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años de Cristianismo 750 en Jerez Javier E. Jiménez López de Eguileta Pablo J. Pomar Rodil (coordinadores) 750 años de Cristianismo en Jerez Santa Iglesia Catedral 12 de septiembre 2014 - 8 de marzo 2015 Jerez de la Frontera DIÓCESIS DE ASIDONIA-JEREZ JOSÉ MAZUELOS PÉREZ OBISPO CABILDO CATEDRAL ANTONIO LÓPEZ FERNÁNDEZ DEÁN AYUNTAMIENTO DE JEREZ MARÍA JOSÉ GARCÍA-PELAYO JURADO ALCALDESA EXPOSICIÓN CATÁLOGO ORGANIZA EDITA Diócesis de Asidonia-Jerez Cabildo Catedral Ayuntamiento de Jerez Diócesis de Asidonia-Jerez COMISARIO COORDINACIÓN Javier E. Jiménez López de Eguileta Pablo J. Pomar Rodil Antonio López Fernández TEXTOS DIRECTORES José Cobos Fernández de Ginzo Juan Abellán Pérez Javier E. Jiménez López de Eguileta Francisco Javier Lomas Salmonte Fernando López Vargas-Machucha Rafael Manzano Martos Silvia María Pérez González Pablo J. Pomar Rodil José Luis Repetto Betes Rafael Sánchez Saus MONTAJE COMENTARIO DE OBRAS Taller de Fiestas Delegación de Urbanismo, Infraestructuras, Vivienda, Suelo y Movilidad Laureano Aguilar Moya [L.A.M.] Isabel Almagro Franco [I.A.F.] Lorenzo Alonso de la Sierra Fernández [L.A.S.F.] Jesús Caballero Ragel [J.C.R.] Carmen del Camino Martínez [C.C.M.] Gonzalo Castro Moreno [G.C.M.] Ramón Clavijo Provencio [R.C.P.] Odile Delenda [O.D.] Francisco Antonio García Romero [F.A.G.R.] Salvador Hernández González [S.H.G.] Francisco Javier Herrera García [F.J.H.G.] Javier E. Jiménez López de Eguileta [J.E.J.L.E.] Eduardo Lamas Delgado [E.L.D.] Fernando López Vargas-Machuca [F.L.V.M.] Miguel Ángel Mariscal Rodríguez [M.Á.M.R.] José Manuel Moreno Arana [J.M.M.A.] Pilar Nieva Soto [P.N.S.] Pablo J. Pomar Rodil [P.J.P.R.] Carla Puerto Castrillón [C.P.C.] Álvaro Recio Mir [Á.R.M.] Antonio de la Rosa Mateos [A. de la R.M.] Eugenio J. Vega Geán [E.J.V.G.] Javier E. Jiménez López de Eguileta Pablo J. Pomar Rodil COORDINACIÓN CABILDO CATEDRAL Manuel Lozano Jiménez COORDINACIÓN DE MONTAJE CONSERVACIÓN Y RESTAURACIÓN S&S Restauraciones - María José Segura Castro Cristina Espejo Segura TEXTOS Y CATALOGACIÓN Javier E. Jiménez López de Eguileta Pablo J. Pomar Rodil DISEÑO GRÁFICO Y ROTULACIÓN M&MS - Manuel Salado Argudo Maribel Toro Rodríguez TRANSPORTES TRANSTER. Transportes y Montajes del Sur SEGUROS UMAS DISEÑO GENERAL M&MS - Manuel Salado Argudo Maribel Toro Rodríguez FOTOGRAFÍAS José Contreras Sánchez ISBN: 978-84-697-1928-2 Depósito Legal: CA-457-2014 © de los textos: sus autores © de las fotografías: José Contreras Sánchez © de la edición: Diócesis de Asidonia-Jerez Índice PRESENTACIONES 9 PRÓLOGO Rafael Manzano Martos 19 ESTUDIOS La Iglesia asidonense durante el período visigodo Francisco Javier Lomas Salmonte 33 Los mozárabes de la Cora de Sidonia Juan Abellán Pérez 53 Entre la tradición castellana y la herencia andalusí. La arquitectura religiosa en Jerez de la Frontera desde la conquista cristiana hasta la irrupción del tardogótico (1264-1464) Fernando López Vargas-Machuca 65 La Iglesia en Jerez durante el siglo XIV Javier E. Jiménez López de Eguileta 101 La religiosidad de los jerezanos en la Edad Media Rafael Sánchez Saus 115 Cofradías y hospitales del Jerez de finales de la Edad Media (1392-1504) Silvia María Pérez González 129 Entre la liturgia medieval y la piedad contrarreformista. La imagen de Cristo crucificado en Jerez de la Frontera Pablo J. Pomar 147 San Dionisio Areopagita, patrón de Jerez de la Frontera José Luis Repetto Betes 165 CATÁLOGO El Cristianismo en el área asidonense. Del reino visigodo al dominio islámico 172 La conquista de Jerez y la intercesión de los santos 188 Domus Dei et Porta Coeli. Jerez, entre parroquias y conventos 226 Confraternitates xericienses. La religiosidad de los jerezanos 262 Splendor Dei. El culto católico en Jerez 282 La Iglesia Colegial. Preeminencia eclesiástica 308 BIBLIOGRAFÍA 327 7 Índice LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez LA RELIGIOSIDAD DE LOS JEREZANOS EN LA EDAD MEDIA Rafael Sánchez Saus ALGUNAS CLAVES DE LA RELIGIOSIDAD BAJOMEDIEVAL S ería imposible hablar de una religiosidad específica de los jerezanos de los últimos siglos medievales, como de los habitantes de cualquier otra ciudad andaluza o española de entonces, sin tener en cuenta la realidad principal que es mucho más amplia y abarca todo el conjunto de la Cristiandad latina. No obstante, como veremos, las circunstancias propias de estas tierras de frontera no dejan de proporcionar a las expresiones y sentimientos religiosos matices singulares e indudable personalidad. La religiosidad de aquel tiempo sólo puede imaginarse como un aspecto más de la vida de la Iglesia en cuyo seno se desenvolvía y a través de la relación de ésta con la sociedad. El cristianismo medieval, en agudo contraste con el de épocas más próximas a la nuestra, forma un todo con la sociedad del momento, una sociedad que se quiere y se presenta a sí misma como cristiana. Ese cristianismo es la propuesta de una Iglesia apenas discutida, que se ve arrastrada hacia los ámbitos de poder y el disfrute de la riqueza como consecuencia de sus compromisos con el sistema social, dependiente de ella casi por completo para su justificación y presentación. Y en ese marco, con ventajas que a menudo se tornaban dificultades, debía la Iglesia formular su misión evangélica, procurando la salvación de los fieles y denunciando los defectos más evidentes de ese mismo sistema. Ello le llevará unas veces a intentar la extirpación de tales lacras sin necesidad de discutir las estructuras; otras, a presentarlas como males ineludibles, producto de la naturaleza humana o de las cosas, cuya finalidad y utilidad última serían poner a prueba la fortaleza de las convicciones, la solidez de las virtudes de los cristianos1. El cristianismo medieval, heredero de una tradición forjada en las persecuciones y martirios de los primeros tiempos y en las tribulaciones de los más tempranos siglos medievales –cuando fue necesario someter las pasiones y encauzar las energías de pueblos salidos de la pura barbarie–, no solía hacer hincapié en los aspectos amables de la religión ni tan sólo en los vinculados a los misterios de la salvación. Por el contrario, se prefería insistir en aquellos relacionados con la omnipresencia del pecado y su consecuencia, la muy real posibilidad de la condenación eterna, así como en la dificultad de ganar el Paraíso. Aunque en principio la determinación de lo que puede ser pecado parece fácil –esencialmente la vulneración de los diez mandamientos o la caída en alguno de los pecados capitales que forman las siete cabezas de la bestia del Apocalipsis–, la realidad era más compleja. Los manuales de confesión desarrollaron un gran refinamiento en la contemplación de las posibilidades pecaminosas del comportamiento humano, derivando de cada uno de los pecados capitales otras faltas igualmente graves y punibles. Así, del pecado de soberbia nacen los de deslealtad, despecho, presunción, ambición, vanagloria Lauda del alcaide Juan de Perea. Siglo XVI Parroquia de