204 Tropelías. Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, 18 (2012)
Túa Blesa
LA ESCRITURA COMO PALIMPSESTO
(UNA FORMA DE LA LOGOFAGIA)∗
Túa BLESA
Universidad de Zaragoza
L
a escritura, y la inscripción en general, vino a superar la naturaleza efímera del
habla, ésa por la cual su manifestación es ya propia disolución, tal que, si al
principio fue el verbo, en el instante siguiente se esfumó. La escritura, como le
explicó Theuth a Thamus, según el relato de Platón en Fedro, «se ha inventado como un
fármaco de la memoria y de la sabiduría» (Platón, 1992: 403), esto es, inscripción que
permanece, que archiva, argumento al que Thamus dará la vuelta, todo ello en un texto
apasionante y que ha dado lugar a comentarios no menos apasionantes.
Ni Theuth ni Thamus, ni Platón, pudieron tener en cuenta el singular modo de
escritura que idearía Jorge Luis Borges en “El libro de arena”, en cuyas páginas el
vendedor de tal libro deja advertido al posible comprador que habría que fijarse con
toda atención en lo que leyese, pues lo representado en ellas se desvanecería una vez
pasada la página. Escritura, entonces, que es inscripción sin inscripción, sin posibilidad
de archivo, escritura que perdura el tiempo de su lectura, efímera, en fin, como lo es el
habla y que no habría servido a Theuth como prueba de «fármaco de la memoria y de la
sabiduría».
Un modo muy diferente de inscripción es el que atrajo la atención de Sigmund
Freud y que le llevó en 1924 a escribir “El «block» maravilloso” (“Notiz über den
«Wunderblock»”). Tal artilugio que era entonces novedad, según él mismo dice, se le
presentó como analogía extraordinaria del funcionamiento del aparato psíquico tal como
lo había concebido el creador del psicoanálisis. Al igual que «el block no ofrece tan sólo
una superficie receptora utilizable siempre de nuevo, como la pizarra, sino que conserva
∗
Una versión de este trabajo se presentó por invitación del coordinador, Ángel Escobar, a quien
aprovecho la ocasión para expresarle mi agradecimiento, en Palimpsesto: historia cultural y significado
literario. Universidad de Zaragoza. Zaragoza, 21-23 de octubre de 2002.
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La escritura como palimpsesto (una forma de la logofagia)
una huella permanente de lo escrito, como la hoja de papel» (Freud, 1924: 2810), así el
individuo no conserva fijado todo aquello que experimenta, si bien guarda en el
inconsciente huellas, restos de todo ello, restos que además conforman una memoria sin
recuerdo aunque sin olvido.
De estos modos de inscripción, el que da a leer la palabra en una única ocasión y
el que conserva la huella de lo escrito en algún momento anterior al par que el texto
nuevo, el palimpsesto se inclina hacia el segundo modelo, se asemeja a ese block
maravilloso en el que una y otra vez las palabras se presentan a la lectura con una
tenacidad que va más allá de la escritura que se les superpone. Y se puede añadir que la
cultura misma se comporta de esta manera, conservando, lo que hace que el palimpsesto
se presente como su sinécdoque. Y, si tal es el funcionamiento del proceso cultural, no
de otro modo se comporta la literatura. El texto literario tiene como condición la
semejanza, esa cierta forma de repetición, de reiteración, con al menos algunos de los
textos literarios anteriores, para lo cual ha de reproducir no pocos de los rasgos
constituyentes de aquéllos, ahora hechos también propios. Si ello no se cumpliese, el
nuevo texto literario resultaría irreconocible como tal, palabra sin identificar, texto sin
género ni ámbito de escritura. En el límite, cabe decir que el texto más literario sería
aquél que repitiese uno tras otro todos y cada uno de los componentes de otro texto
sancionado ya como literario, tanto es así que en otro lugar propuse que el trabajo de la
parodia es el de la literatura misma al exigir esa modalidad textual la presencia de otro u
otros textos ajenos; presencia de otro texto que habrá de darse, como Linda Hutcheon
señaló con todo acierto, en la forma de «repetition with difference» (Hutcheon, 1985:
32). Así, la parodia «es la condición de lo literario que ha sido hipertrofiada, la parodia
es la oda desmesurada, es la oda atraída hacia el centro, donde se encuentra a ella
misma, donde es la oda y su doble» y también que «es lo literario en cursiva» (Blesa,
1994: 58).
