BUDDHISMO, POLÍTICA
Y EL ARTE DE GOBERNAR
Dharmasoka Laksiri Jayasuriya
BUDDHISMO, POLÍTICA
Y EL ARTE DE GOBERNAR
por
Dharmasoka Laksiri Jayasuriya
International Journal of Buddhist Thought & Culture September 2008,
Vol.11, pp.41-74.
ⓒ 2008 International Association for Buddhist Thought and Culture
Extraído desde:
https://www.researchgate.net/
para su traducción del inglés al español y reformateo por
Kunga Samten Daleffe
Primavera - Verano de 2023
Índice
0 - “Buddhismo, política y el arte de gobernar”: Un breve resumen 1
I - Introducción .................................................................................... 3
II - Buddhismo: una perspectiva sociopolítica ................................... 9
III - Forma de gobierno y Estado: una perspectiva buddhista ......... 21
IV. Conclusión .................................................................................... 35
BUDDHISMO, POLÍTICA
Y EL ARTE DE GOBERNAR
por
Dharmasoka Laksiri Jayasuriya
Un breve resumen
El buddhismo, visto genéricamente como una amplia congregación,
es un sistema religioso-filosófico que presenta una visión del mundo.
Se argumenta que esta comprensión del buddhismo, entre otras
consideraciones, influye en las relaciones entre la religión y el
Estado. Al explorar aspectos de la religión y del arte de gobernar, el
documento adopta puntos de vista histórico-doctrinales en lugar de
uno basado en el buddhismo popular, es decir, la práctica cotidiana
vista históricamente. La filosofía social y política manifestada en
materia de gobierno se enmarcó dentro de un espíritu de un
humanismo marcadamente evidente en los Edictos del famoso
emperador indio Ashoka. En muchos aspectos, los ideales
buddhistas del arte de gobernar que encarnan principios y prácticas
como el Estado de derecho, la democracia deliberativa, los
procedimientos de gobierno y las políticas sociales del Estado de
bienestar de Ashoka guardan una sorprendente similitud con los
valores de la Ilustración en Europa. Esta notable consecuencia de las
dicotomías Este-Oeste, que concluye el artículo, puede crear el
espacio para un diálogo entre civilizaciones, no un “choque de
civilizaciones”.
1
Ashoka montando un carro en un relieve de la Estupa Sanchi,
Madhya Pradesh, India.
(Imagen tomada de: https://www.worldhistory.org/)
2
I. Introducción
La práctica de la política ha estado estrechamente entrelazada con
otras actividades en las instituciones sociales y políticas. La política,
como un tipo específico de actividad humana, se basa en una forma
de asociación perteneciente a la “acumulación, organización y
conducción del poder para gobernar y controlar las principales
instituciones de la sociedad” (Harris 1989a: 1). En este sentido, la
política, como relacionada con la ciencia del gobierno o con la
teoría y la práctica de la estadidad, se ha asociado desde hace
mucho tiempo con las “fes abrahámicas” —el judaísmo, el
cristianismo y el islam— que consideran el objetivo de la salvación
como una cuestión de revelación. Estas creencias teístas identifican
la afirmación de un Dios como “un ser supremo o un individuo
trascendente al mundo [y sugieren] que la autenticidad humana
está autorizada por [una] realidad última” (Gamwell 1995: 31).
Históricamente, las religiones abrahámicas, de acuerdo con los
principios religiosos de cada fe en particular, han estado
predispuestas a influir en el mundo terrenal, incluido el orden
político y social, de diferentes maneras (Arjomand 1993). Han
buscado “reconstruir el mundo terrenal... según la visión
trascendental apropiada” (Eisenstadt 1993: 15). En el caso del
cristianismo, fue sólo desde el siglo XVIII con el advenimiento de la
modernidad en la era del imperialismo y la industrialización que la
“secularización” o la separación de la Iglesia y el Estado se dio por
sentada en el mundo occidental. Pero, dado el patrón cambiante de
las relaciones de Iglesia-Estado en los últimos tiempos, Berger, un
defensor desde hace mucho tiempo de la “teoría de la
3
secularización”, ahora sostiene que “la modernidad no tiene por
qué ser enemiga de la religión” (Berger 2005).
Pero, ¿cómo le va al buddhismo, a menudo caracterizado como una
“religión de otro mundo con” un disgusto gnóstico por el orden
mundano” (Harris, 1989b), en la amplia cuestión de la religión y las
relaciones estatales? Antes de intentar responder a esto, debemos
plantear una pregunta previa que gira en torno a la cuestión, a
menudo debatida, de si el buddhismo, al ser no teísta, debería
clasificarse como una “religión”. La idea de una “religión”
generalmente se asocia con un conjunto integral de creencias y
conceptos sobre la naturaleza de la realidad última que da
significado y propósito a las vidas de quienes se adhieren a una fe
en particular.
Sobre esta base, se podría argumentar que el buddhismo también
merece ser identificado como una religión. Por ejemplo, la noción
buddhista del estado supremo del Nirvana, lo último a ser
alcanzado como meta de la salvación, proporciona una dimensión
espiritual para el individuo, es decir, una autocomprensión
particular en términos de una realidad trascendental más amplia.
Como religión, el buddhismo se distingue por sancionar o autorizar
la vida cotidiana de un individuo sin postular un "dios personal" o
un ser trascendente/supremo. Esta comprensión del buddhismo
como una “religión” también alberga un sentido durkheimiano de lo
“sagrado” y la “experiencia de lo sagrado” de una manera diferente
a las religiones teístas (Ling 1973; Kolakwaski 1982).
El buddhismo, sin embargo, se caracteriza mejor como un sistema
metafísico/filosófico o religioso-filosófico que presenta una visión
total del mundo y del lugar del hombre en él, incluyendo una
prescripción para el orden de los asuntos humanos. Sin embargo, al
considerar las dimensiones socioculturales del buddhismo,
debemos reconocer que desde sus primeros días de origen en la
4
India, el buddhismo ha demostrado ser notablemente flexible y
adaptable a diferentes entornos sociales y geográficos.
Históricamente, esta “tolerancia y liberalidad de su pensamiento”
(Pratt 1928 citado en Jayatilleke 1967) explica en parte las tres
Grandes Tradiciones o Escuelas de Buddhismo:1 Theravada,
Mahayana y Vajrayana. Quizás en ningún otro lugar sea más
evidente que en la actualidad, con el surgimiento del Nuevo
Buddhismo y el "Buddhismo Occidental" (Batchelor 1994; Brazier
1999), así como el movimiento buddhista Dalit (Navayana) en la
India inspirado por Ambedkar, tras la conversión masiva de los
intocables hindúes en 1956 (Omvedt 2005).
De las tres Escuelas o Tradiciones de Buddhismo, la Theravada, la
más antigua de ellas está asociada con el Buddhismo Temprano
(Buddhismo Sureño), y se encuentra principalmente en Sri Lanka,
Birmania, Camboya y Tailandia. Los modos de práctica de esta
tradición dan primacía a la autotransformación y enfatizan la
práctica de la meditación, para alcanzar la liberación o la salvación a
través del propio esfuerzo. La tradición Mahayana (Buddhismo del
Este), aunque se origina en la India, existe principalmente en países
que se extienden desde China, Vietnam y Corea hasta Japón y está
documentada en textos como el Sutra del Loto. El Mahayana, a
diferencia de la tradición Theravada, es más comunitario en virtud
de su énfasis en la transformación social y el activismo social. La
tercera Escuela o Tradición dominante del Vajrayana (Buddhismo
del Norte o Tibetano) tiene mucho en común con las otras dos
Tradiciones y está asociada principalmente con el Tíbet, Nepal,
Bután, Mongolia y partes de China.
1
El buddhismo temprano, o buddhismo canónico, se refiere al compendio de la enseñanza
buddhista en el Canon Pali (ver Rhys Davids 1977 y Ling 1981a). Para las escrituras del Mahayana
las que estaban principalmente en sánscrito (ver Suzuki 1963; Williams 1989). El Vajrayana o
buddhismo tibetano es una escuela posterior con énfasis en las prácticas ceremoniales y rituales
(ver Powers 1995 y Tucci 1980).
