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Revista de Literatura, 2007, enero-junio, vol. LXIX, n.o 137,
págs. 371-392, ISSN: 0034-849
R OJAS Z ORRILLA , Francisco de, Obras
completas. Primera parte de comedias: No hay amigo para amigo. No
hay ser padre siendo rey. Donde hay
agravios no hay celos, Casarse por
vengarse. Edición crítica y anotada
del Instituto Almagro de teatro clásico, dirigida por Felipe B. Pedraza Jiménez y Rafael González Cañal.
Coordinadora del volumen: Elena E.
Marcello, Cuenca, Ediciones de la
Universidad de Castilla-La Mancha,
2007, 776 pp.
El volumen de Obras completas escritas por Francisco de Rojas Zorrilla,
que publica la Universidad de Castilla-La
Mancha en 2007, tiene en sí mismo un
doble valor. En primer lugar, porque
pone a disposición de todos los interesados en el teatro español del Siglo de Oro
cuatro comedias de Rojas editadas con
esmero y, además, por su carácter pionero, en cuanto que sabemos que forma
parte de un proyecto más amplio llamado a dar a conocer por medio de ediciones críticas solventes el legado de este
importante dramaturgo áureo.
Este trabajo se sitúa así en línea con
una de las ocupaciones que han caracterizado desde las últimas décadas del siglo XX el empeño de un amplio grupo de
filólogos por recuperar el legado teatral
áureo desde uno de sus aspectos básicos,
como es el texto dramático. Somos conscientes de que el texto literario es una
de las manifestaciones artísticas que convivieron en su momento con la escenografía, el disfraz, la música, la danza y
las arquitecturas efímeras, sin que sea
éste un elenco cerrado de las artes invo-
lucradas en el espectáculo teatral. Pero
también constatamos que el texto es hoy
el principal testimonio que nos ha quedado de lo que fue el teatro del Siglo de
Oro español, que tanto éxito cosechó en
las tablas.
Si se tiene en cuenta el amplísimo
corpus dramático que nos han dejado los
autores del Siglo de Oro, en torno a
10.000 obras teatrales 1, es fácil deducir
que la empresa de transmitirlo del modo
más fiel y eficaz posible no es tarea
pequeña. Se trata, en efecto, de un trabajo ímprobo, el cual –ya que se acomete– debe asentarse en bases muy sólidas,
de modo que se ofrezca a la posteridad
con todo el rigor filológico posible la
obra literaria más cercana a la que fue
la voluntad de sus creadores. Solo desde
este punto de partida es posible establecer textos fiables tanto para poder leer y
representar nuestro patrimonio dramático
del modo más fidedigno posible, como
para poder interpretarlo de forma adecuada a partir de esos textos establecidos
con rigor.
Ha pasado ya siglo y medio desde
que ediciones como las publicadas en la
colección «Biblioteca de Autores Españoles» emprendieran la tarea de acercar al
interesado múltiples obras de nuestro patrimonio y, sin duda, fue aquella una
tarea digna de elogio que hizo posible
leer por primera vez textos que hasta el
momento solo estaban al alcance de una
1
Para las bases sobre las que se elabora esta
cifra, cf. Germán Vega García-Luengos, «La transmisión del teatro en el siglo XVII », en Historia del
Teatro Español. I. De la Edad Media a los Siglos
de Oro, dir. Javier Huerta Calvo, Madrid, Gredos,
2003, pp. 1289-1320, en concreto la nota 13.
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RESEÑAS DE LIBROS
minoría. Desde presupuestos bien distintos, otros empeños editoriales como los
de la Biblioteca Castro intentan en fechas
recientes renovar el panorama de la lectura de nuestros clásicos, si bien esta
iniciativa no se ha ocupado de la producción de Rojas Zorrilla. Con todo, la dedicación de equipos formados por varios
filólogos es la que parece idónea para
abarcar la amplísima tarea de realizar una
‘edición crítica’ de nuestros clásicos, en
el sentido técnico de esa expresión, que
hereda toda una tradición filológica en el
análisis de la transmisión de los textos.
Valga recordar que este tipo de trabajo
tiene como objetivo, tal como se ha dicho, proporcionar al lector culto actual
un texto lo más cercano posible al que
ideó el autor primero. Para ello, el crítico no tiene en cuenta únicamente la editio princeps de la obra, que en muchos
casos se hizo aún en vida del dramaturgo pero solo en raras ocasiones bajo su
supervisión, ni siquiera se toma como
única referencia el autógrafo, en el caso
de que éste haya tenido la fortuna de
conservarse, sino que se realiza un análisis que tiene en cuenta toda la tradición
textual que ha permitido que ese texto
llegue hasta nosotros. Por tanto, el crítico trabaja a partir del autógrafo siempre
que puede, desde luego, y también con
la primera edición de la obra objeto de
sus desvelos, pero junto a estos testimonios el especialista recolecta todos los
manuscritos e impresos que se han conservado de esa obra hasta llegar al siglo
XXI. A partir de ese material, aplica las
técnicas propias de la ecdótica para filiar
los testimonios con el fin de establecer
un stemma lo más fidedigno posible a lo
que fue el proceso de transmisión.
Todo ello trata de lograr un texto
base bien discriminado el cual puede en
ocasiones disentir en pasajes concretos
incluso del original autógrafo, en cuanto
que aún en éste pueden darse erratas o
bien en ocasiones un autógrafo no repre-
senta el último estado de la voluntad del
dramaturgo, que pudo realizar después
otro más perfecto. Importa la collatio,
por tanto, de los testimonios localizados,
pero también es decisivo el buen juicio
del crítico que se ocupa de una obra en
concreto, de tal modo que el estudioso
sea capaz de discriminar del modo más
ajustado posible lo que debe pasar al
texto base, el cual será el punto de referencia indiscutible de las lecturas y de las
interpretaciones de la obra. Como puede
apreciarse, un texto base establecido a
partir de testimonios deturpados, por muy
en la editio princeps que se encuentren,
transcrito con erratas, ajeno a su propia
tradición textual o defectuoso por otras
razones, en las que aquí no es posible
entrar, es un fiasco para el lector y con
dificultad brotarán de él interpretaciones
acertadas de la crítica o puestas en escena fidedignas al original, cuando esto sea
lo que se pretenda, aunque de todo hay,
y en ocasiones las flores también nacen
en el lodo de una tradición textual problemática.
El texto que se fija como base se
acompaña, como no podía ser menos, por
el aparato crítico, el cual recoge de modo
total o parcial las diversas variantes localizadas en los testimonios manuscritos
e impresos. No menos importante resulta acercar también el significado del texto
del siglo XVII al lector del siglo XXI .
Como es obvio, el tiempo ha desvaído
conceptos y referencias que eran evidentes al público ilustrado del periodo barroco, y las ha convertido en crípticas
para el lector actual, ensimismado en la
rápida cultura de la imagen y del sonido, pero falto en muchas ocasiones de
referentes culturales lo suficientemente
amplios como para comprender la literatura barroca en el contexto que fue su
origen y que todavía hoy le proporciona
sentido. Por ello, de forma paralela al
establecimiento de un texto base lo más
cercano posible a la mentalidad del au-
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tor primero, se encuentra el esfuerzo del
filólogo por explicar y aclarar los términos y pasajes que pueden suscitar problemas al lector contemporáneo.
Y si el texto, su aparato crítico y la
explicación de los pasajes oscuros son la
base de un buen trabajo crítico, también
facilita la lectura y la interpretación de
la obra el enmarcarla con un prólogo en
el que el crítico presente aspectos esenciales de la misma, relativos por ejemplo al momento en que fue compuesta y
representada, a su trama, a los recursos
escenográficos, a la organización interna
de la obra, a la versificación y a otras
cuestiones que ayuden al lector interesado a situarse del modo más competente
posible ante la producción teatral escrita.
Lo dicho hasta aquí podría parecer en
una primera mirada generalista en exceso o ajeno al propósito concreto de esta
reseña, pero sin embargo tiene como fin
evitar repeticiones en el momento de presentar una de las iniciativas que este año
2007 ve la luz. Se trata del primer volumen de las Obras completas de Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648), publicado en la colección «Ediciones críticas»
de la Universidad de Castilla-La Mancha.
Vinculado a esa Universidad se encuentra el Instituto Almagro de teatro clásico, impulsado por Felipe B. Pedraza Jiménez y Rafael González Cañal junto a
su equipo de colaboradores. Entre ellos
está Elena E. Marcello, que es quien
coordina este primer volumen. Se recogen en este volumen las cuatro primeras
comedias que inician la Primera Parte de
las comedias de don Francisco de Rojas
Zorrilla dirigidas al Excelentísimo Señor
don Gaspar Alonso Pérez de Guzmán el
Bueno, impresas en Madrid por María de
Quiñones, a costa de Pedro Coello, mercader de libros, en 1640. Como es sabido, las Partes de comedias se imprimían
en el Siglo de Oro adocenadas, por lo
que este volumen es el primero de los
tres que contendrán la edición crítica de
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la Primera Parte completa. Contiene los
títulos: No hay amigo para amigo, No
hay ser padre siendo rey, Donde hay
agravios no ha celos y Casarse por vengarse, editadas, respectivamente, por Rafael González Cañal, Enrico Di Pastena,
Felipe B. Pedraza Jiménez y Milagros
Rodríguez Cáceres, y María Teresa Julio.
