LO PLAUSIBLE: SIMILITUDES Y DIFERENCIAS
ENTRE LA MALINCHE Y POCAHONTAS
PLAUSIBILITY: SIMILARITIES AND DIFFERENCES
BETWEEN LA MALINCHE AND POCAHONTAS
MÍRIAM FERNÁNDEZ SANTIAGO
Universidad de Granada
mirfer@ugr.es
51
Resumen
Los mitos desarrollados a lo largo de varios siglos a partir de los personajes
históricos de la Malinche y Pocahontas han tenido en ciertos aspectos un desarrollo
dispar, que es un reflejo de las políticas coloniales de los imperios español y
británico, así como de las diferentes posturas postcoloniales que surgen en los
Estados Unidos y en México tras su independencia. Este artículo analiza las
similitudes existentes entre estos dos personajes históricos y trata de explicar la
divergencia que se produce en el desarrollo de sucesivas narrativas tanto “históricas”
como ficticias de las que son el eje central. De dicho análisis se concluye que los
extremos norte y sur de la frontera norteamericana elaboran un discurso diferente
a partir de realidades históricas plausibles en cuya base se encuentran las señas de
identidad de las naciones mexicana y estadounidense.
Palabras clave: historiografía, convención narrativa, Malinche, Pocahontas,
plausibilidad.
Abstract
The myths developed over several centuries on the historical figures of the
Malinche and Pocahontas have had different developments that reflect the colonial
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
Míriam Fernández Santiago
policies of the Spanish and British empires, as well as the distinctive postcolonial
positions that arise in the United States and Mexico after their independence. I
intend to question the apparent similarities existing between these two historical
figures and try to explain the divergence that occurs in the development of
successive narratives (both historical and fictional) of which they are the central
axis. I conclude that the North and South sides of the North American border
elaborate different discourses based on plausible historical realities that were
developed by, and would develop the signs of Mexican and American national
identities.
Keywords: historiography, narrative convention, Malinche, Pocahontas, plausibility.
1. Introducción. Coincidencias plausibles
52
Cierto es que mucho se ha narrado desde principios de los siglos XVI y XVII sobre
las que se conocen comúnmente como la Malinche y Pocahontas. Pocos, sin
embargo, han notado que ya se las narraba desde mucho antes, aunque será en el
relato que Hernán Cortés haga de su conquista territorial (Valdeón 2011: 213) o
en las cartas de Rolfe solicitando permiso en 1613 para contraer matrimonio (en
Stymeist 2002: 113-114), cuando se las llame con los nombres que se indican
arriba. En el caso de la Malinche, la progresión cronológica podría ser desde ce
malinalli, lo que según Maurice Collins significaría “guerra y derrocamiento del
orden establecido” en el náhuatl original (1954: 43),1 o con el sufijo indicativo de
nobleza -tzin añadido “Malintzín” (Grillo 2011: 16). Cortés se referiría a ella
como “la lengua” en alusión a su labor de intérprete (Kirtley y Kirtley 2012: 50),
pero Francisco López de Gómara y Bernal Díaz del Castillo, así como otros
cronistas oficiales de la época, la llamarían “Doña Marina” (Grillo 2011: 18). En
la búsqueda de una identidad mexicana por oposición a la española durante el
periodo postcolonial se la rebautizaría como Malinche; Octavio Paz la identificaría
con “la Chingada” en su psicoanálisis nacional de 1950 (Paz 2000), y las chicanas
del lado norte de la frontera empezarían a rescatarla como figura positiva en
relación con el discurso feminista de los años setenta en el siglo XX (Pratt 1993:
860). Pocahontas fue originariamente la powhatan Matoaka, apodada Pocahontas
en referencia a su lascivia, bautizada en su conversión al anglicanismo como
Rebecca Rolfe, mitificada Pocahontas como emblema de la identidad
norteamericana (Downs 2008: 400) y finalmente proyectada al mundo infantil
como Barbie mestiza (Ono y Buescher 2001: 32).
A pesar de las múltiples versiones que se proponen de ambas historias y que revisaré
a continuación, la crítica actual coincide en un dato fundamental: nada de lo que
se sabe de ellas proviene de ellas mismas. Ambas son “lenguas” silenciadas por el
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
Lo plausible: similitudes y diferencias entre la Malinche y Pocahontas
discurso de otros, ya sean conquistadores o colonos, indígenas o mestizos,
contemporáneos o posteriores, que han contado sus vidas. En relación con la
Malinche, Roberto Valdeón llega a describir muy acertadamente el proceso de su
creación y evolución como “invención de una narrativa” (2011: 211), aunque, en
mi opinión, yerra de pleno al presuponer la existencia de esas figuras históricas
como factuales, muy probablemente por desconocimiento de la historiografía en sí
como disciplina, o quizás por prejuicio eurocéntrico; idea que también discutiré
más adelante.
Los paralelismos existentes entre los dos personajes —americanos por consenso en
su atribución y europeos por consenso en su generación— ya han sido explorados
extensamente con anterioridad por Kristina Downs (2008: 397), quien destaca
similitudes tan obvias como imprecisas tales como su cultura de nacimiento
(indígena, sin ahondar en diferencias insignificantes) y su papel de mediadoras con
lo que llama la “cultura europea” (a la sazón dividida entre dos naciones enemigas
irreconciliables en el siglo XVII). Downs destaca la similitud en su edad adolescente,
su maternidad mestiza, su muerte a temprana edad y sus historias
“sorprendentemente similares” (2008: 397), a la vez que resalta la disparidad de
su papel cultural a uno y otro lado de la frontera. En este artículo defenderé la idea
contraria a esta aparente similitud en la evolución de sus historias, así como a la
disparidad que hay en su evolución en cuanto arquetipos culturales que han
resultado de adaptaciones narrativas a los discursos literarios, políticos, religiosos,
económicos y sociales y la relación que tienen dichas adaptaciones con la
admisibilidad, más que con la verosimilitud, en los discursos mencionados. Por
último, contribuiré al desarrollo de dichas adaptaciones con una versión que quiero
presentar como plausible dentro de la reconstrucción del contexto discursivo preeurocéntrico.
2. Principios y narrativas plausibles
Empezaré describiendo lo que podría haber sido el principio: Cortés llega al Golfo
de México en agosto de 1519. Para quien entonces era ce malinalli, la vida habría
empezado, según las fuentes de las que ahora se dispone, diecisiete años antes
como hija de un cacique de la región (Kirtley y Kirtley 2012: 123; Valdeón 2013:
163). Según Díaz del Castillo, su madre la daría como esclava tras la muerte de su
padre y su posterior matrimonio con un segundo esposo, del que engendró un hijo
varón a quien querrían ceder el cacicazgo. A pesar de la dudosa veracidad de las
fuentes de Díaz del Castillo, este fragmento de la Historia verdadera de la conquista
de la Nueva España debió llegarle de boca de la misma ce malinalli, aunque
supuestamente le fue corroborado por la propia madre de la protagonista en 1523
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
53
Míriam Fernández Santiago
54
(Díaz del Castillo 2005: 91). Díaz del Castillo, sin embargo, tendría una perspectiva
interesada y unos motivos evidentes para subrayar su presencia y su conocimiento
de lo ocurrido y narrado, ya que la propia “historia verdadera” debe enmarcarse
dentro de su objetivo original, que no era otro que obtener la merced real que
solicitaba en su obra. El adjetivo “verdadera” del título es un juramento de
veracidad testimonial de los méritos y de los servicios prestados por Díaz del
Castillo en la conquista, que son lo que realmente relata la obra. Si se presupone
que el propósito de su narrativa podía haber influido en la forma de su composición,
no sería de extrañar que los personajes que describe se adecuasen a ciertas
convenciones narrativas de la época que no se limitarían necesariamente a las
meramente históricas. Dicha adecuación se ajustaría a lo que dichas convenciones
establecían como plausible, apelando al imaginario literario más que a la veracidad
factual, y estarían en consonancia con las propias aspiraciones imperialistas de la
Corona española. Las narrativas de aventuras en las Indias ya estaban causando
furor en Europa por aquel entonces y en su vertiente oriental se remontan a El
Libro de las Maravillas de Marco Polo o incluso la Odisea y la Eneida (Young
1962: 409). El patrón narrativo se mantiene, mientras que cambian los nombres
de los protagonistas y los detalles se adaptan a los diversos contextos geográficos y
temporales. En 1519, las Indias Occidentales no estaban aún conquistadas, pero ya
estaban imaginadas como la continuación del proyecto original que las ubicaba en
Oriente. Así pues, no es de extrañar que las tradiciones literarias que ya existían
antes de su conquista y cuyas historias se desarrollaban en el mítico Oriente, se
adaptasen a la narración de una nueva realidad geográfica mientras se mantenían
los motivos literarios originales. Así pues, ce malinalli sería, siguiendo la
convención, una princesa cautiva rescatada por un héroe cristiano; de su romance
surgirán un hijo e innumerables victorias de armas. El hecho de que Cortés tuviese
una esposa y varias concubinas, tanto españolas como indígenas, o que Doña
Marina se casase con Juan Jaramillo son datos factuales que no encajan en el patrón
narrativo que Díaz del Castillo tomaría como modelo, además habrían puesto de
relieve ciertas prácticas que hubieran sido de difícil encaje en la justificación
religiosa del expansionismo colonial español. Para el lector español a quien se
dirige el texto de Díaz del Castillo, la narrativa es plausible sobre la base de los
textos que ya conoce y asimilable a los discursos y códigos de conducta que pueden
encontrarse en un texto de carácter oficial.
