Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                
Cántabros: origen de un pueblo VV.AA. Santander, 2012 Ediciones Los Cántabros ISBN 978-84-939964-1-3 1 35 « ... Del lado de la tierra / y el fado de la mar / nos oprime Octaviano /con asedio tenaz. / En las secas llanuras/ los romanos están /y bosques y cavernas / la montaiia nos da. / Apostados estamos I en rnuyfuerte lugar I y ánimo inquebrantable / tenemos cada cual./ Las armas siendo iguales / no tememos lidiar; / pero en nuestras artesas I suele faltar pan. / Cubierto de corazas / el enemigo va, / pero el cuerpo indefenso / gana en agilidad. / De día ni de noche, / sin tregua al brazo dar; /cinco arios lzá lidiamos / por nuestra libertad. I Cuando á uno de los nuestros / muerte el romano da, / cincuenta de los suyos / hemos visto espira1: / Pero hemos aceptado / al cabo su amistad, / porque somos muy pocos / y ellos son muchos más. / En su tierra y la nuestra / lo mismo se ata el haz, /y era ya muy d(ftcil I la lucha prolo11ga1: / Los dominios del Tiber / guardan su integridad, I y Uc!tin-Tamayo es grande / por la gloria y la paz. / El leve pica-postes, I con su constancia va /venciendo la dureza /del roble secular!» ( l) Puerta en esviaje dd c;istro de C1srilncgro ( Liérganes-Mcd io Cudeyo). cuumrnos CÁNTABHOS, mercenarios excepcionales, terror de Roma, defensores del último territorio li bre de la Penínsu la Ibérica ... Podríamos pasarnos horas y horas recogiendo y citando las refere ncias épicas que, desde las fuentes clásicas, pasando por el archiconocido Canto de Lelo, hasta llegar a las últ imas novelas históricas publicadas por Javier Lorenzo, han arra igado tan fuerte dentro de la sociedad que, de forma inconsciente, han contribuido a extender una densa niebla de confusión que nos lleva a alejarnos del conocim iento de la realidad de Ja Edad del H ierro en Cantabria. El ar raigo de los tópicos, además, ha sido incentivado, en beneficio de sus propios intereses, desde algunas pos iciones políticas y cu lturales; pos i- A 36 1 LA EDAD DEL H IERRO EN CANTABRIA CÁNTABROS, O RIGEN DE UN PUEBLO cio nes que han preferido da r la espalda a la realid ad his tó ri ca y refugiarse en el mito. No entraremos a valorar ni a an alizar esa imagen tan extendida de los antiguos Cántabros, ni su utilizac ión, pues supond ría un intento po r desen rnar aí'iar un g igantesco enredo con múltiples impli cacio nes; y nos obligaría a des,·iarnos de la finalidad última de este volumen: la di vulgación. Di vulga r es un a parte fund amental e imprescindible de la Arq ueología y de la Historia, sin la que todos los esfuerzos y recursos invertidos ser ían cas i inútiles y de la que -entonemos un mea culpa- los investigadores nos olvidamos con frecuencia. Y es que, actuando de esa manera, omitimos una obligación que contraemos con la sociedad en el mismo momento en el que iniciamos una investigació n. Ese «incumplimiento de contrato» nos hace, en parte, culpables de alg una s de las malas interpretacio nes y de la común aceptación de mu chos de esos tópi cos referidos a la Protohisto ria, ya que no ofrecemos al público información contrastada y respaldada por la i1n-estigación en un lenguaje asequible que pueda sustituir a los relatos mitológicos o «parahistóricos» a los que se nos acostumbra desde la infancia. No es que lo enumerado en las primeras líneas de esta introducción sea falso. Todo ti ene un trasfondo real, si damos créd ito a las fu entes documentales grecorromanas. Pero no debemos olvidar que la Hi storia se construye a partir de fu entes d iversas, c011\'en ientemen te sometidas a críti ca, y se debe más a la Ciencia que al romanticismo. El trabajo de los hi storiado res y arqueólogos contribuye a matizar ustan cialmente una im agen convertida para muchos en un estereot ipo que poco tiene que ver con los ha bitantes pro tohistóricos de esta tierra. Por nuestra parte, intentaremos dar una visión sencilla de la Edad del Hi erro en Cantabria, abo rdada prin cipalmente desde un pu nto de vista arqueológico. La in formación que proporcion a la Arqueología será contrastada, no obsta nte, con el relato que ofrecen las fuentes escritas pues, aunque la inves tigación ha avanzado mucho en las últimas décadas, aún estamos lejos de poder constru ir un discurso q ue pr escinda de las referencias de E strabón a los « pueblos del Norte». Ademá , considera mos que actuar de esa manera sería un error colosal, ya que esos text os aportan una info rmac ión fundamental para los temas de los que trata este t rabaj o. T endremos ocas ió n de comprobar más adelante cómo, en alg unas ocasiones, la crítica llevada al extremo -y elabo rada sin el respaldo de otras fu entes so bre alg uno de esos relatos clás icoshabía establecido conclusion es rotundas que, posteriormente, la arqueología se ha encargado de rebatir o mati zar. Dentro de la comunidad científica nuestro discurso qui zá pueda ser tachado de simple o vago, algo que as umimos y aceptamos g ustosamen te. Conviene recordar que el destinatario último es la sociedad, entendida en su más ampl io entido, y que a ella va dirig ido este trabajo. Hemos intentado aq uí -es pera- 1 37 mosque con éxito- llegar a un punto int ermedio entre la producción científica al uso y la divulgación, procurando acercar al público interesado en estos temas una breve síntesis de la Edad del Hierro en Cantabria en la que queden reflejados los últimos avances de la investigación. En este caso concreto, nuestro único fin es la difusión del conocimiento. Y la creencia sincera en que la forma más efec tiva de proteger y respetar nuestro Patrimonio es conocerlo. t. ¿Qué entendemos por Edad del Hierro? NTES DE ADE T llAR1 os en el mundo cántabro prerromano, resulta oblig:do detene'.·nos unos mo m.e11tos a pensar en el ?oncepto Qセゥウュッ@ de «Edad del Hierro». Seguramente todos hemos lerdo, escuchc1do e incl uso usado en muchas ocasiones el término, pero ¿q ué significa? ¿De dónde procede y por qué lo empleamos? Sus orígenes se remontan a la primera mitad del siglo X IX, concretamente a 1836, cuando el danés C. J. Thomsen publica la g uía del «Mu eo Nacional de Copenhague». E n ella se presentó por primera vez el famoso «Sistema de las Tres Edades», por el que los artefactos arqueológicos de las colecciones est udiadas podían clivi.di rsc en tres grupos: los procedentes ele la Edad de Piedra, los de la Edad del Bronce y los de la Edad del Hierro. Esta clasificación pronto fue adoptada por los eruditos europeos y rápidamen te vio subdividida su pr imera fase entre Paleolítico y Neolítico. Con este senci llo sistema tripartito se asentó además uno de los principios básicos en Arqueología, aquél que sostiene que estudiando y clasificando debidamente los artefactos se pod ría llevar a cabo una ordenación cronológica que permi tiera acercarnos al período en cuestión y a conocer los cam bios tecnológicos en los utens ilios entre una fase y la siguiente; incluso sin saber cuánto duró la etapa o cuántos afias hace que tuvieron lugar los avances. La asunción de una evolución lineal en el desarrollo tecnológico de la sociedad permitió, a su vez, sentar las bases de la datación relativa a partir de las tipologías de objetos. Un procedimiento para establecer cronología que, aunque poco a poco se ve desplazado por las dataciones absolutas, es todavía una parte fund amental de un g ran número de estudio arqueológicos. Con el paso del t iempo y el surgimiento de las nuevas investigaciones y es tud ios, el «Sistema de las Tres E dades» de Thomsen se vio ampliado y subdividido. Así, tras la primera partición de la Edad de Piedra en Paleolítico y Neolítico, pron t o surgieron nuevos conceptos y nuevas etapas, como Epipaleolítico, Mesolítico, Eneolíti co, Calcolítico, Bronce Antiguo, M edio y F inal o Superior, que a su vez serían renombradas en fun ción del ter ritorio. Para la Edad del Hierro en Can tabria, la nomenclatura utilizada se basa en la desarrollada por Hildebrand y Rein ecke para el sur de Alemania a comienzos A 38 ! CÁNTABROS, ORIGEN LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA DE UN PUEBLO del siglo XX, adaptada actualmente para toda la Europa templada. Ese modelo dividía la Edad del Hierro en dos fases cuyos nombres estaban tomados de los de dos importantes yacimientos arqueológicos centroeuropeos: Hallstatt, en Austria; y L a Tenc, en Suiza. La «cultura» de Hallstatt se desarrolló desde mediados del siglo VIII a. de C. hasta mediados del siglo V a. de C., abarcando un amplio territo rio desde el Atlántico al Alto Danubio, que dejaría al margen la Península Ibérica, las tierras altas del Reino Unido, así como Italia y la zona nórdica. La T ene, por su parte, se extendió desde mediados del siglo V a. de C. hasta la conq uista romana, aumentando su radio de influencia a la totalidad de las Isla s Británicas, el norte de Italia, el medio y baj o Danubio y, de fo rma más efímera y tardía, a las ri beras del su r del Bálti co. La adaptación peninsular de estas dos fases son lo que, grosso modo, conocemos como la Primera Edad del Hierro - o Hierro I- y la Segunda E dad del Hierro -o Hierro Il-; y decimos bien grosso modo porque, como también s ucede a nivel europeo, cada territorio peninsu lar adoptará su terminología particular: mundo ibérico, celtibérico, tartésico... Para Cantabria manejaremos los términos Primera y Segunda Edad del Hierro, pues no consideramos necesario más. Dos momentos en los que, como veremos a continuación, los antiguos habitantes ele nuestra tierra se vieron sumidos en un conjunto de procesos socioculturales y tecnológicos que tuvieron su epílogo en el enfrentamiento con Roma. Será tras su derrota y asimilación por la potencia colonial cuando se dé por finalizada esta última fase de la Prehistoria. Llegados a este punto, hemos de aclarar al lector que, al hablar ele Hallstatt, La T éne, celtíberos, celtas, íberos, y toda una serie de térm inos comunes cuando se habla de la Edad del Hierro, no nos referimos a pueblos entendidos desde un punto el e vista étni co o racial , sino que los empicamos en su sentido ele cultura material. Desde la Arq ueología res ulta muy difícil hablar, argumentar, defender o estudiar identidades étni cas, pues los C111 icos vestigios y evidencia s a los que tenemos acceso son los materiales: cerámicas, útiles, artefactos, estructuras ... Una serie de evidencias físicas que nos permiten aproxi marnos a los modo de vida del pasado y a las influencias cultural es presentes en un determinado t erritorio, pero que hacen inviable la reconstrucción , legi timació n o justificación cien tífi ca de las identidades étnicas. Por ello creemos necesario insistir en la necesidad de manejar -y entender- estos conceptos en el sentido indicad o, aunqu e, de primeras, el uso de alg uno pueda parecer erróneo; sobre todo desde el punto ele vista científico. Esto se debe a que, en aras de la claridad y la senci llez, preferimos mantener algunos convencionalismos antes que utilizar un lenguaje demasiado técni co. Lenguaj e que, en un trabajo como el que tenemos entre manos, sólo contribuiría a crear confus ió n en el lector y encriptar el di scurso, convirtiéndolo en una obra dest inada en exclusiva a un público «i niciado» . ! 39 2. Breve historia de la investigación a los Cántabros y las Guerras Cántabras en las obras de los eruditos de la Edad Moderna, que ya desde el siglo XV I andaban enzarzados en polémicas historiográficas acerca ele la ubicación de la Can tabria antigua, las primeras investigaciones arq ueológicas en yacimientos ele la Edad del Hierro en el territor io de la Cantabria prerromana fu eron las que llevó a cabo Romualdo Moro ( 1891 ). Con el patrocinio del Marqués de Comillas, Moro se dedicó, a finales del siglo X IX, a incrementar la colección de antigüedades de su mecenas mediante la excavación de los asentamientos fort ificados de Monte Bernorio (Villarén, Palencia) y Monte Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia). Esos trabajos revelaron la ex istencia de un pote nte sistema de defensas en los castros y de un conj unto de materia les que pro nto se convertirían en referencia obligada, al dar nombre los recu perados en el primero ele los dos yacimientos, tras los estudios de Cabré y Artiñano, a los puñales de tipo M iraveche-Monte Bernorio. Pocos años después, a comienzos del siglo XX, vio la luz la publicación de los trabajos realizados en el castro de Caravia (Ast urias) (Llano, 1919) y la presentación de las primeras est elas discoideas gigantes (Gómez Ortiz, I 938; Calderón y de Rueda, J 94·5; Carballo, 1948; Frankowski, 1989; Peralta, 1996). Si bien es cierto q ue no fueron ubicadas con certeza dentro de la Edad del Hierro, la cronología que les füe asig nada en esos pr imeros momentos sí que pod ría encajar per fectamente en el mundo prer romano cántabro. La primera mitad del siglo XX estuvo protagonizada por tres grandes investigadores, pioneros no sólo en la arqueología de la Cantabria prerromana sino, como ejemplifica mejor que ningún otro el caso de Adolf Schulten, en la de la Edad del Hierro peninsular. Éste, junto a su compañero y amigo el general Lammerer, llevó a cabo una serie de prospecciones en el territorio de la Cantabria prerromana, con el fin de r ecoger información para la publicación de sus trabajos sobre los castros cántabros y un monográfico dedicado a las Guerras Cántabras. Durante su periplo por los montes del reborde meridional de la Cordillera destacan especialment e sus visitas al yacimi ento de Santa Marina (Valdeolea, Cantabria) y a Monte Bernorio (Villarén , Palencia), el primero de los cuales fue excavado en 1906. Por Jo que respecta a Monte Bernorio, durante los años l 94·3, 1944· y J 959, un equipo di rigido por San Valero logró excavar dos túmulos de in cineración de la necrópolis, algunas viviendas de planta rectangular y circular y parte del recinto amurallado interno o «acrópoli s» (San Valero, 1944; 1960). En 195 9, siguiendo la estela de M oro. excavó las defensas de esa fortificación, hallando bajo ellas lo que se identificó como una estructura circu lar de cabaña que -aparte del material arqueológico recogido en su interior- podía relacionarse con niveles de ceniL MA H.GE:N DE LAS REFEREN CIAS A 40 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO zas, carbones y tierra quemada que evidenciaban la destrucción violenta del castro. Lamentablemente, la memoria completa de la excavación nunca salió a la luz, quedando relegadas todas las campafias a unas pocas páginas publicadas en dos avances de la serie sobre E:rcavaciones Arqueológicas en E spaiia. A la par que Schulten y San Valero, aunque menos conocido, J. M. Luengo publicó los resultados de los sondeos realizados por él en el castro de Morgovejo (León) (Luengo, 194·0). Este autor, junto a los anteriorme nte citados, contribuyó de manera involuntaria y decisiva a asentar una línea de investigación centrada exclusivamente en los grandes asentamientos del sur del territorio, en detrimento de la zona atlántica. En 1966 fue publicado el libro Los Cántabros de Joaquín González Echegaray, una obra que, por muchos motivos, supuso un hito en el estudio de este pueblo, aunque su base arqueológica fuera escasa, ya que reflejaba el estado del conocimiento del momento. Pocos ali.os después, de la mano de Miguel Ángel García Guinea y del Museo Regional de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, se inician nuevas intervenciones arqueológicas. Entre ellas hay que destacar las realizadas en el yacimiento de Santa Marina (Valdeolea, Cantabria) en 1964·, con resultados negativos en lo que a la Edad del H ierro se refiere (2) (Bohigas, 1978); en Monte Ci ldá (Olleros de Pisuerga, Pale ncia), en donde a lo largo de varios ali.os se excavó un importante yacimiento romano e indígena, que fue publicado en 1966 y 1973 (García Guinea et 。