36, Nº 2, 2004. Páginas 463-481
Principios Orientadores y Metodología para el Estudio del Volumen
QhapaqÑan…
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Chungara, Revista de Antropología Chilena
PRINCIPIOS ORIENTADORES Y METODOLOGÍA PARA
EL ESTUDIO DEL QHAPAQÑAN EN ATACAMA: DESDE
EL PORTEZUELO DEL INKA HASTA RÍO GRANDE
PRINCIPLES AND METHODOLOGY APPLIED TO STUDY THE QHAPAQÑAN
IN ATACAMA: FROM PORTEZUELO DEL INKA TO RÍO GRANDE
Victoria Castro*, Varinia Varela**, Carlos Aldunate** y Edgardo Araneda***
Se presentan principios teóricos y metodología aplicados al estudio de una parte del “Camino del Kollau” en la Puna de Atacama,
Chile. Se propone el uso de la tradición oral de los pueblos andinos y los estudios toponímicos, todo ello dentro del marco de la
teoría de “paisajes culturales”. Se dan a conocer los instrumentos creados para el registro y caracterización de diferentes tipos de
caminos y senderos, así como la integración de estos datos dentro del Sistema de Información Geográfico (SIG).
Palabras claves: paisajes culturales, Inka, QhapaqÑan, sistemas de información geográfica, toponimia, tradición oral.
Theoretical and methodological principles are applied in investigating a segment of the Inka Road in the Atacama Puna. We
incorporate Andean oral traditions and toponymic studies, framed within the broader constructs of “cultural landscape” theory.
The instruments created to register and characterize different types of roads and paths are illustrated, as well as the integration of
these data into a geographical information system (GIS).
Key words: cultural landscapes, Inka, QhapaqÑan, geographical information system, toponomy, oral tradition.
El QhapaqÑan o red vial incaica es por naturaleza panandina. Este hecho dice relación con el
territorio que cubre y con un sustrato cultural rico
y diverso que el Tawantinsuyu organizó a su propia escala, a través de diferentes instituciones nacidas del viejo ayllu andino. No obstante, para lograr esta unidad, requirió emprender una vasta
empresa ingenieril que hoy conocemos como el
QhapaqÑan, producto de una filosofía y estrategia
expansiva. Sin lugar a dudas, muchos tramos de
esta gran red vial fueron herencia de las sociedades conquistadas por los Inka, especialmente aquellos caminos o senderos que unieron asentamientos locales, quizás con inversiones no tan
significativas como las que posteriormente ocuparía el Tawantinsuyu, pero cuyas rutas inspiraron el
establecimiento de ramales o segmentos de los caminos troncales. Este parece ser en gran medida el
caso de los caminos preincaicos en la subárea circumpuneña (Castro 2004).
El ámbito que compromete el sistema de la red
vial Inka es un escenario de paisajes culturales diversos, articulados en miles de kilómetros. Una
obra integrada planificada para unir espacios; una
ruta para el tráfico y circulación de bienes entre
distintas latitudes y pisos ecológicos; un sistema
vial que establece una arquitectura asociada como
chaskiwasi, tambos y paskanas, que además sacraliza el paisaje a través del arte rupestre, mochaderos y adoratorios de altura.
La gran red vial, desplegada desde el sur de
Colombia hasta Chile, atravesó desiertos, sierras y
la alta puna, acercándose en algunos lugares a valles bajos cercanos al Pacífico como el llamado
“Camino Inka costero” (Hyslop 1992). En un esfuerzo mayor, penetró la selva con caminos amplios y empedrados, como el Choro en Bolivia
(Avilés 2001) y las rutas al Zenta en las selvas occidentales argentinas (Raffino et al. 1991).
En la década de los ochenta e inicios de los
noventa, John Hyslop recorrió y describió 12 tramos de caminos Inka entre Ecuador, Perú, Chile y
Argentina; señaló que solamente estaba documentando un 5% de los más de 20.000 km identificados hasta ese entonces (Hyslop 1984, 1992). Sin
embargo, nos legó un trabajo de detalle, su impe-
* Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Casilla 10115, Santiago.
** Museo Chileno de Arte Precolombino, Casilla 3687, Santiago.
***Primera Transversal 3198, Maipú.
Recibido: febrero 2004. Aceptado: agosto 2004.
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Victoria Castro, Varinia Varela, Carlos Aldunate y Edgardo Araneda
cable registro de la ingeniería vial incaica y temas
por resolver en la medida que se avanza en el conocimiento del QhapaqÑan. Pronto surgieron equipos en varios países y regiones andinas para estudiar este sistema vial, los que aún mantienen su
dedicación a este tema.
Marco Referencial
Asumimos que los paisajes son fruto de sistemas valóricos asociados a específicos grupos humanos (Hodder et al. 1997; Wagstaff 1987). En
este ámbito, uno de los aportes que más valoramos para estudiar el QhapaqÑan es el que ha surgido en los últimos años para comprender el paisaje como una construcción cultural. Podemos
considerar el paisaje como un conjunto significativo de normativas y convenciones comprehensivas, por medio de las cuales los seres humanos le
otorgan sentido a su territorio. Como construcción cultural, los paisajes se encuentran insertos
en relaciones espaciales y temporales, donde los
individuos se forman y reconocen. El paisaje es
tan fundamental en la configuración social, que
su conocimiento permite crear y reproducir diferentes estrategias para relacionarse con el mundo
y los otros.
Los seres humanos han otorgado a su paisaje
una toponimia original que se constituye en un conjunto de lugares relacionados e integrados por caminos, movilidad poblacional y narrativas llenas
de sentidos. Es una topografía natural a la que se le
ha otorgado humanidad, transformándose en un código cultural para vivir. Está investido de poderes
para el ser humano. En definitiva, el paisaje así
humanizado es un sistema de significación a través del cual la sociedad se reproduce y transforma
(Tilley 1994).