La tradición literaria exige, en su adaptación al contexto de las Indias Occidentales,
la cristianización, por similitud con los patrones narrativos orientales de lucha
contra el infiel, y lo hace no solo por convención poética, sino porque el poder de
la época se sustenta en la coherencia de dichas narraciones: desde el expansionismo
territorial de Castilla a finales del siglo XV y su alianza-connivencia con Roma,
hasta la fundamentación de la Corona sobre la herencia de sangre. Así pues, para
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
Lo plausible: similitudes y diferencias entre la Malinche y Pocahontas
encajar mejor la nueva realidad en los patrones de plausibilidad aceptados por la
convención literaria y política europea, la infiel ce malinalli se transforma en la
cristiana Doña Marina. “ce” se muta en “Doña”, que es un título comparable, y
“malinalli”, en la católica “Marina”. Pero la católica Marina del relato de Díaz del
Castillo no sería plausiblemente cristiana más que por tratado. Nunca salió de
México ni dejó su identidad indígena, ni en el vestir, ni en el peinar, ni en el
gobernar. Su imaginario religioso también sería azteca, como sugieren de nuevo
los cronistas de la época, tanto españoles como indígenas.
Malintzin, o Doña Marina, tradujo para Cortés y para Moctezuma; pero, sobre
todo, y más plausiblemente, tradujo para ella misma. Digamos que el sujeto existió
y que era mujer, pues les dejó descendencia biológica tanto a Cortés como a
Jaramillo. Digamos que tradujo, o los tratados y conquistas que efectivamente se
llevaron a cabo no hubieran podido efectuarse. Si así fue, Doña Marina tendría que
haber sido de origen noble, y no solo porque lo afirmase Díaz del Castillo, sino por
el profundo conocimiento que poseía de la retórica de la nobleza azteca (Valdeón
2013: 164), de sus políticas económicas y territoriales (Navarrete 2007: 293-294),
y de sus mitos religiosos (Kirtley y Kirtley 2012: 50; Robinson en Valdeón 2013:
160; Pratt 1993: 859), vetados a la población de origen humilde. Si como narra
Díaz del Castillo, fue necesario fingir su muerte para usurpar sus derechos
sucesorios, habría sido plausible que ejerciese como cacica o Malintzín. Así que,
cuando los españoles le preguntasen su nombre y este saliese ya con el título
nobiliario añadido, debía de sonar al oído castellano algo así como “Malinche”.
Tanto las convenciones literarias de la época como el carácter oficial del texto de
Díaz del Castillo omiten los detalles explícitos de sus relaciones sexuales, pero se
presupone una relación tanto romántica como política del hecho de que, como sí
se menciona en el texto, Cortés nunca se separase de ella y tuviesen una descendencia
reconocida por el propio Cortés, y también del hecho de que los indios llamasen
al propio Cortés “el Malinche”, como si tras la unión, él hubiera adoptado el
apellido maya de su concubina (Malintzín). ¿De dónde salen pues todos estos
elementos: el romance, la descendencia y la identificación? Cortés no menciona a
Doña Marina en sus cartas más que de pasada, otorgándole un papel insignificante
en los hechos heroicos de su conquista. Algunos autores (Pratt 1993: 866; Sten en
Valdeón 2011: 214; Valdeón 2013: 162) argumentan que Díaz del Castillo lo hizo
así para maximizar ante la Corona española sus propios méritos de armas, que se
hubieran visto reducidos si el mérito parcial de sus logros se hubiera atribuido a su
alianza con una autoridad local —y por ende, mujer— como Doña Marina. Así
pues, hasta que la bula papal reconociese a tres de sus hijos ilegítimos en 1529,
Cortés no tendría el más mínimo interés en reconocer la existencia de dicha
descendencia, puesto que además necesitaba de un matrimonio cristiano, tan
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
55
Míriam Fernández Santiago
conveniente para obtener su título de Marqués del Valle de Oaxaca, como el que
contraería con la hija del conde de Aguilar en 1528. Hasta que llegó la bula y
mientras se aseguraban las posiciones españolas en los territorios aztecas, la unión
tanto carnal como militar de Cortés y la Malinche habría sido un valioso
instrumento político para ambos al lado oeste del Atlántico. En los encuentros y
batallas que desembocaron en el derrocamiento de Moctezuma, a Doña Marina se
la representa como la “lengua” que traduce para Cortés,2 un mero instrumento al
servicio del capitán español. Sin embargo, sería plausible intuir que Doña Marina
hiciera muchas cosas más, incluyendo actuaciones de carácter diplomático,
interviniendo en las negociaciones militares con los pueblos que apoyaron la
revuelta contra Moctezuma y determinando su propio margen de beneficio político
tras las victorias en las que participaría Cortés. Sería entonces la instrumentalización
que el discurso imperialista hiciese de su intervención lo que, tras la independencia,
propiciase el desarrollo de su imagen como símbolo de traición a una patria
mexicana (Gaspar de Alba 2014: 65) cuya identidad nacional se construiría como
continuación de la herencia precolombina.
56
Pero volvamos a ce malinalli, la desheredada. Cuando, según Díaz del Castillo, es
cedida a Cortés como esclava, su autodenominación como cacica (ce) supone la
reclamación de sus propios derechos dinásticos, dejando entrever el carácter
político que desde un principio tendría interés en poner de relieve en su relación
con Cortés. Dada su educación noble, ce malinalli conocería la anunciada llegada
del dios Quetzalcóatl, que según el calendario azteca, estaría próxima (Pratt 1993:
869), y aprovecharía el impacto intercultural que el exotismo de las naves, los
animales, los soldados y las armas que Cortés llevaba tendría en la población local
para favorecer su interpretación dentro del marco del discurso religioso azteca.
Determinar hasta qué punto dicha interpretación realmente convencería a los
pueblos sometidos por Moctezuma o hasta qué punto éstos la instrumentalizarían
a su vez a ella para dar legitimidad a la sublevación es ciertamente debatible,
aunque elegir la primera opción presupondría un estado de inocencia política en la
población indígena que es más propio del discurso imperial europeo que del
ejercicio del sentido común histórico.