ャゥコ セ@ 1966; García Guinea et alii, 1973) y posteriormente estudiado por Alicia Ruiz Gutiérrez para su memoria de licenciatura, presentada en la Universidad de Cantabria en 1993 (Ruiz, inédita); y en el castro de Las Rabas (Cervatos, Cantabria) (García Guinea y Rincón, 1970). Este último, en el que se inter vino en 1968-1969 y en 1986, fue el primer enclave de la Edad del H ierro del territorio de la actual Comunidad Autónoma de Cantabria sobre el que se efectuó una excavación arqueológica moderna. Ambas campafías permitieron recuperar una importante colección de materiales arqueológ·icos que supusieron - y suponen aún hoy- un avance fundamental, posibilitando dar un paso de gigante en el conocimiento de la cultura material de Jos Cántabros. Lamentablemente, como sucediera con Monte Bernorio, fueron estudiados y publicados parcialmente en un pequefío avance, a la espera de una memoria definitiva que nunca llegó. Los afíos 60 constituyen un punto de inflexión en el estudio ele la Edad del Hierro en todo el ámbito peninsu lar. A partir de ese momento se retomaron, bajo perspectivas diferentes y con nueva metodología, antiguas excavaciones, se iniciaron nuevas investigaciones y proliferó el número de congresos, simposios y publicaciones científicas. Esto permitió que los investigadores sobre la Edad del Hierro fueran poco a poco abandonando su fuerte dependencia de las fuentes escritas. En el caso de la Comunidad Autónoi11a de Cantabria, para- LA EDAD DEL H IERRO EN CANTABR IA 1 41 dój icamente, la si tuación será casi diametralmente opuesta. Se hará un enorme esfuerzo en la creación de obras de síntesis con un fue rte componen te localista, empe ño que fructificará en las diferentes H istorias de Cantabr ia. M ientras, las excavaciones arqueológicas se seguir án centrando en los yacimientos de las fases más an tiguas de la Prehistoria, como Altamira o El Cas tillo, aunque poco a poco se prestará atención a otros per iodos, llevándose a cabo excavaciones en los yacimientos romanos de Retorti llo (Campoo de Enmedio, Cantabria ), Camesa-Rebolledo (Valdeolea, Cant abri a) o Santa M aría de Hito (Valderredible, Cantabria). La Edad del H ierro, sin embargo, q uedará al margen ele las líneas de investigación arqueológi ca, relegada a un segundo plano, y cuando se le preste atención la reconstrucción hist órica se hará desde un enfoque casi estrictamente teórico, empleando de fo rma preferente los textos clásicos como fuente. Esta tendencia dará pie a algunas pintorescas visiones de conjunto que llegarán a negar la existencia no sólo de poblamien to de tipo castrefío en los valles de la vertiente norte, sino in cluso de la propia Edad del Hierro en esos territorios, que estarían habitados por pobl aciones ancladas en un no demasiado bien definido Bronce F inal Atlántico. No será hasta la década de 1990 cuando, de la mano de una generación de nuevos arqueólogos, tenga lugar el empuje decisivo par a el avance del conocimiento de la Edad del Hierro en Cantabria. U nos afias antes, en 1986, darán comienzo las excavaciones en el castro palen t ino de los Bar aones, q ue se prolongarán duran te cinco campafías (Barril, 1995; 1999 ). E stos trabajos tuvieron una gran importancia, ya que no sólo arroj aron algo de luz sobre la historia prerromana del norte de Castilla y León, sino q ue, como territo rio incluido dentro de la Cantabria antigua, tam bién permitieron un primer acercamiento a la hasta entonces casi desconoci da P rimera Edad del H ier ro. U na etapa abandonada por la investigación y a la q ue se ha prestado poca atención y que será el principal objeti vo de los trabajos realizados por los equipos de Eduardo Van den Eynde y Alicia Ruiz en 1990- 1991 y 1997 (Ruiz, 1999; Van den Eynde, 2000; Ruiz, 20 JO). Gracias a ellos se pudo excavar el q ue hasta ahora es el único yacimiento conocido de la P rimera Edad del Hierro sit uad o en la cabecera del Ebro, en el sur de la Comu nidad Autónoma de Cantabria: el castro de Argüeso-Fontibre, también conocido como de La Campana. A final es de la década de 1990 y comienzos de la de 2000 se realizaron excavacio nes en dos nuevos enclaves qu e han permitido ahondar más en esos primeros momentos del mundo prerromano y que constituyen, además, una evidencia clara de la presencia de hábitat de tipo castrefio en la zona coster a. Se trata del castro de Castilnegro (L iérganes-M ed io Cudeyo, Cantabr ia ) y del de La Garma (Omoño, Ribamontán al Monte, Can tabria). Ambos, j un to con algunos otros, como veremos después, han contribuid o a desterrar de man era definitiva, en t re otras cuestiones, la d ivisión entr e cántabros del sur y del 42 1 LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO norte de la Cordillera, tras unto débilmente argumentado de la diferenciación -es ta vez correcta y atestig uad a por las fuentes clásicas- entre Astures trasmontanos y cismontanos. Para los momentos finales del periodo a tratar, el impulso más importante vino de la mano de las investigaciones dirigidas por Eduardo Peralta Labrador (2000, 200 l , 200.'3, 2004, 2008, 2009a, 2009b; Per alta y Ocejo, 1996). Los trabajos de este investigador y su equ ipo a finales de la década de 1990 y comienzos del afio 2000 permitieron dar un importante g iro a lo que se decía, se sabía y se interpretaba sobre los Cántabros y las Guerras Cántabras, pasándose, ya casi defin it ivamente, de estudi ar estas cuestiones a partir de las füentes a explicarlas desde los resu ltados obtenidos en las excavaciones de castros ' asedios, asaltos y campamentos de campai'i.a. Sus labores de prospección han permitido localizar un importante número de posibles castros atribui bles a la Edad del Hierro en la vertiente septentrional de la región, como la Ceja de las Lombas, Los Agudos o el Alto del Cueto; y también en la zona sur de la antig ua Cantabria. De sus investigaciones sobre las Guerras, así corno de las desarrolladas por otros in vestigadores en los últimos ai'i.os sobre ese mismo tema, trataremos en otro art ículo dentro de esta misma publicación. No debemos olvidar citar también las excavac io nes ll evadas a cabo durante los afios 90 del siglo XX y comienzos del 2000 en el Castro de la Pei'i.a de Santullán (Sárnano) (Molinero et alii, J 992; Bohigas et alii, 1999; Bohigas y Unzueta, 2000; Bohigas et alii, 2008; Boh igas y Unzueta, 2009) pues, aunque no se incluye dentro de los territorios de la Cantabria Antigua, sí que for ma parte de la Cantabria administrativa actu al y, por t anto, de la s investigaciones que a lo largo de estos C1ltimos ai'i.os se han centrado sobre la Edad del Hierro en el territorio de la Comunidad Autónoma. En penúltimo lugar hemos de hacer un a breve alusión a la reciente publicación de la obra ti tu lada Castros y Castra en Cantabria. FortifXcaáones desde los orígenes de la Edad del Hierro a las guerras con Roma. Catálogo, revisión y puesta al día, en la que se recogen las fichas de todos aquellos recintos identificados, hasta la fecha, como castros y campamentos romanos de campafia; así como algunos artículos de carácter más general acerca de la II Edad del Hierro en Cantabria. Y terminaremos est e repaso mencionando la s nuevas inter venciones arqueológicas realizadas desde el Museo de Prehistoria y arqueología de cantabria, bajo la dirección de Pedro Ángel Fernández Vega, que están «redescubriendo» y acimientos como Monte Ornedo-Santa Marina (Valdeolea, Cantabria) o el castro de Las Raba s (Cervatos, Cantabria) (Bolado del Castillo y Fernández Vega, 2010; Fernández Vega y Bolado del Castillo, 2010; 201 la). 1 43 3. Precedentes: el Bronce final co:--rENZAH A habl セ |r@ de la e、セ@ del Hie.rro s.in 。セオ、ゥイ@ al o pセdeッウ@ periodo mmed1atamente anterior, el conocido como Bronce Fmal. Se trata de los cuatro siglos comprendidos entre el XII y el IX a. de C. y en los que, tradicionalmente, se sitúa la etnogénesis de los Cántabros. A es te respecto, resulta inevitable plantearse ciertas cuestiones: ¿Cómo se produce ese origen? ¿A qué influenci as o procesos socioeconómicos y culturales responde? ¿Qué evi dencias han llegado hasta nosotros? ¿Qué elementos pueden considerarse como identit arios cántabros? T odas ellas son preguntas cuyas respuestas quedan lejos de la Arqueología y para las que, siendo realistas, no creemos que en un futuro próximo pueda aportarse apenas luz. Somos conscientes de que a simple vista puede parecer una afirmación un tanto controvertida. Sin embargo, si nos detenemos a pensar por un momento en el proceso necesario para argumentar de forma científica esa etnogénesis cántabra, consideramos que esa afirmación anterior cobra todo su sentido. La Arqueología, siguiendo las palabras de Collin Renfre"v y Paul Bahn ( 199.'3: 19), « ... se interesa en el conocimiento global de la experiencia humana en el pasado: cómo se organizaba la gente en grupos sociales y cómo explotaba el entorno; qué comían, hacían y creían; cómo se comunicaban y por qué cambiaron sus sociedades». Para la consecución de dicho fin último y armada con el método hipo tético-deductivo, así como de las diferen tes técn icas y herram ientas procedentes de las múltiples disciplinas que la auxilian, busca respuestas en su objeto de estud io: los restos m ater iales; evidencias que toda sociedad -independientemente de si se trata de pequei'íos grupos del Paleolítico, de sociedades tribales pastoriles de la Edad del Hierro o de poblaciones de grandes urbes de la Edad Moderna- deja a su paso como prueba de su existencia. D ichas evidencias -de tipo material e insistimos en ese término, en contraposición a inmaterial, metafísico, cultual o relativo al mundo de las ideas- en manos de un arqueólogo nos acercan, poco a poco, a lo que fueron las características socioeconómicas del g rupo en estudio. D e las estructuras conservadas, sean urbanísticas o defonsivas, puede infer ir se la existencia de una organización y un aprovecham iento raciona l del espacio; materiales como aperos de labranza, ganadería, hornos, mo nedas, o bjetos importados, utillaj e lítico, etc., permiten reconstrui r su base económica, productiva y, de forma indirecta, su relación con el medio y otros g rupos vecinos; elementos de gran riqueza material y escasa represent ación en el registro arqueológico nos ayudan a vislumbrar una sociedad desigual y posiblemente jerarquizada; e incluso la excavación de enterramientos, aislados o formando necrópolis, los ajuares que acompafian a los muertos y determinados restos de las prácticas funerarias, nos perm iten esbozar, a gran- N 44 J LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA CÁNTABROS, O RIGEN DE UN PUEB LO des rasgos y no sin ciertos riesgos interpretativos, sus creencias y ritos. En mayor o me nor medida, tocia activid ad humana deja su pequef'ía huella material, pistas con las que podemos reconstruir nuestro pasado. Pero como en todo, ex iste n unos límite y éstos los encontramos en el mundo de las ideas o, en este caso concreto, en la creación de identidades. Un proceso sile ncioso arqueológi camente hablando para el que, sin el apoyo de una s fuentes escritas de bidamente analizadas, creemos que no existe arg umentació n posible. Nada hay que, por el momento, nos permi ta sostener con un apoyo material mínimamente firme que, durante el Bronce Final o los primeros ari os de la Ed ad del Hierro, se pusieron en marcha los mecanismos que dotaron a los habitantes de los ter ritorios cántabros de una tradición cultural y de una leng ua comunes. De ningún r asgo extensible a todos los pue blos qu e los habitaban que hubiese culminad o en la creació n de una identidad cánta bra que hubiera dado paso al pueblo citado por vez pri mera por el cónsul Marco Porcio Cató n a comienzos del siglo 11 a. ele C. A nu estro entend er, basta con adentrarnos un poco e n lo que sabemos acerca del Bronce F inal en Cantabria para poner en eluda esa creación identitaria. O, al menos, su j ustificación bajo una base material sólida. Si por algo se caracteri za el Bro nce Final e n Cantabri a, al igual que tocio el período al que pertenece, es po r el escaso número de ev ide ncias dispo ni bles y, sobre tocio, de contextos que permitan abordar con bases firm es la reconstrucción histórica. Esta laguna deriva el e la fa lta de intervenciones arqueo lógicas y de estudios, al haberse centrado el interés de los arqueólogos en mo mentos más antiguos ele la Prehistoria o en etapas ya propiamente histó ricas. En un panorama d ominado por la presencia de objetos ai slados, s in contexto alg uno, el discurso histórico para la Edad del Bronce en Cantabri a se basa en un conjunto de armas y herramientas de bronce, cuya s características forma les y estilísticas permiten establecer secue ncias cronotipológicas con las que diferenciar momentos o etapas. El útil po r antonomas ia en este sentido son las hachas, pues su evolución es muy significativa, ya que aporta info rmación sobre el progreso de las técnicas metalúrg icas. L as adscribibles a los momentos más tempranos se desarrollan a partir de molde sencillos, consig uiéndose una forma aplanada muy característica y de la q ue recibirán su nombre: «hachas plan a ». Con el paso del tiempo, las « hachas planas» se mejoran'Ín con la incorporación de un talón des tinado al enmangue y de una anilla emergente de un o de sus laterales, cuya fun ción será la de co ntribuir a mejorar la s ujeción. Son las «hachas de talón y una anilla». Las «hachas de talón y dos anillas» pueden ser consider adas el último paso en esta evolución y se datan en p.leno Bronce Final. In corporan una sencilla novedad: la inclus ión de una segunda anilla en el lateral opuesto a la primera. Para este mo mento, e n Cantabria, poseemos un interesante conj un to de ejemplares, J 45 @ - e - 1 " 1 .' s cm Hacha de bronce con talón y dos anillas procedente de Tudanca. representados por las «hachas de talón y una anill a» de Req uejo (Reinosa, Cantabria), Salcedo (Yalderred ible, Cantabr ia ), Peña Cabarga (Li érganesMedio Cudeyo, Cantabria), N ovales (Alfoz de Llored o, Cantabria) y las «hachas de talón y dos anill as» de Lunada (San Roque de Riomiera, Cantabria), San Vita res (M edio Cudeyo, Cantabria), Cabezón de la Sal (Cantabria), Ruiloba (Cantabria), Ledantes (Vega de Liébana, Cantabri a), Pef'ías Negras (Escobcdo de Camargo, Cantabria) o el ejemplar <le Tudanca , una pieza singular que presenta una cur iosa decor ación en zigzag en el talón. Estas hachas de talón y anillas, a unque su origen aún no esté demasiado claro, nos indican la in tegr ación de Cantabria en el mundo cultural del Bronce Final A tlántico. La inexistencia de un t ipo propio ele Cantabria, así como su relació n con el Piedemo nte y la M eseta Nor te, nos lleva a pensar que, en la mayor parte de los casos, podría tratarse de piezas alóctonas, importadas desde o t ros territorios. ¿Cuál es la funció n de estos o bjetos y qué información se puede obtener de ellos? A pesar de su fo rma de hacha y, en algunos casos, de conser var hue- 46 J CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO ll as de enmang ue, se trata de piezas de g ran fragilidad. Suelen carecer de huellas de uso y, , ah·o algunas excepciones, como el talón de hacha de an illas hall ado en el castro ele Castilnegro, las pocas noticias disponibles acerca de su contexto parecen estar hablándonos de depósitos rituales. Esta cierta indefinición con textual es extensible a gran parte de los materiales metálicos canicterísticos de las etapas anteriores, como hachas de otros tipos, espadas y cuch illos. Sería el caso del hacha de Tudanca, hallada en un covacha; del pu tia 1 de tipo «len gua de carpa» de I linojedo, recuperado de una escombrera; de la espada de la cueva de Ruchano (llamada de Entrambasaguas) y el hacha de tipo Barcelos de la cueva de El Linar (ambas del Bronce Pleno); o del famoso Detalle de la decoración del hacha de Tudanca. caldero de Cabárccno, hallado en la mina «Crespa» bajo una capa de mineral de hierro de 15 m de espesor, al que nos reforiremos a continuación. De todo ello se coli ge que nos encontramos ante evidencias cuya importancia radica en s u valor si mbólico, piezas de gran \'alor para su poseedor y, posiblemente, elemen tos de prestigio social, cuya importancia las convierte en candidata a ser depositadas como ofrenda. La ritualidad y religiosidad implícita en todo ello hace que el lugar de deposición nunca sea aleatorio, escogiéndose áreas donde las aguas son protagonistas o zonas de paso de montafia y cruces ele ca minos. Áreas todas ellas que quizás respondan a la idea del axis mundi: lugares donde se producen revelaciones, habitados por genios o espíritus cuya voluntad es necesa rio conci liar mediante algún tipo de ofrenda. La escasez de hallazgos y de representatiYidacl dentro del registro arqueológico debe hacernos pensar que la ofrenda de es te tipo de objetos estaría resen ·ada a una pequefia elite social, cuyas armas adquiei-en paulatinamente LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA 1 47 una mayor importancia simbólica, hasta el punto de er amortizadas corno ofrenda para respeto ele las cli\·inidacles. Tras este halo ele religiosidad se encontraría un doble significado social, ya que la simple deposición de un hacha ele bronce e corn·ertiría en signo de poder, riqueza y prestigio y, por tanto, de diferenciació n social; un elemento que denotaría la existencia de clases pri\·ilegiadas bajo cuya influencia \·iviría el resto del grupo. Junto a las hachas y al citado puñal ele Hinojeclo, otros dos objetos tradicionalmente atr ibuid os a los momentos finales ele la Edad del Bronce son el caldero de Cabárceno y las pun tas de lanza de bronce con enmangue tubular, como las de la cueva de la Lastrilla (Sámano, Castro Urdiales, Cantabria), Pico Cordel (Campoo ele Suso, Cantabria), Cueva Cervajera (Guriezo, Cantabria) e Hinojeclo (Suances, Cantabria); aunque su adscripción a estos momentos dista mucho de estar aclarada. Por ejemplo, el caldero ele Cabárceno, pieza fabricada mediante láminas de bronce claveteadas y de tradición posiblemente británica o irlandesa, cuenta con numerosos paralelos que nos permiten prolongar su uso hasta bien entrada la Edad del Hierro. Podemos encontrar algunos ejemplos e n las piezas de O Neixón (Boiro, Corufia), fechadas a mediados del primer milenio antes ele la era; en los fragmentos hallados en El Castillo de Camoca (Villaviciosa, Asturias), en el castro ele Los Castillejos (Sanchorreja, Ávila) y el Pico Castiellu de Moriyón (Villaviciosa, Astu r ias), datados entre los siglos VIII-VI, VII-V y IV-III a. de C., respectivamente; en el yacimiento asturiano de la Campa Torres (Gijón, Ast urias), en niveles de los siglos VI-V a. de C; o en el también famoso ca ldero ele Lois, procedente de León y fechado entre 900- 700 a. de C. Los calderos claveteados, ele marcado carácter ritual- religioso más que funcional, debieron hacer su aparición durante los últimos momentos del Bronce Final, extendiéndose su uso durante la Primera Edad del Hierro e incluso du rante los primeros momentos ele la Segunda. Las perduraciones de objetos que, a simple vi ta, pueden parecer anacrónicos resultan algo más que lógicas: por mucho que a partir del afio 850 a. de C. hablemos ya de la Edad del Hierro, el trabajo de dicho mineral aún tardaría en alcanzar los resultados que estamos acostumbrados a ver e n los museos, quedando en manos de la metalurg ia del bronce, altamente desarrollada en el Bronce Fin al, satisfacer las necesidades de la sociedad. H ay que tener siempre presente qu e los procesos de cambio no son repentinos, sino graduales, y requieren de tiempo para completarse. No debe sernos ex trafio, pues, que en castros de la Edad del Hierro, ele vez en cuando, se recupere n litiles que, de haber aparecido de forma ind ividual y sin contexto, hubieran sido catalogados inmediatamente como pertenecien tes a la Edad anterior. En alguno casos, esos materiales podrían estar indicándonos una continuidad en el hábitat desde períodos pre\·ios. En otros, la ausen- 48 1 LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO cia de co ntextos de esas cronologías descarta esa idea y permite pensar en la perduración de los propios objetos. Algu no , qu izá únicamente por su compos ición, a modo de «lingotes» de bronce. Otros, tal \'ez por tratarse de objetos de un gran valor simbólico. T enemos as í el ya citado talón de hacha del castro de Castilnegro (Medio Cudeyo-Liérganes), hall ado en niYeles del sig lo V a. de C. y relacionable con un ho rno, fragmentos de crisol y restos de bronce que parecen indicarnos su reaprovechamiento y refundición. En el castro de Las Rabas (Cervatos, Campoo de Enmedio, Cantabria), por s u parte, encon tramos también una peq ueiia y sencilla hacha plana de bronce mientras que, del yacim ien t o prerromano de El Cerro de la Maza (Valdeporres, Burgos), podemos citar una sing ul ar espada de bronce co n decoració n espiraliforme en la hoja, recuperada de forma incontrolada y que permanece en paradero desconocido. Finalmente y en relación con este tema, no podemos perder de vista la cita de Est ra bó n (III, 3, 7) en la que, haciendo alusión a los Lusitanos de finales de la Segunda