San Juan de los Caballeros. Jerez de la Frontera Rafael Sánchez Saus 115 LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez e hipocresía, entre otros. De cada uno de estos aún era posible extraer nuevas transgresiones y flaquezas, abriéndose abanicos que penetraban cada vez más en los resortes profundos del comportamiento. La Iglesia tenía la obligación de suministrar al creyente los medios para combatir esas inclinaciones y el poder para hacerlo, pero en los tiempos que ahora nos interesa reflejar, como escribió Rapp, «el ‘buen católico’, tal como lo definían los textos jurídicos, se sometía en los momentos prescritos a una serie de ritos rigurosamente configurados por la ley». Unos, los sacramentos, concernían a cada fiel en particular. Los otros, los oficios litúrgicos, «dirigían al Señor el homenaje de la comunidad entera»2. Ambos hacen posible el rechazo de la tentación, la docilidad ante la enseñanza de la Iglesia, la práctica de las virtudes y de los consejos evangélicos. Eran esos expedientes fundamentales para escapar del pecado y sus terribles consecuencias, pero como ello no bastaba, aún cabía el recurso a la intercesión de los santos y a la todavía más valiosa de la Virgen María para eludirlas. Esta necesidad de la intervención de los bienaventurados en beneficio de los hombres es el origen de prácticas piadosas de hondo arraigo popular que más adelante mencionaremos. Operando en sentido contrario, astuta e incansablemente, se encuentra el Diablo, «el antiguo enemigo del género humano», criatura de existencia real y de extraordinario poder, cuyo fin no es otro que el de extraviar al hombre y perder su alma. Aunque Satán es representado siempre con los atributos animalescos y repugnantes de sobra conocidos, las tentaciones mediante las que actúa son concebidas de forma totalmente distinta, residiendo su eficacia en las atractivas formas de que las reviste el Maligno. Toda una legión de demonios extiende el influjo de su acción, infectando el corazón del hombre. En los siglos bajomedievales, aunque se viesen duramente golpeados por la profunda crisis moral que acompañó a fenómenos tan impactantes como la Peste Negra o el Cisma de Occidente, se mantiene una fe ardiente y vigorosa que pudo resistir esos embates de tremenda dureza. La profunda conciencia de pecado, crecida con la constatación de su frondosa presencia en todo tipo de estructuras y en las vidas concretas, desde las más encumbradas a las más humildes, se vio fortalecida por la mayor percepción que fue existiendo de la propia indivi- 116 LA RELIGIOSIDAD DE LOS JEREZANOS EN LA EDAD MEDIA dualidad y, en consecuencia, de un destino del que el fiel es responsable. La mezcla de esos elementos, fe viva, conciencia aguda de pecado y nueva sensibilidad del yo y su destino eterno, hizo posible la aparición de un nuevo sentido de la muerte y de unas formas de encauzarlo que constituyen una de las improntas más características de la religiosidad de los siglos XIV y XV. Es la salvación eterna y personal lo que se halla en juego, y ese juego se solventa de manera definitiva en los instantes inmediatos a la muerte de cada uno, en el momento en que debemos comparecer ante el tribunal de Dios. La intensificación del sentimiento de la muerte, que tanto marcó al conjunto de la cultura de aquellos siglos, responde sin duda a la terrible contundencia de las calamidades que entonces se extendieron, pero también a la convicción que por entonces se generalizó de que el destino eterno de cada individuo se decide en el momento mismo de la muerte, siendo el Juicio Final ya sólo un elemento corroborador. De ahí la extraordinaria importancia que cobra todo lo relacionado con las postrimerías, el cuidado con que se señalan las misas, limosnas y mandas pías, así como la preocupación de los familiares del difunto por su suerte, extremándose los cuidados para que las previsiones testamentarias se cumplieran al pie de la letra. La nueva y más intensa afectividad que en esos mismos siglos parece crecer en el ámbito familiar tiene aquí un amplio territorio de expresión. La angustia que despertaba la mayor conciencia de la muerte fue eficazmente contrarrestada por las nuevas formas de religiosidad que entonces aparecieron, de forma que la época no se vio entenebrecida por el dominio de la desesperanza y la sensación de desamparo. El adecuado contrapeso procedió de un cambio en la propia concepción de la Divinidad y de sus relaciones con la sufriente humanidad. El Dios terrible, vengador, que domina con su cólera a los hombres, que alentaba el imaginario de los primeros siglos medievales se transforma poco a poco en el Buen Dios del gótico, viva imagen de los padecimientos de los hombres en su Pasión, representada ahora con todo naturalismo, pero vencedor de la muerte. Más aún, el auge de las formas de piedad mariana y franciscana, que dulcificaron la religiosidad imperante, ofrecía nuevos asideros y consuelos ante los padecimientos de esta vida y lo aleatorio del Paraíso. LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez Por otra parte, la Iglesia no abandonaba a sus fieles. En los momentos de tribulación ella es capaz de asegurar la salvación de los virtuosos, sobre todo de quienes ya han sufrido y luchado por el reino de Cristo en la tierra. Ese fue siempre el origen de su poder espiritual. Del deseo de salvación, de la exigencia evangélica para lograrla, surgen o se renuevan potentes formas de espiritualidad, muy típicamente medievales: junto con el tradicional monacato, el ideal eremítico cobrará nuevo vigor, regulado en órdenes como la cartuja o la jerónima, de tanto éxito en España; la pobreza voluntaria adquiere un extraordinario prestigio con la extensión de las órdenes mendicantes; las peregrinaciones mantenían, aunque algo resfriada, su potencialidad espiritual, renovada con el auge de nuevos santuarios, como el de Guadalupe. Finalmente, el ideal de Cruzada seguía vivo, especialmente en tierras asomadas a la frontera con el islam, quizá en mayor medida de lo que se suele considerar. Naturalmente, estas grandes expresiones de la fe y de la espiritualidad eran ocasionales o minoritarias. Las creencias, las esperanzas y devociones populares se manifestaban a través de cauces más ordinarios, aquellos que encontraban acomodo, como ya se ha señalado, en la liturgia y la práctica sacramental, así como en torno a celebraciones y festejos muy variados que se distribuían a lo largo de todo el año con carácter cristológico, mariano o de culto a los santos. UNA RELIGIOSIDAD DE BASE PARROQUIAL Y PROTAGONISMO MENDICANTE Hace ya muchos años, Hipólito Sancho de Sopranis trazó un cuadro verdaderamente sombrío de la religiosidad jerezana de los siglos medios: «La vida espiritual -escribía- se manifiesta en Jerez lo mismo que en otras regiones españolas, por una exuberante floración de manifestaciones exteriores a las que no corresponde ciertamente el vigor con que se manifiesta la vida interior»3. Y en otro lugar: «El tono general de la vida religiosa en Jerez al terminar