EL ORIGEN
DE LA NAVIDAD
Alfredo
Alfredo Martorell
Martorell
Biblioteca Omegalfa
2020
El origen de la navidad
Alfredo Martorell
1997
Fuente:
http://www.robertexto.com/archivo12/navidad.htm
Maquetación:
Demófilo
2020
Libros libres
para una cultura libre
Biblioteca Virtual
OMEGALFA
2020
Ω
2
SUMARIO
Las raíces paganas de una fiesta cristiana
Las fechas no encajan
La Epifanía de Osiris/Dionisos
La fiesta del Sol Invicto
¿Quiénes eran los reyes magos?
Los que nos traen los regalos
Y el Árbol eterno
3
5
5
8
11
16
22
26
Alfredo Martorell
EL ORIGEN
DE LA NAVIDAD
LAS RAÍCES PAGANAS DE UNA FIESTA CRISTIANA
¿Quién no ha oído todos los años, cada 25 de diciembre,
los lamentos de quienes acusan al mundo moderno de haber privado de sentido la fiesta de la Navidad? Fiesta religiosa, en efecto, hoy se reduce a un simple apogeo de la
sociedad de consumo donde las familias gastan lo que no
tienen para subir después con mayor esfuerzo la célebre
cuesta de enero. Pero tales lamentos, que son ciertos, son
no obstante incompletos. De hecho, el sentido "original"
de la fiesta de la Navidad empezó a perderse hace siglos.
Porque tal sentido no era la conmemoración del nacimiento de Cristo, sino la promesa del retorno del Sol, algo
que los europeos celebraban muchos siglos antes de que el
cristianismo se convirtiera en religión oficial de nuestras
gentes.
4
Las fechas no encajan
Todos nos hemos preguntado alguna vez cómo es posible
que el año, en la era cristiana, comience el 1 de enero, aunque el nacimiento de Cristo, punto de partida teórico del
cómputo del tiempo en esta era, se haya fijado un 25 de
diciembre. También es común otra pregunta: ¿Cómo es
5
posible que Jesús haya sido adorado por pastores que custodiaban rebaños de ovejas, durmiendo al raso, en pleno
mes de diciembre? ¿Eran pastores suicidas? Estas incoherencias del relato navideño cristiano suscitan siempre todo
género de perplejidades. El hombre de hoy suele despachar la contradicción encogiéndose de hombros o rechazando como "patraña" la integridad del hecho navideño.
Pero estos fáciles expedientes se complican cuando constatamos que el 25 de diciembre era también una gran fiesta
en el mundo romano, y que la noche del 24 al 25 de diciembre marca asimismo el solsticio de invierno, la noche
más larga del año. La documentación histórica hará el
resto: descubriremos así que tras la Navidad se oculta una
de las constantes más profundas del alma de la cultura europea.
Al lector le sorprenderá saber que la Iglesia nunca creyó
que Jesús naciera realmente el 25 de diciembre. De hecho,
la fecha exacta del nacimiento de Jesús es desconocida,
porque en el Oriente antiguo no se celebraban los cumpleaños y allí, generalmente, los padres no recuerdan
cuándo han nacido sus hijos. Se trata de costumbres que
han durado hasta fecha reciente: en los censos elaborados
en el Oriente Medio tras la descolonización, la mayor parte
de los ciudadanos ignoraba su propia edad. Tampoco las
Escrituras ayudan a despejar la incógnita. El Evangelio canónico más antiguo, que es el de Marcos, pasa completamente por alto la infancia de Jesús. Mateo sitúa su nacimiento en Belén, según la profecía de Miqueas, pero no
nos especifica nada más. El prólogo añadido al Evangelio
de Lucas, donde se dice que "había en la región unos pastores que pernoctaban al raso y de noche se turnaban velando sobre su rebaño" (2, 8), sugiere una fecha primave-
6
ral. La tradición posterior de la gruta de pastores no se encuentra en los evangelistas; parece que se refiere a un santuario del dios Adonis tardíamente anexionado por la Iglesia para su culto.
Nunca, pues, pudo la Iglesia primitiva fijar la fecha exacta
del nacimiento de Jesús. Existe constancia documental de
que en el siglo II hubo amplios debates sobre este punto,
y de que se saldaron con las afirmaciones más contradictorias. Clemente de Alejandría propuso la fecha del 18 de
noviembre; otros señalaron el 2 de abril, el 20 de abril, el
20 o el 21 de mayo... Ésta última era la apuesta de los cronólogos egipcios. Pero un De Pascha Computus fechado
en 243 afirma que la natividad se produjo el 28 de marzo.
Los marcionitas, por su parte, negaron la mayor: Jesús había descendido directamente del cielo y apareció en Cafarnaún ya como adulto, durante el año 15 del reinado de Tiberio (Cf. Robert de Herté: "Petit dictionnaire de Noël",
en Etudes & Recherches, 4-5, enero 1977).
Había motivos religiosos y filosóficos que respaldaban la
opción de quienes preferían dejar la cuestión sin respuesta:
por eso Orígenes, hacia el año 245, consideró "inconveniente" ocuparse de festejar el nacimiento de Cristo "como
si se tratara de un rey o un faraón". Sin embargo, en esa
misma época estaban apareciendo gran cantidad de protoevangelios y "evangelios de la infancia", a cada cual más
fantástico, que disparaban la imaginación de los fieles.
