Sociológica
ISSN: 0187-0173
revisoci@correo.azc.uam.mx
Universidad Autónoma Metropolitana
México
Trujano Ruiz, María Magdalena
El impacto de las transformaciones laborales sobre lo social
Sociológica, vol. 22, núm. 64, mayo-agosto, 2007, pp. 213-225
Universidad Autónoma Metropolitana
Distrito Federal, México
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Sociológica, año 22, número 64, pp. 213-225
Mayo-agosto de 2007
El impacto de las transformaciones
laborales sobre lo social
María Magdalena Trujano Ruiz*
El debate teórico sobre la caracterización del
periodo comprendido entre la última década
del siglo XX y la primera del XXI elabora una
amplia gama de características del “antes” y el
“después” sobre la cual se busca establecer una
definición consensuada con respecto a las innovaciones de las dinámicas sociales, a las que
se pretende referir como elementos de la segunda modernidad (Beck, 2005: 30), o bien
como una nueva modalidad de modernidad
(llámese ésta postradicional, radicalizada [Giddens, 1997b: 141], posmodernidad [Lyotard,
1999: 23], etc.). El resultado es que cada teórico establece una lista de características distintivas para la época actual que depende de
su propio campo de investigación, así como
de su filiación disciplinaria y científica, y de sus
oportunidades de comprensión teórica específicas. La colección de estos elementos genera una
sensación de vértigo ante los acontecimientos
sociales y su contenido normativo y valorativo
que impide encontrar un eje explicativo.
* Profesora-investigadora del departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco. Correo electrónico: mmtrujano@yahoo.com.mx.
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El presente trabajo se propone la aproximación a este problema mediante la revisión de las relaciones laborales y su impacto reestructurador de las dinámicas sociales, así como de la propia comprensión
de la individualidad. Inicialmente, se plantean las relaciones laborales
que fueron propias de la modernidad, en sus acepciones más generales; posteriormente, se confrontarán con las novedades de la dinámica
laboral que emergió de las crisis económicas mundiales acaecidas durante las décadas de los setenta y los ochenta. Consideramos que desde
esta perspectiva se aclara el sentido y el horizonte de las transformaciones sociales contemporáneas.
Desde mi propia perspectiva de investigación me parecen destacables y orientadoras las propuestas de análisis de Ulrich Beck (Beck,
2005), Wallerstein (1998), Giddens (1997a) y Touraine (2000a), por
mencionar sólo a algunos. En ellas se muestran los elementos distintivos de los cambios sociales en los cuales se apoyará nuestra propuesta de interpretación del nuevo escenario mundial. Ubiquemos
esta problemática.
RELACIONES
LABORALES MODERNAS
Como se recuerda, la revolución industrial inglesa caracteriza y define, en el siglo XVIII, la reestructuración de las relaciones de producción de la riqueza social en términos salariales, con lo que se abandona
el modelo de producción agrícola feudal predominante (Touraine,
2000b; 23). La instrumentación de este modelo exigía una antecedente
reorganización social en la cual los individuos pudieran concebirse
como tales en el sentido estricto de la palabra, es decir, con la posibilidad de ejercer su libertad en la construcción de su vida, con la oportunidad de elegir entre los modos de vida que se proponían en el trabajo liberado de la servidumbre agrícola que había estado anclada a
la tierra por generaciones (Touraine, 2000: 27).
Éste fue el individuo que logró definirse socialmente luego de las
movilizaciones contra los aristócratas y el monopolio del conocimiento religioso que imponían la monarquía y la Iglesia católica. Más que
un hombre libre, el resultado fue la concepción de individuos diferentes y diferenciables entre sí, capaces de ejercer su raciocinio y capacidad
de elección en la ubicación territorial y en la venta de su trabajo a cambio de un salario. Cabe señalar que la disponibilidad total de tiempo
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y trabajo de los siervos quedó transformada en la “jornada laboral”
que, a pesar de la amplitud de horas que incluía inicialmente, se fue
recortando en función de los avances de la lucha social (Wallerstein,
1998: 101; Beck, 2005: 48). Ello supone, entonces, la presencia de un
tiempo de trabajo y de un tiempo libre, así como la posibilidad de elegir
(un tanto restringida, pero existente) sobre la integración individual
en alguno de los grandes colectivos sociales con objetivos de lucha
social específicos (Beck, 2005: 33; Touraine, 2000: 69; Wallerstein,
1998: 106).
