Es normal que la mayoría feliz la rehuya. Tampoco se trata de cerrar el círculo, de vanidad y exclusividad minoritaria. Ni de alardearse de valentía por abrir inquietantes puertas. A fin de cuentas, ¿de qué puedo presumir yo?. Decir que me dedico a la filosofía quizá es atrevido, pero estoy dentro de ella, y ya no puedo salir. Y siento los efectos del enganche, han hecho mella en mi persona, diciendo esta última palabra con temblor subjetivo. No puedo reprochar nada a los ignorantes, ellos son felices. Los envidio a veces, porque a pesar de que todo lo que hacen es inútil, están a algo, a una cosa, a su técnica, a la entretenida tarea de construirse constantemente con su medio. Tienen un aspecto de la Vida que lo hacen suyo, se afanan en él, focalizan su Yo y obtienen felicidad a bajo coste. Y yo que voy vestido de cultura, de etiqueta analítica, con mirada profunda, no tengo nada que decirles.
La filosofía es una cápsula hermética que engloba al Ser, donde los entes penetran en ella, pero esto lo creo yo, porque para los de fuera no es algo más trascendente que lo que ellos hacen, es un aspecto de la Vida más, una disciplina, una materia escolar, unos estudios universitarios, una ocupación, un Hacer Algo. En mi esfera filosófica vista desde el exterior yo y otros cuatro somos una rara avis en la aplicación teórica humana, cruzado con la atribución del prefijo "pseudo-" como estandarte. No hay reconocimiento notoriamente público a la filosofía. Pero no me quejo, no es eso lo que quiero criticar. Hacen bien en no ocuparse de esto, en no preocuparse demasiado, porque naturalmente quieren estar felices y tranquilos.
¿Qué clase de aprobación vas a tener por dedicarte a dar vueltas en círculos? Lo único que hacemos en ensanchar el diámetro, pero el interior es vacío, y el exterior la evidencia de que nuestro empeño mental es una fina línea.
Digo que no tengo nada que esgrimir ni reprochar, porque no quiero disfrazarme de Mesías erudito, de conocedor de la Verdad, de ser el quitador de vendas en los ojos ajenos. En primer lugar porque los desinteresados saben que ellos son algo, y yo ni siquiera sé si soy eso. La Nada, ese concepto terrorífico, te invade como un veneno y te deja seco de sentido. ¿Quién se pregunta por ella?, o mejor dicho ¿quién quiere hacerlo?.El filósofo. Y todo porque la filosofía, más allá de su apariencia de ciencia oscura y oculta, es realmente una actividad para masoquistas. Otros con aires más orgullosos lo llaman inconformismo. Quiero creer que eso es así, pero como dije, yo no poseo verdades.
Y eso es motivo de envidia hacia el ignorante, pues en la ignorancia es sumamente sencillo encontrar verdades, que luego vengamos los listos de turno como jueces a detectar falacias, es la objeción propia del complejo mesiánico. En ellos no hay atisbo de duda, ni con el Mundo, ni en su propio Yo. Saben lo perturbador que es el escepticismo y por eso lo evitan. Es un comportamiento inteligente. Su personalidad está plenamente formada, a base de esquemas vitales, sustraídos de la fuente de Sentido, cuyo guardián es el Demiurgo humano de la aceptación social. Es el momento en el que la cotidianidad compartida se hace ley.
Empero, no solamente es caer en el agujero negro del nihilismo, también es preguntarse por el Ser. La pregunta grave que nos dejaba Heidegger en su Carta sobre el Humanismo. ¿Qué tiene eso de motivador? Desprenderse de todos los añadidos que nos dan identidad para definirse como un ente en un claro abierto. Eso es filosofar, desestabilizarse a uno mismo, minimizarlo todo hasta rozar el extremo de la Nada y volver a engrandecerse en el inevitable quehacer humano. ¿Pretendes recibir una palmada en la espalda al llevar a la persona sólida al mínimo? ¿Cómo le dices a alguien que su Mundo es convencional? ¿Que su Dios no existe? ¿Que la felicidad se consigue de otra manera? Se prefiere a Sartre indudablemente. El tuneo ontológico es el bien más preciado. Y nosotros no somos nadie para robar al Yo de alguien, para violar identidades firmes, cuando las más vaporosas son las nuestras, las de los filósofos.