Averiguar la fecha exacta de la natividad se había convertido en un problema de primer orden, seguramente porque
en aquel tiempo la doctrina cristiana empezaba a configurarse como un corpus relativamente consolidado, obligado
a no dejar ni una sola pregunta sin solución.
7
La Epifanía de Osiris/Dionisos
Fue así como empezó a aceptarse la propuesta formulada
por los basilidianos de Egipto, una secta gnóstica semicristiana, seguidora de las enseñanzas de Basílides y que
en la primera mitad del siglo II habían sugerido la fecha
del 6 de enero. Los cristianos de Siria y después todas las
comunidades de Oriente respaldaron la decisión. Pero,
¿por qué el 6 de enero? Porque esa fecha era ya, en el
oriente del Viejo Mundo, la de la Epifanía (del griego
epiphaneia, "aparición") de Osiris y de su correspondiente
griego, Dionisos, y la continuidad de estos dioses con
Cristo era parte de la doctrina del mencionado gnóstico
Basílides.
El 6 de enero era la fecha de la bendición de los ríos en el
culto de Dionisos, que los griegos identificaron con el dios
egipcio Osiris. Esta correspondencia venía justificada por
profundas afinidades rituales. La epifanía o aparición de
Dionisos tuvo lugar en la Isla de Andros, donde, en la noche del 5 al 6 de enero, manaba un "vino milagroso" que
daba testimonio de la presencia invisible del dios. Respecto a la epifanía de Osiris, que también se festejaba en
la misma fecha (el 11 Tybi, es decir, el 5/6 de enero), venía
precedida por un periodo de duelo donde se lloraba al dios
muerto en la época del solsticio de invierno; luego reaparecía Osiris y las aguas del Nilo se hacían vino. Todo el
mundo greco-oriental celebraba en esta fecha fiestas semejantes. La fuente sagrada de Dionisos manaba vino
también en el santuario de Teos.
Hay, además, una importante presencia femenina en estas
fiestas de la Epifanía. Bajo el vino santo de Dionisos, Isis
alumbraba a Harpócrates, el sol que volvía a nacer. En la
astrología de la alta antigüedad, el 6 de enero marcaba el
8
momento en que el sol salía por la constelación de la Virgen. En Alejandría se celebraban ceremonias en el templo
de la Virgen, el Koreión, pues la Virgen había dado a luz
a su hijo Aión, el Eterno, homólogo de Dionisos y Osiris.
Este último rito es particularmente interesante: tras una vigilia de plegarías, los fieles bajaban a una cripta para retirar una estatua de un niño recién nacido que exhibía en la
frente, las manos y las rodillas, las marcas de una cruz y
una estrella de oro. Los fieles proclamaban: "La Virgen ha
dado a luz; ahora crecerá la luz". La Virgen... El carácter
sagrado de la madre del Dios, ignorado y en ocasiones
hasta negado en el ámbito judeocristiano, es una aportación específicamente europea al universo religioso del catolicismo. Isidro Palacios ha dedicado amplias páginas a
interpretar el significado profundo de la Dama (Apariciones de la Virgen, Temas de Hoy, 1994). Retengamos el
dato, porque luego volveremos a toparnos con otras damas
que pueblan el paisaje navideño. Señalemos, para concluir
este apartado, que esta fiesta del alumbramiento de Aión
tenía un carácter cívico: Alejandro Magno había fundado
Alejandría en el año —331 y, para asegurar la eternidad
de la ciudad, la había consagrado a Aión, el Eterno.
Es evidente que el triple culto de Dionisos, Osiris y Aión
determinó la opción de los basilidianos por el 6 de enero a
la hora de fijar el nacimiento de Jesús, acontecimiento que
en aquella época era idéntico a la Epifanía. Máxime
cuando a esa misma fecha, y por el mismo motivo, se le
atribuyen otros dos hechos milagrosos: el bautismo de Jesús en aguas del Jordán y el episodio de las bodas de Caná
con la transformación del agua en vino. Estos episodios
del culto cristiano guardan una clara relación ritual con las
ceremonias acuáticas en el Nilo de Osiris, que era igualmente hijo de un dios y una mortal, como explica Luciano
9
(Diálogos, IX, 2), y con la tradición griega y egipcia que
conmemora las nupcias del dios solar y las aguas, incluida
la transformación de éstas en vino. Pero no era sólo cuestión de gnósticos, como los basilidianos. En el cristianismo oriental de los primeros tiempos, la identificación
de Cristo con el Sol es una constante. Hacia el año 170,
Melitón de Sardes, obispo de Lidia, había comparado
inequívocamente a Cristo con Helios, el dios Sol: "Si el
Sol con las estrellas y la Luna se bañan en el océano,
¿cómo no iba Cristo a ser bautizado en el Jordán? El rey
del cielo, príncipe de la creación; el sol levante que apareció también ante los muertos del Hades y los muertos de
la Tierra, ha ido, como un verdadero Helios, hacia las alturas del cielo".
De manera que en siglo IV, y empujado por la fuerza de
esta memoria mítica, todo el Oriente cristiano está ya celebrando el nacimiento de Jesús el 6 de enero. En 386 se
ha decidido oficialmente que las dos grandes fiestas cristianas son Pascua y Epifanía. Un año antes, el papa Siricio,
recién entronizado en la Silla de Pedro, había calificado la
fecha del 6 de enero como "Natalicia".