De esta manera, la concepción de modernidad gestada durante el
siglo XVI a partir de la construcción del conocimiento racional y sus
productos científicos, inclusive disciplinares, se encontraba generalizada socialmente hasta que alcanzó a la propia comprensión de individuo (Wallerstein, 2005: 26).
Uno de los elementos innovadores del siglo XIX, tanto teórica como
socialmente, es la integración de los individuos en los grandes conglomerados de intereses económicos, los cuales entablan relaciones
de tensión en función de los elementos contradictorios que los vinculan. Ya sea que se les llame clases sociales, simplemente sectores, grupos de interés, o individuo masa, esta tendencia generalizada de los
individuos a integrarse en ellos produce un segundo efecto de aglutinación aún mayor en confederaciones de trabajadores o uniones sindicales que reclaman la generalización de las condiciones laborales más
favorables al conjunto local, nacional e internacional. Estos elementos
contribuyen a la difusión y gestación de los derechos laborales mínimos
que, traspasando las fronteras de los Estados-nación, constituyen
normas universalizables acerca del trabajo.
En esta época, la comprensión de la individualidad se plantea en las
reflexiones que dieron origen a la sociología a mediados del siglo XIX,
en donde se señala que los individuos sufren procesos de integración
social que rebasan no sólo sus intereses inmediatos sino también su
propio proyecto social y político, de donde se deriva teóricamente el
problema acerca de la posible determinación de una de estas instancias
sobre la otra, es decir, de los individuos sobre el colectivo o viceversa.
Lo anterior no sólo nos lleva, en términos teóricos, a otro de los elementos distintivos de la nueva disciplina, el de la proyección al futuro
de un sinnúmero de utopías, el evolucionismo y la concepción de la
sociedad a partir de estructuras que se encuentran insertas en movimientos de largo plazo y en prácticas definitorias de mayor dinamismo,
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sino también a referir la herencia que considero la más preciada del
siglo XIX: la caracterización de las repercusiones políticas de toda acción
en dos tendencias de interpretación y posicionamiento correspondientes a las políticas de izquierda y de derecha.
De aquí en adelante me parece que tanto la concepción de individuo como las relaciones sociales y laborales sufrieron modificaciones
de detalle, se afinaron, se moderaron, se cuestionó al modelo, se pactó
en aras de la estabilidad social, se elaboró una concepción más compleja de clases sociales así como de su interacción y de sus relaciones
laborales por sectores productivos, la cual se prolongó hasta finales
del siglo XX (Touraine, 2000: 70).
De esta manera se puede apreciar el proceso de definición de los
sectores empresarial y sindical, de las asociaciones de profesionistas
que homogeneizan las condiciones de su trabajo y las tarifas por sus
servicios; se distingue el trabajo burocrático como sector de servicios
y se caracteriza al Estado como un empresario benigno y ejemplar,
el cual habrá de actuar impositivamente sobre los demás empresarios
durante el siglo XX, e inclusive se atribuirá a sí mismo la función de
mediador de las confrontaciones y tensiones sociales, aspectos a partir de los cuales habrá de derivar su denominación fundamental en
ese momento: Estado de bienestar social, o bien, Estado interventor
(Wallerstein, 1998: 117).
El trabajo ha significado, a lo largo de todos estos siglos, la oportunidad de inserción individual en el colectivo funcional de la sociedad;
el cumplimiento de una tarea que es complementaria de otras y que en
su conjunto constituyen una mejora continua de las oportunidades de
bienestar histórico posible, así como también el ejercicio individual
de la movilidad social (Beck, 2005: 32). En suma, desde su propia actividad el individuo opta por la reproducción de su herencia sociolaboral, o bien, por su modificación. Desde ambos escenarios, el trabajo establece las condiciones sine qua non de las modalidades del
proyecto de vida, y le concede sentido a la biografía y al desarrollo
social (Giddens, 1997b: 89).
