LOS TERRITORIOS ABANDONADOS.
UNA REFLEXIÓN SOBRE LAS IDENTIDADES FANTASMAS
(a propósito del despoblamiento de algunas islas del Archipiélago de Quinchao)*
Sergio Mansilla Torres
Trabajo originalmente publicado en Territory and Development. Dilemas of Regional Modernity.
Eds. Miroslawa Czery, Arturo Vallejos Romero, James Park Key. Warsaw: Warsaw University
Press, 2009: 120-136.
Este trabajo se terminó de escribir a mediados de 2008.
Resumen:
Trabajo en el que discutiré la crisis que están viviendo algunas islas del Archipiélago de Quinchao,
Chiloé, a raíz de un rápido y progresivo despoblamiento por la emigración de las generaciones jóvenes a
los centros urbanos industriales. Campos solos, cubiertos de chacayes, son la evidencia palpable del
abandono. Otra evidencia, menos palpable, pero más humanamente dramática, es el abandono de los
campos de la memoria, porque se han vuelto ineficaces para que campesinos y pescadores construyan
modernidad en los espacios rurales isleños. No así para la emergente intelligentzia chilota, más urbana
que rural, educada en los paradigmas de la alta cultura occidental y que ha hecho del Chiloé antiguo un
corral ad hoc para retener los peces de la memoria. Peces en cautiverio, o tal vez muertos: ¿Es esta la
identidad del nuevo Chiloé industrial? ¿Quién se queda cuando todos se van?
¿Dónde están los jóvenes?
En enero de 2007 tuve la oportunidad de visitar la Isla de Quenac, isla perteneciente a la
comuna de Quinchao, provincia de Chiloé.1 “Aquí —me dice don Ramón Alvarez, profesor
jubilado con quien conversé— no se ven jóvenes pololeando; no hay enamorados besándose en
la placita”. Y eso que en la pequeña plaza de la villa de Quenac, según yo mismo había podido
constatar el día anterior a mi conversación con don Ramón, hay sendas esculturas, hechas en
piedra cancagua, del Trauco y la Pincoya. Pero, al parecer, ni siquiera estos seres mitológicos
isleños, famoso uno por su potencia sexual y, el otro, por su ondulante sensualidad, son ya
capaces de convocar a los jóvenes quenacanos para que muestren en lugares públicos las flechas
del amor y del deseo. Es que no hay jóvenes a quienes convocar. “¿Dónde están los jóvenes?”,
pregunté. “Se van, me dice, a estudiar o a trabajar a las fábricas de la Isla Grande, y los que se
van no vuelven. ¿A qué van a volver si aquí no hay trabajo, no hay nada que hacer? La
agricultura no da; en los criaderos de salmones cada vez se requiere menos mano de obra. Ni
una posta de primero auxilio como la gente tenemos”.
Durante la mañana de ese día había hecho yo una breve incursión por los campos
aledaños a la villa de Quenac. Me llamó la atención ver varios campos cubiertos de espinillos (o
chacayes, como les denomina la gente de Chiloé). Reparé en la escasa superficie sembrada: un
*
Este trabajo forma parte de la ejecución del Proyecto 1050623, financiado por el Fondo Nacional de Ciencia y
Tecnología (FONDECYT), de Chile. Es una extensión y profundización de una ponencia homónima leída en el VI
Congreso Chileno de Antropología. Antropología aquí: miradas desde el sur. Valdivia, Chile, Noviembre 13-17,
2007.
1
Aclaremos que Chiloé es un archipiélago formado por la Isla Grande de Chiloé y un conjunto de alrededor de 30
islas menores ubicadas en el mar interior al este de la Isla Grande. Después de la Isla Grande, le sigue en tamaño la
Isla de Quinchao. Esta isla está dividida en dos comunas: comuna de Curaco de Vélez, capital Curaco de Vélez, y
comuna de Quinchao, capital Achao. El territorio de la comuna de Quinchao lo conforma una parte de la Isla de
Quinchao más nueve islas habitadas que conforman el archipiélago de la comuna de Quinchao. Las demás islas
pequeñas pertenecen a otras comunas.
2
par de pequeños papales verdes, las típicas huertas cerca de las casas campesinas chilotas; se
notaba que eran sólo para consumo doméstico. Más allá una casa abandonada, ya sin ventanas,
de maderas envejecidas, con tablas desclavadas por efecto del deterioro, junto a una descuidada
quinta de manzanos y ciruelos. Alguien había cercado con alambre la quinta, pero algunos de
los estacones, ya podridos en su base, habían cedido, y tres novillos habían roto el cerco y
disfrutaban, indiferentes, con su taciturno ritmo vacuno, del verde y tierno pasto que había
crecido a la sombra de los manzanos y ciruelos.
De escenas como ésta había sido yo testigo en mi infancia, en los años de 1960, cuando
entonces vivía en la isla de Quinchao, sector rural Changuitad. Eran tiempo en que, de pronto,
familias completas emigraban a Punta Arenas o a la Patagonia Argentina (a Comodoro
Rivadavia, a Río Gallegos, a Usuahía). Un buen día simplemente ya no estaban, y quedaban, sin
nadie, la casa, la cocina de fogón, la bodega, los manzanos, cual mudos testigos de un abandono
sin retorno. Sólo que las actuales migraciones de los isleños del archipiélago no son ya para ir a
la Patagonia; los habitantes de las islas pequeñas que migran lo hacen, la mayoría, a la Isla
Grande de Chiloé, principalmente a los centros industriales de Dalcahue y Quellón. Este hecho
sugiere que la creciente modernidad industrial de Chiloé está lejos de generar condiciones de
equilibrio distributivo de la población en todo el territorio isleño. Lo que hallamos, en cambio,
es una corriente de despoblamiento en, al menos, las islas que no han podido generar modos de
producción sustentables no dependientes de la industria acuícola (en adelante IA).2 A su vez, en
los territorios receptores de emigrantes ha venido aconteciendo un progresivo hacinamiento de
una también creciente clase obrera precarizada que viene a ser la cantera de una marginalidad
urbana cada vez más lejana de la tierra y del antiguo modo de vida campesino.3
Quenac, según testimonio de Víctor Hugo Barría, director de la escuela de la villa de
Quenac (entrevista personal 2007), posee dos escuelas de Enseñanza Básica; pero la suma de
alumnos de ambas escuelas no supera la cifra de 50. La isla tiene una extensión de 22 Kms.2 y
una población de alrededor de 550 habitantes. En los años de 1970, sin embargo, llegó a tener
cerca 2000 habitantes, y, desde entonces, precisamente cuando se detuvo la emigración chilota
hacia la Patagonia, la disminución de su población ha sido progresiva. “¿Qué va a pasar con
todo esto en unos años más?”, pregunto. Don Ramón se encoge de hombros y se queda en
silencio.
