Inovación Social Efectiva
Una propuesta de evaluación para programas sociales
Fabiola Cortez-Monroy M. / Teresa Matus
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Diseño de portada por Virginia Herrera
Producción editorial integral
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Santa Isabel 0151, Providencia, Santiago de Chile.
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Primera Edición
Santiago de Chile
2015
Impreso en Chile
INOVACIÓN SOCIAL EFECTIVA
Una propuesta de evaluación para programas sociales
Editoras
Fabiola Cortez-Monroy M. / Teresa Matus
ÍNDICE
Presentación
7
Las grandes apuestas del proyecto
Fabiola Cortez-Monroy y Teresa Matus
PARTE I:
17
INNOVACIÓN SOCIAL EFECTIVA.
Mejorando los procesos de medición de la calidad en programas sociales.
Capítulo 1
18
Innovación social como el motor del cambio social
Jürgen Howaldt y Dmitri Domanski
Capítulo 2
45
¿Por qué se necesitaría de la innovación social?
Saül Karsz
Capítulo 3
60
Una innovación crítica para enfrentar la desigualdad
Teresa Matus y César Mariñez
Capítulo 4
105
Innovación Social y Evaluación. Dos ideas y una disyuntiva
Cecilia Pérez Díaz
PARTE II:
120
LA EVALUACIÓN AL SERVICIO DE LA INTERVENCIÓN SOCIAL
Capítulo 1
122
El enfoque de derechos en los programas sociales y
la importancia de su evaluación
Gianinna Muñoz y Viviana Abarca
Capítulo 2
Los relatos salvajes de la Intervención social:
hacia una política de la interrupción
María Eugenia Bersezio
145
Capítulo 3
145
La evaluación al servicio de la calidad de los programas sociales:
una apuesta por los equipos de intervención
Fabiola Cortez-Monroy
Capítulo 4
174
Controversias sobre la autonomía: tareas de la psicología crítica
en los equipos de trabajo y la evaluación de programas sociales
Adriana Kaulino
Capítulo 5
190
Equipos y profesionales al nivel de calle: una alternativa para
hacer frente a la complejidad en las políticas públicas
Cristian Leyton
PARTE III:
209
EVALUAR LA OFERTA: EL ISE AL SERVICIO DE LA POLÍTICA PÚBLICA
Y LOS PROGRAMAS SOCIALES
Capítulo 1
210
El desafío de la evaluación en programas de infancia
Francisca Gómez y Claudio Andrade
Capítulo 2
225
Desafíos de la evaluación de programas con lineamientos nacionales, e innovación
y adaptación al territorio. Reflexiones acerca de la evaluación de programas a
partir de la experiencia del Departamento de Protección y Restitución de Derechos del
SENAME.
Sebastián Bueno y Ángel Estrada
Capítulo 3
236
Aplicación del modelo ISe en el contexto de una evaluación
de programa social: Programa Piloto de Cuidados a Personas Mayores
Cristián Massad Torres y Felipe Herrera Muñoz
Capítulo 4
Innovación social: la clave para pensar la política pública y los programas
sociales en materia de migración en Chile
Claudia Silva
254
Capítulo 5
270
Evaluación de la Oferta de Proyectos Sociales Orientados
a los Trabajadores de la Construcción
Carlos García
Capítulo 6
278
Innovar es gestionar diversidad. Aportes para la construcción
de un ISe Empresa.
