Publicado en Pucciarelli, Alfredo (comp.) (2011): Los años de Menem, Buenos Aires,
Siglo XXI, pp. 179-220.
La hechura de la política económica. Los economistas, la Convertibilidad y el
modelo neoliberal
∗
Mariana Heredia
Volver, casi veinte años después, a comienzos de la década de los noventa y su
impronta neoliberal revela la vertiginosidad y el contraste con que se suceden los ciclos
políticos en la Argentina. La mirada de las ciencias sociales no puede sino atemperar
estas pasiones, al inscribir los grandes eventos de la Historia en tendencias de mediano
plazo que no sólo comprometen a esta nación. Al calor de los acontecimientos, los
análisis subrayaron que los planes de estabilización y reforma, la crisis de
representación, la degradación de la equidad social distaban de ser fenómenos
novedosos para el país en 1989. Enfatizaron, asimismo, que las grandes líneas de la
acción gubernamental no se diferenciaban demasiado de lo que sucedía
contemporáneamente en otros países de la región ni de lo que ocurriría, poco más tarde,
en las antiguas repúblicas soviéticas.
Ahora bien, si las ciencias sociales se alejaron tempranamente de las reflexiones
más coyunturales –centradas, con fascinación o espanto, en la firmeza de la voluntad
presidencial–, dos narrativas se disputaron, no obstante, la explicación de las
transformaciones en curso. Para numerosos especialistas del análisis político, el
gobierno de Menem conoció los constreñimientos de una crisis económica terminal y su
desafío fue compatibilizar el régimen democrático con las reformas de mercado. Desde
esta perspectiva, quedaba claro que política y economía eran dos dominios de acción
con reglas específicas y que los análisis políticos, preocupados por la gobernabilidad,
habrían de presuponer el diagnóstico y las propuestas formuladas por la ciencia
económica dominante.1 Para los analistas críticos, en cambio, Menem lideró una
transformación integral y su gobierno contribuyó a afianzar una nueva fase del
capitalismo. Según esta segunda perspectiva, política y economía no eran sino dos caras
Este artículo constituye una versión revisada de un capítulo de mi tesis (Heredia, 2007). Pablo Nemiña y
los coautores de este libro contribuyeron con sus comentarios a su corrección. A todos, mi profundo
agradecimiento.
∗
1
Pueden inscribirse en esta línea, para el análisis del caso argentino, los valiosos estudios de Torre,
Gerchunoff (1996), Palermo y Novaro (1996). En cuanto a la literatura internacional, cf. Santiso (2001 y
2003). Una síntesis crítica de estas posiciones en Merklen (2005), Rinesi y Nardacchione (2007).
2
de un mismo régimen de desigualdad social que acentuaba la concentración de la
riqueza y el poder, precipitando la exclusión de los sectores más débiles. No se trataba
entonces de compatibilizar esferas de acción o de análisis diferentes sino de denunciar
in toto a los sectores dominantes y de subrayar los efectos regresivos de las políticas que
estos últimos habrían alentado.2
Aunque enfrentadas, estas dos narrativas tendieron a converger en sus
aproximaciones historiográficas. En primer lugar, ambas dejaron sin problematizar los
puntos de partida de los cuales derivaban sus explicaciones. Al concentrarse en la
“política de la política económica”, la primera perspectiva no ahondó demasiado en los
contenidos y las consecuencias de estas últimas. Al focalizarse con frecuencia en los
efectos regresivos de las reformas, la aproximación crítica desatendió el análisis del
sector dominante al que atribuía la iniciativa de las mismas3. En segundo lugar, la
atención prestada a los tomadores de decisiones y al comienzo de los cambios llevó a
ambos enfoques a acordar al modelo económico un carácter monolítico, dejando en las
sombras el modo en que ciertas ideas o intereses se fueron encarnando en las nuevas
instituciones. En efecto, el acento en la ruptura instituyente acordó al consenso (en la
primera perspectiva) o a la violencia (en la segunda) un papel fundamental como
cimientos del nuevo orden. Menos interés se prestó a la estructuración de nuevos modos
de hacer, pensar y sentir que, más allá de la persuasión o la coerción, se perpetuaron al
incorporarse en infinidad de pequeñas rutinas.
Una última coincidencia es el papel fundamental que ambos enfoques
atribuyeron a los economistas en esta gran transformación. En efecto, como en otras
naciones, estos expertos participaron activamente en la Argentina en la discusión,
adopción y aplicación de reformas de mercado. Más allá de esta constatación, las
interpretaciones fueron también divergentes. Respetuosos de las distinciones
disciplinarias, los análisis políticos tendieron a tomarles la palabra a los economistas,
asumiendo que, si no era verdadera, daba cuenta, al menos, de un realismo
inexpugnable. Empeñados en desmitificar los intereses que subyacían a la “presunta”
2
En este caso, cabe subrayar los análisis de Basualdo (2001), Pucciarelli (2002) y Ramírez (2007).
3
Sin duda, las investigaciones del grupo de Economía y Tecnología de la FLACSO constituyen una
excepción y aportaron conocimientos sobre los cambios en las distintas unidades económicas a lo largo
del período. No obstante, sus análisis políticos tendieron a suponer, como bien lo ha señalado Nun, que
“los sectores dominantes operan sin mediaciones, saben de antemano lo que quieren y asumen en forma
directa la tarea de cooptar no sólo al partido que llega al gobierno sino al partido de oposición y a las
organizaciones de la sociedad civil” (en Basualdo, 2001:117).
2
3
objetividad científica, los análisis críticos negaron, en cambio, a esos mismos
economistas toda verosimilitud y especificidad frente a los grupos dominantes.
Tomar a los expertos en economía4 como lazarillos de esta historia nos sitúa en
una posición equidistante de las perspectivas señaladas, sin perder una mirada integral
sobre el proceso de construcción y estabilización de instituciones. Ciertamente, los
economistas se erigieron tanto en testigos como en protagonistas fundamentales en la
elaboración de las interpretaciones, las redes de poder y los dispositivos que se
asociaron al modelo neoliberal. El interés por seguir sus huellas como fuente de
evidencia de esta historia no obedece entonces ni a que describieran de modo
transparente la realidad ni a que controlaran completamente los procesos en los que
intervinieron. Su importancia radica en que fueron parte del círculo íntimo que participó
en la toma de las decisiones, ubicándose en el desfiladero que media entre la
identificación de los constreñimientos y la orientación de la voluntad.
El análisis de los economistas no es un emprendimiento novedoso ni solitario;
nos interesa abordarlo aquí desde su ángulo menos visitado. Se ha subrayado con razón
la centralidad de los expertos, muy frecuentemente formados en las grandes
universidades norteamericanas, en la estandarización de lenguajes y procedimientos
comunes ligados a la globalización. Estos estudios analizaron los procesos de
“isomorfismo institucional” que acompañaron e hicieron posible la integración de los
mercados a nivel mundial (Di Maggio y Powell, 1983; Dezalay y Garth, 2002;
Fourcade-Gourinchas y Babbs, 2002). También se ha enfatizado la importancia de los
discursos en la construcción simbólica de la realidad y el estatuto de “intelectuales
públicos” que adquirieron los economistas (Neiburg y Plotkin, 2004). Sus
intervenciones en el espacio público contribuyeron a homologar mercado y sociedad,
como si no existiesen otros principios de integración social que complementaran o
compitieran con aquel que entroniza el interés individual y aspira al equilibrio entre
oferta y demanda solvente. Ahora bien, frente al atinado énfasis en las influencias
extranjeras y en las dimensiones discursivas, faltó subrayar el papel de estos expertos
como constructores de los dispositivos específicos que estructuraron y reprodujeron el
nuevo orden.
4
Definimos como expertos en economía a aquellos especialistas que participaron en la elaboración de
interpretaciones sobre la economía nacional, la difusión y la defensa de estas ideas, la construcción, la
discusión y la aplicación de dispositivos institucionales, movilizando legitimidades, procedimientos o
saberes científicos, cf. Trepos (1996).
3
4
Analizar la relación entre expertos y dispositivos en la hechura de la política
pública permite complementar los enfoques anteriores matizando algunos de sus
supuestos. Por un lado, atender a las acciones concretas obliga a cuestionar la idea de
“transferencia” entre los países que “exportan” y aquellos que “importan” ideas. Por
más que se hayan reivindicado o denunciado las filiaciones extranjeras del
neoliberalismo, la intervención de los expertos en sus países de origen estuvo marcada
por altos márgenes de variación y creatividad con respecto al modelo originario. Por
otro lado, la construcción de instituciones no es sólo retórica sino también
arquitectónica, en el sentido de que no involucra únicamente a los grandes nombres de
la ciencia y la política y sus tribunas sino que compromete también a un sinnúmero de
personas, capacidades, datos, herramientas y procedimientos que hicieron posible y
perdurable su intervención radical (Muniesa y Callon, 2007). Como otros especialistas
de las ciencias sociales, los economistas “resolv[ieron] problemas bajo restricciones”
(Camou, 2006: 171), pero, al menos en este caso histórico, las soluciones propuestas no
fueron arreglos puntuales ni restauradores. Muy por el contrario, contribuyeron a
instituir nuevas formas de distribución de la riqueza y del poder que trastocaron
profundamente la organización social.
La pregunta es entonces por el papel de los expertos en economía en la
construcción laboriosa del orden neoliberal y la hipótesis es que, en tanto impulsores de
una acción gubernamental radical, estos actores no sólo reflejaron una transformación
de la sociedad argentina: contribuyeron igualmente a construir una nueva sociedad. Más
allá de las características e intenciones de sus iniciadores, el régimen monetario y las
reformas se convirtieron en una “caja negra” una vez que lograron agrupar “aliados
desordenados y desconfiados que se disciplinan los unos a los otros y se transforman
lentamente en una cosa que se parece a un todo organizado” (Latour, 1995: 319). El
compromiso de ciertos economistas con la transformación social no dejó inmune al
resto de la profesión: se redefinieron profundamente las jerarquías, los perfiles y las
funciones que la caracterizaban y se fueron sofocando, también entre los especialistas,
las visiones más críticas.
Con el fin de evitar los sesgos que pudiera introducir la vertiginosidad de los
hechos en las apreciaciones de los actores, este artículo se funda en la triangulación de
diversas fuentes, básicamente entrevistas y material documental.5 Se organiza a su vez
5
Entre 2002 y 2004, entrevistamos a sesenta economistas de distintas generaciones, perfiles profesionales
y orientaciones teórico-ideológicas, muchos de los cuales habían sido grandes protagonistas de esta
4
5
en tres grandes apartados. En el primero, se descartan algunos mitos que han quedado
asociados a la instauración del modelo económico. En el segundo, se avanza en la
dialéctica entre aliados y dispositivos que permitió traducir esta política económica en
un nuevo orden social. En el tercero, se proponen algunas reflexiones sobre la
estabilización del modelo y el modo en que el compromiso de los economistas en la
hechura y el sostén de la política económica contribuyó a redefinir a ese grupo
científico-profesional.
Contra algunos mitos originarios: la acción de los economistas en el
ensamble entre reformas y convertibilidad
De la ruptura instituyente al plan B
Pareciera necesario subrayar el desajuste cronológico que separa a las reformas
estructurales de la Convertibilidad.6 Un primer acto nos muestra al partido peronista
presentándose a las elecciones presidenciales de 1989 con unos aliados y una retórica
que parecía hundirse en las tradiciones más populistas del movimiento.7 Un segundo
acto da cuenta del viraje ideológico del nuevo presidente: entre 1989 y 1991, Menem se
acercó a los representantes más conspicuos del liberalismo local, dictó una serie de
leyes que modificaban de raíz la organización socioeconómica hasta entonces vigente e
imprimió una orientación explícitamente proamericana a la diplomacia argentina. El
tercer acto, confundido a veces con el precedente, es el que ocurrió varios meses más
tarde cuando, frente a la incapacidad de todas estas medidas para controlar la inflación,
el presidente incorporó a Domingo Cavallo como ministro de Economía y logró
promulgar, con apoyo del Congreso, la Ley de Convertibilidad. En suma, las reformas y
la paridad no formaban parte de un mismo modelo ideado integralmente desde el
transformación. El trabajo de campo coincidió con el abandono de la convertibilidad y alentó a que se
posicionaran frente a los sucesos y a la reapertura del debate económico. A estos testimonios se sumaron
otras compilaciones disponibles. Recurrimos también a la prensa, los debates parlamentarios, la
documentación oficial y las discusiones especializadas que pudieran constituir rastros de los sucesos.
6
El énfasis en este encadenamiento temporal es subrayado por los primeros estudios y en particular por
Aspiazu (1994). Tiende a diluirse cuando las apreciaciones sistemáticas reemplazan a las históricas.