Nos hallamos aquí en presencia de un fenómeno que los
antropólogos conocen por sincretismo, a saber, la conjunción de dos o más rasgos culturales de origen diferente que
dan lugar a un nuevo hecho cultural. La Europa suroriental
de los primeros siglos de nuestra era, donde confluían las
tradiciones griega, egipcia y judeo-cristiana, junto a muchas otras ramas de la religiosidad del oriente próximo, fue
terreno abonado para este género de fenómenos. Pero si el
carácter sincrético de la Epifanía cristiana del 6 de Enero
10
es evidente, igualmente lo será la otra gran tradición navideña: la de celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre.
La fiesta del Sol Invicto
Efectivamente, mientras la Iglesia de Oriente adopta el 6
de enero como fecha de la Natividad, en el occidente de
Europa se empieza a adoptar la fecha del 25 de diciembre.
Y también aquí el origen es pre-cristiano: en este caso no
Osiris ni Dionisos, sino Mitra, aquel dios solar de los persas, seguramente derivado del Mitra indio, y que las legiones romanas trajeron a Europa. El culto de Mitra, aunque
se remonta a los siglos VII y VI, conoció un formidable
impulso en la Roma del siglo II. De hecho, esta época conoció una dura competencia entre el cristianismo y el mitraísmo, pues ambas, que compartían muchos elementos
comunes (la idea de redención, la salvación de las almas
después de la muerte, etc.) pugnaban por convertirse en la
religión dominante de un Imperio que había ya abandonado a sus viejos dioses. Y los mitraístas festejaban el renacimiento de Mitra todos los años, el 25 de diciembre,
justo en medio del periodo del solsticio de invierno, después de las saturnalias romanas.
Además, hay que tener en cuenta que en esta misma época
los pueblos bárbaros —esto es, los nada o poco romanizados— seguían celebrando en torno al 25 de diciembre
sus viejos ritos solsticiales. Así la Iglesia consideró bueno
operar en su provecho un hábil sincretismo. ¿Acaso la Biblia no llama al Mesías "el Sol de la justicia", como escribió Malaquías?
En efecto, el 25 de diciembre era en Roma la fiesta del Sol
11
Invicto. Según cuenta Macrobio, ese día los fieles se dirigían a un santuario de donde sacaban una divinidad del
Sol, representado como un niño recién nacido. Las enseñas
del emperador Juliano portaban el lema Soli Invicto. En el
calendario de Philocalus, en el año 354 (que, por cierto,
fue descubierto y dado a conocer por Theodor Mommsen),
el 25 de diciembre se señalaba como Dies natalis Solis invicti; junto a la primera mención del nacimiento de Cristo
y la indicación del nacimiento de Mitra. Y esta fecha, el
día del sol invicto, venía a coincidir también con la vieja
tradición de la Europa precristiana de celebrar el solsticio
de invierno, que ha sido una de las fiestas más importantes
de los pueblos indoeuropeos y que como tal ha sobrevivido en todas las culturas que éstos han creado.
El solsticio de invierno marca el momento de las noches
más largas del año; el sol parece estar a punto de extinguirse. Este periodo dura doce noches, desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero. Según la tradición, en este
tiempo los reinos de los vivos y los muertos entran en comunicación. Encontramos este motivo mítico en los celtas,
los griegos, los germanos y los indios védicos. Pero, lejos
de significar un tiempo de oscuridad, los antepasados de
los europeos lo celebraban como anuncio indudable del
próximo retorno del Sol y del renacimiento de la vida que
no muere bajo el frío invernal.
Hoy se reconoce de forma prácticamente unánime que fue
la pre-existencia de esta fiesta pagana lo que llevó a la
Iglesia a fijar el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre.
Escuchemos a Arthur Weigall:
"Esta nueva fecha fue elegida enteramente bajo influencia pagana. Desde siempre había sido la del
aniversario del sol, que se celebraba en muchos
12
países con gran alborozo. Tal elección parece habérsele impuesto a los cristianos por hallarse éstos
en la imposibilidad, ya fuera de suprimir una costumbre tan antigua, ya fuera de impedir al pueblo
que identificara el nacimiento de Jesús con el del
Sol. Así hubo que recurrir al artificio, frecuentemente empleado y abiertamente admitido por la
Iglesia, de dar una significación cristiana a este
rito pagano irreprimible" (Survivences païennes
dans le monde chrétien, París, 1934).
Esta misma tesis es admitida por numerosos autores cristianos. Credner, en 1833, señalaba:
"Los Padres transfirieron la conmemoración del 6
de enero al 25 de diciembre porque la costumbre
pagana quería que se celebrara en esta fecha el nacimiento del Sol, encendiendo velas en signo de
alegría, y porque los cristianos tomaban parte en
estos ritos y festejos. Cuando los doctores vieron
cuán ligados seguían los cristianos a esta fiesta, tomaron la decisión de hacer que la Natividad se celebrara en este día" ("De natalitiorum Christi origine", Zeitsch, Hist. Theol.,III).
La fusión, no obstante, presentaba sus riesgos desde el
punto de vista doctrinal, porque la identificación entre
Cristo y el Sol llegaba, en las prédicas de los propios padres, a extremos demasiado paganizantes. Así en el siglo
IV San Efrén, en su Himno a la Epifanía, había desarrollado una explicación absolutamente solsticial del misterio
cristiano:
"El Sol es victorioso y misterio son los pasos con
que se eleva. Ved que hay doce días desde que el
13
sol se eleva en el cielo, y hoy henos aquí en el décimotercer día. Símbolo perfecto del Hijo y sus
Doce apóstoles. Vencidas las tinieblas del invierno,
para demostrar que Satán ha sido vencido. El Sol
triunfa para demostrar que el hijo único de Dios
celebra su triunfo".
