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San Juan
2017
99
KEVIN MATOS
CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS»
H
echizado por las aventuras de don Quijote, recogidas en la crónica arábiga de Cide Hamete Benengeli, el lector descuida los peligros que puede sufrir
al desacatar las pragmáticas que prohíben el uso de la lengua
alcoránica en pleno siglo XVII. Pero, por suerte para el cristiano lector, el texto escurridizo se transmuta de súbito en grafías
góticas, aunque halladas de forma harto sospechosa en una caja
plúmbea que estaba bajo el cuidado de un antiguo médico. La
crónica del caballero manchego queda así encubierta bajo el
misterio de dos grafías impenetrables en pugna consigo mismas
que condensan una coyuntura histórica insoslayable.1 Es improbable determinar más allá de toda duda qué entendía Cervantes por «letras góticas», pero sí podemos reflexionar cuáles
sentidos pudo haber tenido en mente al momento de la redacción de su magnum opus.
Desde que Henry Thomas publicó en 1938 un breve artículo sobre el tema, «What Cervantes meant by “Gothic letters”»
(traducido al español en 1948 bajo el título «Lo que Cervantes
entendía por “letras góticas”»), los cervantistas han seguido sus
1
Me ocupo por extenso de este misterio en mi ensayo «Las grafías
impenetrables del Quijote en diálogo con los Plomos del Sacromonte».
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planteamientos sin ponerlos en cuestión: «“Letra gótica” era
claramente el nombre corriente de las capitales romanas en España durante el siglo XVI» («Lo que Cervantes» 260). Thomas
basa sus conjeturas, principalmente, en la Ortografía práctica de
Juan de Icíar, publicada en 1548, en la que el calígrafo —llamado por Thomas «el primero y principal de los maestros calígrafos españoles»— dedica una brevísima sección a la letra gótica,
«muy usada en Roma en aquellas ruinas de sus antigüedades».
Icíar añade, asimismo, unos cuadros que contienen el alfabeto
completo de «letras góticas ystoriadas», que no son sino las mayúsculas romanas que solían aparecer al principio de los capítulos. Años más tarde, en 1606, Bernardo José Aldrete escribía en
su obra Del origen y principio de la lengua castellana o romance
que oi se usa en España lo siguiente: «Pero es de advertir, que la
letra, que usaron los Romanos, no fue de la forma desta, con
que aora escrivimos, sino de las maiusculas, o capitales, que
ponemos en principios de clausulas, i nombres proprios, que
algunos impropriamente llaman Goticas, porque no lo son» (cit.
en Thomas, «Lo que Cervantes» 259).
Con todo, este no es el único sentido que tenía la frase «letra
gótica» en la época. Sebastián de Covarrubias la define como
«la que vsaron los Godos» y añade: «Dizen que vn Obispo suyo,
dicho Vvlfilas, les dio ciertos caracteres que el inuentó; y esta
llamaron letra Gotica, y despues Toledana; y fue recebida en
toda España hasta el tiempo del Rey don Alonso el Sexto, que
ganó a Toledo, que dexandola se admitio la Francesa» (NTLLE).2 En efecto, la escritura visigótica, que es a la que se refiere Covarrubias, fue conocida desde sus inicios con los nombres
«littera gotica», «goda», «toletana», «morisca», «rabuda», «gallega», «moçaraba», «antiqua» y «antiquissima» (Alturo 347).
2
Todas las definiciones provienen del Nuevo tesoro lexicográfico de la
lengua española, en línea. Indicaré siempre entre paréntesis las siglas NTLLE.
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Esta fue usada por los godos desde el siglo VIII hasta el siglo
XII, cuando fue sustituida por las también llamadas escrituras góticas, provenientes de Francia.3 Agustín Millares Carlo
reconoce dos períodos: el primero comprende los siglos VII
al X; el segundo, X al XII. Una de las razones de esta división
es el gran desarrollo que adquiere la escritura durante el siglo
X: no solamente se dio un mayor lujo en la caligrafía y en la
ornamentación (148), sino también surgieron numerosas escuelas caligráficas debido a la gran actividad productora (153).
No obstante, a pesar del gran crecimiento experimentado en
esta centuria, durante el siglo siguiente comenzó su decadencia,
debido a la influencia francesa y probablemente a la abolición
del rito mozárabe (161). En un concilio celebrado en León en
1090, se decidió que se usarían las letras francesas y no las visigóticas (164). Escribía el Tudense: «Statuerunt ut scriptores
gallicam litteram scriberent et praetermitterent toletanam in
officiis ecclesiasticis, ut nulla esset divisio inter ministros Ecclesiae Dei»4 (cit. en Millares Carlo 164). Y Rodrigo Jiménez de
Rada: «Statuerunt ut iam de caetero omnes scriptores, omissa
littera toletana quam Gulphilas episcopus adinvenit, gallicis
litteris uteretur»5 (cit. en Millares Carlo 164). Curiosamente,
como bien advierte Millares Carlo, el primero limita la prohibición a los libros litúrgicos, aunque el segundo no apunta tal
salvedad (165). Lo cierto es que, a partir de entonces, se inició una gran transformación de la escritura que desembocó en
el tipo de letra afrancesada llamada hoy «gótica», «escolástica»
3
Para las peculiaridades de estas grafías y su evolución, véanse los dos
tomos de Millares Carlo.
4
Se decidió que los escribanos escribiesen con letra gálica y evitasen la
toledana en los oficios eclesiásticos para que no hubiese división entre los
ministros de la Iglesia de Dios (traducción mía).
5
Se decidió que, de allí en adelante, todos los escribanos empleasen
las letras gálicas, omitiendo la toledana, inventada por el obisto Ulfilas
(traducción mía).