7
Esta primera impresión merecería sin embargo relativizarse. Como lo han señalado Camou (1998),
Palermo y Novaro (1996), las transformaciones en el peronismo databan de varios años y algunos
elementos presentes en la campaña electoral permitían intuir algunas de las transformaciones que se
hicieron públicas más tarde.
5
6
principio. En vista de las primeras políticas de estabilización adoptadas y de sus
fracasos, la Convertibilidad no puede sino considerarse como un drástico plan B.
Recordar este encadenamiento permite subrayar que la persistencia de la
inflación fue la situación de crisis que permitió una progresiva separación entre
imperativos económicos e imperativos políticos, habilitó la adopción de reformas cada
vez más radicales y alentó la delegación del juicio público en especialistas. Ciertamente
la inflación no era una experiencia desconocida para la Argentina;8 de hecho, los
círculos liberales del país la ubicaban en el centro de sus preocupaciones desde los años
cuarenta (Berrotarán et al., 2006). En 1975, la inflación anual había alcanzado un valor
de 300% y se había mantenido, desde entonces y hasta 1991, en valores de tres dígitos.
En este lapso, los períodos de estabilidad fueron cortos y los valores anuales nunca
descendieron del 90%. La atención que autoridades y ciudadanos acordaron al problema
de la inflación permite redefinir el dilema que opone como motor del cambio el
consenso a la violencia. La adopción de las reformas no puede entonces interpretarse
como el resultado de una conversión ideológica generalizada, tampoco –desde el
restablecimiento de la democracia en 1983– como una imposición a sangre y fuego por
las elites sociales y las autoridades civiles del país. Se logró presentar las reformas
como la única estrategia posible para alcanzar un objetivo deseado por la mayoría de los
argentinos: la estabilidad.
Era problemático, entonces, que las leyes de Reforma Económica y de Reforma
del Estado no lograran detener la espiral incontrolable de la inflación. Tres ministros de
Economía se sucedieron, los pilares de la doctrina peronista fueron sacrificados, las
principales reformas estructurales comenzaron a implementarse... pero la moneda
nacional seguía desvalorizándose inexorablemente. Al momento de las elecciones
presidenciales, en mayo de 1989, el dólar valía cien australes; en noviembre de 1989
había trepado a mil australes y en diciembre de 1990, a casi diez mil. Luego del primer
pico de julio de 1989, bajo el gobierno de Alfonsín, en 1990 una segunda escalada
hiperinflacionaria alcanzaba a la Argentina. Esta situación crítica arrastraba la imagen
presidencial. Según las encuestas de opinión, la adhesión a Menem se desplomaba y el
partido peronista corría el riesgo de perder las próximas elecciones (Clarín, 06/04/91:7).
8
Entre 1945 y 1974, la media anual de incremento de precios al consumidor se situó siempre alrededor
del 14%, con algunos años de relativa estabilidad (1953 y 1954 con menos de 5%) y otros de fuerte
aumento (como 1952: 39%; 1959: 114% y 1973: 60%). Estas tasas anuales eran ya, en esta época,
superiores a los valores medios del resto del mundo durante el mismo período (de alrededor del 5%). Las
cifras fueron extraídas de Gerchunoff y Llach (1998).
6
7
A la crispación especulativa y el malestar de la opinión pública se sumaba un clima
social fuertemente conflictivo: los sindicatos resistían las privatizaciones y exigían un
aumento salarial que pudiera acompañar a los precios.
La llegada de Cavallo al Ministerio de Economía, en enero de 1991, y la
promulgación del régimen de convertibilidad, algunos meses más tarde, permiten al
gobierno encontrar la “poción mágica”. La Argentina no estaba sola en la búsqueda de
una solución salvadora y Cavallo no era un ejemplo aislado. Su nombre se agregaba a
una lista de nuevos “héroes” que, según la expresión de Arnold Harberger, el padre de
los Chicago boys latinoamericanos, habían puesto a sus países en la senda del “éxito
económico”.9 Para Cavallo, no se trataba sólo de asegurar la estabilización y retomar el
crecimiento sino de fundar un nuevo orden. Esta preocupación recorre todo su
pensamiento. En el libro Volver a crecer, el economista retomaba una fórmula acuñada
por Adolfo Sturzenegger, según la cual la historia argentina contemporánea constituía
una experiencia híbrida sin salida: “un socialismo sin plan y un capitalismo sin
mercado” (1984: 26). En función de este diagnóstico, Cavallo tendía a asociar sus
aspiraciones a las de los padres fundadores de la República, en particular al pensamiento
de Juan Bautista Alberdi, cuyos tratados filosóficos constituyen los fundamentos de la
Constitución de 1853. Ahora bien, ¿hasta qué punto había precisado los contornos de
este nuevo orden?
De la coherencia ideológica del gabinete económico al pragmatismo
mediterráneo
Retrospectivamente, la nominación de Cavallo al Ministerio de Economía se
presenta como la culminación de una ambición personal irrefrenable. El economista
mediterráneo, hijo de un fabricante de escobas del interior del país, originario de un
medio relativamente modesto, había seguido sus estudios en el sector público y al final
de su carrera universitaria había completado en Harvard un doctorado gracias al apoyo
de la Organización de los Estados Americanos y la Fundación Ford. Tras su retorno, la
9
El profesor norteamericano proponía una lista de estos “héroes” y subrayaba algunas de sus cualidades:
Roberto Oliveira Campos (Brasil), Alejandro Vega Villegas (Uruguay), Sergio de Castro y Hernán Buchi
(Chile), Carlos Salinas de Gortari y Pedro Aspe (México) y al fin Domingo Cavallo (Argentina) no eran
necesariamente los economistas mejor formados pero eran los que habían tenido “el coraje, la
perseverancia, las agallas y la tenacidad” para poner en marcha las grandes transformaciones (citado por
de Pablo, 1994: 43).
7
8
inversión de tiempo del economista en el medio profesional, en la prensa y los círculos
políticos revela la energía desplegada para acercarse al poder. A la fundación de un
centro de investigaciones, el Instituto de Estudios Económicos de la Realidad Argentina
y Latinoamericana de la Fundación Mediterránea (IERAL-FM), con dos revistas de
aparición regular, se suma la publicación de varios libros destinados al gran público, la
participación activa en reuniones empresarias y profesionales y, sobre todo, una
presencia permanente en los medios. Los esfuerzos de Cavallo dieron pronto sus frutos:
un análisis de las sucesiones ministeriales desde fines de los años setenta confirma que
su nombre era evocado por la prensa a cada renovación del ministerio económico,
ocurriera esta en el marco de la dictadura, del gobierno radical o del gobierno peronista.
¿Es posible atribuir esta escalada a la defensa de un programa ideológico
claramente definido? Más bien lo contrario: el ansia de poder y el gusto por las
soluciones técnicas condujeron a Cavallo a desarrollar un singular pragmatismo.10 Su
liderazgo imprimió la misma plasticidad a la fundación que lo secundó y que aportó a su
Ministerio una centena de funcionarios en posiciones clave.11 La distancia entre sus
análisis precedentes y la puesta en marcha de la convertibilidad constituyen un claro
ejemplo. A lo largo de los años ochenta, como sus colegas del equipo de Sourrouille,
Cavallo consideraba que la Argentina debía evitar la sobrevaluación de su moneda. Esta
posición no era sólo explicitada y justificada en el libro que escribió en esa época
(Cavallo, 1984) sino que era reconocida claramente en el medio profesional al que
pertenecía. Aun cuando la convertibilidad fue discutida durante la gestión de Erman
González, esta opción encontró en Cavallo a uno de sus principales oponentes. Según
Ámbito Financiero: “Es sabido que desde hace diez años, en que gravita en la vida
política nacional, Cavallo sostiene invariablemente un ‘dólar muy alto’” (29/01/91: 1,
cit. por Ruiz, 2005: 198).
Otras tres constataciones históricas relativizan la propiedad intelectual de la
convertibilidad que se atribuyó durante años a Cavallo. La primera refiere a la historia
de largo plazo de este dispositivo monetario. El anclaje cambiario fijo no sólo había
sido adoptado ya por las grandes naciones del mundo sino que la Argentina misma
10
Hacia fines de la dictadura, se presentaba como un liberal y, en tanto tal, participaba de las polémicas
que oponían a los miembros del gabinete de Martínez de Hoz con los liberales tradicionales que lo
criticaban. En otras ocasiones, se presentaba como un desarrollista o un heterodoxo. Al fin, asociado al
neoliberalismo durante los años noventa, retornó al ministerio en 2001 para proponer, en principio, cierto
viraje keynesiano.
11
El cálculo es de de Pablo (1994: 44), y Ramírez (2007) presenta un listado exhaustivo que incluye
numerosos secretarios, subsecretarios del gabinete nacional y directivos de los bancos públicos.
8
9
contaba con múltiples experiencias de ese tipo.12 No se trataba entonces de una
estrategia completamente novedosa sino de una opción que, desde hacia varias décadas,
era considerada extemporánea y superada. La singularidad de la propuesta radicaba,
como en el Quijote de Pierre Menard, en la “técnica del anacronismo deliberado”. La
segunda prueba refiere al hecho de que la convertibilidad ya era sugerida y debatida por
los especialistas cercanos a los equipos del gobierno, quienes eran conscientes de los
riesgos que entrañaba.13 Finalmente, aunque Cavallo sostuviera públicamente su
oposición a un anclaje de la moneda local con el dólar, nada le impidió conformar un
pequeño grupo para analizar esta opción. Fue este círculo íntimo, compuesto Cavallo,
Horacio Liendo (hijo), un abogado especialista en crisis económicas, y Juan José Llach,
un sociólogo-economista experto en inflación e hiperinflación, el que terminó de
diseñar el dispositivo.
Hacia mediados de marzo de 1991, las reticencias de Cavallo frente a la
convertibilidad monetaria terminaron por ceder frente al diagnóstico de que todas las
otras alternativas estaban agotadas. Pero aun entonces, los debates entre Llach, Liendo y
Cavallo durante la elaboración de la medida dan cuenta del modo en que los diversos
elementos se fueron ensamblando hasta constituir la propuesta presentada al país. Como
detalla Roig (2007: 24-47), los tres “padres fundadores” debatieron sobre el estatuto
jurídico de la norma, la autorización de libre circulación de moneda extranjera, la
indexación, la tasa de cambio. Frente a los recaudos que despertaban en Llach la rigidez
de la ley, la competencia entre la moneda local y el dólar, las consecuencias perniciosas
de un tipo de cambio elevado para la estructura productiva del país, terminaron por
imponerse las posturas más audaces de Liendo y Cavallo.
Al adoptarla, ¿creían sus promotores que la convertibilidad se sostendría en el
mediano plazo? Ciertamente, el presidente Menem señaló en numerosas oportunidades
12
En los grandes países de Europa, la convertibilidad de las monedas nacionales en oro y plata, luego el
patrón oro se habían impuesto en el siglo XVIII, hasta las primeras décadas del siglo XX. También en la
historia argentina hay antecedentes. Según Vitelli (2004: 1), la ciudad de Buenos Aires y luego la Nación
adoptaron cinco veces un tipo de cambio fijo entre la moneda local y el oro o monedas extranjeras (en
1822-1826, 1867-1873, 1883-1885, 1899-1914 y 1927-1929).
13
Según Camou (1998: 92), el primer promotor de la convertibilidad argentina a fines de siglo XX fue
Eduardo Curia, miembro el círculo menemista en 1989, y que se convertiría paradójicamente en uno de
los adversarios más virulentos de Cavallo y de su programa. Los economistas del CEMA, y entre ellos
Carlos Rodríguez, habían imaginado también la posibilidad de adoptar la convertibilidad. Uno de los
inspiradores del programa del 20 de diciembre de 1978 implementado por la dictadura, Ricardo Arriazu,
se asoció también a esta proposición (según ÁmbitoFfinanciero, 22/03/91: 1). Por último, Walter
Graziano se contaba también entre los promotores de la medida (según Ruiz, 2005: 196, y según el propio
Graziano, 2001: 65). Finalmente, uno de los “padres fundadores”, Horacio Liendo, había elaborado ya en
1989 un proyecto de ley en la misma línea.
9
10
que la paridad duraría para siempre o al menos tanto como su mandato (cf. por ejemplo,
Clarín, 06/04/91:7). La opinión de los expertos comprometidos con la medida parece
menos diáfana. Mientras que en 1994, 1996 o 1998, esta pregunta ya no podía ser
formulada –puesto que la defensa del régimen cambiario parecía haberse convertido en
el principal objetivo del gobierno y en el orgullo de los especialistas que habían
contribuido a su adopción–, el análisis documental de principios de la década de los
noventa y los testimonios recogidos tras la crisis de 2001 revelan que todos los
participantes de esta experiencia imaginaban una flexibilización en el corto plazo.