Este tipo de interpretaciones se hicieron muy frecuentes en
los primeros tiempos: la fiesta del Sol todavía tenía más
arraigo popular que la conmemoración de la Natividad. No
es extraño que San Agustín, en sus Sermones, suplicara a
sus contemporáneos que no reverenciaran el 25 de diciembre como día únicamente consagrado al Sol, sino también
en honor a Jesús.
Un testimonio más tardío, el de Beda el Venerable, a principios del siglo VIII, nos ofrece detalles muy concretos sobre cómo se aplicó el sincretismo cristiano sobre el solsticio pagano. Así, en la Historia Ecclesiastica gentis Anglorum del célebre monje benedictino, leemos que en el
año 601 el papa Gregorio I encomendó a los misioneros
ingleses, sobre todo a Melitus y Agustín de Cantorbery,
desviar de su sentido originario las costumbres paganas
más arraigadas, y no combatirlas abiertamente:
"No destruyais los santuarios donde se sientan sus
ídolos —explicaba el papa—, sino sólo los ídolos
que están en esos santuarios. Consagrad el agua
traída a tales templos y levantad allí altares... de
forma que el pueblo, viendo que sus templos no son
destruidos, renuncie a sus errores y reconozca y
adore al verdadero Dios. (...) Y si tienen el hábito
de sacrificar bueyes a los demonios, ofrecedles alguna celebración en lugar de ese sacrificio... Que
celebren fiestas religiosas y honren a Dios con sus
14
fiestas, de modo que puedan conservar sus placeres
exteriores, pero estando mejor dispuestos a recibir
los gozos espirituales".
La primera mención latina del 25 de diciembre como fecha
de la Navidad se remonta al año 354. Sin embargo, no
existe constancia de que en tal época celebrara la Iglesia
fiesta alguna. La tradición dice que la fiesta de la Navidad
fue instituida por el papa Julio I, cabeza visible de la Iglesia entre 337 y 352, pero no hay ningún documento que
permita asegurarlo. Más probable parece que fuera un
poco más tarde, bajo el reinado del emperador de Occidente Honorio, entre los años 395 y 423, cuando la Natividad del Señor el 25 de diciembre se convirtió en fiesta
religiosa, puesta en pie de igualdad con la Pascua y la Epifanía, quedando esta última reducida únicamente al episodio de los reyes magos, y asimilándosele las bodas de
Caná y el bautismo en el Jordán. No obstante, esto acontecía sólo en la Iglesia de Occidente, porque en Oriente la
Navidad seguía celebrándose como Epifanía, el 6 de
enero: existe constancia de que a finales del siglo IV así
ocurría en Chipre y en Jerusalén; Juan Crisóstomo, en una
de sus prédicas en Antioquía el día de Pentecostés, sólo
cita tres grandes fiestas cristianas, a saber, Epifanía, Pascua y el propio Pentecostés. No será hasta el 440 cuando
la Iglesia decida oficialmente celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Aún así, ésta no constituirá fiesta
obligatoria hasta que así lo decida el Concilio de Agde, en
el 506. Y habrá que esperar al año 529 para que el emperador Justiniano la implante como día festivo.
15
¿Quiénes eran los Reyes Magos?
Es muy significativo el hecho de que el paso de la Navidad
del 6 de enero al 25 de diciembre haya coincidido con la
implantación del cristianismo en Europa, su triunfo en
Roma y el abandono progresivo de los ritos orientales.
Desde el año 450, el papa León Magno había comenzado
la revisión doctrinal al definir la Epifanía como "la fiesta
de los Magos". En Milán, Ambrosio conmemorará el 6 de
enero el bautismo de Cristo. A principios del siglo V, en
Italia, la Epifanía es llamada "la fiesta de los tres milagros": la adoración de los Magos, el bautismo en el Jordán
y la transformación del agua en vino.
La aparición de estos personajes, los Reyes Magos o Magos de Oriente, merece mención aparte, porque constituye
también un claro ejemplo de sincretismo. Los Magos sólo
aparecen en el más tardío de los Evangelios sinópticos,
que es el de Mateo. Éste habla de "sabios", en número indefinido, que acuden a Belén guiados por una estrella milagrosa. Las connotaciones mitraístas del episodio son evidentes: el empleo de la palabra magi ("magos"), de origen
indoeuropeo, permite descubrir una clara alusión a los sacerdotes persas, adoradores de Mitra; éstos, en la época del
nacimiento de Jesús, mantenían el culto en Jerusalén y parecen haber gozado de una notable influencia; conviene
saber, por otra parte, que Mitra, nacido el 25 de diciembre,
fue también adorado por pastores que le llevaron ofrendas,
es decir, el mismo episodio que encontramos en Lucas.
Respecto a la estrella, caben las hipótesis más dispares:
desde la de que se trata de un cometa hasta la propuesta
por dos astrónomos franceses, Jean Gagé y Franz Cumont,
que la identificaron como el "pequeño rey" de la constelación de Leo (el regulus de los romanos, el basilikos de los
16
griegos). Esta última tesis tiene la ventaja de coincidir con
la tradición irania: los persas atribuían a esta estrella la capacidad de despertar vocaciones de realeza, e intervenía
en el horóscopo que dibujaban los sacerdotes para determinar el momento del nacimiento del rey cuando la constelación entraba en el Sol. Las conexiones entre el episodio
de los Magos y la tradición persa no terminan aquí. En una
versión árabe de los Evangelios descubrimos el siguiente
pasaje:
"Ved cómo los magos vinieron de Oriente a Jerusalén, según predijo Zoroastro". El texto zoroástrico alude a un Mesías que es Saushyant, el diossalvador iraní, identificado más tarde con Mitra.