Al mismo tiempo, el tema de los paisajes culturales y sus diferentes categorías ha sido preocupación no sólo de las corrientes postprocesuales
y estructuralistas de la arqueología, sino también
de los temas patrimoniales de la humanidad, que
han tenido en la UNESCO y su organización de
talleres de trabajo, los principales exponentes. En
1996, la UNESCO ofreció una serie de conceptualizaciones vinculadas a este tema, con el fin
de promover el conocimiento de estas categorías
y contribuir a salvaguardar patrimonios en peligro. Entre otras, considera que los paisajes culturales representan trabajos combinados del hom-
bre y la naturaleza, siendo ilustrativos de la evolución de la sociedad humana y del asentamiento
a través del tiempo, bajo la influencia de oportunidades presentadas por el ambiente natural y de
sucesivas fuerzas sociales, culturales y económicas. Los paisajes culturales de las sociedades tradicionales reflejan, a menudo, técnicas específicas del desarrollo sustentable del uso de la tierra
y una singular relación espiritual con la naturaleza. Los paisajes culturales comprenden varias
categorías, de las cuales, al menos dos de ellas
son significativas para este estudio. Una corresponde al concepto de (1) paisaje evolucionado
orgánicamente. Este es el resultante de imperativos religiosos, políticos, sociales y económicos y
ha desarrollado su forma presente por asociación
con el ambiente natural. Contiene a su vez dos
subcategorías, una de las cuales es el (1.1) paisaje relicto, que se define por un proceso evolucionario que llegó a su término en algún momento
del pasado, pero cuyos rasgos distintivos aún pueden distinguirse materialmente. La otra subcategoría remite al concepto de (1.2.), paisaje de continuidad, que mantiene un rol social activo,
fuertemente asociado a un modo de vida tradicional y cuyo proceso continúa, exhibiendo una evidencia material significativa en su evolución en
el tiempo. La segunda categoría es el (2), paisaje
cultural asociativo, que se define en virtud de fuertes asociaciones religiosas, artísticas y culturales
con el ambiente natural (UNESCO 1996) y su significación en la vida de las personas en el presente. Ninguna de estas categorías y subcategorías
es necesariamente excluyente entre sí.
Pareciera que todas estas formas de paisajes
culturales coexisten en los territorios por los que
pasa el QhapaqÑan y del cual hace parte. Estos
paisajes pueden ser dañados por efectos de planes regionales de la sociedad mayor, extracción
de sus aguas, alteraciones sobre el asentamiento
humano y la vida misma de las comunidades, entre otros (Castro 2002). Ello obliga a un trabajo
urgente. Adicionalmente, uno de los temas poco
trabajados en los Andes y cuyo estudio se recomienda fomentar es el de las rutas, una forma de
paisaje cultural andino disperso por este gran territorio, pero que permite avanzar más en el concepto de interregionalidad. En otras palabras, gracias a los paisajes culturales es posible rescatar y
consolidar vínculos entre distintas partes de los
Andes (Mujica 2002).
Principios Orientadores y Metodología para el Estudio del QhapaqÑan…
Metodología
Los relatos orales sobre los antepasados o poblaciones foráneas que se establecieron en la región son elementos cruciales para nuestro objeto y
metodología de estudio (Castro y Varela 2000). La
construcción imaginaria del paisaje se realiza, en
gran medida, a partir de la memoria tradicional.
Este es un punto que se asocia específicamente a
la estrategia de investigación que privilegiamos,
puesto que la memoria histórica de los pueblos originarios, tiene un valor insospechado para comprender elementos arqueológicos y generar reflexiones acerca de su activa significación en el
pasado y en el presente.
El análisis de estos relatos, trabajados con estrategias cruzadas desde la Arqueología, la Etnohistoria y la Historia, junto al trabajo con diccionarios de lenguas nativas y geográficos,
documentos fotográficos y cartografía histórica,
permite avances significativos en el conocimiento
de la topografía, los caminos y senderos y en la
comprensión de la ideología u otras esferas de la
realidad involucradas.
Hemos realizado la recolección de datos en
terreno sobre caminos, ingresando la información
en una ficha ad hoc, que hemos diseñado con su
respectivo instructivo y que nos permitirá utilizar
un lenguaje común referido al tema (ver Anexo
1). Esta ficha se aplica en terreno cada 500 a 700
metros y nos ha permitido, entre mucha otra información, identificar cada punto donde se hace
el registro e identificación del trazado en segmentos discretos. Para ello existen dos modalidades:
en la primera se anota un número correlativo para
cada punto registrado, que se indica con las siglas del tramo realizado. Se indica el tramo general recorrido, a través de su topónimo inicial y el
topónimo de destino; se registra la medición con
GPS (Global Position System) de las coordenadas UTM (Universal Tranversal de Mercator) del
punto del registro; la altitud del punto del camino
con altímetro o GPS. También se señala el eventual topónimo del lugar, sector o localidad, etc.,
donde se halla el punto del registro. Finalmente,
se indica con nombre, escala, elipsoide y Datum
la carta utilizada en la georreferencia del punto
del registro. La segunda modalidad se refiere a
los ítemes de identificación del trazado, aquellos
factores que intervienen en la definición de las
características del camino, distinguiéndose aque-
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llos funcionales, físicos, humanos y ambientales,
para luego desarrollar una ponderación cualitativa de los rasgos más relevantes.
Luego en gabinete, con el Sistema de Gestión
de Base de Datos Access, se ha construido una Base
de Datos que nos permite consultas al relacionar
diversos campos. Una vez que esta Base de Datos
ha sido completada con información del tipo tabular se convierte al Sistema de Información Geográfica (SIG), para incorporar la variable espacial
(dónde suceden las cosas). El software empleado
es el Arc View 2 GIS 3.2.
El SIG, es un conjunto organizado de información o registro computacional, diseñado para
almacenar, analizar y mostrar en forma eficiente,
la información geográfica, ya que permite integrar
cada rasgo mapeado y ser relacionado, con registros de otras bases de datos. Así posibilita aproximarse a un análisis espacial de detalle, capaz de
incluir preguntas como, ¿dónde está? (algo), ¿cuán
lejos está?, etc.
La información del SIG se ordena por estratos, los que pueden ir sobreponiéndose, por ejemplo, sobre un mapa de suelos, uno de cobertura vegetacional, sitios arqueológicos, sistemas viales,
etc. Este tipo de análisis es posible, porque el SIG
está geográficamente referenciado en un sistema
de coordenadas del “mundo real” (latitud, longitud, UTM) (Araneda 2002).
