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La caza del coipo

2010, Anales de arqueología y etnología

Anales de Arqueología y Etnología (2008-2009) 63-64: 277-303 LA CAZA DEL COIPO. SU IMPORTANCIA ECONÓMICA Y SOCIAL DESDE MOMENTOS PREHISPÁNICOS HASTA LA ACTUALIDAD Paula Escosteguy y Virginia Salerno CONICET- Instituto de Arqueología, FFyL, UBA. paueguy@hotmail.com; mvsalerno@yahoo.com.ar Resumen En este trabajo se presenta el análisis de testimonios orales de nutrieros de los partidos de Las Flores, San Miguel del Monte y Ezeiza. Se efectúa un recorrido temporal desde momentos prehispánicos a la actualidad que permite concebir la actividad de forma holística. Nuestro objetivo es comprender cómo los contextos sociales, históricos y económicos condicionan el modo en que la actividad se produce y es percibida por los sujetos sociales. Además esperamos contribuir a comprender la práctica cinegética que a lo largo de la historia muestra continuidades, como el dominio de lo masculino en la práctica y de formas específicas de captura (perros, garrote), así como algunas rupturas en el predominio de ciertas técnicas de caza (trampas de metal), las modalidades de procesamiento, el uso restringido del espacio por parte de los cazadores y la influencia del mercado en la caza, preparación de las pieles e intercambio. Palabras claves: nutrieros – caza – contexto histórico Abstract In this contribution the analysis of interviews done to nutrieros (coypu -Myocastor coypus- hunters) from Las Flores, San Miguel del Monte and Ezeiza districts is presented. A historical review from prehispanic times up to now about this activity was developed, with the aim of understanding how social, historic and economic contexts influence in the way it is carried out. Moreover, another goal is to comprehend the continuity of some features of this activity like the predominance of masculinity and the use of just a few hunting methods (dogs and thick sticks). Several ruptures like the predominance in the use of some capture techniques (metal traps), habits of preparation, the restricted use of landscape by the hunters and the influence of customers` request in the hunting practices, the process of furs and trade have been detected. Key words: nutrieros – hunting – historical context INTRODUCCIÓN El coipo (Myocastor coypus), habitualmente conocido como “nutria” o “falsa nutria”, es un roedor que habita ambientes semi-acuáticos. Su nombre popular es producto de la confusión de los españoles que llegaron a Sudamérica en el siglo XVI, quienes lo nombraron como si fuera la nutria europea (Palermo 1983). Sin embargo este roedor es nativo de Sudamérica (Guichón 2003, Bó et al. 2006 a y b). En las zonas de humedales Recibido: 21 de julio de 2009 Aceptado: 7 de septiembre de 2009 La caza del coipo de la región pampeana y el noreste de nuestro país su caza se practica desde épocas prehispánica y continúa en la actualidad. En contextos arqueológicos correspondientes a la cuenca del Paraná y la cuenca del río Salado (provincia de Buenos Aires), la abundancia de restos de este roedor permite sostener que hubo una intensificación de su explotación durante el Holoceno tardío con un aprovechamiento integral de este recurso. Además en documentos y crónicas de diferentes momentos históricos, se menciona la utilización de la “nutria”, por parte de las poblaciones aborígenes de la zona, con distintos fines: carne para consumo, piel para la confección de mantos, abrigos, toldos y tiendas (Palermo 1983). Para las primeras décadas del siglo XIX, los cueros de coipo se habían convertido en una mercancía que circulaba desde Buenos Aires hacia Europa y Norte América, donde eran utilizados para la confección de prendas de vestir, a tal punto que la Gaceta de Buenos Aires menciona la importancia de la cantidad alcanzada en su exportación (Palermo 1983). Este tipo de comercialización continuó de tal manera que un siglo después, en 1980, nuestro país se convirtió en el mayor exportador de cueros de nutria en América Latina (Rosato 1988). En primer lugar, en este trabajo se presenta información sobre el modo en que la caza de nutrias es realizada en el presente por grupos de nutrieros que viven en los partidos de Las Flores, San Miguel del Monte y Ezeiza (Figura 1). Esta información ha sido generada a través de entrevistas y observación participante en el marco de estudios etnoarqueológicos con el fin de profundizar el conocimiento del aprovechamiento de este roedor en grupos cazadores recolectores del Holoceno tardío. Luego, se propone reflexionar sobre los diferentes contextos temporales en los que la caza del coipo se desarrolló en la región pampeana. Pues entendemos a esta actividad como una práctica social inmersa en contextos históricos distintivos que condicionan el modo en que se produce y es percibida por los sujetos sociales. Para ello se presenta información proveniente de contextos arqueológicos de la Depresión del Salado (Buenos Aires) y se continúa con el análisis de información proveniente de relatos de viaje y cronistas donde se describen distintas prácticas asociadas a la caza del coipo. La contextualización histórica nos brinda la posibilidad de generar un marco comprensivo sobre la práctica y los modos en que fue cambiando a través del tiempo. Se pone la atención en las rupturas y continuidades relacionadas con las técnicas de caza y procesamiento utilizadas, el uso del espacio por parte de los cazadores y las maneras en que esta actividad formó y forma parte de la trama social de los habitantes de la región. El período temporal abarcado es ambicioso y no es nuestra intención con este trabajo realizar un análisis exhaustivo de cada momento histórico sino una revisión general que nos permita contextualizar y observar las características particulares de esta práctica a través del tiempo. Las distintas fuentes de datos empleadas en el análisis no tienen la misma resolución (documentos escritos que refieren a momentos históricos específicos versus fechados radiocarbónicos donde la edad está promediada) pero su integración nos da la posibilidad de construir un panorama general del desarrollo de esta actividad. Consideramos que esto es relevante porque la caza del coipo fue importante en el pasado como medio de subsistencia y continúa siéndolo en el presente como actividad 278 Paula Escosteguy y Virginia Salerno económica. El recorrido temporal que proponemos se inicia con información generada en los contextos arqueológicos de la cuenca del río Salado y del Paraná en los últimos 2400 años y continúa con la revisión de las referencias al uso y aprovechamiento de la nutria que aparecen en documentos históricos de viajeros y cronistas que hemos organizado por períodos temporales. Para los tiempos actuales utilizamos información de estudios etnográficos en el Delta del Paraná (Amaya 1984; Rosato 1988) y estudios biológicos y ecológicos en las cuatro provincias nutrieras: Buenos Aires; Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes (Pautasso 2002; Bó et al. 2006a, 2006b). Figura 1. Mapa de la provincia de Buenos Aires con localidades mencionadas en el artículo. Obsérvese la Cuenca del río Salado. Fuente: Google Maps 2009. LA CAZA DE NUTRIAS COMO PRÁCTICA SOCIAL Los beneficios de la caza del coipo están en función del contexto socio-económico en que se realiza y del modo en que el recurso es percibido por los agentes sociales. De tal manera que su explotación puede estar dirigida a un uso integral de todos sus subproductos (carne, piel, grasa, dientes y huesos) o el aprovechamiento de sólo uno de ellos. La caza, como actividad social y económica, involucra ciertas técnicas de captura y procesamiento que incluyen una serie de acciones para la generación, acumulación y transmisión de conocimiento, así como el desarrollo de ciertas formas “apropiadas” de percibir el entorno y otros valores culturales. Tal como Sánchez Garrido (2006) ha 279 La caza del coipo señalado, la transmisión del saber no implica sólo la habilidad técnica, también involucra una forma de actuar determinada que está relacionada a esa práctica y una educación que depende de cada sujeto y de su contexto ambiental. Coincidimos con este autor, al considerar que “la caza no es únicamente el acto en sí, ni siquiera la actividad global en sí, sino que se añade la socialización, categorización y simbolización que se realiza entre los cazadores”. A tal punto que en algunos casos, la actividad misma del cazador puede influir en su personalidad y posición social, siendo fundamental en la vida de la persona. Las categorizaciones y simbolizaciones que se producen no sólo atañen a los cazadores y las relaciones que se sostienen entre ellos, también involucran los espacios utilizados para la caza y la organización de sus actividades. Es así como se otorgan sentidos y se configuran los paisajes con distintos elementos que expresan el sistema de significados y el modo en que los agentes sociales se relacionan con su entorno (Berkes et al. 2000). Un mismo paisaje puede ser interpretado de forma diferente según la percepción, la mirada y la relevancia cognitiva de un sujeto y del ámbito colectivo al que pertenece. Es por