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Laudato Si-Humanismo Integral Ii

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HUMANISMO INTEGRAL II

TEMA:RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS


ECOLÓGICA
DOCENTE:
PADRE LAVANDA ESPINOZA GALO
ALUMNO:
MILENA BRIGGITTE SORIA JIMA
CICLO: II
PARALELO: D
INTRODUCCIÓN:

Laudato Si’ es una encíclica histórica del Papa Francisco sobre el cuidado de la creación y
nuestra casa común, hace un llamado hacia una “conversión ecológica” a través de
cambios en nuestro estilo de vida y nuestra sociedad, además de ejercer una fuerte acción
política. La encíclica fue lanzada el 18 de Junio el 2015.

Cuidado por la Creación ha sido parte de las enseñanzas de la Iglesia Católica durante
muchos años, a través de más de 50 declaraciones de varios obispos del Vaticano y
Conferencias desde 1970. Sin embargo, Laudato Si’ es la primera encíclica de alto nivel de
enseñanza de la Iglesia dirigida al cuidado de la creación.

Laudato Si’ ha sido también transformativa demostrando que el cuidado por el uno al otro,
el cuidado de la naturaleza y nuestra vida espiritual están interconectadas. Nuestra actual
“cultura del descarte” muestra una indiferencia por la vida, por nuestra comunidad y por
los pobres y débiles, y por la creación.