Un Tramo del QhapaqÑan:
entre el Portezuelo del Inka y Río Grande
Los objetivos generales de nuestro proyecto
Fondecyt 1011006, pretenden conocer trazados pre
y posthispánicos de la región comprendida entre
Ollagüe y el Salar de Atacama, II Región de Antofagasta, norte de Chile, y entre los objetivos específicos seleccionados para este escrito, se asocian
aquellos vinculados con la presentación de segmentos del QhapaqÑan. En términos longitudinales,
el trazado orientador de nuestra prospección compromete 133 km en línea recta, entre el límite con
Bolivia a la latitud del Portezuelo del Inka y el sitio de Catarpe, en la localidad de San Pedro de
Atacama. En este escrito, nos referiremos a algunos resultados de nuestros estudios efectuados en
el tramo comprendido entre el Portezuelo del Inka
y la localidad de Río Grande (Figura 1).
En el extremo septentrional de este tramo, en
el mismo Portezuelo del Inka, se ubicó el “Tambo
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Victoria Castro, Varinia Varela, Carlos Aldunate y Edgardo Araneda
Figura 1. Principales puntos del recorrido desde Ascotán hacia Catarpe.
Principal location from Ascotán to Catarpe.
Principios Orientadores y Metodología para el Estudio del QhapaqÑan…
Hito” (Hito fronterizo LXXI) ubicado en las coordenadas UTM 7597867 N y 593287 a una altitud
de 4.658 msm. Corresponde a una construcción de
excelente factura, de la cual queda sólo un recinto
rectangular con muy buenas jambas. Sus cimientos son piedras de grandes proporciones y los muros son de hiladas dobles, de piedras medianas y
sin relleno. Tiene un frente de 9 m que mira al volcán Jardín de Ascotán y a la quebrada del Hito. En
su interior hay restos de fogones, un poyo, basural
subactual y cerámica Yavi con inclusiones blancas.
Por su frente pasa el camino entre 2,30 y 3 m de
ancho, en dirección oeste, cruza un sustrato de gravas y guijarros, y se dibuja por un pie de monte
con pajonal alto andino. El perfil longitudinal es
inclinado, el comportamiento en planta en sus inicios es serpenteante para luego tornarse recto. Las
obras del camino son de envergadura y presenta
tres variantes: dos suben en zigzag al faldeo norte
de los cerros del Inka convirtiéndose en caminos
yareteros y una tercera sigue en dirección 220° SW.
Este último segmento sigue en perfil longitudinal
inclinado, con un comportamiento en planta recto,
de 2,30 m de ancho con hiladas de piedras y con
despeje de piedras menores. Suponemos que este
segmento corresponde al tramo que une con la
próxima estación, el “Tambo” de Chac-Inga. Su
empírica unión fue imposible de efectuar por cuanto
desaparece al entrar en un plano inclinado de denso pajonal.
Desde “Tambo” Hito hasta la próxima estación, el “Tambo” Chac Inga (UTM 7590588589853), hay en línea recta 8 km. Este asentamiento
se localiza a 4.260 msm y está asociado directamente al camino. Todo el sector acusa fuerte toponimia vinculada al Inka y así también lo manifiesta el diseño de su factura. El asentamiento es
descrito a principios del siglo XX por Luis Risopatrón (1918; véase también, Varela 1999), y redescubierto por L. Núñez quien lo llamó “Tambo
Apacheta 3” (Ms. 2002). Está construido en un pie
de monte para protegerlo de los fuertes vientos del
lugar. Lo componen cuatro conjuntos independientes de construcciones de piedra. El espacio circundante ha sido alterado por faenas del camino y de
extracción de agua, las que han destruido parte del
muro perimetral del conjunto más significativo.
Este denota una cuidada simetría ortogonal, muros macizos de hilada doble bien aplomados y señales de reconstrucción. Posee vanos trapezoidales. En una de las estructuras principales se realizó
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un pozo de sondeo y se efectuó análisis de C14 en
asociación con cerámica del período Intermedio
Tardío e Inka local, ofreciendo una fecha de 820±70
a.p., Beta-179818, carbón. La recolección superficial del sitio mostró fragmentos de los tipos Cuzco
policromo, Saxamar y cerámica del tipo Turi pasta
con mica (siglo XVII), junto a tipos Inka locales y
tipos locales del período Intermedio Tardío. La gran
presencia de formas restringidas, de tamaños considerables hacen sentido con la necesidad de almacenamiento de líquidos en un lugar con carencia de agua.
Risopatrón (1910) distingue los caminos carreteros y troperos de importancia en la región así
como los senderos existentes en gran número,
muchos de ellos con apachetas. Menciona además corrales o alojamientos de piedras en ciertos
caminos y destaca en forma singular el “Incahuasi de Chac Inga” en el camino del Portezuelo del
Inka a Colana, donde existirían “trazas del trabajo humano”, pero que a esa fecha ya era poco traficado y fuertemente alterado por la acción de los
cururos (Ctenomys sp.). Esta misma construcción
se encuentra dibujada en su publicación del año
1918. Luego registra la posta de Chac Inga (21º
47’ 68º 09’) como “un reducto de piedras secas
de 14 m de largo y 11 m de ancho, con murallas
de dos metros de altura y se encuentra a 4.310 m
de altitud, en el antiguo camino del Inca, entre
Ascotán e Inacaliri, en un lugar frío, sin agua y
con pasto dañino para los animales cabalgares”
(1924:75). La posta de Chac Inga también es mencionada por Bertrand en su exploración de 1885.
En este mismo sector se prospectaron tres segmentos de caminos, todos en la carta IGM Inacaliri 1:50.000. Dos por la Quebrada del Inka entre los
4.162 y 4.290 msm, y otro en dirección a la quebrada del Hito hacia el Portezuelo del Inka. De estos diferentes caminos uno podría unirse con el
segmento prospectado en el “Tambo Hito” del Portezuelo del Inka. El segmento corresponde a un trazado único que marca una dirección entre los 346°,
315° y 40°, con un ancho más o menos constante
entre 2 a 2,85 m y que cruza por un pie de monte
de pajonal alto andino. El sustrato es arenoso con
gravas finas a guijarros. Presenta un perfil longitudinal inclinado, un perfil transversal recto y un
comportamiento en planta de curvas simples y tramos rectos. Se construyó mediante la limpieza de
rocas superficiales; sus bordes están delineados con
alineaciones producidas por el mismo despeje y
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Victoria Castro, Varinia Varela, Carlos Aldunate y Edgardo Araneda
en ocasiones con alineaciones simples de piedras
que se complementan con largos segmentos de un
desordenado muro de contención de doble hilada
y de un alto máximo de 1,50 m. En un sector se
pudo registrar una antigua escalinata de 6 peldaños, que en su parte superior mide de ancho 107
cm y en su base 190 cm. Se encontraron algunas
estructuras en sus costados, como un paraviento,
un taller lítico y un paradero de cazadores arcaicos. Luego de aproximadamente 3 km, el trazado
desaparece en suaves lomajes que enfrentan al Portezuelo del Inka.
