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3 San Juan 2017 99 KEVIN MATOS CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» H echizado por las aventuras de don Quijote, recogidas en la crónica arábiga de Cide Hamete Benengeli, el lector descuida los peligros que puede sufrir al desacatar las pragmáticas que prohíben el uso de la lengua alcoránica en pleno siglo XVII. Pero, por suerte para el cristiano lector, el texto escurridizo se transmuta de súbito en grafías góticas, aunque halladas de forma harto sospechosa en una caja plúmbea que estaba bajo el cuidado de un antiguo médico. La crónica del caballero manchego queda así encubierta bajo el misterio de dos grafías impenetrables en pugna consigo mismas que condensan una coyuntura histórica insoslayable.1 Es improbable determinar más allá de toda duda qué entendía Cervantes por «letras góticas», pero sí podemos reflexionar cuáles sentidos pudo haber tenido en mente al momento de la redacción de su magnum opus. Desde que Henry Thomas publicó en 1938 un breve artículo sobre el tema, «What Cervantes meant by “Gothic letters”» (traducido al español en 1948 bajo el título «Lo que Cervantes entendía por “letras góticas”»), los cervantistas han seguido sus 1 Me ocupo por extenso de este misterio en mi ensayo «Las grafías impenetrables del Quijote en diálogo con los Plomos del Sacromonte». 99 100 KEVIN MATOS planteamientos sin ponerlos en cuestión: «“Letra gótica” era claramente el nombre corriente de las capitales romanas en España durante el siglo XVI» («Lo que Cervantes» 260). Thomas basa sus conjeturas, principalmente, en la Ortografía práctica de Juan de Icíar, publicada en 1548, en la que el calígrafo —llamado por Thomas «el primero y principal de los maestros calígrafos españoles»— dedica una brevísima sección a la letra gótica, «muy usada en Roma en aquellas ruinas de sus antigüedades». Icíar añade, asimismo, unos cuadros que contienen el alfabeto completo de «letras góticas ystoriadas», que no son sino las mayúsculas romanas que solían aparecer al principio de los capítulos. Años más tarde, en 1606, Bernardo José Aldrete escribía en su obra Del origen y principio de la lengua castellana o romance que oi se usa en España lo siguiente: «Pero es de advertir, que la letra, que usaron los Romanos, no fue de la forma desta, con que aora escrivimos, sino de las maiusculas, o capitales, que ponemos en principios de clausulas, i nombres proprios, que algunos impropriamente llaman Goticas, porque no lo son» (cit. en Thomas, «Lo que Cervantes» 259). Con todo, este no es el único sentido que tenía la frase «letra gótica» en la época. Sebastián de Covarrubias la define como «la que vsaron los Godos» y añade: «Dizen que vn Obispo suyo, dicho Vvlfilas, les dio ciertos caracteres que el inuentó; y esta llamaron letra Gotica, y despues Toledana; y fue recebida en toda España hasta el tiempo del Rey don Alonso el Sexto, que ganó a Toledo, que dexandola se admitio la Francesa» (NTLLE).2 En efecto, la escritura visigótica, que es a la que se refiere Covarrubias, fue conocida desde sus inicios con los nombres «littera gotica», «goda», «toletana», «morisca», «rabuda», «gallega», «moçaraba», «antiqua» y «antiquissima» (Alturo 347). 2 Todas las definiciones provienen del Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española, en línea. Indicaré siempre entre paréntesis las siglas NTLLE. CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 101 Esta fue usada por los godos desde el siglo VIII hasta el siglo XII, cuando fue sustituida por las también llamadas escrituras góticas, provenientes de Francia.3 Agustín Millares Carlo reconoce dos períodos: el primero comprende los siglos VII al X; el segundo, X al XII. Una de las razones de esta división es el gran desarrollo que adquiere la escritura durante el siglo X: no solamente se dio un mayor lujo en la caligrafía y en la ornamentación (148), sino también surgieron numerosas escuelas caligráficas debido a la gran actividad productora (153). No obstante, a pesar del gran crecimiento experimentado en esta centuria, durante el siglo siguiente comenzó su decadencia, debido a la influencia francesa y probablemente a la abolición del rito mozárabe (161). En un concilio celebrado en León en 1090, se decidió que se usarían las letras francesas y no las visigóticas (164). Escribía el Tudense: «Statuerunt ut scriptores gallicam litteram scriberent et praetermitterent toletanam in officiis ecclesiasticis, ut nulla esset divisio inter ministros Ecclesiae Dei»4 (cit. en Millares Carlo 164). Y Rodrigo Jiménez de Rada: «Statuerunt ut iam de caetero omnes scriptores, omissa littera toletana quam Gulphilas episcopus adinvenit, gallicis litteris uteretur»5 (cit. en Millares Carlo 164). Curiosamente, como bien advierte Millares Carlo, el primero limita la prohibición a los libros litúrgicos, aunque el segundo no apunta tal salvedad (165). Lo cierto es que, a partir de entonces, se inició una gran transformación de la escritura que desembocó en el tipo de letra afrancesada llamada hoy «gótica», «escolástica» 3 Para las peculiaridades de estas grafías y su evolución, véanse los dos tomos de Millares Carlo. 4 Se decidió que los escribanos escribiesen con letra gálica y evitasen la toledana en los oficios eclesiásticos para que no hubiese división entre los ministros de la Iglesia de Dios (traducción mía). 5 Se decidió que, de allí en adelante, todos los escribanos empleasen las letras gálicas, omitiendo la toledana, inventada por el obisto Ulfilas (traducción mía). 