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y «alemana» (208). El adjetivo «gótico», con este sentido, fue
introducido por los humanistas del siglo XVI para calificar estas creaciones, consideradas bárbaras por no seguir los cánones
clásicos. En sus inicios, esta escritura convivió con la minúscula
carolina, aunque al poco tiempo triunfó el canon gótico, que
perduró hasta el siglo XV, aunque se siguió empleando en los
libros litúrgicos en el siglo XVI. Esta nueva forma escrituraria
dio por fin a la cristiandad una unidad gráfica, a pesar de las
variantes: «Los tipos de escritura se multiplican, pero al tiempo
una uniformidad se deja sentir en cada uno de estos ductus,
cuya utilización llegó a ser internacional» (Álvarez Márquez
384). Entre las escrituras librarias, en el caso de España, se destacan la gótica textual caligráfica (littera textualis formata),6 que
se mantiene ininterrumpidamente hasta el siglo XVI en misales
y manuscritos litúrgicos de gran formato; la gótica redonda o
semigótica (littera textualis), versión menos cuidada, reservada
para los libros ordinarios como manuscritos escolares o de estudio; y la gótica cursiva (littera cursiva), usada en libros de carácter práctico, mayormente escritos en lengua romance, no muy
lujosos.7 En cuanto a la escrituras documentales, estas fueron
degenerándose y complicándose cada vez más con el paso del
tiempo, hasta desembocar en la llamada procesal y la de cadenilla, famosas por su difícil lectura. A la ininteligible escritura
procesal alude don Quijote en Sierra Morena, al planificar la
libranza de los pollinos:
6
Sobre los problemas de clasificación y nomenclatura, véase Álvarez
Márquez. En este ensayo, me sirvo de los nombres tradicionales, aunque
indico entre paréntesis el nombre sugerido por los paleógrafos más recientes.
7
Sobre estas escrituras, véase el trabajo de Álvarez Márquez, quien
añade también a la lista la gótica textual corriente (littera textualis currens), la gótica notular (littera notularis) y la cursiva formata, escrituras
de menor trascendencia o reservada a escritos personales.
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Mas ya me ha venido a la memoria dónde será bien,
y aún más que bien, escribilla, que es en el librillo de
memoria que fue de Cardenio, y tú tendrás cuidado de
hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer
lugar que hallares donde haya maestro de escuela de
muchachos, o, si no, cualquiera sacristán te la trasladará; y no se la des a trasladar a ningún escribano, que
hacen letra procesada, que no la entenderá Satanás. (I,
25: 241)8
Así pues, si damos fe a Covarrubias y a los tratados paleográficos, la frase «letra gótica» tenía otros dos sentidos, además del
propuesto por Henry Thomas, que no podemos desatender:
escritura visigótica y letra gótico-francesa. Avellaneda parece
aludir a este último tipo en el siguiente pasaje: «Llegose Sancho, sin decir palabra a nadie, a la audiencia, y comenzó a pegar
en sus mismas puertas un papelón de aquellos, pero un alguacil
que estaba detrás del corregidor, viendo fijar a aquel labrador
en la audiencia un cartel de letras góticas, pensando que fuesen
papeles de comediantes, se le llegó diciendo» (253). No sería
extraño pensar que se tratara de letras mayúsculas, pero hoy
se conservan varios carteles de teatro de la época en los que la
primera línea, en la que figuraba el nombre de la compañía o
de la comedia, iba escrita con llamativa letra gótico-francesa de
gran tamaño y muy adornada, seguidos de escritura bastarda o
corriente para el resto de la información.9 Por más, el maestro
Francisco de Lucas señalaba en su tratado Arte de escribir que
la redonda de libros era la escritura más apta para los libros de
8
Todas las citas del Quijote corresponden a la edición de Francisco
Rico. Indicaré, para facilidad del lector, el libro en números romanos y el
capítulo en arábigos, seguidos por el número de página.
9
Véanse ejemplos y reproducciones en Mercedes de los Reyes Peña,
«Los carteles de teatro en el Siglo de Oro» y «A vueltas con los carteles de
teatro en el Siglo de Oro». Véase también Castillo Gómez.
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iglesias, los carteles y los letreros (Castillo Gómez 90). Esta se
empleó, además, en algunas inscripciones todavía en el siglo
XVI. Según muestra Antonio Castillo Gómez, «el multigrafismo relativo no se abandonó del todo y en la producción manuscrita continuó hasta finales del siglo XVII» (90). Así pues,
el pasquín que el alguacil confundió con un cartel de teatro
pudo haber estado escrito con primorosa y llamativa escritura
gótico-francesa, como solía ser en la época. Pero lo cierto es que
el papel que fijaba Sancho en la audiencia no era un papel de
comediantes, sino un cartel de desafío escrito por don Quijote.
Tanto los carteles de desafío como las cartas de batalla, estrechamente ligados a la cultura caballeresca y abundantes en el
siglo XV, fueron prohibidos en las Ordenanzas Reales de Castilla
(1484). Por tal razón, muchos de los desafiadores disfrazaban
la escritura, combinando rasgos de distintas letras, con tal de
ocultar su autoría (Castillo Gómez 87-88). Acaso tal letra gótica fuera un garabato impenetrable como la misma crónica
cervantina. Aunque es muy probable que don Quijote, inspirado en la tradición caballeresca e imitando tal vez a Belianís
de Grecia, no encubriera su escritura y elaborara los carteles
con gran esmero y fidelidad al pasado que con notorio ánimo
resucita, por lo que bien podría tratarse de la redonda de libros,
propia de los carteles y letreros, o de cualquier otra variante de
las góticas, tan usadas en la producción de libros de caballerías.
Por otro lado, si bien es cierto que el sentido actual de «letra gótica» lo distancia de lo visigótico, en la época el término
era usado tanto para las escrituras afrancesadas como para la
visigótica, y perduró así hasta bien entrado el siglo XIX. A mediados del siglo XVIII, el paleógrafo toledano Francisco Javier
de Santiago Palomares escribió un tratado titulado Polygraphia
góthico-española. Origen de los caracteres o letras de los godos en
España. Su progreso, decadencia y corrupción desde el siglo V hasta
el fin del XI, en que se abrogó el uso de ellos y sustituyó la letra
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góthico-francesa. Como vemos, el calígrafo opone la gótica española (visigótica) a la gótica francesa, algo muy común entre
los tratadistas de la época. Los estudiosos decimonónicos empezaron a denominarla «visigótica», aunque alternando aún a
menudo con «gótica». Es el paleógrafo Agustín Millares Carlo,
a quien hemos venido citando, quien consagra el término, aunque él mismo no deja de vacilar de vez en cuando.
