La Zona de Interés de Jonathan Glazer.
Javier Bonafina y Hernán Ochoa
Niños jugando en el jardín, una pareja feliz, una idílica familia
alemana en los años 40. Sin embargo, de fondo se oye el zumbido de los
hornos crematorios de Auschwitz.
La película de Jonathan Glazer "La zona de interés", en la que
Christian Friedel y Sandra Hülser interpretan al comandante de Auschwitz
Rudolf Höß y su esposa Hedwig. Durante años, Höß, vivió con su familia
justo al lado del campo de exterminio, donde hasta 1945 fueron asesinadas
al menos 1,1 millones de personas. “La proximidad entre la casa y el jardín
de la familia del comandante y el campamento es increíble. Eso realmente
me sorprendió”, dice Glazer.
En “La zona de interés”, el director británico aborda esta
yuxtaposición contando la vida cotidiana de la familia Höß: mientras el
marido organiza el asesinato en masa, especialmente de judíos, su esposa
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cuida las flores y los niños chapotean en la piscina. En la fotografía vemos
planos generales del jardín de la familia Höß con plantas y una piscina en la
que los niños juegan alegremente. Al fondo, un muro y una torre de
vigilancia de Auschwitz.
Los nazis llamaron eufemísticamente a la zona de exclusión alrededor
del campo de concentración “área de interés”. O bien “Zona de Confort” , lo
que dio nombre a la novela de Martin Amis, en las que se basa la película de
Glazer.
Ya es difícil hacer películas interesantes sobre los nazis, pero también
es difícil hacer películas sobre cualquier otra cosa. En otras épocas, es
posible que la gente temiera al diablo y al fuego del infierno; en el siglo XX
fueron reemplazados por Hitler y el Holocausto. Todo lo relacionado con la
moralidad y el poder modernos parece girar en torno a ellos. Rara vez queda
claro si estamos horrorizados porque el nazismo es un ataque a la civilización
o porque nosotros mismos también rechazamos la civilización, en esa
extraña identificación que tiene con tecnologías tanto inhumanas como
políticas, ya sean ideológicas o burocráticas.
En la película, es la banda sonora la que cuenta la historia del
Holocausto. En la película vemos, por ejemplo, un picnic familiar junto a un
lago y niños jugando. Muestra cómo el marido va a trabajar uniformado y su
esposa cuida la casa y el jardín y le dice a su madre que debería haber más
enredaderas en la pared. El horror detrás del muro se transmite a través de
sonidos: ruidos sordos, gritos ahogados, ladridos de perros, órdenes llevadas
por el viento. Sólo entonces se insinúa el Holocausto a nivel pictórico: a lo
lejos se pueden ver las chimeneas del crematorio. Con esta interacción
audiovisual, el director nos convierte en espectadores responsables: La banda
sonora no trata sólo de reconstruir el horror, sino más bien de la
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simultaneidad: Hay dos mundos paralelos, el de que los que sufren y aquellos
que viven de ese sufrimiento.
La película está atravesada por momentos desapegados: El trabajo de
cámara evita los primeros planos y, por lo tanto, nunca se acerca realmente
a los nazis, que sólo aparecen en escenas imposibles. La banda sonora es
monocorde, como buscando que los espectadores no puedan conectar con los
protagonistas y empatizar con ellos a través del sonido estéreo del mundo
habitado.
Todos hemos visto otras películas sobre el Holocausto, “La lista de
Schindler” o “La vida es bella”. “La zona de interés” es otra época, más
comparable a los documentales: “Shoah” de Claude Lanzmann y “Nuit et
Brouillard” de Alain Resnais.
Sandra Hülser y Christian Friedel encarnan a la pareja Höß. Los dos
encontraron un estilo diferente para retratar la crueldad, no hay en ellos ni
una huella de empatía. Sandra Hülser podría congelar el infierno con su
interpretación de Hedwig. Christian Friedel, por el contrario, interpreta a
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Rudolf Höß de una manera “ultra masculina”. Su descripción muestra la
conexión entre masculinidad y nacionalsocialismo.
Siempre nos preguntaremos cómo esa Alemania tan moderna y
sofisticada, que solemos ubicar entre las más educadas del mundo, pudo
haber hecho algo tan bárbaro. ¿Cómo pudo la humanidad ser tan débil y
desprotegida? Incluso Höss conoce el miedo, todas las noches cierra con
llave las puertas de su casa y, sin embargo, como si no tuviera cuidado con
las mismas cosas que lo obligan a cerrar con llave en primer lugar, se
horroriza cuando sus hijos, bañándose con él en el río, quedan contaminados
por las consecuencias del campo de exterminio.
Lo que falta en la historia es la política, la actividad y el modo de vida
que hace que la civilización o la tiranía sean lo mejor o lo peor en nosotros.
