Domingo IV de Pascua (ciclo A)
Domingo del Buen Pastor
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones
(Comentarios sobre las Lecturas propias de la Santa Misa para meditar y preparar la homilía)
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DEL MISAL MENSUAL
•
BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
•
SAN AGUSTÍN (www.iveargentina.org)
•
FRANCISCO – Regina Coeli del Buen Pastor
•
BENEDICTO XVI – Regina Coeli 2008 y 2011
•
DIRECTORIO HOMILÉTICO – Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos
•
RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
•
PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
•
FLUVIUM (www.fluvium.org)
•
PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)
•
BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)
− Homilías con textos de homilías pronunciadas por San Juan Pablo II
− Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
− Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
•
HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)
•
Rev. D. Alfonso RIOBÓ Serván (Madrid, España) (www.evangeli.net)
•
EXAMEN DE CONCIENCIA PARA SACERDOTES – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
***
Este subsidio ha sido preparado por La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
(www.lacompañiademaria.com), para ponerlo al servicio de los sacerdotes, como una ayuda para
preparar la homilía dominical (lacompaniademaria01@gmail.com).
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DEL MISAL MENSUAL
LA PREGUNTA FUNDAMENTAL
Hech 2, 14. 36-41; 1 Pe 2, 20-25; Jn 10, 1-10
Domingo IV de Pascua (A)
La parábola del Buen Pastor expone con imágenes poéticas lo que el apóstol san Pedro proclama con
lenguaje llano acerca del itinerario de acceso a la fe cristiana. La palabra de Jesús, Buen Pastor, se
ofrece a los oídos de cualquier oyente, sin embargo, solamente aquellos que saben escuchar y se
disponen a recibirlo con el corazón abierto, consiguen iniciar el camino del arrepentimiento que
conduce a la confesión del señorío único de Jesucristo. Del mismo modo, tal como lo registra san
Lucas en los Hechos de los Apóstoles, solamente aquellos de entre los hijos de Israel que escuchan el
mensaje cristiano, con un corazón bien dispuesto, consiguen acoger de buen grado el testimonio del
apóstol Pedro. La fuerza del Espíritu que obra discretamente no violenta la libertad del creyente.
Cada persona es responsable de sus decisiones creyentes.
ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Sal 32,5-6
La tierra está llena del amor del Señor y su palabra hizo los cielos. Aleluya.
ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, te pedimos que nos lleves a gozar de las alegrías celestiales para que tu
rebaño, a pesar de su fragilidad, llegue también a donde lo precedió su glorioso Pastor. Él, que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
Dios lo ha constituido Señor y Mesías.
Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 2, 14. 36-41
El día de Pentecostés, se presentó Pedro, junto con los Once, ante la multitud, y levantando la voz,
dijo: “Sepa todo Israel con absoluta certeza, que Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús,
a quien ustedes han crucificado”.
Estas palabras les llegaron al corazón y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: “¿Qué tenemos
que hacer, hermanos?”. Pedro les contestó: “Conviértanse y bautícense en el nombre de Jesucristo
para el perdón de sus pecados y recibirán el Espíritu Santo. Porque las promesas de Dios valen para
ustedes y para sus hijos y también para todos los paganos que el Señor, Dios nuestro, quiera llamar,
aunque estén lejos”.
Con éstas y otras muchas razones, los instaba y exhortaba, diciéndoles: “Pónganse a salvo de este
mundo corrompido”. Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unas
tres mil personas.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6.
R/. El Señor es mi pastor, nada me faltará. Aleluya.
El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas
me conduce para reparar mis fuerzas. R/.
Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas
oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me dan seguridad. R/.
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Domingo IV de Pascua (A)
Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y
llenas mi copa hasta los bordes. R/.
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
SEGUNDA LECTURA
Han vuelto ustedes al pastor y guardián de sus vidas.
De la primera carta del apóstol san Pedro: 2, 20b-25
Hermanos: Soportar con paciencia los sufrimientos que les vienen a ustedes por hacer el bien, es
cosa agradable a los ojos de Dios, pues a esto han sido llamados, ya que también Cristo sufrió por
ustedes y les dejó así un ejemplo para que sigan sus huellas.
El no cometió pecado ni hubo engaño en su boca; insultado, no devolvió los insultos; maltratado, no
profería amenazas, sino que encomendaba su causa al único que juzga con justicia; cargado con
nuestros pecados, subió al madero de la cruz, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.
Por sus llagas ustedes han sido curados, porque ustedes eran como ovejas descarriadas, pero ahora
han vuelto al pastor y guardián de sus vidas.
Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Jn 10, 14
R/. Aleluya, aleluya.
Yo soy el buen pastor, dice el Señor; yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. R/.
EVANGELIO
Yo soy la puerta de las ovejas.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 10, 1-10
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo les aseguro que el que no entra por la puerta del redil
de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón, un bandido; pero el que entra por la puerta,
ése es el pastor de las ovejas. A ése le abre el que cuida la puerta, y las ovejas reconocen su voz; él
llama a cada una por su nombre y las conduce afuera. Y cuando ha sacado a todas sus ovejas, camina
delante de ellas, y ellas lo siguen, porque conocen su voz. Pero a un extraño no lo seguirán, sino que
huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron lo que les quería decir. Por eso añadió:
“Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes que yo, son ladrones
y bandidos; pero mis ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos. El ladrón
sólo viene a robar, a matar y a destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en
abundancia”.
Palabra del Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
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Domingo IV de Pascua (A)
Concédenos, Señor, vivir siempre llenos de gratitud por estos misterios pascuales que celebramos,
para que, continuamente renovados por su acción se conviertan para nosotros en causa de eterna
felicidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN
Ha resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y se entregó a la muerte por su rebaño.
Aleluya.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Buen Pastor, vela con solicitud por tu rebaño y dígnate conducir a las ovejas que redimiste con la
preciosa sangre de tu Hijo, a las praderas eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
Convertíos, y que cada uno se bautice en el nombre de Jesucristo (Hch 2, 14.36-41)
1ª lectura
El Bautismo que prescribe el Apóstol no es como el del Bautista, sino que incluye el don del
Espíritu Santo (Hch 2,38; cfr 1,5; Lc 3,3.16). «Bautizarse en el nombre de Jesucristo» no denota
literalmente una forma litúrgica empleada por los Apóstoles, en lugar de la fórmula trinitaria que
aparece en Mt 28,19. En un documento de comienzos del siglo II, la Didaché, o Doctrina de los Doce
Apóstoles, se indica que se debe bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, sin
que ello sea obstáculo para que en otros pasajes se hable de «los bautizados en el nombre del Señor»
(cfr Didaché 7,1; 9,5). La expresión bautizarse en el nombre de Cristo significa por tanto el
sacramento instituido por Jesucristo, mediante el cual se adquiere la condición de cristiano.
Ahora habéis vuelto al Pastor de vuestras almas (1 P 2, 20b-25)
2ª lectura
Estos versículos contienen un bellísimo himno a Cristo en la cruz, en quien se han cumplido
las profecías del Siervo doliente contenidas en el libro de Isaías (52,13-53,12). Por grandes que sean
los sufrimientos que los cristianos padezcamos, nunca serán tantos ni tan injustos como los del
Señor. San Bernardo, tras repasar esos padecimientos, comenta: «He creído que la verdadera
sabiduría consistía en meditar estas cosas (...). Ellas me han servido algunas veces de bebida
saludable, aunque amarga, y otras las he empleado como unción de alegría suave y agradable. Esto
me sostiene en la adversidad, me conserva humilde en la prosperidad y me hace andar con paso firme
y seguro por el camino real de la salvación, a través de los bienes y males de la presente vida,
librándome de los peligros que me amenazan a diestra y a siniestra» (In Cantica Canticorum 43,4).
«Pastor y Guardián de vuestras almas» (v. 25). Las profecías mesiánicas sobre el Siervo
doliente contienen la imagen del rebaño descarriado y disperso (cfr Is 53,6), al que alude Jesucristo
al desarrollar la alegoría del Buen Pastor (Jn 10,11-16). Parece como si San Pedro, que había
recibido el encargo de apacentar la grey del Señor (cfr Jn 21,15-19), tuviera especial afecto a estas
imágenes.
El buen pastor (Jn 10, 1-10)
Evangelio
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Domingo IV de Pascua (A)
San Juan muestra ahora cómo los hombres podemos llegar a la salvación por la fe en Cristo y
por medio de su gracia. Jesús es la puerta por la que se entra en la vida eterna, el Buen Pastor que nos
conduce y ha dado su vida por nosotros. Con las imágenes del pastor, las ovejas y el redil, se evoca
un tema preferido de la predicación profética en el Antiguo Testamento: el pueblo elegido es el
rebaño y el Señor su pastor (cfr Sal 23). Los profetas, especialmente Jeremías y Ezequiel (Jr 23,1-6;
Ez 34,1-31), ante la infidelidad de los reyes y sacerdotes, a quienes también se aplicaba el nombre de
pastores, prometen unos pastores nuevos. Más aún: Ezequiel señala que Dios iba a suscitar un Pastor
único, semejante a David, que apacentaría sus ovejas, de modo que estuvieran seguras (Ez 34,23-31).
Jesús se presenta como ese Buen Pastor que cuida de sus ovejas. Se cumplen, por tanto, en Él las
antiguas profecías. El arte cristiano se inspiró muy pronto en esta figura entrañable del Buen Pastor y
dejó así representado el amor de Cristo por cada uno de nosotros.
Para comprender mejor las palabras de Jesús en los vv. 3-5, conviene recordar que en
aquellos tiempos era costumbre reunir al oscurecer varios rebaños en un mismo recinto. Allí
permanecían toda la noche bajo la custodia de un guarda. Al amanecer, cada pastor llegaba, le abría
el guarda, y llamaba a sus ovejas, que se incorporaban y salían del aprisco tras él; les hacía oír
frecuentemente su voz para que no se perdieran, y caminaba delante para conducirlas a los pastos. El
Señor hace uso de esta imagen, tan familiar a sus oyentes, para hacerles una advertencia importante:
ante voces extrañas, es necesario reconocer la voz de Cristo —actualizada de continuo por el
Magisterio de la Iglesia— y seguirle, para encontrar el alimento abundante de nuestras almas. Las
palabras de Jesús tienen especial significación para quienes ejercen en la Iglesia el oficio de pastores:
«Yo soy el buen Pastor. Con ello quiere estimularlos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser
buen pastor, si no llega a ser una sola cosa con Cristo por la caridad y se convierte en miembro del
verdadero pastor» (Sto. Tomás de Aquino, Super Evangelium Ioannis, ad loc.).
Cristo se aplica la imagen de la puerta (v. 7) por la que se entra en el aprisco de las ovejas que
es la Iglesia. Al redil entran los pastores y las ovejas. Tanto unos como otras han de entrar por la
puerta, que es Cristo. «Yo —predicaba San Agustín— queriendo llegar hasta vosotros, es decir, a
vuestro corazón, os predico a Cristo: si predicara otra cosa, querría entrar por otro lado. Cristo es
para mí la puerta para entrar en vosotros: por Cristo entro no en vuestras casas, sino en vuestros
corazones. Por Cristo entro gozosamente y me escucháis hablar de Él. ¿Por qué? Porque sois ovejas
de Cristo y habéis sido comprados con su sangre» (In Ioannis Evangelium 47,2.3). «La Iglesia, en
efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo. Es también el rebaño cuyo pastor será el
mismo Dios, como Él mismo anunció. Aunque son pastores humanos quienes gobiernan a las ovejas,
sin embargo, es Cristo mismo el que sin cesar las guía y alimenta; Él, el Buen Pastor y Cabeza de los
pastores, que dio su vida por las ovejas» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 6).
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SAN AGUSTÍN (www.iveargentina.org)
El buen pastor
Vuestra fe no ignora, carísimos, y sabemos que lo habéis aprendido del Maestro, que desde el
cielo nos adiestra y en quien habéis colocado vosotros la esperanza, cómo nuestro Señor Jesucristo,
que ya padeció por nosotros y resucitó, es Cabeza de la Iglesia, y la Iglesia, Cuerpo suyo; y que la
salud de este Cuerpo es la unión de sus miembros y la trabazón de la caridad. Si se resfría la caridad,
sobreviene, aun perteneciendo uno al Cuerpo de Cristo, la enfermedad. Cierto es, sin embargo, que
aquel que ha exaltado a nuestra Cabeza puede sanar a sus miembros, siempre a condición de no
llevarla impiedad a términos de haber de amputarlos, sino de permanecer adheridos al Cuerpo hasta
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Domingo IV de Pascua (A)
lograr la salud. Porque, mientras permanece un miembro cualquiera en la unidad orgánica, queda la
esperanza de salvarle; una vez amputado, no hay remedio que lo sane. Siendo él, pues, Cabeza de la
Iglesia y siendo la Iglesia su Cuerpo, el Cristo total es el conjunto de la Cabeza y el Cuerpo. El ya
resucitó, por tanto, ya tenemos la Cabeza en el cielo, donde aboga por nosotros. Esa nuestra Cabeza
sin pecado y sin muerte está ya propiciando a Dios por nuestros pecados, para que también nosotros,
resucitados al fin y transformados, sigamos a la Cabeza a la gloria celeste. A donde va, en efecto, la
cabeza, van también los otros miembros. Siendo, pues, miembros suyos, no perdamos, mientras aquí
estamos, la esperanza de seguir a nuestra Cabeza.
Ponderad, hermanos, a dónde llega el amor de nuestra Cabeza. Aunque ya en el cielo, sigue
padeciendo aquí mientras padece la Iglesia. Aquí tiene Cristo hambre, aquí tiene sed, y está desnudo,
y carece de hogar, y está enfermo y encarcelado. Cuanto padece su Cuerpo, él mismo ha dicho que lo
padece él; y al fin, apartando ese su Cuerpo a la derecha y poniendo a la izquierda a los que ahora le
pisan, les dirá a los de la mano derecha: Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino que os está
apercibido desde el principio del mundo. Y esto, ¿por qué? Porque tuve hambre, y me disteis de
comer; y continúa por ahí, cual si él en persona hubiera recibido la merced. Y en tal extremo es ello
así, que, no entendiéndolo, han los de la derecha de responderle, diciendo:
¿Cuándo, Señor, te vimos con hambre, sin hogar o encarcelado? Él les dirá: Lo que hicisteis
con uno de mis pequeñuelos, a mí me lo hicisteis. A este modo, en nuestro cuerpo está la cabeza
encima, los pies en la tierra; sin embargo, cuando en algún apiñamiento y apretura de la gente
alguien te da un pisotón, ¿no dice la cabeza: «Estás pisándome»? Nadie te ha pisado ni la cabeza ni
la lengua; están arriba y a buen recaudo; nada malo les ha sucedido; mas, porque de la cabeza a los
pies reina la unidad, fruto de la trabazón que produce la caridad, la lengua no se desentiende, antes
bien dice: «Estás pisándome. » A esta manera, dijo Cristo, la Cabeza a quien nadie pisa: Tuve
hambre, y me disteis de comer. ¿Cómo terminó? Entonces aquéllos irán al fuego eterno, y los justos
a la vida eterna.
En las palabras recién oídas preséntasenos el Señor, a la vez, como pastor y puerta. Ambas
cosas las tiene allí: Yo soy la puerta y Yo soy el pastor. Es puerta en relación a la Cabeza; es pastor
en relación al Cuerpo. En efecto, a Pedro, único sobre quien organiza la Iglesia, le dice: Pedro, ¿me
amas? El respondió: «Señor, te amo». Apacienta mis ovejas. Y, habiéndole dicho por tres veces:
Pedro, ¿me amas? , se entristeció Pedro a la tercera interrogación, como si quien había visto la
intimidad del negador no viese también ahora la fe del confesor. Le había conocido siempre; le había
conocido aun al tiempo en que Pedro se desconocía a sí mismo. No se conocía éste cuando dijo: A tu
lado estaré hasta morir. ¡Qué poco sabía él lo grave de su debilidad! No de otro modo ignoran
frecuentemente los enfermos qué les pasa, y sábelo el médico; no lo sabe quién lo tiene, y sábelo
quien no lo tiene. A la sazón, el enfermo era Pedro, y médico el Señor. Aquél decía tener fuerzas,
cuando en realidad no las tenía; más el Señor, tomándole el pulso, decía que había denegarle tres
veces. Y sucedió a la letra como el Doctor se lo había pronosticado, no como adelantó, jactancioso,
el enfermo. Si, pues, le preguntó el Salvador después de la resurrección, no era porque ignorase la
gran sinceridad del afecto que Pedro tenía por él, sino para que una triple confesión de amor borrase
la triple negación del temor.
