Mujeres, tramas y
territorios
Memorias de los Centros de Madres en la Provincia de Osorno
Exposición ‘Mujeres, tramas y territorios. Memorias
de los Centros de Madres en la provincia de Osorno’.
Centro Cultural Sofía Hott.
Osorno, abril de 2023
Este catálogo es resultado de una investigación financiada por la línea de Culturas Regionales del Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes - Fondart Regional 2022,
realizada por Florencia Muñoz Ebensperger y Soledad Rojas Novoa.
Su origen, como el de muchos estudios de este tipo, se encuentra en el deseo de aportar
a la conservación de la memoria colectiva, pero también en nuestras biografías y el azar.
Ambas somos investigadoras en Antropología. Hace más de una década, Soledad estudia distintas versiones del maternalismo político en América Latina, de donde surge su
curiosidad por los Centros de Madres en Chile, mientras que Florencia es originaria de
Osorno y desde hace mucho tiempo se interesa por las dinámicas socioculturales de la
localidad. Del encuentro entre estas trayectorias nació la idea de investigar los Centros
de Madres en Osorno y hacer de esta emblemática forma de asociatividad una puerta
de entrada para el conocimiento de “lo femenino” en la Provincia. Sabíamos que poco
quedaba de este tipo de organizaciones en el territorio y que la tarea de encontrar a sus
integrantes históricas no sería fácil, sin embargo, tuvimos la suerte de conocer a Soraya
Hogas, asistente social y en ese momento directora de PRODEMU en la comuna. Desde
su extensa experiencia en la zona, Soraya nos puso en contacto con buena parte de las
mujeres que participaron de este estudio y compartió con nosotras su saber sobre las
tramas locales de mujeres.
En total entrevistamos a veinte mujeres entre 40 y 90 años en las localidades de Hueyusca,
Huillinco, Agua Buena, Bahía Mansa, Puaucho, Maipué, Liucura y Osorno. Todas ellas
nos abrieron generosamente las puertas de su casa y compartieron con nosotras sus vidas
en una serie de encuentros que traspasaron ampliamente lo investigativo. Nos recibieron
con confianza y cariño, siempre al calor de onces y desayunos que nos dieron tiempo para
intercambiar historias y experiencias. Fueron momentos muy valiosos para nosotras, que
nos interpelaron no sólo como investigadoras sino sobre todo como mujeres. Hacia ellas,
toda nuestra gratitud y reconocimiento.
Con el fin de difundir el material recopilado de una forma cercana y amable hacia esas
mujeres, decidimos hacer una exposición y su respectivo catálogo, incorporando para
ello al equipo a Paloma Garling, diseñadora, y a Miguel Alvayay, montajista. Pensamos
que este tipo de formato permite generar un espacio de encuentro y promover el diálogo
con la comunidad, mientras que el catálogo garantiza la conservación de este material,
ampliando su alcance. En su conjunto, nuestro objetivo es visibilizar y poner en valor la
experiencia de los Centros de Madres en la provincia de Osorno, en particular la vida de
las mujeres que los componen.
Agua Buena / Bahía Mansa / Concordia
Crucero / Hueyusca / Huillinco / Liucura
Maipué / Puaucho / Osorno
los centros
de madres en
la provincia
de Osorno
¿Qué son los
Centros de Madres?
Los Centros de Madres son espacios de reunión, organización y capacitación para pobladoras y campesinas
con una vasta trayectoria a lo largo y ancho de nuestro
territorio. A pesar de su variabilidad histórica y geográfica, estos centros representan una importante forma de
asociatividad femenina para el país y han congregado a
millones de mujeres que encuentran en ellos la posibilidad de formarse y aprender distintas técnicas y labores
manuales, eventualmente comercializar sus productos
y también salir de las actividades concentradas en el
espacio doméstico para encontrarse con otras mujeres y
generar nuevas tramas sociales.