La práctica literaria, por otra parte, confirma todo lo anterior, desde la imitatio
clásica a lo que Gérard Genette, bien que con presupuestos muy distintos, pudo llamar
ya en el título de su libro Palimpsestes. La littérature au second degré (1982), donde
describía cuáles y cómo son las relaciones entre unos y otros textos. Si ese libro puede
ser sintomático de un cierto pensamiento de lo literario según el cual de esta a aquella
página los elementos se trasladan, no lo es menos la teoría de la influencia de Harold
Bloom, quien ha llegado a escribir en A Map of Misreading que «there are no texts, but
only relationships between texts» (Bloom, 1994: 3; las cursivas en el texto). Y, con
presupuestos diferentes, Mijáil Bajtín centraría la cuestión en la multiplicidad de voces.
Precisamente en uno de los textos que introdujeron su pensamiento en la teoría
occidental, Julia Kristeva escribiría que por la intertextualidad «todo texto se construye
como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto […] y el
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lenguaje poético se lee, al menos, como doble» (1974: 1, 190), todo lo cual resulta ser
glosa de lo que sucede con la escritura del palimpsesto.
Si en la teoría literaria se ha prestado atención siempre de una u otra forma a la
cuestión de los modelos de escritura, es decir, a cómo sobre el nuevo texto se cierne la
textualidad anterior y proyecta su sombra sobre él hasta transparentarse en mayor o
menor medida en sus trazos, una de las razones ha de ser lo que los propios textos
literarios dicen al discurso de la teoría. Y es que no hay duda alguna de que la práctica
de la lectura revela muy pronto cómo leer es una cierta forma de releer, cómo el
encuentro con la palabra nueva es en mayor o menor grado un reencuentro con algo de
lo que otro u otros textos anteriores ya habían dicho. Las formas, los tópicos, las figuras,
las estructuras, los personajes, etc. están en un movimiento permanente de regreso desde
el pasado, así como en un movimiento de combinación que puede llegar a producir la
impresión de novedad.
Si la teoría lo sabe, no lo saben menos, pues, los escritores, desdoblados siempre
en teóricos, y ponen en práctica esta sumisión del trazo a lo antes trazado, bien se ponga
de manifiesto, bien quede más o menos encubierto, bien se lo propongan en sus
presupuestos, bien se imaginen a sí mismos cubiertos por la pantalla de la originalidad.
A propósito de este escribir en cuanto reescribir, uno de los casos más sobresalientes, si
no el más, es el de “Las intrigas venecianas o el síndrome Myslowitz-Braunschweig” de
Ignacio Prat, relato que, como señalé en otra ocasión, está compuesto por una primera
mitad tomada de «Intrigas venecianas o Fray Gregorio de Jerusalén» de José María
Blanco White y cuando se interrumpe la copia de este texto se pasa a tomar prestado el
resto de “Myslowitz-Braunschweig-Marsella”, uno de los escritos de la colección
denominada “Haschisch” de Walter Benjamin. En tal modo de composición Prat
escribió tan sólo unas pocas palabras, con lo que no parece impropio hablar de una
escritura sin escritura o, si se prefiere, de una doble escritura (véase Blesa, 2008). Hasta
donde yo sé, nadie se atrevió a tanto1. O sí. José-Miguel Ullán en Mortaja redactó una
serie de poemas que no sólo tienen la apariencia de crónicas de sucesos de la prensa,
sino que en efecto lo son y con muy ligeros y escasos retoques (véase Blesa, en prensa).
Teniendo en cuenta estos casos y algunos de los que se citan a continuación, ¿no debería
hablarse de un rasgo de lo que fue lo novísimo en la poesía española que consistiría en
la práctica de copia?, ¿de un escarnio de la idea de creación?
