San Josemaría y José María Albareda
(1935-1939)
Pablo Pérez lóPez
Abstract: Después de trazar un breve perfil biográfico de José María Albareda, se trata de su formación y actividad profesional y se da cuenta de las
circunstancias en que conoció a san Josemaría y se incorporó al Opus Dei.
Se aborda luego el tiempo que pasaron juntos desde su huida de Madrid en
1937 y del eco de las enseñanzas de Josemaría Escrivá de Balaguer, que cabe
descubrir en las tareas que ocuparon a Albareda hasta 1939, en vísperas de
la creación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del que fue
secretario general.
Keywords: Josemaría Escrivá de Balaguer – José María Albareda – Actividad
profesional – Consejo Superior de Investigaciones Científicas – Opus Dei –
Historia – España –1935-1939
St. Josemaría and José María Albareda (1935-1939): The article begins with
a brief biographical profile of José María Albareda. It describes his studies
and professional activity and gives an account of the circumstances surrounding his first meeting with St. Josemaría and his becoming a member of Opus
Dei. Then the time they spent together from the moment of their escape from
Madrid in 1937 is dealt with as well as the echo of the teachings of Josemaría
Escrivá, which may be discovered in the tasks that occupied Albareda until
1939, when the “Consejo Superior de Investigaciones Científicas” was set up,
Albareda was General Secretary of this Institution.
ISSN 1970-4879
Keywords: Josemaría Escrivá – José María Albareda – Professional activity –
Consejo Superior de Investigaciones Científicas – Opus Dei – History – Spain
– 1935-1939
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Pablo Pérez lóPez
José María Albareda Herrera conoció a san Josemaría en 1935 y pidió
la admisión en el Opus Dei en 1937. Fue, pues, uno de sus primeros seguidores. Compartía con Isidoro Zorzano (1902-1943) la circunstancia de haber
nacido el mismo año que el fundador, y con éste la condición de aragonés:
Albareda nació el 15 de abril de 1902 en Caspe, localidad distante unos 100
km de Zaragoza, aguas abajo del río Ebro, y a casi la misma distancia al sur
de Barbastro. Desarrolló una importante carrera científica como experto en
Física y Química del suelo: en Edafología, como él contribuyó a llamarla
en el ámbito hispanohablante. Fue autor de tres libros y más de doscientos
artículos científicos de su especialidad1, pero fue, todavía más, un gestor de
organizaciones científicas: secretario general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) desde su creación, en 1939, hasta su fallecimiento. Ordenado sacerdote en 1959, desde 1960 fue rector de la Universidad de Navarra. El 27 de marzo de 1966, mientras predicaba una meditación
a primera hora de la mañana en un centro del Opus Dei en Madrid, una
dolencia cardiaca forzó su hospitalización y terminó por provocar su muerte
ese mismo día.
Su dilatada carrera profesional le llevó a ser, además de catedrático de
instituto –de enseñanza secundaria– y de universidad, doctor honoris causa
por las universidades de Toulouse y Católica de Lovaina, miembro electo
de las Reales Academias de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de la de
Farmacia y de la de Medicina, de la Pontificia de las Ciencias de Roma, y
de otras muchas sociedades científicas; asimismo, recibió condecoraciones y
honores diversos en España, República Federal Alemana, Holanda y Portugal. En 1960 fue nombrado por Juan XXIII prelado doméstico de Su Santidad
y perito conciliar.
Los años de formación
José María Albareda fue el tercero de los cuatro hijos de Teodoro Albareda y Pilar Herrera. Su padre, farmacéutico de Caspe, manifestó una viva
inquietud por la mejora de los cultivos agrícolas y la vida en el mundo rural,
y conectó también a los suyos con la larga tradición artística familiar. Tres de
sus hijos heredaron esa inclinación artística, mientras que José María con1
14
Puede verse una bibliografía completa en Anales de Edafología y Agrobiología, XXVI, 1-4,
Madrid, 1967, pp. 13-24.
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tinuó su interés por las cuestiones agrícolas. Teodoro Albareda, en efecto,
promovió la realización de un embalse cerca de Caspe para extender los
regadíos, creó una fábrica de aceite, introdujo innovaciones en otras instalaciones industriales, fue un dirigente de los sindicatos agrícolas católicos, y se
vinculó al catolicismo social y sus iniciativas políticas de principios de siglo.
Es un buen ejemplo de los efectos de la recepción de la encíclica Rerum novarum de León XIII en España. José María Albareda recibió en su familia una
intensa formación cristiana, que dejó en él honda huella. Andando el tiempo
le vendrían a la cabeza recuerdos de infancia que comentó en algunas de sus
cartas a san Josemaría, como su primera Comunión –el 11 de abril de 19112–,
o la impresión que le producían algunas celebraciones litúrgicas:
Me ha alegrado mucho y me ha traído un recuerdo infantil. En mi pueblo,
así como la octava del Corpus se celebraba –y así seguirá– con solemnidad
máxima, la fiesta de la Santísima Trinidad la organizaba una cofradía de
un barrio, y siempre me daba una impresión de pequeñez en contraste con
lo que se conmemoraba3.
Tras realizar los estudios primarios en la escuela pública de Caspe,
comenzó los secundarios en una academia privada de la misma localidad,
hasta que en 1914 –a la edad de doce años– se desplazó a Zaragoza para
estudiar en el Instituto General y Técnico. De aquel verano de su traslado
guardaba un recuerdo que evocaría también en carta al fundador del Opus
Dei: «El miércoles –aniversario de S. Pío X; aquel lejano recuerdo infantil de
su muerte– [...]»4. En Zaragoza permaneció desde 1914 hasta 1918. Como
tantos muchachos de su edad vivió esos años de la Gran Guerra siguiendo
apasionadamente el conflicto: llegó a acumular más de mil recortes del Diario barcelonés La Vanguardia5. Pero la actualidad no agotaba su afición a la
lectura. Trabajó los clásicos de la mano de sus profesores, y despuntó por su
aprovechamiento. Su profesor de Literatura, Miguel Allué Salvador, uno de
2
3
4
5
Cfr. Cartas de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 1 de mayo de 1956,
AGP, serie M-1.1, C443-C5 y 21 de abril de 1957 AGP, serie M-11, C468-A4.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 15 de febrero de 1959,
AGP, serie M-1.1, C517-B3.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 17 de agosto de 1958, AGP,
serie M-1.1, C492-C1.
Carta de José María Albareda a Agustín Calvet, periodista de ese diario que firmaba con
el pseudónimo Gaziel, 12 de septiembre de 1949, Archivo General de la Universidad
de Navarra, fondo José María Albareda Herrera (en adelante AGUN/JMAH), caja 19,
documento 24.
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los más destacados del centro, convocó el Premio Gracián, de crítica literaria, que ganó Albareda6. Ese gusto por escribir daría frutos tempranos.
A la hora de elegir estudios universitarios surgió una diferencia entre
padre e hijo. Inclinado a la investigación científica, José María Albareda
deseaba cursar los estudios de Química, pero se plegó al criterio más pragmático de su padre, que le impulsó a estudiar Farmacia en Madrid. Allí permaneció hasta que obtuvo el título, en 1922. Fueron años difíciles en la vida
política nacional, y Albareda demostró entonces un interés más que mediano
por la vida pública. Acudió a presenciar un debate parlamentario, que luego,
siendo él procurador en Cortes, evocaría en otra carta:
[Intervino] alguien que se aproximaba a la elocuencia de D. Niceto [Alcalá
Zamora]; recordé los tiempos de estudiante, aunque solo estuve una vez en
las Cortes de la Monarquía. Fue interesante: los que leen mal (monótona
o apresuradamente), los que leen muy bien y argumentan sólidamente, los
que alardean de memoria; los que hablan con números o sin ellos; fue un
despliegue de estilos7.
Fruto de ese interés por la política fue su primer libro, que llevó el sorprendente título de Biología política. La obra había nacido de sus primeros
artículos, publicados en el diario El Noticiero de Zaragoza, complementados
y reunidos luego para formar un todo unitario, un libro de poco más de
cien páginas, que constituía –como decía en su prólogo Salvador Minguijón– «una exposición completa del problema regionalista en sus verdaderos
fundamentos»8. En resumen, Albareda se colocaba en la línea de los regeneracionistas que buscaban una solución para el atraso de España, y creía
encontrarlo en una política más próxima al ciudadano, alejada de un cen6
7
8
16
Adolfo Castillo Genzor – Mariano Tomeo Lacrue, Albareda fue así. Semilla y surco,
Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1971, pp. 24-27. Allué sería más
tarde profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza, alcalde de la
ciudad, presidente de la Diputación provincial, y ocuparía cargos en la administración del
Estado y en empresas financieras. Albareda lo evoca, con motivo de su fallecimiento, en
carta a Escrivá: «Estos días ha muerto D. Miguel Allué; una época. También yo le tuve de
profesor en el Instituto, en Literatura. Le había visto hace poco, porque se había interesado
por la celebración, en este año, del 550 aniversario del compromiso de Caspe...». Carta de
José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 6 de febrero de 1962, AGP, serie
M-1.1, C585-C4.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 6 de enero de 1964, AGP,
serie M-1.1, C634-D5.
José María Albareda, Biología Política, Zaragoza, Talleres editoriales El Noticiero, 1923, p. 3.
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tralismo que consideraba esterilizante. Miraba con admiración el ejemplo
catalán, su espíritu emprendedor y regionalista, sus instituciones culturales propias, como el Institut d’Estudis Catalans, y pedía algo parecido para
Aragón y para el conjunto de las regiones españolas. Biología política era un
análisis político-cultural y también un manifiesto en pro del aragonesismo
como solución para los problemas de su tierra.
Otro dato interesante para comprender su pensamiento y actitudes en
esos años –contaba veinte o veintiuno de edad– es que figuró como adherido
a la asamblea fundacional del Partido Social Popular, que se celebró en Zaragoza en 1922. Era la culminación de una corriente política que daba lugar,
en palabras de uno de los autores que más lo han estudiado, al nacimiento
del primer partido demócrata cristiano en España9. En línea parecida siguió
trabajando en los años siguientes, en los que mantuvo contactos con el aragonesismo más activo de la época. Colaboró con la revista El Ebro, editada
desde 1917 por la Unión Regionalista Aragonesa de Barcelona, de la que fue
socio protector y colaborador. Hay artículos suyos en El Ebro en 1924 y 1925,
todos en torno al aragonesismo10. Fruto de esas inquietudes fue su primer
viaje a Barcelona, en 1923:
Mi primer viaje a Barcelona, en Diciembre [sic] de 1923, fue motivado exclusivamente por el deseo de conocer Barcelona y, estudiante entonces, no
me limité a lo que es obligado a todo turista, sino que visité la Diputación,
el Instituto, la Biblioteca de Cataluña, la Escuela de agricultura y los varios
Laboratorios y Escuelas de la calle Urgell11.
En el ámbito profesional, José María Albareda tomó en 1922 otra decisión
importante. Una vez complacido su padre con la licenciatura en Farmacia, volvió sobre su interés por cursar los estudios de Química. Y esta vez se salió con la
suya. En Zaragoza había un floreciente núcleo investigador en esta materia, y en
él se integró al terminar la licenciatura, y consiguió su primer puesto como pro9
10
11
Óscar Alzaga, La primera Democracia Cristiana en España, Barcelona, Ariel, 1973, p. 173.
José Luis Aranguren Egozkue, Biología aragonesista juvenil de José María Albareda,
«Cuadernos Caspolinos», 17 (1991), pp. 259-268. El Ebro desapareció en 1936 pero reapareció más adelante, transformada en Ebro. Cuadernos literarios, de la mano de Julio Calvo
Alfaro, un antiguo director de El Ebro. La nueva revista tenía, como la antigua, su sede en
Barcelona, y entre los colaboradores se encontraban un hermano de Albareda, Ginés, y
Miguel Labordeta, significado poeta surrealista.
Carta de José María Albareda a Francisco Luis Riviere, 11 de julio de 1940, AGUN/
JMAH/001/0036.
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fesor ayudante, ya licenciado en Químicas, en 192512. En él preparó la que sería
su primera tesis doctoral. Cuando la defendió en Madrid en 1927, su calificación
fue poco brillante, hecho que algunos atribuyeron a la circunstancia de no haber
sido dirigida en Madrid. Ese mismo año, por cierto, Josemaría Escrivá, que había
residido en Zaragoza desde 1920, se había trasladado a la capital de España.
En 1928, el año de la fundación del Opus Dei, Albareda pasó varios
meses en Madrid preparándose para y concurriendo a las oposiciones a catedrático de instituto. Las ganó, y obtuvo una plaza de catedrático de Agricultura en el Instituto de Huesca. Pero, antes de ejercer allí, intentó poner por
obra otro de sus más intensos deseos: conocer de primera mano la investigación fuera de España, a ser posible en el país que por entonces estaba a la
cabeza de la elaboración de ciencia en Europa y en el mundo: Alemania. Las
posibilidades para conseguirlo pasaban por contar con una beca –pensión se
la llamaba– para esa estancia, otorgada por el organismo competente en el
asunto: la Junta para la Ampliación de Estudios y Ensayos de Reforma (JAE),
dependiente del Ministerio de Instrucción Pública.
Pese a que su solicitud resultó inicialmente rechazada, el decidido
empeño de ahondar en Física y Química del suelo junto a un maestro alemán no resultó frustrado. Un encuentro fortuito de su padre con un sacerdote alemán, catedrático universitario en Bonn –Wilhelm Neuss– sirvió para
enlazar con colegas especialistas en la materia que interesaba a Albareda. A
sus expensas marchó para allá en julio de 1928, con la suerte de que la JAE
le concedió entonces la beca que antes le denegara. Su sueño de profundizar en la investigación sobre suelos –un tema que conectaba sus inquietudes
científicas con las sociales y políticas– se vio cumplido. En octubre de 1928
volvió a Bonn, donde trabajó en el Institut für Chemie de la Landrvirtschaftlichen Hochschule de la ciudad, dirigido por H. Kappen hasta noviembre de
1929. Se trasladó entonces a Zürich (Suiza) para continuar sus trabajos en el
Agrikulturchemischen Laboratorium de la Eidg. Technische Hochschule de
Zürich, dirigido por G. Wiegner y Hans Pallmann. Finalmente, en mayo de
1930 volvió a trasladarse a Alemania, concretamente a Königsberg (actualmente Kaliningrado, en Rusia), desde donde probablemnte regresó a los dos
meses, por razones de salud. Trabajó allí en el Pflanzenbau-Institut junto a
Eilhard Alfred Mitscherlich.
12
18
Certificado del Secretario de la Facultad de Ciencias de Zaragoza, 2 de enero de 1934,
AGUN/JMAH/67/106-1. El documento especifica que fue ayudante de clases prácticas los
cursos 1925-26 y 1926-27 en Geología y en Electroquímica respectivamente.
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Las salidas al extranjero le permitieron conocer un mundo universitario diferente del español, lo que suscitó en él reacciones a veces encendidas,
como cuando escribía:
Hay momentos en que, pensando en nuestra enseñanza, me siento revolucionario; es triste pensar que gran parte de ella es una ficción.
Nadie obliga a investigar, a elaborar ciencia [en la Universidad española].
El libro de [Santiago Ramón y] Cajal [Reglas y consejos sobre Investigación
Científica] magnífico. Lo pondría de texto obligatorio para todos los catedráticos, con la imposición para todos ellos de hacer durante las vacaciones «ejercicios intelectuales» meditándolo13.
Vuelto a España se encargó de sus clases en el Instituto oscense, y
comenzó su segunda tesis doctoral, dirigida esta vez desde Madrid, que le
valió el título de doctor en Ciencias Químicas, con la máxima calificación y
premio extraordinario esta vez. En el verano de 1931, por su cuenta, había
vuelto a realizar una estancia durante los meses de verano en Zürich, y en
1932 solicitó una nueva ayuda para otra estancia de investigación, esta vez en
el Reino Unido. La consiguió de la Fundación Ramsay, junto con la condición de pensionado de la JAE, que le reportaba ventajas legales importantes,
como la excedencia de su puesto en el Instituto. Desde agosto de 1932 a julio
de 1934 permaneció en la Rothamsted Experimental Station (Harpenden),
y en otros tres laboratorios del Reino Unido, bajo los auspicios, entre otros,
de Gilbert W. Robinson. Cuando en el verano de 1934 terminó este nuevo
periodo de permanencia, viajó por otros centros de investigación del suelo
del centro de Europa: Berlín, Leipzig, Dresde, Praga y Budapest. Regresó con
un importante bagaje en torno al estudio físico-biológico de los suelos, y con
deseos de imitar lo que había visto fuera de España. Volvió también con un
buen conocimiento, de primera mano, de la realidad europea, que aflorará
más tarde en sus recuerdos de madurez: su primer paso por Viena en 1930,
otro en 1934 poco después del asesinato del canciller Engelbert Dollfuss,
sucedido el 25 de julio de ese año, o una Misa en Lourdes el día de la canonización de san Juan Bosco, 1 de abril de 1934: «¡Cuántas cosas y cambios y
crisis!», anotó al hacer memoria14.
13
14
Castillo Genzor – Tomeo Lacrue, Albareda fue así, pp. 34-35.
Cfr. Cartas de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 21 de septiembre de
1958, AGP, serie M-1.1, C492-C1, y a Álvaro del Portillo, 1 de abril de 1945, AGP, serie
M-1.1, C185-D3.