El trabajo significa, en términos socioeconómicos, la adscripción
de los individuos a un sistema de organización colectiva, macro, de la
producción, desde la cual se garantiza la estabilidad de la estructura productiva, así como de las condiciones de mercado y de las vinculaciones colectivas y afectivas que constituyen el resto de las actividades
individuales con las que se construye el sentido histórico de las so-
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ciedades y el propio sentido de la vida individual y familiar en la modernidad. Al cambio tecnológico de la producción corresponde, entonces, una adaptación en las dinámicas laborales, del mercado, además
de un ajuste en las metas y expectativas de los individuos.
En este contexto, las dos guerras mundiales, acaecidas a principios
del siglo XX, deben leerse como la redistribución del mercado económico mundial a partir del marco hegemónico de los Estados-nación
construidos en la centuria antecedente. Dicha redistribución estará
orientada por la búsqueda de mercados de trabajo más baratos y la venta de mercancías con un margen mayúsculo de ganancia. Así, la orientación de las guerras de esta época será definida como invasiones que buscan la ampliación de mercados para las potencias productoras y el mundo
será concebido, en consecuencia, desde la diferenciación en potencias
desarrolladas y subdesarrolladas económicamente (Beck, 2005: 15).
Otra de las directrices sustanciales del siglo XX es la búsqueda de
las ventas de los productos e, inclusive, su usufructo antes del pago
completo, mediante el uso y generalización de los sistemas de crédito.
El inicio de este mercado en la zona cautiva de venta de los automóviles Ford en su versión austera, destinada a los propios trabajadores
de sus fábricas, se generaliza y normaliza hasta constituir un proceso que culmina con la instauración de los sistemas crediticios bancarios que, rebasando sus delimitaciones nacionales, alcanzan los
ámbitos internacionales hasta llegar a las transacciones financieras
inmateriales vía sistemas computacionales. A su vez, se busca la construcción de acuerdos normativos generales que garanticen los intercambios de bienes, de tal manera que incidan en la reformulación de
los marcos nacionales de definición económica y política de la actuación social.
En este ambiente que organiza el consumo masivo en el mercado
se delinea la figura del individuo masa, para el cual la posesión de objetos e inclusive el estilo de vida homogéneo son definitorios de su
pertenencia social de clase o de sector, y en el límite se puede simular
dicha pertenencia mediante la vestimenta y la actuación social. Es
también en este límite en donde los individuos se colocan en la postura radical de la crítica y la diferencia ante dichos procesos de masificación, y se definen por la negación de tales estereotipos (Marcuse,
2001: 173).
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RELACIONES
LABORALES EN LA
SEGUNDA MODERNIDAD
En las décadas correspondientes a los años setenta y ochenta se presenta un fenómeno generalizado de crisis económica con repercusiones políticas, en el cual se cuestiona sobre todo el funcionamiento del
Estado-nación como interventor en las relaciones económicas y en la
contención de los procesos de efervescencia social, cuestionamiento
que impacta la función negociadora del Estado en las políticas laborales
entre obreros y empresarios, y que ofrece un panorama alternativo
sin garantías ni compromisos entre las partes. No sólo se presenta un
cambio en las relaciones laborales sino que las antiguas conquistas,
derechos y obligaciones dejan de operar ante las numerosas declaraciones de bancarrota empresarial y la venta de las paraestatales que
modelaban el mercado laboral moderno (Giddens, 1997b: 48).
Así, tiene lugar la lenta e implacable generalización de las relaciones laborales sin contrato que son definidas por una tarea específica,
la cual merece un pago único correspondiente a la entrega final. Las
antiguas consideraciones sobre el ambiente laboral, la profesionalización colectiva, la formación de cuerpos artesanales, de oficios y de
especialización obrera, e inclusive, en gran medida, profesionales,
pierden paulatinamente su significación antecedente, mediante la cual
los individuos construían su prestigio.