Ángel Marroquín
PARTE IV:
292
MEDICIÓN Y EVALUACIÓN DE PROGRAMAS SOCIALES
Capítulo 1
294
Caracterizando caminos de mejora a partir del Instrumento de Innovación
Social Efectiva ISe
Ernesto San Martín
Capítulo 2
302
Revisión de variables sobre factores de complejidad en comunas de
Chile para la aplicación de programas y proyectos sociales
Flavio Cortés y Magdalena Guerrero
Capítulo 3
Proyecciones del proyecto FONDEF para una innovación pública
Teresa Matus y Fabiola Cortez-Monroy
317
Capítulo 5
EQUIPOS Y PROFESIONALES AL NIVEL DE CALLE: UNA ALTERNATIVA PARA HACER FRENTE A LA COMPLEJIDAD EN LAS POLÍTICAS PÚBLICAS
Cristian Leyton1
Resumen
En el escenario actual, en que el diagnostico respecto de la complejidad de
la realidad y los problemas sociales es un consenso, se han planteado diversas propuestas para responder en consistencia con este diagnóstico desde
las políticas públicas, y específicamente desde los programas sociales dirigidos a la población en situación de pobreza y exclusión social. Algunas de
las alternativas que se plantean son por ejemplo: avanzar en la coordinación de políticas y programas, en integralidad de la acción del Estado, en
la descentralización de las decisiones desde el nivel central al nivel local, el
fortalecimiento de abordajes desde la perspectiva del desarrollo y la gestión territorial, entre varias otras alternativas. En este trabajo se desarrolla
y argumenta acerca de las posibilidades que ofrece el re-visitar y actualizar
los planteamientos de Lipsky (1980, 1991) relevando el rol de los equipos y
profesionales de nivel de calle a cargo de la implementación de las intervenciones sociales que en la actualidad son implementadas tanto por actores
públicos como de la sociedad civil o privados. Esto implica fundamentalmente avanzar en el reconocimiento y uso adecuado de los niveles de autonomía y discrecionalidad de los equipos y profesionales encargados de la
entrega de los bienes y servicios generados por las intervenciones sociales,
a la vez que generar estrategias para reducir los riesgos que ello implica.
1
PhD © en Política Social, Universidad de Bristol, Reino Unido. Investigador, RIMISPCentro Latinoamericano para el Desarrollo Rural. Trabajador Social, Pontificia Universidad Católica de Chile. Email: cmleyton@gmail.com
190
—
El escenario de complejidad de las políticas públicas y algunas
alternativas para enfrentarlo
Las políticas públicas por lo general han comprendido a la sociedad
como un objeto homogéneo, donde los destinatarios de las políticas parecieran tener las mismas características, necesidades y expectativas de desarrollo. En esta misma línea, en el diseño y análisis de las políticas han primado enfoques de análisis más bien lineales y reductores de la complejidad
de la vida social (Mascareño, 2012, Brugué, 2010). Pero esta tendencia ha
ido cambiando gradualmente y existe cada vez un mayor reconocimiento
de la complejidad de la sociedad contemporánea, donde se resalta la necesidad de enfoques multidimensionales, y también la compleja interacción
entre las causas de muchos de esos problemas que conforman la “cuestión
social” (Repetto, 2010).
Como señala Mascareño (2012) es posible plantear que una sociedad
compleja es aquella en la que en palabras de Lyotard, la unidad se ha descompuesto en fragmentos, de acuerdo a Luhmann, en sistemas complejos,
siguiendo a Bourdieu en campos, y en diferencia según Derrida. En este
marco de reconocimiento de la complejidad es que estudios recientes sobre “wicked problems” o “problemas perversos”, los que por definición son
altamente complejos y ambiguos, plantean que la verdadera comprensión
de este tipo de asuntos requiere de la perspectiva de múltiples disciplinas
(Cunill et al 2015; Brugué, 2010).
Nuevas perspectivas para comprender e impulsar procesos de políticas
públicas que asumiendo la complejidad de la denominada cuestión social
intentan abordarla se han desarrollado. Es así como por ejemplo, se desarrolla el análisis centrado en los policy-networks, en los sistemas de negociación, mesas de deliberación, intervención contextual, política de opciones, los cuales enfatizan mecanismos descentrales para intervenir en una
sociedad de problemas complejos donde se asume que el rol de los equipos
y profesionales es avanzar con los destinatarios de la intervención hacia la
coordinación y la autorregulación (Mascareño, 2012).
En la búsqueda de perspectivas para hacerse cargo de esta complejidad
191
—
en la gestión de las políticas públicas, especialmente las sociales, una serie
de alternativas se han promovido desde diferentes actores. Algunas de éstas son por ejemplo: avanzar en la coordinación de políticas y programas;
y en esa misma línea algunos sostienen la relevancia de avanzar en integralidad de la acción del Estado; se plantea la necesidad de avanzar en la
descentralización de las decisiones desde el nivel central al nivel local; el
fortalecimiento de abordajes desde la perspectiva del desarrollo y la gestión territorial; entre varias otras alternativas.
