Hacia una etnografía comunal:
experiencias desde Oaxaca, México1
https://doi.org/10.25058/20112742.n43.02
Edgar Pérez Ríos2
https://orcid.org/0000-0001-6220-9609
Centro de Investigación y Estudios Avanzados3, México
edgarperezrios@gmail.com
Cómo citar este artículo: Pérez Ríos, E. (2022). Hacia una etnografía comunal: experiencias desde
Oaxaca, México. Tabula Rasa, 43, 29-50. https://doi.org/10.25058/20112742.n43.02
Recibido: 26 de octubre de 2021
Aceptado: 31 de marzo de 2022
Resumen:
A partir de mi experiencia como estudiante de doctorado y miembro de un pueblo
originario de Oaxaca, México, en este artículo reflexiono en torno a un modo de etnografía
en territorios indígenas desde una perspectiva comunal, con base en la comunalidad como
forma de vida de los pueblos originarios oaxaqueños. Desde esta perspectiva, la etnografía es
construida entre diversos miembros de la comunidad, incluido el etnógrafo. Así, el objeto de
estudio, el trabajo de campo, el análisis de los datos y la discusión de los resultados implican
un trabajo colaborativo; aunque también existen actividades, como la sistematización de la
información y la redacción de los textos, que involucran únicamente al investigador, quien
se constituye como responsable final de los escritos emanados del trabajo etnográfico.
Palabras clave: investigación colaborativa, comunalidad, pueblos indígenas, extractivismo
epistémico, territorio.
Towards a Community Ethnography: Experiences from Oaxaca,
Mexico
Abstract:
Drawing from my experience as both a doctoral student and member of an Aboriginal
People from Oaxaca, Mexico, I reflect here upon an ethnographic approach in indigenous
territories based on a community perspective, which takes commonality as a way of
life among Oaxacan Aboriginal Peoples. In this approach, ethnography is built among
various members of the community, including the ethnographer. Thus, the object of
1
Este artículo deriva de mi tesis doctoral en el DIE Cinvestav bajo la asesoría de las Dras. Antonia
Candela y Gabriela Czarny. Su realización fue financiada por una beca del Conacyt.
2
Doctor Instituto Politécnico Nacional, México.
3
Departamento de Investigaciones Educativas.
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
Anorí
Leonardo Montenegro
Tabula Rasa
No.43, julio-septiembre 2022
study, fieldwork, data analysis, and the discussion of results involve collaborative work,
even though there are activities, like systematizing data and writing reports, which are the
exclusive task of the researcher. Thus, the researcher becomes the final responsible of the
writings stemmed from ethnographic work.
Keywords: collaborative research, commonality, Indigenous peoples, epistemic extractivism,
territory.
Para uma etnografia comunal: experiências desde Oaxaca, México
Resumo:
A partir de minha experiência como estudante de doutorado e membro de um povo
originário de Oaxaca, México, reflito neste artigo ao redor de um modo de etnografia em
territórios indígenas desde uma perspectiva comunal, com base na comunalidade como
forma de vida dos povos originários oaxaquenhos. Desde essa perspectiva, a etnografia é
construida entre diversos membros da comunidade, incluido o etnografo. Assim, o objeto
de estudo, o trabalho de campo, a análise de dados e a discusão dos resultados implicam
um trabalho colaborativo; embora existam também atividades, como a sistematização
da informação e a redação dos textos, que envolvem apenas ao pesquisador, quem se
constitui como responsável final dos escritos derivados do trabalho etnográfico.
Palavras-chave: investigaçao colaborativa; comunalidade, povos indígenas, extrativismo
epistémico, território.
Introducción
En mi comunidad todas las actividades de orden público, es decir que atañen
directamente a los comuneros y/o población en general, se consideran comunales.
Por ejemplo las fiestas patronales son comunales no solo porque implica la
participación de diversos miembros de la comunidad sino también porque su
organización pasa por el consenso en Asamblea: cuánto dinero se destinará para
tal fin, cómo se financiará, quiénes serán miembros del comité organizador,
qué actividades habrá, etcétera. Lo mismo sucede con otros elementos de
índole comunal como el territorio, el tequio, el servicio comunitario, la propia
Asamblea, el manejo del bosque como fuente de empleo, el manejo del río, la
tienda comunitaria y las escuelas (que, aunque son estatales, la comunidad tiene
injerencia en temas como infraestructura, usos de los espacios, etcétera).
Otro ejemplo de cómo funciona la perspectiva comunal en mi comunidad tiene
que ver con el manejo de nuestros bosques. Desde la década de 1990 existe una
empresa forestal comunal que periódicamente renueva su directiva y se toman
decisiones sobre el área de corte de madera, venta, etcétera. También el uso de los
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
31
EDGAR PÉREZ RÍOS
Hacia una etnografía comunal: experiencias desde Oaxaca, México
recursos económicos que surgen de la empresa se somete a la Asamblea; de esta
forma la comunidad participa activamente en las dinámicas que los involucra. A
esta forma de organización de las comunidades originarias de Oaxaca Díaz (2004)
y Martínez Luna (2010) le llaman comunalidad, la cual tiene aristas políticas,
epistemológicas, emancipadoras y de resistencia (Aquino, 2013), además de
metodológicas como pretendo argumentar en este texto.
En este sentido los llamados conocimientos o saberes comunitarios también
pueden considerarse parte de la comunalidad en tanto han sido construidos
históricamente por los miembros de la comunidad. Por ejemplo, en mi comunidad
y otras comunidades zapotecas de la Sierra Sur de Oaxaca existen conocimientos
en cuestiones meteorológicas, climatológicas, cartográficas, cacería, recolección,
agricultura y muchos más. Ahora bien, emprender una investigación académica
(particularmente una etnografía) en torno a estos temas u otros de la misma índole
tales como ritualidad, lengua originaria o educación propia, necesariamente
tendría que partir desde una perspectiva comunal en tanto se trata de una
actividad que incumbe a los miembros de la comunidad.
Cabe acotar, también, que no todos los conocimientos que se desarrollan en las
comunidades son necesariamente comunitarios, es decir, muchos de ellos han
sido desarrollados por aquellas personas que Bartolomé (2003a, p.24) denomina
intelectuales indígenas no académicos, quienes son «personas curiosas que buscan
aprender más de lo que les enseñaron o que se sienten orientadas a reflexionar
sobre su realidad social». De acuerdo con Juárez et al. (2012, p.147) estas personas:
No responden al paradigma académico o letrado, sino que desempeñan a
partir de una conciencia colectiva y comunitaria, la función, no de entender
ampliamente al mundo y sus circunstancias, que voluntariamente desconocen,
sino su ethos, su cultura y perpetuarla en el tiempo para sus iguales.
De esta manera algunos conocimientos rituales son casi exclusivos de los saurines
o personas que dan razón; del mismo modo que los conocimientos en torno a
medicina tradicional son especialidad de las curanderas. Es decir, podríamos hablar
de conocimientos comunitarios y conocimientos especializados dentro de las
comunidades, aunque para fines prácticos me refiero a ambos como conocimientos
comunitarios en concordancia con la educación comunitaria y haciendo alusión a
que se trata de conocimientos desarrollados por miembros de la comunidad.