Solamente trabajando juntos hacia una verdadera conversión y un cambio real en el estilo
de vida abriéndonos a “escuchar el gemido de la Tierra y el gemido de los pobres” para
realizar los cambios que necesitamos. Esta encíclica llama a cada uno de nosotros a tomar
acción como individuos e Iglesia, y nos brinda esperanza para trabajar hacia un cambio en
conjunto para proteger nuestra Casa Común.
No nos servirá describir los síntomas,
si no reconocemos la raíz humana de
la crisis ecológica. Hay un modo de
entender la vida y la acción humana
que se ha desviado y que contradice la
realidad hasta dañarla.
Somos los herederos de dos siglos de enormes olas de
cambio: el motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo, la
electricidad, el automóvil, el avión, las industrias
químicas, la medicina moderna, la informática y, más
recientemente, la revolución digital, la robótica, las
biotecnologías y las nanotecnologías. Es justo
alegrarse ante estos avances, y entusiasmarse frente
a las amplias posibilidades que nos abren estas
constantes novedades, porque «la ciencia y la
tecnología son un maravilloso producto de la
creatividad humana donada por Dios».
La tecnociencia bien orientada no sólo
puede producir cosas realmente valiosas
para mejorar la calidad de vida del ser
humano, desde objetos domésticos
útiles hasta grandes medios de
transporte, puentes, edificios, lugares
públicos. También es capaz de producir
lo bello y de hacer « saltar » al ser
humano inmerso en el mundo material al
ámbito de la belleza.
Pero no podemos ignorar que la energía nuclear,
la biotecnología, la informática, el conocimiento
de nuestro propio ADN y otras capacidades que
hemos adquirido nos dan un tremendo poder.
Basta recordar las bombas atómicas lanzadas en
pleno siglo XX, como el gran despliegue
tecnológico ostentado por el nazismo, por el
comunismo y por otros regímenes totalitarios al
servicio de la matanza de millones de personas,
sin olvidar que hoy la guerra posee un
instrumental cada vez más mortífero. ¿En manos
de quiénes está y puede llegar a estar tanto
poder? Es tremendamente riesgoso que resida en
una pequeña parte de la humanidad.
El hecho es que «el hombre moderno no
está preparado para utilizar el poder con
acierto», porque el inmenso crecimiento
tecnológico no estuvo acompañado de
un desarrollo del ser humano en
responsabilidad, valores, conciencia.
Cada época tiende a desarrollar una
escasa autoconciencia de sus propios
límites.
La intervención humana en la naturaleza siempre
ha acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo la
característica de acompañar, de plegarse a las
posibilidades que ofrecen las cosas mismas. Se
trataba de recibir lo que la realidad natural de
suyo permite, como tendiendo la mano. En cambio
ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de
las cosas por la imposición de la mano humana,
que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma
de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y
las cosas han dejado de tenderse amigablemente
la mano para pasar a estar enfrentados.
Hay que reconocer que los objetos
producto de la técnica no son
neutros, porque crean un entramado
que termina condicionando los estilos
de vida y orientan las posibilidades
sociales en la línea de los intereses
de determinados grupos de poder.
La técnica tiene una inclinación a buscar que
nada quede fuera de su férrea lógica, y «el
hombre que posee la técnica sabe que, en el
fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al
bienestar, sino al dominio; el dominio, en el
sentido más extremo de la palabra». Por eso
«intenta controlar tanto los elementos de la
naturaleza como los de la existencia
humana». La capacidad de decisión, la
libertad más genuina y el espacio para la
creatividad alternativa de los individuos se
ven reducidos.
En algunos círculos se sostiene que la
economía actual y la tecnología resolverán
todos los problemas ambientales, del mismo
modo que se afirma, con lenguajes no
académicos, que los problemas del hambre y
la miseria en el mundo simplemente se
resolverán con el crecimiento del mercado.
No es una cuestión de teorías económicas,
que quizás nadie se atreve hoy a defender,
sino de su instalación en el desarrollo fáctico
de la economía. Pero el mercado por sí mismo
no garantiza el desarrollo humano integral y
la inclusión social
Una ciencia que pretenda ofrecer soluciones a
los grandes asuntos, necesariamente debería
sumar todo lo que ha generado el
conocimiento en las demás áreas del saber,
incluyendo la filosofía y la ética social. La vida
pasa a ser un abandonarse a las circunstancias
condicionadas por la técnica, entendida como
el principal recurso para interpretar la
existencia. En la realidad concreta que nos
interpela, aparecen diversos síntomas que
muestran el error, como la degradación del
ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de
la vida y de la convivencia. Así se muestra una
vez más que «la realidad es superior a la idea».
La cultura ecológica no se puede reducir a
una serie de respuestas urgentes y parciales
a los problemas que van apareciendo en
torno a la degradación del ambiente, al
agotamiento de las reservas naturales y a la
contaminación. Debería ser una mirada
distinta, un pensamiento, una política, un
programa educativo, un estilo de vida y una
espiritualidad que conformen una resistencia