Los que han planteado la necesidad de la coordinación de las políticas y
programas, acentúan la necesidad de generar sinergias entre las intervenciones realizadas por diferentes instituciones del Estado que muchas veces
se encuentran trabajando con las mismas comunidades y familias, en los
peores casos sin saberlo, y en otros, sin preguntarse por las opciones de optimizar el trabajo realizado en la medida que coordinen sus esfuerzos y actividades. En esta línea se plantea que “coordinar implica una crucial función
estatal y constituye a la vez un proceso técnico y político que requiere ser
complementada con otra función crítica: la de gobernar campos concretos
de la gestión pública, por ejemplo la política social” (Acuña y Repetto, 2009
en Repetto, 2010: 13)
En el ámbito de las políticas dirigidas a las personas en situación de pobreza y exclusión social, una profundización de esta propuesta de fortalecer
la coordinación de programas y políticas públicas ha llevado a la reciente
preocupación de avanzar en integralidad de acción del Estado, especialmente en el ámbito de la protección social, así por ejemplo Cecchini y Martínez (2011) plantean que “la integralidad de un sistema de protección social
puede ser pensada a nivel de las políticas, sus planes y programas (la oferta)
así como desde los individuos, las familias y las comunidades (la demanda).
En el caso de la oferta de políticas y programas, existen dos ejes de integración que deben ser considerados con especial atención durante las etapas
de diseño, implementación y operación de los sistemas de protección social: el horizontal (o sectorial) y el vertical (según los niveles administrativos
en los cuales se ejecutan las políticas y programas)”. En cuanto a la demanda se observa un eje transversal, relativo a los grupos de población, y un eje
longitudinal, asociado al ciclo de vida (en Cunill et al 2015: 409).
192
—
Por otro lado, se plantea la necesidad de avanzar en la descentralización
de las decisiones desde el nivel central al nivel local, propiciando que los
municipios adquieran un rol más relevante en la implementación y coordinación de la oferta pública y privada de intervenciones sociales dirigidas
a las familias y comunidades que habitan sus territorios, avanzado en dotar a esta institucionalidad de mayores recursos legales, presupuestarios,
administrativos y de capital humano que permita asumir adecuadamente
este rol (Comisión Asesora Presidencial en Descentralización y Desarrollo
Regional, 2014; Matus, 2007; Leyton, 2006)
Así también, cómo una alternativa para enfrentar los crecientes niveles
de complejidad social, se propone fortalecer abordajes desde la perspectiva
del desarrollo y la gestión territorial, que implique un reconocimiento de la
dinámica del territorio, reconociendo el rol de las instituciones formales e
informales, de las estructuras productivas, así como de los actores y agentes
del territorio (SUBDERE-CIC, 2010; De la Maza, et al. 2012; RIMISP, 2012).
Análisis y orientaciones que permiten responder a las particularidades del
contexto a partir de la articulación y concertación de actores del territorio.
Si bien cada una de las opciones mencionadas avanza en responder más
adecuadamente a la complejidad social, este trabajo incorpora a este panorama de alternativas la relevancia de empoderar a los equipos y profesionales que se relacionan directamente con los ciudadanos en la entrega de bienes o servicios. En este sentido, se retoman algunos de los planteamientos
de Lipsky quien evidenció a comienzos de la década del 70 la relevancia de
los “burócratas al nivel de la calle” (Street Level Bureaucracy) y su rol clave
en el éxito o fracaso de las políticas públicas, actualizando y realizando una
mirada crítica de sus planteamientos.
Michael Lipsky y sus planteamientos sobre las burocracias al nivel
de la calle
Lipsky elabora el enfoque conocido como bottom up (desde abajo) y reivindica la posición crucial de los burócratas al nivel de la calle en el proceso
de implementación, destacando que profesores, médicos, trabajadores so-
193
—
ciales, abogados, policías, entre otros empleados públicos, quienes en su
trabajo interactúan directamente con los ciudadanos, son los policy makers
en sus respectivas áreas de trabajo. Esto, dado que en este nivel, los equipos y profesionales realizan un papel fundamental tanto en la toma de decisiones respecto de los programas como en las asignaciones de recursos
públicos destinados a los ciudadanos.