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Esos cambios afectaron también a España intensamente en los años
treinta. La caída de la Monarquía y la proclamación de la Segunda República en abril de 1931 supusieron una importante discontinuidad política,
que tuvo eco en casi todo el acontecer nacional. También en las opiniones
de Albareda. Después de su activismo aragonesista, la siguiente noticia que
tenemos de su militancia política –siempre discreta– es su adhesión a Acción
Española en diciembre de 1931, momento de su fundación15. Se trataba de
una sociedad de pensamiento y al mismo tiempo editorial, que publicaba
la revista Acción Española. Aglutinó a los sectores monárquicos españoles
promoviendo la renovación de su pensamiento con la guía de Ramiro de
Maeztu, que dirigió esa publicación desde 193416. José María Albareda fue
uno de sus suscriptores y lectores, comprometido, pero sin que le conozcamos mayor actividad, entre otras cosas porque, como acabamos de recordar,
estuvo ausente de España desde el verano de 1932 hasta el de 1934.
De vuelta en Huesca, continuó con sus clases de Agricultura en el Instituto, donde tenía un elevado prestigio entre los alumnos. Francisco Ponz,
más adelante catedrático de Fisiología, lo evoca en un libro de recuerdos
como un profesor «muy inteligente, profundo, de aspecto sencillo, serio
aunque con un fino sentido del humor», que ya había llamado la atención
de su hermano cuando le dio clases dos años antes, y que seguía llamándola entre sus compañeros por su interés por el trabajo en el laboratorio
y su pasión por el análisis de los suelos. Ponz tuvo un trato especialmente
intenso con Albareda, ya que el marido de su hermana hizo amistad con
su profesor. De esa confianza surgió la idea de pedirle consejo sobre su
futuro profesional, y la decisión de ingresar en la Escuela de Ingenieros
agrícolas17.
El curso 1934-35 fue el último de Albareda en Huesca, pues consiguió un puesto docente en el Instituto Velázquez de Madrid, recién creado,
y en otoño de 1935 se trasladó a vivir allí18. Sus informes acerca de la acti15
16
17
18
Cfr. Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 27 de enero de 1938, Archivo
de la Familia Albareda (AFA). Debemos agradecer su consulta a la amabilidad de la familia,
en concreto de Pablo Vera Torrero.
Cfr. Pedro Carlos González Cuevas, El pensamiento político de la derecha española en el
siglo XX. De la crisis de la Restauración al Estado de partidos (1898-2000), Madrid, Tecnos,
2005, pp. 127-133.
Francisco Ponz, Mi encuentro con el Fundador del Opus Dei. Madrid, 1919-1944, Pamplona, Eunsa, 2000, pp. 18-21.
Oficio del subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes a José María
Albareda, 4 de julio de 1935, AGUN/JMAH/67/107-1.
20
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vidad desarrollada y las publicaciones que realizó en estos años no habían
pasado inadvertidos en la Junta para la Ampliación de Estudios. Los más
altos responsables de la investigación química se habían fijado en él para
impulsar una línea de investigación en Química del suelo en la Universidad
y le hablaron de la posibilidad y conveniencia de que optara al año siguiente
a una cátedra universitaria. En 1936, José María Albareda propuso a la JAE
efectuar otra estancia de investigación en centros de estudio de los Estados
Unidos; en julio de 1936 supo que se le había concedido lo que pedía pero,
esa misma semana, la quiebra política del país hizo imposible que siguiera
adelante con sus planes: estalló el conflicto que daría lugar a una guerra civil
de tres años, que cambió el país y la vida de Albareda.
Pero antes de pasar a otro asunto, volvamos a 1935, y hagamos
balance de la situación: José María Albareda es un joven catedrático de
Agricultura, especializado en suelos, que ha pasado cuatro de sus últimos
siete años investigando en el extranjero. Ahora tiene asignadas en Madrid
por encargo de la Academia de Ciencias, además de sus clases en el Instituto, las de la Cátedra Conde de Cartagena de Química del suelo, orientada a universitarios. Y algo más: Enrique Moles, uno de los químicos más
destacados del momento, le habló entonces de la posibilidad de dotar una
cátedra de Química del suelo en la Facultad de Ciencias, para que la ocupara él19. Albareda, mientras tanto, preparaba un libro, justamente sobre
el suelo.
El encuentro con san Josemaría y el Opus Dei
Toda esa formación y vida profesionales, rastreable a través de la
documentación que generaron, era sólo una parte, la más visible, de la vida
de José María Albareda. Más hondo discurría otro río de mayor caudal
del que no tendríamos noticias directas si no fuera por una inesperada
fortuna documental: disponemos de una relación manuscrita, breve pero
enjundiosa, conservada en el Archivo de la Prelatura del Opus Dei, que
nos pone en antecedentes y nos explica su encuentro con Josemaría Escrivá
de Balaguer. El relato está fechado el 8 de diciembre de 1941, fiesta de la
19
Enrique Gutiérrez Ríos, José María Albareda. Una época de la cultura española, Madrid,
CSIC, 1970, p. 69.
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Inmaculada Concepción, y día siguiente al bombardeo japonés de Pearl
Harbor. Comienza así:
Referir las impresiones y circunstancias de mi entrada en la Obra, cosa
que ya debía haber hecho hace bastantes días, ofrece la dificultad de las
cosas demasiado fáciles al parecer. No puedo señalar momentos críticos
de luchas o reacciones, días culminantes ni menos horas decisivas. Fue sobrenaturalmente natural, si así puede decirse. Parece claro que yo buscaba
algo que no encontraba. Había hecho tres veces ejercicios cerrados con
PP. de la Compañía [de Jesús] (Veruela 1923, Zug (Suiza) 1930, Huesca
1935) y no veía claro. Alguna vez (1930, 1932) me inquietó el pensar en
que podía tener yo la culpa de no ver claro. Con todo, las estancias en el
extranjero y las tareas científicas (cursos y viajes) se sucedían de modo que
juzgaba providencial. No paraba. En cuanto iba a terminar una temporada
especial, surgía otra. Todo aquello me parecía que tenía que llevar hacia
algo si el estudio se amasaba con savia sobrenatural, se lo decía al Señor
que cualquier camino era grato con tal de que llevase a El. Ese vivir con el
pie en el estribo, y esta situación viajera tenía que conducir a algún sitio.
Así llegó 1935 y fui nombrado catedrático de Madrid. Esto empezó a hacerme pensar. Era la consecuencia de la actividad académica anterior pero,
por otra parte, indicaba que empezaba el tiempo de posar, de que quizá
desembocaba en algo que necesitaba y aun exigía cierta estabilidad. Dos
cosas surgieron como problemas de importancia para la nueva situación:
dirección espiritual y residencia. Una tarde probablemente de agosto de
1935, paseando por unos olivares a la izquierda del Guadalope, próximo
a su desembocadura en el Ebro, iba hablando con Sebastián Cirac20, y le
pregunté si en Madrid habría alguna persona o institución que pudiese
facilitar la resolución de los problemas espirituales, culturales y aun materiales que encontrase, y me dijo que visitase a D. José Mª Escrivá, en Ferraz
50, pral. Anoté cuidadosamente nombre y dirección. No me expuso nada
fundamental. Quizá hizo un elogio general de la labor y me descifró el significado de DYA. No volvimos a hablar de este tema. Uno de los últimos
días de septiembre de aquel año llegué a Madrid y quizá el mismo día o al
día siguiente fui a Ferraz. Conocí al Padre y la visita (saludé a varios que
no puedo recordar) me produjo una impresión muy grata, muy acogedora.
Volví a los muy pocos días y con el temor de que fuese darle demasiado
20
Sebastián Cirac Estopañán (Caspe, 1903-Barcelona, 1970), era sacerdote, y fue catedrático
de Griego en la Universidad de Barcelona desde 1940. Sobre su relación con san Josemaría,
a quien conoció en 1930, cfr. José Luis González Gullón – Jaume Aurell i Cardona,
Josemaría Escrivá de Balaguer en los años treinta: los sacerdotes amigos, «Studia et documenta» 3 (2009), p. 84 y passim. Cfr. también Josemaría Escrivá, Camino, edición críticohistórica preparada por Pedro Rodríguez, Madrid, Instituto Histórico Josemaría Escrivá
– Rialp, 2002, p. 25 (en adelante, Rodríguez, Camino, ed. crít.).
22
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trabajo le dije al Padre si podría dirigirme o indicarme quien podría hacerlo. Quedamos en que iría todos los miércoles, hacia las 6 y 1/2 o 7, al regresar de la Moncloa. Uno de aquellos días fui invitado a almorzar. Luego
iba casi semanalmente. Yo iba viendo muy poco a poco; lo que vi pronto es
que allí había algo y que yo era para ese algo. Esto no me presentó ninguna
duda. Cómo se había de hacer y qué grado de transformación y de mejora
necesitaba para llegar es lo que no veía ni me preocupaba. Pensaba que
pasaría un tiempo, quizá años, tras del que estaría en la Obra. Seguí yendo
semanalmente por Ferraz. (Pedro me eligió un traje). Y llegó la guerra21.
Dejemos para más adelante el final de la relación; volvamos a 1935. El
relato de Albareda, seis años posterior a los hechos que evoca, impresiona
por el claro recuerdo de estar por entonces ante una encrucijada en su vida.
Lo que se encontró lo conocemos por lo publicado al respecto hasta ahora:
una Academia-Residencia, DYA, situada en el número 50 de la calle Ferraz,
donde se concentraban las actividades apostólicas con universitarios que
entonces desarrollaba el fundador del Opus Dei junto a un puñado de jóvenes –estudiantes y profesionales– y algunos amigos sacerdotes22. Como en
otros casos, destaca en el encuentro con Escrivá de Balaguer la viva impresión de sentirse acogido y a gusto y, junto a eso, el descubrimiento de un algo
imprecisable pero de entidad suficiente como para llenar su vida: «yo era
para ese algo».
Una de las fuentes con que contamos para conocer desde otro punto
de vista los mismos hechos, son las impresiones de los residentes de Ferraz,
los miembros del Opus Dei que, junto al fundador, acogieron a José María
Albareda. En el Diario de Ferraz –un conjunto de anotaciones de tono familiar sobre lo que se vivía en la casa–, en la primera referencia que hemos
podido encontrar, datada el 8 de octubre de 1935, se lee: «Ha comido en
Casa un catedrático del I[nstituto]. Velázquez que pronto será de los nuestros, D[ios]. M[ediante]»23.
El tono apostólico, esa referencia a ser de los nuestros, es habitual en el
Diario, empapado de sentido proselitista, pero no es habitual ni en las pri21
22
23
Nota autógrafa de José María Albareda, 8 de diciembre de 1941, AGP, serie A-2, 35-2-5.
Sobre la academia DYA, cfr. Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei. Vida
de Josemaría Escrivá de Balaguer, vol. I, Madrid, Rialp, 1997, pp. 508-519 y 533-550; John
F. Coverdale, La fundación del Opus Dei, Barcelona, Ariel, 2002, pp. 135-165; Pedro
Casciaro, Soñad y os quedaréis cortos, Madrid, Rialp, 199810, pp. 28-30 y 50-71.
Diario de la Residencia de Ferraz, desde el 24 de septiembre de 1935 al 3 de mayo de 1936,
p. 11, AGP, serie A-2, 4-1. La cursiva, en el original.
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meras visitas, ni en todos los protagonistas que desfilan por sus páginas. La
siguiente anotación es tres meses posterior, del jueves 23 de enero de 1936:
Hoy ha comido con el P[adre]. y con [José María González] Barredo el Dr.
Alvareda [sic], catedrático de un instituto de Madrid, fue la comida en el
cuarto del piano, que suele frecuentemente hacer funciones de comedor
íntimo, después fuimos los demás, que estábamos repartidos en diferentes quehaceres, algunos tan solemnes que para ellos necesitamos ponernos
mandiles y remangarnos. Este señor Alvareda [sic] tiene una conversación
amenísima, le ayuda el que debe haber viajado mucho, oyéndole las costumbres de los estudiantes alemanes nos hemos reído mucho. Nos describía las reuniones que tienen semanalmente las agrupaciones de estudiantes
a una de las cuales: Unitas perteneció en Bon [sic]24.
José María González Barredo (1906-1993), químico, era por entonces,
también, catedrático de instituto y preparaba su tesis doctoral, por lo que
compartía muchos de los intereses de José María Albareda. No obstante, el
centro del interés de este último era contar con dirección espiritual, como
señala en su recuerdo, y de eso no tenemos más noticias que las que él da,
algún detalle especialmente grabado que aflora en recuerdos posteriores y,
claro está, las consecuencias que esa labor tuvo andando el tiempo.
Entre esos sucedidos que Albareda recordó está, como ocurría a muchos
de los que conocían a Escrivá, su recuerdo de una Misa celebrada por él. La
rememoraba en 1957: «Luego, el domingo del Buen Pastor; en el año 36, le
ayudé la misa en Santa Isabel. Total no hace más que veintiún años»25.
Otras veces el recuerdo está ligado a una celebración litúrgica especialmente entrañable, como el día del santo de los dos protagonistas de nuestra
historia, que Albareda evoca con una metáfora geológica: «Cuando llega un
día así, en otro año, se perforan los estratos de años anteriores para encontrar
los mejores recuerdos: San José de 1936, por la tarde fui a Ferraz […]»26.
Y junto a esos recuerdos relativos a la vida espiritual –el asunto central en su relación–, los encontramos de otros dos tipos íntimamente ligados
a ella. De una parte, los comentarios sobre familiares, amigos y colegas de
24
25
26
Diario de la Residencia de Ferraz, desde el 24 de septiembre de 1935 al 3 de mayo de 1936,
p. 11, AGP, serie A-2, 4-1, pp. 87-88.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 21 de abril de 1957, AGP,
serie M-1.1, C468-A4.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 16 de marzo de 1956, AGP,
serie M-1.1, C443-C5.
24
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trabajo, ya que san Josemaría ponía a quienes trataba ante la necesidad de
preocuparse por el bien de los que les eran próximos, en primer lugar por su
bien espiritual. El sacerdote veía el afecto del parentesco y la amistad como
manifestaciones de caridad cristiana y explicaba que Dios se servía de ellos
para llegar a otras almas; de ahí la importancia de cultivarlos y de ahí también su interés por conocer los círculos familiares, profesionales y de amistades de quienes se dirigían con él. Albareda recuerda, por ejemplo, «también
estaba Angel Santos –aquel auxiliar de Giralt de quien me hablaba usted en
el curso 1935-36– y algunos de sus discípulos»27.
Otro tema del que don Josemaría conversaba siempre con los que trataba era de su vida y circunstancias profesionales: eran los materiales para
santificarse, había, pues, que tomarlos en serio. En el caso del estudio y la
investigación su interés era todavía más intenso, ya que consideraba voluntad explícita de Dios que el Opus Dei promoviera la presencia de cristianos
bien preparados y buenos trabajadores en el ámbito de la vida intelectual:
«¡Cuántas veces hablábamos, hacia el 36, de las Ciencias Naturales! Los que
entonces las dirigían, van llegando, uno a uno, a la muerte y las cosas que
podían ser objeto de preocupación, Dios las arregla todas bien. Aun quedan
algunos muy ancianos. Se me ocurre esto porque ayer murió uno»28.
El trato con el sacerdote iba de la mano con frecuentar a otros residentes de Ferraz, especialmente a los pocos que eran del Opus Dei, todos
más jóvenes que Albareda –con la excepción ya apuntada de Isidoro Zorzano–. Como vino a ser propio de los centros y las personas del Opus Dei,
esa relación tendía a adquirir un carácter familiar, a fomentar una convivencia amigable, próxima, fundada en la preocupación de unos por otros y
en los deseos de prestarse servicios. Uno de los que tenemos noticias es la
cuestión del traje que menciona Albareda en su relación. El asunto tiene que
ver con Pedro Casciaro (1915-1995), estudiante entonces de Arquitectura,
preocupado por lo que consideraba modos de vestir deplorables de muchos
residentes de DYA. Él, un levantino de ascendencia inglesa con preocupaciones estéticas, tenía otros criterios que procuraba hacer valer en público
para ganar adeptos. Así se desprende de algún comentario suyo cuando se
encarga de redactar el Diario de Ferraz. Pues bien, en el caso que nos ocupa,
27
28
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 28 de agosto de 1963, AGP,
serie M-1.1, C611-B5.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 20 de julio de 1955, AGP,
serie M-1.1, C422-C1.
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la intervención de Pedro Casciaro la hizo pública el mismo Escrivá de Balaguer: «El P[adre]. nos dijo que Alvareda [sic] se ha puesto a las órdenes de
Pedro para la cosa de indumentaria, y se va a encargar un traje según las
instrucciones de Pedro»29.
El encargado de redactar el Diario era entonces un recién licenciado
en Medicina, Juan Jiménez Vargas (1913-1997), que no escatima las valoraciones personales cuando escribe. El 18 de mayo anotó: «He visto a Albareda
con el traje nuevo. Está desconocido»30.
Entretejido con estos argumentos de carácter familiar, y algo festivo,
iba el progresivo conocimiento del Opus Dei por parte de Albareda y su
identificación con el deseo de extenderlo por el mundo. Uno de sus recuerdos parece relacionado justamente con las dos cosas:
Me acuerdo de que en el curso 1935-36, en Madrid, un día que salí de compras con Pedro, me preguntó ¿cómo se desarrollará la Obra en Alemania?
Será espléndido. Aquí [Albareda escribe desde Bonn] se trabaja mucho,
con mucho orden, y las ciudades y las universidades tienen personalidad
muy propia –distinta a los países centralizados31.
El paseo de compras y la conversación que evoca demuestran que
Albareda estaba ya identificado con la misión del Opus Dei y su expansión
apostólica, tema de conversación frecuente en la residencia de Ferraz. Pone,
por otra parte, ante dos circunstancias interesantes. Primera, que aquellos
pocos estudiantes estaban plenamente convencidos de que, en efecto, la tarea
que los ocupaba se extendería por todo el mundo. Ahora no era cuestión
de lo que había que imitar en España de los modos académicos, universitarios y organizativos alemanes, sino a la inversa, de llevarles un mensaje que
consideraban de interés para los alemanes y para todo el mundo. Segunda,
que la carta de 1953 en que Albareda incluye este recuerdo está escrita en
Bonn, durante un viaje a Alemania, en el que había visitado la residencia de
estudiantes que el Opus Dei había abierto allí: lo habían soñado y lo habían
vivido.