ante el avance del paradigma tecnocrático.
La liberación del paradigma tecnocrático
reinante se produce de hecho en algunas
ocasiones. Por ejemplo, cuando comunidades de
pequeños productores optan por sistemas de
producción menos contaminantes, sosteniendo
un modelo de vida, de gozo y de convivencia no
consumista. O cuando la técnica se orienta
prioritariamente a resolver los problemas
concretos de los demás, con la pasión de ayudar
a otros a vivir con más dignidad y menos
sufrimiento. 
Toma conciencia de que el avance de la
ciencia y de la técnica no equivale al
avance de la humanidad y de la historia,
y vislumbra que son otros los caminos
fundamentales para un futuro feliz.
Nadie pretende volver a la época de
las cavernas, pero sí es indispensable
aminorar la marcha para mirar la
realidad de otra manera, recoger los
avances positivos y sostenibles, y a la
vez recuperar los valores y los grandes
fines arrasados por un desenfreno
megalómano.
Si el ser humano no redescubre su
verdadero lugar, se entiende mal a sí
mismo y termina contradiciendo su propia
realidad: «No sólo la tierra ha sido dada
por Dios al hombre, el cual debe usarla
respetando la intención originaria de que
es un bien, según la cual le ha sido dada;
incluso el hombre es para sí mismo un don
de Dios y, por tanto, debe respetar la
estructura natural y moral de la que ha
sido dotado».
La forma correcta de interpretar el concepto
del ser humano como « señor » del universo
consiste en entenderlo como administrador
responsable.
La falta de preocupación por medir el
daño a la naturaleza y el impacto
ambiental de las decisiones es sólo el
reflejo muy visible de un desinterés por
reconocer el mensaje que la naturaleza
lleva inscrito en sus mismas estructuras.
Un antropocentrismo desviado no
necesariamente debe dar paso a un
«biocentrismo», porque eso implicaría incorporar
un nuevo desajuste que no sólo no resolverá los
problemas sino que añadirá otros. No puede
exigirse al ser humano un compromiso con
respecto al mundo si no se reconocen y valoran
al mismo tiempo sus capacidades peculiares de
conocimiento, voluntad, libertad y
responsabilidad.
Cuando el pensamiento cristiano reclama
un valor peculiar para el ser humano por
encima de las demás criaturas, da lugar a
la valoración de cada persona humana, y
así provoca el reconocimiento del otro. La
apertura a un «tú» capaz de conocer, amar
y dialogar sigue siendo la gran nobleza de
la persona humana.
«Si se pierde la sensibilidad personal y social
para acoger una nueva vida, también se
marchitan otras formas de acogida
provechosas para la vida social»
El mismo cristianismo, manteniéndose fiel a
su identidad y al tesoro de verdad que
recibió de Jesucristo, siempre se repiensa y
se reexpresa en el diálogo con las nuevas
situaciones históricas, dejando brotar así su
eterna novedad
Cuando el ser humano se coloca a sí mismo en
el centro, termina dando prioridad absoluta a
sus conveniencias circunstanciales, y todo lo
demás se vuelve relativo. Por eso no debería
llamar la atención que, junto con la
omnipresencia del paradigma tecnocrático y la
adoración del poder humano sin límites, se
desarrolle en los sujetos este relativismo donde
todo se vuelve irrelevante si no sirve a los
propios intereses inmediatos.
No podemos pensar que los proyectos políticos o
la fuerza de la ley serán suficientes para evitar
los comportamientos que afectan al ambiente,
porque, cuando es la cultura la que se corrompe
y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o
unos principios universalmente válidos, las leyes
sólo se entenderán como imposiciones
arbitrarias y como obstáculos a evitar.
Recordemos que, según el relato bíblico de la
creación, Dios colocó al ser humano en el jardín
recién creado (cf. Gn 2,15) no sólo para preservar
lo existente (cuidar), sino para trabajar sobre ello
de manera que produzca frutos (labrar). Así, los
obreros y artesanos «aseguran la creación
eterna» (Si 38,34). En realidad, la intervención
humana que procura el prudente desarrollo de lo
creado es la forma más adecuada de cuidarlo,
porque implica situarse como instrumento de
Dios para ayudar a brotar las potencialidades que
él mismo colocó en las cosas: «Dios puso en la
tierra medicinas y el hombre prudente no las
desprecia» (Si 38,4).
Cualquier forma de trabajo tiene detrás
una idea sobre la relación que el ser
humano puede o debe establecer con lo
otro de sí. La espiritualidad cristiana, junto
con la admiración contemplativa de las
criaturas que encontramos en san
Francisco de Asís, ha desarrollado también
una rica y sana comprensión sobre el
trabajo, como podemos encontrar, por
ejemplo, en la vida del beato Carlos de
Foucauld y sus discípulos.
Los monjes buscaban el desierto, convencidos de
que era el lugar adecuado para reconocer la
presencia de Dios. Posteriormente, san Benito de
Nursia propuso que sus monjes vivieran en
comunidad combinando la oración y la lectura con
el trabajo manual (ora et labora). Esta
introducción del trabajo manual impregnado de
sentido espiritual fue revolucionaria. Se aprendió
a buscar la maduración y la santificación en la
compenetración entre el recogimiento y el trabajo.
Esa manera de vivir el trabajo nos vuelve más
cuidadosos y respetuosos del ambiente, impregna
de sana sobriedad nuestra relación con el mundo.
Decimos que «el hombre es el autor, el centro