El volumen va precedido de unas palabras de introducción y de la edición de
los Preliminares de la Primera Parte.
Siguen a la edición de las cuatro comedias, que tienen las notas filológicas a pie
de página, el aparato de variantes de
cada una de las obras, una bibliografía
general y los índices, entre los que están el de voces anotadas y el índice general del volumen.
Para poder leer hasta el momento la
obra de Rojas Zorrilla había que retrotraerse al año 1952 en que se reimprimió
la edición que Mesonero Romanos publicó en 1861 en la ya citada colección «Biblioteca de Autores Españoles». Otras
ediciones destacadas de las comedias de
Rojas fueron las de Francisco José de
Orellana (1867) y Daniel Cortezo (1884).
Como puede observarse, se trata de ediciones decimonónicas que parten de criterios bien distintos de los que maneja la
ecdótica contemporánea. Resultaba, pues,
imprescindible acometer estar tarea y los
autores lo han hecho, con buen sentido,
a partir de la Primera Parte impresa en
vida de Rojas Zorrilla, quien pudo intervenir en ella, lo cual no significa que lo
hiciera, pues sabemos de los tortuosos
caminos por los que en ocasiones llegaban las comedias a los impresores áureos.
El volumen que ahora se presenta es
el primero de lo que serán las Obras
completas de Francisco de Rojas Zorrilla, tal como anuncia Pedraza en las palabras preliminares: «Nuestro propósito
es ir ofreciendo a lo largo de los próximos años la totalidad de la producción,
incluyendo las comedias en colaboración
y aquellas cuya atribución parece razo-
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nable» (p. 8). Tarea, por tanto, no pequeña si tenemos en cuenta que –con la investigación a día de hoy– son cuarenta
y cuatro las obras propias de este autor,
trece las comedias escritas en colaboración, treinta y nueve las apócrifas o dudosas, entre las que los editores suponemos que en su momento deslindarán el
trigo de la paja, y cinco las comedias
desconocidas que se atribuyen a Rojas.
Este dramaturgo compuso también siete
autos sacramentales, once autos que se
consideran apócrifos o desconocidos, dos
entremeses y una loa sacramental de atribución dudosa. Mucho, pues, queda todavía por hacer, pero este primer volumen es una presentación sólida de un
proyecto necesario.
La edición presenta el texto modernizado «en todo lo que presumiblemente
carece de valor fonológico» (p. 9) y los
criterios empleados se exponen en las
palabras de introducción de forma parca,
quizá en exceso, que el interesado puede
completar si consulta la página web del
Instituto Almagro de teatro clásico, en el
apartado dedicado a «Proyectos de investigación», donde se especifican las normas
de edición. Existe homogeneidad en la
utilización de los criterios, si bien algunos de los adoptados son discutibles,
como el hecho de no marcar las diéresis
ni tampoco los apartes cuando no están en
el original ni en ningún otro testimonio,
aunque sí se sitúen los versos entre paréntesis. De ello resulta que en el texto
se puede leer la palabra «aparte» en unos
casos y pocos versos más adelante falta
esta indicación, lo que produce cierto desconcierto si no se tiene presente el criterio
adoptado. Otras decisiones que afectan,
por ejemplo, a la acentuación de los pronombres demostrativos, la cual se omite
siempre en la edición que se reseña, parten de la libertad que la Real Academia
de la Lengua Española permite en este
punto según sus últimas normas, siempre
que no exista riesgo de ambigüedad. Sin
embargo, no deja de extrañar al lector esa
ausencia de acentos en todos los pronombres demostrativos del volumen.
En cuanto al aparato crítico, los editores se han inclinado por recoger únicamente las variantes «que arroja el cotejo de las ediciones primitivas, en especial las dos estampas de las Partes de
comedias de don Francisco de Rojas y
las partes de Escogidas, de Diversos autores, etcétera, así como los manuscritos
próximos al autor y aquellas sueltas que
puedan tener particular relieve. Del resto de las variantes se han seleccionado
variantes de los pasajes complejos, oscuros, difíciles o que pueden resultar de
interés para la filiación de los testimonios» (p. 9). Con esta muestra pretenden
los editores que es posible explicar su
elección y la relación genética de los
manuscritos e impresos sin recargar en
exceso el aparato, el cual ya de por sí
es bastante amplio con casi doscientas
páginas (pp. 553-742) para las cuatro
comedias. El criterio así presentado parece ofrecer resultados de interés, si bien
difiere del que utilizan otros equipos que
se han ocupado o se ocupan en la actualidad de la edición crítica de nuestros
clásicos. En efecto, valga citar en este
sentido otros empeños editoriales como
los que se ocupan de la ingente tarea de
la edición de los autos sacramentales de
Calderón por parte del GRISO, de las
comedias de Lope de Vega a cargo de
PROLOPE y el más joven proyecto en
marcha de edición del teatro de Agustín
Moreto por parte del equipo de los MORETIANOS. Se establece el stemma de
cada comedia y parece coherente el método empleado hasta llegar a esta estructura genealógica de los testimonios, aunque en casos particulares como la comedia Casarse por vengarse habría que
matizar diversas cuestiones, lo que la
editora se compromete a hacer en un trabajo que indica que tiene en preparación.
La anotación filológica es exacta en
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muchos casos, aunque con algunas carencias, como es normal en este tipo de trabajos, ya de por sí de gran envergadura.
En concreto, se echan de menos pasajes
paralelos, que contribuirían a ir estableciendo intertextualidades en la producción dramática de Rojas y también en
relación con otros dramaturgos de su siglo. De este modo se aprovecharía el
hecho de que este trabajo se ha realizado de forma coordinada, tanto en los
criterios empleados como en la percepción del conjunto. Sin embargo, es de
suponer que al tratarse estas comedias de
las primeras cuatro que se editan, servirán de pauta para poder reconocer pasajes en obras sucesivas, lo que contribuirá no poco a asentar aspectos de estilo y
recurrencias significativas tanto ab intra,
en la propia obra de Rojas, como ab
extra en la de este autor respecto a la
corriente dramática de su siglo.
Otras notas permitirían esclarecer tópicos de la época y términos que, aunque en su momento fueron muy utilizados, a cuatro siglos de distancia revisten
cierta dificultad, incluso para el lector
ilustrado. De este tipo son, por ejemplo,
referencias como la de Otáñez cuando
dice de su amo don Lope que «va a San
Felipe a coger / mentiras para su año»
(No hay amigo para amigo, vv. 743744), sin que sea evidente para todos que
las gradas de la iglesia de San Felipe
eran entonces el mentidero y uno de los
lugares de conversación preferidos de la
villa y corte de Madrid; muy popular en
la época fue también el término «cúyo»
(No hay amigo para amigo, v. 2744),
pero que hoy no todos reconocen con el
significado interrogativo «de quién». Alguna nota merecerían también expresiones propias del lenguaje de germanía,
como «le han de cortar / el camino del
beber» por «ahorcar» (No hay ser padre
siendo rey, vv. 2043-2044). Mayor gra-
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do de dificultad para el lector contemporáneo pueden ofrecer los calcos sintácticos en tono burlesco del tipo «como
digo, de mi chisme», que parodia el
«como digo de mi cuento» y que el editor puntúa mal, quizá al no reconocerlo,
en No hay ser padre siendo rey (v. 557).
Con pocas palabras podría facilitarse la
comprensión de expresiones como las
incluidas en la comedia No hay amigo
para amigo: «octavo cielo» (v. 1114),
dar un «arbitrio» (v. 1823), «pensiones»
(v. 2104), hacer «cara» (v. 2187); en la
comedia No hay ser padre siendo rey voces del tipo «noto» (v. 284), «ovas» (v.
1002) y pasajes como el de Coscorrón en
torno a «urdir una tela» (vv. 611-616);
en Casarse por vengarse términos como
«murta» (v. 456), «batel» (v. 239) y
«manillas» (v. 554). Son éstas pequeñas
puntualizaciones que no ensombrecen el
magnífico trabajo que se ha llevado a
cabo.
El volumen que aquí se reseña se trata, pues, de un esfuerzo importante por
fijar el texto de cuatro comedias de Rojas Zorrilla impresas en vida de su autor
el año 1640. Junto a cada texto, los editores nos facilitan un prólogo que sirve
de presentación a la comedia, y establecen con solidez el itinerario que han seguido los diversos testimonios manuscritos e impresos hasta llegar a nuestro siglo. Las notas a pie de página facilitan
la comprensión del texto al lector actual.
Todo ello adquiere aún una mayor perspectiva si se tiene en cuenta que es solo
el inicio de la ardua tarea de editar las
Obras completas del que fue uno de los
dramaturgos más representados y leídos
del siglo de Oro español. No queda sino
agradecer a los editores el esfuerzo realizado y alentarlos para la tarea pendiente
que esperamos desde ahora.
MARÍA LUISA LOBATO
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RESEÑAS DE LIBROS
R OJAS Z ORRILLA , Francisco de, Donde
hay agravios no hay celos. Abrir el
ojo. Edición de Felipe B. Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres.
Madrid, Clásicos Castalia, 2005, 488
pp.
