Giardinelli Mempo - Luna Caliente (R1)
Giardinelli Mempo - Luna Caliente (R1)
Giardinelli Mempo - Luna Caliente (R1)
Mempo Giardinelli
Mempo Giardinelli
Luna caliente
Diseo de coleccin: Josep Bag Associats Primera edicin en esta coleccin: septiembre de 1999 1983, 2000, Mempo Giardinelli Derechos exclusivos de edicin en castellano reservados para Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay 2000, Editorial Planeta Argentina S.A.I.C. / Seix Barral Independencia 1668, 1100 Buenos Aires Grupo Planeta Hecho el depsito que indica la ley 11.723 ISBN 950-731-266-8 Impreso en la Argentina
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Para Sergio Sinay, por la pasin comn por este gnero y por el inmenso cario de una amistad que, con los aos, pretendo acorazada. Y para Osvaldo Soriano, por las mismas razones.
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PRIMERA PARTE
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La muerte es el hecho primero y ms antiguo, y casi me atrevera a decir: el nico hecho. Tiene una edad monstruosa y es sempiternamente nueva. ELAS CANETTI La conciencia de las palabras
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Saba que iba a pasar; lo supo en cuanto la vio. Haca muchos aos que no volva al Chaco y en medio de tantas emociones por los reencuentros, Araceli fue un deslumbramiento. Tena el pelo negro, largo, grueso, y un flequillo altivo que enmarcaba perfectamente su cara delgada, modiglianesca, en la que resaltaban sus ojos oscursimos, brillantes, de mirada lnguida pero astuta. Flaca y de piernas muy largas, pareca a la vez orgullosa y azorada por esos pechitos que empezaban a explotarle bajo la blusa blanca. Ramiro la mir y supo que habra problemas: Araceli no poda tener ms de trece aos. Durante la cena, sus miradas se cruzaron muchas veces, mientras l hablaba de los aos pasados, de sus estudios en Francia, de su casamiento, de su divorcio, de todo lo que habla una persona que los dems suponen trashumante porque ha recorrido mundo y ha vivido lejos, cuando regresa a su tierra despus de ocho aos y tiene apenas treinta y dos. Ramiro se sinti observado toda la noche por la insolencia de esa nia, hija del ahora veterano mdico de campaa que fuera amigo de su padre, y que lo haba invitado con tanta insistencia a su casa de Fontana, a unos veinte kilmetros de Resistencia. La noche cay con grillos tras los ltimos cantos de las cigarras, y el calor se hizo hmedo y pesado y se prolong despus de la cena, rociada de vino cordobs, dulzn como el aroma de las orqudeas silvestres que se abrazaban al viejo lapacho del fondo de la finca. Ramiro nunca sabra precisar en qu momento sinti miedo, pero probablemente sucedi cuando descruz las piernas para levantarse, al cabo del segundo caf, y bajo la mesa los pies fros, desnudos, de Araceli le tocaron el tobillo, casi casualmente, aunque acaso no. Cuando se pusieron de pie para ir al jardn, porque el calor era sofocante, Ramiro la mir. Ella tena sus ojos clavados en l; no pareca turbada. l s. Caminaron, con las copas en las manos, detrs del mdico, que ya estaba bastante achispado, y de su esposa, Carmen, quien no dejaba de hablar. Los ms chicos se haban acostado y Araceli, deca su madre, era raro que estuviera despierta a esa hora. "Los chicos crecen', dijo el mdico. Y Araceli hizo como
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que miraba algo, al costado, en un gesto que Ramiro interpret cargado de la intencin de que l viera su media sonrisa. Charlaron y bebieron en el jardn trasero, hasta las doce de la noche. Fue una velada que a Ramiro le result inquietante porque no poda dejar de mirar a Araceli, ni a su falda corta que pareca remontarse sobre las piernas morenas, suavemente velludas, impregnadas de sol, que en ese momento brillaban a la luz de la luna. Era incapaz de apartar de su cabeza algunas excitantes fantasas que parecan querer metrsele en la conversacin, y que no saba reprimir. Araceli no dej de mirarlo ni un minuto, con una insistencia que lo turbaba y que l imagin insinuante. Al despedirse, cometi la torpeza de volcar un vaso sobre la muchacha. Ella se sec la pollera, alzndola un poco y mostrando las piernas, que l mir mientras el mdico y su esposa, bastante bebidos los dos, hacan comentarios que pretendan ser graciosos. Cuando se adelantaron para abrir la puerta que daba al patio, a fin de atravesar la casa hasta la calle, Ramiro tom a Araceli de un brazo y se sinti estpido, desesperado, porque lo nico que se le ocurri preguntar fue: Te manchaste mucho? Se miraron. l frunci el ceo, dndose cuenta de que temblaba a causa de su excitacin. Araceli cruz los brazos por debajo de sus pechos, que parecieron saltar hacia adelante, y se encogi con un ligero estremecimiento. Est bien dijo, sin bajar la mirada, que a Ramiro ya no le pareci lnguida. Minutos despus, cuando cruz la carretera y entr al viejo Ford del 47 que le haban prestado, Ramiro se dio cuenta de que tena las manos transpiradas, y que no era por el agobiante calor de la noche. Entonces fue que se le ocurri la idea, que no quiso pensar ni por un segundo: apret varias veces, violentamente, el acelerador, hasta que no dud que haba ahogado el motor. Con rabia, y ahora sin apretar el pedal, hizo girar en vano el arranque. El motor se ahog ms. Repiti la operacin varias veces, empecinado, furioso, haciendo un ruido que se fue apagando junto con la batera. No arranca, Ramiro? pregunt el mdico desde la casa. Ramiro pens que ese hombre, ya borracho, era un estpido por preguntar algo tan obvio. Con un gesto exagerado, y secndose el sudor de la frente, sali del coche y dio un portazo. No s qu le pasa, doctor. Y me qued sin batera. No me dara un empujn? No, hombre, quedate a dormir y listo; maana lo arreglamos. Adems es tarde y hace demasiado calor. Y en el viaje a Resistencia se te puede descomponer de nuevo. Y sin esperar respuesta camin hacia la casa y empez a ordenar a su mujer que le prepararan a Ramiro el dormitorio de Braulito, el mayor de sus hijos, que estudiaba en Corrientes.
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Ramiro se dijo que acaso se iba a arrepentir de su propia locura. Se pregunt qu estaba haciendo. Dud un instante, petrificado sobre el camino de tierra. Pero capitul cuando vio a Araceli, en la ventana del primer piso, mirndolo.
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II
El cuarto al que lo destinaron tambin quedaba en la planta alta. Despus de rechazar la invitacin a tomar otra copa, y de despedirse del matrimonio, Ramiro se encerr en el dormitorio y se sent en el borde de la cama, hundiendo la cabeza entre las manos. Respir agitado, preguntndose si era el verano chaqueo, el calor, lo que lo pona tan caliente. Pero no era eso: debi admitir que no poda olvidar el color de la piel de Araceli, ni la insinuacin de sus pequeos pechos duros, ni su mirada que ahora dudaba si haba sido lnguida o seductora, o las dos cosas. S, se dijo, las dos cosas, y se apret el sexo, erecto, dolorosamente endurecido, como si estuviera por romper las costuras del pantaln. Se sinti enfebrecido. Tena la boca reseca. Le dola la cabeza. Deba ir al bao. Quera ir, para ver... Cuando abri la puerta de la habitacin, el pasillo estaba a oscuras. Se detuvo un momento, recostndose en la jamba, para acostumbrarse a la penumbra. A su izquierda haba dos puertas cerradas, que supuso seran del matrimonio y de los nios; una tercera estaba entreabierta y desde adentro llegaba la tenue luz de un velador. Supo que era el cuarto en cuya ventana haba visto la figura recortada de Araceli. Una cuarta puerta dejaba ver un lavatorio blanco. Se meti en el bao lentamente, espiando la habitacin iluminada, pero no pudo verla. Se sent en el inodoro con los pantalones puestos y se estir el pelo hacia atrs. Sudaba y la cabeza no dejaba de dolerle. Busc una aspirina tras la puerta con espejo que haba sobre el lavatorio. Tom dos y luego se lav las manos y la cara, durante un largo rato, refregndose los ojos. No poda pensar. Pero enseguida se dio cuenta de que no quera hacerlo, porque algo le deca que ya saba lo que iba a pasar, su propia ansiedad le anunciaba una tragedia. El miedo y la excitacin que senta lo bloqueaban y slo poda escapar actuando, sin pensar, porque la luna del Chaco estaba caliente esa noche, y el calor era abrasador. Porque el silencio era total y el recuerdo de Araceli era desesperante y su excitacin incontenible.
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Sali del bao, cruz el pasillo, volvi a espiar, no alcanz a verla y se encerr nuevamente en su dormitorio. Se tir sobre la cama, vestido, y se orden dormirse. Perdi nocin del tiempo y al rato se desaboton la camisa; dio vueltas sobre la colcha y cambi de posicin un milln de veces. Le era imposible dejar de pensar en ella, de imaginarla desnuda. No saba qu hacer, pero algo tena que hacer. Fum varios cigarrillos, muchos de ellos dejndolos a la mitad, y finalmente se puso de pie y mir su reloj. La una y media de la maana. Qu estoy haciendo?, se pregunt, debo dormir. Pero abri la puerta y volvi a asomarse al pasillo. El silencio era absoluto. De la puerta entreabierta de la habitacin de Araceli ya no sala la luz; apenas el resplandor de la luna caliente que ingresaba por la ventana y llegaba, mortecina, al pasillo. Se sinti desconcertado; se reproch su fantasa. Los chicos crecen, pero no tanto. S, lo haba mirado mucho, deslumbrada, pero no por eso con la intencin de seducirlo. Era muy chica para eso. Deba ser virgen obviamente, y toda la malicia de la situacin estaba en su propia cabeza, en su podrida lujuria, se dijo. Pero tambin pens se ha dormido, la yegita seductora tuvo miedo y se durmi. Lo impresion la rabia que senta, pero en su estmago hubo algo de alivio. Cruz hacia el bao, dicindose que regresara luego a dormirse, y en ese momento escuch el sonido de la muchacha revolvindose en la cama. Se dirigi hacia la puerta entreabierta y mir hacia adentro. Araceli estaba con los ojos cerrados, de cara a la ventana y a la luna. Semidesnuda, slo una brevsima tanga apretaba sus caderas delgadas. La sbana revuelta cubra una pierna y mostraba la otra, como si la tela fuese un difuminado falo que merodeaba su sexo. Con los brazos ovillados alrededor de sus pechos, pareca dormir sobre el antebrazo izquierdo. Ramiro se qued quieto, en la puerta, contemplndola, azorado ante tanta belleza; respiraba por la boca, que se le resec an ms, y enseguida reconoci la ereccin paulatina e irreversible, el temblor de todo su cuerpo. Si dorma, ella se despert fcilmente de un sueo intranquilo. Hizo un movimiento, sus pechitos se zafaron de la cobertura de sus brazos, y se acost boca arriba. De pronto, mir hacia la puerta y lo vio; rpidamente se cubri con la sbana, aunque su pierna derecha qued destapada y reflejando el brillo lunar. Estuvieron as, mirndose en silencio, durante unos segundos. Ramiro entr a la habitacin y cerr la puerta tras de s. Se recost en ella, acezante, dndose cuenta de que su pecho se alzaba y luego bajaba, rtmica, aceleradamente. Temblaba. Pero sonri, para tranquilizarla; o de tan nervioso. Ella lo miraba, tensa, en silencio. l se acerc lentamente hacia la cama y se sent, sin dejar de mirarla a los ojos, penetrante, como si supiera que sa era una manera de dominar la situacin. Estir una mano y empez a acariciarle el muslo, suavemente, casi sin tocarla; sinti el leve estremecimiento de Araceli y apret su mano, como para hundirla en la carne. Se reacomod sobre la cama,
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acercndose ms a ella, conservando esa especie de sonrisa pattica que era ms bien una mueca, tironeada por ese sbito tic que le haca palpitar la mejilla izquierda. Slo quiero tocarte susurr, con voz casi inaudible, reconociendo la pastosidad de su paladar. Sos tan hermosa... Y empez a acariciarla con las dos manos, sin dejar de mirarla, ahora, a todo lo largo de su cuerpo, siguiendo con su vista el recorrido de sus manos, que subieron por las piernas, por las caderas, se juntaron sobre el vientre, treparon lenta, suavemente, por el trax hasta cerrarse sobre los pechos. Ella temblaba. Ramiro la mir nuevamente a los ojos: Qu divina que sos le dijo, y fue entonces que advirti en ella el terror, el miedo que la paralizaba. Estaba a punto de gritar: tena la boca abierta y los ojos que parecan querer salrsele de la cara. Tranquila, tranquila... Yo... modul ella, apenas en un suspiro. Voy a... Y entonces l le tap la boca con una mano, conteniendo el alarido. Forcejearon, mientras l le rogaba que no gritara, y se acostaba sobre ella, apretndola con su cuerpo, sin dejar de manosearla, besndole el cuello y susurrndole que se callara. Y enseguida, espantado pero enfebrecido por su apasionamiento, empez a morderle los labios, para que ella no pudiera gritar. Hundi su lengua entre los dientes de Araceli, mientras con la mano derecha le recorra el sexo, bajo la bombacha, y se exaltaba todava ms al reconocer la mata de los pelos del pubis. Ella sacudi la cabeza, desesperada por zafarse de la boca de Ramiro, por volver a respirar, y entonces fue que l, enloquecido, frentico, le peg un puetazo que crey suave pero que tuvo la contundencia suficiente para que ella se aplacara y rompiera a llorar, quedamente, aunque insista "voy a gritar, voy a gritar"; pero no lo haca, y Ramiro la dej respirar y gemir y le baj la bombacha y se abri el pantaln. Y en el momento de penetrarla, ella solt un aullido que l reprimi otra vez con su boca. Pero como Araceli gimoteaba ahora ruidosamente volvi a pegarle, ms fuerte, y le tap la cara con la almohada mientras se corra largamente, espasmdico, dentro de la muchacha que se resista como un animalito, como una gaviota herida. Hasta que Ramiro, embrutecido, ahuyentando una voz que le deca que se haba convertido en una bestia, destap la cara de la muchacha slo unos centmetros, para horrorizarse ante la mirada de ella, lacrimgena, fracturada, que lo vea con pavor, como a un monstruo. Entonces volvi a cubrirla y a pegar trompadas sordas sobre la almohada. Araceli se resisti un rato ms. Para Ramiro no fue difcil contenerla, y poco a poco ella se fue aquietando, mientras l miraba por la ventana, impasible, sin comprender, y se deca y repeta que la luna estaba muy caliente, esa noche, en Fontana.
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III
No supo cmo lleg hasta ah, pero cuando se dio cuenta estaba junto al Ford, respirando todava agitadamente. Abri la puerta y se sent frente al volante. Pero se not todava demasiado nervioso; no poda manejar. Estaba completamente confundido. Encendi un cigarrillo y vio la hora: las dos y veinticinco. Chup el humo con fruicin una o dos veces. Se dijo que necesitaba un largo trago de algo fuerte; era indispensable que aclarara sus ideas. La primera de ellas era obvia: huir. Araceli haba dejado de resistirse, como cayendo en un sueo aletargado, y l ya no recordaba nada. No se haba quedado a comprobar la muerte; le aterraba sentirse, sbitamente, un asesino. Pero huir no era todo. A dnde ira? Al Paraguay, se dijo, en tres horas estara en la frontera. Cruzara y al da siguiente vera qu hacer, con ms calma. Podra llamar a algunos amigos, explicarles... Qu? Qu poda explicar de esa espantosa noche, de su ominosa conducta? Mejor sera desaparecer; cambiar de nombre, de identidad, cruzar el Paraguay rumbo a Bolivia; o ir al Brasil, hundirse en la selva amaznica. Estoy loco, se dijo. Y si me entrego? Era la posibilidad ms leal, claro. La ms, paradjicamente, humana y acorde consigo mismo: enfrentar a la ley. Poda, deba, ir en ese mismo instante a buscar un abogado que lo acompaara a la polica. Lo meteran, preventivamente, en un celda en la que podra dormir. Dormir... eso era todo lo que quera hacer en ese momento. Olvidarse de su inconsciencia, de esa brutalidad que l desconoca en s mismo y que ahora le repugnaba recordar. Pero no se entregara, no, no poda aceptar la idea del repudio de la gente, de su familia, de sus amigos que slo tres das antes, al regresar al Chaco despus de ocho aos, lo haban recibido con el antiguo cario, con esa especie de admiracin que produce, a los provincianos, el que un coterrneo haya recorrido el mundo. l era un joven abogado egresado de una universidad francesa, doctor en jurisprudencia, especializado en Derecho Administrativo,
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que muy pronto iba a incorporarse a la Universidad del Nordeste como profesor. No conceba la idea de tener que mirar a su madre a la cara, sabindose un asesino. Y el escndalo social que se producira, no, entregarse le resultaba intolerable. Entonces..., s, poda matarse. Encaminar el Ford, ese enorme carromato de ocho cilindros, convertido en un gigantesco, brilloso y restaurado atad de dos toneladas, a cien kilmetros por hora por el puente que cruzaba el Paran hasta Corrientes. En lo ms alto, un kilmetro despus de la caseta de peaje, era cuestin de dar un violento volantazo. El coche rompera, a esa velocidad, las barandas de acero. Y caera, en un salto de cien metros, a la parte ms profunda del ro. Seguro, no podra sobrevivir... No podra? Y si acaso... ? No, pero se no era el problema. Sencillamente, no tena valor para matarse. O no quera hacerlo. Si de algo estaba seguro era de que no se matara. Al menos, conscientemente. Bueno, se dijo, encendiendo otro cigarrillo, entonces lo nico concreto en este momento es que tengo que huir. Y si voy a hacerlo, no hay mejor opcin que rajarme al Paraguay, porque en Corrientes, en Misiones o en cualquier provincia me agarraran maana mismo. Encima, con este coche indisimulable. Decidi que sus prximos pasos seran pocos y veloces: pasara por su casa a buscar otra camisa, recoger todo el dinero que pudiera, sus documentos, una botella de ginebra o algo bien fuerte y saldra a la carretera. En la ruta, cargara nafta y no parara hasta Clorinda. Cruzara el ro y se ira a Asuncin. Se metera en un hotel y dormira, dormira todo lo que quisiera. Despus..., despus volvera a pensar. Coloc la llave en la ignicin, y en ese momento, espantado, sinti que se orinaba cuando una mano se pos en su hombro.