Para saber cómo funcionan estos centros, imaginemos
un grupo de unas quince mujeres de distintas edades que
se reúnen una vez por semana en una sede barrial y se
sientan alrededor de una mesa. Sobre la mesa circulan
dos cosas centrales: materiales de trabajo de acuerdo a la
labor del día y algo para comer, según corresponda con
la costumbre local. En ese escenario, ya sea guiadas por
una monitora o compartiendo técnicas que alguna entre
ellas mismas domina, las llamadas “socias” aprenden y se
acompañan en la confección de la pieza que corresponda
–un chaleco, un pañuelo bordado, un mantel pintado a
mano-, al mismo tiempo que producen y sostienen una
instancia de camaradería que les permite conocerse y
poner en común sus experiencias personales, familiares
y comunitarias.
Si bien las primeras versiones de los Centros de Madres
en el país pueden rastrearse incluso hasta la década de
1930, ligados a iniciativas benéficas o religiosas, estos
espacios cobran una importante representatividad entre
las organizaciones femeninas de base en la provincia
de Osorno a partir de la década de 1960, cuando pasan
a ser regulados por el Estado y coordinados con los
proyectos sociales de gobierno. El impulso inicial de
esta institucionalización formó parte de la política de
Promoción Popular del gobierno del demócrata-cristiano
Eduardo Frei Montalva (1964-1970), marco en el cual
se creó la Relacionadora de Centros de Madres. Esta
institución fue presidida por María Ruíz-Tagle, quien
inauguró la tradición según la cual la coordinación de los
Centros de Madres dependería de las Primeras Damas.
Luego fue el turno de Hortensia Bussi, quien presidió la
Coordinadora de Centros de Madres durante el gobierno
de Salvador Allende (1970-1973) y más tarde de Lucía
Hiriart, quien dirigió CEMA-Chile durante la dictadura
cívico-militar de Augusto Pinochet (1973-1989). Desde
el retorno a la democracia los Centros de Madres son
coordinados por las municipalidades, mientras que muchas de sus funciones fueron relevadas por la Fundación
de Promoción y Desarrollo de la Mujer (PRODEMU),
como parte de la institucionalidad de género impulsada
desde la década de 1990 y en disputa aún hasta nuestros días.
Es necesario tener en cuenta esta variabilidad política,
ideológica y administrativa para dimensionar el carácter heterogéneo y dinámico de estos centros y con ello
vislumbrar que, bajo la supuesta inmutabilidad de su
funcionamiento y objetivos, ellos han jugado un rol importante en los procesos de construcción de una narrativa hegemónica sobre lo que es “ser mujer” en Chile1.
En este sentido, a partir de su experiencia podemos
preguntarnos ¿qué ideales circulan en estos espacios
respecto al ejercicio del rol materno? ¿Qué estereotipos
se construyen para el lugar de la esposa y la dueña de
casa? ¿Cómo se percibe la conciliación entre el trabajo
remunerado y el trabajo doméstico? ¿Qué estatuto cobra
el ocio y el tiempo libre? ¿A qué prácticas de autocuidado tienen acceso mujeres pobladoras y campesinas?
1 Si bien no son demasiadas las investigaciones que han hecho de los Centros de Madres su objeto de estudio, entre ellas nos interesa destacar los trabajos fundadores de Edda Gaviola,
Lorella Lopresti y Fedora Rojas (1988), “Chile, Centros de Madres. ¿La mujer popular en movimiento?”. Grupo Condición Femenina CLACSO. Nuestra memoria, nuestro futuro. Mujeres
e historia. Santiago, ISIS; y el de Teresa Valdés, Marisa Weinstein, María Isabel Toledo y Lilian Letelier (1989), Centros de Madres 1973-1989 ¿sólo disciplinamiento? Santiago, FLACSO.
Sin duda, cada proyecto político produce y busca naturalizar determinados horizontes de deseabilidad para los
procesos de diferenciación y estratificación de los roles
de género, horizontes que no son recibidos pasivamente
por las mujeres que conforman los Centros de Madres,
sino que son reproducidos, negociados o rechazados en
la experiencia que en ellos se genera y, por lo mismo, su
potencia radica en ser experiencias locales y situadas.