Lipsky argumenta que las “políticas públicas no son mejor comprendidas si se analizan desde las legislaturas o en las oficinas de los administradores de alto rango, pues aspectos importantes de éstas se hacen realidad
en las hacinadas oficinas y encuentros diarios de los trabajadores a nivel de
calle” (Lipsky 1980, p. xii). Más que las leyes formales y los estatutos de la
política son “las decisiones de los burócratas de nivel de la calle, las rutinas
que ellos establecen, y los dispositivos que inventan para hacer frente a las
incertidumbres y las presiones del trabajo, se convierten efectivamente en
las políticas públicas que ellos llevan a cabo” (Lipsky 1980, p. xii).
En el argumento de Lipsky (1980, 1991) los roles de formulación de políticas de estos funcionarios se basan en dos características fundamentales
de su trabajo: (1) relativamente altos grados de discrecionalidad; y (2) una
relativa autonomía de la autoridad de la organización. Lipsky observa que
los empleados públicos que interactúan con los ciudadanos se comportan
de maneras que no son sancionadas, a veces incluso contradiciendo la política oficial, debido a que la estructura de sus trabajos hace que sea imposible de alcanzar plenamente las expectativas de su quehacer. Las soluciones
individuales a las presiones del trabajo, Lipsky argumenta, ‘adicionan’ efectivamente para formar la política pública (Hupe and Hill, 2007).
De acuerdo a Hupe and Hill (2007) existen algunos elementos centrales
que caracterizan los planteamientos de Lipsky acerca de los burócratas de
nivel de calle que son:
— Los burócratas a nivel de calle tienen necesariamente discreción y se
ven obligados a usarla. La discreción y reglas están interrelacionados: como reglas especifican los deberes y obligaciones de los funcionarios, la discreción les permite libertad de acción. La discreción
siempre está incrustado en una estructura de reglas.
194
—
— Los burócratas a nivel de calle buscan maneras de gestionar su1
propio trabajo. Las condiciones laborales en las que funcionarios públicos en el nivel de la calle trabajan tienen algunas características
específicas. La estructura de reglas que proporciona la razón de ser
de una burocracia a nivel de calle, no sólo hace que la discreción este
siempre presente, sino también, yendo más allá, ejerce una estructural influencia en la forma en que se aplican las reglas.
— Los burócratas a nivel de calle se ven a sí mismos como profesionales. Lipsky (1980, p. 147) describe las burocracias a nivel de calle
como gobernadas por las ideologías “ocupacionales o profesionales”. Si bien su propio trabajo da relativamente poca atención a los
que más estridentemente dicen ser profesionales, como médicos,
es importante reconocer que los reclamos de autonomía que caracterizan a este tipo de trabajadores son realizados por todos los trabajadores cuyos roles Lipsky explora. Burócratas de nivel de la calle
esperan ser tratados como profesionales en la medida que dicen que
deberían poseer la confianza de sus directivos para usar su criterio y
hacer frente a sus tareas de una manera adaptativa.
— En su interacción con los ciudadanos individuales en diferentes roles,
los burócratas a nivel de calle son funcionarios públicos. “La esencia
de las burocracias a nivel de calle es que ellos requieren de personas para tomar decisiones sobre otras personas. Burócratas de nivel
de la calle tienen discreción porque la naturaleza de la prestación
del servicio requiere el juicio humano que no puede ser programado
y para el que las máquinas no pueden sustituirles ‘(Lipsky 1980, p.
161). La inevitabilidad del juicio humano en el nivel de la calle hace
que sea difícil para un ejecutivo controlar a los servidores públicos
que allí trabajan.
Si bien esta perspectiva nace como una descripción de la intersección
entre la implementación de las políticas y el grupo objetivo de la política en
la década de 1970, sigue estando vigente, a pesar de que la división del trabajo entre el Estado y la sociedad ha cambiado radicalmente y se convirtió
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—
en mucho más híbrido (Bevir 2012). Muchas políticas públicas se implementan en cooperación con los agentes privados o incluso están totalmente
subcontratados a actores privados (Knill y Tosun 2012, Segal et al 2014).