Luego demandar el Señor a Pedro si le ama: Pedro, ¿me amas? , es como decirle: «¿Qué me
darás, qué harás por mí en prueba de tu amor? » ¿Qué había Pedro de hacer en provecho del Señor ya
resucitado y a punto de subir a los cielos para sentarse a la diestra del Padre? Era, pues, como
decirle: «Lo que me darás, lo que harás por mí si me amas, es apacentar mis ovejas; es entrar por la
puerta y no saltar por otro lado» Oísteis cuando se leía el evangelio: Quien entra por la puerta, ése es
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Domingo IV de Pascua (A)
el pastor; más el que sube por otra parte es ladrón y salteador, y su intención, desunirlas,
desperdigarlas y llevarse las ovejas. ¿Quién entra por la puerta? Quien entra por Cristo. Y ¿quién es
éste? Quien imita la pasión de Cristo, quien conoce la humildad de Cristo; y pues Dios se hizo por
nosotros hombre, reconozca el hombre que no es Dios, sino un mero hombre. Quien, en efecto,
quiere dárselas de Dios no siendo más que hombre, no imita ciertamente al que, siendo Dios, se hizo
hombre. A ti no se te dice: «Sé algo menos de lo que eres», sino: «Conoce lo que eres» Conócete
débil, conócete hombre, conócete pecador, conoce ser Dios quien justifica, conócete manchado. Pon
al raso en la confesión la mancha de tu corazón, y pertenecerás al rebaño de Cristo; la confesión de
los pecados suscitará en el Médico ganas de sanarte. El enfermo que dice: «Yo no tengo nada», no se
preocupa del médico. ¿No habían subido al templo el fariseo y el publicano? El primero se ufanaba
de tener salud, el segundo mostrábale al Médico las llagas; el primero decía: ¡Oh Dios!, yo te doy
gracias, porque no soy como el publicano este. Tomaba pie del vecino para remontarse; por donde, a
estar sano el publicano, le hubiera el fariseo mirado de reojo, porque no habría tenido sobre quién
empinarse. Mas ¿cómo llegó al templo aquel rostrituerto? Desde luego, no estaba sano; mas como se
decía sano, no bajó curado. Al revés, el otro, la vista en el suelo, sin atreverse a levantarla al cielo,
hería su pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, sé propicio conmigo, pecador de mí. Y ¿qué dijo el Señor?
Dígoos de verdad que bajó éste justificado del templo y no el fariseo. Porque todo el que se ensalza
será humillado y quien se humilla será ensalzado. Luego los que se alzan quieren subir al aprisco por
otro lado que por la puerta; por la puerta entran en el redil los que se humillan. De ahí que éste entra
y el otro sube. Subir, como veis, es buscar las alturas; quien sube no entra, sino que cae; mas quien
se agacha para entrar por la puerta, ése no cae, sino que es pastor.
Habla el Señor en el evangelio este de tres suertes de personas, que debemos estudiar: el
pastor, el mercenario y el ladrón; y entiendo que, al sernos leído, advertisteis las características con
que designó al pastor, las del mercenario y las propias del ladrón. Del pastor dijo que daba la vida
por sus ovejas y entraba por la puerta; del salteador o ladrón, que subía por otra parte; del mercenario
afirmó que, viendo al lobo o al ladrón, huye, porque no tiene amor a las ovejas: es mercenario, no
pastor verdadero. Entra éste por la puerta, por ser pastor; el ladrón sube por otra parte, por ser ladrón;
el mercenario, viendo a los que tratan de llevarse las ovejas, teme y escapa, por ser mercenario,
porque le tienen sin cuidado las ovejas: al fin es mercenario. Si diésemos con estas tres personas,
habría vuestra santidad hallado a quiénes ha de amar, a quiénes tolerar y a quiénes esquivar. Ha de
ser amado el pastor, tolerado el mercenario, esquivado el ladrón. Hay en la Iglesia hombres que,
según decir del Apóstol, anuncian el Evangelio por conveniencias, buscando de los hombres su
propio medro, ya en dinero, ya en honores, ya en alabanzas humanas. Buscando a toda costa sus
personales ventajas, no miran, al predicar, tanto a la salud de aquellos a quienes predican como a sus
particulares emolumentos. Mas quien oye la doctrina saludable a quien no tiene salud, si cree en él
sin poner en él la esperanza, el predicador saldrá perdiendo, pero el creyente ganando.
Ahí tienes al Señor diciendo de los fariseos: Siéntanse sobre la cátedra de Moisés. No se
refería el Señor a ellos únicamente, ni era su intención mandar a las escuelas de los judíos a quienes
creyeran en él, para que aprendiesen allí el camino del reino de los cielos. Pues ¡qué!, ¿no había él
venido a formar su Iglesia y a separar del resto de la nación, como de la paja el grano, a los israelitas
que creían y esperaban bien y amaban bien, para hacer de la circuncisión un muro, al que había de
juntarse otro muro, el de la gentilidad, y ser él mismo la piedra angular donde se reunirían estas dos
paredes de dirección diversa? ¿No dijo el Señor de los dos pueblos estos, destinados a fundirse en
uno solo: Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco, del redil de los judíos; y es
menester que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor? Por eso eran
dos las barcas de donde llamó a sus discípulos. Emblema fue también de los dos pueblos el haber
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Domingo IV de Pascua (A)
echado las redes donde salió tal abundancia y número de peces, que las redes estuvieron a un dedo de
romperse: Y llenaron, dice, las dos barcas. Las barcas eran dos, pero significaban una Iglesia única,
unificada en Cristo, hecha de dos pueblos que venían en dirección distinta. Esto mismo significaban
las dos mujeres, Lía y Raquel, esposas de un solo varón, Jacob. Estos dos pueblos, en fin, hállanse
figurados en los dos ciegos sentados a la vera del camino, a quienes el Señor devolvió la vista. Y, si
miráis con detenimiento las Escrituras, aún hallaréis otros muchos lugares donde se significan estas
dos Iglesias, que no son dos, sino una; porque tal era la misión de la Piedra angular: hacer de dos
pueblos un pueblo único; y la del Pastor no fue sino hacer de dos rebaños un rebaño solo. Así que,
habiendo el Señor de amaestrar a su Iglesia y tener escuela propia, independiente de los judíos, como
ahora lo estamos viendo, ¿había de mandar fuesen los creyentes en él a los judíos para que
aprendiesen de ellos? Mas bajo la denominación de fariseos y escribas nos dio a entender que había
de haber algunos en la Iglesia que dirían y no harían, como a sí mismo se designó en la persona de
Moisés. Moisés, en efecto, era figura de Jesucristo; y si, al hablar al pueblo, se velaba el rostro, era
para significar que los judíos, mientras en la ley buscasen goces y delicias carnales y un reino
terreno, tendrían delante de los ojos un velo que no les permitiría vera Cristo en las Escrituras.
Quitado el velo después de la pasión del Señor, aparecieron al descubierto los secretos del templo.
Debido a eso, cuando el Señor estaba colgado de la cruz, el velo del santuario se rasgó de arriba
abajo, y el apóstol Pablo dice: Cuando pases a Cristo será quitado el velo. Quien, echado sobre su
corazón, en frase del Apóstol. Tratando, pues, de anunciar que había de haber en su Iglesia esta clase
de doctores, ¿qué dijo el Señor?
En la cátedra de Moisés se sientan escribas y fariseos; haced lo que dicen y no hagáis lo que
hacen.
Hay clérigos malvados que, oyendo esta sentencia, para ellos dicha, tratan de malear su
sentido. Yo mismo he visto cómo algunos se fatigaban en corromper este pasaje; y, si pudiesen, ¿no
le borrarían del Evangelio? Más, no pudiendo eliminarle, hacen por adulterarle; pero la gracia y
misericordia del Señor están con nosotros, y no les permite lograrlo, porque todas sus palabras las
amuralló con su verdad y las pesó, en tal manera que, si algún lector o intérprete infiel quisiera
amputar o añadir algo, al hombre juicioso le bastaría leer lo anterior o lo siguiente para restituir a la
Escritura lo cortado y hallar el sentido que se pretendía falsear. Y ¿qué os figuráis que dicen los
aludidos por la frase: Lo que dicen, hacedlo? Porque fuera está de duda que se les dice a los laicos.
Pues cuando un laico quiere vivir bien, ¿qué se dice a sí mismo en viendo a un clérigo malo? El
Señor ha dicho: Lo que dicen, hacedlo, pero no hagáis lo que ellos hacen. Mi obligación es andar
por el camino del Señor y no irme tras sus costumbres. Oiré no sus palabras, sino las de Dios. Siga
yo a Dios y siga él sus codicias. Porque, si voy a defenderme ante Dios diciendo: «Señor, he vivido
mal porque tal clérigo vivía mal», ¿no me dirá, por ventura: «Siervo malo, ¿no habías oído decir: Lo
que os dicen, hacedlo; lo que hacen, no lo hagáis?» Y el seglar malo, el infiel, el que no pertenece al
rebaño de Cristo, el que no pertenece al trigo de Cristo, el que, como la paja, es tolerado en la era,
¿qué se dice cuándo empieza a reprocharle la palabra de Dios? «¡Anda de ahí!, déjate de monsergas.
Los mismos obispos, los clérigos mismos, no lo hacen, y ¿exiges que lo haya yo?» Este no se busca
un abogado para un mal juicio, sino compañero de suplicio. A buen seguro, en efecto, que en el día
del juicio, ese malvado a quien gustó de imitar no le hade amparar; pues a la manera como el diablo
a ninguno delos seducidos los seduce para reinar con él, sino para tener compañeros de condenación,
así todos los que siguen las huellas de los malos no se buscan ayuda para subir al cielo, sino
compañía en las llamas del infierno.
¿Cómo, digo, se las ingenian esos clérigos de malvivir para falsear este pensamiento cuando
se les dice: «Bien ha dicho el Señor: Haced lo que dicen; no hagáis lo que hacen»? «Y muy bien
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Domingo IV de Pascua (A)
dicho, responden. Se os ha mandado hagáis lo que os decimos y no hagáis lo que nosotros hacemos.
Porque nosotros ofrecemos el sacrificio, y a vosotros no os es lícito». Ved a dónde recurren estos
picaros mercenarios (si fueran pastores, no dirían eso). Ahora bien, para cerrarles la boca no hay sino
ver la ilación de las palabras del Señor: Se sientan, dice, sobre la cátedra de Moisés; haced lo que
dicen, no hagáis lo que hacen ellos, porque dicen, y no hacen. ¿Qué se infiere de aquí, hermanos? Si
hablara el Señor de ofrecer el sacrificio, ¿habría dicho: Dicen, y no hacen? Porque hacen el
sacrificio, ofrecen a Dios el sacrificio. ¿Qué cosa es la que dicen y no hacen? Oye lo que viene a
continuación: Atan cargas pesada se insoportables y las echan sobre los cuellos de los hombres;
ellos ni con un dedo quieren moverlas. Esta descripción y ejemplo son un reproche diáfano. Una
cosa reluce bien en los intentos de adulterar este pasaje: que no tiran en la Iglesia ellos a otro blanco
que al de sus personales conveniencias y que no leyeron jamás el Evangelio, porque, de conocer esta
página, nunca se atrevieran a decir lo que dicen.
Vais a ver más claramente cómo en la Iglesia tenemos individuos de esta laya, para que nadie
venga diciéndonos: «No lo dijo sino de los fariseos; no lo dijo sino de los escribas; no lo dijo sino de
los judíos, porque la Iglesia no tiene gente así» ¿Quiénes son aquellos de los que dijo el Señor: No
todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos? Y añadió: Muchos aquel día
me dirán: «Señor, Señor», ¿por ventura no hemos profetizado, e hicimos en tu nombre muchos
milagros, y en tu nombre comimos y bebimos? ¡Qué! ¿Son acaso judíos quienes tal hacen a nombre
de Cristo? Claro es como la luz del sol que se refiere a los que tienen el nombre de Cristo. ¿Qué
sigue? Yo entonces les diré: «Nunca os he conocido. Apartaos de mí todos los operarios de la
iniquidad». Oye los gemidos que los tales le arrancan al Apóstol; unos, dice, predican el Evangelio
por caridad; otros, según su conveniencia, insinceramente; de algunos dice: Anuncian el Evangelio,
sin rectitud. Anuncian una cosa recta, pero ellos no son rectos. Lo que anuncian es recto, más
quienes lo anuncian no son rectos. ¿Dónde falta la rectitud? En buscar en la Iglesia un algo distinto
de Dios. Si buscase a Dios, fuera casto, por ser Dios el esposo legítimo del alma. Todo el que busca
en Dios otra cosa fuera del mismo Dios, no busca a Dios castamente. Un ejemplo, hermanos: Si ama
una mujer a su marido en atención a sus riquezas, no es mujer casta, porque no ama al marido, sino
al oro del marido, pues quien al marido ama, le ama desnudo y le ama pobre. Amándole por rico,
¿qué sucederá si, por contingencias de la vida, lo proscriben y de la noche a la mañana viene a la
miseria? Posiblemente le abandone, pues lo que amaba no era al marido, sino sus bienes. Cuando al
marido se le quiere de verdad, aun la pobreza sube de punto el amor, porque al amor se le une la
compasión.
Pero nuestro Dios, hermanos, imposible que sea pobre jamás. Es rico; él hizo todas las cosas:
el cielo y la tierra, el mar y los ángeles. Todo lo que vemos y todo lo invisible del cielo, él lo hizo;
mas no debemos amar las riquezas, sino a quien hizo las riquezas. El objeto de sus promesas no es
sino él mismo. Mira de hallar algo que más valga, y te lo dará. Hermosa es la tierra, hermoso el cielo
y hermosos los ángeles; pero más hermoso es quien hizo todo esto. Por eso, los que anuncian a Dios
porque le aman, los que anuncian a Dios por Dios, apacientan las ovejas y no son mercenarios. Esa
castidad exigía del alma nuestro Señor Jesucristo cuando le decía a Pedro: Pedro, ¿me amas? ¿Qué
significa: Me amas? ¿Eres casto? ¿No es adúltero tu corazón? ¿No buscas en la Iglesia tus
conveniencias, sino las mías? Si eres así, apacienta mis ovejas. No serás mercenario, sino pastor.
Aquellos que daban grima al Apóstol, no anunciaban el Evangelio castamente. Pero ¿qué
dice? Lo que importa es que sea Cristo anunciado de todas maneras, sea con segundas intenciones,
sea con verdad. Pasa, pues, porque haya mercenarios. El pastor anuncia el Evangelio de Cristo
sinceramente, el mercenario lo anuncia con segunda intención, buscando cosa distinta; mas, al fin, si
el uno anuncia a Cristo, el otro lo anuncia también. Oye la voz del pastor Pablo: Sea bastardamente,
9
Domingo IV de Pascua (A)
sea con sinceridad, el caso es que Cristo sea anunciado. Este mismo pastor quiso tener mercenarios.
Los cuales hacen el bien donde pueden y son útiles en la medida que pueden serlo. Sin embargo,
cuando el Apóstol necesitaba echar mano de alguien que pudiera servir de modelo a los débiles, dice:
Os envié a Timoteo, el cuál os recordará mis normas de conducta. En otras palabras: Os envié un
pastor para recordaros mis procederes; o de otro modo, que anda los caminos por donde yo ando. Y,
al enviarles ese pastor, ¿sabéis qué les dice? Porque no tengo ninguno de iguales sentimientos que se
preocupe de vosotros con afecto sincero. Pues ¿no tenía consigo a muchos otros? Ved, ved lo que
sigue: Porque todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo. Es decir: He querido mandaros un
pastor; porque, si bien había abundancia de mercenarios, no convenía un mercenario en aquella
coyuntura. Para otros menesteres y negocios envíase un mercenario; para la intención de Pablo, un
pastor era entonces necesario. Y a duras penas, entre tantos mercenarios, halló un pastor; porque
pastores hay pocos, mientras los mercenarios abundan. Y ¿qué ha dicho de los mercenarios?
Verdaderamente os digo que ya recibieron su jornal. Más del pastor, ¿qué dijo el Apóstol?
Quienquiera, pues, que se purificase de estas cosas, será objeto destinado a usos honrosos, y
útil a su dueño, disponible siempre a toda obra buena. No aparejado para unas cosas y desaparejado
para otras, sino dispuesto a obrar todo bien. Lo dicho hasta aquí atañe a los pastores.
Hablemos ahora de los mercenarios. El mercenario, viendo que anda el lobo rondando las
ovejas, escapa. Así lo ha dicho el Señor. Y ¿por qué huye? Porque las ovejas le tienen sin cuidado.