Edad del Hierro, r efiere: «Algunos usan también lanzas, cuyas puntas son de bronce». Puntas herman as, con toda seguridad, de piezas como las recuperadas en La Lastrilla, Pi co Cordel, Cervajera o en el castro de Ca ravia . Junto a todo el reperto rio de metalistería, es de destacar la existencia de varios fr agmen tos cerámicos en las cuevas de Cofiar (Soba, Cantabria) y del L inar (La Bus ta, Alfoz de Lloredo, Cantabria), cuya decoración a boquique los pone en relación con el horizonte cultural denominado Cogotas I, ca racterístico de la Edad del Bronce en la Meseta. Así mismo, no debemos olvidar mencionar que, a pesar de s u dudosa cronología y tipología, en varias pi ezas cerámicas procedentes de cuevas de la Espada de bronce del Cerro de la Maza. ,·ertiente costera se ha querido ver la 1 49 influenc ia de la Cultura de los Campos de U rnas, presuntamente llegada a tra,·és del valle del Ebro. También del mundo subterráneo proceden algunas dataciones absoluta que nos hablan del uso de las cuevas en el Bronce Final y en los momentos de transición hacia la Edad del Hier ro, como son los casos de Cofresnedo (Matienzo, Ruesga, Cantabria)-3000±60- (H.uiz y Smith, 200.'3), el Pendo (Escobedo de Ca margo, Cantabria) -2960± 180 y 2805±439- (Montes y Sangu ino, 200 1), la Cueva de los Murciélagos (Entrambasaguas, Ca ntabria) -2920±55- (Ari as y Ontaí'íón, 2000), la Sima del Dien te (Maticnzo, Ruesga, Cantabria) - 2760±50- (Ruiz y Smith, 2003) y la Boca B de la Cuesta de la Encina (Entrambasaguas, Cantabria) -2690± 180 (Arias y Ontafión, 2000). Más allá de la cultura material, una pequeíi a síntesis del estado de la cuestión en la actualidad podría ser la siguiente: parece que, en Cantabria a finales de la Edad del Bronce, nos encontramos con una población di spersa, dividida en pequelios grupos y que centra su economía en la ga nadería, en un a agricultu ra de subsistencia que probablemente ofrecía un a prod ucti\·idad baja y en actividades complementarias, como la caza o la recolecció n. La sociedad, inmersa en tres corrientes de influencias cul turales (la Atlántica, la procedente del Valle del Ebro y la proven iente del Valle del Duero), parece que estuvo liderada por una pequefia el ite g uerrera que, muy posiblemente, controló los procesos productivos del bronce, así como los intercambios, siendo los ッセ ェ ・エッウ@ de bronce presentados el símbolo del prestigio disfrutado. El mej or ej emplo del surgimiento de las elites sociales lo podemos ver en mundo necropolitano, donde los habituales enterramientos colectivos, propios del M esolíti co y los primeros momentos del Ca lcolítico, van siendo sustituidos por inhumaciones individuales con aj uar, diferenciando así al difunto del resto de individu os y acompaiiándolo de sus enseres más prec iados, en la creencia de que le serían necesarios en la otra vida. En lo que re pecta a los lugares de habitación, hemos de seiialar que, a pesar de encontrase numerosos materiales en cuevas, éstas tuvieron pr obablemente un uso relacionado con el mundo de las creencias; y, quizá, con ocupaciones temporales. Parece que es a los altos a donde debemo dirigir la mirada, a yacimientos como el castro de los Baraones (Valdegarna, Palencia) o el de La Garma (Omoiio, Ribamontán al M onte, Cantabria). Del primero de ell os proceden cerámicas excisas y decoradas a boq uique que, junto a la fecha del siglo XIII a. de C. proporcionada por el "C, hacen innegable su ocupa ción en la Edad del Bronce (Barril 1995; l 999). En cuanto al castro de La Garma, dos dataciones por termoluminiscencia seiialan la existencia de algú n t ipo de actividad a mediados del II milenio a. de C., en una fase en la que el poblado aún estaba sin fortificar (Arias y Ontaíión, 2008: 51-5.'3, 59) . Hemos de ci tar también el castro de Amaya (Bu rgos), en donde recientemente se han documentado cerámicas adscribibles al horizonte Cogotas I y de donde proceden una 1 50 1 CÁNTAB ROS, ORIGEN DE UN PUEBLO es pada de «leng ua de ca rpa», un « hacha <le una anilla», una punta de jabalina o lanza de enmang ue tubular y un puíial de roblo nes, todos ellos propios del Bro nce Final (Quintana y Estremera, 2009). Por tanto, puede afirmarse que enclaves como éstos seguirán siendo ocupados con posterioridad. Son los precedentes, desde el punto de vista arq ueológico, de los castros y oppida que ca racteriza rán la edad del Hierro, especialmente en su etapa final. r QI r o 4. 3 La Primera Edad del Hierro IX A. DE C., está comúnmente aceptado que se prod uce un cambio de período, el paso de la Edad del Bron ce a la Edad del Hi erro. Ya hemos serialado que dicho cambio no debe ser entendido como algo brusco y revolucio nario, como una transformación que de la noche a la mañana cambia com pletamente la sociedad, sino todo lo contrario. Al ig ual que con el resto de fases prehistóricas y buena parte de las históricas, la transición es lenta, g radual y diferencial. La mi sma apreciación debemos hacer para el elemento defi nitorio por anto no masia de esta Edad del Hierro. Las referencias a es te mineral y a la introducción de la metalurgia del hierro no suponen que de forma inm ediata el bronce sea desplazado. La primera to ma de contacto con la nueva m ateri a dentro de la sociedad será tímida, vin culada posiblemen te a la elite social, como suced iera an taño con el bronce. Sólo con el paso del tiempo, a medid a que las técnicas y la producción mejoren y las , ·entaj as de los nuevos út iles se hagan evidentes, la oferta y la demanda aumentarán, relegando a un segund o plano a los obj etos de bronce. El uso del hierro tendrá una importante repercusión en la acti\'idad económica, prod ucti\'a e incluso bélica. E l bronce, a partir de entonces, será destinado, principal mente, a la elaboració n de elementos de adorno o de objetos relacionados con el mundo religioso y ceremonial. La adopció n y difusión del hierro se obser va con claridad en el reg istro arq ueológico a partir de mediados del primer milenio a. de C. Como no podía ser de otra manera, si la tó nica en el Bronce Final eni el desconocimiento y la descontextuali zació n de los hallazgos, en los primeros rnomentos de la Edad del Hi erro la situ ació n no es mucho mejor. Junto a la pres umibl e prolongación en el tiempo del uso de muchos de los objetos del Bronce Final y a las evidencias de la util ización de calderos clavet eados, el registro material que debe ayudarnos a la interpretación del peri odo puede agruparse en dos g randes bloques: los hallazgos aislados proceden tes de contextos desconocidos o dudosos; y los yacimi en tos arqueológicos o bjeto de excavaciones. QI A LO LAHGO DEL SIGLO !!! o .,セ@ o Q Q I セ@ -o ti> :JI ./'_) QI )> Q ッ セ@ r o tll (J) 11' ., 11' o 1 ::J ti> ,Q 1 o: r .lc:J .,d) 3: セ@ e tll ¡;;- IS \ o o セ N@ ,ai "'¡_/ \ セ@ \ '' Q ' (') f!ll' セ@ ro o g ::::>セ@ <O o .,., ti> '' Q ' ' '' !--.. セ@ ....................................... . o a. ti> .... ... ... ¡¡¡ 3: QI N 11' .... 52 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO El grueso del prim er grupo lo compone un numeroso conjunto de piezas procedentes de contextos en cueva. En algunas cav idades, fruto de trabaj os de prospección, se han recogido en superficie num erosos materiales -especialmente cerámico - atribuibles a es te momento. D estaca n ejemplares como las vas ijas de La Brasada (Arredondo, Cantabria), Cove11tosa (Arredondo, Cantabria), el vaso t roncocónico de Cervaj era (Guriezo, Cantabria) o la contera de espada de bronce procedente de la c ueva de Juan Gómez (Castro Urd iales, Cantabria), para la que apenas existen reforencias. El estado actual de la cues tión e n este árnbito nos 。」ッョウセェ@ ser ca utos y mantenernos a la espera de futura s in vestig·aciones. Los hallazgos en cueva, mejor o peor documentados y estudiados, nos sirven para corroborar la ex istencia de una continuidad en el uso de las mismas, sin q ue quede clara su finalidad. En lo que respecta a los hall azgos aislados, las dos piezas más conocidas son la fíbul a de Bárago (Vega de Liébana, Cantabria) (González Echega ray 1983 : 307-308) y la punta de lan za de Riaño de lbio (Mazcuerras, Cantabria) (Dei be 1986-1 988: 63-69). En ambos casos, es discutible su atribu ción cronológ ica a la Primera edad del Hierro. La fíbula es un ejemplar del tipo conocido como «de do ble resorte», caracterizado por es tar fabri cado a partir de C111i ca pieza, en cuyo desarrollo forma los dos resortes. El ejemplar en cuestión presenta un puente en forma de cru z con decoración incisa, lo que permite fecharla, al igual qu e sus paralelos de Monte Bernorio (Villaré n), entre mediados del siglo V y comie nzos del sig lo IV a. <le C. La lanza de hierro de Riafio de Ibio, por s u parte, ele g ran desarrollo long itudinal, ner vio central y enmangue tubular, ha sido relacionada con el tipo conocido como «Alcacer do Sal» (3); representado e n niveles nccropolitanos mesetefios techados entre los siglos VI y IV a. de C., con alguna perduración que puede lleva rl as hasta el siglo III a. de C. Po r tanto, si considerarnos que la transición entre la Primera y la Segunda Ed ad del Hierro se produjo e n to rno a los s ig los VI-V a. de C., vemos como la cro nolog ía de ambos materiales parece situarse a caballo en tre ambas etapas. Por todo ello, quizá sea en el término medio donde e ncontremos la respuesta y de bamos considerar ambos obj etos como materiales transicionales entre la Primera y la Segunda edad del Hierro. Acerca de los yacimientos exca\'ados, contamos únicamente con cuatro ejemplos: los cas tros de Los Baraones, La Campana, La Garma y Castilnegro. El conocido castro de los Barao nes (Valdegama, Palencia) (Barri l, 1995 . 1999) se loca li za al noreste de Ja prO\'incia y se extie nd e por un área de aprox imadamente 10 hectáreas que dio cobijo, en s us orígenes, a un pequeño g rupo del horizonte cultural «Cogotas l». A partir del sig lo IX a. de C. la población del lugar aumentará, con los consig uien tes ca mbios en el modelo de ocupación: se leva ntarán murallas a base de dos lienzos de mampuestos colocados en seco y relleno, con bastio nes y rampas de acceso; y se construirán las pri- LA EDAD DEL H IERRO EN CANTABRIA 1 53 meras cabafias conocidas en territorio cántabro, cuyas características, en palabras de la arqueóloga Magdalena Barril Vicente, serían las sig uientes: «L a cabm1a más antigua está realiz ada con postes hincados directamente en el suelo, sin otros datos estructurales registrados. L as demás caballas levantan paredes de manteado de barro con soportes de varas de madera y postes sobre cimientos de piedra arenisca disgregada y apelma:::ada. Los suelos son de cantillos, o de tierra apisonada. Los hogares, ligeramente excéntricosj1111to a un agt!Jero de poste, consisten uno en una capa de piedras directamente situadas sobre el suelo de cantillos, cubiertas />or tierra セー・ャ ᆳ rnazada y rubef'actada, o bien, un segundo modelo compuesto por una cubeta de tierra apisonada, un nivel de cantillos con arena, otro de arena de río y sobre esta última capa, dos supeificies superpuestas de barro apisonado. Junto a la pared se sitúan bancos de tierra apisonada o de piedras recubiertas de g reda verde.» (Barril, 1999: 45). Entre sus materiales se han pod ido rec uperar pesas ele telar, restos de fundición de bro nce, puntas de flecha del mi smo material, punzones, un pendiente, un regatón de hierro, molinos barquiformes, restos de ovicápridos, bóvidos y suidos; así como abundante cerámica de fabricació n loca l que, junto 」ッ セQ@ las dataciones obtenidas por •C, permite n enmarca r el yacimiento entre los sig los IX y V a. de C. Unos kil ómetros más al norte, en tre los pueblos de Argüeso y Fontibre, tenemos el castro de Arg üeso-Fo ntibre (Campoo de Suso, Cantabria), también conocido como de La Carnpan a (Hui z, 1999). Excavado durante dos campañas no consecut i\'as, aún conserva un visible sistema defensivo de murallas y fosos, entre los que destaca la defensa del sureste: un tramo de muralla de 4·,30 m de anchura por 45 m de desarrollo, construido a base de dos lienzos de piedra rellenos de tierra y piedr a machacada. Entre los materiales recuper ados destaca n restos de fauna, alg unos objetos de bronce, cong lomerados de re\'estimiento de cabafias - que no han siclo halladas- y un a relevante colección cerámi ca de factura local, modelada a mano y que, a falta de dataciones absolutas y a partir de comparaciones cro notipológicas, permite tijar la ocupación del castro a lo largo de la Primer a Edad del Hierro. Mientras estos ejemplos e locali zan en la zona centro-sur del territorio, los otros dos e nclaves se sitúan e n el área costera, concretamente en su zona centro-oriental. El primero de ell os es el ya citado castro de L a Garma (Omofio, Ribamontán al M onte, Cantabria) (Pereda, 1999; Arias et alii, 20 10) del c ual, recor<lemos, proceden cerámicas techadas en la Edad del Bronce (Arias et al, 2003. Arias y Ontafión, 2008; Arias et alii, 20 10: 5 1 l ). Como sucede con los yacimi entos an terio res, se trata de un recinto fortificado, aunque en este caso con dos estructuras defensivas, de tipo muralla, pertenecientes a fases disti ntas. En su interior se han podido docu mentar restos de cabañas de planta circul ar ele unos 6 m de diámetro, con zóca los de piedra y, posiblemente, levantadas con barro y madera. Su existencia pa rece constatarse ya en los 1 54 I CÁNTABROS, LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA ORIGEN DE UN PUEBLO tiempos de la primera muralla, la cual, gracias a la datación de una sem illa de trigo, puede lle,·arse hasta el siglo VII a. de C. Por el momento no se conocen evidencias adscribibles a la Segunda Edad del Hierro. E l último de los protagonistas es el castro de Castilnegro (LiérganesMedio Cudeyo, Cantabria), emplazado en el macizo de Peña Cabarga (Valle y Serna, 2003: 357-379; Valle, 2008; 201 O). Conserva dos líneas de muralla de gran envergad ura, de hasta 6 metros de anchura para la más interna en la zona oeste, auxiliadas puntualmente por una tercera allí donde las características geográficas del terreno son desfavorables. El acceso, documentado en la zona de la acrópol is, en el este y oeste, se realizaba a través de puertas en esviaje de escasa anchura -80 y 90 centímetros respectivamente- y disefiadas para que la entrada fuese controlada y nunca masiva. En su interior, donde no ha siclo posible descubrir por el momento estructuras habitacionales, se han recuperado fragmentos ele cerámica, pendientes, agujas de costura, fragmentos de pulseras de bronce, afiladeras y restos óseos \'acunos y porcinos. También se han localizado \"arios molinos cuyos análisis han revelado su uso para la molienda de escanda y, principalmente, bellota. Esto corroboraría la célebre cita de Estrabón sobre el consumo de bellota por parte de los pueblos del Norte, puesta en duda durante mucho tiempo por una parte ele la historiografía de la Antigüedad hispana. En cuanto a su cronología, las distintas dataciones por termoluminiscencia y ''C, así como la presencia de un «pasador en T», permiten a sus excavadores establecer su ocupación entre los siglos VI y 1 a. de C., lo que sitúa su origen en los momentos finales de la Primera Edad del Hierro; o en el tránsito entre ambas etapas. E l talón de hacha de anillas recuperado podría ll evarnos a pensar en una ocupación anterior, aunque no debernos olvidar que se trata de un hallazgo aislado -no hay más materiales del Bronce Final en el yacimien to- y relacionado con la activ idad metalúrgica en el enclave, por lo que, como ya se ha comentado, podríamos encontrarnos ante un ejemplo de reaprovechamiento de objetos antiguos que se fundirían para crear otros nuevos, más acordes a las modas del período. En todo caso, aunque optemos por la segunda opción , establecer ele manera definitiva de las posiel carácter de la pieza y sus implicaciones es algo que queda ャセェッウ@ bilidades que la Arqueología nos ofrece actualmente. A pesar de la escasa y limitada información disponible, parece que, hacia el siglo IX a. ele C., las gentes del Bronce Final comienzan a asentarse en núcleos ele población más concentrados y estables. El hábitat se loca li zará sobre colinas y altozanos, con un g ran dominio visual del territorio. Las defensas naturales de estos emplazamientos será n complementadas con murall as, terraplenes y fosos, que dan1n protección a unos pobladores que viven en cabarias circulares de barro y madera, con zócalos de piedra en algunos casos, y distribuidas por el interior de los recintos murados sin una aparente orde- Sisrcma defensivo del casrro de C1stilncgro. Muralla de la acrópolis de Monrc Bcrnorio. 1 55 56 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO nación urbana. La economía seguirá manteniendo una importante base ganadera, aunque lentamente irá ganando protagonismo la agricultura, con el culti\'o de cereales como el trigo y la escanda. La caza y la recolección de productos sih·estres, como las bellotas, conformarán las principales actividades auxiliares. El campo de las ma nufacturas y las actividades artesanales estará representado por el trabajo textil, as í como por la meta lurgia del bronce y, de fo rma cada vez más frecuente, del hierro. Aunque carecemos de una techa precisa para ellos, g racias a los análisis de los molinos de Castilnegro podemos afirmar que, como ya hemos mencionado anteriormente, en este momento se corrobora arqueológicamente el pasaje estraboniano que afirma que «Los mo11taiieses, durante dos tercios del mio, se alimentan de bellotas de encina, drgándolas seca 1; triturándolas y luego moliéndolas y fabricando con ellas un pan que se tonserva un tiempo.;> (Estrabón III, 3, 7). Respecto a la organ ización social, es difícil pronunciarse, ya que apenas contamos con ninguna pista. Los datos de que disponemos nos permiten suponer que los procesos de cambio detectado durante la Edad del Bronce continuaron su camino. Nos encontraríamos, pues, ante una sociedad j erarquizada, con peso importante de la actividad g ue rrera, en la que la cada vez mayor especialización d el trabajo y un a mayor concentración de los excedentes de las actividades productivas, incrementarán las diferencias sociales en beneficio de una pequeria elite dirigente. Sobre el mundo fl111erario carecemos de información precisa y, aunque con frecue ncia se ha propuesto qu e siguen en uso las cuevas como espacio sepulcral, no dispone mos ha sta el momento de evidencias claras que apunten en ese sentido. Es probable que, con la entrada de la Segunda Edad del Hierro, el influj o de la «Cu ltura de los Campos de Urnas» motive un cambio en las costumbres fun e rarias. La inhumación será sustituida por la incineración, y las necrópolis que, como se documenta en la Meseta y p udo observarse en Monte Bernorio, se localizan ya al aire libre, estarán formadas por pequeños túmulos bajo los que se e ntierran los restos de las cremaciones, aco mpañados de di versos objetos. 