Así se reconoce explícitamente que el papel del Estado dentro del sector público es radicalmente distinto al de hace pocas décadas atrás, cómo
señalan Cunill y Leyton (2015) el mayor impacto indudablemente se ha
producido en la fisonomía del sector público, al punto que recientemente la
OECD ha propuesto un nuevo concepto, el de “dominio público” (public domain), para definir el sector público que se ha configurado, asumiendo que
este ya no incluye solo organizaciones de propiedad del gobierno o controladas por él, sino también los servicios financiados por el gobierno pero provistos por organizaciones privadas (Rinne et al., 2008 citado en Cunill, 2012)
En América Latina, y particularmente en Chile, organizaciones de la sociedad civil están cada vez más presentes en el sector público, aunque lo
que resulta más destacable es el refuerzo del sector privado mercantil en la
provisión de servicios sociales, especialmente en los de salud y educación
(Cunill 2012, Menicucci, 2011 en Cunill y Leyton 2015)
Si bien este aspecto fue ignorado por Lipsky (1980), dado que sus planteamientos emergen en otros contexto social en donde el Estado tenía un
rol protegónico en la provisión de servicios de bienestar, siguiendo a Segal
et al (2014: 484), en este trabajo se entiende que los actores privados que
están involucrados en la ejecución de las políticas públicas también actúan
como burocratas a nivel de la calle. “En los arreglos “bottom up” de implementación de nuevos modos de governanza, el empoderamiento de los actores privados para ser más activos en el seguimiento y la entrega de tareas
públicas (Winter 2003: 213f) esencialmente transforma actores privados en
burocratas de nivel de la calle (Smith 2003: 358). El término ‘burócrata’ en
este contexto no refiere al empleo en la administración pública, sino que a
la función de un actor como agente de implementación, es decir, participando en la (tradicionalmente pública) tarea de la entrega de productos o
servicios en la primera línea” independiente de si formalmente es parte de
una institución del Estado o de un ejecutor de una política pública sea de la
sociedad o del sector privado mercantil.
Este importante cambio de contexto de las sociedades contemporáneas,
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—
no descalifican la utilidad y relevancia de los planteamientos de Lispky respecto de las burocracias a nivel de calle, sólo matizan la operacionalización
de este enfoque para adecuarlo a esta nueva realidad. Así, la complejidad
que prevalece entre los actores en las estructuras de implementación híbrida, dada la mezcla de actores y sus dependencias, implica que ésta toma
un enfoque analítico específico sobre las interacciones y las relaciones de
poder de los burócratas a nivel de calle con sus grupos de referencia (Lipsky
1980: 54 y ss). Agentes de implementación asumen roles creados por la
interacción con su entorno, y estos roles generan requisitos de comportamiento que pueden conducir a conflictos y dilemas en los roles (Lipsky,
1980) que afectan la disposición de los agentes para poner en práctica una
política dada (Tummers et al. 2012).
Algunos de estos elementos que hacen relevante considerar esta perspectiva para potenciar el trabajo de los equipos y profesionales a nivel de
calle es que, como señalara Lipsky (1980), las burocracias a nivel de calle
encarnan la paradoja de tener que llevar a cabo rigurosamente los objetivos
que se originan en el proceso político y, al mismo tiempo, el trabajo requiere la improvisación y capacidad de respuesta (en Oliveira, 2012: 1557). Otro
factor relevante de considerar es que los burócratas a nivel de calle carecen
de tiempo, información y otros recursos necesarios para la correcta toma
de decisiones, lo que hace de su posición un lugar particular en el que se
juegan muchas decisiones claves para alcanzar los resultados buscados por
la intervención social de la que son parte.
Si la escasez de recursos como tiempo e información son cruciales en
cualquier proceso de toma de decisiones, lo es más aún en las burocracias
en que los actores tienen que tomar decisiones con prontitud en situaciones
de ambigüedad, imprevistos y/o marcados por la presión directa e inmediata del público y los que tienen que decidir qué hacer por sí mismos, sin la
ayuda de los supervisores o guías de procedimientos. Los imperativos de la
situación ayuda a explicar por qué, a pesar de que los agentes tienen poca
autoridad formal, tienen discreción considerable en las normas y procedimientos que deben aplicarse y en bienes y sanciones que ellos administran.