29
30
31
Diario de la Residencia de Ferraz, desde el 24 de septiembre de 1935 al 3 de mayo de 1936,
anotación del 1 de mayo de 1936, p. 177, AGP, serie A-2, 4-1.
Diario de la Residencia de Ferraz, desde el 4 de mayo al 28 de julio de 1936, anotación del
18 de mayo de 1936, p. 11 retro, AGP, serie A-2, 4-1.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 5 de julio de 1953, AGP,
serie M-1.1, C377-C5.
26
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Tenemos otro testimonio acerca de la vida de Albareda en este año,
que procede de su exalumno oscense, Francisco Ponz. Éste se había trasladado también a Madrid en las mismas fechas, vivía en una residencia de
estudiantes, preparaba el ingreso en la Escuela de Ingenieros y se encontraba
con cierta frecuencia con su antiguo profesor. Albareda no le habló de la residencia de Ferraz, ni de Josemaría Escrivá, pero recuerda que en sus paseos,
visitando frecuentemente lugares de interés cultural o artístico, le proponía
rezar ante el Santísimo en algún templo, y hablaban «de servir a los demás y
a la sociedad con el trabajo científico bien hecho»32.
Albareda siguió frecuentando Ferraz, acudiendo a comer allí de vez en
cuando33, y colaborando cada vez más con las actividades que allí se hacían.
Por entonces uno de los proyectos inmediatos era cambiar la sede de la Residencia DYA a un inmueble más adecuado para las necesidades que tenían y
preparar los comienzos del Opus Dei en Valencia y en París. La nueva sede
madrileña requirió búsquedas y, encontrada una adecuada, cuidadosas negociaciones para reducir el precio. Cuando lo consiguieron –un inmueble en
el número 16 de la misma calle de Ferraz– la dificultad era reunir el dinero
necesario para pagarla. Los donativos de bienhechores, amigos y familias de
residentes se anotan en el Diario con agradecimiento: «9-VII A la tarde vino
Albareda y entregó mil pesetas que acababa de cobrar por haber formado
parte de un tribunal»34.
Mientras tanto, Albareda soñaba también con una nueva salida al
extranjero, esta vez a los Estados Unidos, con el fin de conocer centros de
estudio de suelos áridos, y no húmedos como había sido el caso hasta entonces, ya que el caso español correspondía más al primer tipo de suelos que al
segundo. Solicitó para eso en febrero al presidente de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, como se llamaba entonces ese
organismo, la condición de pensionado, para realizar una estancia de investigación de cinco meses en laboratorios de los Estados Unidos, especialmente
32
33
34
Ponz, Mi encuentro con el Fundador, p. 23.
«1 de junio [...]. Comieron aquí Albareda y Sellés». Diario de la Residencia de Ferraz desde
el 4 de mayo al 27 de julio de 1936, p. 20 retro, AGP, serie A-2, 4-1. Eugenio Sellés era un
joven profesor de la Facultad de Farmacia. Durante la guerra san Josemaría se refugió
unos días en su casa de Madrid en 1936 y –junto a José María Albareda– en Valencia, ya
en 1937. Cfr. Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría
Escrivá de Balaguer, vol. II, Madrid, Rialp, 2002, pp. 39-41 y 162-164.
Diario de la Residencia de Ferraz, desde el 4 de mayo al 27 de julio de 1936, p. 69 retro,
AGP, serie A-2, 4-1.
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en Nuevo México, Arizona y California. Su idea era marchar a comienzos de
junio y regresar a finales de octubre. La respuesta de la JAE tardó en llegar
y desbarató el proyecto inicial35. El oficio del subsecretario de Instrucción
Pública en que se le comunica la concesión de una pensión por el tiempo que
solicitaba llevaba fecha de 11 de julio36, dos días después de la entrega del
donativo en Ferraz, y siete antes de la sublevación del ejército en África y del
estallido de la revolución, que iban a trastocar todos los planes.
En el Madrid en guerra
La mudanza a Ferraz 16 estaba apenas terminada, la marcha a Valencia
de algunos ocurrió pocos días antes de la sublevación, pero el viaje a París
de los de la Obra y el de Albareda a Estados Unidos tuvieron que esperar.
Como es sabido, además, el Cuartel de la Montaña, vecino a Ferraz 16, fue
escenario de combates intensos. En medio de un desorden y violencia crecientes, las personas del Opus Dei acudieron en cuanto pudieron a Ferraz 16
para tratar de mantener su dominio sobre el inmueble. Escrivá había tenido
que refugiarse en casa de su madre ante la furia anticlerical que se adueñó
de la calle.
Juan Jiménez Vargas continuó con el Diario de Ferraz en esos días, en
los que dejó anotaciones de gran viveza. La que nos interesa, de 23 de julio,
dice así:
A primera hora fui a casa del P[adre]. como todos los días. Me pareció,
cuando pasé por delante de la casa [Ferraz 16], que hoy ya se podría entrar.
Estuve poco rato con el P[adre] para irme a casa de Isidoro [Zorzano] y
después fui con él a la casa […]. A poco de entrar llamaron al timbre. Después de dudar un momento si abriríamos nos encontramos con que era Albareda. En todos los pisos han atravesado las maderas del balcón algunas
balas. Hasta en el sótano había una ventana abierta de un balazo.
Antes de marcharnos rezamos al Ángel custodio para que cuide la casa.
Volvimos los tres a ver al P[adre]37.
35
36
37
Cfr. Instancia de José María Albareda al presidente de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, 5 de febrero de 1936, Biblioteca de la Residencia de
Estudiantes del CSIC (BRdE), expediente de José María Albareda, JAE 3/110.
Cfr. Oficio del subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes a José
María Albareda, 11 de julio de 1936, AGUN/JMAH/067/109.
Diario de la Residencia de Ferraz, desde el 4 de mayo al 27 de julio de 1936, pp. 91 retro-92,
28
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Enrique Gutiérrez Ríos recrea esos primeros días de la guerra en Madrid,
cuando todavía nadie la llamaba guerra: cómo acudió José María Albareda
al Instituto –quedaban algunos alumnos por examinar–, su compasión ante
los secuestros y muertes violentas de algunos vecinos, y su encuentro con un
compañero de estudios de la Facultad de Zaragoza, Tomás Alvira, profesor
de instituto en Cervera del Río Alhama, que se encontraba en Madrid preparando oposiciones y había acudido a él en busca de ayuda38. Alvira, por su
parte, se ofreció a echarle una mano en la redacción del libro sobre el suelo
que Albareda tenía ahora como ocupación principal en su obligado encierro. En esas circunstancias se enmarca la escena en la que Albareda, muy
afectado, comunicó a Alvira que habían matado a su padre y a su hermano
Teodoro en Caspe. El desgraciado suceso había tenido lugar el 26 de julio, en
el contexto de la sangrienta agitación revolucionaria y persecución religiosa
que sacudió a algunas localidades aragonesas39.
Josemaría Escrivá debió conocer la noticia pronto. Cuando los registros de las casas madrileñas por los milicianos alcanzaron su vecindario, tuvo
que abandonar la casa materna, en la que estaba refugiado. El 8 de agosto,
tras vagar por las calles, buscó refugio para pasar la noche en la pensión de
José María Albareda, en la calle Menéndez Pelayo. Al día siguiente abandonó
la pensión para refugiarse, como habían convenido de antemano, en la casa
de otro amigo y dirigido suyo, Manuel Sáinz de los Terreros40.
Albareda continuó con su trabajo, y manteniendo una relación a distancia con san Josemaría a través de las noticias que le hacía llegar Isidoro
Zorzano, quien –por su condición de nacido en Argentina– disfrutaba de
mayor libertad para desplazarse por el Madrid en guerra. Lo habitual era
que, además de noticias del fundador del Opus Dei y de los demás, Zorzano
sirviera de transmisor de textos de la predicación de Escrivá de Balaguer,
que trataba así, como podía, de continuar con la tarea apostólica que venía
desarrollando antes de la guerra. Zorzano hacía llegar también a Albareda
peticiones de ayuda para solucionar problemas de Escrivá, de quienes se
refugiaban con él o su familia. Por ejemplo, cuando la situación en Madrid se
demostró ya insoportable –no era posible desarrollar una actividad sacerdo-
38
39
40
AGP, serie A-2, 4-1. Cfr. también la anotación de san Josemaría recogida en Vázquez de
Prada, El Fundador, vol. II, pp. 706, 708.
Cfr. Antonio Vázquez, Tomás Alvira, Madrid, Palabra, 1997, pp. 77-78. Albareda le consiguió la documentación que precisaba a través de su amigo Ángel Santos.
Cfr. Gutiérrez Ríos, José María Albareda, p. 106.
Cfr. Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, p. 28.
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tal que no fuera clandestina y limitadísima, y lo normal era pasar el tiempo
encerrados–, recurrieron a Albareda para tratar de encontrar un camino de
evacuación. El 24 de abril san Josemaría anotaba en una carta a los miembros
del Opus Dei en Valencia: «De aquí no salimos nunca, si José Mª [Albareda]
no mueve la cuestión de Chile; no sé cuando se irá Josemaría: quizá pronto,
quizá tarde, quizá... nunca»41.
Pero la gestión para intentar conseguir entrar en las listas de evacuación a través de la embajada de Chile resultó fallida42.
Las siguientes medidas de que tenemos noticias estuvieron encaminadas a conseguir documentación que facilitara alguna libertad de movimientos. Lo intentaron en mayo de 1937, con unos carnés del sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT), cuando san Josemaría
estaba refugiado en la Legación de Honduras junto a su hermano Santiago
y algunos miembros del Opus Dei. Isidoro Zorzano les escribía: «Sindicato:
Albareda ha hecho gestiones sobre los carnés sindicales; desearía saber si el
de Ricardo [nombre figurado de Juan Jiménez Vargas] es conveniente figure
también como abogado o como empleado»43.
Esta vez la gestión dio fruto positivo y se consiguieron los carnés. No
sería la última vez que Albareda gestionara esos documentos del sindicato
anarquista. Cuando hacia comienzos del verano de 1937 unos milicianos
advirtieron a la hermana y la madre de Escrivá que debían ser evacuadas a
Valencia si no tenían documentación que acreditara que tenían trabajo en
la capital, José María Albareda se encargó, con Tomás Alvira, de conseguir
para Carmen Escrivá un carné de la sección de enseñanza de la CNT, que
le sirvió para evitar la evacuación forzosa44. En julio otra necesidad de los
Escrivá volvió a requerir gestiones de Albareda. Preocupado por los efectos
del encierro forzoso de su hermano Santiago en la Legación de Honduras, el
fundador del Opus Dei pidió algún remedio que le permitiera salir. Albareda
hizo gestiones para conseguirle un carné estudiantil, y cuando fracasó en
el intento pidió ayuda a su amigo Alvira, quien finalmente consiguió unos
papeles que permitieron a Santiago Escrivá salir a la calle sin riesgo de ser
41
42
43
44
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a los miembros del Opus Dei de Valencia, 24 de abril
de 1937, cit. en ibid., p. 74. Las referencias a sí mismo en tercera persona y/o por nombre
figurado eran habituales en las cartas del tiempo de guerra, por razones de censura.
Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, pp. 74-75.
Carta de Isidoro Zorzano a Josemaría Escrivá de Balaguer, 13 de mayo de 1937, cit. en
Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, p. 157, nota 79.
Cfr. Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, p. 155.
30
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detenido45. San Josemaría escribía el 1 de julio a Isidoro Zorzano: «A José
María Albareda dile que especialísimamente me acuerdo de él, cada día»46.
Era un recordatorio de la primacía de sus deseos de apoyarle en la
vida espiritual, ahora que no podían verse con frecuencia. Ese acompañamiento espiritual a distancia llegaba a Albareda también a través de Isidoro.
Lo recordó más de una vez en cartas a san Josemaría: «Hoy hemos celebrado
esta gran fiesta, de la que recuerdo alguna meditación, de V. en la embajada,
durante la guerra», le escribe un 6 de enero de 195447. Cinco años más tarde
volvió sobre ese mismo recuerdo: «Hoy estamos celebrando esta gran fiesta,
cada año más fiesta nuestra a medida que aumenta la expansión de la Obra.
Sobre el futuro –ahora ya presente– de esta fiesta para nosotros, hablaba V.
en la legación, durante la guerra; Isidoro me traía aquellas líneas»48.
La situación cambió a partir del 31 de agosto de 1937, cuando Escrivá
de Balaguer pudo salir de la Legación de Honduras, gracias a un documento
del cónsul que le acreditaba como intendente del Consulado49. Escrivá, que
había perdido tanto peso en esos meses que algunos sólo le reconocían por
la voz, había incrementado su deseo de prestar sus servicios sacerdotales a
cuantos pudiera. Al día siguiente de salir fue a la pensión de Albareda y lo
encontró trabajando con Alvira, a quien conocía por referencias50. Alvira
anota un detalle que le impresionó vivamente: en los diez o quince minutos
que estuvo con ellos, el sacerdote no se refirió para nada a la guerra ni a la
situación política51.
45
46
47
48
49
50
51
Cfr. ibid., p. 156.
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a Isidoro Zorzano, 1 de julio de 1937, cit. en ibid.,
nota 18, p. 133.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 6 de enero de 1954, AGP,
serie M-1.1, C401-D9.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 6 de enero de 1959, AGP,
serie M-1.1, C517-B3. Hay una imprecisión en estos recuerdos de Albareda. En enero de
1937 san Josemaría estaba refugiado en el sanatorio del doctor Suils, no en la Legación de
Honduras. Se trasladó del primero a la segunda el 14 de marzo de 1937. El recuerdo mezcla
esas localizaciones seguramente como consecuencia de que ya cuando Escrivá estaba en la
clínica Suils Isidoro Zorzano se encargaba de hacer llegar textos con su predicación a quienes
estaban dispersos, algo que siguió haciendo cuando su refugio fue la Legación, entre marzo
y septiembre de aquel año. Cfr. Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, pp. 47-124.
Cfr. Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, pp. 122-123.
«Antes de conocer personalmente al Padre, yo le tenía cariño por lo que hablaban de él y por
el cariño grande que veía en José María Albareda, Isidoro Zorzano y Juan Jiménez Vargas
hacia el Padre». Relación testimonial de Tomás Alvira, AGP, serie A.5, leg. 1432-1-13.
Cfr. Vázquez, Tomás Alvira, pp. 80-81. Cfr. también Relación testimonial de Juan Jiménez
Vargas, AGP, serie A.5, 220-1-2.
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Pero el recuerdo nuclear de esos duros meses de 1936-37 tiene una
fecha muy concreta y una importancia decisiva en la vida de José María Albareda. Está descrito en la parte final de la relación de 1941 cuya transcripción
interrumpimos antes:
Coincidí en Ferraz 16 una mañana en que había ido Juan [Jiménez Vargas]
con uno o dos más. Supe donde estaba el Padre y fui a verle. Luego, ya no
siguió allí. Estuvo en la pensión un día en que no tenía dónde ir. En este periodo largo, de más de un año, vi con frecuencia a Isidoro [Zorzano]. Una vez
a Ricardo [Fernández Vallespín], en viaje desde el frente. Varias veces a José
Mª [González] B[arredo]. Al salir de la Legación Juan [Jiménez Vargas] venía
al mediodía a la pensión en que yo estaba. Vi algún día al Padre. Fui a verle a
la calle de Ayala la tarde del 8 de septiembre de 1937, día de la Natividad de
la Virgen. Fui con la intención de contarle todas las miserias de tantos meses
de incomunicación. Deseaba descargarme de todo aquello que era materia de
dirección u orientación, pues confesión, desde enero de 1937 la había podido
tener frecuente. Pero solo llevaba la carga de la parte negativa. Este mayor
peso de lo negativo había actuado largamente. Ser más movido por el «fuera
de ti, ¿a quien iremos?» que por el «Tú tienes palabras de vida eterna». Después de mucho contar e insistir, manifesté mis deseos de la Obra, deseos de
penetrar en la Obra, y el Padre me admitió. Esto me produjo una impresión
enorme, una más que satisfacción, un rebosamiento de profundísimo contento, porque había ido pensando en rectificaciones, cambios, propósitos, y
me encontré en el pleno camino de la Obra. Estaba ya todo resuelto52.
Escrivá, en carta a los de Valencia, con los modismos propios de tiempos de censura postal, evocaba así el mismo hecho: «El día ocho vino a verme
José Mª Albareda, para pedirme la entrada en nuestra casa: como es novio
formal, y hombre serio y de porvenir, accedí. Decídselo a Dª María [la Virgen María], para que ella se interese por esos amores, ¿eh?»53.
Para completar la reconstrucción de este hecho central disponemos de
otro relato del mismo Albareda, escrito en Zaragoza un año más tarde:
Llega hoy su carta del 4 […]. Aun sin recibirla, y aun sin noticias que darle,
le hubiese escrito hoy. Simplemente porque es víspera de mañana. ¡Cuan52
53
Nota autógrafa de José María Albareda, 8 de diciembre de 1941, AGP, serie A-2, 35-2-5.
El texto tiene un interés añadido de crítica histórica, ya que confirma lo que Jiménez
Vargas había escrito en julio de 1936, reforzando así la fiabilidad de los datos recogidos
en esos Diarios.
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a los miembreos del Opus Dei de Valencia, 10 de
septiembre de 1937, cit. en Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, p. 134.
32
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tas veces lo he pensado o recordado! Una preocupación de descarga y de
sinceridad, que llega a lo verbal, buscando palabras para ser completo y
exacto sin ser prolijo, para decirlo todo con la brevedad posible. Llegar con
el temor de no hilvanar bien las frases, de no hacerlas bastante expresivas;
y encontrar... los brazos del Padre. Pensar solo afanosamente en el saldo y
encontrar el gran haber. El 8 del mes siguiente salíamos de Madrid54.