Si “palimpsesto” en el trabajo antes citado de Genette es una metáfora, y hay que
decir que afortunada, no lo es menos en, por ejemplo, este poema de Leopoldo María
Panero de su libro Teoría del miedo:
1
La obra literaria de Ignacio Prat es toda una trama de apropiaciones; véase, además del trabajo aludido
donde se dan las precisiones pertinentes, Blesa 1990. Puede leerse el relato en cuestión en Prat (1983:
131-137).
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La escritura como palimpsesto (una forma de la logofagia)
PALIMPSESTO
“Er resplan la flors enversa”
lo dijo Raimbaut d’Aurenga
convirtiendo andrajos en silbos
y silbándole al diablo: “Tiger burning in the night”
qué inmortal mano o qué ojo pudo crear tu aterradora simetría
lo dijo Blake mientras sus pies ardían
en el fuego secreto de la nada donde habitan
insectos y pulgones más viciosos que la vida
Oh tigre, tigre ardiendo fuerte
nos rescata de la vida.
(Panero 2001: 60).
El título del poema afirma que se trata de un palimpsesto, sin embargo lo es tan
sólo en un cierto sentido, digamos que sub specie figurae. Evidentemente, incorpora
hasta dos citas de textos anteriores, de los que se respeta su lengua –aunque una de ellas
no es literal, como señalo enseguida–, con sus correspondientes comillas e incluso se
deja constancia en el poema mismo de los autores de los que se toman. Así, por esa
supervivencia de escrituras anteriores, no es ilegítimo decir de “Palimpsesto” que sea
título inapropiado. Hay que añadir que este poema reescribe más de lo que en él se
marca. Si el verso inicial se corresponde con el primero de una de las composiciones de
Raimbaut d’Aurenga, tal como se advierte, el «convirtiendo» que se lee a continuación
proviene también del léxico de la transformación que va pautando el texto provenzal:
«enversa» (vv. 1, 17 y 33), «enverse» (vv. 9, 25 y 41) –por ejemplo, «flors enversa» lo
traduce Martín de Riquer en Los trovadores como «flor inversa», a lo que agrega en
nota «‘flor inversa, invertida, contraria’, es decir: lo contrario de la flor» (de Riquer
1975: 445 y n. 1)–. Del mismo modo, en dicha composición se lee «siscle(s)” (vv. 5, 13,
21, 29, 37 y 45), que es el origen de «silbos» (v. 3) en el poema de Panero quien se
muestra entonces a momentos como traductor. Por su parte, «Tiger burning in the
night» es cita inexacta, o resumida, de «Tyger! Tyger burning bright / In the forests of
the night», versos iniciales (se repiten también en la última estrofa) de “The Tyger”, en
Songs of Innocence and Experience de William Blake (Blake, 1975: 60-61), poema que
es también el origen del verso 9 de “Palimpsesto”, «Oh tigre, tigre ardiendo fuerte»,
donde «fuerte» habrá de ser leído como traducción de «bright»2. Y continúa
“Palimpsesto”: «qué inmortal mano o qué ojo pudo crear tu aterradora simetría», lo que
es simple traducción de los versos de Blake que suceden a los ya citados: «What
immortal hand or eye / Could frame thy fearful symmetry!» y aún se puede señalar que
«fuego» (v. 7) se corresponde con «fire» (v. 6). Teniendo todo esto en cuenta, este
“Palimpsesto” lo es porque su título así lo dice, pero además porque permite leer en él
2
Además de que en no pocas de sus composiciones Panero traduce, son singulares sus traducciones,
recogidas en Cuentos completos (Panero 2007) y en Traducciones. Perversiones (Panero 2011), tarea a la
que me he referido en mis introducciones a ambos volúmenes.
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fragmentos, inscritos en diversas formas, de textos anteriores, procedimiento tan típico
de la literatura y de extraordinaria frecuencia en la literatura moderna, del que José
Enrique Martínez ha ofrecido unos detallados panorama y catálogo en su La
intertextualidad literaria (Martínez, 2001).