En la burbuja filosófica se camina en un entorno inestable, de materia absurda y blanda. La pregunta por la realidad es devastadora para el Yo. Porque en el momento en que se pregunta por ella, se duda. Esa duda mortificadora que nos hace adictos para colmo nuestro. Al fin y al cabo la Nada y el Ser son la dualidad suprema, no dejan de ser una abstracción sublime y dañina. Situarse en la realidad es bajar al Mundo y usar los sentidos para cuestionarlo. En la consciencia pura del Ser-en-el-mundo empieza la autodestrucción de uno mismo.
¿Qué son los sentidos que uso? ¿Y si no confío en ellos y creo que me engañan como Descartes? Es peligroso, la sacudida vital llega a tal punto que toda expresión propiamente humana se desvanece y se te queda cara de Grito de Munch. Un grito pidiendo auxilio ante una cuerda de Verdad a la que amarrarse. ¿Y la realidad? ¿Es la mentira única de cada sujeto? ¿Un solipsismo? No puede ser, si con mis semejantes concuerdo con cosas de esta realidad.Da igual, la relatividad no se deja intimidar ante la supuesta Verdad. No es el Ser y la Nada, es la relativización de todo, el caminar con cuerpo de barro sobre un pantano infinito.
No quiero hablar de desrealización en términos clínicos, hablo de inconsistencia personal, de persona dejada a medias, por las dudas. Cómo no va a desentenderse, cómo no va a ponernos mala cara, los comprendo en el fondo. Esa recurrente sugerencia "¿por qué no te dedicas a otra cosa que sea más útil?" contra mi rostro avergonzado y entumecido, pues como les digo yo que ya es tarde, que nadie me puede sacar de esto. Soy un yonqui perdido en rituales que no entiendo, porque los cuestiono. Soy un mal amigo además, porque siempre acabo ofreciendo un poco de esa mierda. "¿Por qué no te has planteado esto?". Sin duda una mala compañía que da mala influencia. Los conceptos y la abstracción tienen límites que no quieren sobrepasarse. Y quizá lo más triste es que mi marginación es respondida con un odio recíproco. Si sólo yo fuera el odiado el mismo odio que me es dado sería menor en cantidad, el problema es que mi propio odio alimenta el suyo, porque no puedo estarme quieto, tengo que abrir la boca y romper los moldes. Es el instinto socrático cuyo final siempre es la condena. Y lo más cómico es que aunque me encierre en mi cueva soy un excéntrico que da la nota, ya aunque ni siquiera interrumpa sus convenciones, sólo por inercia, dando un paseo, me convierto en sospechoso por mirar extrañamente un panorama, un paisaje. Y más sospechas da mi silencio forzado, porque a ver quién explica al limitado que estás sacando a relucir tu alma contemplativa, que estás desgajando la materia y la forma, el tiempo y el espacio, de la substancia de un Momento. No hay remedio para esto, no hay vuelta atrás.
Hay que ser consciente al menos, y reconocer que los que entramos en esto ya estamos perdidos, que no hay que incitar a nada, y evitar ser tan sumamente inmaduro como para exhibir tu ruina existencial y proclamarla como modelo de vida. ¿De qué presumía Nietzsche? Él que se reconocía superhombre y termina sumido en el pozo de la locura, sucio y moribundo de sífilis. Él no podía asemejarse al poder del Dios que pretendía matar, porque se mostró débil y consumido en oscuridad. ¿Quién quiere acabar así de perturbado? Dónde quedó la voluntad de poder, si la exasperación que le producía este mundo de imbéciles no le permitió ignorarlos y vivir sólo con sus valores. Es la contradicción del hombre selecto de Ortega, que por muy selecto que sea depende del reconocimiento de su enemigo el hombre-masa. Quién es él para llamar rebaño a nadie. si esas ovejas nunca quisieron separarse, ni se consideraron a sí mismas esclavas, porque en potencia tenían verdadero poder, su fe derribaba más montañas que cualquier anticristo solitario.