Estamos ante el núcleo de la relación entre el Josemaría Escrivá y José
María Albareda, de naturaleza estrictamente religiosa, personal y muy íntima,
estrechamente vinculado a la naturaleza del Opus Dei y a la importancia que
en él tiene la filiación al fundador y a los sucesivos padres y pastores. Esto fue
lo sustantivo de su relación, todo lo demás, de mayor o menor importancia,
fue adjetivo.
Pocos días más tarde, los dos químicos conocieron la sorprendente
iniciativa de su amigo sacerdote de organizar unos ejercicios espirituales.
Alvira lo recuerda así:
Me produjo profunda sorpresa la invitación que un día me hizo para hacer
Ejercicios espirituales con cuatro personas más. Mi sorpresa era justificada
dado el ambiente de Madrid en aquellos momentos: ni una sola Iglesia o
capilla abierta, algunas quemadas y muchas saqueadas (vi saquear la Iglesia de San Ginés); persecución a sacerdotes y a personas cuyas prácticas
religiosas se conociesen (vi detener a una persona porque le encontraron
una medalla de la Virgen).
En este ambiente hicimos Ejercicios espirituales dados por el Padre, las
siguientes personas: Isidoro Zorzano, Juan Jiménez Vargas, José María Albareda, Ángel Hoyos de Castro y yo.
Estos Ejercicios tuvieron que darse de un modo muy especial, ya que la
reunión prolongada de un grupo de personas podía infundir sospechas al
encargado del control de la casa donde nos reuníamos. En Madrid cada
casa tenía su correspondiente control. Por eso íbamos por separado al lugar de reunión, allí acudía el Padre, nos daba una meditación y salíamos,
también por separado. Por la calle seguíamos meditando, rezábamos el
Rosario, etc.
Después nos reuníamos en otra casa en la cual vivía otro del grupo y teníamos la siguiente meditación. Los Ejercicios duraron tres días y se comprende fácilmente que durante ellos hubo una gran exposición. El último
día celebró el Padre el Santo Sacrificio de la Misa en la casa donde yo vivía,
54
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 7 de septiembre de 1938,
AGP, serie M-1.1, C146-D1.
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calle General Pardiñas 28, primero C. Celebró sobre una mesa, con un vaso
y sin ornamentos. Todo esto estaba autorizado por la Santa Sede debido a
las especiales circunstancias por las que atravesábamos55.
Además de esos ejercicios, Escrivá procuraba visitar a otros refugiados
que se dirigían con él y celebrar otros encuentros informales que le permitían
animarlos y facilitarles atención espiritual. Algunas de esas reuniones tuvieron lugar en la casa de su madre, a quien llamaban sencillamente Abuela, o
con su concurso y el de su hija mayor, Carmen, lo que contribuía todavía
más a dar un tono familiar a la relación que mantenían con san Josemaría,
como recuerda Tomás Alvira:
Un día del mes de septiembre de 1937 me dijo nuestro Padre si quería
conocer a su madre. Contesté afirmativamente y fuimos a la casa de José
María González Barredo, donde se encontraban la Abuela y Tía Carmen
[Escrivá]. Allí nos reunimos el Padre, la Abuela, Tía Carmen, José María
Albareda, Manolo Sainz de los Terreros y yo. La Abuela nos recibió de
modo muy acogedor e incluso nos obsequió con unas pastas, cosa dificilísima de tener en aquellos momentos. Fue una delicadeza de la Abuela,
muy de agradecer, por la escasez de aquellos momentos. Cuando había
pasado algo de tiempo le dijo al Padre: ¿Por qué no cantamos el Himno a
la Virgen del Pilar? El Padre le miró fijamente y le dijo: bien, pero en voz
baja. Cantamos el Himno. Estábamos allí cinco aragoneses. La Abuela manifestaba gran alegría56.
Con todo, resultaba evidente que san Josemaría no podía desarrollar
con un mínimo de libertad su labor sacerdotal en semejante situación. De
otros aragoneses, de la familia y amigos de Albareda, vino la solución a la
traída y llevada vía de evacuación que les preocupaba desde tiempo atrás.
Albareda sabía que su hermano Ginés y su cuñada –la mujer de su hermano Manuel– habían pasado a Francia por los Pirineos57. Cuando contó
esto a Pascual Galindo, sacerdote y catedrático de Latín en la Universidad
de Zaragoza, amigo de la familia, también refugiado en Madrid, éste decidió intentar esa salida y comunicar a Albareda el resultado y, en su caso,
los datos para seguirle. Convino en viajar por Barcelona, donde saludaría
a la madre de Albareda, y –si tenía éxito en su intento– enviarle una carta
55
56
57
Relación testimonial de Tomás Alvira, AGP, serie A.5, 1432-1-13.
Relación testimonial de Tomás Alvira, AGP, serie A.5, 1432-1-13.
Cfr. Gutiérrez Ríos, José María Albareda, p. 111.
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desde Francia. La tarjeta llegó a finales de septiembre, aunque desde Alemania58. Se abría un posible un camino de liberación.
Hacia la liberación
Con esos datos comenzaron los preparativos para la evacuación, que
toparon, en primer término, con las dudas de Escrivá, interiormente dividido entre sus deseos de continuar en Madrid y los de alcanzar la libertad
que le permitiera desarrollar su labor sacerdotal59. Tomada la decisión de
irse, hubo que atender dos necesidades perentorias: el dinero para pagar la
fuga y los salvoconductos para el viaje a Barcelona. Consiguieron el dinero
sumando a sus ahorros los donativos y préstamos que pudieron conseguir.
De los salvoconductos se encargó Albareda, que los pidió, en una gestión
arriesgada, a otro catedrático de instituto de Agricultura, entonces secretario
general de Izquierda Republicana, Bibiano Fernández-Osorio Tafall60.
El relato de su fuga está recogido con detalle en varias publicaciones61,
por lo que aquí sólo atenderemos a cuestiones que nos ayuden a perfilar
mejor cómo lo vivió Albareda y qué significó en su relación con san Josemaría. Quizá la mejor forma de enmarcarlo sea reproducir una carta suya hasta
ahora inédita, de 4 de febrero de 1938, en la que da cuenta de lo sucedido a
Sebastián Cirac, el amigo sacerdote que le había llevado a san Josemaría:
Burgos 4 febrero 1938
Querido Sebastián: conozco hoy tu dirección, por González Palencia, a
quien la pregunté hace unos días. Y ya comprendes que no se por donde
empezar. Día por día, en el Santo Sacrificio, te habrás acordado de los que
58
59
60
61
Cfr. Relación testimonial de Tomás Alvira, AGP, serie A.5, 1432-1-13. Otra pequeña circunstancia de aquellos días se había quedado grabada en el recuerdo de Galindo: Albareda
le había pedido en la primavera de 1937 que diera lecciones de Latín a él y a unos pocos
amigos. Cfr. Manuel Albareda, Recuerdos personales, en María Rosario de Felipe (ed.),
Homenaje a D. José María Albareda en el centenario de su nacimiento, Madrid, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, 2002, p. 173.
Cfr. Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, p. 158.
Cfr. ibid., p. 160, nota 83. Fernández-Osorio fue, a partir de abril de 1938, comisario
general del Ejército de Tierra.
Cfr. ibid., vol. II, pp. 158-225; Gutiérrez Ríos, José María Albareda, pp. 114-134; Casciaro, Soñad, pp. 84-129; Vázquez, Tomás Alvira, pp. 89-106; Coverdale, La fundación, pp. 215-234; Octavio Rico – Dámaso Ezpeleta, Cruzando la noche. San Josemaría
Escrivá, otoño de 1937. El paso de los Pirineos, Barcelona, Albada, 2004.
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Pablo Pérez lóPez
murieron por Cristo, de los que vivieron unidos a El y murieron a manos
de las furias del odio contra Cristo.
Nos hemos evadido de la zona roja. Hemos venido D. José María Escrivá
con siete amigos. Salimos de Madrid el 8 de octubre, estuvimos en Barcelona
planeando caminos de liberación hasta el 22 de noviembre en que fuimos a
un bosque, donde vivimos una semana y de donde partimos con guías: cinco
noches de camino duro y… en Andorra; es decir, en un país normal, con
leyes, con pan, con templos, con respeto y decoro. El P[adre]. pasó el tiempo
en bastantes sitios, lo que quiere decir, que no encontraba lugar fijo. Tuvo que
refugiarse en un manicomio, en una legación, en varias casas particulares; le
creyeron ahorcado. Ultimamente salió de la legación y habiendo perdido 50
kilos, por el régimen de hambre, era perfectamente desconocido. En Madrid,
y en toda la travesía, celebraba diariamente; hemos comulgado en el tren,
entre rocas, en el bosque, en docenas de casas. Llevábamos un primor de falsificaciones en la documentación; veíamos, en el viaje a Barcelona, los templos
devastados –¡cruzamos la diócesis de Cuenca!62– y el P[adre]. decía: le han
echado de ahí, pero le llevamos aquí. Al llegar a la España liberada –donde
hay quienes no saben lo que ha sido la revolución–, unos fueron al frente,
otros a la reconstrucción de lo que los rojos destrozaron, a la enseñanza… y el
P[adre]. a verlos a todos, a los que ya estaban aquí, y a los que hemos venido,
y a pensar y saber de los que no pudieron venir. Y a trabajar por el triunfo
completo, en todos los frentes y en todos los órdenes. Ha estado con varios
Prelados que le han acogido con el mayor cariño y entusiasmo.
Mi madre y los pequeños de mi hermano siguen en Barcelona, sin poder
salir, tras pasar sustos en abundancia y la escasez de víveres que allí se
padece. Pudieron salir Pilar y Ginés, que estaban en Salou en julio del 36
y luego fueron detenidos y procesados en Barcelona. Tras ellos pasó Galindo. Manolo está dando cien mil vueltas y revueltas para ver que puedan
salir los que en Barcelona han quedado. No sé, lo veo difícil. Estos días ha
logrado salir también D. Inocencio63.
Escríbeme contando muchas cosas. Al llegar a Francia escribí al Prof.
Neuss, a Bonn, y ya me contestó.
Tú desde ahí o nosotros desde aquí, ¿podríamos pedir el obsequio de algunos libros para un grupo de estudiantes españoles, de profesores, de estudiosos… bien, unos libros para nuestra biblioteca de… Ferraz 16? Porque
62
63
De cuya catedral era canónigo Cirac.
Probablemente, Inocencio Jiménez, catedrático de Derecho Penal de la Universidad de
Zaragoza, uno de los prohombres del catolicismo social español, amigo de la familia
Albareda; fue, entre otras cosas, vocal de la JAE. Según Castillo y Tomeo, a través de él
había conocido Albareda los entresijos de la inicial denegación y posterior concesión de
la primera pensión que él solicitó de ese organismo. Cfr. Castillo – Tomeo, Albareda
fue así, pp. 53-54.
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se acaba de hacer el traslado del piso del 50 a la casa del 16, en la que había
una espléndida biblioteca. Luego ha habido una checa y hasta han fusilado
allí. Esto de los libros, regalados por amigos, podría ser, como ves, de interés para poner otra vez todo en marcha.
Te recuerda con todo afecto y te envía un fuerte abrazo.
José María
Santa Clara 51 – Burgos64.
Casi todo lo sucedido está al menos mencionado en esta carta. Pero
nos conviene volver al 8 de octubre de 1937 para reparar en algunos detalles.
En casi todos los desplazamientos, cuando el grupo se subdividía, Albareda
estuvo al lado de san Josemaría: de Madrid a Valencia, cuando se alojaron
–en casa de Eugenio Sellés– en Valencia, y en el traslado de Barcelona a
las estribaciones del Pirineo. Fueron momentos vividos con una intensidad
especial, que afloró luego en años sucesivos, como escribía Albareda a Álvaro
del Portillo en 1944: «Hace hoy ocho años que con el Padre pasamos el día en
Valencia. Ayer el viaje desde Madrid, y esta noche próxima, la comunión en
el retrete. Le pongo unas líneas a Sellés»65.
En Barcelona, Albareda se alojó con su madre y sus sobrinos, en la
calle República Argentina, 60. Era la residencia de Concha de Suelves, viuda
de Montagut, y dos hijas suyas relativamente mayores. Un contratiempo que
les forzó a esperar hasta finales de noviembre para emprender el camino
hacia la frontera, convirtió aquel mes y medio en Barcelona en semanas de
estrecha convivencia entre el grupo de fugitivos, y de no pocos sobresaltos.
José María Albareda volvió a prestar servicios que su edad le permitía afrontar mejor que a los demás del grupo, y mantuvo conversaciones sobre el futuro
del Opus Dei con el fundador. En medio de la dificultad más aplastante, fugitivos,
siguiendo a san Josemaría, no dejaron de soñar. Lo recordaba así en 1958:
La semana pasada he estado en Barcelona, invitado por el Colegio de farmacéuticos, a dar una conferencia, primera de un curso. Me acordaba en la
calle, de que lo que hay en Barcelona –conocí la nueva casa [del Opus Dei] de
[la calle] Infanta Carlota– es la realización cumplida de aquellas perspectivas
que V. veía cuando hubimos de pasar allí aquella temporada de 193766.
64
65
66
Carta de José María Albareda a Sebastián Cirac, 4 de febrero de 1938, AGP, serie A.1, 328-2-29.
Carta de José María Albareda a Álvaro del Portillo, 8 de octubre de 1944, AGP, serie M-1.1, C168C2. El error de un año en el cálculo del aniversario parece un lapsus de Albareda al redactar.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 14 de marzo de 1958, AGP,
serie M-1.1, C492-C1.
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Pablo Pérez lóPez
El 19 de noviembre consiguieron, finalmente, tomar un autobús que
les llevó «a las tierras del Segre» como anota Albareda. En estas fechas, por
primera vez éste colaboró en la redacción de un diario de la expedición.
Escrito durante la marcha, más tarde san Josemaría lo mecanografió en Burgos, introduciendo algunas correcciones. José María Albareda escribió las
notas correspondientes a los días 19 a 21 de noviembre para el grupo que
formó él con Juan Jiménez Vargas y san Josemaría, y del conjunto para los
días 3 y 10 de diciembre, último de esas anotaciones que en Burgos titularon
Camino de liberación67. Su estilo, fácilmente reconocible, de tono reflexivo,
contrasta con el de otros redactores del Diario, más jóvenes, centrados en la
acción. Cuando describe el paisaje del amanecer del 20 de noviembre, que les
encuentra ya caminando tras dormir en un granero, anota: «¿Cómo no pensar en Aquel, “cuyo nombre –dice Ernesto Hello– está escrito en cada brizna
de hierba y sobre cada esfera celeste? La más pequeña cosa ya se le parece, la
mayor no se le aproxima todavía”»68.
Al día siguiente tuvo lugar otro hecho que Albareda recordó también
toda su vida: su plena incorporación al Opus Dei, la Oblación, reafirmando
lo que había pedido en septiembre, hecho de importancia creciente en su
recuerdo:
Ya han pasado veinte años desde que llegamos a la masía de En Pere y en
aquel día, domingo, celebró V. [la Misa] sobre la silla y luego, la oblación.
Y al mediodía la llegada de los caminantes y todo lo demás. Muchas cosas
para pensar y para procurar firmemente que ese tiempo ya tan extenso
hacia atrás, sea cada día más intenso y lleno hacia delante69.
Ayer […] fue un buen día: veinticinco años de aquella misa en casa de En
Pere (Rialp) y hoy de la celebrada en la casa –horno, ermita– camino del
bosque70.
Tras unos días de espera en una cabaña en pleno bosque, el guía les
recogió el 27 de noviembre para iniciar la travesía junto a otros emboscados.
Fue una marcha dura, a vida o muerte, como la presa que busca escapar del
67
68
69
70
38
Los originales en AGP, serie A-2, 8-2-2; cfr. Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, p.
163, nota 92.
Camino de liberación, AGP, serie A-2, 8-2-2.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 21 de noviembre de 1957,
AGP, serie M-1.1, C468-A4.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 22 de noviembre de 1962,
AGP, serie M-1.1, C585-C4.
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lazo del cazador: en seis días anduvieron unos 100 km, salvando un desnivel
acumulado de cuatro mil setecientos metros de subida y cuatro mil doscientos de bajada. Caminaron de noche, con bajas temperaturas, en tensión, mal
equipados, sin poder apenas descansar, comiendo mal y más de una vez al
borde del agotamiento físico. José María Albareda protagoniza algunas anotaciones del Diario:
28 de noviembre […] José María, de la mala alimentación y poco descanso
del día anterior, siente algo de mareo. Unos terrones de azúcar y un trago
de coñac y, sobre todo, la perspectiva de que el pajar está cerca le reaniman
y seguimos el camino. Llevamos más de ocho horas andando, y el cansancio y la idea de descansar van en aumento.
Lunes 29 y martes 30 de noviembre […]. Muchas veces se rompe la línea,
porque, como está tan oscuro, en perder la sombra del que va delante, ya
no se atreve uno a dar un paso. Para José María y Manolo esto es muy desagradable. Pasan delante, poniéndose inmediatamente después del guía, y
así van mejor […]. El P[adre]. quiere burlar nuestra compañía, para que
nuestra ayuda sea para Manolo, Tomás y José María; pero no lo consigue,
pues le seguimos como a los demás.
En sus recuerdos, Juan Jiménez Vargas es más preciso sobre la marcha
de la noche del 29 al 30, una de las que más desnivel acumularon:
José Mª Albareda, por la fatiga y el sueño, de pronto se quedó como en descerebración. De pie, inmóvil, incapaz de dar un paso, y sin decir nada. Pero
se consiguió que siguiera como un autómata, medio dormido, materialmente arrastrado por Pedro, hasta que se recuperó algo y pudo terminar lo
poco que nos quedaba de la etapa71.