Henry Thomas, por su parte, descarta el hecho de que las
grafías aludan a la escritura visigótica por ser Cervantes, según su opinión, poco versado en paleografía. Sin embargo, he
encontrado varios ejemplos en textos de la época en los que
letra gótica es igual a letra de godos. Ciertamente, no es una
sorpresa hallar este sentido en textos del siglo XIII, cuando
aún pervivía la memoria de la escritura visigótica, pero resulta significativo encontrarlo siglos más tarde. Pedro López de
Ayala, en su Crónica del rey don Pedro, de 1400, relaciona indudablemente la letra gótica a lo godo: «E fueron estos dos
arçobispos en aquel tienpo de los godos e la letra gotica de los
libros oy en dia es, e dizen la misa con otras çirimonias que
las otras misas se dizen, enpero las palabras de la consagraçion
todas son vnas» (CORDE; énfasis mío). En 1430, Pedro del
Corral, en su Crónica sarracina, da noticia de un pergamino
que Carestes, vasallo del rey Alfonso, encontró en la sepultura
del rey don Rodrigo:
Yo Carestes […] fallé una sepultura en un campo en la
qual estavan escriptas estas palabras que agora oiredes
en letras góticas. Esta sepultura estava delante de una
iglesia pequeña fuera de la villa de Viseo. […] E por lo
que yo fallé escripto en esta sepultura só de intención
quel Rey don Rodrigo yaze allí. E por la vida que él
fizo segund me avedes oído en su penitencia, que así
mismo estaba en dicha sepultura escripto en un libro
de pergamino, creo sin dubda que sería verdad (405).
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El pergamino encontrado, siguiendo el consabido topos del manuscrit trouvé, se remonta a tiempos del rey don Rodrigo, por lo
que las letras góticas, con gran seguridad, no son sino escritura
visigótica. Un siglo más tarde, en 1512, escribe un autor anónimo en la Crónica popular del Cid: «Qüenta la hystoria, según
que lo escriuió el arçobispo don Rodrigo, que por la letra gótica, que es llamada letra de los godos, fizo él trasladar el psalterio
& el toledano oficio de la missa, que compusieron Sant Ysidoro & Sant Leandro, & era de aquella guisa tenido & guardado
por toda España» (CORDE; énfasis mío). Veamos un ejemplo
más tardío, esta vez de Rodrigo Caro: «Consérvase este libro
en la biblioteca de San Ildefonso, en Alcalá de Henares, en letra gótica, de antigüedad de más de 600 años» (CORDE). Si
bien son muchos los ejemplos en los que la escritura gótica se
asocia con lo antiguo, aquí el autor ha precisado las fechas, por
lo que, si su texto es del siglo XVII, el libro gótico que menciona debe ser al menos del siglo X o XI, por lo que sin duda se
trata de escritura visigótica.
Por más, un lector del siglo XVII no se podía inhibir de
asociar cualquier mención de lo «gótico» con la sangre limpia
goda. Agustín Redondo estudia la gran importancia que tenía
el tema godo en las mentalidades españolas de los siglos áureos,
tan desesperadas por encontrar su identidad profunda. Como
bien nos cuenta, la búsqueda de antepasados míticos en España
se remonta a tiempos medievales: san Isidoro de Sevilla, por
ejemplo, se lamentaba de la caída del imperio romano, aunque
a la vez exaltaba la política unificadora visigótica («Las diversas
caras» 50). Tras la invasión musulmana, personajes como Pelayo se convirtieron en los posibles restauradores del tan añorado
reino visigótico,10 de modo que «godo» y «cristiano» pasaban
10
Pere Antoni Beuter, historiador y exégeta valenciano del siglo XVI,
entendía la pérdida de España como un castigo de Dios por sus pecados
y la recuperación, como muestra de la misericordia divina. Para ello, el
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a ser equivalentes, al igual que tierra hispana y los godos se
volvían dos cosas inseparables, según lo acuñaba san Isidoro:
«Gothorum gens et patria».11 Pronto fue surgiendo, o por mejor decir, se fue sistematizando, gracias a figuras como el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, conocido como el Toledano,
la tesis gótica como método de unificación civil y religiosa
de la España perdida, o, en palabras de Márquez Villanueva, como «militante afirmación anti-islámica»12 («Trasfondos»
424). El arzobispo se encargó de fraguar un prestigioso origen
dinástico, con el fin de corregir la mala reputación de España
en Europa. Mathieu de París, cronista inglés de la época, definía a los hispanos en sus Chronica maiora como «hominum
peripsema» (Caballero Gómez 84). Así que el Toledano buscó
probar la antigüedad de los españoles y de su realeza, subraSeñor inspiró a Pelayo para que pusiera en marcha la empresa, pues Dios
«en sus justicias», no se olvidaba «de sus misericordias». Así, Hispania podía recuperar su identidad primera: «Si “españoles” habían sido quienes
promovieron su destrucción, “españoles” fueron también “quienes la recobraron”. España finalmente volvía a hacerse así presente con una entidad
propia, se daba por reconstruida como tal y, desde esa perspectiva, podía
entonces contemplarse su historia» (Fernández Albaladejo 122-123). Para
ello, el rey don Rodrigo sería la pieza fundamental mediante la cual se cimienta el mito goticista. Sobre esta visión providencialista, véase también
Rucquoi.
11
La crónica de Alfonso III hace nacer la tesis goticista justo en el momento de Covadonga. No obstante, según la crónica Albendense, el tema
de la herencia goda aparecería más tarde, en el círculo culto de Alfonso
III (Maravall 325-328). Según ahí se lee, Alfonso II (791-835) instaló su
corte en Oviedo para restablecer el «orden gótico» de Toledo: «Omnem
Gotorum ordinem, sicuti Toledo, fuerat, tam in Ecclesia quam palatio,
in Obeto cuncta statuit» (cit. en Castro 130). Para más detalles sobre el
surgimiento de la tesis goticista y su evolución a través de los siglos, véanse
Maravall y Rucquoi.
12
En palabras de Maravall, se trata de una «invención culta para dar
sentido a una acción, a una serie de hechos bélicos que se venían sucediendo, llegando a adquirir en nuestra historia medieval la eficacia práctica de
una creencia colectiva» (320).
108
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yando «la continuidad histórica del pueblo godo en las dinastías peninsulares».