5
Si bien existen marcadas variaciones, de teoría y práctica, entre y
dentro de las diferentes formas de buddhismo, en su comprensión
del buddhismo como sistema religioso, sigue existiendo un núcleo
sólido común a todas las interpretaciones doctrinales del
buddhismo (Gethin 1998). Conceptualmente, este núcleo común
está consagrado en los tres signata o principios axiomáticos
fundamentales del mundo fenoménico: anicca, anatta, dukkha
(impermanencia, ausencia de yo y sufrimiento) y las Cuatro Nobles
Verdades: el hecho existencial del sufrimiento, su causa, su cesación,
y el camino que conduce a su cesación. En resumen, el buddhismo
es una religión con una amplia congregación basada en una práctica
común subyacente en torno a los fundamentos compartidos de la
ética buddhista que prescribe las virtudes morales que rigen las
acciones benéficas.
Centrándonos específicamente en el análisis de la relación entre
Buddhismo y Política (o el Estado), uno puede considerar esto
desde una de dos perspectivas: doctrinal o en términos de
buddhismo popular.2 El enfoque doctrinal o textual examina
primero el buddhismo en términos de cómo se lo describe en las
enseñanzas clásicas y se refiere principalmente a las exposiciones
contenidas en los textos históricos tal como en el compendio del
Buddhismo Temprano. El buddhismo popular, o “buddhismo
cultural” (King 1996), destaca la práctica del buddhismo en la vida
diaria de sus seguidores y se manifiesta en la expresión local de sus
costumbres y prácticas religiosas (Gombrich y Obeysekera 1988;
Ling 1981). Aquí se adopta una perspectiva claramente sociológica
que ubica al buddhismo más como un fenómeno social y cultural en
los países donde la mayoría de la población son adherentes a la fe
buddhista (por ejemplo, Sri Lanka, Tailandia, Birmania y Laos).
Esta diferenciación es similar a la propuesta por Redfield (1956) entre las “Grandes” y las
“Pequeñas” tradiciones, la cual es aplicable a todas las religiones vivas. Otros como Evers (1965) y
Ames (1964) rechazan esta distinción. Véase Ling (1973) para una evaluación de estos puntos de
vista en relación con el buddhismo en Sri Lanka.
2
6
Al adoptar un punto de vista sobre el “buddhismo popular”, uno se
limita al estudio de casos de los países con miras a ubicar la práctica
del buddhismo dentro de un contexto sociohistórico determinado
(Harper 1964; Harris 1989a). Siguiendo este enfoque, Sri Lanka, por
ejemplo, se destaca por ser un país buddhista con una larga historia
de mantener una estrecha relación interactiva entre la orden
monástica, el Estado, y la comunidad en general, la cual ha
continuado desde la época colonial hasta nuestros días (Phadnis
1976; Seneviratne 1999; Bartholomeuz 1989). Asimismo, una
característica distintiva del buddhismo en la Tailandia
contemporánea es el vínculo entre Estado y religión, el cual está
legitimado por la constitución y el pueblo (Sukumaran 1977;
Swearer 1970).
Sin embargo, en términos más generales, existen marcadas
diferencias con respecto al arte de gobernar, las instituciones
políticas y las prácticas en los países buddhistas contemporáneos,
es decir, donde la mayoría son seguidores del buddhismo. Estas
variaciones reflejan claramente las diferentes circunstancias
sociohistóricas de cada país, como el grado en que las influencias
externas derivadas del colonialismo, la globalización o la
modernización han moldeado el carácter histórico de las
instituciones y prácticas religiosas (Scheter 1967). Es evidente que
una comprensión integral del buddhismo y la política requiere un
estudio comparativo exhaustivo, lo cual es una tarea que va más
allá de los reducidos límites de este ensayo. Más bien, aquí nos
centraremos principalmente en una exposición y análisis de la
dimensión política del buddhismo con referencia a los textos
históricos, a la literatura buddhista doctrinal estándar. Al adoptar
esta perspectiva evitamos combinar “culturas y sistemas políticos
dispares e históricamente distintos de Asia” (Harris 1989b: 1).
Este relato más textual e histórico del buddhismo y la política
mostrará, sobre todo, que el buddhismo se preocupaba igualmente
7
por el mundo terrenal y por el trascendental. Más específicamente,
se esforzará por demostrar cómo las características clave de los
enfoques laicos de la forma de gobierno eran una derivación de la
lógica y la razón de la forma de gobierno monástica. Los principios
de la forma de gobierno laica se pusieron claramente en evidencia
en la teoría y práctica del arte de gobernar del emperador Ashoka
— descrito en algunos círculos como el "gran rey" (Wells 1946)—
pionero del modelo clásico de un "reino buddhista". Sin duda, el
modelo de gobierno de Ashoka se convertiría en un “tipo ideal”
adoptado de diferentes maneras por otros países buddhistas como
Sri Lanka, Birmania, Tailandia, Laos y Camboya y, en menor medida,
China, Mongolia, Japón y Corea.
8
II. Buddhismo: una perspectiva sociopolítica
1 . La experiencia india temprana
Considerado históricamente, el buddhismo esbozó “un compendio
de ideas originales y de gran alcance”, un sistema religiosofilosófico que era “subversivo de la religión de la época” (Rhys
Davids 1896). Por esta razón, algunos sostienen que el buddhismo
era esencialmente un sistema indio “que surgió del trabajo
intelectual de los predecesores [del Buddha]” (Rhys Davids 1896:
76). Las enseñanzas buddhistas se formularon en una época de
profundos cambios sociales, económicos y de agitación en la
sociedad india. Esta época de la historia temprana de la India estuvo
marcada por nuevas formas de relaciones sociales y económicas
construidas en torno al comercio y la agricultura, y estuvo
estrechamente asociada con el surgimiento del urbanismo y una
nueva comunidad mercantil.3
El nuevo orden social incluía ahora un grupo cada vez más
dominante, la nueva “clase media” rica de agricultores y
comerciantes terratenientes, muchos de los cuales eran los
principales patrocinadores del buddhismo. Estos patrocinadores del
Buddha estaban imbuidos de un espíritu individualista rayano en el
egoísmo, que no sólo desafiaba la ortodoxia del orden social
brahmán sino que también presentaba un desafío intelectual y
filosófico al Buddha. Sin embargo, este pensamiento buddhista se
ubicaba incómodamente en el contexto de las instituciones sociales
Chakravarthy (1996), Wagel (1966) y Uppreti (1997) documentan el contexto social y político en
el que floreció el buddhismo en la India. Véase también Thapar (2002).
3
9
y políticas de la sociedad tradicional, anclado en un tejido
institucional basado en una sociedad fundamentada en castas
(varna-jati) vinculada a los Vedas. El orden social emergente
reaccionó fuertemente contra la rigidez y el dominio de una cultura
que negaba la autonomía individual, las libertades humanas y que
legitimaba las desigualdades. En particular, el nuevo mercantilismo
urbano rechazó este ordenamiento jerárquico de la sociedad en
términos de una estructura social sacrosanta divinamente ordenada
compuesta por cuatro clases sociales: kshatriya, brahmanes,
vaishya y sudras (nobles, brahmanes, comerciantes y trabajadores,
y los marginados).
Lo que vemos aquí es hasta qué punto las ideas buddhistas, y su
fundamento filosófico, se esforzaron por satisfacer las necesidades
e intereses de una sociedad agraria/comercial en un nuevo entorno
social más urbano/secular. El Buddha prácticamente se convirtió en
el portavoz de la nueva clase mercantil urbana al rechazar la
ortodoxia brahmán, en particular la justificación religiosa de las
desigualdades sociales que surgían del ordenamiento de los estatus
de las relaciones humanas. Curiosamente, la preferencia del
Buddha por una sociedad más abierta era característica de lo que
prevalecía en las oligarquías tribales más pequeñas (gana sangha o
repúblicas de clanes) que en los reinos monárquicos más grandes
(Kosala y Magadha).
Las oligarquías o confederaciones tribales más pequeñas, en
particular la confederación Vajjian, demostraron ser un lugar fértil
para el Buddha. Según Ghosal (1959), las prácticas sociales
funcionales y utilitarias de las repúblicas del clan Vajjian para
promover la felicidad y la prosperidad estaban imbuidas de un
sentido de espíritu público, formas pragmáticas de gobierno y
rectitud moral. Esta cultura política liberal más abierta, que también
incluía el respeto por los ancianos, las mujeres y las personas santas,
era más agradable y receptiva a las enseñanzas del Buddha.