102 KEVIN MATOS y «alemana» (208). El adjetivo «gótico», con este sentido, fue introducido por los humanistas del siglo XVI para calificar estas creaciones, consideradas bárbaras por no seguir los cánones clásicos. En sus inicios, esta escritura convivió con la minúscula carolina, aunque al poco tiempo triunfó el canon gótico, que perduró hasta el siglo XV, aunque se siguió empleando en los libros litúrgicos en el siglo XVI. Esta nueva forma escrituraria dio por fin a la cristiandad una unidad gráfica, a pesar de las variantes: «Los tipos de escritura se multiplican, pero al tiempo una uniformidad se deja sentir en cada uno de estos ductus, cuya utilización llegó a ser internacional» (Álvarez Márquez 384). Entre las escrituras librarias, en el caso de España, se destacan la gótica textual caligráfica (littera textualis formata),6 que se mantiene ininterrumpidamente hasta el siglo XVI en misales y manuscritos litúrgicos de gran formato; la gótica redonda o semigótica (littera textualis), versión menos cuidada, reservada para los libros ordinarios como manuscritos escolares o de estudio; y la gótica cursiva (littera cursiva), usada en libros de carácter práctico, mayormente escritos en lengua romance, no muy lujosos.7 En cuanto a la escrituras documentales, estas fueron degenerándose y complicándose cada vez más con el paso del tiempo, hasta desembocar en la llamada procesal y la de cadenilla, famosas por su difícil lectura. A la ininteligible escritura procesal alude don Quijote en Sierra Morena, al planificar la libranza de los pollinos: 6 Sobre los problemas de clasificación y nomenclatura, véase Álvarez Márquez. En este ensayo, me sirvo de los nombres tradicionales, aunque indico entre paréntesis el nombre sugerido por los paleógrafos más recientes. 7 Sobre estas escrituras, véase el trabajo de Álvarez Márquez, quien añade también a la lista la gótica textual corriente (littera textualis currens), la gótica notular (littera notularis) y la cursiva formata, escrituras de menor trascendencia o reservada a escritos personales. CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 103 Mas ya me ha venido a la memoria dónde será bien, y aún más que bien, escribilla, que es en el librillo de memoria que fue de Cardenio, y tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares donde haya maestro de escuela de muchachos, o, si no, cualquiera sacristán te la trasladará; y no se la des a trasladar a ningún escribano, que hacen letra procesada, que no la entenderá Satanás. (I, 25: 241)8 Así pues, si damos fe a Covarrubias y a los tratados paleográficos, la frase «letra gótica» tenía otros dos sentidos, además del propuesto por Henry Thomas, que no podemos desatender: escritura visigótica y letra gótico-francesa. Avellaneda parece aludir a este último tipo en el siguiente pasaje: «Llegose Sancho, sin decir palabra a nadie, a la audiencia, y comenzó a pegar en sus mismas puertas un papelón de aquellos, pero un alguacil que estaba detrás del corregidor, viendo fijar a aquel labrador en la audiencia un cartel de letras góticas, pensando que fuesen papeles de comediantes, se le llegó diciendo» (253). No sería extraño pensar que se tratara de letras mayúsculas, pero hoy se conservan varios carteles de teatro de la época en los que la primera línea, en la que figuraba el nombre de la compañía o de la comedia, iba escrita con llamativa letra gótico-francesa de gran tamaño y muy adornada, seguidos de escritura bastarda o corriente para el resto de la información.9 Por más, el maestro Francisco de Lucas señalaba en su tratado Arte de escribir que la redonda de libros era la escritura más apta para los libros de 8 Todas las citas del Quijote corresponden a la edición de Francisco Rico. Indicaré, para facilidad del lector, el libro en números romanos y el capítulo en arábigos, seguidos por el número de página. 9 Véanse ejemplos y reproducciones en Mercedes de los Reyes Peña, «Los carteles de teatro en el Siglo de Oro» y «A vueltas con los carteles de teatro en el Siglo de Oro». Véase también Castillo Gómez. 104 KEVIN MATOS iglesias, los carteles y los letreros (Castillo Gómez 90). Esta se empleó, además, en algunas inscripciones todavía en el siglo XVI. Según muestra Antonio Castillo Gómez, «el multigrafismo relativo no se abandonó del todo y en la producción manuscrita continuó hasta finales del siglo XVII» (90). Así pues, el pasquín que el alguacil confundió con un cartel de teatro pudo haber estado escrito con primorosa y llamativa escritura gótico-francesa, como solía ser en la época. Pero lo cierto es que el papel que fijaba Sancho en la audiencia no era un papel de comediantes, sino un cartel de desafío escrito por don Quijote. Tanto los carteles de desafío como las cartas de batalla, estrechamente ligados a la cultura caballeresca y abundantes en el siglo XV, fueron prohibidos en las Ordenanzas Reales de Castilla (1484). Por tal razón, muchos de los desafiadores disfrazaban la escritura, combinando rasgos de distintas letras, con tal de ocultar su autoría (Castillo Gómez 87-88). Acaso tal letra gótica fuera un garabato impenetrable como la misma crónica cervantina. Aunque es muy probable que don Quijote, inspirado en la tradición caballeresca e imitando tal vez a Belianís de Grecia, no encubriera su escritura y elaborara los carteles con gran esmero y fidelidad al pasado que con notorio ánimo resucita, por lo que bien podría tratarse de la redonda de libros, propia de los carteles y letreros, o de cualquier otra variante de las góticas, tan usadas en la producción de libros de caballerías. Por otro lado, si bien es cierto que el sentido actual de «letra gótica» lo distancia de lo visigótico, en la época el término era usado tanto para las escrituras afrancesadas como para la visigótica, y perduró así hasta bien entrado el siglo XIX. A mediados del siglo XVIII, el paleógrafo toledano Francisco Javier de Santiago Palomares escribió un tratado titulado Polygraphia góthico-española. Origen de los caracteres o letras de los godos en España. Su progreso, decadencia y corrupción desde el siglo V hasta el fin del XI, en que se abrogó el uso de ellos y sustituyó la letra CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 105 góthico-francesa. Como vemos, el calígrafo opone la gótica española (visigótica) a la gótica francesa, algo muy común entre los tratadistas de la época. Los estudiosos decimonónicos empezaron a denominarla «visigótica», aunque alternando aún a menudo con «gótica». Es el paleógrafo Agustín Millares Carlo, a quien hemos venido citando, quien consagra el término, aunque él mismo no deja de vacilar de vez en cuando. Henry Thomas, por su parte, descarta el hecho de que las grafías aludan a la escritura visigótica por ser Cervantes, según su opinión, poco versado en paleografía. Sin embargo, he encontrado varios ejemplos en textos de la época en los que letra gótica es igual a letra de