La edición de Pedraza y Rodríguez
Cáceres que voy a comentar, dentro de
la prestigiosa colección «Clásicos Castalia», viene a denunciar, sin proponérselo, una situación flagrante en el panorama de la maltrecha edición de nuestros
clásicos, y por tanto de una parte importantísima de nuestro patrimonio cultural:
se está hurtando a un potencial público
interesado en el pasado de nuestro teatro algunas de sus mejores y más originales aportaciones, y por ende, el mejor
conocimiento de muchos de sus autores.
Salvo las excepciones de rigor (que son
tan escasas como meritorias) los catálogos de las colecciones de clásicos de
gran difusión entre los enseñantes y los
universitarios, y los repertorios de las
compañías que afrontan montajes de esos
mismos clásicos parecen encerrarse y
agotarse en un triángulo cuyos vértices se
ocupan reiteradamente con los nombres
canónicos de Lope, Tirso y Calderón; y
de ellos se repiten trillados títulos una y
otra vez, sin que haya la sabia decisión
de romper el esquema consabido y abrir
las posibilidades editoriales y escénicas a
la recuperación de otros autores y de
otros títulos. De vez en vez se hace la
apuesta, y cuando se logra con las garantías y los resultados de la presente, se
demuestra que es pacata y cicatera la
opción de los que se empeñan en repetir
lo ya repetido. Que cunda el ejemplo en
las propuestas editoriales y en los trabajos de los estudiosos.
Ya tenía, como no podía ser de otro
modo, el catálogo de «Clásicos Castalia»
a Rojas Zorrilla entre sus autores editados. Un temprano número de la colección, que a la sazón dirigía el hispanista
en el exilio Fernández Montesinos, había
recogido uno de los dos títulos que parecían definir, y agotar, la extensión dramática del autor toledano, el «romántico»
drama Del rey abajo, ninguno (editado
por Jean Testas), título que (para ratificar lo afirmado al comienzo) incluía ocho
años después en su listado la otra colección de análogo predicamento («Letras
Hispánicas» de Ed. Cátedra) con el estudio pertinente de Brigitte Wittmann, y
todavía en 1990 Planeta volvía a editar
del mismo dramaturgo idéntico emblemático título en otra colección muy difundida, y acompañada del otro «prototipo
de enredo de figurón» de Rojas, Entre
bobos anda el juego, y ahora con estudio y anotación de Ana Suárez Miramón,
el mismo título (Entre bobos) al que ya
le había puesto prólogo en 1984 María
Gracia Profeti para otra colección de
Editorial Taurus. Siempre lo mismo:
Rojas reducido a dos títulos. Solo un
prestigioso especialista en el autor, Raymond R, Maccurdy, se había separado
del tópico y de la inercia al lograr la
edición en «Clásicos Castellanos» de dos
comedias «raras» de Rojas, Morir pensando matar y La vida en el ataúd
(1961) dos muestras de la parte seria,
trágica, hagiográfica incluso del dramaturgo, que por lo menos rompían el círculo vicioso en su recepción moderna. En
este camino también la RESAD y el profesor Pedraza se comprometieron dando
a la estampa, en 2000, otra comedia rara
de Rojas: Obligados y ofendidos. De
modo que tienen toda la razón los editores de estas dos comedias cuando afirman
en las primeras página de su Introducción
que «esta edición es uno de los pasos
para traer el teatro de Rojas al mundo de
los vivos, de los verdaderos clásicos;
aquellos que no son solo un nombre en
las páginas de las historias literarias,
aquellos que se leen y representan, aquellos que nos ofrecen posibilidades para el
deleite y reflexión» (p. 10).
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Revitalizar y reeditar a Rojas (un dramaturgos de Castilla-La Mancha) era un
compromiso que correspondía a la Universidad de esa Comunidad Autónoma y,
más en concreto, al Instituto Almagro de
Teatro Clásico. Tarea que ha empezado
a plasmarse en los últimos años, desde
un congreso monográfico dedicado al
autor en 2000 a otras diversas aportaciones críticas que han culminado en esta
edición, que nos descubre generosamente el lado cómico y cínico de un dramaturgo que había mostrado, por mor de lo
repetitivo, su cara más adusta y hasta
trágica.
La lectura de estas dos comedias, y
de alguna otra, sitúan al toledano cerca
del enredo y de la comicidad tirsistas,
como bien señalan los editores en su
estudio preliminar, pues ambos, Tirso y
Rojas, «coinciden en el gusto por lo sorprendente, por las soluciones ingeniosas,
por las situaciones llevadas al extremo»
(p. 15). Felipe Pedraza y Milagros Rodríguez recuerdan que una circunstancia que
se da en la primera de las comedias editadas (dama enamorada, a su pesar e irresistiblemente, del matador accidental de
su hermano) la pudo tomar Rojas de
Marta la piadosa, y se podría añadir que
el trueque de personalidad entre galán y
criado que se produce también en Donde hay agravios..., para dilucidar una
cuestión de celos generada en el equívoco de un retrato, trae recuerdos de otro
desdoblamiento con parecida motivación
en la comedia tirsiana La celosa de sí
misma.
Pedraza ha abundado en la clasificación taxonómica admitida del universo
teatral de Rojas, para distinguir, dentro
del «teatro cómico o amatorio», dos subepígrafes, el de la «comedia pundonorosa» (de la que sería ejemplo manifiesto
Donde hay agravios no hay celos) pues
en ella «el exacerbado sentido del pundonor obliga a cómicos disimulos, a un
constante quid pro quo, en el que juega
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un papel fundamental la superioridad informativa del público» (p. 22) y el de la
«comedia cínica», que acrecienta las derivaciones grotescas y vodevilescas que
se apuntaban en la otra modalidad, y que
viene a representarla con todos sus ingredientes la comedia Abrir el ojo, ya que
en esta fórmula, dando un giro más de
tuerca sobre la anterior, [se] «nos presenta el envés de la trama; un juego descarado de amores promiscuos y acomodaticios, de constantes contradicciones entre
un lenguaje caballeresco y un comportamiento tan innoble como simpático y
despreocupado, a ratos absurdo y siempre hilarante» (p. 23). Cuando esta obra
fue elegida en la programación inicial del
Centro Dramático Nacional (y con dirección de Fernán-Gómez) tal vez se quería
ver en ella, a la altura de 1978, lo que
ahora encuentran los responsables de su
edición crítica: «estamos ante un fresco
de la movida madrileña de 1640, pintado con desenfado, buen humor, cinismo
y desvergüenza a raudales» (p. 24). Ante
comedias como esta extraordinaria, atrayente, pícara Abrir el ojo se entiende que
el crítico Carlos Ortigoza dijese en 1954
(Los móviles de la comedia) que Rojas
Zorrilla fue el más sexualmente voluptuoso de los dramaturgos de su siglo.
Pedraza-Rodríguez Cáceres afinan en
una Introducción corta (supongo que por
exigencias editoriales) pero ajustada, procurando trazar un aquilatadísimo estado
de la cuestión actual sobre el teatro de
Rojas y proponiendo unas pautas de lectura de las dos comedias editadas que
son suficientes –en su brevedad– para
apoyar la intelección de las mismas. Pero
como de una edición crítica, al fin, se
trata, el trabajo más concienzudo y meritorio de estos dos profesores de la universidad castellano manchega se dedica a
la fijación y revisión del texto de las dos
comedias a partir de las respectivas ediciones de los mismos en las Primera y
Segunda parte las comedias de Rojas
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Zorrilla, editadas en 1640 y 1645 respectivamente, y –como es de rigor en este
tipo de ediciones y para el público universitario al que se destina– con una
completa anotación a multitud de vocablos, alusiones, referencias del texto, haciendo efectivo un propósito enunciado
en la «Nota previa»: «Nos hemos esforzado para no dejar sin explicar ningún
pasaje oscuro». Y a fe que pasajes de
notable oscuridad no faltan en las dos
comedias. Los modernos editores de Rojas Zorrilla logran, en sus tres centenares de notas, aproximadamente, por comedia, hacer fructíferamente legibles
unos textos a quienes no tienen todavía
la preparación necesaria para decodificarlos sin ayuda, pero están en ello. Con
esta nueva entrega de «Clásicos Castalia»
Rojas Zorrilla pasa a la lista de dramaturgos bien editados, aunque solo sea en
un par de muestras de singular atractivo.
GREGORIO TORRES NEBRERA
ROJAS ZORRILLA, Francisco de, Casarse
por vengarse, Linda L. Mullin (ed.),
Kassel, Reichenberger, 2007, 422 pp.
En los últimos años, los estudiosos
del teatro del Siglo de Oro español han
dedicado buena parte de sus esfuerzos a
la recuperación y estudio del ingente
patrimonio dejado por nuestros dramaturgos áureos. La realización de ediciones
críticas de las obras completas de estos
autores, con especial énfasis en aquellos
que la crítica catalogó de «segundones»
como Vélez de Guevara, Moreto o Rojas Zorrilla, permite un mejor acercamiento a nuestro teatro áureo. No sólo
nos facilitan el acceso a obras cuya última edición apareció con suerte en la
BAE, sino que nos ofrecen un panorama
más completo y real de lo que fue el
fenómeno teatral del siglo XVII.