El mercenario, por consecuencia, es útil mientras no ve al lobo, mientras no ve al salteador y al
ladrón, porque viéndolos huye. Y ¿quién es el mercenario que huye de la Iglesia cuando se dejan ver
el lobo y el ladrón? ¡Cuántos lobos hay! ¡Cuántos ladrones! Tales son los que suben al aprisco por
otra parte. ¿Quiénes son, en concreto, esos trepadores? Los de la parte de Donato, que tratan de
saquear las ovejas de Cristo; ésos, ésos son los que suben por otra parte. No entran por Cristo,
porque no son humildes. Suben, trepan, encarámanse como todos los soberbios. Porque subir, ¿no
vale tanto como remontarse? ¿Por dónde suben? Por otra parte; ¿no se dan a sí mismos el nombre de
parte? Los que no están en la unidad son de otra parte, y por esa otra parte suben, esto es, se
enorgullecen y quieren llevarse las ovejas. Ved en qué sentido digo suben: Nosotros santificamos,
nosotros justificamos, nosotros hacemos justos. Ved por dónde subieron. Pero quien se ensalza será
humillado. Poderoso es Dios nuestro Señor para derribarlos. El lobo es el diablo; su oficio es tender
asechanzas para engañar, y los que le siguen, ni más ni menos, pues de los tales se ha dicho que
andan vestidos con piel de oveja, más por dentro son lobos carniceros. Ahora bien, un mercenario
verá que fulano es un malhablado, zutano tiene ideas perniciosas a la salud de su alma, mengano se
porta como un criminal o un sátiro, y no los reprenderá si tienen alguna prestancia dentro de la
comunidad religiosa; por eso, porque es mercenario, porque aguarda de ellos algún provecho. Y los
verá ser víctimas de sus pecados, los verá irse tras el lobo, o bien que el lobo se los lleva entre los
dientes por el cuello al suplicio, y no les dirá: «Estás pecando». No se lo echará enrostro para no
perder sus emolumentos. El pasaje Al ver el lobo huye, significa esto: que no le dice: «Te comportas
criminalmente». Porque no se trata de un huir corporal, sino espiritual. Ese a quien ves inmóvil de
cuerpo, está huyendo en el alma cuando, viendo al pecador, no le dice: «Tú pecas»; y aun a veces es
su cómplice.
El presbítero, hermanos míos, o el obispo que suben a la cátedra sagrada, ¿os han dicho, por
acaso, alguna vez desde aquel elevado sitial cosa que no sea: No se roben los bienes ajenos, no se
hagan trampas, no se peque mortalmente? Es imposible que hablen de otro modo quienes se sientan
en la cátedra de Moisés, porque no son ellos, sino la cátedra misma quien por ellos habla. ¿Qué
significa entonces: ¿Por ventura se cogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?; y aquello:
Todo árbol por el fruto se le conoce? ¿Puede un fariseo decir cosas buenas? Si el fariseo es el espino,
10
Domingo IV de Pascua (A)
¿cómo del espino cojo racimos? Porque tú, Señor, dijiste: Haced lo que dicen, no hagáis lo que
hacen. Tú me ordenas coger uvas de los espinos, siendo así que dijiste: ¿Acaso se cogen de los
espinos uvas? El Señor te responderá: «No te mandé yo coger racimos de los espinos». Mira, pues,
con atención si por casualidad, como suele suceder, la vid, al ir de acá para allá sobre la tierra, no se
hizo con los espinos una maraña. Porque algunas veces, hermanos, hallamos una parra encima de un
zarzal; tiene cerca de sí un seto espinoso y, extendiendo los sarmientos, introdúcese por el seto, y
entonces el racimo cuelga entre espinas; mas quien lo ve toma el racimo, no de las espinas, sino de la
parra entrelazada con las espinas. Así ellos, de suyo, son espinosos; mas, sentados en la cátedra de
Moisés, los envuelve la Vid, y cuelgan de ellos racimos, es decir, palabras buenas, advertimientos
saludables. Tomas, pues, tú las uvas, sin miedo a las espinas, si haces lo que te dicen y no haces lo
que hacen; las espinas se te clavarán si lo que hacen ellos lo haces también tú. Consecuencia: Para
coger el racimo sin enredarte entre las espinas, haz lo que te dicen y no hagas lo que hacen; porque,
si sus acciones son espinas, sus palabras son uvas, no suyas, sino de la Vid, o sea, de la cátedra de
Moisés.
Estos, pues, se dan a la huida cuando ven al lobo, cuando divisan al ladrón. Había yo
empezado a deciros que desde el elevado sitial no pueden sino decir: «Haced el bien, no perjuréis, no
defraudéis, no engañéis a nadie». Pero, a las veces, su vivir es tal, que se van al obispo y aun
solicitan su consejo sobre los medios de apropiarse las posesiones de otro. Hablamos por
experiencia, porque alguna vez nos ha pasado esto; de otro modo no lo creeríamos. Muchos nos
piden consejos malos: que les autoricemos para mentir, para engañar astutamente, pensando darnos
placer en ello. Más no creo desagradar al Señor si os aseguro, por el nombre de Cristo, que nadie,
para semejantes cosas, ha encontrado en mí asentimiento a su voluntad; porque, dicho sea con
licencia de quien nos llamó al episcopado, yo no soy mercenario, sin pastor, aunque digo lo del
Apóstol: A mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por algún tribunal humano;
pero tampoco a mí mismo me juzgo; pues aun cuando de nada me acuse la conciencia, no por eso
quedo justificado; quien me juzga es el Señor. En otras palabras: Mi conciencia no es buena por
alabarme vosotros. ¿Por qué alabar lo que no se ve? Alabe quien lo ve todo, y sea él quien me
corrija, si algo ve ofensivo para sus ojos. Porque nosotros tampoco nos tenemos por del todo sanos,
antes golpeamos nuestro pecho y le decimos a Dios: «Séme propicio, para que no peque» Creo poder
decir, no obstante, que, como estoy en su presencia, nada busco fuera de vuestra salvación; que a
menudo lamentamos los pecados de nuestros hermanos, estos pecados que nos repelen y nos
atormentan el alma; y que algunas veces los llamamos al orden; o mejor dicho, no cesamos de
corregirlos. Testigos son cuantos recuerdan las veces que han sido corregidos por mí.
Y ahora entro en cuentas con vuestra santidad. Vosotros sois, por la gracia de Cristo, el
pueblo de Dios; un pueblo católico, miembros del Salvador. No estáis separados de la unidad, sino
en comunión con el Cuerpo de los apóstoles, en comunión con las memorias de los santos mártires,
difundidos por toda la redondez de la tierra; vosotros, en fin, estáis confiados a mis desvelos, y
nuestro deber es dar de vosotros buena cuenta. La cuenta, en fin, que nos incumbe dar, vosotros la
sabéis perfectamente. Tú, Señor, sabes que hablé; tú sabes que no me callé; tú sabes que puse mi
corazón en las palabras; tú sabes cómo lloraba en tu presencia cuando se hacían a mis palabras oídos
de mercader. A eso, entiendo yo, se reduce todo el descargo mío. Nos lo garantiza el Espíritu Santo
en el profeta Ezequiel. Ya conocéis la lección del atalaya: Hijo del hombre, dice, yo te puse por
atalaya de la casa de Israel. Si yo digo al impío: «Impío, vas a morir…» y tú no hablas; esto es, yo
te digo a tiesto para que lo digas tú; si no le anuncias, y viene la espada y se le arrebata, es decir, si
viene aquello con que amenacé al pecador, el impío morirá, desde luego, en su impiedad; más de su
sangre pediré cuenta al atalaya. ¿Por qué? Porque no habló. Pero si el atalaya viere venir la espada
11
Domingo IV de Pascua (A)
e hiciese sonarla trompeta para que huya, y el impío no reflexiona, o sea, no se corrige para escapar
del suplicio con que Dios le amenaza; si la espada, en efecto, viene y le mata, él impío, cierto,
morirá en su impiedad, más tú habrás salvado tu alma. ¿No es esto mismo lo enseñado en el
siguiente pasaje del Evangelio: Señor, le dice el siervo perezoso, yo sabía que eres hombre exigente
o severo, porque siegas donde no sembraste y recoges donde nada pusiste; por lo cual, temeroso yo,
fuime a esconder tu talento bajo la tierra; aquí tienes lo tuyo? ¿Qué le respondió el Señor? Siervo
malo y holgazán, pues sabías que soy hombre molesto y duro, y siego donde no siembro y recojo
donde no puse nada, esta mi avaricia, ¿no era razón de más para tenerte advertido que de lo mío
había de pedir los intereses? Has debido, pues, dar mi dinero a los prestamistas, para que yo, en
llegando, recibiera con sus réditos lo mío. ¿Por ventura dijo el Señor que dieras mi dinero a los
prestamistas y exigieras las ganancias? No, hermanos; a nosotros toca darlo; ya vendrá él y lo
exigirá. Orad para que nos halle apercibidos.
Sermones (3º) (t. XXIII), Sermón 137, 1-15, BAC Madrid 1983, 230-49
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FRANCISCO – Regina Coeli del Buen Pastor
2013
Las vocaciones nacen en la oración y de la oración
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El cuarto domingo del tiempo de Pascua se caracteriza por el Evangelio del Buen Pastor, que
se lee cada año. El pasaje de hoy refiere estas palabras de Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo
las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las
arrebatará de mi mano. Mi Padre, lo que me ha dado, es mayor que todo, y nadie puede arrebatarlas
de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 27-30). En estos cuatro versículos está
todo el mensaje de Jesús, está el núcleo central de su Evangelio: Él nos llama a participar en su
relación con el Padre, y ésta es la vida eterna.
Jesús quiere entablar con sus amigos una relación que sea el reflejo de la relación que Él
mismo tiene con el Padre: una relación de pertenencia recíproca en la confianza plena, en la íntima
comunión. Para expresar este entendimiento profundo, esta relación de amistad, Jesús usa la imagen
del pastor con sus ovejas: Él las llama y ellas reconocen su voz, responden a su llamada y le siguen.
Es bellísima esta parábola. El misterio de la voz es sugestivo: pensemos que desde el seno de nuestra
madre aprendemos a reconocer su voz y la del papá; por el tono de una voz percibimos el amor o el
desprecio, el afecto o la frialdad. La voz de Jesús es única. Si aprendemos a distinguirla, Él nos guía
por el camino de la vida, un camino que supera también el abismo de la muerte.
Pero, en un momento determinado, Jesús dijo, refiriéndose a sus ovejas: «Mi Padre, que me
las ha dado» (cf. 10, 29). Esto es muy importante, es un misterio profundo, no fácil de comprender:
si yo me siento atraído por Jesús, si su voz templa mi corazón, es gracias a Dios Padre, que ha puesto
dentro de mí el deseo del amor, de la verdad, de la vida, de la belleza y Jesús es todo esto en
plenitud. Esto nos ayuda a comprender el misterio de la vocación, especialmente las llamadas a una
especial consagración. A veces Jesús nos llama, nos invita a seguirle, pero tal vez sucede que no nos
damos cuenta de que es Él, precisamente como le sucedió al joven Samuel. Hay muchos jóvenes
hoy, aquí en la plaza. Sois muchos vosotros, ¿no? Se ve… Eso. Sois muchos jóvenes hoy aquí en la
plaza. Quisiera preguntaros: ¿habéis sentido alguna vez la voz del Señor que, a través de un deseo,
una inquietud, os invitaba a seguirle más de cerca? ¿Le habéis oído? No os oigo. Eso... ¿Habéis
12
Domingo IV de Pascua (A)
tenido el deseo de ser apóstoles de Jesús? Es necesario jugarse la juventud por los grandes ideales.
Vosotros, ¿pensáis en esto? ¿Estáis de acuerdo? Pregunta a Jesús qué quiere de ti y sé valiente.
¡Pregúntaselo! Detrás y antes de toda vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, está siempre la
oración fuerte e intensa de alguien: de una abuela, de un abuelo, de una madre, de un padre, de una
comunidad. He aquí porqué Jesús dijo: «Rogad, pues, al Señor de la mies —es decir, a Dios Padre—
para que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 38). Las vocaciones nacen en la oración y de la
oración; y sólo en la oración pueden perseverar y dar fruto. Me complace ponerlo de relieve hoy, que
es la «Jornada mundial de oración por las vocaciones». Recemos en especial por los nuevos
sacerdotes de la diócesis de Roma que tuve la alegría de ordenar esta mañana. E invoquemos la
intercesión de María. Hoy hubo diez jóvenes que dijeron «sí» a Jesús y fueron ordenados sacerdotes
esta mañana… Es bonito esto. Invoquemos la intercesión de María que es la Mujer del «sí». María
dijo «sí», toda su vida. Ella aprendió a reconocer la voz de Jesús desde que le llevaba en su seno.
Que María, nuestra Madre, nos ayude a reconocer cada vez mejor la voz de Jesús y a seguirla, para
caminar por el camino de la vida. Gracias.
Muchas gracias por el saludo, pero saludad también a Jesús. Gritad «Jesús», fuerte…
Recemos todos juntos a la Virgen.
***
2014
Os pido que nos ayudéis: ayudarnos a ser buenos pastores.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El evangelista Juan nos presenta, en este iv domingo del tiempo pascual, la imagen de Jesús
Buen Pastor. Contemplando esta página del Evangelio, podemos comprender el tipo de relación que
Jesús tenía con sus discípulos: una relación basada en la ternura, en el amor, en el conocimiento
recíproco y en la promesa de un don inconmensurable: «Yo he venido —dice Jesús— para que
tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). Tal relación es el modelo de las relaciones entre
los cristianos y de las relaciones humanas.
También hoy, como en tiempos de Jesús, muchos se proponen como «pastores» de nuestras
existencias; pero sólo el Resucitado es el verdadero Pastor que nos da la vida en abundancia. Invito a
todos a tener confianza en el Señor que nos guía. Pero no sólo nos guía: nos acompaña, camina con
nosotros. Escuchemos su palabra con mente y corazón abiertos, para alimentar nuestra fe, iluminar
nuestra conciencia y seguir las enseñanzas del Evangelio.
En este domingo recemos por los pastores de la Iglesia, por todos los obispos, incluido el
obispo de Roma, por todos los sacerdotes, por todos. En particular, recemos por los nuevos
sacerdotes de la diócesis de Roma, a los que acabo de ordenar en la basílica de San Pedro. Un saludo
a estos trece sacerdotes. Que el Señor nos ayude a nosotros, pastores, a ser siempre fieles al Maestro
y guías sabios e iluminados del pueblo de Dios confiado a nosotros. También a vosotros, por favor,
os pido que nos ayudéis: ayudarnos a ser buenos pastores. Una vez leí algo bellísimo sobre cómo el
pueblo de Dios ayuda a los obispos y a los sacerdotes a ser buenos pastores. Es un escrito de san
Cesáreo de Arlés, un Padre de los primeros siglos de la Iglesia. Explicaba cómo el pueblo de Dios
debe ayudar al pastor, y ponía este ejemplo: cuando el ternerillo tiene hambre va donde la vaca, a su
madre, para tomar la leche. Pero la vaca no se la da enseguida: parece que la conserva para ella. ¿Y
qué hace el ternerillo? Llama con la nariz a la teta de la vaca, para que salga la leche. ¡Qué hermosa
imagen! «Así vosotros —dice este santo— debéis ser con los pastores: llamar siempre a su puerta, a
su corazón, para que os den la leche de la doctrina, la leche de la gracia, la leche de la guía». Y os
13
Domingo IV de Pascua (A)
pido, por favor, que importunéis a los pastores, que molestéis a los pastores, a todos nosotros
pastores, para que os demos la leche de la gracia, de la doctrina y de la guía. ¡Importunar! Pensad en
esa hermosa imagen del ternerillo, cómo importuna a su mamá para que le dé de comer.
A imitación de Jesús, todo pastor «a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la
esperanza del pueblo —el pastor debe ir a veces adelante—, otras veces estará simplemente en medio
de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo
para ayudar a los rezagados» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 13). ¡Ojalá que todos los
pastores sean así! Pero vosotros importunad a los pastores, para que os den la guía de la doctrina y de
la gracia.
Este domingo se celebra la Jornada mundial de oración por las vocaciones. En el Mensaje de
este año he recordado que «toda vocación (…) requiere siempre un éxodo de sí mismos para centrar
la propia existencia en Cristo y en su Evangelio» (n. 2). Por eso la llamada a seguir a Jesús es al
mismo tiempo entusiasmante y comprometedora. Para que se realice, siempre es necesario entablar
una profunda amistad con el Señor a fin de poder vivir de Él y para Él.
Recemos para que también en este tiempo muchos jóvenes oigan la voz del Señor, que
siempre corre el riesgo de ser sofocada por otras muchas voces. Recemos por los jóvenes: quizá aquí,
en la plaza, haya alguno que oye esta voz del Señor que lo llama al sacerdocio; recemos por él, si
está aquí, y por todos los jóvenes que son llamados.
***
2015
En la figura de Jesús, Pastor bueno, contemplamos a la Providencia de Dios
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El cuarto domingo de Pascua —éste—, llamado «domingo del Buen Pastor», cada año nos
invita a redescubrir, con estupor siempre nuevo, esta definición que Jesús dio de sí mismo,
releyéndola a la luz de su pasión, muerte y resurrección. «El buen Pastor da su vida por las ovejas»
(Jn 10, 11): estas palabras se realizaron plenamente cuando Cristo, obedeciendo libremente a la
voluntad del Padre, se inmoló en la Cruz. Entonces se vuelve completamente claro qué significa que
Él es «el buen Pastor»: da la vida, ofreció su vida en sacrificio por todos nosotros: por ti, por ti, por
ti, por mí ¡por todos! ¡Y por ello es el buen Pastor!