10
Pero resultó que el Buddha, al actuar en estrecha colaboración con
grupos como los Vajjian, fue presentado no sólo como un maestro
religioso con una nueva filosofía, sino también como un crítico
social, un teórico social revolucionario. De hecho, el Buddha fue un
reformador social, que nos recuerda a Martín Lutero en la
cristiandad, que se atrevió a desafiar la ortodoxia brahmán en
cuestiones tales como un creador omnipotente o un orden social y
político divinamente revelado. Suponiendo que tanto la Iglesia
Católica Romana como el brahmanismo son 'sistemas de sacrificios'
[que] 'colocan la esencia de la religión en los sacrificios' (Clarke
1869: 715), el buddhismo, al estimular 'un proceso de autolimpieza'
(Chaitanya 1975: 89 ) se puede comparar con el protestantismo
surgido del catolicismo. Esto llevó a muchos de los primeros
estudiosos del buddhismo a finales del siglo XIX a caracterizar el
buddhismo como el “protestantismo de Oriente” (Clarke 1869), en
el sentido de que el buddhismo era visto como “crítico y
complementario del brahminismo ortodoxo reinante” (Deakin
1893).
Esto llevó a algunos estudiosos a considerar el buddhismo
simplemente como una variante de la tradición vedántica hindú
clásica, basándose en que “en todo lo esencial, el buddhismo y el
brahmanismo forman un solo sistema” (Coomaraswamy 1964: 221).
En consecuencia, los eruditos hindúes a menudo presentan al
Buddha como un Avatar —una encarnación del Dios Vishnu— que
sólo buscaba lograr una reforma de las prácticas religiosas
brahmanes, como las relacionadas con los ritos de sacrificio. Al
rechazar esta interpretación, otros, como los teóricos Dalit,
consideran al buddhismo como una filosofía moral y social
independiente. Estos teóricos ven al buddhismo como una
alternativa más liberal y humanista a la tradición vedántica clásica
asociada con el brahmanismo, que ofrecía un credo de conducta
social mucho más radical y revolucionario (Omvedt 2005).
11
La filosofía y las ideas políticas que evolucionaron durante el
reinado del emperador Ashoka (208 a. C. - 239 a. C.), fuertemente
influenciadas por las ideas buddhistas, buscaron desafiar la
ortodoxia de la teorización social y política india (Ling 1973; Thapar
2002). La teoría clásica del arte de gobernar en la India temprana se
basaba en los Vedas e incluía nociones como el origen divino de los
gobernantes, el poder absoluto del monarca y la superioridad de la
casta superior — los brahmanes. Estas ideas, características de la
filosofía hindú, estaban bien documentadas en la mitología hindú
en obras como el Ramayana y el Mahabharata (Jayasuriya 1997).
Más tarde, durante el reinado de Chandragupta (abuelo de Ashoka),
estas ideas brahmánicas sobre la política y el arte de gobernar
recibieron expresión formal en los escritos del influyente teórico
político Kautilya alrededor del siglo III (ver su obra maestra, el
Arhtasastra). Una característica central de la filosofía política de
Kautilya fue la justificación ofrecida para el poder y la autoridad
absolutos de un monarca, incluida el uso de la coerción y la
violencia en cuestiones de gobierno.
Para Kautilya, el arte de gobernar se basaba principalmente, pero
no exclusivamente, en el ejercicio de la fuerza para la consecución
de intereses materiales y también para el mantenimiento del orden
(Armojanad 1993). Como teórico político, Kautilya estaba en gran
medida en el molde de un Maquiavelo para quien “el poder o lo
conveniente era lo correcto” (Jayatilleke 1967). Este credo político
contrastaba marcadamente con la teoría y la práctica implícitas del
enfoque buddhista del arte de gobernar, que se basaba en la rueda
de la rectitud moral y singularmente en la no violencia. Esto fue lo
que influyó posteriormente a Ashoka en su enfoque de la forma de
gobernar, la cual estaba claramente inspirada en las nociones
buddhistas de la teoría social y política (Ling 1973). Un texto
mahayana posterior (Ariyasatya Parivarta Sutra) no sólo
recomienda evitar la guerra y la violencia, sino que también
12
fomenta el recurso a negociaciones y alianzas fuertes en materia de
resolución de conflictos (Harvey 2000).
Pero, salvo algunas excepciones notables (por ejemplo, el trabajo
de Jayatilleke 1967), la actitud buddhista hacia la política recibió
escasa mención en la literatura buddhista, así como en el trabajo
académico de los teóricos políticos. Sin embargo, estas lagunas de
la erudición buddhista han sido rectificadas por el trabajo reciente
de una nueva generación de eruditos asociados con los Dalits en la
India (Omvedt 2005). El más destacado de ellos es el politólogo
Kancha Ilaiah (2002), quien ha creado un nuevo territorio para la
erudición buddhista al enfatizar la naturaleza racionalista “de este
mundo” en la filosofía buddhista.4 Esta nueva erudición buddhista
documenta lúcidamente hasta qué punto el Buddha tiene fuertes
pretensiones de ser considerado un “filósofo político”, además de
ser un pensador religioso original (Omvedt 2001). Este modo de
teorizar, al contrario de académicos como Max Weber (1966),
contrasta marcadamente con la visión ampliamente difundida de
que el buddhismo es principalmente una religión "de otro mundo"
preocupada por la salvación personal (Gombrich y Obeysekera 1988;
Queen y King 1996).
Por el contrario, el Buddha, tal como lo describen Ilaiah (2002) y
otros, se destaca no sólo como un gran reformador social sino
también como un pensador político (si no un "filósofo político") que
buscó "reformar y humanizar la economía mercantil", la familia
patriarcal y el Estado monárquico [desafiando] a los teóricos
políticos brahmánicos» (Omvedt 2001). Es cierto que la afirmación
de que el Buddha era un "filósofo político" sigue siendo una
cuestión controvertida, principalmente porque no hay pruebas
La obra definitoria del filósofo buddhista de Sri Lanka (Jayatilleke, 1967) ha sido desarrollada aún
más por los eruditos Dalit (seguidores del buddhismo de Ambedkar en la India). Sangharakshita
(1986) documenta este trabajo reciente sobre la filosofía política buddhista. También Ilaiah (2002)
y Omvedt (2001, 2005).
4
13
claras de que el Buddha intentara desarrollar una filosofía política
explícita o formular una forma distinta de práctica política. El
consenso general es que las enseñanzas del Buddha (el
dhamma/dharma), sin necesariamente esbozar previamente una
filosofía política en términos abstractos, contenían, sin embargo,
profundas ideas de naturaleza social y política (Ling 1981a, 1985).
La dimensión política de las enseñanzas buddhistas, sin embargo no
está formulada sistemáticamente como en la exposición de la
filosofía y la psicología buddhistas, — el Abhidhamma5 se entiende
mejor como una rama de las exposiciones más claramente bien
formuladas de la filosofía social y moral buddhista que
acompañaban lo que era esencialmente una ética de la "liberación
humana" (Swaris 1999). La exposición relativa a una filosofía social
buddhista puede discernirse fácilmente principalmente a partir de
cuatro Discursos6 que describen el tipo de sociedad que es
moralmente aceptable y lógicamente defendible en términos de los
principios fundamentales del buddhismo. Todas estas
prescripciones normativas están enmarcadas dentro de un espíritu
de humanismo científico y recomendadas a quienes desean
gobernar de acuerdo con las enseñanzas buddhistas y respetando el
"Camino Medio".
En resumen, la filosofía social buddhista presentó un marco
sistemático y funcional para diseñar un patrón de relaciones
sociales que estaba claramente en sintonía con las necesidades y
demandas del nuevo medio social, especialmente la cultura política
Jayasuriya (1963) y Gethin (1998) proporcionan una buena introducción al Abhidhamma, que
constituye una adición posterior como la Tercera Canasta del Canon Buddhista.
6
Para una exposición de los discursos de los textos buddhistas sobre las dimensiones sociales del
buddhismo (los Suttas Kutadanta, Agganna, Cakkavatti y Sigalovada), véase Ling (1981a). Estos
fueron posteriormente ampliados por teóricos del Mahayana como Nargarjuna. El emperador
Ashoka merece una comparación con el emperador Constantino, quien utilizó la religión cristiana
como credo oficial del Imperio Romano.