Para los mexicanos del siglo XIX, cuyo discurso político y de género es herencia del
propio discurso imperial, la Malinche (ya no ce malinalli ni Doña Marina) sería
una mera concubina y una espía,3 pero para los indígenas de su tiempo sería cacica
desheredada (incluso resucitada) con un ejército de carácter supuestamente
sobrenatural bajo su influencia (si no bajo su control) que haría valer tanto sus
derechos dinásticos como la restitución de una justicia divina que rectificase las
políticas territoriales de Moctezuma. De este modo, Cortés, con su armadura
puesta por consejo de Doña Marina, sería la encarnación plausible de Quetzcacóatl,
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
Lo plausible: similitudes y diferencias entre la Malinche y Pocahontas
y para los amerindios que luchaban a su lado (o más bien que eran sus aliados), y
formaban el 95% de su ejército, “el Malinche” (Kirtley y Kirtley 2012: 50-52).
Grillo explica esta identificación de Cortés con el “Malinche” como resultado de
su relación romántica (2011: 16-17),4 pero Díaz del Castillo la interpretará dentro
de la dimensión militar del apelativo: “en todos los pueblos donde pasamos y en
otros en donde tenían noticia de nosotros, llamaban a Cortés Malinche [...] el
capitán de Marina” (2005: 180).5 Desde el prisma amerindio prehispánico, sería
plausible entender a Cortés como el instrumento de Malinztín en la venganza
contra su familia y a los tratados que establecería con los tlaxaltecas (Navarrete
2007: 294) como el instrumento de liberación de los pueblos oprimidos por
Moctezuma (Downs 2008: 404). Así pues, lo que sería la conquista para los
españoles se codificaría paralelamente como la primera revolución americana con
aliados europeos, un enfoque del que el nacionalismo mexicano se habría
beneficiado de cara a justificar la independencia, tal como lo hiciesen las trece
colonias americanas del norte. El problema de dicho enfoque sería que impediría
la construcción nostálgica de la identidad nacional que toma como base la
idealización del indigenismo originario; un impedimento que en el norte se salvó
gracias a la exclusión de la población indígena del discurso político que sustenta la
declaración de independencia de los Estados Unidos.
Sería plausible suponer que la alianza militar entre Malintzín y Cortés se sellaría
mejor con descendencia, tal como era costumbre a ambos lados del Atlántico
(Navarrete 2007: 303-304). También sería plausible que para los españoles, que
reconocerían la dimensión política y militar de su femineidad, Malintzín fuera
Doña Marina, pues una alianza política con el infiel estaría fuera de toda justificación
político-religiosa en Europa. En la época de la conquista, solo Moctezuma la
llamaría plausiblemente, en azteca, “la Chingada”, como hiciera Octavio Paz en el
siglo XX.
Antes de diciembre de 1607, la que ahora conocemos como Pocahontas era
conocida localmente como Matoaka y Amonute (Downs 2008: 398). La hija del
vecino jefe powhatan Wahunsenaca, según la revisión que el capitán John Smith
hiciese de su encuentro en la General Historie of Virginia de 1624, tenía entre 12
y 13 años de edad, aunque Smith los dejaría solo en 10 en su primera A True
Relation de 1608. En su Historie of Travaile into Virginia Britannia, escrita
alrededor de 1615 y publicada 234 años más tarde, William Strachey la describiría
como “una jovencita bien parecida pero lasciva” (en Young 1962: 395, traducción
de la autora),6 una opinión que justifica con detalles de sus relaciones con los
colonos de Jamestown. La estancia de la joven allí a partir de 1613, sin embargo,
no parece que fuese del todo voluntaria. Angela L. Daniel argumenta que fue
entregada por uno de los suyos al capitán Argall (2005) a cambio de una tetera y
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
57
Míriam Fernández Santiago
otros enseres para que sirviera de rehén contra los ataques de su padre. Permanecería
entonces en Jamestown hasta que en 1614, fuera bautizada para poder contraer
matrimonio cristiano con John Rolfe (Young 1962: 393). En 1616, viajaría a
Londres con los honores de una princesa y sería recibida por el propio rey Jaime I
y (según el testimonio de Purchas) el señor obispo de Londres, incluso con más
pompa de la que se les proporcionaba a otras grandes damas de la ciudad (en
Young 1962: 394).
58
Las costumbres que los indios de la Bahía de Chesapeake tenían a principios del
siglo XVI nos llegan filtradas por los convencionalismos narrativos, impedimentos
morales e intereses económicos de los colonos, para quienes era plausible interpretar
la desnudez de las jóvenes indígenas y su sumisión al ser ofrecidas como regalo
sexual a los colonos como un signo de lascivia femenina (Tremblay 2002: 121), en
vez de como un gesto de bienvenida por parte de las autoridades nativas. Gail
Tremblay subraya que tres historiadores diferentes informan de que los británicos
tradujeron el nombre de Pocahontas por “little wanton” (2002: 121), lo que
generalmente se traduce por “traviesa”, incurriendo en cierta lítote que evitaría el
uso de un lenguaje que, por soez, sería menos apropiado tras el matrimonio con
Rolfe y la fastuosa bienvenida en Londres. El propio fundador de la colonia de
Virginia, Walter Raleigh, daba vehemente e implausible (Tratner 2009: 130) fe de
que ninguno de los hombres de su compañía hubiera tenido jamás relación carnal
con ninguna de las mujeres indígenas, a lo que sigue una descripción bastante
significativa del mérito que ello suponía, puesto que “vimos muchos cientos, y
teníamos muchas en nuestro poder, que eran muy jóvenes, y de excelente belleza,
que se nos acercaban sin engaño [entiéndase ‘abiertamente’], completamente
desnudas” (en Stymeist 2002: 114, traducción de la autora).7 El detalle de la
descripción es en sí mismo de carácter pornográfico, lo cual puede atribuirse a la
anticipación y al deseo de satisfacción de los ánimos de sus lectores, o al propio
subconsciente narrativo del testigo. Se podría entender, quizás, que los propios
deseos de los colonos son metafóricamente trasladados a las mujeres indígenas
siguiendo el patrón bíblico del Génesis. En su carta al gobernador real de la colonia,
donde solicita permiso para contraer matrimonio con Pocahontas, Rolfe defiende
que su solicitud no está motivada en modo alguno por los desenfrenados deseos del
afecto carnal,8 lo cual, además de apropiado en una misiva dirigida a un gobernador,
sería cuando menos plausible. Rolfe, al igual que los nativos, vería la conveniencia
de instrumentalizar el matrimonio en los ámbitos político y económico, y con ello
la evidente ventaja de contraer matrimonio con la hija del jefe Powhatan, pues la
pacificación de la zona propiciaría sin duda el éxito de sus plantaciones de tabaco.