Los Evangelios no dicen nada acerca del número, el nombre o la apariencia física de los Magos. Los cristianos de
Oriente decían que son doce. La tradición romana se quedará con tres, a los que dará nombres fantásticos. El título
de "Reyes" parece haberse añadido tardíamente para que
la tradición y el Evangelio concordaran con las profecías
judías: "Reyes serán tus ayos, y sus princesas tus nodrizas;
postrados ante ti, rostro a tierra, lamerán el polvo de tus
pies" (Isaías, 49, 23).
La leyenda se fue ampliando poco a poco, según esa ley
de la memoria de los pueblos que convierte el mito en
realidad incontrovertible y que hace real lo imaginario.
Durante la Edad Media los Reyes Magos despertarán una
gran devoción. Se supone que sus reliquias fueron trasladadas en el siglo VI desde Constantinopla hasta Milán. En
el año 1164, el emperador Federico Barbarroja las hizo
transportar a la catedral de Colonia, donde aún hoy reposan.
No obstante, y por importante que fuera la fiesta de los
17
Reyes Magos, la fecha del 6 de enero quedaba notablemente disminuida respecto a la nueva fecha de la Navidad.
Para facilitar el cambio de fechas, la Iglesia recurrirá a un
desdoblamiento doctrinal: la Navidad, el 25 de diciembre,
conmemora el nacimiento físico de Jesús (natalis in
carne); la Epifanía, el 6 de enero, celebrará el "segundo
nacimiento", espiritual, de Cristo, simbolizada por el bautismo en aguas del Jordán. Esto no dejará de producir violentos conflictos entre las iglesias latina y oriental. Las comunidades de Siria y Armenia declararán desde el primer
momento su horror por la elección de un día como el 25
de diciembre, reconocido como marcadamente pagano:
acusarán a los "occidentales" de idolatría y seguirán fieles
al 6 de enero, olvidando que esta fecha, la escogida por los
seguidores de Basílides, también era de origen pagano.
En Europa la tradición era poco a poco unificada, los viejos textos litúrgicos sobre la Epifanía eran "corregidos"
para encajar las innovaciones y los sacerdotes celebraban
en Cristo la lumen lumine ("luz de luz", expresión retomada de la liturgia mitraísta: "llama nacida de la llama").
Con el transcurrir del tiempo, siglos más tarde, la Epifanía
irá perdiendo importancia en la Iglesia de Occidente y
quedará reducida al episodio de los Magos, mientras que
el bautismo en aguas del Jordán se transferirá al 13 de
enero. Recientemente, en 1972, la Iglesia de Roma romperá una vez más la tradición y hará de la Epifanía una
fiesta móvil, para satisfacer "fines ecuménicos". Mientras
tanto, en Oriente, la Epifanía alcanzaba una importancia
que jamás conocerá en Occidente: en el imperio bizantino,
el agua de Epifanía será durante mucho tiempo bendecida
y asperjada sobre los fieles, costumbre ritual que no llegará a la iglesia latina hasta el siglo XV. Todavía hoy, la
Iglesia armenia, sometida al rito jerosolomitano, rechaza
18
la fecha del 25 de diciembre; los cristianos coptos de
Egipto aún celebran el 11 Tybi (6 de enero) el Aïd-el-Ghitas o "fiesta de la inmersión".
Esta actitud de rechazo no será excepcional en la historia
del cristianismo. Los maniqueos, por ejemplo, siempre se
negaron a reconocer la fecha del 25 de diciembre. Lo
mismo hicieron numerosos grupos protestantes. En la Inglaterra de Cromwell, las celebraciones de Navidad fueron
suprimidas por la violenta hostilidad de los puritanos hacia
todo cuanto pudiera recordar ese origen pagano. La Navidad no se restableció hasta 1660, tras la restauración de
Carlos II. En Escocia, la Navidad fue prohibida en 1583 y
se arbitraron graves sanciones para quien la festejara. Todavía hoy, numerosas sectas cristianas, como los Testigos
de Jehová, rehúsan celebrarla.
Supervivencia de los ritos paganos
Señalemos que esta fobia de tantas familias cristianas hacia la fiesta de la Navidad está completamente justificada
desde su punto de vista. La cristianización de la fiesta,
aunque profunda, no fue capaz de eliminar los rasgos eminentemente paganos del 25 de diciembre. Para constatarlo
basta con repasar los elementos rituales populares que rodean a la Navidad. Veremos así que todos ellos, en Europa, tienen un origen innegablemente pagano.