5
14
de la creciente "nueva clase media" en los tiempos del Buddha
(Thapar 2002; Swaris 1999). En estas circunstancias, el Buddha
buscó frenar el creciente espíritu de individualismo típico de este
clima social proponiendo una forma más ética y humana de
caracterizar el lugar del individuo en la sociedad. Esto, entre otras
consideraciones, incluía la preocupación por los demás y la
aceptación de la diferencia, como por ejemplo, en las actitudes
positivas hacia la diferenciación social de “raza” o casta
(Malalasekera y Jayatilleke 1958). Esta forma de pensar también se
reflejó en las actitudes buddhistas hacia otras religiones, las cuales
mostraban una mayor disposición a aceptar otras religiones
(Jayatilleke 1975). Enfrentado al pluralismo religioso7 de la época, el
Buddha reconoció fácilmente que “toda forma de [creencias
religiosas rivales] posee un cierto grado de Verdad” (Pratt 1928,
citado en ayatilleke 1975).
2. Gobierno monástico: una forma de “democracia deliberativa”
Muchas de las características cruciales del enfoque buddhista de la
filosofía social y la forma de gobierno política se derivan de los
principios y prácticas que rigen la organización de la comunidad
monástica (la sangha). Un rasgo distintivo de la comunidad
monástica, más allá de la dimensión social y moral de la práctica
buddhista, fueron sus reglas y procedimientos para la gestión de la
comunidad monástica. La comunidad monástica estaba gobernada
y regulada por un código de conducta bien formulado —el Vinaya—
que formaba parte integral del Compendio buddhista y enumeraba
las reglas y procedimientos que gobernaban la estructura y el
funcionamiento de la comunidad monástica.
El Discurso nº 3 del Brahmajala, el cual enumera unos 62 tipos de “religiones y filosofías” (Walshe
1987).
7
15
Según este modo de gobierno, la hermandad de monjes (la sangha
y posteriormente las monjas) se estableció sobre “fundamentos
democráticos con una constitución y un código de leyes que
gobernaban su conducta” (Jayatilleke 1967). Los asuntos cotidianos
de la sangha estaban regidos por una cultura liberal de relaciones
interpersonales igualitarias. No había jerarquía formal ni
favoritismo dinástico en la orden monástica. No era el estatus social
sino otras características, como la antigüedad de un monje,
determinada por la fecha de ordenación, las que guiaban las
relaciones interpersonales dentro de la comunidad. De hecho, el
propio hijo del Buddha, cuando fue ordenado monje, ocupó su lugar
en la comunidad monástica según su antigüedad.
El código de conducta monástico estipula que la vida individual de
un monje está inmersa en una Hermandad (una comunidad de
personas que idealmente buscan la liberación de la codicia, el odio,
el engaño, la necedad, la vanidad y la ignorancia) y viven en una
armonía comunitaria, con propiedad comunitaria y con un mínimo
indispensable de posesiones materiales privadas. Además de
satisfacer las necesidades espirituales de la orden monástica, el
código monástico indica específicamente que la sangha tiene una
responsabilidad hacia la sociedad más amplia de personas laicas
que atienden o ayudan a la comunidad a satisfacer sus necesidades
diarias. En resumen, había un profundo sentido de responsabilidad
social, de cuidado y compasión subyacente en la relación
mutuamente constituida entre monjes y seguidores laicos.
Esta forma de gobierno monástico contenía muchas características
del arte de gobernar presentes en las confederaciones y repúblicas
autónomas más que en las de los grandes reinos monárquicos del
Norte, como Kosala y Magadha. Mientras que los reinos
monárquicos se guiaban por nociones brahmánicas de una clase
superior de gobernantes divinamente sancionada, las
confederaciones autogobernadas tenían mucho en común con la
16
lógica de la humanista ética buddhista. Por ejemplo, se dice que en
una ocasión el Buddha exhortó a los ciudadanos de la República de
Licchavis o Vajjis de Vasili, quienes estaban amenazados por un
agresivo y desenfrenado monarca (Ajatasatru) de uno de los
grandes reinos, a actuar con prudencia y habilidad utilizando formas
más democráticas para la resolución de los conflictos. El Buddha
sugirió a las repúblicas que si deseaban mantener su independencia
debían fortalecer más sus formas democráticas de gobierno. Estas
incluyen la celebración de asambleas periódicas y frecuentes para
discutir asuntos de Estado colectivamente entre sí, esforzarse por
llevar a cabo las tareas cotidianas de gobierno en armonía y prestar
la debida atención a las prácticas y costumbres establecidas (Mishra
2004).8 Este código normativo de conducta que incluía la primacía
otorgada a las libertades humanas y la igualdad de todos los seres
humanos era más característica de las formas de gobierno de las
confederaciones autónomas. El principio de igualdad en el
buddhismo se aplicaba igualmente a la relación entre el gobernante
y los gobernados, y era un principio rector en cuestiones del arte de
gobernar.
Sin embargo, este “igualitarismo radical” (Swaris 1995) y la idea de
igualdad en una comunidad universal se volvieron algo
problemáticos en relación con la cuestión de la equidad de género
que surgió en torno a la ordenación de las mujeres como monjas.
Esto fue más evidente cuando el Buddha tardó algún tiempo en
aceptar admitir mujeres en la orden monástica y, de hecho, tuvo
que ser persuadido por Ananda, uno de sus discípulos de confianza.
Él estuvo de acuerdo con el razonamiento de sus argumentos pero
con algunas condiciones adosadas, a saber, que las monjas
aceptaran cumplir con reglas adicionales que no se aplicaban a la
Mishra (2004), en su sucinto y legible relato de este episodio, llama la atención sobre un
conservadurismo inherente a la forma de gobierno (por ejemplo, prestar atención a las costumbres
junto con otras características más liberales como la toma de decisiones participativa). Esto indica
la naturaleza funcional y pragmática del modo de gobernar.
8
17
orden de los monjes. Al aceptar a las “mujeres como iguales
espirituales”, el Buddha, aunque no descartó el hecho de que su
papel social estaba culturalmente prescrito, sí proporcionó a las
mujeres vías de autoexpresión.
El hecho de que "el Buddha sea a menudo visto como el filósofo
clásico más ilustrado sobre el papel de la mujer" (Coomaraswamy
1984: 80), atestigua el pragmatismo del Buddha en su voluntad de
contemplar y considerar puntos de vista racionalmente disidentes
de manera más general sobre cuestiones tales como el papel de la
mujer en la orden monástica. Esto surge de la postura filosófica
buddhista de que “el deber no es un mandato o una necesidad
absoluta, sino un llamado pragmático a reconocer la existencia
empírica y adoptar soluciones a cualquier problema asociado con
ella” (Kalupahana 1995a: 45) de acuerdo con el código moral. Aquí
nuevamente observamos la notable similitud entre los modos de
gobierno de la comunidad monástica y las repúblicas autónomas.
Además, la cultura liberal y humana de las repúblicas de clanes
apoyaba mutuamente a la comunidad monástica, ya que estaban
más inclinadas a un estilo de gobierno "democrático" y no
autoritario9, caracterizado por rasgos tales como el respeto a las
opiniones mayoritarias en la toma de decisiones, las reuniones
periódicas para conducir asuntos de estado, etc. No hay duda de
que la cultura política más liberal de las gana sanghas o repúblicas
tribales fue central en la formulación de la naturaleza y el carácter
de la comunidad monástica como organización social. En general,
no hay duda de que este modelo de gobierno estaba claramente en
sintonía con las necesidades de paz y armonía en una comunidad
pequeña con miras a mantener la estabilidad y la continuidad a
largo plazo como una organización social bien unida.
9
Fromm (1955), entre otros, identifica al buddhismo como una religión no autoritaria.
18
Con este fin, el Buddha dio un lugar de honor a la deliberación
comunitaria, la negociación cara a cara, las reuniones periódicas de
la comunidad y el estímulo para participar en discusiones libres y
francas. Dado el valor otorgado a la razón y al pensamiento racional,
el consenso debía lograrse mediante un proceso de elección
razonada en lugar de una creencia ciega en un código prescriptivo.
Claramente hubo un consenso en la toma de decisiones colectivas,
alcanzado de acuerdo con la “Constitución” de la Comunidad, su
código de conducta, reglas, convenciones y forma de práctica. Al
menos dentro de la comunidad monástica se reconocía un fuerte
espíritu de debate y discusión entre iguales.