Linda Mullin se une a esta tendencia
con su edición del drama de Francisco de
Rojas Zorrilla Casarse por vengarse. El
libro de Mullin, que fue realizado como
tesis doctoral, presenta la estructura habitual de estos trabajos: estudio sobre el
autor y la comedia, bibliografía, edición
anotada del texto y apéndices. Es importante señalar que menos el texto de la
obra y una breve introducción, los demás
apartados de este volumen, así como las
notas, están redactados en inglés, lengua
nativa de la autora. El volumen consta,
así, de dos introducciones. La primera,
escrita en español, resume el argumento
de la comedia y resalta el papel de Blanca, la protagonista, sobre la que, a juicio de la autora, recae la originalidad de
Rojas al escribir la obra.
La segunda introducción, el estudio
del autor y su comedia, posee diferentes
apartados: biografía y obras de Rojas,
análisis escena por escena del texto, análisis de la métrica, estudio de los personajes y sus relaciones según las teorías
psicoanalíticas de Jaques Lacan, estilo,
argumento de los dramas de Calderón en
los que también aparece un uxoricidio y
comparación con la obra de Rojas, representaciones de Casarse, estema y criterios de edición.
En el apartado de la biografía y obras
de Rojas, la autora resume los datos que
poseemos sobre el toledano, centrándose
en los estudios de Cotarelo y MacCurdy.
El análisis de las diferentes escenas
de la comedia muestra un especial interés
por el lenguaje poético y los recursos
estilísticos utilizados por Rojas. Ayudándose de la división por escenas, Mullin
va resumiendo el argumento, al tiempo
que señala la métrica utilizada en cada
ocasión y comenta las diversas figuras,
principalmente metáforas, que van apareciendo en el texto. Destaca el esfuerzo
que hace la autora con este análisis, sobre todo si tenemos en cuenta que el
español no es su primera lengua, pero
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esto probablemente también motive que,
en ocasiones, sus explicaciones no muestren el sentido más adecuado al contexto
o resulten un tanto obvias para los especialistas hispanohablantes o bilingües. Por
otra parte, la autora utiliza el término de
escena, práctica ajena a la dramaturgia
áurea, que se impuso en las ediciones de
algunos de los primeros rescatadores de
ese teatro, como Hartzenbusch, pero que
actualmente ha sido denunciada como
improcedente por los especialistas. Además, con este término se refiere más bien
a lo que estos actualmente definen como
cuadros, bloques de acción o macrosecuencias, correspondientes a unidades de
acción más amplias que las escenas susodichas, a pesar de que la autora utiliza un criterio variable al delimitarlos, ya
que en ocasiones, parece guiarse solo por
cambios de métrica o de algún personaje, aunque haya continuidad en la acción.
El estudio de la métrica se centra en
la elección que hace Rojas de los diferentes tipos de estrofas según el momento
y el personaje que está interviniendo; por
ejemplo, la décima espinela sólo es utilizada por los tres protagonistas principales que conforman el triángulo amoroso, mientras que los criados, incluido el
gracioso, o el padre de Blanca, nunca
intervienen con esta estrofa. Al final de
este apartado nos ofrece tres tablas en las
que resume por jornadas las estrofas de
cada escena y los porcentajes de cada
una de ellas.
Los personajes de la obra, excepto
Blanca, siguen los patrones propios del
teatro del Siglo de Oro, tal y como nos
va mostrando la autora con diversos
ejemplos. En Blanca, sin embargo, señala rasgos originales respecto a las demás
damas de las comedias, como el hecho
de que sea ella quien propone el matrimonio a Enrique contrariamente a lo habitual en la época. Mullin hace referencia a diversos estudios en torno a este
personaje que corroboran sus teorías,
381
como los de McCurdy, Alborg o Mckendrick. Finalmente, la autora, siguiendo el
interés de la crítica norteamericana por la
adaptación de los estudios psicoanalíticos
a la crítica literaria, se refiere a los tres
registros que Jaques Lacan estableció en
las relaciones –Imaginario, Simbólico y
Real– y los adapta a los personajes y
situaciones de Casarse por vengarse.
El siguiente apartado, dedicado al estilo, incide en lo comentado en el análisis por escenas, pero esta vez no va siguiendo el argumento, sino que toma los
diferentes recursos estilísticos utilizados
por Rojas –quiasmos, personificaciones,
metáforas, antítesis, versos partidos, series y paralelismos– y da diversos ejemplos de su utilización en la obra. Destaca la sencillez como principal característica del autor e indica que sus versos son
poco complejos y sin excesivas referencias cultistas y, como defecto bastante
señalado por la crítica, comenta la desigualdad en la utilización de estos recursos en la primera jornada, donde son más
numerosos, frente a la mayor simplicidad
de la segunda y la tercera.
El análisis y comparación de los tres
dramas de Calderón El médico de su
honra, A secreto agravio, secreta venganza y El pintor de su deshonra con
Casarse por vengarse, permite a Mullin
establecer las características comunes de
este tipo de dramas y encontrar los rasgos diferenciadores y originales de la
obra de Rojas.
Para la edición del texto recoge veintitrés testimonios de la comedia, que van
desde su publicación en 1636 en la Parte treinta de comedias famosas de varios
autores y Parte veinte y nueve: contiene
doce comedias famosas de varios autores, hasta la del Teatro Español de 1889.
Del siglo XVII la autora ha recopilado
nueve ediciones, una suelta sin lugar, ni
año, ni imprenta, seis pertenecientes a
partes de varios autores y las dos ediciones correspondientes a la Primera Parte
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de sus comedias que publicó en vida
Rojas Zorrilla. La mayoría de los testimonios recogidos los fecha la autora en
el siglo XVIII, bien porque así lo indica
el año que aparece en su pie de imprenta, bien por la imprenta que las publicó
o sus características tipográficas y el
puesto que la investigadora les otorga en
el estema. En este siglo, la mayor parte
de las ediciones son sueltas. Por último,
recoge dos ediciones del XIX, la publicada por Mesonero Romanos en la BAE en
el tomo dedicado a Rojas y la del Teatro Español, como antes señalaba.
El estema trazado por Mullin parte de
un supuesto manuscrito del que salen dos
ramas: las relativas a las dos ediciones
de 1636, en las que la autora señala diferencias importantes. Ambas dan lugar
a dos ramas diferentes en la transmisión
al tiempo que convergen en la primera
edición de la Primera Parte de comedias
de Rojas, texto que toma Mullin como
base para su edición. La investigadora
norteamericana considera que este fue el
definitivo para Rojas, pues fue revisado
por él antes de su publicación y achaca
a los editores y no al dramaturgo las
diferencias existentes en la segunda edición de este mismo volumen. Tras explicar ampliamente las relaciones entre los
diversos testimonios, ofrece su propuesta de estema y señala en una nota a pie
de página la existencia de otras dos ediciones modernas que no ha incluido en
este: la de su tesis no publicada, que tal
y como señala es igual a la incluida en
este volumen y la que publicará próximamente Teresa Julio, especialista en
Rojas Zorrilla, en el primer volumen de
Obras completas de Rojas que prepara el
Instituto Almagro de teatro clásico de la
Universidad de Castilla-La Mancha. Aunque según las noticias de la autora esta
obra no está aún en prensa, el volumen
estará pronto disponible.
En los criterios de edición, Mullin
explica que ha optado por mantener prácticamente la ortografía del XVII, excepto
algunos casos que señala, como la separación de palabras que aparecen unidas,
pero sí utiliza los signos de puntuación
y acentuación según las reglas ortográficas actuales. Este criterio se desmarca del
seguido hoy en día por la mayor parte
de los editores, y concretamente por los
responsables de los proyectos colectivos
de edición de Calderón, Mira de Amescua, Vélez de Guevara, Moreto o del
propio Rojas Zorrilla, consistente en
modernizar la ortografía, y reservar para
las ediciones en facsímil los textos tal
y como se escribían o imprimían en
el XVII.
Son abundantes las notas que aparecen a lo largo de la comedia, escritas
principalmente para facilitar su comprensión y comentar los usos lingüísticos de
Rojas. Sin embargo, muchas de ellas, sin
duda interesantes para anglófonos, resultan superfluas para los hispanohablantes.
La introducción se cierra con una bibliografía, en la que están ausentes las
publicaciones posteriores al 2003 debido
probablemente a que el contenido de este
volumen responde a la tesis doctoral presentada por Mullin en 2002.
Por último, encontramos un listado
positivo y exhaustivo de las variantes
ofrecidas por los diversos testimonios.
Con su volumen, Linda Mullin y la
editorial Reichenberger nos ofrecen una
nueva propuesta de edición de este drama de Rojas. Se suman así a la celebración en este año del IV centenario del
nacimiento del dramaturgo toledano con
lo que sin duda es el mejor homenaje
que se puede hacer a un autor: la publicación de su obra para su difusión y
conocimiento.
ALMUDENA GARCÍA GONZÁLEZ
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GONZÁLEZ CAÑAL, Rafael; CEREZO , Ubaldo Y VEGA GARCÍA-LUENGOS, Germán, Bibliografía de Francisco de
Rojas Zorrilla, Kassel, Reincheberger,
2007, 445 pp.