el siglo XV se resiente como en todo el reino de Castilla de la debilitación que trajeron como consecuencia la peste negra de una parte, y las luchas y banderías internas a las que se sumó la incertidumbre del cisma de occidente, después. Debilitada la disciplina y faltos de corrección los delincuentes, arraigaron los abusos más enormes, las prácticas relajadas acabaron por reflejarse en las inteligencias que conservan la fe, pero una fe teórica y desorientada por la enorme ignorancia de la casi totalidad del pueblo fiel y la religión que todos profesan, que todos defienden, que es el centro de la vida, se acomoda con prácticas que repugnan al más rudimentario sentido moral»4. Tal vez cabría matizar estas amargas reflexiones del mejor investigador y conocedor de la religiosidad jerezana medieval, no tanto para suavizar la condena que sin duda merecen, en aquellos tiempos como en cualesquiera otros, las grandes desviaciones existentes entre los ideales cristianos, su traslación social y la práctica cotidiana, cuanto para resaltar el hecho de que la interiorización evangélica que don Hipólito echaba de menos era planta muy reciente en la Cristiandad de entonces, arraigada sólo en grupos muy minoritarios de fieles y en zonas cuyo desarrollo social y cultural distaba mucho del de la Andalucía fronteriza. La fuerza de la fe y la calidad de la vivencia religiosa de los jerezanos de entonces no puede ser medida por valores que les eran en buena medida ajenos, sino más bien en relación con los de la sociedad pionera, guerrera y colonizadora, de base eminentemente rural, que ciertamente la configuraban. La impresionante floración de misioneros, algunos de ellos mártires, que esa misma sociedad y religiosidad generaría muy poco tiempo después, con ocasión de la evangelización de Canarias y, después, de América, nos muestra que esa espiritualidad de la acción y del gesto, de apariencia superficial, podía crear verdaderos depósitos de fe, caridad y entrega. La base de toda la organización religiosa en la Cristiandad medieval, y por tanto también en Jerez, es la parroquia, entendida como comunidad de fieles que articulan en torno a ella todos los aspectos de su vida espiritual, pero también civil y política. El templo parroquial es el núcleo mismo de la collación, del distrito urbano que agrupa y caracteriza a los vecinos. Aunque no nos corresponde tratar aquí la organización eclesiástica jerezana, sí importa dejar asentada la intensidad de la identificación de individuos y familias –más aún de linajes con presencia en la misma collación a lo largo de generaciones– con la parroquia y su templo, y no sólo por las esperables razones de tipo espiritual, también porque la colectividad se sentía propietaria de ella en pleno sentido, haciéndose cargo de aspectos muy importantes de la gestión económica y patrimonial. Cabe recordar, como prueba suficiente de este extremo, que en 1372 Rafael Sánchez Saus 117 LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez se reunieron los vecinos de la parroquia de San Marcos para decidir si de debía ceder al linaje de Mendoza el suelo que necesitaba en el interior de la iglesia para la erección de su capilla funeraria5. Es posible, sin embargo, que esta impregnación de la parroquia de lo político y administrativo, al tiempo que salvaguardaba el fuerte sentido comunitario del cristianismo medieval, las privara a veces de la capacidad de cultivar las personalidades religiosas más vigorosas y exigentes. Eso, unido con demasiada frecuencia a la escasa formación y ejemplaridad del clero secular, dio paso al extraordinario protagonismo del clero regular en la formación de la religiosidad de la época, ya que sus ideales y los medios pastorales empleados venían a dar satisfacción a esa parte del pueblo que deseaba profundizar en las verdades de la fe y en la vida cristiana. Como es sabido, franciscanos y dominicos se hicieron presentes en Jerez desde el momento inicial de la conquista castellana, mientras que los mercedarios llegaron hasta aquí tras la toma y destrucción de Algeciras por los moros granadinos en 1369. Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XV, en 1431, no se fundó el primer monasterio femenino, el dominico del Espíritu Santo, seguido muy de lejos, en 1504, por las clarisas de Madre de Dios6. Cuando el fenómeno de la claustra con sus inevitables consecuencias de declive espiritual y moral se adueñe de la vida conventual jerezana, con más incidencia entre los franciscanos y mercedarios que entre los dominicos, los espíritus más selectos aún encontrarán en la cartuja de Santa María de la Defensión, fundada en 1475 pero instada ya a la orden por su promotor, Alvar Obertos de Valeto, en 1463, lo que Sancho de Sopranis llamó «verdadera arca de Noé en que la pureza del ideal monástico se hubiese refugiado, salvándose así del diluvio universal de la conventualidad»7. Por esos mismos años se iba abriendo camino la necesidad de una reforma en profundidad de la vida religiosa y del clero que, al adelantarse en España a las exigencias luteranas, privó de su principal sustrato a la herejía. En 1478 se produjo la reforma observante en Santo Domingo de Jerez y en 1495 en San Francisco8. EL CULTO: LOS SACRAMENTOS Y LOS OFICIOS LITÚRGICOS No es mucho lo que sabemos de estas cuestiones en el Jerez medieval, pero no es poco lo que se puede inferir sin desbordes de la imaginación de lo que se va sabiendo para otras zonas de Andalucía y de España9. El nacimiento de la persona iba unido a la recepción del bautismo, el cual debía administrarse generalmente en los ocho primeros días. Sin embargo, según Francis Rapp, es poco probable que la mayor parte de la población fuese confirmada, sobre todo en zonas rurales10. Tampoco era frecuente la extremaunción, de la que apenas hay menciones en Andalucía, aunque el uso de llevar el Viático a los enfermos fue regulado en los sínodos de finales del siglo XV. Ntra. Sra. de la Merced Basílica de la Merced. Jerez de la Frontera 118 LA RELIGIOSIDAD DE LOS JEREZANOS EN LA EDAD MEDIA Otro momento de gran importancia en la vida de las gentes era el matrimonio. El sínodo de Jaén de 1492 LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez obligaba a cumplir con ambos sacramentos una vez al año, con motivo de la Pascua. Aunque en algunas zonas de Europa la penitencia se hizo mucho más frecuente a fines de la Edad Media –Rapp dice que los fieles mas piadosos se confesaban semanalmente e incluso a diario12– no parece que ese uso se extendiera en España: fray Hernando de Talavera recomendaba su práctica en once fiestas principales, y no es creíble que muchos superasen ese número. La condena y el perdón públicos se requerían cuando los pecados confesados habían dañado de forma visible la moral: casos de adulterio notorio, concubinato y barraganía eclesiásticas, o en las condenas de adivinos, hechiceros y otros practicantes de conjuros y demás formas de magia. “El nacimiento de la persona iba unido a la recepción del bautismo, el cual debía administrarse generalmente