Como escribía Juan Sedeño por esas fechas, se trataba
de que el Príncipe conociese hasta qué punto «la excellencia de sus passados» excedía «a los principes de otras
naciones» y, en la misma medida, que «la fidelidad y
esfuerço de los Españoles» aventajaba al de cualesquier
«otras gentes». (Fernández Albaladejo 110)
Para ello, Jiménez de Rada aunó la tradición bíblica y la grecorromana, haciendo descender a los hispanos nada menos que
de Túbal, nieto de Noé, pasando por el propio Hércules. La
historia de España quedaba ligada, pues, a los orígenes bíblicos
y al mundo clásico, de modo que Hispania quedaba convertida
en el punto de partida de las civilizaciones occidentales.13
Poco después, Alfonso X el Sabio entendía la invasión
musulmana como un episodio incidental que no cortaba la
continuidad del señorío visigodo (Maravall 341). Antonio de
13
Este afán de mitificar la historia hispana se extendió hasta los siglos
XV y XVI, surgiendo así personalidades como Annio de Viterbo y Lupián
de Zapata, quien solía quemar pergaminos para que parecieran más viejos.
Guiado por este afán de «heroificar» la historia de los orígenes, este último
llegó al límite de afirmar que los primeros reyes de España fueron Adán
y Eva, que Homero era español y añadió a Alejandro Magno a la lista de
reyes de España (Caro Baroja 100-102). Lo cierto es que, en la época,
estas supercherías se proponían como verdades históricas y muchas eran
tenidas por tales. Escribe Rey Castelao: «La primera clientela a la que las
falsificaciones van orientadas no es el pueblo iletrado y crédulo, sino a los
potenciales lectores de libros de historia, una minoría de laicos y, sobre
todo, eclesiásticos, que a su vez se convertirían, desde su influencia política o religiosa, en los transmisores de las falsedades que a ellos mismos
(…) les convenían» (LXI-LXII). Véanse al respecto Caballero Gómez; Redondo, «Leyendas»; y Caro Baroja. Esta «voluntad de identificación», o
grave «problema de identidad», como advierte Redondo («Leyendas» 77),
contribuyó, por más, a la emergencia de la imagen del homo hispanicus,
identificado con la ideología aristocrática y segregacionista dominante en
el Siglo de Oro (81).
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Nebrija también hablaba de convertir «los miembros e pedaços
de España que estaban por muchas partes derramados» en «un
cuerpo e unidad de reino» (cit. en Fernández Albaladejo 112).
El mito se fue extendiendo y, ya en el siglo XV, poetas como
Juan de Padilla y el marqués de Santillana comenzaron a evocar
la sangre goda de sus antepasados.14 El obispo Barrientos hacía
descender al rey Enrique III, el Doliente, de «la muy antigua y
noble y clara generación de los reyes godos» (cit. en Maravall
344). Diego de Valera llamaba a Fernando el Católico descendiente de «la ínclita gótica sangre» (cit. en 345). Ya terminada
la Reconquista, no quedaba sino restaurar la Hispania goda.
Con el matrimonio de Isabel y Fernando, la integridad quedaba potencializada. Así se fue fraguando una fabulosa identidad
goda que borraría un pasado incómodo y duro de recordar.
Para ello, era obligado desaparecer al otro, surgiendo lo que Redondo llama, siguiendo muy de cerca a Maravall, un «espíritu
de cruzada para afirmar la identidad cristiana y (…) reivindicar
más que nunca la esencia gótica de la nación española» («Las
diversas caras» 55). Así, el goticismo pasó a tener una segunda
vida e invadió la España del Siglo de Oro, traduciendo, pues,
en los estatutos de limpieza de sangre, las duras medidas de
asimilación y la inevitable futura expulsión. Como bien advierte Márquez Villanueva, el mito gótico se sacralizó como
uno de los pilares ideológicos de la monarquía («Trasfondos»
425). Pero no solo eso: floreció, además, un afán de reescribir
la prosapia de los propios cristianos, aumentando así el número
de falsificaciones de genealogías enteras, remontándolas nada
menos que a los visigodos, supuestamente iniciadores de la Re14
Sobre el mito gótico en el siglo XV, véanse González Fernández y
Marravall. Carlos Clavería, por su parte, estudia los ecos del goticismo
español en la fraseología del Siglo de Oro y, además, recoge una extensa
bibliografía sobre el mito gótico. El estudioso revisa los sentidos cambiantes de lo «godo» y sus valores composicionales.
110
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conquista.15 Ambrosio de Morales, «goticista extremado» —la
frase es de Márquez Villanueva—, demuestra nada menos que
el parentesco de los reyes con san Isidoro, a través de Recaredo,
de modo que lo godo se convierte en la «esencia de orgullosa
españolidad» (425). Lo cierto es que estamos en una época en
la cual las falsificaciones eran algo común y no necesariamente estaban relacionadas a las castas reprimidas.16 Escribe Pedro
Fernández Albaladejo: «La visualización de Hispania, su misma identidad, dependía estrechamente de la invención de su
historia» (114). No obstante, este espíritu goticista fue puesto
en tela de juicio no solo por cristianos nuevos. En palabras de
Márquez Villanueva, no faltaron quienes veían el mito como
una «apolillada antigualla o cifra de una ideología anacrónica
hasta la momificación» («Trasfondos» 435, n. 67). Religiosos
como el fraile Pablo de León arremetían contra quienes:
se glorían y toman vanagloria del linaje, que son de
los godos y que vienen de los reyes, como si todos no
fuésemos nacidos de un padre y de una madre; y todos
desnudos nacemos, y desnudos nos entierran […] Pues
15
La literatura genealógica, no exclusiva de alguna de las castas, se hizo
prolífica en aras de lograr o justificar ascensos sociales y ocultar máculas de
sangre. La familia morisca Granada Venegas desarrolló un extenso escrito
genealógico, Origen de la Casa de Granada, en el que se hacen descender
de los godos: «[su] prinzipio fue un prínzipe del linaje de los godos que
vino a ser rey de Zaragoza en el año el señor de setezientos y setenta y
zinco» (cit. en Soria Mesa 216). De este modo, tras un engorroso paréntesis de ocho siglos, los descendientes moriscos volverían a su antigua y
verdadera fe. Quedan así, evidenciadas, las ansias integradoras de la élite
morisca en el tedioso proceso de hispanización en clave castellana, cimentado en el tema godo.
16
«No faltaban escritores de autoridad que defendiesen que era lícito
falsear la historia cuando el honor ó el interes de la patria lo exigian»
(Godoy Alcántara 15-16). Sobre la tradición de falsificaciones históricas
y los llamados falsos cronicones, véanse Godoy Alcántara, Caro Baroja,
Córdoba y Barrios Aguilera.
CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS»
111
luego ¿de qué nos ensorbecemos que tenemos mejor
linaje unos que otros? Cierto es que erramos… (cit. en
Redondo, «Las diversas caras» 58).