ello que puede decirse que cada cazador percibe e interpreta su entorno natural de acuerdo con el carácter existencial y sentimental que la caza tiene para él (Sánchez Garrido 2009). ENTREVISTAS A NUTRIEROS, ASPECTOS METODOLÓGICOS Las entrevistas que aquí se presentan han sido generadas en el marco de estudios etnoarqueológicos los cuales se están desarrollando desde el 2006 con el objetivo principal de profundizar la comprensión del aprovechamiento del coipo por parte de los grupos cazadores recolectores pescadores del pasado (Escosteguy y Lanza 2007; Escosteguy 2008a y b; Escosteguy y Vigna 2008). A través de la entrevista los sujetos reflexionan sobre su práctica y discurso. Es decir, los entrevistados tienen la posibilidad de redescubrir lo que ya sabían y cuestionar lo que consideraban evidente, rompiendo el orden convencional (Galindo 1987). Por ello esta herramienta de trabajo es relevante para indagar sobre esta práctica social. A la vez, la interacción entre lo individual y lo social manifestada en las reflexiones y la práctica cotidiana de los agentes (Bourdieu 1997), nos permite situar los relatos en el contexto social mayor del que forman parte. Acordamos con De Certau (2000) en que los sujetos sociales son autores de prácticas fragmentarias que responden a una lógica propia según su situación en la estructura social. Por tal motivo se entrevistó a informantes que tienen distintas posiciones sociales en relación con la práctica de caza: cazadores, dueños de barracas, acopiadores, comerciantes y puesteros de campo. Se buscó de esta manera conocer diversos sentidos producidos en torno a la caza y construir una visión holística de esta actividad. Para contactar a los nutrieros se utilizó la técnica de la bola de nieve, es decir, se preguntó por los cazadores reconocidos de la comunidad, a quienes posteriormente se contactó, así un entrevistado nos condujo a otro (Vázquez García y Godínez Guevara 2005). Este método resultó ser el más adecuado en las entrevistas realizadas por dos razones. En primer lugar, esta forma de acercamiento nos permitió conocer las redes de interacción y reciprocidad entre los cazadores con los que hemos trabajado. En segundo lugar, previamente a la ejecución de las entrevistas se requirió conseguir la aceptación de los 280 Paula Escosteguy y Virginia Salerno entrevistados; esto último se facilitó, en muchos casos, por intermedio de un nutriero conocido en la comunidad quien consultó anticipadamente a los cazadores. Asimismo, al momento de realizar las entrevistas se intentó “…romper la rigidez de las expectativas estereotipadas…” (Sanmartín Arce 2000:113) con el fin de generar una imagen flexible. Esto nos permitió avanzar en un contexto de confianza mutua, pues se trata de una actividad que se desarrolla de forma marginal y en un marco de ilegalidad. Esta marginalidad se hace evidente al considerar el hecho de que las vivencias y experiencias de los nutrieros forman parte de la historia no oficial que circula a través de diversos formatos, entre los cuales hemos podido identificar canciones folclóricas1. De esta manera pudimos conocer en principio tres nutrieros que provienen del partido de Ezeiza, de clase media baja. De ellos, dos (Entrevistados 2/07 y 3/07)2, se dedican de forma ocasional a la caza de nutria; en estos casos el objetivo resaltado de la actividad es obtener la carne para el consumo. Estos entrevistados fueron contactados de forma individual y no se establecieron a través de ellos relaciones con otros nutrieros. El tercer entrevistado (1/07) de Ezeiza, nos comunicó con dos nutrieros más de Udaondo (Entrevistados 4/07 y 5/07), una pequeña ciudad cercana a San Miguel del Monte, con quienes en otra época compartieron la actividad. Además accedimos a otra red de nutrieros que residen en el partido de las Flores. Allí nos comunicamos en principio con uno de ellos (Entrevistado 6/07), quien nos relacionó con su hermano (Entrevistado 7/07) y éste a su vez nos contactó con un amplio grupo. Así pudimos conocer al dueño y el empleado de una barraca, lugar donde se venden los cueros (Entrevistados 8/07 y 9/07), a cinco nutrieros más (Entrevistados 11/08, 12/08, 13/08, 14/08 y 15/08) y a la única mujer nutriera entrevistada (10/08). Es decir, por ahora hemos entrevistados en total a quince nutrieros entre ellos una mujer, de los cuales dos nutrieros no han generado otros contactos y el resto pueden dividirse en dos redes de interacción distintas. La primera, con tres nutrieros que trabajan en Udaondo y la segunda, con diez nutrieros que cazan en el partido de Las Flores. Respecto a la edad de los entrevistados, todos tienen entre 45 y 70 años. Algunos se han dedicado desde jóvenes exclusivamente a la caza de nutria como actividad principal para obtener el sustento económico, otros la han realizado como actividad alternativa en tiempos de poco trabajo y dos de los entrevistados reconocen que cazan como forma de esparcimiento y para el consumo de la carne. En este trabajo, llamamos a los que se encuentran en los dos primeros grupos “verdaderos nutrieros” que es el nombre con el que ellos se reconocen, mientras que a los dos entrevistados del último grupo hemos decidido denominarlos “nutrieros ocasionales”. A diferencia de los primeros, estos se 1 Yo te recuerdo nutriero de tardecita pasada, Con una maleta al hombro al tintinear las trampas. Y al otro día temprano, aunque sea grande la helada, Alzabas las de 70 y las chiquitas al agua. (Fragmentos de Milonga del nutriero de Carlos Fernández, 2006.) 2 Para identificar a los entrevistados se les asignó un número de orden y el año en que fue realizada la entrevista. 281 La caza del coipo definen como gente que les gusta la caza y la pesca pero que lo hacen principalmente como actividad recreativa. Entre ellos no se hallaron expresiones que denotaran la pertenencia a un colectivo definido. Las entrevistas se realizaron sobre la base de una guía de preguntas semi-estructurada (Barragán et al. 2001) en relación con la caza del coipo, su aprovechamiento y comercialización. En algunos casos las entrevistas fueron individuales y en otros grupales. Las últimas se dieron en situaciones inicialmente proyectadas como entrevistas individuales, aunque terminaron convirtiéndose en entrevistas grupales. Esto sucedió porque en ocasiones se incorporaron agentes que tenían vínculos con el primer entrevistado y surgieron conversaciones, observaciones y anécdotas que enriquecieron nuestro conocimiento. No se siguió un orden en los temas tratados dándole libertad al entrevistado de que relatara sus experiencias personales con la jerarquía que considerara significativa. De esta manera se hicieron las entrevistas más flexibles y en el marco de un ambiente similar a una conversación. Los cuestionarios planteados fueron reformulados con el devenir de los encuentros de acuerdo con nuevas cuestiones que surgían con los informantes. En ellos las preguntas giraron en torno a las explicaciones y descripciones sobre los distintos aspectos involucrados en la caza. Así entre otras cosas, pudimos indagar sobre la tecnología empleada, el aprendizaje y las relaciones sociales y económicas que atraviesan la práctica. A través de esta información, pudimos acceder a descripciones y categorías émicas por medio de las cuales los agentes entrevistados otorgan sentido a su experiencia (Amaya 1984; Grebe Vicuña 1986; Arenas 1995, Sanmartín Arce 2000). Los nutrieros de Udaondo y Las Flores Los cazadores que se identifican dentro del colectivo de “verdaderos nutrieros” son aquellos que se guían por una serie de pautas prescriptivas ideales sobre la caza basadas en una relación de proximidad y respeto entre cazador-presa. No obstante, tal como señala Sánchez Garrido (2006) estas distinciones ocurren al interior del grupo, mientras que desde la perspectiva exterior todos los cazadores son parte del mismo colectivo homogéneo sujeto a estereotipos negativos asociados a la violencia, la muerte innecesaria de animales y la práctica ilegal. Igualmente, este autor menciona que la construcción del ideal que realizan los cazadores a partir de pautas prescriptivas dentro de lo que se considera un verdadero cazador, puede estar relacionado con la necesidad de identificar al colectivo con un discurso legitimador de su práctica. Hemos encontrado en ocasiones, contrastes entre este discurso ideal y la práctica, consideramos que estas diferencias se relacionan con la condición marginal del cazador en la actualidad. Esta situación de marginalidad, fue señalada ya a comienzos del siglo XX, pues la caza solía realizarse a escondida de los estancieros y chacareros quienes desconfiaban del nutriero debido a que su gran conocimiento del ámbito rural lo convertiría en “…un potencial cuatrero…” (Doeswijk 2005:86). Además fue observada a través de estudios etnográficos realizados a lo largo de las décadas de 1970 y 1980 (Griva 282 Paula Escosteguy y Virginia Salerno 1974; Amaya 1984; Rosato 1988). Así, Rosato (1988) en su estudio etnográfico con cazadores y pescadores de la zona del Delta del Paraná, observa que a la hora de comercializar su trabajo, los nutrieros se encuentran inmersos en una red de intercambio capitalista