No obstante la felicidad que quiere asegurarse el vulgo no ha dejado tampoco de ser una meta para nosotros, pese a que tengamos muchas más dificultades para conseguirla. Pero dentro de nuestro gremio se han propuesto diversas vías para obtenerla, hemos tenido nuestros hombrecillos alegres. Epicuro, Spinoza, o el propio Aristóteles que antes parafraseaba, tuvieron claro ese objetivo. Pobres de ellos, qué ingenuos. Tanto tiempo de vida dedicado al desarrollo teorético de la eudaimonía para que ahora nadie la entienda. Ni siquiera la felicidad epicúrea que podría ser la más sencilla de acatar(porque es materialista) es tenida en cuenta. Es llamativo que los normales tengan pavor a la reducción de sí mismos, pero su búsqueda de la felicidad sea absolutamente reducida y poco rebuscada racionalmente. Se trata de evitar el excesivo uso de la ratio para encontrar su equilibrio. Qué avispados. El instrumento racional es represivo contra el placer desmedido que otorga el bien material. No quieren una doctrina que les incite a poseer menos, a encomendarse a cierto principio o a la contemplación espiritual. Eso son cosas demasiado complicadas en las que no vale la pena invertir esfuerzo. Pero su inutilidad queda en evidencia cuando ni siquiera una ética que los insta a apreciar el bien material necesario, a necesitar menos para disfrutar más del placer que supone obtener un sustento básico les es aceptable. Perdón, ya me he exaltado, son los efectos de la adicción.
Volviendo al tema, definir senderos que lleven a la felicidad no dicen nada consistente ni digno de admiración, si no se eligen entonces quizás hay que poner en tela de juicio lo buenos que son. Son senderos muertos, de los que dudo que sus propios teóricos fueran propiamente felices bajo sus propios preceptos. Los filósofos querrán estrangularme por esto, pero no los eligen porque bajo estos principios la felicidad puede conseguirse, pero no asegurarse. Ahí está el auténtico problema, uno puede ser feliz contemplando o absteniéndose de un exceso, pero en el tránsito a esa felicidad hay un riesgo demasiado alto de quedarse en medio de turbulencias. En realidad la felicidad tal y como ha sido definida filosóficamente no puede asegurarse, lo que uno quiere asegurarse es la distancia del sufrimiento. La felicidad cabe en la conformidad con la vida, no hay por qué irse más lejos arriesgando tanto. Con la filosofía empiezas así, con la ilusión puesta en que encontrarás una felicidad trascendente y fuera del alcance de un mediocre, con un vasto conocimiento, pero la infinitud del trayecto te atrapa y sólo quieres volver atrás.Quieres volver a tener un poco de esa ignorancia cavernícola tan sana y segura. Volver a tener certezas, trascender lo justo cuando lo pida algún sentimiento sensible. ¿Qué clase de sentimientos fijos tengo yo ahora? La angustia únicamente, como sentir no-prescindible, no negable. Ese sentimiento es la base de la autodestrucción. El único que otorga certeza de que no es ilusión, que no es exclusivamente corpóreo, ni acude a ningún movimiento de un sistema nervioso. Hace la función del cogito cartesiano, "Sentio ergo sum", pero sólo angustia de existencia. Pero quizás peco de hablar de la filosofía de manera generalizada, cuando parece que sólo hablo de metafísica. La metafísica aparte de ser la condenada por su inutilidad, es la puerta a la perturbación. Pero, ¿y la estética? El atrevimiento a enjuiciar sobre lo bello y lo horroroso no es inmune a la relatividad. Los juicios estéticos son útiles para configurar identidades tanto personales como ajenas, pero la falta de un criterio absoluto con la que se encuentra el filósofo, sigue sin sustanciar su mundo. La lógica, se utiliza frecuentemente como vara medidora de las Verdades, en cambio, es el ejemplo perfecto de lo que hace la metafísica, reducir al mínimo, en este caso al lenguaje. Parece que es algo que está ahí dado, que nunca falla. No se dan cuenta los lógicos del poder potencial que pierde el Logos, sólo por establecer caprichosamente unos códigos que marcan los discursos humanos. También ella es aterradora, por la presión a la que somete a un