Escritores como fray Luis de León,17 Baltasar Gracián y el
mismo Cervantes hicieron burla de expresiones goticistas. El
Caballero del Febo, por ejemplo, llama a don Quijote en los
versos preliminares «godo Quijote, ilustre y claro» (I: 23), eco
irónico del afán goticista que hemos expuesto. Uno de los intentos antigoticistas más elocuentes fue La verdadera historia
del rey don Rodrigo, de Miguel de Luna, en la que queda afeado
todo el mundo visigodo y los musulmanes se convierten en la
salvación de un pueblo perdido.18 En la misma línea se encuentran los Plomos del Sacromonte, un intento desesperado y fallido por apaciguar el frenesí nacionalista que estaba acabando
con sectores enteros de la nación.19
Cualquier lector sagaz, al ver la crónica de don Quijote
transformada en grafías góticas, habría pensado de inmediato
en el «mito godo» del que hemos hablado. Cabe mencionar
que algunos de los autores que hemos venido citando, como
17
Véase Márquez Villanueva «Trasfondos de “La profecía del Tajo”».
El estudioso advierte en el discurso antigoticista del fraile un posible «rodeo para atacar por la espalda la política antisemítica y antimorisca de
Felipe II» (435).
18
Se trata de otra falsificación histórica, basada en la traducción de un
supuesto manuscrito arábigo encontrado en la biblioteca de El Escorial,
escrito por el cronista Tarif Abentarique. Véase la edición facsimilar con
estudio introductorio de Luis Bernabé Pons. Véase también Márquez Villanueva, «La voluntad de leyenda de Miguel de Luna».
19
El tema ha hecho correr ríos de tinta durante los últimos años. Remito, principalmente, a los libros editados por Barrios Aguilera y GarcíaArenal; a García-Arenal y Rodríguez Mediano; a Barrios Aguilera; y a la
edición de los libros plúmbeos realizada por Hagerty. Véase también mi
ensayo «Las grafías impenetrables del Quijote en diálogo con los Plomos
del Sacromonte», en el que ofrezco una bibliografía mucho más amplia
sobre el tema.
112
KEVIN MATOS
Pedro del Corral, responden a este goticismo, aunque en versión novelada. Así pues, no podemos descartar que Cervantes,
del mismo modo que se sirvió de tópicos como el del manuscrito encontrado, empleado tanto por los autores de los libros
de caballerías como por falsarios y autores de supercherías literarias, hubiera tenido todo esto en mente al transmutar su texto
arábigo en gótico, esencia máxima de la españolidad aurisecular.
¿Qué se hacían de esto los cervantistas antes de la publicación del ensayo de Thomas? Antes de responder esta pregunta,
es necesario señalar que la alusión a la «letra gótica» aparece dos
veces en el Quijote. La primera mención ya la hemos considerado: al final de la primera parte, el texto que leíamos vuelve a
perdérsele a uno de los autores escurridizos que asiduamente se
contonean con picardía alrededor de la fidedigna crónica manchega, y aparece en una caja de plomo que estaba en posesión
de un antiguo médico escrita con letras góticas en un pergamino. La segunda alusión es diferente:
Ahora digo —dijo don Quijote— que no ha sido sabio el
autor de mi historia, sino algún ignorante hablador, que a tiento y sin algún discurso se puso a escribirla, salga lo que saliere,
como hacía Orbaneja, el pintor de Úbeda, al cual preguntándole qué pintaba respondió: «Lo que saliere». Tal vez pintaba
un gallo de tal suerte y tan mal parecido, que era menester que
con letras góticas escribiese junto a él: «Este es el gallo». Y así
debe de ser mi historia, que tendrá necesidad de comento para
entenderla. (II, 3: 571)
¡Gran razón tenía don Quijote al advertir la necesidad de
comento para entender su historia! Esta vez no se trata de textos antiguos ni de difícil lectura, sino de un letrero aclaratorio.
Este es el pasaje que lleva a Thomas a la apresurada conclusión
de que toda alusión cervantina a estas grafías se trata de mayúsculas romanas. Juan Antonio Pellicer, en 1798, sustituye
en este segundo pasaje «letras góticas» por «letras grandes»,
CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS»
113
al considerarlo errata de imprenta. El cervantista, del siglo
XVIII, entiende por «letra gótica» escritura visigótica, por lo
que, servirse de estas grafías, caídas en desuso desde Alfonso VI, para declarar las ininteligibles figuras entorpecería aún
más su comprensión. Además, señala Pellicer, sería poco verosímil pensar que un pintor de tan mala mano como Orbaneja
fuese capaz de formar los caracteres visigóticos (4: 31). El cervantista opta por «letras grandes» debido a que estas aparecen,
según él cuenta, tres veces en la segunda parte. Lo cierto es que
aparecen seis veces: en los capítulos XX, XVII, XLI, XLV y dos
veces en el LXII. Con todo, Pellicer considera que las «letras
góticas» con que aparece escrita la crónica de don Quijote al
final de la primera parte no son sino escritura visigótica, «con
que parece quiso Cervantes persuadir á los lectores que Don
Quixote habia florecido en tiempos muy remotos» (3: 270).
No obstante, el cervantista opina que tal invención es poco
verosímil.