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IV
Ramiro... el hombre lo zarande un poco. Ramiro se dio vuelta; del otro lado de la ventanilla estaba el mdico, mirndolo con una sonrisa. Tena los ojos vidriosos, aguachentos, y aspiraba entre dos dientes, con fuerza, sacndose un resto de comida. Ola a vino tinto, a decenas de litros de vino tinto. Doctor... Ramiro hizo una mueca; no supo si quiso que fuera una sonrisa. Me asust. Tens un cigarrillo, hijo? S, claro se apresur a ofrecerle el paquete. Despus le pas el encendedor. No poda dormir dijo el mdico, tosiendo con fuerza; luego se aclar la garganta. El calor es insoportable. J..., pero yo todas las noches me escapo. Ramiro se desesper: los borrachos, los cariosos, son doblemente pesados. Se pregunt dnde habra estado el hombre durante..., bueno, durante lo que pas. Evidentemente, no haba visto ni escuchado nada. Y si era una trampa? No, por borracho que estuviera, el tipo hubiese reaccionado de otra forma, no pidindole un cigarrillo. Pero, como fuera, l, deba irse. Urgentemente. Ya me iba. Se arregl el coche? el mdico se recost contra la ventanilla, y le hablaba tirndole su aliento asqueroso en la cara. Fumaba, con un pie apoyado en el zocalito de la puerta. S, creo que s se apur, encendiendo el motor. Deba estar ahogado. Llevame a dar una vuelta. Vamos a Resistencia, te acompao, y all nos tomamos un vinito en "La Estrella" No, doctor, es que... Que qu enojado, le dio un golpecito en el hombro. Me vas a despreciar la invitacin? El hombre se apart del coche, estuvo a punto de caer al suelo, mantuvo el equilibrio y camin, inestable, por delante del coche y se meti por la otra
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puerta. Resopl al desplomarse en el asiento. Vamos dijo. No, doctor, es que despus no voy a poder traerlo. Tengo que devolver el coche. Es de Juanito Gomulka. Carajo, ya s que es de Gomulka! Pero tengo que devolverlo. No importa, me dejs por ah. Me vuelvo a pata, tomo un micro, qu carajo, yo quiero tomar un vinito con vos. Por tu viejo, sabs? Yo lo quise mucho a tu viejo pareci que iba a llorar. Lo quise mucho. Ya lo s, doctor. No me llams doctor, che, decime Braulio. Est bien, pero.. . Braulio, te dije que me digas Braulio... y la voz se le apagaba en un eructo. El hombre estaba hecho una laguna de alcohol. Vea, don Braulio: crame que no puedo llevarlo. Tengo que hacer. Qu mierda tens que hacer a esta hora, che? Son como las... Qu hora es? Las tres mirando el reloj, Ramiro se sinti empavorecido. Era indispensable llegar a Clorinda antes del amanecer; no quera cruzar de da. Y an le faltaba pasar por su casa, recoger el dinero, los documentos. Bueno, pon primera y vamos. Ramiro arranc, resignado, dicindose que en Resistencia se desembarazara del mdico; ya encontrara la forma. Mientras, tena que pensar bien sus pasos, para no perder ms tiempo. Me alegra mucho verte, pibe el otro hablaba arrastrando las palabras. Sac una pequea botella de vino. Ramiro se pregunt si ya la tena en la mano o si la llevaba en el bolsillo del pantaln. Se fastidi porque se dio cuenta de que sera invitado y, al negarse, el mdico se enojara. Mierda, cmo lo quise a tu viejo... Tom un trago. No, gracias. Puta madre, mrenlo al abstemio. Tom, te digo! y le encaj la botella en la cara. El coche se desvi unos metros. Ramiro pudo mantener la estabilidad. Gracias dijo, tomando la botella. La acerc a sus labios, pero sin dejar que entrara a su boca ni una sola gota. No era vino lo que necesitaba. Y adems, era mejor no tomar. Iba a manejar de noche. Y quera estar lcido para pensar. Cuando le devolvi la botella, decidi que no le vendra mal saber algo de las recientes actividades del mdico. Y usted, doctor, por dnde anduvo? Cre que se haba ido a dormir. Todas las noches me escapo. Carmen es una vieja imbancable; dormir con ella es ms feo que tragar una cucharada de mocos. Ri de su chiste. Aguantarla es ms difcil que cagar en un frasquito de perfume
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entusiasmado, se rea, hipando, procazmente. La pobre est gastada como chupete de mellizos. Sigui rindose. Era una risa repulsiva. Y adnde va? Quin? Usted. Cuando se escapa. Me pongo en pedo. Y esta noche qu hizo? Te lo estoy diciendo, chamigo: me puse en pedo. Yo soy claro en lo que digo, o no? Los hombres, hombres, y el trigo, trigo, como deca Lorca. S, pero dnde toma. No lo escuch. En la cocina. En mi casa siempre hay vino. Mucho vino. Todo el vino del mundo para el doctor Braulio Tennembaum, mdico clnico, mencin honorfica de mi generacin en la Facultad de Medicina de Rosario se son la nariz, con la mano, y se la limpi en los pantalones ...que vino a parar a este pueblo de mierda. Ramiro aceler al llegar al pavimento. El Ford bramaba en la noche, quebrndola; los ocho cilindros respondan perfectamente. Gomulka era un gran mecnico, se dijo, llegara a tiempo a Clorinda. Se pregunt, repentinamente alarmado, si los papeles del coche estaran en regla, pues deba cruzar el ro Bermejo para entrar a la provincia de Formosa, y ah haba un puesto de Gendarmera. Se estir al costado, busc en la guantera y los encontr. Todo marchara bien. Pero deba desprenderse de Tennembaum. Y Araceli, che? pregunt ste. Ramiro se crisp, alerta. No respondi, pero supo que el otro lo miraba. Est linda mi hija, eh? Va a ser una mujer del carajo. Ramiro apret el volante y se mantuvo en su empecinado silencio. Ya se vean las luces de Resistencia. Si alguna vez alguien le hiciera dao continuaba Tennembaum, yo lo matara. A quien fuera, lo matara. Ramiro record las convulsiones de Araceli bajo la almohada, la energa que se le fue acabando, aquella sensacin de gaviota herida e insumisa que haba cedido a su presin. Sinti un escalofro. Por el rabillo del ojo, vio que el mdico lo miraba fijamente. Se sobresalt. Y si saba? Y si esto era una trampa y as como haba sacado una botella de vino, ahora Tennembaum sacara un revlver? Sinti nuseas, un fuerte mareo. Fren el coche y se sali de la ruta, estacionndose a un costado. Abri bruscamente la puerta y sac la cabeza, para vomitar. Te sents mal dijo el mdico. Puta madre! grit Ramiro. Es obvio, no? Y se qued un rato as, con la cabeza inclinada. Sac un pauelo del pantaln y se limpi la boca. Pero sigui en esa posicin, dicindose que ms que nada lo que tena era miedo. Y que si se trataba de una trampa y el mdico
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El patrullero se estacion detrs del Ford, y sobre el techo se le encendi un reflector cuyo haz dio directamente en Ramiro y en el mdico. Tennembaum se ech un largo trago de vino, inclinando la cabeza hacia atrs. Carajo, deje esa botella y qudese quieto! Me cago en la polica. Pero yo no, pelotudo de mierda! bram Ramiro, en voz baja, gutural, quitndole la botella de las manos y tirndola al piso del coche. Quiere que nos caguen a balazos! No se muevan les advirti una voz, desde el patrullero. Era una voz serena, casi suave; pero autoritaria, muy firme. Dos policas bajaron de las puertas traseras. Ramiro los observ por el espejo retrovisor. Un tercero abri la puerta delantera derecha. Los tres rodearon velozmente el Ford, con las armas gatilladas. Dos portaban escopetas de cao recortado Itakas, se dijo Ramiro y el de adelante, que pareca mandar el operativo, deba tener una pistola 45, la reglamentaria. Mantengan las manos a la vista, por favor, y no hagan ningn movimiento sospechoso. Estn rodeados. Todo en orden, oficial dijo Ramiro, en voz alta, que procuraba parecer calma y segura. Proceda noms. El polica se acerc a su ventanilla y mir dentro del coche. Ramiro se imagin que los otros dos deban estar en las sombras, apuntndolos. Y el cuarto, el que manejaba, ya deba estar en contacto con el comando radioelctrico. En cualquier momento poda aparecer una tanqueta del ejrcito. As le haban contado que se viva en el pas, desde haca un par de aos. Dgame dnde tienen los documentos dijo el oficial; sin moverse. Yo tengo la cdula en mi cartera dijo Ramiro, en el bolsillo trasero del pantaln. Los dos esperaron que el acompaante hablara. Tennembaum pareca dormitar.
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Es el doctor Braulio Tennembaum, de Fontana explic Ramiro. Est borracho, oficial. Parece que se durmi. Bjese, por favor el polica abri la puerta con la mano izquierda, sin dejar de apuntarlo con la derecha. Era, en efecto, una 45. El oficial sigui: Y ahora qudese parado y con las manos en alto. Entonces llam a otro de los policas, quien repiti la operacin, para lo cual tuvo que sacudir a Tennembaum. ste se baj en completo silencio y tambin qued a un par de metros del coche, con las manos levantadas. El oficial revis las cdulas de identidad de ambos, mientras el otro polica hurgaba dentro del coche, bajo los asientos y las alfombrillas, del lado oculto del tablero, en la guantera y en el bal trasero. Al cabo el oficial pregunt: Por qu se detuvieron? El doctor Tennembaum y yo nos sentimos mal. Y aunque yo no tom ni una sola copa, fui el que se descompuso y seal su vmito junto al automvil. Perdone... Qu tengo que perdonarle? Eso, lo que acaba de pisar. El oficial se sorprendi. Dio un par de taconazos sobre la tierra. Ramiro pens que en otra circunstancia se hubiera sonredo. Deben tener ms cuidado; en estos tiempos y a esta hora, cualquier movimiento sospechoso del personal civil, lo hace pasible de estos operativos. Ramiro se pregunt qu tena de sospechoso detenerse en la carretera para vomitar, y no pudo evitar un sentimiento de repulsin por ser tratado como "personal civil". Pero as estaba el pas en esos aos, le haban contado. No dijo nada; su corazn pareca saltar dentro del pecho. La noche avanzaba y la luna no dejaba de estar caliente, pero el cadver de Araceli, en su dormitorio, deba estar enfrindose. Tuvo ganas de llorar. Pueden continuar dijo el oficial, llamando a los suyos y regresando al patrullero, que arranc y se fue. Subieron al Ford, en silencio, y mientras volva a ponerlo en marcha, Ramiro sinti que dos lgrimas le caan por las mejillas.
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El mdico habl primero. Lo hizo con voz suave, pero todava arrastrando las palabras: Este pas es una mierda, Ramiro. Era hermoso, pero lo convirtieron en una completa mierda. Ramiro no supo si se le haba pasado la borrachera. La voz del mdico era amarga, pero sobre todo triste, muy triste. Aqu se dio vuelta el principio griego sigui Tennembaum: la aritmtica es democrtica porque ensea relaciones de igualdad, de justicia; y la geometra es oligrquica porque demuestra las proporciones de la desigualdad. Lo dice Foucault. Leste a Foucault? Algo, en la universidad. Pues nos dieron vuelta el principio, che: ahora somos un pas cada vez ms geomtrico. Y as nos va. Dnde lo dejo, doctor? No me vas a dejar. La voz del mdico son muy firme, como una orden. Ramiro recuper rpidamente el miedo. Y s saba lo de su hija? Era, noms, una trampa? Cundo terminara todo esto? Instintivamente, cambi de rumbo y en lugar de dirigirse al centro de la ciudad, se desvi hasta la casa de su madre, donde viva desde que llegara de Pars. Aceler hasta el lmite de velocidad urbana. No quera otro encuentro con la polica. Tampoco estaba dispuesto a soportar ms al mdico. Ya vera qu haca con l. Al llegar, estacion el coche, le dijo a Tennembaum que lo esperara un momento y, sin esperar respuesta, entr a la casa. Junt rpidamente, y en total silencio, lo que necesitaba: su pasaporte, varios miles de pesos nuevos, quinientos dlares que an no haba cambiado, y un pantaln y una camisa que envolvi en una bolsita de supermercado. Sali de la casa con mucho sigilo, como si fuera un extrao, sin pensar siquiera en mirar a su madre ni a su
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hermana menor. Ya en el coche, se dirigi hacia el centro. Eran las cuatro y veinte de la maana y de todas maneras llegara a la frontera siendo de da. Una lstima. Pero quera, al menos, llegar bien temprano; no poda perder ms tiempo. Estaba cansado, harto, con sueo, confuso por todo lo que no quera ni imaginar que le esperaba. Tena, secretamente, la conviccin ya irreversible de que era un fugitivo, un asesino que sera buscado por toda la frontera. Ni siquiera el Paraguay era seguro, pero no haba otro camino. Deba cruzarlo y llegar a Bolivia, a Per, al Amazonas. A la mierda, se dijo, pero ahora mismo. Fren bruscamente en la esquina de Gemes y la avenida 9 de julio. Bueno, doctor, hasta aqu llego. Dnde lo dejo. Y vos, a dnde vas? la voz se le haba aclarado. Ramiro pens que esos minutos de espera los haba dormido. O habra orinado. Siempre les hace bien a los borrachos. Voy a pescar. A esta hora? Mire, viejo: acbela, quiere? Me voy a donde se me canta el culo, y me voy ya, estamos? despus de todo, se dijo, irritado, era obvio que jams volvera a ver a Braulio Tennembaum. Al contrario, siempre tratara de poner la mayor distancia entre los dos pues la cacera, precisamente, la desencadenara ese hombre, cuando pocas horas despus descubriera el cadver de su hija. No me vas a dejar dijo el mdico, framente. Qu se propone pregunt Ramiro, con miedo, cautelosamente, pero con voz sonora y grave. Seguir el pedo. Y hablar. Oiga, usted parece tener unas ganas que yo no tengo. Bjese. No me vas a dejar as noms, hijo de puta hablaba glida, lentamente . Te cres que no te vi, esta noche, cmo mirabas a Araceli?