La IA —nos dicen Claude y Oporto— es una de las actividades económicas que más ha
capturado mano de obra de la zona de Chiloé, y aunque este hecho pareciera muy positivo,
2
En 1975 la empresa Salmones Antártica inició el cultivo experimental de salmones en cautiverio en la
desembocadura del río de Curaco de Vélez. En un comienzo, los salmones estaban en cautiverio sólo en el período
inicial de sus vidas; eran luego soltados al mar y se esperaba que la año siguiente volvieran a desovar a su lugar de
nacimiento, y entonces pescarlos. A partir de 1980 comienza a generalizarse el cultivo de salmones en balsas jaulas.
En cuestión de pocos años todos rincones del mar chilote aptos para la cría de salmones (principalmente salmón del
Atlántico) se vieron invadidos de balsas jaulas, de diversas empresas (popularmente conocidas como “salmoneras”),
que contenían millones de salmones. Chile pasó a ser el segundo exportador de salmones después de Noruega. Pero el
éxito de la IA últimamente se ha visto seriamente amagado: la saturación de los mares, el abuso de antibióticos, en
general el poco cuidado con la naturaleza han contribuido a la aparición de enfermedades devastadoras que están
obligando a una drástica reducción de la producción, a la vez que una migración a los canales australes, más al sur de
Chiloé.
3
Según información entregada por el funcionario de la posta de primeros auxilios de Quenac, ratificada más tarde
por los carabineros del retén de la misma isla, las únicas islas que han aumentado su población en los últimos años
son Llingua y Lin Lin, precisamente las islas menos dependientes de las salmoneras. Llingua tiene una economía
basada en la artesanía femenina en fibra vegetal (son muy bellos los trabajo artesanales en ñocha, quiscal y manila) y
los varones, a pesar de los cambios, se las han arreglado para continuar su antigua tradición de pescadores y
recolectores. Son ellos quienes principalmente surten de peces y mariscos la gente Achao. Lin Lin ha logrado
desarrollar la horticultura, lo que los ha convertido, en cierto modo, en los abastecedores de productos de chacarería
de Achao y de comedores escolares.
3
ha tenido un impacto cultural fuertemente negativo, ya que los lugareños, al emplearse, han
tenido que dejar de trabajar la tierra y abandonar la pesca artesanal, alejándose de sus
costumbres y sus riquezas naturales. De esta manera, han pasado de una categoría en la cual
ellos eran sus propios dueños, a una categoría de dependencia frente a terceros para
subsistir, vendiendo sus tierras, empobreciendo la familia, adquiriendo hábitos no deseables
y contribuyendo así a la desaparición de la cultura chilota (en línea).
Sin duda, los tiempos del Chiloé de hoy no son “los tiempos del fogón”, esos tiempos en
los que, no sin cierta melancolía, el historiador Rodolfo Urbina evoca y escudriña en su relato
sobre la vida cotidiana principalmente de Castro y Ancud entre 1900 y 1940, enclaves citadinos
que en este período no fueron sino una versión más o menos urbanizada del modo de vida rural
tradicional.4 Las cosas hoy son distintas. La omnipresencia de la IA ha producido ya un
profundo corte entre la vida tradicional rural y el modo de vida urbano proletarizado del que
participan especialmente hombres y mujeres, cuyas edades hoy suelen ser en muchos casos
similares al tiempo en que la IA lleva instalada en Chiloé (25 a 35 años).5 Se trata de un
importante segmento de población desarraigado de la tierra, dependiente de las fluctuaciones del
mercado del trabajo, altamente endeudado con las financieras y las grandes tiendas (en especial
con Falabella Puerto Montt).6 Muchas de estas personas han debido salir de sus islas de origen
dejando en ellas a sus mayores, los que, por edad, ya no son productivos en el trabajo industrial.
Ellos a veces se encargan de cuidado de nietos pequeños cuyos padres, emigrados a la Isla
Grande, no pueden cuidarlos por falta de tiempo y recursos.
Y estas islas de población envejecida son ya residuos de una época que se halla, creo, en
retirada definitiva. El Chiloé mágico, tradicional, ése que venden las agencias de turismos, es
sólo una imagen de postal escenificada una y otra vez en los espectáculos veraniegos diversos,
especialmente en los festivales costumbristas que, a estas alturas, no son sino el remedo de una
identidad cultural del pasado transmutada en mercancía simbólica disponible para turistas y
movilizada, a menudo, como parte sustancial del trabajo de extensión y promoción cultural de
los departamentos de cultura de las municipalidades isleñas.
En reiteradas visitas realizadas a la Municipalidad de Curaco de Vélez (isla de Quinchao)
entre 2005 y 2007 he podido constatar cómo el trabajo de promoción cultural impulsado desde y
por la institución municipal se hace, en general, de una manera muy reactiva a partir de un
concepto de cultura que concibe a ésta apenas como una trama de costumbres ya pasadas, las
que, sin embargo, se siguen percibiendo como expresión de la auténtica identidad cultural
chilota. El “rescate cultural” es, este contexto, una práctica política que viene la evidenciar la
incapacidad del aparato del estado para superar una memoria crecientemente reificada del
Chiloé antiguo.
4
Cabe sí anotar que Urbina no idealiza el mundo chilote de ese período, mundo apenas con un pie (si no es menos)
en los terrenos de la modernización nacional de entonces. Consigna, por ejemplo, la poderosa corriente emigratoria
de los años de 1930, en los que Chiloé sufrió severamente los efectos de la recesión económica global. Con todo, eran
tiempos en que los ritmos de la vida social estaban más en consonancia con los ritmos y posibilidades de una
naturaleza generosa y todavía poco intervenida.
5
La IA, como es de suponer, ofrece empleos directos y una vasta gama de empleos indirectos. Entre los empleos
directos disponibles, la mayoría están ocupados por mujeres; son las obreras de las plantas de procesamiento de peces
y mariscos.
6
Puerto Montt es la capital de la Región de Los Lagos, a la cual pertenece la provincia de Chiloé. De ser un puerto
menor hasta los años 70, caracterizado por una fuerte impronta cultural chilota de los tiempos del fogón (famoso fue
el sector de los muelles de Angelmó en el que reunían las embarcaciones artesanales provenientes de todas las islas
del archipiélago que venían a comerciar a la ciudad, panorama magistralmente retratado en las pinturas de Arturo
Pacheco Altamirano, 1903 – 1978), Puerto Montt ha pasado ser el paradigma del crecimiento urbano en el sur de
Chile. Modernos edificios y centros comerciales gigantescos, similares a los de cualquier ciudad primer mundista,
son hoy los símbolos de una modernidad de mercado que interpela al chilote asalariado.