godos. Ciertamente, no es una sorpresa hallar este sentido en textos del siglo XIII, cuando aún pervivía la memoria de la escritura visigótica, pero resulta significativo encontrarlo siglos más tarde. Pedro López de Ayala, en su Crónica del rey don Pedro, de 1400, relaciona indudablemente la letra gótica a lo godo: «E fueron estos dos arçobispos en aquel tienpo de los godos e la letra gotica de los libros oy en dia es, e dizen la misa con otras çirimonias que las otras misas se dizen, enpero las palabras de la consagraçion todas son vnas» (CORDE; énfasis mío). En 1430, Pedro del Corral, en su Crónica sarracina, da noticia de un pergamino que Carestes, vasallo del rey Alfonso, encontró en la sepultura del rey don Rodrigo: Yo Carestes […] fallé una sepultura en un campo en la qual estavan escriptas estas palabras que agora oiredes en letras góticas. Esta sepultura estava delante de una iglesia pequeña fuera de la villa de Viseo. […] E por lo que yo fallé escripto en esta sepultura só de intención quel Rey don Rodrigo yaze allí. E por la vida que él fizo segund me avedes oído en su penitencia, que así mismo estaba en dicha sepultura escripto en un libro de pergamino, creo sin dubda que sería verdad (405). 106 KEVIN MATOS El pergamino encontrado, siguiendo el consabido topos del manuscrit trouvé, se remonta a tiempos del rey don Rodrigo, por lo que las letras góticas, con gran seguridad, no son sino escritura visigótica. Un siglo más tarde, en 1512, escribe un autor anónimo en la Crónica popular del Cid: «Qüenta la hystoria, según que lo escriuió el arçobispo don Rodrigo, que por la letra gótica, que es llamada letra de los godos, fizo él trasladar el psalterio & el toledano oficio de la missa, que compusieron Sant Ysidoro & Sant Leandro, & era de aquella guisa tenido & guardado por toda España» (CORDE; énfasis mío). Veamos un ejemplo más tardío, esta vez de Rodrigo Caro: «Consérvase este libro en la biblioteca de San Ildefonso, en Alcalá de Henares, en letra gótica, de antigüedad de más de 600 años» (CORDE). Si bien son muchos los ejemplos en los que la escritura gótica se asocia con lo antiguo, aquí el autor ha precisado las fechas, por lo que, si su texto es del siglo XVII, el libro gótico que menciona debe ser al menos del siglo X o XI, por lo que sin duda se trata de escritura visigótica. Por más, un lector del siglo XVII no se podía inhibir de asociar cualquier mención de lo «gótico» con la sangre limpia goda. Agustín Redondo estudia la gran importancia que tenía el tema godo en las mentalidades españolas de los siglos áureos, tan desesperadas por encontrar su identidad profunda. Como bien nos cuenta, la búsqueda de antepasados míticos en España se remonta a tiempos medievales: san Isidoro de Sevilla, por ejemplo, se lamentaba de la caída del imperio romano, aunque a la vez exaltaba la política unificadora visigótica («Las diversas caras» 50). Tras la invasión musulmana, personajes como Pelayo se convirtieron en los posibles restauradores del tan añorado reino visigótico,10 de modo que «godo» y «cristiano» pasaban 10 Pere Antoni Beuter, historiador y exégeta valenciano del siglo XVI, entendía la pérdida de España como un castigo de Dios por sus pecados y la recuperación, como muestra de la misericordia divina. Para ello, el CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 107 a ser equivalentes, al igual que tierra hispana y los godos se volvían dos cosas inseparables, según lo acuñaba san Isidoro: «Gothorum gens et patria».11 Pronto fue surgiendo, o por mejor decir, se fue sistematizando, gracias a figuras como el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, conocido como el Toledano, la tesis gótica como método de unificación civil y religiosa de la España perdida, o, en palabras de Márquez Villanueva, como «militante afirmación anti-islámica»12 («Trasfondos» 424). El arzobispo se encargó de fraguar un prestigioso origen dinástico, con el fin de corregir la mala reputación de España en Europa. Mathieu de París, cronista inglés de la época, definía a los hispanos en sus Chronica maiora como «hominum peripsema» (Caballero Gómez 84). Así que el Toledano buscó probar la antigüedad de los españoles y de su realeza, subraSeñor inspiró a Pelayo para que pusiera en marcha la empresa, pues Dios «en sus justicias», no se olvidaba «de sus misericordias». Así, Hispania podía recuperar su identidad primera: «Si “españoles” habían sido quienes promovieron su destrucción, “españoles” fueron también “quienes la recobraron”. España finalmente volvía a hacerse así presente con una entidad propia, se daba por reconstruida como tal y, desde esa perspectiva, podía entonces contemplarse su historia» (Fernández Albaladejo 122-123). Para ello, el rey don Rodrigo sería la pieza fundamental mediante la cual se cimienta el mito goticista. Sobre esta visión providencialista, véase también Rucquoi. 11 La crónica de Alfonso III hace nacer la tesis goticista justo en el momento de Covadonga. No obstante, según la crónica Albendense, el tema de la herencia goda aparecería más tarde, en el círculo culto de Alfonso III (Maravall 325-328). Según ahí se lee, Alfonso II (791-835) instaló su corte en Oviedo para restablecer el «orden gótico» de Toledo: «Omnem Gotorum ordinem, sicuti Toledo, fuerat, tam in Ecclesia quam palatio, in Obeto cuncta statuit» (cit. en Castro 130). Para más detalles sobre el surgimiento de la tesis goticista y su evolución a través de los siglos, véanse Maravall y Rucquoi. 12 En palabras de Maravall, se trata de una «invención culta para dar sentido a una acción, a una serie de hechos bélicos que se venían sucediendo, llegando a adquirir en nuestra historia medieval la eficacia práctica de una creencia colectiva» (320). 