A pesar del testimonio de su evidente lascivia y de que, según Strachey, Matoaka ya
estabaría casada desde 1610 con un capitán (“private captaine”) de su tribu
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
Lo plausible: similitudes y diferencias entre la Malinche y Pocahontas
llamado Kocoum cuando conoció a Rolfe (en Young 1962: 395), el personaje de
Pocahontas evolucionaría hacia la virginidad el mismo año en que dio a luz a su
primer hijo con el inglés. En un folleto de 1615, Ralphe Hamor comparaba el
matrimonio entre Matoaka y Rolfe con el éxito de la colonia de Virginia (Tratner
2009: 130). Una vez independizada del reino europeo, Pocahontas reemplazaría a
la Reina Virgen (Isabel I) que había dado nombre al estado en su papel de
encarnación de la maternidad de la nación. Mientras que la inocencia que se
atribuye a la tierna edad en la que Swift describe a Pocahontas permitiría una
primera visión de la joven como virgen, tras su cristianización e inmediato
matrimonio con Rolfe, sería más adecuado para el discurso religioso colonial
buscar patrones literarios en el Antiguo Testamento que reforzasen la narrativa de
apropiación de Virginia como tierra prometida al pueblo elegido por Dios. Así
pues, sería necesario que el reverendo Whitaker la bautizase, y apropiado que lo
hiciese con el nombre cristiano de “Rebecca”, que la identificaría plausiblemente
con la buena esposa israelita que Abraham envió a buscar a su hijo Isaac (ahora
Rolfe, encarnando simbólicamente en su persona a todos los “israelitas” de la
Compañía de Virginia), la benefactora de los extraños. El relato bíblico se fusiona
con la literatura de viajes y aventuras en 1624,9 cuando Smith le atribuye a
Pocahontas el mérito de salvarle la vida, ayudar a los hambrientos y moribundos
colonos con provisiones y de prevenirles contra un ataque de su propio padre, del
que Smith saldría gravemente herido con destino a Inglaterra.10 Y nace así el mito
de Pocahontas, no solo como ‘buena salvaje’, sino como belle sauvage. Con su
maternidad en 1615, el simbolismo religioso e imperialista de Rebecca se extendería
al mestizaje, pues la Rebeca bíblica fue madre de dos pueblos, el nómada que salió
de Esaú, y el descendiente del sedentario Jacob, a quien su madre prefería, y del
que descendería el pueblo de Israel. Los paralelismos con el patrón del discurso
colonial británico son evidentes y justifican a través de la figura de Rebecca la
voluntad divina de entregar Virginia a los colonos (Tremblay 2002: 122). Al llegar
a Inglaterra en 1616, Lady Rebecca Rolfe ya era princesa11 por tradición narrativa
e imperativo colonial, y tenía un aspecto muy europeo cuando la recibieron en la
corte del rey Jaime I. Según Philip Young, su imagen pública en Londres estaba
destinada a publicitar las plantaciones de tabaco de Virginia, tan necesitadas de
fondos como del favor del rey, de los que carecían (1962: 393) incluso a pesar de
haber llamado al conflictivo asentamiento en su honor. Aprovechando este interés,
en 1624, Smith transformaría a Pocahontas en heroína de romance12 al más puro
estilo europeo, incluyendo elementos eróticos de modo poco caballeroso si se
considera la situación de su viudo.
A los dieciséis años de edad, secuestrada por los colonos y nunca rescatada por los
suyos, Pocahontas contrae matrimonio con Rolfe, según él mismo, más atraída por
la gloria de Britania que por su persona (Tratner 2009: 130), poniendo de relieve
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
59
Míriam Fernández Santiago
el carácter político y económico de la unión. En 1624 y en una clave más acorde
con el género literario del romance que destilan ciertos pasajes de su narrativa,
Smith atribuiría el matrimonio al mutuo afecto de los esposos, señalando sin
embargo, el efecto positivo que dicho enlace tuvo en las relaciones de los habitantes
de Jamestown con los algonquianos. En esta dirección apunta Edward Ragan
(2005) cuando presenta el matrimonio de Pocahontas con Rolfe como parte de
una tregua tras tres años de luchas entre los ingleses y los indígenas. En 1624, el
personaje de Pocahontas habría acumulado una serie de elementos narrativos
pertenecientes a diversas tradiciones y convenciones que se superpondrían y
competirían según qué intereses abrigase cada narración: sería lasciva y objeto de
lascivia, heroína de romance, buena salvaje y samaritana, bisagra política, imagen
publicitaria de las plantaciones de su marido, elemento de propaganda británica,
‘celebrity’13 y madre colonial.
60
A pesar de que no existen fuentes que califiquen a Doña Marina de lasciva en los
primeros años de la conquista española de México (aunque según los estándares
morales de la época, había motivos para hacerlo, al menos habida cuenta de su
concubinato con Cortés), para Paz será por encima de la traidora, “la chingada”,
haciendo sangre del origen bastardo, más que mestizo, de la nación. La que sería
esposa de Rolfe, sin embargo, fue repetidamente tildada de lasciva en fuentes
bastante cercanas a los hechos que acontecieron o podrían haber acontecido y, por
lo tanto, supuestamente más fidedignas que las que —como en el caso de las fuentes
españolas respecto a Doña Marina— sucederían a su muerte. A pesar de ello,
Pocahontas evolucionaría hacia un personaje completamente positivo a la sombra
del cual se formarían las diversas identidades nacionales que la tomaron como
referente. ¿Qué explicación podría darse a esta evolución tan dispar desde unos
orígenes aparentemente similares y a lo largo, sobre todo, de los siglos XIX y XX?
Sería razonable considerar que Pocahontas no fuera tan princesa como la
publicitaron en Londres, ni tan cacica como la Malinche.14 Cabría suponer que fue
su padre, y no ella —tal y como relata Smith en 1608— quien enviase las provisiones
a los habitantes de Jamestown. Entonces sería plausible suponer que nunca se
enfrentó a los suyos y que su defensa de la vida de Smith, como argumenta Chief
Webster Little Eagle Custalow, fue parte de un rito de iniciación que le permitiría
a él convertirse en werowance, o jefe del área de Capahowasik (en Daniel 2005). Su
papel de mediadora sería en tal caso más físico que verbal, más de rehén que de
señora; una indígena más a quien asimilar al resto como exótico icono sexual con
el que aderezar una buena narrativa de viajes. Digamos que los primeros relatos,
donde se describe su comportamiento lascivo, no tuvieran intereses ante la Corona
como los de Díaz del Castillo, sino que fueran mero entretenimiento para un
público morboso, lector de una industria editorial floreciente a la sombra del
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
Lo plausible: similitudes y diferencias entre la Malinche y Pocahontas
anglicanismo. La imagen de Pocahontas con su vestimenta europea, más que de
rebelión, es de sumisión, como mujer y como indígena (Downs 2008: 407). Al
contrario que la Malinche, su entrega a los intereses de los demás parece total e
irredimible (Young 1962: 414).
De lo que pensaban los indios de Chesapeake no se sabe más que lo que citaba
Smith en su inspirada versión de 1624. Sin embargo, basándose en la tradición oral
nativo-americana, Custalow argumenta que (igual que lo harían con la actitud
sexual de sus mujeres) los colonos malinterpretaron los gestos de los algonquianos
bajo un prisma europeo, achacándoles una mala intención que no formaba parte
de su cultura pacífica, según la cual se debían evitar encuentros violentos siempre
que fuera posible (en Daniel 2005). Con este argumento se justifican actos como
el de que se abasteciese a los colonos, que Pocahontas fuera entregada por el jefe
patawomeck Japazaws a Argall en 1613, que Wahunsenaca abandonase a su hija
con los colonos y finalmente, que Rebecca y Rolfe contrajesen matrimonio (en
Daniel 2005). Según la lógica de este patrón narrativo, la niña inocente Pocahontas
iría a Jamestown como símbolo y garantía de la buena voluntad de su padre o,
como apunta Custalow, como símbolo de paz y garantía del orden y de los tratados
establecidos por su pueblo. Nada más alejado de imagen de la concubina Malinche
que liderase la lucha contra Moctezuma; y sin embargo, ambas serán en vida para
los suyos un emblema de la salvación de su pueblo y de la derrota de sus enemigos.
3. Divergencias narrativas plausibles
La primera diferencia entre la Malinche y Pocahontas estaría ya en el origen. Las
culturas que Downs tan genéricamente identifica como indígenas habrían sido
muy diferentes, así como lo sería el estatus de cada una de las protagonistas en su
respectiva sociedad. Tsenacommacah no era Tenochtitlán, Wahunsenaca no era
Moctezuma y su dominio de los pueblos algonquianos se basaba en la alianza y no
en la opresión (Daniel 2005). Nadie desheredó a Pocahontas, ni ce malinalli era la
hija de Moctezuma.15 En Virginia no habría revolución, sino ocupación americana.
O por lo menos no la habría en el siglo XVII.