Los aspectos propios de las nuevas relaciones laborales que surgen durante la crisis del Estado de bienestar, aunque logran permanecer después de esta etapa, serían: el trabajo de free lance, una nueva
modalidad del trabajo a domicilio que se apropia de las nuevas tecnologías en informática y que carece de horario y disciplina, así como
también el trabajo a destajo. Se caracterizan por la ausencia de un
contrato laboral, prestaciones, garantías de continuidad o negociaciones colectivas sobre sus condiciones de pago. Este conjunto de
características son las que los teóricos han denominado como propias
de la concepción de la época actual, la posmoderna, moderna reflexiva, postradicional o, simplemente, segunda modernidad. Para ellos,
una de las características básicas de estas relaciones laborales es el
denominado capitalismo sin trabajo más capitalismo sin impuestos
(Beck, 2005: 20), que establece un futuro cada vez más incierto para
el desarrollo de las relaciones laborales (Beck, 2005: 22).
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Ahora bien, intentemos dejar de lado la comprensión negativa (capitalismo sin trabajo y sin impuestos), y pasemos a atender las características propositivas del fenómeno. Recordemos que el ingreso masivo
de las mujeres al mercado laboral durante la segunda mitad del siglo XX
transformó la concepción del trabajo y del salario pertenecientes a un
hombre, jefe de familia (Bourdieu, 2000: 131. Lipovetsky, 2000b: 207)
que, por ende, necesitaba mantenerla, para dar lugar a la aparición de
la noción de ingreso familiar, expresión que hacía referencia a dos jornadas de trabajo: la femenina y la masculina, correspondientes a ambos
padres como los responsables económicos de una familia, valga la
reiteración. Sin que haya sido resaltado lo suficiente en las discusiones
teóricas, este dato nos muestra un proceso de arranque de la devaluación social y monetaria del trabajo.
En la siguiente etapa de crisis del capitalismo, a finales del siglo XX,
la propia quiebra de las empresas generaría una contracción del mercado laboral. Las compañías sobrevivientes redujeron personal y generaron la modalidad de recontratación de sus antiguos empleados para
realizar tareas específicas; de aquí proviene la proliferación de los trabajos eventuales contemporáneos, sin prestaciones ni compromisos
de atención social que el Estado ha dejado de exigir.
Sostengo que son estas dos eventualidades laborales las que establecen las condiciones básicas de las nuevas dinámicas laborales minusvaluadas, sin contrato y sin prestaciones. Antes que un capitalismo
sin trabajo encuentro un capitalismo con una nueva concepción del
trabajo, sin responsabilidades sociales para el capitalismo y con la obligación cultural de generar una nueva comprensión del individuo:
el individuo autosuficiente que sobrevive a todos los cambios por venir, o el individuo altamente reflexivo que comprende y analiza su
entorno social y sobrevive. Es decir, un individuo ad hoc con las nuevas circunstancias.
Desde la perspectiva de los teóricos antes mencionados, las transformaciones sociales y la propia comprensión de la individualidad
son efecto de los cambios tecnológicos que impactan las relaciones sociales y la maduración de la democracia política, que alcanza a gestar a
la democracia de las emociones en la vida diaria (Giddens, 2000b: 76),
factores que repercuten sobre la comprensión del individuo sobre sí
mismo y su entorno para dar lugar a la nueva individualidad altamente
reflexiva (Giddens, 1997a: 51); a las generaciones indiferentes ante
los compromisos sociales antes incuestionables como lo son la inde-
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pendencia y la autosuficiencia (la generación de la indiferencia aludida, entre otros, por Lipovetsky, 2000: 107); a individuos que viven en
función de otros valores alternativos, posmaterialistas (Offe, 1990),
que posibilitan la construcción de su vida en medio del ocio y la desocupación, lo que les permiten atender trabajos altruistas, voluntarios,
de asistencia social, etc. (se trata de los llamados hijos de la libertad
[Beck, 2005: 277-278]).