He aquí uno de esos libros necesarios
que viene a llenar muy oportunamente un
hueco en este año de conmemoraciones
con motivo del cuatrocientos aniversario
del nacimiento del dramaturgo toledano
Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648).
La bibliografía moderna de Rojas Zorrilla pasa por una serie de fechas emblemáticas que van desde la publicación de
sus Comedias escogidas en la Biblioteca
de Autores Españoles (1861) hasta la biobibliografía de Cotarelo (1911) y la bibliografía de MacCurdy (1965). Por fin,
y para cerrar la serie, habrá que mencionar de ahora en adelante la publicación de
este libro, verdadero jalón para los estudiosos que se quieran adentrar en el conocimiento de la obra de este importante
dramaturgo barroco, uno de los seis grandes, a decir de los eruditos citados.
Son bien conocidos en el panorama
de los estudios bibliográficos y del teatro áureo los responsables de este estudio, Rafael González Cañal y Germán
Vega-García Luengos están embarcados
en el Instituto Almagro de Teatro Clásico en un proyecto de investigación que
incluye la publicación de las comedias
del dramaturgo toledano. Este último investigador es responsable de diferentes
bibliografías dramáticas dedicadas a los
entremeses sevillanos del siglo XVIII, a
dramaturgos como Pérez de Montalbán o
Godínez, a bibliotecas como la Menéndez Pelayo de Santander, y, sobre todo,
ha localizado buena cantidad de impresos sueltos que han rescatado gran número de comedias desconocidas de los mejores dramturgos del XVII. Por su parte,
Ubaldo Cerezo y González Cañal han publicado diversas bibliografías, algunas
muy cercanas al asunto que nos ocupa,
383
como la del fondo de teatro de la colección de Entrambasaguas, de la Universidad de Castilla La Mancha.
No es de extrañar que con tan buenas cartas de presentación la bibliografía
rojiana resulte un prodigio de saber hacer al que han ayudado sin duda los medios técnicos de reproducción de manuscritos e impresos. Prácticamente se ofrece imagen de la primera página o folio
de todos los testimonios descritos, y son
muchos. Es un servicio impagable para
el investigador, a menudo ayuno de este
tipo de ilustraciones, que tiene que creer
lo que le dice el bibliógrafo sin mayores
probaturas.
Como bien se dice en la introducción,
«el umbral obligado para el examen de
cualquier obra literaria es la atención a las
fuentes primarias conservadas» (p. 2),
cosa que se ha hecho para dramaturgos
barrocos importantes (Calderón, Montalbán, Cubillo, Godínez...) y que falta por
hacer en otros casos como el presente.
Tanto más grave es el asunto cuanto a
Rojas se le llegó a poner en su tiempo
en competencia con Calderón «e incluso
por encima de él en los primeros momentos del relevo de Lope» (p. 3), aunque
después cayera en un olvido culpable,
como nos recuerda otro gran estudioso y
editor del dramaturgo, Felipe Pedraza, en
una edición reciente de dos de sus comedias (Donde hay agravios no hay celos/
Abrir el ojo, en colaboración con Milagros Rodríguez. Madrid: Castalia, 2005).
Por sus circunstancias vitales (Rojas
no llegó a cumplir los 42 años), la producción de nuestro dramaturgo es mucho
menor que la de otros: su período de
actividad hay que limitarlo entre los años
1633, fecha de representación de Persiles y Segismunda y 1648, fecha de su
muerte. Si a ello añadimos los varios
períodos de inactividad teatral por muerte de personajes de la familia real (1644,
la reina; 1646, el príncipe), todavía se
reduce más el tiempo. Menos de quince
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años, por tanto, en que Rojas produjo un
número no desdeñable de comedias y
autos (los entremeses son residuales y
plantean algún problema de atribución,
como veremos), porque entre unas y
otros suman 63 títulos que se distribuyen
así: 44 comedias de autoría más o menos segura, trece en colaboración con
varios ingenios; 43 comedias mal atribuidas; en cuanto a los autos, seis son de
atribución segura y uno dudoso (y por lo
menos cuatro, perdidos).
Rojas fue un dramaturgo muy querido tanto por espectadores como por la
corte, singularmente por el rey Felipe,
que no en vano le consiguió un hábito
de Santiago, a pesar de la dura oposición
que encontró por problemas relacionados
con el ascendiente morisco y judío del
pretendiente. Obras suyas como Los bandos de Verona tuvieron la dicha de ser
escogidas para inaugurar nada menos que
el Coliseo de Buen Retiro en 1640. Eso
quiere decir que durante el período de
máxima producción de nuestro dramaturgo, es decir, entre 1633 y 1644, tuvo que
concentrar la escritura de su obra y,
como no podía ser de otra manera dadas
las fechas en que nos movemos, acogerse a ese sistema curioso de colaboración con varios ingenios, entre otros
Calderón.
A pesar del breve tiempo, tuvo espacio Rojas para disponer dos partes de sus
comedias (1640 y 1645) que, al menos,
nos ofrecen garantías sobre los 24 títulos
y los textos ofrecidos de los mismos. No
es poco y desde luego alivia la enorme
tarea de localización de fuentes y depuración de autorías que señalan los autores (p. 5). Esa labor se ve complicada por
la tremenda homonimia, ya señalada por
Cotarelo, pero en especial por la existencia de un licenciado Francisco de Rojas,
que se dedicó también al teatro, compuso
obras y copió otras de autores contemporáneos. Por otra parte, el recurso frecuente
de atribuir obras a ingenios de nombre,
como es el caso, originó que un buen
número de sueltas se adscribieran a nuestro autor indebidamente.
En cuanto a la disposición de la obra,
los autores escogen un orden alfabético
único, lo cual es muy de agradecer; en
él se consignan comedias, autos y entremeses (también una loa), ya sean auténticos, atribuidos o pertenecientes a otros
autores que alguna vez se arrojaron en el
umbral de las puertas de Rojas. Primero
relacionan los manuscritos, luego los impresos en volumen, ordenados por año de
impresión; por último, las impresiones
sueltas. Por fin, se dan también las ediciones que han merecido las obras con
posterioridad a 1830 y las refundiciones
o traducciones de las mismas, algo que
no es tan habitual en este tipo de bibliografías. Unos índices finales sirven para
facilitar las búsquedas.
La referida reproducción de portadas
o primeros folios de manuscritos de cada
testimonio alcanza un elevadísimo porcentaje y supone una ilustración que ayuda
mucho al lector, aparte de dotar al texto
en su conjunto de una belleza extraordinaria. La descripción bibliográfica de cada
testimonio, por su parte, es de una enorme fidelidad, y se mantiene no solo la
grafía particular (s alta incluida), sino
incluso la tipografía empleada (cursivas,
mayúsculas, redondas). Por supuesto, se
ofrecen las bibliotecas que conservan dicho testimonio, la signatura del mismo y
algún comentario que nos indica a ciencia cierta que se han visto todos esos testimonios. Cuando no es así, se ofrece la
información bibliográfica del catálogo de
donde se han extraído los datos.
Se da también descripción de todos
los demás aspectos interesantes: signaturas, titulillos, adornos tipográficos de
cualquier tipo, signaturas o apostillas a
mano en impresos; todo aparece consignado con exactitud y pulcritud como
mandan los cánones de la buena bibliografía. No en vano los tres autores per-
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tenecen a la activa y escrupulosa Asociación de Bibliografía Española.
No hay mucho que decir en reparo de
esta magnífica obra. Desde luego no alcanza la categoría de tal el que se eche
de menos en ella algún planteamiento de
atribuciones. Así por ejemplo ocurre en
el caso del Entremés del alcalde Ardite,
sobre el que ya había expresado sus dudas nada menos que don Américo Castro en una nota titulada «Obras mal atribuidas a Rojas Zorrilla», publicada en
RFE, III (1916), pp. 66-68. En efecto, la
pieza aparece en el ms. 15 168 de la
BNE con otras dos, el auto Los acreedores del hombre, obra de Rojas, y una
loa, lo cual no quiere decir que el entremés también le pertenezca. Harto sospechoso es que el dramaturgo hubiera compuesto solo esta pieza y otra titulada El
doctor, sobre la que todavía pesan más
dudas, por cuanto con el título El doctor Borrego se atribuye y publica también a nombre de Monteser. Castro llama también la atención sobre la comedia La prudencia en el castigo, sobre la
que dice expresamente que «no puede
decirse que sea de Rojas [...] en tanto
que no se presentan razones que lo demuestren» (p. 67).
Otro caso curioso es el de la comedia en colaboración El pleito que tuvo el
diablo con el cura de Madrilejos, producto sorprendente de la composición de
jornadas a escote de Rojas (segunda jornada) con Luis Vélez (primera) y Mira
de Amescua (tercera). Si se mantiene la
cronología de Mira, ausente de la corte
desde 1632, esta sería la primera obra
dramática de Rojas, que habría empezado a escribir para el teatro a la sombra
de dos grandes comediógrafos en la recta final de sus carreras. Es cierto que
Cotarelo establece que su fecha tiene que
ser posterior a 1639 por determinadas
alusiones internas de la obra, pero tal
dato no casa con la desaparición de la
corte del dramaturgo guadijeño.