Siguiendo a Bartolomé (2003a) y Paladino & Zapata (2018), a pesar de las críticas
hacia la investigación en general y a la etnografía en particular, estas pueden usarse
como herramientas no solo académicas sino en función de las agendas de las
propias comunidades. Al respecto Czarny & Paradise (2019, p.1) señalan que «Las
organizaciones y comunidades indígenas han desafiado y se han apropiado de esta
tradición de investigación». En ese sentido, actualmente diversos investigadores
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
32
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
Tabula Rasa
No.43, julio-septiembre 2022
indígenas y no indígenas (entre ellos Leyva & Speed, 2008; Dietz, 2011; Cayón,
2018 y Álvarez et al., 2020) han propuesto perspectivas etnográficas colaborativas,
decoloniales, activistas, etcétera, en un intento de vincular la etnografía con las
demandas de las propias comunidades.
Bajo estas líneas, el objetivo de este artículo es precisamente reflexionar en torno
a algunos planteamientos que considero necesarios a la hora de realizar trabajo
etnográfico en los contextos territoriales de los pueblos originarios. Para ello, parto
desde mi experiencia concreta en el Municipio de San Jerónimo Coatlán, en la región
zapoteca del sur de Oaxaca, donde realicé mi investigación doctoral sobre procesos
educativos comunitarios ligados al territorio, aunque dichas reflexiones pueden ser
aplicables en otros pueblos originarios. Cabe advertir que este escrito no pretende
arribar a un «deber ser» sino, como sugieren los coordinadores de este número
temático, contribuir en las discusiones actuales sobre etnografías colaborativas y
extractivismo epistémico en aras de establecer vínculos políticos, epistémicos y
sociales mucho más estrechos entre las comunidades y los investigadores.
Algunos apuntes teóricos
Hablar de una etnografía comunal no es un mero capricho académico ni un
intento de imponer tal marca a toda etnografía. Se trata de una forma de etnografía
específica en contextos territoriales indígenas, en este caso, aplicada en mi propia
comunidad, pero igualmente válida en otras comunidades cuyo territorio sea de
carácter comunal. Dicho de este modo, lo comunal tiene implicaciones sobre todo
políticas, lo cual es coherente tomando en consideración que todo cuanto acontece
en nuestros territorios debe ser sabido, discutido y acordado entre los comuneros.
Así, una etnografía sobre el territorio debe respetar esta forma de organización.
Por otro lado, cuando me refiero a la participación de la comunidad no hablo
en general de toda la comunidad, sino que es necesario identificar los distintos
agentes que la conforman: en este caso autoridades, curanderos, taladores
clandestinos, mujeres, profesionistas, cazadores, etcétera, ya que la relación que
cada uno de estos miembros guarda con el territorio es distinta y obedece a la
experiencia que cada quien ha construido con el territorio. Esto significa que
aun cuando uso el término «comunidad» se entiende que me refiero a algunos
de sus miembros y sobre todo que dicho concepto está íntimamente relacionado
con el territorio, pues como sostiene Maldonado (2011, p.49) «Las comunidades
originarias de Oaxaca están constituidas por grupos de familias emparentadas
entre sí que habitan en un territorio común, generalmente desde siglos atrás».
Identificar agentes comunitarios diversos que trastocan de alguna u otra forma el
proceso etnográfico ayuda a complejizar las relaciones que el etnógrafo construye
con la comunidad, pues la etnografía supone «un espacio que identifica u opone
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
33
EDGAR PÉREZ RÍOS
Hacia una etnografía comunal: experiencias desde Oaxaca, México
al etnógrafo con sus interlocutores» (Katzer, 2020, p.15). Así, habrá miembros
dispuestos a participar, pero también habrá quienes intenten obstaculizar dicha
labor, sobre todo cuando sus intereses se perciben amenazados, situación que
en este caso ocurre cuando se señalan actividades ilícitas o que atentan contra el
territorio. Sin embargo, ambos posicionamientos dan forma a lo «comunal», pues
como dije, se trata de un concepto con un fuerte componente político que no está
exento de una serie de disputas, tensiones y negociaciones.
Comunidad y comunalidad se entretejen para entender lo comunal. En palabras
de Martínez Luna (2010) la comunalidad es la esencia de la comunidad; es su
característica principal. Por su parte, Maldonado (2011) refiere que la comunalidad
es la forma de vida de los pueblos nativos oaxaqueños. En otras palabras, la
comunalidad, lo comunal, es la forma en cómo se organizan las distintas aristas
de la vida comunitaria, incluyendo el territorio, las fiestas, el trabajo y el poder.
En síntesis, cuando se habla de lo comunal se está hablando de todo aquello
que incumbe de manera política y socio-económica a determinada comunidad.
Por eso para nuestras comunidades el territorio (incluyendo el bosque, los ríos
o los cerros) son comunales en su totalidad. Dicho carácter comunal incluso se
acentúa en la actualidad pues nuestros bosques son asediados por el mercado
forestal desde hace casi cincuenta años (ver Pérez, 2019).
Entendiendo que las etnografías colaborativas, según Leyva & Speed (2008), son
aquellas donde existe un diálogo y colaboración explícita entre el investigador
y las comunidades donde se lleva a cabo la investigación, entonces es viable y
pertinente utilizar esta herramienta a favor de las comunidades y sus procesos de
resistencia. En concordancia, Katzer (2020, p.18) menciona: «cuando se inicia
una trayectoria compartida, surgen las ganas de contar. En ese proceso aparece el
deseo de decir, el deseo de compartir, y la palabra dicha cobra sentido puesto que
cada interlocutor se reconoce como tal». De esta manera se enriquece la etnografía
como experiencia comunitaria y académica a la vez, ya que el objetivo también es
el de «producir saberes de otras maneras» (Álvarez et al., 2020, p.13).
Basten estas líneas para aseverar que etnografía y comunalidad tienen varios
puntos de encuentro y diálogo toda vez que se supere la etnografía como mera
técnica de investigación para tornarse más bien en una articulación de procesos,
experiencias y textos (Katzer, 2020). Además, resulta fundamental no caer en la
dicotomía de investigación vs comunidad, pues el objetivo es precisamente a la
inversa: converger ambos conceptos. Pero tampoco debemos perder de vista «la
existencia de diferencias y desigualdades entre el antropólogo externo al grupo
estudiado, por un lado, y los comuneros y líderes indígenas, por otro» (Dietz,
2011, p.13). Tomando en cuenta estas y otras implicaciones de la etnografía,
podemos estar en condiciones de emprender una investigación colaborativa como
la que intento sistematizar en este texto.
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
34
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
Tabula Rasa
No.43, julio-septiembre 2022
Entendida la etnografía como un diálogo y colaboración efectiva se está en
posibilidades de ampliar la perspectiva tradicional de comunidad, como sinónimo
de un grupo homogéneo con orígenes culturales similares, para transitar a una
perspectiva más amplia, donde la comunidad también la componen aquellas
personas (indígenas y no indígenas) cuyos intereses no solo convergen sino también
se involucran desde sus propios espacios. Me refiero especialmente a quienes
hacemos parte de la llamada Academia y que desde ese espacio emprendemos
distintas acciones que conllevan compromisos éticos y políticos a favor de las
comunidades con las que trabajamos. Siendo de esta forma incluso hasta no es
necesario llamar «activista»o «colaborativa» a nuestras etnografías, pues tal título
podría estar alejado de la realidad.