108 KEVIN MATOS yando «la continuidad histórica del pueblo godo en las dinastías peninsulares». Como escribía Juan Sedeño por esas fechas, se trataba de que el Príncipe conociese hasta qué punto «la excellencia de sus passados» excedía «a los principes de otras naciones» y, en la misma medida, que «la fidelidad y esfuerço de los Españoles» aventajaba al de cualesquier «otras gentes». (Fernández Albaladejo 110) Para ello, Jiménez de Rada aunó la tradición bíblica y la grecorromana, haciendo descender a los hispanos nada menos que de Túbal, nieto de Noé, pasando por el propio Hércules. La historia de España quedaba ligada, pues, a los orígenes bíblicos y al mundo clásico, de modo que Hispania quedaba convertida en el punto de partida de las civilizaciones occidentales.13 Poco después, Alfonso X el Sabio entendía la invasión musulmana como un episodio incidental que no cortaba la continuidad del señorío visigodo (Maravall 341). Antonio de 13 Este afán de mitificar la historia hispana se extendió hasta los siglos XV y XVI, surgiendo así personalidades como Annio de Viterbo y Lupián de Zapata, quien solía quemar pergaminos para que parecieran más viejos. Guiado por este afán de «heroificar» la historia de los orígenes, este último llegó al límite de afirmar que los primeros reyes de España fueron Adán y Eva, que Homero era español y añadió a Alejandro Magno a la lista de reyes de España (Caro Baroja 100-102). Lo cierto es que, en la época, estas supercherías se proponían como verdades históricas y muchas eran tenidas por tales. Escribe Rey Castelao: «La primera clientela a la que las falsificaciones van orientadas no es el pueblo iletrado y crédulo, sino a los potenciales lectores de libros de historia, una minoría de laicos y, sobre todo, eclesiásticos, que a su vez se convertirían, desde su influencia política o religiosa, en los transmisores de las falsedades que a ellos mismos (…) les convenían» (LXI-LXII). Véanse al respecto Caballero Gómez; Redondo, «Leyendas»; y Caro Baroja. Esta «voluntad de identificación», o grave «problema de identidad», como advierte Redondo («Leyendas» 77), contribuyó, por más, a la emergencia de la imagen del homo hispanicus, identificado con la ideología aristocrática y segregacionista dominante en el Siglo de Oro (81). CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 109 Nebrija también hablaba de convertir «los miembros e pedaços de España que estaban por muchas partes derramados» en «un cuerpo e unidad de reino» (cit. en Fernández Albaladejo 112). El mito se fue extendiendo y, ya en el siglo XV, poetas como Juan de Padilla y el marqués de Santillana comenzaron a evocar la sangre goda de sus antepasados.14 El obispo Barrientos hacía descender al rey Enrique III, el Doliente, de «la muy antigua y noble y clara generación de los reyes godos» (cit. en Maravall 344). Diego de Valera llamaba a Fernando el Católico descendiente de «la ínclita gótica sangre» (cit. en 345). Ya terminada la Reconquista, no quedaba sino restaurar la Hispania goda. Con el matrimonio de Isabel y Fernando, la integridad quedaba potencializada. Así se fue fraguando una fabulosa identidad goda que borraría un pasado incómodo y duro de recordar. Para ello, era obligado desaparecer al otro, surgiendo lo que Redondo llama, siguiendo muy de cerca a Maravall, un «espíritu de cruzada para afirmar la identidad cristiana y (…) reivindicar más que nunca la esencia gótica de la nación española» («Las diversas caras» 55). Así, el goticismo pasó a tener una segunda vida e invadió la España del Siglo de Oro, traduciendo, pues, en los estatutos de limpieza de sangre, las duras medidas de asimilación y la inevitable futura expulsión. Como bien advierte Márquez Villanueva, el mito gótico se sacralizó como uno de los pilares ideológicos de la monarquía («Trasfondos» 425). Pero no solo eso: floreció, además, un afán de reescribir la prosapia de los propios cristianos, aumentando así el número de falsificaciones de genealogías enteras, remontándolas nada menos que a los visigodos, supuestamente iniciadores de la Re14 Sobre el mito gótico en el siglo XV, véanse González Fernández y Marravall. Carlos Clavería, por su parte, estudia los ecos del goticismo español en la fraseología del Siglo de Oro y, además, recoge una extensa bibliografía sobre el mito gótico. El estudioso revisa los sentidos cambiantes de lo «godo» y sus valores composicionales. 110 KEVIN MATOS conquista.15 Ambrosio de Morales, «goticista extremado» —la frase es de Márquez Villanueva—, demuestra nada menos que el parentesco de los reyes con san Isidoro, a través de Recaredo, de modo que lo godo se convierte en la «esencia de orgullosa españolidad» (425). Lo cierto es que estamos en una época en la cual las falsificaciones eran algo común y no necesariamente estaban relacionadas a las castas reprimidas.16 Escribe Pedro Fernández Albaladejo: «La visualización de Hispania, su misma identidad, dependía estrechamente de la invención de su historia» (114). No obstante, este espíritu goticista fue puesto en tela de juicio no solo por cristianos nuevos. En palabras de Márquez Villanueva, no faltaron quienes veían el mito como una «apolillada antigualla o cifra de una ideología anacrónica hasta la momificación» («Trasfondos» 435, n. 67). Religiosos como el fraile Pablo de León arremetían contra quienes: se glorían y toman vanagloria del linaje, que son de los godos y que vienen de los reyes, como si todos no fuésemos nacidos de un padre y de una madre; y todos desnudos nacemos, y desnudos nos entierran […] Pues 15 La literatura genealógica, no exclusiva de alguna de las castas, se hizo prolífica en aras de lograr o justificar ascensos sociales y ocultar máculas de sangre. La familia morisca Granada Venegas desarrolló un extenso escrito genealógico, Origen de la Casa de Granada, en el que se hacen descender de los godos: «[su] prinzipio fue un prínzipe del linaje de los godos que vino a ser rey de Zaragoza en el año el señor de setezientos y setenta y zinco» (cit. en Soria Mesa 216). De este modo, tras un engorroso paréntesis de ocho siglos, los descendientes moriscos volverían a su antigua y verdadera fe. Quedan así, evidenciadas, las ansias integradoras de la élite morisca en el tedioso proceso de hispanización en clave castellana, cimentado en el tema godo. 16 «No faltaban escritores de autoridad que defendiesen que era lícito falsear la historia cuando el honor ó el interes de la patria lo exigian» (Godoy Alcántara 15-16). Sobre la tradición de falsificaciones históricas y los llamados falsos cronicones, véanse Godoy Alcántara, Caro Baroja, Córdoba y Barrios Aguilera. CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 111 luego ¿de qué nos ensorbecemos que tenemos mejor linaje