desigual. De la misma idea se hacen eco Griva (1974) y Amaya (1984). El primero trabajó en el marco de registro de historias de vida de diversos agentes sociales en la provincia de Santa Fe. Mientras que Amaya (1984) realizó sus trabajos etnográficos en algunas islas y poblados costeros y de tierra firme de la provincia de Corrientes entre los años 1982 y 1983, con cazadores de especies silvestres. Este autor, menciona que la caza era el principal ingreso económico, aunque no el único; los cazadores también eran pescadores, changarines, recolectores y su marginalización se hacía evidente en las instancias de comercialización de la actividad y las formas de producción organizadas a partir de los centros de acopio y no de los cazadores. Estudios más recientes se hicieron desde enfoques bioecológicos con el fin de generar información que promoviera el aprovechamiento sustentable de recursos silvestres en áreas de humedales. A pesar de que estos estudios no se centran en los aspectos socioeconómicos de la práctica, también mencionan las situaciones desfavorables de los cazadores. Por un lado, Pautasso (2002) se refiere al marco de asimetrías registradas en la comercialización y regulación (escasa y prohibitiva) de la caza en que se encuentran inmersos los cazadores. Por el otro, Bo et al. (2006a) informan que se debería poner en ejecución un plan de manejo y uso de este recurso que equilibre la distribución de los ingresos entre los distintos agentes intervinientes en el circuito comercial entre quienes hubo históricamente un alto desequilibrio, siendo el cazador el más perjudicado. En las entrevistas que hemos realizado, la situación socioeconómica de los cazadores se propone como un determinante para convertirse en un “verdadero nutriero”. Así, cuando los entrevistados hablan sobre su aprendizaje y las situaciones en que comenzaron a realizar la actividad, la pobreza surge como una categoría que describe la situación familiar: yo no tengo nada… y tengo todo, yo no le envidio nada a nadie, lo que tengo es mío y lo hice sabiendo que los conocimientos son míos, yo no te cuento esto de las nutrias porque me lo contó fulano, sino porque lo viví. He vivido dos o tres meses en la laguna, yo me levantaba a las cuatro de la mañana y me metía con el agua al pecho a nutrear (...) La nutria es el defensor de los pobres, acá no hay gobierno, no hay nada, vos nutreas y esto lo aprendes adentro de la laguna, aprendes donde come, aprendes cómo hacer nidos falsos, aprendes a hacerle comederos falsos (Entrevistado 5/07, Udaondo). Si bien, en todos los casos la presencia de otros trabajos es constante, estos no son suficientes como sustento económico o son inestables (puesteros, leñadores, albañiles, fleteros, entre otros). Es así que el principal aprovechamiento de la nutria para estos cazadores es la comercialización de las pieles. La carne también es un recurso valedero, pero para consumo familiar o para alimento de animales domésticos como perros y 283 La caza del coipo chanchos. El consumo está motivado por la necesidad y por gusto, es muy común que cuando se realizan las salidas de caza, que pueden durar varios días, se alimenten de lo que se caza y/o pesca. En general, la carne no es visualizada por los cazadores como un subproducto a ser vendido, a tal punto que un nutriero de Udaondo nos contó que probó esta opción sin creer que pudiera funcionar y se sorprendió porque llegó a vender hasta 70 nutrias limpias por día a $3 cada una. Es importante recordar que para 1980, nuestro país se convirtió en el mayor exportador de América Latina y uno de los principales a nivel mundial. Los cueros cazados provenían principalmente del Delta del Paraná bonaerense y el río Salado, ambos en la provincia de Buenos Aires (Rosato 1988), además también aportaban Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Córdoba y Mendoza (Bó et al. 2006a). Sin embargo, en la actualidad, esta comercialización se ha visto frenada por dos aspectos íntimamente relacionados: por un lado la situación socioeconómica y por el otro, la disponibilidad de este recurso animal. En los años de crisis posteriores al 2000 era muy común que los desempleados o pobladores pobres de áreas rurales, se dedicaran a la caza de nutrias con el fin de obtener su medio de subsistencia (Doeswijk 2005). Sin embargo, unos años antes la captura estaba motivada por la gran demanda extranjera que determinaba el precio del cuero a 8 U$S cada uno (Bó y Quintana 1999). Por otra parte, la factibilidad de cazar nutrias está condicionada por la disponibilidad del recurso que disminuye considerablemente con las sequías prolongadas, es así que los nutrieros informan que han dejado de “nutrear” en los últimos años a causa de la escasez que atribuyen a la sequía. Esta variación en la oferta faunística es observada también por los estudios biológicos que se están desarrollando desde el Proyecto Nutria en las provincias nutrieras de nuestro país (Bó et al. 2006a; Bó Com. Pers. 2009). Estos estudios informan que el recurso tiende a escasear tanto durante tiempos de sequía como de inundaciones extremas que pueden impedir la aptitud del hábitat. Lo interesante de las inundaciones es que pueden generar la merma de animales en un hábitat, mientras que en otros pueden promover su abundancia. Estos escenarios dispares pueden tener como consecuencia la imposibilidad de cazar en algunas zonas mientras que en otras la actividad cinegética es desmedida. El último evento de este tipo se registró en 1998 cuando una gran inundación se combinó con condiciones de mercado favorable permitiendo que se cazaran oficialmente cerca de 8.000.000 de coipos (Bó et al. 2006b) y cada cuero se pagaba $10. Esta circunstancia se revirtió en sólo un año cuando el principal comprador, la ex Unión Soviética cerró el mercado con la consecuente reducción del valor de cada cuero a la mitad ($4) (Guichón 2003). Además, estos estudios bioecológicos dan cuenta de una situación de sobrecaza e informan que la misma es “compensada” en momentos en que la dinámica hidrológica es normal como sucedió hasta hace unos años. No obstante, en períodos ambientales críticos como el actual, la sobrecaza genera que este recurso tienda a disminuir drásticamente. En otras palabras, los factores compensatorios pueden dejar de actuar si ocurren algunos factores naturales (por ejemplo modificaciones en el régimen hidrológico como sequías o 284 Paula Escosteguy y Virginia Salerno inundaciones extraordinarias; enfermedades) o antrópicos (obras de infraestructura para el manejo del agua) (Bó et al. 2006b). En todos los relatos se hacen referencia a las décadas del 1980 y 1990 como momentos de mucha ganancia y prosperidad y aquellos que han dejado de “nutrear” aseguran que si “hubiera nutria” volverían a cazar. En muchos casos, la necesidad económica es identificada como una condición iniciática para introducirse en la actividad del nutriero. Sin embargo, los entrevistados proponen que esta condición no es suficiente para “ser un nutriero”. A medida que compartimos tiempo y realizamos entrevistas, los nutrieros nos fueron introduciendo en un mundo de anécdotas y recuerdos donde el placer/disfrute aparece como un implícito necesario para ser nutriero. Este disfrute, se propone como el atributo que permite al cazador sobrellevar el esfuerzo, sacrificio y soledad implicados en la realización de esta actividad: “…tenés que ser un cazador neto (…) no es para cualquiera” (Entrevistado 7/07, Las Flores). …casi siempre solo. Es un trabajo que lo tenés que hacer solo. Te acostumbras. No hay que ni hablar, y yendo de a dos siempre se hace ruido (...) ¿a qué joven le va a gustar andar con el agua a las 6 de la mañana en la laguna o el agua estanqueada? Porque es muy… tremendamente inhumano, porque las heladas... ¿vos sabes hasta que profundidad escarcha el agua? cuando vos vas que hay una helada grandísima. Y viste la nutria… hay que andar, no es solo que la agarras y la cuereas. (Entrevistado 5/07, Udaondo) A partir de la información que los nutrieros nos han brindado sobre el modo de aprendizaje y la organización de tareas, se puede afirmar que la organización del proceso de trabajo está mediada por relaciones de parentesco dentro de cada vivienda. Recién en el momento de la comercialización el cazador participa en sistema de asimetrías capitalista. Esta forma de organización del trabajo en base a vinculaciones laborales no formales también fue observada por Rosato (1988) en sus etnografías durante la década de 1980. Esta autora plantea que las unidades domésticas funcionan como unidades productivas y se articulan con el sistema mayor capitalista en las que están insertas. De tal manera resulta una organización muy compleja basada en relaciones de desigualdad. En la mayor parte de los casos, el aprendizaje es mediado por la práctica y se trasmite entre generaciones. La transmisión involucra conocimiento y un modo de actuar que se aprehende e interioriza mediante la acción y observación. Ocurre que desde la infancia los nutrieros acompañan a los adultos que suelen ser sus padres y de esta manera aprenden el oficio. En las citas siguientes pueden observarse dos casos diferentes: en el