En un texto muy citado (el Kalama Sutta), el Buddha aconseja a
quienes tienen dudas sobre la verdad que la descubran ellos
mismos mediante un proceso de investigación racional no limitado
por la fe o la tradición.10 Al alentar a los litigantes a adoptar una
actitud crítica y desapasionada, empleando la lógica y la razón para
resolver disputas religiosas y filosóficas, iba claramente en contra
de las convenciones. El Kalama Sutta o la Carta de la libre
investigación (Bhikku Soma 1963) llamó la atención sobre la
importancia del pensamiento racional, que precedió en muchos
siglos a la Ilustración europea. Esto también llevó a que el Buddha
fuera etiquetado en algunos sectores como “escéptico” por adoptar
una actitud cautelosa y no dogmática regida por la razón.11 Algunos,
como Batchelor (1997), caracterizan al buddhismo como una fe
agnóstica, y Sen (2005) incluso considera el agnosticismo como una
“característica fundamental del buddhismo”.
Evans (2007) ha ofrecido un argumento interesante al sugerir que este tratado que ensalza los
méritos de la investigación racional puede estar sujeto a una de dos interpretaciones —
epistemológica o ética.
11
Gallop (2007) alude al agnosticismo del buddhismo como particularmente atractivo para los
intelectuales occidentales; señala que Batchelor (1997) alinea al buddhismo con la definición de
agnosticismo de Thomas Huxley como un método para resolver diferencias sobre la base de una
razón demostrable.
10
19
Esta forma de gobierno conducía al mantenimiento de una
pluralidad de discurso, más parecida al método socrático de diálogo
que al enfoque doctrinario prescriptivo predominante del código
brahmánico. La lógica y el fundamento subyacentes de la forma de
gobierno eran que se trataba de un tipo de “democracia
deliberativa” que era participativa y permitía acomodar diferencias
de opinión e incluso disidencias sin imponer principios mayoritarios
en la toma de decisiones. La disidencia irreconciliable como la que
se produjo en las reuniones de los diversos Consejos de la
fraternidad monástica (por ejemplo, en el Tercer Consejo durante el
reinado de Ashoka) llevó a un acuerdo amistoso en la diferenciación
y la formación de diferentes sectas.
20
III. Forma de gobierno y Estado:
una perspectiva buddhista
1 . El modelo Ashoka del arte de gobernar
El modelo buddhista de gobierno monástico estaba destinado a
tener un profundo impacto en el pensamiento social y político en
Asia, especialmente en países buddhistas como Sri Lanka, Birmania
y Tailandia. Este legado fue transmitido a través del emperador
Ashoka, siendo sus ideas, principios y prácticas buddhistas
fundamentales el modelo para formular su forma única de gobierno
político que incorpora un código de derecho secular.12 El
fundamento del modelo de gobierno del emperador Ashoka,
aunque inspirado principalmente en las prácticas buddhistas,
también sufrió el impacto del legado histórico de modos de
gobierno heredados principalmente de las confederaciones
autónomas o repúblicas tribales. Estos principios democráticos de
gobierno, por ejemplo, fueron enunciados en la constitución de
Vajjian e incluyeron una exposición detallada de la estructura y el
modo de funcionamiento del sistema judicial de Vajjian.
En la época del Imperio de Ashoka, el buddhismo no era sólo un
sistema de creencias religiosas sino también “un movimiento social
e intelectual que influía en muchos aspectos de la vida social”
(Thapar 2002: 200). El concepto del Dhamma de Ashoka es utilizado
a menudo como
Estos principios legales buddhistas (por ejemplo, cuatro vías de injusticia) también fueron
evidentes mucho más tarde en el tratado legal cingalés –el Niti-Niganduwa– que contiene un
resumen del derecho civil en el período de Kandy (Jayatilleke 1976: 13).
12
21
Un sinónimo de buddhismo... tenía como objetivo crear
una actitud mental en la que el comportamiento ético de
una persona hacia otra era primordial y se basaba en el
reconocimiento de la dignidad de los seres humanos
(Thapar 2002: 201).
Estas influencias también fueron evidentes mucho más tarde en el
clima social y político de la India, particularmente durante la era
Maurya (321-185 a. C.). Como consecuencia, los ideales de
democracia manifestados en la filosofía social y política buddhista
fueron vistos como la mejor forma de gobierno en la medida en que
generaban "principios del arte de gobernar [que denotan] un
estado de bienestar democrático" (Jayatilleke 1967: 81),
encarnados principalmente en términos de una comprensión
específica de la realeza. Contrariamente a la idea predominante de
un monarca divinamente ordenado, se argumentó que la idea de un
rey como líder elegido ha surgido históricamente como un contrato
social. En consecuencia, el pueblo, de mutuo acuerdo, seleccionó a
una persona como "el rey" con la esperanza de que se pudiera
confiar en él para mantener la ley, el orden y la armonía social.
La visión buddhista de la realeza, en particular los deberes y
responsabilidades de un gobernante elegido, estaba regida por la
noción de contrato social — propuesta mucho antes de Hobbes y
otras exposiciones occidentales. La idea buddhista de "contrato
social" proponía una visión evolutiva de la sociedad opuesta a la
visión brahmánica de un monarca divinamente ordenado y también
de la sociedad.
22
Estas viviones se detallaron en el Discurso sobre el Génesis
(Agganna Sutta),13 y se describieron en los siguientes términos:
Cuando se formó la tierra y evolucionó la vegetación de
un grado inferior, luego superior, hasta que finalmente la
tierra produjo una abundancia de cereales, se desarrolló
la vida agrícola y comenzaron a existir familias y hogares
humanos. A medida que surgieron los hogares,
comenzaron a almacenarse alimentos, la tierra se dividió
entre propietarios individuales y hubo que establecer
límites, dando lugar así a derechos de propiedad. Ahora
bien, alguien de carácter codicioso invadiría la propiedad
de otro. El resto lo reprendería y lo acusaría de
allanamiento de morada. Así, el conflicto y la injusticia
entraron en la vida de los humanos, necesitando la
institución de medidas protectoras y punitivas hasta que
finalmente se eligió un gobernante con el consentimiento
del pueblo (sammata) para mantener la justicia, y el resto
le brindó su apoyo, es decir, como ciudadanos
respetuosos de la ley (Wijesekera 1962: 6).
Lo que se enfatiza en este concepto de realeza es “una concepción
democrática del Estado y del derecho” (Jayatilleke 1967) basada en
el principio de igualdad. Por tanto, el rey es un "Gran Elegido"
(Maha Sammata), es decir, elegido por el pueblo en su conjunto y
autorizado para gobernar. Esto también se basa en el supuesto de
la igualdad del hombre y de que el rey es sólo primus inter pares, y
ejerce la autoridad sólo en virtud del contrato social. Los deberes de
un gobernante compasivo, establecidos en el Discurso titulado
Cakkavati Sihananda o el Monarca Universal, especifican diez
Véase Ling (1981a) para detalles del Discurso Aganna; también Gnanarama (1996). Harris (1989b)
ofrece una crítica útil de la idea de contrato social.
13
23
virtudes14 que constituyen los elementos esenciales de la ética y la
filosofía social buddhista. Respectivamente,
un rey es generoso, tiene los sentidos bajo control,
dispuesto a hacer sacrificios, sencillo en los tratos, gentil
y bondadoso, capaz de sufrir por el pueblo, libre de ira y
resentimiento, es compasivo con todos, tolerante y muy
accesible.
Este Discurso recomienda que un gobernante modele su conducta
como un “altruista ilustrado (Jayatilleke 1967: 59) por sobre el
interés propio y la conveniencia”. Estas diez virtudes que formaron
los fundamentos de la legislación representan una caracterización
del "tipo ideal" del "monarca" o "gobernante" de quien se esperaba
que actuara con un sentido de rectitud moral y por lo cual, a cambio,
el pueblo aceptaba darle al rey “una porción de arroz” por el
cumplimiento de sus deberes y obligaciones.
En ausencia de controles y salvaguardias constitucionales contra el
ejercicio arbitrario del poder, la opinión pública por sí sola era la
única salvaguardia contra un gobernante malvado o tirano que
actuaba injustamente. Un ejemplo citado en los textos sobre cómo
opera la opinión pública es la de un rey que propone sacrificar su
trono en lugar de permitir que su hijo expíe por sus transgresiones.