4
La situación no es muy distinta en otras municipalidades de Chiloé, a excepción —me
parece— de la de Castro, que tiene, en este campo, una institucionalidad potente, una masa
crítica y una infraestructura tal que le permite ser una auténtica agencia de animación artística y
cultural a lo largo de todo el año y no sólo del clásico festival costumbrista veraniego. Hay
mucho entusiasmo y muchas buenas intenciones, una gran disposición a apoyar la “cultura
tradicional”, pero una escasa, por no decir nula, conceptualización de los impasses culturales de
la actual modernidad de Chiloé. El empeño se dirige más bien a revivir prácticas antiguas de
vida, ya fenecidas, como la maja a vara, la trilla, la molienda en molino de piedra, juegos como
el corre zapato, la fabricación de barriles de madera, todo con fines de exhibición a un público
básicamente foráneo. Empeño que se sustenta en la creencia de que realizando, una vez al año
en verano, tales actividades, las raíces culturales no sólo no se perderían sino que se
fortalecerían.
Para ser justos, sin embargo, habría también que decir que la encargada municipal de
Cultura de la Municipalidad de Curaco de Vélez, Estrella Sánchez, está consciente de que uno
de los mayores problemas a los que se enfrenta es que la comuna se está quedando sin una
intelligentzia endógena, capaz de generar ofertas estéticas y culturales originales y por sí misma,
sin depender de las tradicionales “semanas” de festividades locales, muy reiterativas y muy
aldeanas en el fondo, cuya organización y sostenimiento la Municipalidad se la autoimpone
como tarea ineludible cada verano. Como una forma de subsanar este serio problema —según
su propio testimonio— la Municipalidad de Curaco de Vélez está apoyando la creación y
mantenimiento de un taller de formación de niños músicos (acordeonistas, sobre todo), taller
que se justifica sobre la base de la convicción de que si no se tienen músicos locales propios, no
habrá posibilidad alguna de un desarrollo de la música, a nivel comunal por lo menos. De paso
se le entregaría a los niños una herramienta de desarrollo personal que podría ser de enorme
relevancia para sus vidas futuras. Lamentablemente estos esfuerzos se hacen al margen del
sistema escolar formal, que también es municipal, pero que funciona sin conexión alguna con el
Departamento de Cultura. El sistema de educación formal no se preocupa en absoluto de formar
niños que pudieran ser aportes al desarrollo del arte y la cultura local.
O sea que el despoblamiento no sólo acontece en la forma de abandono físico de islas o
de sectores de ellas, sino también como despoblamiento cultural: abandono de formas de vida
sustentadas en una productividad local de órdenes diversos, que iban desde la recolección y
producción alimentos hasta la producción de canciones o relatos mitológicos que reproducían y
daban continuidad al tejido identitario local, fundado entonces en una, diríamos, personal e
íntima relación con la naturaleza (la tierra agrícola, los bosques, las playas y el mar).
Terremoto de 1960: cuando la tradición comienza a convertirse en escombros
Este fenómeno de adelgazamiento del espesor cultural comenzó, sin embargo, mucho
antes de la llegada de la IA. El poeta Mario Contreras, residente en Castro, asegura que el
proceso de “neocolonización” del capitalismo moderno comenzó en Chiloé en 1960, a partir de
las consecuencias que produjo el gran terremoto de ese año (entrevista personal, 2006). Debido,
en gran medida, a las gravísimas consecuencias que produjo el terremoto en Ancud (recordemos
que desapareció prácticamente la mitad del área urbana), Chiloé se torna, después de casi 50
años, nuevamente visible a los ojos del estado chileno, aunque no haya sido sino para efectos
asistenciales y de facilitación de inversiones de capital en la Isla (v. g. régimen especial de
impuestos). Digamos, de paso, que la última vez en que había habido alguna preocupación
importante por Chiloé de parte del gobierno central había sido a fines del siglo XIX y
comienzos del siglo XX, lo que, entonces, condujo a la inauguración del tren de trocha angosta
5
entre Ancud y Castro en 1912 y la simbólica promesa de que la llegada del tren sería el inicio de
la llegada del “progreso”.7
El lento pero inexorable proceso de modernización post terremoto de 1960 produjo muy
pronto los primeros efectos de vaciamiento y sustitución cultural. Yo mismo fui testigo, en mi
infancia, de cómo personas desconocidas —que resultaron ser comerciantes de antigüedades—
solían ir por las casas de los campos de la Isla de Quinchao ofreciendo radio receptores a pilas,
fabricados con transistores, a cambio de antiguos y bellos relojes de pared con péndulo, de
fabricación inglesa, que solían verse colgados en la pared de los salones de las casas
campesinas, salones que eran ocupados sólo en ocasiones muy especiales por las familias. Y la
mayoría de la gente se deshizo de sus relojes trocándolos por radios que hoy, con suerte, si es
que todavía están, son chatarra electrónica, pero que en su momento fueron vistos como signos
irrenunciables de modernidad.
La aparición de la IA no ha venido sino a acelerar un proceso de profunda transformación
cultural que toma diversas formas: desde migraciones internas que están dando paso a una
severa disminución de población de algunas islas hasta la adopción de prácticas de vida
completamente dependientes de las fluctuaciones del mercado del trabajo industrial y del
abastecimiento externo de todo tipo de bienes y servicio, incluyendo la alimentación (el caso de
Quellón es el mejor ejemplo de esto último).8 La tentación de ver la IA como la responsable
exclusiva del deterioro de la identidad cultural tradicional de Chiloé está, por lo mismo, a la
vuelta de la esquina. Armando Bahamonde, director de cultura de la Municipalidad de
Dalcahue, en una conversación que sostuve con él en enero de 2007, expresaba su rechazo
frontal, radical, a las instalaciones de las salmoneras por los efectos culturales y paisajísticos
que él considera degradantes: los canales se ha llenado de balsas jaulas provocando, además de
otras cosas peores, una masiva contaminación visual. Bahamonde crítica ácidamente las
consecuencias deshumanizante del capitalismo —personificado éste, desde su perspectiva, en
las salmoneras— que se materializarían en la pérdida de las relaciones humanas cooperativas y
su reemplazo por un individualismo contrario, según su visión, a la estructura profunda de la
cultura de Chiloé, la que sería esencialmente cooperativa y solidaria. Su propia labor de director
de cultura la concibe como una acción de defensa radical de la memoria y las tradiciones para
que éstas sobrevivan ante el avance de la cultura capitalista basada en la producción
competitiva, en la salarización y en el consumo de productos industriales (incluyendo, por
cierto, la oferta de placeres y entretenimientos). Su trabajo de encargado de cultura lo compara
con la batalla entre David y Goliat. Pero se tiene confianza en la medida en que se ve a sí mismo
como guardián de la memoria y de la cultura chilota, la que es concebida —siempre desde su
7
Esta preocupación fue parte de la estrategia desarrollista del gobierno de la época basada en la explotación y
exportación de recursos naturales en estado primario, entregados a privados con muy bajas tasas impositivas. El
alerce y el ciprés de las Guaitecas fueron maderas que atrajeron el interés de personajes como Ciriaco Alvarez,
considerado el “rey del ciprés” y que explotó, con los recursos de entonces, todo el ciprés que pudo. Como fácil es de
suponer, no había en la época ninguna preocupación por cuidar el medio ambiente natural y asegurar la continuidad
de las fuentes productivas. Hoy el ciprés de las Guaitecas es una especie casi extinta y su comercialización está
prohibida. La apertura del Canal de Panamá en 1914 hizo que Chiloé dejara de ser ruta para cargueros que iban o
venían de Europa.