Hacia el sureste de Chac Inga se extiende la
gran Pampa de la Apacheta limitada al este por los
cerros del Inka o Barrancane y hacia el sureste por
el cordón de Inacaliri. Esta pampa está cruzada por
un sinnúmero de caminos históricos de diferentes
épocas, sin embargo, todos ellos convergen al abra
de la Cachimba, lógica topográfica, para continuar
el camino hacia el sur.
Ubicado en el extremo sur de Pampa Apacheta, a 10,7 km de Chac Inga, se encuentra el sitio
que denominamos “Tambo Apacheta”, desde donde sale un trazado que se integra al complejo de
caminos yareteros del Cordón Inacaliri. Una gran
roca –desprendimiento natural– hace de centro del
sitio. Detrás de ella se encuentra un recinto rectangular, de doble muro, y vano con jambas trabajadas. Un explazo rectangular de unos 12 por 30 m
separa a este recinto de una plataforma rectangular (12 x 4 m), que mira hacia el NW. Esta plataforma fue construida por sus costados NW, E y W
con piedras trabajadas, probablemente para cargar
yareta; está semidestruida y conserva su relleno.
La rodean otros recintos menos notorios. Se advierte que el lugar ha sido utilizado hasta hoy como
campamento.
Unos metros cuesta arriba se localiza el sitio
“Pampa Apacheta 1” (Núñez 2002), un asentamiento yaretero, múltiples veces utilizado. Desde este
lugar, se accede al camino vehicular que baja a la
quebrada de Colana que es un verdadero nodo de
caminos. Entre ellos, observamos un tramo del camino Inka que sale de la quebrada separándose del
camino vehicular en dirección NW. Se visualiza
intocado, sobre arena, de 4 m de ancho y con señalización de piedras en los bordes que asoman del
sustrato arenoso; el trazado se pierde a unos 500
m. La quebrada de Colana ofreció por siglos, excelentes pastos duros de vega ribereña abundante
y especies de avifauna muy apreciadas. En 1981,
las aguas fueron entubadas por Codelco y su acceso por Inacaliri fue cerrado con rejas. Este espacio
parece haber estado ocupado al menos desde el
período Intermedio Tardío hasta la segunda mitad
del siglo XX.
Desde Colana, accedemos al altiplano intermontano de Inacaliri, en donde destacamos como
estación de referencia el asentamiento de Katisuna, un sitio de arquitectura compleja, en donde los caminos más antiguos han sido prácticamente borrados por nuevos caminos a partir de
los inicios del siglo XX. Todo el paisaje ha sufrido aquí una profunda alteración, por desertificación y desarticulación de los asentamientos
de pastores. No se aprecia la solución de continuidad del camino que debiera existir entre Colana, Inacaliri y el abra de Cupo, para alcanzar a
Turi. Estamos seguros que la intensa ocupación
histórica con fines extractivos, ha borrado los
tramos viales mencionados.
Desde Inacaliri hacia Cupo y Turi, a primera
vista solo se visualiza la huella vehicular; sin embargo, internándose al Abra de Cupo (Carta IGM
Cupo 1:50.000) encontramos una gran apacheta de
alta visibilidad, de forma piramidal y de 2,50 m de
altura, que corona la entrada al abra. En un sector
más bajo se observa la sobreposición de un trazado antiguo con la huella vehicular. El camino antiguo, fuertemente formalizado, baja por la explanada con fuerte inclinación y recto, siendo sucesivas
veces cortado por el serpenteante camino vehicular, para luego continuar subiendo y bajando acorde con la topografía, y quedando en algunos sectores bajo la huella vehicular. El trazado mantiene
un ancho apreciable y constante entre los 3,20 y
3,50 m, está ejecutado por limpieza de rocas superficiales que van dejando alineación de piedras
a los costados. La ejecución de cualquier camino o
sendero en este sector necesita de extracción de
material, por cuanto tiene un sustrato altamente
pedregoso. Desde algunos tramos de este camino,
se pueden observar la gran apacheta, el cerro de
Topain y la vega de Turi, donde se encuentra el
Pukara de Turi, uno de los rasgos asociados de
mayor visibilidad en la región, con sus notables
recursos forrajeros permanentes (Aldunate 1985;
Villagrán y Castro 1997).
El complejo asentamiento conocido como
Pukara de Turi, de acuerdo a los estudios realizados (Aldunate 1993; Castro et al. 1993; Varela et
al. 1993, entre otros), presenta al menos dos com-
Principios Orientadores y Metodología para el Estudio del QhapaqÑan…
ponentes: uno referido al período Intermedio tardío y otro claramente Inka. En este último destaca
una kallanka de adobe, de 26 x 9 m y una orientación prácticamente N-S, ya que su desviación es
sólo de 30° respecto de este eje. Esta se sitúa en la
parte más alta del asentamiento, en una amplia
kancha o plaza poligonal de 41 x 50 m con un gran
vano orientado al cerro León y que accede a un
conocido segmento del QhapaqÑan. Aquí el sustrato que mantiene al trazado es netamente arenoso y se dibuja, en su segmento principal, en la misma dirección que el edificio de la kallanka. Su
comportamiento en planta presenta curvas simples
y segmentos rectos, y ha sido limpiado de rocas
superficiales las que se han dispuesto formando alineaciones simples de piedra en sus bordes. Del
escaso arte rupestre presente en el sitio casi un tercio está hecho en el muro perimetral exterior del
sitio que sirve de frontera al camino (Gallardo et
al. 1995; 1999).