Diego Clemencín, en el siglo XIX, corrige la innecesaria enmienda de Pellicer:
Pellicer procedió en esto con alguna equivocación, porque en tiempo de Cervantes, y aun en el nuestro, no se
entiende comúnmente por letra gótica la que realmente
lo era, y dejó de usarse en el reinado de D. Alonso VI,
sino la que sucedió entonces y se empleó en las inscripciones públicas y sepulcrales durante la Edad Media,
adoptándose asimismo después para muchas impresiones, no solo del siglo XV, sino también del XVI: entre
los bibliógrafos suele llamarse letra de Tortis. Así que,
tratándose de un letrero para el público, no era extraño
que se usase el carácter que generalmente se llamaba
gótico, sin perjuicio de que las letras fuesen grandes
ó gordas, como convenía para que se viesen bien y se
leyesen con facilidad. (3: 44)
114
KEVIN MATOS
Clemencín, por el contrario, advierte que «letras góticas» no se
refiere a escritura visigótica, como apuntaba Pellicer, sino a la
escritura gótico-francesa que le sucede o a la letra de imprenta
que imita a esta última. De las letras góticas del pergamino,
no dice nada. Francisco Rodríguez Marín, en 1927, escribe en
su nota al capítulo LII: «gótico equivale a grande» (3: 476). Al
llegar al pasaje del pintor de Úbeda, añade una explicación más
exhaustiva en la que explica el porqué de su nota anterior. El
cervantista cita a Covarrubias: «Letras gordas y letras góticas son
las maçorrales, y de hombres de poco ingenio» (4: 93). Añade,
asimismo, varios ejemplos literarios en los que se evidencia esta
equivalencia: «Grandes, como letras góticas: en mucho papel,
pocas razones», escribía Quevedo; de unas «góticas narices», hablaba Pérez de Montalván. Por más, Rodríguez Marín sugiere
una posible explicación a esta asociación, citando la Ortografía
castellana de Mateo Alemán: «Ai, sin éstas, otra hechura de letras que llamamos Goticas, i en el uso nuestro sirven de capitales: dieronles aqueste nombre porque se ponen al principio
de los libros i capitulos». La cita, en realidad, poco aporta a las
ideas de Rodríguez Marín; más bien se acerca a la propuesta
de Thomas, y los ejemplos literarios son poco concluyentes.
Federico de Onís, ya en 1948, añade una concisa nota: «Letras
mayúsculas, grandes» (2: 40).20 Como vemos, en resumen, coe20
Del mismo modo que Onís, Luis Gómez Canseco, en su reciente
edición crítica del Quijote apócrifo, se sirve de ambas posibles acepciones
para explicar las alusiones de Avellaneda a la «letra gótica». En el siguiente
pasaje, del capítulo XI, anota que letras góticas son letras mayúsculas romanas: «Entró con gentil continente sobre Rocinante, y, en la punta del
lanzón traía, con un cordel atado, un pergamino grande tendido, escrita
en él con letras góticas el Ave María» (115). Sin embargo, en otro pasaje,
del capítulo XXIII, anota que letras góticas equivale a letras grandes: «Por
las letras, también un cuñado mío es encuadernador de libros en Toledo y
siempre anda con pergaminos escritos y envuelto entre librazos tan grandes como la albarda de mi rucio, llenos de letras góticas» (250).
CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS»
115
xisten cinco sentidos: escritura visigótica, escritura gótico-francesa, letra de imprenta, letras grandes y mayúsculas romanas.
Algo nos va quedando claro en medio de tal pluralidad de
sentidos: el término era de por sí ambiguo en la época de Cervantes y tal ambigüedad nos acompaña aún en nuestros días.
Estamos, sin duda, ante una palabra polisémica, como casi todas las que salen de la pluma de nuestro enigmático escritor.
No creo que podamos afirmar sin lugar a dudas que se trata
de mayúsculas romanas, como han querido ver los cervantistas
luego de la publicación del artículo de Thomas. Toca, pues,
evaluar los dos pasajes cervantinos.
Empecemos por el segundo: el pintor de Úbeda. ¿Qué
grafías habría trazado Orbaneja para explicar su pintura, tan
ininteligible como la crónica de don Quijote? Podemos, de
entrada, descartar dos posibilidades: escritura visigótica y letra
de imprenta. Es evidente que el artista no tendría la habilidad
de formar los trazos visigóticos, que tal vez ni siquiera habría
visto en su vida, caídos en desuso desde hacía más de cuatro
siglos. Pero no solo eso: si Orbaneja sí hubiera estado versado en paleografía y hubiera querido prestigiar su tosca pintura
con caracteres antiguos, ¿acaso esto no hubiera oscurecido más
su creación? Sería totalmente contradictorio con su intención
aclaratoria. Muy pocos en el siglo XVII sabrían leer o descodificar esta escritura, por más que simbolizase un pasado digno de orgullo. Apenas quedaría el recuerdo, cimentado en el
mito godo y su evolución. Además, todo apunta a que estamos
ante un letrero escrito a mano, por lo que debemos descartar la letra de imprenta. Nos quedan tres posibilidades: letra
gótico-francesa, mayúsculas y letras grandes. Como ya hemos
visto, Francisco de Lucas advertía que la redonda de libros era
la escritura más apropiada para carteles y letreros, por lo que
el pintor bien pudo servirse de ella para conferirle suntuosidad a su ininteligible pintura. Por otro lado, podría tratarse
116
KEVIN MATOS
de mayúsculas, impropiamente llamadas góticas. En efecto,
este sentido incluye en sí mismo la connotación de «grande»,
puesto que, en esencia, la peculiaridad de la letra mayúscula es
su mayor tamaño en comparación con la minúscula. La propia etimología lo confirma: maiusculus, diminutivo de maior,
palabra latina para el adjetivo comparativo de superioridad de
magnus (grande), es decir, «más grande». Además del sustantivo
«letra mayúscula», «mayúsculo» es un adjetivo que puede significar «algo mayor que lo ordinario» o incluso «grandísimo».
Por más, Francisco Sobrino, en 1705, define «letra mayúscula» como «letra grande, Lettre majuscule, c’est une grande lettre»
(NTLLE). En el Diccionario de autoridades, de 1734, se define
como «letra grade, que en la Orthographía sirve para escribir
los nombres próprios de persónas, lugáres, rios, montes, &c. Y
para empezar capitulo, parrapho o periodo nuevo» (NTLLE).
Así pues, «letra mayúscula» encierra en sí misma el sentido de
«letra grande». Si Cervantes hubiera querido decir solo «letra
grande», que no mayúscula, así lo hubiera escrito como en los
otros seis pasajes en que aparece tal descripción.