Si bien se da, pues, una utilización retórica del término palimpsesto, es también
cierto, y sin duda es lo que ahora resulta más relevante, que la escritura literaria sí
manifiesta en ocasiones que el modelo del palimpsesto, la producción de palimpsestos,
no es algo que pertenece al pasado, sino que está todavía vigente y se pueden leer
algunos textos conviviendo en un soporte único, por lo que se debe hablar de
palimpsesto en su sentido más recto.
Y así, en su sentido recto, es como ha de hablarse de palimpsesto ante el caso del
poema del libro De lo real y su análisis (1994) de Jesús Munárriz de idéntico título que
el anterior y que presento a continuación, aunque de idéntico título por el trabajo que le
es propio al palimpsesto:
(Munárriz, 1994: 27)
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La escritura como palimpsesto (una forma de la logofagia)
El procedimiento de composición que ha seguido Munárriz en este texto es bien
evidente. Tomando a modo de hoja en blanco una página ya recorrida por el trazo, el
muy conocido poema de Dámaso Alonso “Insomnio”, de su Hijos de la ira (1944), esto
es, un poema ya escrito, la “creación” pasa aquí como labor preparatoria o primer
ejercicio por el borrado de todo aquello que en la actual situación de escritura resulta
inactual, inapropiado para el escritor en cualquiera de sus sentidos por las razones que
sean. Así, “Insomnio” viene a ejercer la función del borrador, a partir del cual se lleva a
cabo la redacción definitiva, aunque ésta coexiste con tal “borrador”, ofreciendo la
posibilidad de una lectura que es, al menos, doble. Y es que el poema no destina a la
papelera o reserva para el archivo personal el “borrador”, sino que lo recalifica como
texto, latente si se quiere, al darlo a la lectura.
Algunos de los cambios en este paso del proceso de génesis de “Palimpsesto”
merecen cierta atención. Si hacia principios de la década de los cuarenta Madrid era
«una ciudad de más de un millón de cadáveres» (v. 1), cincuenta años después la voz
poética no se referirá ya a Madrid sino a España y la población de la que se habla no
podrá ser ya la de los habitantes muertos vivientes de tal ciudad sino otra, la «de más de
tres millones de parados» modificando con este gesto de supresión y adición textual la
significación del discurso, gesto que exige más adelante el tachado de «un millón de
cadáveres en esta ciudad de Madrid» (v. 6) para leerse ahora en los interlineados «tres
millones de parados» y «en este país llamado España». Obviamente, tanto «cadáveres»
como «parados» son denominaciones dictadas por una mirada crítica a la realidad. En
otro pasaje, en aquel en el que Dámaso Alonso había dejado constancia de su edad al
escribir el poema donde se leía –¡y todavía se lee!, advertencia que vale para todos los
casos– «hace 45 años que me pudro» (v. 3), se debe leer ahora atendiendo a los trazos
en los espacios que las palabras dejan en blanco «hace 52 años que me desespero» –el
año de nacimiento de Munárriz es 1940, lo que fecha la redacción, por así decir, del
poema en 1992–, solución que se alcanza tras haber asistido a la sustitución de «pudro»
por «aburro» primero y, desechado este verbo, por «indigno» más tarde, a su vez
reemplazado en un momento posterior, cadena de sustituciones que se ofrece toda ella a
la vista, con lo que el texto publicado exhibe todos los estadios del proceso genético de
su escritura. O sea el caso, en fin, de la imagen vegetal de «los grandes rosales del día»
(v. 9), a la que se le superpone en el nuevo poema «pequeños bonsáis», como un
ejemplo más de que la escritura de “Palimpsesto” supone la puesta al día del poema que
cuenta ya con medio siglo de existencia.
En todos estos pasos del discurso por lo demás lo que tiene lugar es la doble
operación de supresión y adición. Sin embargo, en otros casos la transformación es por
simple agregación: así, la marca tras «Dime» (v. 8) indica que el lector habrá de insertar
en tal lugar «le digo, diosecillo»; y si “Insomnio” discurre por un total de diez versos o
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versículos, “Palimpsesto” no se detiene ahí, sino que, tomando como modelo los versos
inmediatamente anteriores, los vv. 9 y 10, adjunta otros dos más al texto. Por lo demás,
como es bien evidente, la mirada a un mundo degradado de Alonso se continúa o
incluso se puede decir que se intensifica en la nueva redacción, corregida, del texto.