Según los testimonios de los liberales que se oponían a Cavallo, el Ministro no había
creído nunca en el establecimiento de una paridad fija definitiva y por eso rechazaba la
dolarización.14 Pero no sólo los partidarios de la dolarización acusaban a Cavallo de
prever una flexibilización del régimen cambiario. En una entrevista acordada a Coiteux
(2003), Llach deja suponer que el equipo económico estaba preparado para introducir
ajustes pero que las reacciones hostiles del mercado financiero y de la opinión pública
los habían disuadido de semejante iniciativa. La prensa de la época también muestra que
el ministro suponía una deflación que no se produjo y que esto lo habría llevado a
proponer cierta flexibilización del tipo de cambio. El mismo Cavallo señalaba que “el
dólar no es eterno” (junio de 1991), que era posible “una devaluación al estilo
mexicano, [con] pequeños ajustes diarios” (marzo de 1992) o “una canasta de monedas”
(noviembre de 1992) (Ruiz, 2005: 210).15 En todos los casos, los diarios se hacían eco
de una inquietud generalizada que llevó, hacia 1993, a que el ministro afirmara que la
paridad era “intocable” y que duraría “un número indeterminado de años”.
De la ortodoxia importada a la heterodoxia de exportación
Las dudas de Cavallo y de los tempranos promotores de la convertibilidad no se
explican por disquisiciones puramente analíticas: quienes respaldaban las reformas
14
Tal es la visión de la mayor parte de los economistas de CEMA y de Di Tella que participaron del
gobierno de Menem. Para uno de ellos, “Cavallo siempre pensó la convertibilidad como un régimen de
transición. Fue la crisis del Tequila la que lo obligó a agarrarse a la paridad de cambio” (economista
argentino, durante el período considerado: técnico del FMI luego director del Banco Central de la
República Argentina y miembro del equipo ministerial de Roque Fernández, entrevista con la autora,
05/11/02). La información recogida por Roig lo lleva a las mismas conclusiones (2007: 32-33).
15
Según Galliani, Heymann y Tommasi (2002: 10, nota 8), en una reunión universitaria de la época,
Cavallo manifestó explícitamente, sin precisar fecha alguna, la posibilidad de reemplazar el tipo de
cambio fijo con el dólar por una “canasta de monedas”. El Ministro reconoció luego de la crisis de 20012002 que, a comienzos del plan, había considerado la paridad como un anclaje transitorio que se volvería
más flexible una vez instalada la confianza en la moneda local. Coincidentemente con estas
apreciaciones, ver entrevista realizada con Cavallo por Coiteux (2003).
10
11
estructurales manifestaban una activa resistencia a la sobrevaluación de la moneda local.
Contrariamente a la experiencia del Plan Austral, la propuesta de 1991 no contó, antes
de ser anunciada al país, con el apoyo del gobierno americano ni con el del FMI ni con
el de los grandes empresarios locales. Como no se ajustaba a los cánones establecidos
internacionalmente ni contaba con el apoyo inicial de los principales poderes
extranjeros, la convertibilidad no debería considerarse, como lo pretendieron
promotores y críticos, como una medida ortodoxa importada.
Hacia principios de 1991, las relaciones con Washington conocían una cierta
impasse. El protagonista principal de los casos de corrupción denunciados en las
privatizaciones –en las cuales los capitales estadounidenses habían tenido una
participación marginal– era embajador norteamericano Terence Todman. En un clima
diplomático enrarecido por el Swiftgate, el plan Cavallo no resultaba convincente.
Según las sospechas del gobierno del presidente Bush, la Convertibilidad era apenas una
estrategia de corto plazo que se contentaba con favorecer la victoria del peronismo en
las elecciones de septiembre. En consecuencia, los Estados Unidos prestaron un
reconocimiento simbólico a los esfuerzos de Buenos Aires sin pronunciarse sobre la
reforma monetaria.16
Este discreto apoyo difícilmente podía contrarrestar las diferencias entre la
propuesta de Cavallo y las recetas convencionales del FMI. Mientras el gobierno
argentino planeaba establecer una paridad fija con el dólar sin precisar los plazos de su
aplicación, el Fondo aconsejaba un tipo de cambio favorable a la moneda argentina con
el fin de garantizar el equilibrio comercial y el aumento de las exportaciones. Esta
renuencia no se asentaba sólo en divergencias programáticas; respondía también a
intereses inmediatos: el FMI temía, lógicamente, que el país utilizara los fondos de las
privatizaciones para sostener el tipo de cambio y no, como se exigía, para honrar sus
deudas (Bonelli en Clarín, 26/04/91:16). Las diferencias se reflejaron en las decisiones
del organismo. A principios de 1991, durante las negociaciones de un préstamo stand
by, el FMI prefirió supeditar todo acuerdo a los efectos de la Convertibilidad. Cuando el
presidente del Banco Central se presentó en Washington, los funcionarios del Fondo le
comunicaron que habría que esperar hasta junio para obtener una respuesta (Clarín,
16
El subsecretario del Tesoro, David Mulford, manifestaba públicamente su apoyo al programa (Clarín,
12/04/91: 16) y el presidente George Bush exaltaba el liderazgo intelectual de las reformas argentinas,
limitándose a subrayar la importancia acordada a la libertad de mercado (Clarín, 13/04/91: 11).
11
12
17/04/91: 18). Las conversaciones con el organismo prosiguieron y entretanto la
Convertibilidad fue transformada en ley.
Si los poderes internacionales se mostraban reticentes frente a la
Convertibilidad, la postura de los grandes actores económicos locales era aun más
dubitativa. Desde su asunción, el gobierno de Menem se había comprometido en un
diálogo fluido con el Grupo de los Ocho, compuesto por las organizaciones más
poderosas del empresariado argentino. Este grupo se consolidó como un apoyo sólido a
las reformas estructurales, dejando las críticas públicas en manos de las asociaciones de
medianos y pequeños productores. Cuando la propuesta de convertibilidad evidenció la
amenaza que se cernía sobre los intereses de la industria y el campo, los representantes
de ambos sectores se limitaron a apoyar los “lineamientos generales” del programa sin
pronunciarse sobre la paridad. Como la Convertibilidad no parecía ser, en principio,
más que una tentativa transitoria de estabilización, de manera que las negociaciones se
limitaron a reuniones privadas entre los interesados y las autoridades gubernamentales.
El Presidente y el Ministro viabilizaron la adopción de la medida con acuerdos de
cúpulas que se apoyaban en la notable diversidad de las reformas.
Los resquemores acerca de la Convertibilidad y su primigenia
singularidad nacional quedaron pronto opacados por su eficacia en el control de los
precios, por la voluntad de numerosos actores (argentinos y extranjeros) de reconocerse
como precursores, socios o entusiastas adeptos a la medida y por el curso de acción que
fueron adoptando otros países. En este último punto, incluso si la dolarización y los
sistemas de conversión fijos sólo serían aplicados por un conjunto reducido de pequeños
países,17 tipos de cambio que acercaban el valor de la moneda local al dólar fueron
adoptados por dos de las grandes economías de la región: México y Brasil.
Por otra parte, lejos de ser denunciada como una singular heterodoxia argentina,
la convertibilidad se consolidó como una “solución de recambio”, como un producto de
exportación, en materia de regímenes monetarios, recomendada por numerosos expertos
y susceptible de ser adoptada por otras naciones (Sgard, 2004). La geografía de la
paridad parecía extensible y las autoridades argentinas se esforzaron por promover la
adopción de sistemas semejantes. Las dificultades de las antiguas repúblicas socialistas
les ofrecieron una oportunidad. Mientras que en 1996 Cavallo aconsejaba al gobierno de
Ecuador, en 1998 viajaba a Moscú con el propósito de “exportar” su programa. Otro
17
Luego de 1991, Bosnia, Bulgaria, Lituania y Estonia adoptaron un régimen monetario convertible, cf.
Rapoport et al. (2001: 978).
12
13
economista argentino participó, como consejero, de una experiencia semejante en
Bulgaria. Incluso la unión monetaria europea podía ser movilizada para apoyar las
virtudes de la medida:
El proceso que está culminando en el euro es, por lo tanto, un
caso que merece la máxima atención por parte de aquellos que todavía
defienden las virtudes de los regímenes monetarios flexibles. Once
importantes naciones, que podrían darse el lujo de tenerlos, han
renunciado a ellos y optaron por un régimen de unificación que es
todavía más rígido que nuestra convertibilidad (Lagos, en Temas,
1998: 21).
La capacidad reveladora de la crítica
El 20 de marzo de 1991, el proyecto de la Ley de Convertibilidad fue
anunciado al país y enviado al Congreso para ser “debatido” y aprobado por las dos
Cámaras antes de fines de ese mes.18 Si, contrariamente al austral, el nuevo régimen era
sometido al juicio parlamentario, no era sólo porque las autoridades aspiraran a dotarlo
de una legitimidad adicional: la proposición de Cavallo comprometía directamente a los
legisladores en el sostén de la nueva política. Según el texto de la ley, antes de devaluar
la moneda, el Poder Ejecutivo debe dirigirse a los legisladores. Esta cláusula
complicaba el procedimiento y lo hacía menos imprevisible y automático que en el
pasado.
Es evidente que la urgencia de la situación, la inexistencia de una proposición
alternativa y la complejidad de la ley no favorecieron las apreciaciones críticas de los
especialistas, los legisladores, los representantes sociales y los formadores de opinión en
general sobre la convertibilidad. No obstante, los discursos que acompañaron el
lanzamiento de la medida dan cuenta de la importancia de los debates en la
identificación de los riesgos inscriptos en la reforma propuesta. Aunque algunas
consecuencias del modelo elaborado por Cavallo puedan considerarse imprevisibles,
otras no pueden reducirse a meros efectos “inesperados” o “colaterales”. Las probables
18
La iniciativa fue discutida en el Senado el 22 y el 23 de marzo y en la Cámara de Diputados, el 26 y el
27 del mismo mes. El gobierno no asumía mayores riesgos al enviar la iniciativa al Congreso. El
peronismo contaba con la mayoría relativa en las dos cámaras. Un acuerdo con los partidos provinciales
le permitió obtener el quórum en el Senado y, con el radicalismo, el quórum en Diputados.
13
14
consecuencias negativas no sólo habían sido observadas en experiencias anteriores sino
que eran claramente expuestas por los críticos, contemporáneamente a los sucesos.
Una primera inquietud apuntaba a la oposición entre intervenciones técnicas y
acuerdos políticos. Por un lado, Cavallo insistía en los aspectos específicos del
programa y llamaba a ciudadanos y legisladores a someterse al juicio de los
especialistas. Desconcertados frente a la virulencia del fenómeno inflacionario, muchos
parlamentarios confiaban en que los conocimientos del ministro lograrían desentrañar y
resolver la situación.19 Por otro lado, algunos legisladores se negaban a reconocer en la
técnica un recurso “milagroso” y denunciaban la responsabilidad de los expertos y de
sus “remedios” en la grave situación que vivía el país. Según el diputado radical
Baglini,
[Cavallo] viene todas las semanas, cada dos o tres días, como
un visitador médico y para vendernos un nuevo producto farmacéutico
que extingue la enfermedad […]. La convertibilidad no es la crotoxina
económica. No es un talismán, no sustituye la serie interminable de
panaceas económicas con las que nos hemos otorgado en la
Argentina. Las panaceas económicas son las tablitas cambiarias, los
congelamientos, los cambios de moneda, los aumentos de las tarifas
“por única vez”, las concertaciones por ley, los desagios, los mercados
únicos y libres, los mercados dobles, triples y subdivididos, los
crawing peg, la flotación limpia o sucia, las pautas de precios, la
flexibilización de las pautas, el peso electoral, pudiéndose agregar
muchísimos ejemplos más a esta nómina. Debemos dejar de endiosar
los instrumentos de política económica que no son nada más que eso:
instrumentos. De lo contrario, estamos definitivamente liquidados!
(DSCD, 26-27/03/91: 5311).
La iniciativa de Cavallo demostraba que la convertibilidad buscaba dotarse de
legitimidad política sin someterse a las modalidades y los plazos que imponían las
19
Los diarios de la época presentaban la intervención de Cavallo en el Parlamento como “Un curso de
economía en el Senado” (Clarín, 22/03/91: 14) y algunos legisladores, como la senadora Malharro de
Torres, reconocían con pudor que no entendían lo que acababa de explicar el Ministro y se preguntaban
simplemente si lo que decía era “bueno o malo para el país”. Según la respuesta del senador Trilla, “es la
pregunta que se formulan 30 millones de argentinos” (DSCS, 22-23/03/91: 5831-5832).