Sin embargo, el pueblo rechazó esto y exigió que el hijo fuera
desterrado del reino. Y la respuesta del rey fue actuar de acuerdo
con “la voluntad del pueblo”. En otro caso, a una reina que exigió
que su esposo, el rey, le otorgara autoridad absoluta, se le negó
esta solicitud alegando que el rey mismo no era “un Señor
absoluto”. Esto sirve nuevamente para subrayar el hecho de que el
En pali, estas diez virtudes reales son dana, sila, pariccāga, ājjave, maddava, tapa, akkodha,
ahimsa, khanti y avirodha (Gnanarama 1996). Véase Ling (1981) para este Discursosobre el
Monarca Universa (Cakkavatti Sihananda Sutta).
14
24
ejercicio del poder y la autoridad asociados con la realeza está
limitado por la opinión pública, la voz del pueblo.
Los deberes asociados con un monarca denotan una manera
altamente basada en principios y al mismo tiempo eminentemente
razonable y sensata de resolver problemas complejos que incluían
pautas para diseñar relaciones sociales aceptables (Kalupahana
1995a; Guruge 2007). La realeza, sin duda, estaba limitada por la
capacidad de uno para actuar dentro de las directrices de la
enseñanza, el dhamma, es decir, los principios de rectitud moral. En
consecuencia, el mantenimiento del orden normativo — el código
de rectitud se consideraba un requisito primordial de un buen
gobernante. Lo que hacía legítimo el ejercicio del poder —poder
político y autoridad— residía en la capacidad de la persona que
ejercía esa autoridad para actuar con habilidad y esforzarse por
defender los principios de compasión, equidad y justicia. Estos
principios estaban consagrados en el código moral de rectitud y
eran igualmente aplicables tanto a un laico como a un
administrador, ya fuera un monarca o un funcionario menor. En
este sentido, hay muchos ejemplos en los textos buddhistas
Mahayana posteriores, como el Mahavastu, de consejos específicos
dados a los gobernantes. Por ejemplo, el filósofo buddhista
Nagarjuna15 (alrededor de 150 - 250 d.C.) en su consejo a la dinastía
Satavahana insta al monarca a apoyar activamente el trabajo de los
médicos, establecer albergues y casas de descanso, eliminar los
altos impuestos, atender a las víctimas de desastres naturales y
mantener bajas las ganancias (Mishra 2005).
Esto afirma claramente que las normas de justicia compasiva
consagradas en la ética y el orden moral buddhistas no
Nagarjuna, el filósofo/monje que probablemente vivió en el siglo II d.C., generalmente
identificado como fundador de la Escuela Buddhista “del Medio” (Madhyamaka), perteneciente a
la tradición Mahayana (Gethin 1998). Véase Kalupahana (1995b) para una exposición de la filosofía
moral de Nagarjuna.
15
25
proporcionan ninguna base racional para una cultura despiadada de
codicia y egoísmo característica de algunas formas perversas de
individualismo o formas puras de pensamiento de "laissez faire".
Considerando que el bienestar de la comunidad de monjes
dependía en gran medida de la buena voluntad y el patrocinio de
los reyes o de las autoridades gobernantes de las repúblicas
autónomas, surgió una reciprocidad hábilmente diseñada en la
relación entre el buddhismo y el Estado. Esto se reflejó bien en el
patrocinio y apoyo que recibió el Buddha de personalidades clave
de las repúblicas autónomas y también de algunos de los reinos,
como el rico e influyente comerciante Anathapindaka. Aquí
nuevamente esto sirve para llamar la atención sobre las actitudes
pragmáticas y utilitarias inherentes del Buddha al tratar asuntos
mundanos, sujeto a la condición de que no infringieran los amplios
parámetros del código ético.
2. La filosofía social buddhista en la práctica: el modelo Ashoka
El significado y la importancia de la filosofía social y política
buddhista se revelan mejor en la práctica del arte de gobernar de
Ashoka, que incorporó los ideales buddhistas de gobierno en la
búsqueda de la justicia social y la paz. El código normativo del
“Estado de bienestar” de Ashoka enunciaba claramente los ideales
buddhistas de una “sociedad justa” como aquella en la que había
igualdad, prosperidad económica y la práctica de la buena vida.
Estos valores morales y sociales quedaron ejemplificados en la
noción buddhista de bienestar construido en torno a las siete
virtudes o acciones hábiles de personas laicas comunes y corrientes.
Estas virtudes se refieren a abstenerse de: quitar la vida, robar,
hablar confusamente y proferir falsedades, hablar maliciosamente,
hablar frívolamente, hablar ásperamente y apegarse a la
26
sensibilidad vulgar, no sólo como abstinentes sino positivamente.16
La práctica de estas virtudes que formaron la base de la legislación
que garantizaba la paz y la estabilidad subraya la razón de ser de la
ética social buddhista, es decir, que la preocupación por el
bienestar de los demás era considerada parte integral de la
moralidad personal de salvación.
La ética social del buddhismo, revelada en el Estado de bienestar de
Ashoka, está en marcada contradicción con los críticos del budismo
temprano como Max Weber (1966), así como con los defensores
más recientes del "Buddhismo Protestante" (Gombrich y
Obeysekera 1998). Estos teóricos argumentan erróneamente que el
buddhismo se volvió “así de mundano” sólo en respuesta a la
modernización u occidentalización al emular las ideas
cristianas/protestantes de servicio. Sin embargo, la postura crítica
adoptada por estudiantes del buddhismo temprano como Max
Weber (1966) fue hecha más bien sobre bases doctrinales, es decir,
que el subjetivismo de la ética individualista buddhista equivale a
egoísmo.17 Se sugirió que esto era una preocupación por lo
trascendental y una indiferencia hacia el bienestar humano y la
capacidad de mejora de la sociedad.
La falacia inherente a esta yuxtaposición del egoísmo y el altruismo
ha sido puesta al descubierto por estudiosos como Jayatilleke (1967)
que han demostrado que la vida de un buddhista laico, a diferencia
Kalupahana (1995a) proporciona un útil resumen de estas virtudes tomado del Brahmajala Sutta
— Discurso 1 sobre la Red Brahmas (Walshe 1987). Él señala que éstas no son meras abstenciones
sino también los aspectos más positivos de un ser virtuoso. Éllas Incluyen el bienestar de uno
mismo y de los demás.
17
Tambiah (1976) señala con razón que Max Weber puede haber exagerado su visión de que el
buddhismo, como religión, estaba confinado a los ascetas y la salvación individual. El análisis
weberiano del buddhismo también fue evidente en aquellos (por ejemplo, Gombrich y
Obeysekera-1988) que intentaron caracterizar el buddhismo cingalés en el siglo XX como
"Buddhismo Protestante". Holt (1900) proporciona una útil visión general y crítica de este epíteto
descriptivo tan problemático.
16
27
de los monásticos, tiene que vivirse en un contexto claramente
social. Por esta razón, a menos que se combine el código de
conducta moral laico y ascético, el buddhismo nunca se limitó a una
“forma privada de salvación relacionada con el ilusorio individuo
independiente” (Ling 1985: 117). Filosóficamente, el “individualismo
metodológico” del buddhismo afirma, comprensiblemente, la
centralidad del individuo y de su libertad y autonomía personales.
Pero, al mismo tiempo, la ética buddhista pone límites a un
individualismo desenfrenado al reconocer la relación de
interdependencia entre el individuo y la sociedad.
Consecuentemente,
esta inevitabilidad implicaba una preocupación por las
cuestiones sociales y políticas [que] reciben una gran
parte de atención en las enseñanzas del Buddha. ...
Intentar comprender el buddhismo aparte de su
dimensión social es inútil (Ling 1973: 140).
La exposición de los principios básicos de la filosofía social
buddhista deja muy claro que la conducta del individuo nacida de
un sentido de rectitud moral está en sintonía para confrontar y
responder a las realidades del mundo terrenal. Es importante
destacar que la práctica de la ética social buddhista era
eminentemente pragmática y utilitaria en la forma de un “realismo
iluminado” (Wijesekera 1952; Jayatilleke 1969; Gnanarama 1996).