Se comprende bien la alegría con que alcanzaron tierras de Andorra el
2 de diciembre. No es difícil, tampoco, hacerse idea del significado que tenía
para ellos la España del Frente Popular.
En cuanto les fue posible, José María telegrafió dando la noticia y
pidiendo ayuda a su hermano Manuel, en San Juan de Luz, que contrató un
taxi para que les recogiera72. San Josemaría envió una carta a Isidoro Zorzano
71
72
Relación testimonial de Juan Jiménez Vargas, AGP, serie A-5, 220-1-3.
El texto del telegrama, dirigido a «Albareda. Hotel Alexandre. St. Jean de Luz», dice: «Llegado Andorra con siete amigos meritísimos. Telegrafíame hotel Palacín urgentemente
si podéis enviar coche o favorecer económicamente nuestro rápido viaje. Abrazos. José
María». Telegrama, 1 de diciembre de 1937, AGP, serie A-1, 9-2-11.
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para hacerle saber que habían alcanzado su meta. El 3 de diciembre Albareda
retoma el Diario del grupo:
Primer despertar en lecho con sábanas, y al repicar de una campana. El
desgaste físico ha sido tan brutal, que hacía falta este largo dormir de diez
o más horas, dormir macizo, hondo, restaurador. A las ocho, nos levantamos tras el Pax, que nos ha dicho el P[adre]. Y vamos a la Misa que el
P[adre]. celebra, en la iglesia de Escaldes. Es la primera Misa que oímos en
una iglesia; y este retorno a la normalidad litúrgica llena de emoción.
Durante los meses pasados, meses de vandalismo contra todo lo divino,
hemos encontrado y conservado y llevado al Señor, como a hurtadillas y en
secreto: le veíamos en tal piso, en tal ocasión. Isidoro, en Madrid, por teléfono, me decía a veces: «mañana, a las ocho y media, te espero en mi oficina»... ; que si me ha visto la portera, que si chocará el ir pronto a tal casa...
Pero ahora vamos a la Casa del Señor, donde está siempre; donde está con
el decoro que prescribe la Iglesia; donde hay fieles, concentración de plegarias, recogimiento. ¡Señor, vuelve pronto a las iglesias devastadas!73.
Pero el taxi tardó en llegar. Una copiosa nevada les retuvo en Andorra
la Vieja hasta el día 10, en que pudieron acercarse, andando 13 km, hasta
donde llegaban algunos vehículos, el Pas de la Casa. Albareda, que redacta el
Diario de esta última jornada, apunta en otro párrafo muy suyo:
Ascendemos, hincando las rodillas y aún el muslo en unas huellas profundas. El día es luminoso y el paisaje limpio, elementalísimo: el azul del cielo
y el blanco de la tierra. Sol y nieve, fuerza y pureza, calor de lo alto y abajo
tersura; sol y nieve, rostro y vestiduras del Señor en el día de la Transfiguración. ¡Qué bien se está aquí! Todas las cosas parece que se transfiguran
en un simbolismo de magnificencia. Sí, esta nieve quieta y limpia, contemplativa y sencilla, se deshace en efusión bajo la luz de las alturas; fluye en
hilillos que se trenzan en arroyos, corrientes cargadas de fuerza impulsoras,
arrolladoras; ahí abajo ruedan las turbinas, luego... unos cables, y allá lejos,
todo el trepidar de negocios, máquinas, regiones industriales, aglomeraciones humanas, fábricas y casas en que se enhebran los cables silenciosos y sutiles. Yo quisiera tener un pensar más profundo, yo quisiera, cada atardecer,
al girar el interruptor, acordarme de esta nieve alta y solitaria74.
Al día siguiente, 11, el único que tenían permitido por las autoridades
francesas para atravesar Francia, san Josemaría decidió que se desviaran a
73
74
Camino de Liberación, AGP, serie A-2, 8-2-2, anotación del 3 de diciembre de 1937.
Camino de Liberación, AGP, serie A-2, 8-2-2, anotación del 10 de diciembre de 1937.
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Lourdes para celebrar allí la Misa, dar gracias por el buen fin de la huida y
rogar por los que continuaban amenazados y sin libertad. José María, que
había pasado por Lourdes tres años antes, evocó más de una vez esta visita a
la Señora de Masabielle, por ejemplo en el verano de 1958: «Pudimos el día
14 ir a Lourdes […]. Para algunos era la primera visita. Me acordé mucho de
la de diciembre de 1937, con V. ¡Qué veinte años!»75.
Tras la breve visita al santuario mariano siguieron camino. José María
se quedó con su hermano en San Juan de Luz; los demás regresaron a España.
Ya había anochecido cuando cruzaban el puente y comenzaban una nueva
etapa en sus vidas.
Los años de Burgos
Conseguidos los avales para entrar en la zona controlada por los sublevados, el grupo se dispersó: Albareda se había quedado con su familia en
Francia, Alvira se fue a Zaragoza, los demás se incorporaron a filas y san
Josemaría marchó a Pamplona, donde fue huésped del obispo, Marcelino
Olaechea, a quien había tratado en Madrid. José María Albareda se mantuvo
en contacto con él por carta, para hacerle llegar con la mayor rapidez posible la correspondencia que recibían en Francia, llegada desde la zona republicana. Los Albareda desempeñaron un papel clave en el enlace triangular
necesario para mantener el contacto de los de uno y otro lado. A los cuatro
días de separarse, Albareda le escribe:
Mi querido amigo: le envío estas cartas con noticias de la familia. No he
recibido carta de V., pero supongo que habrá llegado o estará para llegar a
Vitoria. A Ignacio le he contestado con una postal.
Espero a un amigo con el que iré dentro de dos o tres días.
Un saludo cordialísimo de
José María76.
75
76
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 17 de agosto de 1958, AGP,
serie M-1.1, C492-C1. «Pascua. Hace once años oí misa en Lourdes, de paso. Canonizaban
a San Juan Bosco en ese día, culminación del centenario de la Redención». Carta de José
María Albareda a Álvaro del Portillo, 1 de abril de 1945, AGP, serie M-1.1, C168-C2.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 15 de diciembre de 1937,
AGP, serie M-1.1, C146-A1.
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Pablo Pérez lóPez
Sin embargo, algunas de esas cartas, dirigidas a Vitoria, tardaron en
llegar a su destinatario. No era fácil mantenerse en comunicación en aquellas
circunstancias77. Los planes no salieron como inicialmente esperaban y su
encuentro se demoró unos días. La razón fue la regularización de la situación
legal de Albareda ante el nuevo Estado nacido en la zona controlada por los
militares. Lo contaba así en carta a su hermano Manuel unas semanas después: «Vine a Burgos desde San Sebastián y en el acto, el día 21 [de diciembre], se rehabilitó mi nombramiento y se me adscribió al Instituto de Burgos
para prestar servicios en la Comisión de Cultura (esto no lo digáis ahí)»78.
En la zona controlada por los militares el gobierno se denominaba
entonces Junta Técnica del Estado, y se organizaba en secretarías y comisiones, entre ellas la de Cultura y Enseñanza, presidida por José María Pemán,
aunque sus disposiciones siempre fueron firmadas por su vicepresidente,
Enrique Suñer79. Hasta el 31 de enero de 1938 no se constituyó un gobierno
propiamente dicho con el general Francisco Franco como presidente del
Consejo y Jefe del Estado. José María Albareda fue incorporado a los trabajos
de esa Comisión, tarea que, como se ve, prefería no airear.
El 23 de diciembre telegrafiaba a san Josemaría anunciándole su llegada a Pamplona al día siguiente. Celebraron la Navidad con Pedro Casciaro,
Francisco Botella y José Luis Fernández del Amo, otro de los universitarios
que frecuentaban Ferraz. En vista de la situación en que se encontraban,
Escrivá de Balaguer les habló de abrir un centro en Burgos, capital de esa
zona, lugar de paso de muchos y destino en aquel momento de tres de ellos.
Todo su interés era contactar con todos y retomar las actividades apostólicas
como pudiera. A fines de mes lo había conseguido: «El abuelo dice que da
muchas gracias a Dios, porque ya ha localizado a todos sus nietos»80. Los planes de aquella Navidad tuvieron ya dimensión ejecutiva: hablaron de cómo
sería el oratorio de la nueva casa y Albareda quedó comisionado para encargar un cáliz en Zaragoza81.
77
78
79
80
81
«¿Sabes que no han llegado a mis manos ni tu telegrama, ni tus dos cartas de San Juan
de Luz? Haré investigaciones en Vitoria». Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a José
María Albareda Herrera, 4 de enero de 1938, AGP, serie A-3.4, 254-5.
Carta de José María Albareda a Manuel Albareda y su esposa Pilar, 11 de enero de 1938, AFA.
Cfr. José Ramón Urquijo Goitia, Gobiernos y ministros españoles en la edad contemporánea, Madrid, CSIC, 2008, p. 133.
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a Ricardo Fernández Vallespín, 31 de diciembre de
1937, AGP, serie A-3.4, 254-4.
Cfr. Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, pp. 237-238.
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José María Albareda marchó, en efecto, a su tierra natal. Desde allí
escribió a san Josemaría con sus impresiones:
[Desde Caparroso] ya se oye en cada parada del autobús, “oiga, la cestica”.
Hay una educación, una corrección en el tono, en el ambiente, que atrae
nuestra admiración. ¡Qué diferencia!
En Zaragoza, mi primera visita no hay que decir para quien fue. Desde el
27 de junio del 36, no había visto aquí a la Virgen. Luego quise ver a Marín;
era catedrático de Lérida, ¿le habría pasado algo?»82.
Se enteró de que varios compañeros suyos del Instituto de Huesca
habían muerto, entre ellos el antiguo director, Nieto: «Me impresionó
esta pérdida de tan buen amigo»83. Visitó también a uno de sus antiguos
maestros en Química: «Fui a acabar la tarde con D. Antonio de G[regorio].
Rocasolano, que se alegró muchísimo al verme y pasó, contándome cosas y
reflexiones, un rato distraído de sus áridas tareas de presidente de la comisión depuradora»84.
En efecto, Rocasolano, con quien él había sido ayudante, estaba al
frente de la comisión que debía depurar responsabilidades políticas entre el
personal docente universitario. Era otra de las consecuencias de la división
de España: cada bando acusaba al contrario de causar los males del país, y
buscaba a los culpables para separarlos de los puestos de influencia, también
docentes. Albareda, por ejemplo, fue expulsado oficialmente de su cátedra
de instituto por las autoridades republicanas el 24 de diciembre85. Todo funcionario debía demostrar que no estaba a favor del bando contrario. En el
caso de la Universidad esto generó sanciones e incluso muertes en uno y otro
lado86. Los que superaran esa depuración en el bando vencedor constituirían
la nueva clase intelectual que dominaría la posguerra.
82
83
84
85
86
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 28 de diciembre de 1937,
AGP, serie M-1.1, C146-A1.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 28 de diciembre de 1937,
AGP, serie M-1.1, C146-A1.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 28 de diciembre de 1937,
AGP, serie M-1.1, C146-A1.
Cfr. Gaceta de la República 358 de 24/12/1937, p. 1392. El motivo era «abandono de destino», entonces en el Instituto Lagasca de Madrid.
Cfr. tesis doctoral inédita de Gregorio González Roldán, El nacimiento de la Universidad franquista. La depuración republicana y franquista de catedráticos de Universidad,
Uned, Fac. de Geografía e Historia, 2000.
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Pablo Pérez lóPez
Pero por el momento, antes que pensar en organizar el futuro, el primer tema de conversación era saber si habían sobrevivido los conocidos: «Le
di [a Rocasolano] la enorme alegría de las noticias de Mariano Hernández,
que desconocía en absoluto, y la tranquilidad de que en Albacete, gracias a
D. Pedro, no le pasará nada»87.
El don Pedro mencionado era seguramente Pedro Casciaro Parodi,
catedrático de instituto de Geografía e Historia, padre de Pedro Casciaro y
presidente provincial del Frente Popular en Albacete. Gracias a él muchas
personas perseguidas consiguieron salvar la vida; una de ellas debió de ser
este Mariano Hernández, catedrático de instituto de Química que había estudiado en Zaragoza. Mientras tanto, Albareda seguía pendiente de saber algo
de la posible evacuación de su madre y sus sobrinos de Barcelona. Ese era el
asunto que más le inquietaba, según se desprende de las cartas a su cuñada
Pilar y a su hermano Manuel. En la que les escribió el 30 de diciembre menciona un dato y hace una petición que nos interesan:
El domingo [2 de enero de 1938] marcho a Burgos; ya os di mi dirección:
Santa Clara 51, y os decía que residiría allí […].
Si pudieseis conseguir fácilmente publicaciones oficiales sobre organización y planes de segunda enseñanza en Francia y quizá en Polonia, me
serían útiles88.
En la calle de Santa Clara 51, en Burgos, había una pensión a la que
llegaría también, el 8 de enero, san Josemaría. Allí estuvieron alojados los
dos durante unos meses, mientras intentaban conseguir una residencia más
adecuada. En cuanto a la legislación de educación extranjera, es fácil suponer
que se trataba de documentarse para su trabajo en la Comisión de Cultura y
Enseñanza.
En efecto, san Josemaría escribió a Albareda desde Pamplona el 4 de enero
con sus preocupaciones del momento: qué tal se encontraba y cómo estaban los
que le acompañaban, intercambio de direcciones de unos y otros, qué más noticias tenía de Aragón, cómo iban las gestiones para conseguir lo necesario para
instalar un oratorio en Burgos, y su inquietud ante la forma de proceder para
impulsar con acierto la actividad apostólica en esta nueva etapa:
87
88
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 28 de diciembre de 1937,
AGP, serie M-1.1, C146-A1.
Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 30 de diciembre de 1937, AFA.
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¡Cuántas ganas de veros y de trabajar! […]
Bastante desorientado: habla con D. Manuel [es decir, pídele a Dios], para
que vea cosas prácticas: ¿una biblioteca circulante –en Burgos, la sede–, para
nuestros amigos? ¿Por qué no comienzas a escribir, pidiendo libros?89.
En esas líneas están ya resumidos los ejes de los asuntos que Escrivá y
Albareda compartieron durante los meses que quedaban de guerra: localizar
y atender a los que participaban en los medios de formación de la Obra y
de manera especial a los que formaban parte de ella, y retomar la actividad
apostólica apoyándose, otra vez, en el trabajo intelectual de quienes antes
frecuentaban la Residencia DYA. Parece muy significativa esta orientación
del trabajo en un momento de guerra en el que, además, las universidades
estaban cerradas. Confirma hasta qué punto consideraba el fundador el trabajo y la formación sólida elementos fundamentales de la tarea de almas que
el Opus Dei debía desarrollar. En tiempos que parecían llamar a la supervivencia en los frentes o al activismo organizativo en retaguardia, en tiempos
de grave crisis, pensaba en cómo ayudar a los suyos a estudiar.
Escrivá y Albareda residieron juntos en Burgos hasta que en el mes de
octubre éste marchó a Vitoria para trabajar en el instituto de esa localidad.
Con ellos convivivieron Pedro Casciaro y Francisco Botella, que tuvieron
destinos militares en esa plaza, mientras que Juan Jiménez Vargas y Manuel
Sáinz de los Terreros marcharon fuera de la ciudad.
El tono familiar de una empresa apostólica
Un primer aspecto interesante de los meses de estancia en Burgos es
la convivencia cotidiana de Escrivá de Balaguer con los miembros del Opus
Dei, especialmente con los que permanecieron junto a él de modo habitual.
En este aspecto, Albareda fue el más estable, al no depender de destinos militares, siempre amenazados de cambio. Cuando en el verano de 1938 se le
planteó la cuestión de un posible nuevo destino en el Instituto de Vitoria,
donde había una plaza de Agricultura y se habían trasladado las oficinas del
Ministerio de Educación, Albareda preguntó a Escrivá si consideraba preferible solicitar esa plaza o intentar conseguir una de Inglés o de Alemán
en Burgos, haciéndole presente que, si los demás dejaran Burgos, él estaba
89
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a José María Albareda Herrera, 4 de enero de 1938,
AGP, serie A-3.4, 254-5.
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Pablo Pérez lóPez
dispuesto a irse allí para acompañarle90. La aceptación de esa plaza en Vitoria indica que el fundador le contestó que esa le parecía mejor solución. En
diciembre de 1938 san Josemaría le escribía diciéndole que si los destinos
militares lo propiciaban, quizá trasladara su residencia a Valladolid, algo que
finalmente no sucedió91. También fue Albareda el único que acompañó a san
Josemaría en algunos desplazamientos, como el viaje de finales de febrero de
1938 a Zaragoza, algo que para los demás resultaba imposible92.
Las diferencias de edad hicieron que José María Albareda desempeñara también un papel moderador, de apoyo para san Josemaría. Pedro Casciaro y Francisco Botella, por ejemplo, pensaban que debían forzar a Escrivá
a comer más, o a abrigarse convenientemente, o a reponer prendas excesivamente gastadas, y recurrieron para eso a medios que el sacerdote consideraba impropios, como Casciaro ha relatado muy vivamente93. La cuestión se
abordaba en las cartas en el tono familiar que tenía toda su convivencia. El
29 de abril, san Josemaría escribía a Albareda: «P –¡no!– pericote y Pacorro
están inaguantables [sic], y me hacen comer a todas horas, después de armar
unos jaleos epopéyicos... Diles tú que me dejen en paz»94.
También fue Albareda quien acompañó al sacerdote cuando fue a visitar a un funcionario de cierta relevancia, Jorge Bermúdez, que había denunciado a Pedro Casciaro como espía comunista, por la condición de su padre
en Albacete. El episodio, detalladamente relatado en otra parte, cambió de
registro de forma muy impresionante, ajena a cualquier fenómeno natural,
cuando san Josemaría comentó, como hablando para sí, a la salida de aquella
tensa entrevista: «mañana o pasado, entierro». En efecto, Jorge Bermúdez
falleció ese mismo día95.