5. La Segunda Edad del Hierro E L AHO y D. OSADO COHOCOTTA de las fuentes escritas, personajes literarios, al menos en el primer caso, ofrecen un desdibujado retrato de la sociedad de la Segunda Edad del Hierro, en el qu e únicamente se reflejarían alg un os rasgos propios de la elites guerreras. El pueblo cántabro, como reza el ideario popular, destacó por su fuerte carácter guerrero, especialmen te d urante el confl icto que los e nfrentó con Roma, aunque ni con mucho fue esa s u (mica ca racter ística. Quizá ni siquiera la más L FI El10 LA EDAD DE L H IERRO EN CANTABRIA 1 57 definitoria. Lejos de Ja ya manida imagen de ser una suerte de Conan ibéricos, yestidos con pieles de o, o y que enar bolaban las icónicas -pero aún inexistentes dentro del registro arqueológico- hachas bipennes, ,·amos a ver cómo los Cántabros conformaban una sociedad bien organizada y estructurada, concentrada en grandes castros de varias hectáreas de extensión -los oppida ele las fuentes latinas- y de los que dependerán otros poblados más peq uerios, pero no por ello menos impo rtan tes. En paralelo a esta evolución del poblamiento, su economía y su sociedad alcanza rán en este momento su máximo esplendor. Aunque no llegarán a desarrollar una economía monetaria, sí que tendrán fluidos intercambios comerciales con los valles del E bro y del Duero. Y precisamente, a través de esos canales, ll egarán a Can tabria importantes influencias culturales, como muy posiblemente lo hizo la institución del lwspitium, con todo lo que s upondrá en el marco de las relaciones de índole político- social. Esos contactos también perm itirán introducir novedades significativas en la cultura material. Grosso modo, los cinco grandes hitos que caracterizan la Segunda Edad del Hierro en Cantabria, la «época de los Cántabros», son los siguientes: - El su rgi miento de los oppida o grandes poblados fortificados. - El desarrollo de Ja metalurgia d el hierro y la difusión de sus productos. - La adopción del torno en la prod ucción alfarera en el siglo IV a. de C. y la aparición d e la cerámica de tradición celtibérica. - Las necrópol is ele incineración. - La consolidación de una sociedad guerrera que hará frente a la invasión romana durante las Guerras Cántabras. Los dos opjJida más destacados, por su tamai"lo y emplazamie nto, dentro del territorio de los Cántabros son los de Monte Bernorio y La Ulai'ia. El primero de ellos se local iza en el norte de Palencia, sobre un monte amesetado de unas 26 hectc'.1reas de ex tensión, perteneciente al pueblo de Villarén. A Iterado por las obras de fortificación levantadas durante la Guerra Civil Española, se encuentra protegido por un impresionante sistema defensi\'O formado por un conj unto de aterrazamientos, fosos y murallas le\'antadas con piedras trabadas en seco. En su interior, junto a la deno minada «acrópolis» -considerada tradicionalmen te como una o bra indígena aunque es más que p robable que sea de origen militar romano (Torres 2007; Torres y Serna, 20 11 )-, los resultados de las excavaciones de San Valero ( 1944; 1960) apuntaban a la existencia de cabarias, quizá Jeyantadas sobre un zócalo de piedra, de las que desconocemos sus principales características: variedad, distribución, o si e xistió algún tipo de organización del espacio urbano. Hacia el sur, y fuera del recinto amurallado, las excavaciones de Ro mualdo Moro ( 1891 ) localizaron la primera - y por el 58 1 CÁNTA BROS, ORIG EN DE U N PUEB LO mo me nto única- g r an n ecrópoli s cántab r a de incineración de la Edad del Hier ro. E n ella, los restos de los difu n tos, que pre,·iamente eran inciner ados en u nas estructuras conocidas co mo ustrina, er a n depositados en agujeros ci rcul ar es c ubie rtos por una pequeii a e, tructura t umula r. Jun to a los resto. humanos se recuper aron bue na p arte de los aj ua res funerarios : um bos de escudo; idolillos antropom orfos y zoo mo r fos; puntas de lanza; fíbu las an ula res, de do ble resorte, de to rrecilla y de caba llito, e ntre o tras; eng anches de ta halí; o los fa mosos puñales de nominados de tipo «MiraYeche-Monte Berno rio», arm as cortas de hoja a cuatro m esas, con ne r vadura central más o m enos pronunciada, e nmangue y guarda naYiforme y una vaina de hierro con conter a discoidal o, m ás comúnmente, d e c uatro di scos, decorada con mo tivos o·eom éº t ricos a base de nielados de cobre o plata. Las fíbu las de do ble resor te con pue n te cruciforme, si m ilares a la de Bár ago, más alg unos broches de cin t uró n de tipo « Bureba» y los p uiiales de tipo « Miraveche-Monte Bernorim> marcar ían e l inicio de la \'ida en el castro entre los sig los V y IV a. de C. E l fi n de s u ocupació n , al m enos de la oc upación p ropiame nte cántabra, tie ne lugar con s u a salto y torna por las legiones ro ma n as, probablem ente e n 26- 25 a. de C. Los materiales arqueológicos que nos acercan a la vida en el oppidurn entre esos sig los V-IV a. de C. y s u destrucció n durante la Gu erra Cantá bri ca de Au g usto son numerosos. Alg unos de los más significativos serían las he rra mi e ntas, como r ej as de ar ado y pod ade ras; la cerámica, ta nto de origen local com o «celtibérica », lisa o co n decoración pintada; los obje tos d e adorno, e ntre los que destacan colgantes de br once y pendie ntes d e oro; las armas, com o los ya m encio nados puiiales y las hachas. Ade más, están presentes los s ím bolos por excelencia de la elite d ominante de j inetes g uerreros: las trbulas «de caba llito» y un rem ate de báculo o de e tandar te de caballería, o signum equilum. En Humada (Burg os), se encue ntra el q ue podem os consider ar, ju n to a Mon te Be rn or io, como el o t ro g r an opiddum de los cán ta bros: el castro de La Ulaña o Peña U laña (Ci sneros y L ópez, 2005). Con 586 hectár eas (4) de s uperfic ie, se ex tie nde por una lo r a o p ar ame r a de 5,5 km de largo por 1 km d e a ncho 1m1ximo. S us defensas, ad aptá ndose y apro,·ech ando las cond iciones naturales del terre no, se cen t r a n e n la zona m ás v ulne r able, el lado norte. Allí se localiz a una muralla de aprox imad am en te 3.800 m d e lo ng itud, con s tru ida a tramos medi ante dos lienzos pé treos rellenos de pi edra p eq ue ña y arcill a que, según s us excavadores, pudo alca nzar una altura aprox imada de e n t re 3 y 4 m hacia el in terior y 5 m al ex ter io r. Junto a es ta muralla p er imetral ex iste otra q ue atraviesa el yacimie n to transversalme nte duran te 257 m, con unas propo rcio nes muy pa recidas a la ante ri or. Pa ra C is neros la « . .. función de esta muralla trasversal podría estar rflacionada bien con necesidades defensivas, bien con la compartimentación de espacios para usos diferentes, pero desconocidos en la actua- LA EDAD DEL H IERRO EN CANTABRIA 1 59 !idad...» (Cisneros, 200G: 3'1} E n la zon a sur- suroeste los cantiles de roca, con caídas a pico de varias decenas de met ros, hacen innecesaria muralla alguna. Las estructuras defonsi\'aS se complementan con unos acceso · construidos en forma de embudo, con el fin de limitar y controlar el paso; y un conjunto de muros en el deno min ado «Ci nto», hacia el nor te, interpretados como barreras par a limitar e l trá n sito en la zona del «foso natural» o para proteger los manantiales. S i por algo se caracteriza e l castro de la Ulaña, apa r te de por su más q ue llamativa extensió n, es por conservar un consider able número de estr ucturas de habitación: 179 documentadas hast a el momento. Exentas o adosadas a la m uralla, de pla nta c ircular o cuadrang ular, se levanta ron sobre un zócalo de piedra q ue s usten taría unas par edes de estructu r a de madera, recubiertas con ma nteado de bar ro. La tech umbre, a una o dos aguas, cubri r ía un espacio inter ior q ue, e n ocasiones, abandona la estancia ún ica par a verse compartimentado en habitaciones. D e e nt r e todas las estructuras, hay dos para las que se ha plan teado la posibilidad de q ue se t rate de edificios públicos. Son dos construcciones exentas, local izadas jun to a sendas entradas al castro, con planta rectan g ul ar abierta en uno de sus lad os y rematada en uno de sus extremos en forma cir cula r. Au nque su interpre tación es por el momento difu sa, se ha prop uesto par a e ll as un a función d efen siva o rel igiosa, a modo de santuar io. La de nsid ad d e las con struccio nes sobre la superficie del yacimiento hace sospechar la ex istencia de a lg ún tipo de ordenación urbana, de calles q ue, aunque desconocidas por el mo mento, ar ticular ían y darían sentido a todo este ent r amado. A tenor del número de « unidades de ocupación» se ha calculado una población orientativa de unos 500- 600 habitantes para todo el conjunto de La Ulaiia (Cisneros y Ló pez, 2005 : 153). . E l registr o m ueble está comp uesto por clavos, cuchillos, tijer as de esquilar, r estos óseos de ov icapriclos, s u idos y ganado ,·acuno. También se han loca- 60 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO Murallas del casero de la Ulaña. LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA 1 61 !izado molinos ba rqu ifo rmes y circulares, bronces decorados, un denario celtibérico emitido en Turiasu (Tarazana) y abundante cerámica. Gracias a este último material se han distinguido dos momentos en la vida del castro: uno adscribible a los iglo IV-III a. de C. y relacionable con la cerámicas de producción local a torno, fabricadas con arcillas de mala calidad; y un segundo fechable en los sig los lV-I a. de C. y representado por las cerámicas «celtibér icas» propiamente dichas. Las dataciones por " C y Termoluminiscencia pa recen refrendar la información que proporciona la cerámica, centrando la ocupación en el yacimi en to durante la Segu nda Edad del Hierro (Cisneros y López, 20 05 : 15 7-1 58). Existe un conj un to de materiales procedentes del castro de La Ulaña, en manos de particulares, q ue consideramos digno de mención por su relevancia, aunque las circunstancias <le su hallazgo nos sean completamente desconocidas. Nos referimos a una trbula de caballito con decoración de círculos concéntricos; dos piezas con prótomos de caballo contrapuestos identificadas como signa equitum; armas como puñales bidiscoidales y hachas; placas de bronce con decoración diversa; o algunas monedas, entre ellas di,·ersos denarios celtibéricos, un denario republicano de L. Rutiliu.s Flacus y monedas romanas «de la caelra» (Peralta, 2003: 64). Todos ellos, si exceptuamos las monedas poster iores al mo mento de la conquista romana, son congruen tes con lo que conocemos para otros empl azami entos coetáneos. Sin ir más lejos, materiales idénticos ya han sido citados al hablar de Monte Bern orio, unas líneas más arriba. Además de los g randes ojJj>ida como Monte Bernorio y la Ulaña, existen numerosos yacimientos de la misma época, de dimensiones menores y similares características: hábitats fortificados en altura, o, lo que es lo mismo, castros. Lamentablemente, en la mayoría de los casos se encuentran en un estado muy inicial de la investigación, cuando no casi completamente inéditos. En este trabajo únicamente haremos referencia a aquellos cuyos datos proceden de intervenciones arqueológicas. Al sur de Mo nte Bernorio, en Olleros de Pisuerga (Palencia), en un espolón colgado sobre el río que da nombre a la población, se sitúa el yacimiento cánt abro-romano de Monte Cildá. Con los niveles de la Edad del H ierro muy alterados por las ocupaciones poster iores, se desconoce tanto su sistema defonsiYo como las características de la zona de hábitat. Al respecto de esta última, ún ica mente puede decirse q ue la identificación como cabaña de la estructura circul ar documentada durante las campai'ias dirigidas por García Guinea en la década de 1960 ha de ser desestimada (Cisneros, 2006: 25- 28 . Ruiz, inédita). A pesar de ello, materiales como los restos de cerámica celt ibérica pintada, la cerá mica con decoracio nes a base de dedadas, un denario celtibérico de la ceca de Sekobirikes (Pinilla de Trasmonte, Burgos) citado por Romualdo Moro y otro de Turiasu procedente de las últimas campañas, per- 62 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO LA EDAD DE L HIERRO EN CAN TABRIA 1 63 foso de perfil en «V», exca,·ado en la roca madre, de unos 4· 111 de profundidad por 4 de longitud. Sig uiendo la línea de defensa por el lado oriental hacia el sur, se ha localizado un bastión de 5,5 m de ancho por 15 m de largo adosado a la muralla. Se trata de un castro cuya vida se enmarca entre los siglos IIJ y J a. de C. y que pu do tener dos momentos de ocupación. Éstos habrían quedado documentados en las reparaciones y ampliaciones que se observan en las estructuras, especia lmente en las murallas. En su interior, al margen de las evidencias y materiales propios del asalto romano se ha recuperado abundante material arqueológico: cerámica pintada de tipo celtibéri co; fíbulas de pie vuelto, de torrecilla, de t ipo «an ular hispán ico», de tipo «zoomorfo esquematizado»; un denario celtibérico de Turiasu (Peralta et alii, 2011 ); puntas de lanza; placas de cinturón; arreos y bocados de caballo. Resultan de especial interés las noticias acerca de la existencia de cabatias y de restos humanos, quizá pertenecientes a alguno de los defensores, en el ni,·el de destrucción por fuego que se ha docu mentado (Peralta, 2003: 303-306; 2004: 33; 2007; 2008a: 493-5 11; 2009: 256-2 59). Muralb del casrro de La Loma, con el campamrnro romano al fondo. miten proponer la existencia de una ocupación prerromana. Ésta habría de fecharse en la segunda mitad del s ig lo I a. ele C., aunque probablemente pueda retrotraerse algo en el tiempo (Cisneros, 2006: 26-27. Ruiz, inédita). Además de los materiales antes citados, es te yacimiento ha proporcionado una de las dos evidencias de la existencia de la institución del lwspitium en territorio cántabro. Nos referimos a la conocida como « tésera de Monte Cildá», a Ja cual haremos alusión más adelante (Peralta, 1993. 2003: M3- 145). Entre Cervera de Pisuerga y Guardo, en la localidad de Santibáf'íez de la Peria (Palencia) y en plena Montaria Palentina, se halla el castro de la Loma. Este yacimi ento, de algo más de 10 hectáreas de superficie, es el centro de un conjunto arqueológico de máximo interés para el tema que nos ocupa, ya que fue objeto de un asedio por parte del ejército romano durante las Gu erra s Cántabras. E l castro cuenta con un imponente sistema defensivo compues to por varias murallas, levantadas con s illares regul ares colocados en seco. E ntre todas destaca la si tuada frente al campamento principal del dispositivo romano, al Norte, defendiendo la zona más acces ible ante un e\'entual ataque. En ella. e han descubierto varias fases co nstructivas, estando caracterizada la más moderna por tener una anchura de unos 8 m y Ja presencia al exterio r ele un En Burgos, cerca del yacimiento de La Ula!ia, destaca el imponente enclave de Pefia Amaya, al que en no pocas ocasiones se ha atri bu ido la capitalidad de los Cántabros prerromanos. Una afirmación que es completamente errónea y que únicamente sería válida para la Cantabria de época visigoda, bastantes siglos después. La realid ad arqueológica parece confirmar su escasa impor tancia en Ja Edad del Hierro, ya que en sus aproxi madamente 50 hectáreas de extensión no se conoce estructura o nivel arq ueológico atribuible a ese período (Cisneros et alii. 2005: 567-568), algo que contrasta de manera notable con la continua recogida de materiales de esa cronología en su superficie. Entre éstos podemos citar Jos restos de espadas de tipo «Miraveche» de los siglos VIV a. de C.; un enga nche para puiial biglobular, fechado en la segunda mitad del siglo III a. de C.; una fíbula tipo «La T éne I», cuya vida (1til se extiende a LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA 1 65 64 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO lo largo de la segunda mitad del primer milenio antes de Cristo; un c uchillo afalcatado; una canica de cerámica con decoración incisa; o Yarias placas articuladas con decoración geométrica y un alfiletero, todo ello d e Jos momentos finales de la Edad del Hierro. Digno de mención es también el numerario argénteo procedente de las cecas de Arekoratikos(5) y Sekobirikes. A esta misma fase parece corresponder el tesorillo de 40 denarios de la co lección Monterverde, así como el semi s de Lauro del siglo 11 a. de C. (Quintana 2008: 235- 236). Todo ello parece indica r que Amaya sí que acogió algún tipo de ocupación durante la Segunda Edad del Hierro, aunque sus características nos son, por el ュッセョ ・ ョ エッL@ desconocidas. Qu izá se tratase de un castro menor, A セ ェッウ@ de las proporciones de La Ulafía o de Monte Bernorio, y que no ocupó toda Ja superficie ele Ja Pei'ia. En los límites septentrionales de esta misma pro,·incia se localiza el asentamiento prerromano del Cerro de la Maza (Merindad de Valdeporres). Las excavaciones dirigidas por Eduardo Peralta han puesto al descubierto un castro de 900 m de largo por 500 m de ancho y un ancho máximo de ¡ 30-14·0 ni. De él se con erva un tramo de muralla, muy arrasado, en la zona no rte, con una anchura que oscila entre los 2,50 y los 3,40 m. El castro cuenta con varios accesos, una acrópolis amurallada con puerta y ha tión, y varias estructuras habitacionales dispersas por la acrópol is y la zona este, de la s que dos han sido excavadas. Se trata de sendas estructu ras rectangu lares, ele má s de 6 111 de largo por 4· m de ancho, cuyas pa redes, de madera y recubiertas por manteado d e barro, se leva ntaban sobre un zócalo de piedra. El suelo lo constituía una si mple capa de arciJ!a apisonada, mi entr as que la techu mbre, orgánica, se dispondría a dos aguas. El registro mueble está compuesto por fragmentos de molinos barqu iformes, un regatón ele jabalina, cerámicas a mano y cerámica celtibérica a torno que permite que pueda ser techado, al menos, entre los siglos 11 y [ a. ele C. Es probabl e que sufriera una ocupación posterior, quizás de t ipo militar, como revela un fragmento de plato de vid rio romano (Peralta ella.» (Maya, 1989: 4 1). A lo largo de toda su ex istencia, que arranca en el sig lo IV a. de C. y culmina con su abandono en el I a. de C., se dieron dos momentos de ocupación, separados por un nivel de in cendio (Adán et alii, 1994•: 34634·8 y 352). Dentro del registro mueble conocido destacan la cerámica a mano con decoraciones incisas, estampilladas o impresas; un puñal de tipo «Mira\·eche-Monte Bernorio» y fíbulas de di,·e rsa tipología: en omega, de cubo, de torrecilla y de caballito. Los restos ele fauna e\·idencian la práctica de la caza, ele Ja ganadería de ovicaprinos y <lel mari queo (Lenerz ele Wilde 1991. Adán et alii, 1994·: 349- 35 1). 