primero la caza como parte de la estrategia familiar de subsistencia, en el segundo la caza como parte de una tradición familiar, una herencia que no se puede rechazar. …nosotros venimos de cuna, tatarabuelo, abuelo y bueno, mi padre, quien fue él que me enseñó. Yo tenía siete años y ya andaba atrás de mi papá, con las trampas y el agua a la cintura. (…) ya viene de generaciones, y seguimos nosotros, los hijos de nosotros no. (...) lo hacíamos porque éramos muy pobres, la necesidad… cuando yo necesité realmente me aproveché de ella [de la 285 La caza del coipo nutria], antes lo hacíamos porque lo seguíamos a nuestro padre, y lo TENÍAMOS que hacer, era un medio de vida (Entrevistado 12/08, Las Flores). Mi viejo, mi padre fue ‘NUTRIADOR’, o sea mi abuelo fue nutriador, mi padre fue nutriador, todo de familia. Y todo así, todo de herencia. Después cuando yo me crié, salí con mi hermano, así aprendí. Después los chicos estos salieron conmigo y aprendieron conmigo y todo así. Es una cadena que es muy difícil cortarla, de terminarla (Entrevistado 15/08, Las Flores). Podemos diferenciar dos espacios y momentos en el proceso de trabajo de la caza: el momento de la captura del animal, que involucra el traslado de los cazadores y en ocasiones la permanencia durante varios días en territorios de caza. Luego, una segunda instancia en el proceso de trabajo está dada por el procesamiento de las nutrias en el ámbito doméstico para la obtención de sus subproductos. Mientras que las partidas de caza son realizadas por hombres, ya sea solos o en grupos, en el segundo momento del proceso de trabajo, si hay mujeres en la estructura familiar; éstas suelen colaborar en el procesamiento de los cueros y/o en la preparación para el consumo. De tal modo puede decirse que el ámbito doméstico, relacionado con el procesamiento de la presa es un espacio donde participan mujeres y hombres, mientras que el espacio de la excursión y la caza se propone como actividad casi exclusivamente masculina: “…mis hermanas nunca iban (…) ellas ayudaban con el asunto de la piel, acá. Ellas ayudaban acá en la casa, para preparar la comida también…” (Entrevistado 12/08, Las Flores). A pesar de ello, en dos ocasiones nos hablaron de mujeres que también forman parte de la actividad de captura. Sólo pudimos contactar a una nutriera quien aprendió el oficio siendo adulta acompañando a su marido, motivada por la necesidad económica, aunque aclara que se crió en el campo y siempre le gustó cazar “todo tipo de bicho”. La entrevistada comentó que no conocía de otras mujeres cazadoras por la zona. Me metí al agua, a nutrear a la laguna porque… bueno, no teníamos nada, como todos…arrancamos con nada. Y un día fue él [en referencia al marido] y agarró dieciséis nutrias. Y yo le digo: ‘¡no vas a sacar las trampas!’, porque él tenía que irse a trabajar a la hacienda. Entonces le digo: ‘yo voy a ir…agarré dieciocho nutrias’ (Entrevistado 10/08, Las Flores). Sobre ella, nos enteramos a través de otros nutrieros quienes resaltaban su habilidad en la caza y en el procesamiento de las nutrias, además de su ganancia en la venta de pieles. Sin embargo, en general los entrevistados destacan que éste es un trabajo de hombres, que las mujeres no participan de la captura del animal, ni siquiera cuando ellos se trasladan durante varios días a lugares específicos para cazar nutrias. En estas “ranchadas” sólo conviven hombres adultos quienes en ocasiones son acompañados por sus hijos durante el aprendizaje del oficio. Por ello, acordamos con la observación de Sánchez Garrido (2006) en que la instancia de salir al campo, capturar la presa y trasmitir el saber asociado a estas actividades, es la que define la masculinidad de la caza. 286 Paula Escosteguy y Virginia Salerno Los “verdaderos nutrieros” utilizan trampas Los “cazadores ocasionales” atrapan las presas con herramientas no especializadas, según la situación, utilizan lo que se encuentra disponible. Por ejemplo si las nutrias están adentro de sus cuevas se utilizan tanto palas para excavar como un alambre enroscado para enganchar la presa y sacarla a tirones. Cuando las nutrias están en el río también pueden ser cazadas con armas de fuego, o la ayuda de perros. Estas prácticas no permiten discriminar la presa que se va a atrapar. En cambio, los “verdaderos nutrieros” utilizan trampas, técnica que requiere de una planificación y organización de la actividad que no está presente en el caso de los cazadores ocasionales. Además la caza con trampas permite obtener muchas presas por día, lo que es esencial para juntar una determinada cantidad de cueros para la venta. La colocación de trampas exige tiempo y esfuerzo que no están presentes en otras técnicas: por lo general, se colocan al atardecer y se retiran al amanecer, los nutrieros acuerdan en que no deben transcurrir más de 8 horas porque la nutria está viva y puede rasgar el cuero de tanto tironear para soltarse. Además las trampas se colocan dentro del agua, “es necesario mojarse”, de forma tal que se atrapen las nutrias de tamaño grande y no las crías; cuando esto sucede los pichones suelen ser liberados. Para lograr una caza eficiente y obtener los subproductos, más allá de la cantidad de trampas y la calidad de los instrumentos con los que se cuenta, es fundamental el conocimiento y la habilidad del cazador. Ambos se adquieren en la práctica cotidiana. Nos interesa resaltar que el conocimiento abarca un amplio espectro sobre la etología y biología del coipo. Este saber es necesario para establecer una estrategia adecuada al momento de tender las trampas: se reconocen los lugares por donde va a pasar o no el animal, se realizan determinados movimientos en el paisaje para no generar olor y ruido y engañar a la nutria “corrida” para que vaya por la zona donde se tendieron las trampas, se montan nidos y caminos falsos. Consideramos que este conocimiento permitiría a los nutrieros realizar un aprovechamiento sustentable y en este aspecto encontramos una fuerte tensión entre lo que se dice y lo que se hace. Ya que, como ellos mismos afirman, cuando un nutriero realiza su trabajo es movilizado por la necesidad y no siempre puede optar por la restricción de la caza en tiempos de veda y la cantidad o edades de las presas. Es así que se convierten en lugares comunes las categorizaciones que distinguen al “verdadero nutriero” del que no lo es, según qué técnicas de caza utiliza y la relación que establece con su presa, se sanciona la captura de crías y la caza con perros o armas de fuego pero se reconoce que si hay necesidad debe hacerse: …la agarran con perros y no ve si es grande o es chica. Nosotros tendíamos a 25 cm así el pichón no lo agarras nunca en cambio la nutria grande, se afirma. Pero eso lo hace el trampero verdadero, el que sabe (Entrevistado 7/07, Las Flores). 287 La caza del coipo yo me meto con las trampas y sé si una nutria es parida, si es un pichón o si es nutrio. Ésa es la identificación que tengo yo como ‘nutriero’. Yo no puedo ir a la laguna y poner una trampa acá porque vi un rastro, porque luego agarrás un pichoncito así que no sirve para nada (...) los cazadores ocasionales…encuentran los perros las nutrias, algunas las matan ellos, otras los perros y las meten en bolsa. Para comer, porque los cueros se destrozan, no sirven para vender. Es como cazar con carabina, la nutria que cayó en el agua honda la dejan tirada (Entrevistado 5/07, Udaondo). …si se trampean pichones o uno ve que el cuero no da la medida las larga, el nutriero verdadero la larga, porque el corte que se le ha hecho cicatriza en seguida y uno deja que se críe, si no cae a la trampa algún otro día, sirve como madre (Entrevistado 4/07, Udaondo). A la vez, la nutria es dotada de características que la hacen merecedora de cuidado: inteligente, curiosa y protectora. …cuando se sale de caza no hay que hacer ruidos. Además la nutria es un animal que tiene mucho olfato. Vos estás nutriando en una laguna de ahí y vas con algún perro y ellas lo sienten enseguida, no encontrás ninguna. Ella tiene su defensa, no son tontas. Entonces le tienen miedo al perro (Entrevistado 5/07, Udaondo). Un día por ahí podías colocar las trampas en los mejores lugares que se les llama, donde ella come…porque son muy audaces, son muy inteligentes, son animales que vos…el nutriero tiene que ser muy inteligente y ella es un animal inteligente…más cuando anduvo otro nutriero… (Entrevistado 12/07, Las Flores). Dónde cazar, el uso del espacio Los territorios de caza son zonas donde hay cuerpos de agua: ríos, lagunas, arroyos o espadañas. A partir de las entrevistas, podemos saber que en los ríos las nutrias están “de paso”, mientras que en las lagunas las nutrias “se quedan”, esto marca una diferencia importante en el momento de poner trampas y establecer las estrategias de caza. En muchos casos, estos elementos del paisaje se encuentran en territorios privados por lo que el ingreso queda determinado al permiso de los dueños. En general este permiso no se otorga excepto que se conozca mucho al cazador pues el robo de ganado está asociado al nutriero; esta visión despectiva a veces es compartida por ellos mismos, aunque reconocen que los “nutrieros verdaderos” no lo hacen: “…en los campos no entra cualquier cazador, porque hay gente que va a buscar nutrias y te sale con un cordero al hombro” (Entrevistado 1/07, Udaondo). 