y el fin de toda la vida económico-social». No
obstante, cuando en el ser humano se daña la
capacidad de contemplar y de respetar, se
crean las condiciones para que el sentido del
trabajo se desfigure. Por eso, en la actual
realidad social mundial, más allá de los
intereses limitados de las empresas y de una
cuestionable racionalidad económica, es
necesario que «se siga buscando
como prioridad el objetivo del acceso al
trabajo por parte de todos».
El trabajo es una necesidad, parte del sentido de
la vida en esta tierra, camino de maduración, de
desarrollo humano y de realización personal. En
este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe
ser siempre una solución provisoria para resolver
urgencias. El gran objetivo debería ser siempre
permitirles una vida digna a través del trabajo. En
definitiva, «los costes humanos son siempre
también costes económicos y las disfunciones
económicas comportan igualmente costes
humanos». Dejar de invertir en las personas para
obtener un mayor rédito inmediato es muy mal
negocio para la sociedad.
Para que haya una libertad económica
de la que todos efectivamente se
beneficien, a veces puede ser
necesario poner límites a quienes
tienen mayores recursos y poder
financiero.
Recuerda con firmeza que el poder
humano tiene límites y que «es contrario
a la dignidad humana hacer sufrir
inútilmente a los animales y sacrificar sin
necesidad sus vidas». Todo uso y
experimentación «exige un respeto
religioso de la integridad de la creación»
San Juan Pablo II, expresaba que la Iglesia valora el
aporte «del estudio y de las aplicaciones de la
biología molecular, completada con otras disciplinas,
como la genética, y su aplicación tecnológica en la
agricultura y en la industria», aunque también decía
que esto no debe dar lugar a una «indiscriminada
manipulación genética» que ignore los efectos
negativos de estas intervenciones. No es posible
frenar la creatividad humana. Si no se puede prohibir
a un artista el despliegue de su capacidad creadora,
tampoco se puede inhabilitar a quienes tienen
especiales dones para el desarrollo científico y
tecnológico, cuyas capacidades han sido donadas
por Dios para el servicio a los demás.
El respeto de la fe a la razón implica
prestar atención a lo que la misma ciencia
biológica, desarrollada de manera
independiente con respecto a los intereses
económicos, puede enseñar acerca de las
estructuras biológicas y de sus
posibilidades y mutaciones. 
Es difícil emitir un juicio general sobre el
desarrollo de organismos genéticamente
modificados (OMG), vegetales o animales,
médicos o agropecuarios, ya que pueden
ser muy diversos entre sí y requerir distintas
consideraciones. Por otra parte, los riesgos
no siempre se atribuyen a la técnica misma
sino a su aplicación inadecuada o excesiva.
En muchos lugares, tras la introducción de
estos cultivos, se constata una concentración
de tierras productivas en manos de pocos
debido a «la progresiva desaparición de
pequeños productores que, como consecuencia
de la pérdida de las tierras explotadas, se han
visto obligados a retirarse de la producción
directa». Los más frágiles se convierten en
trabajadores precarios, y muchos empleados
rurales terminan migrando a miserables
asentamientos de las ciudades.
Es preciso contar con espacios de discusión donde
todos aquellos que de algún modo se pudieran ver
directa o indirectamente afectados (agricultores,
consumidores, autoridades, científicos, semilleras,
poblaciones vecinas a los campos fumigados y
otros) puedan exponer sus problemáticas o
acceder a información amplia y fidedigna para
tomar decisiones tendientes al bien común
presente y futuro. Es una cuestión ambiental de
carácter complejo, por lo cual su tratamiento
exige una mirada integral de todos sus aspectos, y
esto requeriría al menos un mayor esfuerzo para
financiar diversas líneas de investigación libre e
interdisciplinaria que puedan aportar nueva luz.
Se olvida que el valor inalienable de un ser
humano va más allá del grado de su
desarrollo. De ese modo, cuando la técnica
desconoce los grandes principios éticos,
termina considerando legítima cualquier
práctica. Como vimos en este capítulo, la
técnica separada de la ética difícilmente será
capaz de autolimitar su poder.
CONCLUSIÓN:

Esta hermana [nuestra madre tierra] clama por el daño que le


provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes
que Dios ha puesto en ella… Olvidamos que nosotros mismos somos
tierra (cf. Gn 2, 7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los
elementos del planeta, su aire es el que nos da aliento y su agua nos
vivifica y restaura.
En esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo con todos
acerca de nuestra casa común.
La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios
no solo le encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia
vida es un don que debe ser protegido de diversas formas de
degradación… El auténtico desarrollo humano posee carácter moral y
supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe
prestar atención al mundo natural y “tener en cuenta la naturaleza de
cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado”. Por lo tanto,
la capacidad de transformar la realidad que tiene el ser humano debe
desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por
parte de Dios.

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