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VII
Fue entonces que se asust por la acusacin de ese hombre y, sin pensarlo, le peg un puetazo en el mentn con toda su fuerza. Tennembaum no lo esperaba, y cay hacia atrs, golpeando contra la puerta. Pero no se durmi; lanz un ronquido, profiri unas maldiciones y se dispuso a pegar l tambin. Ramiro midi mejor la segunda trompada, que se estrell en la nariz del otro. Y todava le aplic un tercer derechazo, en la base de la mandbula. Entonces el mdico perdi el conocimiento. Diez minutos despus el Ford corra a todo lo que daba, y aunque el viejo modelo no tena velocmetro Ramiro calcul que fcilmente iba a 130 kilmetros por hora. Ese coche tan antiguo, de treinta aos exactos, no poda ir ms rpido, pero no estaba mal. Gomulka lo haba restaurado obsesivamente, y el motor funcionaba como nuevo. Perdido por perdido, falta envido, se dijo, ahora hay que darle para adelante porque estoy jugado. Jugado-fugado. Fugado-fogado. Fogado-tocado. Tocado-toquido. Toquido-ronquido. Ronquido de muerto. Ronquido-jodido. Bien jodido. Y el malabar de palabras era una manera de no pensar. Pero aunque procuraba no hacerlo, se convenca de la limpieza con que actuaba; no le haba roto ningn hueso, ningn diente. Lo haba dormido, sin dejar huellas. Su propia frialdad lo impresion. Jams haba imaginado que un hombre, convertido involuntariamente en asesino, pudiera, de repente, vencer tantos prejuicios y tornarse fro, inescrupuloso. Como aquella vez, muchsimos aos atrs, cuando era nio y muri su padre, y por un tiempo decidieron abandonar la casa. Se fueron a vivir a lo de unos parientes, en Quitilipi, donde estaban en plena cosecha algodonera y eso pareca distraer a su madre del llanto cotidiano. Un fin de semana, l debi viajar a Resistencia para hacerse unos anlisis por una enfermedad que no recordaba, y pas por la casa. Su to Ramn lo esper en el coche, mientras l entraba a buscar unos vestidos de su madre. Pero ella no haba tenido el debido cuidado de cerrar la casa, y por una ventana del comedor haba ingresado una
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familia de gatos, que se instal bajo la mesa. En esas pocas semanas, prcticamente se haban apoderado del comedor y de la cocina. l sinti un profundo asco, una rabia intensa, cuando vio que dos enormes gatos huan al orlo entrar. Y se qued as, paralizado ante el cuadro que vea, de suciedad y repulsin, hasta que observ que cuatro pequeos gatitos se deslizaban, casi reptando, por debajo de la mesa, como buscando refugio en otro lado. Entonces, framente, cerr la ventana que daba al patio, la puerta que daba a la cocina y la que l mismo haba abierto y que comunicaba con el resto de la casa. Excitado por su venganza, regres al coche donde lo esperaba el to Ramn. Casi un mes despus, cuando volvieron a Resistencia, su madre y Cristina, su hermana menor, se horrorizaron ante los pequeos cadveres descompuestos, cuyas pelambres estaban pegadas, como incrustadas en las baldosas. El olor era insoportable y l, despus de negar toda responsabilidad, se fue al cine y se pas la tarde viendo una misma pelcula de Luis Sandrini. "Fro, inescrupuloso'; le haba dicho Dorinne, aquella tierna muchacha de Vincennes a la que haba amado, cuando se lo cont. Ahora recordaba que despus Dorinne no haba querido hacer el amor, aquella noche. Fro, inescrupuloso, repiti para s mismo, mirando a Tennembaum, que dorma profundamente en el otro asiento. Lo que estaba haciendo era horripilante, lo saba, era completamente consciente. Pero no tena opciones. Perdido por perdido... S, estaba jugado y ahora ya nada lo detendra. l no haba querido matar a Araceli. Dios, claro que no, haba querido amarla, pero... Bueno, ella se resisti, s, y l en realidad no debi... pero bueno, mejor no pensar. Perdido por perdido, bien jodido, el polvo ms costoso de mi vida, se dijo. Se espant de su propio chiste. Soy un monstruo, sbitamente un monstruo. La culpa haba sido de la luna. Demasiado caliente, la luna del Chaco. Sobre todo, despus de ocho aos de ausencia. Perdido por perdido. Estaba jugado. Despus de cruzar el tringulo carretero de la salida occidental de Resistencia, pas el puente sobre el ro Negro y el desvo de la ruta 16. Poco ms adelante, lleg a un riachuelo que no tena indicador de nombre. Se acerc a la banquina unos doscientos metros antes de cruzar el puentecito. Fren suavemente, procurando no dejar huellas de violencia en el pavimento y se dijo que deba proceder muy rpidamente, como lo haba planeado cuando Tennembaum se puso pesado y debi pegarle. No ira a Paraguay ni a ningn otro lado que no fuera su casa. Rog que no pasara ningn coche, aunque a esa hora, las cinco de la maana, era bastante improbable que hubiera trnsito. La ruta estaba totalmente despejada. Apenas s se haba cruzado con dos camiones, un coche que vena del norte (con probable destino a Buenos Aires, pues de ah era la patente) y un mnibus de la "Godoy" que haca la lnea ResistenciaFormosa. Se baj y empuj el cuerpo de Tennembaum hasta ponerlo frente al volante. Dud un segundo sobre si deba quitar sus huellas digitales, pero descart la
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idea. Era obvio que l haba manejado ese coche. Eso no era lo importante. Pero s coloc las manos del mdico en el volante y sobre la palanca de cambios. Todos pensaran que Tennembaum, borracho, haba hecho un disparate. Supondran que l mismo haba violado a su hija para luego, desesperado, suicidarse en ese paraje absurdo, en ese puente contra el que l, Ramiro, haba decidido lanzar el viejo Ford. Claro que despus debera enfrentar situaciones incmodas, pero sabra sortearlas. Ahora estaba convencido de que era capaz de muchas ms acciones que las que antes supona. Un hombre en el lmite es capaz de todo. Y l haba llegado al lmite. El mdico se haba puesto pesado, fastidioso, y acaso le estaba tendiendo una trampa. No tena opcin, por eso le haba pegado hasta dormirlo y ahora lo iba a matar. Perdido por perdido... Y adems, ya saba lo que tendra que decir: que Tennembaum, borracho como una cuba, lo haba despertado a las... a qu hora? S, a las tres se le haba acercado, cuando l fumaba en el coche. Bueno, pues a las tres menos cuarto lo haba despertado y l, Ramiro, no pudo resistir la invitacin. El doctor era mi anfitrin, dira, me haba tratado esplndidamente, una cena magnfica, despus de tantos aos, porque era amigo de mi padre... Y explicara que l fue quien manej porque el doctor estaba borracho, y muy pesado, nervioso, como si le hubiese pasado algo, pero yo no poda saber qu le habra pasado, cre que estaba en un pedo triste, noms, qu iba a saber que haba violado a su hija; y nos bamos a "La Estrella" a tomar unos vinos. Y hasta nos par un patrullero, dira, y sonri mientras maniobraba con el cuerpo del mdico y recordaba qu bien le haba venido aquel encuentro. Los policas admitiran que s, que los haban abordado, y confirmaran la hora, y ratificaran que el mdico estaba borracho hasta ms no poder y que Ramiro estaba sobrio. Entonces se puso la bolsita de nylon dentro de la camisa, se sent sobre el cuerpo del otro y arranc. Aceler al mximo, pasando los cambios con premura, enfil hacia el puente y, unos metros antes, aterrado, profiriendo un grito espantoso que l mismo desconoci en su garganta, salt del coche un segundo antes de que se estrellara contra la baranda con un horrible estrpito de acero y cemento. El coche pareci montarse sobre el borde del puente, se inclin sobre el lado izquierdo y cay por el terrapln elevado sobre la orilla, dando tumbos. Ramiro golpe contra la tierra y fue detenido por un tacuruzal. Se levant presuroso, antes que las hormigas pudieran repeler ese cuerpo extrao. De pie, y lamentndose del dolor en un codo, corri para ver el coche, semihundido en el agua. Se tranquiliz cuando se dio cuenta de que, si bien no se haba provocado el incendio que deseaba, el Ford haba quedado con las ruedas hacia arriba. La cabina estaba bajo el agua; el mdico morira ahogado. Todo sali bien, se dijo. Y se espeluzn de su propia certeza, de la repugnante serenidad de su comentario.
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VIII
Eran las cinco y veinte de la maana y an no empezaba a amanecer. Haban pasado slo minutos desde que corriera alejndose del puente, rumbo al sur, a la ciudad. Ya dos automviles y un camin haban sobrepasado su lnea Ramiro se apart de la carretera, al escuchar los ronquidos de los motores, escondindose entre unos arbustos lo que indicaba que nadie se detena en el puentecito roto. Las obras pblicas en mal estado no sorprendan a nadie. De modo que pasara un buen rato hasta que se descubriera el Ford semihundido. Entonces, cuando calcul que haba caminado lo suficiente, se dispuso a hacer dedo, sin dejar de caminar, ahora ms calmado, aunque el cansancio empezaba a dificultarle la marcha. Un minuto despus, un enorme "Bedford" con acoplado, con patente de Santa Fe, se detuvo ante sus seas. A dnde vas? le pregunt el conductor desde la cabina; era un moreno que viajaba con el torso desnudo y asomaba un brazo que pareca un guinche portuario y tena un tatuaje borroso, por la oscuridad, en el bceps. Ramiro se dijo que ese tipo poda tutear a cualquiera, sin temor. Pa'onde le quede 'ien, chamigo respondi Ramiro, con acento aparaguayado, pero sin mirarlo a los ojos. Voy a Resistencia a descargar y despus sigo a Corrientes. T in, me bajo i, n'el centro. Bueno, subite. Ya en la cabina, en tono casual y mirando hacia afuera por la ventanilla, con su evidente tonada paraguaya dijo que se le haba descompuesto su coche unos kilmetros antes, en un desvo de la carretera. Iba a agregar que haba decidido caminar hasta que alguien lo llevara, que buscara un mecnico y que luego seguira a Santa Fe, cuando se dio cuenta de que el camionero era uno de esos tipos capaces de hacer gauchadas, pero hosco y solitario. Slo movi la cabeza, como indicando que no le interesaban las explicaciones ni los problemas ajenos.
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El tipo quera pensar en sus cosas, y le importaba un pepino la historia que le pudiera contar. Ramiro se lo agradeci desde lo ms profundo de su corazn, y se recost en el asiento. Record velozmente todo lo que haba pasado esa noche y se pregunt si no era sueo, si no era algo que le estaba pasando a otro. Abri los ojos, sobresaltado, y no: lo que vea era el paisaje chato del norte chaqueo, con sus palmeras dibujadas en la noche en la direccin del ro Paran; con su selva sucia, agrisada, a las veras del camino. Y ese calor inaguantable, persistente, que casi se poda tocar. Espi al camionero, que manejaba muy concentrado, mordiendo un escarbadientes que pareca deshilachado y mirando fijamente el camino. No, no era un sueo. Volvi a cerrar los ojos y, escuchando el ronroneo del diesel, se relaj unos minutos. Cuando el camin se detuvo ante el semforo de las avenidas valos y 25 de Mayo, Ramiro, dijo "gracia, mestrro, aqu me bajo" y abri la puerta y salt, tratando de ocultar su cara al camionero, quien por su lado slo gru y dijo algo as como "chau, paragua", mencin que a Ramiro le pareci hermosa de escuchar. Ese tipo no sera de cuidado. Vena con suerte. Pero mir su reloj y se alarm: eran ya las seis menos diez y empezaba a clarear. Deba caminar unas ocho cuadras hasta su casa; lo peligroso era que su familia lo escuchara entrar. Cuando lleg, abri la puerta con mucho sigilo, tras mirar la calle y comprobar que nadie lo miraba por las ventanas, nadie sala de sus casas. Se quit los zapatos en el zagun y se eriz cuando sinti el tn-tn de su corazn. Cruz el living en completo silencio y entr a su dormitorio, cerrando la puerta tras de s. Le pareci escuchar que, en el otro cuarto, Cristina haca sus ejercicios matutinos. Luego ira a la cocina a calentarse el caf. Su madre estaba en el bao. Por segundos, todo haba salido bien. Se desvisti, vigilante y con mucho cuidado, y se durmi preguntndose si en Pars hubiese pensado que l, Ramiro Bernrdez, alguna vez iba a ser capaz de tanta sangre fra. Habra jurado que no. Pero ahora, despus de semejante noche, saba que cualquier cosa era posible.
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IX
Cuando abri los ojos, observ que el sol se filtraba por entre las rendijas de las persianas de metal. El ventilador de pie produca un sonido montono y ensoador, sobre todo cuando se iba totalmente hacia la izquierda y el buje deba girar una vuelta completa sobre s mismo para iniciar el camino hacia la derecha. Le llam la atencin ese ventilador. Seguramente, su madre lo haba encendido. Se asombr de no haberse despertado, pero claro, se dijo, la vieja tiene pies de lana. Slo una madre puede entrar as a la habitacin de un asesino, sin que ste reaccione. Asesino, repiti, moviendo los labios, pero sin pronunciar la palabra. Sinti un sbito dolor de cabeza y se relaj; acababa de darse cuenta de que estaba completamente tenso. Afuera, su madre hablaba con alguien. "S, querida", deca, y pareca sorprendida y alegre. Deba ser alguna visita. Mir el reloj en su mueca: las once y catorce. No haba dormido mucho. "Qu casualidad deca su madre nunca se te ve por aqu." Y la voz pareca acercarse a su dormitorio. Ramiro se alert, irguindose. Un minuto, queridita la voz sonaba ahora muy fuerte, esperate que voy a ver si est despierto. Ramiro se zambull en la almohada y cerr los ojos, justo en el momento en que ella entraba al dormitorio. Ramiro... l abri un ojo, luego el otro, fingiendo estar dormido. Querido, te busca Araceli. Qu? Ramiro salt, horrorizado, casi gritando. S, querido, Araceli, la hija del doctor Tennembaum, de Fontana, donde estuviste anoche.