De hecho, esto es lo que ha permitido al buddhismo abordar más
eficazmente el impacto de las fuerzas de la modernización de una
manera socialmente aceptable y moralmente responsable
(Jayasuriya 1997; Guruge 2005; Harvey 2000). En pocas palabras, la
ética social buddhista, de la que surgió gran parte de la teoría y la
práctica de la política buddhista, estaba muy preocupada por "el
mundo público y sus estructuras", que incluían, entre otras cosas,
las instituciones económicas y políticas. Esta ética social, según
Schumacher (1973) y otros, también era aplicable a la vida
28
económica de los seres humanos. Por ejemplo, desde una
perspectiva buddhista, la pobreza se asocia frecuentemente con
condiciones económicas adversas y puede aliviarse proporcionando
una distribución más equitativa de la riqueza. Esto último, como
una estrategia política de alivio de la pobreza, ofrece algunas
medidas de seguridad social que probablemente garanticen el
bienestar de la sociedad en su conjunto.
Los Discursos relevantes para la filosofía social y política (ver Nota 6)
resaltan la importancia de la frugalidad, el ingenio y el control sobre
el anhelo excesivo y el consumo ostentoso. En un Discurso (el
Kutadanta Sutta), el Buddha ha reconocido que tener un empleo
remunerado es más importante que la posesión o el acceso a bienes
y servicios producidos habitualmente. El énfasis puesto aquí en el
trabajo, entre otras razones, también se debe a que la ética del
trabajo diligente conducía al progreso moral, e incluso se
consideraba “una bendición que debía disfrutarse” (Ling 1979: 113).
Pero lo más importante es que estas prescripciones dan testimonio
del “camino medio” como enfoque hacia el bienestar social y el
progreso espiritual. Constituyen las directrices normativas para la
política pública en términos de los ideales del Monarca Universal
Benevolente que “se preocupa no sólo por el bienestar material de
sus súbditos sino también por su bienestar moral” (Kalupahana
1995a: 123). Como afirma el Buddha en el Vinaya, "el que sirve a los
enfermos me sirve a mí". El Rey de la rectitud (llamado
Cakkavartiraja), ejemplificado en el Emperador Ashoka, fue alguien
que no sólo proporcionó bienestar a los indigentes, sino que
también estableció un estado de bienestar. El “estado de bienestar”
del emperador Ashoka buscaba emular el modelo del Monarca
Universal Benevolente cuya filosofía de amor compasivo retratada
en los textos buddhistas se expresa claramente en uno de los
Edictos del Emperador Ashoka de la siguiente manera:
29
Todos los hombres son mis hijos y así como deseo para
mis hijos que obtengan todo tipo de bienestar y felicidad
tanto en este mundo como en el próximo, así lo deseo
para todos los hombres” (citado en Jayatilleke 1962).
Las políticas del Estado de bienestar de Ashoka y su arte de
gobernar en general no fueron de ninguna manera utópicos o
idealistas en el sentido de que “el espíritu emprendedor y la
generación de dinero eran respaldados positivamente siempre que
se hicieran por medios justos” (Omvedt 2001). Al argumentar así, el
Buddha mostró cómo “la vida moral y la adquisición de riqueza
pueden ir juntas” (Kalupahana 1995a: 122). Sin duda, esto refleja en
parte nuevamente el sentido de realismo y pragmatismo,
característico del buddhismo, en la política buddhista cotidiana al
tratar con el mundo terrenal. Históricamente, esta forma de pensar
se ilustra mejor por el hecho de que, como se señaló anteriormente,
muchos de los principales patrocinadores del Buddha y partidarios
laicos de la comunidad monástica procedían de la nueva clase
media en ascenso centrada en las ciudades.
Lo distintivo del Estado de bienestar de Ashoka fue que,
contrariamente al código de conducta social brahmán, este se
construyó esencialmente sobre un "humanismo buddhista" en el
que las relaciones humanas están templadas por la compasión, el
amor, la simpatía y el cuidado de los sentimientos de los demás. Así,
“el trabajador-amo no [fue] abolido pero [fue] humanizado... [y]
alejado de una relación de esclavitud” (Omvedt 2002). De hecho,
incluso Max Weber, a pesar de su comentario desdeñoso sobre el
Estado de bienestar de Ashoka como “un accidente histórico”
(Harvey 2000), se vio obligado a admitir que éste era el:
Por primera vez en la cultura hindú... apareció la idea del
“Estado de bienestar” del “bien general” (cuya promoción
Ashoka consideraba como deber del rey). “Bienestar”...
30
se entendía que significaba bienestar espiritual... pero
también acción racional y económica” (citado en
Jayatilleke 1962: 88).
Los principios del arte de gobernar de Ashoka que evolucionaron en
el siglo III a. C. bien pueden haber influido en el pensamiento del
filósofo buddhista Nagarjuna al esbozar un “socialismo compasivo”
de políticas de bienestar. En el tratado clásico, La guirnalda de joyas
del consejo real, Nagarjuna enumera las Directrices para la Acción
Social dadas a su amigo y discípulo, el rey de Satavahana en la India
central (Thurman 1985a). Estas directrices especifican los principios
de tolerancia, justicia y generosidad como elementos esenciales de
un orden social buddhista, inspirados en el mandato moral de que
el rey debe anteponer los intereses colectivos o el "bien común" a sí
mismo, es decir, "el pueblo primero".' (Thurman 1985a).
Las características clave de la política estatal desarrollada y
practicada en la época de Ashoka comprendían "un sistema de
moralidad pública y bienestar social [basado en] un análisis radical
sofisticado de la situación humana" (Ling 1973: 166), las cuales se
filtraron con el tiempo a muchos países buddhistas, en particular a
Birmania y Sri Lanka. En Birmania, el primer Primer Ministro de una
Birmania independiente, el difunto U Nu (1948-1962), es recordado
como un devoto buddhista comprometido con la "restauración del
buddhismo y la sangha [y] un programa socialista de estado de
bienestar notablemente similar al Fabianismo inglés' (Matthews
1999). De la misma manera, se puede argumentar que el estado de
bienestar de Sri Lanka que evolucionó en el estado colonial tardío
(Jayasuriya 2004) y se basó en una noción de “igualdad de
necesidades mínimas”... [pudo haber sido] sancionado mediante...
[el] Pensamiento y [las] prácticas buddhistas” (Coomaraswamy
1984: 82). Tambiah va más allá y sugiere que en varios países del
sudeste asiático “las ideas buddhistas... legitiman una especie de
política socialista de bienestar” (Tambiah 1973: 18) que puede
31
derivarse en parte del hecho de que el rey o gobernante estaba
idealmente moldeado como una figura “similar al Buddha” (un
bodhisattva), quien llegó a ser visto como el defensor del “cuenco y
la túnica” (Tambiah 1976: 226).
Es importante destacar que esto llama la atención sobre la
continuidad histórica, desde la época del Buddha hasta el
emperador Ashoka, de la interrelación triangular que prevalecía
entre el rey o gobernante, la orden monástica o sangha y el pueblo.
La relación entre la comunidad monástica (la sangha) no era sólo
con la sociedad que la sustentaba, sino, más importante aún, con el
gobernante o el Estado. A pesar de que en principio la sangha no
reconoce ni se relaciona formalmente con el Estado (entendido
como monarca o gobernante), en la realidad este distanciamiento
formal se vio severamente limitado. El hecho convincente era que la
orden monástica no podía sobrevivir sin un mínimo de apoyo
político — ya fuera de una monarquía o de una república. En efecto,
la práctica buddhista temprana muestra “una especie de
ambigüedad hacia el poder político” (Ling 1981b: 32), ya sea de tipo
monárquico o republicano.
Esto arroja una nueva luz sobre la noción de secularización de la
religión, es decir, la “separación” entre Iglesia y Estado, que según
la teorización política convencional, fue vista como un fenómeno
posterior a la Ilustración en la sociedad occidental. Esta devaluación
de la religión en cuestiones de Estado fue una característica notable
del secularismo europeo en el período anticlerical posterior a la
Ilustración, que hacía eco del espíritu de la crítica de Volatire al
antiguo régimen con su famoso grito “destruye la infamia” (Berger
2005). Esta forma de secularismo europeo, especialmente en
Francia, difiere de la prevaleciente en Estados Unidos, donde el
secularismo no proporcionaba legitimidad constitucional excepto
por una garantía de libertad religiosa por parte del Estado. En
general, la idea de secularismo, que sigue siendo una característica
32
distintiva del Estado secular liberal en las sociedades occidentales
(Bader, 1999), se ha asociado con la pérdida de la importancia de
los valores y creencias religiosos en la orientación de los asuntos de
Estado.