La mayor estabilidad de Albareda y su capacidad de gestión hicieron
que sobre él, a través de sus hermanos96, pivotara la tarea de mantener a
través de Francia la correspondencia con los que permanecían en Madrid,
90
91
92
93
94
95
96
Cfr. Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 29 de agosto de 1938,
AGP, serie M-1.1, C146-D1.
«Si fueran Juan y Alvaro a Valladolid, yo me iría también». Carta de Josemaría Escrivá de
Balaguer a José María Albareda Herrera, 10 de diciembre de 1938, AGP, serie A-3.4, 256-1.
Cfr. Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 5 de marzo de 1938, AFA.
Cfr. Casciaro, Soñad, pp. 140-141 y 149-153.
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a José María Albareda Herrera, 29 de abril de 1938,
AGP, serie A-3.4, 255-2.
Cfr. Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, 299-309; Casciaro, Soñad, pp. 158-164.
Cuando Ginés Albareda regresó de América, donde se encontraba de viaje, en junio de
1938, este contribuyó también a esa tarea a través de sus contactos en Francia.
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SAN JOSEMARÍA Y JOSÉ MARÍA ALBAREDA (1935-1939)
Valencia o en cualquier parte del otro lado de los frentes de guerra. Mantener el contacto con ellos era para san Josemaría una prioridad y no dudó en
suplicar el favor al hermano de Albareda cuantas veces hiciera falta, mostrando el agradecimiento que era habitual en él por tan preciado servicio.
Ese empeño de mantener el contacto era una necesidad vital para el
porvenir del Opus Dei. El Fundador trataba de salvar así, a base de no perdonarse esfuerzo, la dispersión y aislamiento forzosos que había generado
el huracán de la guerra. Si todo su empeño era difundir el ideal de santidad en medio de las tareas ordinarias entre cristianos corrientes, descubrir
gente con vocación para esa empresa, formarlas y distribuirlas, los acontecimientos presentes amenazaban con triturar todo lo que había logrado hasta
entonces. Sin embargo, estaba seguro de que la raíz sobrenatural de la misión
hacía imposible que se frustrara. Actuaba en consecuencia y transmitía a los
suyos la misma seguridad y la misma urgencia por recuperar esos contactos
y establecer otros nuevos. En José María Albareda se percibe esa inquietud
permanente por buscar y encontrar quienes comprendieran ese ideal. Puede
detectarse en las referencias a sus conocidos y amistades, y también en sus
deseos de acercar a Dios a las personas que frecuentaba en sus actividades
profesionales, concretamente en el ámbito de las Ciencias Naturales97. Las
cartas de Albareda evidencian el buen número de conocidos y amigos que
tenía, y cómo le parecían pocos para transmitirles el mensaje cristiano de
búsqueda de la santidad que era nuclear en el Opus Dei. Los comentarios
que hacía a san Josemaría son de tono íntimo, propios del tipo de relación
que mantenían, y a veces se detienen en un pequeño apunte sobre este o
aquel conocido, su actividad, o su disposición hacia lo espiritual. Por ejemplo, Francisco Ponz –a quien Albareda no habló del Opus Dei hasta después
de la guerra– se pregunta en sus memorias si Escrivá y supo de él a través
de su profesor. Ponz recuerda un encuentro con Albareda en la primavera
de 1938 en Zaragoza y cómo le impresionó esa conversación: el relato de las
peripecias vividas, la ausencia en él de espíritu de revancha por las desgracias
padecidas, sus esperanzados proyectos profesionales y científicos para después de la guerra, y cómo unía esos anhelos con la dimensión sobrenatural
de su vida, algo que más tarde Ponz identificaría como lo propio del espíritu
del Opus Dei98. La correspondencia nos permite contestar a la pregunta de
97
98
Cfr. Carta de José María Albareda, desde Santander, a Josemaría Escrivá de Balaguer, 22
de agosto de 1938, AGP, serie M-1.1, C146-D1.
Cfr. Ponz, Mi encuentro con el Fundador, pp. 25-28.
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Ponz afirmativamente. San Josemaría sabía quién era Francisco Ponz. Albareda le había contado sobre él en octubre: que le ha escrito desde su destino
militar, que le ha dado noticias de los libros que estudia, de la vida de piedad
que lleva, y concluye: «Un buen chiquillo contento»99.
En definitiva, se puede observar cómo se concreta el ideal de un apostolado cristiano apoyado en la amistad y la confidencia en la vida de José María
Albareda, aspecto fundamental para entender los objetivos que le movían
como miembro del Opus Dei y para no confundirlos con otros cuando su
actividad adquiriera mayor relevancia en la esfera pública.
San Josemaría le impulsaba a llegar lejos en este terreno, animándole a
plantear a otros la posibilidad de descubrir como camino propio el del Opus
Dei. A Zaragoza le escribía, por ejemplo: «Oye: dile, de mi parte, a Federico
que “el” “Amor” “bien” “vale” “un” “amor”. ¡Duro, con esa gente, candidata
al manicomio!»100.
En su manera de figurada hablar, el manicomio lo componían quienes
compartían la locura de hacer el Opus Dei, de entregar la vida por esa tarea,
poniendo en ella toda su capacidad de amar, toda su vida.
En el ámbito familiar se advierte también lo que significaba su integración en su nueva familia, el Opus Dei. Como ya mencionamos, sus hermanos
Manuel y Ginés ayudaron a mantener el contacto epistolar con Madrid y otros
lugares del otro bando. Y aportaron también, cuando pudieron, ayuda material: Ginés les regaló la máquina de escribir con que san Josemaría terminó
de mecanografiar Camino, y a Manuel –además del auxilio que les prestó en
la fuga, y de otros muchos– le pidieron que intentara conseguir ornamentos litúrgicos en Francia o que hiciera llegar comida a los que seguían en
Madrid101, esto último coincidiendo con la salida de sus hijos de Barcelona:
«Muy querido José María: escribí a Manolo, para darle la enhorabuena por
la liberación de los chicos. ¡A ver cuándo salen las abuelitas! […]. ¡Si pudiera
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 19 de octubre de 1938,
AGP, serie M-1.1, C146-D1.
100
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a José María Albareda Herrera, 4 de mayo de 1938,
AGP, serie A-3.4, 255-3.
101
Cfr. Rodríguez, Camino, ed. crít., p. 141. Ginés Albareda tuvo un trato relativamente frecuente con san Josemaría cuando regresó a España. De una carta suya tomó el sacerdote
una frase que reprodujo en el punto 99 de Camino, que entonces redactaba: «Encomiéndeme a Dios y ruegue por todos mis anhelos y porque nunca quiera detenerme en lo fácil».
Carta de Ginés Albareda (desde París) a José María Escrivá de Balaguer, 25 de octubre de
1938, cit. en ibid., p. 659.
99
48
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SaN JoSemaría y JoSé maría albareDa (1935-1939)
tu hermano enviar comida a Madrid! Dile que a condición de pagar aquí lo
que sea: así, si llega, podría repetirse»102.
En efecto, una de las preocupaciones mayores de Albareda y sus hermanos había sido la evacuación de Barcelona de su madre y de los hijos de
Manuel que estaban con ella. No hay carta en que no aparezca el asunto
desde diciembre de 1937, y en las de enero y febrero José María escribe con
la alegría del que interpreta que el hecho está próximo. Varias veces, cuando
el deseado permiso y viaje se posponían una y otra vez, dice a su hermano
que san Josemaría ofrece la Misa por esa intención103. Pero el asunto fue para
largo. Los niños no pudieron salir hasta los primeros días de enero de 1939,
y «las abuelitas» no lo hicieron hasta finales de ese mes. Albareda lo supo
cuando él mismo volvió a Barcelona en febrero de ese año104.
Por otra parte, san Josemaría asesoró a Albareda en otros asuntos
familiares sobre los que le pedía consejo. Cuando Albareda viajó a Caspe, le
escribió con frase recia animándole a no alimentar rencor cuando su dolor
podía haber revivido: «Me alegro de que estuvieras poco tiempo en Caspe:
siento vuestras pérdidas, pero sé de sobra que no das importancia a esas
cosas»105. Y cuando Albareda consigue aclarar qué ha ocurrido con el personal de servicio de la casa de sus padres, le contesta:
A los asuntos prácticos: creo que es obligación de conciencia dar consuelo
y afecto a vuestras viejas sirvientas y preocuparse de su sostenimiento. Entiendo que es buena solución encargárselas a vuestro administrador, ayudando económicamente –con lo que sea– a este hombre. Obra con entera
libertad106.
La familia Albareda colaboró también en otra tarea a la que san Josemaría concedía dimensión apostólica: conseguir libros para ponerlos a
disposición de los que pasaban por Burgos y animarlos así a aprovechar
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a José María Albareda Herrera, 17 de enero de
1939, AGP, serie A-3.4, 256-2.
103
Así, por ejemplo: «Perico te pedía que le escribieras a tu hermano Manolo –¿sabes que lo
quiero de veras, y diariamente pido por él y los suyos?–». Carta de Josemaría Escrivá de
Balaguer a José María Albareda Herrera, 4 de mayo de 1938, AGP, serie A-3.4, 255-3.
104
Cfr. Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 9 de febrero de 1939,
AGP, serie M-1.1, C146-B1.
105
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a José María Albareda Herrera, 29 de abril de 1938,
AGP, serie A-3.4, 255-2.
106
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a José María Albareda Herrera, 4 de mayo de 1938,
AGP, serie A-3.4, 255-3.
102
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el tiempo, y reconstruir la biblioteca de la residencia de Ferraz, instrumento importante en su manera de entender la formación de «un apóstol moderno», como escribió en Camino. Hemos citado más arriba, escrita
entre interrogantes, la idea de pedir libros en su carta de 4 de enero de 1938
desde Pamplona. Las referencias posteriores confirman que se consolidó
como línea de trabajo. No parece aventurado suponer que fue una decisión
en la que Escrivá y Albareda coincidían, ya que, además de pedir libros para
los demás, Albareda también los pedía para sí, con objeto de poder retomar
su trabajo.
La búsqueda del libro como limosna fue recurrente en aquellos meses
de guerra; Albareda se puso a la tarea inmediatamente, como hemos visto en
su carta a Sebastián Cirac, y san Josemaría se lo recordaba de vez en cuando
en las suyas. El proyecto más ambicioso fue la organización de una red de
petición internacional: «¿Te ha dicho tu hermano Manolo algo del asunto de
los libros? Es muy interesante que yo pueda enviar unas cuantas circulares,
a quienes tú sabes»107.
Por las cartas de José María a su hermano tenemos algunos detalles
acerca del proyecto. Se trataba de preparar una circular solicitando donaciones de libros a personas e instituciones en distintos países. Pidieron, para eso,
en febrero de 1938, consejo y traducciones a sus parientes y amigos, concretamente una versión francesa y otra polaca de ese texto que «irá firmado por
unos treinta Profesores y Académicos, garantía de solvencia intelectual»108.
Conseguir esas firmas era una actividad más a la que se dedicaban en Burgos
y en sus viajes, y es claro que en la tarea Albareda desempeñaba un papel
de primera línea. Manuel Albareda contestó con alguna sugerencia que su
hermano aceptó gustoso:
Parece muy acertada esa indicación de centralizar en cada país la gestión
de los libros. Quizá –ya verás qué te parece– convenga tirar la circular en
cada país y distribuirla, recogiendo los envíos allí mismo. Para esto hace
falta una persona que simpatice con esta idea y esté “ambientada”. Por ej.,
en Alemania Sebastián Cirac, creo que lo haría bien. Piensa si ahí [en Francia] se tendría también alguien que pudiese hacerlo. Para toda la América
española, escribiré a Ginés [Albareda], que podría establecer sus redes en
cada país hispano americano, y aun no sé si llegar a Norteamérica median-
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a José María Albareda Herrera, 29 de abril de 1938,
AGP, serie A-3.4, 255-2.
108
Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 19 de febrero de 1938, AFA.
107
50
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te sus relaciones. Faltan todavía dos o tres firmas, para poder disponerse a
la tirada de la circular; creo será cuestión de días109.
Y mientras tanto, Albareda pedía publicaciones sobre su tema de estudio a los centros de investigación especializados y retomaba sus contactos:
He pedido libros y publicaciones del suelo –principal finalidad de este papel timbrado– a varios laboratorios extranjeros, con contestaciones muy
cordiales y entusiastas. Hoy, una de Mitscherlich desde Königsberg, que
es una arenga.
Supongo que lo de los libros irá bien110.
En el timbre del papel al que se refiere se lee: «Real Academia de Ciencias Físicas, Exactas y Naturales. Fundación Conde de Cartagena. Cátedra
de Ciencia del Suelo. Madrid. Valverde, 22». Bien puede servirnos de enlace
esta referencia para ocuparnos ahora con más detalle de las actividades profesionales de Albareda, y también de su conexión política.
Ciencia, enseñanza y política
Como sabemos, José María Albareda había sido rehabilitado como
catedrático de instituto de Agricultura –de Ciencias Naturales, se diría en
breve– y había sido integrado en la Comisión de Cultura a su llegada a Burgos, donde se trabajaba en el diseño de un nuevo sistema educativo para
cuando terminara la guerra. Muy pronto entró en contacto con gentes de
cierto relieve en la vida científica española que residían en o pasaban por
Burgos, o por Vitoria, donde se instalaron las dependencias del nuevo Ministerio de Educación Nacional, tras su creación el 31 de enero de 1938. La institución que le sirvió para retomar el contacto era, justamente, la misma que le
había servido para transmitir mejor sus avances de investigación, la Academia de Ciencias, integrada ahora en el Instituto de España, creado el primer
109
110
Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 8 de marzo de 1938, AFA.
Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 14 de abril de 1938, AFA. El
núcleo de la carta circular solicitando libros puede verse en Gonzalo Redondo, Historia
de la Iglesia en España. 1931-1939. Vol. II: La Guerra Civil. 1936-1939, Madrid, Rialp,
1993, pp. 528-530. Redondo señala, sin cita explícita de la fuente, que el resultado de la
petición fue pobre y que entre las instituciones que destacaron en el envío de libros estuvo
la Universidad Católica de Milán.
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Pablo Pérez lóPez
día de 1938111. El último día de enero escribía a su hermano: «Esta semana
que viene seguramente nos daremos una vuelta por Vitoria, coincidiendo
con la reunión del Instituto de España, en que leerá [Antonio de Gregorio]
Rocasolano su discurso de ingreso; le contestará don Obdulio [Fernández
Rodríguez]»112.
Pocos días más tarde, José María recibía de la Academia el mismo
encargo que había tenido antes de la guerra: «La Academia de Ciencias, que
se reunió ayer aquí [en Burgos], acordó que siga en la Cátedra C[onde]. de
Cartagena, y de momento que de aquí cuatro lecciones; bien, pero no tengo
libros, y me conviene urgar [sic] lo que pueda en Zaragoza»113.
José María comenzó con esas clases, y siguió trabajando en los asuntos
de organización: «En el Ministerio muy bien. Probablemente iré allí [a Vitoria] a trabajar, con algunos compañeros», escribía a su hermano Manuel el
5 de marzo. En esa misma carta mencionaba a «Eugenio D’Ors, con quien
he hecho amistad», confirmando su capacidad de aumentar su círculo de
amistades con gentes de procedencias muy diversas. La Academia le encargó
también otro cursillo en Zaragoza114 que los miembros del Opus Dei de Burgos siguieron a través de las referencias que le dedicó la prensa115.
En verano, el Ministerio de Educación organizó unos actos culturales en Santander orientados a extranjeros, que pretendían también presentarles el nuevo Estado116. Albareda acudió a algunas de esas reuniones
El Instituto está constituido por el conjunto de los Académicos numerarios pertenecientes
a las Reales Academias Oficiales establecidas en Madrid: Española, de la Historia, de Bellas
Artes de San Fernando, de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de Ciencias Morales y
Políticas, Nacional de Medicina, de Jurisprudencia y Legislación, y Nacional de Farmacia,
constituidas en Corporación nacional, a título de máximo exponente de la cultura española en el orden académico.
112
Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 31 de enero de 1938, AFA.
113
Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 10 de febrero de 1938, AFA.
114
«Don Antonio quiere que, además de las conferencias de Burgos, de un cursillo en Zaragoza, también de la Academia». Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda,
5 de marzo de 1938, AFA.
115
«Muy contentos, con tu cursillo: envíanos periódicos, en los que vayan viniendo referencias de tus lecciones. ¿Has tenido noticias de Barcelona? Mucho les encomiendo». Carta
de Josemaría Escrivá de Balaguer a José María Albareda Herrera, 2 de mayo de 1938, AGP,
serie A-3.4, 255-3.
116
«El Ministerio de Educación Nacional ha preparado para el verano próximo, un Curso
de Extranjeros en Santander, que tendrá lugar desde el primero de Julio al 25 de agosto.
Su organización está ya completamente ultimada y en él, además de las enseñanzas fundamentales de Lenguas, Literatura, Arte e Historia de España, se dará un ciclo de conferencias sobre la organización del nuevo Estado a cargo de las más prestigiosas figuras del
111
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en agosto. De regreso de una de ellas debió tomar la decisión de aceptar
la cátedra en Vitoria o buscar otro puesto en Burgos. Como ya sabemos,
aceptó el de Vitoria. Allí, además de las tareas en el Instituto, le esperaba el
trabajo en el Ministerio, que le llevó a estar agobiado de tiempo y a mantener el contacto con san Josemaría por correspondencia, salvo desplazamientos ocasionales.