Estas características del trabajo de los equipos y profesionales del nivel de
calle lleva a centrar la atención particularmente en dos aspectos claves de
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—
los planteamientos de Lipsky: la autonomía y discrecionalidad de los “burócratas al nivel de la calle”.
La autonomía y discrecionalidad de los equipos y profesionales a
nivel de calle
Teniendo en cuenta las características de la sociedad contemporánea,
cuando se trata de programas o de políticas públicas es necesario seleccionar un modo de intervenir en esta realidad que responda y se haga cargo de
su complejidad, y eso implica que “hay que asumir los riesgos de las decisiones de intervención que se toman. Sólo de ese modo se evitan o se manejan
las crisis” (Mascareño, 2012: 67).
Por ello es una necesidad contar con niveles importantes de autonomía
para responder a estos altos niveles de complejidad social. Pero esto al mismo tiempo esta realidad exige contar con importantes niveles de visiones
compartidas respecto del problema u oportunidad que da origen a las intervenciones sociales a la vez que sobre los fines y resultados esperados de las
mismas. De este modo, los equipos y profesionales podrían usar sus niveles
de autonomía en consistencia con estas definiciones, las que servirían como
criterios orientadores de esta capacidad autónoma para la toma de decisiones. Esto aplica no sólo para el diseño de las políticas públicas, que en sí mismas son expresiones de visiones compartidas, donde la “autonomía, reglas
de autorregulación y coordinación parecen ser las claves cuando se trata de
pensar en políticas públicas para un mundo estructural y normativamente
diferenciado. Sobre esta base se puede hablar de formas de coordinación
descentralizada que reconocen tal autonomía pero a la vez suponen un
mínimo de visión de mundo que permita criterios orientadores de la complejidad social por medio de políticas públicas” (Mascareño 2010 CEPAL en
Mascareño, 2012:72). Además, se requiere avanzar en generar esas visiones
compartidas entre los actores que participan de la implementación de las
políticas públicas, por ello la relevancia de que los equipos y profesionales
de nivel de calle compartan visiones respecto de los fines de la intervención
social, de modo de regular esa autonomía con la que, como plantea Lipsky,
se mueven los burócratas en el nivel de calle.
198
—
Lo anterior es relevante dado que reconociendo los niveles de autonomía respecto de la autoridad formal que poseen los equipos y profesionales a nivel de calle, orientar las decisiones que éstos toman en su quehacer
cotidiano resulta fundamental tanto para avanzar en la pertinencia de esas
decisiones respecto de las características particulares de los contextos en
que se implementa la intervención, como para avanzar en que los equipos
y profesionales de nivel de calle se hagan responsables de los resultados
alcanzados (responsiveness) que es una de las debilidades o nudos críticos
que se transforman en el anverso de la autonomía en las intervenciones sociales (Oliveira, 2012).
La relación entre la ejecución de la política pública, la organización y la
burocracia es importante porque ilumina un problema crucial: porqué las
políticas tienen éxito o fallan (Oliveira, 2012). En esta línea, los análisis indican que además de los niveles de autonomía de los equipos, la discreción
de los burócratas del nivel de la calle es un factor crucial en la ejecución de
los servicios públicos.
De acuerdo a Davis (1971) discreción es el poder de decidir y actuar (u
omitir acción) de acuerdo al propio discernimiento profesional durante los
procesos de implementación de la política social. Este aspecto resulta clave puesto que diversos autores como por ejemplo, Evans (2011), Oliveira
(2012), entre otros, han reportado que el uso de la discreción profesional
constituye un aspecto clave en la implementación de programas sociales
que no fue considerado con toda la relevancia que tiene en los planteamientos de Lipsky, pues del uso de esta discreción dependen en buena medida
los éxitos y los fracasos de las políticas, incluso de aquellas que podrían estar bien diseñadas.
