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1 Sobre Soberón, Fabián. Ciudades escritas. Crónicas desde EEUU, Villa María: Eduvim, 2015, 82 pp., ISBN: 978-987-699-144-5. por Marcos Adrián Pérez Llahí* No siendo estrictamente un libro sobre cine, el breve volumen de Soberón se deja leer como un conjunto de meditaciones sobre el espectador de cine, a propósito de todo eso que a éste le ocurre fuera de la sala. En la vida, cuando está condenado a la realidad de las cosas. Sus crónicas desde Estados Unidos remiten a una serie dispar de lugares al este (Vermont, Burlington, Boston, New York) y al oeste de la Unión (La Jolla, Hollywood, San Diego, Los Ángeles). De “costa a costa”, como si realmente ese país se tratase sólo de un contorno y no existiese en su interior, siendo apenas una forma vacía que se llena con las fantasías del que ya estuvo allí, siempre estuvo allí antes de haber ido, a través de lo que deja ver la pantalla plateada del cine clásico. Así, los Estados Unidos se convierten en un territorio fabricado por el deseo del espectador cinéfilo, el amante de las películas viejas, esas que ya no se hacen pero que todavía se miran. Y que por ser irrepetibles, porque ya nadie sabe cómo hacerlas en realidad, se veneran con afán malsano, como una adicción que no cesa. No siendo estrictamente un libro sobre ciudades, las crónicas de Soberón funcionan como los apuntes de un flâneur fascinado, perdido en esos detalles viscerales que son los que diferencian al mapa del territorio, ese fuera de 2 campo infinito por el que los habitantes transitan las urbes lejanas pero a fin de cuentas reales, cotidianas, siempre un poco desangeladas, decepcionantes, tímidas copias defectuosas de nuestros sueños en cinemascope. El de Soberón es un libro sobre viajes, esa actividad que por ser lo enteramente opuesto al cine puede compararse con él, solapando una experiencia con la otra ya que el resultado que se persigue en ambas es, en realidad, el mismo. El puente lo tiende la literatura, la cultura letrada, condensada en una llave misteriosa que Luis Chitarroni le entrega al narrador durante un paseo por el zoológico de Buenos Aires en el prólogo del libro. Y nada volveremos a saber de esa llave. Las crónicas de Soberón son secas, precisas, austeras. Como la prosa de Carver (a quien también se cita en una de ellas, en la de Vermont), y nos dejan la sensación siempre un poco amarga de ese instante cualquiera que se perderá para siempre en cuanto ya no podamos recordarlo, y eso será muy pronto, porque no revestía mayor importancia, porque era tan solo un instante cualquiera. Apenas minutos, segundos, que son como fotogramas de una película imposible en la que se ve a alguien comer frambuesas de un bowl, porque está vivo y entonces puede hacerlo. Como un etnógrafo, o un turista, Soberón detalla imágenes al azar que son en sí mismas postales culturales, figuraciones de un otro demasiado conocido como para extrañarlo con facilidad. El lugar de lo cotidiano esparcido sobre unos recorridos más o menos previstos, pero siempre sorprendentes. Los Estados Unidos vistos desde la paralaje de sus letras. El periplo da comienzo en la costa este, la Norteamérica culta, el idílico paisaje otoñal de los campus universitarios, Boston (“La Atenas de Norteamérica”), un viaje en barco, en el muelle un clochard… Para finalizar en la fatua Nueva 3 York, ese dantesco infierno que Thoreau veía crecer por la ventana de su isla hasta que decidió dejar de hacerlo, porque le hacía mal al espíritu. Luego la costa oeste, bajo el sol del western, el recuerdo enorme de John Wayne y la tumba errante de Raymond Chandler. Allí los espectros cinéfilos se multiplican. Y los encuentros académicos y las conversaciones eruditas dejan su lugar al misterio de personajes ausentes y direcciones que no existen. El cartel de Hollywood mirando el artificio, la mansión de Norma Desmond que no está en el Sunset Blvd., y nadie ha visto la película. Elvis y Marylin son dos imitaciones en un sombrío bar. Los Ángeles se parece a un enorme desencanto, el final de todas las películas. Cuenta Hitchcock, se lo cuenta a Truffaut en realidad y él se ocupó de que todos nos enterásemos, que para cuando viajó por primera vez a América ya conocía los Estados Unidos al detalle. Y podía nombrar lugares específicos y reconocer distancias. Se había documentado sobre su geografía a tal punto que bien podía confundirse con un local, sorprendiendo incluso a sus productores. Para todos los que a ese inglés le debemos la forma de nuestra fantasía animada de un país omnipresente, la anécdota tiene el encanto de pronunciar el risco, de reafirmar que todos llegamos a los Estados Unidos con una idea de su relieve, una idea visual, una fotografía de la mente; y esa fotografía nunca se parece a aquellas que tomaba Philip Winter en Alicia en las ciudades, que repetían una y mil veces una misma y monótona verdad. La de Soberón es una prosa erudita (y cinéfila) cargada de referencias cultas y planos inolvidables. Sus crónicas son sensibles y parsimoniosas, fascinadas por el detalle visual de un espacio que se añora de un modo oblicuo, por reconocerlo en esas representaciones que lo volvieron imprescindible a quienes nunca lo habían habitado. Desde Buenos Aires todo se recuerda como propio. 4 El cine para Giuliana Bruno, nos lo recuerda María Negroni en su también breve y delicioso Pequeño mundo ilustrado, “es un archivo nómade de imágenes, un viaje arquitectónico, un paisaje cultural del inconsciente, una visión peripatética, una excusa para la topofilia”. El cine es una forma de hacer lugar y de recorrerlo, es una máquina para viajar. Allí radica, tal vez, el encanto siempre renovado de una crónica de viajes, en la promesa visual de volvernos a ubicar frente a una pantalla de puro descubrimiento. Ciudades escritas tiene el encanto sombrío de quien descubre una verdad allí donde nos gobernaba la fantasía y elabora con esa epifanía un recorrido diáfano jalonado por vivencias enjundiosas. * Lic. y Prof. en Artes (FFyL-UBA). Doctorando de esa misma casa de estudios con el tema: El tratamiento del espacio urbano en el cine argentino tras la crisis de su modelo clásico de representación (1957 – 1969). Docente universitario e investigador. Profesor adjunto del Área de Metodología del Departamento de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Lanús. Profesor adjunto de Semiología en el Programa UBA XXI de la Universidad de Buenos Aires. Dicta la materia Discurso Audiovisual e Historia del cine contemporáneo en la Universidad de Palermo. Coautor de los libros Civilización y barbarie en el cine argentino y latinoamericano (Biblos, 2005), Cines al margen (Libraria, 2007), Una historia del cine político y social en la Argentina, vol. I y II (Nueva Librería, 2009-2010), David Viñas, tonos de la crítica (UNGS, 2011), Cine y revolución en América Latina (Imago Mundi, 2014). Integrante del Centro de Investigación y Nuevos Estudios sobre Cine (CIyNE). E-mail: ojotachado@gmail.com.