2003: 295-296). En tierras del Principado de Asturias, en el límite occidental del antiguo territorio cántabro, se encuentra el castro de Caravia (Caravia). Se trata ele un sencillo asentamiento en el que se distinguen tres tipos de construcciones: una muralla de entre 2 y 3 rn de ancho, levan tada aprovechando la geografla del lugar y formada por dos paramentos colocados a hueso y un relleno intennedio; tres grandes plataforma s para el acondicionamiento como zona de hábitat del terreno en ladera; y varios paramentos de arcilla de unos 4 por s m, identificados como cabañas. Según Maya González, al « ... no aparecer· muros de piedra, hay que pensar en paredes de materia perecedera que cubriesen La distaucia de 0,80 m existente entre dos pavimentos. Todos ellos parecían a linearse, yuxtaponiéndose los unos a los otros en la j>latafarrna, al amparo de la muralla y a poca distancia de Dentro de la Comunidad Autónoma de Cantabria, en el término municipal de Cervatos, sobre el alto de Las Rabas, se alza el castro homón imo. Se trata del que, hasta hace poca décadas, e ra el segundo poblado prerromano que había acogido una inte r vención arqueológica en nuestra región. F ue excavado durante los años 1968- 1969 (García G uinea y Rincón 1970) y 1986, y en la actualidad está siendo objeto de nuevas intervenciones arqueológicas de la mano del Museo de Prehistori a y Arqueología de Cantabria. Es un castro de aproximadamente 10 hectáreas de superficie y del que únicamente se han documentado las estructuras defensi\·as. Éstas, localizadas en el sur, aún son visibles sobre el terreno, distingu iéndose lo que parecen ser dos líneas de muralla: una primera, compuesta por dos paramentos de sillares trabados en 66 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO i LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA seco y un relleno de piedra y tierra; y una segunda, unos metros al interior, que parece que fue realizada con un único paramento de sillares sobre los que, muy posiblemente, se apoyaría una rampa que daría acceso a un paseo de ronda o plataforma. Esta segunda muralla se ,·io auxiliada por una empalizada -quizá presente también en la otra- y un foso, que también se aprecia en el extremo norte. E l s istema defensivo parece que se complementaba con una tercera línea que ha sido puesta en relación con los conocidos como «caballos de Frisia», campos de piedras hincadas destinados a dificultar el tránsito de la :セ@ .. 67 , J Cedmica de tipo celtibérico del castro de Las Rabas. • e 1 ... . .. セ .. ..' . .' '. " .' '' ' ' '' セ] MZ U@ cm Mangos de hueso decorados del castro de Las Rabas. ' ' M] ' ' I " ' ,, ,, ' ' '' ' ' ' ' ' ' , I I I e ::J ' ' / o.._-===---===,__...;5cm infantería enem iga por las cercanías de las murallas (García Guinea y Rin cón 1970: 16-1 8. Rincón 1985: 185- 186. Bolado y Fernánclez Vega, 20 10: 408- 4 11; Bolado et aliz: 201 O: 87- 88). Los accesos originales al poblado nos son desconocidos, aunque existen al menos dos propuestas de localización. La primera ubica uno ele ellos a través ele la vaguada situada al norte-noroeste, entre los accidentes de Las Rabas y La Mayuela, obli gando a cualquier visitante a q uedar exp uesto al control visual desde el castro. El segundo lo conformarían las o ;,; , 8@ 1 .. . - .·:.Q=:: ...: ᄋセ@ CD 1 G ' .., ' . ᄎ セM] Fusayolas del castro de Las Rabas. ,O ' ⦅N ウ」ュ@ .. . セ@ ¡ 68 1 CÁNTAB ROS, ORIGEN DE UN PUEBLO dos lín eas d e muralla antes citadas, bien med iante un recodo que ind ica ría un g iro en la es tructura, o bien mediante un ca mbio en la dirección del desarroll o de ambas; es decir, la muralla más externa no parece discurrir paralela a su compañera, sino que parece dirig irse a ell a, lo que para algunos autores es un indicio de una posible puerta e n esviaje (Fraile 1990: 13 1-1 33). En lo que respecta a la zona de hábitat, a pesa r de las noticias acerca de la existencia de caba ñas de planta circular hecha s co n adobe, sucio de areniscas y tec hos d e ramaje, lo único que ha ll egado ha sta nosotros son algunos fragm e ntos de conglomerado de barro que formarían parte de las paredes (Marcos inédita; Bolado del Castillo y Fernández Vega, 2010: 411-412; Bolado del Castillo et alii, 20 10: 8 7). Sin duda alguna, del castro de Las Rabas proced e el que hasta ahorél es el conjunto más importante de materiales de la Edad del Hierro e n Cantélbria. Las distintas intcn·enciones lrnn permitido recuperar ce rámica p rerromana de tradición local con decoraciones incisas, estampilladas y unguladas, entre otras; cerámica celtibérica lisa y pintada; fibulas de di versos tipos: en omega, de pie vuelto, de tipo «La T ene I» o de tipo « l » de Erice; elementos de g uarnicionería; campanos; cuchillos afalcatados; hachas y puntas de lanza; una cuenta ele collar ocu lada; agujas; mangos de asta; anzuelos; parte de at alajes de caballería y un largo ctcétcrn. D e entre todos ellos, materi ales como las fíbulas, un denario celtibé ri co de T1trias1t o algunas piezas cerámicas nos permiten s uplir la carencia de datacio nes absolutas con fechas relativas que nos hablan d e una o c upa ción e ntre los siglos IV y I a. de C. Lamentablemente, desconocemos todo acerca ele los orígenes del poblado, s i existieron varias fa ses en su ocupación o si las d os líneas defensivas son coetáneas. Lo único que parece seguro es que la vida d el castro terminó coincidiendo con la invasión romana, tal y como evidencian algunos materiales metá licos de tipo militar encon trados e n su inte rior. El primer yacimie nto de la Edad ele 11 ie r ro irwestigaclo arqueológicamente e n el terri torio ele la Comunidad Autónoma ele Cantabria fue el e ncl ave de Monte Ornedo (Valcleolea), que actualmente también se encuen tr a en estudio por parte del Museo de Pre hi storia y Arqueología de Cantabria. Sobre las dos cimas que lo forman, Ornedo y Santa M a rina, Schulten, en Ja primera mitad del sig lo XX, distinguió varias estru cturas. Sig nifi cativamente, murall as - de piedra y fabricadas a base de terr aplenes ele tierra- y una puerta que relacionó con la existencia de un castro pre rroma no. D espués al yacimiento en conjunto se le atribuyó una cronología medieval (Bohigas 1982) y quedó relegado al olvido dentro de la lite ratura científica sobre la Edad del H ierro. En Ja actual iclacl , gracias a recientes investigaciones y las ya citadas inte rvenciones de campo, sabemos que se trata de estruc turas de dos t ipos: prerromanas de la eセ。、@ del Hierro y campamenta les romanas (Schulten 1942: 2 - 10. Gutiérrez y Hi erro 2001: 87. Fernánclez Vega y Bo lado, 20 10). Junto a las estructuras LA EDAD DEL HIERRO EN CAN TABRIA 1 69 defensivas, el arqueólogo alemán hace referencia a la exi stencia de vestigios ele cabafías, restos de adobes, herrajes relacionables con una puerta, molinos o fra <nnentos de cerámica reductora a mano y celtibérica pintada; a los que de bemos añadir un cuchill o afalcataclo y un curioso y controvertido denario republicano acuí'íaclo e n S icilia en el año 209- 208 a. ele C. (Schulten 1942: 2 JO. Vega 1982: 2S9. Fernández Vega y Bolado, 2010; F'ernánclez Vega y Bolado, 20 1 1a: 3 11-S 12). También hay que mencionar los hallazgos ele la campafía del afio 2009, con materiales prerromanos ent remezclados con ?tros de tipo mil itar romano, lo que nos estaría hablando ele un nuevo escenario de las Guerras Cántabras (Fernánd ez Vega y Bolado, 201 I a). Dentro de ellos, podemos destacar piezas como un signum equitum, una fíbula zoomorfa esq uematizada, fíb ulas de doble prolongación con cabezas de ánade y caballo, reg·atones, c uchillos o un pugio, o pufíal mili tar romano, con decoración en plata. En pleno corazón de Can tabria se alza la Espina del Gallego (Corvera de Toranzo y Arenas de Iguña), otro de los castros cántabros de la Segunda Ed_ad del Hierro. Con una superficie ele 3,2 hectáreas, se sitúa e n una de las elevaciones del cordal que discurre por el interfluvio Pas-Besaya, controlando el paso en altura e ntre la costa y la cordille ra. Conserva un total de t res murallas, con anchuras medias de unos 2,5 m, que protegen especialmente las laderas oeste y su r, las únicas accesibles. En el inte rior del recinto delimitado por la muralla exterio r se han locali zado 27 estruct ur as habitacionales, exentas o adosadas a aquélla. Ti enen plantas rectangulares y circulares y presentan zócalos ele piedra. La excavación ele una de ell as, con unas dimensiones ele 4, 70 m ele largo por 2 m de ancho, ha permitido documentar que contaba con un suelo de a rcilla api sonada, una puerta de entrada con escalón interno, restos ele agujeros de postes -q ue incidiría n en la presencia de una techumbre a dos aguasy algunas evidencias de destrucción intencionada (Peralta, RセS⦅Z@ 7 5). セョエイ・@ todas las estructuras destaca lo que parece haber sido un ed1fic10 de piedra semihipogeo de pla nta rectangular, realizado con bloques ciclópeos y con una falsa cúpula c read a mediante aproximación de hiladas. Su singularidad hace que haya sido relacionad o con alg una actividad de índole social, comunal o cultual (Per alta, 2003: 294<). Los m ateriales prerromanos loca lizados en el castro son bastante escasos, estando representados principalmente por restos de manteado de barro y un cuchillo afalcatado. Del fondo ele uno de los aguje ros ele poste excavados en la zona supe rior, do nde se localiza un セ。イ イ 。」￳ョ@ m'.litar romano, procede una muestra de carbón d atada por "C. La techa obte111 da a partir el e esos restos carbonizados (2 11 0 ± 60 BP) se sitúa en el siglo II a. de C., Jo que podría ser un indicio de Ja ocupación del poblado durante la Segunda Edad del Hier ro. Por el con trario, y como trataremos con detalle a la hora de hablar de Ja conquista romana en el siguiente artículo, tenemos serias dudas acerca del carácter indígena de las estructuras de habitación antes menciona- 70 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO LA EDAD DEL H IERRO EN CANTABRIA 1 71 Edificio semi hipogeo del castro de la eウーゥョセ@ del gセ ャ ャ 」ッ@ o (Corvera• de "l or·a 11 zo y A 1.enas d e lgu -na ) . < das y que se localizan en ladera oeste, entre las dos murallas exter iores (Peralta, 2000: .'.363-361'). De nuevo en la zona costera, a muy poca di tancia del castro de Castilnegro y en la misma sierra, se localiza el yacimiento de Pefiarrubia (Tarriba, Liérganes, Cantabr ia). Se t rata de un peq uefio recinto fortificado de no más de J hectá rea, con un acceso e n rampa y una única línea de defensa que se dispone circunda nd o la c ima. Sus características estructu rales y los mater iales r ecuperados (cerámica a mano, manteado de barro y manos y metates de molino) han ser v ido para vincularlo cronológica y espacialmen te con el castro de Castilnegro (Va lle y Serna, 2003 : 3 79- 380; Valle, 2008: 16 1; Valle y Serna, 20 lOa), au nque serían necesarias más intervenciones para poder establecer esa sincronía de fo rma dcfiniti\'a. Muy cer ca, en el Alto del Gurugú (Boo de Guarnizo, Cantabria), la directora de ambas intcr\'enc iones pudo documentar lo que debió ser una ocupación al aire libre que proporcionó restos óseos, líticos y algunos fragmentos cerámicos, uno de los cuales fue fechado por termol uniscencia en 238 1±1 84 BP, es decir, en el sig lo IV a. de C. (Vall e, 2000: 355; Valle y Serna, 20 lOb ). Parece ade más tener una cier ta relación, en lo qu e al aprovecham iento de los recursos marítimos deri\'ados de s u ubicación se refi e re, con el yacimiento de El Ostrero (Alto de Mal iari o, Cantabria) en el cual se pudo excavar una estructur a de aspecto tumuli fo rme compuest a de restos m alacológicos, cerámicas y una hoja de cuch illo (Lamalfa et alii, 1996: HJ - 156; Valle y Serna, 2003: .'.384385). Castro de Casri llo, en PreUezo ( Val de San Vicente, Cantabria). Ubicado fu era del antiguo territorio cán tabro, en el área a ut rigon a de la actual Comun idad Autónoma de Cantabria ocupada por los Autrigones en época prerroma na y ro mana, está el castro de la Pefi a de Sámano. Es un encla,.e de unas 1O hectáreas de s uperficie, rodeado por una muralla de mampuestos cali zos colocados a hueso, p erfectam ente adaptada a la or ografía del monte sobre el que se sitúa. Los tramos de muralla se complemen tan con los afloramientos rocosos y e n la ladera existen lo que parecen ser pequefios bastiones adelantados que controlan alg unos pasos y portillos natura le,. A t ra\'és de los distin tos accesos se ll ega a una zona d e hábitat en la que se ha documen tado una suerte ele e ntra mad o urbano, con calles y cabal'ías ele planta ci rcular y rect angular con zócalo de pied ra. La vid a en el castro parece arrancar en los mome ntos trans icionales del Bronce Final a la Prime ra Ed ad del H ier ro, como indicaría un a fecha d e TL de 280 0 ± 280 BP. E sta prime ra ocupación, bastante desconocida por el m om ento, dio paso a un há bitat de la Segunda Edad del Hie rro, del que se han recupe rado cerámicas prerromanas de t r adición local y celtibéricas, un h acha, cuch illos de filo cu r vo y afalcatados, dive rsas fíbulas e ntre las que d estaca un a de torrecilla, m olinos, escorias, un fragmento de hoz, afilade ras, un pend ie n te, un extremo de torq ue, fragm entos de pulser as de 72 1 CÁNTAB ROS, ORIGEN DE UN PUEBLO bronce y una pequeiia fu sayola decorada con cuatro segmen tos de círculo sob re su s uperficie (Molin ero et alii, 1992; Bohigas et alii, 1999; Bohigas y Unzueta, 2000; Bohigas et 。ャセ@ 2008; Bohigas y Unzueta, 2009). A partir de aquí, aunque la lista de yacimientos atribuidos a la segunda edad d el Hierro sea muy extensa, la ausenc ia de trabajos arqueológicos m ás a ll á de la prospección impide tanto la confirmación de s u carácter como el conocimiento de s us características (Cis ne ros et alii, 200 8: 86-99). Existen, no obstante, otros e nclaves de tipo castreño que han sido ッセ ェ ・エッ@ de prospecciones y de pequei'i.as catas y de los que conocemos materiales y estructuras del máximo interés. Es e l caso de El Otero (Rueda de Pisuero-a b ' Palencia), e n cuya superficie pueden recogerse materiales pre rromanos y romanos de si ngular importanc ia. O del castro de Peña Albilla (Monasterio, Palencia), con importantes líneas de muralla y una zona de pos ible basurero en la que se aprecia perfectamente la pre encía de todo tipo de materiales a rqueológicos. El yacimiento de Cueto del Agua (Cieza e Iguña) ha propo rcionado una fíbu la de torrecilla techada entre los siglos III y I a. de C. (Peralta y Ocejo, 1996: 32- 34); mientras q ue el enclave costero de Castillo (Prell ezo, Val de San Vicente, Cantabria), con s u impresionante aparato defensivo a base ele terraplenes, muralla y foso, ha sido obj eto de una pequeria intervención que permite vislumbrar un enorme po ten c ial arq ueológico. Sobre él, que c uen ta con indicios de ocupación militar romana (Peralta et alii, 2005: 102; Serna, 2010), también trataremos en e l sigu ie nte artícu lo. Finalmente el castro de Los Altos (Ahedo de Butrón, Burgos), con s us in teresantes estructu ras habitacionales; y el yacimiento de la Canalina (Morgovejo, L eón), de donde proceden numerosos materiales arq ueológicos -cerámicas con es tampillados, cerámica celtibé rica pin tada, puntas de lanza y dardo, cuc hillos y mon edas de plata de Sekobirikes (s iglo 1 a. de C.) y de los reinados de Augusto y Tiberio (Peralta, 2003: 60)- merecen ser tenidos en cuenta com o futuros objetivos de la i11\'estigación. Como ya hemos visto para etapas anteriores, algunas cuevas fu eron frecuentadas sin que se pueda precisar con qué finalidad concreta, aunque habitualme nte se ha relacionado con el mundo funerario. En contraste con las vagas informac iones para la Prime r a Edad del Hierro y para el Bronce Final, en este momento con tamos con evidencias más sólidas, documentadas en un mayor nlimero de yacimientos, a través de un registro material más amplio. Algunos de los ejemplos más signifi cativos, por el contexto y la cantidad y calidad de los materiales recuperados, serían el Abrigo del Puyo y las c uevas de Cofresnedo, Calero II, Reyes y El Aspio. Es obligado comenzar citando el abrigo del Puyo (Miera, Cantabria), interpretado como una necrópolis tumular de incineración que la convertiría e n la primera de este tipo documentada en el territorio de la Comunidad LA EDAD DEL HIERRO EN CANTAB RIA 1 73 Necrópolis de El Puyo ( Micra, Cantabria). Autónoma de Cantabria. De ella procede una fíbula d e cubo deco rada q ue, junto a una muestra de "C tomada de los restos de faun a recuperados en uno de los túmu los, ha permitido establecer su utilización durante e l siglo 111 a. de C. (San Mig ue l et alii, 199 1. Peralta, 2003: 64- 67.). Sin e mbargo, no se han recogido restos humanos asociados a las estructuras fune rarias. En la c ueva de Cofresnedo (Matienzo, Ruesga, Cantabria) se han documentado restos de lo que parecen ajuares funerarios, compuestos de cerámicas, una punta de jabalina, una cuenta aculada o de tipo «púnico», piezas de umbo de escudo y bocados de caballo. Una datación absoluta por TL de 24·35 ± 233 BP ha permitido datar su uso al menos durante el siglo V a. de C. (Ruiz y Smith, 2003: 170). De la cueva del Calero II (Barcen illa, Cantabria) contamos también con dos fochas ele termoluminiscencia obtenidas ele sendas cerámicas y que nos llevan hasta la Segunda Edad del Hierro y el cambio de era: 2285 ± 208 BP y 1904' ± 14·8 BP (Muiioz y Morlote, 2000: 264). Las c uevas de Reyes y e l Aspio, por s u parte, h an proporc ionado unos interesantes conjuntos de he rramie ntas. De la primera procede un depósito, fechado entre el siglo 111 a. de C. y e l cambio de era, compuesto por cuatro rejas de arado, dos ganchos, una hoz, dos escoplos con mangos de asta, una azada, エイ セウ@ cufias, un posible llar y un trozo de cadena (Smith , 1996: 173- 19 1). El Asp10 74 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA 1 75 • • • (EJ • --- Placa de cimurón procedente del castro de Rued"" セ@、 , p·1suerga · . ( Pa1enc1a · ). i セ@ • C© (Ruesga, Cantabria) ha proporcionado tres depósitos con cerámica, huesos y restos de hogares, siendo de especial relevancia el tercero. Éste está formado por \·arios fragmentos de cerámica decorada con incisiones y digitaciones, una vasija tardoceltibérica pin tada, una pinza de herrero y \'arias piezas relacionables con el t rabajo textil, entre las que destaca un lote completo de instrumental de madera: peines para carda r, varios palos, una espada de telar y una pieza discoidea (Sern a et alii, 1993 : 369- 396. M a rlote et alii, 1996: 273- 274). Con los datos arqueológicos que hemos expuesto de manera sumaria vamos a intentar esbozar una imagen de la evolución de los Cántabros protohistóricos. Vemos cómo aquella sociedad de la Primera Edad del H ier ro va adquiriendo, poco a poco, una cada vez mayor complejidad socioeconóm ica y cultu ral. Los enclaves iniciales parecen haberse transformado, dando paso a Jos primeros op¡;ida. Éstos, muy posiblemente, füncionaron como «capitales de comarca», como centros territoriales y cabeza de algunos de los diferentes populi cántabros; y en torno a ellos debió existir todo un entramado de peque11os poblados, aldeas y g ranjas, dependientes de los primeros e interrelacionados entre sí. Férrea mente protegidos por enormes aparatos defensivos -con murallas, empalizadas, terraplenes, fosos, bastiones, accesos que facilitaban una en trada con trolada- y por las propias características del terreno sobre el que se elevaban, en ocasiones su interior albergó auténticos espacios protourbanos, con caba rias dispuestas formando calles. E sas cabarias, de planta ci rcular o rect angu lar, tenían suelos de tierra apisonada, hoga r, paredes de madera -o entr amado vegetal- recubiertas con manteado de ba rro y levantadas sobre un ocasional zócalo de piedra, y techo de r amaje. Algunas veces parecen haber estado adosadas a las murallas. Excl uyendo las defensas, las obras q ue podrían cons iderarse «públicas», entendidas como aquellas de disfrute comunal y/ o social o aquéllas para cuya co nstrucción es necesaria la colaboración de gran parte ele la comunidad, también esta rían representadas. Pese a que no existen demasiados セェ・ ューャ ッウL@ los ya citados de la Ularia o la Espina del Gallego, este últim o con más dudas, entrarían dentro de esa categoría. Aunqu e su funcionalidad por el momento nos sea desconocida, su presencia nos permite suponer la existencia el e una organi zación social 」ッュー ャ セェ。