Como plantea Oliveira (2012) el ejercicio de la discreción es inevitable
y necesario, ya que las reglas formales no pueden explicar todos los casos
individuales y, en general, los recursos de la agencia están por debajo de las
que se requieren para cumplir con los ciudadanos, y debido a esto, el poder
discrecional de los burócratas se convierte en imprescindible para que la
organización se amolde a la realidad, y para que el trabajo cumpla con los
requerimientos de los ciudadanos. En la cotidianeidad de las intervenciones
sociales existen una serie de factores que influyen en la discreción de los
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—
equipos y profesionales del nivel de calle: las tareas a realizar; el contexto
de la toma de decisiones; las presiones de la carga de trabajo; la cultura de
la organización; las reglas y limitaciones; el entorno externo de la organización (Furlong, 1998; Balla, 2000 en Oliveira 2012).
Esta apuesta por potenciar el rol de los equipos y profesionales de nivel
de calle como alternativa para hacer frente a los niveles crecientes de complejidad que enfrenta la política pública, y especialmente la política social
dirigida a la población en situación de pobreza y exclusión social, se basa
en el reconocimiento de que este nivel de acción presenta un riesgo pero al
mismo tiempo una oportunidad de hacer que una política pública o programa social funcione adecuadamente. En general, existen importantes “márgenes de maniobra” para los equipos y profesionales que implementan
intervenciones sociales enmarcadas en políticas públicas. Esto, dado que
el foco del control esta puesto en los resultados cuantitativos de sus resultados y de las coberturas alcanzadas por tales intervenciones, pero mucho
menos respecto de las decisiones metodológicas que orientan las actividades que llevan a cabo estos profesionales en el nivel de calle. Es decir,
en este nivel de implementación se toman decisiones respecto de las metodologías y técnicas a utilizar: visitas domiciliarias, consejerías, tutorías,
realización de informes sociales, atención terapéutica, gestión de redes de
apoyo, talleres, charlas, capacitaciones, actividades comunitarias, pueden
ser realizadas de una manera que potencie ciertos elementos y deje fuera
otros (Payne, 2005; Munro, 2011).
De ahí la importancia de concebir el espacio de discrecional o el margen de maniobra como una posibilidad y oportunidad para “traducir” las
políticas a las complejidades particulares de cada contexto en el que se implementan (Lendvai and Stubbs, 2007; Balen y Leyton, 2015), de modo de
utilizar estos niveles de autonomía de los equipos y los niveles de discreción
adecuadamente. Una buena evidencia ejemplificadora de estos “márgenes
de acción” es la experiencia de un equipo de profesionales (Equipo Intercultural) que, trabajando con niños/as y jóvenes mapuche en una fundación
financiada por el Estado de Chile, ha creado metodologías de intervención
que recuperan y ponen en práctica el saber mapuche que no estaba contenido en las orientaciones de la política que financia su intervención social.
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—
Un análisis del trabajo realizado por este equipo evidencia la existencia de
un espacio de discreción profesional que puede y es utilizado por los profesionales en este caso para quebrar la matriz colonial desde la cual se diseñaron estás políticas sociales que dan origen a su quehacer (Muñoz, 2015).
En esta misma línea, otro ejemplo que es posible señalar como evidencia de
la importancia que tiene la autonomía y discreción de los profesionales de
nivel de calle son las diferencias identificadas en el accionar de los apoyos
familiares que participaron de la implementación del Programa Puente en
el marco del Sistema Chile Solidario. En este proceso se constató que en
los resultados alcanzados en los niveles de autonomía y ciudadanía de las
familias participantes de este Programa el rol desarrollado por los Apoyos
Familiares (profesionales a cargo del trabajo directo con las familias) era
fundamental, pues en algunos casos sólo se cumplía con los estándares mínimos establecido por el Programa mientras que en otros se avanzaba en
desarrollar y potenciar importantes niveles de autonomía y ciudadanía de
los participantes (FOSIS, 2006).
Pero reconocer la relevancia del ejercicio de la autonomía y del uso de la
discreción de los equipos y profesionales de nivel de calle “no niega los problemas que esto puede conllevar para los ciudadanos y para la democracia,
porque en este sistema, los votantes eligen las autoridades que deben formular políticas. Sin embargo, los burócratas de nivel de calle normalmente
se convierten en los responsables de la política, sin tener que responder ante
los ciudadanos de la misma manera que los funcionarios electos. El amplio
margen de maniobra pone signo de interrogación sobre sus posibilidades
de control” (Oliveira, 2012: 1556). Esto evidencia un problema vinculado a
la discrecionalidad de los burócratas que es la amenaza de la accountability
y la responsiveness.