La construcción del objeto de estudio
Cuando pensé en hacer una tesis que hablara sobre la cuestión territorial en mi
comunidad lo primero que pensé es que se trataba de un tema comunal, no solo
porque el territorio es comunal sino también porque todo los conocimientos,
prácticas culturales y procesos educativos en torno a ese territorio también son
comunales en tanto que históricamente han sido construidos por diversos miembros
de la comunidad. Así que no podía emprender mi investigación sin antes llevar el
asunto a la Asamblea. Al respecto, Leyva & Speed (2008, p.77) apuntan que:
Teóricamente, en la investigación descolonizada activista lo ideal sería
definir, conjuntamente con el grupo organizado en lucha —que forma la
base y parte del estudio— qué sería importante estudiar —tanto para el
grupo como para el investigador—, cómo se debería estudiar y cuál sería el
producto o serie de productos útiles para ambas partes.
De esta manera, en diciembre de 2017 presenté mi proyecto de investigación
a la Asamblea de comuneros. En ese entonces estaba abocada a comprender
el proceso de desplazamiento lingüístico de la lengua originaria —el zapoteco
coateco— sin embargo, la Asamblea dijo que en realidad ese no era un tema
que les preocupara tanto como sí lo era la pérdida de una serie de conocimientos
en torno al territorio, lo cual ha traído varias consecuencias como la invasión
al territorio por parte de otros pueblos, así como impactos a nivel sociocultural
y ambiental que era necesario investigar. De esa forma el propio proyecto de
investigación fue re-construido con la Asamblea.
Aunque era la primera vez que en mi comunidad se haría una investigación de
corte antropológico, en realidad los comuneros tenían experiencia en el diálogo
y construcción de conocimientos con académicos. Esto se debe a que desde
hace varias décadas existen los programas de aprovechamiento forestal donde
participan ingenieros y técnicos forestales que se encargan de estudiar el bosque
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
35
EDGAR PÉREZ RÍOS
Hacia una etnografía comunal: experiencias desde Oaxaca, México
para decidir sobre el corte de madera. En dicho ejercicio los comuneros no reciben
la información de los ingenieros de manera vertical, sino que entablan una serie
de discusiones a partir de la información y conocimientos que los comuneros
tienen en relación con el bosque. Al final de cuentas se comienza el ciclo de
aprovechamiento forestal tomando en cuenta los conocimientos de ambas partes.
Una vez que mi proyecto de investigación fue aceptado por la comunidad
comencé a postular al doctorado, aunque para entonces ya había comenzado a
realizar el trabajo de campo, en un principio solamente en la cabecera municipal
(San Jerónimo Coatlán). Los comuneros de dicha comunidad me reiteraron
varias veces el vínculo histórico con Soledad Piedra Larga y Las Palmas a las que
involucré en mis siguientes estancias en campo. Finalmente terminé haciendo
trabajo de campo también en El Progreso y San Cristóbal Honduras, pues al
final de cuentas estas cinco comunidades conforman el territorio comunal del
Municipio de San Jerónimo Coatlán.
Cabe destacar que cuando me refiero a «la comunidad» hablo de las cinco
localidades en tanto que las cinco conforman una comunidad agraria o
territorial, que comparten una historicidad en torno al territorio. A lo largo del
artículo también me referiré a alguna en particular, en dicho caso explicitaré
de qué comunidad estoy hablando, pues, aunque estas comparten un mismo
origen sociocultural, sus procesos históricos en relación con la educación sobre
el territorio han sido distintos.
Opté por realizar una etnografía ya que este enfoque me permitiría dialogar mi
ser comunero con mi ser estudiante/investigador. Esto significa que además de
utilizar las herramientas y/o técnicas que los etnógrafos recomiendan, como la
estancia prolongada en la comunidad, observación, uso del diario de campo y
la labor de documentar lo no documentado (Rockwell, 2009; Restrepo, 2018;
Guber, 2011), también se consideran las formas en cómo los miembros de la
comunidad construyen los conocimientos. Al igual que Álvarez et al. (2020, p.12)
parto del «deseo/necesidad de producir y afirmar otros saberes y de producir
saberes de otras maneras». Con esta perspectiva pretendo reconocer el papel de
las comunidades no como informantes u objetos de estudio sino como agentes
involucrados durante todo el proceso investigativo.
La forma en cómo me acerqué a la construcción de conocimientos en torno
al territorio también dialoga con otras propuestas etnográficas como es el caso
de la etnografía compartida planteada por Cayón (2018, p.35), la cual «busca
una convergencia de intereses y una expansión del conocimiento mutuo donde
los sujetos indígenas y el investigador establecen un diálogo en permanente
retroalimentación que privilegia la inteligibilidad entre mundos diferentes».
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
36
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
Tabula Rasa
No.43, julio-septiembre 2022
El trabajo de campo
Entre los etnógrafos existe un consenso en que el trabajo de campo es parte
fundamental de la etnografía (Geertz, 1973; Rockwell, 2009; Guber, 2011;
Restrepo, 2018). Efectivamente, como señala Rockwell (2009, p.22) la experiencia
directa y prolongada en la comunidad; las interacciones cotidianas y personales entre
el investigador y la localidad durante un tiempo suficientemente largo permitirá
que el etnógrafo pueda construir sus interrogantes y respectivas respuestas.
Sin embargo, este tiempo prolongado en la comunidad no lo fue todo, ya que
como señala Restrepo (2018, p.29): «Tampoco existe una correlación probada
entre la duración del campo y la capacidad de comprensión del etnógrafo, toda
vez que en la etnografía inciden la agudeza de la mirada, la sensibilidad y la
constancia». Así pues, dicha temporalidad se realizó tomando en cuenta estos tres
aspectos, incluso en ocasiones tomando distancia del contexto de investigación
(mi propia comunidad), esto trayendo a colación la sugerencia de Bartolomé
(2003b, p.205) respecto a que en la medida que los investigadores indígenas
participamos cotidianamente de las prácticas culturales que investigamos estas
pueden naturalizarse al grado de perderlas de vista.
El trabajo de campo implicó tener en cuenta los tiempos de la comunidad más
que los tiempos académicos, pues las dinámicas educativas en torno al territorio
ocurren durante todo el año además de que se reconfiguran permanentemente.
También, como veremos enseguida, se presentan episodios que solo es posible
observar una vez en quizá muchos años, de ahí la necesidad de estar atento a las
tales dinámicas. Así pues, el trabajo de campo se llevó a cabo durante los cuatro
años del doctorado, incluso desde un año atrás. En este tenor, Katzer (2020, p.6)
escribe «La etnografía como proceso introduce una relación de mucho más largo
aliento, que supone compromisos y afectos de años, que no se circunscribe a
productos y demandas académicas».
A medida que avanzaba en el doctorado también iba profundizando mi relación
con la comunidad, pues gracias al trabajo etnográfico que demanda una estancia
prolongada en el contexto de estudio pude permanecer hasta por ocho meses
ininterrumpidos en el pueblo, y a raíz de la pandemia del COVID-19 por casi dos
años, situación que también me permitía participar de las dinámicas cotidianas,
como ir a la leña, a la milpa, a las asambleas, a las fiestas, a jugar básquetbol, a
los sepelios, etcétera. Esta forma de trabajar la tesis desde la comunidad me llevó
a pensar en un lenguaje comunal que me permitiera construir conocimientos
académicos a partir de las formas en cómo cotidianamente se construyen en
la comunidad, lo cual involucra a diversos miembros, entre ellos autoridades,
curanderos, cazadores, abuelos, entre otros.