8
Quellón es el asentamiento urbano cuyo abastecimiento de alimentos depende enteramente de los supermercados,
los cuales, a su vez, no se abastecen en absoluto con productos originarios de Chiloé, ni siquiera de productos de
chacarería. Tampoco es posible ni mariscar ni pescar en los mares aledaños a Quellón, sea por contaminación o
simplemente porque los peces y mariscos de libre disposición han sido exterminados. Y la agricultura de los campos
cercanos, que nunca fue muy desarrollada, hoy es prácticamente inexistente. Sólo los habitantes de la comunidad
indígena de Chadmo, cercana a Quellón, mantiene un modo de producción a contrapelo de la tendencia prevaleciente
entre los habitantes mestizos de Quellón y sus alrededores; pero carecen de infraestructura comercial suficiente para
ser ellos los abastecedores locales de productos agrícolas a gran escala.
6
visión— como una entidad poseedora de valor humano intrínsecamente superior al de la
modernidad capitalista (entrevista personal, 2007).
Semejante manera de defender Chiloé contrasta con las expresiones vertidas por un
anónimo vendedor de roscas chonchinas,9 que apareció con su mercadería mientras
esperábamos, en el muelle de Achao, que zapara la lancha que nos llevaría a Quenac un día de
enero de 2007. Con gran vehemencia este anónimo vendedor se manifestó contra quienes
defienden el Chiloé tradicional; dijo que los consideraba traficantes culturales, preocupados sólo
de su negocio personal, gente que con engaños obtiene información de primera fuente para
hacer programas mediáticos sobre cultores tradicionales, programas que se exhiben con gran
ganancia de las productoras y de los intermediarios culturales, pero sin ningún beneficio para el
chilote de a pie informante de su propio trabajo.10 Se expresó con dureza contra quienes se
opusieron a la construcción del puente sobre el canal de Chacao, pues consideraba que tal
oposición fue patrocinada por gente que vive explotando la imagen del Chiloé tradicional.
Además, aseguraba, que la familia Almonacid, dueña de la empresa Buses Cruz del Sur y de la
mayor parte de los transbordadores de Chacao, compró a los políticos para hacer fracasar el
proyecto del puente. Su crítica de fondo, sin embargo, decía relación con el hecho de que para
los políticos metropolitanos, Chiloé “no es Chile”. Y que los políticos de la zona, además,
estarían todos comprados por el poder económico de ciertas familias locales.11
Consigno esta anécdota porque la considero reveladora de las posiciones encontradas que
hoy tensamente coexisten en la sociedad chilota a la hora de asumir actitudes políticas sobre
cómo ha de ser el Chiloé moderno, en el contexto de su transformación de sociedad agraria a
sociedad de consumo, asentada en el bordemar, cuya población aspira a participar, precisamente
por el consumo, de la modernidad global. Más allá de sus imputaciones a personas y al sistema
político del país, el anónimo vendedor de roscas chonchinas sí tiene razón en una cosa: Chiloé
no puede ni debe estar al margen del desarrollo tecnológico, del mejoramiento de servicios
públicos estatales —incluyendo muy especialmente la educación y la salud, muy deterioradas
hoy día—, de la conectividad y las comunicaciones, del transporte (sobre todo entre las islas
menores y entre éstas y la Isla Grande). Sería ética y políticamente irresponsable atrincherarse
en una imagen deshistorizada de la tradición, y, con la excusa de defender y preservar una cierta
pureza cultural, lo que se termine montando —como ya suele ocurrir— no sea sino un
lastimoso espectáculo de hombres chilotes con gorro de lana, pantalones de güiñiporra (de lana
cruda) y mujeres chilotas descalzas, arrebozadas con amplios pañolones negros, cantando y
bailando la danza de una memoria que sólo interpela a una burguesía de paso, ávida de vivir
9
Las “roscas chonchinas”. muy populares en Chiloé, son un tipo de galleta en forma de anillo hecho a base de harina
de trigo y almidón de papa. El adjetivo “chonchina” es el gentilicio de Chonchi, localidad dentro de la Isla Grande
donde se fabrican estas deliciosas roscas. La receta exacta para preparar roscas chonchinas es un verdadero “secreto
de estado” de la comunidad de Chonchi.
10
Atacó, de paso, duramente a Renato Cárdenas y a Armando Bahamonde, justamente por ser personas que se
proyectan como verdaderos iconos del conocimiento y defensa de la cultura chilota tradicional. Por lo menos así es
como los ven los chilotes ligados al “mundo de la cultura”, más allá de eventuales desacuerdos entre ellos y aun de
críticas durísimas. Objetivamente, en ambos casos, aunque con significativo mayor desarrollo en el caso de Cárdenas,
el activismo cultural y las publicaciones que han realizado los hacen referentes necesarios para cualquier discusión
sobre cultura del Chiloé antiguo y moderno.
11
Desde la década del 60 del siglo pasado se viene barajando la posibilidad de construir un puente colgante sobre el
canal de Chacao, puente que, de construirse, tendría alrededor de cinco kilómetros de largo. Se trata, pues, de una
obra costosa y que requiere complicadas soluciones de ingeniería. Es además un proyecto polémico en lo cultural.
Durante la presidencia de Ricardo Lagos Escobar (2000 – 2006) se aprobó la realización de los estudios preliminares,
los cuales, en efecto, se realizaron. Sin embargo, a comienzos de 2007 el nuevo gobierno de Michelle Bachelet
decidió, por consideraciones económicas y de opciones de políticas de desarrollo, cancelar toda posibilidad de
construcción, siquiera hasta 2012. Eso generó airadas protestas de los partidarios del puente y el regocijo de quienes
se oponían.