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SEGUNDA PARTE
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Qu es la conciencia? La he inventado yo! En qu consiste el remordimiento? Es una costumbre de la humanidad desde hace siete mil aos! Librmonos de esa preocupacin y seremos dioses! FEDOR DOSTOIEVSKI Hermanos Karamazov
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No era posible, y sin embargo... Carajo, otra vez no estaba soando. Se qued en la cama, mirando el techo, asombrado y reconociendo sentimientos contradictorios: lo aliviaba saberse menos asesino, pero a la vez senta rabia por todo lo que haba pasado, y que pudo no suceder si se hubiese dado cuenta... Pero, qu era eso de sentirse menos asesino? Qu era sino una comprobacin ridcula? Primero fue De Quincey, se dijo, y luego Dostoievski, los que sealaron que los humanos, en alarde de cinismo o de ociosidad, gozamos con el crimen. En algn lugar nuestro disfrutamos, admirativos, el horror de un asesinato. Podemos condenarlo, despus, y seremos jueces implacables, pero en un primer momento el crimen nos deslumbra, nos impacta hasta la admiracin. No es posible ser "menos asesino" As como si un solo ser te falta, todo est despoblado, as una muerte producida por mis manos es todas las muertes. Ramiro se mir las manos, con las palmas abiertas. Luego las dio vuelta, lentamente, y las contempl del otro lado, venosas, velludas; le parecieron manos de un monstruo de novela gtica. Y sin embargo eran las mismas que haban sabido acariciar a Dorinne, no haca mucho. Las saba capaces de ternura; podan apasionarse ante la suavidad de la piel de algunas mujeres; podan tocar, calmosas, una flor y no se marchitara. Alguna vez haban pellizcado dulcemente la mejilla de un nio. Otra vez haban tocado tejidos de hilo oaxaqueo, una seda de la India, el pedestal del David en Florencia, el pelaje duro y seco de un perro ovejero alemn. Significaban momentos grabados imperceptiblemente en su memoria; instantes indomeables que no saba por qu asociaba ahora. No, por ms que quisiera ignorar su situacin, esas evocaciones no eran distractores eficaces. sas eran las manos de un asesino; el asesino era l. Por Dios, y ahora qu hara? Qu querra esa muchacha; cmo enfrentarla? Qu le dira? Qu sera capaz de decirle? Suspir y encendi un cigarrillo. Dej el fsforo en el cenicero, sobre la
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mesa de luz, y se dijo que no iba a salir por un rato. Que lo esperaran, pens, por m que me esperen toda la vida, en este momento lo nico cierto es mi propia parlisis, ya demasiado ajetreo tuve anoche. Y Araceli, habra contado lo que pas? Y Carmen, sabra ya que la haba violado e intentado matar? Porque evidentemente esa chica no haba venido sola a su casa, desde Fontana. Qu mierda queran? Odiaba a las mujeres, slo entonces se daba cuenta. "Soy un misgino", se ri. Aunque no, no era tan as. En Pars, varias amigas lo haban acusado de machista; en veladas inolvidables, juguetonas, divertidas, discutiendo sobre las conductas de los hombres frente a las mujeres. Machista, le decan; feministas primarias, alocadas, contraatacaba l. Y se rean. No saban nada de la vida. Las mujeres representan el sentido comn que nos falta a los hombres, se confes. Y eso es lo que los hombres tememos. Por desearlas y necesitarlas, les tenemos miedo. Nos causan pavor. O no era eso lo que haba sentido frente a Araceli, anoche? l, Ramiro Bernrdez, el gran macho, el argentino maula que no fue capaz de alzarse a una francesita en Pars, anoche se haba convertido en un vulgar violador. Por miedo, por terror. Y haba asesinado dos veces; no importaba que ahora Araceli resucitara o lo que fuere. Sentido comn... qu era eso? Slo tena sentido del pavor. No le haba pasado, antes, con muchas mujeres? Caray, con todas, si cada mujer que haba conocido en su vida haba significado un minuto de terror, de pnico insoluble. Quiz eso era el machismo, ese segundo de espanto que sentimos cuando enfrentamos a la mujer. El instante de terror que nos produce reconocer su sensatez, su aparente fragilidad (lo que nosotros queremos ver como fragilidad), su intrnseca posibilidad de anclaje en una estabilidad que los hombres no tenemos. Porque, quiz, lo que nos diferencia no es slo la tenencia de un miembro unos y de vaginas otras; lo que nos diferencia es la imposibilidad de aceptar y reconocer la diferencia. He ah lo que rechazamos en el otro sexo. Y por qu pensar todo esto ahora? Porque el horror no era siquiera la muerte, sino la vergenza de haber sido un violador? Porque de pronto deba admitir que no se atreva a salir de su cuarto, puesto que se senta francamente un prototipo lombrosiano? O porque ya, ntimamente, se saba incapaz de toda ascendencia moral? O es que el honor era, noms, una supersticin, como sugiri Dostoievski? Qu era el honor de un hombre, sino el reconocimiento de su humildad, de su pequeez infinita, inmensurable: qu era sino el abatimiento del narcisismo? Entonces, l no tena honor; no era honrado, ni siquiera un hombre. Todos los siglos de la humanidad, de ese afanoso procurar distinguir el bien del mal, se le vinieron encima. Sin embargo, se levant de la cama, se puso una camisa y un pantaln y se orden salir. Pero enseguida debi admitir que no se atreva a abandonar su cuarto. Todava no. Volvi a pensar, entonces, que esa comprobacin de ser "menos asesino" era absurda, una estupidez, porque el mdico... Y si tampoco
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haba muerto? Se alarm, advirti el brinco de su corazn, busc algo en algn lado. Qu era peor, ahora que estaba metido hasta el tutano en este baile? Pero no, Tennembaum era seguro que haba muerto; l haba visto el Ford con la cabina hundida y las ruedas girando, y el tipo estaba desmayado. Tena que haberse ahogado. S, eso era seguro. Pero entonces, si Araceli hablaba... todo sera peor. Y ya no caba ni pensar en huir a Paraguay. Escuch nuevamente la voz de su madre, que se acercaba, y enseguida vio que abra la puerta del dormitorio y se asomaba. Che, Ramiro, te est esperando esa chica. Ya voy, mam. Ella se qued mirndolo, con lo que a l le parecieron sombritas de duda en los ojos. Un destello extrao, indefinible. Nervioso, pregunt: Cmo est el da? Cmo quers que est, mi querido? Como siempre: caluroso, hmedo, el sol nos va a matar. Ramiro busc un cinturn y se lo cambi. Luego se sent en la cama y empez a ponerse las medias y los zapatos despaciosamente. Nos van a matar otras cosas, mam. Qu ests diciendo? No me hagas caso, me siento horriblemente. Te traigo una aspirina? Ramiro ri, una carcajada breve, amarga. No hay aspirinas para lo que me pasa, vieja; no hay remedio. Ella tambin se ri, nerviosa. Vaya, ste se levant dramtico, hoy como si le hablara a la pared, alguien que estuviese ah, instalado en los ladrillos, en la cal y en la pintura. Luego sali rpidamente. Apurate querido dijo al cerrar la puerta. Ramiro termin de vestirse dicindose que al menos una cosa tena clara: Araceli no deba hablar. Antes de salir del dormitorio, cerr los ojos y se recomend calma; cualquiera que fuese la idea de esa muchacha, l deba estar sereno. Ya vera cmo silenciarla. Ella estaba sentada en el living, en un silln. Vesta un pantaln azul, un jean gastado que le apretaba las caderas y los muslos. Llevaba una camisa a cuadros, de hombre, que le quedaba grande, y el pelo recogido en un rodete. El flequillo le ocultaba los ojos, o era que haban perdido el brillo. Tena una pequea magulladura en el pmulo derecho. No pareca ni triste ni asustada. Hola dijo Ramiro, mirndola fijamente. Hola respondi ella, y se puso de pie, se acerc a l y le dio un beso junto a la boca. Ramiro pestae y se sent en el silln, junto a ella. Desde la cocina se oa el ruido de su madre, preparando algo, seguramente su desayuno: caf con leche y galletitas.
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Cmo ests? Bien ella hablaba sin quitarle la vista de los ojos. Estaba hermosa. No s qu decirte, Araceli... y de veras no saba; ella lo escuchaba, en silencio, magnetizada ante su presencia y sus palabras. Anoche me volv loco. Quisiera que me disculpes si estuve brutal, sabs? Es tonto que te lo diga, chiquita, pero... no quise hacerte dao. Ella lo miraba. Ramiro era incapaz de definir qu haba en esa mirada. Cmo viniste? Me trajo mam. Y dnde est ella? Buscando a pap; anoche desapareci. Y sabe dnde buscarlo? Se habr emborrachado, como siempre; debe estar en lo de algn amigo. Ah Ramiro se tranquiliz un poco; todava no haba aparecido el cadver. Decime... hablaste con tu mam de lo de anoche? Ella se sonri. Lo mir fijo, y a Ramiro le parecieron unos ojos bellsimos: enormes, muy negros, con el brillo recobrado. La piel aceitunada, y an ese moretn en el pmulo, le daban a ese rostro delgado un aire de madonna renacentista. Le dijiste? Cmo cres eso? le dijo apenas moviendo los labios, carnosos, hmedos, sin dejar de mirarlo. Se quedaron en silencio. Era una situacin embarazosa, y Ramiro le exiga a su cerebro una velocidad que no tena. Dame un beso pidi ella, con la voz aniada. l abri los ojos todo lo grandes que pudo. Su cerebro era el de un mosquito. Ella cerr los ojos y acerc su cara, con la boca entreabierta, para recibir el beso, y Ramiro se dijo que no era posible que fuese tan inocente y tan hermosa. Pero a la vez, alejando apenas su torso, sinti que haba algo provocativo, pecaminoso, abominable, que le produjo miedo. En ese momento son el telfono, y Ramiro dio un brinco. Su madre atendi antes que l. Es para vos, Ramiro. Juan Gomulka. Ramiro agarr el tubo. Se mordi el labio inferior, pensativo, antes de responder: Hola, Polaco... Hermano, esta tarde voy a necesitar el coche. A qu hora lo paso a buscar? Eh, s, Polaco, estee... Qu te pasa, che? No, es que recin me levanto, sabs? Pero... No, lo que sucede es que no lo tengo, se lo llev... no quera decir el nombre. A quin se lo diste, che? alarmado, Gomulka.
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Al doctor Tennembaum no tena opcin; a don Braulio. Puta madre, che, te lo prest a vos! Y ahora decime que encima estaba borracho! S, hermano, como un beduino. Disculpame. Pero ese tipo vive en pedo, che. Cmo mierda me hacs esto? Vos sabs que yo soy manitico de mi Ford! Disculpame, Polaco. Voy a ver si lo busco y te lo traigo ahora mismo. A qu hora lo quers? A las seis. Voy a ir a tu casa y colg, furioso. Ramiro se dirigi a la cocina, y le pidi a su madre que les llevara caf. Y vos, de qu tens que hablar con esa chiquilina? Es que quiere estudiar abogaca. Y anoche me pidi que le contara de Pars... Abri la heladera, como buscando algo. El asunto era no tener que mirar a su madre a los ojos. Pero saba que ella esperaba una respuesta ms convincente. Pobre agreg Ramiro, estas pibas provincianas creen que Pars queda aqu a la vuelta, y que cualquiera va. Y sali de la cocina, sintindose un miserable por lo que acababa de decir. Regres a la sala y se sent en otro silln, enfrente de la muchacha. Ella no dejaba de mirarlo. Pareca un animalito, un gato, eso, tena la curiosidad de un gato. Y el mismo sigilo. Para qu viniste? Tena que verte en voz baja, tmida, endemoniadamente seductora. Yo no quise hacerte dao y se sinti idiota, cmo le deca eso? Era como preguntarle por qu no se haba muerto. Cmo carajo hizo para no morirse. O por qu no le avis que no estaba muerta. Todo hubiera sido distinto. Sinti rabia. Pero ella dijo, siempre mirndolo: No me hiciste dao. Me gust. Y quiero hacerlo de nuevo; quiero que vengas esta noche y entonces baj los ojos, como mirndose la vagina. Ramiro tambin mir.
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XI
La madre trajo los cafs y coment que haca demasiado calor, peor que anoche, Dios mo no se puede estar, y luego pregunt por los padres de Araceli y dijo algo sobre la entraable amistad del finado con el doctor. Eran otros tiempos, claro, y despus pregunt a Ramiro qu quera que le preparara para comer al medioda, as iba a hacer las compras. l respondi que no saba si comera en casa, que no se preocupara, y ella coment, para Araceli, pero ms para s misma, que Ramiro la tena abandonada, que despus de tantos aos de faltar no paraba ni un minuto en casa, claro que ella comprenda, imaginate querida, porque para eso son las madres, para comprender a los hijos, y fjate que todas las noches est llegando tardsimo y duerme muy poco, te vas a consumir, mi querido, y sirvi los cafs. Mam, y anoche, me escuchaste llegar? pregunt l, con tono casual. Ay, s, eran como las cuatro. No te digo, querida? Ramiro sinti alivio; slo lo haba odo cuando entr a buscar sus cosas. Ella ofreci unas galletitas, que rechazaron, y sali del living diciendo que se iba al mercado y vuelvo en un rato y si viene Cristina que empiece a pelar las papas para hacerlas al horno y contale de Pars, nene, qu maravilla la Torre Eiffel. Bebieron en silencio y la escucharon salir. Entonces, Araceli se recost contra el respaldo del silln y descruz las piernas. Ramiro la mir, excitado, porque la respiracin de ella pareca levemente agitada y alzaba sus pechitos; Araceli empez a jugar con el botn de su camisa que estaba exactamente sobre el seno. Se miraron. Los dos respiraban, sibilantes, nerviosos, con las bocas abiertas. Hacmelo dijo ella, con voz de nia. Ahora.
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XII
Al medioda, Carmen Tennembaum pas a buscar a su hija. Vesta un traje sastre de lino azul y una blusa blanca con volados. Tena la cara demacrada y pareca olvidada del calor; las ojeras y el rimmel corrido no los produca la temperatura sino el llanto. Esa mujer haba llorado mucho. No lo encontramos, Mara dijo a la madre de Ramiro, pasndose un pauelito por la nariz, no s qu pensar, estoy desesperada. Vamos, Carmen, andar por ah. No es la primera vez la calm Mara, sin conviccin. No fue a la polica, seora? terci Ramiro. Todava no. Tengo miedo de ir. Araceli se apart del grupo y se acerc al 504 de los Tennembaum. Qu hicieron anoche, Ramiro? pregunt sonndose los mocos. En realidad, nada. Don Braulio me invit a tomar algo, pero yo no acept. El coche ya se haba compuesto, posiblemente slo se haba ahogado, y me pidi que lo trajera a Resistencia. Se subi y... la verdad, no pude impedirlo. Siempre es as. Cuando se le pone una cosa en la cabeza... Y entonces vinimos y me dej en casa. Me pidi el coche y, otra vez, no pude negarme. Incluso, ahora estoy preocupado porque ese auto no es mo, usted sabe, y no s qu le voy a decir a Juan Gomulka. Y a qu hora salieron? No s, habrn sido como las tres de la maana. Yo no poda dormir por el calor titube, forzndose a no mirar a Araceli, que estaba recostada contra la puerta del 504 y los miraba y decid levantarme y salir. Me lo encontr afuera, muy... Borracho. S. Qu calvario, Dios mo... pareci que iba a llorar de nuevo, pero se recompuso rpidamente. Bueno, nos vamos. Voy a seguir buscndolo; todava me falta pasar por lo de Romero y lo de Freschini.
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Y se dirigi al Peugeot, y ella y Araceli subieron. Cuando se marcharon, la muchacha lo mir con su mirada lnguida y lo salud con la mano. Ramiro se dijo que no entenda nada. Despus se recost sobre su cama, para meditar. Estaba nervioso, tena mucho miedo. De hecho, no era posible mantener por demasiado tiempo la incertidumbre; tambin los temores de los dems eran una forma de presin sobre l. Y a las seis ira a su casa el Polaco Gomulka y qu le iba a decir. Gomulka era un manitico de su Ford del 47, y encima, se dijo Ramiro, un manitico pobre, no un coleccionista rico. ste es de los peores. Seguro, Gomulka movilizara a la polica en procura de su coche; perder su amistad, ciertamente, era lo de menos. Pero eso no era todo, pens, fumando en la semipenumbra de la habitacin, donde el calor apenas pareca atenuarse. Quiz l deba ir al puente y ver exactamente cmo haba quedado el coche. Por qu no lo haban descubierto? Una sbita creciente del ro era absolutamente improbable; el Negro es un ro prcticamente muerto. Y l haba visto, aunque estaba muy oscuro, que las ruedas giraban en falso sobre la superficie del agua. Suelo pantanoso y que se hubiera hundido lentamente, despus? Lo crea difcil, pero no era imposible. Quiz deba ir, pero le horrorizaba la idea. Adems, por supuesto, necesitaba una muy buena, excelente excusa para pasar a esa hora de la siesta puesto que ira despus de comer por aquel lugar, en las afueras de la ciudad. No tena ninguna excusa, ni buena ni mala. Y no tena coche; por lo tanto deba pedir prestado otro, o ir en un taxi, lo que era ridculo. Pero, y si la polica ya haba descubierto el Ford y el cadver y lo estaban esperando? No, por qu lo iban a esperar a l? Bueno, y por qu no? A esa hora ya era posible que hubiesen ido a Fontana, y Carmen les habra informado que l, Ramiro, haba sido la ltima persona que estuvo con Tennembaum. Y adems de todo eso, Araceli. Qu chica, mi Dios. Pero era peligrosa como mono con gillette. Y no lograba entenderla. Nunca entendera a las mujeres. Siempre se haba dicho que eso era lo bueno, su imprevisibilidad, pero ahora eso mismo lo desesperaba; comprenda que se haba sido un criterio machista. Lo que verdaderamente no entenda era la condicin humana. Y qu era eso?, se pregunt. Cmo poda ser tan petulante como para abarcar toda la dimensin de horror que caba en un ser humano? Porque, pensaba, mirando el patio, a travs de la ventana del comedor, acaso la condicin humana no era una demostracin de lo infinito? De qu no era capaz el hombre? Es que alguien poda creer que existan los lmites? Su propio caso era un buen ejemplo. Sinti asco de s mismo, un agudo remordimiento que a la vez se le mezclaba con una espantosa vanidad creciente. S, qu coo, l burlara a todos y saldra de sta. Aunque fuera porque no le quedaba otro camino. Ya no reconoca lmites; era capaz de cualquier accin. Y aunque algo imprecisable le reprochaba esas ideas, por ominosas, no poda dejar de sentirse orgulloso.
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S, la condicin humana tambin era esa maravillosa capacidad de afrontar cualquier situacin. De modificarlo todo. Ah, pero vanidad y horror son mala mezcla cuando andan juntas, se dijo. Ah, si no fuera por esa maldita ansiedad que senta... Casi no pudo comer, y se mantuvo en silencio. Cristina, su hermana, habl durante el almuerzo de su aversin por los alcohlicos, luego de que su madre coment la desgracia de Carmen de tener un marido borracho. Ramiro pens maldita puritana, no sabe nada de nada pero ella opina, siempre son los ignorantes los que opinan. Ests raro dijo su madre un par de veces, mientras coman. l asinti y dijo cualquier cosa, para salir del paso. Te sigue doliendo la cabeza? Cundo me doli la cabeza? Esta maana, cuando te levantaste. Dijiste que te sentas mal. No me hagas caso. Tuve un mal sueo repens sus palabras y agreg, irnico: Fue una pesadilla, pero ya va a pasar. Las dos mujeres levantaron los platos sucios, mientras l pelaba una naranja que no comi. En la cocina, Cristina hizo un comentario sobre lo linda que estaba Araceli; dijo que se preguntaba si ya tendra novio, porque vos sabs, mami, las chicas de ahora empiezan temprano. "Ella opina; la estpida tiene veintids aos pero opina" pens Ramiro. Se pregunt si senta celos. Sonri a nadie y se dijo que la condicin humana era la imbecilidad de la gente. Despus le sirvieron un caf. Lo estaba tomando, cuando son el timbre de la puerta de calle. Cristina fue a atender. Volvi con una mueca de preocupacin y los ojos entrecerrados. Ah afuera hay un patrullero. Un polica pregunta por vos, Ramiro...