Cristo es el Pastor verdadero, que realiza el modelo más alto de amor por el rebaño: Él
dispone libremente de su propia vida, nadie se la quita (cf. v. 18), sino que la dona en favor de las
ovejas (v. 17). En abierta oposición a los falsos pastores, Jesús se presenta como el verdadero y único
Pastor del pueblo: el pastor malo piensa en sí mismo y explota a las ovejas; el buen pastor piensa en
las ovejas y se dona a sí mismo. A diferencia del mercenario, Cristo Pastor es un guía atento que
participa en la vida de su rebaño, no busca otro interés, no tiene otra ambición que la de guiar,
alimentar y proteger a sus ovejas. Y todo esto al precio más alto, el del sacrificio de su propia vida.
En la figura de Jesús, Pastor bueno, contemplamos a la Providencia de Dios, su solicitud
paternal por cada uno de nosotros. ¡No nos deja solos! La consecuencia de esta contemplación de
Jesús, Pastor verdadero y bueno, es la exclamación de conmovido estupor que encontramos en la
segunda Lectura de la liturgia de hoy: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre...» (1 Jn 3, 1). Es
verdaderamente un amor sorprendente y misterioso, porque donándonos a Jesús como Pastor que da
la vida por nosotros, el Padre nos ha dado lo más grande y precioso que nos podía donar. Es el amor
más alto y más puro, porque no está motivado por ninguna necesidad, no está condicionado por
14
Domingo IV de Pascua (A)
ningún cálculo, no está atraído por ningún interesado deseo de intercambio. Ante este amor de Dios,
experimentamos una alegría inmensa y nos abrimos al reconocimiento por lo que hemos recibido
gratuitamente.
Pero contemplar y agradecer no basta. También hay que seguir al buen Pastor. En particular,
cuantos tienen la misión de guía en la Iglesia —sacerdotes, obispos, Papas— están llamados a asumir
no la mentalidad del mánager sino la del siervo, a imitación de Jesús que, despojándose de sí mismo,
nos ha salvado con su misericordia. A este estilo de vida pastoral, de buen Pastor, están llamados
también los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, que he tenido la alegría de ordenar esta
mañana en la Basílica de San Pedro.
Y dos de ellos se van a asomar para agradecer vuestras oraciones y para saludaros...
[dos sacerdotes recién ordenados se asoman junto al Santo Padre]
Que María Santísima obtenga para mí, para los obispos y para los sacerdotes de todo el
mundo la gracia de servir al pueblo santo de Dios mediante la alegre predicación del Evangelio, la
sentida celebración de los Sacramentos y la paciente y mansa guía pastoral.
***
2016
Nada ni nadie podrá arrancarnos de las manos de Jesús
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El evangelio de hoy (Jn 10, 27-30) nos ofrece algunas expresiones pronunciadas por Jesús
durante la fiesta de la dedicación del templo de Jerusalén, que se celebraba a finales de diciembre. Él
se encontraba precisamente en la zona del templo, y quizás aquel espacio sagrado cercado le sugiere
la imagen del rebaño y del pastor. Jesús se presenta como «el buen pastor» y dice: «Mis ovejas
escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás, y
nadie las arrebatará de mi mano» (vv. 27-28). Estas palabras nos ayudan a comprender que nadie
puede decirse seguidor de Jesús si no escucha su voz. Y este «escuchar» no hay que entenderlo de
una manera superficial, sino comprometedora, al punto que vuelve posible un verdadero
conocimiento recíproco, del cual pueden surgir un seguimiento generoso, expresada en las palabras
«y ellas me siguen» (v.27). Se trata de un escuchar no solamente con el oído, sino ¡una escucha del
corazón!
Por lo tanto, la imagen del pastor y de las ovejas indica la estrecha relación que Jesús quiere
establecer con cada uno de nosotros. Él es nuestra guía, nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro
modelo, pero sobre todo es nuestro salvador. De hecho, la frase sucesiva del pasaje evangélico
afirma: «Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano» (v. 28).
¿Quién puede hablar así? Solamente Jesús, porque la «mano» de Jesús es una sola cosa con la
«mano» del Padre, y el Padre es «más grande que todos» (v. 29).
Estas palabras nos comunican un sentido de absoluta seguridad y de inmensa ternura. Nuestra
vida está totalmente segura en las manos de Jesús y del Padre, que son una sola cosa: un único amor,
una única misericordia, reveladas de una vez y para siempre en el sacrificio de la cruz. Para salvar a
las ovejas perdidas que somos todos nosotros, el Pastor se hizo cordero y se dejó inmolar para tomar
sobre sí y quitar el pecado del mundo. De esta manera Él nos ha dado la vida, pero la vida en
abundancia. De esta manera Él nos ha dado la vida, pero ¡la vida en abundancia! (cf. Jn 10, 10). Este
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Domingo IV de Pascua (A)
misterio se renueva, en una humildad siempre sorprendente, en la mesa eucarística. Es allí que las
ovejas se reúnen para nutrirse; es allí que se vuelven una sola cosa, entre ellas y con el Buen Pastor.
Por esto no tenemos más miedo: nuestra vida ya se ha salvado de la perdición. Nada ni nadie
podrá arrancarnos de las manos de Jesús, porque nada ni nadie puede vencer su amor. ¡El amor de
Jesús es invencible! El maligno, el gran enemigo de Dios y de sus criaturas, intenta de muchas
maneras arrebatarnos la vida eterna. Pero el maligno no puede nada si nosotros no le abrimos las
puertas de nuestra alma, siguiendo sus halagos engañosos.
La Virgen María ha escuchado y seguido dócilmente la voz del Buen Pastor. Que Ella nos
ayude a acoger con alegría la invitación de Jesús a convertirnos en sus discípulos y a vivir siempre en
la certeza de estar en las manos paternas de Dios.
***
2017
Sentirse amados por Jesús
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo, (cf. Juan 10, 1-10), llamado “el domingo del buen pastor”,
Jesús se presenta con dos imágenes que se complementan la una con la otra. La imagen del pastor y
la imagen de la puerta del redil.
El rebaño, que somos todos nosotros, tiene como casa un redil que sirve como refugio, donde
las ovejas viven y descansan después de las fatigas del camino. Y el redil tiene un recinto con una
puerta, donde hay un guardián.
Al rebaño se acercan distintas personas: está quien entra en el recinto pasando por la puerta y
quien «sube por otro lado» (v. 1).
El primero es el pastor, el segundo un extraño, que no ama a las ovejas, quiere entrar por
otros intereses. Jesús se identifica con el primero y manifiesta una relación de familiaridad con las
ovejas, expresada a través de la voz, con la que las llama y que ellas reconocen y siguen (cf. v. 3). Él
las llama para conducirlas fuera, a los pastos verdes donde encuentran buen alimento.
La segunda imagen con la que Jesús se presenta es la de la «puerta de las ovejas» (v. 7). De
hecho dice: «Yo soy la puerta: si uno entra por mí, estará a salvo» (v. 9), es decir tendrá vida y la
tendrá en abundancia (cf. v. 10).
Cristo, Buen Pastor, se ha convertido en la puerta de la salvación de la humanidad, porque ha
ofrecido la vida por sus ovejas. Jesús, pastor bueno y puerta de las ovejas, es un jefe cuya autoridad
se expresa en el servicio, un jefe que para mandar dona la vida y no pide a los otros que la
sacrifiquen.
De un jefe así podemos fiarnos, como las ovejas que escuchan la voz de su pastor porque
saben que con él se va a pastos buenos y abundantes. Basta una señal, un reclamo y ellas siguen,
obedecen, se ponen en camino guiadas por la voz de aquel que escuchan como presencia amiga,
fuerte y dulce a la vez, que guía, protege, consuela y sana.
Así es Cristo para nosotros. Hay una dimensión de la experiencia cristiana que quizá dejamos
un poco en la sombra: la dimensión espiritual y afectiva.
16
Domingo IV de Pascua (A)
El sentirnos unidos por un vínculo especial al Señor como las ovejas a su pastor. A veces
racionalizamos demasiado la fe y corremos el riesgo de perder la percepción del timbre de esa voz,
de la voz de Jesús buen pastor, que estimula y fascina.
Como sucedió a los dos discípulos de Emaús, que ardía su corazón mientras el Resucitado
hablaba a lo largo del camino. Es la maravillosa experiencia de sentirse amados por Jesús. Haceos
una pregunta: “¿Yo me siento amado por Jesús? ¿Yo me siento amada por Jesús?”. Para Él no somos
nunca extraños, sino amigos y hermanos. Sin embargo, no es siempre fácil distinguir la voz del
pastor bueno. Estad atentos.
Está siempre el riesgo de estar distraídos por el estruendo de muchas otras voces.
Hoy somos invitados a no dejarnos desviar por las falsas sabidurías de este mundo, sino a
seguir a Jesús, el Resucitado, como única guía segura que da sentido a nuestra vida.
En esta Jornada Mundial de oración por las vocaciones —en particular por las vocaciones
sacerdotales, para que el Señor nos mande buenos pastores— invocamos a la Virgen María: Ella
acompañe a los diez nuevos sacerdotes que he ordenado hace poco.
He pedido a cuatro de ellos de la diócesis de Roma que se asomen para dar la bendición junto
a mí.
La Virgen sostenga con su ayuda a cuantos son llamados por Él, para que estén preparados y
sean generosos en el seguir su voz.
***
2020
Escuchar la voz de Dios
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El cuarto domingo de Pascua, que celebramos hoy, está dedicado a Jesús el Buen Pastor. El
Evangelio nos dice: «las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una» (Juan 10,3).
El Señor nos llama por nuestro nombre, nos llama porque nos ama. Pero también dice el Evangelio
que hay otras voces que no debemos seguir: las de los extraños, ladrones y salteadores que quieren el
mal de las ovejas.
Estas diferentes voces resuenan dentro de nosotros. Está la voz de Dios, que habla
amablemente a la conciencia, y está la voz tentadora que conduce al mal. ¿Cómo podemos reconocer
la voz del buen Pastor de la del ladrón, cómo podemos distinguir la inspiración de Dios de la
sugerencia del maligno? Uno puede aprender a diferenciar estas dos voces: hablan dos idiomas
diferentes, es decir, tienen formas opuestas de llegar a nuestros corazones. Hablan diferentes
idiomas. Así como sabemos distinguir un idioma de otro, también podemos distinguir la voz de Dios
y la voz del Maligno. La voz de Dios nunca obliga: Dios se propone, no se impone. En cambio, la
voz maligna seduce, asalta, fuerza: despierta ilusiones deslumbrantes, emociones tentadoras, pero
pasajeras. Al principio halaga, nos hace creer que somos todopoderosos, pero luego nos deja vacíos
por dentro y nos acusa: “No vales nada”. La voz de Dios, en cambio, nos corrige, con tanta
paciencia, pero siempre nos anima, nos consuela: siempre alimenta la esperanza. La voz de Dios es
una voz que tiene un horizonte; en cambio, la voz del maligno te pone contra la pared, te arrincona.
Hay otra diferencia. La voz del enemigo nos distrae del presente y quiere que nos centremos
en los miedos del futuro o en la tristeza del pasado —el enemigo no quiere el presente—: nos
17
Domingo IV de Pascua (A)
devuelve la amargura, los recuerdos de las injusticias sufridas, de los que nos han hecho daño...,
tantos malos recuerdos. En cambio, la voz de Dios habla al presente: “Ahora puedes hacer el bien,
ahora puedes practicar la creatividad del amor, ahora puedes renunciar a los pesares y
remordimientos que mantienen tu corazón cautivo”. Nos anima, nos hace avanzar, pero habla al
presente: ahora.
Reitero: las dos voces plantean diferentes preguntas en nuestro interior. La que viene de Dios
nos dice: “¿Qué es bueno para mí?”. En cambio, el tentador insistirá en otra pregunta: “¿Qué me
apetece hacer?”. Qué me apetece: la voz del mal siempre gira en torno al ego, a sus pulsiones, a sus
necesidades, al todo y ahora. Es como los caprichos de los niños: todo y ahora. La voz de Dios, en
cambio, nunca promete alegría a bajo precio: nos invita a ir más allá de nuestro ego para encontrar el
verdadero bien, la paz. Recordemos: el mal nunca nos da paz, causa frenesí primero y deja amargura
tras de sí. Así es el estilo del mal.
La voz de Dios y la del tentador, en definitiva, hablan en diferentes “ambientes”: el enemigo
prefiere la oscuridad, la falsedad, el chismorreo; por el contrario, el Señor ama la luz del sol, la
verdad, la transparencia sincera. El enemigo nos dirá: “Enciérrate en ti mismo, porque nadie te
entiende ni te escucha, ¡no te fíes!”. El bien, contrariamente, nos invita a abrirnos, a ser claros y a
confiar en Dios y en los demás. Queridos hermanos y hermanas: en este tiempo, muchos
pensamientos y preocupaciones nos llevan a volver a adentrarnos en nosotros mismos. Prestemos
atención a las voces que llegan a nuestros corazones. Preguntémonos de dónde vienen. Pidamos la
gracia de reconocer y seguir la voz del buen Pastor, que nos saca del redil del egoísmo y nos guía
hacia los pastos de la verdadera libertad. Que Nuestra Señora, Madre del Buen Consejo, guíe y
acompañe nuestro discernimiento.
____________________
BENEDICTO XVI – Regina Coeli 2008 y 2011
2008
Vocación y misión son inseparables
Queridos hermanos y hermanas:
En este IV domingo de Pascua, en el que la liturgia nos presenta a Jesús como el buen Pastor,
se celebra la Jornada mundial de oración por las vocaciones. En todos los continentes, las
comunidades eclesiales imploran al unísono del Señor numerosas y santas vocaciones al sacerdocio,
a la vida consagrada y misionera, y al matrimonio cristiano, y meditan sobre el tema: “Las
vocaciones al servicio de la Iglesia-misión”. Este año la Jornada mundial de oración por las
vocaciones se sitúa en la perspectiva del “Año paulino”, que comenzará el 28 de junio próximo, para
celebrar el bimilenario del nacimiento del apóstol san Pablo, el misionero por excelencia.
En la experiencia del Apóstol de los gentiles, a quien el Señor llamó para ser “ministro del
Evangelio”, vocación y misión son inseparables. Por tanto, constituye un modelo para todo cristiano
y, de modo particular, para los misioneros ad vitam, o sea, para los hombres y las mujeres que se
dedican totalmente a anunciar a Cristo a quienes aún no lo conocen: esta vocación sigue
manteniendo toda su validez.
Este servicio misionero lo realizan en primer lugar los sacerdotes, ofreciendo la palabra de
Dios y los sacramentos y manifestando mediante su caridad pastoral con todos, sobre todo con los
enfermos, los pequeños y los pobres, la presencia sanadora de Jesucristo. Demos gracias a Dios por
estos hermanos nuestros que se entregan sin reservas en el ministerio pastoral, coronando a veces su
18
Domingo IV de Pascua (A)
fidelidad a Cristo con el sacrificio de su vida, como les sucedió ayer a dos religiosos asesinados en
Guinea y Kenia. A ellos se dirige nuestra admiración y nuestra gratitud, juntamente con nuestra
oración de sufragio.
Oremos también para que sea cada vez mayor el número de quienes deciden vivir
radicalmente el Evangelio mediante los votos de castidad, pobreza y obediencia: hombres y mujeres
que desempeñan un papel primario en la evangelización. Algunos de ellos se dedican a la
contemplación y a la oración; otros, a una multiforme acción educativa y caritativa, pero a todos los
une un mismo objetivo: testimoniar la primacía de Dios sobre todo y difundir su reino en todos los
ámbitos de la sociedad. Muchos de ellos, como escribió el siervo de Dios Pablo VI, “son
emprendedores y su apostolado está frecuentemente marcado por una originalidad y una imaginación
que suscitan admiración. Son generosos: no raras veces se les encuentra en la vanguardia de la
misión y afrontando los más grandes riesgos para su salud y su propia vida” (Evangelii nuntiandi,
69).
Por último, no hay que olvidar que también la vocación al matrimonio cristiano es una
vocación misionera: en efecto, los esposos están llamados a vivir el Evangelio en las familias, en los
ambientes de trabajo, en las comunidades parroquiales y civiles. Además, en ciertos casos, prestan
una valiosa colaboración a la misión Ad gentes.
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos la maternal protección de María sobre las
múltiples vocaciones que existen en la Iglesia, para que se desarrollen con un fuerte carácter
misionero.
***
2011
De la escucha de su Palabra deriva el seguir a Jesús
¡Queridos hermanos y hermanas!