“Palimpsesto” de Munárriz muestra, pues, con toda evidencia cómo en ocasiones
la palabra nueva va a encontrar su lugar en los espacios que le permite, aunque sea tras
su tachado, el texto anterior, escritura, entonces, que no ocupa el lugar que le es propio,
el del cuerpo del texto, sino que se desplaza al interlineado, al margen –en cualquier
caso el lugar que no es la línea, el centro–, desde donde se superpone a la preexistente,
pero sucede, sin embargo, que la palabra nueva no culmina su tarea, no termina de
borrar a aquélla, sino que la conserva haciéndola manifiesta, de manera que la lectura
permite, aunque más bien ha de decirse que obliga a ello, la lectura de dos textos
dispuestos sobre un soporte único, dos textos en un único texto, que se lee
efectivamente, al menos, como doble. No es detalle menor, por lo demás, el hecho de
que, en ejemplos como éste y hablando en términos de cantidad de discurso, el anterior,
el “tachado”, resulta ser notablemente mayor que la palabra añadida –lo propiamente
escrito por Munárriz es más bien poco–, aunque el resultado es que, dado que el
discurso antiguo no se desvanece, el final resultante, que incluye necesariamente a éste,
será sistemáticamente de mayor extensión. Y, aunque es verdad que Munárriz ha
escrito, como ya he indicado, poco, hay que añadir que ha (re)escrito todo el conjunto y
el gesto de la firma de la palabra ajena, doblemente firmada, y de la propia, que firma lo
propio y lo apropiado, zanja la cuestión.
Por otra parte, el poema de Munárriz es una realización particular del tipo textual
al que en otra ocasión di el nombre de tachón en la exposición de la escritura logofágica
(Blesa, 1998: 63-87), en este caso concreto en su modalidad de simulacro de tachadura,
de tachón-no-tachón, puesto que, si bien representa la tachadura, la pone en escena,
mantiene legibles, a pesar de ello, los pasajes tachados. Y no sólo es muestra del
mencionado tipo, sino que por su condición de doble texto, “Palimpsesto” de Munárriz
responde también al tipo ápside, ése que requiere dos textos que se exigen mutuamente
(Blesa, 1998: 89-148), doble enunciado que reclama además una estructura de doble
enunciación.
Este “Palimpsesto” se presenta, en definitiva, como un verdadero palimpsesto,
texto en el que de manera más o menos espectral se acaba poniendo de manifiesto algún
pasaje de un texto anterior –más bien muchos en este ejemplo concreto–. Claro que
inmediatamente hay que añadir que las circunstancias que han llevado a este tipo textual
logofágico, a este tipo de palimpsesto moderno, han debido ser muy diferentes de
aquellas otras que determinaron la producción de los verdaderos palimpsestos. No se
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La escritura como palimpsesto (una forma de la logofagia)
puede pensar ahora en una situación de carestía o escasez del soporte de la escritura,
sino en un hecho muy diferente como es el que la escritura en su búsqueda ansiosa de
novedades –y convendrá recordar que un poema como “Palimpsesto” debe leerse como
producto de una relectura de la vanguardia– resulta que vuelve una y otra vez sobre la
propia tradición para encontrar allí el modelo desde el cual será posible continuar su
iterancia por medio precisamente de la reiteración.
Consideremos ahora otro ejemplo, el de este poema de Guido Savio.