En este caso, se trata de mujeres que nacieron y crecieron
en zonas rurales, siendo hijas, nietas y esposas de campesinos, inquilinos o pequeños productores, herederos de
la singular lógica social y cultural forjada en el sur de
nuestro país.
Territorio, casa
y paisaje
Luego de la gran rebelión indígena de 1598, la Provincia
de Osorno, al igual que todo el sur desde el Biobío, se
mantuvo ocupado casi exclusivamente por grupos indígenas locales, hasta la “refundación” de ese territorio a fines
del siglo XVIII por parte de la administración española.
En este proceso jugó un rol clave el proceso de colonización por parte de migrantes alemanes, quienes se asentaron desde Valdivia hasta Puerto Montt. Movidos por una
fuerte ética protestante, labraron y moldearon el territorio
a imagen y semejanza de su tierra de origen, desplazando
-muchas veces de manera violenta- a las poblaciones indígenas locales, con la complicidad del Estado que consideraba esos territorios como “desocupados”2. Así, caracterizados también por una fuerte endogamia, se consolidaron
como la clase alta local, buscando hacer de su estética y
formas de vida tipologías dominantes en la zona3.
Junto con ello, desarrollaron tempranamente una agricultura intensiva así como una incipiente industria que
requirió una importante mano de obra. Esta no pudo ser
suplida con la población local indígena, con quienes además mantenían tensiones territoriales, por lo cual se produjo una significativa migración de trabajadores chilotes,
criollos y mestizos, atraídos por las condiciones de trabajo
asalariadas ofrecidas por los colonos alemanes. Se creó así
un paisaje no sólo natural, sino también social, el que fue
transformándose a lo largo del siglo XX, en buena medida
como resultado del contacto con el mundo latifundista de
la zona central del país que, entre otras, cosas transmitió
formas de trabajo de tipo rentista e incluso abusivas, con
modalidades de explotación como el inquilinazgo y la
mediería. Muchos de esos migrantes chilotes se establecieron en la zona y se mezclaron con las poblaciones locales,
dando lugar a la clase obrera campesina propia de ese
sector, de la cual la mayor parte de nuestras entrevistadas
son herederas.
!
Esto es relevante porque habitar un espacio no es en
absoluto un acto pasivo sino que las personas, a través de
sus prácticas cotidianas, van construyendo sus lugares de
pertenencia, al mismo tiempo que esos lugares van siendo
parte constitutiva de quienes los habitan. El antropólogo
británico Tim Ingold propone el concepto de “paisajes”
para referirse a esa profunda imbricación entre el territorio y las personas que lo habitan4, noción que se vuelve
especialmente pertinente para describir la relación de
estas mujeres con su entorno.
La mayoría de ellas crecieron y se volvieron adultas en el
campo, aisladas de toda forma de urbanidad, servicios, comercios y muchas veces también de otras casas. El espacio
doméstico o casa era el lugar donde transcurría la mayor
parte de la vida, no sólo todas las labores productiva y
reproductivas (huerta, animales, fabricación de objetos),
sino también casi toda la vida social, así como los acontecimientos más importantes de la vida tenían lugar al
interior de ese recinto (nacer, casarse, parir, morir), sobre
todo para mujeres y niños, quienes rara vez salían de ahí.
En ese contexto, la casa está lejos de estar circunscrita a
los límites de la habitación (inmueble) construida, ya que
lo que se entiende y se experimenta concretamente como
casa es todo ese territorio habitado y utilizado donde
transcurre la vida doméstica y cotidiana, y comprende
espacios como la huerta, esteros, valles, pero también
elementos como árboles, animales y plantas. De este
modo, las fronteras entre aquello que es concebido como
“natural” y “humano” o “cultural” son difusos, ya que todo
forma parte de una suerte de continuo entre el adentro
y el afuera.
2 José Bengoa (1999). Haciendas y Campesinos, Santiago, Ediciones Sur.
3 Sonia Montecino (2006). Identidades, mestizajes y diferencias sociales en Osorno, Chile: lecturas
desde la antropología de la alimentación, Universidad de Leiden.