unos que otros? Cierto es que erramos… (cit. en Redondo, «Las diversas caras» 58). Escritores como fray Luis de León,17 Baltasar Gracián y el mismo Cervantes hicieron burla de expresiones goticistas. El Caballero del Febo, por ejemplo, llama a don Quijote en los versos preliminares «godo Quijote, ilustre y claro» (I: 23), eco irónico del afán goticista que hemos expuesto. Uno de los intentos antigoticistas más elocuentes fue La verdadera historia del rey don Rodrigo, de Miguel de Luna, en la que queda afeado todo el mundo visigodo y los musulmanes se convierten en la salvación de un pueblo perdido.18 En la misma línea se encuentran los Plomos del Sacromonte, un intento desesperado y fallido por apaciguar el frenesí nacionalista que estaba acabando con sectores enteros de la nación.19 Cualquier lector sagaz, al ver la crónica de don Quijote transformada en grafías góticas, habría pensado de inmediato en el «mito godo» del que hemos hablado. Cabe mencionar que algunos de los autores que hemos venido citando, como 17 Véase Márquez Villanueva «Trasfondos de “La profecía del Tajo”». El estudioso advierte en el discurso antigoticista del fraile un posible «rodeo para atacar por la espalda la política antisemítica y antimorisca de Felipe II» (435). 18 Se trata de otra falsificación histórica, basada en la traducción de un supuesto manuscrito arábigo encontrado en la biblioteca de El Escorial, escrito por el cronista Tarif Abentarique. Véase la edición facsimilar con estudio introductorio de Luis Bernabé Pons. Véase también Márquez Villanueva, «La voluntad de leyenda de Miguel de Luna». 19 El tema ha hecho correr ríos de tinta durante los últimos años. Remito, principalmente, a los libros editados por Barrios Aguilera y GarcíaArenal; a García-Arenal y Rodríguez Mediano; a Barrios Aguilera; y a la edición de los libros plúmbeos realizada por Hagerty. Véase también mi ensayo «Las grafías impenetrables del Quijote en diálogo con los Plomos del Sacromonte», en el que ofrezco una bibliografía mucho más amplia sobre el tema. 112 KEVIN MATOS Pedro del Corral, responden a este goticismo, aunque en versión novelada. Así pues, no podemos descartar que Cervantes, del mismo modo que se sirvió de tópicos como el del manuscrito encontrado, empleado tanto por los autores de los libros de caballerías como por falsarios y autores de supercherías literarias, hubiera tenido todo esto en mente al transmutar su texto arábigo en gótico, esencia máxima de la españolidad aurisecular. ¿Qué se hacían de esto los cervantistas antes de la publicación del ensayo de Thomas? Antes de responder esta pregunta, es necesario señalar que la alusión a la «letra gótica» aparece dos veces en el Quijote. La primera mención ya la hemos considerado: al final de la primera parte, el texto que leíamos vuelve a perdérsele a uno de los autores escurridizos que asiduamente se contonean con picardía alrededor de la fidedigna crónica manchega, y aparece en una caja de plomo que estaba en posesión de un antiguo médico escrita con letras góticas en un pergamino. La segunda alusión es diferente: Ahora digo —dijo don Quijote— que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablador, que a tiento y sin algún discurso se puso a escribirla, salga lo que saliere, como hacía Orbaneja, el pintor de Úbeda, al cual preguntándole qué pintaba respondió: «Lo que saliere». Tal vez pintaba un gallo de tal suerte y tan mal parecido, que era menester que con letras góticas escribiese junto a él: «Este es el gallo». Y así debe de ser mi historia, que tendrá necesidad de comento para entenderla. (II, 3: 571) ¡Gran razón tenía don Quijote al advertir la necesidad de comento para entender su historia! Esta vez no se trata de textos antiguos ni de difícil lectura, sino de un letrero aclaratorio. Este es el pasaje que lleva a Thomas a la apresurada conclusión de que toda alusión cervantina a estas grafías se trata de mayúsculas romanas. Juan Antonio Pellicer, en 1798, sustituye en este segundo pasaje «letras góticas» por «letras grandes», CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 113 al considerarlo errata de imprenta. El cervantista, del siglo XVIII, entiende por «letra gótica» escritura visigótica, por lo que, servirse de estas grafías, caídas en desuso desde Alfonso VI, para declarar las ininteligibles figuras entorpecería aún más su comprensión. Además, señala Pellicer, sería poco verosímil pensar que un pintor de tan mala mano como Orbaneja fuese capaz de formar los caracteres visigóticos (4: 31). El cervantista opta por «letras grandes» debido a que estas aparecen, según él cuenta, tres veces en la segunda parte. Lo cierto es que aparecen seis veces: en los capítulos XX, XVII, XLI, XLV y dos veces en el LXII. Con todo, Pellicer considera que las «letras góticas» con que aparece escrita la crónica de don Quijote al final de la primera parte no son sino escritura visigótica, «con que parece quiso Cervantes persuadir á los lectores que Don Quixote habia florecido en tiempos muy remotos» (3: 270). No obstante, el cervantista opina que tal invención es poco verosímil. Diego Clemencín, en el siglo XIX, corrige la innecesaria enmienda de Pellicer: Pellicer procedió en esto con alguna equivocación, porque en tiempo de Cervantes, y aun en el nuestro, no se entiende comúnmente por letra gótica la que realmente lo era, y dejó de usarse en el reinado de D. Alonso VI, sino la que sucedió entonces y se empleó en las inscripciones públicas y sepulcrales durante la Edad Media, adoptándose asimismo después para muchas impresiones, no solo del siglo XV, sino también del XVI: entre los bibliógrafos suele llamarse letra de Tortis. Así que, tratándose de un letrero para el público, no era extraño que se usase el carácter que generalmente se llamaba gótico, sin perjuicio de que las letras fuesen grandes ó gordas, como convenía para que se viesen bien y se leyesen con facilidad. (3: 44) 114 KEVIN MATOS Clemencín, por el contrario, advierte que «letras góticas» no se refiere a escritura visigótica, como apuntaba Pellicer, sino a la escritura gótico-francesa que le sucede o a la letra de imprenta que imita a esta última. De las letras góticas del pergamino, no dice nada. Francisco Rodríguez Marín, en 