14
15
instituciones republicanas. Cuando el economista amenazó con encadenarse a las
columnas del Congreso hasta que la ley fuera aprobada, la oposición se quejó del
chantaje, que reducía la participación parlamentaria a la mera homologación de la
voluntad ministerial. En una fórmula que suena hoy profética, un legislador alertaba:
“Cuando el programa se desmorone, arrastrará consigo al Congreso de la Nación”
(Dante Caputo en Clarín, 27/03/91: 14). Contra este repliegue en la razón técnica,
varios legisladores reivindicaban el diálogo y los acuerdos negociados entre los diversos
sectores del país.20
La segunda dificultad para la oposición era precisar qué se estaba discutiendo.
Un diputado radical se preguntaba si se trataba de un programa político o de un simple
plan de estabilización (Guerrero, DSCD, 26-27/03/91: 5373). Mientras el ministro
desarrollaba los aspectos más específicos de la estrategia estabilizadora y era apoyado
por legisladores que consideraban que la propuesta “no constituye ni una buena ni una
mala política: es la única posible más allá de las ideologías de cada uno”,21 los
peronistas disidentes, los radicales y los representantes de los partidos de izquierda
insistían en asociar la nueva ley con el liberalismo.22 En todo caso, quedaba en
evidencia, para partidarios y detractores, que la convertibilidad reforzaba el programa
de liberalización ya lanzado y que constituía un cerrojo para la intervención del Estado
en la dinámica económica. El debate era, por tanto, ocasión para volver sobre las
reformas estructurales y para interpretar la política monetaria como la agudización de
estos principios. Los opositores acusaban al gobierno de erosionar aun más la soberanía
nacional y de poner en riesgo el trabajo de los argentinos.23
De este modo, los legisladores se hacían eco de la preocupación de numerosos
actores de la realidad nacional que se movilizaban para resistir la medida. Pequeños
empresarios y sindicalistas elaboraron solicitadas y comunicaciones a la prensa y un
clima conflictivo acompañó la discusión y la promulgación de la ley. Para unos y otros,
la sobrevaluación de la moneda acompañada de la apertura del mercado interno
20
Según los discursos del diputado Estévez Boero, del bloque Unidad Socialista (DSCD, 26-27/3/91:
5363), y del diputado Ávila Gallo, del partido Provincial de Tucumán, Defensa Provincial (DSCD, 2627/03/91: 5365).
21
Según el diputado del Partido Demócrata Progresista, Martínez Raymonda (DSCD, 26-27/03/91: 5295).
22
Dichas apreciaciones son evidentes en la intervención del diputado Aramouni, del partido Democracia
Popular (DSCD, 26-27/03/91: 5352) y del diputado trotskista Luis Zamora (DSCD, 26-27/03/91: 5365).
23
Estos argumentos quedan en evidencia, por ejemplo, en la intervención del diputado Ramos, del Bloque
Movimiento Peronista (DSCD, 26-27/03/91: 5335) y del diputado Gras por el radicalismo (ibídem: 584448).
15
16
acarrearía necesariamente el cierre de empresas y el incremento del desempleo. Ahora
bien, mientras varios legisladores y representantes sectoriales reivindicaban los ideales e
intereses de una sociedad orientada hacia la industrialización y coordinada por la
intervención activa del Estado, los diarios de la época dan cuenta de una notable
ausencia de los intelectuales y dirigentes asociados con las corrientes no liberales.
Si los discursos de retórica técnica reemplazaban a los de carácter más gremial,
¿dónde estaban los economistas que habían acompañado a Alfonsín y que habían
intentado morigerar, algunos años antes, la radicalidad de las reformas? Algunos había
“aprendido” de la experiencia alfonsinista que no había más margen para las soluciones
moderadas; Cavallo y Liendo de algún modo habían persuadido a Llach: el shock de
confianza requería jugadas “agresivas y revolucionarias” (Roig, 2007: 45). Otros
seguían oponiéndose a la sobrevaluación. La mayoría, no obstante, prefirió no opinar,
silenciada por el descrédito que le había causado la hiperinflación de 1989 y por la
convicción de que la ley difícilmente sobreviviera a las elecciones legislativas de fines
de ese año. En efecto, para numerosos economistas heterodoxos (e incluso para ciertos
miembros del equipo económico), la convertibilidad desembocaría, tarde o temprano, en
una nueva devaluación. En el CEDES, por ejemplo, un grupo de economistas hacía
apuestas sobre cuántas semanas duraría el programa. Según rumores, luego
desmentidos, el antiguo equipo de Alfonsín había recomendado al radicalismo postergar
las elecciones legislativas, convencidos de que la convertibilidad no duraría demasiado
(Clarín, 22/04/91: 7).
Así, paradójicamente, las críticas especializadas que se escucharon en la época
no provenían tanto de economistas que se reclamaban abiertamente como heterodoxos,
sino de los sectores asociados a una posición más ortodoxa que la del gobierno. Carlos
Rodríguez desarrolló un minucioso análisis en el que alertaba sobre las “puertitas de
emergencia” de la convertibilidad (Ámbito Financiero, 22/03/91: 7 y 26/04/91: 1).
Según el economista del Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (CEMA),
la ley incluía ciertas “trampas” que permitirían al gobierno endeudarse peligrosamente.
De hecho, algunos miembros de la bancada de la Unión del Centro Democrático
(UCeDé) decidieron votar contra la convertibilidad porque no garantizaba una
“genuina” disciplina fiscal;24 estas interpretaciones auguraban un oneroso
endeudamiento público (Ámbito Financiero, 22/03/91: 7, y La Nación, 04/04/91: 8).
24
El rechazo liberal de la convertibilidad quedó durante años en el olvido. Mientras que Alsogaray aceptó
el tipo de cambio fijo, considerándolo como un componente más de un programa que prometía acabar con
16
17
La promesa de austeridad del gobierno estaba en el centro de las controversias y
las polémicas públicas, tanto del lado de la oposición liberal como no liberal. Los
primeros, que apoyaban el compromiso de las autoridades económicas de llevar a cabo
una política de austeridad, desconfiaban de objetivos demasiado ambiciosos que
esconderían, detrás del endeudamiento público, el desorden presupuestario. Para otros
observadores, la convertibilidad imponía condiciones tan estrictas que sellaba una
reducción dramática de la intervención estatal.
Con el apoyo de los peronistas, de una fracción de la UCeDé y de los pequeños
partidos provinciales, una semana alcanzó para aprobar, por las dos Cámaras, la Ley de
Convertibilidad e Indexación (23 928). Al entrar en vigor el 1° de abril de 1991, la
convertibilidad dejó de ser un discurso y comenzó a transformarse en una institución.
Para comprender este proceso, la historia y las discusiones en torno de su lanzamiento
no alcanzan. La convertibilidad hubiera podido sumarse a una de las tantas tentativas
infructuosas que atesora el Estado argentino de reordenamiento de la sociedad.
Comprender su “éxito” requiere interesarse en el modo en que la proposición logró
neutralizar adversarios, articular aliados y transformarse en nuevas prácticas.
La dialéctica entre aliados y dispositivos: las redes del nuevo orden social
La presentación en sociedad y el relanzamiento de las reformas
La manera en que la proposición oficial fue designada por la prensa
muestra la diversidad de interpretaciones que despertó la medida. El titular del diario
Clarín, el día posterior a los anuncios, rezaba: “Dolarizan la economía”; el periódico
Ámbito Financiero llamaba al programa “Cavallo II” o “Plan Cavallo” y los otros
medios se referían a los anuncios simplemente como la “reforma monetaria”.
Frente a las interpretaciones y reservas mencionadas, el gobierno
desplegó una agresiva campaña publicitaria. En este plano, la primera medida fue
asociar la reforma de 1991 con la aplicada por Carlos Pellegrini un siglo atrás. Este
último, ministro de Economía y luego presidente de la República, había instituido un
fondo de conversión que permitió al país sobreponerse de una crisis financiera
el déficit presupuestario y la emisión monetaria, varios miembros de su partido votaron en contra de la
propuesta del gobierno. Para los detalles de estas disidencias dentro de la UCeDé, cf. Clarín (28/03/91:
8).
17
18
profunda. Ilustre personaje de un período particularmente próspero de la historia del
país, Pellegrini era tanto más identificable cuanto que su retrato ilustraba los billetes de
diez mil australes que se volverían convertibles gracias a Cavallo. Como en el momento
de lanzamiento del austral, la campaña publicitaria era acompañada por solicitadas
oficiales destinadas a instruir a los ciudadanos sobre el modo en que el nuevo régimen
se aplicaría en los diversos contratos vigentes.
Contra aquellos que interpretaban la convertibilidad como un paso hacia la
dolarización, el ministro insistía en su voluntad de “darle una moneda a la Argentina”
(La Nación, 24/03/91:1). Alfredo Canavese, economista del Instituto Di Tella, explicaba
de este modo la diferencia entre convertibilidad y dolarización:
La convertibilidad pretende mantener e incrementar el uso de
la moneda doméstica garantizando a sus tenedores que poseer “un
Pellegrini” es al menos tan bueno como poseer “un Washington”
porque siempre “un Pellegrini” podrá cambiarse por “un Washington”
[…]. [Esta política se corresponde] con la posibilidad de mantener una
forma de señoraje que la convertibilidad conserva y la dolarización,
no. En efecto, en un esquema de “dolarización” la moneda doméstica
desaparece, y el dólar asume no sólo las funciones de unidad de
cuenta y reserva de valor (que hoy tiene en la Argentina) sino [que]
también se desempeña como medio de cambio; en este punto se pierde
también la posibilidad de que el emisor local se apropie gratuitamente
de recursos reales cuando la demanda de dinero aumenta: el señoraje
se sacrifica a favor del emisor de dólares (ÁmbitoFinanciero,
27/03/91: 6).
Los Pellegrini y los Washington no sólo se volvieron legalmente equivalentes en
las calles de Buenos Aires: la convertibilidad instauró un sistema completamente
bimonetario por el cual se permitía tanto la libre circulación interna de dólares como la
dolarización de los balances, en particular los bancarios. A partir de entonces, tanto los
activos (los depósitos) como los pasivos (los créditos) podían ser establecidos
legalmente en moneda extranjera. Al ser los costos de conversión mínimos, los bancos
obtuvieron el derecho de inscribir en sus balances tanto plazos fijos como préstamos a
particulares (que poseían sus ingresos en moneda local) en la divisa americana. El
18
19
régimen autorizaba de este modo que los bancos comerciales crearan dólares: estos
podían operar en divisas sin contar con ningún flujo proveniente del extranjero. De este
modo, como se ha afirmado con insistencia, la convertibilidad estaba llamada a ser
mucho más que un régimen de tipo de cambio fijo. Tras su lanzamiento y su inscripción
en las prácticas financieras, productivas, comerciales se transformó en el pilar de todos
los contratos en el país.
Aun cuando cada aspecto de la medida despertaba consideraciones particulares,
la mayor parte de los observadores atribuía la suerte de la convertibilidad al respaldo de
una política fiscal consistente. Cavallo acordó por tanto una importancia central a la
gestión impositiva y nombró en la Secretaría de Ingresos Públicos a un economista,
Carlos Tacchi, que no pertenecía a su fundación y que poseía una larga experiencia en
cuestiones fiscales. Tacchi se volvió el protagonista de una intensa campaña para
incrementar la recaudación fiscal y su voluntad se hizo manifiesta en la publicación de
listados de evasores en la prensa así como en el cierre de numerosos locales y empresas
denunciadas por eludir sus responsabilidades impositivas.
Paralelamente, las ideas principales presentadas en las primeras proposiciones de
la Fundación Mediterránea y asociadas al Consenso de Washington –las privatizaciones,
la apertura comercial y la desregulación de los mercados– adquirieron nuevo impulso.
Sobre todo, porque la convertibilidad exigía reservas para poder mantenerse y morigerar
el déficit presupuestario. Como en los años ochenta, la liberalización de los mercados y
la venta de activos públicos resultaban indispensables para responder a los imperativos
de corto plazo. Según Canitrot, viceministro de Economía de Sourrouille, las
privatizaciones se les imponían a las autoridades para financiar su déficit y sortear la
hiperinflación. En su análisis de la convertibilidad, el ex funcionario relativizaba con
agudeza la “voluntad” que pretendían reafirmar Menem y su ministro:
A todos los que critican la venta de activos, el mal precio, y
hablan del remate y el regalo que esto significa en todo sentido, hay
que recordarles que si Cavallo no tuviera los activos para vender, en
este momento estaríamos en “híper”. Al precio de SEGBA, por
ejemplo, hay que agregarle el precio de salvarse momentáneamente de
la hiperinflación […]. Esta “innovación” aclara la significación del
proceso de “privatización”: es fundamentalmente un proceso para
19
20
evitar la hiperinflación. Aparte aparece todo el verso sobre la
eficiencia, etc. (Canitrot, en VV.AA., 1992: 97).