Pero, como hemos demostrado, la lógica del secularismo estaba
implícita, si no explícita, en los ideales buddhistas de gobierno
revelados en el sistema de gobierno de Ashoka. Los principios y
valores de la Ilustración europea, como la igualdad, la tolerancia al
disenso, la libertad y la justicia, eran notablemente congruentes con
la filosofía política del emperador Ashoka. Esto ciertamente
contradice las opiniones de quienes sostienen que las “ideas de
“justicia”, “derecho”, “razón” y “amor a la humanidad” [son]
predominantemente, tal vez incluso exclusivamente, valores
occidentales” (Himmelfarb citado en Sen 2000). Como argumenta
persuasivamente Sen (2005), existen razones sustanciales para
ubicar las ideas democráticas de los principios y prácticas políticas
como anteriores a la democracia ateniense.
Adoptando la definición de democracia de Buchannans como
"gobierno mediante discusiones" (aludida por Sen, 2005), Sen
continúa citando al emperador Ashoka como alguien que defendió
la discusión pública en materia de gobierno, recurriendo a una
especie de antigua versión india de las "Reglas de orden de Robert".
Este compromiso de la filosofía política de Ashoka con una
democracia deliberativa, con una amplia discusión de cuestiones
públicas, también implicaba una condición, a saber, que al defender
"la moderación con respecto a la expresión no debería haber
enaltecimiento de la propia secta ni menosprecio de otras sectas en
ocasiones inapropiadas; y [también] que debería ser moderada
incluso en las ocasiones apropiadas” (Sen 2005: 16).
33
34
IV. Conclusión
La anterior explicación de la relación entre el buddhismo y la
política, particularmente en lo que se refiere al arte de gobernar,
destaca, entre otras consideraciones, la necesidad de recuperar una
faceta muy descuidada del pensamiento buddhista, a saber, "esta
naturaleza terrenal y racionalista del pensamiento buddhista"
( Omvedt 2001). De hecho, el Buddha fue un pensador social
profundo (aunque no necesariamente un teórico abstracto según la
tradición filosófica occidental) que trazó nuevas formas de pensar
no sólo sobre la condición humana, sino también sobre el lugar del
individuo en la sociedad. Esta comprensión del buddhismo censura
los malentendidos o interpretaciones erróneas que a menudo se
cometen en algunos sectores (por ejemplo, en particular Weber,
1996) de que el buddhismo, específicamente el buddhismo
primitivo, estaba confinado a la salvación personal y era indiferente
a las preocupaciones del mundo terrenal, tales como "la
reconstrucción de los centros políticos" (Eisenstadt 1993: 19) de la
sociedad.
Por el contrario, como hemos demostrado, el buddhismo temprano
tenía una "visión bien desarrollada de los asuntos sociales y
políticos" (Tambiah 1976: 25) que ha continuado siendo un
poderoso modelo, proporcionando pautas normativas para la teoría
y la práctica de todos los aspectos del arte de gobernar — ya sea en
los campos del bienestar económico y social, o en cuestiones de
gobierno del sistema político. Este sistema de valores no debía
aplicarse de manera rígida o arbitraria, sino teniendo en cuenta
hábilmente las consideraciones morales que rigen un acto, como en
la aplicación del principio de no matar (Omvedt 2001).
35
Estos ideales normativos se enmarcaron junto con una de las
primeras declaraciones de una “democracia deliberativa”, lo cual
dio al emperador Ashoka un lugar único en la historia de las ideas y
el pensamiento político. El buddhismo “Real” al estilo Ashoka
proporcionó una legitimación ritual del gobierno digno de un rey y
quizás el “vínculo más visible entre la comunidad (la sangha) y el
estado” (Matthews 1999). A diferencia del emperador Constantino,
quien hizo del cristianismo el credo oficial del Imperio Romano,
Ashoka nunca hizo del buddhismo una religión estatal. Además, por
su disposición a aceptar la disidencia y su compromiso con la
tolerancia hacia otras religiones, Ashoka miraba el sectarismo con
gran desagrado (Ling, 1973). Siguiendo los precedentes establecidos
por el Buddha, Ashoka se esforzó por garantizar “la libertad
religiosa apoyando no sólo a los monjes buddhistas sino también a
los ascetas de otras sectas religiosas” (Harvey 2000:116); y también
se esforzó en el negociado de las diferencias mediante la
participación y la creación de consenso. El modelo de gobierno de
Ashoka se basó en lo que Sen (2005) denomina un “agnosticismo
fundamental y un compromiso con la comunicación y el debate
públicos” (Sen 2005: 182).
La democracia entendida como una forma de pensar y actuar
implica un compromiso racional con la libertad, la igualdad y la
tolerancia en una sociedad pluralista, profundamente abierta, si no
agnóstica. Esta forma de democracia y teorización social es
fundamentalmente un ideal secular que sirvió como modelo “tipo
ideal” para muchos países buddhistas como Sri Lanka, Birmania y
Tailandia. A veces también se ha descrito como generadora de una
especie de “secularismo acomodaticio” pragmático (Bartholomeuz
1989) a la hora de determinar el cumplimiento por parte del Estado
de algunas formas de práctica religiosa. Al mismo tiempo, la Sangha
(es decir, la congregación) estaba disponible para actuar como
conciencia moral de la comunidad y garantizar así la
36
responsabilidad de los gobernantes. Esto fue claramente evidente
en la reciente acción de los monjes buddhistas birmanos contra los
generales autoritarios al mando del Estado.
Cuando se mira desde el punto de vista de la religión y la política, el
buddhismo como sistema religioso sigue siendo profundo y
relevante en la sociedad contemporánea debido a sus "más
profundas raíces ontológicas". Así como la terapia, desde una
perspectiva buddhista, no se detuvo con la "eliminación del
malestar sino que procedió a [trabajar en] la cualidad del Ser, la
defensa de la democracia y las relaciones sociales e internacionales
integradoras tenían una relevancia más profunda para el espíritu"
(Chaitanya 1975: 85 ). El Buddha favorecía la democracia no sólo
como una cuestión de derecho constitucional o legal de igualdad y
"del valor absoluto del individuo", sino más bien como una
afirmación de la obligación moral impuesta sobre el individuo para
actuar dentro de un código de conducta basado en tales valores,
que eran el ideal de la dignidad humana, la igualdad de respeto y el
valor del individuo. Estos son congruentes con los ideales y valores
sociales que se identifican como las características más importantes
y distintivas no sólo del pensamiento liberal sino de la tradición
intelectual occidental (Gardner 1966).
La naturaleza claramente racional y deliberativa de este modo de
pensar tiene una notable afinidad con un principio clave de la
Ilustración europea, a saber, el poder de la razón o la primacía
otorgada al pensamiento racional. El modo buddhista de gobierno
basado en la deliberación y la participación destacó una
predisposición al razonamiento lógico dentro de un espíritu
tranquilizador dirigido a determinar hábilmente el mejor y
moralmente defendible resultado. Es cierto que esto se vuelve más
problemático cuando se considera en relación con otra
característica clave de la Ilustración europea, a saber, la
perfectibilidad de la naturaleza humana, en la medida en que la
37
perfectibilidad no depende enteramente del razonamiento. Sin
embargo, como argumenta persuasivamente Sen, si bien estos dos
“pilares” de la Ilustración europea hacen “afirmaciones bastante
distintas... el debilitamiento de uno no desestabiliza al otro” (Sen
2000: 34).
La notable convergencia de esas dos tradiciones intelectuales —la
occidental y la buddhista o "asiática"— ha sido reconocida por
varios estudiosos occidentales (por ejemplo, Fromm 1955, Thouless
1962 y Cousins 1984), además de utilizar la concisa frase de Bhabha:
"cosmopolitas vernáculos" como Ambedkar. Estos eruditos también
dan fe del gran efecto humanizador que el buddhismo ha tenido en
toda Asia y también en el resto del mundo. Sin embargo, lo más
importante es que los “cosmopolitas vernáculos” estaban
comprometidos con cruzar dominios y fronteras culturales
reconectando el pensamiento buddhista con el resto del mundo.
Hicieron esto sin ser indigenistas ni afirmar la soberanía de una
tradición intelectual en particular (Ganguly 2007). Esta "traducción
de culturas" merece un mayor escrutinio porque bien puede
proporcionar las bases morales e intelectuales para, entre otras
consideraciones, una "nueva política" que abarque las dicotomías
Este-Oeste y cree el espacio para un diálogo entre civilizaciones en
lugar de un "choque de civilizaciones", según lo pronosticado por
Huntington (1996).
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