Si nos servimos del mismo método de eliminación para el
pergamino encontrado en la caja plúmbea, podríamos descartar
sin lugar a dudas una opción: la letra gótica de imprenta. Estamos ante un texto manuscrito. Solo Rodríguez Marín apunta la
posibilidad de que se trate de letras grandes. Opino, sin embargo, que es muy poco probable: la historia aparecida es de muy
difícil lectura y necesita un académico que la descodifique por
conjeturas, por lo que los caracteres no deben de ser demasiado grandes, o al menos esa no debe de ser su cualidad principal. Quedan, pues, tres posibilidades: escritura visigótica, letra
gótico-francesa y mayúsculas romanas. Sabemos que Thomas
y los cervantistas posteriores han optado por la última, mas es
imprescindible considerar las otras dos. Si pensamos la historia
como moderna, es decir, contemporánea a los hechos narrados,
no sería descabellado pensar que el códice estuviese escrito con
CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS»
117
los caracteres afrancesados. Estas grafías fueron usadas durante
los siglos XII al XV para los textos literarios manuscritos. De
hecho, muchos libros de caballerías del siglo XVI se sirvieron
de estos caracteres, aunque impresos, para conservar el aura
arcaizante de las historias. Si el Quijote es una «invectiva contra los libros de caballerías», no es de extrañarse que Cervantes
pensara en esta escritura al transmutar la historia al gótico. Por
más, el pergamino había sido encontrado en una antigua ermita, por lo que estos caracteres bien pudieron haber sido usados
para la redacción de la historia. Al tratarse de una pluralidad de
escrituras que fueron evolucionando a través de los siglos y en
magnitudes distintas según la región, alguna de sus variedades
podría haber sido lo suficientemente ininteligible para que un
español del siglo XVII tuviera que declararla «por conjeturas».
Con todo, nos queda una posibilidad que evaluar: la escritura visigótica. Para ello, debemos considerar la naturaleza de
la historia que leemos. A la altura del capítulo VIII del primer
Quijote, nos enfrentamos al desasosiego de la página en blanco,
pues la historia que leíamos desaparece de súbito. Un tal segundo autor, quien al parecer leía todo el tiempo detrás de nuestros
hombros, logra dar con el paradero de la historia en el mundo
mercantil toledano, pero, para nuestra sorpresa, aparece escrita
en árabe, lengua prohibida al momento de la transacción, y en
papeles viejos. El calificativo nos sorprende, pues páginas antes
leíamos que la historia debía de ser moderna. Sin embargo,
hechizados, al igual que el segundo autor, burlamos la prohibición y continuamos leyendo, aun con más fruición, la crónica
de don Quijote. Así que estamos ante una historia escrita en
árabe y por un moro, Cide Hamete Benengeli, que parece ser
antigua y a la vez moderna. El desconcierto aumenta cuando
al final de la primera parte nos volvemos a topar con el mismo
percance: la historia vuelve a perderse y aparece, nuevamente,
redactada con grafías impenetrables, esta vez góticas. A juzgar
por el lugar del hallazgo, una antigua ermita derruida, nos va-
118
KEVIN MATOS
mos convenciendo de que la historia es antigua. Si pensamos a
Cide Hamete como un moro andalusí, es decir de los siglos X
o XI,21 no sería nada extraño que se tratara de letras visigodas.
Esto explicaría la ineludible necesidad de un experto que las
descodifique «por conjeturas» y las tantas noches de vigilias que
le costaron.
Por más, no olvidemos el mito godo que hemos expuesto. Cualquier lector avisado habría advertido todo lo que esta
metamorfosis textual implica. La historia que el lector decidió
seguir leyendo con gran interés, desacatando las pragmáticas
que vedaban el uso de la lengua alcoránica, se ha legitimado súbitamente. El libro que quemaba las manos a quien lo poseyera
y que tanto peligro le causó al segundo autor, astuto comprador, se ha vuelto godo, es decir, cristiano viejo. Se ha borrado
sin más todo signo de ilegalidad y todo recuerdo, no solo de un
pasado difícil, sino también de un presente conflictivo. No en
balde ha aparecido la historia en las ruinas de una antigua ermita. Pero esto no termina aquí: el primer capítulo de la segunda
parte inicia así: «Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda
parte de esta historia…» (II, 1: 549). Sea o no suyo el texto encontrado en la caja plúmbea, o haya vertido para sí al árabe la
interpretación del perito en lenguas, estamos nada menos que
ante un texto gótico-árabe. Cervantes lanza un guiño con gran
ironía: la historia es árabe y goda, antigua y moderna, prohibida
y legítima, un auténtico baciyelmo. Ya no nos sorprenden tanto
las claves antitéticas de las exclamaciones mercuriales del autor
moro: «¡Bendito sea Alá!» y, a la vez, «¡Válame Dios!».
Pero hay mucho más: la manera en que aparece el texto
guarda nuevas alusiones ocultas. La ermita derruida, la caja de
plomo y el pergamino en letras góticas descodificado solo por
21
Sobre la identidad del historiador arábigo, véase López-Baralt, «El
sabio encantador Cide Hamete Benengeli: ¿fue un musulmán de Al-Ándalus o un morisco del siglo XVII?».
CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS»
119
conjeturas remiten de inmediato al affaire de los Plomos del
Sacromonte.22 Cervantes cita muy directamente el hallazgo de
la Torre Turpiana, ocurrido en 1588, en el que una mañana
de marzo, unos obreros que recogían los escombros resultantes de la demolición del alminar de la antigua mezquita de
Granada dieron con una caja de plomo que contenía un pergamino escrito en árabe, latín y castellano. Por la forma de las
letras y la falta de diacríticos en muchas de las consonantes
del árabe, los textos produjeron miríadas de interpretaciones,
todas a base de conjeturas. Los Plomos, en general, aunaban
de forma inusitada cristianismo e islam del mismo modo que
la crónica de don Quijote fusiona dos orbes antagónicos de
forma mágica e insólita. La crónica del caballero manchego
es, a fin de cuentas, prohibida e impenetrable tanto para los
musulmanes23 como para los cristianos, pero es a la vez aceptable para ambos. Árabes y godos son igual de embelecadores
y quimeristas, pero desembocan al final en una misma forma:
lo español. Ya lo advertía Cervantes en boca de uno de sus
personajes: don Quijote es «honor y espejo de la nación española» (II, 7: 598).
A juzgar por las penosas noches de vigilia que le costaron al
académico, sin duda perito en lenguas antiguas, el texto bien
pudo haber estado escrito con caracteres visigóticos. Las letras
mayúsculas, a no ser que el texto esté corroído o dañado por la
22
Ya muchos han advertido la evidente alusión al pergamino de la
Torre Turpiana. Véanse, principalmente, Castro, «Cómo veo ahora el
Quijote» y «El Quijote, taller de existencialidad»; y Moner, «La descente
aux enfers de Don Quichotte» y «Los libros plúmbeos de Granada y su
influencia en el Quijote». Desarrollo ampliamente los argumentos que
siguen en mi ensayo «Las grafías impenetrables del Quijote en diálogo con
los Plomos del Sacromonte».
23
El libro resulta prohibido para los musulmanes por tratarse de un
códice ilustrado con figuras humanas. Véase al respecto López Baralt, «El
grimorio ilustrado de Cide Hamete Benengeli».
