde siempre a un trabajo de
organización e interpretación política. Un paro, por ejemplo, implica la organización del
mismo por parte de los líderes, la utilización de ciertas consignas, colores de banderas,
lugares, así como la decisión en torno a las formas de desplazamiento, etc.
Según Lagroye, si bien no puede definirse con exactitud cuándo una movilización es
política, existen algunas cuestiones a considerar:
Toda movilización social implica el conflicto con otros grupos, por lo general con el
Estado, lo que involucra una dinámica conflictual de interacción social. Un ejemplo de
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ellos es la movilización estudiantil y obrera del mayo francés de 1968 contra las fuerzas
autoritarias del orden estatal. La clave del proceso radica en los efectos de la interacción
social, que modifican las percepciones de los grupos movilizados, así como las de sus
oponentes. Por ejemplo, al interaccionar sectores obreros y estudiantes en la movilización,
sus propias demandas se vieron modificadas, y la unificación transformó las consignas
políticas. A su vez, la respuesta del Estado también fue modificando las formas de percibir
y de actuar de forma colectiva. Por eso es que Lagroye afirma que:
Las formas de interacción social pueden modificar a los actores intervinientes, por ejemplo,
como resultado de un proceso de negociación entre el Estado y los manifestantes. Esto es
producto y produce, a su vez, cambios de percepción que se manifiestan en modificaciones
en las coaliciones y métodos de lucha (por ejemplo, con la radicalización o disuasión del
grado de conflictividad social). Un ejemplo para pensar esta dinámica es el de la relación
entre el sindicalismo y el Estado. Los primeros pueden convocar a un paro nacional y luego
negociar para levantarlo, modificando la dureza por la negociación y el acuerdo, o bien
pueden mantener la dureza inicial hasta las últimas consecuencias. Lo importante es que
estos efectos son producto de la interacción social, lo que, a su vez, depende de las formas
de presentación de las protestas por parte de otros actores de poder, como puede ser el
modo de presentación que hacen los medios masivos de comunicación de las
movilizaciones.
Los dirigentes políticos cumplen un papel central, ya que, con su discurso político,
contribuyen a interpretar la situación y las acciones de los sectores movilizados en términos
politizados. Por ejemplo, destacando la relación del Estado, del empresariado, o de ambos,
con la dominación social, la miseria, la represión policial, la opresión, etc. En la misma
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línea, los “intelectuales orgánicos”, como lo ha analizado el teórico marxista Antonio
Gramsci, ejercen un papel fundamental, incluyendo a filósofos, periodistas, economistas,
etc., que contribuyen a legitimar el proceso de movilización o de desmovilización social.
Tanto los líderes de la movilización, como los medios masivos y los intelectuales, ejercen
un papel crucial, ya que contribuyen a otorgar cierto marco de referencia a la movilización
y, de este modo, a unificar a los manifestantes y a constituir determinadas formas de
percepción de la protesta, que pueden ser también no positivas (por ejemplo, muchas veces
los medios masivos presentan a las movilizaciones como negativas para el bien de la
sociedad).
Lagroye se interroga también sobre los límites metodológicos para dar cuenta del grado de
interés en la actividad política, como ser participar de una marcha, votar, o estar afiliado a
un partido o declarar interés por la política. Lo que señala es que el interés por la política se
puede medir, sobre todo en las encuestas, sobre la base de los conocimientos que demuestra
el individuo sobre la política. Por ejemplo, se lo puede ponderar al mencionar su
conocimiento de los nombres de los dirigentes políticos, su capacidad de identificar a los
partidos, nombrar las instituciones, etc., así como en la propensión que manifiesten para
actuar políticamente, lo que se vincula con la capacidad de modificar el estado de cosas
vigente.
Lagroye también analiza las motivaciones que conducen o no a los ciudadanos a participar
en la actividad política y señala que no siempre son puramente instrumentales, ya que
algunos sectores se rigen por el deber moral de participar, por ejemplo, emitiendo el voto
cuando es optativo (como lo es en países como Estados Unidos). Ello implica incorporar
motivaciones ideológicas (y no puramente económico-racionales) en las formas de
participación o rechazo de las mismas. Por otra parte, no siempre la participación política
obedece a razones conscientes, sino también inconscientes y emotivas, relacionadas con
deseos y pasiones individuales.
El grado de participación política se vincula con una multiplicidad de factores. Entre ellos,
el nivel de instrucción cultural (tiende a ser más elevado a mayor instrucción educativa), la
edad (se reduce con la edad), la profesión y el nivel de ingresos monetarios (aumenta en los
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de mayores ingresos y en ciertas profesiones), entre otras variables. No llama la atención,
en ese sentido, que nosotros, como estudiosos de las ciencias sociales, hablemos más y, por
lo general, sepamos más o estemos más informados de política, que, por ejemplo, una
empleada doméstica sin instrucción educativa. El autor destaca la relevancia del nivel
educativo, de modo tal que aquellos que se instruyen y leen más, suelen estar más
informados y ser más propensos a tener y a expresar opiniones políticas elaboradas, aunque
siempre hay excepciones, como los sectores sin instrucción que se afilian a partidos
políticos, o se vinculan de algún modo con ellos, y se forman desde allí. También el hecho
de ser afiliado, o que los padres sean afiliados, a algún sindicato o partido político, puede
contribuir a un mayor interés por la política. De este modo, sin existir una causalidad, la
afiliación a actividades políticas contribuye a generar mayores niveles de instrucción
política. Pero esta instrucción también puede provenir de una formación que realice la
escuela, la familia, el trabajo y otras instituciones que socializan a los individuos en temas
políticos, conformando un conjunto de factores en interacción que permiten explicar el
grado de politización social.