4 Tim Ingold (2000). The Perception of the Environment, London/New York, Routledge; y Tim Ingold
(1993), “The temporality of the landscape”, World Archaeology, vol. 25, no 2, pp. 5-22.
Archivo Fotográfico / Armindo Cardoso
Chile Sul [Sur de Chile] Osorno
[fotografía] Armindo Cardoso.
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Esto queda claro al visitar las casas, donde vemos cómo
ese exterior siempre está siendo parte de la vivienda
(interior) ya sea por medio de la ventana que hace visible
y conecta ambos universos, o por la presencia de múltiples
elementos, objetos, incluso imágenes y decoraciones
pertenecientes o evocativas de ese universo exterior,
vegetal o animal que forma parte de la casa. Del mismo
modo, el exterior no es un espacio vacío, sino que es
constantemente intervenido y habitado, siendo así parte
de este lugar de lo cotidiano.
En ese sentido, la casa es el paisaje, en cuanto lugar que
es construido y habitado por estas mujeres. Las prácticas
artesanales que aprenden y socializan en los Centros de
Madres vienen a reforzar esa construcción de un paisaje
donde lo exterior y lo interior se conectan, ya que desde
las materias que se utilizan (maderas, lanas) y los usos
que se le dan (cuidar a la familia y decorar la casa) van
participando de la construcción de ese espacio habitado.
En ese sentido, la casa es el paisaje, en cuanto lugar que
es construido y habitado por estas mujeres. Las prácticas
artesanales que aprenden y socializan en los Centros de
Madres vienen a reforzar esa construcción de un paisaje
donde lo exterior y lo interior se conectan, ya que desde
las materias que se utilizan (maderas, lanas) y los usos
que se le dan (cuidar a la familia y decorar la casa) van
participando de la construcción de ese espacio habitado.
cuando “mujer”
y “madre” se
vuelven
sinónimos
¿Se han preguntado por qué los
Centros de Madres se llaman así si
nunca ha sido un requisito tener
hijos/as para poder participar?
¿Por qué en esos espacios “ser
mujer” y “ser madre” se vuelven
sinónimos? ¿Por qué se agrupa
a todas las mujeres dentro de la
categoría de “madre”?
Para responder a estas preguntas pensemos en lo natural que
nos resulta creer que la familia nuclear es el modelo ideal de
organización económica y afectiva en la sociedad chilena. Digamos, la familia compuesta por un hombre y una mujer, unidos
por el matrimonio, con hijos/as legítimos y que viven todos
bajo un mismo techo, se ha transformado en la norma, y si bien
muy pocas familias logran calzar con ese ideal, es finalmente
la estructura aceptada como lo normal y lo deseable. Tengamos
en cuenta también que este modelo de familia reproduce, entre
otras cosas, una distribución de los roles de género basada en
una mirada esencialista y monolítica de lo que es “ser mujer”, a
partir de la cual ellas quedan definidas en función de otros, sus
hijos/as y maridos, naturalizando la feminización de las tareas
asociadas al trabajo doméstico, el cuidado y la crianza.
Así, a través de la equivalencia “mujer = madre” se
filtra toda la problemática de la reproducción social y el
lugar que las mujeres ocupan en ella. Teniendo esto en
cuenta, la experiencia de las mujeres que conforman los
Centros de Madres nos entrega valiosas pistas sobre las
narrativas maternalistas en la provincia de Osorno, pues
sus relatos recorren muchos de los ideales que se le han
impuesto a la maternidad, al mismo tiempo que la forma
en que las mujeres negocian con ese modelo para darle
una expresión singular anclada en sus propias condiciones de existencia.
Y, sin duda, la familia está en el centro de la vida de las
mujeres que hemos conocido. De una u otra forma ellas
han hecho de la crianza, la transmisión de valores y la
construcción de lazos afectivos, un motor en sus vidas. Las
fotografías visten paredes y galerías de sus casas mostrando
con orgullo cómo la familia crece mientras ellas se vuelven
madres a la vez que abuelas, tías, madrinas y vecinas que
cuidan colectivamente. Porque para muchas de ellas la
maternidad no está anclada en el parto, incluso ni siquiera
en la sangre, y si bien el modelo nuclear defiende el cierre
de las fronteras familiares, muchos niños/as desbordan
esos límites para ser cuidados por mujeres que no son sus
madres biológicas aunque ejercen todas sus funciones.