Siguiendo hacia el Sur, el trazado baja del
pukara hacia una gran pampa, con una visibilidad
panorámica que incluye los cerros tutelares del
actual pueblo de Caspana, pero va desdibujándose
prácticamente en su totalidad de no ser por un par
de “amojonamientos” de rocas que lo señalan.
Desde aquí a Caspana el camino Inka ha seguido
fuertemente en uso por las comunidades de la región, específicamente por las gentes de Ayquina,
Toconce y Caspana, quienes llevan en andas a las
imágenes de sus santos patronos, desde un pueblo
a otro (Castro 1997). Una obra compleja en este
tramo ha sido identificada en el talud Este del río
Salado, inmediatamente aguas arriba de su confluencia con el río Caspana; consiste en una empinada rampa que baja la quebrada en zigzag realizada mediante un pircado (Varela 1999). El tramo
Turi-Caspana-Incahuasi ha sido publicado anteriormente por parte de nuestro equipo (Castro y Varela
2000; Varela 1999).
Más al sur, desde Incahuasi hasta la estancia,
aguada y sitio arqueológico de Lari hay 10,9 km
en línea recta. El camino se dibuja por sobre una
extensa planicie aluvial ascendiendo lentamente
desde los 3.370 a los 3.615 msm y bordeando farellones rocosos de ignimbritas. En ocasiones atraviesa quebradas menores y pequeños pie de monte. Al final de la corrida de escarpes el camino sube
fuertemente hasta el sitio de Purisocor o Puritocor.
Este sitio compuesto por más de 15 estructuras de
piedra a ambos lados del camino presenta cerámi-
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ca en superficie que evidencia una ocupación del
período Intermedio tardío, con presencia de tipos
Ayquina, Turi rojo alisado, Turi rojo pulido y fragmentos altiplánicos. Otros tipos de carácter más
tardío son el Turi rojo pulido ambas caras, conocido como Inka local y fragmentos etnográficos (Varela et al. 1993; Uribe 2004).
Desde Purisocor el camino se interna en la
quebrada del mismo nombre hasta la estancia y
aguada de Lari. El trazado mantiene una escasa
fluctuación en su dirección, apenas 30º, entre los
160 º y los 190º, sólo mostrando una variación más
radical cuando cruza alguna quebrada. El ancho
del trazado no es fijo y varía entre los 4,30 y 2,30
m. El comportamiento en planta es predominantemente recto, en pocas ocasiones presenta curvas
simples y aún menos segmentos serpenteantes. El
perfil longitudinal se manifiesta levemente inclinado y en ciertos tramos recto, y el perfil transversal se muestra recto e irregular. La técnica de ejecución del trazado más representativa es el despeje
de rocas superficiales, y en los sectores donde existen bloques y/o lajas, el acomodo del sustrato existente y el desgaste por el uso. Los bordes del camino se forman principalmente como producto del
despeje y en algunos sectores por alineaciones simples de piedras complementadas por la alineación
de la vegetación. En un segmento, el trazado se
hace perceptible solo por la alineación de la vegetación, situación que coincide con un sustrato de
grava. Todo el trazado recorre suelos arenosos. En
este segmento no se registraron obras en el trazado, sin embargo, entre los 13 puntos fichados nueve presentan vinculación con estructuras, como
amojonamientos, paravientos, cajitas, estructuras
pares y otras.
La estancia de Lari es un lugar estratégico de
gran importancia por su asociación al recurso de
agua fresca, que hoy brota escasamente al excavar el suelo. Está ubicada a 7512183 N y 578459 E
de coordenadas UTM, y está emplazada sobre una
terraza fluvial baja y sobre un asentamiento prehispánico, cuyo abundante material cerámico
de superficie nos informa de su larga ocupación.
Encontramos alfarería de los tipos Ayquina, Turi
rojo alisado, Turi gris alisado, altiplánicos del
período Intermedio tardío; Turi pulido ambas caras o Inka local, Turi rojo burdo y Yavi, todos correspondientes al período Tardío. Con respecto a
tipos más tardíos, se registraron cerámica Turi
pasta con mica del período colonial y cerámica
470
Victoria Castro, Varinia Varela, Carlos Aldunate y Edgardo Araneda
etnográfica del período republicano (Uribe 2004;
Varela et al. 1993).
Siguiendo al sur, desde Lari a Koiche hay 6,8
km. Desde allí, el camino debió continuar por la
quebrada del Río Salado, hasta llegar a Likan Grande, en la localidad de Río Grande, en una extensión de 9,5 km, donde fue imposible aplicar la ficha de caminos, pues esta quebrada presenta fuertes
variaciones en su cauce, las que se evidencian en
sectores con gran arrastre. Describiremos solamente el primer tramo.
El tramo desde Lari al sur sigue en ascenso
por una alta planicie aluvial con pajonal donde se
ubica el Sitio Mirador del Inka (3.827 msm). El
camino conserva una dirección más o menos constante de 170º a 200º. El trazado se dibuja sobre un
suelo arenoso con gravas finas a guijarros y presenta un comportamiento en planta más bien serpenteante y con curvas simples. El perfil longitudinal sigue siempre levemente inclinado, con un
perfil transversal principalmente recto y en ocasiones levemente cóncavo. El ancho del trazado es
irregular; a veces de 80 cm y en ocasiones no precisado debido a la presencia de pequeños senderos
paralelos, particularmente en el sitio del Mirador
del Inka. Los bordes del trazado se forman principalmente por alineaciones producidas por la vegetación sin obras de arte.
El “tambillo” Mirador del Inka es una pequeña estructura rectangular de lajas hoy muy destruida que se ubica al borde W del camino, en
7509704 N y 578370 E (carta IGM Río Grande
1:50.000) a escasos metros de la abrupta y larga
cuesta de Koiche, desde donde se observa el salar
de Atacama en toda su extensión. En el borde este
hay un bloque con arte rupestre de tres pequeños
rostros rectilíneos, vistos de frente, en técnica de
grabado semejantes a los descritos y relevados por
Niemeyer (1968) en la quebrada de Chuschul y
por Valenzuela (2000) en la quebrada de Talabre.