L@ alejada de esa im agen «tribal>> de los Cántabros que sigue ci rculando a nivel popular. Para tratar de co nocer las fo rmas de vicia ele la Segunda Edad del Hierro en el Norte penin sul ar es necesario recurrir a algun as fuentes clásicas que nos ayuden a interpretar y complementen los datos arqueológicos. D e tocias ellas, las más citadas y utili zadas, por su extensión y por la cantidad de información detallada que proporcionan, son estos fa mosos pasajes del libro tercero de la Geografla de Estrabón, escri tos en el siglo 1 d. de C. y que describen los modos de \'ida de los pueblos que habitaban el septentri ón hispano en el momento del contacto con Roma. 76 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO LA EDAD DEL H IE RRO EN CANTABRIA Estrabón III, s, 7 y 8: « Tod?s los monta1ieses son a1tsteros, bebm normalrnente agua, d1termm en el suelo )' drgan que el cabello les lleg1te muy abajo, como nuyeres, pero luchan ciiiéndose con una banda. Comen principalmente chivos, y sacrifican a Ares un chivo, la ヲイセョエ・@ cautivos de guerra y caballos. H acen también hecatombes de cada especie al modo grieァセL@ 」ッセョ@ cÍ!ce P índaro: "de todo sacrificar cien". R ealizan también competiciones ァQュ。ウセ 」 。ウL@ de hoplztas e hípicas, con pugilatio, carrera, escaramuza y combate en farmanón. Los montmieses, durante dos tercios del mio, se alimentan de bellotas de encina, dejándolas secm; triturándolas y Luego moliéndolas y fabricando con ellas un pan q1te se conserva un tiemjJo. Conocen también la cerveza. El vino lo beben en raras ocasiones, pero el que tienen Lo ronsumeu pronto en .festines con los parientes. Usan ョキQセl ・ アQコlャ。@ en vez de aceite. Comen sentados en bancos construidos contra el 11111ro y se S!elttan. en orden a la edad y el rango. Los lllaJ?fares se pasan en círculo, y a la hora de la bebida danzan en corro al son deflauta y trompeta, p ero también dando saltos Y agachándose, y en B astetania danzan ta111bién las mujeres junto con los hombres cogiéndose de Las manos. . , Todos _Los hombres visten de negro, sayos La may oría, con los que se acuestan tambwz sobre.Jetgones de paja. Utilizan vasos de madera, igual que Los celtas. L as mujeres van セP Q@ セ・ウエコ、ッ⦅ケ@ tra;es floreados. En vez de moneda unos < ...>y los que viven muy al uztenor se Sirven del trueque de mercancías, o cortan una lasca de plata y la dan. A los condenados a muerte los despeñan)' a los parricidas los lapidan más allá de las montañas o de los ríos. Se casan igual que los griegos. A los erifermos, como anltguamente los egipcios, los e.LjJonen en los carninas para que los que la han pasado sobre su eiifi:rmedad. Para las subidas del mar y los pantanos usaban, les den 」 ッセエウイZ[@ hasta la época de Bruto, embarcaciones de cuero, pero hoy día incluso las talladas a ーセイエゥ@ de un solo tronco son ya raras. Su sal es jJú1jJttra, p ero blanca una vez molida. セ ウ エ ・L@ como he expuesto, es el género de vida de los monLmieses, y me refiero a los que .Jalonan el.flanco norte de Iberia: calaicos, astures y cántabros hasta llegar a Los vascones J'. el PLrenP; pues el modo de vida de todos ellos es semr:;ánte. Pero temo dar demaswdos nombres, rehuy endo lo fastidioso de su transcripción, a 1w ser que a alg ULen le agrade oír hablar de los pleutauros, ba1dietas, alotrigues y otros nombres peores y más ininteligibles que éstos. ., Pero su.ferocidad y salvajismo no se deben sólo al andar guerreando, sino lambmt a lo apartado de su situación; pues tanto La travesía por mar como Los caminos para !Legar hasta ellos son largos, y debido a la difl'cultad en las comunicaciones han perdido la .sociabilidad y los sentimientos humanitarios. A ctualmente padecen en menor medida esto ァセ。」ゥウ@ a la paz y presencia de los romanos, p ero los que gozan nunos de esta sztuacwn son más duros y brutales. por otra parte, existiendo como exzste en alg unos pueblos una miseria derivada de los lugares y montmias donde viven, es natural que se acentúe tan extraiio carácter; pero ahora, como d[je, Izan 、セェ。ッ@ todos de luchar: pues con Los que aún persistían en los bandidajes, Los cántabros y sus veci- r 1 77 nos, terminó César Augusto, y los coniacos y los que viven junio a las fuentes del ャ 「・Qセ@ los plentusios, en カ・セ@ de saquear a los aliados de los roinmzos, luchan a_'wra a favor de éstos. Tiberio, sucesor de aquél, apostando un werpo de tres legwnes en estos lugares por indicación de César Augusto, no sólo los Iza pacificado, sino que incluso ha 」ゥカャセ。、ッ@ r y a a algunos de ellos.» Estrabón ll I, 4·, L6- 18 : «H ay un gran número de raíces útiles para tintes. F,n cuanto al olivo, vid, higuera y plantas de este tipo, la costa ibérica del mセ イ@ nセエ・ウイッ@ las ーイッ」オセᄋ。@ todas セョ@ セ「オョ ᆳ dancia, y con prefi1sión también la costa e.rterzor. Szn embmgo el litoral oceamco del Norte se ve privado de esto a causa delfrío, y el resto más que nada por la neglzgencia de sus gentes y por vivir no según un ritmo ordenado sino más bien según Q セ Qキ@ necesidad y un impulso salvajes, con costumbres envilecidas; a no ser que se ptense que viven ordenadamente los que se lavan y se limpian los dientes, tan/o ellos corno sus mujeres, con orines ・ョカセェ」ゥ、ッウ@ en cisternas, como dicen de los cántabros y sus vecinos. Esto y el dormir en el suelo es común a íberos y celtas. . Algunos dicen que los calaicos no tienen dioses, y que los celtíberos y _sus vecmos del norte hacen sacrificios a un dios innominado, de noche eu los plend1tnt0s, ante las puertas,)' que con toda la Ja milia danzan y velan hasta el amanecer: Y que los velones, cuando entraronpor vez primera en un campamento romano, al ver a algunos de los eficiales yendo y viniendo por las calles paseándose, creyeron que era Locura Y los condujeron a las tiendas, como si tuvieran que o permanecer tranqutlamente sentados o combatir: También podría considerarse de índole bárbara el tocado de algunas ュコセ£・ウ@ que ha descrito Artemidoro: pues dice que en algunos lugares llevan collares de luerro que tienen unos ganchos doblados sobre la cabeza que avanzan mucho por delante de ャセ@ fi·ente, y que cuando quieren ruelgan el velo en estos ganchos de modo q1te al ser corrzdo da sombra al rostro, y que esto Lo consideran un adorno. En otros lugares se colocan alrededor un disco redondeado hacia la nuca, que ciiie la cabeza hasta los lóbulos de las orejas y que va poco a poco desplegándose a lo alto y a lo ancho. Otms se rapan tanto la parte delantera del cráneo que brilla más que la ji-ente. Otras muyeres, colocándose sobre la cabeza una columnilla de un pie más o menos de alto, trenzan en torno el cabello y luego lo cubren con un velo negro. Además de estas insólitas costumbres se han visto y se han contado muchas otras de todos los pueblos de Iberia en general, pero especialmente de los del 1'!orte, relatfvas sino también a una crueldad y falta de cordura besLLales. Por eyemno sólo a su カ。ャPQセ@ plo, en la guerra de los cántabros, unas madres mataron a sus h[jos antes de ser hechas prisioneras, y un nilio, estando encadenados como cautivos sus padres y _hermanos, se apoderó, por orden de su padre, de un acero y los mató a todos, y キセ。@ nuqer a sus comde unos ウ_ャ、。セッ@ pañeros de cautiverio lo mismo. r uno, al ser llamado a ーイ・ウョciセL@ borrachos se arroió a una /io<ruera. E stos rasgos son comunes tambzen a las trzbus cel' .! b 78 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO Licas, tracias y escitas, y es com!Ín también la valentía de sus hombres y mujeres; pues éstas trabajan la tierra, y cuando dan a luz sirvm a sus maridos acostándolos a ellos en vez de acostarse ellas mismas en sus lechos. Frecuentemente incluso dan a luz en las tierras de labor,)' lavan al núío y lo envuelven en palia/es agachándose junto a un arroyo. En L igústica, dice P osidonio que le refirió su h1tésped Carmoleon, un masa/iota, q1te había contratado hombres j1tnto ron mujeres para cavar una fosa, y que, al llega rle los dolores, una de las m1y'eres se apartó no l'[jos del trabajo y regresó imnediatamente al mismo, después de dar a luz, para no perder su salario. r él, que la veía realiz ar las faenas con fatiga sin conocer al princt)Jio la causa, lo sujJO ya tarde y la dejó il; luego de darle el salario; y ella, llevando al niño a una fuente, lo lavó y lo envolvió en lo que tenía y lo llevó sano y salvo a su casa. No es exclusivo de los íberos el ir de dos en dos a caballo y que en las batallas uno de ellos luche a pie, ni tampoco es exclusiva la cantidad de ratas, a las que mue/zas veces han seguido epidemias. E sto es lo que les sucedió en Cantabria a los romanos, hasta el punto de que los cazadores de ratas percibían unas primas según un baremo hecho p1Íblico, gracias a lo cual consiguieron a duras penas salvarse; les sobrevino junto con esto fa escasez de trigo y de otras vituallas, y recibían víveres de Aquitania no sin dificultad por fo accidentado del terreno. De la insensatez de Los cántabros se cuenta también lo siguiente: que unos que habían sido hechos prisioneros y clavados en cruces entonaban cantos de victoria. Cosas como ésta podrían, pues, servir como '!femplos de cierta rudeza en las costumbres; pero otras, quizá poco civilizadas, no son sin embargo salvaj es, como el hecho de que entre los cántabros los maridos entreguen dotes a sus mujeres, que sean las hfjas las que queden como herederas y que los hermanos sean entregados por ellas a sus esposas; porque poseen una especie de ginecocracia, y esto no es del Lodo civilizado. Es ibérica también la costumbre de llevar encima un veneno, que obtienen de una planta parecida al apio, indoloro, para tenerlo a su disposición en situaciones indeseables, así como el consagrarsf a aquellos a quienes se vinculan hasta el punto de morir voluntariamente por ellos.» ( 6) Aunque estos textos aportan una valiosa información sobre los modos de vida y costumbres de los pueblos del norte de la Peníns ula Ibérica, debe tenerse en cuenta que ofrecen una visión, por decirlo de forma comprensible, de superio ridad , «romanocentri sta». Desde este punto de vista, Roma -el mundo g recorromano- se considera el culmen de la civili zación, relegando a la categoría ele bárbaros a todos aquéllos cuyas cos tumbres y organizaciones sociales difieren de las s uyas. Aunque es te trabajo no es el lugar adecuado para su análisis en profündidad, sigue siendo una costumbre más que habitual considerar que todo pueblo, cultura o civ ilización pasada es menos desarrollada o inteligente que la nuestra. Se trata de una interpretación marcadamente evolucionis ta y etnocentrista, que nos lleva a entender la Hi storia de forma sesgada, estableciendo comparaciones inviabl e. -s i bien es cierto que Ja mayor LA EDAD DEL H IERRO EN CANTABRIA 1 79 parte de las veces involuntarias- entre realidades imposibles de compara r. En palabras de T orres Martínez (200.f.: 19): «A nosa opinión é que esas culturas deben ser consideradas en pé de igualdade é nosa, e os seus contidos patrimonio da nosa especie. Son maís antigas, pero non son realmente menos desenvolvidas. Así a nosa actitude será moito 111áis aberta á hora de descubrir e valorar adecuadamente co7lecementos ho.i:e perdidos». La difer encia, siempre en este trato de igual a igual, rad icará no en un distin to es tadio evolutivo, sino más bien en las relaciones e interrelaciones con el medio y las sociedades del momento. Como suele suceder con todas las fuentes documentales, Ja de Estrabón no es más que otra visió n, más o menos acertada, de los modos de vida de los pueblos del Norte. Y está centrada, de fo rma intencionada, en su pretendida barbarie, por contraposición a los valores del mundo helenístico encarnados en Roma. Sin embargo, debemos ser cautos a la hora de realizar la necesaria crítica a las descripciones estrabonianas. En las últimas décadas, algunos historiadores han sostenido, apoyándose en ese contraste barbarie-civilización, que pr ácticamente todo los datos que proporcionan son sólo sucesiones de tópicos y lugares comune ; aplicables por igual a cualquier pueblo que habitase en terri torios mo ntañosos, ya fue ra el Cáucaso o la Cordillera Cantábrica. De esta for ma, la hipercrít ica textual había desechado casi por completo la obra del geógrafo de Amas ia, negand o verosimilitud a la inform ación q ue proporciona. Sin embargo, consideramos que, aunque esa crítica y esa identificación de tópicos son necesa rias, llevarlas al extremo es tan peligroso -o más- como aceptar lo que escri be Estrabón de forma l.i teral. La inves tigación arqueológica, d urante Jos últimos afios es, la que está permi tiendo poner las cosas en el lugar que les corresponde, al confirmar con evidencias algunas de las cuestiones descritas por Estrabón. La economía es uno de los aspectos en los que pueden conjugarse, perfectamente, los datos «estrabonianos» y los proporcionados por la investigación arqueológica. Como parece haber sido la principal actividad de los cántabros de la Edad del Hierro, comenzaremos con la ganadería. Desde la Edad del Bronce, ésta fue una de las mayor es fuentes de subsistencia, compaginándose con una actividad ag rícola de baja productividad. Estrabón incide en esta misma idea para los años cercanos al cambio de era, destacando el consumo de chivos y proporcio nando elementos que permiten suponer la cría de caballos; algo q ue, junto con los suid os y bóvidos, se puede constatar arq ueológicamente. El regi stro material de la Edad del Hierro cántabra ha proporcionado, además, otras evidencias directas acerca de la importancia de la ganadería, corno los cencerros. La existencia de una cabafi a ganadera implica el aprovechamiento de zonas de pastos, tanto en invierno como en verano, lo que hace plausible la existencia de movimientos transterminantes o trashumantes. Como es muy probable que éstos afectaran a varias comunidades, su existen- 80 J CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO cía debió conJle,·ar el establecimiento de pactos o alianzas, muy probablemente amparados en la institución del hospiti11111. En lo tocante a la alimentación la ganadería no implicaba solamente el consumo de carne, sino que tras ・ ャ セ@ ex i. tía todo un importante conjunto de productos secun darios. Estos alimentos,, de enorme importanci_a para la s ubsi ·tencia de las soc iedad es ganaderas, serian la leche, la mantequilla o las propias pieles y la lana, destinada a la creªC:ión ele エセェゥ、ッウN@ Los numerosos obj etos re lacionados con el trabajo textil -fusayolas, pesas de telar, peines, «espacias», etc.- que han llegado hasta nosotros son la prueba material de la importanc ia de esas labores. Estos trabajos tend rían lugar a pequefia escala, en entornos domésticos y utilizando ta mbi én fibras de origen vegetal. Junto a la ganadería, la 1-ecolección también jugó un papel relevante, destacando e l aproYechamiento de la bellota, que ha quedado constatado arqueológicam:nte en el castro de Cast iln egro (Li érganes-Medio Cucleyo, Cantabria). O el uso de hierbas medicinales, como la conocida « hierba cantábrica_»'. empleada contra las picaduras de serpientes (Camelio Celso, De m・、QエョセL@ セ@ 27, 10). A lo largo de toda su existencia, las poblaciones p rerromana ' '. 1v1e ron ・ウセ イ ・」 ィ。ュ・ョエ ・@ ligadas al medio, co1wirtiéndose los bosques en una e ntidad de pnmer orden, hasta el punto de sacralizarlos. No debe extrafiarnos este componente c ultual si tenemos en cuenta lo que el bosque implicaba para estas sociedades. En e llos obtenían desde materia prima para s us cons trucciones hasta alimentos procedentes ele la caza y la recolección , pasando por el com bu stible necesario para los ho rnos y la cocina. D esde el punto de v ista_ arqueológico, son muchas las herramientas conservadas que pueden relacionarse con algunas ele estas actividades silv icultoras, bien de forma directa, como las hachas; bien de manera indirecta, como las herramientas de carpintería: cufias, cinceles, escoplos ... La agricu ltura, aunque no aparece citada de forma expr esa en los texto , ha quedado doc_umentada arqueológicamente por la recuperación de útiles y aperos, como rejas de arado, aguijadas, mangos de hoz y azadas. Además, contamos con análisis carpológicos -y fechas radiocarbónicas- que han identifiCé:'.do la pr:sencia de una カ。