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
37
EDGAR PÉREZ RÍOS
Hacia una etnografía comunal: experiencias desde Oaxaca, México
Así pues, entiendo el término «lenguaje comunal» como un sistema de códigos
(verbales y no verbales) cultural e históricamente situados que comparten los
miembros de comunidades indígenas, el cual les permite compartir, construir y
reconfigurar permanentemente sus prácticas culturales y conocimientos en torno
a su sistema comunal de vida o comunalidad. Dicho lenguaje comunal es entonces
la forma de socializar la vida comunitaria entre los miembros de tal comunidad.
Cabe mencionar que el trabajo de campo que realicé puede dividirse en dos
momentos estratégicos más que temporales: 1) la observación de aquellos procesos
de educación comunitaria ligados al territorio, así como los agentes que participan
y 2) pláticas relacionadas a los mismos procesos, pero con perspectiva histórica,
es decir, qué tanto dichas prácticas se han modificado a partir del contexto socioeconómico actual. En esta lógica comencé a indagar sobre el escenario 1 (presente)
y posteriormente el 2 (pasado) para así identificar los cambios y continuidades en
relación con la educación comunitaria en torno al territorio.
Como decía, estos momentos tienen un componente estratégico más que temporal
pues en realidad sucedían simultáneamente. Por ejemplo, para comprender los
procesos educativos en torno a la milpa acudía a la milpa junto con los adultos y
los niños o jóvenes para observar de qué manera se daba dicha actividad. En tanto
esto sucedía preguntaba al adulto cuestiones como ¿Y cuando usted era niño venía
con sus papás o sus abuelos? ¿Realizaban el ritual para pedir permiso para sembrar?
¿Realizaban el ritual para pedir permiso para cosechar? ¿Cómo era el ritual?
Vuelvo a enfatizar en que estas pláticas se daban mientras realizábamos las labores en
la milpa. Mis «pláticas etnográficas» se convertían en la plática del día, de la jornada
de trabajo. Esta posición de alguna manera horizontal, en tanto que las hormigas de
carnizuelo nos picaban a todos por igual o que el sol nos abrasaba de la misma manera
y que a la hora de la comida compartíamos las tortillas, permitía que hubiera un clima
de confianza, máxime que en todo momento las personas con las que interactuaba
sabían que estaban dando información para la investigación y que al final de cuentas
dichas pláticas se convertían en espacios para la construcción de conocimientos.
La concentración fue mi mejor herramienta para registrar diariamente la
información que resultaba de mis pláticas etnográficas, las cuales inmediatamente
que regresaba a casa las registraba en el diario de campo. Realmente es asombrosa
la capacidad de la mente para retener datos cuando estos son valiosos; solo
ocasionalmente utilizaba una pequeña libreta de apuntes que me servía de ayuda
para el posterior registro del diario de campo, al cual le dedicaba un par de horas
por las noches. Pero esta libreta de apuntes solo la empleaba cuando el trabajo de
campo era durante una Asamblea, reunión o cualquier otro espacio dentro de la
comunidad, pero cuando el trabajo de campo me implicaba ir a la milpa o algún
ritual en el cerro entonces la mente era la única herramienta pertinente.
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
38
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
Tabula Rasa
No.43, julio-septiembre 2022
Como podremos advertir, no es buena idea llegar desde el principio con un
cuaderno y lápiz para tomar apuntes. Mejor ir preparados para un día de trabajo:
botas de trabajo, pantalón de mezclilla, cachucha y toda la concentración posible
pues nuestra memoria será nuestra principal herramienta. Para las personas que
no están acostumbradas al campo, esta actividad resultará todo un reto, pero
un reto necesario si no se quiere acentuar, de por sí, la relación desigual entre
investigador y su anfitrión, donde el primero tiene la fortuna de hacerse llegar el
pan en la boca desde la comodidad de la hamaca que le han prestado para esperar
mientras sus «informantes» regresen de sus labores.
Quizá lo más sencillo para un estudiante de posgrado es realizar la tesis en
solitario. Esto no solo es más sencillo sino también más cómodo y práctico. Nada
más fácil que ir a una comunidad, entrevistar a dos o tres personas, procurar
estar el menor tiempo posible y regresar cuanto antes a la ciudad, a la seguridad
del escritorio, para analizar los datos en solitario, en la comodidad del hogar,
quizá con una cerveza y cigarrillos al lado. Esto le evitará al estudiante lidiar con
mosquitos, zancudos o tener que consumir alimentos que no son de su agrado.
En realidad, me atrevo a pensar que esta es la perspectiva más frecuente no solo
en los estudiantes sino en los mismos investigadores.
Además, ir con la disposición de acompañar a los originarios de la localidad en
sus actividades cotidianas es doblemente valioso: en primer lugar, es más probable
generar empatía/simpatía con ellos. Además, hay más probabilidades que vean en el
investigador efectivamente como un colaborador y que está dispuesto a ayudar: si
él está dispuesto a ayudar los demás también estarán dispuestos a ayudarlo, lo cual
también podría traducirse en términos de «mano vuelta» o «cambio de mano», que
refiere a un tipo de organización para el trabajo que se da en diversas comunidades
originarias y/o campesinas. Esta forma de etnografiar a decir de Leyva & Speed
(2008, p.79) implica todo un reto: el de «construir relaciones de equidad que
modifiquen jerarquías y desconfianzas históricas reproducidas por las relaciones
coloniales dadas entre la investigación científica académica y los pueblos indígenas».
Quizá las personas afines con los discursos feministas estén pensando que
la actividad antes descrita (del hombre que va al campo acompañado del
antropólogo) es igualmente aplicable para las mujeres. Lamento decir que no
es así; no es recomendable ni tampoco creo que sea ético intentar imponer
nuestras ideologías en las comunidades que nos reciben. En muchas de estas
comunidades existe un ordenamiento sociocultural configurado y reconfigurado
por los propios miembros de las comunidades mediante su lenguaje comunal, por
ejemplo que los hombres vayan a la leña para proveer los insumos combustibles
de la cocina, mientras que las mujeres hacen las tortillas. Por lo tanto, el o la
antropóloga no tiene ningún derecho —en tanto no son miembros de la localidad
ni han participado de los procesos históricos de configuración de la misma— de
transgredir la cotidianidad de estos lugares.
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
39
EDGAR PÉREZ RÍOS
Hacia una etnografía comunal: experiencias desde Oaxaca, México
Respecto a mi rol de etnógrafo en mi comunidad este no implica mayor problema
ya que todos saben a qué me dedico; saben que estoy escribiendo la historia del
municipio, sobre las costumbres, sobre el zapoteco, sobre el bosque, sobre el
territorio, pues todos estos elementos se entrecruzan para lograr comprender el
territorio y los procesos educativos en torno a él, aunque también debo decir que
hay algunos detractores que no están de acuerdo con mi papel de activismo y defensa
del bosque. Así, algunas personas se me han acercado para invitarme a algún punto
del territorio para mostrarme algún vestigio histórico, cuevas o sitios de relevancia
para la investigación y otros para intentar intimidarme mediante amenazas.