En su conjunto, este horizonte de la “desocupación laboral” parece remitir a una situación ambigua e indefinible, que constituye una
paradoja para la reflexión teórica que la aborda con el objeto de explicarla. En cambio, me parece que en el propio proceso se construye una
modalidad de ocupación alternativa, la del trabajo sin fines productivos y sin remuneración salarial, que obliga a quienes lo desempeñan
a mantenerse dependientes económicamente de su familia, de los proveedores familiares. Tratando de eliminar las definiciones negativas
sostengo que se trata de una nueva comprensión del trabajo que se
encuentra fuera de la lógica del capitalismo, al cual adjetivaría como
humanitario. Se trataría del trabajo realizado donde se necesita, para
atender a las personas, e inclusive, a toda clase de seres vivos que lo
requieran.
Si reflexionamos un momento, nos daremos cuenta de que esta
modalidad de ocupación social ya se había presentado históricamente
entre los aristócratas del medioevo y las mujeres modernas casadas,
las cuales deshonraban socialmente al marido si trabajaban por un
salario, así que lo hicieron como voluntarias durante siglos. Inclusive,
la actividad científica y el ejercicio político fueron considerados, durante algunas épocas, como trabajo altruista. Cabe apuntar que esta
reflexión resulta pertinente en términos teóricos respecto de las sociedades del antes denominado primer mundo, ya que para el tercero las
nuevas dinámicas laborales se suman, se yuxtaponen y se mezclan
con las antecedentes, no las sustituyen.
En este horizonte parece que son las transformaciones del mercado
laboral las que obligan a transformar el sentido de la ocupación individual, tanto como los propios valores sociales y el sentido de la vida
que se puede construir desde ellos.
En consecuencia, y volviendo a la comprensión macro de este problema en el cierre del siglo XX, quedamos obligados a rastrear su
vínculo respecto del cambio en el estilo de vida y de la concepción de la
individualidad. Ciertamente, una persona que dedica su día a realizar
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trabajo altruista sin pago no se vincula con la sociedad productiva
de la modernidad, tiene otros valores y expectativas de desarrollo y,
por ende, el marco valorativo del pasado cultural simplemente no
logra interpelarlo.
Me parece que otro de los elementos fundamentales, éste sí suficientemente destacado en el debate teórico, es el del riesgo, puesto
que repercute también sobre esta redefinición del estilo de vida. Ante
una situación de sobrevivencia socioeconómica que exige una reorientación práctica y valorativa continua de los individuos en función
de los cambios y las exigencias de la situación que se presente a cada
momento, se requieren nuevas estrategias para sobrevivir a una ola
creciente de componentes negativos, tales como la violencia social,
la exacerbación de los problemas ecológicos que minan la salud, la inminencia de un conflicto bélico mundial que al emplear armas atómicas destruya el planeta o a gran parte de él.
Ninguno de estos elementos se puede analizar como una amenaza
distante o futura, sino que impacta fuertemente la vida presente y
las reflexiones individuales sobre el diseño de estrategias mundiales
de contención social, así como también a la reflexión que propone la
participación crítica de los organismos internacionales promovida
desde la participación ciudadana, de una ciudadanía planetaria.
En suma, en el primer escenario moderno predominante, aún bajo
la figura del Estado de bienestar y posterior a la Segunda Guerra
Mundial, el individuo “activista” debe convencer a las mayorías, pasar por largas sesiones de debate que liman las oposiciones y generan propuestas resolutivas consensuadas. En el siguiente escenario,
posterior a la crisis económica y política, durante la transición a finales del XX, los individuos compiten a muerte entre sí por puestos
de trabajo eventuales, el individualismo se exacerba, la integración
con el colectivo no resuelve ya sus problemas y simplemente lo abandonan; en cambio, predomina el reconocimiento de la vigencia de los
lazos familiares y de compadrazgo, de las relaciones azarosas y, en
general, de una serie de elementos que pueden clasificarse bajo la categoría del “riesgo” como invasor de todo vínculo social inmediato y
mediato, el cual se presenta como elemento constante y, por ende,
orientador en la nueva comprensión de la sociedad.