7
exóticas experiencias de diferencia cultural (aunque, en realidad, lo que viven es un simulacro
de diferencia).
Concedámosle a nuestro anónimo vendedor de roscas una cosa más: vende roscas
chonchinas no porque sienta una desmesurada pasión por la identidad cultural de Chiloé, sino
porque estas roscas son de verdad apreciadas por la gente; son de buen sabor, de fácil digestión
y de alto poder nutritivo (están hechas a base harina de trigo y de almidón de papa). Son, en
suma, muy buenas para soportar viajes largos en lanchas que ofrecen precarias comodidades. Si
elementos de la cultura tradicional sobreviven, será entonces por su eficacia para resolver
problemas prácticos de la vida cotidiana. El desafío político de la cultura chilota es, pues,
diciéndolo con palabras de Martí, conocerse a sí misma y aprender, en consecuencia, a
distinguir su verdadera naturaleza de la falsa erudición que la envuelve, con frecuencia, en una
niebla de idealidades reductoras que dan la espalda a la dureza de la historia material del día a
día, aquélla que vive y sufre el chilote subalterno.12
La IA no es sino la punta de lanza de una política país homicida de las culturas locales y
del medio ambiente. Pero sus efectos desastrosos no son obra de la perversidad de sus gerentes
ni de sus dueños. Son el resultado de un modelo de crecimiento y desarrollo cuyas prioridades
no están, ni de lejos, en asegurar el bienestar de la población en y con sus territorios natales a
partir de la actualización de las potencialidades de desarrollo que las propias culturas y
territorios locales puedan tener, combinadas, estas potencialidades, con condiciones y elementos
—necesarios por lo demás— de la modernidad global. La IA ha sido, literalmente, una
imposición dictatorial sobre una sociedad que siempre vivió aquejada de una severa falta de
circulante, de manera que la oferta de trabajo industrial, pese a la precariedad de los salarios,
vino a ser una solución a las históricas dificultades de la población chilota campesina para
acceder al consumo de bienes industriales. Pero también hay que decir que, en el caso de
Chiloé, no toda la pérdida se explica por la “invasión” del estado tecnocrático y su vanguardia
empresarial acuícola, exitosa hasta ahora en el logro de sus objetivos de acumulación de riqueza
y competitividad global.
La sociedad chilota que se fue formando desde la colonia hasta el terremoto de 1960 no
tiene demasiados anticuerpos que garanticen una resistencia eficaz a su desmantelamiento
cultural ante la instalación rápida y violenta de relaciones de producción capitalistas en el marco
de un modelo de desarrollo basado en la explotación al ultranza de los recursos naturales para
fines de exportación y en la precarización del trabajo de los operarios. Varios son los factores
que explican esta debilidad: su aislamiento geográfico y el abandono institucional de larga data
de parte del estado chileno hicieron de Chiloé un territorio culturalmente singular cuya
población se vio obligada a desarrollar soluciones propias que pasaron, casi todas, por fuera del
desarrollo científico y técnico asociado a la industria mecánica moderna. La mayoría de las
soluciones tecnológicas en el ámbito productivo se hicieron sobre la base de la madera, hierro y
piedra a partir de modelos heredados de la antigua colonia española y de los pueblos indígenas
originarios. Se trata, en rigor, de tecnologías simples que vinieron, paulatinamente, a ser
reemplazadas por ingenios mecánicos recién a partir de la década de 1960. Como, por otra parte,
Chiloé carece de recursos mineros, nunca hubo un proletariado industrial asociado a faenas
extractivas de minerales (a diferencia del norte chileno cuya masa proletaria era ya considerable
a fines del siglo XIX, dando paso, desde los inicios del siglo XX, a un sindicalismo politizado
que, de una manera u otra, contribuyó a distribuir más equitativamente las riquezas generadas
por el trabajo y capital). Tampoco ha habido industrialización avanzada de la agricultura; salvo
en la zona norte de la Isla Grande, a partir del asentamiento de algunos colonos alemanes a fines
del siglo XIX, pero incluso aquí el modo de producción del agro no es comparable con la
industria agrícola de los fundos (haciendas) de Osorno o del Valle Central chileno. Es decir, la
12
Aludo, por cierto, al clásico texto de José Martí “Nuestra América”, de 1891.
8
cultura chilota, hasta muy entrado el siglo XX, se forjó, en términos generales, por fuera de la
modernidad industrial y las redes de comercio exportador asociadas a ésta, de modo que no es
de extrañar que su capacidad negociadora con la globalización sea limitada.
Pero no son éstos los únicos factores que conspiran contra la fortaleza de la cultura
chilota puesta en el escenario de un flujo desregulado de bienes, materiales y simbólicos, y de
servicios, entre los que habría que incluir la performatividad de las narrativas de representación
que conforman una cierta identidad chilota (o identidades) a la medida de quienes necesitan
administrarla y/o invertir en ella con fines políticos, comerciales, religiosos. La debilidad del
sistema de educación formal se erige como un obstáculo, a menudo insalvable, para la
formación de “capital humano” en condiciones de crear nuevos espacios culturales a partir de la
reconfiguración permanente de lo tradicional heredado y de los elementos de la cultura
propiamente capitalista de origen externo. Los cultores locales, incapaces de operar con ventaja
en un escenario competitivo globalizante, terminan arrojados al patio trasero de la modernidad
chilota en calidad de piezas de museo, de folklore, de “costumbre típica” disponible para el
“rescate cultural”. En contraste, la vanguardia cultural de Chiloé, en el sentido de estar en
sintonía con la internacionalidad de la cultura, suele estar, en la mayoría de los casos, en manos
de foráneos avecindados en las islas, quienes, con sus contactos diversos, su experticia en
gestión, su capacidad para construir narrativas justificatorias de su quehacer, terminan tomando
el control de los procesos constitutivos y constituyentes de la identidad cultural del Chiloé
moderno. Desde luego, un sistema educativo orientado a dotar a los niños y jóvenes sólo de
conocimientos básicos y de competencias diseñadas para responder a las necesidades de mano
de obra subalterna de la industria, no es precisamente la mejor manera de formar una masa
crítica y creativa capaz de hacerse cargo de las performatividades identitarias que aseguren, a la
vez, continuidad y discontinuidad cultural de Chiloé desde posiciones no exclusivamente
subalternas y no sólo como reacción, casi siempre tardía, al vaciamiento del espesor cultural
heredado.13
El cuidadoso control ideológico de una iglesia que, desde los inicios de la colonia
española, se ha encargado de asegurar la producción y reproducción de una manera
deshistorizada y despolitizada de vivir la fe, es un factor relevante que explica, en gran medida,
por qué la población chilota rural no hace de su religiosidad popular un recurso para criticar y,
consecuentemente, modernizar su modo de vida sin que signifique la borradura absoluta de la
memoria colectiva de prácticas y/o del significado de éstas, prácticas que alguna vez fueron
parte insoslayable de la cotidianidad de los padres y abuelos. Lo paradójico es que esto mismo
está conspirando contra la propia iglesia católica, cuyos templos cada vez se ven más vacíos. Y
el mantenimiento de ciertas fiestas religiosas católicas significativas (p. e., Jesús Nazareno, de
Caguach; Virgen de Lourdes, en Huyar y Llingua) no se explica sólo por la devoción: han
llegado a ser, de hecho, grandes mercados informales de productos industriales, casi todos
importados de China, que permiten que la población isleña, al menos una vez al año, tenga la
oportunidad de acceder, en su propio espacio local, al improvisado mall de la sociedad de
consumo global que, con carpas y toldos, se levanta en las explanadas donde también acontece
la procesión propiamente religiosa. Esto, por cierto, no invalida el hecho de que en Chiloé la
iglesia católica ha sido históricamente uno de los motores de la construcción de la identidad
cultural mestiza, iglesia cuyos templos y prácticas religiosas son, hoy en día, patrimonio cultural
altamente valorado (de hecho, los templos tradicionales, construidos en madera nativa en los
13
“El término ‘performatividad’ […] alude a los procesos mediante los cuales se constituyen las identidades y
entidades de la realidad social por reiteradas aproximaciones a los modelos (esto es, a la normativa) y también por
aquellos ‘residuos’ (‘exclusiones constitutivas’) que resultan insuficientes. […] la globalización, al aproximar
culturas diferentes, agudiza el cuestionamiento de las normativas y a la vez favorece la performatividad” (Yúdice,
46).