Tomemos, por ejemplo, una de las costumbres más típicamente navideñas: la del banquete. Para culminar la cristianización del solsticio, la Iglesia quiso hacer del periodo de
Adviento (las cinco o seis semanas, según el rito, previas
a la Navidad) un periodo de penitencia y ayuno. El papa
Gregorio Magno, a principios del siglo VII, predicó una
19
serie de homilías en ese sentido, pero su éxito fue muy limitado. El periodo de ayuno fue reduciéndose poco a poco
hasta quedar limitado a unos pocos días. Su carácter obligatorio perdió fuerza y los propios papas se vieron obligados a tolerar su transgresión, antes de que fuera definitivamente abolido por el nuevo código de Derecho Canónico
en 1918; en la Iglesia de Oriente, por el contrario, su práctica sigue siendo muy estricta. Y es que las semanas previas a la Navidad, en Europa, han sido siempre un periodo
de alegría y alborozo, de gozosa preparación a la fiesta, sin
carácter expiatorio. Tradicionalmente, el pueblo ha celebrado el periodo de Adviento a partir del 11 de noviembre,
San Martín, fecha (móvil, no obstante) que tanto en Alemania como en España permanece vinculada a la matanza
del cerdo. El cerdo, de hecho, ha sido el manjar emblemático de la Navidad hasta que los españoles introdujeron en
Europa el pavo, procedente de México. Y así el adviento
pagano es una verdadera escalada gastronómica que culmina con los banquetes solsticiales, los días 24 y 25 de
diciembre, y con el apogeo de los dulces de Navidad: todos los pueblos de Europa poseen sus propios dulces navideños, desde los mazapanes y turrones españoles hasta
los cognés de la Lorena, pasando por las keniolles de Flandes y el plum pudding inglés. Es una costumbre antiquísima: existe constancia documental de que en la Edad Media los vasallos ofrecían a sus señores "panes de Navidad"
en signo de fidelidad renovada.
Otro tanto cabe decir de una estampa tan vinculada al periodo navideño como la de los niños que piden el aguinaldo. El origen de esta palabra, aguinaldo, es un misterio.
En castellano antiguo se decía aguilando, y la Real Academia Española lo hace derivar del latín hoc in anno. En
20
francés se dice Au gui l’an neuf; en dialecto gascón, aguilloné. Pero en bretón recibe el nombre de aghinaneu, lo
cual ha hecho pensar en un origen céltico del término. Su
campo semántico es siempre el mismo: un coro —ya de
niños, ya de pobres— que en los días de Navidad pide limosna de casa en casa. Hoy designa especialmente el regalo que se ofrece a los grupos de escolares que recorren
los hogares durante el periodo navideño, y muy especiamente durante las doce noches que dura el solsticio de Invierno, tocando música y cantando. Desde el punto de
vista antropológico se ha explicado numerosas veces su
significado social y "mágico": en origen son un signo de
buen augurio, porque los niños, al recibir los regalos de la
comunidad, aseguran la suerte durante el año que entra;
por eso existe también la superstición de que negarse a
atender sus peticiones trae mala suerte.
Tan inseparable de la Navidad como el aguinaldo son los
villancicos. Ésta es la denominación propiamente española, pero en todas partes existen cantos específicos para
este periodo del año. También aquí la vieja costumbre pagana se impuso sobre las correcciones introducidas por los
teólogos. Existen vestigios de que los villancicos oficiales,
en el siglo V, eran cantados en latín y respondían a melodías profundas y solemnes. Éstos, empero, fueron rápidamente sustituidos por los cantos populares, que reforzados
por su arraigo tradicional se reinstalaron en un universo
religioso del que habían sido excluidos. Así florecieron los
villancicos en España, las Weihnachtslieder alemanas, los
carols ingleses, los chants de Noël franceses... Todos vienen además caracterizados por el importante papel que en
ellos juegan los niños. Vencido el tabú eclesial, los villancicos llegaron a cantarse y bailarse en las iglesias, hasta
que tal costumbre fue proscrita en el siglo VII por uno de
21
los concilios de Toledo, verosímilmente el XIV, en 684
(por cierto que el transformar las iglesias en escenario de
los ritos populares precristianos parece haber sido una costumbre muy arraigada: es sabido que en España se celebraron corridas de toros en el interior de aquéllas). Pero es
el hecho que los villancicos siguieron en las calles y en los
hogares de toda Europa, siempre con sus ritmos alegres y
acompañados por instrumentos populares como la zambomba española, los caramillos ingleses o el Rummelpot
alemán.
Banquetes, aguinaldos, villancicos... y regalos, por supuesto. ¿Qué sería una Navidad sin regalos? No hace falta
haber leído a Bataille para saber que el regalo es un símbolo comunitario —y sagrado— de alegría puesta en común. Y a este respecto, el paisaje es de lo más diverso. En
los países donde el imaginario católico medieval arraigó
con mayor fuerza, como España, los Reyes Magos siguen
siendo los grandes protagonistas (ése es también el origen
de otra bella tradición típicamente española: el belenismo,
o construcción de reproducciones artísticas del imaginario
portal de Belén). Pero es evidente que la práctica del regalo navideño es anterior al cristianismo, a juzgar por la
gran cantidad de personajes que en estas fechas recorren
los hogares.
Los que nos traen los regalos
Uno de los más antiguos dispensadores de regalos es, curiosamente, San Martín, el mismo que da la señal para la
matanza ritual del cerdo. Pero, según parece, este Martín
no tiene nada que ver con el viejo obispo militar de Tours
(316-400), fundador del monasterio de Ligugé, sino que la
22
tradición popular ha utilizado su figura para reencarnar en
él a un personaje anterior, patrón de las fiestas del buen
comer y mejor beber, del que quedan evidentes huellas en
los Martinsfeuer, Martinhorn o Martinsmännchen de diferentes regiones alemanas.