La liturgia del IV Domingo de Pascua nos presenta uno de los iconos más bellos que, desde
los primeros siglos de la Iglesia, han representado al Señor Jesús: el del Buen Pastor. El Evangelio de
san Juan, en el capítulo décimo, nos describe los rasgos peculiares de la relación entre Cristo Pastor y
su rebaño, una relación tan estrecha que nadie podrá jamás apartar a las ovejas de su mano. Estas, de
hecho, están unidas a Él por un vínculo de amor y de conocimiento recíproco, que les garantiza el
don inconmensurable de la vida eterna. Al mismo tiempo, la actitud del rebaño hacia el Buen Pastor,
Cristo, es presentada por el Evangelista con dos verbos específicos: escuchar y seguir. Estos términos
designan las características fundamentales de aquellos que viven el seguimiento del Señor. Ante todo
la escucha de su Palabra, de la que nace y se alimenta la fe. Sólo el que está atento a la voz del Señor
es capaz de valorar en su propia conciencia las decisiones justas para actuar según Dios. De la
escucha deriva, por tanto, el seguir a Jesús: se actúa como discípulo después de haber escuchado y
acogido interiormente las enseñanzas del Maestro, para vivirlas cotidianamente.
En este domingo surge espontáneamente recordar a Dios a los Pastores de la Iglesia, y a
quienes se están formando para ser Pastores. Os invito por tanto a una especial oración por los
obispos –¡incluido el Obispo de Roma!–, por los párrocos, por todos aquellos que tienen
responsabilidades en la guía del rebaño de Cristo, para que sean fieles y sabios al llevar a cabo su
ministerio. En particular, rezamos por las vocaciones al sacerdocio en esta Jornada Mundial de
Oración por las Vocaciones, para que no falten nunca obreros válidos en la mies del Señor. Hace
setenta años, el Venerable Pío XII instituyó la Obra Pontificia para las vocaciones sacerdotales. La
19
Domingo IV de Pascua (A)
feliz intuición de mi Predecesor se fundaba en la convicción de que las vocaciones crecen y maduran
en las Iglesias particulares, facilitadas por contextos familiares sanos y robustecidos por el espíritu de
fe, de caridad y de piedad. En el mensaje enviado para esta Jornada Mundial subrayé que una
vocación se realiza cuando se sale “de la propia voluntad cerrada y de la propia idea de
autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, dejándose guiar por ella”. También en
este tiempo, en el que la voz del Señor corre el riesgo de ser ahogada en medio de tantas voces, cada
comunidad eclesial está llamada a promover y cuidar las vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada. Los hombres, de hecho, siempre tienen necesidad de Dios, también en nuestro mundo
tecnológico, y siempre habrá necesidad de Pastores que anuncien su palabra y que hagan encontrar al
Señor en los Sacramentos.
Queridos hermanos y hermanas, revigorizados por la alegría pascual y por la fe en el
Resucitado, confiemos nuestros propósitos y nuestras intenciones a la Virgen María, madre de toda
vocación, para que con su intercesión suscite y sostenga numerosas y santas vocaciones al servicio
de la Iglesia y del mundo.
_________________________
DIRECTORIO HOMILÉTICO – Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Cristo, pastor de las ovejas y puerta del redil
754. “La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo (Jn 10, 1-10). Es
también el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios, como él mismo anunció (cf. Is 40, 11; Ez 34, 1131). Aunque son pastores humanos quienes gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el
que sin cesar las guía y alimenta; Él, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores (cf. Jn 10, 11; 1 P 5, 4),
que dio su vida por las ovejas (cf. Jn 10, 11-15)”. (LG 6)
764. “Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de
Cristo” (LG 5). Acoger la palabra de Jesús es acoger “el Reino” (ibíd.). El germen y el comienzo del
Reino son el “pequeño rebaño” (Lc 12, 32) de los que Jesús ha venido a convocar en torno suyo y de
los que él mismo es el pastor (cf. Mt 10, 16; 26, 31; Jn 10, 1-21). Constituyen la verdadera familia de
Jesús (cf. Mt 12, 49). A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva “manera de
obrar”, sino también una oración propia (cf. Mt 5-6).
2665. La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia,
nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones
litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la
Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y graban en nuestros
corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador,
Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz,
nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...
El Papa y los obispos como pastores
553. Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: “A ti te daré las llaves del Reino de los
cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en los cielos” (Mt 16, 19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa
de Dios, que es la Iglesia. Jesús, “el Buen Pastor” (Jn 10, 11) confirmó este encargo después de su
20
Domingo IV de Pascua (A)
resurrección: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15-17). El poder de “atar y desatar” significa la
autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones
disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los Apóstoles
(cf. Mt 18, 18) y particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las llaves
del Reino.
857. La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:
— fue y permanece edificada sobre “el fundamento de los Apóstoles” (Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos
escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo (cf. Mt 28, 16-20; Hch1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8;
Ga 1, l; etc.).
— guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza (cf. Hch 2,
42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los Apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).
— sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a
aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, “al que asisten los
presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia” (AG 5):
«Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y
conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes
tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio (Prefacio de los Apóstoles I: Misal Romano).
Los obispos sucesores de los Apóstoles
861. “Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, [los Apóstoles]
encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran
y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el
que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por
tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros
hombres probados les sucedieran en el ministerio” (LG 20; cf. San Clemente Romano, Epistula ad
Corinthios, 42, 4).
881. El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su
Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16, 18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf. Jn
21, 15-17). “Consta que también el colegio de los apóstoles, unido a su cabeza, recibió la función de
atar y desatar dada a Pedro” (LG 22). Este oficio pastoral de Pedro y de los demás Apóstoles
pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
896. El Buen Pastor será el modelo y la “forma” de la misión pastoral del obispo. Consciente de sus
propias debilidades, el obispo “puede disculpar a los ignorantes y extraviados. No debe negarse
nunca a escuchar a sus súbditos, a los que cuida como verdaderos hijos [...] Los fieles, por su parte,
deben estar unidos a su obispo como la Iglesia a Cristo y como Jesucristo al Padre” (LG 27):
«Obedeced todos al obispo como Jesucristo a su Padre, y al presbiterio como a los Apóstoles; en
cuanto a los diáconos, respetadlos como a la ley de Dios. Que nadie haga al margen del obispo
nada en lo que atañe a la Iglesia (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Smyrnaeos 8,1)
1558. “La consagración episcopal confiere, junto con la función de santificar, también las funciones
de enseñar y gobernar [...] En efecto, por la imposición de las manos y por las palabras de la
consagración se confiere la gracia del Espíritu Santo y se queda marcado con el carácter sagrado. En
consecuencia, los obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro,
Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre (in eius persona agant)” (LG 21). “El Espíritu Santo que
21
Domingo IV de Pascua (A)
han recibido ha hecho de los obispos los verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y
pastores” (CD 2).
1561. Todo lo que se ha dicho explica por qué la Eucaristía celebrada por el obispo tiene una
significación muy especial como expresión de la Iglesia reunida en torno al altar bajo la presidencia
de quien representa visiblemente a Cristo, Buen Pastor y Cabeza de su Iglesia (cf SC 41; LG 26).
1568. “Los presbíteros, instituidos por la ordenación en el orden del presbiterado, están unidos todos
entre sí por la íntima fraternidad del sacramento. Forman un único presbiterio especialmente en la
diócesis a cuyo servicio se dedican bajo la dirección de su obispo” (PO 8). La unidad del presbiterio
encuentra una expresión litúrgica en la costumbre de que los presbíteros impongan a su vez las
manos, después del obispo, durante el rito de la ordenación.
1574. Como en todos los sacramentos, ritos complementarios rodean la celebración. Estos varían
notablemente en las distintas tradiciones litúrgicas, pero tienen en común la expresión de múltiples
aspectos de la gracia sacramental. Así, en el rito latino, los ritos iniciales —la presentación y
elección del ordenando, la alocución del obispo, el interrogatorio del ordenando, las letanías de los
santos— ponen de relieve que la elección del candidato se hace conforme al uso de la Iglesia y
preparan el acto solemne de la consagración; después de ésta varios ritos vienen a expresar y
completar de manera simbólica el misterio que se ha realizado: para el obispo y el presbítero la
unción, con el santo crisma, signo de la unción especial del Espíritu Santo que hace fecundo su
ministerio; la entrega del libro de los evangelios, del anillo, de la mitra y del báculo al obispo en
señal de su misión apostólica de anuncio de la Palabra de Dios, de su fidelidad a la Iglesia, esposa de
Cristo, de su cargo de pastor del rebaño del Señor; entrega al presbítero de la patena y del cáliz, “la
ofrenda del pueblo santo” (cf Pontifical Romano. Ordenación de Obispos, presbíteros y diáconos.
Ordenación de Presbíteros. Entrega del pan y del vino, 163) que es llamado a presentar a Dios; la
entrega del libro de los evangelios al diácono que acaba de recibir la misión de anunciar el evangelio
de Cristo.
Los sacerdotes como pastores
874. El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado autoridad
y misión, orientación y finalidad:
«Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia
diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que
posean la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros
del Pueblo de Dios [...] lleguen a la salvación» (LG 18).
1120. El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial (LG 10) está al servicio del sacerdocio
bautismal. Garantiza que, en los sacramentos, sea Cristo quien actúa por el Espíritu Santo en favor de
la Iglesia. La misión de salvación confiada por el Padre a su Hijo encarnado es confiada a los
Apóstoles y por ellos a sus sucesores: reciben el Espíritu de Jesús para actuar en su nombre y en su
persona (cf Jn 20,21-23; Lc 24,47; Mt 28,18-20). Así, el ministro ordenado es el vínculo sacramental
que une la acción litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por ellos a lo que dijo y
realizó Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos.
1465. Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen
Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera
al hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio
es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor
misericordioso de Dios con el pecador.
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Domingo IV de Pascua (A)
ARTÍCULO 6
EL SACRAMENTO DEL ORDEN
1536. El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue
siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio
apostólico. Comprende tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado.
1548. En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente a su Iglesia
como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Sumo Sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de
la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden,
actúa in persona Christi Capitis (cf LG 10; 28; SC 33; CD11; PO 2,6):
«Es al mismo Cristo Jesús, Sacerdote, a cuya sagrada persona representa el ministro. Este,
ciertamente, gracias a la consagración sacerdotal recibida se asimila al Sumo Sacerdote y goza de
la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo (a quien representa)» (Pío XII, enc. Mediator
Dei)
«Christus est fons totius sacerdotii: nam sacerdos legalis erat figura Ipsius, sacerdos autem novae
legis in persona Ipsius operatur» (Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la
antigua ley era figura de Él, y el sacerdote de la nueva ley actúa en representación suya) (Santo
Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 22, a. 4).
1549. Por el ministerio ordenado, especialmente por el de los obispos y los presbíteros, la presencia
de Cristo como cabeza de la Iglesia se hace visible en medio de la comunidad de los creyentes (LG
21). Según la bella expresión de San Ignacio de Antioquía, el obispo es typos tou Patrós, es imagen
viva de Dios Padre (Epistula ad Trallianos 3,1; Id. Epistula ad Magnesios 6,1).
1550. Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese exento de
todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores, es decir, del pecado. No todos los actos
del ministro son garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en
los sacramentos esta garantía es dada de modo que ni siquiera el pecado del ministro puede impedir
el fruto de la gracia, existen muchos otros actos en que la condición humana del ministro deja huellas
que no son siempre el signo de la fidelidad al evangelio y que pueden dañar, por consiguiente, a la
fecundidad apostólica de la Iglesia.
1551. Este sacerdocio es ministerial. “Esta Función [...], que el Señor confió a los pastores de su
pueblo, es un verdadero servicio” (LG 24). Está enteramente referido a Cristo y a los hombres.
Depende totalmente de Cristo y de su sacerdocio único, y fue instituido en favor de los hombres y de
la comunidad de la Iglesia. El sacramento del Orden comunica “un poder sagrado”, que no es otro
que el de Cristo. El ejercicio de esta autoridad debe, por tanto, medirse según el modelo de Cristo,
que por amor se hizo el último y el servidor de todos (cf. Mc 10,43-45; 1 P 5,3). “El Señor dijo
claramente que la atención prestada a su rebaño era prueba de amor a Él” (San Juan Crisóstomo, De
sacerdotio 2,4; cf. Jn 21,15-17).
1564. “Los presbíteros, aunque no tengan la plenitud del sacerdocio y dependan de los obispos en el
ejercicio de sus poderes, sin embargo, están unidos a éstos en el honor del sacerdocio y, en virtud del
sacramento del Orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a
imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para anunciar el Evangelio a
los fieles, para apacentarlos y para celebrar el culto divino” (LG 28).
2179. “La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la
Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un
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Domingo IV de Pascua (A)
párroco, como su pastor propio” (CIC can. 515, §1). Es el lugar donde todos los fieles pueden
reunirse para la celebración dominical de la Eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano en la
expresión ordinaria de la vida litúrgica, le congrega en esta celebración; le enseña la doctrina
salvífica de Cristo. Practica la caridad del Señor en obras buenas y fraternas:
«También puedes orar en casa; sin embargo, no puedes orar igual que en la iglesia, donde son
muchos los reunidos, donde el grito de todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en
ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las
oraciones de los sacerdotes» (San Juan Crisóstomo, De incomprehensibili Dei natura seu contra
Anomoeos, 3, 6).
2686. Los ministros ordenados son también responsables de la formación en la oración de sus
hermanos y hermanas en Cristo. Servidores del buen Pastor, han sido ordenados para guiar al pueblo
de Dios a las fuentes vivas de la oración: la palabra de Dios, la liturgia, la vida teologal, el hoy de
Dios en las situaciones concretas (cf PO 4-6).
Conversión, fe y Bautismo
14. Los que por la fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe bautismal delante de los
hombres (cf. Mt 10,32; Rom 10,9). Para esto, el catecismo expone en primer lugar en qué consiste la
Revelación por la que Dios se dirige y se da al hombre, y la fe, por la cual el hombre responde a Dios
(primera sección). El Símbolo de la fe resume los dones que Dios hace al hombre como Autor de
todo bien, como Redentor, como Santificador y los articula en torno a los “tres capítulos” de nuestro
Bautismo —la fe en un solo Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador; y Jesucristo, su Hijo, nuestro
Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia (segunda sección).
189. La primera “Profesión de fe” se hace en el Bautismo. El “Símbolo de la fe” es ante todo el
símbolo bautismal. Puesto que el Bautismo es dado “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo” (Mt 28,19), las verdades de fe profesadas en el Bautismo son articuladas según su referencia a
las tres personas de la Santísima Trinidad.
1064. Así pues, el “Amén” final del Credo recoge y confirma su primera palabra: “Creo”. Creer es
decir “Amén” a las palabras, a las promesas, a los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente de Él,
que es el Amén de amor infinito y de perfecta fidelidad. La vida cristiana de cada día será también el
“Amén” al “Creo” de la Profesión de fe de nuestro Bautismo:
«Que tu símbolo sea para ti como un espejo. Mírate en él: para ver si crees todo lo que declaras
creer. Y regocíjate todos los días en tu fe» (San Agustín, Sermo 58, 11, 13: PL 38, 399).
1226. Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En
efecto, san Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: “Convertíos [...] y que cada
uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el
bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13;
10,48; 16,15). El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: “Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú
y tu casa”, declara san. Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: “el carcelero
inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos” (Hch 16,31-33).
1236. El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la
asamblea y suscita la respuesta de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un
modo particular “el sacramento de la fe” por ser la entrada sacramental en la vida de fe.
24
Domingo IV de Pascua (A)
1253. El Bautismo es el sacramento de la fe (cf Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la
comunidad de creyentes. Sólo en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los fieles. La fe que se
requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a
desarrollarse. Al catecúmeno o a su padrino se le pregunta: “¿Qué pides a la Iglesia de Dios?” y él
responde: “¡La fe!”.
1254. En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo. Por eso, la
Iglesia celebra cada año en la vigilia pascual la renovación de las promesas del Bautismo. La
preparación al Bautismo sólo conduce al umbral de la vida nueva. El Bautismo es la fuente de la vida
nueva en Cristo, de la cual brota toda la vida cristiana.
1255. Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es
también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a
ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana (cf CIC can. 872-874). Su
tarea es una verdadera función eclesial (officium; cf SC 67). Toda la comunidad eclesial participa de
la responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo.
1427. Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: “El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc
1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen
todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y
fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se
alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.
1428. Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos.
Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que “recibe en su propio
seno a los pecadores” y que siendo “santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante,
busca sin cesar la penitencia y la renovación” (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una
obra humana. Es el movimiento del “corazón contrito” (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf
Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).
1429. De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La
mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la
resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda
conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la
Iglesia: “¡Arrepiéntete!” (Ap 2,5.16).
San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, «en la Iglesia, existen el agua y las
lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia» (Epistula extra collectionem 1 [41],
12).
Cristo, un ejemplo para soportar con paciencia
618. La Cruz es el único sacrificio de Cristo “único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tm 2, 5).
Pero, porque en su Persona divina encarnada, “se ha unido en cierto modo con todo hombre” (GS 22,
2) Él “ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida [...] se asocien a este
misterio pascual” (GS 22, 5). Él llama a sus discípulos a “tomar su cruz y a seguirle” (Mt 16, 24)
porque Él “sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas” (1 P 2, 21). Él
quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros
beneficiarios (cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre,
asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):
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Domingo IV de Pascua (A)
«Esta es la única verdadera escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al
cielo» (Santa Rosa de Lima, cf. P. Hansen, Vita mirabilis, Lovaina, 1668)
2447. Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro
prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir, aconsejar,
consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir
con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al
hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos,
enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 511; Si 17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de
justicia que agrada a Dios (cf Mt 6, 2-4):
«El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo
mismo» (Lc 3, 11). «Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para
vosotros» (Lc 11, 41). «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario,
y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos o hartaos”, pero no les dais lo necesario para el
cuerpo, ¿de qué sirve?» (St 2, 15-16; cf Jn 3, 17).