9
siglos XVIII y XIX, han sido declarados por la UNESCO patrimonios de la humanidad). Pero la
patrimonialización de las iglesias chilotas y de sus fiestas religiosas hay que verlo también como
un proceso de fijación y estandarización de, por lo menos, un segmento de la identidad cultural
del Chiloé moderno; proceso que, en última instancia, viene a ser una forma legitimada de
desalojar la religión de la cotidianeidad cambiante y a menudo contradictoria para llevarla a
espacios patrimoniales hieráticos, que congelan la historia en una imagen de identidad que se
levanta como esencialmente definitoria de Chiloé.
En la isla de Quenac, como en todas las islas que no sean la Isla Grande o Quinchao, las
escuelas sólo ofrecen educación hasta octavo grado (en algunas sólo hasta sexto), de manera que
los niños a 13 ó 14 años, si quieren continuar estudiando, tendrán que necesariamente dejar su
isla. Quien haya nacido en Quenac hoy, si quiere estudiar más allá de la escuela básica, a lo más
le restan 12 ó 13 años de permanencia en su isla. Sus padres ya casi no siembran, no pescan, no
hacen artesanía; son obreros que dependen básicamente de un salario magro. Y sus abuelos, en
13 años más, quizás ya hayan emprendido el viaje final. ¿Qué quedará para entonces? ¿Tierras
abandonadas a merced de millonarios dispuestos a comprar islas completas? ¿Una villa
fantasma carcomida por el mar y las lluvias? Quizás en ese futuro hipotético los mares interiores
estarán tan saturados de fecas de salmones que ya no será sostenible la IA a gran escala, tal
como la conocemos hoy en día. Y la generación joven de hoy, acostumbrada al consumo
urbano, dependiente del flujo de dinero de la industria, generación que entonces estará en la
medianía de la vida o en los umbrales de la vejez, ¿para dónde volverá la vista? ¿A las islas de
sus mayores? Es posible; pero si eso ocurriera, se verían en la obligación de empezar de nuevo
¿con qué herramientas culturales lo harían?
En realidad, las cosas no pintan bien para las islas del archipiélago que se están
despoblando, ni tampoco para aquellos sectores de la Isla Grande que hoy día son receptores del
flujo migratorio (pueden volverse zonas de aguda descomposición social; en mucho aspectos ya
son sociedades descompuestas). Dado este contexto, la contaminación de los mares puede leerse
como la expresión visible de una descomposición societal más profunda: la desnaturalización y,
a la larga, el olvido de la cultura tradicional de Chiloé, la que, con debilidades y todo, sí logró
crear una forma de vida de enorme riqueza práctica y simbólica. No sería, pues, de extrañar que
en 20 ó 25 años más (si no es antes) muchas islas estén llenas de casas de veraneo, de yates,
hasta de resorts. O, por el contrario, que Quenac, Meulín, Caguach, Teuquelín, Chaulinec, se
vuelvan islas cubiertas de chacayes y de bosques nativos jóvenes sin presencia humana. Lo
bueno de esto sería que para ese futuro ya no habría o habría muy pocas balsas jaulas en los
canales isleños. Así, tal vez, el paisaje recuperaría algo de su prístina y original belleza.
¿Se acaban los tiempos del salmón en Chiloé?
Ya a mediados de 2007 las empresas dedicadas a la crianza y exportación masiva de
salmones en cautiverio y cuyas instalaciones estaban desperdigadas por los canales chilotes, no
pudieron ocultar un alarmante fenómeno natural que en los meses siguientes se convirtió en un
problema realmente serio para la sustentabilidad de la industria: la aparición letal del virus ISA
(Infectious Salmon Anemia), que ha obligado al cierre de varios centros de cultivo, al despido
de centenares de operarios y técnicos, y ha instalado un enorme signo de interrogación sobre la
continuidad de la IA en Chiloé. ¿Cómo enfrentar una hipotética, pero no imposible,
desaparición de la IA en Chiloé?14 Digamos, por lo pronto, que un eventual desmantelamiento
14
Una de la empresas más afectadas ha sido Marine Harvest, de capitales noruegos y la mayor salmonera a nivel
mundial, que, a la fecha de la redacción de estas notas, ya ha cerrado 12 centros de un total de 60 y está masivamente
emigrando a la Región de Aysén; asimismo, ha anunciado el cierre de dos plantas procesadoras, una en Teupa,
provincia de Chiloé, y otra en Chinquihue, provincia de Llanquihue, en el continente. Esto implica, en lo inmediato,
10
del aparato productivo de la IA llevará a la sociedad isleña y, por cierto, a las autoridades
políticas locales y nacionales, a tener que asumir un desafío mayor: nada menos que tener que
repensar Chiloé en términos de construir una economía y, en última instancia, una modernidad
que no descanse exclusivamente en la aplicación irrestricta del modelo exportador.