San Martín da los regalos en Flandes y en algunas zonas
rurales de Bélgica. Antaño fue así también en Cataluña, y
más concretamente en la región del Ampurdán, según refiere Joan Amades:
"Se decía a los niños que, al caer la noche, llegaría
San Martín vestido como un pobre y montado en
un asno flaco y mugriento, y que en la ventana de
los niños buenos pondría castañas y otros frutos secos, y en la ventana de los niños malos dejaría cenizas y las boñigas del asno" (Costumari catalá,
vol.7, p.711).
El asno, por cierto, es también el animal que acompaña a
Frau Holle y a San Nicolás.
Y este San Nicolás, ya que aquí aparece, nos da otra muestra de curiosa coincidencia entre los Países Bajos y el Levante español. El San Nicolás de la hagiografía cristiana
es el antiguo obispo de Mira, en Asia Menor, en el siglo
IV. Su fiesta, el 6 de diciembre, es —o era— el gran día
infantil de los regalos en gran parte de Centroeuropa,
donde la llegada de San Nicolás/Santa Claus marca el
inicio del periodo de Adviento. Una y otra figura, la del
santo y la del dispensador de regalos, responden, evidentemente, a orígenes distintos. Según explica F.X. Weiser,
"tras el nombre de Santa Claus se oculta la figura
del dios pagano germánico Thor, cuya leyenda ha
pasado al viejo obispo en la presentación moderna
23
de San Nicolás... Para nuestros antepasados paganos, es el dios más alegre y mejor, que nunca dañaba a los humanos, sino que los ayudaba y protegía. En cada casa se le consagraba un lugar especial ante el altar, y se decía que descendía por la
chimenea en su elemento, el fuego" (Fetes et coutumes chrétiennes. De la liturgie au folklore,
Mame, 1961).
Pero este origen germánico se complica si tenemos en
cuenta que, en la tradición popular de los Países Bajos, se
dice que San Nicolás viene de España. ¿Es sólo un recuerdo de la época imperial? El antropólogo José Antonio
Jáuregui, en conversación personal, nos confió hace pocas
fechas su descubrimiento de que hacia los siglos XV o
XVI existía pareja fiesta de San Nicolás en Valencia, lugar
de escasísima presencia germánica. ¿Es la misma fiesta?
¿Tal vez el actual San Nicolás centroeuropeo es una mixtura de elementos germánicos y otros mediterráneos aportados por los soldados españoles? Misterio. En todo caso,
lo seguro es que no se trata del obispo de Mira.
Una variante muy interesante a este respecto es la que protagonizan las figuras femeninas. En el norte de Italia goza
de gran popularidad el Hada Befana; en ciertas regiones
de Francia, los regalos los trae la Tante Arie; en Rusia,
Babushka; en el sur de Alemania, el hada Perchta (o Berchta) aparece durante la época del solsticio para proteger
a los niños. Es imposible no conectar estas damas con la
Frau Holle alemana, verosímilmente derivada a su vez,
como ha demostrado Alain de Benoist, de la vieja diosa de
la tercera función Holda, encargada de la protección de los
niños y las mujeres. Por qué tantas hadas y en lugares tan
diferentes? Volvamos al testimonio de Beda el Venerable:
24
"Los antiguos pueblos de Inglaterra hacen comenzar el año el 25 de diciembre, el día en que nosotros
celebramos el nacimiento del Señor, y esa misma
noche que para nosotros es tan sagrada, ellos la
llaman modranecht (modra niht), es decir, la noche
de las madres".
Estas "madres" celebradas en Navidad, según interpretación hoy comúnmente admitida, serían antiguas divinidades benefactoras que habrían sobrevivido en los mencionados personajes navideños. El linaje precristiano de esta
figura quedaría confirmado por algunas de las leyendas
que acompañan a estas damas: así, de la Babushka rusa se
dice que en los primeros tiempos sufrió la maldición de los
obispos; también Frau Holle está vinculada al viejo rito de
la caza salvaje de Wotan, identificado por la Iglesia con el
Diablo (rito del cual, por cierto, existe un eco en la tradición gallega: el de los gigantescos jinetes que viven en el
fondo del valle de Monterrey, en Orense, y que el día del
fin del mundo saldrán con sus caballos librando descomunal batalla con los hombres de la superficie; en otro momento nos ocuparemos de ésto).
Con todo, y a pesar del enorme interés de esta presencia
femenina en los regalos rituales navideños, la figura predominante es masculina. La Babushka rusa va siempre
acompañada (cuando no es simplemente sustituida), por
Frost, el hielo o "Padre Invierno". Por cierto que en la Borgoña existe un homólogo suyo: el Padre Enero. En otros
lugares, como en el País Vasco, es el Olentzaro quien da
los regalos; el Olentzaro entronca directamente con las figuras aquí descritas, pero presenta una característica muy
particular: representado como un muñeco de paja o madera ataviado con la vestimenta típica de los campesinos
25
de la zona, al final es sin embargo apaleado por la chiquillería. Detengámonos brevemente en este punto. Contra la
peculiaridad que algunos hermeneutas del vasquismo pretenden ver aquí, la realidad es que este rito del apaleamiento del Olentzaro evoca innegablemente las ceremonias de subversión e inversión características de las viejas
saturnalias romanas, que se corresponden con las "fiestas
de los locos" de otros lugares de Europa: los fuegos saturnales del 21 de diciembre; el "rey de burlas" de las legiones romanas, el día 22 de diciembre; las mascaradas de
Deméter en Grecia, el 26 de diciembre; la fiesta de los
Inocentes, superpuesta tardíamente a la fiesta de los locos,
el día 28; las Kalendas Ianuarias del 1 de enero, condenadas por Isidoro de Sevilla por dar lugar a todo tipo de excesos... Se trata del otro rostro de la Navidad: la fiesta orgiástica, que permaneció durante mucho tiempo en las capas populares de la comunidad, y que seguramente prolonga ritos previos a la llegada de los indoeuropeos... no
sólo en el País Vasco.