385
Por el hecho de querer añadir algún
dato que pueda ser de utilidad, conviene
precisar que de la comedia No hay duelo entre dos amigos, de la cual se señala solo la existencia de dos impresiones
sueltas distintas, ambas sin lugar, impresior ni año de edición, existe también un
manuscrito en el fondo español de la
Bristish Library. Se trata del ms. Add.
33477, que es el volumen séptimo de un
conjunto de dieciséis códices dramáticos
que paran en aquella biblioteca, de los
cuales dio cumplida cuenta hace más de
un siglo el benemérito don Pascual de
Gayangos en su Catalogue of the manuscripts in the Spanish language in the
British Museum (London, 1893, vol. IV,
p. 303). Gayangos describe así el texto
n.º 4 de dicho manuscrito: «No hay duelo entre dos amigos. Comedia famosa de
Dn Francisco de Rojas –y añade– on
stamped paper of the year 1835», ff. 124149. Es verdad que a tenor de lo descrito no parece muy relevante este nuevo
testimonio textual de la comedia de Rojas, una de las más interesantes a decir
de Cotarelo (que tampoco relacionó este
manuscrito en su biobibligrafía) y de
autenticidad segura, según los autores de
este libro; podría tratarse de un manuscrito que copie alguno de los dos testimonios impresos existentes, pero no hay
seguridad de tal cosa y, en cualquier
caso, hay que relacionar y utilizar este
viejo y nuevo testimonio en esta Bibliografía y en la edición crítica del teatro
del toledano que se está llevando a cabo.
Conviene advertir al lector de que los
autores han prescindido de recoger aquellos títulos de obras de Rojas de los que
no se nos conserva ejemplar alguno, aunque se mantenga la noticia de su existencia, lo cual es lógico si se piensa que el
planteamiento de la presente obra se centra en la descripción de los testimonios
conservados de cada pieza. No encontraremos, por tanto, referencias a autos perdidos de nuestro dramaturgo, pero que
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sabemos positivamente que compuso entre 1639 y 1641, porque nos ha llegado
noticia de los Avisos de la época, como
los de Pellicer, tales como el Hércules
(1639), Las ferias de Madrid (1640), Sansón (1641, «razonable», según Pellicer) o
El Sotillo de Madrid (también de 1641 y
que «no pareció bien», según la misma
fuente). Contra lo que pudiera parecer,
después de la lectura de la obra de Emilio Cotarelo, Don Francisco de Rojas Zorrilla (1911), uno de esos autos, el titulado Hércules, no se conserva inédito en
el Archivo Municipal de Madrid, como
allí dice (p. 236). Y así como en la obra
que reseñamos se menciona que se conoce solo el título de algunas obras, cuyo
texto se ha perdido, quizá también sería
conveniente enumerar estas para tener una
idea cabal de la producción del gran dramaturgo y para espolear a que viejos y
nuevos estudiosos intenten encontrar lo
que hasta ahora creemos perdido.
Por supuesto, estas mínimas «manchas» no hacen sino realzar la belleza de
la obra que comentamos. Así pues, bienvenida esta bibliografía de Rojas Zorrilla, que sin duda va a servir de impulso
considerable para los investigadores que
quieran seguir profundizando en este importante autor. Y desde luego es de aplicación inmediata a ese proyecto en marcha de la edición de la obra dramática
del toledano que nos permitirá a todos
leer con garantías su texto, como corresponde a uno de los máximos exponentes
del teatro barroco.
ABRAHAM MADROÑAL
P EDRAZA J IMÉNEZ , Felipe B., Estudios
sobre Rojas Zorrilla (ante el IV centenario), Universidad de Castilla-La
Mancha, 2007, 356 pp.
Este conjunto de trabajos reunidos por
el profesor Felipe Pedraza con motivo
del IV Centenario del nacimiento de
Francisco de Rojas Zorrilla, tiene, entre
otros, el mérito de acercar al lector una
pasión, vivida con entusiasmo y dedicación desde que el Instituto Almagro de
Teatro Clásico iniciara en 1995 su proyecto de investigación en torno a la obra
del dramaturgo toledano. Fue esta una
iniciativa encaminada a reconsiderar y
recuperar la obra de un poeta poco conocido y menos representado en los escenarios contemporáneos, pero elogiado y
famoso durante la década de oro de la
comedia española (1630-1640), en brillante y a veces ventajosa competencia
con Calderón. Sus obras fueron imitadas
en el extranjero y no dejaron de representarse con regularidad hasta mediados
del siglo XIX. Urgía, por tanto, volver a
acercar al lector contemporáneo a este
singular poeta, en cuyas obras, tanto las
de asuntos graves como las de puro humor, destaca un claro y continuado afán
de novedad y efectismo teatral.
Rojas ha sido siempre desigualmente
valorado por sus comedias y dramas,
pero desde que Alberto Lista lo señalara, la crítica ha coincidido en destacar su
veta trágica, manifiesta en la manera de
llevar los tópicos tradicionales del esquema del drama de honor al terreno del
sufrimiento personal, en un contexto en
el que siempre ha sorprendido un tremendismo desproporcionado (filicidios, violaciones, venenos, macabros relatos de
torturas, etc.). Las novedades subversivas
de Rojas en el ámbito de la tragedia han
sido admirablemente estudiadas por MacCurdy y otros; en cambio, su exploración
de los recursos de la comicidad dentro de
los límites que imponían las convenciones dramáticas del esquema lopesco, no
habían sido suficientemente abordadas.
En este sentido, cabe aplaudir estos estudios del profesor Pedraza, en los que
se muestra y demuestra que Rojas fue un
extraordinario y original poeta cómico.
Los dieciocho artículos que ahora se
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presentan reunidos en un volumen no
constituyen un análisis unitario y sistemático de las comedias de Rojas, sino que,
escritos para ser leídos en fechas y circunstancias diferentes, suponen puntuales
aproximaciones a distintos aspectos de su
obra. Aunque muchos de ellos ya han
sido publicados en las correspondientes
actas de congresos y simposios, y otros
lo serán próximamente, el hecho de que
ahora vean la luz todos juntos no sólo
facilita su manejo y consulta, sino que el
lector atento podrá comprobar la coherencia y complementariedad de las líneas de
investigación del profesor Pedraza.
El índice no presenta los trabajos al
azar o por fecha de composición, sino
agrupados en cuatro grandes bloques temáticos, cada uno de los cuales viene
encabezado por un título orientador:
1. Sobre la comicidad y la figura del donaire; 2. Estilo y temas; 3. Textos y contextos; y 4. Parentesco estético y recepción escénica. El volumen se cierra con
el correspondiente repertorio bibliográfico, un solo listado en el que se han unificado todas las referencias que aparecen
en las citas a pie de página de los diferentes artículos. A su vez, la materia
desarrollada en cada uno de los ensayos
está minuciosamente organizada y distribuida bajo epígrafes o titulillos que guían
la lectura. Todo lo cual dice mucho del
talante didáctico que impulsa al profesor,
que por ello mismo nos lleva a echar de
menos un índice de obras o un índice de
materias que facilitaran la consulta directa del lugar exacto donde tal o cual tema
o tópico ha sido tratado.
En los estudios reunidos en la primera parte, dedicada específicamente al análisis de los resortes de la comicidad, el
profesor Pedraza llega a la conclusión de
que una de las singularidades de las comedias de enredo de Rojas reside en la
condición moral de los personajes, lo que
le permite distinguir la comedia pundonorosa y vodevilesca de la comedia cí-
387
nica, denominaciones que están llamadas
a perdurar en el ámbito taxonómico de
la teoría dramática. Se trata de obras trufadas de personajes que en ocasiones
rozan la caricatura y el esperpento, seres
ridículos tras los que Pedraza no percibe
ni angustia ni amargura, sino una limpia
y divertida propensión del autor a la
burla. La misma que descubre en su detenido y pormenorizado análisis de la
original construcción de la figura de los
graciosos y graciosas, la fuerza cómica
de cuyos parlamentos reside en la sátira,
la parodia de vicios sociales o el simple
chiste. Por lo demás, en su búsqueda de
la sorpresa, no es infrecuente que Rojas
introduzca elementos trágicos en el enredo cómico, ingrediente peculiar que
Pedraza ha interpretado brillantemente
como un recurso teatral mediante el que
el auditorio entra en sintonía irónica con
lo que sucede en el escenario.
El primer artículo de la segunda parte aborda un asunto de larga historia en
la crítica dramática: la variedad y yuxtaposición de estilos en la comedia española, tendencia o exigencia convencional
desde Lope a la que Rojas se amolda con
limitada soltura, aunque, como ha estudiado Pedraza, es precisamente su lucha
con el verso la que en ocasiones da alas
a su ingenio. Los dos ensayos siguientes
se centran en cuestiones temáticas: el
gusto por los lugares exóticos en algunas obras de Rojas como marco más
adecuado para desarrollar su peculiar hiperdramatismo, es decir, son espacios extraños en los que es posible que lo monstruoso y bárbaro suceda. El segundo trabajo es una aproximación a las variantes
del galanteo, que van desde la picante y
desenfadada desvergüenza de las damas
y caballeros de la comedia vodevilesca,
hasta la frustración que conduce a la violencia sexual en las tragedias, pasando
por el juego homosexual o la burlona
caricatura de los conocidos tópicos del
cortejo.