Así, por ejemplo, las oportunidades de enriquecimiento y movilidad
se transfieren del ámbito legal al de lo ilegal, con el auge del mercado
“negro”, que incluye a la piratería, el narcotráfico, las armas y la
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prostitución de personas de ambos sexos. La proliferación de estas
actividades constituye un síntoma indudable de la flexibilización de
la normatividad moral y social propia de esta época de transición.
HOY…
Me parece que es el propio proceso de transformación histórico-social en su acelerado ritmo el que posibilita la comprensión, tanto desde
el sentido común como desde lo teórico, respecto de la cambiante y múltiple validación de escenarios de actuación social en los que se construyen valores alternativos. Lo hace de tal manera que la primera
conclusión lógica es que, al no existir escenarios estables ni valores
rígidos, la posibilidad de construir una trayectoria de vida socialmente
aceptable para el marco valorativo antecedente no existe, o bien, es
irrelevante, puesto que estos criterios externos al individuo pueden
moverse en cualquier momento, mezclarse con los antivalores, generar
valores intermedios y, en conjunto, ampliar los márgenes de elección valorativa.
En conjunto, se puede apreciar que no sólo la perspectiva de análisis individual sobre lo social ha cambiado sino que también la estabilidad de los escenarios sociales, políticos y valorativos ha mostrado
su fugacidad cultural.
De aquí que los temas propios de la teoría social se enfoquen hacia
las tendencias de transformación que hacen heterogéneos a los grupos y a los individuos, tanto como a las etnias, las naciones e, inclusive,
hacia la coincidencia de ciertos sectores internacionales (ONGs, derechos
humanos, Green Peace, etc.). Simultáneamente existen análisis teóricos en los que se alude a los procesos específicos que atomizan a los
grupos y a las naciones, para destacar las perspectivas y móviles individuales, grupales y locales.
Considero que se necesita redefinir un escenario social alternativo
con la suficiente flexibilidad para poder incluir el nuevo proyecto de
relaciones laborales sin fronteras y con nuevas tendencias de comportamiento altruistas, que guardan aún elementos “invisibles” para
nosotros desde los actuales términos teóricos, pero que seguramente
habrán de ser afines con el referente político de la “tolerancia” que permita, a su vez, rebasar el enfrentamiento cultural moderno a partir de
la aceptación de la vigencia indiscutible de la “diversidad”. Supongo
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que nos encontramos en un periodo de construcción de modelos flexibles para la valoración de la acción que proporcionen mayores márgenes de libertad y, por qué no, de construcción de una nueva definición cultural de la libertad que sea incluyente de la igualdad, que
por evidente podría comenzar a omitirse.
En otras palabras, la aceptación de la relatividad valorativa y la
tolerancia de las acepciones diversas, tanto del sentido común como del
teórico, permite una apertura y multiplicidad de perspectivas en dinamismo constante que obliga a aceptar a la diversidad como el eje
de la nueva configuración de “equilibrio inestable” de la sociedad.
En términos teóricos lo anterior significa una alusión parcial tanto
como una invitación a la recuperación de las propuestas de análisis
que plantean autores como Ulrich Beck, respecto de “lo local y lo global”; Norbert Elias en relación con las “figuraciones sociales” y la “sociedad de los individuos”; o propuestas como la “nueva individualidad”, que desglosa exhaustivamente Anthony Giddens; e inclusive, a
la reconsideración de la presencia de los “umbrales epistemológicos”,
que presenta Michel Foucault (1979: 314), como perspectiva general de
reorientación en la construcción de los procesos de comprensión y explicación cultural que se gestan de manera continua en la sociedad. Fragmentos
de análisis teórico que, sostengo, giran en torno de las transformaciones de las relaciones laborales para alcanzar, en su conjunto, una mayor
significación explicativa de la realidad.
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M a. M a g d a l e n a T r u j a n o R u i z
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