(Savio, 1982: 194)
Se diría que el soporte de la escritura ha sufrido alguna de las no pocas
calamidades que los papiros, etc. de la antigüedad hubieron de atravesar antes de llegar
a las manos de un lector moderno. Como consecuencia de ello, la escritura ha
difuminado sus trazos, la tinta se ha corrido, emborronado y lo que era el dibujo de las
letras ha pasado a ser una simple sucesión de manchas, de las que muy pocas admiten la
lectura y aun ni siquiera la conjetura. Texto, entonces, el que ahora se considera, que no
pasa de ser una pura presunción de texto, escritura a la que le conviene mejor la
denominación de representación de escritura, escritura ante la que la lectura se detiene,
entra en una crisis sin solución posible –a no ser la de la aplicación de los modernos
procedimientos de lectura de textos antiguos que la técnica ha aportado– y finalmente
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no llega a tener lugar. Así, este texto presenta el caso de la escritura sin posibilidad de
lectura alguna, lo que convierte al poema de Savio en ejemplo relevante de algunas
perspectivas contemporáneas a propósito de la imposibilidad de la interpretación de los
textos, de la ausencia del sentido de la escritura.
Además de todo lo anterior, este poema de Savio nos muestra su carácter de
auténtico y verdadero palimpsesto. Aprovechando una vez más los blancos que un texto
anterior deja en el soporte, otro texto se ha introducido en tales huecos y se muestra
legible, texto éste, que en este caso resulta ser nada más que unas pocas letras, bien
legibles sí, pero que no terminan de configurar ni siquiera una palabra reconocible por
el lector, de manera que lo legible resulta estar tan privado de lectura como lo estaba lo
ilegible, con lo que este texto y aquellos otros que se le asemejan insisten en la idea de
la lectura como operación condenada siempre al fracaso, a la que acabo de aludir. Por lo
demás, este poema impone otra vez la afiliación vanguardista, esa aventura entendida
como marginal o, peor, banal por tantos y tan equivocadamente.
Un último poema, ahora de Jenaro Talens, de El cuerpo fragmentario (1978),
mostrará la vigencia del modelo del palimpsesto, así como de las diversas formas de
manifestación, en al menos parte de la escritura más actual:
(Talens, 1989: 197-199)
Como resulta evidente al llegar a la segunda línea, “Prosa” es un texto en el que se
leen dos textos que se reparten el espacio de la página de tal manera que uno discurre
por los interlineados que el anterior le ofrece como blanco. Dejando ahora para otra
ocasión las relaciones que entre uno y otro discurso pudieran establecerse, lo que aquí
interesa es esta convivencia de la palabra doble. Como el propio autor ha explicado, el
texto en redonda es una mera transcripción de Acerca de la práctica de Mao Ze Dong
–antes Mao Tse Tung– y las líneas en cursiva la escritura propia –así lo explica el poeta
en Negociaciones para una poética dialógica, (Talens, 2002: 87); por un lapsus en tal
lugar se dice «cursivas» por «redondas»– y una y otra discurren armoniosamente a la
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La escritura como palimpsesto (una forma de la logofagia)
vez que nunca la una irrumpe en la otra, tal como paralelas, si bien la una presupone
continuamente a la otra y ofrecen en último término una imagen textual que pone en
evidencia cómo todo texto es, de una u otra manera, función de otro u otros textos,
cómo un texto exige siempre como su condición necesaria la copresencia de otros, si
bien, ya sea por comodidad, ya por un descuido que se da generalizado en casi todo acto
de lectura real, esos otros textos no se tienen en consideración, casi como si no
existiesen, y en general la lectura tiene lugar en un estado de ficción que da por hecho lo
que precisamente no es así ni podría serlo, el texto como unidad única, independiente,
autónoma con respecto a la textualidad en general, lo que, y nuestros ejemplos nos lo
advierten con rotundidad, no es posible mantener.
Si bien hoy se dan usos del término palimpsesto en sentido traslaticio y en sentido
recto, según testimonian los apuntados o reproducidos anteriormente, se puede añadir
que en ocasiones se utiliza palimpsesto –y no podrá ser lo de menos este uso o incluso
abuso, aunque ¿cómo dudar de su legitimidad?, del término– también para referirse a
cierto tipo de traducciones, como sucede en los poemas de la sección “Palimpsestos
para una llama” de Viaje al fin del invierno de Jenaro Talens –véase también al respecto
Negociaciones (Talens, 2002: 136-137)–, lo que está señalando a cómo la traducción es
un tipo de escritura que surge de la posibilidad de la doble textualidad y la pone en
texto.