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RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
Yo soy el buen pastor
El Evangelio del IV Domingo del tiempo pascual es la primera parte del capítulo diez de Juan
sobre el Buen Pastor. Por esto, este Domingo es el llamado «Domingo del Buen Pastor» y la Iglesia
invita a hacer de este día una jornada de oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas.
El fragmento presenta una característica curiosa. Son cuatro fases y en el interior de cada una
de las cuales se subraya una contraposición entre dos personajes, uno bueno y uno malo. Del
personaje bueno se dice que: es el pastor de las ovejas, entra en el recinto por la puerta, conoce a las
ovejas y las ovejas le siguen, da la vida por ellas. Del personaje malo se dice que: es ladrón y
bandido, salta por encima del muro y es un extraño para las ovejas, las ovejas que le huyen, roba y
mata a las ovejas.
¿Quiénes son estos dos personajes? La respuesta por lo que se refiere al personaje positivo es
sencilla: él es manifiestamente Jesús mismo. Israel en sus orígenes fue un pueblo nómada, de
pastores. Este hecho ha plasmado su mentalidad, sus costumbres y su lengua. La relación pastorrebaño le ha servido como imagen para expresar las relaciones entre el pueblo y su rey, y entre el
pueblo y Dios. Dios es por excelencia «el pastor de Israel» (cfr. Salmo 80,2; Génesis 49, 24), que, a
su vez, se considera «grey o rebaño para pastorear» (cfr. Hechos 20,29).
Jesús es la realización del ideal de pastor perfecto, del que busca la oveja descarriada y da la
vida por sus ovejas. Es más, él es Dios mismo, quien, como había prometido en Ezequiel (cfr.
34,4ss.), ha descendido del cielo para proponerse el cuidado de su grey. Antes de dejar la tierra, Jesús
ha escogido a algunos hombres, los apóstoles, para que continuasen esta su misión. De ahí, el
nombre de «pastores», dado a los obispos y a los sacerdotes, sus colaboradores.
¿Quién es, por el contrario, el «ladrón» y el «extraño»? Jesús piensa, en primer lugar, en los
falsos profetas y en los pseudo-mesías de su tiempo (como Teudas, Judas el Galileo y, más tarde, Bar
Kokhba), que se las dan por enviados de Dios, como liberadores del pueblo, mientras que en realidad
no hacen más que enviar a la gente a morir por ellos. Basta leer la Guerra judaica de Giuseppe
Flavio para darse cuenta de cuán exacto sea el análisis de Jesús.
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Domingo IV de Pascua (A)
Hoy, ¿quiénes son estos «extraños» que no entran por la puerta sino que se introducen en el
aprisco a escondidas, que «roban» las ovejas y las «matan»? ¡Son los mismos que en el tiempo de
Jesús! Los falsos mesías, personas, que se las dan por enviados de Dios, «profetas de última hora» y,
por el contrario, no son más que visionarios fanáticos o astutos interesados, que especulan con la
buena fe y la ingenuidad de la gente. Habéis ya entendido; me refiero a los fundadores o jefes de
sectas religiosas, que pululan desgraciadamente también en nuestro país.
Sin embargo, cuando hablamos de sectas hemos de estar atentos a no ponerlo todo en el
mismo saco o plano. Los protestantes Evangélicos y los Pentecostales, por ejemplo, aparte de ser
unos grupos aislados, no son sectas. La Iglesia católica desde hace años mantiene con ellos un
diálogo ecuménico a nivel oficial, lo que no haría jamás con las sectas.
Las verdaderas sectas se reconocen por algunas características. Ante todo, en cuanto al
contenido de su credo. En general no comparten algunos puntos esenciales de la fe cristiana, como la
divinidad de Cristo y la Trinidad o simplemente mezclan elementos extraños con la doctrina
cristiana, incompatibles con ella, como es la reencarnación.
Si tenéis alguna duda al respecto, os sugiero que las expongáis con gentileza a quien os las
presenta mediante algunas preguntas bien precisas: «¿Crees en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?
¿Crees en Jesucristo su único Hijo? ¿Honras y respetas a la Madre de Cristo, María?», y esto sin
moveros hasta que no hayáis obtenido de ellos alguna respuesta clara. (No tomo ni siquiera en
consideración a las sectas, que se definen por ellas mismas como «satánicas» para las cuales no creo
que haya necesidad de poner en guardia o sobreaviso).
En cuanto a los métodos: a la letra son «ladrones de ovejas», en el sentido de que intentan
con todos los medios arrancar a los fieles de su Iglesia de origen para hacer adeptos de su secta.
Frecuentemente haciendo esto engañan a la gente, presentándose como cristianos de puerta en puerta
o a la entrada de las iglesias y dando a entender que lo creen todo, mientras que basta poco para uno
darse cuenta que manipulan la Biblia a su placer.
Por costumbre son, además, agresivos y polémicas. Más que proponer contenidos propios
pasan el tiempo acusando y polemizando contra la Iglesia, la Virgen y, en general, todo lo que es
católico. Nosotros somos en ello los antípodas del Evangelio de Jesús que es amor, dulzura, respeto
para la libertad de los demás. El amor evangélico es el gran ausente de las sectas. Dios mismo ocupa
en algunas de ellas un puesto muy secundario, porque todo gira en tomo al hombre y a su triunfo y
bienestar.
Jesús nos ha dado un criterio seguro de reconocimiento: «Guardaos, ha dicho, de los falsos
profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus
frutos los conoceréis» (Mateo 7,15-16). Y los frutos más comunes con el paso de las sectas son
familias rotas, fanatismo, esperas apocalípticas del fin del mundo regularmente desmentidas por los
hechos y, no obstante esto, de nuevo otra vez puestas al día y vueltas a proponer.
Naturalmente no todas las sectas son iguales. Hay otro tipo de sectas religiosas, nacidas fuera
del mundo cristiano; en general, importadas del oriente. Son las «extrañas». A diferencia de las
primeras, estas nuevas formaciones religiosas generalmente no son agresivas; se presentan, más bien,
«con piel de oveja», predicando el amor para todos, para con la naturaleza y la búsqueda del yo
profundo. Son formaciones frecuentemente sincretistas, esto es, que ponen juntos elementos de
varias proveniencias religiosas.
El inmenso daño espiritual, de quien se deja convencer por estos pseudo-mesías, es que
pierde a Jesucristo y con él la «vida abundante», que él ha venido a traer. Pero, asimismo, muchas de
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Domingo IV de Pascua (A)
estas sectas son peligrosas en el plano de la sanidad mental y del orden público. Los hechos
recurrentes de plagio y de suicidios colectivos nos advierten hasta dónde puede llevar el fanatismo de
cualquier jefe sectario. El peligro es constitucional, esto es, depende de la estructura misma de la
secta. Ésta en general tiene por cabeza a un fundador o a un jefe incuestionable, que no responde de
su actuación ante nadie y no está protegido por nadie. Los miembros están totalmente asociados a los
intereses y al arbitrio de una persona, la más de las veces todo lo opuesto a equilibrada. Algunos de
ellos de este modo han creado verdaderos y propios imperios financieros.
¿A quién se dirige mi disertación? No a los fundadores o a los jefes de las sectas; para éstos
sirve más bien la oración o como máximo la aplicación de la ley, que no el razonamiento. Se dirige,
por el contrario, a las «ovejas». Jesús decía de sus ovejas: «A un extraño no lo seguirán, sino que
huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».
¡Pobre Jesús! era optimista. Desgraciadamente, hoy con frecuencia las ovejas hacen todo lo
contrario de esto. Siguen al primero, que les viene a contar que han recibido una misión especial del
cielo para salvar a la humanidad, una cosa nueva, secreta, formidable... Muchas de estas sectas
finalizan con su fundador; pero, en el entretiempo ¡cuántos daños y cuánta cizaña sembrada!
Cuando se habla de las sectas debemos, sin embargo, recitar también un mea culpa nosotros
especialmente los sacerdotes y los pastores de la Iglesia. Se ve que no hemos sido capaces de
continuar la obra del buen pastor. Frecuentemente, hay personas que terminan en cualquier secta por
la necesidad de sentir el calor y el soporte humano de una comunidad, que no han encontrado en su
parroquia. Sin embargo, es de igual modo verdadero que para terminar en las sectas están la mayor
de las veces los cristianos, que han vivido siempre al margen de la vida de la Iglesia, sin preocuparse
por conocer mejor y cultivar su fe cristiana, y esto ciertamente no depende sólo de los sacerdotes.
¿Qué decirles a las ovejitas de la Iglesia como conclusión de esta breve alocución sobre las
sectas? Dejádmelo decir con algunos versos de Dante, que parecen escritos precisamente para esta
finalidad.
«Sed, Cristianos, más graves para moveros: no seáis como cada pluma al viento, y no creáis
que os lave cada agua. Tenéis el Nuevo y el Viejo Testamento, y el pastor de la Iglesia que os guía:
que esto os baste para vuestra salvación... Hombres sois y no ovejas locas» (Paraíso, V, 72-80).
De nuestro viejo Dante podemos aceptar también este lenguaje tan sencillo.
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PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
Conocer al Buen Pastor
Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres. Él, a través de su sacrificio, ha
abierto la puerta para que los hombres puedan llegar al cielo. La puerta es de cruz.
Jesús es el Buen Pastor, y es la puerta de las ovejas. Todo el que entre por esa puerta se
salvará. Pero el que no quiera entrar por esa puerta, e intente saltar por otro lado, será tratado como
un ladrón.
Todo aquel que quiera ir al Padre debe ir primero al Hijo, porque nadie va al Padre si no es
por el Hijo. Y el que escucha y reconoce la voz del único y verdadero Pastor, lo sigue; hace lo que Él
le dice; entra con confianza por la puerta que Él le abre, que es la Santa Iglesia; cumple sus
mandamientos; y acude a los sacramentos, para beber de la fuente de agua viva, que da vida en
abundancia.
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Domingo IV de Pascua (A)
Permanece tú atento y a la escucha de la voz de tu Pastor. El Señor es tu Pastor y nada te
faltará. Te protegerá de tus enemigos y te conducirá a la paz. No te dejes engañar por falsos profetas
y falsas profecías. Jesucristo es el único camino que te conduce a la vida. Él es la verdad. Confía en
Él y nunca quedarás defraudado.
Proponte conocerlo cada día más, a través de su Palabra y de la verdad revelada en el
Magisterio y la Tradición de la Iglesia, en la oración y en la maravillosa experiencia de vivir la Santa
Misa con devoción, recibiéndolo y adorándolo en la Eucaristía.
Tú eres una oveja de su rebaño. Él te conoce y te ama. Conócelo tú para que lo ames, para
que lo reconozcas en el prójimo, cuando escuches la voz del necesitado que te pide ayuda, y entres
por la puerta de la caridad al Sagrado Corazón de Jesús, la puerta que te lleva al Paraíso.
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FLUVIUM (www.fluvium.org)
Responsables de los demás
Algo más que no ofender a Dios, que atenerse a un estricto cumplimiento de sus
mandamientos, es descubrir su amor paternal y vivir con el deseo de corresponder a tan generoso e
inmerecido desvelo. Así actúa también el pastor, que tiene en cuenta en primer lugar el bien de sus
ovejas: se fija en lo peculiar de cada una de ellas y se diría que su vida es el mayor bien y contento
de cada oveja.
Es el pastor que va delante de las ovejas, vigilante ante las alimañas que pueden atacar la
grey; preocupado de las más débiles, de las heridas; atento a la calidad del pasto que les ofrece... Es
el pastor, que más bien se asemeja al buen padre, preocupado ante todo por el bien de cada hijo, que
goza por tenerlos en casa rebosantes de salud y felices; salud y alegría que él mismo les ha
conseguido con sus cuidados paternales.
Una doble consecuencia podemos extraer al menos de la enseñanza del Señor que nos ofrece
para hoy la Iglesia. Ante todo, que Jesucristo, Señor Nuestro, se comporta como Pastor bueno. Nos
ofrece siempre lo más conveniente para la salvación y alegría nuestra. Además, conociéndonos desde
toda la eternidad, sabe bien en qué consisten los defectos más comunes y nuestras particulares
tendencias delictuosas. Para cada uno prevé Dios las circunstancias que más le convienen para su
santidad, pues ser santos es nuestro destino como personas y lo único importante en nuestra vida,
aunque quizá con frecuencia no lo entendamos así.
Pedid y se os dará, nos tiene dicho. Para que acudamos confiadamente a su generosidad,
buscando aquello que necesitamos para agradarle. Y así se manifiesta que quiere ser para cada uno,
en toda circunstancia, un buen Pastor, un Padre misericordioso y comprensivo, que no tiene en
cuenta tanto la calidad o el número de los pecados, como la sinceridad del arrepentimiento; que, por
otra parte, Él mismo fomenta en nuestro corazón si se lo pedimos. Vale la pena, por tanto, invocar a
Nuestro Dios, que hasta nos consuela internamente cuando notamos la frialdad, la indiferencia para
amarle en que nos dejan nuestros pecados.
Petición de perdón, de ayuda, acciones de gracias y actos de adoración se entremezclan en el
corazón del hijo de Dios. Deseamos, deseemos... que sean una permanente oración a Nuestro Padre
del Cielo, que nos ama como no imaginamos. Nos ama y es nuestro ejemplo en Cristo, y nos concede
el honor de proceder con los demás, nuestros iguales, como Él hace con nosotros. El cristiano –
consciente–, responsable de su condición ante Dios, es oveja y también pastor. En esto consiste la
segunda lección que la Iglesia nos ofrece en todo momento, pero muy concretamente en este día.
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Domingo IV de Pascua (A)
Agradecidos, por tanto, de que Dios ya nos considera mayores de edad, al apoyarse en cada
uno para la extensión de su Reino, procuraremos concretar qué vamos a hacer para no defraudar esta
confianza divina. Pediremos luz: Domine ut videam!, ¡Señor que vea!; te pido, como el ciego del
Evangelio al que curaste, porque, a veces, noto que debo hacer algo a mi alrededor, mucho... y no me
decido a concretar... Y van pasando los días..., y las semanas... Señor que vea lo que esperas de mí, y
de quienes, junto a mí, están en tu presencia. Que, conscientes de ello, sepamos amarte, rectificando
lo que sea necesario y como esperas la conducta cotidiana, siempre en beneficio de la santidad de los
demás. Sentiremos, así, el honor de actuar a lo divino, ya que nos elevas hasta ser otros cristos, por
Jesucristo Nuestro Señor.
¡Gozosa responsabilidad!, que compartimos con la Madre de Dios, Madre nuestra. También
con nosotros cuenta Dios para cosas grandes: para volver humildemente a su lado tras cada rebeldía,
tras cada debilidad y para permanecer junto a Él, haciendo también, como Él, de padre de muchos
que no le conocen o viven como si no le conocieran. Con amor de Padre contempla nuestros afanes
por servirle acercándole a otras almas, a la vez que quiere nuestro gozo de vernos útiles por trabajar
en su Reino, y el gozo de tantos que se le acercan por nuestra fidelidad.
Seguramente, en estos días de Pascua, procuramos alegrar a nuestra Madre con el recuerdo
de la Resurrección triunfal de su divino Hijo. A todos los hombres, sus hijos pequeños, nos llama
Dios a participar de esa misma Resurrección y de su vida inmortal para siempre. ¡Ayúdanos, Madre
nuestra, para que sepamos alegrarte como buenos hijos!
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PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)
El buen pastor
Hoy también ha sido proclamada la palabra de Dios en nuestra asamblea. Son, como siempre,
tres pasajes.
En la primera lectura escuchamos el discurso de Pedro en el día de Pentecostés. Él se dirige a
la multitud de judíos todavía no creyentes; les explica el sentido de la muerte de Cristo, los empuja
hacia la fe y la conversión. El pescador de Galilea está realizando su primera experiencia como
pescador de hombres: Y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.
En la segunda lectura sigue hablando el apóstol Pedro. Pero hay una progresión: él le habla
ahora a la comunidad cristiana, es decir, a los creyentes que viven desde hace un tiempo en la Iglesia.
A ellos ya no les pide sólo la fe en Cristo, sino también la imitación de Cristo: Cristo padeció por
ustedes, y les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas.
Finalmente, en el Evangelio, hemos escuchado la palabra del propio Cristo que nos habló en
primera persona: Yo soy el buen Pastor; yo soy la puerta.