Pero estábamos en los dispensadores de regalos. Y hoy en
día, como es bien sabido, el mayor regalador es Papá
Noel, figura en la que confluyen los rasgos del paternalismo, la bondad, el banquete y el descenso por la chimenea, entre otros elementos característicos de las figuras antes mencionadas. Muchos piensan que la moda de Papá
Noel forma parte del colonialismo cultural norteamericano. Esto es verdad sólo por lo que respecta a los años
recientes, porque, en realidad, Papá Noel no es un invento
norteamericano (allí se llama Santa Claus, y es también
importado de Europa), sino que procede de Alsacia. En
1871, tras la firma del Tratado de Frankfurt que ponía fin
a la guerra franco-alemana, en Alsacia y Lorena se produjo
una verdadera diáspora humana (y, por tanto, cultural) que
26
parece estar detrás de muchas actuales costumbres navideñas. Papá Noel es una de ellas, aunque no falta quien le
atribuye un origen normando.
Y el Árbol eterno
Donde no cabe duda alguna del origen alsaciano es en otra
de las grandes costumbres navideñas de nuestros días: la
del árbol de Navidad. Los primeros datos acerca de esta
costumbre en la época moderna datan de los años 1521 y
1539, y siempre circunscritos a esa región de Europa. No
se generalizará por todo el continente hasta el siglo XIX.
Ahora bien, aunque el rito en su forma actual sea de origen
próximo, el tema del árbol ligado a la fiesta del solsticio
parece ser antiquísimo. J. Lefftz lo hace remontar al paganismo antiguo (Elsässischer Dorfbilder, Wörth, 1960).
Parece claro que no hay ningún rastro cristiano en él. En
la simbólica cristiana, el único árbol conocido es el árbol
del jardín del Edén, del que Adán comió el fruto prohibido,
desobedeciendo a Yahvé. Por el contrario, algunos datos
de la vieja Irlanda y sobre todo de Escandinavia permiten
remontar esta costumbre a un viejo culto al árbol germánico. Hoy se admite, con M. Chabot, que "en los tiempos
paganos, en las fiestas de Jul, celebradas a finales de diciembre en honor del retorno de la Tierra hacia el Sol, se
plantaba ante la casa un abeto del que colgaban antorchas
y cintas de colores" (La nuit de Noël dans tous les pays,
Pithiviers, 1907). Pero el árbol no aparece sólo en la tradición germánica: gracias a Virgilio sabemos que en Roma,
durante el periodo de las saturnalias, se colgaba en plaza
pública un árbol cargado de juguetes.
27
Nos hallamos aquí en presencia de otro elemento inseparable de la mentalidad mítica europea: el árbol como símbolo sagrado, como eje o pilar del mundo; un árbol que
para los celtas era una encina o un roble, un fresno para
los escandinavos (el famoso fresno Yggdrasill) y un tilo
para los germanos. El árbol, con su impresionante estructura, sus hojas, su tronco y sus raíces, es una representación del cosmos y de su organización; pone en contacto
los diferentes niveles del mundo (el cielo, la superficie y
el reino subterráneo); une el presente, el pasado y el futuro,
y liga al hombre con su linaje y su devenir. Vínculo de lo
continuo y lo discontinuo, representa la vida que nunca
acaba y por eso es símbolo de la regeneración perpetua de
la vida. Exactamente del mismo modo que el solsticio de
invierno da testimonio del renacimiento eterno del sol. Árbol y Navidad, por tanto, mantienen entre sí una comunión
de significados. No es extraño que uno y otra comparezcan
al mismo tiempo en presencia de los hombres.
Esto es, en fin, desde la fecha hasta el árbol, desde los
villancicos hasta los regalos, la Navidad: un antiguo rito
pagano, hondamente religioso (sólo los ignorantes pueden
negar la existencia de una religiosidad pagana), que el cristianismo, en Europa, adoptó con toda naturalidad, generalmente forzada por el sentido popular de lo sagrado, del
mismo modo que el catolicismo europeo hizo suyos gran
número de elementos rituales y significados sacros de los
pueblos que llenaban este continente antes de que hiciera
su aparición Jesús de Nazaret. Tienen razón quienes hoy
se lamentan por la pérdida del sentido originario de la Navidad. Pero no por esa presunta "paganización" que tanto
denuncian los curas —ésta ha existido siempre, mucho antes de que el cristianismo hiciera acto de presencia—, sino
por la comercialización rampante de los usos navideños.
28
No es el Sol Invicto quien va a matar a Jesús (ni viceversa)
el 25 de diciembre, sino que es Mammon, aquel dios abyecto del dinero que tanto execrara Ezra Pound, quien parece haber exterminado a los dos. Quizás ocurre que para
los pueblos europeos el Sol ya se ha puesto definitivamente en un solsticio apocalíptico; nunca más volverá a
salir.
Pero, no, el Sol siempre vuelve a salir; el Sol volverá. Eso
es lo que significa la Navidad. Y esto es lo que algunos,
fieles a todas nuestras raíces, hemos celebrado estos últimos días.
[Hespérides, 12, Invierno 1997, pp. 960-975]
29