1927, escribe en su nota al capítulo LII: «gótico equivale a grande» (3: 476). Al llegar al pasaje del pintor de Úbeda, añade una explicación más exhaustiva en la que explica el porqué de su nota anterior. El cervantista cita a Covarrubias: «Letras gordas y letras góticas son las maçorrales, y de hombres de poco ingenio» (4: 93). Añade, asimismo, varios ejemplos literarios en los que se evidencia esta equivalencia: «Grandes, como letras góticas: en mucho papel, pocas razones», escribía Quevedo; de unas «góticas narices», hablaba Pérez de Montalván. Por más, Rodríguez Marín sugiere una posible explicación a esta asociación, citando la Ortografía castellana de Mateo Alemán: «Ai, sin éstas, otra hechura de letras que llamamos Goticas, i en el uso nuestro sirven de capitales: dieronles aqueste nombre porque se ponen al principio de los libros i capitulos». La cita, en realidad, poco aporta a las ideas de Rodríguez Marín; más bien se acerca a la propuesta de Thomas, y los ejemplos literarios son poco concluyentes. Federico de Onís, ya en 1948, añade una concisa nota: «Letras mayúsculas, grandes» (2: 40).20 Como vemos, en resumen, coe20 Del mismo modo que Onís, Luis Gómez Canseco, en su reciente edición crítica del Quijote apócrifo, se sirve de ambas posibles acepciones para explicar las alusiones de Avellaneda a la «letra gótica». En el siguiente pasaje, del capítulo XI, anota que letras góticas son letras mayúsculas romanas: «Entró con gentil continente sobre Rocinante, y, en la punta del lanzón traía, con un cordel atado, un pergamino grande tendido, escrita en él con letras góticas el Ave María» (115). Sin embargo, en otro pasaje, del capítulo XXIII, anota que letras góticas equivale a letras grandes: «Por las letras, también un cuñado mío es encuadernador de libros en Toledo y siempre anda con pergaminos escritos y envuelto entre librazos tan grandes como la albarda de mi rucio, llenos de letras góticas» (250). CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 115 xisten cinco sentidos: escritura visigótica, escritura gótico-francesa, letra de imprenta, letras grandes y mayúsculas romanas. Algo nos va quedando claro en medio de tal pluralidad de sentidos: el término era de por sí ambiguo en la época de Cervantes y tal ambigüedad nos acompaña aún en nuestros días. Estamos, sin duda, ante una palabra polisémica, como casi todas las que salen de la pluma de nuestro enigmático escritor. No creo que podamos afirmar sin lugar a dudas que se trata de mayúsculas romanas, como han querido ver los cervantistas luego de la publicación del artículo de Thomas. Toca, pues, evaluar los dos pasajes cervantinos. Empecemos por el segundo: el pintor de Úbeda. ¿Qué grafías habría trazado Orbaneja para explicar su pintura, tan ininteligible como la crónica de don Quijote? Podemos, de entrada, descartar dos posibilidades: escritura visigótica y letra de imprenta. Es evidente que el artista no tendría la habilidad de formar los trazos visigóticos, que tal vez ni siquiera habría visto en su vida, caídos en desuso desde hacía más de cuatro siglos. Pero no solo eso: si Orbaneja sí hubiera estado versado en paleografía y hubiera querido prestigiar su tosca pintura con caracteres antiguos, ¿acaso esto no hubiera oscurecido más su creación? Sería totalmente contradictorio con su intención aclaratoria. Muy pocos en el siglo XVII sabrían leer o descodificar esta escritura, por más que simbolizase un pasado digno de orgullo. Apenas quedaría el recuerdo, cimentado en el mito godo y su evolución. Además, todo apunta a que estamos ante un letrero escrito a mano, por lo que debemos descartar la letra de imprenta. Nos quedan tres posibilidades: letra gótico-francesa, mayúsculas y letras grandes. Como ya hemos visto, Francisco de Lucas advertía que la redonda de libros era la escritura más apropiada para carteles y letreros, por lo que el pintor bien pudo servirse de ella para conferirle suntuosidad a su ininteligible pintura. Por otro lado, podría tratarse 116 KEVIN MATOS de mayúsculas, impropiamente llamadas góticas. En efecto, este sentido incluye en sí mismo la connotación de «grande», puesto que, en esencia, la peculiaridad de la letra mayúscula es su mayor tamaño en comparación con la minúscula. La propia etimología lo confirma: maiusculus, diminutivo de maior, palabra latina para el adjetivo comparativo de superioridad de magnus (grande), es decir, «más grande». Además del sustantivo «letra mayúscula», «mayúsculo» es un adjetivo que puede significar «algo mayor que lo ordinario» o incluso «grandísimo». Por más, Francisco Sobrino, en 1705, define «letra mayúscula» como «letra grande, Lettre majuscule, c’est une grande lettre» (NTLLE). En el Diccionario de autoridades, de 1734, se define como «letra grade, que en la Orthographía sirve para escribir los nombres próprios de persónas, lugáres, rios, montes, &c. Y para empezar capitulo, parrapho o periodo nuevo» (NTLLE). Así pues, «letra mayúscula» encierra en sí misma el sentido de «letra grande». Si Cervantes hubiera querido decir solo «letra grande», que no mayúscula, así lo hubiera escrito como en los otros seis pasajes en que aparece tal descripción. Si nos servimos del mismo método de eliminación para el pergamino encontrado en la caja plúmbea, podríamos descartar sin lugar a dudas una opción: la letra gótica de imprenta. Estamos ante un texto manuscrito. Solo Rodríguez Marín apunta la posibilidad de que se trate de letras grandes. Opino, sin embargo, que es muy poco probable: la historia aparecida es de muy difícil lectura y necesita un académico que la descodifique por conjeturas, por lo que los caracteres no deben de ser demasiado grandes, o al menos esa no debe de ser su cualidad principal. Quedan, pues, tres posibilidades: escritura visigótica, letra gótico-francesa y mayúsculas romanas. Sabemos que Thomas y los cervantistas posteriores han optado por la última, mas es imprescindible considerar las otras dos. Si pensamos la historia como moderna, es decir, contemporánea a los hechos narrados, no sería descabellado pensar que el códice estuviese escrito con CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 117 los caracteres afrancesados. Estas grafías fueron usadas durante los siglos