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TERCERA PARTE
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No somos de la clase de gente que traga camellos slo para hacer esfuerzos en los retretes. NATHANAEL WEST Miss Lonelyheart
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XIII
El Falcon entr a la jefatura de Polica y se estacion en el pequeo patio interior. Haba otro patrullero estacionado, una camioneta con rejillas en la puerta trasera y otros dos Falcon, verdeclaros, sin patentes y con antenitas de radiocomandos. Ramiro reconoci esos temibles coches de los agentes parapoliciales. Lo hicieron pasar a una pequea oficina que estaba al final de un pasillo. Slo tena una puerta, que daba a la galera que enmarcaba el patio del edificio, que Ramiro record que haba sido, muchos aos atrs, la casa de gobierno del entonces Territorio Nacional del Chaco. Era un ambiente muy pequeo; todo el mobiliario eran dos sillas, un escritorio con una mquina de escribir viejsima, una "Underwood" cincuentenaria, y un almanaque de "Casa Amarilla" en la pared. Eso era todo. El sargento que lo acompa hasta all se qued en la puerta, fumando, y pocos minutos despus se retir, cuando entr a la habitacin un sujeto alto, flaco, de pelo corto pero ms largo que lo habitual en los policas del rgimen militar. Vesta un pantaln azul y camisa celeste de mangas largas arremangadas, y una corbata con el nudo descorrido. El saco del traje lo haba dejado en otro lado. Mucho gusto, doctor Bernrdez le dijo, tendindole una mano. Ramiro le dio la suya y asinti con la cabeza. Se haba recomendado extrema prudencia y no pensaba hablar sino lo indispensable. Mire, voy a ir al grano, doctor: espero que disculpe que lo hayamos molestado, pero hemos encontrado el cadver de una persona amiga suya, el doctor Braulio Tennembaum... hizo una pausa, para encender un cigarrillo, y lo observ fijamente por encima del humo. El cadver? repiti Ramiro, con voz aflautada, sosteniendo la mirada del otro y quedndose con la boca semiabierta. As es. Parece haber sido un accidente, pero usted comprender que tenemos que verificarlo. Fuma?
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S, gracias Ramiro tom el paquete y extrajo un cigarrillo. Estaba muy nervioso y se permiti estarlo. Fingira una fuerte impresin: mejor, se dijo, que el otro lo creyera. Dnde fue? Qu tipo de accidente? Encontramos el cuerpo dentro de un Ford de 1947. Aparentemente perdi el control y se cay a un brazo del ro Negro, en la ruta 11. Y tenemos ent... Carajo lo interrumpi Ramiro meneando la cabeza. Qu pasa? Todo pasndose la mano por los cabellos, como desesperado: yo soy amigo de la familia y supongo que ustedes me buscaron por eso. Anoche estuve cenando con ellos. Pero adems ese coche me lo haban prestado a m. Y que a uno lo busque la polica en estos tiempos... Le parece poco? Nos interesara que nos diera algunas informaciones. S, claro Ramiro segua fingiendo azoramiento. Y acaso pena, pens, dolor, porque despus de todo, la situacin, la suya, era completamente dolorosa. Comprendo su impresin, pero tengo que hacerle unas preguntas. Pregunte noms, seor... Almirn. Inspector Almirn. Qu quiere saber, inspector? Tenemos entendido que usted fue la ltima persona que estuvo con l. Supongo que s. No s con quin estuvo despus. Quisiera que me explique, lo ms detalladamente, qu hizo usted anoche. Ramiro hizo silencio, dicindose que dudar un poco no le vena mal; tampoco era cuestin de desembuchar enseguida su discurso. Almirn agreg: Entienda, doctor, que esto es casi rutinario subray el "casi". S, s, estoy recapitulando... Bueno, vea: fui invitado a cenar por los Tennembaum. A eso de la medianoche, me iba a retirar pero el coche, el Ford que usted menciona, que me lo haba prestado un amigo, Juan Gomulka, no quiso arrancar. Supongo que se habr ahogado, no s. Entonces, me invitaron a dormir en Fontana; el mismo Tennembaum insisti en que poda descomponerse el coche en el camino. Me pareci razonable porque era muy tarde, ms de la medianoche. Me qued, pero no poda dormir. El calor, usted sabe, es infernal tambin en las noches y yo vengo del invierno europeo... Y no era mi cama, no s, el caso es que decid intentar si arrancaba el coche... Recuerda a qu hora fue eso? S... Bueno, no exactamente, pero habrn sido como las dos y media o tres de la maana. Contine, por favor. Afuera, justo cuando consegu poner en marcha el coche, apareci el doctor Tennembaum. Me dio un buen susto, incluso, porque cre que l dorma. Me invit a tomar un vino, l estaba... bastante, muy borracho, y no acept pero l se subi al auto y me pidi que lo llevara a Resistencia. No pude negarme,
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usted sabe, no quise contrariarlo tanto; la gente, cuando est tomada... Qu sucedi luego? Almirn no le quitaba los ojos de encima. Bueno, yo me descompuse. Del estmago, pero no por el alcohol. Y par el coche para vomitar. Apareci un patrullero y nos identificamos. No s a qu hora habr sido eso. Y despus, llegamos a mi casa y Tennembaum me pidi el coche prestado. Otra vez no pude negarme, de lo que ahora me arrepiento. Pero no pude. l estaba nervioso, pesado. Y se fue. El patrullero los abord a las tres y veinticinco dijo Almirn, y Ramiro se pregunt si con tal precisin pretenda intimidarlo; hacerle saber que estaban confirmando detalles. Y dnde lo dej l? En mi casa. Le dijo adnde pensaba ir? A La Estrella. Recuerda a qu hora se despidieron? No, pero calculo que habrn sido cerca de las cuatro de la maana. Quiz un poco ms. Yo estuve leyendo un rato, no s cunto tiempo, y apagu la luz a las cinco en punto. De eso me acuerdo porque mir... Segn el forense, Tennembaum muri alrededor de las cinco y media de la maana. Qu haca usted a esa hora? Dorma, naturalmente Ramiro sonri. No s si podr probarlo, inspector. Estoy entre sus sospechosos, verdad? Yo no dije que Tennembaum haya sido asesinado. Simplemente, estamos comprobando los hechos. Entiendo e inmediatamente agreg: Inspector, yo s que el que interroga es usted, pero djeme hacer un par de preguntas: Cree que esto puede tener que ver con la subversin? No. No lo creo Almirn hizo un gesto de descarte con la mano. Entonces, para este cretino no es nada grave, se dijo Ramiro, qu pas: un asesinado no es importante. Los galones los ganan contra los subversivos. Almirn lo mir, interrogativo. Y la otra pregunta? Qu? Usted dijo que me hara un par de preguntas. Ah, s. Cree que Tennembaum pudo haberse suicidado? No lo s. No encuentro el motivo. Pero tampoco me parece un accidente pens un momento, como dudando si deba decir lo que iba a decir. Y lo dijo: Hay huellas de que el coche estuvo estacionado a un costado de la ruta. Ni un suicida se detiene a repensarlo a ltimo momento, ni mucho menos un borracho programa un accidente, cien metros antes de chocar. Y entonces? La otra opcin es que lo hayan asesinado, pero usted dijo que no piensa que Tennembaum haya sido asesinado. Tampoco dije que piense lo contrario. Entiendo.
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Almirn se puso de pie. Lo van a llevar a su casa, doctor, y disculpe la molestia. Le ruego que no salga de la ciudad sin avisarnos. Supongo que no tiene nada que agregar, no? Alguien que lo haya visto, alguna otra cosa que haya hecho... Ramiro pens un segundo. Record al camionero, pero ya no tena retorno en su mentira. No dijo. Nada que agregar.
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XIV
Antes de las seis de la tarde, Ramiro habl con Juan Gomulka, quien pareca estar de buen humor, escuchando a Len Gieco despus de dormir la siesta, segn le cont. Pero su voz, y su alegra, desaparecieron cuando Ramiro le explic que su coche deba estar destrozado en un corraln policial. Grit, insult, dijo que as se acababa una amistad, que haba sido un abuso de confianza. Ramiro lo escuch lamentarse, respondi a todo que s y prometi pagarle los daos, en cuanto pudiera. Gomulka jur que no habra dinero en el mundo para pagarle el dao moral, pues ese Ford haba sido restaurado con sus propias manos y con piezas originales, no te lo voy a perdonar nunca, me quiero morir. Ramiro colg el tubo y se dio una ducha de agua fra. Luego se visti y camin hasta la terminal de mnibus. Tomara un colectivo que lo llevara a Fontana; no poda dejar de hacerse presente en el velatorio de Tennembaum. Despus encontrara alguien que lo trajera de regreso, o tomara otro mnibus, y dormira veinte horas seguidas. No poda hacer otra cosa, respecto del crimen, que cruzar los dedos mentalmente. Haba mucha gente, y todos comentaban la horrible muerte que encontrara el doctor Braulio Tennembaum, ese lugar comn. Como si hubiese muertes que no son horribles, pens Ramiro. No faltaban los que especulaban que poda haber sucedido otra cosa, y con "otra cosa" aludan a las posibilidades de que se tratara de un crimen, o de un suicidio. Todos parecan descartar el accidente y eso los excitaba. Ramiro se sinti realmente incmodo cuando observ que ante su presencia los comentarios disminuan en intensidad. Pero tambin se dijo que quiz era su propia paranoia la que lo haca pensar eso. Y cuando subi la escalera de la casa, bordeando el living donde haban instalado el fretro ya cerrado, con el cuerpo de Tennembaum dentro, se dijo que nunca como en ese momento quera ser un tipo fro y prudente como Minaya lvar Fez, "el que todo lo hace con precaucin". Arriba, no se atrevi a ver a la viuda y pens "al carajo con Minaya" en el momento en que Araceli lo
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vio aparecer y se dirigi, resuelta, hacia l. Llevaba un vestido muy liviano, negro, entallado en el torso y de falda acampanada y por debajo de las rodillas. Con el pelo negro, recogido, pareca salida de un cuadro de Romero de Torres. Ramiro se pregunt cmo era posible tanta belleza y, a la vez, tanta malicia en su mirada cuando lo bes. Tena trece aos, pero caray, cmo haba crecido en las ltimas horas. Sinti miedo. Cuando se hizo noche cerrada, el calor ya era insoportable. Mucha gente se retir y, en su dormitorio, la viuda no dejaba de llorar. Ramiro se preguntaba si era ya la hora de irse, cuando Araceli lo tom de un brazo, con aplomo, y le dijo: Llevame a caminar. Se alejaron de la casa, por el camino de tierra, y Ramiro se obstin en su silencio, sintiendo algunas miradas en su espalda, dicindose que era una imprudencia. Pero al mismo tiempo se reprochaba su paranoia, porque la gente no tena por qu pensar nada malo de una muchacha de slo trece aos a la que se le acababa de morir el padre, ni de l, a quien seguramente vean como un hermano mayor, que haba estudiado en Pars y recientemente retornado al Chaco. Mir de reojo a Araceli. Esa muchacha era casi una nia, pero a la que no haba visto soltar una sola lgrima, ni conmoverse, aunque no le faltaban motivos. No tena expresiones, pareca. La noche anterior, se haba resistido y luchado; ahora era de acero. Vino la polica dijo ella, en voz muy baja y sin mirarlo. Lo dijo, como casualmente, mientras caminaba con la vista fija en sus propios pies. Ramiro prefiri no hablar. Nos hicieron preguntas. A m, a mam, a mis hermanos. Lentamente, Araceli se fue desviando del camino. Ramiro mir hacia atrs; ya no se vea la casa de los Tennembaum. Araceli se acerc a un rbol, donde pareca comenzar un sector de matas y arbustos. Ms all, la vegetacin se espesaba y se confunda con la negritud de la noche. Sobre? Queran saber a qu hora salieron ustedes. Vos y pap. Y? Nadie supo decirles. Vos tampoco? Tampoco. Y qu dijiste, vos? Araceli se recost contra el rbol, cuyo tronco tena una leve inclinacin. Respiraba agitadamente. No te preocupes. Se pas las manos por los muslos, suave, sugerentemente, de arriba hacia abajo. Su respiracin se hizo ms fuerte; aspiraba con la boca abierta. Ramiro reconoci que se excitaba.
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Ven dijo ella, alzndose la pollera. Al leve brillo de la luna, sus piernas aparecieron perfectas, torneadas, de un bronceado mate, y Ramiro sinti que se iba a correr cuando vio que ella no tena nada bajo el vestido. Su pubis estaba mojado. Flexion las piernas, y Ramiro penetr en ella, con un ronquido animal, diciendo su nombre, Araceli, Araceli, por Dios, me vas a volver loco, Araceli. Se movieron bestialmente, abrazndose, fundidos como cobre y nquel, con caricias brutales. Las manos de ella se clavaban en su espalda y Ramiro senta tambin su lengua y sus dientes mordindole una oreja, lamindolo, ensalivndole la piel del cuello, mientras geman de placer. Cuando acabaron, se quedaron as, abrazados, escuchando sus respiraciones. Ramiro abri los ojos y vio el tronco del rbol, un enorme lapacho, y en las arrugas de la corteza le pareci encontrar los interrogantes, el terror y la excitacin combinados que le inspiraba Araceli. Porque ah crey descubrir que estaba abrazado a algo maligno, infausto, execrable. Pero tambin vio que algo siniestro haba en su propia conducta: l haba corrompido a la muchacha. A los treinta y dos aos se senta, sbitamente, acabado, arruinado en su xito social. Presinti el prematuro fin de su carrera, de su incorporacin a la docencia universitaria, de su probable futura nominacin como funcionario del gobierno militar, como juez, como ministro. Todos sus sueos se fracturaban. Y esa chica, esa adolescente, era la que lo arrastraba ahora con una determinacin diablica. Y poda ser su hija. Peor an, poda haberla embarazado. Toda moral se derrumbaba; esto era peor que ser un asesino. No poda contener su propia pasin; todas sus pasiones iban a desbordarse siempre, de ah en adelante, como el Paran cada ao. Araceli era insaciable; lo sera irrefrenablemente. Y l tambin. Cualquier maldad era posible, para ellos, si estaban juntos. El crimen era vivir as, tan calientes, como esa luna que atestiguaba ese abrazo. Se separaron y ordenaron sus ropas, en silencio. Volvieron hacia la casa, caminando con la misma parsimonia con que haban salido. A mitad de camino, desde las sombras, se les acerc una figura. Ramiro se eriz cuando se dijo que alguien poda haberlos visto. Y se paraliz, espeluznado, cuando reconoci al inspector Almirn.
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Buenas noches dijo Almirn. Luego se dirigi a Araceli. Buenas noches, seorita. Ramiro y ella lo saludaron con bajadas de cabeza. Doctor, necesito que nos acompae. A esta hora, inspector? S, por favor y nuevamente mir a Araceli. Vaya noms a su casa, seorita Tennembaum. Araceli obedeci, sumisa, y se alej sin despedirse de ninguno. Ni siquiera dirigi una mirada a Ramiro. Es esto un arresto, inspector? A qu se debe? Le pido que nos acompae y luego hablaremos, en la jefatura. Una cuestin rutinaria, otra vez? Doctor: estamos tratando de ser muy discretos. En este pas, la discrecin no suele ser la caracterstica de la polica, inspector. Acompenos, por favor. Almirn se dio vuelta y fue hacia un Falcon de color gris claro. Ramiro observ que no tena patente. Tambin vio que, del otro lado del camino, sala un sujeto bajo, regordete, enfundado en un lustroso traje de tela sinttica azul marino. Los tres subieron al coche, que era manejado por un tercer polica, un moreno enorme que estaba en mangas de camisa y tena un pauelo hmedo de sudor en la mano. Viajaron a Resistencia en completo silencio. Ramiro prefiri no insistir con sus preguntas ni sus ironas. El ambiente en el Falcon era glido, a pesar del calor de la noche, as que se dedic a mirar la luna, desde la ventanilla. Estaba caliente; todo el pas estaba caliente ese diciembre del 77. Record a Araceli, pens en el lo en que se haba metido y sinti pnico. Cuando arribaron a la jefatura, Almirn y el petiso lo llevaron a la misma habitacin en la que haban estado al medioda. Un foco de cien watts
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iluminaba brillantemente la estancia y produca mucho calor. Lo hicieron sentar en una silla. Almirn tom la otra, adelant el respaldo y empez a mirarse las manos, como indicando que dispona de todo el tiempo del mundo. El otro se qued en la puerta, semicerrada. Mire, doctor dijo Almirn, dando un suspiro prolongado, que quiso ser dramtico, le voy a ser claro: en este asunto hay un montn de cosas que no concuerdan. Cunteme de nuevo, con todos los detalles, qu hizo anoche. Ramiro obedeci. Durante un largo rato, con voz firme, repiti todo lo que ya haba contado. Ampli detalles, narr el encuentro con el patrullero y explic de qu hablaron con Tennembaum: de la amistad del mdico con su padre; de Foucault (Ramiro dio por hecho que Almirn no tena idea de quin era, pero le sirvi para evocar una vez ms su procedencia parisina); y concluy diciendo que su madre poda certificar a qu hora haba llegado a la casa. Cuando termin, se sinti satisfecho de su relato. Quiere que le diga la verdad, doctor? dijo Almirn, asintiendo repetidas veces con la cabeza. Ramiro lo mir, frunciendo el ceo. Creo que todo lo que cuenta es cierto en un 99 por ciento. Me preocupa el uno restante. Ramiro sigui mirndolo, sin responder. Estaba acorralado, pero el silencio era su carta. Simplemente, se mantendra en esa versin. Podra repetirla veinte veces, y de ah no lo sacaran. A medida que la dijera, por otra parte, l mismo se convencera an ms de que as haban sido las cosas. Y si lo acusaban directamente, su respuesta sera la negacin. Negara y negara. Almirn empez de nuevo: Es llamativo que hay ms huellas digitales suyas que de Tennembaum en el coche. En el volante y en la palanca de cambios. El que manej casi todo el tiempo fui yo. Pero segn su relato, usted no tiene por qu saber cunto tiempo manej Tennembaum salt el inspector. Ramiro se dijo que era un idiota. No deba hablar de ms. Usted me dijo que l se estrell o lo que fuera. Tuvo que haber manejado lo suficiente, no? Precisamente, por eso me llama la atencin que haya tan pocas huellas de l. Como si lo hubieran dormido, de un golpe y mir a Ramiro a los ojos, y luego le hubiesen colocado las manos para imprimir sus huellas. Ramiro se encogi de hombros. Pero tena mucho miedo. Trag saliva y mir el foco, para distraerse. Y otra cosa Almirn hablaba despacio, como si estuviera muy cansado. Con cierta resignacin, porque a m me da la espina de que a Tennembaum lo pusieron frente al volante. Usted no vio si l subi a otra persona en el auto, despus que lo dej en su casa? No. Si as hubiera sido se lo habra dicho.