En este sentido, maternar es también una forma de hacer frente a las condiciones de precariedad en que se ha
encontrado y se encuentra buena parte de la población
rural en la provincia, y desafiar el modelo tradicional es
una estrategia de supervivencia a la vez que una posibilidad de asegurar el bienestar comunitario.
Asimismo, si bien en general ejercen maternidades muy
intensivas, también tienen como horizonte la independencia: que los niños ya no se queden a trabajar en el
campo o la pesca, que las niñas no sean como ellas, “solo
madres”. El ideal del ascenso social hace de la profesionalización un logro y ese logro de los hijos/as es vivido
por ellas como propio. Lo mismo en lo que refiere a los
modos en que los hijos/as conforman sus propias familias, lejos de los estereotipos tradicionales a los que ellas
se ajustaron: es motivo de orgullo para las madres tener
hijos que son buenos proveedores y padres presentes, así
como hijas casadas con hombres que las valoran y
respetan su autonomía.
En definitiva, estas mujeres hacen del trabajo y
la familia un valor, con lo cual reproducen ideales
tradicionales pero esta vez permeados por su propia
historia, sus frustraciones y alegrías, así como por su
deseo de imaginar nuevos horizontes posibles.
entre la casa y el
centro¿cuáles son
los contornos del
trabajo doméstico?
Lanas e hilos de colores, palillos,
crochets, agujas, tijeras, proyectos.
Una pone a hervir la tetera, la otra
trae los panes amasados recién salidos de una cocina a leña. Un grupo
de mujeres con distintas historias y
distintos anhelos observan la labor
del día, revisan si hay un punto
corrido mientras toman un café y
le preguntan a la que tienen sentada
al lado que cómo ha estado.
Históricamente, todo eso que las mujeres hacen en los Centros
de Madres -tejer y bordar, cocinar, contener los afectos- ha
sido entendido como “tareas femeninas” porque clasifican como
una extensión de lo doméstico. Quizás por lo mismo, tempranamente estos centros se transformaron en espacios de asistencia masiva para las pobladoras y campesinas a lo largo del país,
mientras que su asistencia era legitimada por la comunidad y,
más aún, “permitida” por sus parejas y familiares.
Y es que lejos de amenazar las responsabilidades que ellas asumen día a día, estas podían incluso verse potenciadas gracias
al aporte extramonetario que de ahí emerge: tejer chombitas
para vestir a los hijos/as, confeccionar artículos prácticos y
decorativos para mantener el hogar, coordinar un almuerzo
colectivo para resolver la alimentación cotidiana. Asimismo,
dado que los centros son espacios barriales, las socias no
tienen que desplazarse demasiado y logran compatibilizar estas
actividades con las que tradicionalmente asumen dentro del
espacio doméstico… pueden incluso dejar el almuerzo listo para
“escaparse” a la reunión y llegar a tiempo para servirle a los
hijos que llegan del colegio.
En esos términos, podemos decir que en los Centros de
Madres se producen bienes que satisfacen necesidades familiares cuya resolución tradicionalmente ha recaído en las
mujeres bajo la forma de “trabajo doméstico” y, por tanto,
asistir a ellos no es en desmedro de esa responsabilidad.
Ahora bien, ¿qué estamos entendiendo por “trabajo
doméstico”? ¿Cuáles son sus contornos? Pensemos que
para la totalidad de las mujeres que hemos conocido, el
Centro de Madres es un espacio entendido como “aquello que no es la casa”: casi por oposición, son dos o tres
horas semanales en que “desaparecen” y se cobijan en un
espacio que lo doméstico supuestamente no puede tocar.
Más aún, muchas de las entrevistadas coinciden en el
esfuerzo por establecer reglas que permitan diferenciar
uno y otro espacio, por ejemplo, tener horarios fijos e
inamovibles, no permitir varones o permitir la asistencia
de hijos/as o nietos/as solo en casos excepcionales.