Sea como fuere, a diferencia de las autoridades precedentes, el círculo
menemista intentó justificar estas reformas por sus beneficios intrínsecos. En el plano
de las privatizaciones, Cavallo avanzó en el camino trazado pero a un ritmo aun más
rápido que sus predecesores. Una vez que la compañía de teléfonos (ENTel) y de
aviación (Aerolíneas Argentinas) pasaron a manos privadas, el Ministro prosiguió con
la venta de la empresa de electricidad (SEGBA), de aguas (Obras Sanitarias de la
Nación) y de siderurgia (Somisa). Los transportes fueron o bien privatizados o bien
concesionados, y el gobierno se atuvo a la promesa de suprimir todos los servicios
deficitarios. En el caso de los ferrocarriles, los servicios de larga distancia fueron
paralizados, salvo aquellos en que los gobiernos provinciales se comprometieron a
invertir la mitad del déficit operativo.
En lo que respecta a la apertura, Cavallo actuó sobre las relaciones comerciales
del país en ambos vectores. Por el lado de las importaciones, aplicó una reforma que
había diseñado en los años setenta: el escalonamiento tripartito (0, 11 y 22%) de los
aranceles a la importación. Si bien algunos acuerdos entre el Estado y ciertas cámaras
de la industria permitieron preservar algunos espacios de protección, como el de las
automotrices, la competencia extranjera recrudeció en casi todos los sectores (Viguera,
2000). Las empresas podían tener nuevamente acceso a préstamos que les permitían
renovar la tecnología de su producción y los bienes de capital importados se abarataban,
nada quita que los supermercados se vieron pronto invadidos por productos de consumo
provenientes del exterior. Por el lado de las exportaciones, Cavallo respondió a la
demanda de los productores agropecuarios de suprimir los impuestos que gravaban sus
ventas en el exterior, las que habían sido, de manera recurrente, fuentes de tributación
del Estado argentino a lo largo del siglo XX.
En el dominio de la desregulación, es ciertamente Cavallo quien fue más lejos: a
partir de un decreto de 1991 suprimió las regulaciones en materia de salarios,
transportes y puertos, comercio interior y exterior, mayoristas y minoristas. Mediante el
mismo decreto, suprimió todas las agencias estatales encargadas de supervisar y hacer
respetar esas normas.
Ahora bien, si estas fueron las iniciativas oficiales que acompañaron el
lanzamiento de la convertibilidad, resultaron efectivas porque lograron cumplir a la vez
20
21
dos objetivos estratégicos: debilitar las resistencias de quienes, fortalecidos por el
modelo de acumulación anterior, defendían la intervención estatal y las fronteras del
mercado interno, y consolidar la solidaridad entre aquellos que, beneficiados por las
reformas en curso, se fueron articulando en un nuevo entramado institucional y social.
Apertura comercial y convertibilidad: el debilitamiento de la alianza mercadointernista
Merece subrayarse que los grupos que llevaron a Menem a la presidencia
y que sostuvieron el lanzamiento de la convertibilidad eran particularmente
heterogéneos. Si el presidente fue elegido como representante de un partido y de un
discurso históricamente asociado a las clases populares y las políticas redistributivas, el
círculo presidencial estaba compuesto por sindicalistas, gobernadores de provincias
periféricas, técnicos y políticos cuya diversidad y relativa marginalidad llevaron a
Sidicaro (1995) a caracterizarlos como una “antielite”. La flexibilidad programática fue
percibida y admirada por los expertos cercanos al gobierno. Como describió un alto
funcionario de la época:
[…] el peronismo no existe, el peronismo es una masa potencial de
votantes, que son gente pobre... de clase baja, y eso los convierte... Es difícil de
expresar... Son alfa, no son izquierdistas, no se creen dominados. El típico
votante peronista es un villero [...]. Entonces, el peronista es esta masa de votos
que puede ser agarrada por distintas orientaciones políticas (economista, ex
funcionario del Banco Central, ex viceministro de Economía de Menem,
entrevista con la autora, 28/10/02).
Para estos nuevos intelectuales asociados con el peronismo, la corporativización
de la sociedad y sus pujas distributivas habían llevado a la Argentina a la ruina.
Coherentemente con los diagnósticos expresados por las últimas autoridades
dictatoriales, se atribuía al Estado la necesidad de disciplinar tanto a los trabajadores
movilizados como a los empresarios “prebendarios”. No es sorprendente que los
principales adversarios del equipo económico y de sus partidarios fueran actores
ubicados en la intersección entre la economía y la política. Las páginas del matutino
Ámbito Financiero machacaban con insistencia contra los sindicalistas, los funcionarios
21
22
públicos y los empresarios “proteccionistas”; aunque sin duda con particular preferencia
por los dos primeros.
Es en este sentido que debe entenderse la invocación al mercado (externo) como
principio ordenador. El dólar no sólo permitiría anclar las expectativas y detener la
escalada inflacionaria. Como se había intentado infructuosamente a fines de los años
setenta, la apertura comercial y la convertibilidad alentarían el alineamiento de
numerosos precios internos a los precios internacionales. Aunque algunos sectores
lograron perpetuar ciertas protecciones, la apertura a la competencia extranjera terminó
de lapidar las posibles alianzas corporativistas de posguerra. El nuevo esquema impedía
a empresarios, trabajadores y Estado acordar, dentro de las fronteras nacionales, una
estructura de precios y salarios que apuntara al crecimiento y la distribución.
Este viraje no podía sino impactar dentro del partido y de los sindicatos
peronistas; el gobierno logró, sin embargo, minimizar las deserciones. En una hábil
combinación de premios y castigos, Menem conservó el control del Partido Justicialista,
con mínimas resistencias. Del mismo modo que los radicales durante el Plan Austral,
los miembros del partido oficial observaron expectantes el rumbo de los
acontecimientos mientras los hombres del presidente se encargaban de presentar y
defender las nuevas medidas. Los dirigentes sindicales pusieron en marcha, en esos
primeros años, distintas estrategias (Murillo, 1997). Algunos (representados por el
Congreso de Trabajadores de la Argentina, CTA, y el Movimiento de Trabajadores de la
Argentina, MTA) resistieron las reformas, otros (la Confederación General del Trabajo,
CGT) negociaron demandas específicas pero aceptando el proceso general; dentro de
este último grupo, varios intentaron aprovechar las oportunidades creadas por las
transformaciones en curso. En todo caso, la estructura piramidal y relativamente
unificada que había caracterizado a la CGT en el período anterior dio lugar a la
dispersión e incluso a la competencia encarnizada entre diversos gremios.25
Pero el debilitamiento de la representación sindical es indisociable del deterioro
y la fragmentación del mercado de trabajo. Aunque los primeros años de la
convertibilidad y la reactivación del crecimiento fueron acompañados por un repunte en
la creación de puestos de trabajo, en su mayoría genuinos, pronto quedó de manifiesto
que el nuevo orden pagaba estabilidad con desempleo. En efecto, el nuevo régimen no
25
Un ejemplo de ello es lo ocurrido en las empresas de servicios públicos privatizadas, donde los gremios
no sólo perdieron las prerrogativas que detentaban (como el reclutamiento de nuevos empleados) sino que
se enfrentaron por la representación de sus trabajadores (Walter y Senén González, 2002).
22
23
sólo permitía y alentaba a las empresas a disminuir el número de empleados, flexibilizar
las formas de contratación y racionalizar sus remuneraciones; su consecuencia más
dramática fue la escalada del desempleo abierto: con un fuerte incremento en 1995:
rondaría el 15% de la población económicamente activa nacional hasta fines de la
década, con valores incluso mayores en algunas regiones del país. En consonancia con
los criterios fiscalistas de las autoridades, no se adoptó ningún seguro masivo y eficaz
de contención de estos excluidos hasta después de 2001. Sin intermediación estatal, el
desempleo repercutió negativamente sobre las condiciones de trabajo de los ocupados.
Si una mirada impresionista a las declaraciones en la prensa deja suponer una
confluencia más armónica con los representantes corporativos del empresariado, el
análisis de la evolución interna de las distintas entidades patronales invita a relativizar
esta primera conclusión. Frente a las transformaciones propuestas por las nuevas
autoridades, tanto la corporación de los grandes productores agropecuarios (la Sociedad
Rural Argentina, SRA) como la de los principales industriales (Unión Industrial
Argentina, UIA) se vieron obligadas a realizar elecciones internas en las cuales las
relaciones con el gobierno fueron un punto de fractura. Las tensiones no alcanzaron
únicamente a los sectores potencialmente perjudicados; la Bolsa de Comercio de
Buenos Aires (BCBA), cuyo volumen de negocio se veía multiplicado
exponencialmente por las privatizaciones y la llegada de capitales extranjeros, también
conoció un largo conflicto.26
En la base de estas disputas corporativas, los distintos sectores de actividad
atravesaron transformaciones sustanciales. La primera, observada tempranamente, fue la
singular concentración de la propiedad. En lo que respecta a la industria, se calcula que
desde la introducción de las reformas estructurales desapareció un tercio de los
establecimientos del sector (Kosacoff, 1996). Por su parte, según datos del censo
agropecuario de 2002, las explotaciones agropecuarias del país se habrían reducido en
alrededor de un 25% en la última década del siglo XX. La concentración alcanzó
también al sector financiero: sus entidades pasaron de ciento sesenta y ocho a noventa y
seis, entre 1994 y 1999 (Bleger, 2000: 23). La segunda tendencia fue la inédita
extranjerización de la propiedad. En lo que respecta a la industria, Basualdo (2006: 387
y 391) ha calculado que a medida que las empresas públicas fueron desapareciendo,
ganaron en importancia las extranjeras. En su análisis de las primeras doscientas
26
Para los conflictos en el interior de la SRA y de la BCBA, Heredia (2003 y 2008) y para la UIA, Dossi
(2009). Para un desarrollo pormenorizado de estos efectos véanse los capítulo 6 y 7 de este volumen.
23
24
empresas del país concluye que, entre 1991 y 2001, las extranjeras aumentaron de
cincuenta y nueve a noventa y dos, las nacionales pasaron de ciento cinco a sesenta y
dos y las de propiedad mixta crecieron de veinte a cuarenta y cinco. Aunque los datos
parecen menos contundentes, el desembarco de capitales extranjeros en el campo resulta
más novedoso: empresarios europeos y norteamericanos adquirieron extensas
propiedades al tiempo que las empresas de insumos agrícolas y las compañías de
comercialización pasaban a ser controladas por multinacionales. Finalmente, la crisis de
1995 propició la extranjerización de la banca argentina: en 1999, los bancos extranjeros
controlaban el 50% del total de las entidades y el 51% de los activos (Bleger, 2000:23).
Pero no se trata sólo de una disminución y extranjerización de las principales
empresas: la combinación de apertura comercial y convertibilidad redundó en una
profunda reorganización de la producción. En el sector agropecuario, la crisis del
comercio de carnes terminó afirmando la primacía de la agricultura y más tarde el
cultivo de la soja. Algo similar ocurrió en el sector industrial: la química y la
petroquímica retrocedieron frente a las agroindustriales (Schorr, 2004: 101). En todos
los sectores, las transformaciones tecnológicas fueron significativas. En el caso de las
actividades agropecuarias, la introducción de fertilizantes y de semillas genéticamente
modificadas, la renovación de la maquinaria y de los sistemas de riego se asocian a una
verdadera “revolución tecnológica” (Azcuy Ameguino, 2000). En el sector industrial, la
apertura obligó a las empresas locales a adecuarse a los estándares de calidad y precio
vigentes en el mundo (Kosacoff, 2008).
Apertura financiera y convertibilidad: la consolidación de la alianza
transnacional
Pero el modelo no sólo logró estabilizarse gracias a la neutralización y
heterogeneización de los grupos perjudicados; su perdurabilidad resulta indisociable de
las oportunidades abiertas por el contexto internacional. En primer lugar, el programa se
benefició, apenas algunos meses después de su lanzamiento, de la propuesta de
reducción, escalonamiento y recomposición de las deudas conocida con el nombre de
Plan Brady. En 1993, la Argentina firmó, como otros países, un acuerdo que establecía
una reducción de su deuda exterior a cambio de un compromiso de pago más estricto.
La composición de los deudores se veía también modificada: la mayor parte de la deuda
dejó de estar constituida por créditos con bancos comerciales (en especial de los Estados
24
25
Unidos), y pasó a estar conformada por títulos negociables en los mercados financieros
internacionales, cuya tenencia correspondía a inversores institucionales y, en menor
medida, minoristas. El Plan Brady tuvo una consecuencia fundamental sobre el mercado
financiero local: el Estado y los bancos comerciales pudieron acceder, nuevamente, al
financiamiento externo. En segundo lugar, alentados por la recesión y la baja de la tasa
de interés en los países del norte,27 los flujos financieros migraron hacia lo que se
conocería desde entonces como los “mercados emergentes”.