En este sentido el proyecto Fondef de Conicyt denominado “Innovación
Social Efectiva: Construcción de una Batería de Instrumentos Cuantitativos y un Soporte Tecnológico para Mejorar los Procesos de Medición de la
Calidad en Programas Sociales” es un paso en la dirección correcta pues
entrega una herramienta para que los equipos y profesionales de primera
línea aumenten su nivel de reflexión y análisis de información directamente
vinculada con la intervención que llevan a cabo. Esto posibilita el que pue-
201
—
dan usar con mayor “profesionalismo” el nivel discreción que poseen, y al
mismo tiempo, potencia su autonomía al desarrollar una serie de indicadores que permiten a los equipos y profesionales que implementan intervenciones sociales realizar sus propios análisis respecto de la calidad de la
intervención en que se encuentran involucrados.
Adicionalmente, esta herramienta permite avanzar en los niveles de
accountability y responsiveness, dado que en el caso en que los equipos y
organizaciones que la utilizan generen los mecanismos para que los propios
usuarios participen de este proceso de evaluación de calidad de la oferta,
dichos ciudadanos tienen más posibilidades de ejercer control social de la
intervención de la que son parte, y al mismo tiempo, los equipos tienen un
nuevo incentivo por avanzar en el aseguramiento de los resultados comprometidos fruto del proceso de intervención social.
Si bien, avanzar en el empoderamiento de los equipos y profesionales
del nivel de calle no resuelve todos los problemas a enfrentar para ser consistentes con los niveles de complejidad social contemporánea, permite
avanzar de manera importante en esta dirección, pues en este nivel de implementación de las políticas y programas sociales se pueden realizar importantes ejercicios de “traducción” a los contextos particulares, a la vez
que seleccionar adecuadamente la manera de implementar las políticas,
usando el “margen de maniobra” que en general tienen los equipos en la
selección de las metodologías y técnicas a utilizar para avanzar hacia los
resultados perseguidos.
Conclusiones
En el escenario actual, se constata la importancia que tienen los equipos
y profesionales de nivel de calle, como una alternativa que posibilite una
respuesta adecuada al diagnóstico respecto de la complejidad de la realidad y los problemas sociales. Esto junto a otras propuestas como son por
ejemplo: avanzar en la coordinación de políticas y programas, y en la integralidad de acción del Estado, avanzar en la descentralización de las decisiones desde el nivel central al nivel local, el fortalecimiento de abordajes
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desde la perspectiva del desarrollo y la gestión territorial, entre varias otras
alternativas.
Resulta fructífero re-visitar y actualizar los planteamientos de Lipsky
(1980, 1991) donde se destaca el rol de los equipos y profesionales de primera línea a cargo de la implementación de las intervenciones sociales, incluso más allá de aquellas implementadas directamente por el Estado, pues
es posible utilizar estos planteamientos para comprender y analizar las acciones que en la actualidad, en el marco de las políticas públicas, llevan a
cabo actores de la sociedad civil o privados con fines de lucro.
Cómo fue evidenciado previamente la existencia y uso adecuado de los
niveles de autonomía y discrecionalidad de los equipos y profesionales encargados de la producción y entrega de los bienes y servicios generados por
las intervenciones sociales, posibilita avanzar en la dirección de “traducir”
las políticas a los contextos específicos en que se implementan y responder
con ello a esa complejidad. Esto permite al mismo tiempo definir alternativas para potenciar el uso adecuado de la autonomía y discrecionalidad por
parte de los equipos, para poner allí un foco relevante de la inversión que
se debe realizar de modo de avanzar en la adecuada respuesta de las intervenciones sociales a los requerimientos específicos de cada contexto. Esto,
a partir de la capacidad de los equipos de adecuar las intervenciones diseñadas por las políticas públicas y hacerlas pertinentes a las complejidades
particulares de cada contexto.
Al mismo tiempo se requieren generar estrategias para avanzar en los
niveles de accountability y responsiveness de la gestión de los equipos y
profesionales de nivel de calle, de modo de atenuar dos grandes debilidades reconocidas por los estudios realizados en esta materia.
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