en los ocho primeros días” ofrece muchos detalles de la ceremonia y sus requisitos en la Andalucía de entonces, precedida de publicidad, amonestaciones y preparación espiritual de los novios. El sacramento requería el libre compromiso de los contrayentes y daba mucho valor a la aceptación mutua ante testigos. Los sínodos andaluces de la época condenaban las formas clandestinas del matrimonio, la vida marital, las cartas de libelo o repudio y las segundas nupcias sin seguridad de fallecimiento del primer cónyuge. Esta preocupación grande por el matrimonio y la ordenación de la vida familiar se explica por la proliferacion que se produjo en aquellos siglos de convulsión moral de uniones y relaciones extraconyugales, con las previsibles consecuencias de numerosos hijos ilegítimos que en algún viejo estudio de temática jerezana me atreví a cifrar entre el 20 y el 25% de los nacidos11. La Iglesia intentaba aumentar la frecuentación de los fieles en los sacramentos de la penitencia y la comunión, pues ni siquiera era obedecido siempre el precepto del IV Concilio de Letrán (1215) que La asistencia a la misa dominical era algo general. El rezo del Credo y el “ver a Dios” en el momento de la consagración eran los instantes de mayor participación y devoción, especialmente este último. La comunión era algo poco frecuente, ni siquiera entre los más devotos. Como señala Rapp, ello se explica por una razón de profundo respeto, el cual ocupaba un lugar muy importante en la piedad eucarística. La abstención era aconsejada siempre que hubiera un mínimo riesgo de sacrilegio. Ese mismo respeto se manifestaba con actitudes corporales de recogimiento durante la misa y en la acción de arrodillarse en los momentos más solemnes. El desarrollo bajomedieval de la devoción por la Eucaristía se percibe claramente en la proliferación de sagrarios con lámpara encendida en todas las iglesias, en la popularidad de los “ciclos de misas” tenidos por milagrosos, como los de San Amador o San Gregorio13, y en la difusión de la procesión del Corpus Christi14. Esta era ya común en el siglo XV, pero hay señales de su existencia en nuestra región en el XIV, pues en Sevilla los primeros testimonios arrancan de 1389. No es probable que en Jerez se celebrara antes que en la cabeza del arzobispado, pero estaba ya más que consolidada en 1454, cuando un documento se refiere a ella como algo acostumbrado y con un recorrido fijo15. Hacia 1482 el cortejo había decaído, por lo que la ciudad acordó, en sesión de 29 de mayo de ese año, que puesto que «la procesyón no yua con la regla que deuia yr… quel corregidor fuere delante, los veinticuatro luego e en pos dellos jurados e tras dellos cavalleros, cada uno como devia». El cortejo, presidido por las especies sacramentales que eran transpor- Rafael Sánchez Saus 119 LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez tadas en unas andas a hombros de clérigos, iba acompañado de toda la clerecía, conventos y cofradías con sus insignias, así como de los gremios con las suyas propias y, como hemos visto, de las autoridades ciudadanas16. En el Jerez medieval las procesiones eran muy comunes, sirviendo para su convocatoria los asuntos más diversos, desde la prevención de calamidades que se temen al agradecimiento por beneficios recibidos, pasando por las de carácter fijo y vinculadas al culto a algún misterio o santo. Sancho de Sopranis, con su plástica prosa, las describía así: «La forma más generalmente utilizada es celebrar una procesión general que sale de la colegiata, iglesia matriz en la que se reúnen la universidad beneficial, las comunidades de los tres monasterios, todas las cofradías con sus pendones y la ciudad en forma de tal, y se dirige a otro templo, generalmente a aquel en que se venera al misterio o santo invocado, en el cual se celebra la misa solemne y se predica el sermón, volviéndose con la misma solemnidad al punto de partida. No se llevan imágenes en estas procesiones; a lo sumo el preste lleva en sus manos una cruz o algunas reliquias insignes»17. Entre aquellas de las que se ha guardado memoria, cabe destacar algunas de especial significación que esmaltan todo el siglo XV: «la rogativa que se hace a Santa María de la Merced en 1411 con ocasión de la campaña contra Granada; la procesión va al monasterio donde se venera la imagen taumaturga de la Virgen negra, una de las patronas de la ciudad, el cortejo va implorando el auxilio divino exhortada por el comendador del monasterio Fr. Juan Rapado, que predica el sermón de costumbre, se canta la misa y se vuelve al punto de partida. Cinco lustros más tarde, el prodigio de la cruz de Écija pone en conmoción a Jerez; se recibe la noticia en cabildo ante la estupefacción general y se acuerda hacer dos procesiones solemnes de rogativa cuya predicación se encomienda al prior del convento de Santo Domingo. Esto ocurre en 1436. Bastantes años más tarde, los milagros de San Sebastián han universalizado su devoción y Jerez rinde anualmente homenaje al abogado contra la peste; se acerca su fiesta que es de cargo de la ciudad y en cabildo se determina pues: ‘quel lunes primero es la fiesta de san Sebastián que se deue de faser una prosesión solene a santo domingo donde es la vocación del santo e que se guarde el día como domingo e que alonso dias veinte e quatro lo notifique al cabildo de la iglesia e a los canónigos e la vicario’. El acuerdo es de 1483. Otras procesiones existían ya; aquellas que hacía la universidad a la iglesia de tal hospital o al oratorio de esta cofradía para celebrar sus fiestas patronales o cumplir alguna 120 LA RELIGIOSIDAD DE LOS JEREZANOS EN LA EDAD MEDIA fundación, pero estas ya no tienen el carácter de generales ni atraen la muchedumbre de fieles que las otras»18. Curiosamente, no han llegado noticias coetáneas de la muy importante procesión que ya entonces debía celebrarse en honor de San Dionisio el día de su festividad, pues el primer acuerdo concejil conocido y conservado en las actas capitulares es de 1513; sin embargo, se habla ya de ella como de cosa conocida y antigua. No osbtante, no era costumbre aún procesionar con ocasión de la Semana Santa, algo que en Jerez sólo comenzó a hacerse en el siglo XVI, aunque creció mucho en aquel tiempo la devoción por los misterios de la Pasión de Cristo. Sí es posible que hubiera, según Sancho de Sopranis, esporádicamente, procesiones de disciplinantes con ocasión de predicaciones de penitencia o de rogativas19. LAS FORMAS DEL SENTIMIENTO RELIGIOSO El ciclo litúrgico daba entonces, como hoy, un papel central a la Semana Santa. Sabemos que en las ciudades de la Andalucía bajomedieval, aunque no haya noticias específicas de Jerez, se cantaba el himno Vexilla Regis en esos días, se celebraba sermón en el templo principal de cada localidad y comenzaba a haber representaciones de la Pasión con masiva asistencia popular, como consta del Jaén de la segun20 da mitad del XV . Pero la celebración y conmemoración de la Redención se completa con un gran número de festividades: la Pascua