Es precisamente la integración de la Argentina en esta nueva categoría de
países la que se reveló determinante para la suerte del modelo. La noción de “país
emergente”, cuyo origen y cuya definición no son precisos,28 vino a reemplazar la de
“países en vías de desarrollo” o “países del tercer mundo”. Según el uso corriente, la
categoría designa a las economías (de tamaño medio o grande) que disponían de
mercados bursátiles y de capitales lo suficientemente dinámicos como para acoger los
fondos provenientes del exterior. La inclusión de la Argentina en esta lista le permitió
contar con la llegada de capitales a tasas de interés relativamente bajas para sostener los
desequilibrios presupuestarios del Estado, dinamizar los gastos privados que
permitieron la reactivación y perpetuar la rentabilidad de las operaciones financieras en
la plaza local.
De este modo, la inserción de la Argentina en el mercado financiero
internacional permitió consolidar el apoyo de un sector financiero transformando sus
principales actividades. Tras haberse beneficiado de la demanda estatal de capitales
durante los años ochenta y de las actividades especulativas atizadas por la inflación, las
organizaciones financieras locales encontraron, en las actividades bancarias y en las
oportunidades abiertas por las reformas, un medio para reconvertirse. Las entidades
financieras no bancarias disminuyeron, lo que aumentó el peso de los bancos dentro del
sistema financiero argentino. Desde 1991, el mercado de servicios bancarios encaró una
27
La recesión comenzó en los Estados Unidos y en Canadá en 1990 y se generalizó a partir de 1992 a
Alemania y a Japón. Norteamérica, Europa y Japón reactivaron su crecimiento a partir de 1993-1994. Las
tasas de interés norteamericanas cayeron a partir de 1990, para recuperarse cuatro años más tarde.
28
Según la Corporación Internacional de Finanzas (agencia del Banco Mundial encargada de las
inversiones del sector privado), la noción de “mercados emergentes” apareció ya en 1981 en la
elaboración de una base de datos producida por esta agencia y que sería comercializada a partir de 1987
(ICF, s/f: 14-15). Como sea, el término se generalizó en los años noventa reagrupando a los países
supervisados por este tipo de organizaciones internacionales. Los informes de estas últimas permitían
formular cálculos de rentabilidad y riesgo para los inversores. Entre los países que componen esta lista se
encuentran: Bangla Desh, Brasil, Chile, Colombia, Corea del Sur, Egipto, Grecia, India, Malasia, Nigeria,
Pakistán, Portugal, Turquía y Venezuela.
25
26
expansión que sería sorprendente. La estabilidad de la moneda y ciertas medidas del
gobierno alentaron el florecimiento de sus servicios. A estas actividades se agregaron
negocios extraordinarios. En primer lugar, los bancos comerciales locales e
internacionales participaron como mediadores de las privatizaciones. Luego, la reforma
del sistema jubilatorio y de seguros les abrió la posibilidad de desarrollar una nueva
gama de servicios. Por último, siguieron desempeñando un rol fundamental en la
ubicación de bonos de la deuda pública.
Las relaciones entre el Estado y los bancos comerciales se modificaron. A fin de
limitar su intervención en la política monetaria y de consolidar las actividades
bancarias, el gobierno dictó, en 1992, un nuevo estatuto de autonomía para el Banco
Central (BCRA). Siguiendo las reformas europeas, se le prohibió financiar las arcas del
Tesoro al tiempo que sus autoridades ya no eran nombradas ni depuestas por las
dirigencias políticas. En la nueva legislación, el BCRA se limitaba a tareas de
supervisión y prudencia financiera y cada banco establecería con total libertad la
composición de su cartera. Frente a la ausencia de líneas de crédito subsidiadas por el
Estado, las variables que guiaban la decisión de los bancos en materia crediticia eran la
rentabilidad y el riesgo de los demandantes.29
Si las actividades bancarias y financieras adquirieron semejante importancia es
porque la confianza en la continuidad del programa y en particular el sostén del tipo de
cambio dependían de la evolución de este sector. Desde 1991, los capitales provenientes
del extranjero se tornaron indispensables para sostener la paridad, pagar los servicios de
la deuda y permitir la expansión de las actividades internas. Ahora bien, si el Estado
estaba particularmente atento a los reclamos del sector, las razones de esta atención se
reproducían, en pequeña escala, en las empresas y los hogares endeudados. La
expansión que había permitido el acceso al crédito agudizaba la sensibilidad de los
deudores hacia la estabilidad cambiaria. Sobre todo, teniendo en cuenta que, ya en 1992,
más de la mitad de los préstamos eran acordados en dólares (García, 1993: 50).
29
La evolución de los representantes de la banca privada ilustra la consolidación del sector. Mientras las
tensiones internas, la competencia con entidades menores y la marginalización relativa caracterizaron la
evolución de las corporaciones ligadas a la agricultura y la industria, los representantes de los bancos se
unificaron y reforzaron. Sometidas en el pasado a la competencia de otras asociaciones que representaban
a las entidades públicas y cooperativas, la Asociación de Bancos Argentinos (ADEBA) y la Asociación
de Bancos de la República Argentina (ABRA) se beneficiaron con la concentración del sector y se
afirmaron como principales interlocutores del gobierno. Estas dos asociaciones se fusionaron en 1999 y
mostraron una singular capacidad para presionar a las autoridades y definir la agenda de reformas
“pendientes” (Heredia, 2003).
26
27
Los bancos comerciales y los beneficiarios de sus créditos no eran los únicos
nuevos aliados del régimen de cambio. En los primeros análisis de la convertibilidad,
una nueva clasificación se abrió paso para delimitar a los ganadores y perdedores de las
transformaciones: la de productores de bienes “transables” y “no transables”.30 En la
primera categoría se agrupaban tanto las mercaderías de la industria nacional como las
materias primas exportables. Ambas se veían sometidas, en el mercado interno y
externo, a la competencia de la producción extranjera, que se beneficiaba con frecuencia
de tipos de cambio competitivos (como los productos industriales chinos) o de fuertes
medidas de protección (como los productos agropecuarios europeos). Entre los bienes
no transables se encontraban los servicios bancarios pero también los servicios públicos
recientemente privatizados. En efecto, varias de las empresas privatizadas se habían
convertido en agentes monopolistas en mercados naturalmente protegidos y, como no es
posible importar una conexión eléctrica o una autopista, ni la sobrevaluación del peso ni
la apertura del mercado incidían en la fijación de sus tarifas y ganancias.
Pero la composición de estas empresas privatizadas no es un dato menor y
explica la afinidad selectiva entre estos grupos y el programa. Por un lado, la mayoría
de los servicios públicos quedaron en manos extranjeras y estas empresas tenían un
particular interés en el mantenimiento de la paridad. Con precios fijados a nivel
internacional e incluso por encima de aquellos que se cobraban en las naciones del
norte, la repatriación de ganancias era significativa (Chudnovsky y López, 2001). Por
otro lado, la modernización de ciertos servicios contribuía al prestigio del programa
económico: luego de décadas de decadencia, las inversiones de las empresas telefónicas,
petroleras y eléctricas volvían creíbles las promesas del gobierno de que la Argentina
entraría en el Primer Mundo.
La estabilización del modelo y el trabajo de los expertos
1995: el modelo puesto a prueba
En el curso de estas transformaciones, sonó la primera señal de alarma.
Los mercados emergentes, concebidos como miembros de un mismo grupo de países,
con necesidades y problemáticas semejantes, conocieron a partir de 1995 el “efecto
30
Fueron principalmente los economistas heterodoxos quienes propusieron estas categorías para
caracterizar la evolución de la economía local: Azpiazu (1994), Gerchunoff y Machinea (1995).
27
28
Tequila”. La apertura de las fronteras financieras había estado asociada, en los primeros
años, a la llegada masiva de capitales provenientes del exterior. La reactivación de las
economías centrales, el alza en la tasa de interés y la crisis mexicana desaceleraron e
invirtieron el flujo de fondos. Cayó entonces el precio de los bonos argentinos, las
reservas del Banco Central disminuyeron y una parte importante de los ahorristas retiró
sus depósitos bancarios. Al tiempo que el crecimiento se detenía y la situación de los
bancos y el Tesoro se degradaba, analistas internacionales y locales apostaban a una
probable devaluación.
El año 1995 aparece de este modo como una doble oportunidad para
cuestionar el modelo e introducir ajustes o reformulaciones a la orientación adoptada: a
la crisis internacional y algunos indicadores negativos se agregaba la reapertura de las
discusiones públicas propiciada por las elecciones presidenciales de ese mismo año.
Ahora bien, si la orientación liberal del gobierno y las denuncias de corrupción se
convirtieron en el centro de la campaña, la convertibilidad apareció, para los políticos y
los economistas de la oposición, como un tema a evitar.
Mientras la oposición eludía el cuestionamiento del tipo de cambio, las
autoridades comprendían que el dilema “la convertibilidad o el abismo” era
políticamente productivo. La crisis del Tequila permitía al presidente Menem erigirse en
el único dirigente capaz de preservar, a cualquier precio, el valor de la moneda.
Contrariamente a numerosas previsiones, el temor era tanto o más eficaz que la euforia
para cimentar el nuevo orden: los grandes empresarios se comprometieron a participar
de la compra de dos títulos de la deuda pública para financiar el sostén del tipo de
cambio y enunciaron públicamente sus preferencias por el candidato peronista; las
encuestas de opinión y los electores mismos manifestaron el apoyo al partido que daba
las mayores garantías de continuidad.
Pero, como en el pasado, los actores locales no hubieran podido sostener la
confianza en la continuidad de la paridad sin el sostén externo: el FMI, que no era parte
de los aliados originales, defendió la paridad entre la moneda argentina y el dólar y
encontró, él también, buenas razones para hacerlo. La crisis mexicana se constituía en
un punto de inflexión: en un informe oficial del personal técnico del FMI estaba
estipulado, por vez primera, que la paridad fija debía ser preservada (OIE, 2004: 30).
Según Bembi y Nemiña (2005: 6), el texto de extensión del acuerdo de 1995 introducía
una reformulación de los compromisos asumidos frente al organismo. Desde ese
momento, el Fondo incluyó como objetivos del programa el “mantenimiento del
28
29
equilibrio presupuestario y financiero así como el estricto respeto de la Ley de
Convertibilidad”. En los textos emitidos por la organización, la convertibilidad dejaba
de ser un “instrumento” para convertirse en un “principio rector” de la política
económica. Y el Fondo no se limitaba a emitir discursos y suscribir acuerdos, también
sus recursos financieros respaldaban esta causa. Las razones son conocidas: el FMI
encontraba en la Argentina una nación que se había impuesto una política
presupuestaria relativamente disciplinada, había adoptado y ratificado las reformas bajo
un régimen democrático e ilustraba además la posibilidad de superar los shocks
externos sin grandes desórdenes. En 1998, Menem fue invitado a la Asamblea Anual del
FMI cuyo presidente, Michel Camdessus, lo recibió con elogios:
La Argentina tiene una historia que contarle al mundo: una
historia que refiere a la importancia de la disciplina presupuestaria, de
las transformaciones estructurales, de una política monetaria
mantenida rigurosamente. Claro, en el caso argentino, en el marco del
Plan de Convertibilidad, el principio de base, según el cual es
imposible resolver los problemas con una disciplina monetaria laxista
ha demostrado sus virtudes (extracto de la conferencia de prensa del
FMI, 01/10/98, cf.
http://www.imf.org/external/np/tr/1998/tr981001.htm, consultado en
junio de 2006).
Concretado en 1995, este nuevo acercamiento entre el FMI y las autoridades
argentinas duró más de cinco años. El acuerdo presentaba ventajas para las dos partes:
para el Fondo, la Argentina se convirtió en un “buen alumno”, que mostraba resultados
alentadores; para la Argentina, el apoyo del organismo era inestimable en la medida en
que permitía mantener la confianza de los inversores en un contexto financiero
turbulento.
Pero las autoridades argentinas no sólo optaron por preservar la convertibilidad,
que ellas mismas habían concebido originariamente como transitoria. La elección esta
vez fue hacer depender aun más la estructura económica de su mantenimiento. A partir
de la experiencia mexicana, el gobierno habría podido adoptar mecanismos de
compensación o de flexibilización frente a ulteriores shocks externos. De hecho, durante
la primera mitad de la década, el equipo económico había buscado establecer medidas
29
30
que permitieran asentar la confianza del sistema contractual en otras bases que la rigidez
del tipo de cambio. La autonomía del Banco Central, los ajustes en las condiciones
jurídicas de los contratos y las garantías bancarias buscaban hacer más prudente y más
sólido el sistema. No obstante, en el momento de la crisis, todos estos recaudos fueron
violados y subordinados al sostén de la única institución que se deseaba mantener: la
paridad uno a uno. Según Galliani, Heymann y Tommasi (2002: 4), la opción de los
decisores argentinos fue siempre “aumentar la apuesta”, es decir “incrementar los costos
de una eventual salida”, acentuar el dilema “todo o nada” y esto tanto para el Estado
como para los actores privados. Al elegir reforzar los compromisos institucionales del
régimen monetario, las autoridades aumentaron, de manera deliberada, los costos de un
abandono posterior de la paridad.