Las pláticas que establecía con las personas de la comunidad que han
acompañado esta etnografía no resultaban una información que yo iba anotando
o memorizando, sino que se tornaban en debates, memorias y emociones en la
construcción de conocimientos. Esto se daba gracias a que casi nunca hubo dos
personas involucradas, sino que la mayoría de veces confluíamos varias personas.
Este ejercicio resultaba en que uno contradijera a otro; que uno reviraba alguna
fecha o acontecimiento; que uno interpretara distinto a otro y que a partir de ahí
se generara un debate. Yo mismo participaba de las discusiones que me concernían
como miembro de la comunidad.
A esta serie de encuentros, algunos orientados intencionalmente para discutir
algún tema de particular interés, los llamé «voces de nuestros cerros». En un
principio me refería a estos espacios como «talleres» pero en la práctica más
que talleres eran espacios de encuentro que no tenían como tal una estructura
premeditada, es decir, no había un espacio ni tiempo fijo para llevarlas a cabo;
salvo los encuentros planeados, la mayoría de los encuentros ocurrían en tiempos
y espacios de acuerdo con las dinámicas de la comunidad.
Por ejemplo, en abril de 2021 estuve una semana en el bosque, junto con otros
veintitrés comuneros. Fuimos a realizar actividades de limpieza del bosque en
una zona de aprovechamiento forestal. Por las noches, después de la jornada de
trabajo, las pláticas giraban en torno a diversos temas, de manera fluida cada
quien introducía algún relato. A veces se hacían unas interesantes discusiones
acerca del aprovechamiento forestal, qué tanto ha afectado otras aristas de la vida
social de la comunidad; evidentemente un tema de interés para mi tesis, así que
mientras atizaba el fogón, también atizaba la plática mediante algunas preguntas
o sugerencias, de manera que encaminaba la plática hacia algún aspecto de mi
investigación, donde todos participábamos de la discusión.
Las propias Asambleas de comuneros eran espacios donde los temas territoriales
salían a colación. Por ejemplo, en noviembre de 2020 se tocó un tema relacionado
con la tala clandestina, ocasión que aproveché para conocer la perspectiva de
las autoridades y comuneros. En dichas Asambleas se construye conocimiento
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
40
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
Tabula Rasa
No.43, julio-septiembre 2022
mediante el debate porque mientras que algunos arguyen sobre el impacto
ambiental del aprovechamiento otros manifiestan la importancia social de dicha
actividad en términos de empleo y de no migración. En términos etnográficos,
las discusiones en Asamblea no son solo datos o información, sino que se trata
de procesos de análisis donde mi punto de vista como etnógrafo/comunero
dialoga con las perspectivas de los demás comuneros, lo cual tiene que ver con las
reflexiones sobre etnografía compartida, donde Cayón (2018, p.47) menciona:
La etnografía compartida convierte al antropólogo en la contraparte de una
dinámica dialógica y reflexiva basada en retroalimentaciones permanentes
con sus interlocutores cuyo resultado es la expansión del conocimiento
mutuo y una mayor inteligibilidad entre mundos diferentes.
La sistematización de los datos
Algunas fases de la etnografía comunal son realizadas únicamente por el etnógrafo
pero a partir de las interacciones con los miembros de la comunidad. Esto es
comprensible tomando en cuenta que, al menos en mi comunidad, los datos se
presentan de manera muy diferente a cómo se presentan en el medio académico.
Por lo regular los datos se recaban, analizan y presentan en una misma «sesión»
(por ejemplo, en el contexto del fogón al terminar una jornada de trabajo en el
bosque), aunque estos datos también se encuentran listos para presentarse en
una Asamblea si el tema sale a colación, es decir, todo ocurre en las memorias de
las personas sin que existan herramientas específicas para sistematizar, analizar
y presentar, aunque también puede darse el caso. En otras palabras, se trata de
procesos continuos y permanentes.
Tomando en cuenta que la etnografía comunal que propongo se inscribe en
un ejercicio académico, vale la pena señalar mi proceso de sistematización de
los datos y/o información recabada en el trabajo de campo. En primer lugar, se
encuentra el diario de campo, el cual constituye la principal herramienta para
registrar la información para su posterior sistematización. En este diario de campo
fui registrando lo más relevante de mis observaciones cotidianas, así como aquello
que consideraba pertinente o como posible aporte al tema de mi investigación.
Este diario de campo no resultaba de interés para otros miembros de la comunidad
toda vez que cuanto ahí había escrito era lo que ellos mismos habían presenciado,
aunque —desde luego— con el agregado que supone la interpretación de quien
escribe el diario de campo.
A continuación, transcribo textualmente un fragmento de mi diario de campo
como ejemplo de cómo llevé a cabo dicha actividad. En este caso se trata del texto
que escribí un día después de acompañar a un abuelo y su nieto a la quema del
rozo para la siembra, en la comunidad de Las Palmas.
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
41
EDGAR PÉREZ RÍOS
Hacia una etnografía comunal: experiencias desde Oaxaca, México
Viernes 1 de junio de 2018 (pp.81-83)
«La quema del rozo»
Hoy acompañé a mi abuelito Zotero y a Gil, su nieto de 8 años, a la quema del rozo
que han preparado para la siembra de este año.
La quema del rozo es parte del ciclo agrícola de los campesinos zapotecos de la Sierra Sur,
el cual comienza con el rozo o ir a rozar que consiste primero en seleccionar el terreno
destinado para la siembra del año. La mayor parte de los terrenos de nuestros pueblos
son cerros empinados dada la geografía propia de la sierra, en este caso el cerro al que
acudimos no fue la excepción. Una vez ubicado el terreno comienza el rozo, es decir,
limpiar el terreno, cortar la yerba y los árboles pequeños (encinos, carnizuelos y otros
palos más pequeños). A fuerza de machete, esta actividad se hace aproximadamente en
el mes de abril/mayo, poco antes de que comiencen las primeras lluvias.
Cuando empiezan las primeras lluvias o quizá un poco antes se continúa con la quema.
Como previamente se ha limpiado el terreno y las yerbas o ramas se han secado, el
terreno está listo para quemarse pues el fuego arderá muy bien ya que todo está seco.
Así pues, estamos en el segundo momento del ciclo agrícola.
Lo primero que hacemos al llegar a la quema es sacar un carril de aproximadamente
dos metros de ancho del lado en que corre el viento, esto para evitar que nos gane la
lumbre hacia otro terreno por eso el carril funciona como cortafuego. Mi abuelo y yo
nos encargamos de esta tarea mientras que Gil observa e imita la acción.
Me comenta mi tía Blanca (mamá de Gil) que este es el primer año que Gil va a esta
actividad. Ella dice que a partir de ahora irá los próximos años y comenzará a vivir
todo el ciclo agrícola. Antes Gil estaba más pequeño y por eso no asistía.
Una vez que concluimos de sacar carril comenzamos a prender fuego al terreno,
empezando desde la parte alta hasta llegar a la parte baja, esto para evitar que el
fuego cobre mayor fuerza y se salga de control. Se coloca el fuego a cierta distancia (un
metro) entre fuego y fuego, nuevamente para que el fuego no se descontrole.