Las elecciones
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Las elecciones constituyen el acto político por excelencia. Suelen ser presentados por los
enfoques conductistas como una acción puramente racional de individuos informados que
maximizan beneficios y minimizan sus costos, aunque esto se vincula de manera directa al
grado de interés, instrucción y participación en política, hallándose una relación
proporcional entre los menos instruidos y calificados y el menor grado de interés por la
política y por el voto. Los análisis empíricos, sin embargo, han refutado la idea de que los
individuos votan de manera plenamente racional e instrumental (voto económico).
El voto es presentado por políticos e intelectuales como un deber moral, que es sancionado
culturalmente en caso de no ejercerse. Incluso suele decirse que ello debilita al sistema
democrático, como un modo de legitimar estas posiciones que requieren del voto para
legitimarse socialmente.
Lagroye destaca que son múltiples. Uno de los más relevantes es la clase o el origen
socioeconómico. Así, es posible que un empresario con ingresos de clase alta tenga ideas
cercanas a la derecha y un obrero de escasos ingresos económicos tenga ideas cercanas a la
izquierda. Aun así, no existen determinaciones, como lo sabemos con el apoyo de amplios
sectores populares a gobiernos de derecha, o de intelectuales de clase media o alta que
votan a partidos y candidatos de izquierda. En realidad, el mecanismo del voto se relaciona
con procesos más complejos que se vinculan a la socialización en el trabajo, la familia, la
interacción con los medios, la historia, la tradición, los valores, la formación política
acumulada, el contexto socio-histórico y cultural, el discurso político y su grado de eficacia
variable, etc.
Un segundo elemento condicionante del voto es el poder simbólico que ejercen ciertos
sectores sociales, como pueden ser la Iglesia y sus instituciones, las cuales generan
esquemas de percepción legítimos que influyen sobre parte de la sociedad a la hora de
expresar el voto. Existen fuertes correlaciones, en ese sentido, entre sectores católicos y
voto a la derecha o a partidos conservadores, y también de ateos que votan a la izquierda,
aunque estas correlaciones no son determinantes (es decir, siempre hay excepciones).
Lagroye también menciona a las movilizaciones que exceden los marcos de la democracia
institucional, como los motines o enfrentamientos en las calles. Son sectores que no
participan del juego político (por ejemplo, no votan) por cuestiones ideológicas concretas,
ya sea debido a que no creen en el sistema liberal-democrático, considerado “burgués”, o
porque sienten rechazo a las formas de participación habituales del juego democrático.
En el punto siguiente, Lagroye se interroga si los condicionantes del voto, como la clase
social, la religión y la socialización, permiten al individuo tomar una decisión autónoma en
relación al voto. Destaca que cuando existen preferencias de identificación estables, el
grado de eficacia de estos elementos estructurales es más limitado. Así, si uno tiene una
fuerte tradición y convicción en apoyar al comunismo, entonces los efectos de los padres
que votan a la derecha, los medios de comunicación que insisten en lo mismo y, tal vez, su
origen de clase social, no surtirán efecto, o al menos no para modificar su voto “duro”, de
pertenencia a la izquierda.
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No obstante, como reconoce el autor, cada vez es mayor la volatilidad electoral, es decir,
los votantes que dejan de tener tradiciones e identificaciones fuertes y estables y se
encuentran más disponibles para modificar sus ideas políticas en cada elección. Esta
volatilidad es producto del creciente descontento social con los representantes políticos,
pero también muestra el escaso interés por la política y la flotación del voto de acuerdo a
cuestiones coyunturales. En la última elección presidencial en la Argentina se pudo
observar con nitidez esta creciente volatilidad electoral.
En cuanto a los motivos del sufragio, siempre son variables, e incluyen elementos
vinculados a la tradición, el carisma y la asociación personalista con los candidatos,
racionalidad económica, comparación con el pasado, el presente y el futuro y percepción de
las capacidades de los políticos, entre otras. Además, algunos trabajos destacan la
importancia de las campañas políticas y de los temas de relevancia social que se enuncian,
mientras que otros se centran en la identificación partidista más “dura”, o el rol político de
los medios masivos de comunicación (que el autor cree que ha sido sobreestimado).
Para finalizar, Lagroye destaca que el voto es un acto de participación política que muestra
la aceptación social del sistema vigente y la creencia en la utilidad de la actividad política
democrática (liberal) como forma de interacción entre grupos. Ello refuerza la
conformación de ciertas normas y obligaciones que contribuyen, al mismo tiempo, a la
socialización, a la cohesión de la sociedad y a la legitimación del orden político.
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