de Resurrección, la Ascensión, Pentecostés y, meses después, el Nacimiento de Cristo. Ese ciclo principal compuesto por las tres Pascuas, tiene importantes añadidos con las fiestas de Circuncisión y Epifanía en Navidad y, semanas después, con otras de carácter cristológico, tales el Corpus o la Transfiguración. A ello hay que añadir el ciclo de fiestas marianas: en estos tiempos en Andalucía se celebraba la Expectación del Parto (Nuestra Señora de la O, el 18 de diciembre), sin duda la más antigua, la Purificación o Candelaria (2 de febrero), Encarnación (25 de marzo), Asunción (15 de agosto) y Natividad de María (8 de septiembre). A todo ello habría que añadir el santoral en su doble dimensión: la universal y las celebraciones y festivi- LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez dades locales21. En Jerez ya hemos mencionado las muy significadas de San Dionisio y, más tardíamente, las de San Antonio Abad, San Bartolomé, San Nicolás, San Sebastián y otras, origen muchas de ellas de cofradías hospitalarias. De esa forma, las devociones populares poseían abundantes cauces por las que canalizarse y mostrar todo su vigor. Estaban en auge las devociones a Cristo en sus aspectos humanos y redentores, junto con las ya tratadas en torno a la Eucaristía que tan bien congenian con ellas. La práctica del Vía Crucis nació en Córdoba en 1420 y desde mediados de siglo comenzó a haber en Andalucía cofradías de la Vera Cruz, aunque no fuera así en Jerez. El culto y el amor a Cristo crucificado forman parte, pues, del legado de aquel tiempo, aunque no siempre encontraron entonces sus expresiones definitivas, que aún debieron esperar. No sucedió lo mismo en Jerez en lo que respecta al culto y la devoción marianos, muy intensos como veremos en Jerez y su comarca, los cuales desde muy pronto encontraron formas que les procuraron profundo arraigo. A ellos dedicó Hipólito Sancho una preciosa monografía que sigue siendo referencia inexcusable para estos temas pese a haber transcurrido cincuenta años de la muerte de su autor y más de cuarenta desde su publicación póstuma22. Estudió primero en ella los cuatro santuarios comarcanos más afamados durante los siglos medievales, que eran los de Santa María del Puerto, el de Regla, el de Santa María de la Consolación y el de Santa María de la Merced, estos dos últimos en la propia ciudad de Jerez. Entre ellos, pues, no estaba el de Santa María del Alcázar, cuyo culto se mantuvo a lo largo de todo el periodo, pero tal vez más con un sentido propiamente clerical que popular, quizás por la dificultad que su acceso, en el interior de una fortaleza, planteaba para el común. El primero de los cuatro mencionados por don Hipólito era el más antiguo de ellos, erigido por Alfonso X en la desembocadura del Guadalete, y al que dedicó numerosas y bellas Cantigas que acrecentaron su fama milagrosa y su prestigio. Aunque el culto se mantuvo a lo largo de toda la Baja Edad Media, a fines del XV, cuando la modesta fábrica inicial fue sustituida por un hermoso templo ojival, su popularidad había disminuido mucho. Ntra. Sra. de Regla Santuario de Regla. Chipiona El de Santa María de Regla, en Chipiona, data del siglo XIV, ya que el primer documento que lo menciona es de 1365. El hecho de que se trate del testamento de una mujer de Arcos de la Frontera, avala que su fama trascendía los límites puramente comarcales y que su origen debe remontarse, como mínimo, varias décadas atrás. La visita que la reina Isabel I hizo al santuario el 6 de octubre de 1477 es indicio cierto de su renombre y debió de aumentar no poco su reputación. Santa María de la Consolación, venerada en el convento de Santo Domingo de Jerez, era la imagen mariana de más importancia artística de todos estos santuarios. El culto puede fecharse hacia 1310, siempre vinculado a la comunidad dominica, aunque parece que durante bastante tiempo la popularidad de la imagen no sobrepasó el ámbito puramente local, en el que era grande, hasta el punto de ser considerada patrona de la ciudad. Los grandes prodigios obrados por Nuestra Señora de la Rafael Sánchez Saus 121 LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez Ntra. Sra. de Consolación Real Convento de Santo Domingo. Jerez de la Frontera Consolación, especialmente referidos a la liberación de cautivos de los moros, propiciaron ya en el siglo XV un fuerte aumento de su prestigio regional que hizo posible la construcción de un nuevo templo y la reforma del convento que lo albergaba. Finalmente, la imagen de Santa María de la Merced, que se veneraba y venera en el convento jerezano de esa orden, pudo llegar a Jerez desde la destruida Algeciras hacia 1370, y desde principios del siglo XV gozaba de un culto muy popular y extendido que, en algunos momentos, como en los actos celebrados en 1410 con motivo de la campaña que iba a lanzarse contra los moros, tuvieron inequívoco carácter oficial, ciudadano23. La existencia de estos santuarios no agotaba ni de lejos las muestras de devoción de los habitantes de estas comarcas cercanas a Jerez a la Santísima Virgen. Las advocaciones más arraigadas, según 122 LA RELIGIOSIDAD DE LOS JEREZANOS EN LA EDAD MEDIA Sancho de Sopranis –que advertía de la dificultad que entrañaba intentar establecerlas ante la escasez de fuentes y noticias– eran, con carácter general, las de la Encarnación, la Concepción y la Piedad, y con alcance más local las de la Antigua y la O. A ello hay que añadir la devoción que se sentía por la Virgen de Guadalupe, con las correspondientes peregrinaciones a su santuario extremeño, muy presente en las mandas testamentarias jerezanas, y por la del Pilar, que tenía cofradía y oratorio propio. Naturalmente, en un periodo tan dilatado como el que contemplamos, hubo importantes altibajos y fluctuaciones a lo largo del tiempo en la devoción por las distintas advocaciones y en la vitalidad de las obras de piedad que les estuvieron asociadas, aunque como regla general cabe admitir que ese fervor mariano fue creciendo más y más en Jerez y en las comarcas adyacentes con el avance del tiempo. Ello explica la variedad e importancia de las manifestaciones exteriores de devoción mariana que se registran, tales como la dedicación del sábado y del miércoles –este día específicamente a la Inmaculada Concepción– a la Virgen, la existencia de vigilias y novenas, las dotaciones de fiestas, las peregrinaciones, la fundación de cofradías, la presentación de exvotos, las procesiones –en las que sólo muy excepcionalmente se hacía participar a la imagen venerada–, las luminarias de cera y aceite, y el rezo del Rosario. Sancho de Sopranis, quien en la obra antes mencionada da abundantes ejemplos de estas prácticas, da por segura y demuestra la extensión del rezo del Rosario por estas tierras ya en las últimas décadas del siglo XV24. Ya hemos consignado la relevancia creciente que en la religiosidad de la época alcanzó la reflexión sobre la muerte y las consecuencias que ello tuvo en múltiples aspectos de la cultura de entonces. Los testamentos ofrecen