En esta ocasión el terreno es pequeño por lo que en menos de media hora se concluye
la tarea. Estuvimos media hora más vigilando que no hubiera una llama que pudiera
producir un incendio en terrenos colindantes, después nos fuimos a casa. Para beneplácito
nuestro por la tarde cayó una lluvia torrencial con lo cual cerramos un día redondo.
«La observación como estrategia de aprendizaje»
Como bien lo ha observado la Dra. Ruth Paradise en el contexto mazahua en el estado
de México, los niños originarios de lo que conocemos como territorio mesoamericano
tienden a utilizar la observación como estrategia preferida para su aprendizaje. Esto
lo pude notar con Gilberto Pérez (un niño zapoteco del sur de 8 años de edad) quien
nos acompañó en la quema del rozo.
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
42
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
Tabula Rasa
No.43, julio-septiembre 2022
Durante la faena los adultos ejecutábamos las tareas mientras que el niño observaba
y después, desde su iniciativa comenzaba a imitar. Solo hasta entonces el abuelo le
dijo «así mira», mostrando cómo hacer la tarea. Luego el niño continuó con su labor
ajustándose al ejemplo dado por el abuelo.
Cabe resaltar que todas las actividades del ciclo agrícola se realizan en español, incluso
hasta el ritual para bendecir la tierra antes de sembrar.
Como el ejemplo anterior durante el trabajo de campo registré diversas actividades
que posteriormente organicé mediante una matriz temática pues las actividades
que observé y en que participé eran de índoles diversas. Por ejemplo, mientras que
un día fui a la milpa al otro día a un entierro y al siguiente a una Asamblea. Por
eso la organización en una matriz me permitía tener un control del contenido del
diario de campo.
De hecho, en trabajo de campo etnográfico es muy recomendable participar
directamente de las actividades que se realizan en la comunidad de estudio y
posteriormente registrarlas. El ejemplo más conocido es quizá «la riña de gallos en
Bali» donde Geertz (1973) narra cómo un acontecimiento fortuito —la pelea de
gallos— le permitió hacerse de la confianza de los nativos, situación que resulta
positiva en el trabajo de campo. Por su parte, Guber (2011, p.66) menciona que
la observación participante es una herramienta muy valiosa para recabar datos
de forma más horizontal, aunque no concuerdo con dicha autora en cuanto a la
figura de «participante pleno» quien «oculta su rol de antropólogo para conseguir
un material que de otro modo sería inaccesible», pues dicha figura se asocia
literalmente al cuestionado contrabando epistémico.
Análisis de los datos
Etnógrafas como Rockwell (2009) sugieren precisamente la idea de construir los
datos y analizarlos de forma simultánea. En mi caso pude identificar que esto
sucede más o menos en tres niveles: 1) cuando se está en el lugar. Esto significa
que mientras participaba de la milpa, de la limpieza del bosque o de la Asamblea,
ocurría el primer nivel de análisis, el cual se daba de manera colegiada con otros
miembros de la comunidad. 2) A la hora de redactar textos, el cual parte de
la experiencia directa en la comunidad y de las lecturas de los diversos autores
leídos en mi formación doctoral. 3) Cuando el análisis escrito es compartido con
colegas, comités de tesis y miembros de la comunidad. En ese caso el análisis es
debatido, cuyo resultado final —y deseado— es que el escrito final se robustezca.
Visto de este modo, la comunidad participa durante varias etapas de la
investigación pues los resultados preliminares de la tesis también pasan por una
fase de diálogo con las personas involucradas. La forma de proceder, en algunos
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
43
EDGAR PÉREZ RÍOS
Hacia una etnografía comunal: experiencias desde Oaxaca, México
casos, no era dándoles a leer mis avances sino comentándolos en los mismos
espacios donde se llevó a cabo el levantamiento/análisis de los datos, en cuyos
casos los interlocutores agregaban algo, disentían en algún aspecto o simplemente
asentían. En otras ocasiones compartí directamente mis artículos derivados de la
tesis doctoral a algunos comuneros profesionistas cuyas lecturas redituaban en
distintos debates que servían para enriquecer la investigación general. En suma,
se trabajó «la producción de conocimientos como práctica artesanal, contextual,
alejada de los automatismos, y en ese sentido entendemos que cada situación de
investigación demanda sus propias formas de hacer» (Álvarez, et al., 2020, p.15)
La importancia de involucrar a la comunidad durante el proceso de la investigación
radica en que hasta ahora prevalece un trabajo académico que generalmente no ha
podido dialogar con las comunidades. Este hecho se evidencia particularmente en el
trabajo de campo en comunidades indígenas mediante la etnografía, que tampoco
ha logrado desprenderse de los cánones académicos de «recogida de información». El
etnógrafo parece contentarse con los datos que ha construido en campo, los traduce
en un lenguaje académico y los comparte con sus colegas (en conferencias, libros,
seminarios, etcétera), pero durante su estancia en la comunidad no se esfuerza por
comprender y participar en el lenguaje comunal ni tampoco se ve muy interesado
en compartir sus hallazgos siquiera con «sus informantes». Esto ha provocado la
mala reputación de la investigación en varias comunidades:
Desde el punto de vista del colonizado, posición desde la cual escribo y por la
que opto, la «palabra investigación» está intrínsecamente ligada al imperialismo
y colonialismo europeos. La palabra misma, «investigación», probablemente
es una de las más sucias en el vocabulario del mundo indígena. En muchos
contextos indígenas, cuando se menciona esta palabra, incita silencio y
malos recuerdos, provoca una sonrisa que proviene del conocimiento y de la
desconfianza. (Tuhiwai, 1999, p.1)
De ahí que los investigadores miembros de pueblos originarios tenemos aún más
responsabilidad de reconfigurar los procesos metodológicos que hasta ahora han
imperado dentro de la investigación académica. Tanto más cuanto que en muchas
ocasiones por el hecho de estar estudiando en alguna universidad no se nos obliga a
cumplir con el sistema de cargos que regulan nuestras comunidades, aunque en mi
caso durante el 2021 cumplí mi servicio comunitario como ayudante municipal,
encargado de actividades administrativas, redacción de solicitudes, etcétera.
Lo anterior es actualmente algo muy recurrente pues cada vez somos más los
miembros de comunidades indígenas que estamos adscritos a alguna institución
educativa de nivel superior o posgrado y que utilizamos dichos espacios para
generar conocimientos y debates en torno a nuestras realidades socioculturales.
El propio cabildo municipal de San Jerónimo Coatlán reconoce la labor de los
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
44
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
Tabula Rasa
No.43, julio-septiembre 2022
profesionistas en pro del fortalecimiento del municipio, muestra de ello es que
en marzo de 2018 el presidente municipal C. Clicerio Pérez (2017-2019) en
coordinación con su cabildo financió un viaje que realicé a Costa Rica donde
participé en un evento sobre revitalización lingüística.