288 Paula Escosteguy y Virginia Salerno Como consecuencia, en muchos casos el nutriero se ve obligado al ingreso ilegal al territorio de caza y desarrolla distintas estrategias para mantenerse oculto: En las lagunas muy grandes, (…) anidaban en el medio de la laguna, usaban el nido de una alimaña, por ejemplo y lo iban agrandando, agrandando, hasta quedar una balsa flotante. (…) se quedaban 20 días en la laguna, salían lo necesario. Y vivían de nutrias y pescaban…nada más (Entrevistado 7/07, Las Flores). …antes nosotros teníamos que hacer nido adentro de la laguna. Levantábamos ortigas cortábamos huncos y nos metíamos adentro y ahí estábamos adentro de la laguna. Y agarrábamos el hunco y los doblábamos y atábamos y hacíamos nido ahí adentro. Entrábamos de noche y salíamos de día (Entrevistado 14/07, Las Flores). Actualmente la caza de nutrias está regulada por la administración provincial (Dirección de Contralor de los Recursos Naturales y Pesqueros, Ministerio de Asuntos Agrarios y Producción, Provincia de Buenos Aires) y nacional (Dirección de Flora y Fauna Silvestres, Ministerio de Desarrollo Social). Estos organismos establecen la cantidad máxima de cueros exportados por provincia y pueden llegar a realizar confiscaciones (Guichón 2003). En 1986 se estipuló en Buenos Aires, mediante una ley, que las municipalidades eran las encargadas de la expedición de licencias de caza comercial y la inscripción de establecimientos productores de nutria, entre otras cosas3. Este hecho fue mencionado por algunos entrevistados y uno de ellos comentó que en una ocasión había alquilado una laguna para poder cazar. Fuera de estas situaciones de privilegio, el común de los cazadores, tiene dificultades para conseguir una patente o como ya se señaló, no es bien recibido en el campo privado. Los nutrieros comentan que otra de las razones para levantar las trampas al amanecer es porque están en territorios donde no tienen permitido estar o porque cazan en época de veda pues la caza sólo está permitida entre mayo y septiembre (Guichón 2003). Otra cuestión derivada de la circunscripción de los cotos de caza es la competencia interna entre cazadores. Aunque los entrevistados no lo mencionan directamente, este hecho se vislumbra cuando se habla del robo de trampas y presas por otros nutrieros en territorios compartidos. Yo estuve en una laguna ahí en Monte, llamada La Huella, una estancia y estábamos cuatro hermanos y entraba gente de Monte, para eso siempre teníamos que andar cuidando de que no se metieran. Calcule que cuando se meten 4 o 5, la parte que tiene… se la llevan ellos (Entrevistado 15/08, Las Flores). 3 Ley 10401, Provincia de Buenos Aires. Sistema Argentino de Informática Jurídica. Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, http://www.saij.jus.gov.ar 289 La caza del coipo Los nutrieros que son puesteros cuentan con la ventaja del acceso irrestricto al territorio de caza, siendo ellos los únicos cazadores autorizados. Otras opciones de entrada libre surgen cuando los propietarios encargan eliminar las nutrias para evitar pérdidas en el campo: “…Y como a mi no me podían pagar, lo que me daban en la estancia era muy poco, entonces me daban a mi la laguna, todo para nutriar y la casa. Yo ganaba más con la nutria” (Entrevistado 14/07, Las Flores). …había muchísimas nutrias ahí, yo le daba un 30% al dueño del campo y tenía que terminar si o si porque el primer año que habían sembrado girasol le comieron como 15 hectáreas cerca de la laguna. Las volvieron a sembrar y se las volvieron a comer y las iban a envenenar… (Entrevistado 15/08). La venta de pieles Las pieles que son comercializadas en nuestro país, provienen tanto de animales silvestres como de animales reproducidos en cautiverio. Esta última modalidad, existe desde 1920, sin embargo el volumen producido en los criaderos sólo representa el 2% de los cueros comercializados. En consecuencia, la mayoría de pieles que ingresan al mercado provienen de animales capturados en su entorno natural (Guichón 2003). En estos casos, la comercialización de las pieles está organizada en función de necesidades y determinaciones que exceden a los nutrieros: sólo se compran cierto tipo de cueros y según sus medidas se establece el precio. Además está prohibida la comercialización de cueros con medidas menores a 65 cm. Esto implica que si un cuero no llega a la medida por poco o si tiene una marca, su precio puede bajar a la mitad, desvalorizando en demasía el trabajo de la caza y el procesamiento: …después no sirve, nos agarramos una bronca, esa es la mayor bronca que te da, porque el cuero con un agujerito que tenga aunque sea chico, así, ya no es lo mismo, ya no tiene el valor que el [cuero] peletero (Entrevistado 6/07, Las Flores). La piel recorre una larga cadena de negociaciones entre sujetos condicionados por la necesidad de sobrevivir. En algunos casos, los nutrieros venden a las barracas locales quienes a su vez venden los cueros a los peleteros o exportadores. En otros casos, …iba ahí en Avellaneda a las peleterías y… las vendía directamente. Pagaban más. Si es nutria de exportación, porque la nutria se saca todo para afuera acá no dejan nada. O sea acá lo que compras si vos te compras una campera de esas de nutria, tenés que comprarla cuando viene de vuelta, acá no hacen nada. Eso va todo afuera. Y la nutria de exportación va toda… la curten nada más y se va así no más como está, ni la abren. Mucha nutria… a ese tipo que yo le llevaba eh, le llevaba… la exportaba así nomás como se la vendía yo la exportaba (Entrevistado 15/08, Las Flores). 290 Paula Escosteguy y Virginia Salerno Una vez que las teníamos secas las apilábamos, las prensábamos con una madera para que no se torcieran y las dejábamos ahí. Por ahí venía un comprador de nutrias, si sabía que vos vendías venía. Siempre peleábamos el precio porque te compraban viste…extra grande le llamábamos nosotros de 80 para arriba, si hay extra grande te pagaban un poquito más por ser tan grande el cuero. La medida lógica era 75 (Entrevistado 10/08, Las Flores). Puede decirse que en las últimas décadas la actividad del “nutriero” varió a lo largo del tiempo debido principalmente a los precios que se pagan en el mercado. Así, los nutrieros experimentan y toman decisiones para la actividad de caza y procesamiento de acuerdo con las necesidades del mercado, aunque no hay un conocimiento completo de qué se hace con las pieles y por qué esas son las reglas. De esta comercialización, la mayor parte de los cazadores que entrevistamos obtienen lo mínimo necesario para vivir y reproducir su sistema de vida. Por ejemplo, un nutriero de Udaondo nos contó que luego de “nutriar” un invierno entero llegó a vender 1.200 presas y con esa plata se hizo “la rastra y el cuchillo” (Entrevistado 5/07). En las Flores, uno de los entrevistados (12/08) comentó que se iba de ranchada toda la semana y con eso sumaba dinero para salir el fin de semana “pero el lunes hay que salir otra vez”. Una situación diferente la observamos en el matrimonio de cazadores en Las Flores (Entrevistados 10/08 y 11/08), ellos afirman que “se hicieron la casa con las nutrias”. Su historia es repetida por diferentes nutrieros de la zona, por lo que creemos que se convierte en un modelo a seguir: “si vos trabajás en el campo tenés que hacer sacrificios, y si no tenés nada, con más razón (…) el sacrificio lo tenés que hacer cuando sos joven…”. Manteniendo esta idea, ella y su marido se “sacrificaron” para hoy tener una casa grande con un negocio en el pueblo: pasaron sus primeros años de matrimonio, de día, trabajando el campo del patrón y de noche, cazando para sumar extras. A pesar de ser el último peldaño de esta cadena asimétrica y tener pocas posibilidades para decidir sobre el modo en que se desarrolla la negociación, los nutrieros establecen tácticas de resistencia para sumar valor a su trabajo. De forma improvisada y según las posibilidades que cada uno tiene, éstas van desde buscar otros canales de venta saltando eslabones de la cadena de intermediarios a lo que los nutrieros llaman “viveza criolla”: disimular pequeñas marcas del cuero y manipularlo cuando se lo estaquea para que llegue a la medida. LA CAZA DE NUTRIAS EN PERSPECTIVA HISTÓRICA En numerosos conjuntos arqueológicos de la subregión Pampa Húmeda se han hallado restos óseos pertenecientes a coipo. Su presencia se registra desde momentos tempranos en los sitios La Moderna y Cueva Tixi, pero su consumo sólo está documentado en este último (Mazzanti y Quintana 2001; Martínez y Gutiérrez 2004). Posteriormente, son abundantes sus huesos en conjuntos que se ubican cronológicamente en el Holoceno tardío llegando hasta momentos previos al contacto con los españoles. La abundancia de estos huesos, junto a huellas dejadas por los instrumentos durante su aprovechamiento, 291 La caza del coipo demuestra que fue un recurso ampliamente explotado. En sitios arqueológicos del partido de Chascomús, el coipo fue una parte muy importante de la dieta de los cazadores