Glazer muestra la vida doméstica e invita a los espectadores a preguntarse
qué falta en ella que podría dejar a la gente vulnerable a una corrupción tan
terrible. Esto apunta a un problema fundamental en la vida moderna: todos
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preferimos la vida privada y, por tanto, no podemos actuar públicamente. Es
esa ausencia la que invita a la tiranía. Hay algo en nuestra propia inocencia
que necesita repensarse, aunque somos inocentes y no cometemos ningún
delito, no cumplimos con deberes públicos que exigirán nobleza y honor para
defendernos del horror que nos circunda.
En la decadencia, hay una relación entre los viciosos y los débiles, los
paralizados y los escandalosos. Debemos volver a aprender lo que significa
proteger lo delicado y lo humano, antes de que la crueldad se cristalice.
En
un
mundo
que
parece
atravesado
por
una
opresión
disimuladamente feroz, también hay resistencia. Una niña esconde en secreto
manzanas y papas por la noche en los lugares donde los presos tienen que
trabajar. El director filma estas escenas con una cámara termográfica, como
en un sueño, hay espeluznantes y atronadores sonidos de fondo, mientras,
Rudolf Höß lee “Hansel y Gretel” a sus dos hijas. Aún no está claro qué
significado tiene esta estética cinematográfica, si estas escenas pretenden
señalarnos algo irreal en el entorno real de violencia, el paralelismo de un
mundo de compasión completamente diferente al infierno de la
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inhumanidad. La película lo deja abierto, al igual que nos deja a nosotros,
como espectadores, interpretar las imágenes. Esta niña encuentra una lata
con una partitura, la canción “Zunenshtraln”, que Joseph Wulf (1912-1974)
compuso cuando estaba prisionero en Auschwitz en 1943 (incluso se puede
escuchar su voz como una resonancia), y toca la melodía en el piano, como
si hubiera un eco del mundo del campo de exterminio en la otra realidad de
los perpetradores violentos.
Toda la película es un desafío. No es una película histórica sobre
Auschwitz, las cuestiones sobre la autenticidad de los detalles históricos no
son importantes. Aunque Glazer hizo todo lo posible por incluir todas las
fuentes históricas y los testimonios de los prisioneros supervivientes, sólo es
una ficción. De lo que se hablaba en casa de los Höß sólo conocemos
fragmentos. Tampoco es una película sobre un idilio alemán que trivializa a
los perpetradores. La sombra de la violencia está presente en todas partes; no
hay duda de la frialdad y la voluntad de destrucción. Y el muro literal que
separa un mundo del otro es mucho más permeable de lo que parece. No es
posible seguir afirmando que los genocidas no sabían nada. Rudolf y Hedwig
Höß deciden por sí mismos que no quieren ver, oír ni oler nada. La gente no
tiene odio, la gente elige odiar.
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En ese sentido todas las escenas son políticas1, simplemente, porque
nos piden adoptemos una postura contra la falta de empatía y la crueldad. La
pantalla se dirige a nosotros, en este presente y, en confrontación con los
personajes de la película, dirige nuestra atención hacia nosotros mismos,
¿qué muros construimos contra los mundos en los que los gobiernos y las
personas cometen abusos masivos? ¿Cuánta violencia estamos dispuestos a
tolerar? ¿Cuántos rosales plantamos fuera de los muros para que la belleza
de nuestros jardines permanezca intacta? ¿Cuánto esfuerzo hacemos para no
ver, oír ni percibir nada? Son estas preguntas las que permanecen con
nosotros.
La película no termina con el corolario de las acciones de Höss en
Auschwitz. Quizás, es más importante mostrar el peso del presente en el afán
de representar que pasa con los espacios de memoria. ¿Hasta qué punto
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En la escena puede verse una reunión con la empresa de ingeniería de hornos Topf und Söhne que diseñó
y construyó los hornos de incineración (crematorios) utilizados por los nazis en los campos de
concentración y de exterminio durante el Holocausto, incluyendo Auschwitz-Birkenau, Buchenwald,
Belzec, Dachau, Mauthausen y Gusen. En total, Topf construyó 66 hornos crematorios en diferentes
campos, de los cuales 46 solo operaron en Auschwitz.
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Auschwitz-Birkenau, en Oświęcim, sigue alimentando la conciencia de los
que quieren acercarse al horror?.
Sin embargo, no es muy difícil imaginar que el espanto nos aguarda
en cada rincón del presente. El pasado no está solo en el pasado. El arte, por
suerte, nos despierta los sentidos y nos alerta sobre la imposibilidad de
aprender del pasado. El retorno de la violencia, bajo todas sus formas,
propicia nuevos interrogantes sobre el futuro.
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