En el siglo XVIII, sin embargo, las trece colonias americanas se rebelarían ante la
larga lista de repetidas injusticias de las que se considerarían objeto por parte de su
legítimo rey Jorge III, y, a causa de la falta de modelos de identidad nacional frente
a Gran Bretaña, surgió la madre del mestizaje, que debería ser Pocahontas como
personificación de la madre tierra Americana16 y no la isabelina Matoaka, quien
miraría entre triste y desconfiada a Simon van der Meer mientras él la pintaba en
Londres en 1616. Para cuando los mexicanos quisieron independizarse de la
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
61
Míriam Fernández Santiago
Corona española a principios del siglo XIX, México ya era mestizo, las deidades
aztecas ya se habían fusionado con las católicas y la figura de Doña Marina se
superponía a las de Eva (Messinger Cypess 1991: 6, 147-148; Messinger Cypess
2005: 17) y La Llorona (Pratt 1993: 860; Lefevere en Valdeón 2013: 176).
Pocahontas, sin embargo, fluctuaba entre las figuras y dibujos que publicitaban el
tabaco de Virginia y una especie de mutación ilustrada de la Gea Americanna. La
inicial lascivia que Strachey identificase en ella, así como la traducción del apelativo
“Pocahontas” por “little wanton” del primer periodo colonial desaparecerían
cuando la identidad del personaje pasase a fusionarse con la colonia de Virginia
(Young 1962: 711; Green 1975: 703-704; Downs 2008: 402), la “virginidad” (no
la posesión) de cuyas tierras justificaba que los colonos se apropiasen de ellas. En
el marco político de la independencia de Estados Unidos, el rechazo a la Corona
británica requeriría la forja de símbolos nacionales que de ningún modo pudiesen
relacionarse con Europa (Downs 2008: 400), de modo que en su ausencia, la
adaptación del motivo literario imperial de la princesa indígena se convertiría en la
figura postcolonial de semideidad clásico-nativa identificada con la naturaleza, con
quien los nativos americanos compartían la atribución de “salvajes”.
62
La cristianización, que haría una Doña Marina de ce malinalli y por la que el
imperio español se apropiaría de su identidad cultural indígena, serviría
paradójicamente a los intereses nacionalistas del México sublevado, que verían en
el imperio azteca un modelo de unidad política nacional y que perderían en el
proceso la oportunidad de enlazar con una narrativa plausible, de base estrictamente
política, en la que el pueblo se rebelaría contra el monarca opresor, sin necesidad
de apelar a motivos étnicos o culturales. Aferrarse a dichos motivos para sustentar
el rechazo a la Corona española supondría, tras siglos de ocupación, el rechazo a
las propias señas de identidad mexicanas, ancladas ya en el mestizaje. Así pues “la
Malinche”, en la apropiación que el castellano haría del nombre original del
personaje histórico, pasaría a ser “la Chingada” antes que volver a ser ce malinalli.
Mientras que los colonos británicos celebraron a Pocahontas como exotismo de las
Indias, los soldados españoles lucharían bajo las órdenes de Doña Marina,
subordinando en ambos casos las características de cada personaje a los diferentes
requisitos de la respectiva narrativa colonial; económica en el caso de la colonia
británica, bélica en el caso de la Corona española.
Una vez liberada de Moctezuma, la élite poscolonial mexicana —a la sazón
descendiente directa de los colonos españoles— esgrimiría de nuevo a Doña
Marina, ahora convertida en la Malinche, a modo de Cid maldito, para minar una
vez más las fuerzas del imperio, desde dentro. Así pues, la “little wanton”
Pocahontas será luego “Virginial”,17 con la serpiente de cascabel a sus pies, rezando
el “don’t tread on me” de Gadsden a modo de ensalmo de la victoria de María
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
Lo plausible: similitudes y diferencias entre la Malinche y Pocahontas
Inmaculada sobre el demonio. Y la nobleza de ce malinalli y Doña Marina, que
aparece en los códices tlaxaltecas como figura central desplazando a Cortés hacia la
derecha para sugerir un estatus superior político y social (Navarrete 2007: 297),
acabaría siendo primero la Malinche, luego la Chingada. De ahí que, aunque
incluso después de su matrimonio con Jaramillo la Malinche siguiese ostentando
signos de identidad maya en su apariencia externa, Cortés —también desnudo—
todavía se recreara en la desnudez de su cuerpo en los murales de principio del
siglo XX (Downs 2008: 408-409). De la evolución de estos dos personajes
femeninos, desde su origen narrativo colonial hasta su mutación en la independencia,
se desprendería que para ser mexicano sin trazas de españolismo sería necesario
renegar de la colaboración hispano-indígena en la lucha contra Moctezuma,
mientras que para ser estadounidense sería necesario celebrar la colaboración. Los
mexicanos mestizos, para borrar la conquista que subyacería a su mestizaje,
necesitarían encumbrar a Moctezuma como paradigma identitario y reducir a
Doña Marina a una Chingada a partir de la identificación de su cuerpo de mujer
con la tierra mexicana, penetrada por Cortés (Downs 2008: 406). Los
estadounidenses, necesitados de manera creciente de una constante celebración de
su mestizaje, por otra parte cada vez más complejo, se identificarían con el símbolo
del pacto social (Downs 2008: 407) y con la apropiación de la tierra en la figura de
Pocahontas.
Cuando en 1846, el honorable Waddy Thompson recogía en las memorias de su
ministerio en México que Pocahontas había seguido la estela de la intérprete de
Cortés, la de Doña Marina ya estaba manchada por la lujuria, para redención de la
entonces ya virginal Pocahontas (en Young 1962: 397). En los años que precedieron
a la guerra civil norteamericana, a Pocahontas la reclamaría como emblema de
identidad, la Confederación de Estados del Sur, lo que llevó a que la Unión
comenzase a poner en tela de juicio las dudosas fuentes coloniales de Smith o
Strachey (Downs 2008: 400). Pero tras la guerra, la apropiación de las fértiles
tierras sureñas implicará también la apropiación —más que el rechazo— de sus
mitos.18
Al igual que la Malinche, Pocahontas no se sacudiría nunca el estigma del discurso
colonial. Pero al contrario de lo que hace el mexicano, el nativo americano celebra
a Pocahontas, proporcionando una imagen de los indígenas del siglo XVII que es
más bien reflejo de su progresiva reducción a lo largo de la historia de los Estados
Unidos. A finales del siglo XIX, derrotados finalmente por el ejército estadounidense,
los indios powhatan, con más necesidad de recursos económicos que de armas,
tratarán de rentabilizar el mito colonial de Pocahontas a través de representaciones
teatrales (Gleach 2006: 435-436). Un siglo más tarde, esta tendencia se mantendría
operativa cuando un consejo asesor nativo americano formase parte del equipo de
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
63
Míriam Fernández Santiago
Disney para mejor justificar la (in)corrección política de la película animada de
1995 (Faida en Ono y Buescher 2001: 36). Todavía a principios del siglo XXI,
Custalow seguirá la estela colonial de Smith titulando la suya La verdadera historia
de Pocahontas,19 mientras alega seguir la tradición narrativa oral nativoamericana.
Su retrato, sin embargo, representa a los indígenas tal y como los colonos los
hubieran deseado que fueran en 1605: tribus enteras de buenos salvajes, tan
pacifistas como los estudiantes que se manifestaban contra la Guerra del Vietnam
en los sesenta. Finalmente, el discurso feminista estadounidense del siglo XX
denunciará el paradigma tradicional de Pocahontas como el de una víctima del
racismo androcéntrico, pero también lo reclamará como instrumento de su propia
lucha de género (Green 1975: 703-704; Dundes 2001: 355; Tremblay 2002:
123), instrumentalizándolo para su causa, como se habría venido haciendo desde
el principio.