metafísico, los hay que disfrutan viéndose condicionados por unas simples normas de inferencia. Sin embargo, el despliegue de verborrea demente es el desahogo para con el Mundo. En cuanto al lenguaje, no hay mucho que decir, pues según considero su naturaleza es de las más misteriosas de estudio. El filósofo medita sobre él, y a veces se abstiene de nombrar dudando de su precisión con respecto al objeto. No es para menos, sobre todo si se distingue el poder de la palabra cuando ésta es Dicha o es Pensada. Realmente el lenguaje es el reducto último al que atenerse, acudiendo a él para nombrar lo "real". La dualidad entre lo dicho y lo pensado posiblemente sea algo más inestable que la propia metafísica, pues equivale a la identificación de la doble propiedad del ente, la idea de Otro lacaniana (atrévete a mirarte al espejo después de esto), por ejemplo, por no caer en el clásico alma-cuerpo, pues aquí no entra la fisiología, solo se trata de diálogo entre Yo y Circunstancia. Por eso el filósofo a pesar de querer hundirse en el pozo más que nadie usa la inercia con el lenguaje, porque ni siquiera él podría abstenerse de "nombrar". La relatividad que acude al nombramiento desacredita a la lengua (por mucho que se esmerase Platón en el Crátilo buscando las etimologías a toda palabra existente), y por ende a su lógica supuestamente implícita. Como conjunto general la filosofía se cuelga la medalla de buscadora de la Verdad, y para emprender esa acción hace uso de un instrumento simbólico, no desprendido de las dudas (la lógica, el lenguaje). Y su busca es como el andar de un trapecista, a cuyos lados se encuentra la verdad y la no-verdad solamente. No la Mentira, porque ésta recurre a la palabra dicha y expuesta, y la filosofía va más allá y a ninguna parte. Porque no nos hemos conformado con hacer caso a Wittgenstein. La indagación es inexacta constantemente, y la búsqueda azarosa y sin brújulas.
De modo que, el estudio filosófico es desesperante, angustioso por excelencia. El filósofo es un zombi viviente, un alma en pena, un iluminado por claroscuros. Es un ser que no sabe definirse a sí mismo, que no se encuentra, que vaga en el limbo entre el ser y el no-ser. O eso cree él, Porque eso es otro de sus ejercicios de abstracción, no hay aplicación fenomenológica de sus ocurrencias mentales. Ya que en ese caso estaríamos entrando y saliendo de la Vida constantemente. Pero nos mantiene un mecanismo biológico que tampoco sabemos qué es y por qué está ahí. Mi sufrimiento es atemporal, no entiende de instantes, es un continuum necesario de autoreconocimiento mínimo. Porque los que me critican hacen algo inútil, pero lo que yo hago también. Entonces ¿qué es vivir? He aquí el síntoma. Por eso mismo hay que ser cauto y no pretender contagiar esta gripe, es preferible dejarles, en su funcionalidad y programa vital diseñado para lo útil. Yo no soy quién para juzgar si su felicidad es falsa o verdadera, al menos la tienen. Yo con mi “oficio” dudo de la misma. Déjennos con nuestro trastorno, mantengan este apartheid de locos e insanos, es mejor así. Algunos dirán “pero independientemente de los pensamientos de cada cual todos sois seres humanos”. El humanismo fue concebido para poner al filósofo como cabecilla de una civilización. Imagínense qué sería del mundo si todos pasaran más tiempo fuera de la vida que dentro de ella, absortos en sus pensamientos inconcluyentes. Sería desastroso. Así que quítenla de las escuelas, censuren cuanto puedan, que no vengan a comeros el tarro con sus preguntas envenenadas, sólo quieren sacaros de vosotros mismos y “ampliar vuestra perspectiva”. Hacen bien en cultivar su hacimiento. Producir producir!, mucho mejor, conscientes, seguros, arropados por el rol de su novela existencial. O acaben como yo, que ya no tengo solución, soy un desconcertado habitante de tierras infértiles donde no puede echar raíces, pues no veo suelos fértiles. “¿Por qué lo hiciste?” me dicen. Porque no podía hacer otra cosa, me sentía algo más que un mono hablante y fabricante, que un ser vivo, me llamaba el susurro de la infinitud, y en ella estoy perdido. Déjenme, déjenme.