Consecuencias e implicancias de una prueba superada con éxito
La convertibilidad logró así sobrevivir y la crisis mexicana pareció darle
la razón a quienes creían que el dispositivo debía sostenerse y que las vulnerabilidades
externas eran una preocupación menor. Esta prueba no solo reafirmó la elección de los
aliados del programa sino que estableció una recomposición dentro de los equipos del
gobierno. En efecto, los nuevos dispositivos institucionales, aun más rígidos, se
correspondieron con la elección de los actores a privilegiar: con el fin de seducir fondos
provenientes del extranjero, las autoridades alentaron la extranjerización del sector
bancario y productivo e incrementaron las prerrogativas de los economistas más
ortodoxos.
Por un lado, frente a la dependencia de la moneda en la evolución del mercado
financiero internacional, las autoridades se vieron confrontadas a dos imperativos
contradictorios: o sostenían al frágil sistema bancario cooperativo y provincial,
permitiendo a las regiones marginales, los pequeños productores y las familias
desfavorecidas el acceso al crédito o reforzaban el sistema financiero nacional a través
de un sistema prudencial más estricto que propiciara indirectamente la concentración y
la internacionalización de la banca. El gobierno de Menem se inclinó por la segunda
alternativa y una profunda transformación tuvo lugar en unos pocos años. El número de
bancos se redujo y el sistema se privatizó y extranjerizó. Al tiempo que los bancos
públicos se replegaban, la mayor parte de los privados eran objeto de fusiones y
30
31
reventas comandadas por inversores extranjeros.31 La internacionalización del sistema
bancario y de los depósitos era considerada una suerte de garantía: en caso de
especulación contra el peso, se argumentaba, los bancos extranjeros responderían con
dólares de sus casas matrices.
Una situación semejante tuvo lugar entre las grandes empresas
industriales. A fines de la década del noventa, gran parte de los grupos económicos
nacionales se separaron de sus principales activos y los vendieron a empresas
multinacionales. El gobierno que había suprimido toda distinción entre capital nacional
y extranjero alentó además, mediante numerosos mecanismos, la llegada de inversiones
extranjeras directas. Así, según Kosacoff (en Coiteux, 2003), alrededor de novecientas
grandes empresas pasaron a manos extranjeras. Lo mismo demuestran Castellani y
Gaggero (en este volumen). Los nuevos propietarios no buscaban desarrollar localmente
sus cadenas de producción sino más bien garantizarse nichos de mercado. Como en el
caso de las empresas de servicios públicos privatizadas, se trataba de inversiones
destinadas al mercado interno que no incrementarían la capacidad de exportar y de
proveer divisas al país.
Más allá de la voluntad y de las medidas adoptadas por las autoridades
nacionales e internacionales, otro elemento esencial influyó a favor de esta alternativa:
la evolución de las exportaciones. Si la Argentina resistió mejor los embates externos
que se sucedieron entre 1995 y 1997, fue porque los precios y la demanda de los
productos que aportaban divisas le permitieron una rápida recuperación. El lugar de
Brasil como importador de productos argentinos se volvió determinante: como este país
había adoptado un tipo de cambio cuyo valor era similar al argentino, su crecimiento
fulgurante arrastró a su vecino austral.
Las opciones adoptadas por el gobierno y sus consecuencias han merecido
juicios distintos de los técnicos que asesoraban y asistían al gobierno. Hacia 1995,
algunos expertos consideraban que la inscripción de la Argentina en el mercado
internacional era sólida, que las medidas de prudencia financiera eran más importantes
que la morigeración del endeudamiento externo y que no había mayores ajustes que
introducir en la evolución de la economía real para enfrentar los problemas de
competitividad. Otros, en cambio, dudaban de la solidez financiera y alertaban sobre el
31
A diferencia de Brasil o México, donde las tasas de extranjerización del sistema bancario eran, en 2000,
de 14% y 16% respectivamente, los bancos extranjeros controlaban, en la Argentina, al 51% del mercado.
Los datos sobre el sistema bancario argentino provienen de Bleger (2000).
31
32
creciente endeudamiento y la debilidad del tejido productivo. No sorprende entonces
que, a la luz de la crisis de 2001, los altos funcionarios del gobierno de Menem
interpretasen de manera diferente los eventos de 1995. Para aquellos que confiaban en la
solidez del modelo, la crisis del Tequila era la prueba de que podía sobreponerse a
circunstancias adversas. Para Roque Fernández:
En ese momento, gracias a que teníamos la Convertibilidad y
un sistema financiero muy sólido, evitamos el problema que tuvo
México […]. O sea que la Argentina, de haber continuado con las
reformas estructurales, asegurando la solvencia del Estado y todas las
cosas que había que mejorar, debería haber funcionado perfectamente
hoy (Roque Fernández, ex ministro de Economía, entrevista con la
autora, 04/11/02).
Para Juan José Llach, la rápida recuperación del país desestimó las alertas.
Según su testimonio:
La crisis del Tequila tuvo, curiosamente, un aspecto negativo. Dado que
la Argentina había logrado salir fácilmente, la pregunta “¿Qué hacer frente a un
shock?” pareció menos importante [...]. El Tequila fue positivo porque duró
poco [...] porque menos de un año después, se había retomado el crecimiento.
Pero tuvo un efecto negativo para el aprendizaje social, creímos que podía seguir
como hasta entonces, y eso era un error” (Llach, cit. en Coiteux, 2003).
Esta oposición revela ciertas diferencias entre las dos administraciones
ministeriales que se sucedieron durante el gobierno de Menem. Si, hasta 1996, los
miembros de la Fundación Mediterránea ocupaban mayoritariamente el Ministerio y los
del CEMA, el Banco Central (BCRA), la partida de Cavallo en 1996 provocó el
desplazamiento de los especialistas del CEMA hacia el Ministerio sin que perdieran,
con la nominación de Pedro Pou, la dirección del BCRA. El prestigio adquirido por
Roque Fernández durante la crisis de 1995 parece haber sido determinante.32 A partir de
32
Según Ruiz (2005:221), el gobierno le propuso primero este cargo a Roberto Alemann y a Miguel
Ángel Broda. Un miembro del círculo del ministro Fernández confirma la segunda nominación y explica
que luego del rechazo del consultor privado, “le recomendaron (al Presidente) que eligiera a alguien con
32
33
ese momento, mientras los especialistas que temían los límites de la convertibilidad
abandonaron el gobierno, aquellos que creían en la solidez del sistema e imaginaban una
dolarización, reforzaron su posición y pusieron en práctica lo que sus adversarios
llamaron una “política de piloto automático”,33 es decir, una gestión que, asentándose en
lo ya realizado, no se preocupó por introducir nuevos ajustes.
La partida de Cavallo fue una nueva prueba para la Convertibilidad. En 1996,
luego de años de una relación tensa entre presidencia y ministerio, Cavallo denunció los
lazos del círculo presidencial con un empresario asociado a la mafia. Algunos meses
más tarde, en julio del mismo año, el presidente exigió la dimisión de su superministro.
La calma con la cual fue acogida la noticia significaba claramente que la “criatura”
podía, al menos transitoriamente, independizarse de su “creador”.
El éxito del modelo y la instauración de un nuevo equilibrio entre ortodoxos y
heterodoxos
Si el ascendente de los economistas es un fenómeno de larga data en la
Argentina y de semejante envergadura en otros países del continente (Markoff y
Montecinos, 1994), el éxito del modelo tuvo en cambio singulares consecuencias sobre
el equilibro relativo entre ortodoxos y heterodoxos. En efecto, las transformaciones en
el sistema universitario y académico permitieron consolidar y perpetuar, dentro del
espacio científico-profesional, la hegemonía conquistada por la ortodoxia en la cúspide
del poder gubernamental. Así, detrás de la imagen del economista todopoderoso se
esconden tensiones profundas en torno a las jerarquías, los perfiles y las funciones que
caracterizan a esta profesión. Tensiones que por su parte se fueron complejizando y
redefiniendo con la consolidación de las reformas.
Un largo proceso, iniciado con el desarrollismo y sobre todo con la última
dictadura militar, había propiciado el ascenso de los economistas. En los años setenta y
ochenta, esta figura ya se había afirmado como la portadora de los conocimientos
necesarios para comprender y resolver el problema de la inflación. Las estrategias
individuales y colectivas para protegerse, e incluso para sacar ventaja del incremento
buena reputación internacional. Le dijeron que Roque Fernández era un candidato posible dada su
actuación durante la crisis del Tequila” (profesor de la Universidad Di Tella, ex técnico del FMI y
director del Banco Central, entrevista con la autora, 05/11/02).
33
Metáfora recurrente en la prensa y entre los especialistas para caracterizar la gestión de Fernández
(1996-1999).
33
34
generalizado de los precios, permitieron el florecimiento de consultoras y espacios
mediáticos dedicados al análisis de la coyuntura económica así como el reclutamiento
de equipos técnicos en la función pública. Las dificultades para encontrar una solución
definitiva al incremento de los precios, la dispersión de las actividades profesionales y
la persistencia de corrientes teórico-ideológicas enfrentadas impidieron, sin embargo,
identificar a los economistas como un grupo unificado y homogéneo. El prestigio, la
unidad y la cohesión pública de “los” economistas será uno de los hechos característicos
de los años noventa.
Hacia 1989, tanto para los protagonistas como para sus observadores, dos
grandes grupos teórico-políticos componían el mundo de los economistas argentinos
dedicados a la interpretación de los problemas públicos: los heterodoxos y los ortodoxos
(Heredia, 2006). Aunque estas categorías tienen definiciones problemáticas y fronteras
difusas, alcanza con subrayar aquí que las virtudes del mercado autorregulado, la
observancia de las recomendaciones internacionales y la fijación de la tasa de cambio de
la moneda local han sido algunos de los puntos cuyas interpretaciones y propuestas –de
ambos polos– presentaron mayores divergencias. Además, heterodoxos y ortodoxos no
adscriben a la misma definición de economía ni organizan de modo análogo sus
trayectorias profesionales. Al tiempo que los primeros inscriben la economía dentro de
las ciencias sociales y defienden el pluralismo teórico que la caracteriza, los segundos la
asimilan a las ciencias naturales y aspiran a la consolidación de un esquema teóricometodológico unificado. Estas divergencias epistemológicas se reflejan en las
características de las instituciones a las que pertenecen y las carreras que desarrollan:
mientras los heterodoxos se han comprometido con las organizaciones y publicaciones
nacionales o regionales, los ortodoxos tienden a subrayar la importancia de una
trayectoria fuertemente articulada a los criterios y circuitos internacionales.34
Aunque, como se ha dicho, resulte problemático identificar a la Convertibilidad
con los preceptos ortodoxos, quienes adhirieron al modelo económico en los años
noventa se reconocieron y fueron reconocidos como miembros de esta corriente, cada
vez más predominante. En efecto, el fracaso del austral y los logros de la convertibilidad
conllevaron la marginalización de los heterodoxos y el ascenso de los ortodoxos, tanto
en el espacio público como en el universitario. Por un lado, el ostracismo de los
34
Es justamente esta segmentación y la heteronomía de este espacio frente a los vaivenes de la política lo
que nos ha llevado, entre otras razones, a abandonar la noción de campo de Bourdieu para analizar el
mundo de los economistas. Para un desarrollo de esta discusión véase Heredia y Kirtchik (en prensa).
34
35
referentes heterodoxos y la preferencia de los medios de comunicación por los expertos
asociados al neoliberalismo alentaron la asimilación de la economía a la economía
liberal. Por otro lado, la relación entre heterodoxos y ortodoxos se invirtió en el seno de
las universidades. Ciertamente, los heterodoxos conservaron su centralidad en la
Universidad de Buenos Aires, la más poblada del país. Sin embargo, el número de
inscriptos no guardó ninguna correspondencia con los recursos destinados a la
investigación y la docencia. En paralelo, el gobierno autorizó la creación de nuevas
universidades: muchos de los centros privados de investigación que habían propiciado
las reformas se vincularon entonces en forma estrecha con altas casas de estudio. Fueron
justamente estas entidades las que presentaron mayor dinamismo en la creación de
formaciones vinculadas con la economía. Acompañando la expansión de la educación
superior pero superando a todas las disciplinas sociales juntas, las maestrías y posgrados
en “economía aplicada” alcanzaban, a fines de la década del noventa y sólo en área
metropolitana de Buenos Aires, setenta y tres programas distribuidos en ocho
universidades; la mayoría, privadas.