Digo que nos habló en primera persona porque también aquella de Pedro, de Pablo, de Isaías,
que escuchamos antes en el Evangelio, es palabra de Cristo, el cual, a su vez, es la única y total
Palabra de Dios. ¿Pedro les habla a las multitudes? Es Cristo quien habla por medio de él. ¿Pablo les
escribe a las iglesias? Es Cristo quien exhorta a través de él; ellos son ministros de Dios y
dispensadores de sus misterios, es decir, sus portavoces (cfr. 1 Cor 4, 1). En este sentido, todo
aquello que hemos escuchado hasta ahora es palabra de Dios, y como tal debemos recibirla.
Sin embargo, para recibirla verdaderamente, cada vez debemos superar una dificultad. El
pasaje evangélico de hoy comienza diciendo: En aquel tiempo, Jesús dijo... En aquel tiempo: por lo
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Domingo IV de Pascua (A)
tanto, Jesús sí ha hablado, pero en aquel tiempo, es decir, hace veinte siglos, a pocas decenas de
personas pertenecientes a un pueblo muy distinto a nosotros debido a mentalidad y problemas, y
bien, debemos anular esa distancia, ir más allá de la fórmula narrativa del evangelista “en aquel
tiempo, Jesús dijo”. ¿Qué encontramos enseguida después de esta fórmula? Encontramos a quien
habla hoy, ya no en aquel tiempo; quien nos habla a nosotros, ya no a las multitudes de judíos: En
verdad, en verdad les digo...
En fin, ahora nos encontramos verdaderamente en la actitud adecuada: Jesús nos está
hablando a nosotros, discípulos de hoy. Hemos venido a la iglesia, como las multitudes que después
de la multiplicación de los panes lo siguieron hasta la otra orilla del lago Tiberíades porque se habían
saciado una vez con su pan y todavía sentían hambre de él. Hemos venido perturbados, llevando en
el corazón humillación, miedo y quizás rabia por la semana de violencia que hemos vivido. Y bien,
es justamente a nosotros, en estas circunstancias, que Jesús tiene algo para decirnos. ¿Qué cosa?
Las palabras de Jesús reflejan una situación tan antigua como el mundo, que puede tener
infinitas aplicaciones justamente porque tal situación está siempre en acto en la historia. La
humanidad es un rebaño de ovejas. (La imagen, ya se sabe, no tiene ningún significado negativo u
ofensivo en la Biblia; al contrario, está cargada de gran ternura por los hombres.) Un rebaño que,
desde siempre, es objeto de disputa y conquista por parte de fuerzas opuestas, siempre sometido a
distintos reclamos.
Entre las infinitas aplicaciones de la página evangélica, deseamos elegir aquella que hoy nos
resulta útil: Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de
mí son ladrones y asaltantes... Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir,
y encontrará su alimento... Yo he venido para que las ovejas tengan Vida.
También hoy se repite la situación de siempre. Muchos vienen a los hombres; vienen a la
puerta del corral y golpean. Quieren insinuarse en el corazón de los hombres, piden su confianza.
Pero, sin embargo, como son tantos y cada uno tiene una publicidad propia, un alimento distinto para
proponer, el rebaño se divide y se perturba. Cada uno de estos pseudo-pastores dice: escúchenme;
síganme. Entre ellos está quien promete la justicia y quien, a su vez, promete la abundancia. Son las
ideologías y los partidos que las profesan los que llevan todo esto a las masas. El mundo está siendo
recorrido por pastores de este tipo. ¿Pero qué quieren realmente? la mayoría de las veces, consciente
o inconscientemente, quieren alimentarse a costa de las ovejas y no alimentarlas; engordar a sus
espaldas y hacerse fuertes gracias a su número. Son ladrones y asaltantes, o, al menos, mercenarios a
quienes no les importa nada la verdadera suerte de las ovejas, su hambre, su seguridad; de todos
modos, al aparecer el peligro siempre encuentran la manera de huir. ¿Quién no piensa en estos días
en ese jefe de gobierno de un país atormentado por treinta años de guerra, que se ha aferrado al poder
a despecho de todos sus súbditos, que los ha mandado a morir por él y que ahora, frente al derrumbe
de su país, se prepara para huir al extranjero, dejando a su pueblo en medio de un mar de sufrimiento
y destrucción, no sin llevarse, por cierto, los frutos de la larga esquila de sus ovejas?
No todos, es verdad, son así. Está quien reúne a las ovejas a su alrededor, forma un círculo,
un grupo o un partido, porque cree realmente que tiene algo que decirles y darles. Merece todo
nuestro respeto. Pero si piensa en poder guiarlas sólo con su voz y saciar su hambre con lo que puede
darles, si piensa, en otras palabras, en ser él un salvador, es un iluso. Los que vinieron antes de mí
son ladrones y asaltantes, afirma el Señor; es decir, son ovejas que quieren hacer de pastor. Ellos no
dan la vida; por el contrario, a menudo siembran la destrucción: Son ciegos que guían a otros ciegos,
como decía Jesús de los jefes fariseos (Mt. 15, 14).
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Domingo IV de Pascua (A)
Contra todos estos pseudo-pastores, Jesús, reivindica su rol: “Yo soy el buen pastor —dice el
Señor—, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen” (proclamación del Evangelio). ¿Por qué
buen pastor? Porque él es el camino, la verdad, la vida. Quien lo sigue no camina en medio de las
tinieblas. No se trata de seguir al partido de Cristo o de la Iglesia sino al propio Cristo. Nosotros los
cristianos debemos aprender a reconocer, entre miles de voces que atraviesan el aire, aquella voz de
nuestro pastor que, dice Jesús, es conocida por sus ovejas. Más allá de las ideologías y de las
explicaciones partidarias, es necesario captar la voz de Jesús. Ella resuena también hoy en boca de
los pastores que él mismo ha colocado para que, en su lugar, hagan pastar a sus ovejas.
Porque antes andaban como ovejas perdidas —escribe el apóstol Pedro—, pero ahora han
vuelto al Pastor y Guardián de ustedes. Por lo tanto, todas ovejas perdidas. Este regreso también
debe repetirse hoy. Ahora estamos perdidos; la comunidad cristiana, en ciertos aspectos, está
nuevamente en situación de diáspora, es decir, de dispersión. Existe una crisis de identidad, como se
dice, y hay quien se aprovecha de ello, engañándose con la idea de poder disgregar el rebaño de
Cristo y así dejar de tener opositores al propio modelo de sociedad secular y atea. En cierto sentido,
se repite el episodio de la captura de Jesús: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño
(Mt. 26, 31).
Por eso, debemos regresar verdaderamente a aquel que Pedro ha llamado “el pastor de
nuestras almas”. Debemos descubrir cómo ve y juzga Jesús a este mundo; descubrir “su” verdad,
porque sólo ella nos hará libres. “Él llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha
sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen...”: es el éxodo detrás del buen pastor
comenzado para nosotros en el bautismo, que debe continuar a lo largo de nuestra vida. Jesús es
verdaderamente aquel que nos puede “hacer salir”: salir de esta situación de privación, de
incertidumbres, de tinieblas y de injusticia, salir de la “crisis”.
Quien entra por mí, encontrará alimento, dijo Jesús. Ese alimento es él mismo, su palabra que
hemos escuchado hasta este momento, es su cuerpo que ahora nos aprestamos a recibir.
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BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)
Homilía con textos de homilías pronunciadas por San Juan Pablo II
Homilía durante la Misa de ordenación sacerdotal (25.IV.1999)
− Don del sacerdocio
“Yo soy el buen pastor, (…) conozco a mis ovejas y las mías me conocen” (Aleluya).
Este domingo, llamado tradicionalmente el “buen pastor”, se inserta en el itinerario litúrgico
del tiempo pascual, que estamos recorriendo. Jesús se aplica a sí mismo esta imagen (cf. Jn 10,6),
arraigada en el Antiguo Testamento y muy apreciada por la tradición cristiana. Cristo es el buen
pastor que, muriendo en la cruz, da la vida por sus ovejas. Se establece así una profunda comunión
entre el buen pastor y su grey. Jesús, escribe el evangelista, “a sus ovejas las llama una por una y las
saca fuera. (…) Y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Jn 10, 3-4). Una costumbre
consolidada, un conocimiento real y una pertenencia recíproca unen al pastor y sus ovejas: él las
cuida, y ellas confían en él y le siguen fielmente.
Por eso, qué consoladoras son las palabras del Salmo responsorial, que acabamos de repetir:
“El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22,1).
− El presbítero, imagen del Buen Pastor
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Domingo IV de Pascua (A)
Según una hermosa tradición, desde hace algunos años, precisamente el domingo del “buen
pastor” tengo la alegría de ordenar nuevos presbíteros. Hoy son 31. Dedicarán su entusiasmo y sus
energías jóvenes al servicio de la comunidad de Roma y de la iglesia universal.
Amadísimos ordenandos, mediante el antiguo y sugestivo gesto sacramental de la imposición
de las manos y la plegaria de consagración, os convertiréis en presbíteros para ser, a imagen del buen
Pastor, servidores del pueblo cristiano con un título nuevo y más profundo. Participaréis en la misma
misión de Cristo, sembrando a manos llenas la semilla de la misión de Cristo, sembrando a manos
llenas la semilla de la palabra de Dios. El Señor os ha llamado para que seáis ministros de la
misericordia y dispensadores de sus misterios.
La Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, será el manantial cristalino que alimentará
de modo incesante vuestra espiritualidad sacerdotal. En ella podréis encontrar fuerza inspiradora para
el ministerio diario, impulso apostólico para la obra de la evangelización y consuelo espiritual en los
inevitables momentos de dificultad y lucha interior. Al acercaros al altar, en el que se renueva el
sacrificio de la cruz, descubriréis cada vez más las riquezas del amor de Cristo y aprenderéis a
traducirlas a vida.
Queridos hermanos, es muy significativo que recibáis el sacramento del orden, en este
domingo del “buen pastor”, en el que celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones.
En efecto, la misión de Cristo se prolonga a lo largo de la historia a través de la obra de los pastores,
a quienes encomienda el cuidado de su grey. Como hizo con los primeros discípulos, Jesús sigue
eligiendo nuevos colaboradores que cuiden de su grey mediante el ministerio de la palabra, de los
sacramentos y el servicio de la caridad. La llamada al sacerdocio es un gran don y un gran misterio.
Ante todo, don de la benevolencia divina, puesto que es fruto de la gracia. Y también misterio, dado
que la vocación está relacionada con las profundidades de la conciencia y de la libertad humanas.
Con ella, empieza un diálogo de amor que, día a día, forja la personalidad del sacerdote mediante un
camino de formación que comienza en la familia, prosigue en el seminario y dura toda la vida. Sólo
gracias a ese ininterrumpido itinerario ascético pastoral el sacerdote puede convertirse en icono vivo
de Jesús, buen pastor, que se entrega a sí mismo por la grey confiada a su cuidado.
− Fidelidad a la misión
Me vienen a la memoria las palabras que os dirigiré dentro de poco, al entregaros las ofrendas
para el sacrificio eucarístico: “Vive el misterio que se confió a tus manos”. Sí, queridos ordenandos,
este misterio del que seréis dispensadores es, en definitiva, Cristo mismo que, mediante la
comunicación del Espíritu Santo, es fuente de santidad y llamada incesante a la santificación. Vivid
este misterio: vivid a Cristo; sed Cristo. Que cada uno de vosotros pueda decir con san Pablo: “Ya no
vivo yo; es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).
Amadísimos hermanos y hermanas, que habéis venido para participar en esta celebración,
oremos para que estos 31 nuevos presbíteros sean fieles a su misión, renueven todos los días su “sí” a
Cristo y sean digno signo de su amor a toda persona. Pidamos también al Señor, en esta Jornada
mundial de oración por las vocaciones, que suscite almas generosas, dispuestas a ponerse totalmente
al servicio del reino de Dios.
María, Madre de Cristo y de la Iglesia, te encomendamos a estos hermanos nuestros que hoy
reciben la ordenación. Te encomendamos, asimismo, a los sacerdotes de Roma y del mundo entero.
Tú Madre de Cristo y de los sacerdotes, acompaña a estos hijos tuyos en su ministerio y en su vida
¡Alabado sea Jesucristo!
***
33
Domingo IV de Pascua (A)
Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
La imagen del pastor, tan familiar al pueblo de Dios −unos pastores fueron los primeros a
quienes se les comunicó la noticia de la llegada de Jesús a la tierra−, es utilizada por el Maestro para
recordar a los suyos, que el que ha vencido a la muerte, es el verdadero guía de la Iglesia. Esta
sugestiva imagen, fue empleada profusamente en la Iglesia de los primeros siglos, tanto en la
predicación de los Padres, como en la iconografía.
Jesucristo es el Buen Pastor que conoce a los suyos y que da la vida por ellos; “quien Dios ha
constituido Señor y Mesías” (1ª lect), y el que orienta a los “descarriados” y es “guardián de nuestras
vidas” (2ª lect).
Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad de la doctrina, la corriente de gracia de los
sacramentos; y ha dispuesto que haya personas para orientar, para conducir, para traer a la
memoria constantemente el camino (San Josemaría Escrivá). Estos son nuestros pastores. La voz que
hemos de oír y rechazar la del extraño que “no viene sino a robar, matar y destruir”. Hemos de
ponernos en guardia contra esa pseudo curiosidad intelectual que lleva a preferir la voz de los
extraños a la Iglesia, pensando que así tendremos una visión más crítica, menos pueril. Ya en la
época apostólica, S. Ignacio de Antioquía, escribía: “Os exhorto, pero no yo, la caridad de Jesucristo,
a que uséis sólo del alimento cristiano y os abstengáis de toda hierba ajena, que es la herejía. Los
herejes entretejen a Jesucristo con sus propias especulaciones, presentándose como dignos de todo
crédito, cuando son en realidad como quienes brindan un veneno mortífero diluido en vino y miel. El
incauto que gustosamente lo toma, bebe en funesto placer su propia muerte”.
El bombardeo audiovisual que soportamos nos lleva, en ocasiones, a que sean los ojos y no la
razón los que nos certifiquen una verdad. La prueba gráfica se presenta siempre como irrefutable,
cuando es el material más manipulable y del que más debemos desconfiar. Muchas veces, para
encontrar el camino de la verdad en la jungla informativa en que nos movemos, es preciso cerrar los
ojos para que las interesadas o falsas imágenes, las fotos o video composiciones no nos engañen, y
abrirlos a la Palabra desinteresada y liberadora de Jesucristo que nos llega en la enseñanza del Papa y
los Obispos en comunión con él y en quienes actúa Cristo Pastor de su Pueblo.
Jesucristo no quiso sólo mostrarnos el camino que conduce a los parajes más ricos y amenos,
sino que sale continuamente en busca de la oveja perdida dándose a Sí mismo en la Eucaristía y en el
Sacramento de la Reconciliación. Conocedores de nuestra facilidad para equivocar el rumbo y de
nuestras rebeldías, debemos tener la humildad y el talento de acudir al Sacramento de la Confesión
para volver al buen camino, donde Cristo Buen Pastor y Médico nos ayudará a volver al camino
seguros, limpios y renovados.
Al meditar en este Sacramento de la Misericordia de Dios, digamos de corazón y con
agradecimiento lo que, en el Salmo Responsorial, hoy afirma la Iglesia: “El Señor es mi Pastor/ nada
me falta...Tu bondad y tu misericordia me acompañan/ todos los días de mi vida/ y habitaré en la
casa del Señor por años sin término”.
***
Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«La del Buen Pastor es una voz distinta»
I. LA PALABRA DE DIOS
Hch 2, l4a,36-41: «Dios lo ha constituido Señor y Mesías»
34
Domingo IV de Pascua (A)
Sal 22,1-6: «El Señor es mi pastor, nada me falta»
1P 2, 2ob-25: «Habéis vuelto al Pastor y guardián de vuestras vidas»
Jn 10,1-10: «Yo soy la puerta de las ovejas»
II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO
La fe en la resurrección y la confesión de Cristo como Señor está recogido por S. Lucas en
este discurso de S. Pedro. S. Lucas, como hace Pablo en Rm 10,1s, usa el «kyríos-panton», Señor de
todas las cosas, aunque acostumbra a designar a Jesús con estos mismos títulos en los hechos
prepascuales. Vuelven a darse momentos clásicos en los discursos «misioneros». En esta ocasión el
contraste entre «vosotros crucificásteis» y «Dios lo ha constituido», es una llamada de atención que
surte efecto inmediato.
En la alegoría del Buen Pastor, Jesús retoma una imagen ya familiar en el AT. Se atribuye
unas funciones que el pueblo tenía como exclusivamente divinas.
¿Cómo suena a los oídos del hombre de hoy una voz que tenga «pretensiones» de tener valor
universal? ¿Que alguien pretenda erigirse en único guía del mundo? La clave está en eso de «le ha
constituido Señor y Mesías».
III. SITUACIÓN HUMANA
En medio de tantas voces, tantos ruidos, escuchamos la voz de Dios que, es por la gracia,
fuente de nuestra propia identidad, porque el mismo Dios nos reconoce como suyos. No es fácil hoy
distinguir unas voces de otras. Se requiere atención permanente para distinguir las distintas
«longitudes de onda» en que se emiten las voces. Una cosa tenemos por cierta los creyentes: que la
voz del Buen Pastor se emite en una onda que no es de este mundo.