Para comprender su actividad en Vitoria y, sobre todo, la posterior,
conviene hacer mención de las actitudes y actividad política de nuestro
protagonista. Lo primero que hay que decir es que, significativamente, no
tenemos ni rastro de ella en la correspondencia con Escrivá de Balaguer: no
tratan de esto. En cambio, con su hermano Manuel aborda el asunto con frecuencia. Es otra característica importante de la relación entre san Josemaría
y él: no se deja fuera ningún ámbito, porque es en lo más corriente, en todo,
donde debe vivirse la lucha por la santidad, especialmente en el desempeño
profesional. Pero, al mismo tiempo, esa relación dejaba a Albareda completa
libertad en la determinación de los medios y criterios de acción en el ámbito
profesional, social y político, etc. Conviene tenerlo en cuenta a estas alturas,
cuando estamos evocando tiempos en los que nadie en el Opus Dei tenía
capacidad de decisión política de cierto relieve, porque ese criterio es clave
para explicar lo que sucedió cuando cambió esa circunstancia.
En la correspondencia con Manuel Albareda, en cambio, trató de estas
cuestiones bien pronto, como queda dicho:
Cuando pases por San Sebastián puedes pasar por Garibay 34, oficina de
Acción Española, y dar tu dirección y la mía para la reconstrucción del
fichero. Yo aún no sabía la mía y di mi nombre con la dirección de Zaragoza. Ahora puedes dar la tuya con tu nombre y la mía de Burgos. Todos los
socios de A. Española de abril de 1936, pueden ingresar como militantes
en Falange. Nosotros lo somos desde la fundación; en diciembre de 1931
[…]. Pero hay la leve dificultad de que desapareció el fichero. Por eso te
hará falta el testimonio de alguna persona conocida. A mí me lo han dado
Movimiento Nacional. Ha estimado pertinente el Gobierno Nacional concentrar en las
presentes circunstancias y dentro de un solo curso todas las actividades escolares extranjeras que antes se dispersaban por distintos lugares de la Península, facilitando de esta
manera la labor didáctica e instructiva y dando ocasión a que puedan monstarse [sic] por
nuestros intelectuales los verdaderos valores nacionales en que se basa nuestra directiva
histórica y por los que España lucha en estos momentos».
Nota verbal de Embajada de España ante la Santa Sede a la Secretaría de Estado del Vaticano, 2 de junio de 1938, Archivio Segreto Vaticano, Fondo Segretaria di Stato (19361939), Anno 1938, Stati, 109.
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Rocasolano y Coronas. Esto ha de hacerse hasta febrero de este año. Hace
unos días vi a Vegas Latapié, que es del Jurídico, y me dijo que espera salga
pronto la revista en Valladolid117.
Ya hemos dado cuenta de la pertenencia de José María Albareda a
Acción Española. Ahora conviene explicar que, en abril de 1937, el general
Franco decretó la unificación de todas las fuerzas políticas que apoyaban al
Movimiento Nacional, como se denominaba a sí mismo, con término amplio
y ambiguo, el bando sublevado. Tal unificación, que no se llevó cabo sin conflicto y protestas más o menos airadas, integró a todas esas fuerzas en un partido denominado Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET de las JONS), abreviadamente, Falange. La
Falange Española había sido un movimiento fascista a la española fundado
por el abogado José Antonio Primo de Rivera en 1933, y fusionado con las
JONS, un movimiento análogo nacido en Valladolid. Tuvo muy pocos seguidores antes de la guerra –sus votantes no alcanzaron el uno por ciento–, pero
el estallido del conflicto la prestigió y convirtió en polo de atracción para
muchos voluntarios del bando rebelde. Hubo aún más: su eficacia retórica la
convirtió para muchos en símbolo de la sublevación, y su himno, el Cara al
sol, se popularizó enormemente. Los Tradicionalistas eran los monárquicos
antiliberales partidarios de una monarquía de Antiguo Régimen, o al menos
de una dinastía que repudiara el liberalismo y gobernara, de facto, como los
antiguos reyes. Su lema, Dios, Patria y Rey, resume bien su ideario. En muchas
regiones, especialmente en el Norte de España, sus milicias, el Requeté, tuvieron una capacidad de convocatoria y de combate impresionantes. Además
de esas organizaciones, con derecho a mención en el nada breve nombre del
nuevo partido, otras más pequeñas, pero igualmente importantes, se integraron dentro de la nueva organización política, aunque sin figurar en el
nombre: todo tiene un límite. Entre ellas estuvo la monárquica Acción Española. La fusión de elementos tan diferentes era, en la práctica, imposible.
Pero Franco –suscriptor, por cierto, de Acción Española– estaba empeñado
en conseguir esa unidad para lograr la eficacia militar, amenazada si existían
milicias independientes, y la política, que le convenía para manejar a su gusto
la organización del nuevo Estado tal como lo iba concibiendo. Contaba para
ello con dos elementos importantes: en primer lugar la llamada a la unidad
que suponía la guerra. Hay pocas cosas más eficaces para lograr la unidad
117
Carta de José María Albareda a Manuel Albareda, 27 de enero de 1938, AFA.
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SaN JoSemaría y JoSé maría albareDa (1935-1939)
que un enemigo común bien definido. Y lo tenían. Corolario inmediato era
la importancia política que en esas circunstancias tenía el ejército, que él
mandaba como generalísimo y que se esmeró en controlar también políticamente. En segundo lugar, el general contaba con su propia habilidad política
y un buen aparato de propaganda para presentarse ante la opinión como el
paladín de los ideales de todos los que apoyaban la causa que él dirigía militarmente, es decir, como su Caudillo, como era ya conocido.
Al día siguiente de la formación del primer gobierno de Franco, el 1 de
febrero, José María Albareda escribía a su hermano: «Cuando llegue esta ya
conoceréis el nombramiento del Gobierno. Serrano Suñer ha sido nombrado
de Interior, donde están Administración Local y Prensa y Propaganda. Cesa
la Junta Técnica y todas las comisiones»118.
La mención de Ramón Serrano Suñer merece ser retenida. Serrano
era abogado del Estado, había sido diputado por la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) durante la República por Zaragoza,
y era –después de Franco– la figura política en ascenso en aquellas fechas.
Los Albareda lo conocían, y seguramente también san Josemaría, ya que
los dos habían sido profesores en una academia de Zaragoza119. Manuel y
Ginés Albareda parece que tenían trato cercano con él, como se desprende
de una carta fechada pocos días antes de su entrada en el gobierno, donde
José María Albareda escribe: «Y del conjunto de la carta vuestra, dirigida a
nosotros [por Ginés], hice un extracto que envié a Serrano Suñer, que está
aquí [en Burgos]. Incluyo la contestación»120.
Otro dato político de cierto interés lo comunicaba José María el 3 de
febrero: «Me he llevado un alegrón al saber hoy que Serrano Suñer, Ministro
del Interior, ha nombrado secretario a Lorente Sanz. Ha sabido elegir»121.
José Lorente, otro abogado del Estado, había sido compañero suyo de estudios en el instituto y lo tenía en alta estima122. No faltaban, pues, contactos
a los Albareda entre la gente del Gobierno. Ni tampoco empeño de Manuel
Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 1 de febrero de 1938, AFA.
Cfr. Constantino Ánchel, Actividad docente de san Josemaría: el Instituto Amado y la
Academia Cicuéndez, en «Studia et Documenta» 3 (2009), pp. 312 (especialmente nota
19), 314 y 317.
120
Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 27 de enero de 1938, AFA.
121
Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 3 de febrero de 1938, AFA.
122
Cfr. Castillo – Tomeo, Albareda fue así, p. 26. Lorente fue nombrado Subsecretario del
Ministerio del Interior. Desempeñó un papel muy importante en la elaboración técnicojurídica de todo el nuevo sistema político y de gobierno que se ponía en marcha.
118
119
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Pablo Pérez lóPez
Albareda, por lo que parece, en formalizar su ingreso en el nuevo partido:
su hermano José María contestó varias veces a sus preguntas sobre cómo
hacerlo, hasta que se aclaró que no hacía falta pedir el ingreso ya que, por
voluntad expresa de Franco, todos los miembros de Acción Española lo eran
del partido unificado: sólo debían retirar su carné cuando le fuera posible
hacerlo, y sin plazo para esa gestión123.
José María Albareda, por su parte, estaba integrado en el trabajo de
los nuevos organismos estatales de gobierno de la educación. Todo parecía
indicar que se abría para él la posibilidad de trabajar directamente en la organización de la enseñanza de la posguerra, como en efecto así sucedió. El primer paso en ese sentido fue desempeñar funciones de asesor en la Dirección
General de Enseñanza Media, dirigida por José Pemartín124.
Albareda tenía ideas propias al respecto, y nos consta que algunas
veces las comentó con san Josemaría. Por ejemplo, tenía el convencimiento
de que convenía implantar lo que él llamaba bachillerato agrícola, una
segunda enseñanza orientada específicamente a la formación de los campesinos. Años más tarde, en 1953, con motivo de la aprobación de una reforma
de la Enseñaza Media en España, le escribía: «Todo esto va despacio –ya lo
hablábamos en Burgos– pero va»125. También pensaba que esa enseñanza
debía tener mayor duración, y en 1938, al informarle de que iba a nacer un
nuevo sobrino, anotaba: «Los que nazcan ahora no tendrán ni aun recuerdo
de la guerra. La leerán en la Historia que estudiarán en un bachillerato de
diez años»126. Sus deseos en este aspecto sólo consiguieron plasmarse parcialmente en realidades.
También estaba entre sus proyectos volver sobre el posible paso a la
universidad que la guerra había frustrado. Y, sobre todo, Albareda gustaba
de lanzar una mirada al conjunto de la enseñanza y de la investigación, de la
elaboración de ciencia y de su transmisión, que era desde años atrás una de
sus inquietudes. Veía por eso la posguerra y el cambio político que se había
producido como una oportunidad de regeneración del sistema, de mejorar
lo que se había hecho hasta entonces. Esa inquietud iba a encontrar eco en
Cfr. Carta de José María Albareda a Pilar y Manuel Albareda, 14 de abril de 1938, AFA.
Cfr. Gutiérrez Ríos, José María Albareda, p. 140.
125
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 7 de febrero de 1953, AGP,
serie M-1.1, C377-C5.
126
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 20 de agosto de 1938, AGP,
serie M-1.1, C146-D1.
123
124
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otros dos profesores de instituto con los que Albareda compartiría muchas
cosas en el futuro. Uno era José Ibáñez-Martín:
Se enteró de que Ibáñez-Martín estaba en Burgos, enfermo, después de
un viaje por Hispanoamérica, donde había tenido misiones diplomáticas y
políticas. Albareda había tratado a Ibáñez Martín en Madrid. Era catedrático de historia y geografía del Instituto san Isidro, con actividades políticas desde su juventud, cuando era catedrático en Murcia (en los últimos
años había sido figura muy destacada de la CEDA)127.
Albareda habló con él frecuentemente de cuestiones relativas al
impulso de la investigación y a la organización de las enseñanzas universitaria y media, y de esas conversaciones surgieron notas que sirvieron de base,
más adelante, para el proyecto de creación del CSIC. Esto sí que llegó a ser
una realidad que determinó en buena medida la vida de Albareda. Terminada la guerra, Ibáñez-Martín fue nombrado el 9 de agosto de 1939 ministro
de Educación Nacional en el nuevo gobierno formado entonces, y con Albareda impulsó la creación del CSIC en noviembre de ese mismo año.
Otro colega con quien José María Albareda habló de sus proyectos fue
José Royo, profesor de Instituto en Santander e inspector de Enseñanza Media.
Una tarde fue Royo al Instituto a ver a Albareda. Era una tarde gris, lluviosa, de octubre vasco. Albareda estaba en el laboratorio solo, preparando las
prácticas de los alumnos. Estuvieron charlando mucho tiempo. Albareda
hablaba del futuro de la investigación, de esa gran institución nacional que
había sido tema de sus conversaciones con Ibáñez-Martín en Burgos128.
José Royo trabajó más tarde en la secretaría general del CSIC, junto a
Albareda.
Perspectivas apostólicas en la ciencia
También con san Josemaría trató Albareda de estos asuntos con frecuencia, aunque el enfoque y la finalidad fueran otros129. De un lado, como
siempre ocurría, el sacerdote se interesaba por la vida profesional de quienes
Gutiérrez Ríos, José María Albareda, p. 138.
Ibid., p. 140.
129
Cfr. Vázquez de Prada, El Fundador, vol. II, p. 429; Casciaro, Soñad, pp. 158-164 y
171-172.
127
128
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trataba y procuraba hacer crecer en ellos el entusiasmo por su trabajo, ya que
consideraba su vocación profesional parte importante de la vocación cristiana. Al fin y al cabo, si se trataba de hacerse santos en lo ordinario, pocas
cosas llevan más tiempo cada día que el trabajo. De otro lado, una luz fundacional del Opus Dei recibida por Escrivá en 1931 apuntaba a que el triunfo
de Cristo requería que fuera levantado en lo alto de las actividades humanas
por cristianos que trabajaran, lo mejor posible, en todos los ámbitos del quehacer humano130. El trabajo era, pues, lugar de encuentro de la voluntad de
los hombres y de la de Dios, punto central en la tarea de santificación de un
cristiano, según el espíritu del Opus Dei. Por eso, Escrivá de Balaguer insistía a los suyos en la importancia de trabajar con denuedo y con miras altas.
Entendía, además, que Dios le pedía fomentar la presencia de personas sólidamente enraizadas en su fe en los ambientes intelectuales. La preocupación
por impulsar la enseñanza y la investigación entraban, pues, de lleno en sus
proyectos pastorales.
Conviene considerar la naturaleza de ese interés de san Josemaría y
destacar que, aunque gozara de una dimensión humana evidente, tenía una
finalidad última de tipo espiritual: ayudar a la difusión del Evangelio y a la
consolidación de la vida cristiana de quienes se dedicaban a esas tareas. En
ese sentido, su preocupación era la misma y a un tiempo distinta de la que
podían tener los que miraran el asunto desde un punto de vista exclusivamente organizativo o político. La distinción puede parecer sutil, pero resulta
fundamental para entender que el sacerdote impulsaba a proponerse llegar
alto en esas metas profesionales, dotándolas de contenido apostólico, pero
sin violentar la voluntad de aquellos a quienes aconsejaba, que conservaban plena libertad para optar por una solución u otra, y entendían que los
únicos responsables de esas decisiones eran ellos. Así lo hizo san Josemaría,
en muchos ámbitos, durante toda su vida. El caso de José María Albareda y
el CSIC es solo un ejemplo –aunque relevante, por el eco que tuvo–, de su
papel de motor de iniciativas profesionales de muy diverso cuño por parte de
gentes que lo trataron, formaran o no parte del Opus Dei.
Quizá ayude a comprenderlo mejor recordar que la relación que existía entre Albareda y Escrivá era la propia de la filiación en el terreno espiritual. Y un buen padre guía siempre haciendo crecer la libertad, nunca vulnerándola. El hijo, por su parte, sabe bien que, por más apoyos y consejos que
reciba, la decisión última sobre su vida es cosa suya. Si se pierde de vista esto
130
Cfr. Vázquez de Prada, El Fundador, vol. I, pp. 380-384.
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y se aplica una mentalidad puramente técnico-profesional a la relación, no se
conseguirá entender lo que realmente sucedía, y terminará por no comprenderse nada de la vida de los protagonistas. Ese tipo de peligro puede parecer
que no afecta a las personas cuya actividad es aparentemente poco relevante,
mientras que es fácil notar que afecta, y mucho, al juicio sobre gentes cuya
acción sí ha tenido relieve público. En realidad, atañe tanto a unos como a
otros, pues toda acción humana tiene efectos sociales; sólo que es motivo de
atención y debate cuando afecta a los que intervienen de manera apreciable
en la vida pública, como ocurre con los personajes que ahora nos ocupan.
Interesa por eso subrayar lo central en la relación de san Josemaría y
Albareda. Darse cuenta de que si trataron cuestiones relativas a la investigación científica y si Albareda enriqueció su proyecto con sugerencias del
sacerdote, no fue esto lo más importante que compartieron. Lo esencial de
su relación estuvo en la dimensión espiritual de sus vidas y el cumplimiento
de una tarea evangelizadora llamada Opus Dei. Por ejemplo, Albareda rememoraba en 1954: «Desde luego hoy –nos lo decía V. al acabar la guerra– tienen una influencia enorme físicos y biólogos. Físicos vamos teniendo […].
Biólogos tenemos, pero la Biología es más diversa e incógnita»131.
En esa mención hay una preocupación por la Física y la Biología vistas
como actividades que influyen en la manera de entender la vida y por tanto
en la evangelización. Era en esa dimensión apostólica donde Albareda era
impulsado por el fundador del Opus Dei, no en el modo de promover el
cultivo de esas ciencias, que era cuestión de su propio criterio. Pero no cabe
duda de que ambas cuestiones estaban entrelazadas, tanto como las vidas de
los dos protagonistas.
Encontramos elementos para hacernos idea de cómo vivió esto José
María Albareda en una carta suya comenzada el 9 de febrero de 1939 y escrita
en varios días desde Barcelona. Está redactada en papel con membrete de un
organismo republicano: «Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad. Gabinete telegráfico», como testimoniando los momentos de desorden, derrumbamiento y cambio en que fue redactada. Lo especial del momento y de las
circunstancias le llevaron a dejar por escrito algunas reflexiones que pueden
ser útiles para reconstruir sus pensamientos de aquellos meses. Barcelona
había caído con menor resistencia de lo que se suponía: fue evacuada por el
gobierno y un ejército en descomposición, que huyeron hacia Francia, el 26
131
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 8 de abril de 1954, AGP,
serie M-1.1, C401-D9.
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de enero de 1939. Poco después José María Albareda fue comisionado por el
Ministerio para reorganizar la enseñanza media en la ciudad132.