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Claro. Almirn encendi otro cigarrillo. No le convid. Y el forense dice que el cadver tena una magulladura, como un moretn, aqu, en el mentn y se toc el suyo, dndose dos palmadas. Para m que le pegaron para dormirlo, despus lo pusieron frente al volante y echaron a andar el coche. Usted es muy imaginativo; estuvo tentado de decir Ramiro. Pero se haba juramentado a no hablar sino ante preguntas concretas. Sin embargo, alz la cabeza y dijo: Usted est pensando que yo lo mat? Almirn lo mir y se sostuvieron las miradas durante unos segundos. Ramiro se dijo que ese hombre era muy astuto; no tena un pelo de tonto. En algn lugar me da la espina que s, qu quiere que le diga el tipo pareca lamentarse de lo que deca, pero no puedo probarlo. No encuentro el motivo que usted podra tener, aunque... Mire, usted es un hombre joven y brillante, estudi en Francia, eso no es comn por estas tierras. Y regresa en un momento muy especial para el pas. Tengo entendido que va a ser profesor en la universidad, carece de antecedentes, tiene muy buenas relaciones, contactos, no est contaminado por todo lo que est pasando... Adems, hemos comprobado su vieja amistad con la familia Tennembaum. Entonces no me explico por qu razn querra matar a ese mdico pueblerino. Aunque... Qu relacin tiene usted con la seorita Tennembaum? Ramiro debi reprimirse para no dar un brinco en la silla. Pero sinti que debajo suyo sus msculos se contraan. Pens, para s, que podra cortar un alambre con el culo. Somos amigos. De la familia. Cuando yo me fui del Chaco ella era muy chica. Slo volv a verla anoche. Est muy linda, no? Almirn lo miraba, alzando una ceja. No sonrea, pero a Ramiro le pareci que s. S, muy linda.
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Otra vez se quedaron mirndose, durante unos instantes, hasta que Ramiro se reproch que era estpido seguir hacindose el valiente. Deba aparentar naturalidad, pero no la encontraba. No poda encontrarla. Al menos, se recomend, se hara el fastidiado: cruz las piernas y se recost en el respaldo. Hay una persona que quiere hablar con usted dijo Almirn. Y se puso de pie y llam al petiso. Le hizo una sea con la cabeza, que el otro entendi. Se fue, casi corriendo. Ramiro se asust. Su corazn lata apresuradamente. Enseguida lleg un hombre de estatura mediana, muy delgado, ms que Almirn. Deba tener unos cincuenta aos. Vesta un pantaln de hilo color crema, una camisa a rayas celestes y blancas impecablemente planchada y luca un pauelo de seda en el cuello. Era un tipo bronceado, de los que llevan muy buena vida, y sobre el labio superior, muy carnoso, se montaba un pequeo bigote con algunas canas, que hacan juego con las de las patillas. En el anular izquierdo llevaba un enorme anillo de sello, de oro macizo. Sabe quin soy? No tengo el gusto. Teniente coronel Alcides Carlos Gamboa Boschetti. Ramiro alz una ceja. No le dice nada? No, lo siento. Claro, usted es nuevo, acaba de llegar. Yo soy el jefe de Polica de la Provincia. El tipo pareca fascinado consigo mismo. Mucho gusto dijo Ramiro. El hombre asinti varias veces. Despus estir los labios hacia adelante, mientras se acariciaba el mentn. Est usted en un problema muy serio, doctor Bernrdez. Me doy cuenta, pero qu quiere que le haga. Ya dije dos veces lo que tena que decir, y parece que el inspector Almirn no me cree.
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se no es el tema dijo el militar, en tono confianzudo, casi amistoso; y suspir: Se lo voy a poner muy clarito: nosotros sabemos que usted mat al doctor Tennembaum. Podra darnos ms o menos trabajo probarlo, pero eso es lo de menos. Si ac la polica quiere probar algo, lo hace y listo, me entiende? Porque no vaya a pensar que ac estamos en Francia, doctor; no, aqu estamos en un pas en guerra, una guerra interna pero guerra al fin. Mhj? De modo que quiero que nos entendamos. Yo no mat a nadie. Mi querido doctor Bernrdez, cuando digo que quiero que nos entendamos, quiero decir que nosotros sabemos que usted lo mat a Tennembaum. No lo estamos suponiendo. No est muy claro por qu lo hizo, y a m, le voy a ser franco, me preocupa poco descubrirlo. Si realmente nos proponemos hacerlo hablar... hizo una pausa usted debe saber que podemos conseguirlo. Tenemos formas... Eh? Ramiro sinti un escalofro. Record las denuncias que haba odo y ledo en Pars, de los exiliados. Nunca haba credo del todo en las barbaridades que se decan. Acorralado, decidi jugarse. Me van a torturar, teniente coronel? Cre que esos mtodos los reservaban para los guerrilleros. O para los que ustedes consideran subversivos. Yo lo pondra en otros trminos, pero no es asunto para discutir con usted. Lo que quiero decir es que... dud un instante es una lstima que tan luego usted se vea involucrado en este crimen. Por qu tan luego yo? Porque esperbamos mucho de usted. No nos sobran hombres preparados y sin contaminacin ideolgica. Qu quiere decir? Voy a ser claro nuevamente, doctor: usted no est siendo admitido en la universidad slo por sus estudios, ni por sus ttulos. En el proceso en el que estamos empeadas las fuerzas armadas, ello no es posible, sin nuestro consentimiento. Usted viene a ser lo que yo llamara un hombre de reserva, una persona en estudio. Que nos interesa mucho. Y hasta ahora sus antecedentes son impecables. Se da cuenta? Y este..., digmoslo, este asesinato enturbia todo. Por eso quiero que nos entendamos, y se lo voy a decir de una buena vez, si usted confiesa, podemos ayudarlo. No creo entender lo que me propone, an en el caso de que yo fuera el asesino Ramiro luchaba por no cerrar los puos, por no aferrarse a la silla; estaba aterrado. Digo que si confiesa podemos arreglar las cosas. Atenuarlas en todo lo posible subray el todo. Usted se imagina que en cualquier crimencito, de los que ac suceden cada muerte de obispo, no viene el jefe de polica a hablar con el sospechoso, no? Se dar cuenta que yo tengo otros asuntos que atender, de orden poltico, de inters nacional. De modo que si yo vengo a verlo es porque usted nos interesa. Nos interesa usted; no ese borracho. Y porque
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puedo ayudarlo. Quiero ayudarlo. Me entiende? Yo no mat a nadie. Carajo, Bernrdez! se acomod el pauelo del cuello. Todo lo que tiene que hacer es confesar, y sale derecho. Yo lo arreglo. Y despus charlamos, porque nosotros estamos empeados en un proceso de largo plazo, entindalo. Un proceso en el que el verdadero enemigo es la subversin, el comunismo internacional, la violencia organizada mundialmente. Nuestro objetivo es exterminar el terrorismo, para instaurar una nueva sociedad. Y si le pido que confiese es porque tambin debemos ocuparnos de cualquier crimen, cualquiera sea su causa, porque necesitamos construir una sociedad con mucho orden. Pero se trata de un orden en el que no podemos permitir asesinatos, y menos por parte de gente que puede ser amiga. Me entiende? Y adems, un asesinato es una falta de respeto, es un atentado a la vida. Y la vida y la propiedad tienen que ser tan sagradas como Dios mismo. Pero yo no mat a Tennembaum. Y tampoco s si colaborara con ustedes. Eso habra que verlo. Porque en este pas, ahora, o se est con nosotros o se est contra nosotros. No hay neutrales. Ramiro hizo silencio. Gamboa Boschetti se acomod el bigote con las dos manos, una para cada lado. Despus sac de un bolsillo un pauelo perfumado, con olor a lavanda, y se sec la frente. Luego volvi a hablar, en torno amistoso: Mire, ahora el asunto es que usted confiese buenamente, y nosotros arreglaremos las cosas del mejor modo posible. Obviamente, no querramos que usted quede manchado. Ramiro se mora de ganas de preguntar qu pasara en caso contrario, si no confesaba, pero eso hubiera sido delatarse. Estaba asombrado del discurso de ese hombre pulcro, seductor, confianzudo. Pero el miedo segua siendo su sentimiento principal y, curiosamente, su mejor carta para seguir en silencio. Volvi a decirse que no podan probarle nada; era un hecho que mientras no encontraran un motivo, es decir, mientras no supieran lo sucedido con Araceli, no podran sostener una acusacin de asesinato. Probablemente l era la ltima persona, en el Chaco, que poda tener motivos para matar a Tennembaum. Claro que ms tarde debera hablar con la muchacha sobre una necesaria discrecin, pero se era otro tema. Adems, aunque ella lo enloqueca de excitacin, no estaba seguro de que quisiera seguir esa relacin. Pero todo eso quedaba para despus. Ahora, seguira negando, si bien Gamboa Boschetti haba sido claro en su amenaza de hacerlo torturar. Qu me dice? pregunt el militar. No s qu espera que le diga, teniente coronel. Va a confesar? No tengo nada que confesar. Es testarudo, eh? el tipo pareca divertirse con ese asunto. Pero mire que nosotros tenemos otras cartas para hacerlo hablar, Bernrdez. Y no slo las
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que usted se imagina; sas pueden esperar... Tenemos un camionero, por ejemplo...
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Ramiro volvi a sentir el fruncimiento debajo suyo. El corazn pareci detenrsele. Pero como ya estaba tenso, pens que no aparentara estarlo ms por el golpe bajo del militar. Si le hubiesen medido la adrenalina en ese momento, se dijo, casi habra suplantado a la sangre. Paralizado, trat de no respirar, mientras Gamboa indicaba que trajeran al testigo. El hombre entr a la oficina, seguido de Almirn. Era ms bajo que lo que Ramiro haba pensado, pero igualmente fuerte y musculoso. Sus brazos eran impresionantes y el tatuaje un corazn con iniciales. Vesta una camisa de brin, de mangas cortas, un jean gastadsimo y alpargatas. Llevaba en la mano un sombrero tirols, de tela impermeable y con una plumita al costado, absolutamente ridculo para esa noche tan caliente de verano. Tena miedo, se notaba que tena miedo de estar en la jefatura de Polica. Buenas dijo, con voz melindrosa. Gamboa, desde el escritorio en que segua sentado, y sin dejar de mover una pierna, le espet: Conoce a este hombre? sealando a Ramiro. El tipo manose el sombrerito que tena contra su estmago. Encogi un poco los hombros y mir a Ramiro, estudindolo. ste tambin lo mir, dicindose perdido por perdido, estoy jugado. Alz el mentn, con cierta altanera, y confi en que su aspecto de universitario, con ropa limpia y bien peinado, poda amilanar al camionero. No estoy seguro. Prese orden Gamboa a Ramiro, con voz seca. Ramiro se puso de pie. D una vuelta al escritorio. Ramiro lo hizo. Gamboa volvi a dirigirse al camionero. Y, lo reconoce? Es parecido, seor, pero... la verdad, no estoy seguro. Estaba muy oscuro y yo vena distrado. Carajo, estuvo sentado un rato al lado suyo, no? Con que sea parecido
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no ganamos nada. Es o no es. El camionero pareca tan aterrorizado como Ramiro. No dejaba de jugar, histricamente, con su sombrerito tirols. Sac la lengua, se la pas por los labios. Quiz si el seor hablara... Diga algo orden Gamboa a Ramiro. No s qu es lo que quiere que diga, teniente coronel Ramiro eligi las palabras y las pronunci con exactitud, casi acadmicamente. Nunca en mi vida he visto a este hombre, y no s qu es lo que usted se propone. Cuando termin, se sinti orgulloso de su discursito. Y? urgi Gamboa al camionero. No, seor, la persona que llev era paraguayo. El seor se le parece, pero no habla como el que llev. Cualquiera imita a los paraguayos intervino Almirn, desde atrs del camionero, que se dio vuelta, asustado como si hubiese escuchado la voz de Dios. Olvdese de cmo habla dijo Gamboa, mirando al sujeto a los ojos, muy framente. Dira que es la persona que llev, o no? Pues... Me parece que era de otra condicin. Este seor... Pudo estar sucio y cansado dijo Almirn. Usted simplemente tiene que decir si lo reconoce o no. Y no tenga miedo, mi amigo, la verdad no ofende. El hombre agradeci con los ojos. S? Gamboa hizo un crculo con el pulgar y el ndice, y lo agit de arriba abajo. O no? Estee... Creo que s, seor. Gracias Gamboa sonri, satisfecho. Que se retire, Almirn. Los dos salieron y Gamboa encendi un cigarrillo. Se puso de pie y camin alrededor de Ramiro. Se detuvo a sus espaldas. Est perdido, Bernrdez.