El material cultural de superficie de este sitio corresponde a una ocupación del período Intermedio tardío, como lo evidencia la cerámica tipo Turi
rojo alisado, Turi gris alisado, Ayquina, Turi rojo
revestido y cerámica Hedionda. La ocupación Inka
se evidencia en los tipos Turi pulido ambas caras
y Turi rojo burdo. También se observó una alta
concentración de turquesa y de mineral de cobre
molido, y una que otra cuenta de collar del mismo material. En este mismo sector y a solo unos
metros del arte rupestre se encontraron numero-
sas herraduras, y clavos de herraje, reunidas ordenadamente sobre un bloque rocoso. Sobre una
terraza natural, en el filo antes de comenzar la
bajada, se emplaza un “mochadero” (lugar de
ofrendas de los caminantes) compuesto por una
acumulación de piedras y material cultural, como
fragmentos de cerámica, trozos de malaquita, turquesa e incluso manos de moler. Tiene planta subcircular de unos 4 m de diámetro, baja altura y
con una depresión central.
Hacia el sur del sitio, el sendero baja abruptamente por el escarpado pie de monte de Koiche. La bajada de Koiche es tan pronunciada que,
en su extensión de no más de 2 km, se descienden
450 m, circunstancia que justifica este complejo
camino. El comportamiento en planta es serpenteante y en zigzag, y su perfil transversal irregular y cóncavo producido principalmente por el
escurrimiento de las aguas lluvias. La vertiente
está fuertemente activa produciendo gran cantidad de arrastre de material rocoso, sobre un perfil
geomorfológico compuesto y complejo. A pesar
de esta actividad, en el primer cuarto de la bajada
de Koiche se reconocieron 16 codos o inflexiones en el trazado. No se conserva obra alguna, ni
en esta primera parte ni más adelante, pero existen numerosas estructuras asociadas a los puntos
fichados. Además, se registraron numerosas estructuras tipo “mochaderos”, compuestos por un
bloque de roca sobre el cual hay una acumulación considerable de pequeñas piedras y guijarros dispuestas como un domo con una depresión
central, y un largo muro en L. No se encontró
material cultural en superficie.
Paisajes Culturales y QhapaqÑan
Uno de los objetivos de nuestros trabajos acerca de la vialidad prehispánica consiste en relevar
el significado que para los antiguos pobladores
de la puna de Atacama tuvieron los paisajes por
los cuales transitaban. Sostenemos que los códigos han quedado impresos no solamente en la
cultura material, sino también en la toponimia y
en la memoria oral y que, por lo tanto, estos elementos nos darán luces para conocer más profundamente la ideología que rodeaba y daba sentido
al paisaje transitado. En este sentido, coparticipamos de las nítidas distinciones ofrecidas por
Lumbreras en relación con la “arqueología testimonial” (Lumbreras 2002).
Principios Orientadores y Metodología para el Estudio del QhapaqÑan…
Cerros y Toponimias
Muchos cerros de nuestro recorrido están sacralizados por el Inka. En sus cumbres se han construido “iglesias” o “casas del Inka” y están rodeados de una fuerte carga sagrada, puesto que muchos
de ellos son considerados hasta hoy las achachilas
o lugares de origen de los actuales asentamientos
de raíz indígena. Así, el cerro León es el cerro sagrado de Toconce, los cerros Qaulor y Ch’ita son
la madre y el padre de Caspana. El Paniri es el
mallku de Aiquina y Turi. Gran parte de las estructuras sagradas prehispánicas y etnográficas de todos estos lugares están orientadas hacia estas altas
cumbres (Castro y Aldunate 2003).
Los cerros de San Pedro, Linzor, Paniri y
León, además tienen adoratorios prehispánicos en
sus cumbres, reforzando la continuidad de la tradición vigente que sostiene que allí tiene sus moradas y sus “mesas” el Inka, donde hace sus ceremonias, baila, canta y coquea. En Turi, los
lugareños también denominan “iglesia” a la kallanka incaica que está edificada en la cumbre del
promontorio donde se ubicaba el asentamiento que
fue ocupado por el Inka.
En general, los lugares altos como cerros, volcanes e incluso los pequeños promontorios que
dominan el paisaje, están cargados de señales positivas. Allí se encuentran las deidades, son lugares donde se producen las epifanías y, por lo tanto,
donde se hacen las mesas, ofrendas o sacrificios.
Por el contrario, los lugares bajos, como quebradas y hoyadas son lugares fríos y ambiguos, considerados peligrosos. En las quebradas y ojos de agua,
se encuentra el juturi, personaje asociado a la música que puede encantar a la gente y hacerle el mal.
El arte rupestre que generalmente se encuentra en
las quebradas y cursos de agua también es observado por los actuales pobladores con desconfianza
y temor y se le asocia a la posibilidad de que se
activen sus fuerzas negativas.
Se debe entender esta distinción dentro de
la vieja tradición andina, que reconoce el principio de la dualidad bajo la modalidad de opuestos complementarios, que muchas veces se encuentran integrados en una sola entidad y que
contienen fuerzas negativas y positivas al mismo tiempo. De acuerdo al comportamiento que
manifieste la persona, esta se verá protegida o
será castigada. Se trata también de un tema de
reciprocidad, que motiva los ritos de ofrendas.
471
Los ofertorios más característicos de los caminantes, hasta hoy, se asocian a los mochaderos y
apachetas, que reproducen un pequeño cerro o
promontorio, tal como la gran apacheta Huayna
Potosí, antes de entrar a Isluga.
El Inka y la Toponimia
Al recorrer el camino, el paisaje cultural está
siempre presente y es traído a colación por los baquianos del lugar, a través de la toponimia. Se recorren “Jardines” geológicos (Jardín de Ascotán) y
otros de exuberante vegetación ribereña (Jardines
de Santa Rosa y Yerbas Buenas). Siempre están presentes los volcanes tutelares, formando parte de los
límites territoriales de las diferentes comunidades
actuales. Se describen paisajes que reflejan una profunda cosmología, como es el caso de la comunidad
de Río Grande, cuyos miembros comprenden su territorio dividido por dos líneas transversales, que
forman una cruz, en cada uno de cuyos extremos se
encuentran santuarios o “calvarios”, con sus respectivos nombres. Algunos de nuestros trabajos recientes (Castro y Aldunate 2003; Castro y Varela 2000)
han demostrado la vigencia de la ideología sobre el
Inka o “reinka” entre las actuales sociedades originarias de este apartado lugar del Kollasuyu. De esta
manera, se ha establecido la forma en que el Inka
categoriza y ordena el paisaje, transformando sus
rasgos geomorfológicos, cambiando el desierto en
vida, otorgando riquezas, castigando a los desobedientes y cambiando nombres y denominaciones
toponímicas.