Llegó a Barcelona en el coche de un arquitecto de los servicios de recuperación. Tuvo noticia de que su madre, con el sobrino que seguía con ella,
«habían salido en avión el 20 o 21 hacia Toulouse, y el avión llegó bien. Ya no
he sabido más»133. Era ya de noche y no encontró hotel: tuvo que dormir –esa
primera noche– en un diván de la Universidad. Al día siguiente pudo oír
Misa en la catedral. La víspera se había celebrado allí la primera: «Me acordé
del pasado sacrílego y de un futuro nuestro en Barcelona», escribe134. Siguieron luego las visitas a los centros de enseñanza secundaria, que le ocuparon
en esos días y por las que pasa por encima. Un futuro colaborador suyo, Luis
Solé Sabarís, evocaba así una de ellas:
Entonces, en calidad de inspector central y en nombre del Ministerio, compareció en Barcelona, a los pocos días de ocupada la ciudad por las tropas
nacionales, para hacerse cargo de los centros de enseñanza media. También aquí podría apostillarse con otra referencia fidedigna el testimonio de
su comprensión y liberalidad para algún centro, que, a pesar de su reconocido prestigio pedagógico, despertaba serios recelos a la nueva orientación
política española. Pero con plena conciencia de lo esencial sobre lo accesorio, su decisión, expresada al profesor Puig Adam, delante del batallón de
bersaglieri italianos, que todavía ocupaba el edificio, fue tajante: «¡Esto hay
que salvarlo!» Y salvó todo lo que en sus manos estuvo hacerlo135.
El centro era el Instituto-Escuela, creado por la JAE en línea con los
presupuestos pedagógicos de la Institución Libre de Enseñanza. Albareda
se refería luego a problemas políticos que había detectado: la acusación de
fomentar el separatismo que pendía sobre algunos seminarios, las posturas
que mantenían en aquel momento izquierdistas y nacionalistas, la irritación
que se detectaba entre ellos ante la nueva situación, y cómo todo esto influía
incluso en la cuestión de a quién nombrar arzobispo de Barcelona. Ese problema iría para largo, mucho más de lo que él suponía entonces, cuando
escribía: «En Zaragoza me enteré de algunos conflictos en Tarragona. Y aquí
Cfr. Gutiérrez Ríos, José María Albareda, p. 143.
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 9 de febrero de 1939, AGP,
serie M-1.1, C149-B1.
134
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 9 de febrero de 1939, AGP,
serie M-1.1, C149-B1.
135
Luis Solé Sabarís, Anuario de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona. Año
académico 1966-67, p. 64, cit. en Gutiérrez Ríos, José María Albareda, p. 143.
132
133
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he oído alguna cosa. Evidentemente, los seminarios no pueden ser viveros
separatistas. Pero tampoco se puede atender a quienes quisieran que los fieles… escribieran en castellano, en papel sellado, la confesión»136.
Quizá lo más interesante se encuentra cuando trata de los profesores
que ha podido saludar en la jornada, de la amabilidad y simpatía con que
lo han recibido, de cómo ha podido contactar con algún conocido de José
María González Barredo –Pedro Puig Adam, precisamente–, de la conversación con el recién nombrado rector –Emilio Jimeno– que no quería aceptar
el cargo, etc. Otros colegas le enseñaron los laboratorios, le regalaron publicaciones, y ante todo esto, reflexionaba:
Pensaba ¿para qué puede servir esto? Como amable espuma de simpatía,
no tiene valor; para mi estudio, esto es tangencial. Esto sirve para encauzar
a los nuestros en el estudio. Hay aquí Profesores académicamente muy
buenos; moralmente, cristianos y honrados. Pero algunos, capaces de llamar buen chico a un sinvergüenza. Formarán a quienes se les pongan por
delante. Y esos han de ser nuestros. Cada uno de los nuestros, será como
un embudo en que se recoja lo mejor de cada Universidad. ¿Quién tendrá
nuestras facilidades para orientar y decir: tú, dos años en Madrid; ahora,
a acabar la carrera en Barcelona, con Fulano o Zutano, a volver a Madrid,
a recoger y concentrar el valor científico y la amistad personal de allí y de
aquí? Luego, claro, Oxford, etc... Pero me refiero a lo más próximo […].
Y pensaba, ¿convendrá que, como una avanzada, venga ya aquí enseguida
que se normalice la paz, José Mª [González] [Barredo]? Y todas las cosas
que hablábamos en el mes que aquí estuvimos, me las repetía, con más
fuerza en la Barcelona liberada […].
¡Cuántos aspectos asombrosos de la labor que nos espera!137.
Merece la pena subrayar ese «todas las cosas que hablábamos en el mes
que aquí estuvimos», porque contiene la traza del impulso apostólico en el
mundo de la ciencia que san Josemaría había sembrado en Albareda, desde
que comenzó a tratarlo y especialmente a partir de su entrada en el Opus Dei.
Esa es la raíz, cronológicamente anterior a cualquier proyecto concreto, de la
idea que Albareda se hacía de su misión evangelizadora en su ambiente profesional. Como todos los ideales que Escrivá de Balaguer impulsaba, estaba
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 9 de febrero de 1939, AGP,
serie M-1.1, C149-B1.
137
Carta de José María Albareda a Josemaría Escrivá de Balaguer, 9 de febrero de 1939, AGP,
serie M-1.1, C149-B1.
136
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marcado por una fuerte ambición de llegar lejos, tanto en la profundidad de
la tarea como en su extensión, también geográfica.
Otro elemento interesante es cómo Albareda interpretaba que las circunstancias que vivía en Barcelona debían tener algún sentido para encauzar su acción apostólica. Ahí es donde echó a volar su imaginación y pensó
en la formación de futuros miembros del Opus Dei dedicados al estudio y
la investigación, que podrían tener sus potenciales maestros en quienes él
había conocido esos días. Ya se veía aconsejando a unos y otros; con quién
y dónde podrían trabajar mejor, y no sólo en España, también fuera. Era
otro elemento procedente de la influencia de san Josemaría, favorecido por
la experiencia internacional del profesor: en los momentos de intensa exaltación nacionalista que se vivían, ellos estaban pensando en una misión que
no era para un país determinado –ni solo para un momento histórico concreto–, sino que requería una mirada amplia, universal, católica, como gustaba decir a Escrivá.
Es sorprendente todo ese impulso de proyectos para el futuro, si se
compara con la escueta realidad en que vivían. Las personas del Opus Dei
eran poco más de una docena, jóvenes y además dispersos. En esos posibles
planes, sólo parecía haber uno que pudiera encajar: Barredo. Sin embargo,
tal situación, lejos de suponer un freno, era un acicate para trabajar en la
búsqueda de nuevos candidatos para la empresa, sin interrumpir nunca la
tarea, ni siquiera por la guerra, y sin convertirla en una suerte de ejercicio de
captación activista: era algo bien distinto. Puede notarse en la carta que san
Josemaría escribe a Albareda en mayo de 1939, desde Madrid, con la guerra
ya terminada: «“Ejercicios” [espirituales]: conforme: pero di al Sr. Obispo
que de ninguna manera se deben anunciar en ninguna parte, ni siquiera
hablar de ellos a quienes no interesen: aquí hay más amigos que irán. Menos
espectáculo y más eficacia»138.
Nada de espectáculos, tan frecuentes en las exaltadas semanas posteriores al final del conflicto, y tan tentadores siempre. No sabemos precisar si
esa carta se refiere a los ejercicios espirituales que Escrivá predicó dos meses
más tarde en Vitoria y que recuerda Tomás Alvira:
El día 2 de julio del año 1939, dieron comienzo unos ejercicios espirituales,
organizados por el Padre, en el Seminario de Vitoria. En ese momento no
había seminaristas por estar de vacaciones. Era Administrador Apostólico
138
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a José María Albareda Herrera, 1 de mayo de 1939,
AGP, serie A-3.4, 256-3.
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de la diócesis el Dr. Lauzurica, más tarde Arzobispo de Oviedo y que prologó Camino.
Había terminado la guerra hacía escasamente dos meses y medio.
Asistimos a esos Ejercicios las siguientes personas: José María Albareda
(Catedrático del Instituto Velázquez, de Madrid), Lorenzo Vilas (Catedrático del Instituto de Logroño), Vicente Francia (Catedrático del Instituto
de San Sebastián), José Oñate (Catedrático de Instituto en Madrid), José
Martínez (Catedrático de Instituto), Enrique Montenegro (Catedrático
de Instituto), Ángel Santos (Profesor de la Facultad de Farmacia de Madrid), Francisco Cantera (Catedrático de Universidad), Luis Morales Oliver (Profesor de Universidad), Alfredo Carrato (Médico en Madrid), José
María López de Zuazo (Médico en Zaragoza), José Esteban Ciriquián (Comandante), Ángel Hoyos de Castro (Profesor de Instituto), Tomás Alvira
(Profesor de Instituto)139.
Todo pivotaba sobre la atención espiritual, uno a uno, de los amigos de
aquellos pocos, gentes a las que llegaba el mensaje de búsqueda de la santidad
en la vida corriente a través de colegas iguales a ellos. Ese era el camino y el
método, desde luego nada espectacular, pero que se revelaría eficaz.
En términos profesionales, Albareda regresó a Vitoria y siguió trabajando allí hasta su traslado a Madrid. Ante la inminencia del final de la guerra en Madrid, san Josemaría le escribía:
Yo, sólo decirte que creo que me voy a marchar pronto camino de Casa,
para estar cerquita cuando la puerta se abra. Llevaré la comida que tenemos preparada. Tú habrás de procurar traer el fichero y la máquina de
escribir.
139
Relación testimonial de Tomás Alvira, AGP, serie A.5, 1432-1-13. Otro indicio del alcance
de la labor realizada en Burgos puede encontrarse en la relación de profesores y profesionales que aparecen en las fuentes que trabaja Vázquez de Prada: «En los Apuntes de
los primeros meses de 1938, y en el Epistolario, aparecen recogidos algunos nombres de
catedráticos y auxiliares: Inocencio Jiménez Vicente, catedrático de Derecho Penal en la
Universidad de Zaragoza, Francisco Navarro Borrás, catedrático de Mecánica Racional, de
la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, Mariano Puigdollers y Oliver, Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Valencia, Tomás Alvira Alvira, profesor
de Ciencias en el Instituto de Cervera de Río Alhama (La Rioja), Enrique Súñer Ordóñez,
Catedrático de Pediatría en la Universidad de Valladolid, Federico García Borruel; un
grupo de médicos: Vallejo Nágera, San Román, Vallejo Simón, Enríquez de Salamanca; o
profesionales, antiguos conocidos, como Enrique Giménez-Arnau Gran, Jefe de la Secretaría particular del Ministerio del Interior, y José Lorente Sanz, subsecretario del mismo
ministerio, Pedro Rocamora Valls, abogado y periodista, o Rafael de Borja». Vázquez de
Prada, El Fundador, vol. II, pp. 284-285.
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Tengo otra carta circular, que no sé cuándo circulará: si vienes aquí, la
leerás.
¿Por qué no vienes el domingo próximo [27 de marzo]? Creo que me iré
el lunes140.
En efecto, el 28 de marzo el sacerdote entró en Madrid, donde se reencontró con los que había dejado allí y con su madre y hermanos. Albareda,
enfermo en Vitoria, no pudo ir hasta más tarde. Cuando volvió a la capital,
los acontecimientos se precipitaron para él. Había terminado el libro sobre el
suelo que deseaba publicar cuanto antes. Fue nombrado director del Instituto
Ramiro de Maeztu, de nueva creación, que se pretendía que fuera la continuación de la idea del Instituto-Escuela que él había querido salvar en Barcelona,
es decir, un centro innovador, de pedagogía modélica. Y cuando José IbáñezMartín fue nombrado ministro de Educación Nacional en agosto, recibió de
él el encargo de preparar el proyecto de un organismo para el fomento de la
investigación, lo que sería el CSIC, que se creó en noviembre.
Mientras tanto, Escrivá de Balaguer seguía impulsando el trabajo apostólico del Opus Dei. La residencia de Ferraz 16 estaba totalmente destruida,
los miembros del Opus Dei seguían casi todos dispersos, pero el proyecto
había conseguido superar «el obstáculo máximo del camino fácil»141 y continuaba adelante con la tenacidad de siempre. De momento, entre otras cosas,
con el comienzo de una nueva residencia de estudiantes, esta vez en la calle
Jenner. En ella vivirían san Josemaría y José María Albareda.
Conclusiones
Nuestro recorrido, relativamente detallado, de la relación entre Josemaría Escrivá de Balaguer y José María Albareda en estos cuatro años –1935
a 1939– permite hacer algunas consideraciones. La primera, el papel central y
sin parangón desempeñado por el fundador en la historia del Opus Dei, algo
conocido a través de los estudios y biografías que se le han dedicado, pero
que no deja de llamar la atención cuando se profundiza en esa historia. Quizá
en este caso resulte más claro por la circunstancia de tener los dos protagonistas la misma edad, y por la alta cualificación de Albareda. Sin embargo, es
Carta de Josemaría Escrivá de Balaguer a José María Albareda Herrera, 23 de marzo de
1939, AGP, serie A-3.4, 256-2.
141
Así se refiere san Josemaría a la guerra en el punto 311 de Camino.
140
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bien claro que no se estableció entre ellos una relación entre iguales ni entre
semejantes. Fue una relación de paternidad y filiación espiritual reconocida
y vivida como tal por los dos. Esta apreciación parece subrayada por el hecho
de que no estamos ante una relación diferente de la que san Josemaría tuvo
con los demás miembros del Opus Dei, al menos con aquellos que lo trataron
con la misma cercanía que Albareda. Esa paternidad y filiación espirituales se destacan, pues, como fundamentales para comprender la historia del
Opus Dei.
Una segunda conclusión tiene que ver con un interés más típico del historiador, y en concreto del que se ocupa de la historia de España. En efecto,
las referencias que a veces se hacen en ella a Josemaría Escrivá, a José María
Albareda o al Opus Dei suelen estar mediatizadas por el interés privilegiado
que los libros de historia suelen conceder a la vida política o, más en general,
a los grandes acontecimientos. En ese sentido, no es infrecuente mencionar la pertenencia de alguien al Opus Dei como si ésta tuviera un significado político unívoco. Así se ha hecho, en concreto, tratando de José María
Albareda. Sin embargo, los hechos expuestos manifiestan claramente que
Albareda tenía unas opiniones y una militancia políticas previas a su conocimiento del Opus Dei, que no se vieron afectadas por su incorporación a él,
sino que siguieron una evolución previsiblemente idéntica a la que hubieran
tenido si no hubiera encontrado su vocación cristiana en la Obra. Lo maduro
de muchas de sus posturas, la militancia previa –desde la juventud–, los contactos con personalidades relevantes anteriores a su trato con san Josemaría,
demuestran que su actividad de mayor relieve público no puede ponerse en
relación directa con su condición de miembro del Opus Dei.
Pero también debe indicarse que su trato con el sacerdote tuvo consecuencias importantes en su vida profesional y en sus iniciativas en la vida
pública. Escrivá de Balaguer impulsó a Albareda en su empeño de llegar lo
más lejos que pudiera en su actividad científica y también lo hizo más consciente de su responsabilidad de promover entre sus colegas una intensa vida
espiritual. Su encuentro con el Opus Dei, con su fundador, hizo que comprendiera la relación íntima entre sus proyectos profesionales o ciudadanos
y los espirituales, algo de indudable trascendencia para cualesquiera de esos
ámbitos. Una de las consecuencias fue, por ejemplo, su propósito de formar buenos trabajadores en las personas que participaban en los medios de
formación cristiana del Opus Dei, e impulsarles a que adquirieran una formación intelectual sólida con los medios adecuados, consiguiéndoles libros,
recomendándoles buenos profesores como directores de sus investigaciones,
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etc. Otra consecuencia, también importante para Albareda, fue hacerle mirar
al futuro más allá de la realidad española, con deseos de llegar lejos también geográficamente, con mentalidad católica, universal. Quizá pudiéramos
resumir todo esto señalando que el descubrimiento de ese nuevo horizonte
religioso para su vida produjo en él un refuerzo de sus afanes y convicciones
profesionales y políticas, entendidas desde entonces precisamente como el
cauce de ese anhelo suyo de encontrarse con Dios, y de facilitar que otros lo
encontraran.
Por último, parecen también dignos de atención otros elementos de
esta historia, que no son moneda común. En primer lugar, el perdón y la
completa ausencia de deseos de venganza que el sacerdote fomentó explícitamente en Albareda. Es algo propio de los cristianos, pero no lo ha sido de
todos ni siempre ni, concretamente, en la España de aquellos momentos. En
segundo término, la fe llamativa que demostraba en el porvenir de su misión.
Visto con ojos humanos y una mentalidad práctica, ¿no hubiera parecido
razonable descorazonarse, o buscar un futuro para su empresa lejos de esa
tierra torturada por el odio? Pero ocurrió al contrario: en medio de la tormenta más oscura hablaron sin dudarlo del seguro porvenir de la empresa y,
como el agua entre las rocas, siguieron su camino por los estrechos márgenes
que los acontecimientos les consintieron. Por último, destaca especialmente
la magnanimidad de Josemaría Escrivá, capaz de sobreponerse en medio de
circunstancias muy duras y de proponer ideales de tal magnitud, proyección
y hondura que podrían tomarse por delirios. Seguramente hubo quien los
tomó justamente por eso. Sin embargo, hubo un puñado de hombres que le
creyeron y le siguieron. Algunos, entre ellos José María Albareda, lo hicieron con entera fidelidad. El notable eco de ese empuje de san Josemaría en
cada uno fue una manifestación –quizá la primera– de que su ánimo grande,
nacido de su fe sobrenatural, estaba transformando la realidad.
Pablo Pérez López. Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de
Valladolid (España), está especializado en historia cultural y política del siglo XX,
en particular de España.
e-mail: pperez@hmca.uva.es
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