Es el caso que resulta claro que, a la vista de los ejemplos presentados, que son
sólo un síntoma de unas ciertas formas de escritura de las que se podrían aportar no
pocos otros casos, se puede afirmar que el tipo de texto llamado palimpsesto no es algo
que pertenece al pasado, sino que continúa siendo plenamente actual. Es más, habrá que
decir que no se trata tan sólo de que se puedan recoger algunas ocurrencias de
palimpsesto en la escritura contemporánea, sino que son precisamente éstas, entre otras,
las que más preguntas presentan en la lectura –sobre la escritura, sobre la significación,
sobre el lenguaje– y, por tanto, que es éste un tipo de escritura de los que implican hoy
un mayor interés.
Los ejemplos aquí recogidos, por otra parte, siendo todos ellos palimpsestos
legítimos, no ofrecen una absoluta uniformidad, sino que se dan entre ellos unas ciertas
diferencias, todo lo cual parece estar exigiendo a la teoría literaria una reflexión, aquí
tan sólo esbozada, así como una tipología de las diversas formas que se presentan y que
a la vista de los textos reproducidos parece que habrían de integrarse en la teoría general
de la logofagia.
Entre otras cuestiones que esta textualidad plantea está la ya reiterada idea de que
es imposible, salvo que se prefiera instalarse en una situación claramente falsa, pensar
en los textos como si fuesen entidades desligadas de la textualidad general y cada uno
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de los textos de series de otros textos. El palimpsesto en su vigencia actual declara que
el discurso no es ajeno en modo alguno a la discursividad y a una diversidad de
discursos concretos. Los palimpsestos contemporáneos son una exhibición de la
interrelación de unos textos con otros, de la dependencia mutua, de que todo texto es tan
sólo un punto en una red inmensa, inabarcable en último término, de palabras. Todo
ello, como puede suponerse, tiene inmediatas y no leves consecuencias sobre la lectura
de los textos.
Desde otro punto de vista, los textos palimpsestos como los aquí considerados
ponen en cuestión la noción misma de sujeto, del sujeto que ha de tenerse por
responsable del texto. Y es que en su doble, o múltiple textualidad, el palimpsesto
interroga sobre la cuestión de la firma, que será ahora ya no una, sino una doble, o
múltiple, firma, que remite a un sujeto que no se deja contener ya en una sólida unidad,
sino que, a modo del sujeto lacaniano, se ha hecho a sí mismo desde el otro, siendo, por
tanto, un yo que es un otro hecho propio. Una firma, entonces, que será mucho más
marcadamente ilegible que lo es toda firma. A este respecto de la doble firma, regresa la
cuestión de la traducción, en particular en aquellas ocasiones en que el traductor no
acepta que su tarea sea subsidiaria, sino una especialización de la de escritor, situación
en la que destaca el quehacer del traductor Leopoldo María Panero, tanto cuando trabaja
con relatos como cuando lo pervertido son poemas –véanse las referencias de la n. 2–.
Y está por fin la cuestión de cómo leer un palimpsesto actual. El discurso,
bifurcado ahora en dos, pero quizá en muchos discursos, ¿cómo podrá producir algún
efecto de sentido que resultase estable? La palabra, permanentemente puesta en roce
con otra u otras palabras, habrá de dar como resultado la diseminación de la
significación hasta hacer que sea una tarea imposible la labor de recogida. Y lo anterior
queda dicho considerando tan sólo los textos que el palimpsesto hace presentes. Pero, si
por sinécdoque el palimpsesto lo que está proclamando es cómo su condición de
pluralidad textual es la condición de todos los textos aun cuando no se configuren como
palimpsestos, cada uno de los cuales está invocando en cada uno de sus pasos otros
textos, entonces la invocación del texto, o textos presentes, a los otros ausentes cobra
unas dimensiones absolutamente inconmensurables, de tal modo que el sentido se
habría de construir bajo la imagen del palimpsesto mismo, el sentido como
circulaciones de sentidos, como lugar de cruce de la iterancia general de los signos.
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