un valioso instrumento para conocer las expresiones concretas y locales de ese fenómeno general, como lo prueba el estudio publicado en 1997 por María del Mar García Guzmán y Juan Abellán Pérez25. Todos ellos responden a un esquema general, aunque su contenido varíe mucho en función de la situación socioeconómica de los otorgantes. Comienzan siempre con una profesión de fe en la Trinidad y una reflexión sobre la fugacidad de la vida: «…e temiendo la muerte e acabamiento deste mundo que es muy breve e fallesçedero, de la qual persona alguna non se puede excusar…», aunque no tarda nunca LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez en aparecer la esperanza de la Vida Eterna, para la que el cristiano debe prepararse y «…poner la mi ánima en la más llana carrera que yo pueda fallar para la salvar e llegar a Dios…». A continuación se señalaban las mandas destinadas a facilitar la salvación del testador antes de ocuparse de las cuestiones relativas al destino de los bienes materiales relictos y su reparto entre los herederos26. En los testamentos jerezanos es muy frecuente, entre las mandas piadosas destinadas a mejorar las posibilidades de salvación, destinar pequeñas sumas a la Cruzada y a las órdenes redentoristas de cautivos en tierra de moros, trinitarios y mercedarios, lo que conllevaba la ganancia de la correspondiente indulgencia. Aunque las sumas no fueran nunca elevadas, al ser costumbre prácticamente unánime significaban una importante fuente de ingresos para esos fines militares y piadosos. El carácter fronterizo de Jerez hacía que, a menudo, esa pequeña manda se transformara en algo de cuantía mucho más significativa, destinada al rescate de personas concretas, amigos o deudos del testador. Algunos otorgantes preferían o hacían compatible esas donaciones con las destinadas a la fábrica de algún templo notable que tuviera también el beneficio de una indulgencia. Es el caso de la catedral de Sevilla a lo largo del siglo XV, que recibió donaciones en todo su arzobispado, o del convento de Santo Domingo de Jerez, que parece que alcanzó una bula semejante de Eugenio IV en 1436. A lo largo de la Baja Edad Media ganó popularidad la costumbre de hacerse amortajar con el hábito de una orden mendicante, lo que es un indicio muy firme del auge de las nuevas formas religiosas que ellas promovían. En Jerez, como en todas partes, había clara preferencia por el de los franciscanos. En otras disposiciones sobre las exequias propias era muy frecuente requerir la presencia de cofradías hospitalarias o especializadas en el culto a los difuntos, las cuales acudían a cambio de una limosna establecida, pero las más importantes eran las referidas a los oficios que debían celebrarse y al lugar de la sepultura. Aunque algunos otorgantes confiaban estos asuntos al cuidado de sus familiares, lo normal es que se especifiquen con mucha precisión estos extremos, a los que se daba una gran importancia. Estas disposiciones implicaban el establecimiento de mandas que asegurasen su cumplimiento. Es curioso “Terminado el entierro, se iniciaba un periodo de tiempo en el que era muy frecuente, casi obligado, celebrar misas y otros oficios religiosos por el alma del testador” que los estipendios de misas de difuntos y de gastos de entierro en la colegial del Salvador eran el doble de los de las restantes parroquias y templos jerezanos. Aproximadamente, la mitad de los jerezanos establecían su entierro en parroquia o convento distintos de la suya de origen. Terminado el entierro, se iniciaba un periodo de tiempo en el que era muy frecuente, casi obligado, celebrar misas y otros oficios religiosos por el alma del testador. Según los profesores García Guzmán y Abellán Pérez, el 65% de los testadores estudiados por ella piden que se les digan un número variable de misas, acompañadas de ofrendas de pan, vino y candelas: «Con estas misas se buscaba disminuir las penas del Purgatorio y alcanzar cuanto antes la Gloria Eterna, por lo que se pide insistentemente que estas comenzaran a celebrarse “desde el día de mi enterramiento fasta…”. Igualmente, en un alto porcentaje de testamentos se establece una determinada cantidad de misas aplicadas a familiares ya difuntos»2 7 . Rafael Sánchez Saus 123 LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez 124 Se consideraba también una obra de misericordia meritoria dejar sumas o bienes de ajuar como dote de casamiento de doncellas pobres o de mujeres vinculadas al servicio del otorgante, siendo mujeres la mayoría de quienes las consignaban. Finalmente, además de a pobres y personas necesitadas, era muy frecuente disponer mandas, a veces muy generosas, en beneficio de hospitales, ermitas, cofradías, obras de fábrica de iglesias, monasterios, etc… Como indicara Francis Rapp, «el estudio de estas disposiciones revela el ingenio de que sabía dar prueba el amor al prójimo. Cada aspecto de la humana miseria era aliviado por un remedio»28. estado pertenece e que me ofrenden en el dicho monasterio de pan e vino e cera todos los viernes de un anno luego después de mi finamiento. E que cada uno de los dichos viernes digan los freiles del dicho monasterio por mi ánima una misa de réquiem cantada en la dicha capilla e salgan sobre mi sepultura a facer oración con la cruz e incienso e agua bendita, e digan responso cantado tañendo la campana, e que les den por cada misa e responso diez maravedís…»29. Sorprendentemente, el espíritu propio de los tiempos modernos se abre paso en esta minuciosa disposición de exigencias piadosas en las que nada podía quedar al albur de la improvisación. Los siglos XIV y XV, especialmente este último en Jerez, son tiempos de fuerte crecimiento de los linajes nobiliarios, los cuales adoptan los estilos de vida propios de la caballería europea. En ese modo de vida noble ocupa un lugar de primer orden la adhesión a una religiosidad intensa pero muy connotada de los rasgos ostentosos y de procura de prestigio social que todo el estamento servía. Ello llevó, junto con el deseo de gozar de espacios sagrados privados en los que desarrollar un verdadero culto a los antepasados, a la erección de capillas mortuorias en el interior de los templos, lo que conllevaba fuertes desembolsos y la fundación de capellanías que asegurasen la celebración de los oficios. Los Mendoza, Natera y Herrera, en San Marcos; los Tocino y Zacarías en San Juan; los Vilavicencio en San Lucas y San Francisco; los Riquel y Vilacreces en San Mateo; Vargas, Vera y Zurita también en San Francisco, etc… son buenas muestras de ello. Un resumen excelente de todo lo anterior en relación con las costumbres funerarias, expresadas en los términos propios de los grupos rectores de la ciudad, lo encontramos en la siguiente cláusula del testamento de Juana García de Colsantos, esposa de Fernando Alfonso de Zurita, redactado en 1451: «Primeramente mando mi alma a Dios que la crió e mando que quando finamiento de mi acaesciere que entierren mi cuerpo en la iglesia e monasterio de san francisco desta ciudad, dentro en la capilla