XII al XV para los textos literarios manuscritos. De hecho, muchos libros de caballerías del siglo XVI se sirvieron de estos caracteres, aunque impresos, para conservar el aura arcaizante de las historias. Si el Quijote es una «invectiva contra los libros de caballerías», no es de extrañarse que Cervantes pensara en esta escritura al transmutar la historia al gótico. Por más, el pergamino había sido encontrado en una antigua ermita, por lo que estos caracteres bien pudieron haber sido usados para la redacción de la historia. Al tratarse de una pluralidad de escrituras que fueron evolucionando a través de los siglos y en magnitudes distintas según la región, alguna de sus variedades podría haber sido lo suficientemente ininteligible para que un español del siglo XVII tuviera que declararla «por conjeturas». Con todo, nos queda una posibilidad que evaluar: la escritura visigótica. Para ello, debemos considerar la naturaleza de la historia que leemos. A la altura del capítulo VIII del primer Quijote, nos enfrentamos al desasosiego de la página en blanco, pues la historia que leíamos desaparece de súbito. Un tal segundo autor, quien al parecer leía todo el tiempo detrás de nuestros hombros, logra dar con el paradero de la historia en el mundo mercantil toledano, pero, para nuestra sorpresa, aparece escrita en árabe, lengua prohibida al momento de la transacción, y en papeles viejos. El calificativo nos sorprende, pues páginas antes leíamos que la historia debía de ser moderna. Sin embargo, hechizados, al igual que el segundo autor, burlamos la prohibición y continuamos leyendo, aun con más fruición, la crónica de don Quijote. Así que estamos ante una historia escrita en árabe y por un moro, Cide Hamete Benengeli, que parece ser antigua y a la vez moderna. El desconcierto aumenta cuando al final de la primera parte nos volvemos a topar con el mismo percance: la historia vuelve a perderse y aparece, nuevamente, redactada con grafías impenetrables, esta vez góticas. A juzgar por el lugar del hallazgo, una antigua ermita derruida, nos va- 118 KEVIN MATOS mos convenciendo de que la historia es antigua. Si pensamos a Cide Hamete como un moro andalusí, es decir de los siglos X o XI,21 no sería nada extraño que se tratara de letras visigodas. Esto explicaría la ineludible necesidad de un experto que las descodifique «por conjeturas» y las tantas noches de vigilias que le costaron. Por más, no olvidemos el mito godo que hemos expuesto. Cualquier lector avisado habría advertido todo lo que esta metamorfosis textual implica. La historia que el lector decidió seguir leyendo con gran interés, desacatando las pragmáticas que vedaban el uso de la lengua alcoránica, se ha legitimado súbitamente. El libro que quemaba las manos a quien lo poseyera y que tanto peligro le causó al segundo autor, astuto comprador, se ha vuelto godo, es decir, cristiano viejo. Se ha borrado sin más todo signo de ilegalidad y todo recuerdo, no solo de un pasado difícil, sino también de un presente conflictivo. No en balde ha aparecido la historia en las ruinas de una antigua ermita. Pero esto no termina aquí: el primer capítulo de la segunda parte inicia así: «Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda parte de esta historia…» (II, 1: 549). Sea o no suyo el texto encontrado en la caja plúmbea, o haya vertido para sí al árabe la interpretación del perito en lenguas, estamos nada menos que ante un texto gótico-árabe. Cervantes lanza un guiño con gran ironía: la historia es árabe y goda, antigua y moderna, prohibida y legítima, un auténtico baciyelmo. Ya no nos sorprenden tanto las claves antitéticas de las exclamaciones mercuriales del autor moro: «¡Bendito sea Alá!» y, a la vez, «¡Válame Dios!». Pero hay mucho más: la manera en que aparece el texto guarda nuevas alusiones ocultas. La ermita derruida, la caja de plomo y el pergamino en letras góticas descodificado solo por 21 Sobre la identidad del historiador arábigo, véase López-Baralt, «El sabio encantador Cide Hamete Benengeli: ¿fue un musulmán de Al-Ándalus o un morisco del siglo XVII?». CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 119 conjeturas remiten de inmediato al affaire de los Plomos del Sacromonte.22 Cervantes cita muy directamente el hallazgo de la Torre Turpiana, ocurrido en 1588, en el que una mañana de marzo, unos obreros que recogían los escombros resultantes de la demolición del alminar de la antigua mezquita de Granada dieron con una caja de plomo que contenía un pergamino escrito en árabe, latín y castellano. Por la forma de las letras y la falta de diacríticos en muchas de las consonantes del árabe, los textos produjeron miríadas de interpretaciones, todas a base de conjeturas. Los Plomos, en general, aunaban de forma inusitada cristianismo e islam del mismo modo que la crónica de don Quijote fusiona dos orbes antagónicos de forma mágica e insólita. La crónica del caballero manchego es, a fin de cuentas, prohibida e impenetrable tanto para los musulmanes23 como para los cristianos, pero es a la vez aceptable para ambos. Árabes y godos son igual de embelecadores y quimeristas, pero desembocan al final en una misma forma: lo español. Ya lo advertía Cervantes en boca de uno de sus personajes: don Quijote es «honor y espejo de la nación española» (II, 7: 598). A juzgar por las penosas noches de vigilia que le costaron al académico, sin duda perito en lenguas antiguas, el texto bien pudo haber estado escrito con caracteres visigóticos. Las letras mayúsculas, a no ser que el texto esté corroído o dañado por la 22 Ya muchos han advertido la evidente alusión al pergamino de la Torre Turpiana. Véanse, principalmente, Castro, «Cómo veo ahora el Quijote» y «El Quijote, taller de existencialidad»; y Moner, «La descente aux enfers de Don Quichotte» y «Los libros plúmbeos de Granada y su influencia en el Quijote». Desarrollo ampliamente los argumentos que siguen en mi ensayo «Las grafías impenetrables del Quijote en diálogo con los Plomos del Sacromonte». 23 El libro resulta prohibido para los musulmanes por tratarse de un códice ilustrado con figuras humanas. Véase al respecto López Baralt, «El grimorio ilustrado de Cide Hamete Benengeli». 