64
En el caso de la Malinche, esta apropiación llegará tan lejos como Custalow en su
victimización de los indígenas del periodo colonial, cayendo en la visión sexista que
la victimiza como mujer y como indígena al intentar rescatarla de la acusación de
traidora y concubina (Downs 2008: 410). En los años setenta, las chicanas del lado
norte de la frontera incorporarían el personaje de la Malinche como motivo
narrativo al movimiento de rebelión sociocultural que reclamaba sus derechos
tanto de género, como de lengua y de raza por analogía con la participación de ce
malinalli/Doña Marina en la conquista española de las Indias Occidentales (Pratt
1993: 860). Sin la necesidad ya de construir una identidad nacionalista mexicana,
pero acuciadas por la necesidad de construir su propia identidad doblemente
mestiza en términos positivos, proyectarían su propio discurso sobre el personaje
de una Malinche que adquiere cualidades que se presentan como plausibles dentro
de esta nueva narrativa. Al igual que plausiblemente hiciera la Malinche, las
chicanas buscan su propio empoderamiento (Kirtley y Kirtley 2012: 55) en la
sociedad estadounidense que las deshereda como tales erigiéndose en herederas de
una Malinche que ya no es una Chingada, sino una cacica frente al discurso
etnonacionalista que las reduce política y sexualmente (Pratt 1993: 861-862). Es
curioso ver cómo en su discurso, las diferentes narrativas coloniales a ambos lados
de la frontera se fusionan, superponiendo la rebelión y la colaboración, y establecen
similitudes entre los modelos narrativos originales de la Malinche y Pocahontas.
En el siglo XXI, serán las grandes compañías, aunque ya no tabacaleras, las que más
rentabilicen el emblema de Pocahontas. Desde esta perspectiva, Tremblay verá de
manera retrospectiva cómo
la tragedia de la asimilación británica de Pocahontas y el éxito que éstos (los
británicos) consiguieron al sobrevivir y conquistar a sus “parientes belicosos e
incomprensibles” se convirtió en un gran romance. Primero fueron los anuncios de
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
Lo plausible: similitudes y diferencias entre la Malinche y Pocahontas
tabaco, luego, las representaciones teatrales, los poemas, los musicales y ahora son las
películas de animación y las muñecas las que la erotizan en la imaginación tanto de
los niños como de los adultos. (2002: 123, traducción de la autora)20
Ono y Buescher analizan la tematización de Pocahontas en el film de Disney de
1995 como un código o una cifra (cipher), un tipo de bien de consumo del
capitalismo tardío que construiría una forma visual fácilmente reproducible y la
usaría para comercializar miríadas de productos. La narrativa que instrumentalizaría
a Pocahontas como código mercantil serviría para comercializar productos,
identidades sociales étnicas y de género, e incluso historias, apareciendo como un
sistema de significado en sí mismo (2001: 25, 33, 35). Según Kent A. Ono y
Derek T. Buescher, el “código Pocahontas” de Disney, prometería satisfacer la
necesidad de acabar con la historia colonial, el racismo y el sexismo, y legitimaría la
apropiación que de él hacen varios movimientos y grupos de lucha por la liberación
en el seno de la cultura nativo americana y del feminismo (2001: 35-36).
Mientras que, al norte de la frontera, el mito se generaría sobre una base narrativa
de carácter económico, al sur, dicha base sería de carácter político. Entrelazadas
con estas narrativas se encuentran también diversas tradiciones narrativas religiosas.
Pocahontas salvaría a Smith de la ejecución interponiendo su propio cuerpo
preadolescente, lo cual sería signo metonímico de la elección divina del pueblo de
Jamestown en particular (Young 1962: 413),21 y de la excepcionalidad
estadounidense en general. Los rituales de adopción en la tribu, también ligados a
las concesiones de poder y a los tratados políticos, son reinterpretados en clave
cristiana, con Smith como revisión del personaje de Cristo a punto de ser sacrificado
a modo de cordero y rescatado en el último momento por una gracia divina que
actuaría, salvando las distancias del símil, a través de una pagana. El imperativo de
plausibilidad narrativa dentro del discurso religioso cristiano haría que dicha
pagana se adaptase al personaje de Rebeca, una israelita de pura sangre que
propagaría la estirpe colonial de los “Red Rolfes” que acabarían heredando
Virginia.
Tras la guerra civil, cuando la Unión los desheredase de su tierra virginal, el
enemigo yanqui también poseería a Pocahontas, más que renegar de ella, pero (y a
pesar de la guerra) no lo haría de forma que la transformase en una Chingada, sino
—siguiendo el patrón narrativo bíblico— como un buen hermano con su cuñada
viuda, todavía y a pesar de su progenie, en virgen. Cuando el México mestizo
expulsara a la Corona española, habría de renegar, como explica Paz, de su propio
mestizaje; lo cual hará de manera ritual a través del chivo expiatorio de la Chingada.
La paradoja es que, al hacerlo, renegaría también de su herencia azteca, de los
mitos precolombinos que profetizaban una nueva era tras la llegada de Quetzacóatl,
de la complejidad social de una civilización cuya sofisticación y fuerza serían
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
65
Míriam Fernández Santiago
66
plausiblemente la brecha que posibilitase su caída. Y aunque sea incorrecto decirlo
en los tiempos que corren, renunciando a una narrativa que pusiese de relieve la
liberación política que, con el paso de los siglos, supondría el mestizaje. ¿Sería
acaso plausible suponer que si Moctezuma hubiese sido más benevolente, si los
pueblos a los que sometiera le hubiesen amado más que temido, éstos no hubiesen
apoyado la ofensiva de Cortés? El inconveniente de esta narrativa plausible estaría
en que suponerla no solo minimizaría la importancia militar del imperio español,
sino que impediría la narración nacionalista de un México unido e independiente,
cuya glorificación solo sería posible con la demonización del personaje de la
Chingada. Doña Marina no encarnaría su tierra a los ojos de los conquistadores,
sino que sería para ellos un instrumento para la conquista, mientras que los aztecas
la verían como la señora y cacica que propiciase el advenimiento del dios
Quetzacóatl. Desde la ironía histórica de una narrativa plausible, la Malinche daría
origen simbólico (en clave biológica, política y cultural) a un nuevo orden mestizo
tanto azteca como cristiano, tanto redentor como apocalíptico. Al igual que ce
malinalli y Doña Marina, Rebecca Rolfe no sobreviviría a los tiempos imperiales.
Una narrativa plausible podría igualmente representarla como traidora a su pueblo,
a sus costumbres y religiones, así como a su propio cuerpo; un cuerpo que junto
con su tierra, rendiría a los intereses coloniales de su esposo. Dicha narrativa haría
a los nativos americanos acreedores plausibles de su traición, del injusto regalo de
su herencia tanto económica como cultural, política y biológica. En los respectivos
contextos narrativos en los que los hechos que fueran factuales se producirían,
estas dos narrativas no serían, sin embargo, plausibles, lo cual excluiría de entrada
su posibilidad histórica.
4. Conclusión
Me parecería que se equivocan aquellos (Downs 2008; Tratner 2009; Navarrete
2007, entre otros) que tratan de discernir los hechos que realmente acontecieron
de los que podrían haber acontecido, porque los primeros ocurrieron ya filtrados
por las narrativas previas22 que permitieron su codificación en origen y nunca
existirían fuera de ellas, ni siquiera para sus protagonistas, que también aparecieron
ya entretejidos en dichas narrativas. También se equivocarían quienes ven en los
personajes y en los hechos el origen de posteriores narrativas, nacidas como brotes
a la sombra de los intereses y visiones de generaciones posteriores (Young 1962:
414-415; Tratner 2009: 130); estas narrativas se desarrollarían sobre aquellas otras
anteriores a uno y otro lado de lo plausible, dependiendo de los contextos en los
que prosperasen, a la vez que los alimentarían de manera simbiótica.23 Nunca
dejará de fascinarme el poder factual de las figuras retóricas, de la génesis narrativa;
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
Lo plausible: similitudes y diferencias entre la Malinche y Pocahontas
su capacidad de fluctuar entre lo abiertamente ficticio y lo religioso, de saltar desde
lo mítico a lo político, y desde lo científico de vuelta a lo político y lo sociológico,
de sustentar tanto lo legal como lo económico. Consideradas como constructos
narrativos plausibles dentro de sucesivas convenciones literarias de conquista y
seducción (o rebelión y apropiación), la Malinche y Pocahontas muestran una
dirección rizomática y una estructura disipativa con el único límite performativo de
lo plausible.