イゥ・、セ@ de trigo en el castro de La Garma (Omoii.o, R1ba111ontan al Monte, Cantabria), en la Cantabria atlántica cercana a la costa, ya en e l s ig lo VII a. de C. D el propio re lato de Estrabón quizá pueda deducirse que la cebada era otro de los cereales c ulti vados, ya que menciona el conoc i_mi ento de la cer veza por parte de los pueblos del Norte; aunque ésta tamb_1én po<lría ser de trigo, como la caefia celtibéri ca. Su consumo no parece haber sido raro, en con traste de lo que se c uenta del vino, que debió lleo-ar desde el Sur gracias a intercambios comerciales. b Los Cántabros no fueron un pueblo aislado, impermeable a las influencias culturales procedentes de otros ámbitos geogr áficos. La arq ueología demues- LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABR IA J 81 tra cómo, aproximadamente en torno al siglo lll a. de C., las イ・ャ。」ゥッQセウ@ con los importantes núcleo· ele población de los valles del. Duero y del Ebro se intensifican. A lo largo de toda la Primera Edad del Hierro, por lo ーッ」セ@ que conocemos, Jos materiales documentados son, en su mayona, producc1_ones locales, como sucede con la cerámica a mano, de factura tosca; .º con las piezas de bronce y hie rro. Conforme a\·anza la Segunda Edad del Hie rro, ャセウ@ manufacturas experime ntarán ciertas mejoras. Se ゥョ」ッイー。セ@ nue\'as formas y e\'os moti,·os decorati vos en la cerámica, así como una importante gama de nu · 1 ·1 1 herramientas de hierro y elementos decorativos de bronce. La smgu anc ac Y el perfeccionam iento de algu nos de ellos puede ャ・カ。イョセウ@ a pensar en una prodencia alóctona, aunque nunca con las garantías suficientes que nos proporce ' · ' · las f'b cionan otro tipo de materiales. Estos serían las cerámicas ce \t1· b eneas, 1 u- N セ ᄋ O ᄋLNᄀ サセᄋ@ セ セM MNセ@ セイサ [Lᄋ L セ ヲNセ@ /···t . ᄋN ᄋセ@ ...セ@ ,.'... -;. iセ@ i. 'ti,. • '. , セ@ ...セ@J; セ@ . -ift ᄋ NQ}[ セ セ@ セ@ . .· •.• v. ... . • •, .\.. •t . セ N@ \ •·. .jp•\ .•'-. : iI '. [N」 .... ᄋ セ@ セN セ@ • -.1 :;A . 1 ;.i;t> . .• - "-.-;! セ |M\@ .-, t' Í . • . . ..... ::' .Ji.· セ[L@ Q L ᄋ ,.¡,セ@ •• •. - セᄋ@ ·:'\"7·, · .• , : '"'-, .·'. ' • .• . セ@ ·.i.., .セ@ . ..:.:..,¡;_ "'...:... Denario acuñado en T11ri.1su, procedente del casrro de Las R;ibas. las de caballito las c uentas oculadas de pasta dtrea, el vino del relato estraboniano 0 los denarios celtibéricos. El intercambio de mercancías o bienes, según Estrabón, se basó en el trueque o e_n ャ。ウ」セ ウ@ de plata, no ・ョ」セエイ£ 、 ッウ・@ en nino-ún momento evidencias ele la ex1stenc1a de una econom1a monetal. b l . Aunque pueda parecer contradictorio, las monedas recuperadas ・Qセ@ as mtervenciones arqu eológicas en yacimientos de la Seguncl_a e、。セ@ セャ・@ hQ ・イセッ@ parecen confirmar esas noticias. Conocemos numerario em1t1do en Turzasu, Sekobirikes, Bolskan, Bilúilis, Celse, Segía, Barscunes, Iltirta o Arekorata (Vega, 1982: 236- 24·0; 1986- 1988: 269; Cepeda, 1999: 266), pero la mayoría de esas piezas presenta una misma y peculia r característica: carecen del desgaste propio de la circulación; algo que sólo puede_ expli.carse si se t_rata de ュセョ・、。ウ@ que fueron atesoradas por s us duefios. Su origen, .1unto a los mtercamb1os cor:1erciales, quizás pueda explicarse también gracias al ya famoso me rcenanado 82 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO cántabro. La mayor parte de las monedas se fechan en el s ig lo I a. de C., cuando se desarrollan en Hispania las campañas contra Sertorio y las guerras civiles entre Cesarianos y Pompeyanos. En ambos conflictos, los generales dinamizarán y aprovecharán las emisiones locales para el pago de la soldada de sus ejércitos, entre cuyas tropas se encontraban contingentes de cán tabros. De esta forma, es posible que alg unas de las piezas respondan a estos pagos, habiéndose atesorado más que por su valor monetal, por su contenido en plata. A modo de curiosidad, hemos de decir que r esulta frecuente encontra r entre los denarios hallados en Cantabria ejemplares forrados, es decir, falsificac iones de época en lasq ue la moneda en vez de en plata se hacía en cobre y se la recubría con una fina capa de plata para llevar al engaño. La libre circulación de mercancías y personas fue acompañada, sin lugar a dudas, del intercambio de ideas y tradicion es; así como de la rea.l ización de pactos, acuerdos y alianzas entre comunid ades. Entre todos ellos, el más conocido es el denominado hospitium o pacto de hospitalidad, cons istente en un acuerdo entre iguales, bien entre individuos o entre un individuo y una comunidad. Encontrarnos la constatación material de la existencia del hospitium en las téseras de hospitalidad, pequelias piezas de bronce o plata, con formas animales o geométricas, que presentaban al menos una cara plana en la que solía inscribirse el pacto. Dichas piezas nunca se fabricaban de forma individual, sino que contaban con una hermana gemela. Su finalidad era sencilla: cada parte contrayente del acuerdo se quedaba con una de las mitades, de tal forma que, si llegase el momento de comprobar la veracidad del pacto, ambas téseras podrían confrontarse. Algo muy ütil, si tenemos en cuenta que habitualmente se trataba de acuerdos de carácter hereditario. Los motivos para crear vínculos de hospitium solían ser bastante diversos: derechos de paso, concesión de ciudadan ía temporal o permanente, aprovechamiento de pastos, etc. Procedente del territorio de la antigua Ca ntabria, para estos Ciltimos momentos de la Edad del H ierro, sólo conocemos dos ejemplares. El primero es la tésera de Monte Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia) (Peralta, 1993: 223- 226; 2003: 14<3-14-5), una pequelia pieza de bronce, con forma de dos manos entrelazadas, en cuyo reverso se lee la inscripción TVRIASICA / CAR, que puede traducirse como « hospitalidad Turiasica o de Turiaso», ciudad loca lizada en la actual Tarazana (Zaragoza). La segunda, recientemente publicada (Fernández Vega y Bolado del Castillo, 201 lb), fue hallada en el castro de Las Rabas (Cervatos, Cantabria). En este caso se trata de una pieza anepígrafa cuya forma representa a un oso visto desde una perspectiva cenital. En su reverso pueden verse un total de seis agujeros que funcionarían a modo de hembras de unión para acoplar una pieza hermana, como la conservada en la Real Academia de la Historia. Esta costumbre no pasó desapercibida a los escritores clásicos, quedando LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA 1 83 bien plasmada, y posiblemente exagerada, en la obra ele Diodoro de Sici lia (Biblioteca Histórica V, 34). Éste, a1 hablar de los Ccl tíberos, dice: «Así, a los extranjeros que llegan a su país todos les piden que se alojen en su casa y rivalizan entre ellos en hospitalidad; y a aquellos en cuya compañía se quedan los extrcny'eros los ensalzan y los consideran gratos a los dioses» (7) Derivadas del lwspill'um coexistieron otros dos tipos de instituciones: las clientelas militares y la devotio. Ambas se caracterizan - y diferencian de la primera- por tratarse de relaciones en las que ya no existen los términos de igualdad. El cliente quedará vinculado al patrono o protegido por él y tendrá que corresponderle, cumpliendo con ciertas obligaciones. La devotio, por su parte, no es otra cosa que un clientelismo de carácter militar. En él, el cliente lleva más al lá de lo normal sus obligaciones, consagrándose al patrono hasta la muerte, sin esperanza de sobrevivi rle. E strabón, al hablar de los pueblos del norte, da como práctica común « ... el consagrarse a aquellos a quienes se vinculan hasta el punto de morir voluntariamente por ellos»; algo que César también recoge en tre los galos (César, B ellum Gallicurn, VI, 19, 5): « ... hasta no hace mucho, en las exequias reglamentarias y completas quemaban junto con ellos a los esclavos y clientes a los que se sabía que más aprecio habían tenido» Actitudes similares pueden encontrase tras los duelos singulares de los funerales de Viriato (Apiano, I beria 75), tras la muerte de los fieles a In díbil en su batalla con tra Roma (Livio, Ab Urbe Condita, XXIX, 2) o, incluso entre los Cántabros Ji terari os del relato de Si 1io l tálico, cuando la tropa mercenaria acaudillada por Laro se enfrenta a su final durante la Segunda Guerra Púnica: «Apenas un solo hombre mostró una determinación digna de ser transmitida a la posteridad y que merezca obtener la recompensa de la fama. Incluso privado de sus armas, el cántabro Laro podía hacerse ten1er por la estatura y corpulencia de sus miembros. A la manera de su gente, entraba en feroz combate con el hacha en su diestra. Y, aunque en torno a él veía que los t[jércitos se habían visto forzados a huir y dispersarse, que la trojJa de guerreros de su tribu había sido exterminada, él llenaba por si solo el espacio de los muertos. Si el enemigo lo abordaba de cerca, le agradaba saciar su ira golpeándole en la frente; si le atacaban por la izquierda, giraba su arma golpeando del revés. Pero, cuando un rival fi'ero y convencido 84 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA 1 85 de su victoria le venia por la espalda, sin inmutarst' por nada, era capaz de lanzar su hacha de doble filo por detrás; desde cualquier parte que lo acometieran, se mostraba él como un Lemible guerrfl'o. Contra él Escipión, hermano del invencible general, arrojó con todas susfuerzas su Lanza, que destrozó la empenachada cabellera de su morrión: en r:frcto, apuntó su arma demasiado alto, y, al chocar con la segur levantada, salió despedida a fo lf{jos. L aro, por su parle, acrecentó su cólera ante aquel enorme proyectil y, acometiendo a g randes gritos, disparó su hacha de doble filo de bárbaro. Se estremecieron ambos f rentes, el centro del escudo retumbó por los aires cuando el arma golpeó con todo su peso. P ero no quedó impune, pues la espada de Escipión le amputó la diestra cuando retrocedía después de propinar el golpe, y allí quedó, rnuerto junio a s11 annafavorita.» (Sitio Itálico, L a Guerra P única XVI 45-67) Guerreros cántabros de los siglos lI 1 y 1 a. de C. (de izquicrd; a derecha). Dibujo: Isaac Jadr.1 q11c. En cuanto a la organ izació n de la sociedad cántabra, parece q ue ésta se basó en un sistema de honda r aíz indoeuropea, dond e la base principal la componían las unidades fa miliares, entend idas en su sentido más amplio. Yendo d e más a menos, d entro del territorio d111tabro ex istían varios populi: Con iacos, Moroeca ni, Ve llicos, Plentusios, Sa laenos, Ca maricos, Ava r iginos, Orgenomescos, Vad inienses y Concanos; a los q ue podría añadirse el más dudoso de los Noegos (Peralta 2003: 126- 128). Todos ellos, a su vez, se co mponían de un nC11nero indeterm inado de unidades s uprafa.miliares, ta mbié n conocidas como gentilitates, cognationes o «ge ni ti\'os de pi ural», q ue agrupaban a d isti n tas uni dades fa miliares relacionad as e n tre sí por lazos de pare n tesco (Pera lta 2003: 11 0- 14·0). Par a hacernos un a idea, se trataría de g ru pos similares a los clanes. Si por algo fue conocido el pueblo cá ntabro e n la Antigüed ad fue por su carácter g uer rero. Este espír itu belicoso, acentuado po r su inclinación al me rcenariado y al ser vicio de arm as en los ej ércitos romanos, d io luga r incluso a un topos lite r ario. Según nos cuenta Silio Itáli co (L a Guerra P única III 328332), sienten « ... una extrmia inclinación: cuando la pesada vq'ez Les llena de canas, arrebatan al destino los mios que han de pasar ya sin combatiry no soportan la vida sin la guerra. Y es que La única razón de su e.xistencia radica en las armas, les repugna vivir en paz». Desde q ue la Península I bér ica se conv irtió en el campo de operaciones do nde, duran te más de tres siglos, se enfren taron las principales potencias del Med ite rráneo, es frecuente e ncon t ra r en las fuen tes clásicas referencias a la par t icipació n d e cántabros e n los distin tos ej ércitos: en las t ropas cartaginesas d e Asdrú bal durante la Primera G ue r ra Púnica; como ali ados de los celtíberos, los Yacceos y lo aquitanos en sus luchas con Roma; en los ejércitos d el 86 1 CÁNTABROS, O RIGEN DE UN PUEBLO rebelde Sertorio; o como auxilia res de las legiones pompeyanas e nfre ntadas a César d urante la G uerra Civ il. S in oh,id arnos, cl ar o está, de que, tras s u der ro ta a manos de Ro m a, no tard aron e n e n rola rse, co rno a ux iliar es o symmacharii, en el ejé rcito imperial. En el estad o ac tu al d e nues tros conocimien tos, podemos decir que la pa noplia cánt ab r a se car acterizó, sobre todo, por la presencia de las a rmas a rrojad izas. Algo común a los hispanos, los cuales solían po rtar dos lanzas, un a par a ser a r rojada y la ot ra para e l combate. En alg unas de las monedas conme morati\'as d e las Gue rras Cántabras, las con ocidas como «de la caetn1», jun to a es te pequeño escuelo c ircular, una falcata y un pu11al Cuchillo del castro de Las Rabas. d e t ipo bidiscoiclal, p ueden ver se las dos lanzas. Estas a r mas de asta, ju nto con el regató n q ue permitía que pud ieran ser clavadas en la tie rra, p resenta n unas dimension es y una forma \'ari able, algo q ue q ued a bien doc umentado en los ha llazgos de M on te Bernor io; así com o en la conocida estela de San Vicente de T o ra n zo. Hecien tem ente, dentro de las armas a dis tancia em pleadas por los Cánta bros se ha incluido la ho nda, a partir de las evide ncias ele p royectiles doc umentad as en e l cast ro de La L o ma (Sa n tibáí'íez de la Peí'í a, Palencia) (Pe ralta, 2009b: 88). La s acuñacio nes de P. Carisio, e mi t idas a partir de 24 a. d e C., mu estra n tam bién el uso de arma s cort as, prin cipalm ente puí'í ales. E n ellas apa recen cl aras represen taciones de los t ipos conoc idos como bid isco idales o d e t ipo «Miraveche-Monte Bernorio», docume ntados a rqueológicamente e n yacimie ntos com o la C ueva de Cofresnedo o M o n te Berno rio. Jun to a ellos, también e representa la famosa falcata, la car acterís tica espada curva ibérica, con un uso atestiguado e n e l á mbi to celtíbero, pero de la que por e l momento no se ha con seguid o d ocume nta r ni ngú n ejemplar e n Cantabr ia. En relación a LA EDAD DEL H IERRO EN CANTABRIA 1 87 esto, hay que mencionar la existencia de cuchillos afalcatados, como los procedentes del castro de Las Rabas, del ele Monte Ornedo o de Amaya. En algunas ocasiones, parece que este t ipo de cuchillos solían llevarse en el exterior de las vainas de las falcatas. D e en t re todas las a rmas, la m ás conocida a nivel popular hoy en día es el hacha de doble fi lo, la bipenne con la q ue L aro hizo frente a los romanos en el relato de Silio Itálico. C uriosam en te, s u fa ma es inversamente proporcional a su documentación a rqueológica. Junto a la consabida cita clásica, las evidencias d e su exis tencia se reducen, n uevamente, a la iconografía de las monedas de Car isio y a u n peq ueño ejemplar en mi n iatura, de tipo votivo, hallado en Herrer a de Pis uer ga (Pale nc ia). Por el contrar io, sí son habitua les las hachas de un solo fil o, como las de L as Rabas, Monte Bernor io o Caravia, relacionadas, por su poi ivalcncia, tanto con el trabajo de la madera como con la guerra. El elemento de defensa pr incipal fu e el escudo, concretamente la caetra, un pequeño escudo circul ar con um bo metálico propio de las tropas de infantería liger a. Aunq ue su base orgánica, de m adera y / o cuero, no ha llegado hasta nosot ros, sí que se han docum ent ado restos de umbos en Monte Bernorio; acompai'íaclos de las asideras y an illas ele sujeción, destinadas a colgarlos al hombr o par a s u t r anspor te. D e las fue n tes se deduce la ex istencia también de c uerpos ele infan ter ía pesada que por tarían scuta, escudos de for ma oblonga y grandes d ime n sio nes, r ealizados con madera y recubiertos ele cuero, como el de los galos; o circ ular, como el que portan los guer reros de la estela de Zuri ta. P ara el c uerpo es posible que hicier an uso de las corazas de lino citadas por E strabón, sobre las cuales, qui zás, portasen petos circulares y metálicos, como los hallados en la meseta o los rep resentados en algunas esculturas, corno el idol ill o de Retor tillo (Cam poo de Enmed io, Cantabr ia). El resto de su defensa se completa ría posiblemente con grebas (Peralta 2003: 191 . 2009b: 91) y con alg ún complem ento par a la cabeza, bien una sencilla banda como la mencionada po r Est rabón (Geografía I II , 3, 7), un casco de cuero (Silio l tálico, La Guerra P única XV I 60-61) o los m ás elaborados casco metálicos de aspecto cónico represe ntad os en las m on edas alusivas a las Guerras Cántabras. Pero ni todo est e armame nto ni s u vol untad guerrera serían suficientes para e nfre nta rse y parar a la maq uina ria militar más efectiva del momento. Roma, decidida a pacificar el terri to rio cántabro y astu r costase lo que costase, había ven id o pa ra qued ar se y par a ello no dudó en emplear a s us legiones como her ra mie nta perfecta pa r a ab rir las puertas del cor azón de la Cordillera Cantábr ica. Las G ue rras Cántabras s upusieron el final de la Edad del Hier ro en Can tabri a, del lil timo per iodo de la P rehistor ia de esta tierra. Aunque ésta es una histor ia que ser á tratada e n ot ro artículo de este libro. LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA 88 1 89 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO 1 BOHIGAS ROLDÁN, R. (1982): Restos arqueológicos altomedievales en Cantabria. Valladolid. NOTAS br (1) Estrofas IV a XIV de la traducción en verso del Canto de Lelo realizada por Antonio de Tr eb cada en La Ilustración Española Y Americana el 25 de Marzo de 1870' Año XIV, Nº 7, pág1na .u 9ª4' .pu i- :c. BOHIGAS ROLDÁN, R. y UNZUETA, M. (2000) : Estudios de la Edad del Hierro en Cantabria Oriental. Excavación de la Peña de Sámano (Sámano, Castro Urdiales). 1996, 1998-1999, en ONTAÑÓN PEREDO, R. (coord.): Actuaciones arqueológicas en Cantabria 1984-1999. Consejería de Cultura, Gobierno de Cantabria. Santander, pp. 322-325. (2) Estas conclusiones no son del todo correctas pues, como veremos más adelante en esta cam aña pudieron recuperarse un cuchi llo afalcatado y un denario republicano acuñado a del s. 111 BOHIGAS ROLDÁN, R. y UNZUETA, M. (2009): Las investigaciones arqueológicas en el oppidum de la Peña de Sámano (2000-2005). Actas del Congreso Medio Siglo de Arqueología en el Cantábrico Oriental セSI@ y su Entorno. Vitoria-Gasteiz, pp. 977-992. ヲゥョセャ・ウ@ セウエ。