de santa María de Concepción que yo e el dicho Ferrando Alfonso tenemos nuestra en el dicho monasterio, e que me entierren con el ávito de san Francisco e que lo tomen de un freile de dicho monasterio e que lo satisfagan como es costumbre. E mando a los freiles del dicho monasterio por el llevar de mi cuerpo e por el abrimiento de mi sepultura ciento e cincuenta maravedís. E mando que fagan mi mortuorio e obsequias e enterramiento bien e complida e honradamente segund que a mi LA FRONTERA EN LA RELIGIOSIDAD JEREZANA MEDIEVAL LA RELIGIOSIDAD DE LOS JEREZANOS EN LA EDAD MEDIA Un aspecto ineludible en la cuestión que abordamos es el hecho de que Jerez y sus comarcas adyacentes se encontraron, a lo largo de todo el periodo considerado, en la primera línea de una frontera viva entre la cristiandad y el islam, de modo que en ellas fue siempre perceptible, tanto en tiempos de guerra abierta como en los de dudosa paz, el desarrollo de formas religiosas que encuentran su mejor explicación en esa circunstancia que marcó la vida toda del Jerez medieval. Entendemos que esto es algo palpable en el fuerte arraigo de devociones cuyo carácter, incómodo o repelente para el credo mahometano, atraía fuertemente a poblaciones cristianas que muy a menudo afirmaban su personalidad e identidad en el contraste con las creencias de sus vecinos musulmanes. Verdades de fe como la Trinidad o la Encarnación merecían en ese contexto una especial celebración, así como el intenso culto y devoción a la Virgen María y, en tono menor, a santos de proyección guerrera como Santiago, San Miguel o el propio San Dionisio, el cual, aun tratándose de un obispo, fue convertido en Jerez en caballero e invocado como tal en los combates con los musulmanes. Todo esto encuentra un acomodo muy elocuente en las dedicaciones de los templos de las localidades arrebatadas al emirato granadino en esta zona, en las que predominan con mucho las de carácter mariano. Es curioso, sin embargo, que esto no se extendiera en un primer momento a la propia Jerez, cuyas parroquias primitivas conforman sobre el plano de la ciudad un LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez simbólico pantocrátor que preside la propia figura de Cristo Salvador, rodeado de los cuatro evangelistas y del patrón de la ciudad. Sin embargo, las parroquias acrecentadas de los arrabales, Santiago y San Miguel, sí responden ya a la impronta de una tierra de frontera. La preocupación por el aciago destino de los cristianos cautivos en tierra de moros era una de las obras de misericordia más claramente vinculadas al carácter frontero de esta ciudad. Ya hemos tenido ocasión de mencionar en más de una ocasión su incidencia sobre la religiosidad de los jerezanos, y es que Sancho de Sopranis no dudaba en situar la redención de los cautivos entre los tres «grandes sectores que comprenden todo el campo de la beneficencia xericiense de la época que estudiamos», junto con el acogimiento de peregrinos y transeúntes sin medios económicos y el cuidado de mujeres desvalidas y enfermos30. Para ocuparse del rescate de aquellos cautivos se fundaron las órdenes de la Merced y la Trinidad, auxiliadas ambas por cofradías recaudadoras de limosnas que extendían su acción benéfica hasta la más remota aldea. La Trinidad estableció su casa andaluza en Sevilla a poco de la conquista de esta ciudad, y lo mismo hizo la Merced, pero el avance de la frontera recomendó a esta establecerse también en Algeciras tras su toma en 1344. Al perderse de nuevo esta ciudad en 1369, se optó por llevar esa casa a Jerez, donde cobró importancia grande durante el siglo XV, a lo que ayudó no poco la devoción que despertó la imagen de la Virgen que recibía culto en el convento. La Merced de Jerez no organizaba directamente expediciones de rescate de cautivos locales en Granada o África, pues esas tareas estaban sólidamente centralizadas por la orden para optimizar los recursos disponibles. «La casa de Jerez –escribía don Hipólito–, auxiliada por su cofradía y con un bacinador (o limosnero) a su servicio era un centro colector de limosnas que, puestas a disposición del capítulo de la orden, servían para las redenciones que anual o periódicamente -según las circunstancias aconsejasen- hacían unas veces las provincias en bloque y otras cada una por separado, como fue frecuente en el siglo XV»31. Eso no impidió que a veces pudiera hacer de intermediaria entre la familia de un cautivo y sus captores, pero esa falta de flexibilidad determinó la necesidad de que los deudos de muchas víctimas de cautiverio hubieran de arbitrar otros medios muy diferentes para tratar oportunamentede rescatarlas o canjearlas. Esos medios implicaban el uso de la violencia para conseguir prendas, pero no debemos creer que semejantes expedientes quedaban al margen de una religión que de una u otra forma se hacía presente en cada aspecto de la vida social y personal. El ideal de Cruzada, tan presente en los reinos hispánicos desde el siglo XII, no había envejecido en las lindes de la frontera granadina, antes bien mantenía toda su vigencia. Por supuesto, no se trataba de acudir en defensa de Tierra Santa o al rescate del Santo Sepulcro, sino de la defensa de la cristiandad en el solar patrio, de forma que las cabalgadas en tierras del emirato o la movilización de la milicia concejil para impedir las del enemigo tenían también un profundo sentido religioso que las ordenanzas municipales del cuatrocientos nos descubren con toda naturalidad. Las de 1450, en su primera disposición, nos dicen lo que debía hacerse cuando hubiera noticia de entrada de moros en el término: «Primeramente, cada que rebato viniere e la yglesia de Sant Dionís repicare, que luego repiquen las iglesias desta çibdad e non çesen todavía de repicar fasta que sea acordado de que salga… E que sean llamados a sus cabildos los dichos [clérigos] benefiçiados e les sea rogado que, después de partir la gente, cada vez que partiere fagan sus plegarias e alguna solemne proçesión con rogativas a nuestro Sennor Dios que esfuerçe e ayude la dicha gente que desta çibdad fuere e a los otros que con ellos fueren contra los dichos enemigos»32. En realidad, como estableciera el famoso don Juan Manuel, nieto de san Fernando, todos quienes fueran a guerrear con los musulmanes «en verdadera penitençia e con derecha entençión» serían «sanctos et derechos mártires», aunque no muriesen en combate, pues lo hacían por defender y ensalzar la fe católica. De ello quedaban excluidos quienes fueran a la guerra con intención de robar y violar mujeres, cometieran muchos y malos pecados, y les guiara la única intención de «ganar algo de los moros, o por dineros que les dan, o por ganar fama del mundo»33. Por ello, no debe extrañar que, según cuenta la Crónica de Alfonso XI en su capítulo CCVI, cuando en 1339 los caballeros de la mesnada real que guarnecían Jerez, aun siendo pocos, vencieron a los musulmanes, muy superiores en número, a campo abierto fue porque «aquellos caballeros de la mesnada del rey que allí se acaecieron, magüer