Aunque un estudio completo de los topónimos
de nuestro recorrido aún está pendiente, nos parecen significativos aquellos que dicen relación con
el vocablo Inka. Estos jalonan todo el camino, desde
el Portezuelo del Inka, comunicando con la Quebrada del Inka y el parador de Chac Inga que está
rodeado por los cerros del Inka. Hacia el sur, el
camino baja hacia Inacaliri (Inka liri o Inka Lari)
por la quebrada denominada Inka de Colana, bordeando el Paniri hacia Turi, ambos lugares donde
está la “iglesia” o “casa del Inka”. Desde allí pasa
por Caspana, donde los topónimos con este apelativo no se observan, continuando hacia Inkahuasi
(casa del inka) y el Mirador del Inka. Estos topónimos están asociados a restos de esta procedencia,
de manera que, en este sentido, la toponimia es
predictiva de datos para la arqueología. Otro aspecto sugerente son las referencias al Inka que tam-
472
Victoria Castro, Varinia Varela, Carlos Aldunate y Edgardo Araneda
bién se hacen en algunos sitios mineros de la región, como se constata en los minerales InkawasiInga y Los Altos del Inka en Tuina. Poco más al
oeste encontramos las minas de Atahualpa y otro
yacimiento denominado Inka, ambos cerca de Calama y Chuquicamata. Desgraciadamente aún no
conocemos los nombres vernáculos de los vecinos
sitios mineros de cerro Verde y San Bartolo, ubicados en nuestro recorrido.
Los lugareños hacen una distinción entre el
Inka y el Reinka. El primero es el personaje ya elevado a categorías míticas, el que hace brotar agua,
muele piedras, recoge sus cosechas días después
de la siembra, el que ha establecido su “casa” en la
cima de las montañas. Reinka son los objetos o
testimonios dejados por el Inka y que metonímicamente están dotados de un poder similar (Castro y
Varela 2000).
Respecto a la toponimia vernácula que afecta
a los cerros, es interesante constatar que algunos
han cambiado de nombre, como el cerro León, que
antiguamente se designaba como Puma Orko, y al
parecer en una época aún más remota se llamaba
Mallku Kulliri. El Q’aulor también recibe el nombre de Sipitare Mama o Mama Sipaqa y el Ch’ita,
Sipitare Tata (Villagrán et al. 1998). En el caso del
cerro León, su nombre actual es la traducción del
quechua puma orko, o “puma macho” (Ricardo
1951), nombre de probable filiación incaica con
que se le designaba. El topónimo más antiguo de
este cerro, Mallku Kulliri, es de evidente procedencia aymara y se asocia al vocablo kulliruna, “el
de mucho brío y esfuerzo en el trabajo incansable”
(González Holguín 1608) lo que coincide con la
tradición oral recogida en Toconce, que conserva
esta característica para el principal cerro “aviador”
o proveedor de riqueza de la cadena de cerros que
termina en Chuquicamata. Esta sucesión de nombres (español, quechua y aymara) también confirma nuestras viejas hipótesis acerca de la antigua
influencia altiplánica en las cabeceras del Río Salado y la ulterior presencia inka. Con respecto a la
pareja de cerros tutelares de Caspana, el Q’aulor y
Ch’ita, nombres de origen atacameño o kunza, también son denominados Sipitare Mama y Sipitare
Tata, denominaciones evidentemente quechuas.
Estas verdaderas estratigrafías toponímicas sin
duda nos hablan de la fuerte presencia inka en la
región que cambió incluso la denominación de estos antiguos cerros sagrados de los pueblos del Río
Salado.
Categorías de Caminos
Aquellos comuneros que nos han acompañado por los caminos y senderos, especialmente los
de mayor edad, conocen e identifican con toda precisión el “camino del Inka” y lo distinguen de las
vías posteriores. Son capaces de discriminar incluso
las superposiciones y modificaciones que el QhapaqÑan ha sufrido con el tiempo. Si bien esto no
es testimonio suficiente como para establecer con
toda seguridad que la identificación cronológica
corresponda al período Tardío, en todos los casos
hemos podido comprobar que estos caminos unen
puntos con testimonios muebles y/o asentamientos prehispánicos, a veces atribuibles al Inka y otras
al período Intermedio tardío.
1. Camino del Kollasuyu
El segmento más septentrional de la ruta prospectada conecta la región sudoccidental de Bolivia, a través del Portezuelo del Inka, con el Abra
de la Cachimba, un paisaje relicto cuyas evidencias más consistentes son del período Tardío y
donde se encuentra la mayor concentración de topónimos referidos al inka. Lo que se conserva de
este camino está claramente formalizado con marcadores, obras, lineamientos de piedras y pequeñas escalinatas. Además encontramos en este tramo las postas de “Tambo Hito”, “Tambo Chac
Inga” y “Tambo Apacheta”. Todos estos rasgos
evidencian una planificación característica del
Período Tardío. El camino sigue hacia las cotas
medias, confundiéndose con los “caminos regionales”, hasta llegar al Salar de Atacama y atraviesa por sectores donde estaba y está asentada la
población local.
2. Caminos Regionales
Son los caminos entre las localidades con asentamientos prehispánicos, muchos de los cuales aún
están vigentes. Estos caminos son más largos y
unen cuencas, como los de Caspana a Río Grande
y de Río Grande al Salar de Atacama. En general,
estas rutas son más informales y más orgánicas,
siguiendo los accidentes topográficos del paisaje,
sin intervenirlo drásticamente: son rectos en las
planicies y sinuosos en terrenos ondulados. En casi
todo su recorrido son del tipo senderos o caminos
troperos, donde hasta hoy se pueden advertir las
Principios Orientadores y Metodología para el Estudio del QhapaqÑan…
múltiples huellas paralelas que dejan los animales
de carga y los caminantes al transitar.