Me parece que la vieja estrategia de hacer de la explotación extrema de los recursos
naturales (aunque no se trate de una simple explotación extractiva) el pivote único del
“progreso” material y de la acumulación de capital se está topando con barreras infranqueables;
limites que provienen menos de la economía misma y más de la capacidad de la naturaleza para
absorber traumáticas intervenciones humanas que, a menudo, modifican el medio ambiente
hasta tornarlo letal para determinados seres vivos.
Es iluso pensar que la solución sería volver absolutamente a formas de vida premodernas,
resucitando modos de producción tradicionales a una escala tal que permitiera la satisfacción
completa de las necesidades económicas de la población (siempre está, desde luego, la
posibilidad de que una catástrofe ecológica y/o económica nos retrotraigan, si es que
sobrevivimos, a formas de vidas originarias). El miedo a la pérdida de un estilo de vida fundado
en el consumo y en el acceso a tecnología y bienes industriales funciona como un terror
inconsciente a la naturaleza, que se asemeja a la imagen del bosque espeso y oscuro de los
cuentos de hadas en los que al protagonista le esperan peligros inmensos. Exacerbar este miedo
ha sido una de las estrategias de la industria salmonera. César Barros, presidente de Salmón
Chile, que agrupa a empresas que en su conjunto exportan el 92% de los salmones chilenos
(según cifras del propio Barros), ha insistido en el valor “civilizador” de la industria. Ante la
pregunta: “¿Las salmoneras no hacen ningún mea culpa en términos ambientales y laborales?”,
su respuesta es decidora:
No, ninguno, ninguno. Pagamos los mejores sueldos en las regiones X y XI, lejos mejor
que la madera, lechería y agricultura. Tenemos un 33% de sindicalización, un 81% de
contratos indefinidos. Díganme en qué otra industria se produce esta situación. Si
desaparece la salmonicultura esas regiones vuelven a la Edad de Piedra, Puerto Montt
volvería a ser Muerto Montt, capital de la Pésima Región. Mea culpa. ¡ninguno! (énfasis
15
mío).
Declaración que destila la arrogancia de una clase empresarial que se ve a sí misma como
agente providencial de un proyecto de desarrollo imaginado como el único camino posible para
construir una historia de bienestar. Con todo, habría que conceder que las palabras de Barros
apuntan a un hecho indesmentible: la desaparición de la IA provocaría una crisis económica y
social de proporciones, sobre todo en aquel sector de población que se ha tornado
completamente dependiente del flujo de dinero de la IA. Es aquí cuando la cultura puede
volverse un poderoso recurso de sobrevivencia. Me refiero a aquella memoria identitaria en
condiciones de concretizarse en prácticas productivas que aseguren la resolución de por lo
menos un importante segmento de necesidades básicas y que, sobre todo, se puedan instalar con
ventaja en el escenario de la modernidad global, a través de una elaborada y estratégica oferta
de diferencia y singularidad cultural.
un despido de 1200 trabajadores, que corresponde a cerca del 25% de su planta. Asimismo, se prevé una disminución
del 40% de la siembra de smolt para 2008, ahora repartida entre los canales de Chiloé y de Aysén, lo que implicará,
desde luego, una fuerte retroceso de la IA en Chiloé. (cf. Malagueño, “El plan de emergencia de Marine Harvest”, y
Barrionuevo, “Salmon Virus Indicts Chile’s Fishing Methods”, en línea).
15
Tomado de la una entrevista que César Barros concediera a la periodista Pilar Molina, publicada el jueves 17 de
enero de 2008, en el suplemento “Economía y Negocios”, Diario El Mercurio, de Santiago. El texto completo de la
entrevista se halla disponible también en el webblog “Salmonvalei” (http://www.salmonvalei.cl/blog/view/28,
visitado el 25-03-2008).
11
Pero hay algunas condiciones de base que implican tareas que no pueden simplemente
omitirse. Se requiere, por ejemplo, un nuevo trato con la naturaleza. Cada vez se ha tornado más
inviable en términos económicos y más impresentable en términos éticos manejar la naturaleza
como una especie de botín de guerra, disponible para el saqueo y la rapiña (algo que en América
Latina, por desgracia, nos es demasiado familiar). Las culturas indígenas originarias, no
obstante la inmensa destrucción de que han sido objeto (y, en cierto modo, por eso mismo),
siguen siendo mundos de sabiduría del que la civilización occidental tiene y tendrá que
aprender, asumiendo la sana condición de discípulo ignorante —y no de colonizador— pero
abierto a nuevas experiencias de aprendizaje cultural.
Un nuevo trato con la naturaleza, sin embargo, no es posible sin un nuevo orden político
que ponga en el centro de su sistema modos de producción al servicio de formas de trabajo que
den pie al diálogo e intercambio cultural entre lo local y lo global. Cuando la globalización no
toma la forma de un implacable neocolonialismo transnacional, que presiona para que un
determinado territorio —Chiloé en este caso— se especialice precisamente en función de los
objetivos e intereses de ciertas transnacionales, se abren oportunidades para una
interculturalidad democrática, que ponga en diálogo las formas culturales locales y prácticas de
la cultura moderna y postmoderna global. No es cuestión de atrincherarse en localismos
fundamentalistas que anulan la capacidad de conocer y, sobre todo, de comprender al otro.
Comprender al otro desde las comunidades locales es, asimismo, una operación de vastos
alcances (políticos, éticos, culturales) cuyo primer paso estratégico es darse a conocer: salir al
mundo sin el peso opresivo de sentirse en el túnel sin salida de los eternos subdesarrollados.
El aumento de la autoestima social resulta, a mi parecer, de la construcción de un campo
de significaciones socioculturales proclive al reforzamiento de una mentalidad abierta a lo
nuevo y, a la vez, conocedora y respetuosa de lo antiguo, lo suficientemente móvil y plástica
para reconfigurase cada vez que muten las condiciones de realidad, sin que eso signifique
necesariamente abandonar principios que fundamentan los órdenes morales del
comportamiento. Soy de la convicción de que, en este orden de cosas, la educación formal
cumple una función clave insustituible. Es en la escuela donde se puede adquirir/construir un
conocimiento complejo y sistematizado del mundo, ajeno y propio, a partir del estudio y cultivo
de la ciencia, la técnica, el arte, las disciplinas humanísticas y sociales. Por desgracia, Chiloé
está hoy lejos de esto. La oferta educativa isleña es precaria. Y como, además, está librada a las
circunstancias de la oferta y la demanda del “mercado educacional”, sólo quienes pueden pagar
altas sumas de dinero en matrículas y colegiaturas tienen la opción de recibir una educación de
calidad, al menos en lo que se refiere a los contenidos académico más estandarizado y que se
suelen evaluar en las pruebas de ingreso a la universidad. Aunque la creciente conciencia de
elitismo social que caracteriza a quienes acceden a la educación privada (alumnos y familia)
alimenta en ellos una vieja y mala costumbre de la oligarquía chilena, cual es la del
desconocimiento y desprecio por lo local popular y la obsesiva hipervalorización de lo
metropolitano, en cuya cúspide siempre están Estados Unidos y Europa (no toda Europa en
realidad, sino sólo Francia, Alemania, Inglaterra y España, en ese orden). Los hijos de obreros y
campesinos chilotes tienen que conformarse con lo que les ofrece el sistema educativo público
(que en Chile, a nivel de escuela primaria y secundaria, es municipal o privado con subvención
estatal; asimismo, no existe educación superior financiada íntegramente por el estado), sistema
cuyos estándares de calidad son, cuando más, aptos para la formación de mano de obra
subalterna en oficios de baja complejidad.