Afortunadamente, las autoridades municipales y comunales de mi municipio
estuvieron al pendiente durante toda la investigación, independientemente de
quién estuviera al cargo, pues el presidente municipal C. Isarel Juárez (2020-2023)
también manifestó su apoyo verbal en colaborar en lo que fuera necesario. Por su
parte, los comisariados de bienes comunales también estuvieron involucrados: el
C. Alejo López permitió la consulta de los títulos primordiales como el lienzo y
mapa de San Jerónimo Coatlán del siglo XVI y XVII, respectivamente, los cuales
fueron de mucha importancia para la tesis. Por su parte el C. Tereso Morales me
invitó a distintas reuniones y espacios relacionados con cuestiones territoriales,
donde pude observar las formas cómo ocurre la educación comunitaria en torno
al territorio visto sobre todo desde su dimensión política.
La discusión de los resultados
Generalmente la discusión de los resultados de la investigación suele obviar a
las comunidades donde se realizó el trabajo de campo, a lo sumo se les envía la
tesis, libro o el producto resultante pero no se les incluye en dicha discusión,
minimizándolos a la categoría de «informantes». Así, esta fase de la etnografía
tradicionalmente se realiza en círculos académicos: reuniones con comités de
tesis, conferencias, ponencias, etcétera. En ese sentido Vásquez (2015, p.150)
señala que «la comunidad universitaria se asume como los “poseedores del saber”
y la comunidad campesina como los “necesitados del saber”». O simplemente
no se les incluye «para evadir las posibles responsabilidades políticas que puedan
surgir del trabajo de campo» (Dietz, 2011, p.7).
Desde la perspectiva comunal la discusión de los resultados es incluso una de las
fases más importantes en relación con la participación comunitaria. Por ejemplo, en
cuanto a la situación actual de la educación en torno al territorio mi investigación
doctoral muestra una serie de conocimientos que se encuentran en grave riesgo de
desaparición, situación que, desde luego, es relevante para la comunidad. Mediante
distintas estrategias discutí con diversos miembros de la comunidad al respecto
hasta que, finalmente, en una Asamblea General de Comuneros llevada a cabo en
octubre de 2021, abordamos la situación como tema prioritario.
La importancia de discutir los resultados de la investigación con las comunidades
involucradas tiene que ver con los posibles usos que se le pueda dar a la
investigación. Sirven como herramientas al servicio de los pueblos. En el caso de
mi comunidad, mi tesis doctoral ha servido para identificar los conocimientos
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
45
EDGAR PÉREZ RÍOS
Hacia una etnografía comunal: experiencias desde Oaxaca, México
con mayor riesgo de desaparición y, a partir de ahí, plantear actividades concretas
dirigidas hacia la revitalización de dichos conocimientos. De hecho, la Asamblea
General de Comuneros aprobó un presupuesto anual para llevar a cabo acciones
que contribuyan a preservar nuestros conocimientos en torno al territorio.
En realidad, existen muchas formas para discutir los resultados con los
miembros de las comunidades donde hacemos trabajo de campo: desde
talleres, círculos de lectura, asambleas, etcétera. Lo importante en la etnografía
comunal es justamente hacer de toda la investigación un ejercicio comunitario;
que los resultados de nuestras etnografías sean conocidos y discutidos entre
las personas involucradas, pues insisto en que los usos posteriores pueden ser
hasta inimaginados, como efectivamente ha sucedido en mi comunidad y como
se ha visto en otras investigaciones colaborativas como las conocidas milpas
educativas que articulan el trabajo de investigación con el fortalecimiento de
conocimientos indígenas en diversas comunidades de Chiapas y otros estados
del país (Bertely, 2019).
Al igual que otras comunidades asediadas por la tala clandestina como en Cherán,
Michoacán, a través de la educación para la defensa del bosque se intentan
frenar estas prácticas nocivas para el ambiente y la cultura. En las comunidades
de este estudio, a partir de los resultados de esta etnografía comunal, jóvenes y
profesionistas han organizado distintas actividades en pro de la defensa del bosque
mediante la educación: pinta de murales en Las Palmas, taller de educación
ambiental en San Jerónimo Coatlán, recorridos territoriales (donde participan
todas las comunidades del municipio) y sobre todo una amplia producción de
publicaciones en redes sociales donde se hace un llamado a parar la tala.
Cabe resaltar que en estas actividades no solo intervienen jóvenes y profesionistas
como agentes de la educación comunitaria en torno al territorio, sino que también
se aprecia una variación en cuanto a la forma de transmisión, empleando la
escritura y el dibujo, así como el uso de las redes sociales como Facebook. Además,
la educación ambiental va dirigida a generaciones adultas quienes constituyen el
sector más amplio dedicado a las actividades forestales.
La producción de textos
Recordemos que una de las intenciones de la etnografía es la de documentar
lo no documentado; de acuerdo con Rockwell (2008, p.91) «la etnografía no
termina con el trabajo de campo sino con la producción de textos». La idea de
la escritura de un texto etnográfico implica un trabajo arduo y concentrado
del investigador, pues al final de cuentas lo que se plasma en el texto son las
«conclusiones interpretativas del autor» y no así las interpretaciones textuales de
los demás participantes. Al respecto Guber (2011, p.18) señala:
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
46
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
Tabula Rasa
No.43, julio-septiembre 2022
Adoptar un enfoque etnográfico es elaborar una representación coherente
de lo que piensan y dicen los nativos, de modo que esa «descripción» no
es ni el mundo de los nativos, ni cómo es el mundo para ellos, sino una
conclusión interpretativa que elabora el investigador.
Además, hay que tener en cuenta que «la legitimidad del conocimiento adquirido
no es ahora solo objeto de análisis y crítica por parte de la comunidad académica,
sino también por aquellos que protagonizan la vida que pretendemos exponer en
nuestros escritos» (Bartolomé, 2003b, p.205). Efectivamente, a través de los textos
académicos es como también se socializan los resultados de la investigación con
miembros de las comunidades, sobre todo aquellos insertos en el medio académico.
Dentro de mis reflexiones sobre la etnografía comunal los textos (académicos y no
académicos) son valiosos en tanto llegan a miembros de la comunidad radicados
en otros estados del país y en Estados Unidos. Es una manera de interactuar
con ellos ya que mediante las redes sociales hemos establecido conversaciones
relacionadas con algún texto producido a partir de mi investigación doctoral.
En este punto conviene identificar bien qué fases de la investigación atañen
directamente a la comunidad y cuáles son de carácter personal. La redacción
de textos —particularmente de tesis— son ejercicios personales que pueden
entenderse como uno de varios productos resultantes de la investigación comunal.
La tesis, entonces, es una preocupación del etnógrafo y no de la comunidad. Lo
que quiero decir es que a final de cuenta el etnógrafo es un especialista capaz de
comunicar sus resultados tanto a la comunidad como a la Academia, para lo cual
debe entender los lenguajes que se utilizan en ambos contextos.
Como señalé anteriormente, la producción de textos etnográficos es tarea
prácticamente exclusiva del etnógrafo. Lo que ahí se plasma no son como tal
los conocimientos comunitarios sino la interpretación del investigador en torno
a dichos conocimientos. Bajo este entendido, en mi experiencia el asunto de la
autoría no resulta tan relevante, además de que la comunidad reconoce que dicha
tarea pertenece al etnógrafo. De cualquier modo se trata de un tema que debemos
seguir analizando. Lo que sí es necesario considerar es que, siguiendo a Katzer
(2020), los textos etnográficos tienen un fuerte componente ético y político,
además de que dicha escritura no está desligada del aspecto procesual y de la
experiencia etnográfica como tal.