recolectores pescadores, sumado a la explotación de peces, aves y cérvidos. La misma situación se repite en los sitios arqueológicos del nordeste bonaerense, por ejemplo Río Luján y Cañada Honda y en otros del Humedal del Paraná inferior (Salemme 1987; González et al. 1997; Acosta 2005; González 2005; González et al. 2006; Escosteguy y Lanza 2007; Escosteguy 2008a). A partir del análisis de los conjuntos zooarqueológicos mencionados, se pudo postular que en tiempos prehispánicos ya se realizaban actividades de cuereo, desarticulación y descarne de esta especie (Escosteguy y Lanza 2007; Escosteguy 2008a y b). De esto se desprende que la carne y el cuero fueron dos subproductos aprovechados. Probablemente, las pieles fueron utilizadas e intercambiadas por otros bienes. Además, se han propuesto otros usos para este recurso: sus incisivos como adornos (Pérez García 2001) o como instrumentos para la decoración cerámica (González 2005); sus huesos como soporte para la confección de instrumentos (Mazzanti y Quintana 2001; Santini 2008). Los conjuntos zooarqueológicos a partir de los cuales se obtuvo esta información sobre el aprovechamiento del coipo, presentan fechados que van desde 2400-400 AP (González 2005; González et al. 2006). En este período se maximiza su aprovechamiento y acontecen procesos culturales muy importantes. Por ejemplo, la ocupación reiterada o prolongada de los sitios, las innovaciones tecnológicas y la intensificación en el uso de tecnologías preexistentes (arco y flecha, alfarería, artefactos de molienda), el intercambio inter e intra regional, la presencia de materiales exóticos y una diversificación de la dieta. En cuanto a este último punto, en este período no sólo se explota gran variedad de animales sino que se observa un mayor énfasis en el aprovechamiento de recursos de tamaños mediano y pequeño (peces, aves, roedores, lagartos y armadillos) muchos de los cuales se caracterizan por tener ciclos reproductivos cortos y mayor cantidad de crías por parición. Este cambio en la estrategia alimentaria no estaría relacionado con una variación en la oferta ambiental sino que estaría vinculado a todos los desarrollos culturales acaecidos en este período (Mazzanti y Quintana 2001; Politis y Madrid 2001; Martínez y Gutiérrez 2004; González 2005; entre otros). Además de la información proveniente de la cultura material (arqueológica), la utilización de la nutria ha sido registrada continuadamente a través de los siglos por parte de viajeros y cronistas. En estos relatos, se ha documentado el consumo de carne y el procesamiento del cuero para abrigo y confección de tiendas así como también una división de tareas por género en la que los hombres cazan y las mujeres participan en el procesamiento de la presa en el ámbito doméstico. A continuación se hace mención de estas descripciones. Uno de los primeros registros del aprovechamiento del coipo es el de Ulrico Schmidel. Este soldado acompañó a Pedro de Mendoza en su viaje al Río de La Plata en 1534, y menciona la abundancia de mantos de pieles de nutria entre los indios querandíes (Schmidel [1534/54] 1903). Posteriormente a lo largo del siglo XVI y durante el siglo XVII, las sociedades aborígenes que habitaban la Pampa y la Patagonia comienzan a 292 Paula Escosteguy y Virginia Salerno involucrarse en redes de intercambio con los hispanos criollos en términos de autonomía relativa (Palermo 2000). El “Río de la Plata” se convirtió progresivamente en el centro de una serie de redes comerciales entre hispanos e indígenas que se estructuraron a lo largo de estos siglos. Durante el siglo XVII, la región norte del río Salado, que era la periferia del imperio colonial, se conformó en un “territorio de contacto” (Frère 2000) más que en una frontera. Este contacto estuvo principalmente motivado por las relaciones comerciales entre indígenas y españoles (Frère 2004). A mediados de este siglo, Acarette du Biscay recorrió gran parte de la cuenca del Plata y el Alto Perú. En estos viajes observó el uso de las pieles de nutria como abrigo por parte de los nativos y la gran abundancia de coipos en los ríos que desembocan en el río de La Plata (Acarette [1657/59] 2001). Sin embargo, no se menciona su intercambio con la población hispanocriolla. Los registros dejados por los padres jesuitas que se establecieron en reducciones bajo la dirección de la Compañía de Jesús a mediados del siglo XVIII dan cuenta de diversas facetas de la vida cotidiana de los grupos autóctonos y del entorno ecológico donde éstos vivían. Tanto aquellas ubicadas en la región chaqueña como las emplazadas al sur del río Salado en la provincia de Buenos Aires, promocionaron relaciones comerciales más frecuentes entre los grupos aborígenes reducidos y los distintos integrantes de la sociedad hispano-criolla y entre distintos grupos étnicos permitiéndoles obtener otros objetos de valor (Hernández Asensio 2003; Lucaioli y Nesis 2007). Estas reducciones fueron centros de intercambio y generaron nuevos circuitos de comercio que intentaron ser regulados por los padres misioneros controlando los objetos intercambiados, en especial impulsando la exclusión de las armas de fuego y las bebidas alcohólicas (Hernández Asensio 2003; Néspolo 2007). Sin embargo, en la frontera pampeana comienzan a aparecer las primeras pulperías a mano de negociantes hispano-criollos que intentaron con frecuencia transgredir las prohibiciones de los jesuitas para obtener mayores beneficios económicos (Hernández Asensio 2003). A la vez, algunos misioneros fueron importantes naturalistas que describieron e ilustraron en detalle la fauna y flora de las diversas regiones que visitaban en sus misiones religiosas. Varios de estos religiosos volcaron este conocimiento en obras que fueron publicadas y traducidas a varios idiomas. En la región chaqueña austral el padre Martín Dobrizhoffer convivió con los indios abipones ([1748/69] 1967) mientras que Florian Paucke se estableció entre la parcialidad mocoví ([1749/67] 2000). Ambos hacen referencia al uso integral de diferentes recursos económicos por parte de las poblaciones aborígenes. En estos relatos mencionan el aprovechamiento del coipo o nutria y sus usos. Dobrizhoffer ([1748/69] 1967) también relata una de las formas en que este roedor es capturado: Los Abipones salen generalmente a cazar nutrias cuando durante una sequía de largos años se secan casi por completo también los ríos y los lagos que entonces pueden vadearse de a pie. Ellos envían adelante sus galgos y en un solo día matan algunos cientos de nutrias ([1748/69] 1967:380). 293 La caza del coipo Con respecto al destino de las pieles, ambos misioneros comentan su utilidad para la confección de vestimentas. También destacan la habilidad de las mujeres para el curtido y decorado con pintura. Paucke ([1749/67] 2000:152) al describir las vestimentas de los mocovíes, destaca que las mujeres habitualmente se cubren con unas mantas de cueros de nutrias que ellas mismas preparan, uniendo “…entre dieciocho a veintidós cueritos y está pintada por afuera en un todo con figuras rojas.” También detalla la forma en que las disponen sobre el suelo para poder trabajarlas con la pintura. Otro misionero que describe los usos y costumbres de los aborígenes es el médico Thomas Falkner que se estableció al sur del río Salado en la provincia de Buenos Aires a mediados del siglo XVIII. Junto al Padre Cardiel fundaron las reducciones de Nuestra Señora del Pilar de los Serranos (también conocida como la reducción del Volcán) y Nuestra Señora de los Desamparados (Néspolo 2007). Al igual que los misioneros anteriormente nombrados, Falkner relata que se confeccionaban mantos y abrigos con distintas clases de pieles cocidas entre sí, entre ellas la del coipo. Estas pieles también se empleaban en la elaboración de toldos y tiendas. El cronista también destaca el consumo de su carne y la describe como agradable para ser ingerida (Falkner [1744/46] 1974; Outes 1898). Con la creación del Virreinato del Río de la Plata y el puerto comercial de Buenos Aires hacia fines del siglo XVIII, la cuenca del río Salado empieza a tener mayor importancia para la región de la ruta al Potosí (Banzato 2005). Los intercambios entre hispano-criollos y aborígenes, se realizaron en el marco de un equilibrio relativo que combinaba robos y saqueos en los espacios fronterizos. En ocasiones algunos grupos aborígenes utilizaban las contradicciones de las jurisdicciones para ofrecer sus productos en una zona mientras guerreaban en otra y hasta incluso vendían botines de guerra; situación que se extendió hasta fines del periodo colonial (Palermo 2000). Hasta este período la explotación del coipo se registra como actividad económica por parte de las poblaciones aborígenes de las regiones pampeana y nordeste de nuestro país. En algún momento, el aprovechamiento de este recurso se hizo extensivo a las poblaciones hispanas y sus pieles se convirtieron en objeto de comercialización. Es posible considerar que el cuero de coipo fuera incorporado como producto a comerciar a través de los abundantes intercambios hispano-indígenas que caracterizaron esta época como por intermedio de los incipientes comerciantes que se