No son éstas condiciones educativas completamente óptimas para la construcción de
soluciones culturales que acontezcan sobre la base de expropiaciones y nacionalizaciones
exitosas de prácticas de la globalización en beneficio de una complejización estratégica de la
identidad del territorio/cultura local, algo que implica (o puede implicar) también la
modificación de aquellas formaciones culturales heredadas incompatibles con las nuevas
12
condiciones históricas. Chiloé ha sido más bien objeto de una invasión cultural, resultante de la
inconsulta implantación en su territorio de la IA a partir de mediados de los años de 1970,
acción que, a su vez, responde a la puesta en práctica del modelo de desarrollo dictatorial
fundado en la privatización libre de los recursos naturales y del aparato productivo exportador
asociado a éstos.
En enero de 2008 tuve la oportunidad de visitar la isla de Chaulinec, que forma parte de
la comuna de Quinchao. La estadía en Chaulinec sirvió para descubrir un Chiloé rural, agrícola
y ganadero, con muy escaso desarrollo de la artesanía, con un problema de decrecimiento
demográfico que puede ser muy grave en algunos años más (una de las dos escuelas de la isla
tiene sólo un alumno para el año 2008). Es un Chiloé en que las familias extendidas actúan, en
cierto modo, como clanes que construyen redes de apoyo, pero que también entran en fácil
conflicto con otras familias, conflictos que duran años y que a veces se transmiten de padres a
hijos. Llama la atención, asimismo, la presencia marginal del Estado chileno. De hecho los
únicos agentes que representan el estado central chileno son los carabineros (quienes tampoco
tienen retenes en todas las islas). Los profesores y personal paramédico es personal municipal
(afortunadamente, hace poco se reestablecieron rondas médicas mensuales en un barco hospital,
servicio que se inició en los años 70 pero que estuvo suspendido después de 1973 por casi 30
años). Existe algún grado de apoyo al mundo agrícola, pero está supeditado a recursos
municipales manejados a menudo con criterios que poco o nada tienen que ver con razones
técnicas. Las salmoneras —todas privadas— constituyen la avanzada del progreso tecnológico y
son, culturalmente, el paradigma de la modernidad en las islas apartadas.
Es un mundo de vida dura, en el que coexiste la religiosidad popular, siempre más
femenina que masculina (v. g. Isla de Caguach), con altos niveles de alcoholismo masculino, de
violencia soterrada entre familias-clanes rivales; violencia o rivalidad que, sin embargo,
funciona como un sistema de mutua contención y que, en definitiva, contribuye a la convivencia
en islas donde no existe autoridad política o institucional alguna a quien dirigirse. Los
habitantes isleños de las islas apartadas, aquejados por la urgencia de sobrevivir, están
ideológica y emocionalmente dispuestos a aceptar todo lo que les sea útil para mejorar su
calidad de vida, por lo que están lejos de plantearse discusiones sobre si lo que disponen es o no
chilote, si reafirma o lesiona la identidad cultural. Sin embargo, esto también acarrea perjuicios
para los propios habitantes: una debilitada conciencia identitaria es la condición de base que
permite a agentes externos, públicos o privados, intervenir en el tejido cultural isleño sin
mayores dificultades, produciendo modificaciones que no siempre son para mejor (v. g.,
reemplazo de alimentación orgánica tradicional por “comida chatarra”, reemplazo de la práctica
de conversación por el silencio dependiente de la televisión —la TV abierta, pues no hay acceso
a televisión de pago en las islas pequeñas—; pérdida de cuidado hacia la naturaleza;
monetarización desmesurada de la vida cotidiana).
Esperemos que la disminución del volumen de empresas acuícolas, a causa de
enfermedades devastadoras que afectan a los peces en cautiverio, no sólo sea fuente de cesantía,
recesión económica, aumento de pobreza, lo que quizás dé paso a nuevos procesos migratorios
en una suerte de versión actualizadas de las viejas migraciones chilotas a los campos de Osorno
y a la Patagonia chilena y argentina acontecidas entre los años 20 y 60 del siglo pasado. Sea
también la oportunidad de rediseñar una modernidad insular, ahora fundada en un productivo
mestizaje cultural entre memoria local y la semiósfera de la globalización.
Obras citadas
Barrionuevo, Alexei. “Salmon Virus Indicts Chile’s Fishing Methods”. The New York Times, 27
de marzo 2008. Versión en línea en:
13
http://www.nytimes.com/2008/03/27/world/americas/27salmon.html?_r=1&scp=4&sq=C
hile&st=nyt&oref=slogin [2-4-2008].
Claude, Marcel y Jorge Oporto, eds. La ineficiencia de la salmonicultura en Chile: Aspectos
sociales, económicos y ambientales. 2000, p. 43. Versión PDF en línea:
www.terram.cl/nuevo/images/storiesrppublicos1.pdf [26-10-2007].
Malagueño, Felipe. “El plan de emergencia de Marine Harvest”. Crónica en línea fechada el 14
de marzo de 2008. En:
http://www.chilepotenciaalimentaria.cl/content/view/142927/El_plan_de_emergencia_de
_Marine_Harvest.html [25-03-2008].
Molina, Pilar. "No hacemos ningún mea culpa". Entrevista a César Barros. Diario El Mercurio,
de Santiago; suplemento “Economía y Negocios”, 17 de enero de 2008.
Urbina, Rodolfo. La vida de Chiloé en los tiempos del fogón, 1900 – 1940. Valparaíso:
Universidad de Playa Ancha, 2002.
Yúdice, George. El recurso de la cultura. Barcelona: Gedisa, 2002.
Universidad de Los Lagos
Departamento de Humanidades y Artes
Centro de Estudios Regionales
Casilla 933
Osorno –Chile
e-mail: smansill@ulagos.cl