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XVIII
Despus lo dejaron solo, y l escuch que Gamboa daba rdenes de que a primera hora de la maana se le tomara una declaracin formal, reproduciendo el interrogatorio de Almirn. Ms tarde, el petiso que haca guardia habl algo con un agente de uniforme que entr y se hizo cargo de l. En silencio, y con un trato indiferente, ste lo condujo a la guardia, donde un tercer polica le tom los datos y le pidi la cdula, que deposit en un cajn. Luego, le sacaron el reloj, el cinturn y los cordones de los zapatos. Tambin tuvo que dejar su billetera, y finalmente le revisaron los bolsillos, que estaban vacos. Entonces volvieron al interior del edificio y, despus de cruzar una puerta, lo llevaron a un stano maloliente, donde haba una docena de celdas. El polica abri una y, con un breve cabezazo, le indic que entrara. Despus cerr la puerta, que era de acero compacto y con una mirilla cuadrada en la parte superior. Hizo mucho ruido. Durante todos estos procedimientos, Ramiro volvi a reconocer su miedo y su cansancio. Pens que, no obstante la aparatosidad del jefe de Polica, no deba temer demasiado de la declaracin del camionero. En un tribunal, su afirmacin no era demasiado sostenible. Era obvio que el camionero estaba aterrado y que Gamboa, torpemente, lo haba intimidado. Si lo hicieran jurar ante una Biblia, y ante un juez de instruccin ms o menos imparcial, el tipo expresara sus dudas y su conviccin de que haba transportado a un paraguayo, que en todo caso era muy parecido al acusado. Pero lo que s lo preocupaba era la amenaza velada de Gamboa. No crea, no quera creer, que fueran a torturarlo, pero a cada momento se deca que estaba en el Chaco, en la Argentina de 1977, y que si algo faltaba en ese contexto eran garantas. No vaya a pensar que estamos en Francia, doctor, le haba dicho Gamboa. Bien que lo saba, y de todos modos haba elegido volver. Entre otras cosas, por aquella inexplicable nostalgia sentida en esos ocho aos, por la posibilidad de iniciar una carrera docente en la Universidad del Nordeste, y acaso, aunque no estaba seguro, porque saba que con su currculum no le sera difcil
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encumbrarse polticamente. En ese sentido, Gamboa haba acertado, le gustara o no reconocerlo, en las perspectivas de xito social que estaban comprometidas ahora, por este asunto. Claro que l, se dijo, de ninguna manera debi caer en la tentacin de confesar. Se felicit por ello. Cualquier promesa de ese hombre era sospechosa, no confiable. La celda era sencillamente asquerosa. Tendra, calcul, dos metros por tres, y el piso de cemento estaba hmedo. No supo si de orn, porque el olor a amonaco era muy fuerte, pero no le qued otra alternativa que sentarse, en un rincn que supuso ms seco. El techo pareca muy alto. No haba ventanas y apenas, por la mirilla, entraba un rayito de luz. La penumbra era compacta y, aunque al bajar le haba parecido que el stano era fresco, enseguida empez a sentir un calor espeso, viscoso. Le iba a costar mucho poder dormirse, a pesar del cansancio que traa. Era la segunda noche de tensin, de sentirse perseguido y acosado. De pronto, estridentemente, se escuch un chamam. Pareca ser una radio, encendida a todo volumen. El bandonen chillaba, mal sintonizado, y un do cantaba un amor perdido en medio de palmeras y arenales interminables. Ramiro se removi, inquieto, y se enoj consigo mismo por todo lo que estaba pasando. No haba sabido ser fro, prudente. Por qu se haba descontrolado? Cmo era posible que por su calentura se hubiese convertido en violador y en asesino? Se reconoci amargado, furioso, y dio una trompada a la pared, que le respondi con un ruido seco, ahogado, y un ardoroso dolor en el metacarpo. Es que es hermosa, carajo, diablicamente hermosa, se dijo, pensando en Araceli. Pero cmo un tipo como l poda haberse enloquecido de ese modo? Y s, poda. Cada vez que se lo cuestionaba, deba reconocerlo: esa chica era el demonio reencarnado; Mefistfeles que vino a cagarme la vida. Sonri a la oscuridad, pero fue una sonrisa triste. Y entonces se apag el sonido de la radio, que durante un largo rato haba pasado chamams, rasguidos dobles y avisos comerciales. Ramiro crey escuchar, en el silencio retornado, un gemido lejano. Y ms tarde volvi a escucharse la radio, ahora atronando el silencio con un tema de Charly Garca que evocaba la soledad de estar solo. Y tambin escuch la puteada gangosa, abyecta, de otro preso, que le pareci habitante de la celda de al lado. En algn momento, a pesar de la msica y el calor y la humedad, se qued dormido. Hasta que lo despert la voz del inspector Almirn, a travs de la mirilla. Ramiro no supo cunto tiempo haba dormido, pero le pareci que muy poco; la oscuridad era la misma. En esa celda se perda la dimensin del tiempo, y l se senta tan cansado como si en vez de dormir hubiera trabajado toda la noche. Y en cierto modo as haba sido. Qu quiere, ahora? pregunt hacia la mirilla. Venga, acrquese. Ramiro se puso de pie. Estaba entumecido; le dolan los huesos, se senta
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mojado, sucio, gelatinoso. Haca mucho calor. Fue hacia la puerta. Qu hay. Va a salir. Pero antes quiero hablar un par de cosas. Por qu voy a salir? Cambiaron de idea? O encontraron al asesino? No se haga el chistoso; el asesino es usted. Yo no tengo ninguna duda, e incluso ahora creo que ya s por qu lo hizo Almirn se ri, mientras abra la puerta. Y hasta creo que lo envidio. En cierto modo. Ramiro sali, achicando los ojos con recelo. Puta madre, se dijo, otra vez volver a estar alerta. Otra vez el miedo producido por esta endemoniada situacin en que se haba metido. Afuera estaba ms claro. Le pareci que ya era de da. Lo pregunt. Almirn respondi que eran las siete y media y quiso saber cmo se senta. Como el culo. Jodieron toda la noche con una radio. Y, los muchachos tuvieron mucho laburo. Ramiro pregunt si poda ir al bao. Almirn lo llev hacia una puerta, al final del pasillo al que daban todas las celdas. Lo esper ah, mientras l iba al mingitorio y luego se lavaba la cara y las manos y se mojaba el pelo. Cuando se dio vuelta para salir, Almirn sonrea. Le ofreci un cigarrillo, que acept. De qu se re? Usted es un fenmeno, doctor. Lo dijo en un tono divertido. A Ramiro le llam la atencin que en la irona haba tambin, sincero, un sentimiento de admiracin. Por? Usted dijo que su madre poda certificar que usted, volvi a su casa a las cuatro, no? Ramiro desconfi; su columna se puso rgida. As es lenta, cautelosamente. Sin embargo, la seorita Tennembaum dice que usted pas toda la noche del crimen con ella. En su cama. Ramiro abri la boca, de pronto petrificado. Mir a Almirn sin verlo, dndose cuenta de que no iba a decir nada; sencillamente se le haba cado la mandbula. Por eso le dije que lo envidiaba, che dijo el otro, confianzudo, jocoso. Usted es un fenmeno. Pero para m sigue en una situacin de mierda. Se puso serio y los ojos se le congelaron. Pero... se alert Ramiro, intuyendo una trampa. Pero los policas del patrullero que nos detuvo confirmaron haberme visto con Tennembaum a las tres y pico. As es. Pero ella dice que usted regres a su habitacin y que juntos vieron cmo Tennembaum se iba en el Ford, completamente borracho. Por supuesto, no le creemos ni una palabra, pero es una declaracin y por ahora lo salva. Por ahora?
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Claro dijo Almirn, fra, lentamente, porque me da en la espina que nos vamos a volver a ver. Salga.
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XIX
En la guardia le devolvieron todas sus cosas, que recibi como un autmata. Cuando sali por la puerta que le indic Almirn, se miraron unos segundos; el polica pareci decirle, con los mismos ojos fros, que no se le ocurriera pensar que todo haba terminado. Ramiro quiso decirle que no daba ms, que estaba exhausto. En la recepcin del edificio, sentadas en una larga banca de madera y recostadas contra la pared, estaban su madre y Carmen, las dos en silencio, llorosas, vestidas de negro. Junto a ellas, con las piernas cruzadas y fumando despreocupadamente, aunque con el aire circunspecto que le daba un traje Prncipe de Gales de popln, estaba Jaime Bartolucci, un abogado amigo que haba sido su compaero en la secundaria. De pie junto a una ventana que miraba a la calle, con sus vaqueros ajustados y una breve remera verde, de mangas cortas, que se apretaba a sus formas todava incipientes, Araceli controlaba la puerta de la guardia con los brazos cados, las manos cruzadas sobre el pubis y su mirada lnguida. Cuando lo vio salir, pareci despertar. Corri hacia l y se le colg del cuello, besndolo y dicindole mi amor, mi amor; en voz muy alta, que pareci encontrar un sonoro eco en el saln. Ramiro se qued rgido, avergonzado. Carmen se larg a llorar histricamente, sonndose con un pauelito, y Jaime se puso de pie como impulsado por un resorte. Mara fue hacia l, moviendo la cabeza: Qu hiciste, Ramiro... se lament. Mientras, Araceli se solt, lo tom del brazo y le explic, en la misma voz alta, segura: Les dije toda la verdad, mi amor, que estuviste toda la noche conmigo y que estamos enamorados. Ramiro trag saliva y suspir profundamente. Cuando salieron, supo que Almirn lo miraba desde algn lado, y le pareci recordar o escuchar vagamente un chamam.
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CUARTA PARTE
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Y lo que no sabes es lo nico que sabes, y lo que posees es lo que no posees. Y donde ests es donde no ests. T. S. ELIOT Mircoles de ceniza
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XX
Se pas todo el da en la cama. El ruido del ventilador de pie lo ayud con una ligera sensacin de bienestar. Pero la somnolencia lo fue ganando. Durmi, tuvo pesadillas, se despert, muchas veces. No quiso levantarse al medioda para comer. Volvi a despertarse a las tres y media de la tarde, y a las cinco, y cada vez decidi seguir durmiendo. Era el atardecer cuando encendi un cigarrillo y se qued mirando cmo la luz del da se apagaba del otro lado de las persianas metlicas. Se senta deprimido. Momentneamente se haba salvado, s, pero recordaba la advertencia de Almirn: Usted sigue en una situacin de mierda Y tena razn. Todo estaba en contra: en primer lugar, atrapado por Araceli, a la que no amaba ni mucho menos. En segundo lugar, no haba evitado el escndalo, porque ya en los diarios de esa maana que haba ledo antes de dormirse se lo vinculaba, elpticamente, al posible asesinato de Tennembaum. El Territorio y Norte, los dos diarios locales, daban mucho despliegue al caso. Nunca haba crmenes resonantes en el Chaco, y ste era un asunto precioso para ellos. Era previsible que al da siguiente, aunque despus se lo desvinculara, su nombre volvera a aparecer. Y cmo explicaran, despus, que estaba fuera del caso? Y qu diran Gamboa y Almirn, que ayer haban asegurado que estaban sobre pistas seguras y que de un momento a otro atraparan al asesino? Qu asesino mostraran a la prensa? Porque ellos haban descartado, tambin ante los periodistas, que se tratara de un accidente, mucho menos de un suicidio. No haba una imputacin desmesurada contra l, pero, de hecho, su nombre apareca involucrado. Cierta cuota de escndalo era ya imparable. Resistencia no escatimara lengua para un caso as. En tercer lugar, aunque se desligara bien del asunto, para las autoridades universitarias eso poda ser definitivo. Peligraba, no poda ocultrselo, su nombramiento. Mxime porque no se haba mostrado cooperativo, sino todo lo contrario, con Gamboa Boschetti. Y ste haba sido claro: Usted no est siendo admitido en la universidad slo por sus estudios, ni por sus ttulos. Qu dira,
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hoy, a los periodistas, el jefe de Polica? Que se haban equivocado? Eso era ilusorio. No daran a la prensa la versin de Araceli, naturalmente, porque se trataba de una menor y porque la polica quedara en ridculo. Pero ese temible teniente coronel era capaz de cualquier nuevo golpe bajo. Y no poda huir. Volver a Pars? Imposible: no tena dinero. Y aunque lo tuviera, Gamboa y Almirn lo haran seguir en Buenos Aires, por la Federal, y le obstruiran la revalidacin del pasaporte. Francia no era un pas limtrofe, precisamente. Pero sobre todo, estaba claro que mientras no tuvieran un asesino y no lo podan tener l iba a seguir en la mira. Lo haba dicho ese hombre: lo tenan todo controlado. Y Araceli? Por qu haba hecho todo eso? Estaba loca esa chica. Una especie de Mefistfeles, de veras, y no era para rerse. Por qu lo haba salvado, con esa coartada indestructible, si evidentemente ella saba que l haba matado a su padre? Era un monstruo, esa muchacha? Loca o monstruo, se dijo, era de temer, porque lo tena atrapado. Porque evidentemente ella lo saba todo; y ahora lo salvaba, s, pero l jams podra confiar en ella. De hecho, estaba entrampado. Y si estuviera haciendo todo eso, justamente para vengar la muerte de su padre y la violacin de que haba sido objeto? Podra ser... Y como se vengara? Qu le hara a l? Matarlo? Bueno, l saba, ahora, que Araceli era capaz de cualquier cosa, y todas imprevisibles. El doctor Fausto estaba perdido. Adems, deba odiarlo. S, por ms que fuese lasciva, caliente, insaciable, deba odiarlo. Aunque no, porque si as fuera, le hara el amor de ese modo tan brutal, salvaje, desesperante con que siempre quera que l la poseyera? Y si se haba enamorado? Estaba loca. No la entenda. Eso era lo nico cierto respecto de ella. Increble: una adolescente, apenas una nia hiperdesarrollada, corrompida prematuramente, lo tena en sus manos. Y l, sin escapatoria. Todava no terminaba de olvidar a Dorinne. Haban sido felices; l lo haba sido, hasta que... Bueno, pero se era otro tema. Ahora estaba atrapado. Pero, querra casarlo ella? Querra cazarlo? Dios, era una idea abominable, absurda. l estaba en la plenitud de su vida, y aunque todava se senta enamorado de Dorinne, aquella encantadora francesita de Vincennes, no le disgustaba su actual soltera, y menos ante la perspectiva de relevancia social, en su tierra, donde era reconocido y hasta admirado. No, claro que no quera casarse, y menos con esa muchachita aterradora. S, lo calentaba desmesuradamente; lo excitaba hasta perder todo control, y era maravilloso hacerle el amor. En su vida haba conocido a una mujer tan fogosa, pero... tena slo trece aos! Era una situacin ridcula. Araceli era insaciable. Y apenas estaba empezando! Carajo, se dijo, va a ser muy puta y yo ser un cornudo toda la vida, quin le aguanta el tren. Se removi en la cama, suspirando. Y un cornudo infeliz, para colmo. No, no se iba a casar. Punto. Pero no encontraba escapatoria. Se senta como un gato detrs de la
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XXI
A las ocho y media de la noche, Araceli lo llam por telfono y le dijo que estaba en casa de una amiga, en Resistencia, y que quera que l la llevara a Fontana. Ramiro no pudo decirse, despus, cuando lo pens de nuevo, que la voz de ella hubiera sido perentoria, pero s que su tono tena una cierta firmeza indiscutible. No, no era urgencia; era firmeza. l no tena ganas de verla esa noche. Pero la voz de Araceli contena una incitacin irrebatible. En la casa estaba el novio de Cristina, un muchacho mofletudo y de anteojos de metal, muy miope, que no fue capaz de negarse cuando Ramiro le pidi el coche. Tampoco quiso hacer eso: pedir otro coche prestado. Pero no pudo evitarlo. Araceli le peda que fuera a buscarla y l iba, as de sencillo, se dijo, cuando arranc el pequeo Fiat 600, soy un pelotudo. Esa casa quedaba a menos de quince cuadras, sobre la avenida Sarmiento. Ramiro toc dos breves bocinazos, que sonaron aflautados, y Araceli sali. Estaba realmente hermosa: llevaba una pollera de tela de jean y una camisa escocesa con el botn abierto en medio de sus pechos. Calzaba unas sandalias de cuero, de taco bajo, y el largo pelo negro, suelto, le caa sobre los hombros y la haca parecer una nia juguetona, impaciente. Cuando Ramiro la vio caminar hacia el coche, con esa coquetera natural, no preparada, no pudo evitar morderse los labios. Verdaderamente, Araceli estaba esplndida, joven, fresca como una frutilla de Coronda. En cuanto cerr la puerta, l arranc. Sin que le preguntara nada, y despus de darle un beso en la boca, muy hmedo, ella cont que haba pasado todo el da con esa amiga porque el ambiente en su casa era insoportable, mam llor y llor y va a seguir llorando, y mis hermanos estn deshechos, y adems no vea la hora de verte, habl varias veces a tu casa y tu mam me dijo que dormas; me atendi mal tu mam, ya no le gusto, y se ri, con una carcajada sonora. Ramiro se pregunt de qu estaba hecha esa muchacha. Evidentemente, no haba llorado ni un segundo. Araceli, creo que tenemos que hablar, no?