instalaron en las zonas de fronteras o las recorrían ofreciendo sus productos. Hacia 1770 ya se registraban pulperías instaladas en la línea de frontera de la provincia de Buenos Aires, en las que era habitual la comercialización de “productos del país”, dentro de los cuales se destacan los ponchos “pampas” de manufactura indígena y los cueros de nutrias. También las pulperías volante, que recorrían en carretas el extenso territorio de frontera, en algunos casos intercambiaban productos por otros artículos locales como las pieles de coipo; en otros, compraban los productos a los chacareros o labradores locales a cambio de dinero que les permitiera cubrir otros gastos (por ejemplo alquileres, sueldos). Este intercambio de productos era una práctica común en una sociedad no monetarizada (Mayo y Latrubesse 1998; Virgili 2000). Mayo y Latrubesse (1998) también dan cuenta de un documento del Juzgado del Crimen registrado en el Archivo Histórico de la 294 Paula Escosteguy y Virginia Salerno Provincia de Buenos Aires en donde se relata la requisa efectuada a una pulpería volante que en 1808 se encontraba al sur del río Salado cuando el pulpero se disponía a comercializar con un grupo de nutrieros. Otras menciones sobre la comercialización de cuero de coipo datan de principios del siglo XIX, época en que fueron muy importantes las exportaciones de productos animales y vegetales realizadas desde las provincias del litoral. Los cueros vacunos constituyeron un gran volumen de lo comercializado. Sin embargo, también se exportaban a la Aduana porteña, cueros silvestres como los del coipo. Aunque en general se puede decir que durante el período colonial el comercio litoraleño se incrementó de forma considerable, la influencia de las guerras de la independencia perjudicó el intercambio entre provincias productoras de cueros de coipo como Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes. Esta situación se revirtió después de 1826 y continuó hasta mediados de siglo. Desde Santa Fe, la exportación hacia Buenos Aires de cueros de nutria fluctuó con un pico máximo en los años 1826-1827 cuando se mandaron 11.000 docenas de cueros para exportar por ultramar; los mismos eran empleados en la confección de sombreros. Posteriormente a este auge, su negocio disminuye y oscila a lo largo de los años, situación que se ve influenciada por los cambios medioambientales y por la caza indiscriminada. No obstante, su demanda se mantuvo, aumentando los precios (Schmit y Rosal 1995). Por otra parte, un dato importante es que esta actividad comienza a ser regulada por la gobernación de Buenos Aires a través de vedas de caza impuestas por el gobernador de aquel entonces, Martín Rodríguez. Un decreto de 1821 limitaba la caza entre abril y julio. Sin embargo, estas prohibiciones no fueron tomadas en cuenta (Palermo 1983; Chambouleyron 1993). Mac Cann ([1847] 1969) también da cuenta de la gran abundancia de este mamífero en el río Salado (Buenos Aires) y destaca la importancia de la comercialización de sus cueros que luego eran exportados a Europa. Y para 1860 uno de los sectores con mayor producción de cueros de nutrias es el Delta del Paraná siendo ésta una de sus principales actividades económicas (Galafassi 2004). A fines del siglo XIX, las pieles de coipo circulaban en extensas redes comerciales y de intercambio que involucraban tanto a poblaciones aborígenes como hispanas. En 1871 el coronel Manuel Obligado, Jefe de la Frontera Norte, resaltaba el hecho de que los indios reducidos del Nordeste santafesino comercializaban tanto con otros indios montaraces como con la comunidad criolla. A estos últimos (en algunos casos autoridades locales y pulperos), les vendían las pieles de nutria, ciervo y tigre a cambio de pólvora, balas y aguardiente. En esta región era habitual que los indios realizaran incursiones a las colonias cercanas como Alejandra y California donde robaban ganado y obtenían cautivos. Es por esta razón que el coronel Obligado tilda de comercio usurero al intercambio comercial que permitía a los indígenas armarse (Maffucci Moore 2007). Este panorama comienza a modificarse hacia fines del siglo XIX en la región pampeana, donde ocurren transformaciones sociales, económicas y culturales como consecuencia del colapso del sistema colonial y la integración definitiva a las reglas del mundo capitalista. En los nuevos términos comerciales cobró mayor importancia la exportación a Europa de materias primas derivadas del ganado vacuno y ovino. Las tierras adquirieron un valor 295 La caza del coipo muy elevado en relación a momentos previos y los grupos que habitaban en la región sufrieron fuertes presiones. Los momentos más violentos de este proceso se manifestaron en la región pampeana con las campañas militares de la década de 1830 y luego, en la Patagonia con los avances militares del roquismo durante la década de 1880 (Palermo 2000). Algo similar sucedió con la región Nordeste donde se intentó extender la frontera al norte del río Salado (Santa Fé), siendo una de las estrategias del gobierno el establecimiento de colonias de extranjeros para poblar el “desierto”. Esta situación dilató paulatinamente los conflictos entre los indios y los “blancos” por la disputa del espacio y los recursos. A tal punto que en algunos casos, las autoridades también recurrieron a campañas militares contra grupos aborígenes (Maffucci Moore 2007). Si bien, éste no es el espacio para desarrollar los cambios mencionados, nos interesa destacar dos aspectos involucrados en estos procesos. La reducción del sistema regular de comercio entre hispano-criollos e indígenas en los espacios fronterizos y una violenta política de ocupación de tierras por parte del estado (Palermo 2000). Como producto de estas transformaciones se constituyó un nuevo escenario rural en el que la delimitación y restricción de la circulación en el espacio tuvo un rol fundamental. A la vez, las nuevas modalidades de trabajo generaron fuertes modificaciones en el estilo de vida de los sujetos sociales que habitaban esta región. A partir de excavaciones arqueológicas en sitios rurales de la provincia de Buenos Aires (partidos de San Isidro, Esteban Echeverría, Coronel Brandsen, Guaminí) de fines del siglo XIX y principios del XX, se sigue documentando el consumo de animales silvestres. Estos constituían una baja proporción de la dieta y se complementaban con los animales domesticados (vaca, oveja, cerdo, gallina). Entre los recursos obtenidos mediante la caza, se constató el aprovechamiento ocasional del coipo, pues en general sus restos son escasos, aunque no se descarta algún sesgo de representación debido a que los restos óseos provienen de basureros (Brittez 2000 y bibliografía allí citada; Silveira y Bogan 2007). En las primeras dos décadas del siglo XX era muy común que aquellos trabajadores que migraban desde las grandes ciudades para la cosecha se quedaran en el campo una vez finalizada la misma. Para su subsistencia recurrían a diversas actividades: trabajan en la construcción de terraplenes ferroviarios, en las obras de drenaje o canalización o construían alambrados para las estancias. En algunos casos, para poder alimentarse, recurrían a la caza de animales de porte menor como peludos, mulitas, vizcachas y perdices. Algunos de ellos también se dedicaban a capturar animales, como el coipo y el zorro, con el objetivo de vender sus pieles. El nutriero tenía un oficio especializado, ya que generalmente cazaba de noche y a escondidas del dueño de la estancia (Doeswijk 2005). La venta de las pieles debió significar importantes retribuciones económicas pues entre 1896 y 1924 se exportaron 60 millones de cueros. Un total de 17 millones de pieles se vendieron al exterior en los primeros cinco años del siglo XX. No obstante, esta tendencia se ve contrarrestada a mediados de siglo, pues entre 1956 y 1960 sólo se exportaron 296 Paula Escosteguy y Virginia Salerno 500.000 (Barofio et al. 1988; Chambouleyron 1993). Hasta 1998 se exportaban por año más de 5.000.000 de pieles, pero a partir del siguiente año la Dirección de Fauna Silvestre de la Nación estableció un cupo de 2.500.000 de cueros distribuidos entre las distintas provincias de acuerdo con la actividad nutriera (Bó et al. 2006b). Sin embargo, actualmente continúa siendo el principal recurso de fauna silvestre de nuestro país (Bó et al. 2006a). COMENTARIOS FINALES La caza de nutria como actividad enraizada en la cultura de los pueblos pampeanos desde momentos prehispánicos, involucra extensas redes de relaciones sociales y económicas que condicionan la modalidad de la práctica. Los cambios de contexto socio económico han contribuido a replantear los objetivos de la actividad y las relaciones sociales en las que los participantes se ven envueltos. Mientras en las sociedades cazadoras recolectoras, la actividad cinegética es un aporte principal a la economía, en las sociedades capitalistas la caza ya no es valorada como medio para suplir la subsistencia. En las sociedades cazadoras recolectoras el coipo era un recurso que se utilizaba de forma integral. Como hemos mencionado el aprovechamiento incluía su carne, pieles, huesos y dientes, tanto para consumo y la