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El epígrafe «Textos y contextos» reúne análisis de comedias concretas, algunas poco conocidas, como el mejor medio para abordar temas o recursos más
generales que resultan peculiares del teatro de Rojas. Así, la lectura detenida de
La traición busca el castigo, comedia de
difícil encasillamiento genérico, es el
punto de llegada para volver a plantear
de manera meditada y sistemática un
posible listado de las marcas que permiten hacer una clasificación genérica de
las obras del teatro clásico español y sus
variantes fundamentales. Santa Isabel,
reina de Portugal, sirve para reflexionar
acerca de las comedias hagiográficas de
Rojas; Los áspides de Cleopatra dan la
pauta para establecer las técnicas y posibilidades representativas y escenográficas propias de los corrales de comedias,
que privilegiaban el oído sobre la vista;
El jardín de Falerina y Persiles y Sigismunda permiten al profesor Pedraza acercarse a la comedia palatina; por último,
el envarado y trágico mundo del drama
de honor es abordado a partir de la lectura de Cada cual lo que le toca.
La última parte reúne cuatro artículos
sobre cuestiones extratextuales: las relaciones del poeta toledano con otros dramaturgos coetáneos, en concreto, con Tirso de Molina, de quien Rojas aprende,
pero de quien se distancia por el distinto
tratamiento de la mujer, de la violencia y
del sentido del honor; y la recepción de
dos de sus más famosas obras: Donde hay
agravios no hay celos, la mejor comedia
de Rojas, al decir del profesor Pedraza,
y Abrir el ojo, paradigma de la comedia
cínica o desenfada, censurada y prohibida en el siglo XVIII por sus elementos
eróticos o ajenos al decoro, pero refundida y transformada en honesto recreo por
Félix Enciso Castrillón en el siglo XIX.
Pedraza casi nunca enfoca sus estudios desde una perspectiva trascendente;
al contrario, se apoya clara y directamente en lo dicho y hecho por los persona-
jes, en la arquitectura del enredo, en el
estilo, en los lugares y tiempos de la trama, que eran los medios o recursos con
que contaban los dramaturgos españoles
para alcanzar su principal objetivo: entretener al máximo al espectador de la manera más original posible. Esta es, sin
duda, la razón por la que no se imponían
restricción alguna a la hora de combinar
las marcas genéricas, asunto abordado en
varias ocasiones por Pedraza en estos estudios, para llegar a la conclusión de que
resulta casi imposible alcanzar una taxonomía definitiva o adecuada ni para la
dramaturgia barroca en general ni para el
conjunto de las obras de Rojas. Con
todo, cabe reconocerle el mérito de haber acuñado dos marbetes identificadores
para dos peculiares variantes de comedias
de capa y espada: la comedia pundonorosa, en la que el enredo se complica por
el exagerado y ridículo sentido del pundonor del que presumen los personajes;
y la comedia cínica, en la que los caballeros y damas son figuras grotescas, desvergonzadas y contradictorias, que quiebran todo tipo de compromiso o protocolo y que llevan el perfil del ‘figurón’
hasta extremos sorprendentes.
Los estudios aquí reunidos desvelan a
alguien que ha leído con acierto y minuciosidad una extensa porción del teatro aurisecular, bagaje indispensable para
detectar las novedades de un dramaturgo
que siempre ha llamado la atención de la
crítica y de los espectadores. Pedraza trabaja desplegando y analizando temas y
motivos y, a la vez, estableciendo relaciones y contrastes; de esta manera consigue detectar lo peculiar y determinar lo
singular del teatro de Rojas dentro del
marco convencional de la comedia nacional, y a la vez poner a disposición del
lector un nutrido repertorio de técnicas y
recursos teatrales propios de la dramaturgia barroca en general.
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MARÍA ELENA ARENAS CRUZ
RESEÑAS DE LIBROS
Academia burlesca que se hizo en Buen
Retiro a la majestad de Filipo Cuarto el Grande. Año de 1637. Edición
de Teresa Julio. Madrid, Iberoamericana-Vervuert, 2007, 278 pp.
El libro-documento que traemos a estas páginas es una edición de los textos
escritos con ocasión de una Academia
Burlesca de 1637. Francisco de Rojas
Zorrilla hizo el papel de fiscal en esa
ceremonia literaria; presidió las sesiones
su colega el dramaturgo Luis Vélez de
Guevara, y fue secretario el poeta Alfonso de Batres, también dramaturgo ocasional. A estos «ingenios raros» –encargados de redactar las reglas del certamen–
se sumó un tribunal compuesto por el
príncipe de Esquilache y el conde de la
Monclova, entre otros notables de la época. Entre los participantes se encontraron
Jerónimo de Cáncer, Antonio de Solís,
Román Montero de Espinosa, Luis de
Belmonte y los hermanos Coello, entre
otros. Hubo, al parecer, una ausencia
notable, la de Calderón de la Barca, quizás el poeta de más nombre junto con
Luis Vélez; sí se contaba con él los días
previos, y de hecho se le menciona en
el vejamen de Rojas. Pero esto no acredita que el joven –y sin embargo encumbrado– don Pedro participase finalmente:
«La popularidad de Calderón era tal (dos
años antes había sido nombrado dramaturgo de cámara) que podía ser aludido
y podía hacerse chanza de su persona o
de su quehacer literario aun sin estar él
presente» (p. 25).
Este fascinante texto (o conjunto de
ellos) está magníficamente prologado y
descifrado por Teresa Julio, quien ha tenido que empezar lidiando con varios
manuscritos y ediciones completas, y con
algunos fragmentos dispersos. Un elocuente ejemplo de esta transmisión fragmentaria son aquellas «Premáticas y ordenanzas» para poetas que se pueden leer
en los trancos IX y X de El Diablo Co-
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juelo, según las cuales ningún vate debe
«hablar mal de los otros, si no es dos
veces en la semana»; ni leer sus versos
«en idioma de jarabe ni con gárgaras de
algarabía en el gútur, sino en nuestra
castellana pronunciación, pena de no ser
oídos de nadie»; ni abusar del ripio,
«porque un consonante obliga / a lo que
el hombre no piensa». El origen de aquellas graciosas ordenanzas y de algunos
poemas que Vélez de Guevara recuperó
en su Diablo Cojuelo se encuentra ya,
con ligeras variantes, en esta Academia
de 1637. La presencia de estas piececillas en una de las obras cumbre de la
literatura del Siglo de Oro evidencia que
algunos de los textos de las academias y
vejámenes fueron más allá de lo que la
ocasión requería, y su calidad permitió a
sus autores sacarles partido en otros momentos.
Las páginas preliminares del libro,
claras y escuetas, sitúan al lector en el
contexto histórico, político y literario en
que se dio esta academia. En febrero de
1637 se celebraron en Madrid unos caros festejos –«las fiestas más espléndidas
del reinado de Felipe IV»– con motivo
de la llegada a España de la princesa de
Carignan (María de Borbón, esposa del
príncipe Tomás de Saboya) y del nombramiento de Fernando III de Hungría
(esposo de la infanta doña María, hermana de Felipe IV) como Rey de Romanos,
esto es, del Sacro Imperio Romano Germánico. Estos personajes podían dar a
España y los Habsburgo un importante
espaldarazo en la política internacional;
o al menos así lo entendía el conde-duque de Olivares, agobiado por los problemas con Flandes y Francia. El anónimo autor de las Noticias de Madrid se
maliciaba entonces que se trataba sobre
todo de hacer «ostentación para que el
cardenal de Richelieu, nuestro amigo,
sepa que aún hay dinero en el mundo
que gastar y con que castigar a su rey»
(p. 15). Alguna que otra coplilla satírica
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confirmaba lo exagerado del dispendio:
«Buenos están los faroles, / la plazuela
y plateado; / medio millón se han gastado / solamente en caracoles». Con los
teatros cerrados y las diversiones públicas prohibidas por la cercanía de la Cuaresma, hubo que organizar en el entorno
del Buen Retiro, en el Prado Alto de San
Jerónimo, fiestas de toros, torneos, desfiles, mascaradas y representaciones de
todo tipo (entre ellas la hoy desconocida
comedia burlesca de Calderón Don Quijote de la Mancha) para divertir a la
concurrencia durante diez días, desde el
domingo 15 de febrero hasta el martes
24. Las crónicas se recrean también en
el detalle del lujo con que se dispuso
todo y en las anécdotas que podían dar
más juego: «Corrió Su Majestad excelentemente las lanzas y quebró tres o cuatro con grande gallardía [...] fue el que
mejor anduvo en todo [...] S.M. se fue a
desnudar a una ermita del Buen Retiro,
y también el Sr. conde-duque» (p. 18).
En el programa de fiestas se incluyó
también un «certamen poético de asuntos burlescos, en el que participaron la
mayor parte de los poetas de la corte»,
celebrado el viernes 20. Era muy frecuente en aquella época, «afectada por la
fiebre de la composición literaria», que
se organizasen certámenes poéticos, academias literarias y vejámenes. Así, «poetas consolidados y diletantes se lanzaron
casi de forma compulsiva a escribir versos» para estas ocasiones (p. 24). Las
academias se conformaban como reuniones literarias en las casas y palacios de
los nobles para discutir sobre las artes.