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Ella lo mir, frontalmente, sentndose sobre sus propias piernas. l conduca, pero se dio cuenta de que ella lo escrutaba. Le pareci que de pronto se haba puesto muy seria. De qu? Bueno..., de todo lo que pas. Pasaron muchas cosas. Yo no tengo nada que hablar de eso. No quiero hablar. Por qu no? No quiero porque no quiero. Y encendi la radio del coche, sintonizada en una emisora brasilea que pasaba una cancin de Mara Creuza. Ramiro frunci el ceo pero no dijo nada. Manej en silencio, y atraves el centro de la ciudad. Ella se mova, en el asiento, al comps de los temas que pasaban por la radio. Adnde te llevo? A donde quieras. Salgamos de la ciudad. A Fontana? A donde quieras y sigui movindose, ahora con un tema de Jobim. Ramiro enfil hacia el tringulo carretero. Vio pasar las parrillas de las que venan esos exquisitos olores a asados y achuras, los mal iluminados restaurantes para camioneros, y al rato estuvieron en la ruta. La noche estaba clara, iluminada por la luna llena. A velocidad regular, Ramiro tom el camino a Makall; de ah pasara por Puerto Tirol y llegara a Fontana en una media hora. Despus que tomaron el desvo, abandonando la ruta 16, Araceli le pidi que se detuviera. Ramiro sinti que los msculos de su cuello se contraan. No, hoy no, nena, eh? Par un cacho. No fren el coche; sigui a la misma velocidad. Quiero dijo ella, con voz de niita perdida en un aeropuerto. Lo quiero ahora. Su respiracin era entrecortada, ronca. Ramiro se dijo que no poda ser, que era insaciable; deba tener fiebre uterina y se la despert yo, no puede ser, me va a exprimir, no quiero, y empez a balbucear y a temblar, de su propia excitacin, cuando sinti la mano de ella sobre su pantaln. Hoy no, te lo juro, estoy cansado retirando la mano de ella y procurando no perder el control del auto. Llevo dos noches sin dormir. Dormiste todo el da dijo ella, como si se le hubiera roto su mueca predilecta. Igual estoy cansado, Araceli, por favor, entendelo. Y se quedaron en silencio y l sigui manejando, pero la espi por el rabillo del ojo y le pareci que ella haca un puchero, como si estuviera por llorar. Los ojos le brillaban. No te enojes y entendeme, estoy muy cansado dijo l. Pero en realidad lo que tena era miedo. Esa chiquilla era absolutamente imprevisible. Lo aterraba el darse cuenta en manos de quin estaba. Cunto
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durara esa coartada, que ella misma le haba dado esa maana, para sacarlo de la polica? Cunto tiempo podra aguantar l esa situacin, junto a esa muchacha que lo excitaba hasta hacerle perder toda conciencia? Y de qu forma podra controlarla a ella? Araceli gimi, o se trag unos mocos; l no supo precisarlo. Respir agitada, caliente, y volvi a poner una mano sobre su sexo, que respondi erigindose como un mstil, como independizado de su voluntad. Ramiro sinti pnico. Estaba tan caliente como la luna, que otra vez brillaba sobre el camino. Quiso quitar nuevamente la mano, pero ella se ech sobre l y empez a besarle el cuello y a gemir en su odo, llenndolo de saliva, una nueva Catn discurseando Carthaginum esse delendam, pero Cartago era l, y no poda contenerla y s, carajo, efectivamente iba a ser destruido. Y entonces tuvo que parar, a un costado del camino, porque el 600 zigzagueaba y l ni siquiera dominaba el volante. Fren en la banquina, cerca de la alambrada, y trat de separarse de Araceli, que estaba colgada de su cuello. Ella estir una mano y apag las luces del coche y movi la llave para cerrar el contacto. Y empez a roncar, como una gatita en celo: Hacmelo, mi amor, hacmelo y frenticamente le descorri el cierre del pantaln y se prendi de su sexo con una mano, mientras con la otra, tropezando, desesperada, se alzaba la pollera de jean. Y Ramiro volvi a ver, a la tenue luz de la luna que ingresaba al coche, los vellos brillosos sobre las piernas de color mate, y el minsculo calzoncito blanco sobre el que se empenachaban los pelos de su pubis, y supo que no poda resistirse, que haba llegado a la condicin de marioneta. Profiri unas palabrotas cuando ella, en su excitacin, le mordi el sexo y entonces la agarr de la cabellera y la alz, ponindola a la altura de su cara y empez a besarla, sintindose furioso y desbordado, reconociendo otra vez a la bestia en que se haba convertido y se recost un poco en el asiento y mont a la muchacha, enhorqueteada sobre l, arrancndole de un tirn el calzoncito. La penetr con violencia, y ella en ese momento lanz un grito y se larg a llorar, embrutecida de placer, de hambre. Y se zarandearon con torpeza, abrazndose, golpendose en los hombros para incitar ms al otro, y todo el cochecito se meneaba. Y as siguieron hasta que alcanzaron un orgasmo frentico, animal. Y el 600 dej de menearse.
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Pas un camin con acoplado, cargado de rollizos de quebracho, haciendo ruido, y el piso pareci temblar. Ramiro sinti que despertaba en ese momento. Tena a Araceli montada sobre l; sus labios seguan pegados a su cuello pero ya no succionaban. Su pelo ola a un champ de limn; era un pelo espeso. Sus cuerpos estaban transpirados y, por sobre la espalda de ella, l alcanz a ver su trasero y un pedazo de calzn. Se lo haba destrozado. Se qued as, mirndola, y luego contempl la noche ms all del parabrisas, mientras se regularizaba su respiracin. Se senta amargado; peor que esa tarde. Quera fumar. Intent separar a la chica para buscar sus cigarrillos, amarrados en el cenicero del coche. Pero cuando lo hizo, ella se aferr a l nerviosamente, dijo "no, no" y empez a lamerle nuevamente el cuello, y a mover la cadera muy despacio, muy sensual. l todava estaba dentro de ella. Su sexo estaba ms laxo, pero no del todo adormecido. Frunci el ceo y se pregunt qu ms poda querer ella. l ya no quera seguir. O s, pero acaso no poda. O quera y poda pero a la vez no quera. Era el miedo. Tantas veces los juegos de palabras ocultan el miedo. Entonces, para detenerla, le dijo lo que tanto ansiaba y tema decir: Araceli en voz muy baja, hablndole al odo, vos cres que yo mat a tu pap, no? No quiero hablar murmur ella, despacito, con su voz aniada. Quiero seguir hacindolo, estoy muy caliente... Dame ms... Y se mova rtmicamente, llevando sus caderas a los costados, y apretando su vagina, completamente mojada, palpitante sobre el sexo de Ramiro. Por momentos ella sufra como ataques de temblores, accesos espasmdicos. Como escalofros. Ramiro observ que su sexo volva a responder. Estaba exhausto, y no entenda qu ms poda desear. Se senta vaco, pero su sexo se ergua otra vez, respondiendo a esa muchacha ardorosa, hirviente. Tenemos que hablar dijo, quejoso. Mierda! ella dio un salto, alzando el torso pero sin separar las ingles. Y
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comenz a golpearlo con sus puos cerrados en el pecho, mientras corcoveaba sobre l. Dame ms, dame ms! Ramiro la tom de las muecas y la apart. La empuj con toda su fuerza hacia el otro asiento y la estrell contra la puerta. Pero ella se agarr del respaldo con una mano, y con la otra del espejo retrovisor, y volvi a erguirse. l apenas la vio, por un segundo, con los ojos desorbitados, y le pareci ver un hilillo de sangre que le caa de la boca. En silencio, pero jadeantes, forcejearon hasta que ella, que tena ms fuerza que la que l haba calculado, se le tir encima, le arranc la camisa y se prendi de una tetilla, que mordi con fuerza. l sinti una aguda punzada y se encoleriz. Brutalmente, le encaj un puetazo en la nuca, que hizo que ella se soltara. Y entonces fue que la agarr del cuello y empez a apretar. Y apret con toda su alma, mientras se deca que otra vez estaba loco, loco porque estaba atrapado, porque se haba arruinado la vida, porque de todos modos era un asesino. Y apret ms porque la odiaba, porque no poda dejar de poseerla cada vez que ella quera, y as, lo saba, sera toda la vida, y porque tena miedo, pnico, y ya nada le importaba en ese momento. Y mientras pensaba y apretaba se larg a llorar. Y vio la luna, o sus reflejos, que volvan a entrar para estacionarse, eternizados, en la piel de Araceli, que abri los ojos desesperada y cerr sus manos sobre las muecas de l, arandolo, clavndole las uas y hacindole saltar la sangre, pero sin impedir que l siguiera cada vez con ms precisin. Y l apret y apret y vio el rostro morado de ella, que comenz a tener convulsiones y a emitir ruidos guturales de pecho que poco a poco se fueron haciendo ms oscuros, ms profundos, hasta que en un momento acabaron. Cuando acab su resistencia. Pero Ramiro, que lloraba tambin convulsivamente, acezante y aterrado por su propia violencia, no dej de apretar. Nunca sabra cunto tiempo estuvo as, pero no dej de oprimir ni por un instante, mucho despus de que Araceli se relaj totalmente, con el cuello quebrado y cado hacia un costado, como un clavel que cuelga de un tallo partido. Mucho despus de que, sudoroso, agobiado por el calor, y todava con su llanto carcajeante, casi silencioso, observ la rotacin de la luna. Por sobre el cuerpo doblegado de Araceli, y de su cara amoratada que l tena entre sus manos, la vio entera. Por fin la luna llena, la luna caliente de diciembre, la luna hirviente, gnea, del Chaco. Y volvi a horrorizarse cuando se dio cuenta de que estaba excitado; de que su sexo se haba endurecido, como su corazn. Como un pedazo de granito. Y eyacul as, mirando esa luna candente.
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XXIII
Se baj del coche, luego de poner en posicin neutra la luz interior. Abri la puerta derecha y sac el cuerpo de Araceli. Lo arrastr hacia la banquina, alejndolo de la carretera, llevndolo de las muecas. La abandon junto a un poste de la alambrada de un campo sembrado de algodn. Volvi al 600, lo puso en marcha y gir para regresarse a Resistencia. Aceler hasta los cien kilmetros por hora. Cuando lleg a la ciudad eran las once y media de la noche. Desde un telfono pblico, llam a su casa y le pidi a Cristina que fueran a buscarlo a La Liguria, frente al regimiento, donde dijo que se le haba descompuesto el Fiat. Eso quedaba del otro lado de Resistencia, rumbo a Corrientes. Encendi un cigarrillo, esper unos minutos, prohibindose pensar, y arranc y fue a su casa. Las luces estaban apagadas. Su madre, desde el dormitorio, pregunt si era l. Dijo que s, que no se preocupara; que el coche se haba arreglado solo. Entonces se lav la sangre, se cambi la camisa y el pantaln, busc sus documentos, dobl un saco de hilo que llev en la mano y recogi todo el dinero que encontr y los 500 dlares que no haba cambiado. Regres al coche y, al ponerlo en marcha, se pregunt si era cierto todo eso. Tard unos segundos en arrancar, y cuando lo hizo profiri una serie de maldiciones. A la salida de la ciudad, llen el tanque de nafta, hizo revisar el aire de las gomas y sali a toda velocidad rumbo a Formosa. Ahora s, antes del amanecer estara en el Paraguay.
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El hombre llega al otoo como a una tierra de nadie: para morir es muy pronto para amar es muy tarde. ALEDO LUIS MELONI Coplas de barro
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XXIV
Cerr los ojos y se retir de la ventana. Ya no tena sentido seguir huyendo. l era un fugitivo de patas cortas. En cualquier momento vendran a buscarlo y lo nico que poda hacer, mientras tanto, era pensar. Pensar y recordar. Ni siquiera lamentarse. Tena de qu lamentarse? S, tena, porque haba perdido mucho. Haba hipotecado su vida, y las deudas se pagan. Desde que empezara a estudiar Leyes, en Pars, lo haba sabido. Ah, Pars, tan hermosa y refulgente, con ese Sena cadencioso, timidn, y esas riberas con los barquitos estacionados y sabios pescadores con pipas en la boca. Desarrollo, capitalismo avanzado, ecologa, pulcritud. Y aquella infinita frialdad en la gente. Ah, Pars, con sus cpulas y sus techos apizarrados trasladndose de los sentimientos a las postales. Pars. Tan diferente de esta ciudad achaparrada que ahora vea desde el octavo piso del Hotel Guaran. Esta ciudad subdesarrollada, sucia, pero empecinada en su belleza colonial, en aquel tranva amarillento y desvencijado que iba calle abajo y se perda entre las tejas de una casa de, acaso, el siglo pasado. Y el ro all, a lo lejos, intuido ms que visto. Un ro en serio, el Paraguay, como el Paran. Casi como el Paran. Ros en serio, grandes, anchos, caudalosos, asesinos muchas veces, desbordados como la furia caliente de estas tierras. Carajo, encima ponerse melanclico a esta altura del debate, cuando uno ya se ha convertido, para siempre, en un proscrito. Quin lo hubiera dicho? Pero para qu pensar ms. La culpa haba sido del calor, que incentiva las posibilidades de la muerte. Da variedad a sus formas. El calor averigua, parece, dentro de uno, y uno como que no se da cuenta. Pero produce muerte, esa cosa vieja, siempre renovada como los grandes ros. Esa maldicin. Se sent en la cama y bebi un trago de CocaCola que le haban trado, aguada porque el hielo ya estaba casi totalmente derretido. El calor se haca insoportable y la parrilla del aparato de aire acondicionado, muda, era otra forma del subdesarrollo. Pero eso no era lo importante. Lo importante era esperar. Si hasta el miedo haba perdido. Lo vea en ese espejo, frente a la cama,
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que le devolva su propia imagen descamisada, semidesnuda, con ese lamparn en el cuello que le recordaba la pasin de Araceli, su mordisco, su succin. Un moretn que era testimonio de lo que haba sucedido, de lo que l haba hecho. Pero un testimonio efmero, se dijo, porque eso pasa, en unos das las marcas desaparecen; lo otro es lo que no sale, lo de adentro es lo que queda. No hay simulacin posible para la tristeza profunda, porque la tristeza no deja moretones. Ah, cmo quera morir en ese instante. Que viniese por ejemplo una especie de Catoblepas, ese monstruo imaginario de que hablaba Borges, un ser al que todo hombre que le ve los ojos, cae muerto. Si viniera en este momento y me mirara a los ojos. Le dira, acaso, "hola Catoblepas" y lo mirara. S, claro que lo mirara. Ahora s. Porque seguramente sera mejor que caer en manos de quienes iba a caer. Porque en cualquier momento llegara un patrullero paraguayo, lo identificaran y lo entregaran a sus colegas argentinos. Ramiro recordaba la mirada del inspector Almirn, prometindole que volveran a verse. S, seguro, Almirn estara del otro lado del ro, en Clorinda, cuando los paraguayos lo entregaran. Un simple trmite. Y l sera el objeto, la mercanca. Pero, por qu, carajo, tardaban tanto? Ya haban pasado dos das. Qu esperaban? No, en cualquier momento llegaran. l deba limitarse a pensar y recordar. Y esperar. l mereca todo eso. Con la muerte no se juega, ni con la brutalidad. Se pasmaba, todava, recordando su desborde, la locura a que lo arrastr la excitacin por esa muchacha a la que ya nunca ms nombrara... Nunca ms? No, mierda, nunca ms. Pens en bajar, salir a dar una vuelta, comer algo. Pero no se atreva. Entonces, camin por la habitacin. Algo le deca que acaso poda escapar y que era un estpido si no lo intentaba. No, tonteras. O que todo poda complicarse an ms. Ms?, le pregunt al Ramiro que le devolva el espejo. S, ms, pareci decir el otro. No entiendo, no entiendo repiti en voz alta, me voy a volver loco. Por qu carajo no vienen de una vez? Regres a la cama, encendi otro cigarrillo y se recost para fumarlo. Entender. Al menos entender. Entender por qu y cmo su vida se haba arruinado en slo tres noches de calor, de aire trrido. Carajo, pues porque haba vuelto al Chaco, no? Y el Chaco es tierra caliente, trpico, selva, monte, gente apasionada. Como ella. Ella sin nombre ahora, y el calor y la luna. Mala junta, se dijo. Y bebi un sorbo de CocaCola y pens en Paolo y Francesca, y en los pecados de la carne y en los daos al prjimo. "Pero yo ya no soy un prjimo; soy un proscrito, un condenado', se dijo y se jur el segundo crculo, con Semramis, con Dido, con Cleopatra y con Elena. Y evoc la bella interpretacin de Denevi: Paolo un necio y presumido; Francesca muy Da Rmini, pero una verdadera holgazana sensual. Y Giovanni, el monstruo de la torre, un tierno enamorado. l mismo era, en cierto modo, un Giovanni
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enamorado. Pero enamorado de la muerte. Y por eso mereca pasar del segundo crculo al sptimo, la regin dominada por Minotauro y por Gerin. Pero por qu no venan a buscarlo? Deba ser cosa de ese hijo de puta de Almirn. Y mientras tanto, el trnsito al sptimo crculo se demoraba. Faltaba mucho para eso, mucho, porque era muy joven y habitaba una tierra de nadie. El Paraguay era una tierra de nadie; y Asuncin; y ese hotel; y el Chaco y la Argentina. Tierra de nadie: donde para morir es muy pronto y para amar es muy tarde. sa era su condena. No importaba que lo pasaran por la mquina. Eran poco los interrogatorios, las bofetadas que recibira. Ni siquiera era castigo el escndalo, el ensaamiento social de cierta gente mediocre y mezquina que lo maldecira un tiempito, mientras fuera noticia, hasta que todos olvidaran y cambiaran de tema, estupidizados por el calor. El otoo traera los preparativos para las nuevas cosechas. Despus vendra la siega del algodn, la esperanza de su tierra. Y los militares continuaran en el gobierno. Y los Gamboa seguiran teniendo todo controlado. Todo eso era poco: la verdadera condena era no ser sumergido inmediatamente en las lagunas de sangre del sptimo crculo; era no sufrir los dardazos de los centauros cada vez que quisiera erguirse. La condena era ser joven y estar vivo, y no poder morir ni amar, en esas tierras de nadie. En ese momento son el telfono, y salt de la cama. Finalmente llegaban a detenerlo. Descolg el aparato. Era el tipo de la conserjera. Seor: aqu lo busca una seorita. Ramiro apret el tubo, conteniendo la respiracin. Mir por la ventana, negando con la cabeza. Luego mir la Biblia que estaba sobre la mesa de luz y pens en Dios, pero l no tena Dios. No lo haba. Slo haba, entonces y para siempre, el recuerdo de la luna caliente del Chaco, instalada en un pedazo de piel, la piel ms excitante que jams conocera. Cmo dice? Que lo busca una seorita, seor, casi una nia.
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