elaboración de artefactos dentro del grupo como posibles bienes de intercambio. A lo largo del tiempo, su explotación se fue concentrando en la obtención de las pieles para intercambio. Aún no encontramos referencias claras sobre el contexto social, histórico y económico concreto en que las pieles de coipo se convirtieron en mercancías dentro del mercado capitalista. Sin embargo, creemos que esto pudo haber ocurrido en el período comprendido entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, pues para fechas posteriores a los inicios del siglo XIX, ya existen referencias claras de su incorporación en el mercado internacional. Es lícito considerar que esta comercialización de las pieles se realizó en detrimento de otros posibles usos del recurso, como los que se observaban hace 2000 años en el contexto de las sociedades cazadoras recolectoras. Por otra parte, consideramos un punto en constante tensión el uso del espacio porque las actividades cinegéticas se han desarrollado durante siglos en el marco de una organización espacial que permitió la libre circulación de los cazadores. Sin embargo, en nuestra sociedad moderna esta disposición espacial entra en contradicción con la organización privativa del territorio. La compleja situación de acceso a los territorios de caza que los nutrieros manifestaron en las entrevistas muestra que la posibilidad de acceder libremente al territorio es una condición necesaria para ejercer su actividad. Al estar en contradicción con los sentidos y configuraciones del paisaje rural pampeano actual, esta condición necesaria sitúa al nutriero en una posición de marginalidad e ilegalidad definida a priori. Además imposibilita sostener esta actividad como la principal fuente de sustento económico. En las provincias litoraleñas puede que la situación muestre diferencias pues muchas de las islas son terrenos fiscales y en otros casos los propietarios de los campos son más permisivos para el ingreso de cazadores (Pautasso 2002). 297 La caza del coipo Otro aspecto en tensión se relaciona con la organización del trabajo basada en relaciones de parentesco en las que la construcción de referentes se realiza a partir del conocimiento y destreza que conlleva la práctica. Es así que el aprendizaje ocurre de forma práctica con la participación activa de los aprendices, mediada por los referentes reconocidos en su saber-hacer. Es interesante considerar este punto porque en tanto saber asociado a la acción, el mismo se constituye en un saber subjetivo y sólo percibido a través de su puesta en acción por los miembros del colectivo. El conocimiento que los cazadores tienen de la biología y etología del coipo y del paisaje, contribuye a definir a los “verdaderos nutrieros” pues es este conocimiento que les permite realizar adecuadamente la actividad. Además la habilidad y la pericia del cazador en la ejecución, están íntimamente vinculadas a este saber y a su condición de “verdadero nutriero”. Así pues, el conocimiento que sustenta la práctica del nutriero es un saber que al no poder ser cuantificado e inventariado no suele ser reconocido como tal por los sujetos sociales ajenos a la práctica (Beillerot et al. 1998). Esta dimensión puede contribuir a la construcción de una imagen marginal que atraviesa la práctica del cazador de nutrias en la actualidad. De tal modo, la producción simbólica de la que es objeto el saber hacer del nutriero se manifiesta en canciones folclóricas y otras categorizaciones sólo compartidas por el colectivo. Es allí donde se expresan las formas “apropiadas” de percibir el entorno y del modo en que se realiza la actividad, entre otros valores culturales. En otros aspectos, observamos ciertas continuidades y rupturas en cuanto a las técnicas de caza y creemos que esto se debe a que el uso de una tecnología en particular está íntimamente en relación con el producto que se desea obtener y el agente que demanda ese producto. Por ejemplo la técnica de caza más eficaz cuando la captura esta dirigida sólo al aprovechamiento de las pieles implica el uso de trampas de metal. En cambio, el uso de perros en momentos posteriores a sequías es una metodología que permite atrapar grandes cantidades de animales, pero con altas probabilidades de obtener presas cuyas pieles no puedan ser posteriormente comercializadas. Esto es así tanto porque los perros estropean los cueros como porque los cueros no dan la medida (cueros menores a 65 cm). Se observa una continuidad a través del tiempo en esta última técnica que está valorada negativamente por los nutrieros quienes consideran que los verdaderos nutrieros no la practican por el gran daño que causa (captura de presas muy jóvenes o de hembras preñadas). Sin embargo muchos reconocen haberlo hecho porque permite obtener grandes beneficios en muy poco tiempo y éstos superan las pérdidas generadas como consecuencia de no poder aprovechar el valor total de las pieles. Otra continuidad se encuentra en el uso de los garrotes para dar muerte a las presas. Los mismos pueden ser empleados junto a otras técnicas, por ejemplo cuando el animal está entrampado o cuando el perro no le da muerte a la presa. Lo mismo sucede con la forma de procesamiento de la presa, por ejemplo en los documentos de los jesuitas se menciona que el cuero se secaba abierto y estirado sobre el suelo donde luego las mujeres los pintaban. En cambio y como consecuencia de la gran demanda del mercado, en la actualidad se extraen en forma de bolsa (cortando sólo a la 298 Paula Escosteguy y Virginia Salerno altura de patas, manos, cola y vientre) y se secan en los arcos de metal debido a que les permite a los peleteros maximizar el uso de la piel de la panza que es más suave y lisa. La otra modalidad con el cuero extendido implicaba cortar la panza por el medio. Sin embargo, en numerosos relatos los cazadores mencionaron que antiguamente sus antepasados no trabajaban el cuero como ellos lo hacen, sino que los secaban estaqueándolos abiertos. Otro aspecto que se desprende de las entrevistas es la consideración de la caza en general como actividad propia del mundo masculino. Es así como lo femenino sólo se encuentra participando como complemento en el ámbito doméstico. Esta situación se repite a lo largo del tiempo en distintos lugares y con distintos grupos étnicos (Arenas 1995; Vázquez García y Godínez Guevara 2005). El hallazgo de dos excepciones en nuestras entrevistas, en donde se destaca la habilidad de dos mujeres en la caza y procesamiento de las presas parece estar enmarcada en situaciones especiales, donde el “gusto” de la mujer por la caza y la liberalidad del hombre por instruirla (en un caso el padre, en el otro el marido) juegan un papel relevante. Pero no por ello dejan de ser particularidades, ya que desde la descripción de los jesuitas en el siglo XVIII puede observarse el predominio de la masculinidad en la definición de esta práctica. Para finalizar quisiéramos recordar que el aprovechamiento de la nutria, en la actualidad, es realizado a través de una red de intercambios, donde los nutrieros constituyen el extremo desconocido y marginal. Consideramos que a través de la narración y valoración de las experiencias propias, los agentes sociales se convierten en sujetos activos de “su” historia. Es por esta razón que creemos que la información generada a través de las entrevistas realizadas a nutrieros merece ser compartida y documentada. A la vez, la continuación de estudios tanto desde perspectivas bioecológicas como sociales, nos ayudara a comprender de forma más integral la actividad nutriera en el presente y cuan importante pudo haber sido en el pasado. Agradecimientos. Este trabajo fue realizado como parte de dos becas de postgrado financiadas por CONICET, asimismo se encuentra enmarcado en proyectos mayores: UBACyT F104 y F026 y PICT 15015 y 717. Se le agradece a todas las personas entrevistadas y en especial a Polilla Poletti (Las Flores). A la Lic. Mariana Vigna quien participó de las entrevistas. A las Doctoras María Isabel González y Mónica Salemme y a la Licenciada María Magdalena Frère les estamos muy agradecidas por sus comentarios y sugerencias que nos permitieron enriquecer este manuscrito. Al Dr. Mariano Bonomo quien evaluó este artículo y aportó importantes sugerencias para mejorarlo. A Cristina Squitieri por su colaboración técnica en la confección del mapa. BIBLIOGRAFÍA Acarette du Biscay. [1657/59] 2001. Relación de un viaje al Río de la Plata y de allí por tierra al Perú con observaciones sobre los habitantes, sean indios o españoles, las ciudades, el comercio, la fertilidad y las riquezas de esta parte de América. Alicante. 299 La caza del coipo Documento electrónico, http://www.cervantesvirtual.com Fecha de acceso 8 de junio de 2008. Acosta, A. 2005. Zooarqueología de cazadores-recolectores del extremo nororiental de la provincia de Buenos Aires (humedal del río Paraná inferior, Región Pampeana, Argentina).Tesis Doctoral, Facultad de Ciencias Naturales y Museo. Universidad Nacional de La Plata. La Plata. Amaya, L. 1984. Actividades tradicionales de los cazadores correntinos. En Cultura Tradicional del Paraná Medio: 47-74. 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