120
KEVIN MATOS
humedad, no son tan difíciles de leer. En cuanto a las afrancesadas, tal vez algunas variantes habrían causado cierta dificultad,
mas muchas de sus formas aún pervivían en libros litúrgicos
y servían de modelo para las cajas de imprenta. Aunque con
Cervantes, todo puede ser.
Con todo, surge una sexta posibilidad que no puede ser desatendida: pensar la «letra gótica», a menudo relacionada con lo
antiguo y con su difícil lectura, como un tópico ya codificado,
producto tal vez de la evolución popular de alguno de los sentidos expuestos. Sirva de ejemplo este pasaje de fray Antonio
de Guevara, famoso por sus supercherías literarias, de las que
tanto bebieron falsarios como Miguel de Luna y a quien tanto
parece haber admirado Cervantes:
Escrebísme y aún enviáisme unas letras góticas que hallastes en una antigualla de Roma escriptas, las cuales
ni vos, señor, las sabéis leer, ni allá en Italia las supo
ninguno declarar. Yo, señor, las he muy bien visto y las
he muy bien mirado y aun remirado, y a quien no sabe
mucho desta girigonça romana parescerlo han inlegibles y inteligibles, y que para bien se entender a leer era
necesario que los hombres que son vivos adevinasen o
los que las escribieron resucitasen. Y pues para declararos estas letras no ha de resucitar ningún muerto, ni
tampoco soy yo adevino, he fatigado mi juicio y llamado a mi memoria, he revuelto a mis libros y aun he
mirado inmensas historias, para ver y saber quién fué
el que las escribió. Al fin, como no hay cosa que un
hombre haga que otro no la pueda hacer, ni lo que uno
sabe que otro no lo pueda saber, quiso vuestra dicha
y mi buena diligencia que topé con lo que vos, señor,
queríades y yo buscaba (145).
Parecería que leemos al propio Cervantes. Se trata de unos garabatos impenetrables, llamados aquí «girigonça romana», que
CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS»
121
por más que mil expertos los examinen, jamás se podrían declarar, puesto que nadie podría revivir a quien los escribió, probablemente en la Antigüedad, para que los descodifique. Pero la
suerte le deparó, igual que al segundo autor, quien bien podría
declarar lo indeclarable.
Juan de Robles Corbalán recoge una falsificación en la que
describe unos caracteres misteriosos escritos en un círculo que
adornaba la ventana por donde aparecieron los ángeles portadores de la Vera Cruz de Caravaca y en las paredes.24 Según
cuenta, los caracteres son góticos y árabes, pero lo cierto es que,
a juzgar por la reproducción, no lo son stricto sensu, sino más
bien se trata de grafías impenetrables que simulan encubrir un
mensaje críptico. En efecto, había quienes en la época solían
confundir ambas grafías y relacionarlas con los textos antiguos
de imposible lectura: «en una piedra de la dicha torre o pie
della se señalan ciertas letras, que parecen goticas o arabigas, y
no se pueden leer» (CORDE); «Hay junto de la iglesia un arco
grueso de ladrillo tosco y ruinado, y en una piedra del pico de
la torre una inscripcion de letra antigua, goticas o arabigas, que
no se dexan bien leer» (CORDE).
Así pues, el prisma cervantino dispersa todo un espectro de
posibilidades que no necesariamente se anulan las unas a las
otras. A partir de la evidencia expuesta, tanto paleográfica como
lexicográfica, podemos concluir que la frase «letra gótica» era
polisémica en la época y aún lo sigue siendo en nuestros días,
por lo que resulta casi imposible determinar sin lugar a dudas
qué entendía Cervantes por esta, aunque sí podemos imaginar
qué sentidos pudo haber tenido en mente a la hora de emplearla. Si bien el trabajo de Thomas es estimable y sus conjeturas
sirven para intentar esclarecer algunos misterios auriseculares,
su argumento de que Cervantes era poco versado en paleografía
no es una justificación válida para demostrar que el autor no
24
Sobre la falsificación, véase García-Arenal y Rodríguez Mediano.
122
KEVIN MATOS
tuviera en mente el sentido de escritura visigótica, recuerdo
inmediato del enaltecido pasado godo, que aún tenía vida en
la época, o las grafías afrancesadas, tan usadas en los libros de
caballerías. Parece acertado pensar que el letrero del pintor Orbaneja estaba escrito con letras mayúsculas o con la redonda de
libros, pero con el pergamino de la caja plúmbea, las opciones
varían, pues bien podría tratarse de letra de estirpe visigótica.
Esto explica, tal vez, la cautela de muchos cervantistas, como
Diego Clemencín, Federico de Onís, Martín de Riquer y John
Jay Allen, quienes no anotan el pasaje del pergamino y sí el
de Orbaneja. «Letra gótica», en resumen, no tiene un sentido
único en la literatura del Siglo de Oro, sino múltiples acepciones que han de ser interpretadas según el contexto. Cervantes lo tendría en mente al redactar su crónica caballeresca.
Así pues, la esencial ambigüedad de la escritura cervantina no
permite conclusiones tajantes ni finales. «Tú, lector, pues eres
prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo
más» (II, 24: 734).
CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS»
Fig. 1. Escritura visigótica
San Ildefonso, De virginitate beatae Mariae, año 954
Madrid, Biblioteca del Escorial, sign. A, II, 9, f. 6v
(Millares Carlo, lám. VI)
123
124
KEVIN MATOS
Fig. 2. Gótica textual caligráfica (littera textualis formata)
Juan Fernández de Heredia, Grant ystoria de Espanya, año 1385
Madrid, Biblioteca Nacional, ms. 10.133, fol. 19r
(Álvarez Márquez, lám. III)
CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS»
125
Fig. 3. Gótica redonda o semigótica (littera textualis)
Partida quinta, año 1302
Biblioteca del Escorial, sign. Y, II, 1, f. 5r
(Millares Carlo, lám. LXII)
126
KEVIN MATOS
Fig. 4. Gótica cursiva
Partida primera, año 1330
Madrid, Biblioteca del Escorial, sign. I, III, 21, f. 32r
(Millares Carlo, lám. LXIII)
CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS»
Fig. 5. Capitales romanas
Juan de Icíar, Ortografía práctica, año 1548
Madrid, Biblioteca Nacional, sign. R/8611
127
128
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