Notas
1
. Grillo ahonda más en otros
significados posibles de su nombre original y
en la evolución posterior en castellano: “Su
nombre original, Malinalli, significa ‘hierba
torcida’ en náhuatl —su lengua materna—,
pero es también el decimosegundo signo del
ciclo de 260 días, día funesto [...]. Y hay
también otra referencia posible: la diosa
lunar, única hembra entre los hombres‐
estrella, que era llamada Malinal Xóchtil o
Malintzin. [...] En algún momento fue llamada
también Tenépal, hecha de cal, es decir, de
piel clara como la luna [¿quizás con el sentido
de ‘la que va con los blancos?’ (Pratt 1993:
864)], otra etimología quiere que Tenépal
signifique dueña de la palabra” (Grillo 2011:
16). Según Carlos Montemayor el nombre
también significaría “hierba para hacer
cordeles” (2008).
2
. La atribución de un papel
instrumental de la Malinche es la visión más
extendida del personaje a lo largo de los
siglos (Downs 2008: 397; Valdeón 2011: 212213; Kirtley y Kirtley 2012: 50), y la que
permite su transformación en mujer objeto
como Chingada y en injusta víctima de la
conquista machista de Cortés y del posterior
machismo mestizo para las feministas del s.
XX (Pratt 1993).
3
. Cabe matizar en este sentido
que en ciertas obras de la literatura indigenista
de la época, tales como Doña Marina (1883)
de Ireneo Paz, también se daría la necesidad
de incorporar el legado indígena valorándolo
positivamente.
4
. “El proceso de identificación
entre Cortés y Malinalli en el mando de las
operaciones [...] habría permitido llamar a los
dos con el mismo nombre. Esto no debe
extrañarnos ya que la dualidad —o
identificación hombre‐mujer— era propia de
la cultura religiosa mexica” (Grillo 2011: 17).
5
. Para Grillo, la explicación
androcéntrica,
eurocéntrica
de
este
sobrenombre sería diferente. Grillo explica
que tras su bautismo como Marina, “[l]os
indios siguieron llamándola Malinalli y a
Cortés ‘el señor de Malinalli’, ya que señor,
dueño, en nahua, se indica con el sufijo ‘tzin’,
de respeto. Cortés pasó así a ser Malinalli‐
tzin. A su vez, los españoles reconvirtieron
este nombre en Malinche, cambiando el
sonido dulce ‘tzin’ en ‘che’. Así, en un
principio Malinche fue Cortés— ‘el Malinche’
y no ‘la Malinche’” (2011: 16).
6
. “well-featured
young girle”.
but
wanton
7
. “yet we saw many hundreds,
and had many in our power, and those very
young, and excellently favored which came
among us without deceit, starke naked”.
8
. “no way led […] with the
unbridled desire of carnall affection” (en
Stymeist 2002: 113-114, traducción de la
autora).
9
. Young reconoce el motivo como
el de “The Enamoured Moslem Princess” o la
princesa musulmana enamorada (1962: 409).
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
67
Míriam Fernández Santiago
10
. El historiador “Little Bear”
Custalow, sin embargo, señala lo implausible
de que, según las costumbres powhatan de la
época, una niña de diez años cruzase sola el
río Pamunkey (actualmente York) en una
canoa de unos 180 kilos (en Daniel 2005).
11
. En 1624, Smith se referiría a
una carta que le escribiera a la reina Ana,
donde le pedía que tratara a Pocahontas
como a un miembro de la realeza. Y el propio
Jaime I, aprovechándose de este fruto
narrativo y pensando en el parlamento,
manifestaría su incomodidad por el hecho de
que Rolfe contrajese matrimonio con un
miembro de la realeza, pues él mismo carecía
de título (Hulme 1986: 143).
68
12
. Sobre la base de un patrón con
larga tradición narrativa, Smith construye una
historia de Virginia que ya no es “True”
(verdadera) como la de 1608, sino una
adaptación del motivo del aventurero de
ultramar que es salvado por la princesa
extranjera (Green 1975: 699-700; Tratner
2009: 133).
13
. En 1616, Lady Rebecca sería la
estrella de Londres, donde los pubs más
avezados cambiarían su nombre por el de “La
Belle Sauvage” (Young 1962: 394).
14
. Green (1975: 704) y Downs
(2008: 408) coinciden en señalar que el título
de “Princesa” de Pocahontas aparece unido
al de su cristianización y que podría derivar
directamente de la misma. En mi opinión, las
fuentes serían más narrativas que religiosas,
y provendrían de la narrativa de viajes sobre
la que se fundamenta la General Historie de
Smith.
15
. En la versión de Disney de
1995, la Pocahontas animada adquiere el
liderazgo político de Malintzín ante a su
pueblo cuando renuncia a su amor con Smith
para seguir siendo virgen y líder (Virginia) en
América (Dundes 2001: 354).
16
. Young
explica
que
los
europeos en general, “easily adopted the
Indian as the iconographic representative of
the Americas [...] Indians, portrayed amidst
exotic flora and fauna, stood for the New
World’s promises and dangers” (1962: 701) y
describe cómo la iconografía europea de los
cuatro continentes de 1575 representa
América como una reina americana agresiva
o como una diosa-madre reemplazando a la
pareja de indígenas de principios de siglo y
cómo esa figura agresiva se domestica en
cierto modo cuando a mediados del siglo
XVIII es reemplazada por la figura de la
princesa indígena, quien porta el cetro de la
libertad y viste una túnica clásica (702).
17
. Tratner llega a justificar esta
identificación a través de la concepción
humoral de la edad moderna temprana,
según la cual, tanto las tierras como las
personas forman su carácter a partir de los
cuatro humores que, en este caso,
compartirían las tierras de Virginia y
Pocahontas (2009: 133).
18
. Young explica que, a lo largo
de los últimos 150 años, “Pocahontas is
represented in countless paintings and
monuments; she gives her name to ships,
motels, coal mines, town, counties, and
pseudonymous writers, to secret orders and
business firms” (1962: 399).
19
. The True Story of Pocahontas,
2007. El subtítulo continua “The Other Side of
History”, reconociendo la dicotomía entre la
versión de Custalow (story) y la visión
disciplinar de la “Historia”, y da por sentado
que la suya es relato, cuento o ficción.
20
. “[t]he tragedy of Pocahontas’
assimilation to British ways and the success
of the British at surviving in the colonies and
conquering her ‘war-like, incomprehensible
relatives’ became a great romance. First it
was tobacco ads, later plays, poems,
musicals, and now animated features and
dolls that eroticize her in the imagination of
adults and children alike”.
21
. Young también verá en la
narración de Smith un patrón narrativo cuya
simbología religiosa ha permitido que se
utilice a modo de parábola en la que el
aventurero es la raza humana que cae en la
prisión del pecado y la joven doncella
extranjera es Cristo que lo salva. Young
señala la incongruencia de que en esta
parábola Cristo acabe siendo hijo del diablo,
pero justifica su prevalencia a lo largo de los
siglos a través de su funcionalidad (1962:
412).
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
Lo plausible: similitudes y diferencias entre la Malinche y Pocahontas
22
. Downs también distingue
entre los personajes históricos y su posterior
evolución narrativa, como si fuesen algo
diferente (2008: 397), se maravilla con
sarcasmo de que la vida sea reflejo del arte
hasta tal punto que la historia de Smith de
1624 siga tan fielmente el trazado del “Young
Beichan” que Gilbert Becket publicarían
antes de 1300 en Inglaterra (Green 1975:
699). Pero el concepto de originalidad no
llegaría a Inglaterra hasta finales del siglo
XVIII y, siendo narrativas ambas, es normal y
hasta recomendable que se adapte algún
éxito previo en la redacción de cada obra
nueva.