La idea es que sea reservado como un espacio “solo
para ellas”.
La pregunta entonces es ¿de qué podría estar compuesto
el límite entre la casa y el centro si las mujeres avanzan sus tejidos después de servir la comida para traer
la tarea lista a la próxima reunión y así poder empezar con otro proyecto? ¿Dónde se traza la frontera si
CEMA-Chile impartió talleres de crianza o de economía
doméstica justamente para reproducir el rol tradicional
de las mujeres como madres-esposas-dueñas de casa?
¿De qué está hecho ese límite si mientras ordenan los materiales que usaron durante el taller comparten las dificultades en el cuidado de un nieto o información sobre algún
financiamiento para la educación universitaria de una hija?
Sin duda, la experiencia de estas mujeres nos permite repensar esas escurridizas tareas que involucra el “trabajo
doméstico”, tareas que todo lo alcanzan, mucho más allá
de los límites de la casa, para llegar incluso a la escuela,
el mercado o el centro de salud, así como también el
Centro de Madres, y en general, todos esos espacios que
se encuentran en el dominio de lo público pero que son
feminizados en virtud de su continuidad con las responsabilidades domésticas.
ser mujer
desde el hacer
De distintas maneras, todas las mujeres que hemos
conocido hablan de prácticas heredadas de sus madres y
abuelas como la cocina, el cultivo o los tejidos, gracias a
los cuales sostienen la vida frente a las contingencias cotidianas. Aprendieron sobre todo mirándolas pero también
movilizadas por la tangible urgencia cotidiana, en un contexto marcado por el frío, la pobreza y el aislamiento, donde los bienes eran escasos y las necesidades abundantes.
Así, sin romantizar las condiciones de vida precarizadas
en que muchas de ellas crecieron y se volvieron adultas,
nos hablan con orgullo de su espíritu fecundo y transformador, gracias al cual aprendieron a aprovechar y potenciar cada recurso: engordar y cuidar animales, hilar lanas,
tejer, coser y bordar, cortar leña, acarrear agua, reciclar y
reparar, armar huertas, cosechar y conservar alimentos.
Esa capacidad práctica y creativa encuentra un espacio
de expansión en los Centros de Madres, tanto a través
del aprendizaje de nuevas técnicas y saberes, como mediante la incorporación de materiales como telas, lanas
o pinturas, muchos de ellos inaccesibles hasta entonces
para estas mujeres. Gracias a esta expansión se abrieron
nuevas posibilidades para la sensibilidad estética en su
hacer, disfrutaron abriendo el abanico de colores y texturas con las cuales vestir a sus hijos y sus propias casas y
encontraron hilos comunes en esas decisiones que se suponen íntimas y privadas como son la familia y el hogar
pero que, en este contexto, entendemos van generando
un imaginario compartido sobre lo “útil” y lo “bello”.
En este sentido, y entendiendo que en estos contextos las
mujeres se han definido, en buena medida, por sus saberes y prácticas domésticas, se trata de una expansión que
implica también una apertura de ellas mismas en tanto,
en una tensión sostenida con la moralización latente del
deber-ser en su rol como madres, esposas y dueñas de
casa, les entrega nuevas herramientas para transformar
su cotidiano y distintas alternativas de expresión.
Al mismo tiempo, es muy interesante constatar que la
participación de estas mujeres en los Centros de Madres
no sólo se apega a los materiales disponibles y la creatividad individual, sino que se inscribe como una práctica
que genera nuevos sentidos e ideales asociados a la
familia y el espacio doméstico. Esto es así pues el inicial
aislamiento en el que ellas se encontraban, reservadas
cada una a los límites de su casa, encuentra ahora un
hilo conector, así como una estética y funcionalidad
compartida, generando una estrecha trama comunitaria
y un potente sentimiento de pertenencia y continuidad.