IV. LA FE DE LA IGLESIA
La fe
– El germen del Reino es el «pequeño rebaño»: “Este Reino se manifiesta a los hombres en
las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo. Acoger la palabra de Jesús es acoger «el
Reino». El germen y el comienzo del Reino son el «pequeño rebaño» (Lc 12,32), de los que Jesús ha
venido a convocar en torno suyo y de los que él mismo es el pastor. Constituyen la verdadera familia
de Jesús. A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva «manera de obrar», sino
también una oración propia” (764; cf 754).
– Los pastores de la Iglesia: 880-896; 935-939.
La respuesta
– La fe respuesta a la llamada de Dios: “Por su revelación, «Dios invisible habla a los
hombres como amigo, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación
consigo y recibirlos en su compañía». La respuesta adecuada a esta invitación es la fe” (142).
– «Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo
su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela» (143).
– La adhesión y la obediencia a los pastores: 862. 882. 886. 891.
– La parroquia y su pastor: 2179.
El testimonio cristiano
35
Domingo IV de Pascua (A)
– «Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo
nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra ... porque lo que hablaba antes en partes a los
profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora
quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría
agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa alguna o novedad
(San Juan de la Cruz, Carm. 2,22)» (65).
Oyendo la voz del Buen Pastor sabemos dónde está el camino de la vida. Y nos llama a
recorrerlo con Él.
___________________________
HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)
El buen pastor. Amor al Papa.
– Jesús es el buen Pastor y encarga a Pedro y a sus sucesores que continúen su misión
aquí en la tierra en el gobierno de su Iglesia.
I. Ha resucitado el buen Pastor que dio la vida por sus ovejas, y se dignó morir por su grey.
Aleluya1.
La figura del buen Pastor determina la liturgia de este domingo. El sacrificio del Pastor ha
dado la vida a las ovejas y las ha devuelto al redil. Años más tarde, San Pedro afianzaba a los
cristianos en la fe recordándoles en medio de la persecución lo que Cristo había hecho y sufrido por
ellos: por sus heridas habéis sido curados. Porque erais como ovejas descarriadas; mas ahora os
habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas2. Por eso la Iglesia entera se llena de gozo
inmenso de la resurrección de Jesucristo3 y le pide a Dios Padre que el débil rebaño de tu Hijo tenga
parte en la admirable victoria de su Pastor4.
Los primeros cristianos manifestaron una entrañable predilección por la imagen del Buen
Pastor, de la que nos han quedado innumerables testimonios en pinturas murales, relieves, dibujos
que acompañan epitafios, mosaicos y esculturas, en las catacumbas y en los más venerables edificios
de la antigüedad. La liturgia de este domingo nos invita a meditar en la misericordiosa ternura de
nuestro Salvador, para que reconozcamos los derechos que con su muerte ha adquirido sobre cada
uno de nosotros. También es una buena ocasión para llevar a nuestra oración personal nuestro amor a
los buenos pastores que Él dejó en su nombre para guiarnos y guardarnos.
En el Antiguo Testamento se habla frecuentemente del Mesías como del buen Pastor que
habría de alimentar, regir y gobernar al pueblo de Dios, frecuentemente abandonado y disperso. En
Jesús se cumplen las profecías del Pastor esperado, con nuevas características. Él es el buen Pastor
que da la vida por sus ovejas y establece pastores que continúen su misión. Frente a los ladrones, que
buscan su interés y pierden el rebaño, Jesús es la puerta de salvación 5; quien pasa por ella encontrará
pastos abundantes6. Existe una tierna relación personal entre Jesús, buen Pastor, y sus ovejas: llama a
1
Antífona de comunión.
1 Pdr 2, 25.
3
Oración colecta de la Misa.
4
Ibídem.
5
Cfr. Jn 10, 10.
6
Cfr. Jn 10, 9-10.
2
36
Domingo IV de Pascua (A)
cada una por su nombre; va delante de ellas; las ovejas le siguen porque conocen su voz... Es el
pastor único que forma un solo rebaño7 protegido por el amor del Padre8. Es el pastor supremo9.
En su última aparición, poco antes de la Ascensión, Cristo resucitado constituye a Pedro
pastor de su rebaño10, guía de la Iglesia. Se cumple entonces la promesa que le hiciera poco antes de
la Pasión: pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma
a tus hermanos11. A continuación, le profetiza que, como buen pastor, también morirá por su rebaño.
Cristo confía en Pedro, a pesar de las negaciones. Sólo le pregunta si le ama, tantas veces
cuantas habían sido las negaciones. El Señor no tiene inconveniente en confiar su Iglesia a un
hombre con flaquezas, pero que se arrepiente y ama con obras.
Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez si le amaba, y le respondió: Señor, tú
lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas.
La imagen del pastor que Jesús se había aplicado a sí mismo pasa a Pedro: él ha de continuar
la misión del Señor, ser su representante en la tierra.
Las palabras de Jesús a Pedro −apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas− indican que la
misión de Pedro será la de guardar todo el rebaño del Señor, sin excepción. Y “apacentar” equivale a
dirigir y gobernar. Pedro queda constituido pastor y guía de la Iglesia entera. Como señala el
Concilio Vaticano II, Jesucristo “puso al frente de los demás Apóstoles al bienaventurado Pedro e
instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y
de comunión”12.
Donde está Pedro se encuentra la Iglesia de Cristo. Junto a él conocemos con certeza el
camino que conduce a la salvación.
– El primado de Pedro. El amor a Pedro de los primeros cristianos.
II. Sobre el primado de Pedro −la roca− estará asentado, hasta el fin del mundo, el edificio de
la Iglesia. La figura de Pedro se agranda de modo inconmensurable, porque realmente el fundamento
de la Iglesia es Cristo13, y, desde ahora, en su lugar estará Pedro. De aquí que el nombre posterior
que reciban sus sucesores será el de Vicario de Cristo, es decir, el que hace las veces de Cristo.
Pedro es la firme seguridad de la Iglesia frente a todas las tempestades que ha sufrido y
padecerá a lo largo de los siglos. El fundamento que le proporciona y la vigilancia que ejerce sobre
ella como buen pastor son la garantía de que saldrá victoriosa a pesar de que estará sometida a
pruebas y tentaciones. Pedro morirá unos años más tarde, pero su oficio de pastor supremo “es
preciso que dure eternamente por obra del Señor, para perpetua salud y bien perenne de la Iglesia,
que, fundada sobre roca, debe permanecer firme hasta la consumación de los siglos”14.
El amor al Papa se remonta a los mismos comienzos de la Iglesia. Los Hechos de los
Apóstoles15 nos narran la conmovedora actitud de los primeros cristianos, cuando San Pedro es
7
Cfr. Jn 10, 16.
Cfr. Jn 10, 29.
9
1 Pdr 5, 4.
10
Cfr. Jn 21, 15-17.
11
Lc 22, 32.
12
CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 18.
13
1 Cor 3, 11.
14
CONC. VAT. I, Const. Pastor aeternus, cap. 2.
15
Cfr. Hech 12, 1-12.
8
37
Domingo IV de Pascua (A)
encarcelado por Herodes Agripa, que espera darle muerte después de la fiesta de Pascua. Mientras
tanto la Iglesia rogaba incesantemente por él a Dios. “Observad los sentimientos de los fieles hacia
sus pastores –dice San Crisóstomo–. No recurren a disturbios ni a rebeldía, sino a la oración, que es
el remedio invencible. No dicen: como somos hombres sin poder alguno, es inútil que oremos por él.
Rezaban por amor y no pensaban nada semejante”16.
Debemos rezar mucho por el Papa, que lleva sobre sus hombros el grave peso de la Iglesia, y
por sus intenciones. Quizá podemos hacerlo con las palabras de esta oración litúrgica: Dominus
conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam
inimicorum eius: Que el Señor le guarde, y le dé vida, y le haga feliz en la tierra, y no le entregue en
poder de sus enemigos17. Todos los días sube hacia Dios un clamor de la Iglesia entera rogando “con
él y por él” en todas partes del mundo. No se celebra ninguna Misa sin que se mencione su nombre y
pidamos por su persona y por sus intenciones. El Señor verá también con mucho agrado que nos
acordemos a lo largo del día de ofrecer oraciones, horas de trabajo o de estudio, y alguna
mortificación por su Vicario aquí en la tierra.
Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón18: ojalá podamos decir
esto cada día con más motivo. Este amor y veneración por el Romano Pontífice es uno de los grandes
dones que el Señor nos ha dejado.
– Obediencia fiel al Vicario de Cristo; dar a conocer sus enseñanzas. El “dulce Cristo en
la tierra”.
III. Junto a nuestra oración, nuestro amor y nuestro respeto para quien hace las veces de
Cristo en la tierra. El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque
en él vemos a Cristo19. Por esto, “no cederemos a la tentación, demasiado fácil, de oponer un Papa a
otro, para no otorgar nuestra confianza sino a aquel cuyos actos respondan mejor a nuestras
inclinaciones personales. No seremos de aquellos que añoran al Papa de ayer o que esperan al de
mañana para dispensarse de obedecer al jefe de hoy. Leed los textos del ceremonial de la coronación
de los pontífices y notaréis que ninguno confiere al elegido por el cónclave los poderes de su
dignidad. El sucesor de Pedro tiene esos poderes directamente de Cristo. Cuando hablemos del sumo
Pontífice eliminemos de nuestro vocabulario, por consiguiente, las expresiones tomadas de las
asambleas parlamentarias o de la polémica de los periódicos y no permitamos que hombres extraños
a nuestra fe se cuiden de revelarnos el prestigio que tiene sobre el mundo el jefe de la Cristiandad”20.
Y no habría respeto y amor verdadero al Papa si no hubiera una obediencia fiel, interna y
externa, a sus enseñanzas y a su doctrina. Los buenos hijos escuchan con veneración aun los simples
consejos del Padre común y procuran ponerlos sinceramente en práctica.
En el Papa debemos ver a quien está en lugar de Cristo en el mundo: al “dulce Cristo en la
tierra”, como solía decir Santa Catalina de Siena; y amarle y escucharle, porque en su voz está la
verdad. Haremos que sus palabras lleguen a todos los rincones del mundo, sin deformaciones, para
que, lo mismo que cuando Cristo andaba sobre la tierra, muchos desorientados por la ignorancia y el
error descubran la verdad y muchos afligidos recobren la esperanza. Dar a conocer sus enseñanzas es
parte de la tarea apostólica del cristiano.
16
SAN JUAN CRISOSTOMO, Hom. sobre los Hechos de los Apóstoles, 26.
Enchiridium indulgentiarum, 1986, n. 39 Oración pro Pontífice.
18
SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 573.
19
IDEM, Homilía Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972.
20
G. CHEVROT, Simón Pedro, Rialp, Madrid 1967, pp. 126-127.
17
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Domingo IV de Pascua (A)
Al Papa pueden aplicarse aquellas mismas palabras de Jesús: Si alguno está unido a mí, ése
lleva mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada21. Sin esa unión todos los frutos serían
aparentes y vacíos y, en muchos casos, amargos y dañosos para todo el Cuerpo Místico de Cristo.
Por el contrario, si estamos muy unidos al Papa, no nos faltarán motivos, ante la tarea que nos espera,
para el optimismo que reflejan estas palabras de San Josemaría Escrivá de Balaguer: Gozosamente te
bendigo, hijo, por esa fe en tu misión de apóstol que te llevó a escribir: “No cabe duda: el porvenir
es seguro, quizá a pesar de nosotros. Pero es menester que seamos una sola cosa con la Cabeza –ut
omnes unum sint!− por la oración y por el sacrificio”22.
____________________________
Rev. D. Alfonso RIOBÓ Serván (Madrid, España) (www.evangeli.net)
«Yo soy la puerta de las ovejas»
Hoy, en el Evangelio, Jesús usa dos imágenes referidas a sí mismo: Él es el pastor. Y Él es la
puerta. Jesús es el buen pastor que conoce a las ovejas. «Las llama una por una» (Jn 10,3). Para
Jesús, cada uno de nosotros no es número; tiene con cada uno un contacto personal. El Evangelio no
es solamente una doctrina: es la adhesión personal de Jesús con nosotros.
Y no sólo nos conoce personalmente. También personalmente nos ama. “Conocer”, en el
Evangelio de san Juan, no significa simplemente un acto del entendimiento, sino un acto de adhesión
a la persona conocida. Jesús, pues, nos lleva en su Corazón a cada uno. Nosotros también lo hemos
de conocer así. Conocer a Jesús no implica solamente un acto de fe, sino también de caridad, de
amor. «Examinaos si conocéis —nos dice san Gregorio Magno, comentando este texto— si le
conocéis no por el hecho de creer, sino por el amor». Y el amor se demuestra con las obras.
Jesús es también la puerta. La única puerta. «Si uno entra por mí, estará a salvo» (Jn 10,9). Y
poco más allá recalca: «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Hoy, un ecumenismo mal
entendido hace que algunos se piensen que Jesús es uno de tantos salvadores: Jesús, Buda,
Confucio…, Mahoma, ¡qué más da! ¡No! Quien se salve se salvará por Jesucristo, aunque en esta
vida no lo sepa. Quien lucha por hacer el bien, lo sepa o no, va por Jesús. Nosotros, por el don de la
fe, sí que lo sabemos. Agradezcámoslo. Esforcémonos por atravesar esta puerta, que, si bien es
estrecha, Él nos la abre de par en par. Y demos testimonio de que toda nuestra esperanza está puesta
en Él.
___________________________
EXAMEN DE CONCIENCIA PARA SACERDOTES – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
Entrar por la puerta
«En verdad les digo: yo soy la puerta de las ovejas».
Eso dice Jesús.
Y tú, sacerdote, ¿has entrado por esa puerta?
¿Te has configurado con tu Señor y eres puerta?
¿Las ovejas te siguen? ¿Entran y salen por esa puerta?
Tú eres puerta, sacerdote. ¿Mantienes la puerta abierta?
21
22
Jn 15, 5.
SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 968.
39
Domingo IV de Pascua (A)
¿Te aseguras de que hayan salido todas y te hayan seguido, para alimentarlas?
¿Las acompañas? ¿O las dejas solas ante el peligro de que se las coman los lobos?
¿Te aseguras de que entren todas por la puerta, y de contarlas, para que no te falte ninguna?
Y si faltara una, ¿dejas a las demás seguras, y sales a buscar a la que se ha perdido?
¿O te quedas resignado en la comodidad de tu egoísmo, y cierras la puerta, y cierras los ojos
y los oídos para no ver y no escuchar al que te llama pidiendo ayuda porque está perdido?
Analiza tus actos, sacerdote, y descubre, al paso de los años, en qué te has convertido: ¿en un
verdadero pastor comprometido con su rebaño, porque has sido configurado con Cristo Buen Pastor?
¿O en un pastor asalariado que ha descuidado el rebaño que le ha sido encomendado?
¿Se ha vuelto tu ministerio un trabajo más a cambio de un sueldo? ¿O vives tu vocación
sirviendo a tu rebaño, enamorado de tus ovejas, como Cristo el Buen Pastor?
Entra por la puerta de las ovejas, sacerdote, con humildad, haciéndote pequeño, como
cordero, para que renueves tu vocación y sea encendido de fuego apostólico tu corazón.
Escucha, sacerdote, la voz del Buen Pastor, que te llama para que reconozcas su voz y lo
sigas, y pídele que infunda en ti un espíritu de entrega, para que des tu vida por tus ovejas.
Pero ten cuidado, sacerdote, y fíjate bien por quién estás dando tu vida, porque en los rebaños
también hay lobos disfrazados de ovejas perdidas.
Sé astuto como las serpientes, pero sencillo como las palomas. No te fíes de los hombres,
pero no les tengas miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; antes bien, teme
ofender a tu Señor, y obedécelo; escucha su voz, deja todo y síguelo, como una oveja sigue a su
pastor, entregándole tu voluntad y tu confianza, porque Él es tu dueño y sabe lo que te conviene.
Sigue a tu Pastor, sacerdote, pero no lo sigas por obligación. Síguelo por amor. Porque de Él
recibes muchos bienes. Pero si no tienes amor, sacerdote, nada tienes.
Déjate configurar con el amor, que es Cristo, el Buen Pastor, para que des tu vida por tus
ovejas, para que seas puerta, y todo el que entre por ti se salve.
Tú eres puerta, cordero y pastor, configurado con Cristo, que es la puerta, el cordero de Dios
que quita los pecados del mundo, y el Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas.
Tú abres la puerta, y perdonas los pecados, y los guías y los alimentas a través de la Palabra y
de la Eucaristía, para darles vida en abundancia, por Cristo, con Él y en Él.
Tú eres, en unidad con Cristo, Buen Pastor. Y al mismo tiempo eres sacerdote, víctima y
altar; sacerdote, profeta y rey.
(Espada de Dos Filos II, n. 68)
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