23
. Young describe esta forma de
creación/evolución narrativa con increíble
precisión léxica: “Dramatizar la historia a
partir de hechos presuntos, llenando los
huecos o inadecuaciones con un material
inventado que se presenta normalmente
como factual, da lugar a tantos tratamientos
diferentes —desde lo serio hasta lo absurdo—
que comienzan a parecer incontables” (1962:
399, traducción de la autora [“Dramatizing the
story from the alleged facts, and filling gaps or
inadequacies with invented material usually
presented as fact, there are so many different
treatments, ranging from the serious to the
absurd, that they begin to look numberless”]).
Obras citadas
and
under a Façade of Liberation”. The Social
Science Journal 38: 353-365.
CUSTALOW “LITTLE BEAR”, Linwood y Angela L.
DANIEL “Silver Star”. 2007. The True Story of
Pocahontas. The Other Side of the Story.
From the Sacred History of the Mattaponi
Reservation People. Golden, Co.: Fulcrum
Publishing.
GASPAR DE ALBA, Alicia. 2014. [Un]framing the
“Bad Woman”: Sor Juana, Malinche,
Coyolxauhqui, and Other Rebels with a
Cause. Austin: University of Texas Press.
COLLINS,
Maurice.
1954.
Moctezuma. Londres: Faber.
Cortés
DANIEL, Angela L. 2005. “Pocahontas: A
Reflection of Powhatan Culture”. En MorettiLangholtz, Danielle (ed.) A Study of Virginia
Indians and Jamestown: The First Century.
<http://www.nps.gov/parkhistory/online_
books/jame1/moretti-langholtz/contents.
htm>. Acceso 29 Julio 2014.
DÍAZ DEL CASTILLO, Bernal. (1632) 2005. Historia
verdadera de la conquista de la Nueva
España. Aparato de Variantes. Serés,
Guillermo (ed.) RAE. <https://www.rae.es/
sites/default/files/Aparato_de_variantes_
Historia_verdadera_de_la_conquista_de_la_
Nueva_Espana.pdf>. Acceso 22 Julio 2014.
DOWNS, Kristina. 2008. “Mirrored Archetypes:
The Constructing Cultural Roles of La
Malinche and Pocahontas”. Western Folklore
67 (4): 397-414.
DUNDES, Lauren. 2001. “Disney’s Modern
Heroine Pocahontas: Revealing Age-Old
Gender Stereotypes and Role Discontinuity
GLEACH, Frederic Wright. 2006. “Pocahontas:
An Exercise in Myth-making and Marketing”.
En Kan, Sergei y Pauline Turner Strong (eds)
New Perspectives on Native North America:
Cultures, Histories, and Representations.
Lincoln: University of Nebraska Press: 433455.
GREEN, Rayna. 1975. “The Pocahontas Perplex:
The Image of Indian Women in American
Culture”. The Massachussets Review 16 (4):
698-714. Acceso 28 Junio 2014.
GRILLO, Rosa María. 2011. “El mito de un
nombre: Malinche, Malinalli, Malintzin”.
Mitologías hoy 4: 15-26. <https://revistes.uab.
cat/mitologias/article/view/v4-grillo>. Acceso
24 Julio 2014.
HULME, Peter. 1986. Colonial Encounters:
Europe and the Native Caribbean, 1492-1997.
New York: Methuen.
KIRTLEY, Patricia M. y William M. KIRTLEY. 2012.
“Malinche: The Revered and Reviled Doña
National
Social
Sciences
Marina”.
Proceedings.
Albuquerque
Professional
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368
69
Míriam Fernández Santiago
Development Conference 51: 50-59. <http://
w w w. n s s a . u s / j o u r n a l s / p d f / N S S _
Proceedings_2012_Albuquerque.pdf>.
Acceso 10 Junio 2014.
Indians and Jamestown: The First Century.
<http://www.nps.gov/parkhistory/online_
books/jame1/moretti-langholtz/contents.
htm>. Acceso 29 Julio 2014.
MESSINGER CYPESS, Sandra. 1991. La Malinche
in Mexican Literature. From History to Myth.
Austin: University of Texas Press.
SMITH, John. (1624) 2017. The Generall Historie
of Virginia, New-England, and the Summer
Isles: With the Names of the Adventurers,
Planters, and Governours From Their First
Beginning, An. 1584 to This Present 1624.
London: Forgotten Books.
MESSINGER CYPES, Sandra. 2005. “‘Mother’
Malinche and Allegories of Gender, Ethnicity
and National Identity in Mexico”. En Romero,
Rolando y Amanda Nolacea Harris (eds.)
Feminism, Nation and Myth: La Malinche.
Houston, Texas: Arte Público Press: 14-27.
MONTEMAYOR, Carlos. 2008. Diccionario del
náhuatl en el español de México. Ciudad de
México: Secretaría de Educación del Distrito
Federal, Universidad Nacional Autónoma de
México.
NAVARRETE, Federico. 2007. “La Malinche, la
Virgen y la montaña: el juego de la identidad
en los códices tlaxaltecas”. História, São
Paulo 26 (2): 288-310.
70
ONO, Kent A. y Derek T. BUESCHER. 2001.
“Deciphering Pocahontas: Unpacking the
Commodification of a Native American
Critical
Studies
in
Media
Woman”.
Communication 18 (1): 23-43.
PAZ, Ireneo. 1883. Doña Marina. México:
Imprenta y Litografía de Ireneo Paz.
PAZ, Octavio. (1950) 2000. El laberinto de la
soledad. Madrid: Cátedra.
PRATT, Mary Louise. 1993. “‘Yo Soy la
Malinche’: Chicana Writers and the Poetics of
Ethnonationalism”. Callaloo. On Postcolonial
Discourse 16 (4): 859-873.
RAGAN, Edward. 2005. “A Brief Survey of
Anglo-Indian Interactions in Virginia during
the Seventeenth Century”. En MorettiLangholtz, Danielle (ed.) A Study of Virginia
STYMEIST, David. 2002. “Strange Wives:
Pocahontas in Early Modern Advertisement”.
Mosaic 35 (3): 109-126.
TRATNER, Michael. 2009. “Translating Values:
Mercantilism and the Many ‘Biographies’ of
Pocahontas”. Biography 32 (1): 128-296.
< h t t p s : / / r e p o s i t o r y. b r y n m a w r. e d u / c g i /
viewcontent.cgi?article=1001&context=engl_
pubs>. Acceso 10 Julio 2014.
TREMBLAY, Gail. 2002. “Reflections on
Pocahontas. The Things Colonial Angels
Witness, Inside View; The Things Colonial
Angels Witness, Outside View”. Frontiers 23
(2):
121-126.
<https://www.jstor.org/
stable/3347404?seq=1#page_scan_tab_
contents>. Acceso 16 Julio 2014.
VALDEÓN, Roberto A. 2011. “On Fictional Turns,
Fictionalizing Twists and the Invention of the
Americas”. Translation and Interpreting
Studies 6 (2): 207-224. <https://www.jbeplatform.com/content/journals/10.1075/
tis.6.2.06val>. Acceso 9 Julio 2014.
VALDEÓN, Roberto A. 2013. “Doña Marina/La
Malinche. A Historiographical Approach to
the Interpreter/Traitor”. Target 2512 25 (2):
157-179.
<https://benjamins.com/catalog/
target.25.2>. Acceso 12 Julio 2014.
YOUNG, Philip. 1962. “The Mother of Us All:
Pocahontas Reconsidered”. The Kenyon
Review 24 (3): 391-415.
Received: 22/05/2018
Accepted: 21/11/2018
miscelánea: a journal of english and american studies 60 (2019): pp. 51-70 ISSN: 1137-6368