Entre Cupo y Catarpe, encontramos una diversidad de elementos culturales asociados a distintos
tipos de caminos, evidenciando que las rutas fueron transitadas desde el período Intermedio tardío
hasta el período Tardío. Incluso, muchas de ellas
siguen en uso hasta la actualidad. Hemos identificado estas variedades básicamente como caminos
locales, los que fueron transitados y en ocasiones
refaccionados por el Inka, a juzgar por las obras
asociadas.
3. Caminos Locales
Están formalmente planificados, de un ancho
regular, alineados con piedras en sus bordes, muros
de contención y en ocasiones empedrados. Ellos
salen de los asentamientos principales en dirección
a sectores de recursos agropastoriles que dependen
del núcleo (e.g. caminos de Río Grande a Jones,
Likan y San Antonio; camino de Caspana al Calvario; camino de Turi a las vegas; camino de Toconce
a Melcho y Patillón). En general, estas rutas se utilizan por los lugareños hasta el día de hoy y en ellas
hemos encontrado evidencias materiales apoyadas
por información oral de que han sido mantenidas
por trabajos colectivos de las mismas comunidades
hasta la década de 1940. Se puede sugerir que algunos de estos caminos, como los de Likan, Jones y
San Antonio, son definitivamente coloniales y/o republicanos, a juzgar por las evidencias materiales
encontradas. En tanto, el camino de Caspana al Calvario sería prehispánico, pues se incorpora a un circuito de movimiento y comunicación local con sitios del período Intermedio tardío.
Estos caminos son de gran visibilidad. Transitan en general sobre lugares altos, dominando el
paisaje y “se dejan ver”. Al caminarlos, siempre se
observan los demás rasgos geomorfológicos del
paisaje y especialmente los cerros, que ocupan un
lugar protagónico como hitos referenciales de la
ruta y como marcadores geográficos y simbólicos
de los pueblos (cerros de Cupo, cerros de Aiquina,
cerros de Caspana, etc.).
4. Caminos Mineros
Es interesante que los caminos que llegan a
sitios mineros no forman parte de las vías descritas, sino que invariablemente constituyen caminos
473
más pequeños, cuyo acceso viene del centro local.
Esto ocurre al menos en Inkawasi, cerro Verde y
San Bartolo. Al parecer estos caminos estuvieron
asociados únicamente a esta actividad extractiva y
para su explotación el Inka debió convenir algún
tipo de arreglo con la población local.
La articulación y características formales del
QhapaqÑan son sugerentes con respecto a la estrategia incaica de explotación minera en la zona
de estudio. Tanto en cerro Verde, Incahuasi-Inca y
San Bartolo, el camino principal pasa distante a
estos sitios, desprendiéndose un ramal secundario
para articularlos. En el caso de cerro Verde, cuya
arquitectura evidencia claramente la planificación
incaica (Adán 1999:23-27), el camino secundario
más importante que llega a este sitio lo vincula con
el asentamiento de Caspana a 3 km de distancia, y
no con Turi Pukara, si bien más distante pero donde la presencia inka se manifiesta con mayor fuerza administrativa. Mediante estos caminos y asentamientos se participa de una forma jerárquica de
organización del paisaje cultural. ¿Qué tipo de
alianza u ordenamiento político está representando esta vialidad? En los estudios del Cementerio
de los Abuelos de Caspana, Ayala et al. (1999) señalan un ordenamiento significativo del espacio
mortuorio, donde las sepulturas de la población
local estarían “rodeadas” por sepulturas con ofertorios incanizados, donde se incorporan a las ofrendas, minerales y metales.
5. Caminos Sagrados
Denominaremos caminos “sagrados” a aquellos que suben a los adoratorios de las altas cumbres. Aunque aún no hemos hecho prospecciones
sistemáticas de estas vías, hemos constatado su
existencia en el Paniri, el cerro León, el San Pedro
y el Quimal.
A Modo de Conclusión
Hemos constatado la importancia que los estudios toponímicos tienen para el estudio del QhapaqÑan. De hecho, cuando el camino del Kollasuyu se une con la red de caminos regionales y locales
cuyas raíces están en el período Intermedio tardío,
disminuyen notablemente los topónimos asociados
al Inka, hasta casi desaparecer. En la prospección
y recorrido de caminos entre Turi y Catarpe, solo
registramos a Inkawasi, un sitio minero y el Mira-
474
Victoria Castro, Varinia Varela, Carlos Aldunate y Edgardo Araneda
dor del Inka, tambo situado en las alturas de Koiche. También es notable la presencia del inka en la
toponimia de sitios mineros, lo que refuerza la hipótesis de la relevancia de esta industria extractiva
durante el período Tardío.
De acuerdo a las tradiciones locales, el Inka transitó por estos lugares y caminos, transportado en sus
andas y, cada vez que paraba en algún lugar, hacía
brotar el agua y fabricaba sus chacras y siembras
que se cosechaban en un día. Así se explican los
lugareños los “gentilares” o asentamientos prehispánicos, hoy abandonados y en ruinas, que están
rodeados de terrazas de cultivos y canales secos.
En definitiva, podríamos señalar que para la
cultura andina los caminos no solamente unen lugares, no se transitan sólo para llegar de un lugar a
otro. Todo su recorrido está lleno de significados,
del que da testimonio su paisaje geomorfológico y
cultural. El paisaje es un verdadero discurso, y el
caminar es el relato, en que van surgiendo los significados de cada piedra, cada cerro o quebrada.
Así se enlazan los elementos naturales con los restos culturales del pasado, todo dentro de una cosmovisión integradora.
Estos significados y esta cosmovisión se activa, toma cuerpo y se actualiza en el transitar del
camino, a través de los ritos de los caminantes, los
pagos en las apachetas y mochaderos, las mesas
propiciatorias de buen viaje, las ofrendas de los
caminantes que depositan plumas de parina, uñas,
alcohol o caramelos para el éxito de la jornada.
Agradecimientos: Comprometen nuestra gratitud el proyecto Fondecyt 1011006, que ha financiado nuestras investigaciones; el apoyo logístico
de Codelco, división Chuquicamata, especialmente Saturnino Berna y el Ejército de Chile. Al Dr.
Lautaro Núñez, quien gentilmente puso a nuestra
disposición su manuscrito. A nuestros compañeros de trabajo en terreno don Francisco Saire, Zacarías Berna, Félix Paniri, Luis Zambrano, Daniela Valenzuela y Esteban Aguayo.
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