@ pu1;ta de lanza. presenta características morfológicas que también permitirían barajar para el la ec as mue 10 más tard1as, llegando incluso hasta la plena Edad Media. i6 sセァョN@ sus autores 285 hectáreas corresponderían al asentamiento prerromano mientras que las otras 1 1Sec1tacreas corre2sponden a la vaguada que actúa a modo de foso natural (Cisneros y López 2005· . 1sneros 006: 32). ' · 150- BOHIGAS ROLDÁN, R.; UNZUETA PORTILLA, M.; CANCELO MIELGO, C. y FERNÁNDEZ PALACIOS, F. (2008): Las investigaciones arqueológicas en el castro de la Peña de Sámano (2000-2003). Actuaciones Arqueológicas en Cantabria 2000-2003. Consejería de Cultura, Tu rismo y Deporte, Gobierno de Cantabria, pp. 169-1 76. (5) Esta ceca, aunque es de difícil ubicación, se localiza tradicionalmente en Ágreda (Soria). BOHIGAS ROLDÁN , R.; UNZUETA PORTILLA, M .; MOLINERO ARROYABE, J. T. y FERNÁNDEZ PALACIOS, F. (1999): El Castro de la Pe1ia de Sámano. Oppidum (S)Amanorum. Regio Cantabrorum. (6) Pasaje ex.traído de la Geografía de Estrabón traducida por Mª José Meana y Félix p·bl. d por la Editorial C redos en 1992. mero, pu 1ca o Santander, po. 79-90. (7). Pasaje extraído de la Biblioteca Histórica traducida por Juan José Torres Esbarranch pub!' d 1 Editorial Credos en 2004. , 1ca o por a BOLADO DEL CASTILLO, R. y FERNÁNDEZ VEGA, P. A. (2010): El castro de Las Rabas (Cervatos, Carnpoo de Enrnedio), en SERNA GANCEDO, M. L.; MARTÍNEZ VELASCO, A. y FERNÁNDEZ ACEBO, V.: Castra en Cantabria . Fortificaciones desde Jos orígenes de la Edad del Hierro a las guerras con Roma. Catálogo, revisión y puesta al día. ACANTO, Santander, pp. 403-428. BOLADO DEL CASTILLO, R.; FERNÁNDEZ VEGA, P. A. y CALLE)O GÓMEZ, ). (2010): El recinto fortificado de El Pedrón (Cervatos, Cantabria), los campamentos de La Poza (Campoo de En medio, Cantabria) y el castro de Las Rabas (Cervatos, Cantabria): un nuevo escenario de las Guerras Cántabras. Kobie 29, BIBLIOGRAFÍA pp. 85-108. ADÁN G.E.; MARTÍNEZ · · r·1ca del t dÁ LVAREZ, c · (C · . FAEDO ' L. y DÍAZ GARCÍA, F· (1994)·. L.1mp1eza estrat1grá c::-ss '.o e arav1a arav1a, Asturias): reconstrucción arqueológica/histórica. Zephyrus XLVII, pp. 343_ 2 ARI AS セa ba l@ P. Y ONTAÑÓN PEREDO, R. (2000): Sondeos arqueoló icos en acim i n de mumc1p10 de Entrambasaguas, en ONTAÑÓN PEREDO, R. (coord.):gActuaci:nes are Cantabria 1984-1999. Consejería de Cultura, Gobierno de Cantabria. Santander, pp. 23f-23 9, g cab l la Antigua Cantabria. Universidad de Cantabria. N セN[@ ヲ。セ@ ARIAS CABAL, P.; ONTAÑÓN PEREDO, R.; CEPEDA OAMPO, J. J.; PEREDA SAIZ, E. y CUETO RAPAセol@ セᄋ@ (2019): Castro de El Alto de la e.arma (Omoño, Ribamontán al Monte), en SERNA GANCEDO · .,. MARTINEZ VELASCO,A Y FERNANDEZ ACEBO, V .: Castra en Cantabria. Fortificaciones 、・ウセ@ los ongdenes de la Edad del Hierro a las guerras con Roma. Catálogo revisión y puesta al día ACANTO ' · ' Santan er, pp. 501-514. cセbaL@ P. Y ONTAÑÓN PEREDO, R. (2008): Zona Arqueológica de La Garma (Omoño C1 。ュッョセ@ セ。@ Monte). cセュー。￱ウ@ 2000-2003. Actuaciones Arqueológicas en Cantabria 2000-2003, · onse¡ena e Cultura, Turi smo y Deporte, Gobierno de Cantabria, pp. 43-65. カ」。ャセ BARRI L VICENTE, M. (1.995): El castro de «Los Baraones» (Valdegama, Palencia): un poblado en el alto N、・ ャ@ P1suerga. 111 S1mpos10 sobre los celtíberos. Poblamiento celtibérico Institución Fernando el ato ICO, pp. 399-408. . Q セari c l@ eg10 VICEbNTE, M. (1999): D os yacim ientos de la Edad del H ierro, castro de Los Baraones y Bernorio anta rorum. Santander, pp. 43-51. CEPEDA, J. J. (1999): La circu lación monetaria en la Cantabria romana. De la conquista al siglo 111. Regio CISNEROS CUNCHILLOS, M (2006): Las arquitecturas de la Segunda Edad del Hierro en el territorio de ONTAÑÓN PEREDO, R.; ARMENDÁRIZ GUTIÉRREZ, A. y PEREDA SAIZ E (2003)aセョ。、イオャッァゥ」@ de La Garma (Ribamontán 。ャ⦅ セッョエ ・IZ@ La Garma A, cuevas sepulcrales; 」セウエイッ@ dei o e a arma, en ARIAS CABAL, P.; ONTANON PEREDO, R.; GARCÍA MONCÓ PIÑEIRO C H,IRA MAYOLINI, L. C. (ecls.): 111 Congreso del Neolítico en la Península Ibérica Libro Guía d e . y s1on. Preactas, pp. 42-57. · xcur- セMas@ CARBALLO, J. (1948): Las estelas gigantes de Cantabria. Cuaderno de Estudios Gallegos, IX. Cantabrorum. Santander, pp. 259-268. オセᄎ[ᄀョゥ」l・Z@ セrias@ CALDERÓN, F. y DE RUEDA, G. (1945): La estela gigante de Zu rita. Altamira, 2-3, p.109. · BOHIGAS ROLDÁN, R. (1978): Yacimientos altomed ieva les de la antigua Cantabria. Altamira XLI. Santander, pp. 17-48. CISNEROS CUNCHILLOS, M. y LÓPEZ NORIEGA, P. (eds.) (2005): El Castro de fa U/afia (Humada, Burgos). La documentación arqueológica (7997-2001). Universidad de Cantabria. CISNEROS CUNCHI LLOS, M.; MARCO SIMÓN, F.; PINA POLO, F. y RAMÍREZ SÁDABA (2008) : La situación de los pueblos cántabros antes de la conquista romana, en AJA SÁNCHEZ, J. R.; CISNEROS CUNCH ILLOS, M. y RAMÍREZ SÁDABA (coords): Los Cántabros en la Anligüedad. La Historia frente al Mito. Universidad de Cantabria, pp. 49-99. CISNEROS CUNCHILLOS, M; QUINTANA, J. y RAMÍREZ, J. L. (2005): Peña Amaya y Peña Ulaña: Toponimia y Arqueología prerromanas. Paleohispánica 5. Actas del IX coloquio sobre lenguas y culturas paleohispánicas, pp. 565-584. DEIBE BALBÁS, M. A. (1986-1988): Una punta de lanza de Riaño de lbio (Cantabria). Sautuola V, pp. 63-69. FERNÁN D EZ VEGA, P. A. y BOLADO DEL CASTILLO, R. (2010): Santa Marina (Monte Ornedo. Cantabria), en SERNA GANCEDO, M. L.; MARTÍNEZ VELASCO, A. y FERNÁNDEZ ACEBO, V.: Castra en Cantabria. Fortificaciones desde los orígenes de la Edad del Hierro a las guerras con Roma. Catálogo, revisión y puesta al día. ACANTO, Santander, pp. 379-386. FERNÁNDEZ VEGA, P. A. y BOLADO DEL CASTILLO, R. (2011a): El recinto campamental romano de Santa Marina (Valdeolea, Cantabria): un posible escenario de las Guerras Cántabras. Resultados preliminares de la campa1ia de 2009 . Munibe 62, 303-339. FERNÁNDEZ VEGA, P. A. y BOLADO DEL CASTILLO, R. (201 lb): Una nueva tésera de hospitalidad en 90 セ ・[セ ゥZッ[セ 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO P セ£ョエ。「イッZ@ LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA el oso del castro de Las Rabas (Cervatos, Cantabria). Archivo Español de Arqueología frセile@ LÓPEZ, M. A. (1990): Historia Social y Económica de Cantabria hasta e/ siglo Reinosa-Santander. x · Ed A F ·1 · · ra1 e. FRANKOWSKY, E. (1989): Estelas discoideas de la Penfnsula Ibérica. Madrid. GARCÍA guinセaLN@ セᄋ@ A. Y RINCÓN, R. (1970): El asentamiento cántabro de Celada Mar/antes (San tander). lnst1tuc1on Cultural de Cantabria, Santander. GARCÍA GU INEA, M. A.; GONZÁLEZ ECHEGARAY J y SAN MIGUEL J A (1966) E · Monte Cildá. Olleros de Pisuerga (Palencia). Madrid.' . , . . : xcavac1ones en GO-A//RCÍAdGUp·INEA, Mp. Al. ; IGLESIAS, _1· M. y SAN MIGUEL, J. A. (1973) : Excavaciones en Monte Cildá eros e 1suerga ( a enc1a). Madrid. · PERALTA LABRADOR, E. (1996): Las estelas discoideas gigantes de Cantabri a. La Arqueología de los Cántabros. Actas de la Primera Reunión sobre la Edad del Hierro en Cantabria. Fundación Marcelino Botín, pp. 313-341 . PERALTA LABRA DOR, E. (2 000): El asedio augústeo de la Espina del Gallego. Campañas arqueológicas de 1997 a 1999, en ONTAÑÓN PERE DO, R. (coord.): Actuaciones arqueológicas en Cantabria 19841999. Con;ejería de Cu ltura, Gobierno d e Cantabria. Santander, pp. 363-368. PERALTA LABRADOR, E. (2001) : Los Cántabros, en ALMAGRO-GORBEA, M.; MARINÉ, M. y ÁLVAREZ SANCHÍS, J. R. (eds.): Ce/tas y Vettones. Diputación Provincial de Ávila, pp. 360-368 . PERALTA LAB RADOR, E. (2003): Los Cántabros antes de Roma. Real Academia de la Historia. Madrid. PERALTA LAB RADOR, E. (2004): La conqui sta romana de Campoo: arqueología de las guerras cántabras. Cuadernos de Campoo 36, pp. 28-42. PERALTA LAB RADOR, E. (2007) : La Loma, en MORILLO, A . (ed .): El ejército romano en Hispania. Cu ía Arqueológica . Universidad de León, pp. 363-365 . gP セz￁le@ ECHEGARA Y, J. (1983): Fíbula d e doble resorte hallada en Barago (Cantabria) Traba¡·os de Pre ustona nº 40, vol. 1, pp. 307-308. · PERALTA LABRADOR, E. (2008a): Equipamiento militar romano de la conquista de la antigua Cantabria. GONZÁLEZ ECHEGARAY, J. (2004): Los Cántabros. Estvdio, Santander. PERALTA LABRADO R, E. (2009a): Las Guerras Cántabras, en ALMAGRO-GORBEA, M. (coord.): Historia Militar de España. l. Prehistoria y An!igüedad. Ediciones del Laberinto, Madrid, pp. 247-265. cuenセL@ E. Y HIERRO GÁRATE, J. A. (2001): La guerra cantábrica: de ficción historiográ1ca a 1cc1on arqueolog1ca. N ivel Cero 9, pp. 71-96. l am lf セ@ DÍAZ'. C; MUÑOZ FERNÁNDEZ, E. '. SAN MIGUEL LLAMOSA, C. y FERNÁNDEZ IBÁÑEZ, C. (199.6). E.I yac1m1ento de El Ostrero (Alto Mal1año, Cantabria). Memoria de excavación. En el final de la Preh1stor1a. Ocho Estudios sobre Protohistoria de Cantabria. Santander, pp. 141-156. セenrNコ@ 91 GÓMEZ ORTIZ, J. (1938): Dos estelas di scoideas de Cantabria. Asociación espaiiola ¡:>ara el progreso de /as c1enc1as. Santander. Q セutieヲᄋr@ 1 DE bWILDE, M. (1991): Iberia Céltica. Archaologische zeugnisse Keltischer Kultur auf der yrenaen 11a1 111sel, 1-11. Franz Steiner, Stuttgart. LLANO DE LA ROZA DE AMPUDIA, A. (19 19): El libro d e Caravia. Oviedo. LUENGO, J. Mª. (1940): El castro de Morgovejo (León). Atlanlis XV, pp. 170-1 71. セaᄎj@ GARCÍA, M. A. (inédita): Revisión y estudio de Jos materiales arqueológicos del yacimiento e eª. a Mar/antes conservados en el Museo Regional de Prehiswria y Arqueología. Un iversidad de C antabria. Presentada en 1985. MAYA GONZÁLEZ, J. L. (1989): Los castros en Asturias. Bibl ioteca Histórica Asturiana 21. Gijón. montセ@ BARQUÍN, R. Y SANGU INO GONZÁLEZ, J. (dirs.) (2001) : La Cueva de El Pendo. Actuaciones arqueo g1cas . 1994-2000. Ayuntamiento de Camargo, Consejería de Cultura, Turismo y Deporte ' Asamblea Regional de Cantabria. Santander. Sautuo/a XIII, pp. 493-5 11 . PERALTA LABRADOR, E. (2009b): Los pueblos del Norte, en ALMAGRO-GORBEA, M. (coord. ): Historia Militar de España. l . Prehistoria y Antigüedad. Ediciones del Laberinto, Madrid, pp. 81-98. PERALTA LABRADOR, E.; FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, F.; AYLLÓN MARTÍNEZ, R. y SERNA GANCEDO, M. (2005): El Castro de Castil lo {Prellezo, Va l de San Vicente, Cantabria). Sautuola XI, pp. 95-105. PERALTA LABRADOR, E.; HIERRO GÁRATE, J. A. y GU IÉRREZ CUENCA, E. (201 1): Las monedas de los campamentos romanos d e cam paña de las Guerras Cántabras del ased io de La Loma, Casti llejo y el Alambre. Lucentvm XXX, pp . 151-172. PERALTA LA BRADOR, E. y OCEJO HERRERO, A. (1996): El poblam iento de la Edad de l Hierro en el sector central del cantábrico. La Arqueología de los Cántabros. Actas de la Primera Reunión sobre la Edad del Hierro en Cantabria . Fundación Marcel ino Botín, pp. 21-63 . QU INTANA LÓPEZ, J. (2008): Amaya ¿Capital de Cantabria?, en AJA SÁNCHEZ, J. R. ; CISNEROS CUNCHILLOS, M. y RAMÍREZ SÁDABA (coords.) : Los Cántabros en la Antigüedad. La Historia frente al Mito. Universidad de Cantabria, pp. 229-264. QUINTANA LÓPEZ, J. y ESTREMERA PORTELA, S. (2009): La ocupación prehistórica del castro de Peña Amaya (Amaya, Burgos). Sauwola XIV, pp . 107-124. RENFREW, C. y BAH N , P. (1993): A rqueología. Teoría, métodos y práctica. Akal Ed iciones. MOLINER_O arセybeL@ J. T.; ALIOTO MOLINERO, T. y AROZAMENA VIZCAYA, J. F. (1992): Castro de Samano (Castro Urd1ales). Trabajos de Arqueología en Cantabria I d e la pセョN。@ , Monografías Arqueologicas 4, p p. 153_166 . RINCÓN, R. (1985): Las Culturas del M etal, en GARCÍA GUINEA, M. A. Historia de Cantabria : Prehistoria, Edades Antigua y Media. Santander, pp. 113-209. MORLOTE,. J. M.; MUÑOZ,. E.; SERNA, A. Y ÁNGELES VALLE, M ª (1996): Las cuevas sepulcra les de la セ。@ dde: Hierro en Cantabri a. La Arqueología de los Cántabros. Actas de la Primera Reun ión sobre la a e Hierro en Cantabna. Fundación Marcelino Botín, pp. 195-279. Santander. MORO, R. (1891 ): Exploraciones Arqueológi cas. Boletín de la Real Academia d e la hi storia vo l XVII I pp. 426-440. . , MUÑOZ FERNÁNDEZ, E. Y MORLOTE EXPÓSITO, J. M. (2000): Documentación arqueológica de la d )· cueva del Calero 11 y _la. si ma del Portillo del Arenal, en Piélagos, en ONTAÑÓN PEREDO R ( Ca」セッ「 イ@ : . Actuac io nes arqueo/og1cas en Cantabria 1984- 1999. Consejería d e Cultura Gobierno 、セ@ Santander, pp. 263-266. ' na na. PERA LTA LABRADOR, E. (1993): La tésera cántabra de Monte Cildá (Olleros de Pisuerga Palencia) Comp1utum 4, pp. 223-226. ' · RU IZ COBO, J. y SMITH , P. (d i rs.) (2003): La Cueva de Cofresnedo en el valle de Matienzo. Actuaciones Arqueológicas 1996-200 7. Gobierno de Cantabria, Consejería de Cultura, Turismo y Deporte. RUIZ GUTIÉRREZ, A . (1999): El castro de Argüeso-Fontibre (Hermandad de Campoo de Suso, Cantabria). Regio Cantabrorum. Santander, pp. 53-61. RUIZ GUTI ÉRREZ, A. (201 O): Castro d e La Campana, en SERNA GAN CEDO, M. L.; MARTÍNEZ VELASCO, A. y FE RNÁ NDEZ ACEBO, V.: Castra en Cantabria. Fortificaciones desde los orígenes de la Edad del Hierro a las guerras con Roma. Catálogo, revisión y puesta al día. ACANTO, Santander, pp. 363368. RUIZ GUTIÉRREZ, A. (i nédita): Estudio histórico-arqueológico de Monte Cildá (Aguilar de Campoo, Pa/enciaJ.Tesis doctoral presentada en 1993 . Santander. LA EDAD DEL HIERRO EN CANTABRIA 1 93 92 1 CÁNTABROS, ORIGEN DE UN PUEBLO M SAN M IGUEL LLAMOSAS, C.; MUÑOZ FERNÁNDEZ, E.; FERNÁNDEZ ACEBO y SERNA GANCEDO, A. (1991 ): La Cueva del Puyo (Prospecciones arqueológicas destructivas en el ario 84). Arquenas 1, pp. 159-191. SAN VALERO APARISI , J. (1944): Excavaciones Arqueológi cas en Monte Bernorio (Palencia). Primera Campaña, 1943. Informes y Memorias nº 5. Madrid. SAN VALERO APARIS I, J. (1960): Monte Bernorio. Aguilar de Campoo (Palencia). Campaña de Estudio en 1959. Excavaciones Arqueológicas en Espa1ia nº 44. Palencia. SCHULTEN, A. (1942): Castros prerromanos de la Región Cantábrica. Archivo Espa1iol de Arqueología XV, nº 46, pp. 1-16. SERNA GANCEDO, M. L. (2010): Castro de Castillo de Prellezo (Prellezo, Val de San Vicente), en SERNA GANCEDO, M. L.; MARTÍNEZ VE LASCO, A. y FERNÁNDEZ ACEBO, V. : Castra en Cantabria. Fortificaciones desde los orígenes de la Edad del Hierro a las guerras con Roma. Catálogo, revisión y puesta al día. ACANTO, Santander, pp. 173-180. SERNA GANCEDO, M. L. ; MARTÍNEZ VELASCO, A. y FERNÁNDEZ ACEBO, V. (2010): Castra en Cantabria. Fortificaciones desde los orígenes de la Edad del Hierro a las guerras con Roma. Catálogo, revisión y puesta al día. ACANTO, Santander. SERNA, A.; MALPELO, B.; MUÑOZ, E.; BOHIGAS, R.; SMITH, P. y GARCÍA, M. (1994): La cueva del Aspio (Ruesga, Cantabria): Avance al estudio del yacimiento, en LASHERAS, J. A. (ed.): Homenaje al Dr. Joaquín González Echegaray. Museo y Centro de Investigación de Altamira. Monografías 17. Santander, pp. 369-396. SMITH, P. (1996): El depósito arqueológico de la cueva de Reyes (Matienzo). La Arqueología de los Cántabros. Actas de la Primera Reunión sobre la Edad del Hierro en Cantabria. Fundación Marcelino Botín, pp. 173-191. TORRES MARTÍNEZ, J. F. (2003): A economía dos celtas da Hispania atlántica. Vols, 1y11. Serie Kei ltia, Editaría Toxosoutos. A Coruña. TORRES MARTÍNEZ, J. F. (2007): Monte Bernorio en su entorno. Resumen de los trabajos arqueológicos efectuados en la camparia de 2004, en FANJUL PERAZA, A. (coord.): Estudios varios de arqueología castreña. A propósito de las excavaciones en los castros de Teverga (Asturias). Ayuntamiento de Teverga e Instituto de Estudios Prerromanos y de la Antigüedad, pp. 77-10 1. TORRES MARTÍNEZ, J. F. y SERNA GANCEDO, M. L. (201 1): Sistemas defensivos en el oppi dum de Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia). Nivel Cero 12, pp. 73-87. VALLE GÓMEZ, A. (2000): El poblamiento prehistórico en el arco sur de la bahía de Santander. El Alto del Gurugú, en ONTAÑÓN PEREDO, R. (Coord.): Actuaciones arqueológicas en Cantabria 1984-1999. Consejería de Cu ltura, Gobierno de Cantabria. Santander, pp. 355-356. VALLE GÓMEZ, Mª. A. (2008): El poblamiento de la Edad del Hierro en el Castro de Castilnegro. Cam pañas 2000-2003. Actuaciones Arqueológicas en Cantabria 2000-2003. Consejería de Cultura, Turismo y Deporte, Gobierno de Cantabria, pp. 159-164. VALLE GÓMEZ, Mª. A. (2010): Castro de Castilnegro (Medio Cudeyo, Liérganes), en SERNA GANCEDO, M. L.; MARTÍNEZ VELASCO, A. y FERNÁNDEZ ACEBO, V.: Castra en Cantabria. Forlificacioncs desde los orígenes de Ja Edad del Hierro a las guerras con Roma. Ca!álogo, revisión y puesta al día. ACANTO, Santander, pp. 473-488. VALLE GÓMEZ, Mª. A.; MOR LOTE, J. M. y SERNA, A. (1996): Las cuevas con restos de ocupaciones de la Edad del Hierro. La Arqueología de los Cániabros. Ac!as de la Primera Reunión sobre Ja Edad del Hierro en Cantabria. Fundación Marcelino Botín, pp. 95-111. VALLE GÓMEZ, Mª. A. y SERNA GANCEDO, M. L. (2003): El Castro de Casti lnegro y otros asentamientos de la Edad del Hierro en el entorno de la Bahía de Santander, en FERNÁNDEZ IBÁÑEZ, C. y RUIZ COBO, J. (eds.): La Arqueología de la Bahía de Sanlander. Fundación Marcelino Botín, Santander, pp. 351-390. VALLE GÓMEZ, Mª. A. y SERNA GANCEDO, M. L. (201 Oa): Castro de Peñarrubia (Tarriba, Liérganes), en SERNA GA.NCE?O, L. MARTÍNEZ VELASCO, A. y FERNÁNDEZ ACEBO, V.: c。ウエセ@ en d. d., I , de la Edad del Hierro a las guerras con Roma . Ca talogo, Cantabria. Fortif1cac1ones es e os ongenes revisión Y puesta al día. ACANTO, Santander, pp. 489-493. . · GANCEDO M L (201 Ob): Poblado de El Gurugú (Boo de Guarnrzo, L. MÁRTíNÚ VE LASCO, A. y FERNÁNDEZ ACEBO, V.: Castra VALLE. GOMEZ, M". A. Y SERNA EL Astillero), en seNセna@ .GANCEDdO,I M. :' d la Edad del Hierro a las guerras con Roma. Catálogo, en Cantabria. Foruf1caC1ones des e os ongenes e .. revisión Y puesta al día. ACANTO, Santander, pp. 467-472. N d EYNDE CERUTI, E. (2000): Excavaciones en el castro de Peiia Campana セョN@ aイァオ・ウセ@ VA en 9 ONTAN- o' N PEREDO R. (coord.): Actuaciones arqueolog1cas en ñas de 1990 Y 19 1, en ' · 7 -1 72 · _7999. Consejería de Cultura, Gobierno de Cantabria. Santander, pp. 1 1 cari:aanta na 1984 VEGA DE LA TORRE, J. R. (1982): Numismática antigua de la Provincia de Santander. Sautuola 111, pp. 235-271. VEGA DE LA TORRE, J. R. (1986-1988): Hallazgos numi smáticos de época romana en Palencia, Burgos y Cantabria. Sautuola V, pp. 257-270.