La importancia relativa de cada grupo no se limitó a la presencia en la prensa ni
al número de organizaciones vinculadas con una u otra corriente; tuvo profundos efectos
en las condiciones laborales de los expertos en economía. Para quienes perseveraron en
el trabajo académico dentro del sector público (más bien comprometido con las
perspectivas heterodoxas), las remuneraciones siguieron padeciendo una persistente
licuación. Los miembros del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET) y de las universidades públicas difícilmente podían sostener sus
hogares con el ejercicio exclusivo de estas actividades. El nuevo escenario también
conspiró contra otra fuente de recursos para la investigación: el financiamiento
internacional. El desplazamiento de esos fondos hacia Europa del Este, la asignación de
los subsidios temáticamente más focalizados y la reducción de la importancia de los
montos obtenidos por la sobrevaluación de la moneda local condenaron a los centros
heterodoxos a una creciente penuria financiera. Como comenta uno de los economistas
del CEDES, las transformaciones en la agenda técnico-política internacional tuvieron
fuertes consecuencias sobre la producción de diagnósticos alternativos:
[...] se instaló una creencia a principios de los noventa a partir de lo que
decía Estados Unidos, de que los problemas macroeconómicos ya estaban
35
36
resueltos. Entonces, ¿qué iban a hacer estos perejiles pensando acá temas
macroeconómicos? (economista del CEDES, entrevista con la autora 06/05/03).
Los noventa y la profesionalización de las ciencias económicas
El nuevo escenario no sólo penalizó a quienes perseveraron en miradas críticas
sobre la organización macroeconómica del país, las reformas dieron a la vez un fuerte
impulso a las ciencias económicas entendidas como actividad profesional.35 A las
fracturas teórico-ideológicas que caracterizaban el mundo de los economistas en los
años ochenta se sumó ahora una fuerte diferenciación generacional. Los jóvenes
graduados en los noventa se insertaron en una disciplina fuertemente americanizada e
iniciaron sus actividades en una coyuntura expansiva, ávida de informaciones puntuales
para la toma de decisiones privadas y públicas. En palabras de un joven economista de
una universidad privada de elite:
[...] la década del ochenta es una década dominada por lo macro, donde
lo que vale es un conocimiento genérico, casi de equilibrio general, te diría. Lo
que se paga es entender como funciona todo. En la década del noventa, que es
una década muy micro, lo que se paga es entender ciertos aspectos de la
economía (investigador de la Universidad de San Andrés, entrevista con la
autora, 26/05/03).
El reconocimiento de la eficacia ortodoxa se combinó entonces con la extensión
de las áreas específicas de diagnóstico e intervención de los economistas. Por un lado, la
mayor parte del análisis económico dio por sentados los pilares del modelo y comenzó a
centrarse en estudios microeconómicos de temáticas diversas. El estudio agregado de las
temáticas tratadas anualmente en las reuniones de la Asociación Argentina de Economía
Política (AAEP) y en la revista Desarrollo Económico revela, entre los años ochenta y
noventa, un desplazamiento de cuestiones referidas a la inflación y la deuda a aspectos
específicos del mercado de capitales, el sistema fiscal, las regulaciones laborales, pero
35
Insertar el estudio de las profesiones en la historia y considerar los desafíos sociales que enfrentaron
son fundamentales para evitar los sesgos teleológicos que supone la idea de profesionalización y que
deriva frecuentemente en la presunción de una progresión lineal y necesaria de todos los campos del
saber. Al respecto, véanse Abbot (1988) y Freidson (1986).
36
37
también el sistema educativo, la justicia y la salud.36 Por otro lado, la “economía
aplicada” conoció un auge inédito. En efecto, se estableció una nueva relación entre las
versiones más académicas de la economía y las disciplinas que extienden, aplican y
redefinen estos conocimientos, lo que Callon (2006: 40) llama la ciencia “en la jungla”
o “en estado salvaje” (in the wild). En términos más específicos: las finanzas, los
negocios, el marketing, la contabilidad y la gestión que participan en la aplicación de los
dispositivos que instruyen y orientan la acción de los “agentes económicos”.
Este crecimiento de la oferta universitaria y de los graduados en formaciones
económicas aplicadas supo proveer de cuadros profesionales al Estado y las grandes
empresas. Por un lado, frente a la falta de formaciones específicas para el funcionariado
estatal, el ministro Cavallo propuso, a comienzos de los años noventa, la creación de
una “Escuela de Economistas de Gobierno”. Aunque la iniciativa duró apenas algunos
años, permite observar la fuerte identificación instaurada entre funcionarios y
economistas. Los programas de pasantía y la llegada de profesores a los altos cargos de
gobierno propiciaron, por arrastre, la incorporación de muchos economistas recién
graduados a la función pública. Por otro lado, numerosos indicios indicarían una fuerte
demanda de estos especialistas por las empresas privadas. Los servicios bancarios y
financieros fueron uno de los sectores más dinámicos en la creación de empleos y estas
entidades reclutan preferentemente economistas. Asimismo, frente a la competencia
internacional y la liberalización del mercado financiero, numerosas empresas tuvieron
que reconvertirse y reorganizar sus opciones estratégicas. En este contexto, el saber de
los economistas parecía tan crucial para los altos gerentes como lo habían sido en el
pasado las leyes y la ingeniería.
Así, aun con una visión menos abstracta y más práctica del mercado, se
multiplicaron un conjunto de nuevos profesionales que contribuyeron no sólo a difundir
un “nuevo espíritu del capitalismo” (Bolstanski y Chiapello, 1999) sino también a
adaptar las organizaciones locales a las normas y procedimientos del mercado abierto.
En efecto, la innovación propiciada por los años noventa no se centró tanto en la
incorporación de tecnologías duras como en la profunda reorganización interna de las
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Realizamos un estudio de análisis de contenido de todas las ponencias presentadas a la AAEP y de
todos los artículos económicos publicados en la revista Desarrollo Económico. Si se consideran las
décadas de los ochenta y noventa, ambas fuentes revelan una disminución de las contribuciones
interesadas en la inflación y un incremento de las mencionadas temáticas.
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grandes empresas, la formación y el reclutamiento de los cuadros dirigentes (Gras,
2009; Luci, 2006).
El desplazamiento de las funciones más intelectuales a las actividades más
técnicas y comerciales fastidió incluso a quienes habían propiciado el cambio:
[…] los economistas de ahora son todos consultores de
empresa. En realidad, hablan y uno no sabe si les están hablando a los
argentinos o a sus clientes. Entonces, salir en la prensa opinando es
conseguir promoción para tu cartera de clientes y para vos, en total.
Para que te llamen, para que te contraten. Hay menos ideología y más
de eso, yo diría. Son todos fiscalistas, miran los numeritos, los
numeritos del déficit fiscal […]. Hay menos de ideología, de libertad,
de los principios de la ética del capitalismo […]. Yo creo que no se
hacen la pregunta básica del modelo de país (economista, ex
funcionario del Banco Central, ex viceministro de Economía de
Menem, entrevista con la autora, 28/10/02).
En efecto, el “éxito” material y simbólico de los ortodoxos tuvo como
contrapartida una serie de nuevos imperativos para los miembros de la disciplina:
producir diagnósticos y soluciones al calor de la coyuntura, articular los saberes con
acciones útiles e inmediatas, proponer enunciados y propuestas ajenos a toda
incertidumbre y controversia, asociarse a empresarios y políticos sin cuestionar sus
métodos ni prerrogativas.
A modo de conclusión: los atributos políticos de los dispositivos
Recomposiciones profesionales y transformaciones sociales aparecen
estrechamente articuladas en el relato de este artículo. Esta mirada histórica permite
definir con más claridad al actor que nos ha acompañado en este recorrido: los
economistas. Aunque suele subrayarse el compromiso de estos expertos con la adopción
de las reformas de mercado, los analistas no siempre explicitan el recorte de su universo
de estudio: ¿se trata de toda la comunidad científico-profesional comprendida por el
ejercicio de las ciencias económicas o es menester centrarse en quienes participaron en
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la toma directa de las decisiones públicas? O, mejor aun, ¿ha de limitarse el análisis a
los economistas neoliberales, con frecuencia formados en los Estados Unidos y que
alcanzaron particular influencia en toda América Latina? La historia que acabamos de
sintetizar revela que los espacios profesionales conocen momentos de antagonismo y de
unificación, pasan de las controversias teórico-ideológicas al desarrollo de
informaciones y tecnologías específicas que perpetúan y naturalizan un marco
determinado. Como en la conquista de los confines, después de los intelectuales –
amantes de la novedad, de la confrontación, del riesgo– vienen los profesionales, más
metódicos y fríos, a consolidar y estabilizar el control del nuevo territorio. A lo largo de
los noventa, la expertise económica basculó entonces de cualidades más retóricas y
persuasivas a competencias más vinculadas a la organización y la gestión cotidiana de
diversos espacios sociales.
En la interrelación entre la historia social y la historia profesional es posible
explorar la dimensión microsociológica de los grandes cambios. En efecto, se han
subrayado ya con suficiente insistencia las prerrogativas obtenidas por los grandes
expertos en economía en el espacio público y político. No se ha acordado en cambio
suficiente importancia al modo en que argentinos y extranjeros se articularon en ese
esquema dando carne y vida a las nuevas instituciones ni el trabajo a pequeña escala
realizado por infinidad de profesionales para ajustar los distintos dominios de actividad
a las nuevas reglas.
Situarse en una perspectiva que recupera las preocupaciones de la escuela de
Frankfurt por los vínculos entre dominación política e innovaciones técnicas no niega la
importancia ni el carácter fundacional de las decisiones humanas, pero cuestiona la
estructura unidireccional y piramidal que suele asignarse a las relaciones de poder. En
realidad, ni la persuasión ni la violencia han sido nunca vectores suficientes para la
estabilización de un orden. Los dispositivos capaces de construir y perpetuar una nueva
red de relaciones entre elementos heterogéneos, suelen responder a una urgencia e
intentan conseguir un efecto.37 Cuando son exitosos, estructuran las prácticas cotidianas,
instituyen formas de organización, se asientan finalmente en la inercia, la fuerza
“natural” de las cosas.
De este modo, la perdurabilidad del modelo económico no requería, como lo
planteó tempranamente el economista Juan Carlos de Pablo (1994: 98), la convicción ni
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Tal la definición de "dispositivo" de Foucault [2002 (1975)], sintetizada por Castro (2004).
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el apoyo de las mayorías; alcanzaba con que las personas actuaran como si estuvieran
convencidas. Creyeran o no en las virtudes del neoliberalismo, los argentinos firmaron
contratos, contrajeron préstamos, sacaron plazos fijos en dólares otorgando de este
modo su apoyo “práctico” a la convertibilidad. Lo mismo hicieron los empresarios
europeos y los bonistas norteamericanos que desplazaron sus capitales al sur del
continente para retirarse cuando, convencidos o no de las bondades intrínsecas del
neoliberalismo, juzgaron que su rentabilidad estaba amenazada.
Devenido un dispositivo institucional, el modelo económico no dejó, sin
embargo, de tener atributos políticos. Según propone Winner [1999 (1985)], estos
atributos remiten a dos grandes dimensiones: el tipo de relaciones que se instauran y el
orden político requerido o compatible con su adopción. En lo que refiere a las nuevas
relaciones entre la Argentina y el mundo, el modelo de los noventa instituyó una fuerte
relación de dependencia del país hacia el flujo de fondos provenientes del mercado
financiero internacional. El sostén de la confianza reclamaba un tipo específico de
ejercicio de la autoridad: una voluntad fuerte que aceptara los costos de adaptar el país a
los requerimientos de los fondos especulativos. Bajo estos principios, el modelo reservó
una misión a los economistas: la de convertirse en guardianes de la moneda y en
promotores de una administración “austera” y “eficaz”. Su figura quedó desde entonces
asociada a rasgos de personalidad bien definidos: la “tenacidad”, la “severidad”, la
“insensibilidad”, la “intransigencia”. Esta “razón” unívoca e inapelable, llamada a
conjurar la incertidumbre, no podía sino ser refractaria a la crítica.
En suma, la voluntad crítica de este análisis se ha cifrado menos en la denuncia
de la reproducción ineluctable de ciertos poderosos aliados primigenios y de sus
“intelectuales orgánicos” que en las implicancias excluyentes y paralizantes de un
entramado institucional que debilitó profundamente las mediaciones, los espacios de
articulación, negociación y compromiso entre sociedad nacional, comunidad política y
mercados globalizados. Este entramado no sólo debilitó los mecanismos con que
contaban los perjudicados para oponerse o atemperar estas transformaciones, también
instauró una configuración dentro del mundo de los economistas que los tornó
incapaces de proponer una salida consensuada y progresista cuando el dispositivo
emprendió la larga agonía del final.
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