Eran bastante estables, aunque no muy
duraderas, y se organizaban con sus propios estatutos reguladores y cargos fijos;
entre las muchas celebradas en Madrid se
cuentan la Academia de los Humildes
(1592), la Academia Selvaje (1612) y la
Peregrina (1623)... Además de estos encuentros más o menos organizados, hay
numerosas justas y certámenes ocasiona-
les propiciados por acontecimientos variados: cumpleaños reales, canonizaciones, traslado de reliquias, etcétera. En
estos certámenes, en los que había que
repentizar sobre un asunto dado, alternaban los temas profanos y los religiosos,
aunque «la devoción dejó paso al amor
(en cualquiera de sus múltiples facetas)
y a la crítica social o política del país;
la seriedad originaria se enfrentó al humor, la jocosidad o la burla» (p. 24).
La Academia Burlesca de 1637 se
caracterizó por rehuir la chabacanería y
la ofensa personal. Sin embargo, algunas
de las críticas vertidas parece que se alejaron de la premisa de escribir «todos en
burlas decentes, sin que por ningún caso
se admita picardía ni bajeza» y que sí
molestaron a alguno, pues en la academia celebrada el año siguiente hubo que
pedir disculpas a personajes de la corte
que se habían sentido afrentados: «Esta
Academia del 38 no resultó tan espléndida; los motivos se repiten, las referencias a la Academia del 37 rezuman por
todas partes y el mal gusto llevó a provocar no sólo incidentes graves, sino que
ciertas composiciones no se leyeran, aun
siendo premiadas, como sucedió con el
poema de Rojas Zorrilla “Piden cuando
rezan...”». Ya metidos en estas harinas,
añadamos que se trataba de unos versos
escritos nada menos que al siguiente
asunto: «Hay indicio que las mujeres de
Palacio (las mujeres, digo) alteran una
cláusula al Padre nuestro, que por decir
Panem nostrum, dicen Maridum nostrum.
¿Quién ha de conocer este delito? ¿La
Inquisición o la camarera mayor?». La
composición de Rojas Zorrilla, distinguida con el primer premio, «pareció a los
jueces mal sonante»; de hecho, llegó incluso a correr el rumor de que el poeta
toledano había muerto en una reyerta que
«trujo origen del vejamen que se hizo en
el Palacio del Retiro las carnestolendas
pasadas, donde quedaron algunos caballeros enfadados con el dicho».
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Chascarrillos al margen, Teresa Julio
da cuenta de todos los detalles estructurales de la Academia Burlesca de 1637.
La primera parte la integraba el cartel de
la convocatoria, donde se fijaban los temas sobre los que debía escribirse (algún
tipo folklórico, la caricaturización de un
personaje conocido, etc.), las estrofas
exigidas (soneto para una cosa; ovillejo
para otra; «el verso que se quisiere», en
alguna ocasión) y las reglas a seguir
(cuya inobservancia suponía una penalización o incluso la descalificación). Se
proponen, así, glosas que debían desarrollar los repentistas; enigmas a resolver en
sus composiciones; memoriales burlescos
pidiendo la mediación del juez en algún
«conflicto» poético; y cédulas en las que
se advierte de irregularidades del mundillo literario.
La segunda parte la ocupa el desarrollo del certamen, donde vemos a los
poetas devanarse los sesos por escribir
sobre asuntos como los siguientes: la herejía de llamar mondongas a las criadas
de las damas; la denuncia de que los
«enfermos enferman del mal, pero mueren del doctor»; pedir perdón a una fea
por haberla querido, o preguntarle «¿por
qué las socorren luego de ser bien entendidas, si no hay cosa más necia que ser
fea?»; «si no se sabe que Judas fuese
bermejo, ¿en qué se fundó el primero que
le pintó rubio?». Así hasta un total de
veinte asuntos, entre los que también se
pedía –esto ya en otro orden, más serio,
de cosas– que se diera «vejamen a los
enemigos de la casa de Austria en la
elección de Rey de Romanos en el señor
Rey de Hungría, sin que se nombre a
nadie» (p. 47).
El tercer y último lugar lo integra el
vejamen, compartido por la mayor parte
de los concurrentes, lo cual marca una
diferencia con las academias literarias
serias, donde se encargaba al secretario
o al fiscal. Se concluirá con la búsqueda
del beneplácito real y la petición de per-
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dón público por las posibles ofensas. Este
vejamen de la Academia Burlesca de
1637 parodia los preparativos de los festejos con que se honraba a Felipe IV, lo
cual da pie a que desfile una cincuentena de personas relacionadas con la corte
(poetas, regidores, condes, futuros validos), a quienes se caricaturiza «con pequeños trazos». El secretario, Alfonso de
Batres, narra el comienzo de una mojiganga «que todos esperaban ver y nunca
se celebró. Mojiganga que sólo el lector
percibe, pues desde fuera, se pasean ante
sus ojos con la candidez de no saber que
son ellos mismos lo que esperan ver»
(p. 30). Su relato arranca el día de la
máscara, con las calles abarrotadas, los
tablados preparados y los poetas componiendo sus coplillas o repasando sus
obras (como Luis Vélez, cuya comedia
Las tres edades se representó entonces).
Vemos aparecer a Calderón «probándose
la cabellera de Rojas»; la calvicie de este
dramaturgo, «su suciedad y la de Coello,
la avanzada edad de Vélez, la poca originalidad de Mejía, la afición al juego de
Méndez o la insistencia de Huerta forman
parte de los comentarios graciosos del
encuentro». De igual forma que vemos a
Quiñones de Benavente huir de las beatas que lo persiguen, a Antonio de Solís
preparar una olla podrida («pero con tan
poca arte que ni los mismos poetas, que
encarnan el hambre atrasada, la pueden
catar») y al dicho Antonio de Huerta
martirizar a sus compañeros con la comedia La Virgen de Valvanera. «El buen
humor de los vejamistas –dice Teresa
Julio–, los tópicos que corrían por la
corte, la popularidad de los personajes
aludidos o las referencias coetáneas marcan el carácter festivo de este encuentro
literario que sólo pretende ser un divertimento» (p. 31).
Un divertimento muy del gusto de
una época en que las prácticas literarias
festivas obligaban a asumir que quien
escribía, publicaba o representaba se ex-
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ponía a las bromas de sus colegas. Los
dardos se dirigían a menudo contra cuestiones tocantes a las aficiones menos
aconsejables de algunos (el juego, las
prostitutas, el vino). Pero eran bastante
frecuentes también las pullas literarias, y
en este campo había que saber combatir
con especial destreza y coraje; tener cintura para encajar los golpes; preparar con
mimo la réplica; sofisticar el insulto y
dar donde más doliera.
El texto base seguido por Teresa Julio se ofrece con ortografía y puntuación
actualizadas. La lectura resulta así facilitada por una transcripción a la que pocas objeciones se pueden presentar (quizá, por reseñar alguna, la frase «Doblemos aquí la loba o arruguémosla, porque
no se enoje Coello» –p. 211–, debería ser
«por que no se enoje») y unas notas a
pie de página abundantes y esclarecedoras, imprescindibles para quien no goce
de la erudición y penetración necesarias
para sobreponerse al difícil anclaje contemporáneo de un texto como éste. Ha
tenido la editora el acierto, «para que el
resultado no fuera engorroso», de incluir
dos tipos de llamadas a esas notas: las
habituales con números arábigos (para
consignar las variantes textuales de los
otros testimonios críticos) y las que añaden un asterisco (en el caso de aquellas
que contienen aclaciones de pasajes oscuros y explicaciones léxicas).
Dos anexos lleva el texto de la Academia en esta magnífica edición: el
Apéndice I, en el que se transcribe la
relación de premios que aparece al final
de determinado epígrafe (omitida de este
lugar, también con buen criterio, por demasiado extensa para una nota al pie) y
el Apéndice II, donde se recogen los
nombres de los participantes y aludidos
en el encuentro literario, aunque «en algún caso ha sido imposible encontrar
dato alguno de los sujetos que se mencionan» mientras que en otros se trata de
personajes tan populares que «convertían
en banal cualquier aclaración». Dice Teresa Julio, con demasiada modestia, que
«aun a riesgo de pecar de ingenuidad
biográfica y bibliográfica se ha decidido
incluirlos, a sabiendas de que son innecesarios, con un único fin: homogeneizar
el apartado» (p. 36). Pero en el útil granero de noticias que es este libro, encontramos un valor añadido en este apéndice, donde puede espigar con aprovechamiento hasta el curioso de los datos más
extravagantes y peregrinos (si bien en
ocasiones se echa en falta la procedencia de algunas informaciones).
Asume Teresa Julio que este tipo de
trabajos «no puede darse nunca por acabado; pero si uno es realista, alguna vez
debe poner un punto final». Lo pondremos también nosotros aquí, aunque muchas más cosas podrían comentarse a
cuento de esta jugosa Academia Burlesca. La enhorabuena debida a la autora de
la edición cabe dársela también a todos
los investigadores de la literatura del periodo, que reciben –recibimos– un material muy valioso y muy bien presentado.
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HÉCTOR URZÁIZ TORTAJADA