120 KEVIN MATOS humedad, no son tan difíciles de leer. En cuanto a las afrancesadas, tal vez algunas variantes habrían causado cierta dificultad, mas muchas de sus formas aún pervivían en libros litúrgicos y servían de modelo para las cajas de imprenta. Aunque con Cervantes, todo puede ser. Con todo, surge una sexta posibilidad que no puede ser desatendida: pensar la «letra gótica», a menudo relacionada con lo antiguo y con su difícil lectura, como un tópico ya codificado, producto tal vez de la evolución popular de alguno de los sentidos expuestos. Sirva de ejemplo este pasaje de fray Antonio de Guevara, famoso por sus supercherías literarias, de las que tanto bebieron falsarios como Miguel de Luna y a quien tanto parece haber admirado Cervantes: Escrebísme y aún enviáisme unas letras góticas que hallastes en una antigualla de Roma escriptas, las cuales ni vos, señor, las sabéis leer, ni allá en Italia las supo ninguno declarar. Yo, señor, las he muy bien visto y las he muy bien mirado y aun remirado, y a quien no sabe mucho desta girigonça romana parescerlo han inlegibles y inteligibles, y que para bien se entender a leer era necesario que los hombres que son vivos adevinasen o los que las escribieron resucitasen. Y pues para declararos estas letras no ha de resucitar ningún muerto, ni tampoco soy yo adevino, he fatigado mi juicio y llamado a mi memoria, he revuelto a mis libros y aun he mirado inmensas historias, para ver y saber quién fué el que las escribió. Al fin, como no hay cosa que un hombre haga que otro no la pueda hacer, ni lo que uno sabe que otro no lo pueda saber, quiso vuestra dicha y mi buena diligencia que topé con lo que vos, señor, queríades y yo buscaba (145). Parecería que leemos al propio Cervantes. Se trata de unos garabatos impenetrables, llamados aquí «girigonça romana», que CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 121 por más que mil expertos los examinen, jamás se podrían declarar, puesto que nadie podría revivir a quien los escribió, probablemente en la Antigüedad, para que los descodifique. Pero la suerte le deparó, igual que al segundo autor, quien bien podría declarar lo indeclarable. Juan de Robles Corbalán recoge una falsificación en la que describe unos caracteres misteriosos escritos en un círculo que adornaba la ventana por donde aparecieron los ángeles portadores de la Vera Cruz de Caravaca y en las paredes.24 Según cuenta, los caracteres son góticos y árabes, pero lo cierto es que, a juzgar por la reproducción, no lo son stricto sensu, sino más bien se trata de grafías impenetrables que simulan encubrir un mensaje críptico. En efecto, había quienes en la época solían confundir ambas grafías y relacionarlas con los textos antiguos de imposible lectura: «en una piedra de la dicha torre o pie della se señalan ciertas letras, que parecen goticas o arabigas, y no se pueden leer» (CORDE); «Hay junto de la iglesia un arco grueso de ladrillo tosco y ruinado, y en una piedra del pico de la torre una inscripcion de letra antigua, goticas o arabigas, que no se dexan bien leer» (CORDE). Así pues, el prisma cervantino dispersa todo un espectro de posibilidades que no necesariamente se anulan las unas a las otras. A partir de la evidencia expuesta, tanto paleográfica como lexicográfica, podemos concluir que la frase «letra gótica» era polisémica en la época y aún lo sigue siendo en nuestros días, por lo que resulta casi imposible determinar sin lugar a dudas qué entendía Cervantes por esta, aunque sí podemos imaginar qué sentidos pudo haber tenido en mente a la hora de emplearla. Si bien el trabajo de Thomas es estimable y sus conjeturas sirven para intentar esclarecer algunos misterios auriseculares, su argumento de que Cervantes era poco versado en paleografía no es una justificación válida para demostrar que el autor no 24 Sobre la falsificación, véase García-Arenal y Rodríguez Mediano. 122 KEVIN MATOS tuviera en mente el sentido de escritura visigótica, recuerdo inmediato del enaltecido pasado godo, que aún tenía vida en la época, o las grafías afrancesadas, tan usadas en los libros de caballerías. Parece acertado pensar que el letrero del pintor Orbaneja estaba escrito con letras mayúsculas o con la redonda de libros, pero con el pergamino de la caja plúmbea, las opciones varían, pues bien podría tratarse de letra de estirpe visigótica. Esto explica, tal vez, la cautela de muchos cervantistas, como Diego Clemencín, Federico de Onís, Martín de Riquer y John Jay Allen, quienes no anotan el pasaje del pergamino y sí el de Orbaneja. «Letra gótica», en resumen, no tiene un sentido único en la literatura del Siglo de Oro, sino múltiples acepciones que han de ser interpretadas según el contexto. Cervantes lo tendría en mente al redactar su crónica caballeresca. Así pues, la esencial ambigüedad de la escritura cervantina no permite conclusiones tajantes ni finales. «Tú, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más» (II, 24: 734). CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» Fig. 1. Escritura visigótica San Ildefonso, De virginitate beatae Mariae, año 954 Madrid, Biblioteca del Escorial, sign. A, II, 9, f. 6v (Millares Carlo, lám. VI) 123 124 KEVIN MATOS Fig. 2. Gótica textual caligráfica (littera textualis formata) Juan Fernández de Heredia, Grant ystoria de Espanya, año 1385 Madrid, Biblioteca Nacional, ms. 10.133, fol. 19r (Álvarez Márquez, lám. III) CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» 125 Fig. 3. Gótica redonda o semigótica (littera textualis) Partida quinta, año 1302 Biblioteca del Escorial, sign. Y, II, 1, f. 5r (Millares Carlo, lám. LXII) 126 KEVIN MATOS Fig. 4. Gótica cursiva Partida primera, año 1330 Madrid, Biblioteca del Escorial, sign. I, III, 21, f. 32r (Millares Carlo, lám. LXIII) CERVANTES Y LAS «LETRAS GÓTICAS» Fig. 5. Capitales romanas Juan de Icíar, Ortografía práctica, año 1548 Madrid, Biblioteca Nacional, sign. R/8611 127 128 KEVIN MATOS OBRAS CITADAS Alturo, Jesús. «La escritura visigótica. Estado de la cuestión». Archiv für Diplomatik, vol. 50, 2004, pp. 347-386. Álvarez Márquez, María del Carmen. «Escritura latina en la plena y baja Edad Media: la llamada “gótica libraría” en España». Historia. Instituciones. 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