Se trata de una similitud que ciertamente nos habla de
un contexto ambiental e histórico, pero también de una
singular manera de entender y leer el mundo que las rodea a través de los objetos que producen; ellos materializan y comunican, de manera sensorial, una experiencia
común y una manera de relacionarse con el entorno que
es igualmente compartida.
trabajo
remunerado y
oferta estatal
El desarrollo histórico de los Centros de Madres muestra que, lejos de estar marginadas de la producción económica y el mercado laboral, las mujeres construyen y
disputan ese campo en continua tensión con los modelos
tradicionales sobre el trabajo femenino.
esfuerzo estatal por incorporar un entendido “discurso
de género” a partir de la década de 1990, muchas de las
mujeres que conocimos han desarrollado una mirada
crítica de gran valor para desentrañar estos dilemas
en los dos sentidos propuestos.
De hecho, uno de los desafíos más importantes que han
enfrentado estos centros durante toda su trayectoria tiene
que ver con evitar la mirada binaria que opone de forma
excluyente el rol de las mujeres como madre-esposas y
como trabajadoras, para adoptar una perspectiva integral
que promueva el desarrollo económico femenino al tiempo
que revalorice el trabajo doméstico y de cuidados.
En lo que refiere al desarrollo económico, la experiencia
acumulada en los Centros de Madres sienta precedente
para su capacidad de hacer uso estratégico de los recursos y oferta programática estatal. Esto es significativo si
consideramos que estos centros han sido conformados
por pobladoras y campesinas que en su mayoría atraviesan o han atravesado experiencias de precarización y,
por tanto, las posibilidades de hacer de ellos un espacio
rentable fue siempre una preocupación. Por lo mismo,
buscan que los objetos de circulación supuestamente
doméstica y extramonetaria que ahí producen puedan
ser comercializados, avanzando sostenidamente hacia la
profesionalización y el perfeccionamiento de la técnica.
En este sentido, son mujeres que no tienen una expectativa meramente asistencial del Estado, sino que entienden
Esto es relevante pues la tradición organizativa y productiva de los Centros de Madres desbordó sus propias
fronteras y, ante la discontinuidad de estos espacios en la
provincia tras el fin de la dictadura, se proyectó hacia la
oferta de la Fundación para la Promoción y el Desarrollo de la Mujer (PRODEMU), sucesora directa de los
centros. Así, retomando discusiones históricas y ante el
que se trata de derechos y al mismo tiempo buscan ser
activas emprendedoras y articular demandas colectivas,
ligadas al territorio y a sus necesidades situadas.
Por otra parte, es importante destacar el valor intrínseco
que cobran los objetos producidos en los Centros de
Madres pues, al tiempo que las mujeres trabajan por
su autonomía económica, refuerzan la idea de que ellas
“saben hacer algo”. En este sentido, se vuelven protagonistas de una transformación cultural respecto de la valorización del trabajo hecho por mujeres y todo aquello
que en la urgencia cotidiana se vuelve invisible a pesar
de ser la base de la reproducción de la vida. Esto es muy
relevante pues, como sabemos, la acción del Estado no
se dirige solamente hacia la distribución y creación de
recursos económicos y sociales, sino también hacia la
reproducción de las legitimaciones culturales, como la
división y jerarquización sexual del trabajo, por tanto, en
estos espacios, se (re)producen sentidos fundamentales
sobre lo que es ser mujer-trabajadora en la provincia.
Finalmente, desde su experiencia, estas mujeres nos
recuerdan que implementar políticas de igualdad de
oportunidades en el trabajo requiere combinar los
objetivos de la integración en un mundo concebido con
criterios masculinos, junto con el objetivo de cambiar
esas referencias incluyendo las particularidades que
implica ser mujer trabajadora y las transformaciones
en las relaciones de género, tanto fuera como dentro
de casa.
goce
A diferencia de lo que muchas veces quiere hacernos pensar el sentido común y los prejuicios
y estereotipos ligados a los Centros de Madres,
los testimonios de las “socias” nos muestran que,
antes de ser una experiencia estática y monótona,
la asistencia a estos espacios resulta para ellas una
experiencia goce, de la cual emerge un abanico sencillo pero contundente de formas de disfrute, tanto
individual como colectivo.