Reflexiones finales
La etnografía comunal es un trabajo académico–comunitario colaborativo que
retoma elementos de la tradición etnográfica «tradicional», es decir, mediante
trabajo de campo prolongado, uso del diario de campo, observación participante,
análisis de datos y redacción de textos etnográficos en concordancia con las
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
47
EDGAR PÉREZ RÍOS
Hacia una etnografía comunal: experiencias desde Oaxaca, México
formas de producción de conocimiento de las comunidades donde se realiza la
investigación. De esta manera, se trata de una actividad que responde tanto a las
demandas de las comunidades como de la Academia, al emplear las estrategias
adecuadas para cada contexto.
Así, la etnografía comunal se inscribe dentro de una tradición etnográfica
relativamente reciente que tiene que ver con las etnografías colaborativas, donde
las comunidades pasan de ser meros informantes u objetos de estudio a participar
directamente en la investigación. En el caso de mi comunidad, por ejemplo,
mostré cómo la participación va desde la construcción del objeto de estudio hasta
la discusión de los resultados.
Se trata, entonces, de una contribución que se suma a las voces que pugnan por
hacer de la etnografía un proceso más horizontal, cuya lógica parte del hecho de
que las comunidades son constructoras de conocimientos política y culturalmente
situados y que las etnografías pueden ser herramientas al servicio de dichas
comunidades. Si bien no es la única herramienta en tanto que las comunidades
tienen las propias, sí se trata de nuevas herramientas que los investigadores
miembros de estos pueblos podemos disponer para fines comunitarios concretos.
Este enfoque etnográfico parte de la idea de comunalidad como un horizonte
epistémico y metodológico, que permite identificar procesos comunitarios
históricos en los cuales se inserta la etnografía como actividad comunal. En
otras palabras, es necesario comprender el contexto de las comunidades donde
se realiza la etnografía a fin de establecer las estrategias adecuadas que respondan
a ese contexto en específico, de esta manera, la etnografía puede tornarse en un
ejercicio con sentido superando su carácter extractivista.
Uno de los posibles aportes de esta contribución radica en considerar a las
comunidades durante todo el proceso de la investigación y no únicamente
durante el trabajo de campo que es la tendencia más usual incluso dentro de
las etnografías colaborativas. En ese sentido, escribo este texto pensando en los
jóvenes que se están iniciando como etnógrafos con el afán de que sus etnografías
puedan contribuir y sumarse a las luchas y resistencias de los pueblos indígenas.
Referencias
Álvarez, A., Arribas, A. & Dietz, G. (Ed.) (2020), Investigaciones en movimiento. Etnografías
colaborativas, feministas y decoloniales. Buenos Aires: Clacso.
Aquino, A. (2013). La comunalidad como epistemología del sur. Aportes y retos.
Cuadernos del sur, 18(34), 7-20.
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
48
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
Tabula Rasa
No.43, julio-septiembre 2022
Bartolomé, M. (2003a). Las palabras de los otros: la antropología escrita por indígenas en
Oaxaca. Cuadernos del Sur, 9(18), 23-49.
Bartolomé, M. (2003b). En defensa de la etnografía. El papel contemporáneo de la
investigación intercultural. Revista de Antropología Social, 12, 199-226.
Bertely M. (2019). Nuestro trabajo en las milpas educativas. Articulando e construindo
saberes, 4, 1-15.
Cayón, L. (2018). Etnografía compartida: algunas reflexiones sobre el trabajo de campo
con los makuna en la Amazonía colombiana. Anales de la Antropología, 52, 35-43.
Czany, G. & R. Paradise (2019). Qualitative research in indigenous education in Mexico.
Oxford Research Encyclopedias. 1-20. https://oxfordre.com/education/view/10.1093/
acrefore/9780190264093.001.0001/acrefore-9780190264093-e-500
Díaz, F. (2004). Comunidad y comunalidad. Culturas populares e indígenas. Diálogos en la
acción. http://rusredire.lautre.net/wp-content/uploads/Comunidad.-y-0comunalidad.pdf
Dietz, G. (2011). Hacia una etnografía doblemente reflexiva. Una propuesta desde la
antropología de la interculturalidad. Revista de Antropología Iberoamericana, 6(1), 2-26.
Geertz, C. (1973). The Interpretation of Cultures. New York: Basic Books Inc.
Guber, R. (2001). La etnografía. Método, campo y reflexividad. México: Siglo XXI Editores.
Juárez, D., Sosa, M. & Toto, D. (2012). Intelectualidad indígena zapoteca en los
municipios: Santo Domingo Ozolotepec, San Juan Ozolotepec y San Francisco
Ozolotepec, Oaxaca. Espiral. Estudios sobre Estado y Sociedad, XIX(54), 143-169.
Katzer, L. (2020). Etnografías nómades. Teoría y práctica antropológica (pos)colonial. Buenos
Aires: Biblos.
Leyva, X. & Speed, S. (2008). Hacia la investigación descolonizada: nuestra experiencia
de co-labor. En X. Leyva, A. Burguete & S. Speed (coords). Gobernar (en) la diversidad:
experiencias indígenas desde América Latina. Hacia la investigación de co-labor (pp.65-110).
México: Ciesas-Casa Chata.
Maldonado, B. (2011). Comunidad, comunalidad y colonialismo en Oaxaca. La nueva
educación comunitaria y su contexto. Oaxaca: Colegio Superior para la Educación Integral
Intercultural de Oaxaca/Universidad de Leiden.
Martínez Luna, J. (2010). Eso que llaman comunalidad. Oaxaca: Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes. Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Oaxaca.
Paladino, M. & Zapata L. (2018). Imaginación y coraje. Producción académica y
militancia etnopolítica de intelectuales indígenas en Argentina, Brasil, Guatemala y
México. Avá. Revista de Antropología, 33, 9-34.
Pérez, E. (2019). De pinos y motosierras: revisión crítica al aprovechamiento forestal
comunal en San Jerónimo Coatlán, Oaxaca. Polis. Revista Latinoamericana, 18(52), 92-105.
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742
49
EDGAR PÉREZ RÍOS
Hacia una etnografía comunal: experiencias desde Oaxaca, México
Restrepo, E. (2018). Etnografía. Alcances, técnicas y éticas. Lima: Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, Universidad del Perú.
Rockwell, E. (2008). Del campo al texto. Dilemas del trabajo etnográfico. En M. I. Jociles
& A. Franzé (coords.), ¿Es la escuela el problema?: perspectivas socio-antropológicas de
etnografía y educación (pp.90-111). Madrid: Editorial Trotta.
Rockwell, E. (2009). La experiencia etnográfica. Historia y cultura en los procesos educativos.
Barcelona: Paidós.
Tuhiwai, L. (1999). Decolonizing methodologies. Research and indigenous peoples. New
Zeland: University Of Otago-Zed Books Ltd.
Vásquez G. (2015). Estrategia de vinculación comunitaria para la sustentabilidad: un estudio
de caso en la Universidad Intercultural Maya de Quintana Roo. Tesis de maestría, Posgrado
en Educación, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.
Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.43: 29-50, julio-septiembre 2022
50
ISSN 1794-2489 - E-ISSN 2011-2742