que en sus tierras fuesen malfetriosos en el tiempo que allá estaban, pero que desque llegaron a estar en aquella guerra contra los moros, que mantenían muy bien cristiandad non tomando ninguna cosa de mala parte, et guardándose mucho de Rafael Sánchez Saus 125 LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez pecar, et confesando mucho a menudo, e faciendo la emienda que podían de sus pecados, e cada domingo comulgaban. Et así, pues ellos facían esta vida, non es de maravillar que pocos dellos venciesen a muchos moros». De la misma forma, la muerte en la frontera equivalía a hacerlo por la defensa de la fe, como dejaba muy claro la petición del concejo jerezano a los Reyes Católicos, de 10 de noviembre de 1481, para que el hijo del veinticuatro Pedro Sánchez de Villavicencio, que había muerto en una entrada a la sierra de Villaluenga pudiese heredar el cargo de su padre, de modo que así fuera «exenplo a todos en estos vuestros reynos, que los que mueren en defensión de nuestra santa fe católica y en vuestro serviçio, honras y ofiçios sus hijos por vuestra real eçelençia son proueydos»34. Los ideales religiosos vinculados a la guerra santa y a la cruzada se hermanaban con los aristocráticos propios de la caballería medieval, encarnándose en personajes en los que los hombres de la época encontraban referentes cuya validez se mantuvo durante muchas generaciones. Uno de los más famosos, el gran marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de León, muerto en 1492 tras haber protagonizado muchas de las acciones más importantes y decisivas de la guerra de Granada, tuvo un estrecho vínculo familiar, político y militar con Jerez. Su crónica, la Historia de los hechos de don Rodrigo Ponce de León, se complace en resaltar en todo momento su profunda religiosidad, especialmente su fe y su devoción por la Virgen Maria, la que le habría favorecido con apariciones en las que le habría confirmado el éxito de sus empresas guerreras contra los musulmanes. Más aún, mostrando una exaltación religiosa que no era común entre los nobles de otras latitudes, hacia 1486 el Marqués envió a los otros magnates castellanos un texto mesiánico escrito por él en el que profetizaba que el rey Fernando no sólo conquistaría Granada sino todo el norte de África hasta recuperar Jerusalén35. La desaparición de la frontera granadina desde 1492 fue diluyendo muy poco a poco esta religiosidad guerrera y martirial que tanto desarrollo alcanzó en las comarcas más próximas a la raya. Siguió siendo, desde luego, uno de los rasgos más poderosos del cristianismo hispano durante centurias y tuvo ocasión de encontrar nuevos escenarios y manifestaciones, como ya indicábamos páginas atrás, en las hazañas misioneras en América y Asia que protagonizaron tantos hijos de estas tierras. NOTAS 1 Miguel Ángel LADERO QUESADA, Andalucía a fines de la Edad Media. Estructuras, Valores, Sucesos, Cádiz, 1999; p. 223. 2 Francis RAPP, La Iglesia y la vida religiosa en Occidente a fines de la Edad Media, Barcelona, 1973, p. 99. 3 Hipólito SANCHO DE SOPRANIS, Historia de Jerez de la Frontera desde su incorporación a los dominios cristianos. Tomo I (1255-1492), Jerez de la Frontera, 1964, p. 300 4 IDEM, 5 Historia Social de Jerez de la Frontera al fin de la Edad Media. II. La vida espiritual, Jerez de la Frontera, 1959, p. 3. Ibídem, p. 4. 6 José María MIURA ANDRADES, Frailes, monjas y conventos. Las Órdenes Mendicantes y la sociedad sevillana bajomedieval, Sevilla, 1998, pp. 294-295. 7 Hipólito 8 Ibídem, SANCHO DE SOPRANIS, Historia Social…, p. 53. pp. 48-49. 9 En lo que sigue, salvo cita expresa de otro autor, no serviremos del excelente compendio presentado por Miguel Ángel LADERO QUESADA, Andalucía a fines..., pp. 223 y ss. 10 126 Francis RAPP, La Iglesia y la vida religiosa..., p. 99. LA RELIGIOSIDAD DE LOS JEREZANOS EN LA EDAD MEDIA LIMES FIDEI 750 años de Cristianismo en Jerez 11 Rafael SÁNCHEZ SAUS, “Nuevas aportaciones al estudio de la familia en la nobleza jerezana medieval”, Actas de las II Jornadas de Historia de Jerez. El Jerez Medieval, Jerez de la Frontera, 1989, pp. 47-56; p. 55. 12 Francis RAPP, La Iglesia y la vida religiosa..., p. 100. 13 Aunque Sancho de Sopranis dice no haber encontrado rastro de esas devociones lindantes con lo supersticioso en los testamentos jerezanos del cuatrocientos, sí fueron muy abundantes, sin embargo en el quinientos. Hipólito SANCHO DE SOPRANIS, Historia Social de Jerez..., p. 29. 14 Miguel Ángel LADERO QUESADA, Andalucía a fines..., p. 229. 15 Hipólito 16 IDEM, SANCHO DE SOPRANIS, Historia de Jerez de la Frontera…, p. 337. Historia Social de Jerez…, p. 22. 17 IDEM, p. 20. 18 IDEM, p. 21. 19 IDEM, p. 28. 20 Miguel Ángel LADERO QUESADA y José SÁNCHEZ HERRERO, "Iglesia y ciudades”, Las ciudades andaluzas (siglos XIII-XVI). Actas del VI Coloquio Internacional de Historia Medieval de Andalucía, Málaga, 1991, pp. 227-264; p. 238. Por su parte, Francis Rapp recuerda cómo, en toda Europa, «la Semana Santa era, por definición, el tiempo reservado por la Iglesia al recuerdo del Calvario. El pueblo encontraba la evocación de los tormentos que había soportado el Salvador, a veces en tres ocasiones: asistiendo al oficio, escuchando el sermón, que por lo común duraba largas horas, y contemplando los cuadros de la representación histórica. Pero la conmemoración del acto redentor se extendía a todo el año. El viernes de cada semana era como un eco del Viernes Santo. Las campanas de todas las iglesias repicaban a mediodía para recordar a los fieles el drama del Gólgota». La Iglesia y la vida religiosa..., p. 103. 21 Miguel Ángel LADERO QUESADA y José SÁNCHEZ HERRERO, "Iglesia y ciudades”, p. 238. 22 Hipólito SANCHO DE SOPRANIS, Mariología Medieval Xericiense, Jerez de la Frontera, 1973. 23 Sobre estos cuatro santuarios, ibídem, pp. 9-27. 24 Ibídem, pp. 46-50. 25 María del Mar GARCÍA GUZMÁN y Juan ABELLÁN PÉREZ, La religiosidad de los jerezanos según sus testamentos (siglo XV), Cádiz, 1997. 26 Ibídem, p. 10-11. 27 Ibídem, p. 37. 28 Francis RAPP, La Iglesia y la vida religiosa..., p. 109. 29 En Hipólito SANCHO DE SOPRANIS, Historia Social…, p. 26. 30 Ibídem, p. 77. De hospitales y cofradías, a quienes estaba encomendado el cuidado de los menesterosos, se ocupa Silvia María Pérez González en otra de las colaboraciones requeridas para la confección de este catálogo. 31 Ibídem, p. 80. 32 Rafael SÁNCHEZ SAUS y Emilio MARTÍN GUTIÉRREZ, “Ordenanzas jerezanas del siglo XV sobre la milicia concejil y la frontera de Granada”, Historia, Instituciones, Documentos 28 (2001), pp. 377-390; p. 380. 33 DON JUAN MANUEL, El Libro de los Estados, edición, introducción y notas de Ian R. MacPherson y Robert Brian Tate, Madrid, 1991, cap. LXXVI, p. 225. 34 Juan ABELLÁN PÉREZ, Cronicón de Benito de Cárdenas. Jerez y la frontera castellano-granadina (1471-1483), Jerez, 2014, pp. 92-93. 35 Miguel Ángel LADERO QUESADA, “El héroe en la frontera de Granada”, Los héroes medievales, en Cuadernos del CEMYR, 1 (1993), pp. 75-100; p. 97. Rafael Sánchez Saus 127