En lo que refiere a un goce social, debemos recordar
que la mayor parte de las mujeres campesinas y dueñas de casa con que hemos compartido pasaban casi
todo el tiempo al interior de lo que era entendido como
“casa”, es decir, el espacio de lo doméstico y sus circuitos
contiguos, dedicando por completo su atención a labores
“privadas” –familiares y domésticas-. En ese sentido,
salir de la casa y encontrarse con otras mujeres era una
situación en la que muchas de ellas nunca antes se había
encontrado, lo que implica un tipo de disfrute social
nuevo: un momento sólo entre mujeres, en el que ya no
están en función servir cuidar de otros sino sólo de sí
mismas, ya sea para compartir, comer algo rico, conversar, llorar, reír y aprender.
Considerando que el hecho de tener amigas resulta algo
poco común entre estas mujeres, las compañeras y socias
con las que se encuentran en los Centros de Madres se
vuelven muy significativas, pues no sólo se comparten
saberes relativos al quehacer manual, sino también experiencias de vida, dolores, problemas y alegrías, consejos
sobre cómo criar a los hijos o sostener la vida en pareja,
entre otras experiencias vitales que en estos espacios
encuentran un lugar de reconocimiento y complicidad.
Más aún, en muchos casos la sociabilidad desbordó las
actividades propias del centro, organizando paseos, asados y otras instancias de encuentro y celebración: poder
disfrutar del sólo hecho de estar juntas.
En lo que respecta al goce individual, para muchas de estas
mujeres los Centros de Madres representan por primera
vez la posibilidad de elegir qué hacer, qué aprender y cómo
desarrollarse. Hasta entonces, todo su quehacer había sido
invisibilizado por corresponderse con labores supuestamente
inherentes de un entendido “ser mujer”, de manera que lo que
ellas hacían, cómo y cuándo lo hacían, eran acciones supuestamente naturales que poco a poco lograron valorizar. Junto
con eso, está el placer de ver sus obras no sólo realizadas, sino
también expuestas y reconocidas por otros en las tradicionales
exposiciones organizadas por los centros, generalmente en espacios urbanos y lugares de relativa importancia a los que estas
mujeres nunca antes habían tenido acceso, y donde sus trabajos
fueron valorados simbólica y monetariamente por otros. En
otras palabras, su participación en los Centros de Madres les
permitió acceder a lugares de visibilidad y así abrirse hacia
una experiencia de goce, autonomía y reconocimiento antes
impensados para ellas, al tiempo que cultivan la idea de que
son valiosas y capaces, habilitando nuevos horizontes del “ser
mujer”, no sólo para ellas sino también para sus hijas y nietas.
agradecimientos
En primer lugar, queremos agradecer de todo corazón la generosidad y confianza de cada
una de las mujeres que participaron de esta investigación, sin las cuales este proyecto no
habría sido posible. Ellas son:
María Ancapán
Irma Asenjo
Carmen Bolados
Silvia Cárdenas
Gisella Dannenberg
Irma González
Sara González
Elizabeth González
Marta Hencke
Nancy Hidalgo
Ana Higueras
Cristina Moraga
Irma Núñez
Esterlina Ojeda
Angélica Oyarzún
Gladys Oyarzún
Jovita Pailalef
Lucila Salazar
Judith Silva
Carmen Verdugo
Nuestro agradecimiento también a Soraya Hogas y Loly Cancino por compartir con
nosotras sus conocimientos, ideas y sentires con respecto a las tramas de mujeres en la
provincia y la singularidad de su experiencia anclada en el territorio.
Agradecemos, igualmente a Carmen Bolados, Pilar Ebensperger y Rosa Pailapán, quienes nos alojaron, alimentaron y cuidaron durante la realización de nuestros trabajos de
campo. Por último, a Alicia Lorenzo Muñoz, por su paciencia y alegría.
Impreso en abril de 2023 gracias
al apoyo del Fondo Nacional de
Desarrollo Cultural y las Artes
−Fondart Regional 2022 − y
del Proyecto FONDECYT
de Postdoctorado N° 3200821.